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1 Memoria IV Foro Colima y su Región Arqueología, antropología e historia Juan Carlos Reyes G. (ed.) Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2008. Mar y tierra. Notas sobre la arqueología de la costa de Colima. Ma. Ángeles Olay Barrientos Centro INAH-Colima Introducción Una de los rasgos que caracterizan a la cultura nacional de nuestros días es un inusual desafecto por la vida del mar. El marcado centralismo emanado del Anáhuac colonizado por los españoles no sólo provocó un soterrado desdén por los aconteceres de las provincias del interior sino, a la vez, una suerte de olvido de los extensos litorales del país y de sus enormes recursos y posibilidades. Esta indiferencia ha impedido el que el quehacer de numerosos pueblos que habitan y habitaron el espacio en el que se encuentran el mar y la tierra sea conocido y reconocido. De algún modo este reflejo condicionado nos ha hecho que los arqueólogos e historiadores de Colima concentremos nuestros intereses en el valle de Colima. Al establecerse en su contorno el poblado mayor de la región y vivir en ella las familias que han ostentado en tiempos recientes el poder político y económico, la historia de Colima ha devenido en el recuento de las vicisitudes de los aconteceres sucedidos en este lugar. Esta visión fue modificándose lentamente a partir de que a mediados del siglo XIX el puerto de Manzanillo comenzó a cobrar relevancia no sólo en el ámbito local y regional, sino en el

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Memoria

IV Foro Colima y su Región

Arqueología, antropología e historia

Juan Carlos Reyes G. (ed.)

Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2008.

Mar y tierra.

Notas sobre la arqueología de la costa de Colima.

Ma. Ángeles Olay Barrientos

Centro INAH-Colima

Introducción

Una de los rasgos que caracterizan a la cultura nacional de nuestros días es un

inusual desafecto por la vida del mar. El marcado centralismo emanado del Anáhuac

colonizado por los españoles no sólo provocó un soterrado desdén por los aconteceres de

las provincias del interior sino, a la vez, una suerte de olvido de los extensos litorales del

país y de sus enormes recursos y posibilidades. Esta indiferencia ha impedido el que el

quehacer de numerosos pueblos que habitan y habitaron el espacio en el que se encuentran

el mar y la tierra sea conocido y reconocido.

De algún modo este reflejo condicionado nos ha hecho que los arqueólogos e

historiadores de Colima concentremos nuestros intereses en el valle de Colima. Al

establecerse en su contorno el poblado mayor de la región y vivir en ella las familias que

han ostentado en tiempos recientes el poder político y económico, la historia de Colima ha

devenido en el recuento de las vicisitudes de los aconteceres sucedidos en este lugar. Esta

visión fue modificándose lentamente a partir de que a mediados del siglo XIX el puerto de

Manzanillo comenzó a cobrar relevancia no sólo en el ámbito local y regional, sino en el

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nacional. La introducción del ferrocarril y la construcción de un rompeolas magnífico

permitieron el arribo de buques de gran calado durante el porfiriato, dando pie a un flujo

comercial que por lo que podemos ver en nuestros días, apenas hemos vislumbrado en todo

su esplendor.

El crecimiento de Manzanillo ha devenido en una mirada a su pasado en el cual la

lectura de los escritos elaborados por numerosos viajeros devela una suerte de destino

manifiesto para el incipiente puerto observado por estos personajes.1 Si bien este trabajo

tiene como fin el de llevar a cabo un recuento de los trabajos y las interpretaciones que se

han realizado sobre los más antiguos pobladores del litoral Pacífico de Colima, no se ha

efectuado hasta ahora la investigación que dé cuenta de la historia de sus primeros

pobladores y la manera en la cual arribaron a lo que sin duda fue, un escenario idílico y por

ende, pleno de señuelos y tentaciones.

Las primeras noticias

Fue en su Cuarta Carta de Relación donde Hernán Cortés (15 de octubre de 1524)

dio cuenta de la primera descripción que se tiene de la región:

Y entre la relación que de aquellas provincias hizo [Gonzalo de Sandoval],

trajo nueva de un muy buen puerto que en aquella costa se había hallado, de

lo que holgué mucho, porque hay pocos; y asimismo me trajo relación de los

señores de la provincia de Cihuatán, que se afirman mucho haber una isla

toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de

la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan

preñadas, si paren mujeres las guardan, y si hombres los echan de su

compañía; y que esta isla está diez jornadas de esta provincia, y que muchos

de ellos han ido allá y la han visto. Dícenme asimismo que es muy rica de

perlas y oro; yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer

de ello larga relación a su Majestad.2

Sabido es que los escritos que narran la entrada de Gonzalo de Sandoval a las costas

de Michoacán y Colima se encuentran perdidos y que las noticias de la conquista y la

primera colonización de Colima se ha realizado a partir de la información generada por

otros actores. Tanto Carl Sauer3 como Donald Brand

4 han guiado sus respectivas

interpretaciones a partir de la Segunda Carta de Relación de Hernán Cortés en la cual narra

cómo la expedición que se dirigía a Zacatula –en la recién descubierta Mar del Sur- tuvo

noticias de una provincia llamada Colima. El capitán que dirigía el cargamento destinado al

primer puerto novohispano del Pacífico –Zacatula-, identificado por varios autores como

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Juan Rodríguez de Villafuerte, imbuido de aquél espíritu español que bregaba por

conquistar y descubrir nuevos territorios decidió que aquella era la oportunidad de

colaborar con el engrandecimiento de su rey y sin esperar la orden de Cortés se aventuró en

la búsqueda de gloria para él mismo. Fueron sus hombres los que sufrieron la derrota

inesperada en los alrededores de Alima.

Decidido a remediar el fracaso de una empresa que ni siquiera ordenó, Cortés envió

a su capitán Gonzalo de Sandoval a cumplir varias tareas. Primero debía pacificar a los

aguerridos indios de la Provincia de Yopilcingo (la Costa Grande de Guerrero) para

posteriormente dirigirse a Zacatula y continuar hasta la provincia colimota a fin de

posesionarse de la misma como un modo de lavar la afrentosa derrota de Villafuerte. Estas

acciones permitieron a los españoles reconocer la extensa franja costera existente entre

Acapulco y las bahías de Manzanillo y Santiago.

La falta de información escrita deja en el aire las características de los pueblos

aborígenes que pudieron haber conocido los primeros europeos que pisaron estas tierras.

