La Pereza y La Acedia

download La Pereza y La Acedia

of 23

description

La Pereza y La Acedia

Transcript of La Pereza y La Acedia

  • 1

    LA PEREZA Y LA ACEDIA (R. P. Dr. MIGUEL NGEL FUENTES)

    I. LA PEREZA

    1. Descripcin de la pereza

    La pereza es una "repugnancia voluntaria y culpable al trabajo, y, como

    consecuencia, tendencia a la ociosidad, o al menos a la negligencia, a la

    pusilanimidad, que se opone a la magnanimidad" (6). Tal como se la entiende

    generalmente, se caracteriza por el miedo y la huida del esfuerzo. El perezoso resta

    gustosamente ocioso; o si obra, elige su ocupacin no segn la razn (el deber que

    le impone la regla o que l mismo ha proyectado) sino segn le sugiere el capricho

    del momento; suele ponerse a la obra con lentitud, la contina sin vigor, y tiene

    siempre prisa en terminarla (a veces le entra un apuro "irracional" por terminar

    pronto lo que est haciendo, incluso realizndolo superficialmente; y esto sin que el

    deber le urja comenzar otra cosa de importancia); se frena o demora ante la menor

    dificultad; sigue la ley del menor esfuerzo (incluso puede ser compatible con una

    gran actividad: es muy activo con cosas que le gustan y son fciles, las cuales suele

    hacer cuando "debera" estar haciendo otras que le impone el deber); es incapaz de

    un trabajo esmerado, metdico y profundo.

    Esta tendencia puede manifestarse en todos los dominios: fsico, intelectual,

    moral y religioso.

    La Sagrada Escritura escarnece duramente el vicio de la pereza. Dice de ella que

    conduce a la miseria (no slo material, sino principalmente espiritual):

    He pasado junto al campo de un perezoso,

    y junto a la via de un hombre insensato,

    y estaba todo invadido de ortigas,

    los cardos cubran el suelo,

    la cerca de piedras estaba derruida.

    Al verlo, medit en mi corazn,

    al contemplarlo aprend la leccin:

  • 2

    Un poco dormir, otro poco dormitar,

    otro poco tumbarse con los brazos cruzados

    y llegar, como vagabundo, tu miseria

    y como un mendigo tu pobreza (Pr 24,30-34).

    Describe al perezoso como dominado por la inutilidad, y a la postre, necio:

    La puerta gira en los goznes,

    y el perezoso en la cama.

    El perezoso hunde la mano en el plato;

    pero le fatiga llevarla a la boca.

    El perezoso se tiene por ms sabio

    que siete personas que responden con tacto.

    Agarra por las orejas a un perro que pasa

    el que se mete en litigio que no le incumbe.

    (Pr 26,14-17).

    Terrible es el Sircida para estigmatizarlo:

    A una piedra sucia se parece el perezoso,

    todo el mundo silba sobre su deshonra.

    Bola de excrementos es el perezoso,

    que todo el que la toca se sacude la mano

    (Si 22,1-2).

    2. Naturaleza del pecado de pereza (7)

    La pereza puede considerarse, ante todo, como vicio general, es decir, opuesto

    a toda virtud. Se trata de una fuente de faltas especficamente muy diversas, segn

    que est al origen de omisiones y negligencias relativas a un deber u otro. Sea cual

    sea su objeto tiene un cierto parentesco con el temor y la sensualidad.

  • 3

    Ante todo, con el temor; ya Cicern la defina como "el temor de la fatiga" (8);

    San Juan Damasceno la enumera, con el nombre de segnities (lentitud, flojedad,

    pereza, apata), entre las especies del temor (9); Santo Toms sigue en esto al

    Damasceno, emparentando la pereza con una especie del temor (la segnities) y

    definindola como "la fuga del obrar por el temor del mucho trabajo" (10).

    En segundo lugar, con la sensualidad: porque el perezoso se deja llevar por un

    amor exagerado a la comodidad y al reposo, es decir, por el placer (que l prefiere al

    deber); desde este punto de vista la pereza es una forma de sensualidad.

    Seala Garca Hoz que radica este vicio en el desorden del instinto

    de conservacin, una de cuyas modalidades es apartarse y huir de todo lo que

    signifique peligro de la vida o desgaste de sus energas (11). Este apartamiento

    prudente es utilizado por la pereza para, exagerndolo y hacindole traspasar los

    lmites razonables, apartar al hombre de ejecutar con perfeccin los trabajos y obras

    necesarias en orden a su fin. Con expresivas palabras lo manifiesta Fray Luis de

    Granada: "La pereza y flojedad dice: Si continuamente te das al estudio de la leccin

    y oracin y lgrimas, perders la vista. Si extiendes mucho las vigilias de la noche,

    perders el seso, y si te fatigas con trabajo demasiado, quedars inhbil para todo

    ejercicio" (12). Concluye el pedagogo espaol: "En las anteriores frases se ve

    claramente que estamos ante uno de los vicios que con capa de necesidad encubre

    la superfluidad" (13).

    3. Gravedad de este pecado

    La gravedad moral de la pereza se mide por los deberes que hace omitir o

    negligir; es grave cuando implica una negligencia en deberes graves, leve si los

    deberes son leves. Sin embargo, incluso cuando los deberes que se abandonan son

    leves, podra llegar a ser grave si se convierte en algo habitual y profundo, pues,

    como dice el Seor: todo rbol que no produce buenos frutos ser arrojado al fuego

    eterno (Mt 7,19). Tambin es grave cuando se omiten deberes leves por desprecio

    formal de la ley.

    Hay que sealar tambin la gravedad psicolgica de la pereza, que se considera

    por los efectos que produce en el alma. A menudo empuja a la duplicidad y a la

  • 4

    mentira, porque el culpable busca excusas a sus omisiones o negligencias. Cuando

    no se la combate precipita al alma en un sopor progresivo (como se lee en Pr 19,15:

    La pereza hunde en el sopor), porque como dice San Gregorio: "cuando se deja de

    querer obrar bien, se pierde poco a poco hasta el cuidado de pensar bien" (14). En

    fin, engendra sobre todo la ociosidad, con todo el cortejo de males que la

    acompaan.

    La ociosidad inaccin hace perder el seoro y el control sobre s mismo; pero

    si en el ocioso la inteligencia y la voluntad estn inertes, no lo estn las facultades

    inferiores, las cuales quedan en libertad para seguir sus inclinaciones naturales. De

    ah que en los perezosos la imaginacin y la sensibilidad reinen sin control, liberan la

    fantasa, provocan pensamientos turbios, despiertan los instintos perversos y

    arrastran fcilmente a las peores locuras como a las ms vergonzosas

    degradaciones. La Escritura lo testimonia frecuentemente: Mucho mal ense la

    ociosidad (Si 33,28); Este fue el crimen de tu hermana Sodoma:... indolencia de la

    dulce vida (Ez 16,49).

