PATOGRAFIA DE LA ACEDIA ESPIRITUAL

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PATOGRAFIA DE LA ACEDIA ESPIRITUAL Acedia est taedium et anxietas cardís, quae infestat Anachoretas et vagos in solítudine Monachas. (Casiano) ¿Qué es una patografía sino la historia clínica de una personalidad ex- cepcional? El análisis más hondo y sutil de cuantos puedan realizarse en la personalidad humana aunque se verifique en el área de lo morboso. JASPERS recomienda a todo psicopatólogo que se procure por la lectura de buenas pato grafías un conocimiento intuitivo de cursos de vida signifi- cativa. También hay -¿por qué no? - patografías de una época. En ellas se diseca al límite el ente morboso predominante en un determinado momen- to histórico. De esta forma llegaremos al conocimiento de 10 que ha sido el hombre de una situación histórica. El hombre hace su historia y también su enfermedad. Por esto se da una metamorfosis del enfermar que sigue leyes ancladas en 10 profundo de la esencia del fenómeno histórico. Así una enfermedad puede simbolizar una época del devenir de la Historia. WEIZSAECKER, artífice de la Medicina Antropológica, cree que las enfer- medades son crisis biográficas. No es un puro azar por tanto que en un determinado momento aparezca la enfermedad en una vida. Enfermedad y síntomas tienen el valor de tendencias psíquicas, posiciones morales y fuer- zas físicas. Si trasladamos estos asertos al terreno histórico podremos for- mular la hipótesis de que la enfermedad de una determinada época históri-

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PATOGRAFIA DE LA ACEDIA ESPIRITUAL

Acedia est taedium et anxietas cardís, quae infestat

Anachoretas et vagos in solítudine Monachas. (Casiano)

¿Qué es una patografía sino la historia clínica de una personalidad ex­cepcional? El análisis más hondo y sutil de cuantos puedan realizarse en la personalidad humana aunque se verifique en el área de lo morboso.

JASPERS recomienda a todo psicopatólogo que se procure por la lectura de buenas pato grafías un conocimiento intuitivo de cursos de vida signifi­cativa.

También hay -¿por qué no? - patografías de una época. En ellas se diseca al límite el ente morboso predominante en un determinado momen­to histórico. De esta forma llegaremos al conocimiento de 10 que ha sido el hombre de una situación histórica.

El hombre hace su historia y también su enfermedad. Por esto se da una metamorfosis del enfermar que sigue leyes ancladas en 10 profundo de la esencia del fenómeno histórico. Así una enfermedad puede simbolizar una época del devenir de la Historia.

WEIZSAECKER, artífice de la Medicina Antropológica, cree que las enfer­medades son crisis biográficas. No es un puro azar por tanto que en un determinado momento aparezca la enfermedad en una vida. Enfermedad y síntomas tienen el valor de tendencias psíquicas, posiciones morales y fuer­zas físicas. Si trasladamos estos asertos al terreno histórico podremos for­mular la hipótesis de que la enfermedad de una determinada época históri-

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ca sea también una crisis biográfica. Entendiendo aquí-obvio es decirlo­biografía por la descripción de la vida en una situación histórica. De esta suerte la patografía de la acedia pretende estudiar la enfermedad acedia que apareció en los monjes medievales de Occidente.

Desde hace algún tiempo me he dedicado a analizar las relaciones exis­tentes entre los estados de ánimo y las diversas situaciones históricas. Mi tarea responde a esa pregunta formulada por la antropología filosófica sobre qué es el hombre. Unas veces se pensó que el hombre estaba caracterizado por su razón, su lagos; otras, com0 en el siglo XIX, se creyó que era una máquina, un haz de instintos, un ser social. Ante tan diversas respuestas, la situación era y es crítica. No en vano dice HEIDEGGER: «En ningún tiem­po se ha sabido realmente menos lo que el hombre realmente sea que en los tiempos actuales. Jamás el hombre ha sido tan problemático como ahora».

