No todo lo que brilla es oro.

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No todo lo que Brilla es María José Martínez María Paulina Arango

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Reportaje sobre Frontino Gold Mine, ubicada en Frontinp, Antioquia.

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No todo lo que

Brilla es

María José Martínez

María Paulina Arango

200 años de historia

Todo empezó desde la independencia de Colombia, cuando en

un intento desesperado por liberarnos de los españoles; Co-

lombia buscó ayuda con otros países para poder financiar los

gasto de la guerra de liberación, ahí fue cuando los bancos in-

gleses aparecieron a “socorrernos”, prestándonos una gran

cantidad de dinero. Viéndose esta nueva administración sin na-

da de experiencia en manejar un país, lleno de riquezas pero

sin poder explotarlas, no vio otra salida a este aprieto más

que darle a las

empresas ingle-

sas el derecho a

explotar las mi-

nas que pudie-

ra…

Frontino Gold

Mine fue una de

estas en la que

los ingleses

Manos del un minero sosteniendo la piedra que será molida

para extraer el oro

pudieron extraer el preciado mineral. Por 129 años esta mi-

na estuvo en todo su esplendor, con trabajadores, con ma-

quinaria y grandes ganancias, los ingleses se las ingeniaron

para construir cerca de las minas un mini pueblo con el ob-

jetivo de tener a todos sus trabajadores juntos y contentos;

pero tras la segunda guerra mundial, la reina Isabel II man-

dó a llamar a los ingenieros ingleses que estuvieran en Lati-

noamérica para que ayudaran a su patria, por lo que esta

mina quedó al cuidado de unos cuantos montañeros.

Pero estos montañeros no la cuidaron ni hicieron las refor-

mas necesarias para que esta siguiera en pie, lo cual hizo

que se viniera abajo y

toda la maquinaria

quedara sepultada en

el interior de la mon-

taña del occidente

antioqueño.

69 años después la

mina permanecía ce-

rrada, hasta que en el

2008, a 7 hermanos,

los Arias, habitantes

del sector se les metió

la idea en la cabeza de

abrir nuevamente la

mina para poder Entrada de la mina, un camino angosto, frío y hú-

medo.

tener un ingreso y proporcionar trabajo a los lugareños.

Fue cuando León Arias encontró una guía (la entrada de

la mina) y empezó a sacar la tierra y poner los troncos pa-

ra sostener el túnel, así, se fue turnando con sus otros 6

hermanos para organizar la entrada. Cuenta León, que

cuando tocaba la tierra toda la montaña se estremecía, vi-

braba como tirando a caerse, se le venía la tierra encima y

lo tapaba hasta la cintura –córrale que se le vino- según

los aldeanos, esta mina solo la lograrían abrir si una em-

presa extranjera lo hacía y tal vez eso fue lo que hizo que

le dieran más ganas para abrirla. Fueron 500 metros pla-

nos los que abrió don León para poder llegar al sitio don-

de se empezaba a descender, 500 metros en los que con

maña tuvo que escarbar y poner los troncos con la preci-

sión que solo un minero lo podría saber… hasta llegar a la

escalas, que hace 204 años cuelgan en una inclinación de

90°, un movimiento en falso y serian 120 metros en caída

libre. Según un geólogo africano que habían traído los in-

gleses, cuando llegaran al centro de la mina encontrarían

las vetas color dorado que cambiarían sus vidas, este men-

saje se pasó por generaciones y hoy esta familia busca des-

cifrar cuán cierto es este cuento. Hasta hoy no se ha llega-

do al centro pero esperan que pronto puedan ver ese ras-

tro de metal brillante.

Redacción: María José Martínez.

Bajo Tierra 4:00 a. m. el día empieza con mucha pereza… “verdad que

tenemos que ir a la mina”, dice Juliana que con ánimo nos

despierta pidiendo que nos bañemos… Frontino, Antioquia,

tierra fría, agua fría, no hay calentador… -no hay quien se

bañe, me mojo la cara y me echo perfume (pienso)-, “nadie se

va a dar cuenta”.

Una hora después estamos bajando al parque para encon-

trarnos con una escalera (bus de madera y metal, colorido,

una chiva de las que van por Medellín haciendo fiestas en di-

ciembre). En el parque se encuentran aproximadamente unas

7 personas más esperando.

La Chiva, medio de transporte para dirigirnos hacia la mina.

