MAGENTA - ACTOS 1960

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COMPARSA MAGENTA PROGRAMA DE ACTOS ALCOY, ABRIL 1960.

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COMPARSA MAGENTA PROGRAMA DE ACTOS

ALCOY, ABRIL 1960.

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Editorial

A la hora de cerrar la edición, el

amigo que tenia que llenar este espa­

cio, nos comunica y asegura, muy se-

riecito él, que para el año que viene,

nos lo mandará sin falta. Ya lo ten­

drá terminado.

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PROGRAMA

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Actos a celebrar por la Comparsa Día 21,—A las siete de la tarde tendrá lugar el acom­

pañamiento de los niños recluidos en la Casa Beneficencia hasta la Comparsa donde participarán en la cena de la típica «Olla».

A las nueve de la noche empezará el reparto de «Olla» a manta. Si alguien no quiere venir, mejor para los demás.

Después de cenar (a las diez) desfile hasta la Plaza de España, con las armas bien limpias por el sargento Paco. El que le pega al bombo en la Banda de la Puebla del Duc, ha dicho que vendrán pronto.

Al terminar éste, cada uno se irá donde quiera. (Nos­otros creemos que el mejor sitio es la cama).

Día 22,—YA BAIXEN. A las seis de la mañana, pe­queño desayuno; mejor dicho, se matará el «cuc» en el local de Les Tomasines, a cargo de los cabos dianeros. Se aconseja no abusen del herbero.

A las once, almuerzo en el local de la Comparsa para los dianeros y simpatizantes «a escoti».

A la una, aproximadamente, vermut en el mismo local. Es conveniente antes dar una vueltecita por el huerto.

A las dos de la tarde, comida para los de la escuadra y algún que otro «apegató».

Después de la Entrada, el cuartel general estará en la Sociedad de Cazadores, donde se quitarán los bigotes los de la escuadra.

A las diez de la noche, cena en el extrarradio. Día 23.—SAN JORGE MÁRTIR. Por la mañana a las

ocho, segunda Diana. A las diez, Misa en la capilla del Tosal. A continua­

ción, se obsequiará a los niños de aquella barriada con un suculento desayuno, haciendo nosotros lo mismo, pero con «coca en tomaca» a la vora del riu mare.

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A la una, en los locales de la Comparsa, Vermut. Cuantos menos vengan mejor. Está pagat.

A las cinco, Procesión. Acto oficial. Se ruega al cabo de Diana observe puntualidad y a los otros se les recuerda que han de ir con faja, pero de moro.

A las diez de la noche, cena, (se entiende por tal dos longanizas y un huevo pasado por la pared).

A las once, Retreta (seguramente sin farol). Día 24.—Día de los sordos. Se prohiben los disparos

sueltos y a las orejas del de delante. Tampoco se permiten las bofetadas, así porque sí.

A la una y en la Comparsa, Vermut con café del bar-galof, ofrecido por nuestro proveedor Pastor.

Por la tarde seguirán tirando lo que quede y mañana ya nos veremos.

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NOTA: La Directiva y festeros todos agradecen a la «Peña

Magenta» el desprendimiento con que han querido

colaborar en la organización de los actos internos y

benéficos, haciendo votos para que la fraternidad

existente reine en lo sucesivo con el mismo entusias­

mo de hoy.

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Señores que componen la Comparsa en 1960

Francisco Olcina Reig (Primer Tró) Angel Pérez Mora (Darrer T r ó ) Francisco Linares Sirvent ( C o p ) Rafael Ruiz Sempere - Secretario Enrique Albors Abad - Vice-Secretario Juan Alós Senabre - Vocal Juan Soriano Castro - Vocal

Francisco Miró San Francisco §

José Aracil Aracil José Senabre Picó Enrique Sanus Abad Rafael Mora Coloma Juan Martínez Gozálbez José L. Zaragoza Carbonell Santiago Alós Senabre Enrique Rodríguez Martínez José Soler Torres Miguel Largo Dávila Bartolomé Botí Candela Enrique Sanjuán Moltó Francisco Jorge Ivars José L. Aracil Más Emilio Sancho Jordi Carlos Blanes Lloréns Jorge Peidro Pastor Luis Olcina Játiva José Blanquer García Ernesto Pérez Blay José L. Esteban Palacios Higinio Castelló Vanó Rafael Aracil Ruesca

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" Un moret plorán" ( C U E N T O )

pot José Blanquer García

N U E S T R O amiguito Jorge no tenía que salir aquel año a honrar a su Santo, vestido con su indumentaria de moro.

Desde que se pudo tener en pie, apenas contaba catorce meses de edad, su padre un festero cien por cien, lo vistió de moro y de ahí arran­có la tradición. Así, año tras año, la vida iba transcurriendo feliz en aque­lla familia «mora» pero cristiana.