Las anteriores interpretaciones partían de un rasgo de la vida humana sobre el cual se montaba la hipótesis refiriendo todos los demás aspectos a él. Valga como ejemplo la visión unilateral de la persona humana dada por el psicoanálisis, sea en la doctrina ortodoxa de FREUD o la heterodoxa de JUNG y ADLER.

La filosofía existencial en cambia, ha puesto de relieve que lo primige­nio del hombre, aquello que lo define por entero, no es el pensamiento, ni los instintos -como pretende el Psicoanálisis-, sino los estados de ánimo (Stimmungen). Parte pues de un rasgo esencial de la vida humana y trata de interpretarlo en sí mismo, como algo único y singular que no puede deri­varse de ningún otro. Tales puntos de arranque son la angustia, la alegría, el aburrimiento, li!' desesperación, la exaltación y en otro tiempo la acedia.

Cuando se estudian los estados de ánimo se da uno cuenta de la exis­tencia de una vida sentimental más amplia que la reducida parcela propor­cionada por la mera consideración de afectos, emociones y pasiones.

El hombre, dice BOLLNOW, se encuentra siempre psíquicamente en una situación concreta, en una determinada entonación de su estado afectivo, que percibe como algo exterior que él no ha engendrado voluntariamente por sí propio. Los sentimientos vitales, tonalidades afectivas, o estados de áni­mo (Stimmungen) contituyen la base de toda la vida psíquica. El hombre nunca puede librarse de estar enlazado con un estado de ánimo específico. Por este motivo HEIDEGGER ha colocado los estados de ánimo como modos fundamentales de encontrarse del hombre (Grundbefindlíchkeiten) en el fron­tispicio de su analítica existencial.

Los estados de ánimo son maneras de estar, coloraciones de la realidad

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humana global en los que el yo se vuelve consciente de sí mismo. Por esto no tienen un objeto determinado a diferencia de los sentimientos propia­mente dichos.

Si ordenamos la gama de los estados de ánimo en torno a los dos polos de claro y sombrío, enseguida veremos cómo en la filosofía de la existen­cia pesa extraordinariamente el lado sombrío del espectro de las tonalida­des afectivas.

BOLLNOW ha clasificado los estados de ánimo en positivos y negativos. Entre los primeros, estados de ánimo levantados o alegres, cuenta la alegría ingenua, la exuberancia, la hilaridad, la jovialidad, la serenidad y la feli­cidad. En los depresivos o negativos el abatimiento, la falta de valor, la ti­midez, la tristeza, la melancolía, el pesar, la resignación, la infelicidad y la gravedad.

Por fuera de estos estados de ánimo quedan el tedio (Langeweile) , la angustia y la desesperación.

Entre todos ellos sobresale la angustia cuya fertilidad filosófica, según BOLLNOW, es uno de los descubrimientos antropológicos de la filosofía de la existencia. Se comenzó a hablar de la angustia cuando KIERKEGAARD en 1844 publicó su obra sobre el Concepto de la angustia. Pero ha sido HEIDEGGER quien en Sein und Zeit ha elaborado de forma sistemática la doctrina de la angustia existencial. Aunque la filosofía existencial acentúe la preeminen­cia ontológica de la angustia, es innegable que el aburrimiento la precede en la exégesis de la existencia histórica. En el tedio se hace patente en for­ma profunda el «ser en el tiempo». Sólo la palabra alemana Langeweile, que ·en la Antropología de KANT aparece separada en lange y Weile, incluye en el término el concepto temporal.

En efecto, Langeweile significa «tiempo largo». No olvidemos que la co­rrelación entre los estados de ánimo deprimidos y los elevados se establece a través de la vivencia del tiempo. Hay dos clases de tiempo: el objetivo medible por constantes físicas y el subjetivo, inmanente o reloj interior, ,como 10 llamaba PROUST, que late para cada cual con ritmo distinto.

En el aburrimiento se evoca la experiencia temporal como un fluir vis­coso. El tiempo vacío de todo contenido real se alarga indefinidamente ,como si se dilatara ante nosotros y huyera burlándonos.

LA ACEDIA.

