Origen de las carmelitas de clausura en España

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Origen de las carmelitas de clausura en España Ismael MARTÍNEZ CARRETERO, O. Carm. Sevilla I. “¿Qué sabe la gente sobre nosotras las Carmelitas?” II. La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo. 2.1. Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. 2.2. Las monjas Carmelitas. 2.3. Desde los Países Bajos a Francia. III. Origen y lenta evolución de las monjas en España. 3.1. Los frailes carmelitas. 3.2. Las monjas Carmelitas en España. 3.3. Los beaterios y la clausura. 3.4. ¿Relajación o proceso de adaptación? IV. Providencial encuentro de Sta. Teresa con el Rvmo. P. Rubeo. 4.1. Rubeo, el “culpable” de la obra teresiana. 4.2. La espiritualidad de la carmelita. 4.3. Cascada de fundaciones. 4.4. Diferentes en la unidad de un mismo carisma.

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Origen de las carmelitas de clausura

en España

Ismael MARTÍNEZ CARRETERO, O. Carm. Sevilla

I. “¿Qué sabe la gente sobre nosotras las Carmelitas?”

II. La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo. 2.1. Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. 2.2. Las monjas Carmelitas. 2.3. Desde los Países Bajos a Francia.

III. Origen y lenta evolución de las monjas en España.

3.1. Los frailes carmelitas. 3.2. Las monjas Carmelitas en España. 3.3. Los beaterios y la clausura. 3.4. ¿Relajación o proceso de adaptación?

IV. Providencial encuentro de Sta. Teresa con el Rvmo. P. Rubeo.

4.1. Rubeo, el “culpable” de la obra teresiana. 4.2. La espiritualidad de la carmelita. 4.3. Cascada de fundaciones. 4.4. Diferentes en la unidad de un mismo carisma.

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I. “¿QUÉ SABE LA GENTE SOBRE NOSOTRAS LAS CARMELITAS?”

Ésta fue la pregunta que se hizo Edith Stein, nuestra más reciente santa

carmelita y co-patrona de Europa, cuando, con ocasión de haberse publicado en Alemania una obra novelada sobre las 16 Mártires Carmelitas de Compiegne1, la gente se preguntaba quiénes eran en realidad estas monjas, a lo que Edith respondió, ya desde su convento de Colonia, con una breve pero sentida descripción de estas carmelitas que desde tanto tiempo habían plantado sus monasterios en la nación germana. Y, a la vez que trataba de dar una respuesta contundente a nivel general, también era su intención el darse a sí misma una respuesta en refrendo de su propia vocación de la que se sentía totalmente identificada, tanto como judía como cristiana conversa, incluso para las propias monjas de su sencilla comunidad que tampoco tenían una idea demasiado clara sobre su origen.

Esta singular mujer estaba dotada de una singular inteligencia y de una

exquisita formación humana. Discípula predilecta de Husserl, tras su conversión y muerte del maestro dio el salto desde la fenomenología del famoso filósofo a la teología de Santo Tomás de Aquino, bebiendo a la vez del espíritu benedictino a través de su director espiritual Dom Walzer, abad del monasterio de Beuron en Alemania. En aquel recinto sagrado benedictino, monasterio clave en la renovación litúrgica de la Iglesia Católica del siglo XIX, se sentía especialmente atraída por la liturgia solemne y el oficio coral de los monjes. Su determinación de encerrarse en la clausura de un Carmelo fue originada no sólo por la lectura del Libro de la Vida de Teresa de Jesús, que para ella significó algo así como lo que le sucedió a la Santa de Ávila con la lectura de las Confesiones de San Agustín, sino también por su propio pensamiento: «La máxima perfección a la que puede aspirar una mujer es la de su total donación a Dios, donación que encuentra su plena realización en el claustro, en la vida contemplativa», dejó escrito2. Quiso a su vez encerrarse en un monasterio sencillo al que por casualidad conoció y en el que nunca se pudiese tratar con las monjas de altas cuestiones intelectuales o científicas.

1 Se trataba de la famosa novela de Gertrud von Le Fort, Die letze am Shafot, Kösel (“La última en el patíbulo”), Munich 1931.

2 ESZER, A., O.P., Beata Teresia Benedetta della Croce (Edith Stein), OCD, asceta e martire en «Edith Stein Mistica e Martire», Roma 1992, p. 202.

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Eligió para ello un nuevo nombre, aunque era obligación cambiárselo al entrar en religión, nombre pleno de un profundo significado que iba a marcar toda su vida: Teresa Benedicta de la Cruz. Teresa por haber quedado tan impresionada al leer el Libro de la Vida de la santa abulense; Benedicta por su amor a la orden benedictina que fue la que espiritualmente la orientó en su nueva vida de conversa, y de la Cruz porque iba a ser su signo, el destino de toda su existencia. «Se trataba de hacer expedito y franco el camino que la liberó de las ataduras del pasado y le abrió un encuentro nuevo en la Vida, la de la ley abrazada y donada a los demás junto al Crucificado en su martirio de amor»3.

Este largo preámbulo sobre la vida de Edith Stein ha sido necesario a fin de lograr el hondo calado con el que nos cuenta y define qué son las carmelitas, qué entiende el vulgo o el común de las gentes sobre la mismas, incluso las más ilustradas en cuestiones religiosas, sobre una de las órdenes más populares en la santa Iglesia de Dios; todo el mundo las conoce, ¿pero sabe en realidad quiénes son y de dónde provienen? Y porque las más profundas raíces del Carmelo son bíblicas y están fundamentadas en el Antiguo Testamento, hay que afirmar sin ambages que muy pocas personas han definido, saboreado y vivido como Edith Stein la auténtica realidad del ser carmelita por su condición de judía y por cuya causa murió, estando catalogada como una de las más insignes mujeres de la Europa de todos los tiempos. El signo de la Cruz le hizo comprender el profundo significado de La Ciencia de la Cruz en los escritos y en la vida de San Juan de la Cruz como nadie lo había entendido hasta entonces, sencillamente porque también ella lo va a vivir y lo presiente. De ahí que la definición que de las carmelitas nos hace Edith Stein no es una mera relación descriptiva, sino todo un programa de vida que ella misma encarnó.

A raíz, por tanto, de cuanto la gente comentaba sobre las y los carmelitas, Edith escribía diciendo que sí, que todo el mundo sabía lo que era el Santo Escapulario como devoción popular, incluso su origen y su alcance como signo de unión entre los mismos cristianos, «pues nos une con innumerables fieles de todo el mundo» –hace observar muy atinadamente–, y que la fiesta del Carmelo se celebraba el día 16 de julio, solemnidad de Ntra. Sra. del Carmen, incluso la vida austera que las carmelitas llevaban en sus conventos de estricta clausura, pero muy pocas cosas más, subraya.

La mayoría de los creyentes conocen también, aunque no sea nada más que de nombre, a Santa Teresita del Niño Jesús y a la Madre Teresa, o la Santa Madre como nosotras la llamamos. Ella es considerada como la Fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas, sin embargo, quien conoce un poco mejor la Historia de la Iglesia y de la Orden, sabe que nosotras veneramos al profeta

3 BORRIELLO, L.,OCD, Tappe storico.spirituali di un’esistenza teológica, Roma 1992, p. 98.

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Elías como Nuestro Padre y guía, aun cuando muchos consideren que esto no es nada más que una leyenda poco creíble.