Las noticias que se tienen sobre las poblaciones de la costa reflejan no la etapa en la cual

los indios fueron señores y amos de sus territorios, sino la difícil etapa de sobrevivencia de

pueblos arrasados ya por las nuevas enfermedades ya por la mayúscula avaricia del

conquistador:

En su gentilidad solían vivir más, según parece por los pueblos; porque

había en esta provincia grandes pueblos y muy mucha gente, y ahora son

pocos y de cada día son menos porque se mueren muchos. Y no llega el indio

de esta provincia a edad de cincuenta años, porque, aunque sea muy mozo y

recio, en dándole cualquier enfermedad, luego se desmaya y se muere. La

causa no se sabe, mas de que ellos es gente muy dejativa y de poco ánimo.5

Las tenues pinceladas de los antiguos modos de vida son entonces vagos recuerdos

de los ancianos que rememoran con añoranza su pasado:

La gente desta provincia no era demasiado belicosa, ni tampoco, dados a la

cobardía, que siempre huyesen de sus enemigos, antes se sabían resistir y

defender sus casas y tierras. Tenían antiguamente, siendo gentiles, por

principal comida tamales y por principal bebida pinoles, que son polvos de

maíz tostado y batido en agua [...] criaban aves de las naturales desta tierra

que son más grandes que los pavos y comían carnes cazadas, como venados

y puercos monteses, comían tigres y leones [y] tejones enhornados [...]

cocidas con su chile y su pipian. Y criaban una casta de perros para comer,

que tenían el pelo muy corto y, con poco mantenimiento, engordaban y

criaban enjundias y, estando así gordos, los mataban y hacian banquetes.6

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El impacto de la conquista y colonización española fue devastadora no sólo para los

pueblos de la costa de Colima sino, en general, para prácticamente casi toda las poblaciones

establecidas en las planicies costeras del Pacífico mexicano. Su paulatina recuperación

demográfica fue un proceso que revistió características diferentes acorde no sólo a las

necesidades económicas y políticas de la Corona española sino, también, a partir de la

dinámica social existente en cada comarca. Al respecto remitimos al lector al mapa

elaborado por Margarita Nettel respecto a la existencia de los pueblos de Colima hacia

1548.7

Diversos autores han

bordado sobre el desplome

demográfico de Colima8

esbozando con ello dos

escenarios distintos: por un

lado la existencia de pujantes

poblaciones indígenas antes de

la llegada de los europeos en

la región y por el otro lado, la

paulatina recuperación de la

población a partir de las

nuevas estructuras económicas

políticas y sociales impuestas

a partir del virreinato. En este

escrito trataremos de llevar a

cabo un recuento de lo que se

sabe respecto al primer

escenario, el de los pueblos

originarios establecidos en las

costas de Colima a partir de

los datos proporcionados por

la arqueología.

1). Pueblos de Colima hacia 1548

según Margarita Nettel (1994).

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La costa de Colima y su regionalización cultural.

La costa de Colima abarca en la actualidad buena parte de los municipios de

Manzanillo, Tecomán y Armería en donde el litoral no es totalmente homogéneo. La parte

norte –la correspondiente al municipio de Manzanillo- comprende una serie de lomas y

cerros que en su cercanía con el mar, forma bahías, caletas y divisaderos. Existen también

una serie de esteros y lagunas que son alimentados tanto por corrientes de agua dulce –

procedentes de los cerros cercanos- como por el agua salada –producto de las periódicas

mareas-. El elemento más espectacular de la región es, sin duda, la laguna de Cuyutlán, la

cual se extiende paralela a la costa a lo largo de antiquísimas dunas de arena formadas por

la acción del mar y del aire. La pretérita riqueza de su flora y fauna puede ser atisbada a

partir de las crónicas efectuadas por los viajeros del siglo pasado.

Al sur de la laguna encontramos la desembocadura del río Armería a partir de la

cual se extiende, hasta la desembocadura del río Coahuayana, una vasta llanura costera en

la que existen algunos escurrimientos menores de agua que forman pequeños esteros antes

de desaguar en el mar. Esta franja de tierra plana es ideal para la agricultura en virtud de

que su suelo, en las cercanías de los grandes ríos, ha recibido de las lluvias recurrentes

depósitos de aluvión. Al alejarnos de estas franjas de tierra fértil, sin embargo, encontramos

una planicie seca característica del más seco de los climas cálidos sub-húmedos los cuales

se caracterizan por tener en todo el año, apenas tres meses de régimen de lluvias lo cual

indicaría que los asentamientos humanos privilegiaron aquellos lugares en los cuales

existieran manantiales o escurrimientos de agua.

Cabe mencionar que dado que los límites estatales de nuestros días no existieron

como tales en el pasado los espacios costeros de Colima mantuvieron un ámbito de

influencia mayor, de tal suerte que el área montañosa y caracterizada por amplias bahías y

caletas parece haberse extendido al extenso valle de Cihuatlán al norte. En cuanto a la

planicie costera del sur ella parece haber estado delimitada por las estribaciones de la Sierra

Madre en la denominada Costa Norte de Michoacán, permitiendo que el valle de Alima –

irrigado por el río Coahuayana– formara parte de las tradiciones propias de Colima.

Estas diferencias geográficas parecen haber propiciado algunas características

diversas en la índole de la cultura material de los pueblos que habitaron ambas regiones

debido, en buena parte, a que ambas se encontraron integradas a sus respectivas zonas

simbióticas, esto es, a las tierras altas en las cuales nacían los ríos que alimentaban sus

valles costeros. La convivencia de pueblos que aprovechaban los recursos del mar y la

costa con otros que se beneficiaban de los productos de los valles templados o de tierras

altas necesariamente articularon su intercambio a través del curso de sus ríos y de los

pueblos ubicados en cada una de las cuencas de esos cauces que nacían en las sierras y

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desembocaban en el mar.

Ello explica el que las cuencas del río Armería y del Salado-Naranjo-Coahuayana

mantengan una suerte de unidad de rasgos culturales en virtud de que ambas nacen y se

alimentan de las corrientes de agua que bajan del volcán de Fuego y de que, por el

contrario, el área de las bahías de Manzanillo y el gran valle de Cihuatlán -irrigado por el

río Marabasco nacido en la sierra de Manantlán- se caractericen por una cultura material

sensiblemente distinta a las tradiciones más acusadas de los pueblos del Colima

prehispánico.

