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NOVIA DE REPUBLICANOS, FRANCESES Y EMPERADORES: LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LA INTERVENCIÓN FRANCESA* Erika Pani INSTITUTO DE INVESTIGACIONES DR. JOSÉ MARÍA LUIS MORA RELACIONES 84, OTOÑO 2000, VOL. XXI

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NOVIA DE REPUBLICANOS, FRANCESESY EMPERADORES : LA C IUDAD DE MÉXICO

DURANTE LA INTERVENCIÓN FRANCESA*

E r i k a P a n iI N S T I T U T O D E I N V E S T I G A C I O N E S D R . J O S É M A R Í A L U I S M O R A

R E L A C I O N E S 8 4 , O T O Ñ O 2 0 0 0 , V O L . X X I

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ara la Historia Patria, 1867 representa una fecha mági-ca. Con el triunfo sobre las huestes invasoras, la Repú-blica mexicana, como escribió Justo Sierra, “había con-quistado el derecho indiscutible e indiscutido dellamarse una nación”.1 Al ascender a la sacra trinidad

legitimadora del Estado mexicano durante el último cuarto del siglo XIX

–Independencia, Reforma, Intervención–, el período entre 1862 y 1867adquirió proporciones míticas. Escribir sobre la Intervención francesaha significado, las más veces, hacer la historia del universal levanta-miento de la nación –con la excepción de dos o tres deleznables traido-res– que expulsó a los franceses que profanaban con su planta el suelopatrio. Esta visión ha marcado no sólo las distintas versiones de la “his-toria nacional”, sino también la historiografía de enfoque más localista.Salvo excepciones notables,2 las historias regionales de la Intervención ydel Imperio se han centrado –y muchas veces se han limitado– a descri-bir los patriotas que fueron los valientes locales en su rechazo a losnefastos franceses.

No obstante, muchos de los historiadores que se han ocupado delImperio, de José María Vigil a José C. Valadés, pasando por, entre otros,Justo Sierra y Manuel Rivera Cambas, han tenido que lidiar con hechosque chocan con esta imagen de bronce, vaciada de una sola pieza, en laque el país entero se rebela en contra de la invasión francesa, o, por lomenos, le hace el feo a los soldados de Napoleón III. Así, estos autorestuvieron que explicar, no sin cierta dificultad, las tumultuosas recep-ciones con las que se recibía a los ejércitos franceses y a la pareja impe-rial; las numerosas actas de adhesión al Imperio; y la participación demuchos liberales moderados en el gobierno de Maximiliano. Las expli-caciones ofrecidas, predecibles, no siempre son satisfactorias: segúnestos autores, sólo la seudoaristocracia mexicana, extranjerizante y ri-dícula, habría participado en el jolgorio de las recepciones. Cuando ad-miten que el “pueblo” estaba presente, se apresuran a asegurar que supresencia no significaba que apoyara a la intervención o al imperio: la

P

* Agradezco los comentarios y sugerencias que me han hecho los lectores y demásautores de este volumen.

1 Sierra, 1970, p. 428.

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¿Cómo explicar estos vaivenes? Al centrar nuestro estudio en la ciu-dad de México, descubrimos una serie de respuestas a la Intervención,quizá menos heroicas que las que describe la Historia Patria, pero mu-cho más complejas, más ricas y más interesantes. Como veremos a con-tinuación, entre 1862 y 1867, en la capital de la nación se jugaron cosascuya importancia fue percibida como más inmediata y palpable que lanebulosa “salvación de la Patria”. Distintos grupos se turnaron en el po-der, se apropiaron de la voz de la ciudad, y ésta asumió posiciones dis-tintas. Sugerimos que son tres los factores que ayudan a explicar laspeculiares reacciones de la ciudad de México ante la invasión de losejércitos de Napoleón III.

En primer lugar, y como telón de fondo a la respuesta de la ciudada la guerra, está el carácter relativamente limitado y contenido de laguerra en el México independiente. El desarrollo –tan difícil de apre-hender– todavía tenue y parcial del nacionalismo dentro de la masa dela población, así como la concepción del honor militar y la solidaridadde clase que compartían oficiales mexicanos y franceses contribuyerona la naturaleza relativamente poco sangrienta y “civilizada” de las con-tiendas militares posteriores a la guerra de Independencia.7

Por otra parte, cabe indicar que, tras el estallido de la guerra de Re-forma en enero de 1858, el país había sido presa de una agitación cons-tante, a la que ahora se superponía una invasión extranjera. Para 1862,el lidiar con los trastornos de una guerra civil subsumida pero siemprelatente se había vuelto ya costumbre para los capitalinos.8 Además, elalto valor simbólico de la capital de cierta manera protegía a “la ciudadque da nombre a la nación”,9 los distintos contendientes siempre inten-taron evitar su destrucción hasta donde fuera posible. El gobierno impe-rial fue incluso más lejos: buscó tranformarla en una capital imperial,cuya belleza y modernidad promovieran la adhesión de los capitalinosal proyecto maximilianista.

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plebe estaba ahí, aclamando a los invasores y al príncipe usurpador,porque el clero le tenía sorbido el seso, o porque, naturalmente, estos ex-tranjeros, uniformados y emperifollados, picaron su curiosidad. Se hadicho también que las tropas francesas arrancaron las actas de adhesiónde las poblaciones a sangre y a fuego. Por su parte, Justo Sierra afirmóque los timoratos liberales moderados, a los que llamó “franceses men-tales”,3 habían estado demasiado apantallados con las glorias del impe-rio de Napoleón III para tener fe en el eventual triunfo de la república,como si la tuvieron los buenos patriotas.

De esta forma, el patrioterismo de la historiografía tradicional sobrela “Segunda guerra de Independencia” ha echado un velo sobre todauna serie de realidades que por tener más que ver con la vida cotidianade las localidades, con los conflictos y las prácticas de poder de sus éli-tes, con el teje y maneje de la supervivencia diaria de cada población,escapan a la lógica de la monumental lucha por la soberanía nacional.Por esto, en este trabajo quisiéramos acercarnos a las vivencias de la ciu-dad de México durante la guerra en contra de la Intervención y del Im-perio. Durante los años entre 1862 y 1867 oímos a la capital hablar convoces muy distintas. Hasta finales de mayo de 1863, la ciudad se dijodispuesta a defenderse del ejército francés hasta el último hombre.Pocos días después, como escribió el General Achille Bazaine de supuño y letra, recibió al ejército francés “con aclamaciones”.4 En junio de1867, la prensa capitalina afirmaba confiada que la guarnición imperialno podría ser vencida por las indisciplinadas fuerzas de Porfirio Díaz.5

El 21 del mismo mes, la ciudad se volcaba, loca de júbilo, para recibir alos republicanos.6

2 Para las acciones del ejército francés en Oaxaca, véase Dabbs, 1963; para Nayarit,véase Meyer, 1984; para la Sierra de Puebla, véase Mallon, 1995; para Tlaxcala, Buve, 1998y Nelen, 1998.

3 Sierra, 1957, pp. 339-340.4 “Historia de la primera división, desde su embarque hasta el nombramiento de su

general como comandante en jefe, el 1 de octubre de 1863”, en García, 1907, tomo XIV,pp.268-269.

5 Véase el mes de junio 1867 del diario El Pájaro Verde.6 Zamacois, 1882, tomo XVIII, parte II, pp. 1644-1645.

7 Fowler, 1996, pp. 16-21.8 Agradezco los comentarios que me hizo, sobre este punto, el doctor Sergio Tamayo.9 La expresión es del doctor Andrés Lira.

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¿Cómo explicar estos vaivenes? Al centrar nuestro estudio en la ciu-dad de México, descubrimos una serie de respuestas a la Intervención,quizá menos heroicas que las que describe la Historia Patria, pero mu-cho más complejas, más ricas y más interesantes. Como veremos a con-tinuación, entre 1862 y 1867, en la capital de la nación se jugaron cosascuya importancia fue percibida como más inmediata y palpable que lanebulosa “salvación de la Patria”. Distintos grupos se turnaron en el po-der, se apropiaron de la voz de la ciudad, y ésta asumió posiciones dis-tintas. Sugerimos que son tres los factores que ayudan a explicar laspeculiares reacciones de la ciudad de México ante la invasión de losejércitos de Napoleón III.

En primer lugar, y como telón de fondo a la respuesta de la ciudada la guerra, está el carácter relativamente limitado y contenido de laguerra en el México independiente. El desarrollo –tan difícil de apre-hender– todavía tenue y parcial del nacionalismo dentro de la masa dela población, así como la concepción del honor militar y la solidaridadde clase que compartían oficiales mexicanos y franceses contribuyerona la naturaleza relativamente poco sangrienta y “civilizada” de las con-tiendas militares posteriores a la guerra de Independencia.7

Por otra parte, cabe indicar que, tras el estallido de la guerra de Re-forma en enero de 1858, el país había sido presa de una agitación cons-tante, a la que ahora se superponía una invasión extranjera. Para 1862,el lidiar con los trastornos de una guerra civil subsumida pero siemprelatente se había vuelto ya costumbre para los capitalinos.8 Además, elalto valor simbólico de la capital de cierta manera protegía a “la ciudadque da nombre a la nación”,9 los distintos contendientes siempre inten-taron evitar su destrucción hasta donde fuera posible. El gobierno impe-rial fue incluso más lejos: buscó tranformarla en una capital imperial,cuya belleza y modernidad promovieran la adhesión de los capitalinosal proyecto maximilianista.

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plebe estaba ahí, aclamando a los invasores y al príncipe usurpador,porque el clero le tenía sorbido el seso, o porque, naturalmente, estos ex-tranjeros, uniformados y emperifollados, picaron su curiosidad. Se hadicho también que las tropas francesas arrancaron las actas de adhesiónde las poblaciones a sangre y a fuego. Por su parte, Justo Sierra afirmóque los timoratos liberales moderados, a los que llamó “franceses men-tales”,3 habían estado demasiado apantallados con las glorias del impe-rio de Napoleón III para tener fe en el eventual triunfo de la república,como si la tuvieron los buenos patriotas.

De esta forma, el patrioterismo de la historiografía tradicional sobrela “Segunda guerra de Independencia” ha echado un velo sobre todauna serie de realidades que por tener más que ver con la vida cotidianade las localidades, con los conflictos y las prácticas de poder de sus éli-tes, con el teje y maneje de la supervivencia diaria de cada población,escapan a la lógica de la monumental lucha por la soberanía nacional.Por esto, en este trabajo quisiéramos acercarnos a las vivencias de la ciu-dad de México durante la guerra en contra de la Intervención y del Im-perio. Durante los años entre 1862 y 1867 oímos a la capital hablar convoces muy distintas. Hasta finales de mayo de 1863, la ciudad se dijodispuesta a defenderse del ejército francés hasta el último hombre.Pocos días después, como escribió el General Achille Bazaine de supuño y letra, recibió al ejército francés “con aclamaciones”.4 En junio de1867, la prensa capitalina afirmaba confiada que la guarnición imperialno podría ser vencida por las indisciplinadas fuerzas de Porfirio Díaz.5

El 21 del mismo mes, la ciudad se volcaba, loca de júbilo, para recibir alos republicanos.6

2 Para las acciones del ejército francés en Oaxaca, véase Dabbs, 1963; para Nayarit,véase Meyer, 1984; para la Sierra de Puebla, véase Mallon, 1995; para Tlaxcala, Buve, 1998y Nelen, 1998.

3 Sierra, 1957, pp. 339-340.4 “Historia de la primera división, desde su embarque hasta el nombramiento de su

general como comandante en jefe, el 1 de octubre de 1863”, en García, 1907, tomo XIV,pp.268-269.

5 Véase el mes de junio 1867 del diario El Pájaro Verde.6 Zamacois, 1882, tomo XVIII, parte II, pp. 1644-1645.

7 Fowler, 1996, pp. 16-21.8 Agradezco los comentarios que me hizo, sobre este punto, el doctor Sergio Tamayo.9 La expresión es del doctor Andrés Lira.

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Por otra parte, también pesó la idiosincrasia particular del gobiernocapitalino. El ayuntamiento de la ciudad representaba una autoridadmenor frente a los poderes nacionales, dedicado antes a prosaícas y ruti-narias actividades administrativas que a grandes cuestiones políticas.No obstante, en un momento de particular inestabilidad a nivel nacio-nal, sus vínculos con la población fueron quizá más íntimos. Como severá, la corporación consideró que debía responder primero a los capi-talinos que a una nación algo indefinida. Este sentido de responsabili-dad ante la ciudadanía capitalina permeó el discurso del ayuntamientoincluso cuando su autoridad no dimanaba de la elección popular, comofue el caso de los ayuntamientos del segundo semestre de 1863, y los de1864 y 1865. Al parecer, independientemente de quién ocupara los car-gos edilicios, y de cómo hubieran llegado a ellos, el gobierno municipalestuvo muy consciente de sus responsabilidades como garante, por en-cima de todo lo demás, de la policía urbana y del buen orden.

No estamos afirmando aquí que durante la Intervención y el Impe-rio el ayuntamiento “representara” a la ciudad en un sentido moderno.No daba voz a los múltiples y diversos actores, tanto individuales comocolectivos, que constituían la compleja realidad capitalina. Alcaldes yregidores no recibían un mandato del electorado. Representaban gruposde poder, dotados de lazos clientelares y estrategias de negociación. Suascenso al gobierno municipal reflejó sobre todo los vaivienes de la pug-na entre los distintos grupos que se disputaban el dominio del Estadonacional. No obstante, como miembros del cuerpo municipal considera-ron estar de alguna manera por encima del contexto político nacional.Como se verá, este cuerpo colegiado, aunque dispuesto a hacer declara-ciones patrióticas y a recaudar impuestos extraordinarios, no sintió quela defensa a muerte de la independencia y soberanía de la nación fuerala tarea prioritaria. La conservación de la ciudad y de su modus vivendisi lo era. Por último, veremos como, para distintos sectores de una élitepolítica escindida, la guerra con Francia no representaba necesariamen-te una pavorosa amenaza a la supervivencia de México como nación in-dependiente. Muchos fueron los que vieron en ella una oportunidadpara modificar a su favor las estructuras de poder.

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UNA GUERRA “AGUADA”10

¿Cómo vivió la población de la ciudad de México los aciagos días de laguerra de Intervención? La capital, a diferencia, por ejemplo, de la ciu-dad de Puebla, no sufrió el ataque directo de los invasores. Incluso, lasoperaciones militares que se llevaron a cabo en sus alrededores apenasfiguran en las historias militares de la Intervención.11 La suerte de la An-gelópolis, tanto frente a los franceses como, pocos años después, frentea los republicanos, iba a determinar la de la capital. El 17 de mayo de1863, a un año casi exacto de la única derrota que infligiera el ejércitomexicano a las armas francesas, caía, tras largo sitio, la “inmortal Zara-goza”. Los “primeros soldados del mundo” emprendieron la marchahacia la capital. Las autoridades capitalinas llevaban ya más de un año–desde enero de 1862, durante los primeros días de la intervención tri-partita– esforzándose por asegurar la resistencia y el apoyo de lapoblación en contra de la invasión. Todo parecía indicar que la ciudadde México sufriría un largo y sangriento sitio. La República, como decíael general Anastasio Parrodi, tenía que “aprestarse para sostener entodo evento su dignidad ultrajada, y los habitantes del Distrito Federalno [ocuparían] el último lugar en esa gloriosa competencia de patrio-tismo y pundonor”.12

No obstante, las patrióticas proclamas oficiales no tuvieron el efectodeseado. A los chilangos les importó poco ocupar un lugar más quemodesto en la “gloriosa competencia” a la que aludía Parrodi. A dife-rencia de lo que exigía el exaltado general, ni empuñaron las armastodos los que podían llevarlas, y menos cooperaron los demás con losservicios que sus circunstancias le permitían prestar.13 Al contrario, la in-sistencia con que se repetían las disposiciones exigiendo la cooperación

10 La expresión es del diario imperialista La Unión, refiriéndose al sitio de la ciudadde México. Véase “Variedades”, en El Pájaro Verde, mayo 13, 1867.

11 Niox, 1874; Santibáñez, 1892; León Toral, 1962.12 Anastasio Parrodi a los habitantes del distrito, enero 16, 1862, en la base de datos

“Bandos de la ciudad de México”, Instituto Mora (en adelante, BD-Bandos), vol. 103-folio10. Agradezco a la doctora Nicole Giron el haberme dado acceso a este material.

13 Anastasio Parrodi a los habitantes del distrito, enero 16, 1862, en BD-Bandos, vol.103-folio 10.

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Por otra parte, también pesó la idiosincrasia particular del gobiernocapitalino. El ayuntamiento de la ciudad representaba una autoridadmenor frente a los poderes nacionales, dedicado antes a prosaícas y ruti-narias actividades administrativas que a grandes cuestiones políticas.No obstante, en un momento de particular inestabilidad a nivel nacio-nal, sus vínculos con la población fueron quizá más íntimos. Como severá, la corporación consideró que debía responder primero a los capi-talinos que a una nación algo indefinida. Este sentido de responsabili-dad ante la ciudadanía capitalina permeó el discurso del ayuntamientoincluso cuando su autoridad no dimanaba de la elección popular, comofue el caso de los ayuntamientos del segundo semestre de 1863, y los de1864 y 1865. Al parecer, independientemente de quién ocupara los car-gos edilicios, y de cómo hubieran llegado a ellos, el gobierno municipalestuvo muy consciente de sus responsabilidades como garante, por en-cima de todo lo demás, de la policía urbana y del buen orden.

No estamos afirmando aquí que durante la Intervención y el Impe-rio el ayuntamiento “representara” a la ciudad en un sentido moderno.No daba voz a los múltiples y diversos actores, tanto individuales comocolectivos, que constituían la compleja realidad capitalina. Alcaldes yregidores no recibían un mandato del electorado. Representaban gruposde poder, dotados de lazos clientelares y estrategias de negociación. Suascenso al gobierno municipal reflejó sobre todo los vaivienes de la pug-na entre los distintos grupos que se disputaban el dominio del Estadonacional. No obstante, como miembros del cuerpo municipal considera-ron estar de alguna manera por encima del contexto político nacional.Como se verá, este cuerpo colegiado, aunque dispuesto a hacer declara-ciones patrióticas y a recaudar impuestos extraordinarios, no sintió quela defensa a muerte de la independencia y soberanía de la nación fuerala tarea prioritaria. La conservación de la ciudad y de su modus vivendisi lo era. Por último, veremos como, para distintos sectores de una élitepolítica escindida, la guerra con Francia no representaba necesariamen-te una pavorosa amenaza a la supervivencia de México como nación in-dependiente. Muchos fueron los que vieron en ella una oportunidadpara modificar a su favor las estructuras de poder.

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UNA GUERRA “AGUADA”10

¿Cómo vivió la población de la ciudad de México los aciagos días de laguerra de Intervención? La capital, a diferencia, por ejemplo, de la ciu-dad de Puebla, no sufrió el ataque directo de los invasores. Incluso, lasoperaciones militares que se llevaron a cabo en sus alrededores apenasfiguran en las historias militares de la Intervención.11 La suerte de la An-gelópolis, tanto frente a los franceses como, pocos años después, frentea los republicanos, iba a determinar la de la capital. El 17 de mayo de1863, a un año casi exacto de la única derrota que infligiera el ejércitomexicano a las armas francesas, caía, tras largo sitio, la “inmortal Zara-goza”. Los “primeros soldados del mundo” emprendieron la marchahacia la capital. Las autoridades capitalinas llevaban ya más de un año–desde enero de 1862, durante los primeros días de la intervención tri-partita– esforzándose por asegurar la resistencia y el apoyo de lapoblación en contra de la invasión. Todo parecía indicar que la ciudadde México sufriría un largo y sangriento sitio. La República, como decíael general Anastasio Parrodi, tenía que “aprestarse para sostener entodo evento su dignidad ultrajada, y los habitantes del Distrito Federalno [ocuparían] el último lugar en esa gloriosa competencia de patrio-tismo y pundonor”.12

No obstante, las patrióticas proclamas oficiales no tuvieron el efectodeseado. A los chilangos les importó poco ocupar un lugar más quemodesto en la “gloriosa competencia” a la que aludía Parrodi. A dife-rencia de lo que exigía el exaltado general, ni empuñaron las armastodos los que podían llevarlas, y menos cooperaron los demás con losservicios que sus circunstancias le permitían prestar.13 Al contrario, la in-sistencia con que se repetían las disposiciones exigiendo la cooperación

10 La expresión es del diario imperialista La Unión, refiriéndose al sitio de la ciudadde México. Véase “Variedades”, en El Pájaro Verde, mayo 13, 1867.