«Nosotras que vivimos en el Carmelo y que cada día rezamos a nuestro Santo Padre Elías, sabemos que él no es una figura de la prehistoria gris. Una tradición viviente nos ha legado su espíritu que actualmente determina nuestra vida. Nuestra Santa Madre [Teresa] rechazó siempre enérgicamente la afirmación de que ella hubiera fundado una nueva orden religiosa. Su intención no era otra que la de revivir el espíritu original de la primitiva Regla»4. Edith Stein no hablaba de memoria contra lo que incluso en la actualidad muchos, considerados como entendidos, dicen y escriben. He aquí un texto esclarecedor que la santa alemana conocía perfectamente: «Dicen que es Orden nueva e invenciones; lean nuestra primera Regla, que sólo es la que guardamos sin mitigación…, que no sé de dónde sacan tantas cosas», escribe la Santa a un padre jesuita5. En efecto, y como en su lugar veremos, Santa Teresa no hizo sino obedecer al Rvmo. P. General, que buscaba un modelo de monjas de estricta clausura, tal y como las nuevas normas de Trento la imponía para las religiosas, y que en España la halló en la santa abulense a tenor de su fundación de San José. En realidad Santa Teresa no hizo otra cosa sino obedecer al Rvmo. P. General que buscaba un modelo de monjas de estricta clausura, tal y como las nuevas normas de Trento la imponía para las religiosas, y que en España la halló en la santa abulense, como tendremos ocasión de comprobar en el justo lugar que en este estudio le corresponde.

II. LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DEL MONTE CARMELO 2.1. Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo

Todas las órdenes religiosas medievales, tanto las monásticas como las mendicantes, tuvieron su correspondiente rama femenina aun cuando no fuera ésa la intención de los fundadores, todos varones; sólo hay dos casos paralelos en ambos grupos de monjes y frailes que constituyen excepción: San Benito y su hermana gemela Santa Escolástica entre las órdenes monás-ticas, y Francisco de Asís junto con Santa Clara entre los mendicantes. Ni San Bruno ni San Bernardo de Claraval entre los contemplativos pensaron en una rama femenina, aunque dicha sección naciera de modo natural y espon-táneo, como tampoco Santo Domingo de Guzmán lo pensara entre sus hijos, a pesar de que la gran mística y doctora Santa Catalina de Siena represente el

4 EDITH STEIN, Los caminos del silencio interior, Ede, Madrid 1988, pp. 173-174 5 Carta escrita desde Ávila al P. Pablo Hernández, SJ, el 4-X-1578.

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ideal perfecto para las dominicas, siendo seglar; así nacieron también entre los carmelitas con Santa Juana de Tolosa, aunque nunca fuera considerada como paradigma o modelo alguno para las monjas.

Sobre el origen de las carmelitas ya nos lo ha dejado dicho con meridiana claridad Edith Stein, remontándose nada menos que a nuestro Padre San Elías, y contra la generalizada opinión de que Santa Teresa fuera la fundadora de las monjas. Nada hay que decir con respecto al origen de los frailes, los así llamados Hermanos de Santa María del Monte Carmelo quienes, considerados como sucesores de los Hijos de los Profetas del Antiguo Testamento en el siglo XIII, así lo han mantenido hasta el día de hoy, no en un sentido jurídico, como es fácil de entender, sino carismático y espiritual, y así la Iglesia misma lo reconoció de forma oficial en el siglo XVIII, erigiendo una colosal estatua del Profeta de Fuego bajo la cúpula de Miguel Ángel en el Vaticano, lugar preferente y reservado para los grandes y más antiguos fundadores de las ór-denes religiosas, y si Roma locuta est, causa finita est. Y algo mucho más importante: si así no lo hubieran creído y vivido los grandes santos del Carmelo a lo largo y ancho de la historia, tales como Santa Teresa y San Juan de la Cruz, estos místicos doctores no hubieran existido.

Bien sabido es cómo estos frailes arribaron a Europa a mediados del siglo XIII, exiliados de Tierra Santa en donde habían surgido, perseguidos y masacrados muchos de ellos por la persecución islámica; se trataba de un grupo de ermitaños que bajo el recuerdo de los antiguos Padres del desierto y de los profetas, vivieron en santa hermandad bajo unas normas dictadas por San Alberto, Patriarca de Jerusalén hacia, hacia 1210 (terminamos de celebrar el VIII Centenario de nuestra fundación jurídica), normas contenidas en una especie de estatuto o breve formula vitæ que se ha venido en llamar Regla de San Alberto, adaptada y acomodada como tal por la bula Quæ honorem Condito-ris del pontífice Inocencio IV en 1 de octubre de 1247, y en virtud de la cual aquel grupo de ermitaños pasó a ser orden mendicante, junto con franciscanos, dominicos, y agustinos; así y desde entonces aquellos eremitas todos laicos, pues disponían de un clérigo capellán, pasaron a ser orden clerical al servicio de la Iglesia exactamente igual que el resto de los mendicantes.

2.2. Las Monjas Carmelitas

Sobre el origen de las carmelitas ya lo hemos dejado ampliamente escrito en otro lugar6; aquí nos limitaremos a dar una idea esquemática con el solo

6 MARTÍNEZ CARRETERO, I, O. Carm., Las Carmelitas de Granada. “Monjas del

Carmen”, Granada 2008, pp. 3-18.

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fin de que nos sirva de introducción y poder así enmarcar a las carmelitas españolas que es el objetivo principal del presente estudio.

Hasta mediados del siglo XV oficialmente no existen las carmelitas, es decir, la denominada Segunda Orden. En efecto, la existencia legal de las monjas y su reconocimiento jurídico por parte de la Iglesia arranca sin ningún género de duda a partir del día 7 de octubre de 1452, fecha de la bula Cum nulla del papa Nicolás V, obtenida por el beato Juan Soreth, pero las religiosas, como los mismos frailes allá en Monte Carmelo, también tuvieron su prehistoria y su existencia real mucho antes de que fueran reconocidas oficialmente y catalogadas como de la Orden Segunda y la Tercera7. Como siempre, la vida nace antes de que se haga la ley que la regule.

Históricamente se tiene noticia cierta de grupos afiliados a la Orden del Carmen ya desde 1263: los carmelitas de Mesina hacen donación de una casa a Dña. Frisa, viuda de Silvestre, platero, con el fin de que la habitara con otras hermanas religiosas penitentes que quiera recibir…, y después de su muerte permanezcan siempre como religiosas8. En 1284 sucede un caso parecido en Lucca, ciudad muy cercana a Florencia. Pero el documento más antiguo que se conserva de una profesión en la Orden pertenece a la Hermana Bienvenida Venturoli de Ranieri, hecha en Bolonia en 1304; se describe toda la ceremonia, efectuada ante la comunidad carmelitana en pleno como en los días solemnes, y la voluntad expresa de esta dama que se propone «con la ayuda de Dios, dedicar su vida en honor del Dios Omnipotente y de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». El superior, en cuyas manos emite sus votos, la recibe en nombre suyo y en el de la propia Orden; los religiosos presentes también la acogen como miembro de la Orden del Carmen en cuya señal se dan la paz, tal como aun hoy se practica9.