Estas diferencias fueron percibidas por el ojo crítico de Isabel Kelly cuando, hacia

1939, realizó los primeros reconocimientos arqueológicos llevados a cabo en las costas del

Occidente mexicano. Por tal razón fue que el territorio actual de Colima albergó dos de las

denominadas provincias cerámicas establecidas por Kelly en el trabajo presentado durante

la 4ª mesa redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología en 1946.9 La definición de

ambas provincias reflejan no sólo la primera impresión causada por los tipos cerámicos

presentes en cada una sino también, el rumbo que debieran tomar las investigaciones en

cada región con objeto de clarificar la índole de los asentamientos y su comportamiento a

través del tiempo. Las descripciones de cada una señalaban lo siguiente:

Cihuatlán. A falta de una solución afortunada, una pequeña área alrededor

de Cihuatlán en los límites de Jalisco y Colima fue delimitada [como una

provincia] aunque internamente se trata de una región heterogénea. Se

extiende desde el accidentado terreno de La Manzanilla (entre Cihuatlán y la

desembocadura del Purificación) hasta Salagua, cerca de Santiago sobre la

bahía de Manzanillo. Hasta el momento casi toda la región indica afinidades

reconocibles en unos pocos tiestos que parecen relacionarse con las

cerámicas decoradas tardías de Sayula-Zacoalco, Autlán-Tuxcacuesco y

Colima. En Salagua existe una fuerte presencia del rojo sobre ocre y del rojo

sobre café, sin rasgos perceptibles de otras regiones. Cerca de Cihuatlán se

encontró un sitio que ofreció una gran cantidad de cerámica burda

acompañada por una compleja variedad de fragmentos de figurillas que

tampoco tuvo filiación conocida. Esta confusa expresión local tal vez se

extendió a lo largo del valle aguas arriba del Cihuatlán [de cualquier modo]

la accidentada región existente al noroeste de Colima sólo fue inspeccionada

en una sola ocasión. En este momento poco puedo agregar excepto señalar

que el área de Cihuatlán requiere de un considerable atención antes de

poder ser correctamente ubicado arqueológicamente.10

En cuanto a la provincia arqueológica de Colima, Kelly la establece en los

siguientes términos:

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La zona de Colima comprende aproximadamente la mayor parte del estado de este

nombre: desde la costa de Manzanillo hasta el valle de Coahuayana en los límites

con Michoacán y, tierra adentro, se extiende hasta cruzar la frontera con Jalisco

alrededor de Pihuamo a juzgar por los reportes locales sobre la presencia de

esculturas de perros.1

2). Las denominadas provincias cerámicas del Noroccidente de México, según

Isabel Kelly (1948).

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Cabe resaltar que las observaciones de Kelly fueron realizadas a partir de someros

reconocimientos y del estudio de materiales recuperados en algunos pozos de sondeo.

Debemos resaltar el hecho de que en esta época la población existente en la costa era

sumamente baja, prácticamente no había carreteras y la agricultura no se encontraba

mecanizada, de tal manera que los sitios arqueológicos mantenían un notable estado de

conservación a diferencia del que presentaron 30 años después, cuando la misma Kelly

regresó a Colima con el objeto de establecer con puntualidad su secuencia cronológica.

Para ese entonces las obras de infraestructura –introducción de carreteras, mecanización del

campo– y una creciente demanda de piezas arqueológicas por parte de coleccionistas

privados nacionales y extranjeros, habían propiciado la increíble destrucción de buena parte

de los sitios y los contextos arqueológicos de Colima.

La llegada de una delegación del Instituto Nacional de Antropología e Historia no

se sucedió sino hasta mediados de la década de los ochenta, cuando múltiples evidencias

del pasado habían desaparecido para siempre o se encontraban próximas a su desaparición.

En este ámbito los escritos y las observaciones de Kelly tomaron una especial relevancia no

sólo por lo que sus datos permitían la recuperación de una información inexistente en la

actualidad sino, también, por las pautas de investigación que fueron enunciadas desde

entonces.

Se debe señalar sin embargo que si bien el elemento diagnóstico elegido por Kelly

para la definición de sus provincias –la cerámica– fue sumamente cuestionado por varios

investigadores varias décadas después de ser enunciado, fue en la misma sesión de la IV

Mesa Redonda de la SMA donde Pedro Armillas propuso que las denominadas provincias

cerámicas podrían ser definidas como provincias arqueológicas si, además de la sola

presencia o ausencia de tipos cerámicos, se buscaba integrar un substratum común

determinado por rasgos afines. Lo que Armillas proponía era trabajar sobre regiones

completas a fin de obtener secuencias cronológicas internas y posteriormente, proceder a la

comparación entre ellas. Las provincias se definirían con base en los elementos

observables: arquitectura, escultura, utillaje, lítica y la región misma.12

Armillas señaló de cualquier modo, que el mosaico que resultaba de aplicar estos

parámetros a las regiones occidentales de México parecía indicar una clara fragmentación

que podría denotar, por un lado, una ausencia de datos y exploraciones o por el otro, la

parcelación étnica del Occidente de México. En todo caso, señalaba:

En el curso de nuestras discusiones surgieron varios problemas más

generales cuya solución afecta a la arqueología de toda Mesoamérica.13

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Las investigaciones arqueológicas en la costa de Colima.

Si bien los primeros reconocimientos realizados en las dos grandes regiones

costeras de Colima fueron efectuadas por Isabel Kelly hacia 1939 no fue sino hacia fines de

la década de los cincuenta cuando se realizaron las primeras exploraciones. La mayor parte

de ellas se llevaron a cabo en el norte, en el área de las bahías de Manzanillo y Barra de

Navidad y derivaron de un proyecto macro surgido a la luz de un Congreso de

Americanistas realizado en la ciudad de San José en Costa Rica en 1958. Fue a partir del

debate relativo a los posibles préstamos culturales que pudieron haberse efectuado entre las

áreas de mayor desarrollo cultural de América durante el período temprano -denominado

Formativo por los arqueólogos norteamericanos–, cuando se propuso realizar exploraciones

en diversos asentamientos costeros, principalmente los ubicados sobre la costa del Pacífico

entre el Perú y México. Diversas instituciones académicas de Estados Unidos y

Latinoamérica promovieron reconocimientos y exploraciones arqueológicas en varios

puntos de dicha costa a partir del denominado como Proyecto A, mismo que quedó a cargo

de Clement Meighan y H.B. Nicholson.14

3). Vista de la bahía de Santiago a la altura del estero de Majahua.

Fue a partir de este proyecto que se llevó a cabo la exploración de dos sitios

localizados en la costa de Colima: Morett y Playa del Tesoro –ambos localizados en el

municipio de Manzanillo– así como uno más en Barra de Navidad, Jalisco. Esto es, se

exploraron tres sitios del sector norte de la costa que nos ocupa.15

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Las excavaciones realizadas en Barra de Navidad se llevaron a cabo en un conchero

–montículo fabricado con desechos de concha– el cual habría sido habitado hacia el año

600 de nuestra era. En cuanto a los trabajos en Playa del Tesoro, las evidencias dieron

cuenta de una ocupación que fue del 400 al 600 d. de C. El tercer sitio, Morett fue el que

mayor información aportó pues los datos permitieron establecer la ocurrencia de dos

grandes fases de ocupación. La primera –Morett Temprano- se colocó entre el 300 a.C. y el

100 d.C. La segunda –Moret Tardío- entre el 150 y el 750 d.C.