11 Niox, 1874; Santibáñez, 1892; León Toral, 1962.12 Anastasio Parrodi a los habitantes del distrito, enero 16, 1862, en la base de datos

“Bandos de la ciudad de México”, Instituto Mora (en adelante, BD-Bandos), vol. 103-folio10. Agradezco a la doctora Nicole Giron el haberme dado acceso a este material.

13 Anastasio Parrodi a los habitantes del distrito, enero 16, 1862, en BD-Bandos, vol.103-folio 10.

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de la población en la lucha patriótica –notablemente las que concerníanal subsidio de guerra–, y la actitud algo errática del gobierno, ahoracomplaciente, ahora amenazante, sugieren que la población de la capi-tal no se sintió lo suficientemente inspirada o amenazada para solidari-zarse con el esfuerzo de guerra que dirigía el presidente Juárez.

De este modo, en abril de 1862 se decretaba la primera cuota parasubsidiar la guerra, misma que el 14 de junio se reducía a la mitad, ex-ceptuándose además del pago a las “personas menesterosas”.14 De ma-nera similar, en diciembre del mismo año, seis días después de decre-tarse un segundo subsidio, Ignacio Comonfort, general en jefe delEjército del Centro, consciente quizá de que se estaba exigiendo a la po-blación un sacrificio que no estaba dispuesta a hacer, ofrecía hacer “másfácil y menos gravosa” la exhibición de la cuota: los contribuyentes po-drían cubrirla por mitades, y enterar la tercera parte “en armas de mu-nición, en vestuario para el ejército, en tabaco labrado, en hierro, encobre, en plomo, en pólvora en cápsula o en azufre y salitre, en satisfac-ción del Cuartel-Maestre del ejército”.15 El día 15 del mismo mes, en unesfuerzo por “allanar los inconvenientes” de la recaudación, y procu-rando hacer que el subsidio fuera “más proporcional y equitativo”, elgeneral decretaba que una junta revisara las cuotas impuestas. Esta jun-ta estaría conformada por representantes tanto del Estado como de loscontribuyentes: dos empleados, un regidor, un propietario y un comer-ciante.16

Sin embargo, ni el involucrar a los afectados en la revisión de lascuotas, ni las facilidades de pago que se les ofrecieron hicieron que el co-bro del subsidio fuera lo suficientemente eficiente. Por esto, en marzode 1863, el gobernador del Distrito anunciaba que, habiéndose cumpli-do la prórroga concedida, y agotados “cuantos medios [eran] compati-

bles para obtener el cumplimiento de la ley, guardando a los causanteslas prudentes consideraciones”, no tenía más remedio que condenar atodos los causantes varones menores de sesenta años que no cumplie-ran con sus pagos a los tres días de publicado el decreto a servir en elejército por seis meses.17 Y si fue lenta y difícil la recolección de fondospara sufragar los gastos del Ejército del Centro –único cuerpo que, apartir de mayo de 1862, defendía a la capital de los invasores–, el reclu-tamiento de hombres dispuestos a sacrificarse en el altar de la patria lofue aún más. Ante la apatía de la población, el poder público se vioobligado a enganchar al que pudiera: en febrero de 1863, por decreto delgobernador, quedaron obligados a prestar el servicio de las armas todoslos varones que no tuvieran “menos de dieciocho ni más de sesenta”.Aquellos que no pudieran entrar al servicio activo tendrían que sufra-gar los gastos de estas “fuerzas populares”.18

En estas circunstancias, no debe sorprender que, ante la inminentellegada de los franceses, el gobierno de Benito Juárez, desesperado,recurriera a la leva descarada. El lunes 25 de mayo, comisiones militaresy de policía recogieron a nueve mil hombres –según testimonio delMonitor republicano– de las calles de la ciudad. Nunca, comentaría sar-donicamente un periódico conservador,

la igualdad republicana se [había ostentado] tan esplendorosamente,[codeándose y encogiéndose] bajo la amenazante vara del cabo, artesanos,obreros, criados domésticos, indígenas vendedores de pollos y carbón, cole-giales imberbes, propietarios, cargadores, aguadores, panaderos, sacerdo-tes, regidores, generales, jefes de policía y hasta diputados.19

Sin el apoyo pecunario y militar de los estados, falto de recursospara armar a esta fuerza recién levantada y poco confiable, el presiden-te Juárez optó por no “llevar hasta lo último el pensamiento de defen-

14 José María González Mendoza a los habitantes del distrito, junio 14, 1862, en BD-Bandos, vol. 56-folio 10. Toda persona que pagara cuatro pesos o menos de renta queda-ba exceptuada del pago del subsidio.

15 Ignacio Comonfort a los habitantes del distrito, diciembre 6, 1862, en BD-Bandos,vol. 56-folio 207.

16 Ignacio Comonfort a los habitantes del distrito, diciembre 15, 1862, en BD-Bandos,vol. 56-folio 214.

17 Ponciano Arriaga a los habitantes del distrito, marzo 6, 1863, en BD-Bandos, vol. 57-folio 39.

18 Ponciano Arriaga a los habitantes del distrito, febrero 7, 1863, en BD-Bandos, vol.57-folio 60.

19 “Ultimos sucesos en México,” en La Sociedad, junio 27, 1863.

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de la población en la lucha patriótica –notablemente las que concerníanal subsidio de guerra–, y la actitud algo errática del gobierno, ahoracomplaciente, ahora amenazante, sugieren que la población de la capi-tal no se sintió lo suficientemente inspirada o amenazada para solidari-zarse con el esfuerzo de guerra que dirigía el presidente Juárez.

De este modo, en abril de 1862 se decretaba la primera cuota parasubsidiar la guerra, misma que el 14 de junio se reducía a la mitad, ex-ceptuándose además del pago a las “personas menesterosas”.14 De ma-nera similar, en diciembre del mismo año, seis días después de decre-tarse un segundo subsidio, Ignacio Comonfort, general en jefe delEjército del Centro, consciente quizá de que se estaba exigiendo a la po-blación un sacrificio que no estaba dispuesta a hacer, ofrecía hacer “másfácil y menos gravosa” la exhibición de la cuota: los contribuyentes po-drían cubrirla por mitades, y enterar la tercera parte “en armas de mu-nición, en vestuario para el ejército, en tabaco labrado, en hierro, encobre, en plomo, en pólvora en cápsula o en azufre y salitre, en satisfac-ción del Cuartel-Maestre del ejército”.15 El día 15 del mismo mes, en unesfuerzo por “allanar los inconvenientes” de la recaudación, y procu-rando hacer que el subsidio fuera “más proporcional y equitativo”, elgeneral decretaba que una junta revisara las cuotas impuestas. Esta jun-ta estaría conformada por representantes tanto del Estado como de loscontribuyentes: dos empleados, un regidor, un propietario y un comer-ciante.16

Sin embargo, ni el involucrar a los afectados en la revisión de lascuotas, ni las facilidades de pago que se les ofrecieron hicieron que el co-bro del subsidio fuera lo suficientemente eficiente. Por esto, en marzode 1863, el gobernador del Distrito anunciaba que, habiéndose cumpli-do la prórroga concedida, y agotados “cuantos medios [eran] compati-

bles para obtener el cumplimiento de la ley, guardando a los causanteslas prudentes consideraciones”, no tenía más remedio que condenar atodos los causantes varones menores de sesenta años que no cumplie-ran con sus pagos a los tres días de publicado el decreto a servir en elejército por seis meses.17 Y si fue lenta y difícil la recolección de fondospara sufragar los gastos del Ejército del Centro –único cuerpo que, apartir de mayo de 1862, defendía a la capital de los invasores–, el reclu-tamiento de hombres dispuestos a sacrificarse en el altar de la patria lofue aún más. Ante la apatía de la población, el poder público se vioobligado a enganchar al que pudiera: en febrero de 1863, por decreto delgobernador, quedaron obligados a prestar el servicio de las armas todoslos varones que no tuvieran “menos de dieciocho ni más de sesenta”.Aquellos que no pudieran entrar al servicio activo tendrían que sufra-gar los gastos de estas “fuerzas populares”.18

En estas circunstancias, no debe sorprender que, ante la inminentellegada de los franceses, el gobierno de Benito Juárez, desesperado,recurriera a la leva descarada. El lunes 25 de mayo, comisiones militaresy de policía recogieron a nueve mil hombres –según testimonio delMonitor republicano– de las calles de la ciudad. Nunca, comentaría sar-donicamente un periódico conservador,

la igualdad republicana se [había ostentado] tan esplendorosamente,[codeándose y encogiéndose] bajo la amenazante vara del cabo, artesanos,obreros, criados domésticos, indígenas vendedores de pollos y carbón, cole-giales imberbes, propietarios, cargadores, aguadores, panaderos, sacerdo-tes, regidores, generales, jefes de policía y hasta diputados.19

Sin el apoyo pecunario y militar de los estados, falto de recursospara armar a esta fuerza recién levantada y poco confiable, el presiden-te Juárez optó por no “llevar hasta lo último el pensamiento de defen-

14 José María González Mendoza a los habitantes del distrito, junio 14, 1862, en BD-Bandos, vol. 56-folio 10. Toda persona que pagara cuatro pesos o menos de renta queda-ba exceptuada del pago del subsidio.

15 Ignacio Comonfort a los habitantes del distrito, diciembre 6, 1862, en BD-Bandos,vol. 56-folio 207.

16 Ignacio Comonfort a los habitantes del distrito, diciembre 15, 1862, en BD-Bandos,vol. 56-folio 214.

17 Ponciano Arriaga a los habitantes del distrito, marzo 6, 1863, en BD-Bandos, vol. 57-folio 39.

18 Ponciano Arriaga a los habitantes del distrito, febrero 7, 1863, en BD-Bandos, vol.57-folio 60.

19 “Ultimos sucesos en México,” en La Sociedad, junio 27, 1863.

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der la capital”.20 Cargó con los archivos y evacuó la ciudad el 31 demayo de 1863. Según Niceto de Zamacois, historiador partidario del Im-perio, al día siguiente, no quedaba en la capital un solo soldado repu-blicano.21

¿Por qué esta aparente impasibilidad, esta indiferencia de la ciudadde México ante “la más injusta invasión que [registraban] los anales delmundo”?22 La pachorra de los habitantes de la capital sorprende aúnmás si se considera la severidad de la ley para castigar los delitos encontra de la independencia y seguridad de la nación, publicada el 2 defebrero de 1863: tan solo el esparcir “noticias falsas, alarmantes o que[debilitaran] el entusiasmo público” debía castigarse con ocho años depresidio.23 ¿Por qué entonces permanecían impávidos los capitalinos?¿No temían “el oprobio de la conquista”?24 ¿Qué estaba pasando? Porun lado, como ya se ha mencionado y como se verá más tarde, para cier-tos sectores de la clase política, la defensa de la Patria no significaba sos-tener al gobierno de Juárez, ni a la Constitución de 1857 y menos a lasleyes de Reforma. En 1863, la identificación de la causa nacional con larepublicana no se hacía de manera automática. Por el otro, pareceríaque la “guerra sangrienta”, la “terrible crisis” en la que se ahogaba elMéxico independiente fue percibida, al ras del suelo, como menos peli-grosa de lo que la pintaban los funcionarios republicanos.

Como ya se ha mencionado, la capital prácticamente no sufrió encarne propia los horrores de la guerra. Tras la salida del gobierno deJuárez fue ocupada pacíficamente, unos días después, por las tropasfrancesas. La transición del poder republicano al intervencionista se dio

dentro de un “orden [...] inalterable”.25 La ciudad cambió de gobierno, eincluso prácticamente de carácter, sin que su población se inmutara mu-cho. Así, durante los días que precedieron a la entrada del ejército inter-ventor, México revivió el ambiente empapado de religiosidad que reina-ba en la ciudad antes del triunfo del partido de la Reforma: las iglesiashicieron “antiguo uso de sus campanas” y los sacerdotes se pasearonpor las calles en traje talar. Pero ni esto, ni aún los esfuerzos de los ma-yordomos de los antiguos conventos para desalojar a los nuevos habi-tantes de estos edificios causaron mayor barullo.26 La urbe que según elayuntamiento de 1863 había sido “el corazón que [había] dado la vida,la animación y los recursos” a la lucha en contra de Francia,27 esperabaa los invasores sumida “en un profundo silencio”,28 para después, segúntestimonios franceses, recibir a los soldados de Magenta y Solferino conarcos de triunfo, flores y “un entusiasmo cercano al delirio”.29

Los franceses ocuparon la capital durante más de tres años. La res-puesta de la población a la presencia de soldados extranjeros fue com-pleja. Por un lado, los capitalinos resintieron el tener que alojarlos ensus casas –a razón de un cuarto por cada señor teniente y subteniente,dos para los capitanes y tres para los jefes superiores–.30 El problema delos alojamientos se convertiría en la pesadilla recurrente del ayunta-miento de la capital imperial. Aquellos ciudadanos que recibieron a

20 Todavía el 28 de mayo, El Siglo XIX afirmaba que tanto Juárez como el generalGarza permanecían firmes en su decisión de defender la capital. “Noticias nacionales”,en El Siglo XIX, mayo 28, 1863

21 Zamacois, 1882, tomo XVI, p. 499.22 La expresión es del ayuntamiento, “El Ayuntamiento de México a sus conciuda-

danos,” enero 24, 1863, en Archivo Histórico de la Ciudad de México (en adelante AHCM),vol.2269, exp.13.

23 En BD-Bandos, vol. 55-folio 10.24 La expresión es de Ponciano Arriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en

BD-Bandos, vol. 241-folio 21.

25 Según el destacado liberal moderado Mariano Riva Palacio, testigo ocular de loshechos. Diario, mayo 31-junio 8, 1863, en Nettie Lee Benson Austin, Latin AmericanLibrary, Universidad de Texas (en adelante, Benson, UT-Austin), Mariano Riva PalacioPapers, #7561.

26 Diario, mayo 31-junio 8, 1863, en Benson, UT-Austin, Mariano Riva Palacio Papers,#7561.

27 “El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AHCM, vol.2269, exp. 13.

28 Diario, mayo 31-junio 8, 1863, en Benson, UT-Austin, Mariano Riva Palacio Papers,#7561.

29 Carta de Élie Forey al Ministro de Guerra, junio 10, 1863. El comandante añade,“con el corazón todo emocionado” que “los soldados de Francia habían sido literalmenteaplastados por las coronas y los ramos de flores”. Citado en Niox, 1874, p. 288. Véasetambién Lecaillon, 1994, pp. 69-72.

30 Decreto de junio 15, 1863, en Rhi Sausi, 1996.

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der la capital”.20 Cargó con los archivos y evacuó la ciudad el 31 demayo de 1863. Según Niceto de Zamacois, historiador partidario del Im-perio, al día siguiente, no quedaba en la capital un solo soldado repu-blicano.21

¿Por qué esta aparente impasibilidad, esta indiferencia de la ciudadde México ante “la más injusta invasión que [registraban] los anales delmundo”?22 La pachorra de los habitantes de la capital sorprende aúnmás si se considera la severidad de la ley para castigar los delitos encontra de la independencia y seguridad de la nación, publicada el 2 defebrero de 1863: tan solo el esparcir “noticias falsas, alarmantes o que[debilitaran] el entusiasmo público” debía castigarse con ocho años depresidio.23 ¿Por qué entonces permanecían impávidos los capitalinos?¿No temían “el oprobio de la conquista”?24 ¿Qué estaba pasando? Porun lado, como ya se ha mencionado y como se verá más tarde, para cier-tos sectores de la clase política, la defensa de la Patria no significaba sos-tener al gobierno de Juárez, ni a la Constitución de 1857 y menos a lasleyes de Reforma. En 1863, la identificación de la causa nacional con larepublicana no se hacía de manera automática. Por el otro, pareceríaque la “guerra sangrienta”, la “terrible crisis” en la que se ahogaba elMéxico independiente fue percibida, al ras del suelo, como menos peli-grosa de lo que la pintaban los funcionarios republicanos.

Como ya se ha mencionado, la capital prácticamente no sufrió encarne propia los horrores de la guerra. Tras la salida del gobierno deJuárez fue ocupada pacíficamente, unos días después, por las tropasfrancesas. La transición del poder republicano al intervencionista se dio

dentro de un “orden [...] inalterable”.25 La ciudad cambió de gobierno, eincluso prácticamente de carácter, sin que su población se inmutara mu-cho. Así, durante los días que precedieron a la entrada del ejército inter-ventor, México revivió el ambiente empapado de religiosidad que reina-ba en la ciudad antes del triunfo del partido de la Reforma: las iglesiashicieron “antiguo uso de sus campanas” y los sacerdotes se pasearonpor las calles en traje talar. Pero ni esto, ni aún los esfuerzos de los ma-yordomos de los antiguos conventos para desalojar a los nuevos habi-tantes de estos edificios causaron mayor barullo.26 La urbe que según elayuntamiento de 1863 había sido “el corazón que [había] dado la vida,la animación y los recursos” a la lucha en contra de Francia,27 esperabaa los invasores sumida “en un profundo silencio”,28 para después, segúntestimonios franceses, recibir a los soldados de Magenta y Solferino conarcos de triunfo, flores y “un entusiasmo cercano al delirio”.29

Los franceses ocuparon la capital durante más de tres años. La res-puesta de la población a la presencia de soldados extranjeros fue com-pleja. Por un lado, los capitalinos resintieron el tener que alojarlos ensus casas –a razón de un cuarto por cada señor teniente y subteniente,dos para los capitanes y tres para los jefes superiores–.30 El problema delos alojamientos se convertiría en la pesadilla recurrente del ayunta-miento de la capital imperial. Aquellos ciudadanos que recibieron a

20 Todavía el 28 de mayo, El Siglo XIX afirmaba que tanto Juárez como el generalGarza permanecían firmes en su decisión de defender la capital. “Noticias nacionales”,en El Siglo XIX, mayo 28, 1863

21 Zamacois, 1882, tomo XVI, p. 499.22 La expresión es del ayuntamiento, “El Ayuntamiento de México a sus conciuda-

danos,” enero 24, 1863, en Archivo Histórico de la Ciudad de México (en adelante AHCM),vol.2269, exp.13.

23 En BD-Bandos, vol. 55-folio 10.24 La expresión es de Ponciano Arriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en

BD-Bandos, vol. 241-folio 21.

25 Según el destacado liberal moderado Mariano Riva Palacio, testigo ocular de loshechos. Diario, mayo 31-junio 8, 1863, en Nettie Lee Benson Austin, Latin AmericanLibrary, Universidad de Texas (en adelante, Benson, UT-Austin), Mariano Riva PalacioPapers, #7561.

26 Diario, mayo 31-junio 8, 1863, en Benson, UT-Austin, Mariano Riva Palacio Papers,#7561.

27 “El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AHCM, vol.2269, exp. 13.

28 Diario, mayo 31-junio 8, 1863, en Benson, UT-Austin, Mariano Riva Palacio Papers,#7561.

29 Carta de Élie Forey al Ministro de Guerra, junio 10, 1863. El comandante añade,“con el corazón todo emocionado” que “los soldados de Francia habían sido literalmenteaplastados por las coronas y los ramos de flores”. Citado en Niox, 1874, p. 288. Véasetambién Lecaillon, 1994, pp. 69-72.