U na vez hecha la introducción al estudio de los estádos de ánimo, pe­netraremos en el núcleo del tema.

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La palabra acedia procede del bajo latín y a su vez del vocablo griego akeedía traducible por apatía. Si siguiendo a HEIDEGGER, que dice que la raíz de la ciencia reside en el lenguaje, realizamos una semántica del término, encontraremos que según el Diccionario de Pessoneaux: akéedeia-as tiene como acepciones, la falta de cuidado, indiferencia, pesar y abatimiento. Akee­dés-és significa sin cuidado, exento de cuidado, negligente, privado de se­pultura. Al analizar el término hallamos que está compuesto de la partícu­la privativa a y kéedeios (digno de cuidado). Kéedeuma-tos es cuidado, solici­tud. El verbo keedeúo significa tener cuidado de, ocuparse de. Kédos-es-ous es cuidado, solicitud. El verbo kéedo expresa la idea de dar cuidados y en su voz media kéedomai se traduce por tener cuidado de, inquietarse de.

Esta interpretación semántica es una rica veta para un análisis existen­cial del estado de ánimo de la acedia como más tarde veremos.

El Diccionario Calepini, famoso léxico del siglo XVII, coloca como sinó­nimos los términos latinos: pigritia, tristitia, taedium y anxietas. Sin embargo estos estados de ánimo son entre sí diferentes. En nuestro Diccionario de autoridades de la Real Academia de la Lengua se define la acedia como de­sabrimiento, desazón y disgusto que a veces ocasiona la demasía de aspere­za y rigor en el modo de tratar y hablar. El vocablo acidia, sinónimo de flojedad y pereza, se puede considerar de dos modos: como pasión natural del ánimo y como pecado. Como pasión del ánimo es una de las cuatro es­pecies de tristeza y sentimiento de los bienes espirituales, opuesto a la ca­ridad que se alegra en las cosas de Dios, por 10 que está reputada la acedia como uno de los siete vicios capitales.

En este Diccionario también se recogen las sinonimias latinas: pigritia,. tristitia y taedium.

Según el Littré la acedia o acidia era una especie de melancolía común en los monasterios. Estaba producida por el aburrimiento, la soledad, los ayunos y las lecturas muy asiduas. Afectaba particularmente a las novi­cias. Se caracterizaba por tristeza, confusión del espíritu, amargura infinita del alma que abandonada de todo encanto espiritual precipitaba al enfermo en un abismo de desesperación.

HISTORIA DE LA ACEDIA

Estudiemos la evolución histórica de este curioso estado de ánimo para 10 cual hemos de beber principalmente en el hontanar de los textos de la Patrística.

Aunque CASIANO, SAN NILO, SAN JUAN CLÍMACO Y EVAGRIO EL PÓNTICO'

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entre otros, no tratan de la acedia más que en el plano ético-religioso, es preciso sin embargo acudir a sus plásticas descripciones para poder anali­zar la fenomenología de la acedia.

Entre las figuras de la Patrística que florecieron en el primer tercio del siglo V debe contarse a JUAN CASIANO, hombre notable por su erudición y por su pureza de costumbres. Descendiente de la pequeña Scitia (Tracia), después de haberse instruido con notable aprovechamiento en las ciencias divinas y humanas, vivió hacia el año 380 en el célebre monasterio de Be­lén donde hizo amistad con un monje llamado Germano. Por el año 390 realizó en compañía de él un viaje por los desiertos de Egipto, conviviendo con aquellos célebres monjes de fama universal. Fué ordenado diácono por San Crisóstomo y se retiró a Marsella donde edificó dos monasterios, uno de hombres y otro de mujeres. Allí hacia el año 416 escribió a ruegos de Cástor, obispo de Apta, su monumental obra De Institutís Coenobíorum et de acto principalium vitiorum remediis. En esta obra CASIANO prescribe según las re­glas vigentes en los monasterios de Oriente y Egipto, todo lo que pertenece a la buena disciplina interna de un convento. El libro I trata del hábito de los monjes. El II y el III del motivo de la salmodia y de la oración cotidiana. El IV de la manera de recibir a los novicios que él denomina renunciantes.