    II. LA ACEDIA

    1. Naturaleza de la acedia

    La pereza en el plano espiritual y religioso se denomina propiamente acidia o

    acedia. La palabra griega avkhdi,a o avkhdei,a, aparece tres veces en la versin de

    los LXX (Sl 118,28; Sr 29,5; Is 61,3), traducida en la Vulgata por taedium (tedio) y

    maeror (tristeza profunda); no aparece en la versin griega del Nuevo Testamento.

    Se la encuentra entre los autores paganos, como por ejemplo, en Empdocles,

    Hipcrates, Luciano y Cicern. El trmino griego, con el sentido de tedio, tristeza,

    pereza espiritual, se latiniz como acedia, acidia o accidia.

    Los Santos Padres y los autores eclesisticos le dieron una gran importancia en

    la lucha espiritual. Fue estudiada por Casiano, San Juan Clmaco, San Juan

    Damasceno, Isidoro de Sevilla, Alcuino, etc. Casiano la define como: "taedium et

    anxietas cordis, quae infestat anachoretas et vagos in solitudine monachos" (tedio y

    ansiedad del corazn que afecta a los anacoretas y a los monjes que vagan en el

  • 5

    desierto). Los Padres del desierto la llamaron "terrible demonio del medioda,

    torpor, modorra y aburrimiento". Guigues el Cartujo la describi de la siguiente

    manera: "Cuando ests solo en tu celda, a menudo eres atrapado por una suerte de

    inercia, de flojedad de espritu, de fastidio del corazn, y entonces sientes en ti un

    disgusto pesado: llevas la carga de ti mismo; aquellas gracias interiores de las que

    habitualmente usabas gozosamente, no tienen ya para ti ninguna suavidad; la

    dulzura que ayer y antes de ayer sentas en ti, se ha cambiado ya en grande

    amargura" (15).

    Santo Toms de Aquino la define con precisin como tristitia de bono spirituali,

    tristeza del bien espiritual; indicando que su efecto propio es el quitar el gusto de la

    accin sobrenatural. Es una desazn de las cosas espirituales que prueban a veces

    los fieles e incluso las personas adentradas en los caminos de la perfeccin; es una

    flaccidez que los empuja a abandonar toda actividad de la vida espiritual, a causa de

    la dificultad de esta vida. Garrigou-Lagrange la defina como "cierto disgusto de las

    cosas espirituales, que hace que las cumplamos con negligencia, las abreviemos o

    las omitamos por ftiles razones. La acidia es el principio de la tibieza" (16).

    No menos importancia se le dio entre los autores del renacimiento espiritual

    espaol. La Puente dice que es "una tristeza o tedio de todas las obras de la vida

    espiritual, as de la vida activa como de la contemplativa, de donde procede que a

    todo lo bueno resiste y para todo inhabilita, y es lastimoso el estrago que hace" (17).

    Podemos encontrarla retratada en la "desolacin" ignaciana; deca Ignacio: "Llamo

    desolacin... [a] oscuridad de alma, turbacin de ella, mocin a las cosas bajas y

    terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin

    esperanza, sin amor, hallndose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su

    Criador y Seor" (18). La acidia voluntaria (ya sea buscada, ya sea no combatida) es

    elemento culpable dispositivo de la desolacin (19).

    La descripcin que nos han dejado los Santos Padres, es detallada y precisa.

    Evagrio Pntico describa al acedioso diciendo: "La acedia es la debilidad del alma

    que irrumpe cuando no se vive segn la naturaleza ni se enfrenta noblemente la

    tentacin. En efecto, la tentacin es para un alma noble lo que el alimento es para

    un cuerpo vigoroso. El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan

  • 6

    la firmeza del alma. La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente

    que no tiene perseverancia del espritu de la acedia. El roco primaveral incrementa

    el fruto del campo y la palabra espiritual exalta la firmeza del alma. El flujo de la

    acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante est

    siempre tranquilo. El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos, cosa

    que garantiza su propio objetivo. El monje acedioso es rpido en terminar su oficio y

    considera un precepto su propia satisfaccin; la planta dbil es doblada por una leve

    brisa e imaginar la salida distrae al acedioso. Un rbol bien plantado no es sacudido

    por la violencia de los vientos y la acedia no doblega al alma bien apuntalada. El

    monje girvago, como seca brizna de la soledad, est poco tranquilo, y sin quererlo,

    es suspendido ac y all cada cierto tiempo. Un rbol transplantado no fructifica y el

    monje vagabundo no da fruto de virtud. El enfermo no se satisface con un solo

    alimento y el monje acedioso no lo es de una sola ocupacin. No basta una sola

    mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acedioso. El ojo

    del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que llegan

    visitas: la puerta gira y ste salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y

    no se aleja de all hasta que, sentado, se entumece. Cuando lee, el acedioso bosteza

    mucho, se deja llevar fcilmente por el sueo, se refriega los ojos, se estira y,

    quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco,

    repitiendo el final de la palabra se fatiga intilmente, cuenta las pginas, calcula los

    prrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo

    pone debajo de la cabeza y cae en un sueo no muy profundo, y luego, poco

    despus, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones. El monje acedioso

    es flojo para la oracin y ciertamente jams pronunciar las palabras de la oracin;

    como efectivamente el enfermo jams llega a cargar un peso excesivo as tambin el

    acedioso seguramente no se ocupar con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno

    le falta, efectivamente, la fuerza fsica, el otro extraa el vigor del alma. La

    paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.

    Dispn para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de

    haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espritu de la acedia huir

    de ti" (20).

  • 7

    San Juan Clmaco le dedica uno de los "escalones" de su "Escala Espiritual"

    describindola con trminos semejantes (21).

    2. Psicologa de la acedia

    Psicolgicamente la acedia entraa: a) una percepcin errnea del bien (al

    acedioso le parece bueno lo que produce deleite al menos espiritual, y para l es

    malo lo que produce dolor); b) un desplazamiento en el objeto del amor: se ama el

    consuelo del bien o de la virtud, y no el bien y la virtud por s mismos (en esto la

    acedia, como la pereza en general, entraa un movimiento de sensualidad); c)

    consecuentemente se produce una parlisis, o incluso una huida, en la asctica de la

    virtud a causa de la cruz que sta comporta (en esto la acedia entraa un

    movimiento de temor y de fuga).