Debemos tomar en cuenta, en este sentido, que el Proyecto A buscaba confirmar la

existencia de algún tipo de contacto entre Sudamérica y Mesoamérica en un período

sumamente temprano y que esto supondría la búsqueda de fechas que oscilaran entre el

1,200 y el 800 antes de Cristo. Meighan pensaba que entre más exploraciones se efectuaran

en la costa más probabilidades habría de confirmar o negar estos supuestos. Luego

entonces, las fechas obtenidas en los tres sitios costeros de Colima no cumplieron con las

expectativas esperadas.

Los siguientes trabajos llevados a cabo en esta área se llevaron a cabo hasta el año

de 1985 cuando José Beltrán y Lourdes González realizaron un salvamento arqueológico en

mismo sitio explorado por el los norteamericanos: Playa del Tesoro. El hallazgo de un

espacio funerario permitió la recuperación de 31 individuos a los cuales les fueron

ofrendados una serie de vasijas, herramientas y adornos elaborados en una gran variedad de

materiales además del barro y de la piedra. Sin lugar a dudas las evidencias más relevantes

de este trabajo fueron el registro de hasta 132 especies zoológicas aprovechadas por los

antiguos habitantes de la región entre las cuales había especies tanto marinas y de estero –

caracoles, conchas, corales, esponjas, peces, cangrejos, tortugas marinas, aves acuáticas–

como terrestres –roedores y mamíferos. La riqueza del depósito y la calidad de los

materiales ofrendados indicaron que los individuos fueron enterrados mediante un ritual

mortuorio complejo.16

Una tercera intervención se realizó en Playa del tesoro hacia 1990 a

partir de un segundo salvamento esta vez realizado por Samuel Mata. Sus exploraciones

permitieron recuperar 35 entierros en los cuales las ofrendas no fueron tan ricas ni

espectaculares como las registradas por Beltrán cinco años antes.17

Si bien la enumeración de los trabajos da cuenta de por lo menos 5 intervenciones

en 3 de los sitios constantemente reportados para el área donde se ubican Manzanillo y

Barra de Navidad, la realidad indicaba que la región carecía de un inventario de sus sitios

arqueológicos los cuales desaparecían con rapidez al iniciarse la explotación de su potencial

turístico y comercial. Por esta razón fue que se plantearon dos proyectos de área destinados

a registrar lo que quedaba de los grandes poblados indígenas existentes antes de la llegada

del español. El primer proyecto corrió a cargo de Samuel Mata (1990) el cual llevó a cabo

el reconocimiento del extremo norte del anfiteatro de las bahías de Manzanillo en donde se

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registraron un total de 34 sitios ninguno de los cuales fue explorado.18

El segundo se

realizó en el área de Barra de Navidad y fue realizado por Lorenza López Mestas hacia

1993 el cual, al término de su primera temporada, contempló el registro de 25 sitios en dos

de los cuales se realizaron exploraciones.19

Es importante mencionar sin embargo, que estos

dos proyectos no contaron con los recursos para llevar a cabo temporadas subsecuentes con

objeto de cubrir en su totalidad las áreas de estudio propuestas, labores que hubieran

permitido elaborar un catálogo de sitios confiable y útil, dado el grado de alteración que se

ha venido sucediendo entre Manzanillo y Barra de Navidad los últimos 15 años.

En cuanto a la costa sur de Colima, los trabajos arqueológicos han sido más bien

escasos aún cuando se puede señalar que Isabel Kelly si exploró alguno de los sitios

ubicados en el valle del Coahuayana hacia 1968. Esta región –en sentido estricto

perteneciente a la Costa Norte de Michoacán- fue reconocida grosso modo hacia 1958-59

por José Corona Núñez el cual realizó una breve semblanza que fue integrada como anexo

a la monografía de esta región elaborada por Donald Brand.20

Varias décadas después un

grupo interdisciplinario comandado por Robert Novella llevó a cabo un proyecto de

investigación arqueológica destinado a reconocer e investigar aquellas evidencias que

hubieran sobrevivido al tiempo y a los incesantes cambios en el paisaje. Su área de estudio

abarcó desde el valle del Coahuayana al valle del Coire (Pómaro) en la cual se registraron

un total de 129 sitios cuya cultura material se encontró sensiblemente relacionada con los

tipos característicos del denominado Eje Armería establecidos por Kelly.21

En esta rápida relatoría de los trabajos efectuados en la costa cabe resaltar que a

pesar de que áreas como El Colomo, Manzanillo y Santiago han crecido de manera

evidente, no se ha realizado ningún programa permanente destinado a realizar rescates y

salvamentos arqueológicos los cuales no sólo habrían permitido recuperar materiales y

contextos destinados a la destrucción sino también, la información destinada a sustentar

hipótesis e interpretaciones sobre los procesos sociales que caracterizaron a los antiguos

pueblos de esta región.

Las interpretaciones del pasado

Como se pudo apreciar a partir del rápido recuento relativo a los trabajos

arqueológicos efectuados hasta ahora en la costa de Colima, los datos recuperados hasta

ahora no han sido lo suficientemente sólidos como para permitir elaborar una visión de

largo alcance que explique el desarrollo de los pueblos prehispánicos desde sus primeros

asentamientos hasta aquéllos grandes poblados reportados por los españoles. Las primeras

exploraciones –aquellas realizadas por el Proyecto A– buscaron con afán aquellos indicios

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que les permitieran sustentar que la costa Occidental de México fue un escenario propicio

para el hombre desde aquellas épocas en que el mismo comenzaba su ascenso a la

civilización a partir del paulatino dominio y transformación de su medio. La hipótesis

central, el que algunas innovaciones tecnológicas y sus implicaciones sociales (la

elaboración de la cerámica, la siembra de ciertas especies vegetales, la paulatina

diferenciación social a partir del acceso y posesión de materiales que otorgaban prestigio)

habrían irradiado desde un foco de creación cultural ubicado en un punto de Sudamérica

sigue siendo una interrogante sin clara respuesta.