30 Decreto de junio 15, 1863, en Rhi Sausi, 1996.

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franceses en sus casas acudían constantemente a las autoridades muni-cipales para que se les indeminazara de los perjuicios que habían sufri-do sus propiedades durante la ocupación.31 En octubre de 1863, sólocuatro meses después de la tan vitoreada entrada del ejército interven-tor, el ayuntamiento, abrumado, reclamaba “una ley, para sujetarse aella, sin más consideración que su resultado”, para poder dar solucióna “más de ciento y tantas reclamaciones”.32

Consecuentemente, para hacer menos amargo el trago de los aloja-mientos, se pagaba pensión completa a las familias que daban techo alos franceses. Para este objeto, la oficina del ocho al millar administrabaveinte mil pesos al mes. Pero esto no solucionaba el problema. En di-ciembre de 1866, los regidores y el alcalde municipal, Ignacio Triguerosdeploraban el papel que desempeñaba en este asunto la corporación.Consideraban que esta tarea les era “muy perjudicial,” pues era “huma-namente [...] imposible proporcionar tan enorme cantidad cuando hastalas casas de caridad [estaban] desatendidas” y porque “bajo el punto devista político sería inconveniente y poco procedente obligar hoy a losvecinos a dar alojamiento” al ejército francés, cuando éste gozaba “detan pocas simpatías”.33

Es obvio entonces que a los capitalinos les disgustaba tener a losfranceses metidos en la casa, y tener, además, que costearles la estancia.Así, según el soldado austriaco Ernst Pitner, los franceses eran odiadosen la ciudad “como el mismo demonio”.34 Incluso, en noviembre de1866, el mariscal Bazaine ordenó se cerrara un teatro ambulante que sehabía instalado en la Plaza de Armas, pues el público gritaba “¡muera!”cuando se presentaba la imagen de Napoleón III.35 Sin embargo, las rela-ciones –o por lo menos las públicas– entre el ejército intervencionista yla población de la capital mejorarían progresivamente. Para congraciar-

se con la ciudadanía, los franceses ordenaron que las bandas de músicamilitar tocaran en la Alameda, en el Zócalo y en otros paseos públicostres veces por la semana. A estos conciertos asistían, según el príncipeCarl Kevenhuller, “todas las mujeres elegantes” de la ciudad,36 reunién-dose ahí, a decir del chismoso de José Luis Blasio, joven secretario pri-vado del emperador, con los oficiales franceses, hombres “como todaslas gentes de su raza, alegres, decidores, galantes y muy atentos con lasdamas y señoritas”. Así, entre músicas militares y galanteos, parecía rei-nar en la ciudad ocupada por los franceses “la más completa alegría”.37

Parecería inclusive que para la élite capitalina, independientementede sus inclinaciones políticas, la fraternización con los oficiales –hijos dela culta Francia, y güeros para rematar– era prácticamente obligatoria.Manuel Romero de Terreros, marqués de San Francisco y ardiente repu-blicano, había abandonado el país a la llegada de las fuerzas interven-cionistas para, entre otras cosas, evitarse “los compromisos y embarazosque se ocasionarían a un padre de familia, admitiendo o rehusando lasrelaciones con la oficialidad francesa”.38 Muy sonado fue el caso de dosseñoritas bien que prácticamente se desgreñaron en plena Alameda porel amor de uno de los invasores, haciendo el agosto de La Orquesta, quedescribió carcajeada como “dos señoras/ se transformaron en buitres/siendo palomas”, rodando por el suelo flores y postizos y quedando“vueltas arriba/ llevadas al acaso/ las crinolinas”.39 La aguda pluma deGuillermo Prieto haría trizas lo que veía como el absurdo malinchismode aquellos padres que se dedicaron a alcahuetear para que sus hijas secasaran con un oficial francés

31 Véase AHCM, vol. 2271, exps. 128, 129, 130, 132, 134.32 De Carlos Robles al prefecto municipal, octubre 30, 1863, en AHCM, vol. 2271, exp.

128.33 Del Alcalde Municipal al prefecto, diciembre 9, 1866, en AHCM, vol. 2271, exp. 142.

Lo referente a la poca popularidad de los franceses aparece tachado en el documento.34 Pitner, 1993, p. 45.35 Santibáñez, 1892, vol. I, p. 450.

36 Hamman, 1989, p. 166.37 Blasio, 1956, p. 113.38 Carta de José Ignacio Palomo y Montúfar a Manuel Romero de Terreros, México,

mayo 27, 1865, en Romero de Terreros, 1926, p. 71.39 Cartas de Mariano Riva Palacio y José Ignacio Palomo a Manuel Romero de Terre-

ros, México, julio 23, julio 26 y agosto 10, 1865, en Romero de Terreros, 1926, p. 79-81. “Eldiablo en la Alameda”, en La Orquesta, julio 22, 1865.

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franceses en sus casas acudían constantemente a las autoridades muni-cipales para que se les indeminazara de los perjuicios que habían sufri-do sus propiedades durante la ocupación.31 En octubre de 1863, sólocuatro meses después de la tan vitoreada entrada del ejército interven-tor, el ayuntamiento, abrumado, reclamaba “una ley, para sujetarse aella, sin más consideración que su resultado”, para poder dar solucióna “más de ciento y tantas reclamaciones”.32

Consecuentemente, para hacer menos amargo el trago de los aloja-mientos, se pagaba pensión completa a las familias que daban techo alos franceses. Para este objeto, la oficina del ocho al millar administrabaveinte mil pesos al mes. Pero esto no solucionaba el problema. En di-ciembre de 1866, los regidores y el alcalde municipal, Ignacio Triguerosdeploraban el papel que desempeñaba en este asunto la corporación.Consideraban que esta tarea les era “muy perjudicial,” pues era “huma-namente [...] imposible proporcionar tan enorme cantidad cuando hastalas casas de caridad [estaban] desatendidas” y porque “bajo el punto devista político sería inconveniente y poco procedente obligar hoy a losvecinos a dar alojamiento” al ejército francés, cuando éste gozaba “detan pocas simpatías”.33

Es obvio entonces que a los capitalinos les disgustaba tener a losfranceses metidos en la casa, y tener, además, que costearles la estancia.Así, según el soldado austriaco Ernst Pitner, los franceses eran odiadosen la ciudad “como el mismo demonio”.34 Incluso, en noviembre de1866, el mariscal Bazaine ordenó se cerrara un teatro ambulante que sehabía instalado en la Plaza de Armas, pues el público gritaba “¡muera!”cuando se presentaba la imagen de Napoleón III.35 Sin embargo, las rela-ciones –o por lo menos las públicas– entre el ejército intervencionista yla población de la capital mejorarían progresivamente. Para congraciar-

se con la ciudadanía, los franceses ordenaron que las bandas de músicamilitar tocaran en la Alameda, en el Zócalo y en otros paseos públicostres veces por la semana. A estos conciertos asistían, según el príncipeCarl Kevenhuller, “todas las mujeres elegantes” de la ciudad,36 reunién-dose ahí, a decir del chismoso de José Luis Blasio, joven secretario pri-vado del emperador, con los oficiales franceses, hombres “como todaslas gentes de su raza, alegres, decidores, galantes y muy atentos con lasdamas y señoritas”. Así, entre músicas militares y galanteos, parecía rei-nar en la ciudad ocupada por los franceses “la más completa alegría”.37

Parecería inclusive que para la élite capitalina, independientementede sus inclinaciones políticas, la fraternización con los oficiales –hijos dela culta Francia, y güeros para rematar– era prácticamente obligatoria.Manuel Romero de Terreros, marqués de San Francisco y ardiente repu-blicano, había abandonado el país a la llegada de las fuerzas interven-cionistas para, entre otras cosas, evitarse “los compromisos y embarazosque se ocasionarían a un padre de familia, admitiendo o rehusando lasrelaciones con la oficialidad francesa”.38 Muy sonado fue el caso de dosseñoritas bien que prácticamente se desgreñaron en plena Alameda porel amor de uno de los invasores, haciendo el agosto de La Orquesta, quedescribió carcajeada como “dos señoras/ se transformaron en buitres/siendo palomas”, rodando por el suelo flores y postizos y quedando“vueltas arriba/ llevadas al acaso/ las crinolinas”.39 La aguda pluma deGuillermo Prieto haría trizas lo que veía como el absurdo malinchismode aquellos padres que se dedicaron a alcahuetear para que sus hijas secasaran con un oficial francés

31 Véase AHCM, vol. 2271, exps. 128, 129, 130, 132, 134.32 De Carlos Robles al prefecto municipal, octubre 30, 1863, en AHCM, vol. 2271, exp.

128.33 Del Alcalde Municipal al prefecto, diciembre 9, 1866, en AHCM, vol. 2271, exp. 142.

Lo referente a la poca popularidad de los franceses aparece tachado en el documento.34 Pitner, 1993, p. 45.35 Santibáñez, 1892, vol. I, p. 450.

36 Hamman, 1989, p. 166.37 Blasio, 1956, p. 113.38 Carta de José Ignacio Palomo y Montúfar a Manuel Romero de Terreros, México,

mayo 27, 1865, en Romero de Terreros, 1926, p. 71.39 Cartas de Mariano Riva Palacio y José Ignacio Palomo a Manuel Romero de Terre-

ros, México, julio 23, julio 26 y agosto 10, 1865, en Romero de Terreros, 1926, p. 79-81. “Eldiablo en la Alameda”, en La Orquesta, julio 22, 1865.

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Ya vino el güerito, me alegro infinito,¡Ay hija! ¡qué gusto que vino el francés!Ya el francés manda en la casa Y le quitan los sombreros;¡Cosas de los extranjeros!Dicen cuando se propasa,Come el güerito sin tasa,Y cuando piensan que yerra,Exclaman: ¡Si por su tierraSon las cosas al revés![...] Ya vino el güerito, me alegro infinito,¡Ay hija! te pido por yerno un francés.40

En este aspecto, cabe destacar la manera en que las divertidas esto-cadas de la prensa satírica en contra de los aliados e imitadores de la“culta Francia” alimentaron y dieron forma a un imaginario nacionalis-ta todavía embriónico.41 La Orquesta, por ejemplo, se dedicó a pegarle endonde más dolía a los machos mexicanos que cedían ante las tenta-ciones del savoir faire parisino. Esta publicación se burlaría en repetidasocasiones de “ciertos maniquís” que consideraban que “en México todoes malo” y que “por desgracia nacieron/ No en otra parte que aquí”.42

Estos elegantes hacían el ridículo “[parlando] il idioma/ de Lamartin”,y usando “cascarilla/ para su rostro emblanquecer”.43 Al “lechugino”vestido de frac –”bicho-manso/ que del mono tiene mucho/ es nieto delaguilucho/ y primo hermano del ganso”–44 La Orquesta contraponía almexicano auténtico, barbado, sin complejos, vestido con traje popular–”sombrerote” y “calzoneras/ de plateados broches”–, que comía “pene-ques/ y ricos frijoles/ y un pulque curado/ que al verlo se antoje”, y vi-

vía “a sus anchas”, sin “ficciones”.45 Para el periódico de ConstantinoEscalante, los afrancesados no sólo eran grotescos; los hombres de lacorte

parecen damas [...]caminan por la Alamedamuy tiesos y derechitoscon los cabellos rizadosy los bigotes torcidosUsan grandes levitonesy si el cuerpo tienen chicoparece que llevan enaguasAnda que esto es primorosoencantador, divertido.46

Así, pobre de aquel que por darse un barniz de civilización desdeñaba“lo mexicano” y caía en las garras de La Orquesta. No sólo era un malpatriota; perdía incluso su virilidad; convirtiéndose, según la lapidariaexpresión de “Fidel”, en un “mari-macho [...] Flor de París”.47

De esta forma, hasta los últimos días del Imperio, la ciudad de Mé-xico siguió viviendo dentro de este ambiente de inalterada cotidianidady tensiones subsumidas; de hostilidades latentes y ataques sordos entregrupos políticos, disfrazados de ironía caricaturesca. La ciudad perma-neció además de cierta manera aislada del acontecer nacional. A pesarde haber presenciado el abandono de las tropas francesas, el recrudeci-miento de la guerra y la salida de Maximiliano para ponerse al frentedel ejército imperial, la “opinión pública” que expresaban lo diarios ca-pitalinos –todos imperialistas para 1866– se decía despreocupada. Du-rante el último empuje del ejército republicano triunfante, la capital su-frió un sitio de sesenta días.48 Carecía de trigo, de carne y de carbón. A40 En Mateos, 1972, pp. 159-160. No obstante, los comentarios de Palomo y Riva Pa-

lacio deben matizar la visión de Prieto.41 Véase Díaz y de Ovando, 1998. Agradezco, sobre este punto, los comentarios que

me hizo el doctor Pablo Piccato.42 “Chicotazos en general”, en La Orquesta, septiembre 20, 1865.43 “Actualidades. Uno de tantos”; “Autos de fe”, en La Orquesta, septiembre 9, junio

23, 1865.44 “¡Abajo el frac!”, en La Orquesta, julio 29, 1865.

45 “El aspirantismo”, en La Orquesta, junio 28, 1865.46 “Cosas de La Orquesta (Carta de una lugareña)”, en La Orquesta, mayo 6, 1865.47 “Actualidades. Uno de tantos”, en La Orquesta, septiembre 9, 1865.48 No obstante, en su Historia militar. La intervención francesa en México, Jesús de León

Toral afirma que Díaz nunca estableció “sitio formal”. León Toral, 1962, p. 288.

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Ya vino el güerito, me alegro infinito,¡Ay hija! ¡qué gusto que vino el francés!Ya el francés manda en la casa Y le quitan los sombreros;¡Cosas de los extranjeros!Dicen cuando se propasa,Come el güerito sin tasa,Y cuando piensan que yerra,Exclaman: ¡Si por su tierraSon las cosas al revés![...] Ya vino el güerito, me alegro infinito,¡Ay hija! te pido por yerno un francés.40

En este aspecto, cabe destacar la manera en que las divertidas esto-cadas de la prensa satírica en contra de los aliados e imitadores de la“culta Francia” alimentaron y dieron forma a un imaginario nacionalis-ta todavía embriónico.41 La Orquesta, por ejemplo, se dedicó a pegarle endonde más dolía a los machos mexicanos que cedían ante las tenta-ciones del savoir faire parisino. Esta publicación se burlaría en repetidasocasiones de “ciertos maniquís” que consideraban que “en México todoes malo” y que “por desgracia nacieron/ No en otra parte que aquí”.42

Estos elegantes hacían el ridículo “[parlando] il idioma/ de Lamartin”,y usando “cascarilla/ para su rostro emblanquecer”.43 Al “lechugino”vestido de frac –”bicho-manso/ que del mono tiene mucho/ es nieto delaguilucho/ y primo hermano del ganso”–44 La Orquesta contraponía almexicano auténtico, barbado, sin complejos, vestido con traje popular–”sombrerote” y “calzoneras/ de plateados broches”–, que comía “pene-ques/ y ricos frijoles/ y un pulque curado/ que al verlo se antoje”, y vi-

vía “a sus anchas”, sin “ficciones”.45 Para el periódico de ConstantinoEscalante, los afrancesados no sólo eran grotescos; los hombres de lacorte

parecen damas [...]caminan por la Alamedamuy tiesos y derechitoscon los cabellos rizadosy los bigotes torcidosUsan grandes levitonesy si el cuerpo tienen chicoparece que llevan enaguasAnda que esto es primorosoencantador, divertido.46

Así, pobre de aquel que por darse un barniz de civilización desdeñaba“lo mexicano” y caía en las garras de La Orquesta. No sólo era un malpatriota; perdía incluso su virilidad; convirtiéndose, según la lapidariaexpresión de “Fidel”, en un “mari-macho [...] Flor de París”.47

De esta forma, hasta los últimos días del Imperio, la ciudad de Mé-xico siguió viviendo dentro de este ambiente de inalterada cotidianidady tensiones subsumidas; de hostilidades latentes y ataques sordos entregrupos políticos, disfrazados de ironía caricaturesca. La ciudad perma-neció además de cierta manera aislada del acontecer nacional. A pesarde haber presenciado el abandono de las tropas francesas, el recrudeci-miento de la guerra y la salida de Maximiliano para ponerse al frentedel ejército imperial, la “opinión pública” que expresaban lo diarios ca-pitalinos –todos imperialistas para 1866– se decía despreocupada. Du-rante el último empuje del ejército republicano triunfante, la capital su-frió un sitio de sesenta días.48 Carecía de trigo, de carne y de carbón. A40 En Mateos, 1972, pp. 159-160. No obstante, los comentarios de Palomo y Riva Pa-

lacio deben matizar la visión de Prieto.41 Véase Díaz y de Ovando, 1998. Agradezco, sobre este punto, los comentarios que

me hizo el doctor Pablo Piccato.42 “Chicotazos en general”, en La Orquesta, septiembre 20, 1865.43 “Actualidades. Uno de tantos”; “Autos de fe”, en La Orquesta, septiembre 9, junio

23, 1865.44 “¡Abajo el frac!”, en La Orquesta, julio 29, 1865.

45 “El aspirantismo”, en La Orquesta, junio 28, 1865.46 “Cosas de La Orquesta (Carta de una lugareña)”, en La Orquesta, mayo 6, 1865.47 “Actualidades. Uno de tantos”, en La Orquesta, septiembre 9, 1865.48 No obstante, en su Historia militar. La intervención francesa en México, Jesús de León

Toral afirma que Díaz nunca estableció “sitio formal”. León Toral, 1962, p. 288.

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partir de abril de 1867, tras la caída de Puebla en manos de PorfirioDíaz, se oían a diario disparos y cañonazos, y soldados republicanosmerodeaban por el rumbo de las garitas y lanzaban granadas. Las co-municaciones con el interior eran practicamente inexistentes, al gradoque los citadinos no se enteraron de la catastrófica derrota del ejércitoimperial en Querétaro y de la captura y juicio del emperador y sus ge-nerales.

Así, la ciudad seguía su vida: las señoras elegantes seguían acudien-do al “Puerto de Veracruz”, donde las mercancías eran vendidas “a pre-cios fijos, sistema que [inspiraba] más la confianza del comprador”, ycompraban en Christoffle cubiertos de la misma marca que los de la em-peratriz. El Gran Circo Ciriani presentaba sus funciones y la alberca deChapultepec aseguraba a sus clientes que, por lo que tocaba a la seguri-dad del camino, no se había tenido “novedad alguna” de las personasque frecuentaban los baños, tanto a caballo como en carruaje.49 Las gra-nadas y proyectiles lanzados por el enemigo, gracias a su “mala punte-ría” no lograban sino “desencajar algunas piedras”.50

Las medidas del gobierno municipal para asegurar el abasto de efec-tos de primera necesidad,51 aunque no totalmente eficientes, lo fueron losuficiente para que el periodista Anselmo de la Portilla, de paseo domi-nical en una Alameda atiborrada de gente, donde se escuchaban airesde Bellini, Rossini, Donizetti y Verdi, escribiera que lo único que echabade menos de los días anteriores al sitio eran “los expendedores de biz-cochos que no asediaban como antes”... aunque si se vendían gordas demaíz, aunque a un precio “bastante caro”.52 Según el diario conservadorEl Pájaro Verde, “las calles, los templos y los paseos se [veían] llenos degente que [parecía] que [iba] de fiesta y que [venía] de fiesta, y que asíse preocupaba de la guerra en que se [hallaba] la ciudad como de la gue-rra de China”.53 A tono con este ambiente de inconsciencia compartida,

la prensa imperialista inventaría gloriosos triunfos para su ejército –apunto de sucumbir en Querétaro–. Todavía el 20 de junio, estos diariosanunciaban entusiastas el regreso inminente del emperador para liberara la asediada capital.54 Maximiliano había muerto fusilado el día anterior.

