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Revista de Extensión CulturalUniversidad Nacional de Colombia • Sede Medellín

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junio 2020

Revista de Extensión CulturalUniversidad Nacional de Colombia • Sede Medellín

Rectora

Dolly Montoya Castaño

Vicerrector de Sede

Juan Camilo Restrepo Gutiérrez

Director Académico

Juan Carlos Ochoa Botero

Secretaria de Sede

Catalina Ceballos París

Dirección

Juan David Chávez Giraldo

Comité Editorial Honorario

Marta Elena Bravo de HermelinDarío Valencia Restrepo

Darío Ruiz GómezJorge Alberto Naranjo Mesa (q.e.p.d.)

Comité Editorial Ejecutivo

Mónica Reinartz EstradaJosé Fernando Jiménez Mejía

Juan Felipe Gutiérrez FlórezMiguel Ángel Ruiz García

Román Eduardo Castañeda Sepúlveda

Practicante de Comunicación Social

Natalia Granada Bermúdez

Aforismos

Jorge Alberto Naranjo Mesa

Diseño y diagramación

Rodrigo Lenis León

Corrección de textos

Silvia Vallejo GarzónSolicitud de canje

Biblioteca Efe Gómez, Bloque 41

Dirección

Carrera 65 N.° 59 A 110, Bloque 24, Oficina 208 – [email protected]

http://medellin.unal.edu.co/revista-extension-cultural/

ISSN 0120-2715

La responsabilidad de las opiniones contenidasen los artículos corresponde a sus autores

Imagen de carátula* y separadores

Camilo Echavarría Moreno

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Camilo Echavarría Moreno (Medellín, 1970-v.)

Bachelor in Science de la Southern New Hampshire University, Man-chester (Estados Unidos). Magíster en Historia del Arte de la Universi-dad de Antioquia, Medellín (Colombia). Su trabajo hace parte de varias colecciones públicas, que incluyen el Museo de Antioquia, Medellín; la Colección Patricia Phelps de Cisneros, Nueva York; el Museum of Contemporary Photography, Chicago; la Colección Jan Mulder, Lima, y la Colección SURA, Medellín. Entre sus numerosas exposiciones se destacan: La naturaleza de las cosas, Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá; Saber desconocer, Salón Nacional de Artistas, Museo de Antioquia; Make New History, Chicago Architectu-re Biennial, Chicago Cultural Center, y Atlas de los Andes, Sala de Arte de la Universidad EAFIT, Medellín.

* Imagen de carátula: Camilo Echavarría, Atardecer en el trópico (Men-saje para Frederic E. Church), 2011. Impresión digital, 150 cm × 190 cm.

* Las imágenes de los separadores fueron suministradas por Camilo Echavarría Moreno.

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34 « Juan David Chávez Giraldo Tres conversaciones cortas y dieciséis artículos

Jorge Alberto Naranjo Mesa en la Revista de ExtensiónCultural de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

Marta Elena Bravo de Hermelin52 « Jorge Alberto: amigo, colega, maestro, colaborador generoso de un proyecto cultural universitario

Gonzalo Vidal Pacheco78 « Crepuscular

96 « Elias Canetti

El enemigo de la muerteCarlos Enrique Vásquez Tamayo

106 « Jorge Alberto Naranjo en la Facultad de Minas Darío Valencia Restrepo

18 « Jorge Alberto Naranjo Mesa para sus hijos

Conceptos dados en julio de 2019

8 « Presentación

58 « Sobre intuición en física:

una conversación que nunca se dioRomán Eduardo Castañeda Sepúlveda

86 « ¡El maestro sigue enseñando!

Jorge Alberto Naranjo MesaCarlos Alberto Palacio Tobón

Mónica Reinartz Estrada112 « Historia sin fin

118 « Mi maestro de literatura Eufrasio Guzmán Mesa

130 « Jorge Alberto, mi hermano Juan Felipe Naranjo Mesa

Luis Fernando López Franco138 « El legado de un hombre de conocimiento

Oscar Jaime Restrepo Baena144 « El recuerdo de una influencia vital:Jorge Alberto Naranjo Mesa, la puertade acceso al despertar de la conciencia

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Grupo Galileo Galilei164 « Experimentos de caída por la mesa inclinada:

el sexto teorema galileano sobre plano

182 « In memoriam Pablo Enrique Villa

Sebastián Naranjo Acosta

Jorge Alberto Naranjo Mesa

188 « Carta y partitura

Anoche cuando dormíaSobre un poema de Antonio Machado

152 « El maestro JAN José Fernando Jiménez Mejía

176 « A la memoria de Jorge Alberto Naranjo Mesa Ana María Sierra Cadavid

Jorge Alberto Naranjo Mesa198 « Los presocráticos

210 « Parábola Jorge Alberto Naranjo Mesa

216 « Normas para los autores

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Presentación

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Esta es una edición especial de la Revista de Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Cada entrega de una publicación periódica tiene en sus contenidos documentos relevantes e impor-tantes, desde algún punto de vista: algunas veces por su carácter científico, que permite divulgar avances en el

conocimiento, en otras oportunidades por las reflexiones críticas que se hacen sobre algún tópico de interés particular, en alguna ocasión la publicación puede conmemorar una efeméride, puede ser antológica o recoger trabajos temáticos sobre un acontecimiento o un tema, o tam-bién puede ser en homenaje a alguien que ha partido, como es el caso de este número.

En esta entrega, la Revista hace un merecido reconocimiento a un ilus-tre académico distinguido y respetado en diversos escenarios: el profe-sor Jorge Alberto Naranjo Mesa, de quien, entre otras cosas, este ma-gazín incluyó dieciséis trabajos en diecinueve entregas, entre 1976 y 2007, porque dos de sus escritos se fraccionaron para facilitar la lectura. Pero además, Jorge Alberto fue miembro del Comité Editorial Honora-rio conformado en 2017, para reactivar la publicación que había estado suspendida durante cinco años, y también fue parte de su comité edito-rial en repetidas ocasiones.

El profesor Naranjo Mesa nació en Bogotá el 28 de febrero de 1949, dentro de una familia de intelectuales, y falleció a los setenta años de edad el 7 de marzo de 2019, en Medellín. Tenía estudios de ingeniería civil en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, institución que le otorgó un doctorado honoris causa en

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Ciencias Sociales en 2002, y también obtuvo otro doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma Latinoamericana en 1987, por sus trabajos en ingeniería hidráulica. En la Universidad Nacional trabajó como docente desde 1975, alcanzó la máxima categoría del escalafón profesoral como Titular, le fue concedida la distinción de Profesor Emérito y obtuvo la Docencia Excepcional en varias ocasiones (que se otorgaba por la evaluación de los estudiantes). También desempeñó la docencia en otras universidades en la ciudad de Medellín: en la Pontificia Bolivariana, en la de Medellín y en la de Antioquia, e impartió innumerables conferencias y seminarios en distintos centros académicos. Fue Miembro Correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia, Premio Nacional de Ingeniería de Petróleos ―otorgado por la Asociación Colombiana de Ingeniería de Petróleos en 1996―, Premio Nacional en Investigación de Ingeniería Civil en 2000 ―dado por la AICUN―, se le concedió la Medalla Luis de Greiff de la SAI en 2002 y la Orden al Mérito Cívico y Empresarial Mariscal Jorge Robledo, en grado plata, en 2008, por su dedicación e investigación en la historia de las ciencias y sus aportes en el campo educativo y cultural.

Naranjo dedicó su vida a la tarea intelectual, de lo cual da cuenta su enorme producción: publicó más de treinta libros y doscientos veinte documentos en revistas académicas, científicas y culturales. Fue co-lumnista y dirigió incontables trabajos de grado. Los temas y campos de trabajo del profesor Jorge Alberto son innumerables, su curiosidad académica lo llevó a navegar por los mares de las artes, la historia, las ciencias y las letras. Así mismo, se ocupó de la literatura, especialmen-te de la antioqueña. Era amante de la música, cultor del buen humor y creyente fervoroso de la educación como instrumento de paz. Se inte-resó también por la epistemología, la cosmología, la filosofía, la física y las matemáticas. Fue novelista, poeta y crítico. A los 11 años intentó escribir su primera novela. Fue profesor de numerosas cátedras, entre las que pueden contarse las de historia, antropología, psicoanálisis, li-teratura, ingeniería, mecánica de fluidos, hidrodinámica, etc. Sin lugar a dudas, Jorge Alberto fue un excepcional antioqueño de conocimiento.Por todas estas razones, y por la calidad humana del finado profesor Naranjo, el Comité Editorial de la Revista acordó hacer una edición en su homenaje. El número que se entrega, luego de quince meses de su partida, recoge una muestra diversa de documentos que hablan de Jorge Alberto desde múltiples perspectivas, e incluye algunos trabajos de él mismo. Se inicia con lo que significa el profesor Naranjo para sus hijos ―María Julieta, Manuela, Natalia, Daniel Felipe y Nicolás―, quienes brindan un sentido semblante de su padre a través de las respuestas que dieron a un cuestionario que la periodista Carolina Saldarriaga Taborda,

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miembro del equipo de medios de la Universidad Nacional, preparó unos días después del fallecimiento de Jorge Alberto. Las respuestas permiten observar el lado humano del homenajeado desde la intimidad amorosa de los que lo conocieron toda su vida, en todo tipo de momentos y en todas sus facetas.

Posteriormente, se presenta una descripción analítica de los ensayos publicados por la misma Revista, hecha por el profesor Juan David Chávez Giraldo; el texto confirma la diversidad temática abordada por este magnífico autor y su capacidad de profundizar en muchos asuntos, sin establecer verdades absolutas, sino con la convicción de abrir horizontes de interpretación, conocimiento y simbolismo; es además una invitación a disfrutar los originales publicados, que pueden ser consultados en el micrositio web de la Revista o en los ejemplares impresos de la colección.