En los ocho libros siguientes prepara a los monjes para el combate es­piritual contra los vicios capitales, expone la naturaleza y origen de cada uno y señala los remedios más a propósito para combatirlos. Así en el libro V se ocupa de la gula, en el VI de la fornicación, en el VII de la avaricia y del amor a las riquezas, en el VIII de la ira, en el IX de la tristeza, en el X de la pereza, en el XI de la vanagloria y en el XII y último de la so­berbia.

Destaca el análisis tan profundo que realiza del Spiritus acediae en su libro X dedicado al vicio de la pereza. CASIANO definía la acedia como apatía hacia aquello que debía preocupar realmente, ligada con una preocu­pación por todo aquello que no debería preocupar. Calificó la acedia como taedium, hastío, affinis tristitia-es decir, afín a la tristeza.

Aunque al final de este artículo nos ocuparemos del análisis fenomeno­lógico de la acedia, hemos de hacer constar ya que CASIANO destacó que la acedia constituía una enfermedad frecuente entre los monjes occidentales. Señaló como características primordiales el horror loei, hastío de la celda y del monótono horizonte y su mayor intensidad y frecuencia hacia la hora de me­diodía, que hizo pensar al autor de las Instituciones que la acedia fuese el daemonium meridianum que ya se citaba en los Salmos.

CASIANO también refiere que al monje afecto de acedia el tiempo se le

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enlentecía y sentía hastío de la propia inutilidad. Además de experimen­tar desconcierto, inquietud y anhelo de lejanía.

Advierte ya CASIANO que el aburrimiento (acedia) era un sentimiento conocido tan sólo en el Occidente. Yo diría un estado de ánimo presente en una determinada situación histórica. A mi Juicio el hombre se revela a través de sus estados de ánimo, pero yo no creo que haya habido en todas las épocas el mismo estado de ánimo fundamental, sino que éste ha varia­do según las diversas situaciones históricas por las que el hombre ha pasado.

Hay una proyección histórica de los estados de ánimo condicionada por las distintas situaciones históricas. De ahí que al griego se le revelase su encontrarse en el mundo en la alegría existencial patente en los ritos dio­nisíacos. El monje occidental medieval tenía como estado de ánimo básico la acedia.

Una generación después que la gran invasión de pueblos bárbaros pro­cedentes del Norte y Este en dirección al Sur y al Oeste se retiró de Euro­pa, inició CASIANO la lucha cotra el spiritus acediae que en aquella época constituía una grave y común enfermedad entre los monjes occidentales. Lo que no sucedía entre los monjes de Oriente ni del ciclo cultural medi­terráneo. CASIANO había vivido largo tiempo en Palestina y conocía la vida de los ermitaños. Al proponer como modelos a los monjes de Egipto -de­cía CASIANO,- al monje que trabajaba solo, le suele tentar un solo demonio, pero el ocioso tiene trescientos que le hacen guerra y destrucción.

Para REVERS, autor de un enjundioso libro sobre el Aburrimiento, los mon­Jes de CASIANO sufren la acedia porque eran otros hombres completamente distintos, situados bajo condiciones culturales y sociológicas totalmente di­versas a las de los pertenecientes al círculo cultural oriental con su geniali­dad místico-metafísica, su gnosis, sus intereses concentrados en la teología y su pasiva entrega a los acontecimientos.

Casi coetáneo de CASIANO fué SAN NILO, que nació probablemente en Muir (Ga1acia) en el siglo IV de padres ilustres. Fué prefecto de Constanti­nopla y desengañado del fausto del mundo persuadió a su esposa e hija para que entrasen en un convento, retirándose él con su hijo Teódu10 a las soledades del Sinaí hacia fines del siglo IV, para llevar allí una vida ascé­tica. San Juan Crisóstomo le instruyó en la ciencia de las Sagradas Escri­turas.