Podría pensarse que los objetivos centrales del Proyecto A pasaron al olvido una vez

que se concluyó su ciclo. Esto no fue así. Como lo habíamos señalado en párrafos

anteriores Isabel Kelly habría arribado a Colima hacia 1966 con el ánimo de ordenar su

secuencia cronológica. Fue así que sin desearlo explícitamente o sin plantearlo como una

prioridad de su investigación Kelly logró encontrar las evidencias tan afanosamente

buscadas por el equipo del Proyecto A: los materiales culturales equiparables al Preclásico

mesoamericano, el buscado Formativo del Occidente en Colima.22

El conjunto de materiales que caracterizaron a lo Capacha procedió de contextos

funerarios sumamente sencillos. La presencia de metates así como sus elaboradas formas

cerámicas dejaron en claro que se trataba de grupos sedentarios que habrían desarrollado

artes como la alfarería y la lapidaria. La constante recurrencia de una misma idea en las

formas de sus vasijas dio cuenta de la existencia de elementos recurrentes que formaban

parte de un imaginario colectivo producto de una cohesión social. Su cronología, si bien no

ha dejado de ser polémica, ha sido aceptada entre el 1,500 y el 1,200 AC.

Cabe mencionar que fue durante esta misma etapa –la década de los sesenta–

cuando la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo realizó un vasto programa de

exploraciones en la costa de Chiapas con el objeto de definir con precisión un complejo

cerámico sumamente temprano y que podría dar información respecto a su profundidad

histórica. El resultado de estos trabajos redundó en la definición de los complejos Barra y

Ocós, los más tempranos de Mesoamérica.23

La ocurrencia de estos complejos cerámicos propició algunos planteamientos

esbozados por autores como Betty Meggers y Clifford Evans, Michael Coe y Paul Tolstoy

y Louise Paradis, mismos que habían percibido la importancia de los impulsos culturales

procedentes de las costas sudamericanas durante el Formativo temprano. Kelly retomó

entonces los postulados de Gareth Lowe y Dee F. Green los cuales, a partir de los hallazgos

en el Soconusco, habrían postulado tempranos contactos entre esta costa y la del Ecuador.

Para estos autores el estilo Tlatilco (el cual recuerda grandemente a lo Capacha), sugería

algún tipo de relación entre Perú y el horizonte Chavín el cual habría penetrado el altiplano

central a través de las tierras bajas del Pacífico. Tolstoy y Paradis coincidían en que se

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trataba de un estilo sudamericano señalando además el hecho de que el que hubiera

penetrado por esta región le confería una filiación occidental más que mesoamericana.

Ambos autores postularon, además, que Tlatilco podría tratarse de un problema de

fronteras entre ambas tradiciones (Mesoamérica y el Occidente) dirimido en fechas

estimadas entre el 1,200 y el 950 AC.

De lo anterior se infiere que, de aceptar la hipótesis de un temprano intercambio

entre los litorales de Meso y Sudamérica, éste se habría llevado a cabo por lo menos en dos

lugares: el Soconusco y el Occidente de México. Ahora bien, dado que la región que ha

presentado con mayor claridad esta ocurrencia cultural es el valle de Colima y la cuenca del

río Salado, se puede postular con cierta certeza que fue a través del valle de Coahuayana

desde donde penetró esta tradición a partir de una suerte de colonización llevada a cabo

desde la costa. En este sentido, la pregunta pertinente es la razón por la cual no se han

reportado hasta ahora materiales Capacha en sitios costeros.

Las respuestas están lejos de ser esbozadas a partir de contextos arqueológicos

controlados, de tal suerte que las hipótesis sugieren que dado que se trataba de grupos

humanos que conocían la agricultura y de que, tal vez, en esa etapa las tierras bajas se

encontraban sumamente enmontadas y poco propicias a la tecnología agrícola que se

poseían en esos momentos, se optó por la búsqueda de tierras más adecuadas. Fue por ello

que remontaron el curso del río con objeto de encontrar escenarios más propicios a sus

formas de vida. Ello explicaría el que sea justo en el eje del río Salado y en el valle de

Colima donde se concentren la mayor parte de las evidencias de cultura material de grupos

humanos de esta tradición.

Esta hipótesis no niega, sin embargo, la posibilidad de que en el futuro se suceda el

hallazgo de algún asentamiento costero en el cual se encuentren materiales tempranos. Por

ello se debe considerar como relevante el proceso de construcción del contexto

arqueológico señalado por Michael Scheffer, el cual señala la multiplicidad de variables

que inciden en la conservación, la contaminación o la destrucción de una asociación

cultural a lo largo del tiempo.24

De cualquier manera, se mencionó ya que las evidencias más tempranas encontradas

en los pocos sitios explorados hasta ahora, se encontraron en Morett, en el cual el

denominado horizonte temprano se ubicó entre el 300 a.C. y el 100 d.C. Si a ello

agregamos el dato recabado por Kelly en el sitio La Paranera, en el valle del Coahuayana,

fechado hacia el 200-170 a.C.(25), la nueva fecha obtenida para este mismo sitio por

Novella (100 a.C.) así como la obtenida para el sitio La Peña (alrededor de 200 d.C.)26

podemos afirmar que hacia el 300 a.C. la costa se encontraba habitada ya por grupos

humanos que practicaban la agricultura, se congregaban en aldeas y mantenían una peculiar

visión del mundo la cual expresaban a través de un ritual mortuorio claramente ligado a los

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desarrollados para ese entonces en el valle de Colima.

En otras palabras, lo que quiero decir es que así como las primeras pautas culturales

parecen haber iniciado a partir del eje constituido por el valle de Colima y la cuenca de los

ríos Salado-Naranjo-Coahuayana, el posterior desarrollo de estas regiones mantuvo una

clara cercanía que parece haberse extendido posteriormente a través de la cuenca del

Armería y alcanzado prácticamente todo el sector norte de la costa, esto es, hasta el mismo

valle de Cihuatlán. Esto se observa con claridad en la cultura material de todas estas

regiones y va de la dispersión de estilos cerámicos similares a la ocurrencia de una

ritualidad funeraria casi idéntica. Sin duda es un momento afortunado en cuanto a que en

esta etapa se sucede la colonización de numerosos espacios propicios a la satisfacción de

necesidades humanas básicas como el acceso a fuentes de agua, tierras fértiles y cercanía a

lugares susceptibles de ofrecer cotos de caza y pesca.

Es probable que esta suerte de unidad cultural se haya propiciado a partir de algunos

centros rectores los cuales se hayan estructurado no tanto a partir de entidades propiamente

políticas sino a partir de una suerte de legitimidad simbólica, sustentada por líderes

carismáticos cuyo saber se encontrara basado en el manejo de la magia y las propiedades de

la herbolaria. Es lamentable el que la falta de estudios y la creciente modificación del

paisaje hayan impedido esclarecer con meridiana claridad los elementos que configuraron

estas sociedades así como las redes de intercambio sobre las cuales los siguientes grupos

construyeron entidades definidas de control económico y político.