La profesora Marta Elena Bravo de Hermelin, personaje insigne de la cultura en Antioquia, creadora de esta Revista y actual miembro de su Comité Editorial Honorario, ha escrito algunas líneas para destacar las cualidades de Jorge Alberto y su papel clave en el ámbito académico, enmarcado en el momento en el cual se dio inicio a esta publicación en los años setenta, cuando la idea de la formación universitaria se extendía hacia una visión más integral.

Por su parte, el profesor Román Eduardo Castañeda Sepúlveda, miembro del Comité Editorial de la Revista, rinde sus honores presentando un diálogo imaginario con Naranjo. En él hace una serie de inquietantes preguntas sobre las ciencias naturales, entendiéndolas como proceso cartesiano y su relación con el complemento del conocimiento: la emoción y la sensibilidad. Esta relación evoca muchas de las ideas del profesor Naranjo, quien defendía la noción ideal de integrar el arte y la ciencia para retomar el camino de la unidad vital.

El profesor y médico Luis Carlos Rodríguez Álvarez, en esta ocasión, facilitó para la publicación la partitura de la romanza Crepuscular, tema del maestro Gonzalo Vidal Pacheco elaborada por el músico Rodrigo Henao Arango, pieza que también hace homenaje al profesor Jorge Alberto, quien en el panel de reactivación de la Revista, el 5 de diciembre de 2017, hizo referencia a esta obra con el deseo de recrearla para el placer y el goce de las nuevas y futuras generaciones.

Seguidamente, acudiendo a las experiencias cercanas vividas con Jorge Alberto, el ingeniero y profesor Carlos Alberto Palacio Tobón, quien

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fuera uno de sus tantos pupilos, recrea el espíritu académico de Naranjo y resalta la costumbre que tenía de borrar límites epistemológicos y fronteras entre disciplinas y saberes. Narra, desde su perspectiva, algunos encuentros para destacar la pasión y la erudición que tenía el maestro, lo que motivaba la búsqueda de conocimientos, el placer del saber y el amor por el estudio. Además, reseña algunas publicaciones de Jorge Alberto y propone varios elementos importantes para la enseñanza de la ingeniería.

El distinguido filósofo y profesor Carlos Enrique Vásquez Tamayo ofrece para este homenaje un singular texto de condiciones poéticas en el que alude al escritor búlgaro Elias Canetti, Premio Nobel de Literatura, quien buscaba la inmortalidad humana a través de su mente y que plasmó, particularmente, en los nueve cuadernos de su Libro de los muertos. Apuntes 1942-1988. Vásquez confirma, con Canetti, que lo inmortal son las palabras y que para resucitar a alguien hay que revivir sus ideas; de esta manera, invita a mantener la memoria de quien partió a través de su obra, de sus letras y de sus pensamientos.

El reconocido doctor Darío Valencia Restrepo, fundador de la Revista de Extensión Cultural y actual miembro del Comité Editorial Honorario, preparó una nota que describe el ambiente académico de la Facultad de Minas en la década de los sesenta, cuando Jorge Alberto Naranjo ingresó como estudiante. Narra cómo con el tiempo y gracias a las inquietudes y el deseo de conocimiento de aquel estudiante se fue consolidando una amistad que se mantuvo luego como colegas. Así mismo, gracias a su propia experiencia en dicha Facultad, el profesor Valencia rememora el sentido humanista que se le imprimió a los estudios y valora el papel que Naranjo tuvo en el fortalecimiento de aquellos ideales, reconociendo también su producción bibliográfica.

Otro de los miembros del Comité Editorial de la Revista, la profesora Mónica Reinartz Estrada, ha dedicado un precioso cuento a cuatro personajes recientemente fallecidos: su padre y tres tutores, entre los que figura Jorge Alberto. El cuento hace un delicado perigeo a la fina manera como la sabiduría se encarna en seres que llenan de sentido la existencia y permiten que el ser humano se acerque a lo insondable a través del amor por enseñar ―dar señas― y por educar desde la cultura ―cultivando el alma―.

El ensayo que el profesor Eufrasio Guzmán Mesa ha dedicado a quien él nombra como “su maestro de literatura”, hace referencia, fundamentalmente, a dos aspectos de los muchos que afrontaba Jorge

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Alberto Naranjo: la docencia y el estudio de la literatura antioqueña. La contextualización del documento, trayendo descripciones históricas de acontecimientos nacionales y mundiales, permite recrear la atmósfera de los momentos de vida de Naranjo y facilita la comprensión de sus aportes y posturas intelectuales.

Juan Felipe Naranjo Mesa ha hecho un excelente retrato narrativo de su hermano, Jorge Alberto. Describe escenas íntimas de la vida familiar, incluyendo la infancia, pasando por la adolescencia y la madurez hasta los años finales. Recorre diversas geografías, sitios, músicas, libros, amigos, autores, pensadores; en fin, espacios compartidos. El ensayo concluye con el verso del poeta alemán del romanticismo y el idealismo, Friedrich Hölderlin, Mi corazón a la tierra, que Jorge Alberto quiso para su epitafio.

El profesor Luis Fernando López Franco escribió para esta edición un texto poético que subraya emotivamente el recuerdo de Naranjo, me-diante elocuentes palabras que viajan entre las dimensiones racionales y las simbólicas, reflejando la flexibilidad y amabilidad de Jorge Alberto para abrazar los universos de la ciencia y el arte con rigor, honestidad y pasión.

La memoria está atada al recuerdo, y ambas al alma, por eso el profesor Oscar Jaime Restrepo Baena, actual director de la reconocida revista Dyna, en su trabajo dedicado al profesor Jorge Alberto Naranjo pone el lápiz sobre el lienzo de la experiencia vivida con su guía. Se trata de un documento testimonial que reivindica el legado de Naranjo para varias generaciones, enmarcado en los principios pilares de la Facultad de Minas: Trabajo y Rectitud.

Otro de los miembros del Comité Editorial de la Revista, el profesor José Fernando Jiménez Mejía, ferviente admirador de Naranjo desde los años como estudiante y posteriormente convertido en su amigo, escribió para este número un ensayo en el que narra cómo conoció a Jorge Alberto, las circunstancias y el poder de sus palabras para dirigir a quienes se iniciaban en el apasionante mundo del hombre y su mente. Propone unos mojones para estudiar, clasificar y comprender la producción intelectual de Naranjo, haciendo un análisis que parte del conocimiento de la obra, anima a su estudio y facilita profundizar en ella, al considerarla la principal bandera de su herencia.

Un texto más científico, realizado por el grupo Galileo Galilei, conformado por académicos de varias universidades locales y en el cual

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participaba Jorge Alberto Naranjo, destaca su interés por el estudio de la historia de la física, la propuesta didáctica basada en la reproducción de experimentos de periodos anteriores y la aclaración de las dudas que se habían suscitado por autores como el historiador de la ciencia Alexandre Koyré. Aunque se trata de la descripción analítica de un experimento riguroso de condiciones académicas, también revierte interés para los legos al invitar a descubrir la belleza del mundo natural en el lenguaje de los números.

Ana María Sierra Cadavid elaboró un escrito corto de calidades poéticas. En sus líneas se atisba la admiración de la fuerza de un hombre que se impulsaba desde adentro, arrastrando al infinito lo que tocaba a su paso, en medio de la simpatía y el pausado trasegar de la profundidad.

El profesor Pablo Enrique Villa Arias ha escrito, en tono de agrade-cimiento, seis párrafos que pintan significativamente su relación con Jorge Alberto, para ubicarse en el hermanamiento que se logra con el tiempo y los abrazos. En las frases de su escrito transmite la imagen de quien trascendió lo aparente buscando algo más, sin olvidar compartir los avatares de la vida.

El nieto de Jorge Alberto, Sebastián Naranjo Acosta, ha escrito una carta a su abuelo que se publica en esta edición, acompañada de dos partituras de una pieza para piano que musicaliza el poema Anoche cuando dormía, del poeta y dramaturgo español Antonio Machado Ruiz (1875-1939). La melodía es del propio Naranjo y la rearmonización es de Sebastián. Con estos tres documentos se muestra otra faceta del homenajeado: la del músico apasionado desde la vivencia afectuosa del hombre que acoge al retoño de su descendencia.

Todos los documentos de autores diferentes al propio Jorge Alberto Naranjo, que integran esta edición, han sido preparados especialmente para este homenaje, excepto Crepuscular, compuesta en los últimos años del siglo xix, y “Experimentos de caída por la mesa inclinada: el sexto teorema galileano sobre planos” del grupo Galileo Galilei, realizado en 1995. Para finalizar la Revista se han incluido dos trabajos del mismo profesor Naranjo: un soneto titulado “Parábola”, que se publicó en el boletín Desde la Biblioteca, del Instituto Tecnológico Metropolitano, en 1999, y que por el carácter del mismo no tuvo una difusión muy amplia. El otro documento es un artículo inconcluso e inédito titulado “Los presocráticos”, dedicado al filósofo y escritor colombiano Estanislao Zuleta (1935-1990); en este texto, Naranjo propone una revaloración del conocimiento, la ciencia y la filosofía de los antiguos pueblos

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orientales, que alimentaron la cultura griega, cuna de la civilización moderna de Occidente.