Este acto de afiliación lo hallamos repetido al poco tiempo en Florencia en la persona de Diana de Buzzadelli, el 12 de octubre de 1309; la profesa hace renuncia de todos sus bienes y promete obediencia según la Regla del Carmelo y en manos del prior fray Jerónimo10. A partir de estas fechas se multiplican los casos a lo largo y ancho del siglo XIV. Sin embargo hay que advertir que las monjas propiamente dichas, es decir, las llamadas sanctimoniales de rejas y votos solemnes, aún no habían sido admitidas como pertenecientes

7 Cf. SAGGI, L., O. Carm., «La prehistoria del Carmelo Femenino», en Escapulario del

Carmen 82 (1985) 221-226. 8 Ibíd., 222. 9 CATENA, C., O. Carm., Le Carmelitane. Storia e spiritualità, Institutum Carmelitanum,

Roma 1969, pp. 3-7. 10 Ibíd., pp. 68-69.

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a la Orden. Era en aquel tiempo la tónica general entre los religiosos por lo complicado que resultaba entonces hacerse cargo de las monjas, según la eclesiástica y civil legislación; se las consideraba menores y necesitadas de la protección masculina, razón por la cual en 1261 los carmelitas habían obtenido la exención de cuidarse de monjas11.

Hasta la llegada del beato Juan Soreth como general de la Orden no sonará la hora de que la vida del Carmelo sea participada en plenitud por una fraternidad femenina en igualdad de derechos. Más aún: para el santo general las carmelitas habrían de ser factor importante en su plan renovador de la vida del Carmelo por su carácter contemplativo; antes de la obtención de la bula «Cum nulla» ya había admitido en la Orden a las beguinas (beatas) de Ten Elsen en Guelders y lo mismo hará con las damas blancas ya existentes en Florencia. La famosa bula, pues, puede ser considerada sin duda alguna como el acta fundacional de la Segunda Orden, aunque ellas mismas lo ignoren, dando legitimidad al Carmelo femenino ya existente, y al beato Juan Soreth le pertenece el título de fundador por muchas y bien sólidas razones12. Que el carisma y el espíritu propio del Carmelo tengan sus más hondas raíces allá en Tierra Santa, siendo común a toda la familia carmelitana, Edith Stein sólidamente lo refrenda.

Pero el paso de los beaterios a monasterios o casa monacal, la evolución

de las beatas (beguinas, mantelladas o pinzóqueras, según los países), es decir, a las sanctimoniales o monjas de clausura, será un proceso lento, incluso subsistirán conjuntamente durante siglos, y aún permanecen en algunas órde-nes o congregaciones religiosas no obligadas a guardar clausura; son en Sevilla los casos concretos del beaterio de Pozo Santo entre las franciscanas y el de la Trinidad de Hnas. Trinitarias.

Entre las múltiples razones por las cuales la mujer no siempre aceptó la imposición por parte de la Iglesia de que toda religiosa o mujer consagrada habría de ser monja claustral, existía entonces y existe ahora la convicción de que la clausura no era parte esencial de la misma vida religiosa, y mucho

11 Por la bula Paci et tranquillitate de Alejandro IV del 7 de marzo de 1261 los carmelitas quedaban exentos de cuidar monjas; ello no quiere decir que se les prohíba y, de hecho, a partir del beato Juan Soreth (1451-1471) todos los priores generales prestaron especial atención al cuidado de sus hermanas las carmelitas. Cf. BOAGA, M. O. Carm., Como piedras vivas, Roma 1997, pp. 184-186.

12 El P. Claudio Catena sostenía que el verdadero fundador era el prior de Florencia que fue quien pidió la bula y a él estaba dirigida, mientras que los PP. Staring y Wilderink sostenían la legitimidad de tal título de fundador al Reverendísimo puesto que sólo el P. General la podía aplicar a toda la Orden, como de hecho así hizo, siendo el gran protector de las monjas. (Cf. ibíd..,LX, nota 19).

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menos para ser considerada como monja contemplativa. Sin embargo Trento la impuso como condición sine qua non la religiosa no podía ser reconocida como tal ni se les reconocía como verdaderas monjas. Algunos de aquellos beaterios fueron auténticos reductos de religiosas entregadas a una vida apostólica que la Santa Sede no tuvo más remedio que tolerar y que han persistido hasta nuestros días, como los de Sevilla antes referidos.

Un caso típico de esta evolución y lenta transformación de beaterio a monasterio carmelita lo vemos en Santa María de los Ángeles en Florencia, convento de Sta. María Magdalena de Pazzis. Se trataba de una estructura monacal completamente distinta que a veces van a subsistir conjuntamente en la misma ciudad: mientras existían los dos monasterios de estricta clausura como eran los de la Encarnación de Belén y Santa Ana, hasta el siglo XIX también había al menos dos beaterios de carmelitas que subsistieron hasta los tiempos de la exclaustración general de 1835 y de los que existe alguna documentación como en otro lugar hemos expuesto13.

Recordando estos principios de su monasterio la santa florentina recordaba

con no poco cariño a sus Madres Fundadoras. En efecto, el día 15 de agosto de 1450 se da inicio a una vida comunitaria por parte de cuatro beatas realizando su oblación o consagración. En 1454 la comunidad se transforma en «Compañía», la Compañía de Dña. Inocencia. Y así inician su andadura religiosa hasta que en 1480 el prior general Martignoni les impone el escapulario como signo de profesión (aunque el signo del hábito carmelita era en aquel tiempo la capa blanca). Desde entonces disponen de capilla propia y comienzan a rezar juntas el Oficio de Ntra. Señora. El día 14 de enero de 1515 la comunidad emite su profesión solemne aceptando el coro y la clausura en calidad de monjas coristas. Finalmente el 21 de abril el grupo de monjas se obliga a aceptar el rezo del oficio divino bajo precepto grave, el uso del velo negro y los derechos capitulares con voz activa y pasiva14. Y toda esta profunda transformación de las carmelitas se estaba efectuando justo en el mismo año en el que en Ávila (o en sus alrededores), nacía doña Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada.

2.3. Desde los Países Bajos a Francia

Durante el Capítulo Provincial de Alemania y con fecha del 10 de mayo de 1452 el prior general beato Juan Soreth admite en la Orden como miembros

13 MARTÍNEZ CARRETERO, I, O. Carm., Los Carmelitas en Sevilla. 650 años de

presencia (1358-2008), Sevilla 2009, pp. 174-182. 14 BOAGA, M., Como piedras vivas, pp. 179-180.

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efectivos a las beatas de Ten Elsen de Guelders y las puso bajo la obediencia del prior del Carmen de dicha ciudad. Cuando el santo general regresa al año siguiente escribe desde la cercana Mörs a las carmelitas de Guelders confirmándolas en su admisión a la Regla, hábito y profesión en la Orden, esta vez en virtud del privilegio «que hemos obtenido del Santísimo Señor y Padre el papa Nicolás V». Lo mismo hace con las Hermanas de Nieukerk (entre Guelders y Aldekerk) en 1455, también existentes y afiliadas a la Orden con anterioridad. Para ellas ordena al P. Nieukerk les traduzca y adapte la Regla y Constituciones del Carmelo, trazando las normas básicas de una vida claustral15. A partir de entonces se van sucediendo los monasterios de Dinant (trasladados más tarde a Huy y Namur), Lieja, Vilvoorde, junto a Bruselas, y Haarlem; de este último monasterio saldrían religiosas para fundar en Rotterdam (1482), y en Brujas, (Nuestra Señora de Sión, 1487). Las carmelitas de Lieja serán las fundadoras del Carmelo en Francia.