De esta manera, la ciudad de México vivió la guerra de Intervenciónfrancesa más como espectadora que como participante activa. Las dossucesivas ocupaciones –primero por las tropas intervencionistas en ju-nio de 1863, después por las republicanas de Porfirio Díaz en junio de1867– se hicieron de manera pacífica. Dentro de la lógica del militar pro-fesional decimonónico, la estrategía se definía con objetivos específicosen mente, tomando en cuenta siempre la relación costo-beneficio de laacción militar. La toma violenta de una ciudad, los sitios extenuantes,los combates calle por calle y casa por casa rara vez costeaban. Ademásel contexto geográfico y la extensión del valle de México no favorecíana los sitiadores, haciendo que los sitios de la ciudad fueran relativa-mente poco efectivos.55

Por todo esto, los actores que se disputaron la ciudad de México enla década de 1860 prefirieron ceder ante el enemigo y salir del escenarioantes que arriesgar la integridad de la capital. De ahí quizá la falta deurgencia, la sorprendente indiferencia con que los citadinos vivieron lainvasión. Por otra parte, una vez ocupada la ciudad, los triunfadoresdesplegarían una serie de estrategias –el restablecimiento del orden ydel abasto regular, el reparto de bienes de primera necesidad como elpan y el carbón, posteriormente la amnistía de antiguos opositores–para asegurar la pacificación de la ciudad y la solidaridad de sus habi-tantes con el nuevo estado de cosas.56 No obstante, el gobierno imperialpondría en marcha tácticas más complejas y sofisticadas: intentaríatransformar a la ciudad de México en uno de los argumentos más con-vincentes en su batalla –militar sin duda, pero sobre todo política y si-cológica– por las mentes y los corazones de los mexicanos.

49 Véase El Pájaro Verde, abril 1867.50 “Crónica. La capital y el enemigo;” “Crónica. El templo de Santa Ana,” en El Pájaro

Verde, abril 24, 1867; abril 30, 1867.51 Véase AHCM, vol. 2270, exps. 118,119, 120, 121, y Trigueros, 1868.52 Citado en Zamacois, 1882, vol. XVIII, parte II, pp. 1608-1609.53 “Crónica. Situación de la capital”, en El Pájaro Verde, mayo 7, 1867.

54 “Crónica. La capital y el enemigo”; en El Pájaro Verde, junio 20, 186755 Agradezco los comentarios que me hizo, sobre este punto, el doctor Ariel Rodrí-

guez Kuri.56 Véase, por ejemplo, el “Manifiesto del Sr. Gral. Forey a la nación mexicana”,

México, junio 12, 1863, en Colección completa..., 1863, pp. 17-20.

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partir de abril de 1867, tras la caída de Puebla en manos de PorfirioDíaz, se oían a diario disparos y cañonazos, y soldados republicanosmerodeaban por el rumbo de las garitas y lanzaban granadas. Las co-municaciones con el interior eran practicamente inexistentes, al gradoque los citadinos no se enteraron de la catastrófica derrota del ejércitoimperial en Querétaro y de la captura y juicio del emperador y sus ge-nerales.

Así, la ciudad seguía su vida: las señoras elegantes seguían acudien-do al “Puerto de Veracruz”, donde las mercancías eran vendidas “a pre-cios fijos, sistema que [inspiraba] más la confianza del comprador”, ycompraban en Christoffle cubiertos de la misma marca que los de la em-peratriz. El Gran Circo Ciriani presentaba sus funciones y la alberca deChapultepec aseguraba a sus clientes que, por lo que tocaba a la seguri-dad del camino, no se había tenido “novedad alguna” de las personasque frecuentaban los baños, tanto a caballo como en carruaje.49 Las gra-nadas y proyectiles lanzados por el enemigo, gracias a su “mala punte-ría” no lograban sino “desencajar algunas piedras”.50

Las medidas del gobierno municipal para asegurar el abasto de efec-tos de primera necesidad,51 aunque no totalmente eficientes, lo fueron losuficiente para que el periodista Anselmo de la Portilla, de paseo domi-nical en una Alameda atiborrada de gente, donde se escuchaban airesde Bellini, Rossini, Donizetti y Verdi, escribiera que lo único que echabade menos de los días anteriores al sitio eran “los expendedores de biz-cochos que no asediaban como antes”... aunque si se vendían gordas demaíz, aunque a un precio “bastante caro”.52 Según el diario conservadorEl Pájaro Verde, “las calles, los templos y los paseos se [veían] llenos degente que [parecía] que [iba] de fiesta y que [venía] de fiesta, y que asíse preocupaba de la guerra en que se [hallaba] la ciudad como de la gue-rra de China”.53 A tono con este ambiente de inconsciencia compartida,

la prensa imperialista inventaría gloriosos triunfos para su ejército –apunto de sucumbir en Querétaro–. Todavía el 20 de junio, estos diariosanunciaban entusiastas el regreso inminente del emperador para liberara la asediada capital.54 Maximiliano había muerto fusilado el día anterior.

De esta manera, la ciudad de México vivió la guerra de Intervenciónfrancesa más como espectadora que como participante activa. Las dossucesivas ocupaciones –primero por las tropas intervencionistas en ju-nio de 1863, después por las republicanas de Porfirio Díaz en junio de1867– se hicieron de manera pacífica. Dentro de la lógica del militar pro-fesional decimonónico, la estrategía se definía con objetivos específicosen mente, tomando en cuenta siempre la relación costo-beneficio de laacción militar. La toma violenta de una ciudad, los sitios extenuantes,los combates calle por calle y casa por casa rara vez costeaban. Ademásel contexto geográfico y la extensión del valle de México no favorecíana los sitiadores, haciendo que los sitios de la ciudad fueran relativa-mente poco efectivos.55

Por todo esto, los actores que se disputaron la ciudad de México enla década de 1860 prefirieron ceder ante el enemigo y salir del escenarioantes que arriesgar la integridad de la capital. De ahí quizá la falta deurgencia, la sorprendente indiferencia con que los citadinos vivieron lainvasión. Por otra parte, una vez ocupada la ciudad, los triunfadoresdesplegarían una serie de estrategias –el restablecimiento del orden ydel abasto regular, el reparto de bienes de primera necesidad como elpan y el carbón, posteriormente la amnistía de antiguos opositores–para asegurar la pacificación de la ciudad y la solidaridad de sus habi-tantes con el nuevo estado de cosas.56 No obstante, el gobierno imperialpondría en marcha tácticas más complejas y sofisticadas: intentaríatransformar a la ciudad de México en uno de los argumentos más con-vincentes en su batalla –militar sin duda, pero sobre todo política y si-cológica– por las mentes y los corazones de los mexicanos.

49 Véase El Pájaro Verde, abril 1867.50 “Crónica. La capital y el enemigo;” “Crónica. El templo de Santa Ana,” en El Pájaro

Verde, abril 24, 1867; abril 30, 1867.51 Véase AHCM, vol. 2270, exps. 118,119, 120, 121, y Trigueros, 1868.52 Citado en Zamacois, 1882, vol. XVIII, parte II, pp. 1608-1609.53 “Crónica. Situación de la capital”, en El Pájaro Verde, mayo 7, 1867.

54 “Crónica. La capital y el enemigo”; en El Pájaro Verde, junio 20, 186755 Agradezco los comentarios que me hizo, sobre este punto, el doctor Ariel Rodrí-

guez Kuri.56 Véase, por ejemplo, el “Manifiesto del Sr. Gral. Forey a la nación mexicana”,

México, junio 12, 1863, en Colección completa..., 1863, pp. 17-20.

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EL URBANISMO COMO PROPAGANDA: LA CIUDAD IMPERIAL

Como ha demostrado el precioso trabajo de Esther Acevedo, el empera-dor y sus allegados intentaron utilizar la producción artística para “co-municar la grandeza de la monarquía”, y crear lazos de afecto y lealtadentre la población mexicana y el régimen imperial.57 Así como los fran-ceses habían tratado seducir a los capitalinos por medio de músicasmarciales, el gobierno imperial, a través de la modernización urbanísti-ca, de la producción arquitectónica y plástica, y del arte efímero de unasfiestas en las que “nunca [...] se había celebrado [...] con pompa tan ra-zonada”,58 procuraría por un lado inventar un pasado glorioso y nacio-nalista para el Imperio mexicano, y por el otro identificar al régimen conla civilización, la modernidad y el progreso.59 La ciudad de México ocu-paría un lugar central dentro de este proyecto. Maximiliano, muy adep-to a proyectar edificios, monumentos y jardines, pretendía que su trans-formación en ciudad imperial llenara a los mexicanos de admiración, deentusiasmo patriótico y de confianza en su gobernante.

De esta forma, como escribe Esther Acevedo, el emperador propusotransformar a la capital en “una ciudad moderna articulada por ejes queabrieran paso al progreso”. Se trataba de conformar una retícula “cohe-rente”, de uniformar estilos, de construir monumentos, de despejarespacios.60 En el Zócalo, por ejemplo, se erigiría el monumento a la Inde-pendencia, se construirían jardines –derrumbando las casas del arzobis-pado– y dos grandes fuentes “estilo San Pedro en Roma”. Se ampliaríala calle de Plateros, y se abriría otra –la actual avenida 20 de noviembre,entonces proyectada como “Paseo de la Emperatriz”– para facilitar elacceso a la plaza y el flujo de los coches. Para aislar a la Catedral, dán-

dole mayor dignidad, se demolerían el Sagrario, el Seminario y la Bi-blioteca,61 considerados quizá por el joven príncipe como pegotes ba-rrocos, legados de una época que él mismo describió como una “nocheartificial de tres siglos”.62 Por fortuna, el régimen imperial no tuvo ni eltiempo ni los recursos para llevar a cabo tanta demolición.

Quizá lo único que quedaría de los elaboradísimos proyectos urba-nísticos del Imperio fue el Paseo de la Reforma, entonces conocido comoPaseo del Emperador, cuya construcción se inició en 1864, para unir elcentro de la ciudad con Chapultepec, pues su alcázar era la residenciapredilecta de Maximiliano y Carlota. Dicho paseo sería el eje que diri-giría y ordenaría la futura expansión de la ciudad, convirtiéndose en suavenida principal.63 El Paseo del Emperador imitaba los grandes bule-vares haussmanianos de París, ciudad-modelo por excelencia en estaépoca. Como los faubourgs parisinos, se pretendía que la amplia calzadareflejara orden, eficiencia, opulencia, y dignidad; “modernidad”, en fin,tal y como la definía una élite “ilustrada”.64 Para asegurar esto, un regla-mento prohibía el paso por el Paseo de “carros”, así como el tránsito de“reuniones de música, entierros y procesiones”.65 Amparo Gómez Te-pexicuapan arguye que con esto se pretendía que la calzada fuera deluso exclusivo de los emperadores. No obstante, nosotros sugerimos quese trataba, no de prohibir a los citadinos el tránsito por la novísima ave-nida, sino más bien de impedir que los paseos por ésta, que debían sermodelo de orden y urbanidad, degenerasen en reuniones ruidosas ycarnavalescas.

De esta forma, el Imperio, como todo régimen que se quiere “mo-derno”, busco apropiarse y ordenar los espacios públicos urbanos. Paraesto, los ayuntamientos imperiales tenían como atribución el “atenderobras de conservación, aseo, ornato y salubridad públicas”. Debían ase-gurar la “conservación de monumentos y edificios públicos, paseos, ár-

57 Acevedo, 1995, p. 35.58 Circular de José Fernando Ramírez, ministro de relaciones exteriores, al cuerpo di-

plomático, septiembre de 1865, en Weckmann, 1989, p. 125.59 Acevedo, 1995. Véase sobre todo “La construcción de la historia imperial: los

héroes mexicanos”, pp. 115-132, y, para una descripción detallada del proyecto urbano,“Así vivían”, pp. 133-152. Para las fiestas, véase Pani, 1995. Agradezco los comentariosque me hizo, sobre este punto, la doctora Alejandra Moreno Toscano.

60 Acevedo, 1995, p. 150.

61 Acevedo, 1995, pp. 138-139.62 Discurso inaugural de Maximiliano en la Academia Imperial de Ciencia y Litera-

tura, en El Diario del Imperio, 7 de julio de 1865.63 Jiménez, 1994; Gómez Tepexicuapan, 1994.64 Véase Romero, 1984, p. 224-249.65 Reglamento, octubre 13, 1866, citado en Gómez Tepexicuapan, 1994, pp. 36-37.

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EL URBANISMO COMO PROPAGANDA: LA CIUDAD IMPERIAL

Como ha demostrado el precioso trabajo de Esther Acevedo, el empera-dor y sus allegados intentaron utilizar la producción artística para “co-municar la grandeza de la monarquía”, y crear lazos de afecto y lealtadentre la población mexicana y el régimen imperial.57 Así como los fran-ceses habían tratado seducir a los capitalinos por medio de músicasmarciales, el gobierno imperial, a través de la modernización urbanísti-ca, de la producción arquitectónica y plástica, y del arte efímero de unasfiestas en las que “nunca [...] se había celebrado [...] con pompa tan ra-zonada”,58 procuraría por un lado inventar un pasado glorioso y nacio-nalista para el Imperio mexicano, y por el otro identificar al régimen conla civilización, la modernidad y el progreso.59 La ciudad de México ocu-paría un lugar central dentro de este proyecto. Maximiliano, muy adep-to a proyectar edificios, monumentos y jardines, pretendía que su trans-formación en ciudad imperial llenara a los mexicanos de admiración, deentusiasmo patriótico y de confianza en su gobernante.

De esta forma, como escribe Esther Acevedo, el emperador propusotransformar a la capital en “una ciudad moderna articulada por ejes queabrieran paso al progreso”. Se trataba de conformar una retícula “cohe-rente”, de uniformar estilos, de construir monumentos, de despejarespacios.60 En el Zócalo, por ejemplo, se erigiría el monumento a la Inde-pendencia, se construirían jardines –derrumbando las casas del arzobis-pado– y dos grandes fuentes “estilo San Pedro en Roma”. Se ampliaríala calle de Plateros, y se abriría otra –la actual avenida 20 de noviembre,entonces proyectada como “Paseo de la Emperatriz”– para facilitar elacceso a la plaza y el flujo de los coches. Para aislar a la Catedral, dán-

dole mayor dignidad, se demolerían el Sagrario, el Seminario y la Bi-blioteca,61 considerados quizá por el joven príncipe como pegotes ba-rrocos, legados de una época que él mismo describió como una “nocheartificial de tres siglos”.62 Por fortuna, el régimen imperial no tuvo ni eltiempo ni los recursos para llevar a cabo tanta demolición.

Quizá lo único que quedaría de los elaboradísimos proyectos urba-nísticos del Imperio fue el Paseo de la Reforma, entonces conocido comoPaseo del Emperador, cuya construcción se inició en 1864, para unir elcentro de la ciudad con Chapultepec, pues su alcázar era la residenciapredilecta de Maximiliano y Carlota. Dicho paseo sería el eje que diri-giría y ordenaría la futura expansión de la ciudad, convirtiéndose en suavenida principal.63 El Paseo del Emperador imitaba los grandes bule-vares haussmanianos de París, ciudad-modelo por excelencia en estaépoca. Como los faubourgs parisinos, se pretendía que la amplia calzadareflejara orden, eficiencia, opulencia, y dignidad; “modernidad”, en fin,tal y como la definía una élite “ilustrada”.64 Para asegurar esto, un regla-mento prohibía el paso por el Paseo de “carros”, así como el tránsito de“reuniones de música, entierros y procesiones”.65 Amparo Gómez Te-pexicuapan arguye que con esto se pretendía que la calzada fuera deluso exclusivo de los emperadores. No obstante, nosotros sugerimos quese trataba, no de prohibir a los citadinos el tránsito por la novísima ave-nida, sino más bien de impedir que los paseos por ésta, que debían sermodelo de orden y urbanidad, degenerasen en reuniones ruidosas ycarnavalescas.

De esta forma, el Imperio, como todo régimen que se quiere “mo-derno”, busco apropiarse y ordenar los espacios públicos urbanos. Paraesto, los ayuntamientos imperiales tenían como atribución el “atenderobras de conservación, aseo, ornato y salubridad públicas”. Debían ase-gurar la “conservación de monumentos y edificios públicos, paseos, ár-

57 Acevedo, 1995, p. 35.58 Circular de José Fernando Ramírez, ministro de relaciones exteriores, al cuerpo di-

plomático, septiembre de 1865, en Weckmann, 1989, p. 125.59 Acevedo, 1995. Véase sobre todo “La construcción de la historia imperial: los

héroes mexicanos”, pp. 115-132, y, para una descripción detallada del proyecto urbano,“Así vivían”, pp. 133-152. Para las fiestas, véase Pani, 1995. Agradezco los comentariosque me hizo, sobre este punto, la doctora Alejandra Moreno Toscano.

60 Acevedo, 1995, p. 150.

61 Acevedo, 1995, pp. 138-139.62 Discurso inaugural de Maximiliano en la Academia Imperial de Ciencia y Litera-

tura, en El Diario del Imperio, 7 de julio de 1865.63 Jiménez, 1994; Gómez Tepexicuapan, 1994.64 Véase Romero, 1984, p. 224-249.65 Reglamento, octubre 13, 1866, citado en Gómez Tepexicuapan, 1994, pp. 36-37.

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boles, alumbrado, empedrados, [y el] alineamiento de calles y plazas”.Tampoco podían dar licencia de obra “sino después de examinar el dise-ño de los frontspicios, con el objeto de evitar la deformidad de las facha-das”; y tenían que velar por la “corrección” de los rótulos de los estable-cimientos comerciales y de los epitafios en los cementerios.66

Los ayuntamientos imperiales debían erigirse en policías del buengusto, la ortografía de la señalización y la “corrección” del paisaje urba-no pues, como ya se ha apuntado, se pretendía que el vigor y prestigiodel régimen se reflejaran en sus ciudades, y sobre todo en la capital im-perial. No obstante, aquí llama la atención que los proyectos de los go-biernos imperial y municipal para esta urbe, aunque seguían la mismalinea “ilustrada” de apropiación y forzosa armonización y adecuaciónestética, no eran necesariamente complementarios. Mientras que el pri-mero intentaba –de los Paseos del Emperador y la Emperatriz a los mo-numentos históricos– asociar al Imperio y al Emperador con las gloriasdel pasado y las promesas del futuro, el segundo se esforzaba por crearun imaginario patriótico propiamente capitalino, y en algunos casos in-cluso contradictorio de la propuesta imperial.

Así, para la recepción de la pareja imperial, se pretendió expresar,“en un lenguaje mudo” –a través de cuarenta estatuas que bordearían elpaso desde la garita del Calvario–, la historia de México como naciónconsolidada desde el Descubrimiento, fuertemente ligada a España y aOccidente, protagonista notable en el mundo de las ciencias y de lasartes. El soberbio desenlace de esta gloriosa aunque agitada historiaeran la Intervención y el Imperio, representados por arcos de triunfo de-dicados a Maximiliano y Carlota. Entre los personajes históricos repre-sentados estaban Colón y Grijalva, los Reyes Católicos, Cortés, Carlos V,Moctezuma y Cuauhtémoc (Guatimotzin), Zumarraga y Las Casas,Humboldt, Alamán y Clavijero, Tres Guerras, Revillagijedo y O’Donojú,Hidalgo, Morelos, Iturbide y Bravo, Xicotencatl, “dos víctimas de la de-magogia”, y Forey, Dubois de Saligny y los emperadores franceses.67

Por su parte, Manuel Soriano, regidor encargado de los paseos, tam-bién consideraba imprescindible asociar a los espacios públicos la me-moria de los heroes de “nuestra historia nacional”. Al cambiar los nom-bres de las puertas de la Alameda –conocidas por los rumbos hacía loscuales se abrían: Mariscala, San Francisco, San Juan, San Hipólito, Hos-picio y Corpus Christi–, don Manuel, además de secularizar la nomen-clatura, quizo “perpetuar la memoria de algunos personajes ilustres quehan legado a la posteridad bienes de gran cuantía”. En realidad, setrataba en su mayoría de personas relacionadas con la ciudad o, más di-rectamente, con el ayuntamiento: el filántropo Fagoaga, Sigüenza–”individuo de la municipalidad que [...] salvó su precioso archivo”–, elarquitecto y escultor Tolsá, y Guereña –que introdujo en México la va-cuna en contra de la viruela, misma que era administrada por el gobier-no municipal. Los nombres que dio a las fuentes del popular paseo sonrealmente sorprendentes; entre los ocho estanques están el de Zaragoza,el del 5 de Mayo, el de Negrete –¿general conservador pero enemigoacérrimo de la Intervención?– y el último “de Dias”.68

Mediante el ordenamiento de la ciudad, las autoridades no sólo am-bicionaban transformar a los espacios públicos en recordatorios peren-nes de Historia Patria, o asegurar que en ellos reinara “el ornato y lalimpieza”.69 Se trataba paralelamente de controlar a la población –y enespecial a las “clases peligrosas”–, de promover ciertos comportamien-tos y sociabilidades, de desterrar aquellos que provocaban “escándalo”y repugnaban “a la vista y a la decencia”. Así, el regidor Soriano explica-ba el por qué había enviado cerrar la zanja que estaba frente a la oficinadel periódico francés Le Trait d’Union:

Era costumbre antigua que a un lado del paseo [...] se reunieran varias mu-jeres con el objeto de lavar su ropa con el agua de la zanja, sucediendo confrecuencia que muchas se desnudaban completamente, acción poco hones-

66 Capítulo IV. Sección primera. Ayuntamientos, en Colección de leyes..., 1865, vol. II,pp. 30-39.

67 Proyecto, febrero 17, 1864, en AHCM, Actas de cabildo, vol. 187A.

68 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314, exp.15. Para economizar, no se cambiaría el nombre de la puerta de la Mariscala, pues yatenía “su placa puesta”.