Las fotografías que ilustran la carátula y los separadores de esta edición especial de la Revista de Extensión Cultural son del artista antioqueño Camilo Echavarría Moreno, quien aceptó la invitación para este nú-mero ya que el tema central de su obra es el paisaje, que resuena pro-fundamente con el cariño y la admiración que tenía Jorge Alberto por la naturaleza, las montañas y la tierra. Los aforismos que acompañan el inicio de cada documento fueron extractados de algunos escritos de autoría del mismo Naranjo, con el fin de brindar otra cara adicional de su pensamiento que, seguramente, será mantenido en la memoria de muchas generaciones, por la profundidad de su reflexión, por los valo-res que encarna y por la pasión que lo originó. De esta manera, la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia rinde un sentido y merecido homenaje al profesor Naranjo Mesa, a través de su revista institucional, e invita a la comunidad a conocer, valorar, profundizar y mantener en la memoria su legado.

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Hemos creído que cientificidad y abuso, que cientificidad y engaño no podían ir juntos. Cómo es de fácil ser idealistas…

En medio de nosotros hay muertos, gentes por venir-se, tal vez tú, quizá yo

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Jorge Alberto Naranjo Mesa para sus hijosConceptos dados en julio de 2019

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Resumen

Luego del fallecimiento del profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa, la periodista Carolina Saldarriaga Taborda, miembro del equipo de prensa de la Unidad de Medios de Comunicación de la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia (UNIMEDIOS), elaboró un cuestionario de nueve preguntas para que cada uno de sus hijos respondiera. A continuación, se presentan las respuestas

que dieron y que muestran aspectos íntimos de la dimensión humana del maestro Naranjo.

Cabe anotar que los hijos no respondieron todas las preguntas ya que tuvieron plena libertad para hablar de los aspectos que sintieron y consideraron apropiados en aquellos días de duelo.

Palabras clave

Hijos de Jorge Alberto Naranjo Mesa, Jorge Alberto Naranjo Mesa.

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¿Cuál es la idea que tiene de su papá?

María Julieta Naranjo Barrera

Mi papá era un ser especial, una persona con una capacidad muy grande de dar, en todos los sentidos. Una capacidad de amar inmensa, que no tenía puntos medios: o te quería o no lo hacía; cuando te quería lo hacía con el alma y cuando no, era como si simplemente murieras para él.

Manuela Naranjo Barrera

Un genio atormentado por sus sombras y culpas, con una capacidad alta para trascender su dolor y transformarlo por medio del aprendizaje continuo, de la escritura y la docencia. Un ser muy humano, sensible y amoroso; terrible y atormentado cuando no podía controlar sus pasiones. Tanto amor y tanto miedo en una sola persona.

Natalia Naranjo Barrera

Mi padre siempre fue un hombre callado, muy observa-dor y sensible. Constantemente estaba leyendo o ana-lizando. Para mí, mi padre era la representación de la bondad en el mundo; siempre estaba ahí para el que lo necesitara, fuera alguien conocido o no, buscaba la manera de ayudar y de evitar que se cometieran injus-ticias. Era muy sensible al arte, a las emociones de los demás; siempre se daba cuenta de que alguien estaba triste o algo pasaba, tenía ese don, no se le podía ocul-tar nada.

Nicolás Naranjo Boza

Una persona maravillosa, el mejor amigo, un hombre que participaba en actividades constructivas de su so-ciedad. Un amante de la vida y del saber. Se tra- taba de un hombre de conocimiento, para quien lo esencial era contemplar, gozar, bendecir la vida, comprender, anali-zar, aprehender, y quien afrontó el hecho de enseñar lo

que sabía (desde que no hiciera daño a otros), escribir, crear conocimiento. Se tomaba su tiempo para estudiar los asuntos de la historia, la física, la literatura, las ma-temáticas, la filosofía y los movimientos sociales, hasta pasar por encima de las exigencias prácticas en el apren-dizaje de esos saberes. Conocía ritmos y acontecimien-tos del conocimiento no reglamentados, sino estableci-dos por él. Para dar ejemplos: en física cubría desde los vedas, los egipcios, babilonios y griegos, como Tales de Mileto o Heráclito, Epicuro y Arquímedes, pasando por pilares de la ciencia como Pascal, Galileo y New-ton; llegaba a culturas como las de los sinú, hasta com-prender los aportes de Einstein, Planck, Schrödinger, Taylor, Batchelor, Stokes y Feynman, Lifshitz-Landau y Li-Lam. Muchas de sus lecturas las hizo guiado por historiadores de la ciencia, como George Sarton, Alis-tair Crombie, Lynn Thorndike y David Eugene Smith. Igualmente, estudió clásicos de la historia como Heró-doto, Burckhardt o Mommsen. Estudió autores de la literatura inglesa, francesa, norteamericana, española, italiana, rusa, colombiana y antioqueña. Leía a Platón, Aristóteles, Spinoza, Nietzsche, Marx, Foucault, De-rrida, Deleuze y Guattari. Estudió a historiadores del arte como Arnold Hauser, Panofsky y Millard Meiss. Conocía la obra completa de Johann Sebastian Bach, la de Mozart o la de Beethoven. Cada pregunta de las que respondo completa mi respuesta a esta primera.

¿Qué anécdotas particulares recuerda de su papá,

que puedan dar cuenta de quién era más allá de lo

académico?

María Julieta Naranjo Barrera

Recuerdo que en ocasiones me mostró su gran capacidad de dar sin recibir nada a cambio. Me enteré que supo de una familia de recicladores que no tenía dónde vivir y les regaló el dinero para que se compraran una casita.

Dirigió muchísimas tesis de grado (no sé si fueron tantas, pero mi mente así lo recuerda), porque por mi

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casa desfilaban una cantidad de estudiantes, todos los días, incluidos los domingos. Era normal que a las tres o cuatro de la tarde empezaran a llegar distintos alumnos, y se quedaban hasta las siete u ocho de la noche.

Con sus hijos, por el contrario, todo era distinto. Des-pués de la tercera explicación del mismo tema se eno-jaba. En mi caso, optamos porque primero le explicara a mi mamá y después ella me explicara a mí.

Era un hombre que amaba la lectura, sentarse a escu-charlo leer era encantador. A mí me leyó antes de acos-tarme hasta los 8 o 9 años, más o menos. Recuerdo que el último libro que me leyó fue Las mil y una noches, cada noche un cuento. También leíamos libros de ani-males y cada uno hacía un animal era muy divertido hacer de caballo, de conejo, de oso.

Manuela Naranjo Barrera

Hay varias que pasan por mi mente. La primera, que no comprendí cuando tenía 13 años y que vine a entender mucho después, cuando estudié psicología: mi hermana menor tenía una película del cuento Los tres cerditos; ella la veía veinte veces en un día, ya nos sabíamos las líneas y las canciones de memoria de tanto que la repetía; además, solo teníamos un televisor, por lo que lo acaparaba y no permitía que viéramos nada más. En un momento de molestia mía y discusión con ella le dije: “esa película se va a perder y no la vas a encontrar”. Mi papá me llamó y me dijo: “Déjala, ella está resolviendo algo de su ser al ver ese video, cuando ella entienda la lección y encuentre las respuestas que busca, lo va a dejar”. Yo lo miré con cara de desconsuelo y acepté sus reglas. Años después, durante mi carrera y leyendo psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim, comprendí sus palabras y el sentido que tienen para los niños los cuentos de hadas y su importancia en el desarrollo. Creo que me hubiera gustado escuchar su explicación psicoanalítica del asunto cuando era adolescente y así hubiera sido más empática con mi hermana menor.

Otra anécdota: yo estaba en la universidad, estudiando psicología, y me pusieron un trabajo sobre la posmo-

dernidad —que no tenía ni cinco de ganas de hacer—. Recuerdo que le pregunté sobre el tema y me dio un libro de mil quinientas páginas. Yo le dije que tenía dos días para realizarlo, que cómo esperaba que lo leyera. Su respuesta fue: “Hay que comenzar, de lo que leas haces el trabajo, hay que comenzar”. Me resigné a no obtener su ayuda y cogí el libro y no entendí un comi-no. Al día siguiente, en la cafetería de la universidad estaba un hombre que me encantaba, por lo inteligente (además era tan llamativo que muchas mujeres de la universidad estaban enamoradas de él), sentado con una profesora a la que admiro muchísimo. Con mucho susto les pedí ayuda; él me dijo: “Ve, en la biblioteca hay una revista de apun que tiene un artículo de un se-ñor que se llama Jorge Alberto Naranjo Mesa; es un ar-tículo con siete páginas, pero está tan bien resumido… yo tengo esa revista reservada porque me gusta mucho y es tan claro, es excelente, y solo hay una revista, por lo que me la vivo peleando con otra persona de la uni-versidad que también la reserva”. Yo no podía creer lo que decía, pensaba que se trataba de otra persona y que había escuchado mal. Con voz temblorosa le pregunté nuevamente el nombre; me dijo: “Jorge Alberto Naran-jo Mesa, o como a mí me gusta decirle en inglés George Albert Orange Table”. En medio de toda mi angustia le dije: “¡Mi papá!”. Recuerdo que se quedó paralizado, muy asustado, y me dijo: “Mentirosa, yo no creo que él sea tu papá”. Le dije: “Sí, mira, aquí tengo el carné de él de la universidad”. A los dos nos dio una angustia fatal, a mí porque el amor de mi vida, en ese momento, me hablaba de mi papá con orgullo; él, porque llevaba meses intentando contactarlo. La profesora me expli-có que estaban buscando al amigo de un amigo de un amigo de mi papá para poderlo conocer. A mí solo me rodaban las lágrimas. Cuando me calmé, le dije que le iba a preguntar a mi padre si les podía dar una cita.