Escribió muchas obras ascéticas entre las que destacan las que tratan de las virtudes y de los vicios. En su tratado de los ocho espíritus de malicia,

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impugna la gula¡ la lujuria¡ la avaricia¡ la ira¡ la envidia¡ la tristeza¡ la pere­za¡ la vanagloria y la soberbia. Destaca su análisis de la acedia en el que, como después veremos¡ describe con gran riqueza la sintomatología del monje afectado de la extraña dolencia.

También se ocupó de la acedia SAN JUAN CLÍMACO¡ llamado así por su principal obra cuyo nombre en griego es Climas y conocido entre los anti­guos por Juan el Sinaíta. Nació probablemente a principios del siglo VI en Oriente y se sabe de su profunda erudición. A los diez y seis años aban­donó el mundo retirándose al monte Sinaí en donde pasó cuatro años en vida monástica y cuarenta en soledad.

En su obra La Escala del Paraíso describe los varios géneros de vida del monje y recorre una por una todas las virtudes que le son necesarias¡ im­pugnando todos los vicios e inculcando las virtudes opuestas.

No resultan menos interesantes que las anteriores¡ las descripciones de la acedia hechas por San Juan Damasceno y Evagrio el Póntico.

LA ACEDIA EN LA FILOSOFIA ESCOLASTICA.

SANTO TOMÁS considera en su Suma Teológica (U-U¡ q. 35) la pecami­nosidad de la acedia. Si CASIANO la denominaba affinis tristitia¡ TOMÁS DE AQUINO la llamará species tristitiae spiritualis boni.

Para REVERS la acedia descrita por SANTO TOMÁS pertenece más a la esfe.· ra de la melancolía que a la del tedio.

El Escolástico estudia lo que desde San GREGORIO se denominaban filiae acediae¡ a saber: 1) Desperatio. 2) Evagatio mentis circa illicita, revelable en in­quietudo¡ verbositas, curiositas¡ importunitas. 3) Torpor circa praecepta. 4) Pusilla­nimitas. 5) Malitia. Y 6) Rancor. Todas ellas en relación con el aburrimiento.

SAN ISIDORO DE SEVILLA distinguíi: el estado de ánimo de la acedia del de la tristeza. Por tanto sus respectivas filiae eran distintas. Así, de la tristeza proceden rancor, pusillanimitas, amaritudo, desperatio. Y de la acedia¡ otiositas, somnolentia, importunitas mentis, inquietudo corporis, instabilitas, verbositas y CH­

riositas.

Para SANTO TOMÁS la acedia es una forma de tristeza¡ pero ésta y el dolor son para él términos casi sinónimos. Define el dolor diciendo que implica a la vez unión de un ser con un mal y el conocimiento de tal unión. Al suponer sensación y conocimiento deberá pertenecer al apetito intelecti­vo y sensitivo. El dolor en tanto que se halla en ese apetito merece llamar-

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se pasión del alma, pero en cuanto es dolor corporal constituye una enfer­medad del cuerpo.

El dolor producido por la percepción interna se denomina más propia­mente tristeza y el que resulta de la percepción externa conserva mejor el nombre de dolor. La tristeza resulta así para SANTO TOMÁS una especie del género del dolor. Recordando que el objeto de la facultad concupiscible es el bien o el mal considerado absolutamente, es decir 10 deleitable o doloro­so, el dolor y la tristeza son entonces pasiones de 10 concupiscible.

SANTO TOMÁS diferencia cuatro clases de tristitia: el abatimiento o ace­dia, la ansiedad, la compasión y la envidia. Cuando la tristeza es concebida a propósito del bien de otro que nosotros consideramos como mal pro­pio, recibe el nombre de envidia. La tristeza concebida a propósito del mal de otro que nosotros juzgamos como nuestro propio, constituye la compa­sión. La ansiedad y la angustia traducen la tristeza que pesa sobre nuestra alma ante un mal al cual nos es imposible de escapar. Por último la tristeza que nos agobia hasta el punto de paralizar nuestros miembros es el abatimiento o acedia.