Ahora lo tenemos ya hecho un hombre. Ha cumplido doce años y precisamente en éste por primera vez, dejaría de «salir» a las fiestas. ¡Su padre había muerto en agosto!

Con las consecuencias que lleva consigo la pérdida del padre en una familia modesta, queda perenne, como pendiente en el espacio del hogar, el recuerdo siempre vivo, palpitante, del que se fue para siempre. En aquella casa se había terminado todo: la alegría, el bienestar, el humor, la fiesta... Ahora todo era penumbra, silencio, dolor y solo prevalecía el recuerdo: el recuerdo a cada momento, el recuerdo en cada cosa del padre querido.

Llegó abril y con las primeras palpitaciones de la primavera, Alcoy se disponía a celebrar sus fiestas. Todo estaba preparado. Todos los re­sortes del conglomerado festero funcionaban a la perfección. El castillo, la iluminación, la enramada, la feria, todo estaba a punto. Todo, menos el trajecito de Jorge que dormía entre «pacholín» en el viejo cofre, junto al de su padre.

Los días transcurrían rápidos, se echaba encima la representación de la gran epopeya y entre risas, algarabías festeras, músicas y «entradas» llegó el día 22 por la tarde.

En casa de nuestro amiguito, en una calle adyacente a la de San Ni­colás, todo era silencio. El y su madre sentados tras los cristales, veían pasar apresurados a festeros, a los chiquillos corriendo, a ancianos con las sillas bajo el brazo, caballerías en tropel desordenado, a esclavos pin-tarrachados de negro y carmín. Iba a empezar la «entrada de los moros».

Jorge quiere mucho a su madre y como es un hombrecito no quiere decir palabra. El sabe lo que su madre está pensando. Si habla, si quiere insinuar algo, estallarían los dos en lágrimas.

En su garganta siente un nudo que le atenaza, le oprime, le ahoga y sólo se atreve a decir, por romper el embarazoso silencio:

—Hoy les ha salido un buen día a los moros. —Sí, hijo, —respondióle su madre— hoy no les lloverá.

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Y el silencio volvió a reinar entre los dos . En aquel momento sonó un golpe en la puerta. Jorge, abrió y apa re ­

ció el «señó Manolo» vestido de «Magentero». El «señó Manolo» era un buen amigo del padre de Jorge y de casa. Quería al niño como si fuera hijo suyo.

Transpues to el umbral de la puerta aconteció lo que con tanto es­fuerzo habían estado evitando madre e hijo. No se transmitieron saludos. No se hablaron. Ni siquiera una palabra. Nada.. . Las lágrimas, los sollo­zos lo dijeron todo . Los tres l loraron.

—Vengo por Jo rg i to— pudo decir al fin—. Sácale el traje, María. Los amigos me han enviado a mí. Ellos no han querido venir, pero no te olvidan. El niño tiene que vestirse. Su padre se alegrará cuando lo vea desde el cielo. El lo hubiera hecho así. Le llenará de gozo allá arriba.

La madre desapareció. No p u d o pronunciar palabra .. La calle de San Nicolás, ardía en sol, impaciencia y entusiasmo. Allá

arriba, al final de la calle, donde se vitorean y se aplauden a las escuadras bullía la fiesta ya. El capitán Al-Azraq, de ojos azules y tez morena, am­bicioso en la conquista de Alcoy, se dispone a entrar en la villa y lo hace por cierto en ese momento , con toda su pompa señorial. Arrancan su es­colta, sus esclavos, los timbales destemplados que anuncian la presencia del caudillo moro se ponen en marcha y todo ya sigue adelante. Una tras otra, todas las comparsas siguen a su capitán.

A la «filá» de Jorgito le toca ya el turno. Sus componentes están prestos; las armas a punto: el jefe ordena: todos obedecen. Suenan los primeros compases de una marcha agarena, briosa, varonil... Los timbales, chirimías, atabales y maderas, lanzan al aire sus vibrantes notas y arran­can los aplausos de la gente que se apiña en aceras y balcones.

Nues t ro Jorgito está allí en su puesto . Aguanta bien la emoción de los primeros momentos . Ya marchan... calle abajo, como siempre con su arma al brazo. Hace los más grandes esfuerzos porque no le broten las lágrimas en esos instantes. Mira al cielo. Le tiemblan los labios en señal de oración y sigue a los suyos. Con paso firme, pausado, al ritmo de la música va perdiéndose entre el colorido del a tuendo festero. Desaparece. Ya no se le ve.

Después, más tarde, nos dijeron que allá abajo alguien exclamaba: —¡Mireu ahí ve un «moret plorán»!

De «Información» de Alicante.

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¡VIVA SAN JORGE!