Al llegar a la casa le conté a mi papá sobre el tema y dijo que les diera el teléfono y que lo llamaran. Con tono de reproche le dije: “¿Por qué, si tenías el texto en la casa resumido, no me podías ayudar?”, su respuesta fue muy sencilla: “Esa es mi construcción del libro que te di para leer, es el texto en el que basé mis ideas

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para el artículo, ese es mi pensamiento y tú tienes que construir el tuyo, no podemos pensar igual”.

Natalia Naranjo Barrera

Mi papá tenía un buen sentido del humor. Hace muchos años, cuando yo tenía como 7, fuimos a una finca de un gran amigo suyo; allí nos encontrábamos en un quiosco, con hamacas, mi hermana Julieta, él y yo. Mientras él estaba recostado en una de las hamacas nos relataba el cuento de Caperucita Roja, y Juli y yo lo escuchábamos recostadas en su barriga. Cuando llegamos a la parte en que el lobo ya se había disfrazado de la abuela de Caperucita, nosotras comenzamos con el cuestionario correspondiente. Le decíamos: “Abuelita, ¿por qué tienes esos ojos tan grandes?”, y mi papá respondía con una voz grave: “Para verte mejooorrr”. Luego nosotras: “Abuelita, ¿y esa nariz tan grandeeeee?” (alargando esa última palabra), porque sí la tienes muy grande (le dijimos entre risas señalando que él tenía una narizota). Él se rio y respondió de nuevo con su voz grave: “Para olerte mejorrr”. Por último, nosotras preguntamos: “Abuelita, ¿y esos dientes tan grandees?”; a lo cual esperábamos la respuesta del libro: “Para comerte mejor”, pero él, en cambio, respondió: “¿Cuáles dientes mijita si a mí me los sacaron hace tiempo?”, con lo cual soltamos la carcajada por largo rato.

Daniel Felipe Naranjo Villa

Seguramente existen esas historias, pero desde mi percepción es difícil buscar algún aspecto de su existencia que no estuviera mediado por la acade-mia. Lo que ocurre, creo, es que su vida fue siempre la enseñanza y el conocimiento, tanto dentro como fuera del salón de clase. En ese sentido, la función de la academia era también la de la vida misma. Recuerdo que una vez, tendría yo 12 o 13 años, me pusieron una tarea del colegio sobre la célula, y le pedí ayuda. El me entregó un libro, no recuerdo cuál, grande y complicado, que básicamente explicaba di-versos puntos del proceso evolutivo a partir del de-sarrollo de organismos unicelulares y luego multice-

lulares. Recuerdo que me dijo: “Aquí están todas las respuestas sobre la célula. Si quieres hablamos cuando lo termines”.

En otra ocasión recuerdo que mi hermano había conseguido una suerte de Atari que tenía un juego de Pac-Man. Pasábamos la tarde del domingo jugan- do, y él, después de algunos juegos, comenzó a decir: “Este se mueve más lento, aquel cambia de dirección, este otro...”; había descubierto el patrón de los fantasmas y nos trataba de explicar cómo era. Pero quizá la más curiosa de esas anécdotas, aunque la viví directamente, no la recuerdo: cuando nací mis padres vivían en un apartamento en Santa Mónica. De una viga del techo habían amarrado un moisés que me servía como cuna. Mi padre, según me cuenta mi madre, estudiaba por esos días los experimentos de Galileo sobre la gravedad, así que usaba mi cuna, conmigo adentro, como péndulo para medir. Mientras sonaba Bach, una cuna conmigo dentro oscilaba como péndulo para medir la gravedad y, si había suerte, para que yo durmiera en el proceso. Cuento esas historias porque ilustran un poco cómo, incluso en esas cosas que aparentemente no tendrían que ver, su rigor por el conocimiento era su mantra.

Nicolás Naranjo Boza

Cuando algo era inevitable e implicaba dolor o el sufrimiento de un ser querido, de un animal, de una planta, o la ecología en general, me refiero a hechos como un desastre ecológico, una situación política horrible, etc., se despertaba su deseo de acabar con ello. Y aunque había aprendido a pasar de largo cuando nada se puede hacer —como dicen en Así habló Zaratustra— uno lo veía tratando de enfrentar las cosas y evitar dichos problemas. Se preocupaba por el mundo. Le dolía y lo cargaba para reformarlo.

Su capacidad de trabajo era increíble. Para escribir una de sus novelas —pues no fue solo un académico— se leyó ochenta mil páginas de literatura antioqueña tem-prana (finales del siglo xix y comienzos del siglo xx)

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y dictó un curso sobre el tema, el cual duró dos se-mestres (fruto del cual es el libro El relato en Antio-quia publicado por la Universidad Nacional). Con este estudio quería saber cuáles eran las formas narrativas arraigadas en nuestra cultura, entre nosotros. De ese modo encontró su voz para escribirle desde Antioquia a Antioquia, pero en un tono llano, apacible, que per-mitiera captar movimientos significativos de los seres vivos, hablando de las vivencias de las personas para realmente afectar su entorno y hablar directamente a la sociedad de la que hacía parte. Estaba preocupado por su comunidad y su arte lo refleja. No quería figurar por ser estrafalario o raro. Quería despertar prácticas antiguas del arte y la ciencia, rejuveneciéndolas y, a la vez, haciendo cosas nuevas eficaces. Buscaba que la comprensión rigiera nuestras actividades. Sus estudios de obras como las de Kafka o de Carrasquilla, de New-ton o de la ingeniería hidráulica le fueron muy útiles para eso.

No le gustaba casi salir de su casa. Allí tenía sus uni-versos. En su estudio tenía suficientes fuentes de re-gocijo para embelesarse. Era hermoso ver cómo, tras vivencias con sus hijos o con diversas personas —una salida a cine, a un restaurante, un paseo, una visita a una exposición, una conferencia, una protesta cívica, etc.— quería conocer el parecer de cada uno y no lo juzgaba, lo dejaba ser, oía las apreciaciones desde la edad que se tuviera, la mentalidad, la apropiación o el punto de vista de cada cual. Le gustaba compartir. Compartir sinceramente con desconocidos o ver a los suyos reunidos era algo solo equiparable a lo que sentía cuando podía estudiar y escribir en silencio.

Quienes se han referido al profesor Jorge Alberto en

facetas próximas a la intelectual, afirman que era un hombre melancólico, ¿qué imagen tiene usted de él

en ese sentido?

Manuela Naranjo Barrera

Es la viva imagen de la melancolía, creería que es como ver un manual con la descripción exacta. Un hombre

que desde pequeño tuvo contacto con la muerte y con la tristeza profunda, un ser tan sensible que le dolía. Creo que, como hija, aprendí a amarlo desde sus crisis, desde sus silencios y tormentos. Aprendí a tolerar sus estados de ánimo fluctuantes, su dificultad para realizar algunos cambios, sobre todo con la comida, a amar la música, sobre todo la clásica; ahora, pensándolo bien, pareciera que tanto la música como la escritura fueron la manera de resolver sus conflictos internos, como cuando los ni-ños ven y escuchan su cuento preferido mil veces. Su-pongo que heredé su melancolía, y de muchas maneras hoy lo puedo entender desde otra perspectiva.

Natalia Naranjo Barrera

Como dije anteriormente, era callado, muy observador y analista. Le dolían las injusticias, la sociedad en ge-neral y lo que pasaba con esta. Era depresivo, y por esta razón trataba siempre de ocuparse en algo, constante-mente estudiando y experimentando, porque eso era lo más importante para él, dejar su huella en el mundo como su familia le enseñó, dar lo mejor de sí y no que-darse con la duda; esa era su terapia para no caer en la melancolía ni en la depresión profunda por el pasado, o por las cosas que no dependían de él.

Daniel Felipe Naranjo Villa

Mi padre nombraba como melancolía lo que los mé-dicos hoy llaman depresión. Sin duda, su palabra es más bonita, y quizá tenga ella mejores significados, pero en el fondo ambas cuentan lo mismo: una enorme tristeza enraizada en lo más profundo. Alguna vez le pregunté sobre el tema y me contó que aquello había sido un problema de familia, que tam-bién padeció nuestro abuelo y su abuelo y alguno de sus tíos. Dicen que en la abundancia de conocimiento hay aflicción, pero yo agregaría que también hay sole-dad, y eso lo vivió directamente.

Buscó consuelo y muchas veces lo encontró, al menos de manera temporal, en los libros y en los amores. Lo más sorprendente es que logró usar aquella melanco-lía como una fuente de motivación: aprendía para salir

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de la tristeza, estudiaba para encontrar la alegría en la solución de un problema que antes no entendía, trata-ba de dar luz al mundo desde su conocimiento.

Creo que en ese sentido ponía en práctica una sabiduría vieja que resulta bastante simple, pero no por eso poco profunda: una mente y unas manos ocupadas son el mejor antídoto contra la tristeza.

Nicolás Naranjo Boza

Creo que hay que tener cuidado con esta pregunta y su respuesta, pues él habló mucho de su propio caso, en entrevistas y textos; o sea, se refería a su propia melancolía. Y hay quienes simplemente creen que saben de qué estaba hablando él y conciben que la melancolía es una suerte de bipolaridad o algo catalogable con esos rótulos facilistas para tratar el alma humana. La melancolía es una afección del alma. A quien desee ver qué es le sugiero leer el trabajo que escribió llama-do La melancolía de Durero, donde el tema se estudia desde la antigüedad hasta Freud, centrándose, obvia-mente, en el grabado Melancolía 1 de Durero acerca del tema. Y grandes creadores, matemáticos, físicos, pensadores, médicos del alma, etc., han hallado medios de sobrellevar ese humor corporal y psíquico. Es tan inherente a la persona que solo mediante la lucha más fuerte se puede sobreponer uno a ella. Una de las ma-neras es crear, hacer obras, ocuparse, pero no al modo de la ocupación febril del adicto a su oficina, sino a una unión de amor, arte y ciencias, que posibilite salud interna y para el mundo. Hizo con ello muchos libros, construyó con eso muchas amistades sanas y felices, y estaba contento de haber dado a luz tantas cosas.