    Hay que tener en cuenta que la acedia, en cuanto tristeza del bien divino, no

    siempre es plenamente voluntaria. Ocurre a veces que afecta slo la sensibilidad,

    como una manifestacin de la resistencia de la carne contra el espritu, y por eso la

    impresin de apata por las cosas del espritu se manifiesta incluso en las almas

    mejor impulsadas hacia la santidad (San Juan Clmaco dice que esta tentacin

    acompaa al solitario durante toda su vida para no dejarlo sino en el momento de

    su muerte. Santo Toms reconoce que "en los hombres perfectos pueden darse

    movimientos imperfectos de acidia al menos en la sensualidad, porque nadie es tan

    perfecto que no permanezca en l alguna contrariedad de la carne hacia el

    espritu"(22)).

    En el origen de una crisis de acedia pueden hallarse diversas causas: la fatiga

    corporal, el sueo, el hambre, tentaciones muy frecuentes o muy violentas, una

    prolongada ausencia de consuelos sensibles, un despecho resultado de fracasos

    reales o aparentes en la lucha contra el mal o reprensiones ms o menos merecidas,

    o bien la simple monotona de los ejercicios regulares del espritu, e incluso la

    necesidad del cambio que nos es natural. As se lee en San Juan de la Cruz: "...estas

    sequedades podran proceder muchas veces... de pecados e imperfecciones, o de

    flojedad y tibieza, o de algn mal humor o indisposicin corporal" (23). Santa Teresa

    le asigna como causa las faltas deliberadas: "Como crecieron los pecados,

  • 8

    comenzme a faltar el gusto y el regalo en las cosas de virtud. Vea yo muy claro,

    Seor mo, que me faltaba esto a m por faltaros yo a Vos" (24).

    La acedia, como la pereza, es muy grave en sus consecuencias, pues no slo

    empuja a la ociosidad sino que conduce al relajamiento y a la tibieza, siendo as

    preludio de la ruina espiritual.

    Como seala San Juan de la Cruz, la acedia (aunque acose al hombre espiritual a lo

    largo de toda su vida) es un defecto ms propio de los principiantes en el camino de

    la perfeccin. Esto es as porque se relaciona con varios defectos de los incipientes:

    el mendigar sabor o consuelo en las cosas espirituales, el buscar la propia voluntad

    en lugar de la Voluntad divina, el huir de la cruz: "Tambin acerca de la acidia

    espiritual, suelen tener tedio en las cosas que son ms espirituales y huyen de ellas,

    como son aquellas que contradicen al gusto sensible; porque, como ellos estn tan

    saboreados en las cosas espirituales, en no hallando sabor en ellas las fastidian.

    Porque, si una vez no hallaron en la oracin la satisfaccin que peda su gusto

    (porque en fin conviene que se le quite Dios para probarlos), no querran volver a

    ella, o a veces, la dejan o van de mala gana. Y as, por esta acidia, posponen el

    camino de perfeccin, que es el de la negacin de su voluntad y gusto por Dios, al

    gusto y sabor de su voluntad, a la cual en esta manera andan ellos por satisfacer

    ms que a la de Dios. Y muchos de stos querran que quisiese Dios lo que ellos

    quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de

    acomodar su voluntad a la de Dios. De donde les nace que, muchas veces, en lo que

    ellos no hallan su voluntad y gusto, piensen que no es voluntad de Dios; y que, por el

    contrario, cuando ellos se satisfacen, crean que Dios se satisface, midiendo a Dios

    consigo, y no a s mismos con Dios, siendo muy al contrario lo que l mismo ense

    en el Evangelio (Mt 16,25), diciendo que el que perdiese su voluntad por l, se la

    ganara, el que la quisiese ganar, se la perdera. Estos tambin tienen tedio cuando

    les mandan lo que no tiene gusto para ellos. Estos, porque se andan al regalo y

    sabor del espritu, son muy flojos para la fortaleza y trabajo de perfeccin, hechos

    semejantes a los que se cran en regalo, que huyen con tristeza de toda cosa spera,

    y ofndense de la cruz, en que estn los deleites del espritu; y en las cosas ms

    espirituales ms tedio tienen, porque, como ellos pretenden andar en las cosas

    espirituales a sus anchuras y gusto de su voluntad, hceles gran tristeza y

  • 9

    repugnancia entrar por el camino estrecho, que dice Cristo (Mt 7,14), de la vida"

    (25).

    3. El pecado de acedia

    La acedia es pecado. San Juan Damasceno defini la acedia como "una especie

    de tristeza deprimente"; Santo Toms la describe como "tristeza mundana" (tristitia

    saeculi) (26). San Gregorio Magno la denomina como torpor circa praecepta, la

    apata en torno a los preceptos (27). Santo Toms afirma que siempre es algo malo;

    ya sea por s misma o por sus efectos. Es mala en s misma cuando la tristeza es

    causada por un bien verdadero, pues el bien espiritual slo debera alegrar. Es mala

    en sus efectos, cuando la tristeza es causada por algo que verdaderamente es un

    mal (y por tanto, tendra razn de entristecer) pero entristece al punto de abatir el

    nimo y alejar de toda obra buena. En este sentido San Pablo, hablando del

    pecador, dice a los corintios: Perdonadlo y animadlo, no sea que se vea hundido en

    una excesiva tristeza (2 Cor 2,7) (28).

    La acedia es vicio especial cuando se opone al gozo que debera procurar el bien

    espiritual en cuanto bien divino. Este gozo es un efecto propio de la caridad; por

    eso, entristecerse del bien divino es un pecado contra la virtud teologal de la

    caridad: "entristecerse del bien divino, del cual goza la caridad, pertenece al vicio

    especial que es llamado acedia" (29). Este "entristecerse" ha de entenderse como:

    descontentar, sentir hasto, pereza, aburrimiento, desgana, apata, displicencia.

    Propiamente consiste en la repugnancia a la virtud cuando sta no va acompaada

    de consuelo; antipata a la "virtud crucificada". En la cuestin De malo explica ms

    en detalle que la acidia, en cuanto pecado especial, "produce tristeza del bien

    interno y divino", as como "amar este bien lo hace la caridad como virtud

    especfica". La acidia tiene su raz en el desorden de la carne y domina cuando

    domina en el hombre el afecto carnal (30).

    4. La acedia, pecado capital

    La acedia no slo es un pecado sino un pecado capital (31). "Pecado capital"

    significa etimolgicamente el pecado que es principio, cabeza o madre de otros

    pecados. Los pecados capitales son origen de otros pecados en el gnero de la

  • 10

    causalidad final, pues ste es el nico modo de causalidad que entraa una

    influencia especfica de ciertos pecados respecto de otros; las dems influencias

    causales son muy genricas: "el pecado capital es aquel del que nacen otros vicios

    en razn de causa final" (32). Esto quiere decir que el vicio capital tiene un fin

    intrnseco para cuya consecucin engendra otros pecados; por ejemplo, la avaricia,

    que tiene como fin la indefinida acumulacin de riquezas, engendra el fraude, el

    dolo, el robo, la dureza del corazn, la inmisericordia (sin estas actitudes

    difcilmente el avaro podra enriquecerse como apetece). Por eso dice Santo Toms

    que "llamamos pecados capitales a aquellos cuyos fines poseen cierto predominio

    sobre los otros pecados para mover el apetito" (33).

