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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BUCARAMANGA Programa de psicología Curso de Teoría psicoanalítica Escrito sobre el método psicoanalítico basado en el texto: Sobre los recuerdos encubridores” (1899) Por: Iris Aleida Pinzón Arteaga Sobre los recuerdos encubridores, Breve esbozo de un saber proceder . “Supongan que un investigador viajero llega a una comarca poco conocida, donde despierta su interés un yacimiento arqueológico en el que hay unas paredes derruidas, unos restos de columnas y de tablillas con unos signos de escritura borrados e ilegibles (…) acaso llevó consigo palas, picos y azadas, y entonces contratará a los lugareños para que trabajen con esos instrumentos, abordará con ellos el yacimiento, removerá el cascajo y por los restos visibles descubrirá lo enterrado” – (Etiología de la histeria- 1896) En el verano de 1897, Freud se embarca, de manera rigurosa, en una singular empresa: la de ponerse en palabras; esto es, la de construir fragmentos de una autobionarración; emprender su autoanálisis causado por el deseo, no sólo de “saber más y mejorsobre aquello que le es propio, sino de esbozar un modo de proceder particular que le permitirá abordar lo psíquico. Así, en Sobre los recuerdos encubridores, texto de 1899, el autor nos ofrece el análisis de un recuerdo de su infancia; ejemplo del que es posible dilucidar algunas puntualizaciones frente a la cuestión del método, la labor del analista y aquello que implica la interpretación en el psicoanálisis; aspectos que serán formalizados en el presente texto. De manera que, Sobre los recuerdos encubridores se inaugura con las siguientes palabras: “Suelo asombrarme cuando olvido algo importante, y acaso todavía más cuando he retenido algo indiferente”; dicho en el que podríamos entrever un deseo de saber, una pregunta por la causa; en éste caso particular, tanto la causa del olvido como la causa que moviliza el recuerdo de algunas vivencias, en apariencia nimias, de la infancia. Ahora bien, el texto denota, además, la realización de un estado de la cuestión, a partir del que Freud

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BUCARAMANGAPrograma de psicología Curso de Teoría psicoanalítica Escrito sobre el método psicoanalítico basado en el texto: “Sobre los recuerdos encubridores” (1899)Por: Iris Aleida Pinzón Arteaga

Sobre los recuerdos encubridores, Breve esbozo de un saber proceder .

“Supongan que un investigador viajero llega a una comarca poco conocida, donde despierta su interés un yacimiento arqueológico en el que hay unas paredes derruidas, unos restos de columnas y de tablillas con unos signos de escritura borrados e ilegibles (…) acaso llevó consigo palas, picos y azadas, y entonces contratará a los lugareños para que trabajen con esos instrumentos, abordará

con ellos el yacimiento, removerá el cascajo y por los restos visibles descubrirá lo enterrado” – (Etiología de la histeria- 1896)

En el verano de 1897, Freud se embarca, de manera rigurosa, en una singular empresa: la de ponerse en palabras; esto es, la de construir fragmentos de una autobionarración; emprender su autoanálisis causado por el deseo, no sólo de “saber más y mejor” sobre aquello que le es propio, sino de esbozar un modo de proceder particular que le permitirá abordar lo psíquico. Así, en Sobre los recuerdos encubridores, texto de 1899, el autor nos ofrece el análisis de un recuerdo de su infancia; ejemplo del que es posible dilucidar algunas puntualizaciones frente a la cuestión del método, la labor del analista y aquello que implica la interpretación en el psicoanálisis; aspectos que serán formalizados en el presente texto.

De manera que, Sobre los recuerdos encubridores se inaugura con las siguientes palabras: “Suelo asombrarme cuando olvido algo importante, y acaso todavía más cuando he retenido algo indiferente”; dicho en el que podríamos entrever un deseo de saber, una pregunta por la causa; en éste caso particular, tanto la causa del olvido como la causa que moviliza el recuerdo de algunas vivencias, en apariencia nimias, de la infancia. Ahora bien, el texto denota, además, la realización de un estado de la cuestión, a partir del que Freud busca dar cuenta de aquello que se ha dicho para ponerle en duda, interrogar lo, supuestamente, evidente o natural, como la explicación del olvido debido a la inmadurez de los procesos psíquicos en el niño; consecuentemente, retoma, de una investigación realizada por V. y C Henri, aquello en lo que ellos no ahondan, la excepción; esto es, el recuerdo infantil de unas impresiones cotidianas e indiferentes, en vez de vivencias simultáneas que, en su momento y según las versiones de otros, parecían haber causado conmoción al niño. Nuevamente, emerge en él la pregunta por la causa: ¿qué justifica el gasto mnémico que genera el recuerdo?; se responde, ha de ser de carácter sustantivo aquello recordado; pero, entonces, ¿por qué lo sustantivo parece haber sido sofocado y conservado lo indiferente?, construye, en éste orden de ideas, una analogía: “dos fuerzas psíquicas han participado en la producción de estos recuerdos: una de ellas toma como motivo la importancia en la vivencia para querer recordarla. Mientras que otra –una resistencia- contraría

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esa singularización. Sobreviene un efecto de compromiso, algo análogo a la formación de una resultante en el paralelogramo de fuerzas”.