Me acuerdo de él cuidando las plantas (hablándoles con ternura y dulzura, pues sabía que sienten y necesitan cariño) o cuidando animales como perros o aves (se ponía bravo con las tórtolas porque le quitaban la comida a los demás pájaros que se alimentaban en diversos comederos).

Sabía bendecir la existencia al tiempo que se viaja por ella. Y si duele o es triste, buscaba maneras de dulcifi-carla, de hacerla más amable, más cercana y atempe-rarla. Si se mira bien: Leonardo da Vinci o Nietzsche eran melancólicos, pero la gracia está en su lucha con-tra ella por medio de la creación. Mi padre aprendió a sobrellevarla, a ser un afirmador de la vida en artes y en ciencias, y en el santo amor.

Otro de los aspectos que resaltan de la personalidad

del profesor es el buen sentido del humor, ¿cuál es su

lectura de él a propósito de ello?

Manuela Naranjo Barrera

Jummm… creo que no recuerdo mucho esa faceta de él, creo que conmigo era muy duro en ese aspecto, era muy serio y no se tomaba a la ligera nada de lo que uno decía. Al final de su vida lo sentí un poco más liberado y menos estricto consigo mismo y los demás. Recuerdo que podía reírse de sus errores cuando estaba tranquilo; aunque también se ponía muy serio cuando se equivocaba en sus fórmulas y alguien más lo corregía, creo que sentía que perdía el control. Sus bromas eran tan finas que era difícil de entenderlas para mí.

Natalia Naranjo Barrera

Creo que todo el año pensaba en qué broma iba a hacerle a una tía cuando la llamara el día de los inocentes con diferentes jugarretas. Tenía un buen sentido del humor y soltaba una carcajada continua e inocente cuando lograba su broma. No era de hacer maldades, al menos no me las hizo a mí, ni recuerdo que se las hiciera a mis hermanos o sobrinos. Pero sí se reía con las historias que le contaban o los chistes. Mi esposo dice que tenía un humor tan fino que a veces no le entendía.

Nicolás Naranjo Boza

El buen humor no es solo acerca de reír a carcajadas. A veces una sonrisa esbozada levemente puede no per-mitir a los demás percibirla bien, o raras veces, pero es

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la muestra de un disfrute muy intenso con la vida. Esa sonrisa puede mostrar picardía, maña, pero igualmen-te es señal de un regocijo interno muy intenso, de la capacidad de alegrar la vida hasta con nimiedades. La intensidad que usaba para crear, pensar, escribir, cantar, la usaba para gozar. Crear produce esa sonrisa no tan aparente.

“La risa es lo que nos salva”, decía en una conferencia hace décadas, citando a Thomas Mann. Y lo decía en serio. Le encantaban los pensadores que saben reír y bailar, como Deleuze.

“La vida es una fiesta”, decía. Pero no se trata de la rumba regida por el alcohol, de viajar a comer en restaurantes. Eso lo hubiera aburrido fácilmente. Se trataba de conocer, de saber, cambiar la mentalidad de otros, llevarlos por buenos cauces, resolver asuntos de la matemática, la física, la ingeniería, dibujar, colorear, gozar con la música o crearla, hallar un obsequio adecuado o el consejo necesario, acompañar a un amigo, conversar, preparar un trabajo y quedar satisfecho, hacer un poema o un cuento, contemplar los progresos de un alumno o de un hijo… son todas fuentes de alegría y de la risa que llevaba por dentro, y su humor se beneficiaba de ellas.

Era claro que disfrutaba de los buenos chistes o de las historias llenas de humor. En ese sentido, solo doy un ejemplo: recomendaba a Mark Twain para reír sanamente; en especial sus obras Tom Sawyer o Huckleberry Finn.

Háblenos de la relación especial que tenía su padre

con la música

Manuela Naranjo Barrera

La música… maravillosa, cura para el alma, amo la música por él. Los Beatles y La oreja de Van Gogh eran nuestros artistas preferidos cuando lo llevaba a

la finca. Amo Las cuatro estaciones de Vivaldi y de alguna manera aprendí de Mozart y Beethoven por él. Él sublimaba con la música y yo aprendí a liberarme con ella.

Natalia Naranjo Barrera

Toda mi vida recuerdo escuchar la radio en el cuarto de mis padres, con música clásica; siempre estaba disfrutándola mientras calificaba exámenes, preparaba una clase, veía televisión o leía. Amaba la música, sobre todo la clásica. Pero también tenía una sensibilidad especial con las voces de los cantantes. Le gustaba la canción Rosas de La oreja de Van Gogh. Hace un año más o menos escuchó a Fonseca por primera vez y quedó maravillado al recordar los vallenatos viejos que le traían a la memoria este artista. Era muy sensible con las letras y de vez en cuando nos escuchó a las hijas oyendo música actual y nos preguntaba cuando algo le gustaba, no nos criticaba lo que sonaba. Siempre hubo música en nuestras vidas.

Daniel Felipe Naranjo Villa

Sin duda alguna era una relación sumamente estrecha. Hay una frase, creo que de Cioran, que dice: si Dios debe algo a alguien, ese alguien es Bach. Estoy parafraseando y seguramente la frase no es exactamente así, pero su sentido resulta claro. Mi padre opinaba algo bastante parecido, aunque él también lo pensaba con Haydn, con Mozart y con Beethoven. Amó la música clásica con una profundísima devoción, y la disfrutó como se disfrutan los amores reales que lo acompañan a uno toda la vida. Sin embargo, no escuchaba solo eso. Le tocó vivir también aquel mundo de Mayo del 68, así que disfrutaba con los Beatles, Paul Simon, los Beach Boys o Pink Floyd. Siempre alentó y celebró el amor por la música en sus hijos, sus sobrinos y sus nietos, independientemente del género. Le gustaba compartir la música con todos. A veces llegabas a su casa y lo encontrabas con la visita en

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su cuarto, en silencio, escuchando algo que él quería compartir.

Pero hay una costumbre que me parece incluso más di-vertida y que muestra el papel de la música en su vida. Le gustaba mucho ver fútbol, pero lo desesperaban la mayoría de narradores y comentaristas, así que lo veía siempre en televisores sin volumen. Mientras tanto, po-nía música en su equipo de sonido y veía y escuchaba. Decía que, a veces, parecía que los jugadores también lograban escucharlo porque comenzaban a jugar al rit-mo de la música.

Nicolás Naranjo Boza

En las familias de sus abuelos paternos y maternos se oía música clásica y popular. Algunos de los integrantes de esas familias interpretaban instrumentos musicales: por ejemplo, sus tíos Naranjo Villegas tocaron algunos instrumentos de cuerda y su tía Lucía Naranjo Villegas fue pianista, o también su madre, Alicia Mesa de Naranjo y una tía llamada Beatriz Mesa Jaramillo tenían un conjunto musical con una amiga e interpretaban música popular colombiana o latinoamericana, con tiple y con guitarra a varias voces; su tía Nury Mesa Jaramillo compuso piezas de música popular grabadas en disco de 45. Su madre, sobre todo, ejerció una influencia decisiva en su aprecio por la música.

En cuanto a la música clásica, su padre rendía culto a Beethoven (recuerdo su particular admiración por la sinfonía El emperador) y mi padre lo escuchó con muchísimo cuidado y con un goce especial. La música estaba presente también en el aprecio de su hogar por los bambucos, los vallenatos, las guabinas, los porros, los dúos como Obdulio y Julián, tríos como Los tres diamantes y muchos otros conjuntos de música tradicional colombiana (indígena y popular) o del continente. En las navidades, los villancicos eran interpretados por la familia. Recordaba particularmente a sus tíos Jesús Naranjo Villegas y a su tía Niche Mesa Jaramillo, al hablar de su aprecio por la música, pues

ambos tíos (cada uno por su lado) hacían reuniones para escuchar música y lo invitaban a él desde que era prácticamente un niño. Contaba de su tío Jesús, que con él aprendió sobre centenares de obras musicales (obras de compositores como Haydn, Mendelssohn, Schumann, Schubert, la familia Bach, Mozart, Ravel, etc.). Su hermano, y mi tío, Juan Felipe, narra que cuando ambos eran estudiantes del Colegio San José el profesor de música hacía una prueba: ponía una pieza y les pedía a los alumnos que dijeran cuál era, pero a mi padre y a Juan Felipe los tenían que sacar de la actividad porque, en palabras de un excompañero, tenían jodidos al resto de los alumnos pues siempre identificaban la obra antes que los demás. Esto se debe a todo lo que oían con sus tíos en la familia paterna o materna.

Con sus estudios de literatura y cultura antioqueña revivió el aprecio por la música del terruño. Para darle un solo ejemplo, entre muchísimos, hablaba de la belleza de la música con letras de Tartarín Moreira.