    5. Pecados derivados de la acedia

    Cules son los pecados que la acedia engendra como vicio capital? Si

    consideramos, como el Anglico, que equivale a lo que San Gregorio llama tristeza,

    debemos admitir con este ltimo seis pecados derivados ("las hijas de la tristeza"):

    malicia, rencor, pusilanimidad, desesperacin, indolencia en lo tocante a los

    mandamientos, divagacin de la mente por lo ilcito (34).

    San Isidoro de Sevilla indica, en cambio cuatro derivadas de la tristeza: el

    rencor, la pusilanimidad, la amargura, la desesperacin; y seis de la acidia

    propiamente dicha: la ociosidad, la somnolencia, la indiscrecin de la mente, el

    desasosiego del cuerpo, la inestabilidad, la verbosidad, la curiosidad (35).

    Alcuino asigna cinco vicios a la tristeza: malicia, rencor, pusilanimidad de nimo,

    amargura y desesperacin; y ocho a la acedia: somnolencia, pereza para las buenas

    obras, inestabilidad de lugar, vagabundeo de lugar en lugar, tibieza para trabajar,

    tedio del corazn, murmuracin y verbosidad (inaniloquia) (36).

    Santo Toms conoce las dos primeras enumeraciones y se esfuerza por darles

    un sentido lgico y armonizarlas tomando como base la de San Gregorio. Parte de lo

    que dice Aristteles: "nadie por largo tiempo puede permanecer con tristeza y sin

    placer" (37), por lo que, de la tristeza nace necesariamente un doble movimiento:

    huida de lo que entristece y bsqueda de lo que da placer. De este doble

  • 11

    movimiento se originan seis pecados principales (y otros secundarios relacionados a

    estos) (38):

    1) Desesperacin. Ha de entenderse como la natural repugnancia y consecuente

    huida de aquella obra difcil que produce tristeza. El fastidio y el aburrimiento no

    combatidos (al menos mediante la perseverancia y firmeza en no abandonar la obra

    comenzada o el deber contrado) pueden terminar en el abandono, en la

    desesperacin de no poder llevar adelante tales obligaciones. Cuando el propio

    gusto, buscado como fruto de las obras, es superior al deseo de cumplir la voluntad

    de Dios, basta el dejar de hallar tal gusto para que se origine un creciente

    aborrecimiento que puede llevar al abandono de ellas. En esto ms de perder llevan

    quienes ms atados a los gustos estn, como dice San Juan de la Cruz: "Estos

    tambin tienen tedio cuando les mandan lo que no tiene gusto para ellos. Estos,

    porque se andan al regalo y sabor del espritu, son muy flojos para la fortaleza y

    trabajo de perfeccin, hechos semejantes a los que se cran en regalo, que huyen

    con tristeza de toda cosa spera, y ofndense de la cruz, en que estn los deleites

    del espritu; y en las cosas ms espirituales ms tedio tienen, porque, como ellos

    pretenden andar en las cosas espirituales a sus anchuras y gusto de su voluntad,

    hceles gran tristeza y repugnancia entrar por el camino estrecho, que dice Cristo

    (Mt 7, 14), de la vida" (39). El tedio "envuelve al hombre con una cadena sin fin, de

    la cual slo puede librarse mediante un esfuerzo de su voluntad; porque si se deja

    llevar de su tendencia sensible, la falta de gusto en las cosas espirituales engendra el

    tedio y ste a su vez aumenta el disgusto, y de aqu nace el tedio aumentado que

    sigue su labor aniquiladora de las obras. Ms me recelo dice Fray Juan de los

    ngeles del tedio..., que le vuelve incapaz de toda devocin y sentimiento

    espiritual" (40).

    2) Pusilanimidad. La acedia engendra la "pusilanimidad y cobarda de corazn para

    acometer cosas grandes y arduas empresas" (41). El tedio a la dificultad que

    comporta la virtud (al menos en los comienzos de la vida asctica) engendra miedo

    al trabajo y a la perseverancia en las buenas obras y consecuentemente el nimo se

    apoca. Esto proviene en definitiva del aprecio exagerado al cuerpo (sensualidad) y

    tambin de la baja apreciacin de s mismo al pensar que por el amor y aficin de los

    deleites no va a ser posible sufrir los trabajos y dificultades de la carne.

  • 12

    3) Incumplimiento de los preceptos. Primero voluntariamente (ociosidad y

    soolencia voluntarias ante los deberes de estado o simplemente ante los

    mandamientos divinos), y a la postre como una imposibilidad de obrar el deber fruto

    de la abulia adquirida (42).

    4) Rencor o amargura. Santo Toms entiende esta expresin como "indignacin

    contra las personas que nos obligan contra nuestra voluntad a los bienes

    espirituales que nos contristan" (43). Es decir, los superiores en la vida religiosa, y,

    para los perezosos en general, los virtuosos. Los primeros porque tienen autoridad

    para exigirnos el cumplimiento de la virtud. Los segundos porque el virtuoso, como

    el santo, "acusa" con su virtud eminente la desidia de los flojos. "Los santos me

    acusan", confes cierta persona al tener que explicar por qu en su biblioteca no se

    hallaba hagiografa alguna. Este rencor puede tomar la forma de "espritu crtico"

    tanto contra los mismos bienes espirituales (para justificarse a s mismo de no

    buscarlos, cargando las tintas sobre su dificultad o inoportunidad de los mismos)

    cuanto contra a las personas que nos empujan a buscarlos.

    5) Malicia propiamente dicha. El trmino designa, en el lenguaje del Aquinate,

    "indignacin y odio contra los mismos bienes espirituales" (44). Es un punto

    probablemente no querido ni sospechado por el acidioso, pero en el que

    lgicamente puede desembocar el resentimiento y animadversin que experimenta

    (cuando no es combatido) por los bienes espirituales o las personas que con ellos

    nos relacionan: se empieza por "amar menos", se sigue por "preferir" otra cosa a los

    bienes espirituales; puede terminar por odiar aquello que ya desistimos de

    conseguir o buscar.