Otro factor que debiera ser analizado con mayor detenimiento es la continuidad de

los intercambios con Sudamérica. De algún modo se ha aceptado que ciertos elementos de

lo Capacha llegaron desde el sur a partir de un incipiente intercambio de gente y/o ideas

que impactaron el sustrato cultural de comunidades que al parecer, se iniciaban en la

agricultura como actividad económica principal.27

Estos intercambios parecen haberse

mantenido a todo lo largo de la etapa dominada por los constructores de tumbas de tiro

(fases Ortices y Comala) pues si nos atenemos a los rasgos de las figurillas de estas etapas

los cuales –a pesar de recrear fielmente la indumentaria, los adornos y el peinado– no

suelen llevar ni sandalias, ni bezotes; los hombres no portan escudo redondos sino

cuadrados y las mujeres aún cuando portan enredos no viste ni huipiles ni quechquemitl. En

otras palabras, la moda en su vestir se encuentra más cercana a la existente en la costa de

norte de Perú, Ecuador y Colombia, que a la usada en otras regiones de Mesoamérica.28

Sin

duda es el sustrato sudamericano el que otorga a los materiales tempranos de Colima su

singularidad en el heterogéneo contexto mesoamericano.

Dada la relativa homogeneidad cultural que caracteriza a esta etapa no sólo en el

valle de Colima sino en sus costas (tanto al norte como al sur), las interrogantes son obvias:

¿Existieron centros rectores que organizaron a la sociedad a partir de pautas comunes o sólo

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se trata de manifestaciones culturales que responden a un orden más ideológico que político

y/o económico? El poblamiento y desarrollo de los espacios costeros ¿responde de algún

modo a las necesidades de esta estructura ideológica? ¿Cómo se instrumentaba el orden

comercial a partir de estas pautas?

4). Figurillas de la tradición Ortices Tuxcacuesco características del Eje Armería del centro

y el valle de Colima. Procedentes del área de Tepalcates en Cuyutlán.

Es importante mencionar que esta estructura social relativamente homogénea se

mantuvo –con cambios menores- por los menos 8 siglos (del 300 al 500 d.C.) y que la caída

de Teotihuacán como el gran centro rector de Mesoamérica a lo largo del período Clásico

tuvo efectos sustantivos en su extenso ámbito de influencia. Si bien no existen claras

evidencias relativas a la manera en la cual Colima participó de las pautas culturales

derivadas de la gran metrópoli, indicios tales como los tiestos naranja delgado –la cerámica

elaborada en Teotihuacán- encontrada por Kelly en una tumba saqueada de Chanchopa en

la planicie costera de Tecomán; las representaciones de Huehueteotl reportadas por Hasso

Von Winning29

y la vasija descrita por Matos y Kelly hacia 197030

indican que las

influencias se hicieron sentir principalmente en el oriente de Colima y su costa sur. De

algún modo el equilibrio existente en las regiones mesoamericanas basado en la estructura

comercial de la gran metrópoli les permitió una suerte de autonomía que abonó en el

desarrollo de sus singularidades culturales. Este estado de cosas se trastocó al derrumbarse

su égida económica y política.

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Los movimientos demográficos que caracterizaron al Clásico tardío se observan de

manera clara en la cultura material de los pueblos de Colima. Antes que nada la hasta

entonces poderosa tradición funeraria basada en la construcción de tumbas de turo

desaparece y, con ella, el sustento que legitimaba a sus elites. Las nuevas formas políticas

se sustentaron en un mayor control de la población a partir de rituales y ceremonias que

fueron institucionalizando poco a poco y que requirieron la elaboración de templos

construidos sobre plataformas de bases rectangulares que delineaban plazas en cuyo interior

se podían reunir muchedumbres.

Esta etapa, a pesar de ser un periodo particularmente dinámico para la costa es muy

poco conocido. Ello a pesar de que la constante en los universos de materiales estudiados

en los sitios explorados y descritos por nosotros en párrafos atrás, es la mayormente

representada. Cabe mencionar que debido a que en la cultura material posterior a la etapa

de las tumbas de tiro se dejan de elaborar las bellas terracotas, la elaboración de figurillas

pierde finura y las vasijas y utensilios pierden calidad en acabado y formas, el estudio de

sus grupos humanos ha tenido escasa convocatoria. Esta agravante hizo a la vez, que los

elementos arquitectónicos –así fueran modestos– asociados a estos materiales, no fueran

reportados más que escuetamente provocando que la información que explica este

momento mantenga sesgos que deben ser subsanados. A esta falta de información válida se

debe agregar que a diferencia de otros períodos en los cuales lo que se sabe de regiones

vecinas sirve de referente inmediato para explicar la dinámica local, los referentes son

confusos y poco confiables en buena medida porque el elemento que explica la confusión

se sucede precisamente en los territorios costeros (tanto del norte como del sur).

El cambio de tradiciones cerámicas a partir del 550 d.C. en todo el territorio de

Colima –y en casi todo el Occidente– se ha explicado a partir de oleadas migratorias

procedentes del Noroccidente de México las cuales se habrían imbricado en regiones como

el valle de Atemajac y buena parte del Bajío. De alguna manera estas oleadas propiciaron

cambios que terminaron por llegar a Colima desde diferentes vías. La más temprana se

sucedió por el corredor utilizado desde etapas muy tempranas –probablemente el mismo

por el cual se relacionaron lo Capacha y El Opeño- desde la cuenca del río Lerma y que se

extendió por el río Salado y el valle de Colima. La siguiente pudo haber utilizado esta

misma vía pero a la vez llegó por las partes altas del río Marabasco y el Purificación e

incluso, por los valles costeros. Esta última tradición es la que extendió ampliamente por

las costas de Colima. La complejidad del asunto radica en que la expresión costera de esta

tradición mantiene muchos de los elementos característicos de tradiciones más tempranas

que, sin embargo, son poco conocidas y se encuentran deficientemente fechadas. En otras

palabras, el problema enunciado por Kelly –la ausencia de estudios en esta región– impide

enunciar hipótesis medianamente sólidas.

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En todo caso, el período comprendido a partir del 600 d. C. se caracterizó por ser

una etapa de sensible crecimiento demográfico cuya complejidad social fue lo

suficientemente fuerte como para irradiar su influencias hacia el valle de Colima.

Es en esta etapa cuando se sucede el esplendor de sitios Playa del Tesoro y Morett,

mismos que habrían continuado sus relaciones comerciales con los navegantes provenientes

del sur. Cabe mencionar que fue en esta etapa cuando arribó al Occidente de México el

conocimiento relativo a la manipulación de metales permitiendo el desarrollo de la

tradición Aztatlan misma que impulsará eventos de gran importancia en prácticamente todo

el Occidente y la cual, sin embargo, arribará a Colima hasta el periodo siguiente.