69 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,exp. 15.

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boles, alumbrado, empedrados, [y el] alineamiento de calles y plazas”.Tampoco podían dar licencia de obra “sino después de examinar el dise-ño de los frontspicios, con el objeto de evitar la deformidad de las facha-das”; y tenían que velar por la “corrección” de los rótulos de los estable-cimientos comerciales y de los epitafios en los cementerios.66

Los ayuntamientos imperiales debían erigirse en policías del buengusto, la ortografía de la señalización y la “corrección” del paisaje urba-no pues, como ya se ha apuntado, se pretendía que el vigor y prestigiodel régimen se reflejaran en sus ciudades, y sobre todo en la capital im-perial. No obstante, aquí llama la atención que los proyectos de los go-biernos imperial y municipal para esta urbe, aunque seguían la mismalinea “ilustrada” de apropiación y forzosa armonización y adecuaciónestética, no eran necesariamente complementarios. Mientras que el pri-mero intentaba –de los Paseos del Emperador y la Emperatriz a los mo-numentos históricos– asociar al Imperio y al Emperador con las gloriasdel pasado y las promesas del futuro, el segundo se esforzaba por crearun imaginario patriótico propiamente capitalino, y en algunos casos in-cluso contradictorio de la propuesta imperial.

Así, para la recepción de la pareja imperial, se pretendió expresar,“en un lenguaje mudo” –a través de cuarenta estatuas que bordearían elpaso desde la garita del Calvario–, la historia de México como naciónconsolidada desde el Descubrimiento, fuertemente ligada a España y aOccidente, protagonista notable en el mundo de las ciencias y de lasartes. El soberbio desenlace de esta gloriosa aunque agitada historiaeran la Intervención y el Imperio, representados por arcos de triunfo de-dicados a Maximiliano y Carlota. Entre los personajes históricos repre-sentados estaban Colón y Grijalva, los Reyes Católicos, Cortés, Carlos V,Moctezuma y Cuauhtémoc (Guatimotzin), Zumarraga y Las Casas,Humboldt, Alamán y Clavijero, Tres Guerras, Revillagijedo y O’Donojú,Hidalgo, Morelos, Iturbide y Bravo, Xicotencatl, “dos víctimas de la de-magogia”, y Forey, Dubois de Saligny y los emperadores franceses.67

Por su parte, Manuel Soriano, regidor encargado de los paseos, tam-bién consideraba imprescindible asociar a los espacios públicos la me-moria de los heroes de “nuestra historia nacional”. Al cambiar los nom-bres de las puertas de la Alameda –conocidas por los rumbos hacía loscuales se abrían: Mariscala, San Francisco, San Juan, San Hipólito, Hos-picio y Corpus Christi–, don Manuel, además de secularizar la nomen-clatura, quizo “perpetuar la memoria de algunos personajes ilustres quehan legado a la posteridad bienes de gran cuantía”. En realidad, setrataba en su mayoría de personas relacionadas con la ciudad o, más di-rectamente, con el ayuntamiento: el filántropo Fagoaga, Sigüenza–”individuo de la municipalidad que [...] salvó su precioso archivo”–, elarquitecto y escultor Tolsá, y Guereña –que introdujo en México la va-cuna en contra de la viruela, misma que era administrada por el gobier-no municipal. Los nombres que dio a las fuentes del popular paseo sonrealmente sorprendentes; entre los ocho estanques están el de Zaragoza,el del 5 de Mayo, el de Negrete –¿general conservador pero enemigoacérrimo de la Intervención?– y el último “de Dias”.68

Mediante el ordenamiento de la ciudad, las autoridades no sólo am-bicionaban transformar a los espacios públicos en recordatorios peren-nes de Historia Patria, o asegurar que en ellos reinara “el ornato y lalimpieza”.69 Se trataba paralelamente de controlar a la población –y enespecial a las “clases peligrosas”–, de promover ciertos comportamien-tos y sociabilidades, de desterrar aquellos que provocaban “escándalo”y repugnaban “a la vista y a la decencia”. Así, el regidor Soriano explica-ba el por qué había enviado cerrar la zanja que estaba frente a la oficinadel periódico francés Le Trait d’Union:

Era costumbre antigua que a un lado del paseo [...] se reunieran varias mu-jeres con el objeto de lavar su ropa con el agua de la zanja, sucediendo confrecuencia que muchas se desnudaban completamente, acción poco hones-

66 Capítulo IV. Sección primera. Ayuntamientos, en Colección de leyes..., 1865, vol. II,pp. 30-39.

67 Proyecto, febrero 17, 1864, en AHCM, Actas de cabildo, vol. 187A.

68 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314, exp.15. Para economizar, no se cambiaría el nombre de la puerta de la Mariscala, pues yatenía “su placa puesta”.

69 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,exp. 15.

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ta y decorosa en un paseo tan concurrido; las mandé quitar y les prohibí en-teramente que en lo sucesivo se reunieran ahí con tal objeto.70

Por razones similares, Ignacio Trigueros, alcalde de la capital, justi-ficaba el haber invertido fondos del raquítico tesoro municipal paratransformar al Zócalo en un jardín, con “sesenta y cuatro sofás de fier-ro, cuatro fuentes y [...] plantas aromáticas y de numerosas especies”.71

Los paseos públicos, insistía el alcalde, no eran “un objeto de mero lujoy ostentación en una populosa capital”.72 Bien al contrario, se trataba deobras que promovían la “civilización y cultura” de aquellos sectores dela población que todavía podían salvarse:

Compuesta la población en su mayor parte de la clase media, que no puededisfrutar de una habitación amplia y ventilada, necesita que se le propor-cione un lugar céntrico donde pueda espaciarse, respirar el aire libre y es-trechar sus relaciones sociales con otras familias.73

La creación de areas verdes se convertía entonces en un arma pode-rosa en la lucha en contra de la insalubridad, el arcaismo, la barbarie yla degeneración social. Los jacalones de mala muerte donde se jugaba ala baraja; las zanjas donde lavaban mujeres desvergonzadas; los “tirade-ros de perros envenenados”; los “molestos y poco decorosos” puestosambulantes de vendimia; los lugares yermos que proporcionaban “unasilo frecuente a la más vergonsoza prostitución”74 eran remplazadospor verdes prados que servían “de medio higiénico a las poblacionesdescomponiendo el ácido carbónico del aire”. Estos jardines, además dellenar este “objeto físico” representaban también “un medio higiénicomoral para los habitantes”:

pues embelleciendo estos sitios los atrae y éstos encuentran en ellos unadistracción en los negocios que fatigan su imaginación [...] es un positivodescanso o tregua para el espíritu pues éste como el cuerpo se enferma deltrabajo y con estos higiénicos intervalos recupera sus fuerzas y se preparaa nuevas fatigas. Además, en estos sitios se reunen las familias, se estrechanlos lazos de sociedad y los niños corriendo y jugando se desarrollan y ro-bustecen.75

Habría que preguntarse si estos ingenieros sociales que con tanto es-mero intentaban curar las llagas del pueblo de la capital, encontraronsuficientes familias nucleares, laboriosas y cuando pobres, decentes, enfin: “burguesas”, para poblar los enjardinados y perfumados escenariosque crearon para ellas.

PARA GOBERNAR UNA CIUDAD

Sin embargo, aún considerando la naturaleza particular de la guerra de-cimonónica, y las esfuerzos de los gobiernos imperial y municipal portransformar a la ciudad de México en una ciudad ideal, sorprende alobservador de fines del siglo XX la indiferencia de la población capitali-na ante el peligro de ver desaparecer a su nación. Como se ha apunta-do, es difícil rastrear las actitudes “nacionalistas” del mexicano comúny corriente en la década de 1860. Florencia Mallon, en un texto muy pro-positivo pero que no termina de convencer, habla del “nacionalismo” delos pueblos de la sierra de Puebla, que lucharon con constancia y fierezaen contra de los invasores.76 ¿Por qué los zacapoaxtlas y los xochiapul-quenses sí se lanzaron a la lucha nacionalista, y los capitalinos no? Lospueblos de la sierra, arguye Mallon, defendían, en contra de franceses yconservadores, un “proyecto de nación” liberal y popular que veníanforjando desde la revolución de Ayutla. Nosotros proponemos que,como los zacapoaxtlas, distintos sectores de la población de la ciudad de

70 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,exp. 15.

71 Trigueros, 1866, p. 50. Para una biografía de este interesante personaje, véase Ber-múdez, 1995.

72 Trigueros, 1866, p. 47.73 Trigueros, 1868, p. 19.74 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,

exp. 15. Trigueros, 1868, p. 20.

75 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,exp. 15.

76 Mallon, 1995.

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ta y decorosa en un paseo tan concurrido; las mandé quitar y les prohibí en-teramente que en lo sucesivo se reunieran ahí con tal objeto.70

Por razones similares, Ignacio Trigueros, alcalde de la capital, justi-ficaba el haber invertido fondos del raquítico tesoro municipal paratransformar al Zócalo en un jardín, con “sesenta y cuatro sofás de fier-ro, cuatro fuentes y [...] plantas aromáticas y de numerosas especies”.71

Los paseos públicos, insistía el alcalde, no eran “un objeto de mero lujoy ostentación en una populosa capital”.72 Bien al contrario, se trataba deobras que promovían la “civilización y cultura” de aquellos sectores dela población que todavía podían salvarse:

Compuesta la población en su mayor parte de la clase media, que no puededisfrutar de una habitación amplia y ventilada, necesita que se le propor-cione un lugar céntrico donde pueda espaciarse, respirar el aire libre y es-trechar sus relaciones sociales con otras familias.73

La creación de areas verdes se convertía entonces en un arma pode-rosa en la lucha en contra de la insalubridad, el arcaismo, la barbarie yla degeneración social. Los jacalones de mala muerte donde se jugaba ala baraja; las zanjas donde lavaban mujeres desvergonzadas; los “tirade-ros de perros envenenados”; los “molestos y poco decorosos” puestosambulantes de vendimia; los lugares yermos que proporcionaban “unasilo frecuente a la más vergonsoza prostitución”74 eran remplazadospor verdes prados que servían “de medio higiénico a las poblacionesdescomponiendo el ácido carbónico del aire”. Estos jardines, además dellenar este “objeto físico” representaban también “un medio higiénicomoral para los habitantes”:

pues embelleciendo estos sitios los atrae y éstos encuentran en ellos unadistracción en los negocios que fatigan su imaginación [...] es un positivodescanso o tregua para el espíritu pues éste como el cuerpo se enferma deltrabajo y con estos higiénicos intervalos recupera sus fuerzas y se preparaa nuevas fatigas. Además, en estos sitios se reunen las familias, se estrechanlos lazos de sociedad y los niños corriendo y jugando se desarrollan y ro-bustecen.75

Habría que preguntarse si estos ingenieros sociales que con tanto es-mero intentaban curar las llagas del pueblo de la capital, encontraronsuficientes familias nucleares, laboriosas y cuando pobres, decentes, enfin: “burguesas”, para poblar los enjardinados y perfumados escenariosque crearon para ellas.

PARA GOBERNAR UNA CIUDAD

Sin embargo, aún considerando la naturaleza particular de la guerra de-cimonónica, y las esfuerzos de los gobiernos imperial y municipal portransformar a la ciudad de México en una ciudad ideal, sorprende alobservador de fines del siglo XX la indiferencia de la población capitali-na ante el peligro de ver desaparecer a su nación. Como se ha apunta-do, es difícil rastrear las actitudes “nacionalistas” del mexicano comúny corriente en la década de 1860. Florencia Mallon, en un texto muy pro-positivo pero que no termina de convencer, habla del “nacionalismo” delos pueblos de la sierra de Puebla, que lucharon con constancia y fierezaen contra de los invasores.76 ¿Por qué los zacapoaxtlas y los xochiapul-quenses sí se lanzaron a la lucha nacionalista, y los capitalinos no? Lospueblos de la sierra, arguye Mallon, defendían, en contra de franceses yconservadores, un “proyecto de nación” liberal y popular que veníanforjando desde la revolución de Ayutla. Nosotros proponemos que,como los zacapoaxtlas, distintos sectores de la población de la ciudad de

70 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,exp. 15.

71 Trigueros, 1866, p. 50. Para una biografía de este interesante personaje, véase Ber-múdez, 1995.

72 Trigueros, 1866, p. 47.73 Trigueros, 1868, p. 19.74 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,

exp. 15. Trigueros, 1868, p. 20.

75 Paseos. Memoria presentada a S.S. el Sr. Alcalde Municipal, en AHCM, vol. 2314,exp. 15.

76 Mallon, 1995.

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México se abocarían a defender una serie de proyectos e intereses pro-pios, en algunos casos articulados por el ayuntamiento. Estos intereseseran percibidos como independientes del destino del Estado nacional–en 1863 republicano, en 1867 imperial–, así como muchas veces desli-gados de las causas liberal o conservadora. Al barajar las prioridades dela ciudad, no pareció imprescindible a sus habitantes sostener al Estadonacional, por demás tan débil que ni siquiera podía aplicar los temiblescastigos que decretaba.

De este modo, la invasión tripartita, como se ha visto, provocó todauna serie de proclamas patrióticas por parte de las autoridades en con-tra de “la injusta guerra”, que terminaron siendo más estrepitosas queeficientes. El ayuntamiento de la capital también participó de este entu-siasmo, exortando a los mexicanos a pelear “como buenos, sin tregua ysin descanso,” y a “defender palmo a palmo [sus] campos, [sus] cami-nos, [sus] ciudades, [sus] hogares”.77 Este cuerpo, por su “patriotismo,talento y actividad”, debía involucrarse activamente en la defensa de laindependencia. Recibió del gobierno federal los encargos de formarunas comisiones para recibir los donativos voluntarios y animar “hastadonde se [pudiera] el espíritu público”.78 Asimismo, el gobierno munici-pal, a partir de noviembre de 1862, destinaría a los hospitales de sangredel Ejército de Oriente todos los productos de las funciones de plaza dela festividad de Todos los Santos, de las del Teatro Nacional y de las co-rridas de toros. Incluso, organizó en beneficio de estos hospitales un“paseo” en el zócalo con salones de títeres, poliorama, juegos hidráuli-cos, caballitos y juegos de ruletas.79

No obstante, y desmintiendo sus airosas proclamas, el ayuntamien-to de la capital no se entregaría en cuerpo y alma al esfuerzo bélico. Sibien la corporación afirmaba que no había que perdonar sacrificio algu-

no para preservar la independencia nacional, su preocupación princi-pal, y a la que dedicaría más tiempo, dinero y esfuerzo, no fue el comba-tir a los franceses, sino asegurar el buen gobierno de la ciudad. Por estolas actas de las sesiones de cabildo, hasta la del 26 de mayo de 1863, “úl-tima de la República”, tratan casi exclusivamente de los asuntos propiosdel gobierno municipal:80 abasto de agua y víveres; limpieza y repara-ción de calles; estado de paseos, cárceles y panteones; permisos para fá-bricas y diversiones públicas; fiel contraste; relojes públicos; pensiona-dos y vendedores ambulantes.81

Así, para los regidores de 1863 la tarea prioritaria no fue defender lasoberanía del país, sino salvaguardar el buen orden urbano, y protegerla integridad de las personas y bienes de los capitalinos. Para ilustraresta posición, es interesante contraponer los discursos que elaboraronen torno a la guerra por un lado el ayuntamiento y por el otro el gober-nador del Distrito. Según Ponciano Arriaga, representante a principiode 1863 del gobierno federal, la resistencia a la invasión era cuestión “devida o muerte”. Consecuentemente, el gobierno del distrito debía podercontar “con la fortuna, con las armas y la vida de todos los hombresleales, de todos los patriotas merecedores del nombre de mexicanos”. Elpueblo mexicano, añadía Arriaga, tenía que levantar “su poder y suenergía a la altura de los pueblos que [merecían] ser libres”, para no“pasar por la vergüenza de ver su honor, su dignidad, sus más precio-sos bienes hollados por la planta del extranjero altivo y presuntuoso”.82

De esta forma, don Ponciano se mostraba dispuesto a sacrificar viday hacienda –la propia y la ajena– en aras de la honra nacional. Losmiembros del ayuntamiento no pudieron ser tan tajantes... ni tan líricos.Para los regidores, la Intervención francesa era tanto más peligrosa queprometía restaurar bienes concretos: la paz y el orden. No les fue fácilconstruir los argumentos que convencieran a la población de que habíaque resistir hasta la muerte a los soldados que ofrecían tan apeteciblesbienes. Por eso las proclamas municipales parecen tanto más tibias, y

77 Véase “El Ayuntamiento de México al pueblo de su municipalidad”, abril 22, 1862;“El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AHCM, vol. 2269,exp. 3; 13.

78 De Anastasio Parrodi al Presidente del Ayuntamiento, enero 16, 1862, en AHCM,exp. 2.

79 “Recursos para los hospitales de sangre...,” en AHCM, vol. 2269, exp. 10. Llama laatención que los fondos se destinaran al objetivo políticamente neutro de socorrer a losheridos, y no directamente al ejército.

80 Véase Nacif, 1994; Rodríguez Kuri, 1994; 1996, pp. 33-43.81 Actas de cabildo, 1863, en AHCM, vol. 185A.82 Ponciano Arriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en BD-Bandos, vol. 241-

folio 21.

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México se abocarían a defender una serie de proyectos e intereses pro-pios, en algunos casos articulados por el ayuntamiento. Estos intereseseran percibidos como independientes del destino del Estado nacional–en 1863 republicano, en 1867 imperial–, así como muchas veces desli-gados de las causas liberal o conservadora. Al barajar las prioridades dela ciudad, no pareció imprescindible a sus habitantes sostener al Estadonacional, por demás tan débil que ni siquiera podía aplicar los temiblescastigos que decretaba.