En efecto, en 1463 llegan a Bondon nueve religiosas del susodicho Carmelo de Lieja a fin de fundar un monasterio patrocinado por los Duques de Bretaña. La crónica de esta fundación, hecha por el conocido mariólogo Arnoldo Bostio, parece arrancada del Libro de las Fundaciones de Sta. Teresa: «El 2 de noviembre de 1463, a las cuatro de la tarde, las dichas hermanas llegaron a Vannes, acompañadas por el Rvdo. P. Juan Soreth quien siempre se les adelantaba para buscar un sitio donde decirles misa y darles la comunión. Cuando llegaron a las puertas, los gentilhombres de la ciudad las recibieron con honor y las condujeron al castillo de L'Hermine, junto a Les Lisses. Allí se quedaron hasta la fiesta de Sto. Tomás Apóstol, en que salieron para visitar el convento que se les había construido. Por la tarde fueron a ver la iglesia de S. Pedro. Vivían en el piso superior del castillo y allí rezaban el Oficio Divino y otros ejercicios piadosos; a los maitines de medianoche también se levantaba a rezar la santa duquesa»16. El nuevo monasterio fue solemnemente inaugurado el día 1 de febrero de 1464, ostentando el título de Las Tres Marías en memoria del Carmelo de Lieja, casa madre de la nueva fundación. Muerto ya el Duque de Bretaña, su viuda Francisca d'Amboise tomaría hábito en este monasterio el día mismo de la Encarnación, 25 de marzo de 1468.

15 SMET, J., O. Carm., Los Carmelitas. Historia de la Orden del Carmen, t. I, pp. 126 y

143-144. 16 Ibíd., pp. 149-150. Se refiere a la santa Duquesa de Bretaña, la fundadora de los

Carmelos de Francia. Sobre el monasterio de Bondon véase WILDERINK, V., «Les premiers monastères des Carmèlites en France» en Carmelus, 10 (1963) 95-103.

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III. ORIGEN Y LENTA EVOLUCIÓN DE LAS MONJAS EN ESPAÑA 3.1. Los frailes carmelitas

Al tratar de las monjas carmelitas en España hay que remontarse necesaria-mente a la llegada de la propia Orden a los reinos hispanos y que sin duda fue muy tardía por razones obvias porque, como es bien sabido, la así llamada Reconquista iniciada desde las tierras astures, impidió que las órdenes religiosas se expandieran con la misma y natural fluidez como se venía haciendo por el resto de toda la Cristiandad desde la aparición de las mismas. Existía otro factor importante: el Carmelo, una extraña orden religiosa de origen oriental, tanto por el mismo título de Hermanos de Santa María del Monte Carmelo como por su carácter eremítico, acomodada no sin una cierta violencia entre las órdenes mendicantes, no fue muy bien aceptada, principalmente entre las dos gigantes de franciscanos y dominicos, ante las cuales los carmelitas hubieron de entablar duras batallas dialécticas que afectaban a su propia supervivencia, especialmente en Inglaterra de donde eran nativos la mayor parte de los exiliados monjes de Monte Carmelo, entre los cuales sobresalió el así considerado sexto general de la Orden San Simón Stock. Con la protección de los propios monarcas los carmelitas pudieron al fin asentarse en aquellas tierras con gran solidez y fama de santidad; para el vulgo, aquellos frailes de la capa blanca eran conocidos como los White Friars, es decir, los Padres Blancos, tal y como aún hoy día se les sigue llamando, incluso en algunos lugares de Norteamérica por su trasvase desde Irlanda o el Reino Unido a aquellas tierras. En cuanto a Francia se refiere y según un antiquísima tradición, se dice que fue el propio San Luis rey de Francia quien se los trajo desde el mismo Monte Carmelo y los introdujo en París, protección real que siguieron manteniendo los monarcas sucesores del santo benefactor. En cuanto a Italia, Alemania, Países Bajos y por el resto de Europa la Orden se extendió con la mayor normalidad, y al amparo de estos frailes fueron apareciendo los primeros monasterios de monjas como anteriormente hemos visto.

No sucedió lo mismo con respecto a nuestra patria. En primer lugar porque España como tal no existía por aquellos tiempos de la Reconquista, y en segundo lugar por ser muy poco conocidos aquellos frailes. El primer convento de carmelitas de que se tiene noticia en España es el de Lérida en 1272. Parece que anteriormente habían fundado en Huesca, «la residencia preferida por los Reyes de Aragón», según Otger Steggink. En 1277, y con permiso del rey Felipe III de Francia, se funda en Sangüesa (Navarra), y hacia 1281 se abre casa en Valencia, extramuros de la ciudad como era normal entre los carmelitas. Con estos cuatro conventos se erige la provincia de «Yspania» tal y como aparece en las Constituciones de 1281, ocupando el décimo y último

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lugar entre todas las existentes en la Orden17. No deja de ser curioso que estos cuatro conventos erigidos en puntos tan dispares de la geografía ibérica tales como Cataluña, Navarra, Aragón y Valencia, sean territorios conside-rados ya en el siglo XIII como de España, para que luego digan que lo de la nación española sea discutible o fuera un capricho de los Reyes Católicos, cuando no de Franco.

En cuanto al sur se refiere, se da el caso curioso de que el primer convento en Andalucía no provino como expansión natural de las otras provincias españolas ya existente, sino directamente desde Francia, hacia 1320 y en Gibraleón concretamente, conducidos por los Infantes de la Cerda y con carmelitas galos, «por la gran devoción y amor que estos frailes profesaban a la Virgen María Nuestra Señora», según se expresa en un antiguo documento. 3.2. Las monjas Carmelitas en España

En cuanto a las monjas se refiere, sabemos que las carmelitas de Francia, tras la fundación primera de Bondon, se fueron extendiendo callada y prodigiosamente por toda Europa, al amparo de sus hermanos los frailes, como era de su misión y carisma. Igualmente por Italia: Florencia, Reggio Emilia, Parma, Trino, Mantua, Brescia, Ferrara…, impulsadas estas últimas por la Congregación Mantuana.

Se ha venido diciendo que la primera noticia existente sobre religiosas

carmelitas en la península ibérica se remonta a mediados del siglo XIV, con-cretamente a unas moniales Ordinis Beatæ Mariæ de Monte Carmelo que por cédula real, fechada en Lérida el día 9 de noviembre de 1346, consiguieron licencia para pedir limosna en Barcelona donde querían levantar iglesia y convento. Se duda mucho de que fueran carmelitas, pero de lo que no cabe la menor duda es de que no consiguieron su objetivo. Quede, al menos, esta vaga referencia como noticia remota de una existencia posible, afirman los historiadores Otger Steggink y Balbino Velasco. Y sobre las primeras carmelitas en España escribe el primero: «No hemos podido comprobar documentalmente la existencia de beatas carmelitas en otras partes de la península ibérica hasta mediados del siglo XV. Por otra parte, las comunidades que se van formando a partir de tal fecha en Andalucía y Castilla se componen en algunos casos de beatas que ya antes de abrazar la vida común llevaban el hábito de la Or-den y guardaban las normas relativas al estado de beatas en sus propias casas de manera privada».

