Para Una Vivencia Del Sacramento de La Reconciliación

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Para una vivencia del sacramento de la Reconciliación El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 26; 5, 1. 3; 9, 6; Salmo 8, 5-6; Eclesiástico 17, 3-4; Sabiduría 2, 23), pero sabemos que nuestro Dios no es soledad o isla, sino que es familia. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas entre ellas, pero son un solo y único Dios. De ahí la afirmación de Dios al ver a Adán solo cuando le creó: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.” (Génesis 2, 18) Por otra parte, para entender el sentido del hombre como imagen de Dios y como destinado a la comunidad es necesario volver la mirada a Jesús. Los evangelios son muy esquemáticos a la hora de que nos hablan de Jesús y nosotros tenemos algunos descuidos a la hora que los leemos; a pesar de que se nos muestra a Jesús hablándole a todo el pueblo o a cuantos le quieran escuchar o seguir, lo cierto es que los evangelios, así como las cartas de los apóstoles, están escritos para las iglesias que se formaron después de Pentecostés. Ese es el sentido de que Jesús llame a los doce; no se trata de facilitar su trabajo, se trata de formar una comunidad en torno a Jesús que la primera generación de cristianos llamará “iglesia” o “iglesias”. Jesús predica a la gente, pero a sus apóstoles les explica lo que no entienden, convive con ellos, les forma, se aparta para descansar junto con ellos. Jesús realmente está pensando en una “comunidad”, no en un grupo amorfo de masas que le sigan o en muchedumbres que se entusiasmen con él. Lo mismo pasa con las cartas de los diferentes apóstoles; a pesar de que las cartas, por brevedad son llamadas a los romanos, a los gálatas, a los hebreos, a los corintios, o llevan el nombre de su autor, estas cartas se dirigen exclusivamente a las iglesias que viven en dichas ciudades; es decir Pablo no le escribe a todos los habitantes de Roma, sino a la iglesia de Roma, no le escribe a todos los habitantes de Corinto, sino a la

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Para una vivencia del sacramento de la Reconciliación

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 26; 5, 1. 3; 9, 6; Salmo 8, 5-6; Eclesiástico 17, 3-4; Sabiduría 2, 23), pero sabemos que nuestro Dios no es soledad o isla, sino que es familia. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas entre ellas, pero son un solo y único Dios. De ahí la afirmación de Dios al ver a Adán solo cuando le creó: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.” (Génesis 2, 18)

Por otra parte, para entender el sentido del hombre como imagen de Dios y como destinado a la comunidad es necesario volver la mirada a Jesús. Los evangelios son muy esquemáticos a la hora de que nos hablan de Jesús y nosotros tenemos algunos descuidos a la hora que los leemos; a pesar de que se nos muestra a Jesús hablándole a todo el pueblo o a cuantos le quieran escuchar o seguir, lo cierto es que los evangelios, así como las cartas de los apóstoles, están escritos para las iglesias que se formaron después de Pentecostés. Ese es el sentido de que Jesús llame a los doce; no se trata de facilitar su trabajo, se trata de formar una comunidad en torno a Jesús que la primera generación de cristianos llamará “iglesia” o “iglesias”. Jesús predica a la gente, pero a sus apóstoles les explica lo que no entienden, convive con ellos, les forma, se aparta para descansar junto con ellos.

Jesús realmente está pensando en una “comunidad”, no en un grupo amorfo de masas que le sigan o en muchedumbres que se entusiasmen con él.

Lo mismo pasa con las cartas de los diferentes apóstoles; a pesar de que las cartas, por brevedad son llamadas a los romanos, a los gálatas, a los hebreos, a los corintios, o llevan el nombre de su autor, estas cartas se dirigen exclusivamente a las iglesias que viven en dichas ciudades; es decir Pablo no le escribe a todos los habitantes de Roma, sino a la iglesia de Roma, no le escribe a todos los habitantes de Corinto, sino a la iglesia de Corinto; de ahí que sus enseñanzas, amonstaciones, exhortaciones o incluso llamadas de atención, han de entenderse en este ámbito eclesial.

Cuando Pablo llama la atención sobre modos impropios de comportarse, no es una llamada de atención a todos los habitantes de una ciudad, sino a los cristianos de dicha ciudad. A Pablo no le interesa cómo vivan los demás, a él le interesa cómo viven los cristianos que han sido bautizados.Es dentro de este “escenario” en que se han de entender nuestras premisas de fe, las celebraciones litúrgicas, los sacramentos, el culto,