    6) Divagacin por las cosas prohibidas (inestabilidad del alma, curiosidad,

    verbosidad, inquietud corporal, inestabilidad local). Divagar significa "apartarse del

    asunto que se debe o se est tratando". Indica aqu el dirigirse hacia lo ilcito como

    fruto de la desercin de los bienes sobrenaturales. Es un volcarse hacia las creaturas

    (conversio ad creaturas) del pecado en general y propio de este pecado en

    particular. Magnificas descripciones al respecto debemos a los grandes

    recopiladores del monacato primitivo, como pudimos observar en los relatos de

    Evagrio y Juan Clmaco. El perezoso o acidioso, aunque no es capaz de realizaciones

  • 13

    concretas, deja que su imaginacin construya castillos en el aire, en los que l es

    protagonista de cuanto no hace en la vida real. Esto no slo representa una prdida

    de tiempo sino que suele terminar siendo ocasin de pecado. Esta divagacin puede

    verificarse en todos los rdenes: en el hablar (verbosidad), en el conocer (convertido

    en curiosidad), en los propsitos (inestabilidad del alma), en el reposo (permanente

    desplazamiento de un lugar para otro, e incluso agitacin fsica). Esto es

    consecuencia lgica de su flojedad en entregarse del todo a Dios, como explica muy

    bien San Juan de vila: "Si con pereza y tibieza negocia el negocio de Dios, allende

    de ser desleal al Seor que con tanto ardor de amor negoci nuestro negocio

    tomando la cruz por nos con gran denuedo, sobrndole amor y faltndole que

    padecer; ms an: vivir una vida tan miserable que de penada la haya de dejar;

    porque como el tibio no goza de placeres de mundo por haberlos dejado con un

    poco de buen deseo, y como por falta de diligencia no goce de los de Dios, est

    como puesto entre dos contrarios, que cada uno le atormenta por su parte,

    padeciendo desconsuelos gravsimos que le hacen, en fin, dejar el camino y con

    miserable consejo buscar las cebollas de Egipto (Nm 11,5) que ya dej, porque no

    puede sufrir la aspereza del desierto" (45).

    6. Los remedios contra la acedia

    Algunos remedios son comunes con la pereza; otros son especficos de la

    acedia. Sealemos entre estos:

    1) Hay que meditar y valorar como bienes reales para nosotros los dones

    sobrenaturales con que Dios nos agracia. Dice Santo Toms: "Cuando pensamos

    ms en los bienes espirituales, ms nos agradan, y ms de prisa desaparece el tedio

    que el conocerlos superficialmente provocaba" (46). Y el mismo en otro lugar:

    "Cuanto ms pensamos en los bienes espirituales, tanto ms placenteros se nos

    vuelven, y con esto cesa la acedia" (47). Condicin fundamental para el amor es que

    la voluntad perciba como "bien para ella" aquello que debe amar. El verse objeto del

    amor de Dios enciende nuestro amor por Dios; este objeto tiene, por ejemplo, la

    "Contemplacin para alcanzar amor" con que San Ignacio concluye sus Ejercicios

    Espirituales.

  • 14

    En este sentido tambin es esencial el ejercicio de la fe iluminando con criterios

    sobrenaturales las realidades que han de ser amadas: Dios, el cielo, la gracia, la

    santidad; y los medios para alcanzar este "Bien Sobrenatural": la cruz, el

    renunciamiento, el ejercicio de la virtud, la prctica de la misericordia, las

    bienaventuranzas evanglicas. Quien se ejercita de esta manera es capaz de afirmar

    como Santa Teresa de Lisieux: "me es dulce el padecer" (48); San Francisco Javier:

    "los que gustan de la cruz de Cristo Nuestro Seor descansan viviendo en estos

    trabajos y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos" (49).

    2) La acedia es pecado contra la caridad; se vence pues haciendo crecer la

    caridad hacia Dios y los dones por los que Dios se nos participa: la gracia, los dones

    del Espritu Santo, los mandamientos divinos, los consejos evanglicos. Todos los

    medios para acrecentar la caridad son remedios para vencer la acedia: la vida

    fraterna, la misericordia, el trato asiduo con la Eucarista, la oracin perseverante, la

    lectura sabrosa de la Sagrada Escritura, etc.

    3) Como la tentacin de la acedia puede ser parte de las desolaciones con que

    Dios purifica el alma (50), conviene tambin considerar todos los motivos por los

    cuales la desolacin nos es provechosa: como purificacin de nuestros pecados,

    para que experimentemos realmente lo que es de Dios en nosotros y los lmites que

    tiene nuestra accin sin la ayuda y consuelo de Dios, para reparar nuestras

    negligencia y lentitudes, y para hacernos crecer en la humildad.

    4) En cuarto lugar, como la acedia es un modo de pereza, valen para ella los

    remedios generales para este defecto: la firmeza de propsitos; el combate

    decidido contra el ocio obrando por medio de la lectura espiritual, la Salmodia, el

    trabajo manual, la oracin y las obras buenas de todo gnero. Dice Alcuino que el

    diablo tienta ms difcilmente a quien nunca est ocioso (51). Y Casiano, apela a la

    experiencia para resaltar la resistencia antes que la huida: "Es algo experimentado

    que se impugna la acedia no huyendo sino resistiendo"(52).

    5) Siendo tambin una forma de sensualidad se la combate tambin con la

    mortificacin, especialmente mortificando aquello que es ms propio de la acedia:

    la constante movilidad, la curiosidad, la verbosidad, etc. (53).

  • 15

    6) Pero fundamentalmente la acidia se purifica en la "noche pasiva del

    sentido", es decir, en las purificaciones a las que Dios sujeta al alma. Se trata de

    una gracia purificadora a la que el alma debe responder por medio de su docilidad y

    paciencia. Lo explica San Juan de la Cruz en su "Noche oscura": "Acerca de las

    imperfecciones de los otros tres vicios espirituales que all dijimos que son ira,

    envidia y acidia, tambin en esta sequedad del apetito se purga el alma y adquiere

    las virtudes a ellas contrarias; porque, ablandada y humillada por estas sequedades

    y dificultades y otras tentaciones y trabajos en que a vueltas de esta noche Dios la

    ejercita, se hace mansa para con Dios y para consigo y tambin para con el prjimo;

    de manera que ya no se enoja con alteracin sobre las faltas propias contra s, ni

    sobre las ajenas contra el prjimo, ni acerca de Dios trae disgusto y querellas

    descomedidas porque no le hace presto bueno... Las acidias y tedios que aqu tiene

    de las cosas espirituales tampoco son viciosas como antes; porque aqullos

    procedan de los gustos espirituales que a veces tena y pretenda tener cuando no

    los hallaba; pero estos tedios no proceden de esta flaqueza del gusto, porque se le

    tiene Dios quitado acerca de todas las cosas en esta purgacin del apetito" (54)

    Volviendo a Dante con quien empezamos, comentbamos que el Poeta no slo

    ve a los perezosos en el vestbulo infernal sino tambin en una de los cornisas en las

    que divide su "Purgatorio". La perspectiva, sin embargo, cambia. Estos no son los

    que penan su grave ingavia sino los que se purifican de ella. Al igual que en el

    Infierno, los ve venir en gran nmero, corriendo y llorando, pero nota como

    diferencia que aqu son estimulados por una buena voluntad y un justo amor: cui

    buon volere e giusto amor cavalca (55). Dante los contempla amonestndose unos a

    otros y acicatendose con ejemplos de presteza y solicitud: van recordando la

    celeridad sobrenatural de Mara Santsima al subir a la montaa de Judea para

    visitar a su prima Isabel; y a la prontitud humana de Csar en correr a Lrida para

    luchar contra Afrani y Petreo, lugartenientes de su rival Pompeyo.

