Primeras páginas de 'Simplemente Jeanne'

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9 Prólogo Simplemente Jeanne es el relato en primera persona de Jeanne Hé- buterne, la última mujer que compartió la vida con el afamado pintor Amedeo Modigliani. Expone en primera persona sus vi- vencias, sus encuentros y desencuentros, sus idas y venidas al lado del artista. Modigliani nunca pintó desnuda a su musa, pero ella se des- nuda ante el lector para dar a conocer su alma, sus avatares y sus anhelos. Este hecho sucede a la par que la ciudad que los aco- ge, París, es tomada por una legión de artistas que hacen de ella el centro de las vanguardias europeas de principios del siglo xx. Es una urbe que motiva y alienta a todo aquel que llega a sus calles y Jeanne es una de esas personas que se deja conquistar y atrapar por su magia. Jeanne confiesa lo que supone vivir al lado de un «maldito» y cómo va decidiendo su espacio para dejar que él lo ocupe todo, aunque ello signifique ir dejando por el camino de la vida algu- nas cosas que ella considera prioritarias, pero que no se adaptan a su vida común. Este libro supone un descubrimiento acerca de los anhelos, miedos, pasiones y tabúes femeninos, que tienen una profunda rela- ción con el ambiente histórico vivido y con la educación recibida, Simplemente Jeanne.indd 9 28/10/14 12:04

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Apoya este libro en: http://bit.ly/1wHwl0E 'Simplemente Jeanne' es el relato en primera persona de Jeanne Hébuterne, la mujer que compartió los últimos años de su vida junto al afamado pintor Amedeo Modigliani. Ella habla, desde su mirada,de sus vivencias, sus encuentros y desencuentros, de sus idas y venidas al lado del artista. Jeanne nos confiesa lo que supone vivir al lado de un «maldito» y cómo va cediendo su espacio para dejar que él lo ocupe todo, aunque ello signifique ir abandonando algunas de sus prioridades vitales. La narración discurre de un modo cronológico desde el momento del nacimiento de Jeanne hasta su suicidio en Paris en 1921. El título de cada capítulo aparece en género masculino como contraposición con el marco general de la obra que impone un relato en femenino.

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Prólogo

Simplemente Jeanne es el relato en primera persona de Jeanne Hé­buterne, la última mujer que compartió la vida con el afamado pintor Amedeo Modigliani. Expone en primera persona sus vi­vencias, sus encuentros y desencuentros, sus idas y venidas al lado del artista.

Modigliani nunca pintó desnuda a su musa, pero ella se des­nuda ante el lector para dar a conocer su alma, sus avatares y sus anhelos. Este hecho sucede a la par que la ciudad que los aco­ge, París, es tomada por una legión de artistas que hacen de ella el centro de las vanguardias europeas de principios del siglo xx. Es una urbe que motiva y alienta a todo aquel que llega a sus calles y Jeanne es una de esas personas que se deja conquistar y atrapar por su magia.

Jeanne confiesa lo que supone vivir al lado de un «maldito» y cómo va decidiendo su espacio para dejar que él lo ocupe todo, aunque ello signifique ir dejando por el camino de la vida algu­nas cosas que ella considera prioritarias, pero que no se adaptan a su vida común.

Este libro supone un descubrimiento acerca de los anhelos, miedos, pasiones y tabúes femeninos, que tienen una profunda rela­ción con el ambiente histórico vivido y con la educación recibida,

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pero que en multitud de ocasiones se convierten en universales y eternos en el tiempo y el espacio, porque se trata de vivencias que gestan en la piel, y esta existe en todas las personas y en todos los momentos.

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El reencuentro

Volvemos a estar frente a frente. Tu inquietante mirada vuelve a posarse nuevamente sobre mí y no puedo dejar de contemplar esa actitud tan paciente y contemplativa. He llegado hasta tus pies re­corriendo las salas de este espectacular edificio, de esta elipse crea­da para albergar tanta belleza en su interior.