Escuchó mucho rock. Desde los cincuenta oía a músicos como Paul Anka o Elvis, oyó todo lo importante de los sesenta: Jimi Hendrix, The Beatles (conmigo los oyó durante décadas), The Doors, The Beach Boys, Pink Floyd, The Rolling Stones, Paul Simon, Peter, Paul and Mary, Donovan, Aretha Franklin, etc. De todos ellos sabía música de memoria. Ya de los sesenta oyó a King Crimson, Yes, Bee-Gees, etc. En la década de los ochenta vimos juntos el legendario concierto de Paul Simon y Garfunkel en el Central Park, programas como Hoy es viernes, el programa dirigido por Lina Botero —la hija del pintor Fernando Botero— donde se presentaba música norteamericana, y Oro sólido, en donde vimos música de Olivia Newton-John, y cuando Prince lanzó Purple Rain. Me acuerdo de su descubrimiento del disco The Final Cut de Pink Floyd, de su aprecio por Queen o de oír God of Thunder de Kiss con él. Y comentábamos lo que oíamos. Llegó a escuchar conmigo mis propias composiciones y me hizo comentarios muy constructivos sobre ellas. Cuando sacamos el disco de 45, llamado Bajo tierra,

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en 1990, le regalé un ejemplar, me comentó que lo impresionaba el profesionalismo que oía, que no había nada fuera de lugar, que era “un paso adelante”.

Él interpretaba la armónica bastante bien (de hecho, le enseñó a mi hija sus primeras lecciones de armó-nica) y cantaba muy hermoso. Tuvo un grupo musical con un compañero de la universidad llamado Fernando Isaza, quien creo que es ingeniero de sonido en el ex-tranjero actualmente, y mi madre, Mónica Boza. Con ella también tocaba con otro grupo de amigos, todos ellos músicos profesionales: Pilar Posada, Andrés Po-sada, Luciano Gómez y su hermana Claudia Gómez. Al recibir la orden Mariscal Robledo dijo: “Todos mis escritos son variaciones de la música de Johann Sebas-tian Bach”.

Cuéntenos sobre el gusto particular que tenía su

padre por los búhos

Manuela Naranjo Barrera

Los búhos, no sé, creo que provienen de Atenea, la diosa de la sabiduría. Mi padre me explicó mitología griega y en mi adolescencia la amé muchísimo; supongo que eligió al búho como su tótem, su animal guía por lo que representa.

Natalia Naranjo Barrera

Le encantaban. Desde muy chiquita me habló de la diosa de la sabiduría en la mitología romana, Minerva, y que siempre estaba acompañada por un búho. Para él esto representaban los búhos, la sabiduría, y desde eso a mí me encantaron también. Los comenzó a coleccionar desde muy niño, cuando le regalaron uno en bronce que aún conservamos y que lo acompañó durante toda su vida.

Cuando viajábamos lo único que pedía era que si veía-mos un búho se lo trajéramos de recuerdo, y así hici-

mos siempre. Los ponía todos juntos y los admiraba diariamente, sintiéndose acompañado por ellos. Sabía cuándo alguno había sido movido y volvía y lo ponía en la posición que ocupaba en su colección. También recordaba quién le había regalado cada búho.

Daniel Felipe Naranjo Villa

Mi padre tuvo diversas colecciones en la vida. La de los búhos es una de las más conocidas. Quienes viajaban, con frecuencia, le traían de regalo alguna pieza de artesanía del lugar que tuviera ese motivo; así que, con los años, aquella colección creció considerablemente.

Sin embargo, lo bonito para mí no es tanto la colección en sí como los motivos de la misma. Durante toda su vida mi padre tuvo un búho de metal que recibió en herencia familiar, y que lo acompañó, día a día, en su quehacer. Ese fue el origen de la colección y seguramente alguno de mis hermanos contará mejor esa parte de la historia. Pero, para mí, la historia tiene otra parte. El búho es el animal sagrado consagrado a la diosa griega Atenea (Minerva para los romanos), que es a su vez la diosa de la sabiduría, de la ciencia, del conocimiento. El búho tiene ojos que le permiten ver en medio de la noche oscura. Encontrar luz. Era apenas lógico que fuera su animal favorito, casi una suerte de espíritu totémico que hacía parte de él. Incluso, aunque sea extraño, si veías a mi padre durante un rato, fácilmente lo confundías con uno: el cuello corto, tapado por una barba que parecía plumas de colores, el torso redondo, los brazos pegados que se abrían, a veces, como alas, y los ojos que querían saberlo todo. Buscaba luz en la oscuridad.

Creo que si hubiera muerto en el campo, y no en la ciudad, lo que hubiéramos visto era que de su cuerpo saldría una lechuza gigante que se iría volando para buscar luz en medio de otra noche.

Nicolás Naranjo Boza

Un búho es implacable, caza en la noche con la misma agilidad de un águila durante el día, tiene una visión

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realmente poderosa, es un ave contemplativa, pero al actuar no pierde tiempo. Sus ojos y su cabeza son gi-gantescos, o por lo menos resaltan en relación con su cuerpo, y sirven para dar prelación al mirar y al com-prender… Muchos sabios del mundo han estado acom-pañados por búhos.

¿Cuáles diría que eran los temas, asuntos o situaciones

que retaban a Jorge Alberto?

Manuela Naranjo Barrera

Temas que retaban a mi papá… todos; no perdía la oportunidad de retarte en una buena conversación y de escuchar diferentes puntos de vista. Para mi papá aprender siempre era el reto, transformar el pensamien-to, con esa pregunta me parece verlo a él, explicando la metamorfosis de Franz Kafka. El bienestar de sus hijos siempre fue un tema fundamental en su vida, que de alguna manera aprendiéramos cada vez más y no nos conformáramos; creo que así también fue con sus alumnos. El reto era pensar más allá y vincular todos los conocimientos, pues él podía ver miles de relacio-nes en temas tan diversos.

Natalia Naranjo Barrera

Esta pregunta la responderé desde dos puntos de vista. Desde el retarse a dar más de sí y retarse desde lo que lo frustraba. Lo retaba a dar más de sí cuando encontraba un tema del que quería saber más y estudiaba, incansa-blemente, hasta conseguir las respuestas que buscaba. Estudiaba y analizaba tanto que terminaba con material para publicar un libro nuevo sobre el tema.

Lo retaban las injusticias, fuese la que fuese y con quien fuese (animal o persona). Si él veía a alguien en la calle necesitado, o que maltrataran a un animalito, se sentía profundamente, quedaba taciturno por un rato y trataba de ayudar en lo posible en el acto. No tenía problema en escuchar una posición opuesta a la de él, lo que lo frustraba era el no poder debatirla respetuosamente.

También lo retaban las diferentes situaciones y circuns-tancias por las que pasaran sus hijos y nietos; estaba pendiente de cada uno de nosotros y lo molestaba mu-cho cuando sentía que había ocurrido un malentendido con alguno de nosotros, o un mal trato en el colegio, en la universidad, en el trabajo, etc. Como lo dije antes, él era muy sensible y no pasaba por alto algún cambio de humor que tuviéramos; averiguaba la causa y trataba, si dependía de él, de tomar cartas sobre el asunto.

Daniel Felipe Naranjo Villa

Muchas y muy diversas. A mi padre lo retaba siempre la ignorancia, independiente de si esta se tratara o no de temas académicos. Pero también lo retaba la in-justicia. Le dolían profundamente las injusticias que veía, en especial, en la sociedad colombiana.

Hay una historia que contaban de él, y era que una vez en el colegio, uno de sus profesores le pidió que reci-tara de memoria algún punto de algún texto de aque-llos de algún catecismo hoy entrado en desuso. Era una suerte de castigo que él consideraba no merecido. Él dijo algo como “yo se lo recito de punto a punto, pero dígame por qué”.

No tenía miedo alguno en enfrentarse con la autori-dad, fuera la que fuera, si consideraba que algo era injusto o estaba equivocado. Lo mismo ocurrió en la universidad como estudiante, y luego como profesor o como decano.

Pero también eso le pasó en lo que tenía que ver con la vida, digamos, más social del país. Muchos de sus artículos hablan sobre eso y se publican en momen-tos particulares donde, para él, había algo que decir. A veces aquello fue más público o contundente, pero nunca dejó de hacerlo.

Recuerdo, por ejemplo, lo mucho que le dolieron los resultados del referendo aquel para el acuerdo de paz con la guerrilla: “Ganó la ignorancia”, decía. En un libro que se publicó por esos días, sobre bombas hi-dráulicas, recuerdo que escribió una dedicatoria dis-

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tinta a la que pensaba: “Que estas sean las únicas bombas que suenen en los campos”. Por esa época no tenía ánimos para escribir mucho, además, decía que ya había dicho lo que quería decir años atrás y que en últimas nada había cambiado, así que esa fue su decla-ración, breve, sobre el dolor que sentía.

Creo que él hubiera querido hacer más, pero también creo que la vida le fue diciendo que su forma de lucha debía ser desde el conocimiento, y a eso se aferró.

Nicolás Naranjo Boza

Lo retaban la ignorancia, las decisiones mal tomadas, la filosofía mal concebida, la injusticia, la sed de conocer y actuar sabiamente, el amor, el sufrimiento, la falta de sensibilidad, etc.

Si lo considera pertinente, y no resulta irrespetuoso,

descríbanos la relación de su papá con la enfermedad

Manuela Naranjo Barrera

La enfermedad, su eterna compañera, no podría desligar a mi padre de la depresión o de la adicción al cigarrillo. La enfermedad tenía un sentido muy claro en su vida, era la manifestación de aquellas tormentas que lo afligían a nivel mental. Mi padre tenía una relación extraña con su cuerpo, parecía que a veces le pesaba y no lo cuidaba mucho. No era su vehículo preferido.