    Este apuro tiene en ellos un efecto satisfactorio por las perezas pasadas:

    "Ratto, ratto che'l tempo non si

    perda

    per poco amor" gridavan li altri

    "Pronto, pronto, que el tiempo no se

    pierda

    por poco amor" exclamaban otros en

  • 16

    appresso;

    "ch studio di ben far grazia

    rinverda" (56).

    pos;

    "que el afn de bien obrar

    reverdezca la gracia".

    El "anhelo de las buenas obras" cicatriza las llagas que la pereza abri en la

    voluntad del bien. Y ms adelante les dice el Poeta:

    "O gente in cui fervore aguto

    adesso

    ricompie forse negligenza e

    indugio

    da voi per tepidezza in ben

    far messo..." (57).

    "Oh almas en quienes un

    fervor ardiente

    rehace ahora quiz la

    negligencia y la tardanza

    que por tibieza emplesteis

    en el bien!"

    Y ellos le contestan:

    "Noi siam di voglia a

    muoverci s pieni,

    che restar non potem..."

    (58).

    Estamos tan llenos de

    deseos de avanzar,

    que detenernos no

    podemos...

    En el fondo, es ese deseo de avanzar en la virtud, movidos por la gracia y amor

    del Bien Sobrenatural que es Dios, el gran acicate que purifica del vicio de la acidia.

    Notas

    (1) Inferno, III, 64.

    (2) Inferno, III, 35-41. 46-50.

    (3) Inferno, III, 62-63.

  • 17

    (4) Cf. Giovanni Fallani, Dante poeta teologo, Milano 1965, p. 84

    (5) "Se essi (i cieli) ricevessero questa spezie dangeli, la quale viziosa, essi

    maculerebbero la lor bellezza; e perci, acci che questo non avveng, li scacciano e

    dilunganli da loro".

    (6) Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades de la vida interior, Madrid 1988, t. I, p.

    449.

    (7) Cf. Santo Toms, II-II, q.35; De Malo, q.11; A. Vansteenberghe, Paresse,

    Dictionaire de Thologie Catholique, XI, 2023-2030; E. Colom, Pereza, G.E.R., t.XVIII,

    287-289.

    (8) Cf. Cicern, Tusculan., l.IV, c.VIII, n.12.

    (9) Cf. San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, l. II, c. XV; PG, 94, 931.

    (10) I-II,41,4.

    (11) Cf. Garca Hoz, Vctor, Pedagoga de la lucha asctica, Consejo Superior de

    Investigaciones Cientficas

    Instituto pedaggico San Jos de Calasanz, Madrid 1946, p.181.

    (12) Fray Luis de Granada, Gua de pecadores, l. II, c. XIII.

    (13) Garca Hoz, op.cit., p. 182.

    (14) San Gregorio, Regla pastoral, L.III, c.15; Obras de San Gregorio Magno, B.A.C.,

    Madrid, 1958, p. 175.

    (15) Citado por Vansteenberghe, col. 2026.

    (16) Op. cit., p. 450.

    (17) La Puente, Gua espiritual, trat. IV, c. XVII, Ed. Apostolado de la Prensa, Madrid

    1926, p. 957.

    (18) San Ignacio, Ejercicios Espirituales, n. 317.

    (19) No se identifica plenamente con la desolacin descrita por el Santo sino con

    uno de sus aspectos, pues en la desolacin espiritual "hay que distinguir dos

    elementos: uno negativo, la retirada o negacin de las gracias palpables

    consoladoras; y otro positivo, el estado depresivo descrito. El primero es de origen

    divino. El segundo, de origen diablico..." (Lpez Tejada, D., Los Ejercicios

    Espirituales de San Ignacio de Loyola. Comentario y textos afines, Madrid 1998, pp.

    855-856). En la desolacin "Dios es causa permisiva...; el demonio, causa eficiente; y

    el hombre, causa dispositiva (culpable o inculpable)" (Ibid., p. 869).

    (20) Evagrio Pntico, De octo vitiosis cogitationibus, cap. XIII-XIV.

  • 18

    (21) "Uno de los ramos que nacen de la locuacidad y mucho hablar, es la acidia o

    pereza, como arriba dijimos. Y por esto convenientemente se le da este lugar en

    esta cadena espiritual. Acidia es relajacin del animo, muerte del espritu,

    menosprecio de la vida monstica, odio de la propia profesin. Esta hace

    [considerar] a los seglares bienaventurados, y a Dios spero y riguroso. Para el

    cantar de los salmos est flaca, para la oracin enferma, para el servicio de casa

    como de hierro, para la obra de manos diligente, y para la obediencia pesada. El

    varn sujeto y obediente est lejos de la pereza, y con el ejercicio de las cosas

    sensibles aprovecha en las inteligibles. La vida monstica resiste a la pereza: lo cual

    por otra parte es tan perpetua compaera del monje solitario, que hasta la muerte

    no le dejar, y todos los das que viviere le combatir. Pasando la acidia par de la

    celda del solitario se sonri y llegndose a las puertas de ella determin hacer ah su

    morada. Por la maana en amaneciendo visita el medico los enfermos; mas la

    pereza visita los monjes al medio da. Esta nos encomienda el recibimiento de los

    huspedes, y nos incita a que hagamos limosna del trabajo de nuestras manos.