17 STEGGINK, O., O. Carm., La Reforma del Carmelo Español. La visita del general

Rubeo y su encuentro con Santa Teresa (1566-1567), Roma 1965, p. 4.

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«Es cierto –prosigue diciendo el P. Otger– que en la península ibérica las primeras fundaciones de beatas y monjas se realizaron sin la intervención personal del beato Juan Soreth que no llegó a pisar tierra española ni participaron, al menos directamente, de la mano organizadora y reformadora del gran prior general, como sus fundaciones de Francia, Alemania y Países Bajos. Es menester hacer resaltar este particular ya que los primeros monasterios de allende los Pirineos deben ser considerados como parte del movimiento de reforma iniciado por el beato Juan Soreth entre los frailes; sus monjas profesaban desde un principio el “auténtico estilo de vida” implantado por el beato Juan Soreth que comprendía, además de los tres votos sustanciales, el voto de clausura perpetua y la vida regular perfecta, según las normas de la observancia. En España –donde no llegó a echar sólidas raíces la llamada “observancia sorethiana”– la mayor parte de las comunidades femeninas se fundarían al margen del movimiento reformador»18. 3.3. Los beaterios y la clausura

En España, como terminamos de ver, en tiempos de la bula Cum nulla ya existían beaterios que se acogen a los carmelitas. De entre los más antiguos, si no el que más, hay que catalogar el monasterio de Nuestra Sra. de los Remedios de Écija (Sevilla), fechado entre 1450 y 1457, Casa Madre de los otros monasterios andaluces: La Encarnación de Granada (1508), La Encarnación de Belén de Sevilla (1513), La Encarnación de Antequera (1520)… En Valencia también se fundaría en 1502 con el nombre de La Encarnación19, y en 1479 La Encarnación de Ávila en Castilla. En esta misma región castellana se habían fundado otros dos beaterios: los de Piedrahita y Fontiveros, ciudad nativa de San Juan de la Cruz, ambos en la provincia de Ávila.

Estas religiosas eran consideradas como «beatas de Nuestra Señora del Carmen», pero no monjas. Y con toda razón. De hecho, la vida religiosa sin clausura había sido aprobada solemnemente por el papa León X mediante la bula Inter cætera del 20 de enero de 1521, bula que no había sido derogada ni por el Concilio de Trento. Pero en 1566 será el papa San Pío V quien obligará a todas las religiosas, tanto a las beatas como a las sanctimoniales, a guardar clausura estricta por la bula Circa Pastoralis del 9 de mayo der 1566. Una auténtica cacicada, a nuestro juicio, que habría de influir notablemente contra la fama de las pobres monjas tachándolas de «relajadas e inobservantes», simplemente por no aceptar un género de vida que no habían profesado. Las

18 Ibíd., p. 47. 19 Cf. VELASCO, B., Historia del Carmelo Español, Roma 1990, t. I, pp. 416-422.

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beatas de Piedrahita declaran ante el General Rubeo que ellas «no han prometido clausura y que la demasiada pobreza les obliga a salir fuera» con permiso siempre de los superiores. «Por consiguiente no se puede inculpar a las beatas de quebrantar leyes que no profesan», comenta el P. Otger20. Algo semejante ocurre con Fontiveros, situación que las mismas descalzas carmelitas reconocen como normal. «Es monasterio de beatas de nuestra Orden», declara del mismo Ana de Jesús Lobera a finales del siglo XVI21.

En aquel monasterio abulense de la Encarnación tomaría hábito en 1535 doña Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, iniciando así su original anda-dura la carmelita más universal de todos los tiempos. Cuando en la época de sus grandes arrebatos místicos el nombre de la Madre Teresa estaba en boca de toda la ciudad abulense, especialmente entre la gente devota, la pobre monja pensó marcharse de Ávila y encerrarse en otro monasterio lejano y estrecho de su misma Orden, que fuera de clausura. Todo hace indicar que se trataba del convento de la Encarnación de Valencia, fundado en gran solidez material y de observancia; sin embargo las carmelitas de París declararon en su día que se trataba del monasterio de Nantes en Francia, el que fundara la beata Francisca d'Amboise22. De haber sucedido así, ¿qué otros rumbos hu-biera seguido el Carmelo femenino? ¿Qué otra historia no se hubiera escrito sobre el Carmen en España?

De todos los beaterio o monasterios hispanos sin duda es el de Écija

(Sevilla) el que merece nuestra especial atención porque, mientras no se demuestre lo contrario, debe ser considerado como el más antiguo de toda España, aparte del misterio aún no descifrado de su origen; ¿dé dónde y cómo surgieron estas beatas que no solamente erigen monasterio sino que también se traen a los propios frailes desde Sevilla y les fundan convento?

Porque así fue, en efecto. Consta que hacia 1450 ya existía un beaterio que solicita ser afiliado a la Orden23. «Se trataba de una comunidad de beatas ya existente que decidió aceptar el hábito y Regla del Carmelo, poniéndose

20 OTGER STEGGINK, La reforma del Carmelo Español, pp. 47-50 21 Ibíd. Del Proceso de beatificación de Sta. Teresa de 1597 en Salamanca, citado por Otger. 22 «Vino a términos la tentación que me quería ir de este lugar y dotar en otro monesterio

muy más cerrado que en el que yo al presente estaba, que había oído decir muchos extremos; era también de mi Orden y muy lejos, que eso es lo que a mí me consolara». Vida, 31, 13. El P. Silverio piensa que no tenía la Santa necesidad de salir de España para hallar conventos retirados, austeros y observantes de su Orden; opina que bien pudo referirse al convento de la Encarnación de Valencia.

23 El P. Alberto M. Martino fecha la fundación del beaterio de Écija de 1455 a1457. Cf. MARTINO, A.M., O. Carm., «Monasteri Femminili del Carmelo attraverso i secoli», en Carmelus X (1923) 274. Este nº de la revista está íntegramente dedicado a las monjas.

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bajo la dirección de los frailes. Hay que tener en cuenta que la Écija de entonces era y sigue siendo una gran ciudad andaluza, asentada a las riveras mismas del Genil (y no sin sus grandes riesgos como se ha visto este mismo año), rica, potente y con una gran tradición sobre la llegada a la ciudad romana de Ástigi nada menos que San Pablo; de ahí su gran religiosidad y la cantidad de templos y no solamente parroquiales que se levantan, siendo famosas sus torres, (la Ciudad de las Torres se le dice) casi todas conventuales, señal evidente de que prácticamente todas las órdenes religiosas tenían allí su sede, predominando sin duda los dominicos.