Natalia Naranjo Barrera

Creo que todo comenzó en el 2000, cuando empezó a sufrir varias cosas, año por año, y tenía que acudir a diferentes especialistas. Por un tiempo creyó en los médicos, o en lo que le convenía que le dijeran, es de-cir, si le mandaban medicamentos se los tomaba, si le decían que dejara el cigarrillo los ignoraba, o hacia el intento y luego recaía. Con el tiempo comenzó a abo-rrecer la ruta de la salud que tenía que hacer: citas con

el cardiólogo, con el internista, con el neurólogo, con el urólogo, etc. Comenzó a sentir que era de plástico y cada vez se deprimía más, o casi que dejaba de dormir pensando en alguna cirugía que le tuvieran que hacer, en la recuperación, en el dolor. Creo que nunca esperó un milagro, pero de alguna forma deseaba que la en-fermedad no avanzara, aunque él no dejara de fumar. Creo que mi padre tenía las vidas de un gato, porque pasó por muchísimas enfermedades y cirugías graves y de alto riesgo y, sin embargo, sobrevivió a cada una de ellas. Para mí la enfermedad no lo frenó, tenía más para dar y así lo hizo hasta que sintió que ya era suficiente y no tenía más para entregar, ningún remordimiento, ni nada por terminar. Para mí su muerte fue una decisión personal; así fue, desde mi punto de vista, la muerte de mi abuela, su madre, y desde ahí aprendí que uno se puede morir por decisión propia, entregándose lenta-mente y conscientemente.

Nicolás Naranjo Boza

Mi padre supo de muchas enfermedades por la histo-ria de los humanos que leía. Y le tocó vivir en medio de muchas enfermedades que tuvieron seres allegados, amigos, los políticos, los burócratas, los artistas, los pa-cientes de mi abuelo Alfredo, etc. No solo enfermeda-des del cuerpo, sino del alma, las cuales, a veces, pue-den resultar peores que las del cuerpo. Vivió, en carne propia, algunas muy poderosas. Aprendió a sacar vida sana de ellas realizando una suerte de alquimia, pero en un sentido más contemporáneo de la misma.

Finalmente, ¿cuál podría ser la herencia más rele-

vante que le legó su padre a la familia, a la academia

y a la sociedad?

Manuela Naranjo Barrera

La mejor herencia de mi papá fue enseñarme lo que es la presencia, estar ahí para el otro, escucharlo, ser bondadoso, dar sin esperar a cambio y defender lo justo.

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Natalia Naranjo Barrera

A mí me enseño el amor y la bondad. El respeto por cada ser vivo, no temerle a los animales y siempre ayudarlos (con respeto) cuando estos lo necesitan. Me inculcó el amor por el estudio y el arte, que ningún co-nocimiento sobra y que de algo servirá en cualquier momento de la vida.

A mi familia… Veo a mi padre en cada uno de mis her-manos y hermanas, todos tenemos un rasgo particular de él; nos enseñó a querernos y respetarnos sin impor-tar que no tuviéramos las mismas madres. Esa es una de las herencias más grandes y de la cual me siento más agradecida: la familia que formó y nos dejó.

A la academia. Creo que él vivió por el conocimiento, por el amor a la ciencia y al arte. Por conectar la vida y sus experiencias con la ciencia y darle respuesta a lo que ocurría y por qué ocurrían las cosas de esa manera. Entiendo que de ahí partía su particular forma de enseñar y cautivar a sus estudiantes. Mi padre no enseñaba porque sí, no daba una fórmula al azar o porque esa era la manera de solucionar el problema, él enseñaba de dónde salía esa fórmula, por qué era importante y cómo surgía el desarrollo del asunto que tratase. Y que más que dejó muchos libros sin publicar con sus estudios, análisis y conocimiento para que estos fueran parte de la historia científica y tuviéramos, así fuera un poquito, más conocimiento. A la sociedad creo que la bondad: todo aquel que lo conoció pudo ver en él ese amor para dar, amor al arte, al conocimiento, a ayudar y lograr que uno diera lo mejor de sí. Creo que logró cautivar a muchas personas en sus conferencias, clases, conversatorios, entre otros, con la capacidad que tenía de hablar sobre algún tema que supiera o estudiara y transmitir esa pasión que sentía por el conocimiento. Fue un ser cercano a la sociedad y enseñaba esa humildad al transmitir sin recelo lo que aprendía. Creo que esos valores los pudo percibir la sociedad que lo conoció, y si alguna persona pone en práctica algo de eso su herencia está asegurada.

Daniel Felipe Naranjo Villa

Creo que muchos consideran que su herencia sería el conocimiento que dejó, en sus clases, en sus libros, en sus entrevistas. El trató de dejar entendimiento a todos aquellos que quisieron escuchar. Yo estoy de acuerdo, pero solo parcialmente. Su herencia es más profunda que esa y también más significativa. Aunque me parece difícil resumir aquello, lo sintetizo todo en dos cosas: no existe nada más importante que preguntarse. Preguntarse por todo, preguntarlo todo. La pregunta es la llave del conocimiento. Hay que atreverse a cuestionar y cuestionarse. No existe otra forma de aprender; y el mundo no puede limitarse a una sola esfera de conocimiento. Ciencia, arte y técnica no son más que máscaras y formas de respuesta a las mismas preguntas. No puede pretenderse hacer ciencia sin poesía, ni pintarse un cuadro sin entender cómo se refleja la luz, ni tampoco tratar de dar luz al alma si antes no se ha entendido el alma como tal.

Esos dos asuntos, desde mi subjetividad, obviamente, se han vuelto también los mantras de mi vida, y ambos son el legado más importante que me pudo (nos pudo) haber dejado. Él siempre se hizo preguntas, y siempre vivió desde decenas de círculos de conocimiento. Con suerte, los que lo amamos lograremos seguir ese legado.

Nicolás Naranjo Boza

La sagrada amistad, trabajos hechos por él (escritos, experimentos físicos y vitales, conferencias, grabacio-nes, etc.), alegría ante la vida, inclusive en momentos muy duros, su mal interpretada irreverencia, que en el fondo era una manera de conservarse santo ante las mo-rales impuestas y nunca probadas o arbitrarias, su crea-tividad, su ingenio, sus descubrimientos, su ejemplo de vida, su generosidad, su deseo de construir con otros, su pasar por encima de la división de clases, tan clara-mente demarcada por algunos individuos de nuestra so-ciedad (inclusive a ultranza), su enseñanza de que para

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alcanzar algo no se dará gratuitamente, sino que todo exige un esfuerzo (nada se obtenía de forma gratuita con él), sus explicaciones y puntos de vista, su real pre-ocupación vital por los seres que le rodeaban (velaba por la salud de todos y se tomaba en serio sus preguntas e inquietudes), sus deseos de mejorar nuestra cultura, su manera de llevar su lucha contra la ignorancia, sus esposas, mis hermanos, sus hogares, etc. Como podrá ver, sincera y humildemente, hemos perdido a alguien muy especial, raro de encontrar.

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La individualidad abstracta afirma su autonomía desviándose de lo que la constriñe: el fin de la acción es la quietud, la alegría consiste en desviarse de las penas y el dolor, el bien consiste en alejarse del mal

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Tres conversaciones cortasy dieciséis artículos Jorge Alberto Naranjo Mesa en la Revista de Extensión Cultural

de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

Juan David Chávez Giraldo

(Colombia, 1966-v.)

Arquitecto de la Universidad Pontificia Bolivariana, Doctor en Artes y Ma-gíster en Historia del Arte de la Universidad de Antioquia, diseñador en su estudio particular. Profesor Titular de la Universidad Nacional de Co-lombia y Asociado de la Universidad Pontificia Bolivariana. Acreedor de varios premios y menciones nacionales e internacionales y ganador de algunos concursos de arquitectura. Autor de múltiples artículos, varios libros y capítulos. Conferencista y profesor invitado en diversas univer-sidades.

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Resumen

En este texto se compendia el aporte que el profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa hizo al conocimiento y a la cultura a través de la Revista de Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, mediante una síntesis analítica de los artículos de su autoría publicados en la revista desde 1976 hasta 2007, que evidencian la gran capacidad intelectual del maestro

Naranjo para abordar diversos aspectos del universo académico y cotidiano.

De esta manera, se invita a retomar los documentos publicados por Jorge Alberto en esta Revista, escritos que tienen perfecta vigencia y que además poseen una inagotable posibilidad de interpretación para la comprensión de problemas y cuestionamientos que han acompañado y acompañarán al ser humano por mucho tiempo.

Palabras clave

Alberto Durero, Antonin Artaud, arte, ciencia, filosofía, Friedrich Nietzsche, George Sarton, historia, Karl Marx, Jorge Alberto Naranjo Mesa, José Asunción Silva, matemáticas, Miguel de Cervantes, mitología, Pedro Nel Gómez, Tomás Carrasquilla.

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Presentación (tres conversaciones cortas)

El profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa, polifacético humanista y altruista intelectual, incursionó en múltiples escenarios en el transcurso de su vida. Uno de ellos, la Revista de Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, que tuvo la fortuna de contar con su participación como miembro del comité editorial y como asiduo colaborador a lo largo de los más de cuarenta años de existencia de la publicación. Hizo parte, además, del Comité Editorial Honorario de la Revista, conformado en 2017, cuando se reactivó después de una interrupción de cinco años. En mi calidad de Director desde la mencionada reactivación, tuve el gusto de conocer al profesor Naranjo el 21 de septiembre de 2017, cuando se llevó a cabo la primera reunión de aquel nuevo comité, en donde se incluyeron tanto a los miembros honorarios: Marta Elena Bravo de Hermelin, Darío Valencia Restrepo, Darío Ruíz Gómez y el profesor Naranjo, como a los miembros ejecutivos: Mónica Reinartz Estrada, Román Eduardo Castañeda Sepúlveda, José Fernando Jiménez Mejía, Miguel Ángel Ruíz García y Juan Felipe Gutiérrez Flórez.