    Amonstanos tambin visitar los enfermos alegremente, alegndonos para esto

    aquel dicho del Evangelio: Enfermo estaba y vinisteis a m. Dcenos que vamos a

    consolar los tristes y pusilnimes: y siendo ella pusilnime, nos aconseja que vamos

    a esforzar los que lo son. Estando en la oracin nos trae a la memoria alguna cosa

    que nos conviene hacer; y careciendo ella de toda razn, no hay cosa que no haga

    por tirarnos de all con cuerdas de razn. Todas estas obras nos aconseja, no con

    espritu de caridad ni de virtud, sino para que bajo color de bien nos aparte de los

    espirituales ejercicios, por el gran trabajo y desabrimiento que recibe en ellos. Tres

    horas al da acarrea este espritu de acidia calentura y dolor de cabeza, y otros

    semejantes accidentes; mas cuando se llega la hora de nona, puesta ya la mesa,

    resucita un poco, y salta de su lugar: y cuando vuelve el tiempo de la oracin, torna

    a enflaquecerse y sentir pesadumbre. A los que estn en la oracin fatiga con sueo,

    y con importunos bostezos les quita el verso de la boca. Los otros vicios y

    perturbaciones cada uno se vence con su virtud contraria: mas la acidia es muerte

    perpetua de toda la vida religiosa. El anima varonil y robusta levanta y resucita el

    espritu muerto y cado: mas la acidia y la flojedad todas las riquezas de las virtudes

    destruye en un punto; pues a todos los buenos ejercicios cierra la puerta... Cuando

    no se llega la hora de cantar los salmos, no parece la acidia; mas al tiempo del oficio

  • 19

    divino luego abre los ojos y resucita. En el tiempo que nos combate la acidia,

    entonces se descubre cules sean aquellos caballeros esforzados que arrebatan el

    Reino de los cielos; y apenas hay cosa que tanta materia de coronas d al monje. Si

    consideras atentamente, hallars que este vicio cansa a los que estn en pie

    cantando los salmos; y a los que estn asentados hace que se recuesten sobre la

    pared, porque estn ms a su placer. Nos convida a salir de la celda, y hacer ruido o

    estruendo con los pies, por no poder tener el cuerpo quieto. El principal remedio

    contra este mal es el llanto; porque el que llora a s mismo, no sabe qu cosa es

    acidia. Atemos tambin este tirano con la memoria de los pecados, y azotmoslo

    con el trabajo de las manos, y llevmoslo arrastrando con el deseo y consideracin

    de los bienes eternos; y estando en pie, sea por orden de juicio preguntando: Dinos,

    oh remiso y disoluto tirano, quin es el padre que tan mal hijo engendr? quin

    son tus hijos? quin los que te combaten? y quin, finalmente el que te corta la

    cabeza? El entonces a estas preguntas responder: Yo entre los verdaderos

    obedientes no tengo sobre qu reclinar mi cabeza: mas moro en compaa de los

    que buscan la quietud de la soledad, sino viene con gran recato. Los padres que me

    engendraron y me dieron nombre son muchos: porque muchas veces la

    insensibilidad, y otras el olvido de las cosas celestiales, y otras tambin la demasa

    de los trabajos que me engendran. Mis hijos legtimos son la mudanza de los lugares

    que por m se hace, la desobediencia del Padre espiritual, el olvido del juicio

    advenidero, y a veces tambin el desamparo de mi propia profesin. Mis contrarios

    que ahora me tienen presa son el oficio del cantar los Salmos, y el trabajo de manos,

    y la memoria de la muerte; mas quien me corta la cabeza es la oracin, acompaada

    con esperanza firmsima de los bienes advenideros" (San Juan Clmaco, La escala

    espiritual, escaln XIII).

    (22) De malo, 11,3 ad 1.

    (23) San Juan de la Cruz, Noche oscura, I, c. 9,1.

    (24) Santa Teresa de Jess, Vida, 7,1.

    (25) San Juan de la Cruz, Noche oscura, I, c. 7, 2-4.

    (26) Cf. De malo, 11,3 sed contra 1.

    (27) San Gregorio Magno, Moralia, XXXI, c. 45,88.

    (28) En la cuestin disputada De malo, el Anglico explica: "Hay un doble bien, uno

    el bien verdadero, y otro el bien aparente, es decir, aquel que es bien slo bajo

  • 20

    cierto aspecto (pues no es verdaderamente bueno sino lo que es totalmente

    bueno); as tambin hay un doble mal: uno es el mal absoluto, y otro el que es mal

    slo aparente y bajo cierto aspecto mientras que considerado en s es un bien. Por

    tanto, as como el amor, la concupiscencia y el deleite que versan sobre el bien

    verdadero son laudables, as los que versan sobre el bien aparente y no verdadero,

    son vituperables; igualmente el odio, el fastidio y la tristeza que versan sobre lo que

    es verdaderamente malo son afectos laudables, mientras que estos afectos cuando

    versan sobre lo que es un bien aparente y un verdadero mal, son vituperables y

    pecaminosos. Ahora bien, la acidia es tedio o tristeza del bien espiritual e interno,

    como dice Agustn al comentar el Salmo 106,18. Y por tanto, como el bien espiritual

    e interno es un bien verdadero y no puede ser mal sino aparentemente, a saber, en

    cuanto contrara los deseos carnales, es manifiesto que la acidia, al ser tristeza,

    puede considerarse doblemente: ante todo, en cuanto que es un acto del apetito

    sensible; en segundo lugar, en cuanto que es acto del apetito intelectivo, que es la

    voluntad. Todos estos nombres de afectos que son actos del apetito sensitivo, son

    pasiones; en cambio, en cuanto designan actos del apetito intelectivo, son simples

    movimientos de la voluntad. El pecado propiamente y en s est en la voluntad,

    como dice Agustn. Por tanto, si la acidia designa un acto de la voluntad que huye

    del bien interno y espiritual, puede tener perfecta razn de pecado; si en cambio

    designa slo un acto del apetito sensitivo, no tiene razn de pecado sino por razn

    de la voluntad, o sea, en cuanto la voluntad podra impedirlo; por tanto, si no lo

    impide, pudiendo, tiene razn de pecado, aunque imperfectamente" (De malo,

    11,1).

    (29) II-II,35,2.

    (30) "Este bien divino es capaz de entristecer al hombre por la contrariedad que hay

    entre el espritu y la carne, pues como dice el Apstol, la carne desea contra el

    espritu (Ga 5,17); y por tanto, cuando domina en el hombre el afecto carnal, el bien

    espiritual le causa fastidio como algo contrario a s; del mismo modo que el hombre

    que tiene el sentido del gusto infectado, le resulta fastidioso el alimento saludable, y

    le entristece el tener que comerlo. Tal tristeza y abominacin o tedio del bien

    espiritual y divino, es la acidida" (De malo, 11,2).

    (31) Los vicios capitales se dividen segn las distintas formalidades en que el apetito

    humano puede tender desordenadamente al bien o huir desordenadamente de l

  • 21

    por el mal aparente que puede estarle unido. La inclinacin desordenada hacia el

    bien da lugar a la vanagloria (cuando se est dominado por la bsqueda del bien

    espiritual de la propia excelencia), la gula (cuando el bien perseguido es el de la

    conservacin individual), la lujuria (cuando es el bien de la conservacin especfica) y

    la avaricia (cuando se trata de los bienes exteriores). En cambio, cuando el apetito

    huye del bien por las dificultades adjuntas tenemos tres vicios: la acedia o pereza (si

    se huye del bien espiritual, por el esfuerzo que supone alcanzarlo), la envidia (si se

    rechaza el bien ajeno considerado como obstculo para nuestra propia excelencia,

    pero sin rebelarse contra l), y la ira (cuando se rechaza el bien ajeno considerado

    como obstculo para nuestra propia excelencia, con deseo de venganza y violencia)

    (Cf. I-II,84,4).