De este modo, la invasión tripartita, como se ha visto, provocó todauna serie de proclamas patrióticas por parte de las autoridades en con-tra de “la injusta guerra”, que terminaron siendo más estrepitosas queeficientes. El ayuntamiento de la capital también participó de este entu-siasmo, exortando a los mexicanos a pelear “como buenos, sin tregua ysin descanso,” y a “defender palmo a palmo [sus] campos, [sus] cami-nos, [sus] ciudades, [sus] hogares”.77 Este cuerpo, por su “patriotismo,talento y actividad”, debía involucrarse activamente en la defensa de laindependencia. Recibió del gobierno federal los encargos de formarunas comisiones para recibir los donativos voluntarios y animar “hastadonde se [pudiera] el espíritu público”.78 Asimismo, el gobierno munici-pal, a partir de noviembre de 1862, destinaría a los hospitales de sangredel Ejército de Oriente todos los productos de las funciones de plaza dela festividad de Todos los Santos, de las del Teatro Nacional y de las co-rridas de toros. Incluso, organizó en beneficio de estos hospitales un“paseo” en el zócalo con salones de títeres, poliorama, juegos hidráuli-cos, caballitos y juegos de ruletas.79

No obstante, y desmintiendo sus airosas proclamas, el ayuntamien-to de la capital no se entregaría en cuerpo y alma al esfuerzo bélico. Sibien la corporación afirmaba que no había que perdonar sacrificio algu-

no para preservar la independencia nacional, su preocupación princi-pal, y a la que dedicaría más tiempo, dinero y esfuerzo, no fue el comba-tir a los franceses, sino asegurar el buen gobierno de la ciudad. Por estolas actas de las sesiones de cabildo, hasta la del 26 de mayo de 1863, “úl-tima de la República”, tratan casi exclusivamente de los asuntos propiosdel gobierno municipal:80 abasto de agua y víveres; limpieza y repara-ción de calles; estado de paseos, cárceles y panteones; permisos para fá-bricas y diversiones públicas; fiel contraste; relojes públicos; pensiona-dos y vendedores ambulantes.81

Así, para los regidores de 1863 la tarea prioritaria no fue defender lasoberanía del país, sino salvaguardar el buen orden urbano, y protegerla integridad de las personas y bienes de los capitalinos. Para ilustraresta posición, es interesante contraponer los discursos que elaboraronen torno a la guerra por un lado el ayuntamiento y por el otro el gober-nador del Distrito. Según Ponciano Arriaga, representante a principiode 1863 del gobierno federal, la resistencia a la invasión era cuestión “devida o muerte”. Consecuentemente, el gobierno del distrito debía podercontar “con la fortuna, con las armas y la vida de todos los hombresleales, de todos los patriotas merecedores del nombre de mexicanos”. Elpueblo mexicano, añadía Arriaga, tenía que levantar “su poder y suenergía a la altura de los pueblos que [merecían] ser libres”, para no“pasar por la vergüenza de ver su honor, su dignidad, sus más precio-sos bienes hollados por la planta del extranjero altivo y presuntuoso”.82

De esta forma, don Ponciano se mostraba dispuesto a sacrificar viday hacienda –la propia y la ajena– en aras de la honra nacional. Losmiembros del ayuntamiento no pudieron ser tan tajantes... ni tan líricos.Para los regidores, la Intervención francesa era tanto más peligrosa queprometía restaurar bienes concretos: la paz y el orden. No les fue fácilconstruir los argumentos que convencieran a la población de que habíaque resistir hasta la muerte a los soldados que ofrecían tan apeteciblesbienes. Por eso las proclamas municipales parecen tanto más tibias, y

77 Véase “El Ayuntamiento de México al pueblo de su municipalidad”, abril 22, 1862;“El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AHCM, vol. 2269,exp. 3; 13.

78 De Anastasio Parrodi al Presidente del Ayuntamiento, enero 16, 1862, en AHCM,exp. 2.

79 “Recursos para los hospitales de sangre...,” en AHCM, vol. 2269, exp. 10. Llama laatención que los fondos se destinaran al objetivo políticamente neutro de socorrer a losheridos, y no directamente al ejército.

80 Véase Nacif, 1994; Rodríguez Kuri, 1994; 1996, pp. 33-43.81 Actas de cabildo, 1863, en AHCM, vol. 185A.82 Ponciano Arriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en BD-Bandos, vol. 241-

folio 21.

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aluden antes a asuntos concretos –familia, propiedad– que a principiosrománticos y abstractos como el honor de la patria y la gloria nacional.Los miembros del ayuntamiento terminaron por alegar que la paz res-taurada por los franceses no sería más que “la paz ominosa de la escla-vitud”.83 Haciendo bien las cuentas, ésta, que en un principio podía pa-recer atractiva, no convenía, pues

[...] una ocupación [marcaría] el principio de una insurrección [...] horribleen el que el hombre y su familia, la propiedad y todos sus frutos no [serían]objeto de contemplación alguna. Al grito de la Patria la insurrección [cre-cería] y la paz que es el deseo natural de los hombres honrados no [podría]venir sino después de sacudimientos que [dejarían] al país por muchosaños en la prostración.84

De este modo, mientras que Ponciano Arriaga decía haber aceptadoel cargo de gobernador de distrito “sin otra mira que la de cooperar a ladefensa de mi país, sin más deseo que el de ofrecer mi sangre y mi exis-tencia en la lucha gloriosa que sostiene”,85 los regidores, “personas re-traídas de toda injerencia en la política”, antepondrían constantemente“el bienestar de los habitantes de la capital [...] la paz pública [y el] or-den social” al deber de “ayudar eficazmente al Supremo Gobierno”.86

Así, en mayo de 1863, Gaspar Sánchez Ochoa, comandante general deingenieros, se quejaba de que sólo cuarenta operarios acudían a repararlas fortificaciones de la ciudad, cuando se había ordenado al ayunta-miento poner a disposición del ejército a las tres cuartas partes de suscuadrillas.87 La corporación justificó su desacato: además de que el peli-

gro de un ataque a la ciudad era “ya muy remoto”, los trabajadores delgobierno municipal, antes que ocuparse de las fortificaciones, teníanque concluir las obras urbanas que habían quedado pendientes. Si éstasno se continuaban

desde luego [...] no sólo se [perdería] el dinero que se [había] empleadohasta hoy en ellas, sino que sería preciso abandonarlas hasta que [pasara]la estación de las aguas, y entretanto quedarían verdaderamente intransita-bles las calles principales.88

Asimismo, en abril de 1867, el ayuntamiento se resistió a sumarse delleno a la defensa de la capital imperial, pues esto significaba descuidarsus deberes. Cuando se exigió a los empleados del ayuntamiento ins-cribirse “voluntariamente” en el batallón Hidalgo, no se presentó “unosolo” de ellos.89 El alcalde municipal afirmaría que habían hecho lo co-rrecto. Aunque estos hombres tenían “los mejores deseos de cumplir”con las órdenes del ejército imperial, no podían abandonar sus queha-ceres sin “un perjuicio muy notable en el servicio público”. Por el bien-estar de la población no era posible “que los empleados [del gobiernomunicipal dedicaran] un minuto a otro servicio que al que [estaban]destinados”.90

Como puede verse, los miembros del cabildo consideraban que,como representantes de la autoridad, antes que morir por la Patria y susinstituciones –republicanas o imperiales–, a ellos les tocaba ver por laciudad, cuidar sus pesos y centavos, procurar que los espacios públicosestuvieran en buen estado y que los servicios urbanos operaran de ma-nera medianamente aceptable, con el fin de garantizar cierto nivel debienestar y seguridad a sus habitantes. En este aspecto, a lo largo de laguerra de Intervención, fueron claves las negociaciones que emprendióla corporación tanto con el gobierno nacional, como con las autoridades

83 “El Ayuntamiento de México al pueblo de su municipalidad”, abril 22, 1862, enAHCM, vol. 2269, exp. 3.

84 “El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AHCM, vol.2269, exp. 13.

85 Ponciano Arriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en BD-Bandos, vol. 241-fol. 21.

86 Propuesta del regidor Manuel Rojo, enero 16, 1863, en AHCM, Actas de cabildo, vol.185A.

87 Cartas de Anastasio Parrodi, general en jefe del Ejército del Distrito, y de GasparSánchez Ochoa al Ayuntamiento, mayo 5, 1862, en AHCM, vol. 2269, exp. 4.

88 Carta al Ayuntamiento al ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, mayo14, 1862 (borrador), en AHCM, vol. 2269, exp. 4.

89 Carta del general de brigada, jefe del batallón Hidalgo al alcalde municipal, abril26, 1867, en AHCM, vol. 2270, exp. 68.

90 Carta del alcalde municipal al prefecto político del valle de México, abril 24, 1867.

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aluden antes a asuntos concretos –familia, propiedad– que a principiosrománticos y abstractos como el honor de la patria y la gloria nacional.Los miembros del ayuntamiento terminaron por alegar que la paz res-taurada por los franceses no sería más que “la paz ominosa de la escla-vitud”.83 Haciendo bien las cuentas, ésta, que en un principio podía pa-recer atractiva, no convenía, pues

[...] una ocupación [marcaría] el principio de una insurrección [...] horribleen el que el hombre y su familia, la propiedad y todos sus frutos no [serían]objeto de contemplación alguna. Al grito de la Patria la insurrección [cre-cería] y la paz que es el deseo natural de los hombres honrados no [podría]venir sino después de sacudimientos que [dejarían] al país por muchosaños en la prostración.84

De este modo, mientras que Ponciano Arriaga decía haber aceptadoel cargo de gobernador de distrito “sin otra mira que la de cooperar a ladefensa de mi país, sin más deseo que el de ofrecer mi sangre y mi exis-tencia en la lucha gloriosa que sostiene”,85 los regidores, “personas re-traídas de toda injerencia en la política”, antepondrían constantemente“el bienestar de los habitantes de la capital [...] la paz pública [y el] or-den social” al deber de “ayudar eficazmente al Supremo Gobierno”.86

Así, en mayo de 1863, Gaspar Sánchez Ochoa, comandante general deingenieros, se quejaba de que sólo cuarenta operarios acudían a repararlas fortificaciones de la ciudad, cuando se había ordenado al ayunta-miento poner a disposición del ejército a las tres cuartas partes de suscuadrillas.87 La corporación justificó su desacato: además de que el peli-

gro de un ataque a la ciudad era “ya muy remoto”, los trabajadores delgobierno municipal, antes que ocuparse de las fortificaciones, teníanque concluir las obras urbanas que habían quedado pendientes. Si éstasno se continuaban

desde luego [...] no sólo se [perdería] el dinero que se [había] empleadohasta hoy en ellas, sino que sería preciso abandonarlas hasta que [pasara]la estación de las aguas, y entretanto quedarían verdaderamente intransita-bles las calles principales.88

Asimismo, en abril de 1867, el ayuntamiento se resistió a sumarse delleno a la defensa de la capital imperial, pues esto significaba descuidarsus deberes. Cuando se exigió a los empleados del ayuntamiento ins-cribirse “voluntariamente” en el batallón Hidalgo, no se presentó “unosolo” de ellos.89 El alcalde municipal afirmaría que habían hecho lo co-rrecto. Aunque estos hombres tenían “los mejores deseos de cumplir”con las órdenes del ejército imperial, no podían abandonar sus queha-ceres sin “un perjuicio muy notable en el servicio público”. Por el bien-estar de la población no era posible “que los empleados [del gobiernomunicipal dedicaran] un minuto a otro servicio que al que [estaban]destinados”.90

Como puede verse, los miembros del cabildo consideraban que,como representantes de la autoridad, antes que morir por la Patria y susinstituciones –republicanas o imperiales–, a ellos les tocaba ver por laciudad, cuidar sus pesos y centavos, procurar que los espacios públicosestuvieran en buen estado y que los servicios urbanos operaran de ma-nera medianamente aceptable, con el fin de garantizar cierto nivel debienestar y seguridad a sus habitantes. En este aspecto, a lo largo de laguerra de Intervención, fueron claves las negociaciones que emprendióla corporación tanto con el gobierno nacional, como con las autoridades

83 “El Ayuntamiento de México al pueblo de su municipalidad”, abril 22, 1862, enAHCM, vol. 2269, exp. 3.

84 “El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AHCM, vol.2269, exp. 13.

85 Ponciano Arriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en BD-Bandos, vol. 241-fol. 21.

86 Propuesta del regidor Manuel Rojo, enero 16, 1863, en AHCM, Actas de cabildo, vol.185A.

87 Cartas de Anastasio Parrodi, general en jefe del Ejército del Distrito, y de GasparSánchez Ochoa al Ayuntamiento, mayo 5, 1862, en AHCM, vol. 2269, exp. 4.

88 Carta al Ayuntamiento al ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, mayo14, 1862 (borrador), en AHCM, vol. 2269, exp. 4.

89 Carta del general de brigada, jefe del batallón Hidalgo al alcalde municipal, abril26, 1867, en AHCM, vol. 2270, exp. 68.

90 Carta del alcalde municipal al prefecto político del valle de México, abril 24, 1867.

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militares, los comerciantes, los propietarios, y hasta las prioras de losconventos.

De esta manera, el ayuntamiento cabildeó, suplicó y regañó a losdistintos actores urbanos para lograr que se introdujeran libres de dere-chos los efectos de primera necesidad, para que la población pudieradisponer del agua de los pozos artesianos, incluyendo aquellos queestaban dentro de casas privadas o de conventos, para que se establecie-ra una tarifa de precios controlados para granos, carne y carbón, y paraque el ejército no cogiera en leva a los cargadores, arrieros y tlachique-ros que traían su mercancia a la ciudad.91 En mayo de 1867, el dedicadoalcalde Ignacio Trigueros exigiría incluso a los soldados que, aunquenecesitaran “recurrir a cuantos medios de defensa [fueran] posiblespara oponer al enemigo”, hicieran favor de no cortar los árboles de lascalzadas “cuyo plantío [era] tan útil a la población y [había] costado milafanes a la Municipalidad”.92

Las medidas promovidas por el cuerpo edilicio sugieren lo arraiga-da que estaba la auto-percepción del ayuntamiento como garante de lapolicía urbana, en el sentido antiguo de la palabra. Incluso en situa-ciones de emergencia, la corporación intentaría asegurar a sus goberna-dos no sólo el mínimo para sobrevivir, sino cierta holgura, cierta como-didad. Se trataba de garantizar a los capitalinos, en la medida de lo posi-ble, cierto grado de normalidad... además de favorecer, sin duda, los in-tereses comerciales de algunos. Así, en 1862 y 1863 –en una situaciónmenos extremosa que la que sufriría la ciudad durante el sitio de 1867–93

se introdujeron a la ciudad sin pagar alcabala, además de cosas obviascomo el carbón, el trigo y el maíz, aceite de nabo y de ajonjolí, azúcar,cebo, verduras, haba, huevo, leche, lenteja, loza ordinaria, piloncillo,papa, paja, cal, arvejón, arroz, carneros castrados y primales, cebada,cerdos, chile, garbanzo y garbanza, harina, leña, manteca, sal, terneras,toros y vacas.94 De manera similar, en 1867, el siempre activo IgnacioTrigueros, preocupado por la “comodidad” de los muchos capitalinosque asistían a misa en esos “días de alarma” y por ser Semana Mayor,enviaría, como si no tuviera otra cosa que hacer, una carta a la SagradaMitra para que se aseguraran de tener las puertas de los templos lo“suficientemente abiertas”.95

De igual forma, con la salida del gobierno constitucional a San LuisPotosí y ante la inminente llegada de las tropas francesas, el ayunta-miento se encargaría de prevenir en la ciudad “todo desorden que lafalta de medios represivos haría inevitable, comprometiendo sus gran-des intereses públicos y privados”.96 Para esto, levantaría desde finesmarzo una “fuerza urbana que exclusivamente [atendiera] la seguridadde los intereses comerciales y de la población”.97 La llegada de los inva-sores obligó al ayuntamiento constitucional a “devolver a la ciudad elvoto de confianza” con que lo había honrado. No obstante, antes de ha-cerlo, la corporación quizó asegurarse de que la ocupación de la capitalse haría “evitando cualquier desastre”. Por esto, solicitó al cuerpo con-sular que se entendiera con el enemigo para

recabar del General en Jefe del Ejército francés esa amplitud de garantías deorden y seguridad que una Ciudad ilustrada y populosa [tenía] el derechode reclamar del representante de un pueblo magnánimo e ilustrado comoel francés.98

91 Decreto presidencial, mayo 7, 15, 20, 1862; solicitud al general en jefe, mayo 13,1862; Carta del alcalde municipal al lugarteniente del Imperio, abril 23, 1867; Aviso inte-resante, abril 7, 9 1867; Cartas del alcalde municipal al administrador del rastro, marzo-mayo 1867; Cartas de Juan N. Monterde y Antonio Trueba al alcalde municipal, abril 28,mayo 4, 1867, Carta del alcalde municipal al general en jefe del segundo cuerpo del ejér-cito, mayo 6, 1867, en AHCM, vol. 2269, exp. 5; vol. 2270, exp. 68; 116, 117, 118, 119, 120.

92 Carta del alcalde municipal al general en jefe del segundo cuerpo del ejército,mayo 6, 1867, en AHCM, vol. 2270, exp. 117.

93 Ignacio Trigueros declararía que los capitalinos sufrían de una “escacez que jamásse había visto en ninguna de nuestras revoluciones.” Carta de Ignacio Trigueros a TomásO’Horan, abril 28, 1867 en AHCM, vol. 2270, exp. 118. Las medidas del gobierno munici-pal, en este caso, si se limitaron a garantizar el abasto de agua, granos, carne y carbón.Véase AHCM, vol. 2270, exp. 116, 117, 118, 119, 120.

94 Decreto presidencial, mayo 7, 13, 15, 20, en AHCM, vol. 2269, exp. 5.95 Carta del secretario del ayuntamiento al secretario de la Sagrada Mitra de México,

abril 16, 1867 (el documento dice 1866. Se trata seguramente de un error), en AHCM, vol.2270, exp. 69.

96 Carta del ayuntamiento a los cónsules, mayo 31, 1863, en AHCM, vol. 2270, exp. 37.97 Carta del regidor Alfonso Labat, marzo 30, 1863, en AHCM, vol. 2269, exp. 21.98 Cartas a los cónsules, mayo 30, 31, 1863, en AHCM, vol. 2270, exp. 33, 37.

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militares, los comerciantes, los propietarios, y hasta las prioras de losconventos.

De esta manera, el ayuntamiento cabildeó, suplicó y regañó a losdistintos actores urbanos para lograr que se introdujeran libres de dere-chos los efectos de primera necesidad, para que la población pudieradisponer del agua de los pozos artesianos, incluyendo aquellos queestaban dentro de casas privadas o de conventos, para que se establecie-ra una tarifa de precios controlados para granos, carne y carbón, y paraque el ejército no cogiera en leva a los cargadores, arrieros y tlachique-ros que traían su mercancia a la ciudad.91 En mayo de 1867, el dedicadoalcalde Ignacio Trigueros exigiría incluso a los soldados que, aunquenecesitaran “recurrir a cuantos medios de defensa [fueran] posiblespara oponer al enemigo”, hicieran favor de no cortar los árboles de lascalzadas “cuyo plantío [era] tan útil a la población y [había] costado milafanes a la Municipalidad”.92

Las medidas promovidas por el cuerpo edilicio sugieren lo arraiga-da que estaba la auto-percepción del ayuntamiento como garante de lapolicía urbana, en el sentido antiguo de la palabra. Incluso en situa-ciones de emergencia, la corporación intentaría asegurar a sus goberna-dos no sólo el mínimo para sobrevivir, sino cierta holgura, cierta como-didad. Se trataba de garantizar a los capitalinos, en la medida de lo posi-ble, cierto grado de normalidad... además de favorecer, sin duda, los in-tereses comerciales de algunos. Así, en 1862 y 1863 –en una situaciónmenos extremosa que la que sufriría la ciudad durante el sitio de 1867–93

se introdujeron a la ciudad sin pagar alcabala, además de cosas obviascomo el carbón, el trigo y el maíz, aceite de nabo y de ajonjolí, azúcar,cebo, verduras, haba, huevo, leche, lenteja, loza ordinaria, piloncillo,papa, paja, cal, arvejón, arroz, carneros castrados y primales, cebada,cerdos, chile, garbanzo y garbanza, harina, leña, manteca, sal, terneras,toros y vacas.94 De manera similar, en 1867, el siempre activo IgnacioTrigueros, preocupado por la “comodidad” de los muchos capitalinosque asistían a misa en esos “días de alarma” y por ser Semana Mayor,enviaría, como si no tuviera otra cosa que hacer, una carta a la SagradaMitra para que se aseguraran de tener las puertas de los templos lo“suficientemente abiertas”.95

De igual forma, con la salida del gobierno constitucional a San LuisPotosí y ante la inminente llegada de las tropas francesas, el ayunta-miento se encargaría de prevenir en la ciudad “todo desorden que lafalta de medios represivos haría inevitable, comprometiendo sus gran-des intereses públicos y privados”.96 Para esto, levantaría desde finesmarzo una “fuerza urbana que exclusivamente [atendiera] la seguridadde los intereses comerciales y de la población”.97 La llegada de los inva-sores obligó al ayuntamiento constitucional a “devolver a la ciudad elvoto de confianza” con que lo había honrado. No obstante, antes de ha-cerlo, la corporación quizó asegurarse de que la ocupación de la capitalse haría “evitando cualquier desastre”. Por esto, solicitó al cuerpo con-sular que se entendiera con el enemigo para

recabar del General en Jefe del Ejército francés esa amplitud de garantías deorden y seguridad que una Ciudad ilustrada y populosa [tenía] el derechode reclamar del representante de un pueblo magnánimo e ilustrado comoel francés.98

91 Decreto presidencial, mayo 7, 15, 20, 1862; solicitud al general en jefe, mayo 13,1862; Carta del alcalde municipal al lugarteniente del Imperio, abril 23, 1867; Aviso inte-resante, abril 7, 9 1867; Cartas del alcalde municipal al administrador del rastro, marzo-mayo 1867; Cartas de Juan N. Monterde y Antonio Trueba al alcalde municipal, abril 28,mayo 4, 1867, Carta del alcalde municipal al general en jefe del segundo cuerpo del ejér-cito, mayo 6, 1867, en AHCM, vol. 2269, exp. 5; vol. 2270, exp. 68; 116, 117, 118, 119, 120.