Llegó, rápidamente las personas se montan, se sientan y si

tienen algún amigo al lado empiezan a conversar, a nuestro

lado se sentó un sujeto conocido como Gorra vieja, un mi-

nero de un yacimiento de oro cercano al que nos dirigimos,

nos cuenta que en esa mina en la que está, el trabajo es duro,

pero que con este puede llevarle el sustento a su familia; em-

pezamos el recorrido subiendo por la montaña y saliendo ya

del área urbana, se ven las estrellas aun mientras un peque-

ño rayo de sol emerge coquetamente por una nube en el ho-

rizonte. La atmósfera en el bus es lúgubre, unos cuantos

murmullos se escuchan acompañados del sonido que hacen

las ruedas del vehículo al tocar las piedras del camino, el hu-

mo del cigarrillo de los pasajeros, la marihuana y un poco de

alcohol de los que aún están ebrios de la noche anterior nos

acompañan en la travesía. Por el camino se va bajando y su-

biendo la gente, no importa dónde te montes el pasaje cues-

ta 5000 pesos.

El paisaje yendo hacia la mina, entre las montañas y la neblina.

“Acá es” dice Don Elías Moreno, pero no hay nada, no se ve

ninguna mina alrededor, “bájese rápido que esta gente tiene

que ir a trabajar…”. Nos metemos por un camino empe-

drado, “todo esto acá era un pueblito que hicieron los ingle-

ses, las casas que hay allá, esas las hicieron ellos, ve el te-

cho… sí, es alto, así los hacían ellos”. Caminamos unos 8

minutos para llegar al lugar planeado… 6:00 a. m. en la mi-

na, ubicada entre dos montañas verdes y un río turbio en el

medio, ya se ve el movimiento de la gente, el arrastre (el

molino) está parado porque ya la piedra del día anterior ya

está molida y el barro está bajando por los paneles que tie-

nen unas hendiduras para que el precioso polvo de oro se

quede ahí, después pasa a la batea que mueven lentamente

para separar el oro de la arena que queda, esta es la acción

de barequiar.

Orlando despejando la canaleta, para que el lodo salga y caiga al rio

7:00 a. m. hora del fiambre. Es la hora del desayuno, nos

disponemos a sacar nuestra comida que se encuentra en-

vuelta en una hoja de via’o que nos empacó la tía de Julia-

na, comemos y compartimos con los otros mineros nues-

tro desayuno, lo cual es todo un ritual de aceptación. Al

finalizar todo está listo para que empecemos la travesía

en el interior de la montaña. -Póngase los cascos y arre-

gle la linterna, en la mina necesita las dos manos libres

porque se tiene que agarrar bien cuando empiece a ba-

jar… y no se preocupe por ensuciarse porque va a quedar

vuelta nada- eran las palabras de un minero que nos

alentaba y miraba curiosamente mientras nos arreglába-

mos para ir.

El arrastre, molino donde se llevan las piedras para ser trituradas .

Mientras nos cuentan la his-

toria de cómo abrieron la

mina, los nervios empiezan

a crecer, pero la expectativa

de ver cómo es se apodera

de nuestros pensamientos

anulando los nervios y el

miedo al encierro; no se pue-

de negar que estos hombres

sean unos verracos, luchar

contra la fuerza de la natu-

raleza, la fuerza de la mon-

taña.

8:00 a.m. la entrada -Agáchese y no toque las paredes, ojo

con golpearse la cabeza y pise donde pisa el compañero de

adelante, camine lento y seguro- dice el minero que nos

acompaña. El camino es angosto, cubierto de troncos hú-

medos que sostienen la tierra para que no se caiga, hay lu-

gares donde el techo es más alto que en otros, lo que hace

que nuestra posición de la espalda cambie constantemen-

te, y generando muchas veces una perspectiva de un cua-

dro de Escher.

Después de unos 100 metros dentro de la montaña, nos

encontramos con una virgen alumbrada con una luz tenue

de vela, ahí, los mineros que nos acompañan, se dan la

bendición y dicen unas palabras casi inentendibles, así que

El arrastre es impulsado con el agua del rio, la

fuerza de la naturaleza.

Inclinación 90°, escaleras para llegar al lugar de las maquinas antiguas, pegadas a la piedra.

seguimos en nuestro recorrido, solo se escuchan los pasos y

la respiración agitada de todos los que vamos. Van y vienen

los cargueros con costales llenos de rocas que serán moli-

das en los arrastres, tenemos que hacer todo tipo de maro-

mas para darles espacio para pasar.