    (32) De malo, 11,4. Hablando en sentido general, todo pecado puede ser causa de

    otro pecado; ya haba afirmado San Gregorio que el pecado que no se borra pronto

    por la penitencia, es pecado y causa de pecado. Esto puede ocurrir de varios modos:

    a) Ante todo, un pecado puede ser causa eficiente de otros pecados y esto dos

    modos. Primero de modo indirecto en cuanto un pecado quita los obstculos para

    caer en otros pecados (causa removens prohibens); ya que por un pecado se pierde

    la gracia en el orden sobrenatural, o la vergenza en el natural, que hacan de

    barreras para no incurrir en otros pecados. En segundo lugar, de modo directo,

    cuando la repeticin de un pecado crea un hbito vicioso, es decir, un hbito

    desordenado que inclina a la ejecucin de actos cualitativamente semejantes a s.

    b) En segundo lugar, puede ocurrir que ciertos pecados sean causa material de

    otros, es decir, que preparen el terreno y la materia para otros; como, por ejemplo,

    la gula prepara los pecados de lujuria.

    c) En tercer lugar, algunos pecados pueden actuar sobre otros pecados al modo

    de una causa final, es decir, por el dinamismo interno de ciertos vicios que, por su

    propia naturaleza, engendran otros pecados para alcanzar sus propios fines. Desde

    este punto de vista, la influencia es tambin formal, ya que en el orden moral el fin

    da la forma a los actos.

    (33) Cf. I-II, 84, 4.

    (34) Cf. San Gregorio Magno, Moralia, 31,1; Santo Toms, II-II, 35, 4 obj.2.

  • 22

    (35) Cf. San Isidoro, Quaest. in Vet. Test., PL 83,366; Santo Toms, II-II, 35, 4, obj. 3.

    (36) Cf. Alcuino, De virt. et vitiis, c. XXXII-XXXIII; PL 101,635; cit. por Vanteenberghe,

    loc. cit., col. 2029.

    (37) Aristteles, VIII Etica, 5,2.

    (38) Podemos dividirlos con el Anglico, de la siguiente manera (cf. II-II, 35, 4 ad 2 y

    3):

    A. En la huida del bien que entristece:

    a) Produce la huida de lo contrista

    a) Se huye del fin que contrista: tal es la desesperacin

    b) Se huye de los bienes (medios) que llevan al fin que contrista:

    a) si se trata de los consejos tenemos la pusilanimidad

    b) si de los mandamientos en general: la indolencia de los

    preceptos; de esto procede la "ociosidad" (cuando no los cumple de ninguna

    manera) y la "soolencia" (cuando los cumple a medias) que indica Isidoro.

    b) Ms an, se termina por impugnar lo que causa la tristeza

    a) Cuando cristaliza contra los hombres que encaminan a estos bienes: el

    rencor; efecto de este rencor es la "amargura" que seala Isidoro.

    b) Cuando se detestan los mismos bienes: la malicia rigurosa

    B. En la bsqueda del placer que impulsa la tristeza: se da la divagacin de la mente

    por las cosas prohibidas. De esta divagacin se derivan cinco de los defectos que

    indica Isidoro:

    a) cuando esta divagacin del alma lleva a derramarse sin concierto por lo ms

    diverso se llama "inestabilidad del alma";

    b) si afecta al conocer, tenemos la "curiosidad";

    c) si en el hablar, la "verbosidad";

    d) si zarandea el cuerpo impidindole estar fijo, es la "inquietud corporal";

    e) si no lo deja estar en lugar alguno, tenemos la "inestabilidad de lugar".

    (39) San Juan de la Cruz, Noche oscura, I,VII,4.

    (40) Garca Hoz, op.cit., p. 183; la cita de Fray Juan de los ngeles es de Conquista,

    dilogo VII, XV.

    (41) La Puente, Gua espiritual, trat. IV, c. XVII.

    (42) Deca San Gregorio Magno en su Regla pastoral: "Al perezoso se le ha de hacer

    saber que muchas veces, cuando no queremos hacer oportunamente las cosas que

  • 23

    podemos, poco despus, cuando queremos, ya no podemos; porque la desidia del

    alma, cuando no se sacude con oportuno ardor, aumenta furtivamente con el sopor,

    el cual hace decaer totalmente el deseo del bien... Se dice que la pereza hace venir

    el sueo porque cuando se deja de querer obrar bien, poco a poco se pierde adems

    el cuidado de pensar bien..." (San Gregorio Magno, Regla pastoral, en Obras, BAC,

    Madrid 1958, pp. 174-175).

    (43) Cf. De malo, 11,4.

    (44) De malo, 11,4.

    (45) San Juan de vila, Epistolario, carta 138, en: Obras completas, t.V, Madrid

    1970, p.513.

    (46) Santo Toms, II-II, 31, 1 ad 4.

    (47) II-II,35,1 ad 4.

    (48) Historia de un alma, XII,21.

    (49) Carta del 20 de setiembre de 1542; Cartas y Escritos de San Francisco Javier,

    BAC, Madrid 1979, p.91.

    (50) Cf. San Ignacio, Ejercicios Espirituales, n. 322.

    (51) Cf. Alcuino, loc. cit., col. 635.

    (52) Casiano, De instit. caenob., XI, 25; PL 49,398.

    (53) "Nos es preciso tener una gran generosidad en el amor a Dios e imponernos

    cada da algunos sacrificios precisamente en la materia en que nos veamos ms

    flojos e imperfectos. En este negocio, slo el primer paso se hace cuesta arriba.

    Despus de una semana, la cosa es ya ms fcil, por ejemplo, levantarse a una hora

    fija y mostrarse amable con los dems... Algunos sacrificios hechos cada da sern

    gran parte a dar a nuestra vida espiritual tonalidad y vigor. Y as volver paso a paso

    el fervor fundamental y la presteza de la voluntad en el servicio de Dios" (Garrigou-

    Lagrange, op. cit., p. 456).

    (54) San Juan de la Cruz, Noche oscura, I, c. 13, 7 y 9.

    (55) Purgatorio, XVIII, 95.

    (56) Purgatorio, XVIII, 103-105.

    (57) Purgatorio, XVIII, 106-108.

    (58) Purgatorio, XVIII, 115-116.