Prólogo a la declaración

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Hermano: Vos que conociste el deseo de servir a los hombres y sentiste las necesidades del mundo y de los pobres, el gusto de enseñar y hacer el bien a tu alrededor, y viniste esperanzado para poder realizar tu ideal en el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Sin comprenderlo bien todavía, viniste porque Dios mismo te buscaba y comenzabas a encontrarlo, y porque en el fondo de tu corazón querías amarlo, alabarlo y consagrarte enteramente a su servicio. Este libro te da las orientaciones que pueden ayudarte en esta búsqueda y te invita continuamente a la abnegación y a la generosidad. Las Reglas no te van a decir nada si no descubrís en ellas una expresión de la Caridad. No pretenden ser sino una aplicación del Evangelio, y te invitan a remontarte constantemente a Él como a tu primera y principal regla. Que su texto no te dispense nunca del arduo trabajo de asimilación personal, realizado en la intimidad con ese Jesús que ellas siempre te están mostrando. Vas a conocer y gustar la sabiduría de estas reglas cuando, como fruto de tu oración cotidiana, encuentres vivas en vos mismo sus palabras. Seguís siendo un hombre como todos, con tus flaquezas y defectos, pero sos un hombre que se ha entregado. No pensés en vos mismo, pensá en tu obra apostólica, en Cristo que vive en vos, y en quien vos vivís, en tus hermanos, llamados contigo en un mismo Amor. Podés contar con ellos, como ellos cuentan con vos. Gozosamente unido a ellos, avanzá cada día más hacia Dios y hacia el prójimo. Viví con ellos el designio de Dios en unión con la Iglesia viviente, atento al mensaje del Liberador: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Que la observancia de estas Reglas no suponga coacción, sino que sea el movimiento mismo de la vida que llevás en

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Page 1: Prólogo a la declaración

Hermano:

Vos que conociste el deseo de servir a los hombres y sentiste las necesidades del mundo y de los pobres, el gusto de enseñar y hacer el bien a tu alrededor, y viniste esperanzado para poder realizar tu ideal en el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Sin comprenderlo bien todavía, viniste porque Dios mismo te buscaba y comenzabas a encontrarlo, y porque en el fondo de tu corazón querías amarlo, alabarlo y consagrarte enteramente a su servicio.

Este libro te da las orientaciones que pueden ayudarte en esta búsqueda y te invita continuamente a la abnegación y a la generosidad. Las Reglas no te van a decir nada si no descubrís en ellas una expresión de la Caridad. No pretenden ser sino una aplicación del Evangelio, y te invitan a remontarte constantemente a Él como a tu primera y principal regla. Que su texto no te dispense nunca del arduo trabajo de asimilación personal, realizado en la intimidad con ese Jesús que ellas siempre te están mostrando. Vas a conocer y gustar la sabiduría de estas reglas cuando, como fruto de tu oración cotidiana, encuentres vivas en vos mismo sus palabras.

Seguís siendo un hombre como todos, con tus flaquezas y defectos, pero sos un hombre que se ha entregado. No pensés en vos mismo, pensá en tu obra apostólica, en Cristo que vive en vos, y en quien vos vivís, en tus hermanos, llamados contigo en un mismo Amor. Podés contar con ellos, como ellos cuentan con vos. Gozosamente unido a ellos, avanzá cada día más hacia Dios y hacia el prójimo. Viví con ellos el designio de Dios en unión con la Iglesia viviente, atento al mensaje del Liberador: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”.

Que la observancia de estas Reglas no suponga coacción, sino que sea el movimiento mismo de la vida que llevás en vos. Grabá siempre más profundamente su Ley en tu corazón. Ajeno a toda esclavitud, a todo legalismo y a todo egoísmo, tomá las iniciativas que el Evangelio te inspira. Abrite sin cesar al Espíritu de Cristo para vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios, y vas a comprender que para vos todo se consumará en el amor, así como todo comenzó en el amor.

Prólogo de la Regla del 67