Como fundadora y primera superiora se señala a doña Mencía de Jesús,

“señora ejemplar”24. Y, aunque nos faltan datos sobre el desarrollo y la vida de la comunidad durante el primer siglo de su existencia, poseemos valiosos testimonios de que mucho antes de 1494 ya estaban establecidos los carmelitas, aunque no demasiados, por el recurso que una beata carmelita hace ante los Reyes Católicos por el expolio y expulsión de que habían sido objeto los frailes, víctimas del propio obispo auxiliar de Sevilla, dominico por más señas, convir-tiendo el convento en establo de animales e incautando los objetos religiosos. Con toda contundencia los Reyes Católicos ordenan al corregidor Álvaro de Santisteban «que se informe de lo que ocurrió en el convento de Santa María del Carmen, fundado por una beata carmelita, Marina Ruiz Camera», bienes y convento que les fueron devueltos religiosamente ese mismo año de 1494, lo que sin duda dichos acontecimientos nos hacen remontar a varios años atrás, cuando los frailes no solamente habían fundado convento sino que lo habían ya construido y del que gozaban del mismo pacíficamente25. Todo lo cual nos hace conjeturar algo muy importante: primero, que las beatas carmelitas ya se hallaban establecidas en Écija mucho antes que los frailes, y, segundo, que fueron ellas precisamente quienes los fundaron a ellos, y no al revés, llevándolos de Sevilla probablemente y defendiéndolos a capa y espada cuando fue preciso. Con este cuarto convento su pudo al fin erigir la Provincia Bética en 1499. Y mientras no se demuestre lo contrario hay que afirmar que estas beatas carmelitas astigitanas fueron las primeras que surgieron no solamente en Andalucía, sino en España, inspiradas por el carisma del Carmelo, razón por la cual su monasterio, desgraciadamente desaparecido, ha de ser considerado como Casa Madre de los monasterios andaluces.

24 MARTÍNEZ CARRETERO, I., Las Carmelitas de Granada, p. 19. 25 Está firmada dicha orden en Medina del Campo, día 31 de mayo de 1494. Cf. AGS,

RGS, enero-diciembre 1494, doc. Nº 2074, fol. 377, citado por MIURA ANDRADES, J. M., Frailes, Monjas y Conventos. Las Órdenes Religiosas Mendicantes y la sociedad sevillana bajomedieval, Sevilla 1998, p. 253.

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3.4. ¿Relajación o proceso de adaptación?

Un insigne autor ya desaparecido y especialista en la historia de la vida religiosa en España, con pleno conocimiento de causa y un gran sentido de la responsabilidad profesional, ha dejado escrita una espléndida página sobre la mal llamada “relajación” de las monjas en España del siglo XVI, especialmente aplicado al famoso convento de le Encarnación de Ávila, diciéndonos textualmente: «Es preciso insistir en estos hechos a la hora de valorar la tan denostada relajación del monasterio de la Encarnación, porque la observancia en materia de clausura, en la que tanto se suele insistir, no era tal. Santa Teresa de Jesús pretendió precisamente eso: obligarse a guardar algo más de lo que en aquel monasterio estaba obligada. Por entonces, sus monjas, como dice la propia Santa, no estaban obligadas a más (V 7,3). Cuando ingresó Santa Teresa de Jesús se profesaban votos solemnes. Eran, pues, religiosas en sentido estricto, pero sin voto de clausura […] También Teresa de Jesús emitió un juicio mucho más favorable de lo que habitualmente se ve en los autores que se ocupan del tema. Cuando ella enjuiciaba la situación general de los monasterios en los que no se guardaba el recogimiento necesario, salvaba expresamente el monasterio de la Encarnación: “Esto no se tome por el mío, porque hay tantas que sirven muy de veras y con mucha perfección al Señor que no puede Su Majestad, según es bueno, de favorecerlas, y no es de los muy abiertos y en él se guarda toda religión, sino de otros que yo me sé”»26. Y de hecho en la Encarnación halló la Santa no sólo el granero de sus primeras fundaciones, sino la solera del Carmelo primitivo. Pese a esta tan rotunda afirmación de la propia Santa, hay autores que aún se atreven a desmentirla, cometiendo no sólo una simple falacia, sino una auténtica falsedad histórica.

IV. PROVIDENCIAL ENCUENTRO DE STA. TERESA CON EL RVMO. P. RUBEO

4.1. Rubeo, el “culpable” de la obra teresiana

De providencial, sin duda, hay que calificar este singular encuentro de Teresa con el Rvmo. Padre General Rossi, o Rubeo, como se le suele llamar latinizando el apellido, y así lo califica la propia Santa cuando escribe: «Siempre nuestros generales residen en Roma y jamás ninguno vino a España, y ansí parecía cosa imposible venir ahora» (F 2,1). No era cierto puesto que el General Juan Alerio estuvo en Barcelona en 1324, entre otros, habiendo existido varios generales españoles durante los siglos XIII-XIV,

26 ÁLVAREZ GÓMEZ, J., CMF, Historia de la Vida Religiosa, Madrid 1990, t. III, pp. 304-

305.

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pero la santa de Ávila se refería más bien a Castilla, su verdadera “tierra de promisión” como alguna vez dijo.

Y de milagroso, deberíamos añadir. Hoy día podemos afirmar con toda claridad y sin temor a equivocarnos que tanto San Juan de la Cruz como Santa Teresa no hubieran pasado a la historia sin este encuentro e intervención del Rvmo. P. Rubeo en los destinos de estos dos grandes personajes. Primero, porque el único objetivo de Santa Teresa en este tiempo era vivir el resto de su vida encerrada en su recién fundado convento de San José, siguiendo los consejos evangélicos «con toda la perfección que yo pudiese y procurar [que] estas poquitas que están aquí hiciesen lo mesmo» (C 1, 2), donde posiblemente hubiese pasado ignorada, salvo para aquel grupo de amigos y clérigos que la asesoraban, o tal vez por medio de algún escrito de índole espiritual que sus propios confesores le habrían hecho escribir. Dígase lo mismo de San Juan de la Cruz: si su objetivo era retirarse a la Cartuja, sin esta otra cartuja del Carmelo contemplativo que se propuso Santa Teresa para sus frailes, se hubiera encerrado en el claustro de algún antiguo monasterio de por vida en el más absoluto anonimato, a no ser que, como la santa abulense, hubiera escrito algún tratado espiritual, muy difícil, por no decir imposible, sin la intervención de sus monjas como de hecho la tuvo en la descalcez. Y, por supuesto, jamás hubiera escrito el comentario de su Cántico Espiritual sin habérselo pedido Ana de Jesús, ni Llama de Amor Viva sin el ruego de su dirigida Ana de Peñalosa. Dicho esto como preámbulo, y necesario en la obra teresiana, expongamos brevemente cómo se desarrollaron los hechos y el profundo significado de los mismos.

Desde el reconocimiento legal y jurídico de las carmelitas dentro de la Orden a partir de la bula de Nicolás V en 1452, todos los priores generales, desde el beato Juan Soreth hasta el no menos santo Juan Bautista Rubeo, especialmente tras el Concilio de Trento, buscaban con afán una fórmula para la vida de las monjas carmelitas a impulsos de un mismo carisma y den-tro de los cauces de una misma Regla. Y Rubeo la halló providencialmente en el conventico de San José de Ávila ordenando a la Madre Teresa en su particular eureka que hiciera como aquel «tantos otros monasterios como cabellos pudiera contar en su cabeza». Así se lo oyó decir el P. Domingo Báñez27. Y gracias a este mandato, Teresa de Jesús se lanzó a la impensada aventura de fundar otros monasterios semejantes a aquel de San José de Ávila, teniéndolo como modelo en cuanto a su forma de vida se refiere.