Este punto sin duda es fundamental para entender las razones por las cuales de

algún modo Colima fue quedando por fuera de las principales rutas comerciales que se

estructurarían a partir del ascenso de la tradición Aztatlan. Durante los periodos tempranos

las influencias del sur parecen haber privilegiado las costas de Colima, a partir de las fases

Colima y Armería buena parte de estas influencias se trasladaron a las costas nayaritas. La

explicación de ello puede encontrarse tanto en la propia dinámica social de los pueblos

costeros de Perú, Ecuador y Colombia, como a partir de una modificación climática que

hubiera alterado los bancos de mullu (la concha spondylus) el cual era el producto buscado

por los comerciantes sureños.

El desarrollo de lo Aztatlan sin duda fue posible no sólo al dominio de la metalurgia

sino también gracias también a la disponibilidad de recursos existentes en su entorno

cercano como lo fueron sin duda, los abundantes depósitos de obsidiana del volcán de

Tequila. De tal suerte que su ascenso como pueblo comerciante devino en una suerte de un

linaje colonizador que buscó el control de aquéllos valles en los cuales se producían bienes

susceptibles de ser intercambiados con ganancia. Así, las tierras bajas del Pacífico en las

cuales se producía tabaco, algodón, cacao y sal, entre otros, fueron paulatinamente

controlados por grupos Aztatlan que utilizaron los enlaces matrimoniales con las

respectivas elites gobernantes como una forma de control directo de su economía y su

organización social. Cabe mencionar que las huellas de este control se aprecian a partir de

un manejo iconográfico que se expresa en cerámicas rituales y las cuales se han encontrado

con claridad en el área de El Chavarín en Manzanillo.31

Ahora bien, si el período en el cual el poder económico de Colima prehispánico se

concentró en los asentamientos costeros es poco conocido, lo mismo puede decirse de sus

asentamientos tardíos. Los datos que se tienen proceden en su mayor parte de las fuentes

del siglo XVI exhaustivamente trabajadas por Sauer de las cuales infiere que las tierras

bajas de Colima –en sus límites antiguos- pudieron haber albergado una población

aproximada de doscientos mil habitantes.32

En este sentido los únicos reportes relativos a

esta etapa han sido publicados sólo por Novella para la Costa Norte de Michoacán (y sur de

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Colima).33

Acaso los temas que podrían ser abordados para apoyar la construcción histórica de

este período para Colima, podrían referirse al papel desempeñado por la costa en el

desarrollo de un sistema comercial regional que incluyó la cuenca de Chapala y de Sayula,

los valles de Autlán, Zapotlán, Tuxpan y Tamazula y en el cual el Valle de Colima y el de

Alima, parecen haber tenido una relevancia sustantiva. Por otro lado, no debe perderse de

vista que la cultura material de este período es la que con mayor facilidad se encuentra

pero, también, la que con mayor facilidad se ignora.

5). Figurillas de tradición Mazapa (Clásico tardío), características del centro de México.

Procedentes del área de Tepalcates, Cuyutlán.

Colofón.

6). Figura de tradición local

(Tepalcates). El tipo físico

difiere grandemente de las

tradiciones anteriores.

7). Representación femenina de

tradición local (Tepalcates). En ella se

aprecia no sólo un cuidadoso tocado

sino también la utilización de enredo.

8). Representación femenina de

tradición local (Tepalcates). A

diferencia de la anterior, la

representación enfatiza la desnudez.

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9). Vista de una vasija de Playa del Tesoro (Clásico tardío)

en la cual se aprecia el diseño de la xicalcoiuqui, la renombrada

greca escalonada que representa un símbolo de poder.

Como puede apreciar el lector el estudio de las costas de Colima es una labor que si

bien inició hace varias décadas, no ha logrado concretarse a partir de proyectos de

investigación de largo aliento. Dados los numerosos proyectos que se plantean efectuar en

la región a partir del momento histórico que vive el país y el mundo a causa de la creciente

necesidad de generar y trasladar energía, es claro que la modificación del paisaje y su

concomitante corolario destructivo terminará por arrasar aquellos contextos culturales que

se han conservado milagrosamente del saqueo y de las obras de infraestructura tanto

públicas como privadas. Es deseable que los proyectos de rescate y salvamento

arqueológico tengan cabida en la construcción de la infraestructura planeada como la

panacea del orden energético mundial al cual servimos y el cual podríamos enfrentar si

nuestra identidad recupera la valiosa experiencia de los pueblos del pasado, esos que

construyeron su fortaleza a partir de su respetuosa relación con el medio físico que les

albergaba y que a cambio le ofrecía sus dones y su cobijo. Quizá entonces la lección de

respecto a la Naturaleza no sea letra muerta.

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Referencias:

1.- Ver Servando Ortoll (Comp.), Noticias de un puerto viejo. Manzanillo y sus visitantes. Siglos

XIX-XX, México, Universidad de Colima, Instituto Colimense de Cultura, CNCA, 1996.

2.- Hernán Cortés, “Cuarta carta-relación. 15 de octubre de 1524”, Cartas de Relación, México,

Editorial Porrúa, (Colección Sepan cuantos, núm. 7), 1976, p.184.

3.- Sauer, Carl, Colima or New Spain in the Sixteenth Century, Berkeley y Los Angeles, University

of California Press, (Iberoamericana 29), 1948.

4.- Brand, Donald, Coalcoman and Montines del Oro. An Ex-distrito of Michoacán, Mexico, The

Hague, Institute of Latin American Studies, University of Texas Press, 1960

5.- Acuña, René. “Relación de la Provincia de Zacatula”, Relaciones Geográficas del Siglo XVI:

Michoacán, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, (serie antropológica 74), México,

1987, p. 456.

6.- Acuña, René, “Relación de la Provincia de los Motines”, Relaciones Geográficas del Siglo XVI:

Michoacán..., p.167.

7.- Nettel Ross, Rosa Margarita, El paraíso desolado: despoblación y medios de recuperación de

Colima en la época colonial, Colima, (Serie Pretextos, textos y contextos 6), Archivo Histórico del

Municipio de Colima, 1993. En este mapa observamos sin embargo que solo el poblado de Salagua

(Zalagua) es el único que se encuentra ubicado en la orilla del océano pues el resto de los poblados

se ubicaron, en su gran mayoría, en la planicie costera.

8.- Ver Sauer, 1948; Juan Carlos Reyes Garza, La antigua villa de Colima, siglos XVI a XVIII,

Historia General de Colima, tomo II, México, Gobierno del estado de Colima, CNCA, Universidad

de Colima, tomo II, 1997; Reyes Garza, Juan Carlos, Al pie del volcán. Los indios de Colima en el

virreinato, (colección Historia de los pueblos indígenas de México, Teresa Rojas y Mario Humberto

Ruz coords.), México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología

Social/Instituto Nacional Indigenista/Secretaría de Cultura del estado de Colima, 2000.