92 Carta del alcalde municipal al general en jefe del segundo cuerpo del ejército,mayo 6, 1867, en AHCM, vol. 2270, exp. 117.

93 Ignacio Trigueros declararía que los capitalinos sufrían de una “escacez que jamásse había visto en ninguna de nuestras revoluciones.” Carta de Ignacio Trigueros a TomásO’Horan, abril 28, 1867 en AHCM, vol. 2270, exp. 118. Las medidas del gobierno munici-pal, en este caso, si se limitaron a garantizar el abasto de agua, granos, carne y carbón.Véase AHCM, vol. 2270, exp. 116, 117, 118, 119, 120.

94 Decreto presidencial, mayo 7, 13, 15, 20, en AHCM, vol. 2269, exp. 5.95 Carta del secretario del ayuntamiento al secretario de la Sagrada Mitra de México,

abril 16, 1867 (el documento dice 1866. Se trata seguramente de un error), en AHCM, vol.2270, exp. 69.

96 Carta del ayuntamiento a los cónsules, mayo 31, 1863, en AHCM, vol. 2270, exp. 37.97 Carta del regidor Alfonso Labat, marzo 30, 1863, en AHCM, vol. 2269, exp. 21.98 Cartas a los cónsules, mayo 30, 31, 1863, en AHCM, vol. 2270, exp. 33, 37.

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Como puede verse, las actitudes y acciones del ayuntamiento de laciudad de México a lo largo de la guerra de Intervención muestran algobierno municipal como dotado de una lógica y de unos intereses pro-pios. Si bien en estos años ya se quería utilizar al ayuntamiento comouno de los engranajes menores de la maquinaria política y administra-tiva del Estado moderno, la corporación capitalina, aunque republicanaen 1863 e imperialista cuatro años después, actuaría las más veces si-guiendo pautas y lineamientos independientes de los del Estado nacio-nal. El mismo Ignacio Trigueros, designado alcalde por Maximiliano,aseguraba tras la caída del Imperio que él y el ayuntamiento de 1867habían actuado, no según indicaba Su Majestad Imperial, sino “guiadospor sólo el deseo de hacer el bien a la población”, dedicándose “al cum-plimiento que [les] impuso el sufragio popular, o la confianza que se[les] dispensara”.99 La tarea del ayuntamiento era, ante todo, proteger “ala ciudad”, promover “sus” intereses –encarnados ya fuera por la “cla-se más pobre”, los “intereses comerciales” o la “propiedad”– y a ésta seabocaría, casi con exclusividad.

De aquí también que la autoridad municipal –aunque carente delbombo y platillo que rodeaba a las más encumbradas– descansara sobrebases quizá más sólidas, y pudiera establecer vínculos más estrechos ymás eficientes con sus gobernados. Por esto, todavía para estos años, laadhesión a un proyecto nacional por parte del ayuntamiento –como elórgano que administraba la política cara a cara– era quizá más impor-tante de lo que pudiera parecer para asegurar el éxito del primero.100 Nose equivocaba uno de los ministros de Benito Juárez, al insistir que sóloinvolucrando a las corporaciones edilicias se podrían recolectar los fon-dos que tanto urgían para sostener la guerra en contra del francés:

Una suscripción nacional encabezada por los ayuntamientos [daría sinduda] buenos resultados, porque los consejos municipales [serían] loscolectores más estimados en sus comarcas, porque sus miembros darían au-

torizados ejemplos de patriótica generosidad, porque de este modo lasprestaciones se acomodarían a todas las fortunas, admitiéndose las cuantio-sas ofrendas de los ricos y el óbolo preciosísimo del pobre, y porque estamanifestación de todos los pueblos y de todas sus autoridades locales, estacooperación espontánea y general [...] es el precio que [daríamos] a la inde-pendencia nacional.101

No obstante, como se ha visto, ni el gobierno de Benito Juárez, ni el Im-perio de Maximiliano lograron atraer completamente hacia el centro laslealtades locales.

LA GUERRA COMO OPORTUNIDAD

De este modo, tanto la naturaleza relativamente poco sangrienta de laguerra en el siglo XIX como la actitud prudente y autónoma del ayun-tamiento contribuyeron a dar forma al particular comportamiento de lacapital durante la guerra de Intervención. No se trató, sin embargo, deuna actitud pasiva. La ciudad se mobilizó para protejer sus intereses,pero, al parecer, más se acomodaron a las distintas circunstancias queintervinieron para darles forma. Por eso el retrato de esa ciudad “con-fundida” –republicana primero, imperialista después y republicana devuelta– que la capital pintó de si misma entre 1863 y 1867. No obstante,la ciudad de México representaba dos cosas a la vez: por una parte, unactor colectivo, casi monolítico, que actuaba para sí, siguiendo ciertosprincipios constantes, independientemente de quién detuviera el podermunicipal; por el otro, representaba también un agregado de actoresdistintos, movidos por ideas e intereses propios y a veces encontrados.

A este nivel más conflictivo, la guerra fue percibida de formas muydistintas. Como se ha visto, para el ayuntamiento como institución, elconflicto representaba un problema latoso, en tanto que absorbía recur-sos, complicaba el abasto de la ciudad y hacía peligrar su seguridad.Para ciertos grupos de la élite política urbana, la Intervención amenaza-

99 Trigueros, 1868, p.47.100 Al parecer, la apropiación de la “soberanía” por parte de las comunidades que re-

sultó de la “revolución territorial” de 1812 que describe Antonio Annino seguía vigente,en muchos aspectos en la ciudad de México en la década de 1860. Véase Annino, 1995.

101 Secretaría de Estado y del despacho de relaciones exteriores y gobernación, enAHCM, vol. 2269, exp. 21.

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Como puede verse, las actitudes y acciones del ayuntamiento de laciudad de México a lo largo de la guerra de Intervención muestran algobierno municipal como dotado de una lógica y de unos intereses pro-pios. Si bien en estos años ya se quería utilizar al ayuntamiento comouno de los engranajes menores de la maquinaria política y administra-tiva del Estado moderno, la corporación capitalina, aunque republicanaen 1863 e imperialista cuatro años después, actuaría las más veces si-guiendo pautas y lineamientos independientes de los del Estado nacio-nal. El mismo Ignacio Trigueros, designado alcalde por Maximiliano,aseguraba tras la caída del Imperio que él y el ayuntamiento de 1867habían actuado, no según indicaba Su Majestad Imperial, sino “guiadospor sólo el deseo de hacer el bien a la población”, dedicándose “al cum-plimiento que [les] impuso el sufragio popular, o la confianza que se[les] dispensara”.99 La tarea del ayuntamiento era, ante todo, proteger “ala ciudad”, promover “sus” intereses –encarnados ya fuera por la “cla-se más pobre”, los “intereses comerciales” o la “propiedad”– y a ésta seabocaría, casi con exclusividad.

De aquí también que la autoridad municipal –aunque carente delbombo y platillo que rodeaba a las más encumbradas– descansara sobrebases quizá más sólidas, y pudiera establecer vínculos más estrechos ymás eficientes con sus gobernados. Por esto, todavía para estos años, laadhesión a un proyecto nacional por parte del ayuntamiento –como elórgano que administraba la política cara a cara– era quizá más impor-tante de lo que pudiera parecer para asegurar el éxito del primero.100 Nose equivocaba uno de los ministros de Benito Juárez, al insistir que sóloinvolucrando a las corporaciones edilicias se podrían recolectar los fon-dos que tanto urgían para sostener la guerra en contra del francés:

Una suscripción nacional encabezada por los ayuntamientos [daría sinduda] buenos resultados, porque los consejos municipales [serían] loscolectores más estimados en sus comarcas, porque sus miembros darían au-

torizados ejemplos de patriótica generosidad, porque de este modo lasprestaciones se acomodarían a todas las fortunas, admitiéndose las cuantio-sas ofrendas de los ricos y el óbolo preciosísimo del pobre, y porque estamanifestación de todos los pueblos y de todas sus autoridades locales, estacooperación espontánea y general [...] es el precio que [daríamos] a la inde-pendencia nacional.101

No obstante, como se ha visto, ni el gobierno de Benito Juárez, ni el Im-perio de Maximiliano lograron atraer completamente hacia el centro laslealtades locales.

LA GUERRA COMO OPORTUNIDAD

De este modo, tanto la naturaleza relativamente poco sangrienta de laguerra en el siglo XIX como la actitud prudente y autónoma del ayun-tamiento contribuyeron a dar forma al particular comportamiento de lacapital durante la guerra de Intervención. No se trató, sin embargo, deuna actitud pasiva. La ciudad se mobilizó para protejer sus intereses,pero, al parecer, más se acomodaron a las distintas circunstancias queintervinieron para darles forma. Por eso el retrato de esa ciudad “con-fundida” –republicana primero, imperialista después y republicana devuelta– que la capital pintó de si misma entre 1863 y 1867. No obstante,la ciudad de México representaba dos cosas a la vez: por una parte, unactor colectivo, casi monolítico, que actuaba para sí, siguiendo ciertosprincipios constantes, independientemente de quién detuviera el podermunicipal; por el otro, representaba también un agregado de actoresdistintos, movidos por ideas e intereses propios y a veces encontrados.

A este nivel más conflictivo, la guerra fue percibida de formas muydistintas. Como se ha visto, para el ayuntamiento como institución, elconflicto representaba un problema latoso, en tanto que absorbía recur-sos, complicaba el abasto de la ciudad y hacía peligrar su seguridad.Para ciertos grupos de la élite política urbana, la Intervención amenaza-

99 Trigueros, 1868, p.47.100 Al parecer, la apropiación de la “soberanía” por parte de las comunidades que re-

sultó de la “revolución territorial” de 1812 que describe Antonio Annino seguía vigente,en muchos aspectos en la ciudad de México en la década de 1860. Véase Annino, 1995.

101 Secretaría de Estado y del despacho de relaciones exteriores y gobernación, enAHCM, vol. 2269, exp. 21.

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ba con destruir la nacionalidad mexicana. Otros, al contrario, vieron enla llegada del ejército francés la salvación de la patria. La aparente apa-tía de la capital ante el avance del invasor tuvo también raíces en estafragmentación de la opinión política. Como ya se ha apuntado, en estecontexto de división interna, incluso dentro del marco de una guerrainternacional, la identificación entre la causa nacional y la republicanano podía ser automática. Para muchos que se consideraban buenos me-xicanos, el amor a la Patria no los obligaba a sostener a la República de-mocrática, representativa y liberal.

De esta forma, instituciones tan prestigiosas como la Academia deSan Carlos y el Colegio de Abogados, en voz de Justino Fernández, anti-guo diputado, se rehusaron a aunar a su protesta en contra de la inter-vención extranjera una declaración a favor de las instituciones y lasleyes de Reforma, a pesar de las excitativas de la Junta Patriótica.102 Perosi en opinión de algunos el peligro que acechaba a la Nación no justifi-caba el apoyo incondicional a un proyecto de gobierno, otros considera-ron que la amenaza extranjera exigía aplicación inmediata y autoritariade medidas radicales. Este es el caso de la Junta Patriótica, compuestapor los más exaltados republicanos –Ignacio Ramírez, Francisco Zarco,Florentino Mercado y Francisco de Paula Cendejas– que estuvo conven-cida de la existencia de “una gran conspiración en la capital para entre-gar al país a los franceses”.103 Para impedir el triunfo de dichas maquina-ciones, estos hombres promovieron la exclaustración de monjas y la su-presión de la enseñanza religiosa para consolidar los triunfos de la Re-forma y debilitar a la “traidora reacción”. Con la verdad en la boca, seerigieron en autoridad suprema para juzgar y castigar la falta de fervornacionalista de sus conciudadanos. Sólo la Junta, “excenta de influen-cias bastardas, [tenía] derecho a que se respetasen sus fallos, porque [ha-bía] sabido conservar su dignidad y la pureza de su patriotismo”.104

De esta forma, era derecho y deber exclusivo de la Junta el señalar alos intervencionistas, perseguir a los traidores y salvar al país, pues “lasautoridades [dormían] tranquilas en la suma de un volcán pronto a ha-

cer una espantosa erupción” y el congreso se hallaba paralizado por “in-fluencias ministeriales, por miedo, por empleomanía y a veces porintereses que el decoro no [permitía] decir”. Lo mismo sucedía con laprensa y con los clubes populares.105 Del ayuntamiento, decían, no debía“esperarse nada bueno”.106 Así, eran muy pocos los hombres públicos dela ciudad de México que superabam la prueba de patriotismo impuestapor la Junta. Difícilmente puede considerarse que todos estos políticosfueran culpables de alta traición. Simplemente abrigaban un proyectodistinto.107

De este modo, muchos miembros de la clase política urbana no vie-ron en la supervivencia del régimen constitucional la única manera deasegurar el porvenir de la nación. En 1862, el gobierno municipal quizopublicar una protesta en contra del manifiesto del ejército francés quedecía haber venido a México para liberar al país de la tiranía. No obs-tante, en la junta de cabildo se sugirió, aunque de manera algo ambigüa,que se corría el peligro de que se dijese entonces que el ayuntamientopertenecía a “la minoría opresiva” que avasallaba al país.108 No debe sor-prender entonces que algunos miembros de los cabildos de 1862 y 1863,como José Napoleón Saborio, Francisco Somera, Francisco de Garay yAlfonso Labat sirvieran en las filas del Imperio.109

No obstante, para la mayoría de estos regidores, “partidarios [...] dela democracia pero dentro de los límites de su institución”,110 colaborarcon el Imperio significó las más veces amoldarse a las circunstacias,para perseguir consecuentemente ciertos fines políticos o administrati-

102 “La junta patriótica”, en El Siglo XIX, mayo 2, 1863.103 “Junta patriótica de México”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863.104 “Remitido. La Junta patriótica”, en El Siglo XIX, abril 22, 1863.

105 “Remitido. La Junta patriótica”, en El Siglo XIX, abril 22, 1863.106 “Junta patriótica de México”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863.107 Véase Pani, 1998.108 Cabildo, abril 19, 1863, en AHCM, vol. 2269, exp. 3. Este documento es práctica-

mente ilegible.109 Saborio, autor con Antonio Martínez de la Torre de la proclama anti-interven-

cionista del ayuntamiento de enero 24, 1863, fue consejero de Estado; Somera regidor,prefecto político del Valle y ministro de Fomento; Garay miembro de la Dirección gene-ral de caminos y puentes; Labat regidor.

110 “El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 25, 1863, en AHCM, vol.2269, exp. 13.

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ba con destruir la nacionalidad mexicana. Otros, al contrario, vieron enla llegada del ejército francés la salvación de la patria. La aparente apa-tía de la capital ante el avance del invasor tuvo también raíces en estafragmentación de la opinión política. Como ya se ha apuntado, en estecontexto de división interna, incluso dentro del marco de una guerrainternacional, la identificación entre la causa nacional y la republicanano podía ser automática. Para muchos que se consideraban buenos me-xicanos, el amor a la Patria no los obligaba a sostener a la República de-mocrática, representativa y liberal.

De esta forma, instituciones tan prestigiosas como la Academia deSan Carlos y el Colegio de Abogados, en voz de Justino Fernández, anti-guo diputado, se rehusaron a aunar a su protesta en contra de la inter-vención extranjera una declaración a favor de las instituciones y lasleyes de Reforma, a pesar de las excitativas de la Junta Patriótica.102 Perosi en opinión de algunos el peligro que acechaba a la Nación no justifi-caba el apoyo incondicional a un proyecto de gobierno, otros considera-ron que la amenaza extranjera exigía aplicación inmediata y autoritariade medidas radicales. Este es el caso de la Junta Patriótica, compuestapor los más exaltados republicanos –Ignacio Ramírez, Francisco Zarco,Florentino Mercado y Francisco de Paula Cendejas– que estuvo conven-cida de la existencia de “una gran conspiración en la capital para entre-gar al país a los franceses”.103 Para impedir el triunfo de dichas maquina-ciones, estos hombres promovieron la exclaustración de monjas y la su-presión de la enseñanza religiosa para consolidar los triunfos de la Re-forma y debilitar a la “traidora reacción”. Con la verdad en la boca, seerigieron en autoridad suprema para juzgar y castigar la falta de fervornacionalista de sus conciudadanos. Sólo la Junta, “excenta de influen-cias bastardas, [tenía] derecho a que se respetasen sus fallos, porque [ha-bía] sabido conservar su dignidad y la pureza de su patriotismo”.104

De esta forma, era derecho y deber exclusivo de la Junta el señalar alos intervencionistas, perseguir a los traidores y salvar al país, pues “lasautoridades [dormían] tranquilas en la suma de un volcán pronto a ha-

cer una espantosa erupción” y el congreso se hallaba paralizado por “in-fluencias ministeriales, por miedo, por empleomanía y a veces porintereses que el decoro no [permitía] decir”. Lo mismo sucedía con laprensa y con los clubes populares.105 Del ayuntamiento, decían, no debía“esperarse nada bueno”.106 Así, eran muy pocos los hombres públicos dela ciudad de México que superabam la prueba de patriotismo impuestapor la Junta. Difícilmente puede considerarse que todos estos políticosfueran culpables de alta traición. Simplemente abrigaban un proyectodistinto.107

De este modo, muchos miembros de la clase política urbana no vie-ron en la supervivencia del régimen constitucional la única manera deasegurar el porvenir de la nación. En 1862, el gobierno municipal quizopublicar una protesta en contra del manifiesto del ejército francés quedecía haber venido a México para liberar al país de la tiranía. No obs-tante, en la junta de cabildo se sugirió, aunque de manera algo ambigüa,que se corría el peligro de que se dijese entonces que el ayuntamientopertenecía a “la minoría opresiva” que avasallaba al país.108 No debe sor-prender entonces que algunos miembros de los cabildos de 1862 y 1863,como José Napoleón Saborio, Francisco Somera, Francisco de Garay yAlfonso Labat sirvieran en las filas del Imperio.109

No obstante, para la mayoría de estos regidores, “partidarios [...] dela democracia pero dentro de los límites de su institución”,110 colaborarcon el Imperio significó las más veces amoldarse a las circunstacias,para perseguir consecuentemente ciertos fines políticos o administrati-

102 “La junta patriótica”, en El Siglo XIX, mayo 2, 1863.103 “Junta patriótica de México”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863.104 “Remitido. La Junta patriótica”, en El Siglo XIX, abril 22, 1863.