27 Así lo declaró el dominico en el Proceso de Salamanca de 1591. Cf. BMC 18, 8.

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4.2. La espiritualidad de la carmelita

El P. Rubeo había visitado ya los monasterios de Andalucía, imponiendo las nuevas normas tridentinas dictadas para los religiosos, tanto para frailes como para las monjas, cuando en febrero de 1567 visita Castilla y preside su Capítulo Provincial; lógicamente visita también a las monjas. Muchas tardes, y durante las largas y aburridas sesiones capitulares, el Rvmo. Padre baja desde El Carmen, situado junto a las mismas murallas28, al recién fundado conventico de San José a ver a las monjas; el Padre es un enamorado de María Santísima y les explica a las religiosas la dimensión mariana del Carmelo, pero lo hace con tal ímpetu y fervor que la propia Santa Teresa, cuando en alguna ocasión tiene que pedirle algo o interceder por alguien, siempre recurre a esta debilidad del Reverendísimo a fin de que ceda, todo un auténtico soborno. La misma Teresa cambiará su propio lenguaje y desde entonces ha-blará con mucha más precisión y ternura sobre la Orden de la Virgen “cuyo hábito traemos”, los conventos serán “palomarcicos” de la Virgen y la misma Señora será no sólo la Priora del monasterio, sino la Patrona, la Madre y Fundadora… Y hasta la misma observancia regular tendrá a la Virgen como modelo ya que la propia Regla es de la Virgen. Eso sí, del santo escapulario como signo propio de la Orden habla poco, casi nada; tan sólo le agradece al P. Gracián unos escapularios que le manda y le pide más, pero a Teresa le bastaba vestir el santo hábito del Carmelo que era como revestirse de la Señora.

Efectivamente, Teresa de Jesús iba a ser la mujer providencial que el bueno del general Rubeo estaba buscando para los beaterios y monasterios españoles. «Alegróse de ver la manera de vida, y un retrato, aunque imperfecto, del principio de la Orden, y cómo la Regla primera se guardaba en todo rigor, porque en toda la Orden no se guardaba en ningún monasterio sino la mitigada. Y con la voluntad que tenía de que fuese muy adelante este principio, dióme muy cumplidas patentes para que se hiciesen más monasterios… Éstas yo no se las pedí», escribe la Santa. (F 2,3), dejando bien claro quién, en realidad, era el verdadero culpable de que la obra teresiana se expandiera por España y fuera ejemplo para toda la Orden.

Cierto es que tal Regla no era la primera, como decía Teresa, porque tan

mitigada era la una como las otras. Veamos lo al respecto lo que nos dice el P. Otger: «Esta Regla llamada por ella constantemente “primera” o “primitiva”, no difiere en realidad de la que se suele tildar de “mitigada”, ya que la mitigación de Eugenio IV, siendo materialmente insignificante, deja intacto el texto de la

28 Aún hoy se puede ver su esbelta espadaña, aunque vacía de campanas, en la misma

Puerta del Carmen, hoy Archivo Provincial.

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Regla inocenciana, añadiendo como glosa las bula de mitigación relativa a la abstinencia de la carne, los ayunos y el retiro constante en las celdas […] Resulta difícil admitir que la Madre Teresa de Jesús comenzase su reforma sin haberse documentado bien, aunque su falta de información en cuanto al punto de la pobreza, queda significativa. Por lo visto aceptó la regla de Inocencio IV porque sus consejeros, los “letrados”, le presentaban este texto como primitivo»29.

Y es que sobre el origen, evolución de la Orden, incluso también de su

propia legislación, se tenía entonces una idea más imaginaria que real, consecuencia sin duda de los libros que eran entonces de obligada lectura como el de la Institución de los Primeros Monjes, recopilación de antiquísimos textos que había recogido y sistematizado el carmelita Felipe Ribot hacia 1380, base no sólo de la formación de todo carmelita sino también de su historia y espiritualidad. No obstante la tradición sobre el carácter eremítico de la Orden nunca se había perdido en el Carmelo y, de hecho, justo por aquellos mismos años se practicaba este género de vida entre los carmelitas ermitaños de Monte Oliveto en Italia, cerca de Génova.

Sin duda que Teresa había leído el libro de Felipe Ribot, considerado en la Orden como una segunda Regla, y de allí no sólo sacó la idea del más puro eremitismo sino hasta aquel recuerdo nostálgico y constante como punto referencial de los antiguos Padres del Carmelo, el apoyo documental de todo el principio programático de cuanto se disponía a hacer y con tal fuerza arrolladora que constituyó el verdadero motor, la base de todo su emprendedor dinamismo, y así pudo escribir este principio luminoso que elimina de un plumazo todo intento de considerarla como fundadora de nada, porque ni se inventó el hábito que llevaba puesto ni estableció nada que no estuviera legislado por la propia Orden ya fundada y con tres siglos y medio de existencia; he aquí sus propias palabras: «… porque todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación, porque éste fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos Santos Padre nuestros del Monte Carmelo que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos, [y que] pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor». (5M 1,3). ¿Alguien se atrevería a desmentirla? Sin duda que quienes se empeñan por hacerla y considerarla como fundadora no hacen otra cosa.

29 STEGGINK, O., O. Carm., Arraigo e innovación, BAC, Madrid 1976, pp. 125-126. Por

otro lado hay que añadir que sin la citada mitigación, ni los frailes ni las monjas podrían salir de sus celdas, según ordena el cap. 10 de la Regla: Manean singuli in cellulis suis die ac nocte in lege Domini meditantes…

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4.3. Cascada de fundaciones

Por eso mismo la propia Santa Teresa había proyectado en principio la vida de las carmelitas como ermitañas tal y como ella misma había jugado en su infancia, un sueño anticipado y profético de cuanto pensaba realizar y que más tarde lo dejaría escrito en Camino de Perfección como ideal para su primer convento de San José: «Mas estas trece pobrecitas cualquier rincón les basta. Si por el mucho encerramiento tuvieren campo y ermitas para apar-tarse a orar, y porque esta miserable naturaleza nuestra ha menester algo, norabuena, mas edificios ni casa grande ni curioso nada, Dios nos libre». (C 2,2). También por aquel mismo tiempo las carmelitas de la Congregación Mantuana en Italia practicaban un género de vida muy similar al que buscaba la santa de Ávila; de haberlas conocido tal vez no se hubiera devanado tanto los sesos, ni hubiera tenido necesidad de fijarse en las descalzas reales de Madrid. Cierto es que el vacío de la ignorancia que la rodeaba era mucha referente a la misma historia de la Orden, pero sin duda fue suplida con creces por aquel genio intuitivo y original de Teresa. Por otro lado ni el mismo General le dio otra opción: «Quiero los monasterios como este tuyo de San José». Y así se dio comienzo a la gran obra teresiana como el final de un gran proceso evolutivo del Carmelo femenino, a tenor del mismo espíritu carismático de la Regla, avalado por la historia y su larga tradición, incluso de su liturgia propia, pero con matices muy particulares del ascetismo franciscano de San Pedro de Alcántara en cuanto a lo de la descalcez se refiere, superfluos e innecesarios sin duda.