9.- Kelly, Isabel, “Ceramic provinces of Northwest Mexico”, El Occidente de México. Cuarta Mesa

Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1948, pp. 55-71.

10.- Op. Cit. p. 61.

11.- Op. Cit. p. 65.

12.- Yadeum, Juan, “Arqueología de la arqueología”, Revista mexicana de estudios antropológicos,

XXIV:II, Sociedad Mexicana de Antropología, p. 155.

13.- Armillas, Pedro, “Arqueología central, occidental y de Guerrero. Informe relator de esta

sección. Provincias arqueológicas”, SMA, Cuarta Mesa Redonda…, op. cit, p.213.

14.- Este punto fue tratado con cierta amplitud en Olay, Ma. Ángeles, Memoria del tiempo. La

arqueología de Colima, Historia General de Colima, tomo I, México, Universidad de Colima,

Gobierno del estado de Colima, CNCA, tomo I, 1997.

15.- Long, Stanley, y Marcia Wire, “Excavations at Barra de Navidad”, Antropológica 18, Caracas,

Venezuela, 1966; Crabtree, Robert H. y R. Jack Fitzwater, “Test excavations at Playa del Tesoro,

Colima, Mexico”, manuscrito, Department of Anthropology, University of California, Los Angeles,

1962. Archivo técnico del INAH, Departamento de Monumentos Prehispánicos, Concesión del 19

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de noviembre de 1960; Meighan, Clement W., Archaeology of the Morett Site, Berkeley y Los

Angeles, University of California Publications in Anthropology, vol. 7, 1972.

16.- Beltrán, José, Los concheros del puerto de Salagua (Playa del Tesoro), México, Escuela

Nacional de Antropología e Historia, Tesis de licenciatura en arqueología, INAH, 1991.

17.- Mata, Samuel, “Informe de los trabajos efectuados en el Lote 16 de Playa del Tesoro,

Manzanillo, Colima”, mecanoescrito, Centro Regional Colima INAH, noviembre de 1991.

18.- Mata, Samuel, “Proyecto de Investigación Arqueológica Bahías de Manzanillo, Colima.

Reconocimiento de Superficie”, Colima, Centro INAH Colima, mecanoescrito, 1997.

19.- López Mestas, Lorenza, “Informe preliminar del Proyecto de Reconocimiento arqueológico del

área de Colimilla-Barra de Navidad, Colima”, mecanoescrito, Centro INAH Colima, 1993.

20.- Brand, Donald, Coalcoman and Montines del Oro. An Ex-distrito of Michoacán, Mexico, The

Hague, Institute of Latin American Studies, University of Texas Press, 1960.

21.- Novella, Roberto, Javier Martínez González y Ma. Antonieta Moguel Cos, La Costa Norte de

Michoacán en la época prehispánica, Oxford, Inglaterra, Bar International Series 1071, 2002.

22.- Kelly, Isabel, Ceramic sequence in Colima: Capacha an early phase, Tucson, Anthropological

Papers of the University of Arizona Press, 1980.

23.- Si bien las cerámicas encontradas en Puerto Marqués en Acapulco (la denominada pox pottery)

y la de Purrón en Tehuacán son consideradas como las más tempranas de Mesoamérica, las

mismas no se insertan propiamente en un complejo cerámico como tal. A ello se debe agregar que

varios autores cuestionan la calidad de los fechamientos efectuados en una etapa en la cual dicha

tecnología no controlaba aún múltiples variantes. Niedemberger, Cristine, “Las sociedades

mesoamericanas: las civilizaciones antiguas y su nacimiento”, en Historia General de América

Latina, Tomo I, Las Sociedades Originarias, Teresa Rojas Rabiela y John Murra (ed), Madrid,

Editorial Trotta S. A., 1999.

24.- Schiffer, Michael B., Behavioral Archaeology, Nueva York, Acadmic Press, 1976.

25.- Kelly, Isabel, Ceramic sequence..., op.cit. p. 4.

26.- Novella, Roberto, Javier Martínez y Ma. Antonieta Moguel, La costa norte…, op.cit. p 225,

ver cuadro 22.

27.- Al respecto se debe mencionar que Joseph B. Mountjoy documentó en la localidad de San Blas

en Nayarit, las actividades de una comunidad costera dedicada a la pesca, la caza y la recolección

con incipientes actividades de molienda y cultivo de maíz. Los contextos explorados se ubicaron en

un área de estero y en la cercanía de fuentes de agua dulce. Justo el hallazgo de este tipo de

contextos en las costas de Colima podría ofrecernos la evidencia necesaria para afirmar que la

región se encontraba habitada por grupos de recolectores y cazadores entre los cuales fructificaron

las ideas e innovaciones de los grupos venidos del sur. Mountjoy, Joseph B., “La Sucesión cultural

en San Blas”, en Boletín del INAH, Primera época, núm. 39, marzo de 1970, pp. 41-49.

28.- Un elemento que abona de manera clara en esta vinculación es el hecho de que el perro sin pelo

desempeñó un papel relevante al interior de la cultura Moche en la costa norte del Perú hacia el 300

d.C. Algunos autores han aceptado que su introducción al Perú se llevó a cabo directamente desde

Colima. Cordy-Collins, Alana, “An un-shaggy dog history”, Natural History 103 (2); 34-41.

29.- Von Winning, Hasso, “Un incensario inusual en Colima”, en Phil Weigand y Eduardo

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Williams (eds.), Arte Prehispánico del Occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán,

Secretaría de Cultura de Jalisco, 1996 b, pp.421-424.

30.- Matos, Eduardo e Isabel Kelly, “Una vasija que sugiere relaciones entre Teotihuacán y

Colima”, Betty Bell (ed.), en The Archaeology of West Mexico, Ajijic, Jalisco, Sociedad de Estudios

Avanzados del Occidente de México, 1974, pp.202-205.

31.- Este dato se obtuvo no a partir de una exploración convencional sino a partir de los deslaves

causados por el Huracán Greg en las laderas bajas colindantes al río Marabasco en el mes de

septiembre de 1999.

32.- Se debe aclarar que el trabajo de Sauer sobre la Colima de la Nueva España incluyó las tierras

altas de Milpa, Autlán y Espuchimilco. Su análisis le permitió estimar que entre éstas y las tierras

bajas existieron alrededor de trescientos mil habitantes “doscientos mil para la costa y tierra

caliente […] y ciento cincuenta mil para las templadas y frescas tierras altas del interior”, Carl

Sauer, Colima de la Nueva España en el siglo XVI, Colima, Gobierno del estado de Colima, 1990,

p. 112-114.

33.- Ver nota 21.