105 “Remitido. La Junta patriótica”, en El Siglo XIX, abril 22, 1863.106 “Junta patriótica de México”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863.107 Véase Pani, 1998.108 Cabildo, abril 19, 1863, en AHCM, vol. 2269, exp. 3. Este documento es práctica-

mente ilegible.109 Saborio, autor con Antonio Martínez de la Torre de la proclama anti-interven-

cionista del ayuntamiento de enero 24, 1863, fue consejero de Estado; Somera regidor,prefecto político del Valle y ministro de Fomento; Garay miembro de la Dirección gene-ral de caminos y puentes; Labat regidor.

110 “El Ayuntamiento de México a sus conciudadanos”, enero 25, 1863, en AHCM, vol.2269, exp. 13.

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vos dentro de un sistema distinto.111 Francisco Somera aprovechó ade-más sus conectes dentro del gobierno imperial para impulsar el negociofamiliar.112 Para los políticos conservadores y monarquistas, al contrario,la Intervención representó la oportunidad de establecer el sistema degobierno que anhelaban. Ya que los franceses se habían deshecho del“demagogo Juárez” y de su “reunión de léperos con levita”,113 los derro-tados de la guerra de Tres Años podrían consolidar el régimen políticopara que la sociedad mexicana volviera a vivir como Dios mandaba.

De esta forma, como ya se ha mencionado, no había acabado de salirel gobierno republicano de la capital que ya se estaban restaurando losusos y costumbres de la ciudad católica: campanas, sotanas, conventos.Para los intervencionistas, el ejército “aliado” no sólo “en nada [ataca-ba] la independencia y soberanía de la nación”, sino que aspiraba adevolverle la “libertad” para constituirse como más le conviniera, liber-tad que la “demagogia elevada al rango de gobierno” había coartado.Gracias a la “generosidad” del emperador de los franceses y con el apo-yo de todos los “hombres honrados” podría finalmente consolidarse“un gobierno que sobre las condiciones de orden, moralidad, justicia,solidez y estabilidad, [afianzaría] para lo futuro la libertad e indepen-dencia, y [ofrecería] toda clase de garantías a las personas e intereses”.114

Así, los periódicos imperialistas conservadores se regocijaron deque “cien mil personas agrupadas en las torres y bóvedas de las iglesias,de las azoteas, balcones y puertas [...], en las aceras, en los atrios y lasplazas” presenciaran la entrada y el desfile del ejército de Napoleón III,“rebosando de júbilo”. Los “libertadores” –Forey, Almonte, Márquez,Dubois de Saligny– fueron recibidos en la puerta de Catedral “con pa-lio, cruz y ciriales”.115 Estos diarios publicaron durante varios días listas

apretadas de los cientos de capitalinos que firmaron el acta de adhesiónde la ciudad de México a la Intervención.116 La proclamación por partede la Junta de Notables de una “monarquía moderada” con un príncipecatólico fue saludada por muchos conservadores como la culminaciónde su proyecto, como el cumplimento providencial de las promesas delplan de Iguala.117 Parecía demasiado bueno para ser cierto. La Interven-ción francesa abría de par en par las puertas del poder al partido con-servador, a sus ideas y a sus hombres. ¿Cómo no iban a ver en ella una“guerra justa y santa”?

Sin embargo, y como es ya de todos conocido, el carácter liberal delgobierno de Maximiliano vino a dar al traste con las ilusiones conser-vadoras. No obstante, puede sugerirse que si la Intervención francesarepresentó la última oportunidad para los grupos conservadores, algu-nos estuvieron conscientes de que ésta estaba viciada de origen. Elayuntamiento intervencionista de 1863 –donde figuraban conocidosconservadores como Gregorio Barandiaran, Pedro Elguero, y AntoninoMorán– parece haberse dado cuenta desde un principio. Más sensiblequizá que la prensa o que los miembros de la Junta Superior de Gobier-no a la opinión inarticulada de sus gobernados, la corporación munici-pal fue más recatada y más prudente tras la proclamación del Imperiopor la Asamblea de Notables. Consideraba que ésta había llevado “elasunto a su perfección”, y que los mexicanos habían “conquistado ungobierno que la ciencia moderna [encumbraba y sostenía] como perfec-to”. No obstante, parecía estar conciente, sin nombrarlo explícitamente,del alto precio –la presencia de soldados extranjeros, los costos econó-micos de la Intervención– que habría que pagar por tan excelso régi-men. Había que convencer a quienes no estuvieran dispuestos a pagar-lo que se trataba, no tanto de la situación perfecta, sino de la menos peorde las opciones. Por eso, el ayuntamiento pedía a los mexicanos recor-dar siempre “aquellos tiempos en que la familia, la seguridad, la Inde-

111 Pani, 1998.112 Somera, especulador en bienes raíces, se beneficiaría de manera importante con la

construcción del Paseo de la Reforma. Morales, 1978. Según Victor Jiménez, la utilidad atreinta años de la compra de los terrenos que hizo Somera en 1852 sería del doce mil porciento. Jiménez, 1994, p. 19.

113 “El regidor Grafias”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863. La expresión la recoje el Siglode los periódicos clandestinos. Se refiería específicamente a la Junta Patriótica.

114 “Sección oficial. Acta de la ciudad de México”, en La Sociedad, junio 10, 1863.115 “El ejército aliado en México”, en La Sociedad, junio 11, 1863.

116 “Continuan las firmas de las personas que han firmado el acta en favor de laIntervención”, en La Sociedad, junio 11, 22, 25, 26, 28, julio 6, 1863.

117 Véase “Noticias sueltas”, en La Sociedad, junio 10, 1863, que equipara la entrada delejército francés a la del Trigarante.

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vos dentro de un sistema distinto.111 Francisco Somera aprovechó ade-más sus conectes dentro del gobierno imperial para impulsar el negociofamiliar.112 Para los políticos conservadores y monarquistas, al contrario,la Intervención representó la oportunidad de establecer el sistema degobierno que anhelaban. Ya que los franceses se habían deshecho del“demagogo Juárez” y de su “reunión de léperos con levita”,113 los derro-tados de la guerra de Tres Años podrían consolidar el régimen políticopara que la sociedad mexicana volviera a vivir como Dios mandaba.

De esta forma, como ya se ha mencionado, no había acabado de salirel gobierno republicano de la capital que ya se estaban restaurando losusos y costumbres de la ciudad católica: campanas, sotanas, conventos.Para los intervencionistas, el ejército “aliado” no sólo “en nada [ataca-ba] la independencia y soberanía de la nación”, sino que aspiraba adevolverle la “libertad” para constituirse como más le conviniera, liber-tad que la “demagogia elevada al rango de gobierno” había coartado.Gracias a la “generosidad” del emperador de los franceses y con el apo-yo de todos los “hombres honrados” podría finalmente consolidarse“un gobierno que sobre las condiciones de orden, moralidad, justicia,solidez y estabilidad, [afianzaría] para lo futuro la libertad e indepen-dencia, y [ofrecería] toda clase de garantías a las personas e intereses”.114

Así, los periódicos imperialistas conservadores se regocijaron deque “cien mil personas agrupadas en las torres y bóvedas de las iglesias,de las azoteas, balcones y puertas [...], en las aceras, en los atrios y lasplazas” presenciaran la entrada y el desfile del ejército de Napoleón III,“rebosando de júbilo”. Los “libertadores” –Forey, Almonte, Márquez,Dubois de Saligny– fueron recibidos en la puerta de Catedral “con pa-lio, cruz y ciriales”.115 Estos diarios publicaron durante varios días listas

apretadas de los cientos de capitalinos que firmaron el acta de adhesiónde la ciudad de México a la Intervención.116 La proclamación por partede la Junta de Notables de una “monarquía moderada” con un príncipecatólico fue saludada por muchos conservadores como la culminaciónde su proyecto, como el cumplimento providencial de las promesas delplan de Iguala.117 Parecía demasiado bueno para ser cierto. La Interven-ción francesa abría de par en par las puertas del poder al partido con-servador, a sus ideas y a sus hombres. ¿Cómo no iban a ver en ella una“guerra justa y santa”?

Sin embargo, y como es ya de todos conocido, el carácter liberal delgobierno de Maximiliano vino a dar al traste con las ilusiones conser-vadoras. No obstante, puede sugerirse que si la Intervención francesarepresentó la última oportunidad para los grupos conservadores, algu-nos estuvieron conscientes de que ésta estaba viciada de origen. Elayuntamiento intervencionista de 1863 –donde figuraban conocidosconservadores como Gregorio Barandiaran, Pedro Elguero, y AntoninoMorán– parece haberse dado cuenta desde un principio. Más sensiblequizá que la prensa o que los miembros de la Junta Superior de Gobier-no a la opinión inarticulada de sus gobernados, la corporación munici-pal fue más recatada y más prudente tras la proclamación del Imperiopor la Asamblea de Notables. Consideraba que ésta había llevado “elasunto a su perfección”, y que los mexicanos habían “conquistado ungobierno que la ciencia moderna [encumbraba y sostenía] como perfec-to”. No obstante, parecía estar conciente, sin nombrarlo explícitamente,del alto precio –la presencia de soldados extranjeros, los costos econó-micos de la Intervención– que habría que pagar por tan excelso régi-men. Había que convencer a quienes no estuvieran dispuestos a pagar-lo que se trataba, no tanto de la situación perfecta, sino de la menos peorde las opciones. Por eso, el ayuntamiento pedía a los mexicanos recor-dar siempre “aquellos tiempos en que la familia, la seguridad, la Inde-

111 Pani, 1998.112 Somera, especulador en bienes raíces, se beneficiaría de manera importante con la

construcción del Paseo de la Reforma. Morales, 1978. Según Victor Jiménez, la utilidad atreinta años de la compra de los terrenos que hizo Somera en 1852 sería del doce mil porciento. Jiménez, 1994, p. 19.

113 “El regidor Grafias”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863. La expresión la recoje el Siglode los periódicos clandestinos. Se refiería específicamente a la Junta Patriótica.

114 “Sección oficial. Acta de la ciudad de México”, en La Sociedad, junio 10, 1863.115 “El ejército aliado en México”, en La Sociedad, junio 11, 1863.

116 “Continuan las firmas de las personas que han firmado el acta en favor de laIntervención”, en La Sociedad, junio 11, 22, 25, 26, 28, julio 6, 1863.

117 Véase “Noticias sueltas”, en La Sociedad, junio 10, 1863, que equipara la entrada delejército francés a la del Trigarante.

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pendencia y la misma Religión Católica [...] parecían propias a naufra-gar”.118

Como se ha visto, la guerra de Intervención representó para los gru-pos políticos –conservadores y liberales– que no comulgaban con el li-beralismo encarnado por la Constitución de 1857 y la Reforma, la opor-tunidad de acceder, aunque momentáneamente, al poder. Así, duranteuna cortísima luna de miel –hasta la ratificación por parte de la Regen-cia de los pagarés de desamortización en noviembre de 1863– el sueñoconservador de un pueblo católico regido por un gobierno católico pa-recía haberse hecho realidad. Por otro lado, la guerra, como momentode gran peligro, de “emergencia nacional”, permitió la consolidación deautoridades excepcionales –normalmente militares–, que actuaron reba-sando los canales tradicionales de autoridad. Especialmente ilustrativoes el caso aquí descrito de la Junta Patriótica, que aprovechó los días deguerra para promover una agenda política radical. Sin embargo, y comose ha visto en el apartado anterior, ciertas instituciones tradicionalescomo el ayuntamiento capitalino lograron defender con bastante efica-cia su coto de poder. En la ciudad de México, durante la Intervenciónfrancesa y con la anuencia activa de distintos actores urbanos, prevale-ció sobre la “emergencia nacional” la normalidad de las prácticas coti-dianas.

CONCLUSIONES

Durante la guerra de Intervención, la ciudad de México no se levantócomo un solo hombre para resistir al invasor y mandarlo de patitas deregreso por donde había venido. Como se ha visto, la capital, con elayuntamiento al frente, procuró preservar no sólo su integridad, lasvidas y propiedades de sus ciudadanos, sino también conservar, hastadonde fuera posible, su modus vivendi. Para conseguir esto, la ciudadnegoció, manipuló o se hizo la sorda ante las exigencias de Benito Juá-rez, de Anastasio Parrodi, Ponciano Arriaga e Ignacio Comonfort; de los

franceses, del Emperador y de Leonardo Márquez, en un estire y aflojeconstante y con actores de distinta inclinación ideológica tomando suce-sivamente la iniciativa.

Así, la historia de la ciudad y la guerra entre 1863 y 1867 no es unahistoria de heroísmo, destrucción y sangre. Tampoco es la historia de lalucha entre patriotas y traidores. Es la historia de unos actores urbanosque no siempre identificaron la causa nacional con un proyecto político,y que, en medio de una guerra internacional y civil, procuraron salva-guardar o promover sus intereses. No puede hablarse entonces de unnacionalismo totalizante, que todo lo justifica y legitima, que nace depasiones y no de la razón, como el que se desarrolla entre 1914 y 1950,años que E.J. Hobsbawm ha descrito como de “apogeo del nacionalis-mo”.119 Paradójicamente, la construcción de una identidad nacionalestrictamente definida y excluyente se produjo, como ha escrito Fernan-do Escalante, “en la guerra y por la guerra, como resultado de la dobleviolencia del Estado que agredía y el Estado que defendía el territo-rio”,120 y con la ayuda, como se ha visto, de la prensa nacionalista.

De esta forma, después de 1867, la historia de los vencedores trans-formaría a la lucha intestina en una lucha puramente patriótica. A nivelsimbólico, la guerra de Intervención dotaría al México republicano detoda una serie de mitos que contibuirían a la consolidación de un imagi-nario nacional y nacionalista: la batalla del 5 de mayo, la del 2 de abril,el fusilamiento de Querétaro. La saga de la defensa patriótica terminaríapor eclipsar el teje y maneje, las demandas y concesiones que se articu-laron dentro de la capital, mismos que a grandes rasgos lograron suacometida. Las vivencias locales de estos años, con toda su complejidady su riqueza, desaparecieron bajo una Historia Patria monocromática.Bien vale la pena recuperarlas.

118 “Proclamas: Ayuntamiento de México”, en La Sociedad, julio 14, 1863.

119 Hobsbawm, 1990, pp. 131-183. Muy sugerentes en este aspecto son los análisis delnacionalismo y de la lealtad al Estado como unos elementos más dentro de la complejaconstrucción de la identidad de las comunidades rurales en el México decimonónico querealizan Alan Knight y Fernando Escalante Gonzalbo. Knight, 1994; Escalante Gonzalbo,1992, pp. 67-70.

120 Escalante Gonzalbo, 1998, p. 25.

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pendencia y la misma Religión Católica [...] parecían propias a naufra-gar”.118

Como se ha visto, la guerra de Intervención representó para los gru-pos políticos –conservadores y liberales– que no comulgaban con el li-beralismo encarnado por la Constitución de 1857 y la Reforma, la opor-tunidad de acceder, aunque momentáneamente, al poder. Así, duranteuna cortísima luna de miel –hasta la ratificación por parte de la Regen-cia de los pagarés de desamortización en noviembre de 1863– el sueñoconservador de un pueblo católico regido por un gobierno católico pa-recía haberse hecho realidad. Por otro lado, la guerra, como momentode gran peligro, de “emergencia nacional”, permitió la consolidación deautoridades excepcionales –normalmente militares–, que actuaron reba-sando los canales tradicionales de autoridad. Especialmente ilustrativoes el caso aquí descrito de la Junta Patriótica, que aprovechó los días deguerra para promover una agenda política radical. Sin embargo, y comose ha visto en el apartado anterior, ciertas instituciones tradicionalescomo el ayuntamiento capitalino lograron defender con bastante efica-cia su coto de poder. En la ciudad de México, durante la Intervenciónfrancesa y con la anuencia activa de distintos actores urbanos, prevale-ció sobre la “emergencia nacional” la normalidad de las prácticas coti-dianas.

CONCLUSIONES

Durante la guerra de Intervención, la ciudad de México no se levantócomo un solo hombre para resistir al invasor y mandarlo de patitas deregreso por donde había venido. Como se ha visto, la capital, con elayuntamiento al frente, procuró preservar no sólo su integridad, lasvidas y propiedades de sus ciudadanos, sino también conservar, hastadonde fuera posible, su modus vivendi. Para conseguir esto, la ciudadnegoció, manipuló o se hizo la sorda ante las exigencias de Benito Juá-rez, de Anastasio Parrodi, Ponciano Arriaga e Ignacio Comonfort; de los

franceses, del Emperador y de Leonardo Márquez, en un estire y aflojeconstante y con actores de distinta inclinación ideológica tomando suce-sivamente la iniciativa.

Así, la historia de la ciudad y la guerra entre 1863 y 1867 no es unahistoria de heroísmo, destrucción y sangre. Tampoco es la historia de lalucha entre patriotas y traidores. Es la historia de unos actores urbanosque no siempre identificaron la causa nacional con un proyecto político,y que, en medio de una guerra internacional y civil, procuraron salva-guardar o promover sus intereses. No puede hablarse entonces de unnacionalismo totalizante, que todo lo justifica y legitima, que nace depasiones y no de la razón, como el que se desarrolla entre 1914 y 1950,años que E.J. Hobsbawm ha descrito como de “apogeo del nacionalis-mo”.119 Paradójicamente, la construcción de una identidad nacionalestrictamente definida y excluyente se produjo, como ha escrito Fernan-do Escalante, “en la guerra y por la guerra, como resultado de la dobleviolencia del Estado que agredía y el Estado que defendía el territo-rio”,120 y con la ayuda, como se ha visto, de la prensa nacionalista.

De esta forma, después de 1867, la historia de los vencedores trans-formaría a la lucha intestina en una lucha puramente patriótica. A nivelsimbólico, la guerra de Intervención dotaría al México republicano detoda una serie de mitos que contibuirían a la consolidación de un imagi-nario nacional y nacionalista: la batalla del 5 de mayo, la del 2 de abril,el fusilamiento de Querétaro. La saga de la defensa patriótica terminaríapor eclipsar el teje y maneje, las demandas y concesiones que se articu-laron dentro de la capital, mismos que a grandes rasgos lograron suacometida. Las vivencias locales de estos años, con toda su complejidady su riqueza, desaparecieron bajo una Historia Patria monocromática.Bien vale la pena recuperarlas.

118 “Proclamas: Ayuntamiento de México”, en La Sociedad, julio 14, 1863.

119 Hobsbawm, 1990, pp. 131-183. Muy sugerentes en este aspecto son los análisis delnacionalismo y de la lealtad al Estado como unos elementos más dentro de la complejaconstrucción de la identidad de las comunidades rurales en el México decimonónico querealizan Alan Knight y Fernando Escalante Gonzalbo. Knight, 1994; Escalante Gonzalbo,1992, pp. 67-70.

120 Escalante Gonzalbo, 1998, p. 25.

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ZAMACOIS, Niceto de, Historia de Méjico desde los tiempos más remotos hasta nues-tros días, escrita a la luz de todo lo que de irrecusable han dado a luz los más carac-terizados historiadores, y en virtud de documentos auténticos, no publicados toda-vía, tomados del Archivo Nacional de Méjico, de las bibiotecas públicas, y de lospreciosos manuscritos que, hasta hace poco, existían en los conventos de aquél país,Diez y ocho tomos en veinte volúmenes, Barcelona, México, J. Parres yCompañía Editores, 1882.

HEMEROGRAFÍA

El Diario del Imperio.La Orquesta. Periódico omsniscio, de buen humor y con caricaturas.El Pájaro Verde. Religión, política, literatura, artes, ciencias, industria, comercio, medi-cina, tribunales, agricultura, minería, teatro, modas, revista general de la prensa euro-pea y la del Nuevo-mundo.El Siglo XIX.La Sociedad. Periódico político y literario.

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