Es, precisamente, la invención del importante concepto de compromiso, aquello de lo que el autor se sirve para dar cuenta de, lo que considera, sucede con la imagen mnémica que debía ser originalmente formada; ella es reemplazada por la producción de otra desplazada o descentrada; recuerdo que hallamos insignificante puesto que no es pensado como formado o cincelado a partir del vínculo con otro. Entonces, ¿De dónde ha surgido dicho concepto? Es, en definitiva, un dicho que da sentido a un hecho, un hecho clínico. Ahora, ésta suposición que hace, nos inscribe en las lógicas del discurso, puesto que sólo se tiene acceso a lo recordado a partir de la palabra; desde ésta posición Freud trabaja su propio recuerdo, aquel con el que, como él mismo expone, “no atina a nada”. Nos describe, detalladamente, una cándida escena en un prado de espesa vegetación plagado de dientes de león, notablemente amarillos, en cuyo alto hay una casa campestre desde la que se asoman dos mujeres: una campesina y una niñera. Se ve él, jugando en el prado a recolectar flores con dos de sus primos, abalanzándose, posteriormente y con ayuda de su primo, sobre la prima que lleva en su mano un hermoso ramillete; la niña corre cuesta arriba llorando y, para consolarla, la campesina le da un trozo de pan negro, motivo por el que Freud también se dirige hacia la casa; recibe un gran trozo de pan cuyo sabor le ha parecido exquisito. Una vez dado a conocer el recuerdo, le parece pertinente aclarar que éste sobrevino en un período específico de su vida, alrededor de los 17 años cuando regresa, de vacaciones, a su pueblo natal; así, se autoriza para rememorar, además, parte de su biografía. Pero, dicha rememoración no es meramente un listado de fechas, es una producción discursiva que da cuenta de su subjetividad puesto que al decir algo, también se está dejando de decir. Freud parece saber muy bien esto; no en vano, parte de algunos significantes ofrecidos en la descripción del recuerdo, les toma como indicios que remiten a algo más; así, el pan recibido se colige con el ganarse el pan, cuestión que preocupaba por entonces al autor, y el desflorar a su prima deviene en dos fantasías sobre una vida de bienestar: la de un pasado mejor que le hubiera permitido casarse con una de las hijas de una familia amiga o la de la aceptación de un plan de vida propuesto por el padre, la elección de una ocupación que le permitiera enriquecerse y un matrimonio arreglado con su prima.

Entonces, podríamos preguntarnos, ¿Hasta aquí, qué nos ha enseñado éste caso?, me parece pertinente resaltar que no hay que confundir las puntualizaciones aquí elucidadas con un listado de pasos a seguir; no es del orden de: “primero, partir de una pregunta por la causa; segundo, realizar un estado del arte..”; se trata, más bien, de resaltar la importancia de preguntarse por la excepción; a partir de la que se nos posibilita escuchar los detalles rechazados por la conciencia, como el olvido, y de hacer hablar para producirles una causa, en el orden del discurso.

Ahora bien, resulta sumamente notorio que Freud no cede a la tentación de explicarlo todo sobre el recuerdo, deja algunos elementos sin apuntalar a la fantasía que elucida del mismo; ésta particularidad permite pensar en la interpretación, desde el psicoanálisis, diferenciándole de una explicación con pretensiones de facticidad; puesto que se habla, aquí, de una verdad de otro orden, una verdad psíquica que, además, se construye con el lenguaje y, como ya se había mencionado, en la palabra siempre hay un excedente de sentido, siempre se está diciendo más; un plus que denota, por ejemplo, el uso de la analogía y la metáfora tanto en la formalización del caso como en el trabajo de análisis del mismo . Desde ésta perspectiva puede hacérsenos más comprensible aquello que referencia Miller en Conferencias porteñas, “la interpretación del analista sirve para ese instante y para ese sujeto”.

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Finalmente, a pesar de que un autoanálisis no es un psicoanálisis, el caso permite pensar en la labor del analista; Freud hace preguntas, a su supuesto interlocutor, para que éste elabore, le hace hablar y le escucha; no parte de una fórmula rígida, establecida previamente, sino que juega a localizar el decir del sujeto, su posición frente a aquello que enuncia para ofrecerle un nuevo significante que no obture la producción de saber sino que le suscite. Así como, a manera de ejemplo, en el teatro, un actor ha de estar muy atento; puesto que se trata de escuchar detenidamente lo que el otro dice para leer sus intenciones y poder decir algo que permita continuar con la obra, que dé pie al hablaje del otro, a la construcción de un modo singular de estar en el mundo a partir de un saber que sólo él, el analizante, posee.