La pasión de la tristeza es para el Escolástico la más dañosa para el cuerpo. La tristeza debilita las fuerzas del alma, paraliza el entendimiento y la voluntad y por tanto dificulta el estudio y la práctica de la virtud. Mientras no se se haya perdido la esperanza de escapar al mal presente, que entristece, el espíritu conserva aun la fuerza de moverse y oponer una resistencia. Pero tan pronto como la esperanza de liberarse del mal haya sido arrebatada, el movimiento de la voluntad se detiene y el espíritu per­manece inmóvil por una especie de apesadumbramiento, los miembros del cuerpo se tornan incapaces de moverse y entonces el hombre aparece como paralizado.

En SAN JUAN DE LA CRUZ la acedia está imbricada con la tristeza deno­tando así la formación escolástica del Santo Carmelita. Considera que la acedia es una de las imperfecciones de los principiantes que en las cosas más espirituales más tedio tienen (Noche Oscura, I,7).

LA ACEDIA EN LA FILOSOFIA EXISTENCIAL.

Desde la Escolástica había disminuido el interés por la problemática de la acedia hasta que se ocupó del tema la filosofía existencial.

El tedio es el verdadero impulso que pone en movimiento la curiosidad

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humana y, en: el plano del atareamiento cotidiano, pudo KIERKEGAARD decir «al principio. era el aburrimiento».

En el tedio, según comenta BOLLNOW, existe la posibilidad de ser rebaja­do por la diversión y el entretenimiento. KIERKEGAARD designó este efecto con el nombre de «cultivo alternado», como el procedimiento de cambiar constantemente de suelo y de ese modo sustraerse a la hostigante inhospi­talidad de la existencia.

En SOREN KIERKEGAARD el aburrimiento es ya una forma existencial de la desesperación, por así decir, el negativo de la desesperación. El tedio es la culminación perversa de la desesperación de KIERKEGAARD, en la cual el «yo mismo» intenta desesperadamente querer libertarse de sí mismo.

Para el filósofo danés la acedia es la desesperación de la debilidad o sea un estado previo de la auténtica desesperación que consiste en que el de­'sesperado no quiere ser él mismo.

HEIDEGGER en su Was ist Metaphysik habla del aburrimiento, del profun­,Jo aburrimiento que cubriendo como una niebla silenciosa, nivela a todas las cosas, a los hombres y a uno mismo en una extraña indiferencia. El te­dio esencial patentiza al ente en su totalidad.

Diferencia el simple y superficial aburrimiento, en que aburre al hom­bre algo determinado, un libro, otro hombre, una ocupación; y el auténti­,co aburrimiento, el cual invade al hombre sin causa definida y se experi­menta entonces un sentimiento de vacío innominado, en el cual ya no hay nada importante para él ni puede participar con interés en nada.

Al comienzo hablábamos de unas disquisiciones semánticas en torno a la etimología de la acedia. Veíamos que en su acepción la raíz akéedeia signi­ficaba falta de cuidado, indiferencia, lo que vertido al lenguaje existencial ,es in-curia.

HEIDEGGER llega a la conclusión de que el ser del hombre es especial­mente inquietud. Estamos de cara al futuro o sea mirando más allá del presente y supeditados al pasado. El presente no es sino ensamblaje ,de la preocupación por el futuro teniendo en cuenta el pasado. Existir es ser un ser que se cuida de su ser. El hombre es por naturaleza (a natura) un inseguro de su ser. Se halla en continuo peligro y por ello tiene que ,cuidar su ser, poner curia en él. Ese cuidado forzoso, esa curia le tiene de­sasosegado. El hombre dispone de voluntad y de deseo, según FATONE, porque es cuidado. Una piedra no se cuida de su ser, el hombre sí.

En la acedia el ser no se cuida de sí; por eso su interpretación existen­dal es a mi juicio la de una in-curia.

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El hombre puede disimular la cura que constituye su radical estructural y una forma de disimularla es la curiosidad. Recordemos que la curiositas era una de las filiae acedia e según la Escolástica. Con la curiosidad el hom­bre disimula la responsabilidad de cuidarse de su ser.