Al llegar al lugar donde se empieza a descender el camino

se vuelve más ancho dejando que todos pudieran ver para

abajo, un túnel sin fondo, un hueco en la tierra como para

llegar al inframundo; una oleada de calor empezó a recorrer

nuestro cuerpo, el olor a humedad nos invadía los pulmo-

nes, bajar por las escaleras hacía que nuestras piernas tem-

blaran, el lodo en los barrotes nos ponía las manos lisas,

¿Cómo tomar fotos? ¡Baaah!, límpiese en los pantalones o

camisa y coja la cámara, ¡capture los momentos precisos!

Baje, baje y baje, siga bajando, cuidado que esa escalera esta

floja… listo, la maquinaria… ahí está, intacta, como si los

204 años que llevan ahí no hubieran pasado…

Mineros bajando por las escaleras fácilmente. Su rutina diaria.

¿Para qué sirve eso? ¿Todavía servirá?, tantas pregun-

tas en tan poquito tiempo, no hay tiempo para respon-

der, siga para abajo allá es donde sacamos las piedras

para partir.

Es el final, ya no hay donde bajar, un camino que nos

lleva más adentro de la montaña, está llena de agua, casi

nos llega a las rodillas, hay mucho ruido por la bomba

que saca el agua por medio de unas mangueras, ese sen-

timiento de lo insignificante que es el ser humano ¿o es

la claustrofobia? No habiendo más es hora de subir.

Bajar fue sencillo, subir, después de todo el trabajo físico

Minero descansando cubierto de barro.

Forma en la que los mineros bajan.

Bajando hacia lo profundo de la mina

que ya habíamos hecho… eso era lo complicado, es el

momento en que todavía no entendemos cómo hacen los

cargueros para hacer ese recorrido 6 o más veces en el

día, llevando a cuestas un costal de piedras con un peso

de alrededor de 10 kilos.

Volviendo por el camino de los 500 metros, ya para salir

de la mina, Nacho, el minero que va tras nosotras nos

comenta que el trabajo de la minería no es algo fácil, no

es algo que cualquiera pueda hacer y que próximamente

dejará de trabajar allí para ponerse a estudiar en el SE-

NA una carrera técnica agropecuaria y termina diciendo

que en las paredes hay arañas…

El carguero, sube y baja por la mina llevando el precioso metal.

¡ARAÑAS!… corra, pise en cualquier parte, tropiécese,

¡hay que salir de ahí como sea!, derribando paredes atrave-

sando troncos… ¡necesito respirar!

Dos horas dentro de la montaña, es hora de salir, ver el

sol, respirar aire puro, que la brisa choque contra las meji-

llas y lavarse las manos, es necesario… no quiero ver el

estado en el que está la cámara… solo con ver mis manos

y la ropa que de mis compañeras lo imagino.

Redacción: María José Martínez.

Piedras con oro, manos del minero, heridas de trabajo.

La casa de uno de los hermanos Arias, vecina a la mina.

Los hermanos viven repartidos en estas casas, son vecinos entre ellos y de la mina.

Trituración manual de las piedras.

Bomba que drena el agua. Entrañas de la mina.

La virgen que acompaña a los mineros dentro de Frontino Gold Mine.

Trabajo en equipo.

Las familias también presentes.

Minero iniciando un nuevo viaje de carga.

Lo que para nosotros, María José y yo, María Paulina,

fue una experiencia única, para muchas personas es el

día a día.

Recorrer fotográficamente este lugar, con sus historias y

personajes fue enriquecedor y emocionante. Nos permi-

tió ampliar nuestro conocimiento y nuestros conceptos

sobre la minería y las formas alternativas de vida en An-

tioquia.

En nuestro ejercicio nos topamos con gente amigable

que nos abrió las puertas de su vida y su trabajo. Los

mineros y los dueños de Frontino Gold Mine, a todos

ellos, Raúl, Nacho, Orlando, Gustavo, Juancho, Alzibal,

León, Adolfo y los demás miembros del equipo, quere-

mos agradecerles. Sin ellos, esta oportunidad no se hu-

biera dado, o al menos no de esta forma.

Por otra parte quién nos contactó con estas personas fue

Juliana Santa Moreno, que junto a su tío Elías Moreno,

fueron nuestros fieles guías y acompañantes en estas

tierras, desconocidas, para nosotras.

Finalmente debemos agradecerle a Wilson Daza la

oportunidad de hacer de un trabajo académico algo que

cruza las fronteras de las aulas, e impulsarnos a llevar-

nos de este ejercicio algo más que una nota.