Y a partir del mandato expreso del general Rubeo tiene lugar aquella “cascada de fundaciones” de que hablan los autores de Tiempo y Vida de Santa Teresa: Medina del Campo en ese mismo año de 1567, Malagón y Valladolid un año más tarde (1568), Toledo y pastrana en 1569, Salamanca (1570), Alba de Tormes en 1571, Segovia, Beas, Sevilla…30 Santa Teresa, siempre gozosa y fiel al Reverendísimo Padre, se declaraba como súbdita obediente, dándole cuenta de todo. Así lo declaraba a D. Cristóbal Rodríguez de Moya ante cualquier proyecto de fundación: «que los monasterios que yo fundo no estén sujetos sino al general y a quien él mandare»31. Y desde Sevilla le escribe al General alegrándose de que goce de buena salud: «Désela nuestro señor como todas sus hijas suplicamos, que esto es muy continuo en estas casas de vuestra señoría…, que como saben lo que yo a vuestra señoría amo y no conocen otro Padre, tienen a vuestra señoría gran amor, y no es

30 EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS-STEGGINK, O., Tiempo y Vida de Santa Teresa

de Jesús, BAC, Madrid 1968, pp. 272-446 31 Carta escrita desde Ávila el 28 de junio de 1568 sobre el proceso de fundar en Toledo.

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mucho, pues no tenemos otro bien en la tierra, y como todas están tan contentas no acaban de agradecer a vuestra señoría su principio»32. Y desde la misma ciudad del Betis en la que tan mal le fue a la Santa, escribe: «Que entiendan todos que esta reforma, si se hiciera bien, es por medio de vuestra señoría y de sus consejos y avisos»33.

Y si este afecto y fidelidad hacia su superior general por parte de Teresa es bien patente, no lo es menos desde el punto de vista de Rubeo. Efectivamente, a pesar de las trabas que el propio Felipe II le puso con respecto a la visita realizada en España entre 1766 y 1567, el grato recuerdo de su estancia en Ávila fue siempre imborrable; así lo manifiesta este documento que se guarda en las Carmelitas Descalzas de Medina del Campo a quienes escribió en enero de 1569: «Doy infinitas gracias a la Divina Magestad de tanto favor concedido a esta religión por la diligencia y bondad de la reverenda madre Teresa de Jesús. Ella hace más provecho a la Orden que todos los frailes de España. Dios le dé largos años de vida»34.

Tampoco Sta. Teresa se olvidó de su buen padre y confidente, y del que

sin duda aprendió el amor sin límites que la Orden siempre había profesado a la Madre de Dios como Patrona del Carmelo, como anteriormente ya se dijo, algo que al parecer no figuraba de forma tan sensible en la tradición de los frailes españoles. Y cuando a Sta. Teresa le llega la noticia de su muerte, es-cribe desconsolada al P. Gracián: «Tiernísima estoy y el primer día llorar que llorarás sin poder hacer otra cosa y con gran pena de los trabajos que le hemos dado, que cierto no los merecía, y si hubiéramos ido a él estuviera todo llano. Dios perdone a quien siempre lo ha estorbado»35. Esta confesión tan sincera y realista en labios de Santa Teresa hubiera valido ante la Santa Sede para beatificar a tan santo varón porque refleja el dolor que Rossi se llevó a la tumba y la decepción por una obra en la que había puesto tanta ilusión y que creyó acabada y rebelde contra su propia persona. Es el sino de los santos. 4.4. Diferentes en la unidad de un mismo carisma

Todo se vino abajo cuando entraron a formar parte de la familia carmelita

gente extraña, varones ambiciosos metidos a frailes y que pretendieron manejar

32 Carta al General Rubeo del 18 de junio de 1575 (Cta. 11, 2). 33 Sevilla, enero de 1576, Cta. 98, 8. 34 Carta del P. Rubeo a las Carmelitas de Medina del Campo, Roma, 8 de enero de 1569,

citada por OTGER STGGINK, La Reforma del Carmelo Español, p. 448. 35 Carta al P. Gracián desde Ávila del día 15 de octubre de 1578 (Cta. 257, 1). El Rvmo.

Padre había fallecido durante la noche del día 4 al 5 del mes anterior.

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a las mismas monjas como criaturas débiles a las que era necesario no sólo amparar, sino cuidar como si de ganado se tratase; la misma M. Teresa era considerada como «la buena mujer», pero nada más; nos estamos refiriendo a la triste época del ambicioso P. Doria que logró expulsar de la Descalcez al idolatrado P. Gracián por parte de Teresa, y también a punto estuvo de hacerlo con el propio Juan de la Cruz si no se muere antes.

A partir de la era doriana hubo desgarros entre la primitiva y la nueva

orden; también y mucho más dolorosos los hubo entre los propios descalzos, arrastrando a las pobres monjas que en ocasiones y en algunos lugares concretos resistieron, demostrando no ser de tan débil sexo como pensaban los frailes, sino bien dotadas de aquel temple con el que las había forjado la Madre Teresa; piénsese, por ejemplo, en Ana de Jesús Lobera, Ana de San Bartolomé, María de San José…., heroínas todas dignas de estar en los altares. Al vaivén de los frailes, hasta cuatro obediencias distintas hubieron de prestar las descalzas según las divisiones de la propia Orden en diferentes congregaciones: desde el prior general Rossi en cuyo nombre emitieron las primeras profesas sus votos religiosos, hasta los superiores de las tres congregaciones distintas en que se dividió la propia descalcez.

Las carmelitas de la primitiva observancia prosiguieron su camino hasta

el día de hoy, extendidas por todo el mundo, habiendo aceptado la modalidad teresiana, su espíritu y carisma como propio de la Orden, pero permaneciendo siempre fieles al primitivo espíritu del Carmelo en sus ochocientos años de historia. Sin embargo ellas, unas y otras en ambas observancias, permanecen fieles a la vocación a la que fueron llamadas tras la clausura como contem-plativas, la dimensión primordial de la Orden que mantienen viva en cualquier parte del mundo donde estén, siempre fraternalmente asistidas por sus hermanos de hábito, aquel mismo que tanto apreciara Santa Teresa de Ávila, la genial mujer irrepetible en cuanto figura surgida de aquel primitivo Carmelo hispano.

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1. Santa Teresa Benedicta de La Cruz (Edith Stein). La santa carmelita que, dado su origen judío, ha sabido inter-pretar mejor el carisma de la Orden del Carmen de pro-fundas raíces bíblicas y el carácter mariano de la misma. Desmiente con rotundidad que Sta. Teresa fuera fun-dadora de una orden que ya estaba fundada y en la que profesó, sintiéndose siempre como carmelita y no de otra orden ajena.

2. San Elias Profeta. Los carmelitas siempre lo reco-nocieron como su Padre y Fundador dado que aquel grupo de ermitaños del Monte Carmelo así lo consideraron al asentarse iuxta fontem Eliæ , junto a la Fuente de Elías, el mismo lugar en el que, según la tradición, vivieron los llamados Hijos de los Profetas de quienes se con-sideraron sucesores. Una gran estatua instalada bajo l cúpula de Miguel Ángel en el Vaticano así lo atestigua y reconoce oficialmente.