CUADRO CUNICO DE LA ACEDIA.

Hemos estudiado ya la acedia como estado de ánimo a través de las distintas interpretaciones que le ha dado el pensamiento filosófico a lo lar­go de los tiempos.

Nos queda por considerar la acedia como enfern1 edad. ¿Fueron enfermos­los monjes de los que nos habla CASIANO en la descriptio princeps de la ace­dia hecha con magistrales trazos en su De Institutis Coenobiorum? y si lo fue-ron ¿en qué grado y manera? -

A mi juicio la acedia era un trastorno de la vitalidad, una alteración de los sentimientos vitales.

Hay un grupo de sentimientos en la tectónica de la vida afectiva que tienen como característica común el darnos cuenta de cómo nos hallamos. Ejemplos patentes y cotidianos son las expresiones: me encuentro bien, estoy alegre, estoy triste.

Tales sentimientos vitales son autónomos y espontáneos. El melancóli­co está triste sin que le haya acontecido nada y el angustiado vital tiene su angustia sin ningún motivo.

La vitalidad, como decía NovALIs, es la costura entre el alma y el cuero po. Ahí sentía su aguda cisura el monje afecto de acedia.

En el cuadro clínico destacaba la presencia de un estado de ánimo muy parecido al tedio, aunque, como ya apuntaba CASIANO, la acedia era taedium et anxietas cordis. Por tanto no sólo el tedio, sino también la ansiedad se hallaban patentes.

La acedia se vivenciaba como anestesia de los sentimientos. El monje acédico sentía un vacío en la vida y por tanto una absoluta indiferencia ante los sucesos del mundo exterior. Al igual que en el aburrido, el acédi­ca experimentaba una incesante monotonía. Por eso en las descripciones de CASIANO, SAN NILO, SAN JUAN CLÍMACO y EVAGRIO EL PÓNTICO, aparece re­señada la vivencia del enlentecimiento del tiempo. Los monjes levantaban su cabeza a cada instante para mirar al sol y se impacientaban por la lenti. tud de éste en ponerse en el horizonte. A algún monje le parecía que el día tenía cincuenta horas. La temporalidad del tedio es básicamente lenta.

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En el monje enfermo de acedia la falta de novedad propia del aburri­miento, le impulsaba a estar en constante inquietud, ávido de nuevas no­ticias. Por eso deseaba recibir visitas de otros cenobitas y se interesaba por salir del convento para visitar otros claustros y saludar a otras personas. El horror loei, hastío de la propia celda, emergía también de ese estado de ánimo.

Los monjes tenían frecuentes ideas de condenación, desconfiaban de su salvación, sentían pena y congoja por el poco fruto de sus trabajos y la­mentaban no ser útiles ni edificar a nadie con sus vidas. Estas ideas deli­roides estaban basadas en el estado de ánimo acédico.

La imaginación se les henchía de una niebla oscura y una confusión desordenada. Se veían aquejados por el torpor, incluido entre las filiae aee­diae como había descrito SANTO TOMÁS, que no era sino una falta de con­centración intelectual propia de estos trastornos vitales.

CLÍMACO destaca en su descripción algunos síntomas también pertene­cientes a la esfera de las perturbaciones de la vitalidad: escalofríos, dolores de cabeza, ardores de fiebre, dolor abdominal, todos ellos difusos y teñidos por la ansiedad.

A algunos monjes el cuerpo se les hacía pesado. La cenestesia, esa os­cura sensibilidad de nuestros plasmas, enviaba su anómalos mensajes y por esto sentían su cuerpo de esa gravativa manera. También eran frecuentes los bostezos, proyección de la acedia en el plano vegetativo.

SAN NILO hace mención de la necesidad que tenían los monjes de entre­garse a inútiles trabajos: contar hojas, calcular el número de pliegos, censu­rar la caligrafía. A mi modo de ver se trataba de pequeñas obsesiones mon­tadas sobre el estado de ánimo de la acedia.

DEMONIO DEL MEDIODIA.