Mis zapatos me han dirigido, esta vez, hasta Nueva York, la gran urbe que consigue atraerte y expulsarte, sentirte extranje­ra y ciudadana en un instante. Tras recorrer plácidamente Central Park hemos decidido, por fin, adentrarnos en el Museo Guggen­heim para contemplar su fabulosa colección de arte contempo­ráneo. La disposición del edificio permite sentirte perfectamente integrado entre sus líneas y que el visitante se encuentre en paz; pero yo no podía permanecer quieta frente a ninguna de las obras porque necesitaba regresar a tu mirada. Así que dejé a mi acom­pañante contemplando al gran Kandinsky y me dirigí hacia la sala que acoge la pintura de mi admirado Modigliani. «Jeanne Hébu­terne in Yellow Sweater. 1919». Así reza el cartel anclado junto a tu retrato. Una descripción demasiado simple para englobar todo lo que significabas para él. Esa gran mancha amarilla en el cen­tro del cuadro consigue atrapar las miradas, pero no puedo dejar de contemplar unos ojos que parecen no tener un final, que en­

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cierran miles de buenos y malos momentos. Una mirada que es el compendio de tantas experiencias vividas, que Amedeo no pudo plasmarla en su cuadro más que a través de una pincelada azul, sin más concreción.

No es la primera vez que me detengo delante de tu retrato; el momento en el que coincidieron nuestras vidas fue, también, en un museo pero esta vez se trataba del Museo Guggenheim de la ciudad de Bilbao el cual acogía una exposición de las principales obras de su colección permanente. Mirando unas y otras pinturas con mayor o menor interés, de repente, una pincelada de luz me atrapó y centré mis energías en la obra de ese autor maldito que paso a la Historia tanto, por su valía profesional, como por sus co­rrerías por las calles de París.

Aún no entiendo el porqué de mi atracción hacia esta pintura que no destaca en la trayectoria profesional de su autor ni por su temática, ni por su técnica. París tampoco ha sido, dentro de esas ciudades clasificadas como «imprescindibles», un referente per­sonal puesto que mi tendencia british siempre ha sido más acen­tuada.

A pesar de ello, te seguí hasta las calles de París y recorrí Mont­parnasse y Montmartre buscando en sus colinas, como los artistas que las habitaron, la poesía, la música y la belleza. Los turistas que nos dirigimos hacia esos puntos de interés conseguimos revitali­zar estas zonas desde un punto de vista económico pero, rompe­mos la magia de esa bohemia de principios del siglo xx que logró hacer de esta la ciudad de las vanguardias. Así que, en vista de que no te conseguía ver en esos barrios, mi fiel acompañante me sugi­rió la idea de recorrer el célebre cementerio de Pére Lachaise. Allí, reposan tus restos junto a los de tu adorado Amedeo. No fue fá­cil localizar el lugar de tu enterramiento pero, deambulando entre las distintas lápidas y ayudados de un práctico mapa, dimos con él. Se trata de una tumba ciertamente sencilla con unas discretas flo­res adornando la piedra y con la inscripción de vuestros nombres unidos por siempre.

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La ciudad de la luz tampoco me permitió vislumbrarte, no pu­de dar con tu esencia. De vuelta a la realidad cotidiana, me dedi­qué a buscarte a través de los libros, indagando en tu trayectoria vi­tal y procuré conocerte mediante la obra pictórica de tu amado Modigliani. Sin embargo, solo se conocen pequeños trazos de tu vida y casi siempre ligada a tu pareja, lo que no permite ahondar en tu alma.

Tras un tiempo desistí de esta búsqueda incesante debido, en parte, a su dificultad y también inserta en los quehaceres cotidia­nos que no permiten mirar más allá de nuestra pequeña existen­cia, sin apreciar las otras vidas que nos puedan aportar un rayo de sabiduría para la nuestra propia.

Sin embargo, este nuevo encuentro es diferente. En esta oca­sión algo único sucede. Dirijo mi mirada hacia tu rostro y todo se vuelve azul.

—Mírame a los ojos, esta es mi historia.

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