Ya destacó CASIANO que la acedia se presentaba con mayor frecuencia e intensidad a la hora de mediodía. Por esto el teólogo pensó que la acedia sería el daemonium meridianum que se citaba en el Salmo XC, 5-6, donde se puede leer: «non timebis a timare nocturno, a sagitta volante in die, a ne­gorío perambulante in tenebris, ab incursu et daemonio meridiano».

En la mitología clásica el mediodía ya gozaba de un mágico poder. Era el momento de la epifanía de las ninfas. Aquéllos que las veían eran presa de un entusiasmo ninfoléptico. Por eso se recomendaba que al mediodía no

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se aproximase nadie a fuentes, manantiales o corrientes de agua ni se colo­casen a la sombra de ciertos árboles. La hora de mediodía era la hora de re­poso de la naturaleza, aquélla en que ésta se llenaba de alguna cosa sobre­natural con cierta influencia intangible sobre el hombre y los animales, gra­cias a la profunda tranquilidad y a la intensidad de calor y de luz que re­saltaba en campos y bosques.

TEÓCRITO decía que no estaba permitido al pastor tocar su flauta a la hora de mediodía ya que el dios Pan se ponía irascible en ese momento del día. En un pasaje oriental se lee: «Oh hombre, cuida de no caminar a me­diodía, sobre todo en meridiano, porque los diablos no duermen».

A fines del siglo pasado HERMAN USENER llamó la atención sobre un texto hallado en la vida de San T eodoro de Syceon, en que se habla de un lugar llamado la Arcea, al que nadie podía aproximarse a la hora de mediodía porque Artemisa, rodeada de una corte de demonios, atormenta­ba hasta la muerte a los que encontraba. CAILLOIS ha recogido en un inte­resante trabajo la mayor parte de las tradiciones mediterráneas referentes a la nefasta influencia del mediodía, y que también aparecen en los pue­blos nórdicos.

A mi juicio puede interpretarse hoy el daemonium meridianum- es decir el aumento de intensidad de la sintomatología del monje afecto de acedia­como oscilación vital que se manifiesta fundamentalmente en la fase crítica de mediodía.

Desde HELPACH sabemos que el curso diario del rendimiento sufre osci­laciones. Exactamente con el mediodía coincide un brusco descenso, cualquiera que sea la ocupación. Entre las doce y las quince horas la curva del día muestra una depresión de menor rendimiento psicoffsico que se llama «baja del mediodía., cuyo punto de menor inflexión cae entre las doce y las catorce.

Esto viene a corroborar la tesis que pone en relación los ritmos vitales con los cósmicos. Ya DE RUDDER había llamado la atención sobre la influen­cia de los ritmos cósmicos en la vida vegetativa. Hoyes conocida la corre­lación entre variaciones cósmicas y estados humorales. El puente de unión está constituido por el sistema vegetativo y las estructuras diencéfalicas.

A esa unidad establecida entre estado de ánimo y perimundo se refiere HEIDEGGER cuando dice: «el humor no viene de afuera ni de dentro, sino que asciende de ellos como forma de estar-en-el-mundo». Nuestro ZUBIRI piensa que el diencéfalo por la regulación tónica da lugar al sistema afecti­vo del hombre y por la fásica da lugar al ritmo temporal de la vida. Vemos en ambos textos clara referencia a los ritmos vitales.

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Creo haber· contribuido con mi eJtudio a la interpretación de uno de los -fenómenos más sugestivos de la literatura patrística. A mi juicio el daemo­

nium meridianum descrito por CASIANO, SAN NILO, EVAGRIO, CLÍMACO entre otros, no era sino una forma perturbada de la vitalidad.

El enfermo de acedia, enfermo de tedio y ansiedad, hace recordar aquel texto de KIERKEGAARD: "Mi alma es como el Mar Muerto, sobre el cual nin­gún pájaro puede volar; cuando va por la mitad de su vuelo, 10 atrae pre­cipitándole a la muerte».

DR. PEDRO J. TÉLLEZ CARRASCO Profesor A. de la Cátedra de Psicología Médica.

Facultad de Medicina de Madrid.