Unos días previos a la reunión, hablé telefónicamente con el profesor Naranjo para invitarlo a la sesión del comité de la recién reactivada publicación y al evento del lanzamiento del número 59, que daba nueva vida a esta reconocida revista. Jorge Alberto estuvo presente en el panel que se llevó a cabo en la Biblioteca Efe Gómez, de la Sede, en donde acompañó a los demás miembros honorarios el 5 de diciembre de 2017. En las tres ocasiones mencionadas mantuve el corazón a pleno latir; la responsabilidad que había aceptado al Vicerrector de la Sede de entonces, el profesor John Willian Branch Bedoya, me llenaba de orgullo y expectativa. Siempre había visto a la profesora Bravo y a los profesores Valencia, Ruíz y Naranjo como personalidades muy prestantes y respetadas en el medio académico y cultural del país, pero no estaba en mi brújula vital la idea de acercarme a ellos directamente. Como muchos profesores de la Universidad, en Mede-

llín, recibía periódicamente un ejemplar de la Revista, leía con atención sus contenidos y hasta propuse algu-nos documentos para su posible edición; pero con ex-cepción del profesor Jorge Iván Echavarría Carvajal, anterior Director, con los demás miembros del comité editorial no había cruzado palabra alguna, eran para mí como seres de otra dimensión inalcanzable.

Pues bien, la vida nos da muchas sorpresas, y para mi placer muchas buenas, como la de poder enriquecer mi experiencia con el contacto directo de quienes tuvieron la brillante idea de crear la Revista en 1976. Sin duda, las tres conversaciones que tuve con el profesor Jorge Alberto Naranjo y los espacios que compartí con él no solo son de grata recordación, sino muy emotivos. La mirada profunda, su elocuencia pausada, la atención directa y su actitud prudente dejaban ver la calidad humana de un ser erudito y sensato alejado de la superficialidad y la apariencia.

El profesor Naranjo Mesa era de esas pocas personas que iluminan los recintos en los que se encuentran. Un brillo intangible invadía la atmósfera en su entorno. Sus palabras, venidas de la inmensidad diáfana, irradiaban el resplandor de una reflexión amable frente al mundo, para dar fulgor al tiempo y al espacio. Momentos vívi-dos y recuerdos sentidos, de los que se cuelan por entre los poros e invaden el ser y lo llenan de emoción, así fueron las tres conversaciones cortas que tuve con el maestro Naranjo, quien con gran entusiasmo manifes-taba su gratitud al ver que la Universidad daba nuevo aliento a uno de sus sueños recurrentes: la Revista de Extensión Cultural.

Sus artículos en la Revista son una pequeña muestra del insondable océano de su productividad intelectual. Los dieciséis documentos que firmó, tratando tópicos de diverso origen, género y temática, son los más con-sultados de la Revista a través del micrositio albergado en la página web de la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia, como puede constatarse en la lista de visitas.1

1 Con este micrositio, de acceso libre, la institución ha hecho un esfuerzo

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Para honrar esa generosa contribución del profesor, re-cientemente fallecido, y de paso invitar a los lectores a conocer y disfrutar de sus palabras, se hace un recorrido comentado por los dieciséis documentos de su autoría. Los textos se presentan en orden cronológico regresivo de aparición en la Revista, con el fin de ser fieles a la evolución de los intereses del mismo autor; no se ha incluido la bibliografía que utilizó por lo extensa y por ser consultable en cada artículo, tanto en las versiones impresas como en las publicadas en el mencionado mi-crositio web de la Revista, además se han conservado los títulos originales. Este viaje por las ideas de Jorge Alberto muestra, de manera fehaciente, que en medio del tormentoso panorama contemporáneo la educación, la verdad, el conocimiento y en general la cultura ―co- mo cultivo del juicio crítico― no solo son posibles y deseables, sino que tal vez sean la única opción para la permanencia y el avance de la especie.

George Sarton (escrito en octubre de 2004 y publicado en la edición 52 de 2007, pp. 49-60)

El historiador de las ciencias y la filosofía, el belga George Alfred León Sarton (1884-1956), es el motivo central de este texto. Para el profesor Naranjo, el obje-tivo principal de Sarton fue establecer la historia de las ciencias como una disciplina autónoma y “desvirtuar el manido conflicto entre humanismo y ciencia” (p. 50). El documento inicia relatando la biografía de Sarton, los años de la Primera Guerra Mundial, su llegada a los Estados Unidos y sus experiencias en universidades y organizaciones académicas; a través de este relato su-braya cómo Sarton integra al científico y al historiador para lograr “un saber denso que interese tanto al uno como al otro” (p. 51).

En un segundo aparte describe las quince obras que consideró más importantes de Sarton, en relación con la historia de las ciencias, lo que constituye un significativo para difundir, con mayor amplitud, el aporte de sus autores en los sesenta y cuatro números que han visto la luz hasta ahora. Allí se pueden consultar las reseñas biográficas de los autores incluidos en todas las ediciones y se lleva un registro de visitas.

aporte clave al hacer la selección sobre este prolífico autor, quien, en palabras de Naranjo, publicó más de trescientos artículos en las tres revistas que fundó y dirigió: Isis, Osiris y Horus.

El tercer capítulo del artículo se denomina “El estatuto de la historia de la ciencia”. Aquí, Naranjo expresa su interés por la noción sartoniana del condicionamiento histórico de la ciencia y la tecnología, así como su dependencia de la civilización en la cual se establecen. Resalta en Sarton su reconocimiento universal de la ciencia, lejano de la noción occidental exclusiva y convencional, que no incluye a otras culturas. Alineado con Sarton, Naranjo deja ver su cuestionamiento por la especialización científica, en contravía de una comprensión holista del mundo; en cambio, subraya el método como el agente que otorga la cientificidad.

Con el título de “El nuevo humanismo”, el cuarto fragmento del artículo está enfocado en la premisa de que “el conflicto entre las facultades es soluble y catalizable” (p. 55) y que debe haber una integración entre ciencia, arte y religión. En este aparte, Naranjo saca a flote su capacidad de unificación soportada en la comprensión profunda del misterio del universo y plantea que el nuevo humanismo también es una filosofía política.

En el quinto capítulo, “La historia de las ciencias de la Antigüedad”, el profesor Naranjo afirma que el trabajo más importante de Sarton fue la reconstrucción de la historia de la ciencia antigua. Con breves comentarios, presenta el contenido capitular de los dos volúmenes de Sarton que conforman A History of Science y evidencia que son una “síntesis maravillosa que logra acerca del pensamiento antiguo, la simbiosis entre el filólogo y humanista y el científico e historiador” (p. 57).

En la conclusión, Naranjo enfatiza en que a través de los textos de Sarton se descubre la deuda que la his-toria de la ciencia tiene respecto al mundo islámico, se revela el verdadero talante del Medioevo respecto al conocimiento y se aclaran las raíces que el Rena-cimiento tuvo en la medievalidad. El autor propone a

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Sarton como un camino posible de redescubrimiento humanista de la ciencia para obtener un marco sólido de libertad y sabiduría, que permita construir un futuro pacífico, tolerante y alegre.

El profesor Nietzsche (publicado en la edición 50 de 2005, pp. 7-29)

En las páginas de este artículo, Jorge Alberto Naranjo describe algunos momentos del reconocido filósofo, poeta, músico y filólogo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900). El texto inicia con un análisis de las cartas que Nietzsche escribe a sus amigos Erwin Rohde y Carl von Gersdorff, a su madre Franziska y a su hermana Therese Elisabeth, cuando es nombrado profesor de filología en la Universidad de Basilea.En ellas, según Naranjo, se perciben sentimientos encontrados: sorpresa, alegría, enfriamiento, evaluación del mérito, temor, calma, serenidad, abnegación y consciencia del enorme trabajo.

Posteriormente, el texto analiza el discurso inaugural dado por Nietzsche el 2 de mayo de 1869 en Basilea, ti-tulado Homero y la filología clásica, y lo califica como la “Dialéctica de Nietzsche” (p. 11), una “fina y diplo-mática declaración de guerra” (p. 11) según la cual, la filología es historia, ciencia natural, estética, arte, ética y disciplina pedagógica. Afirma también Naranjo que en ese discurso Nietzsche resuelve la cuestión del valor y la del sentido de la filología.

Bajo el peculiar título del tercer capítulo, “Los años del camello”, Jorge Alberto describe, de manera deta-llada y erudita, el trabajo del filósofo como profesor universitario: sus clases, conferencias, lecturas, cursos, composiciones, textos, ensayos, libros y sus intempes-tivas entre 1869 y 1879. Establece el panorama temá-tico abordado por el alemán y sus principales intereses y preocupaciones intelectuales, en donde incluye la transición entre la filología y la filosofía, que describe como su verdadera vocación.

El artículo sintetiza, de manera asombrosa, el conoci-miento minucioso que su autor tenía del filósofo, de su vida, su obra, sus deseos, sus pasiones y conflictos. Aquí se asiste a una biografía comentada de gran valor en la que Naranjo deja ver su cercanía profunda con un pensador insigne de la cultura occidental.

J. A. Silva en la “Miscelánea”: entrevista con Don

Carlos Pérez (publicado en la edición 45 de 2002, pp. 95-98)

En los últimos años del siglo xix aparecieron en Me-dellín las primeras revistas ilustradas: La Miscelánea (1886-1914), El Repertorio, El Montañés y Lectura y Arte. Estas iniciaron una tradición editorial que impul-só las artes gráficas, la literatura y la cultura regional, y ayudaron a superar el provincianismo basado casi exclusivamente en los preceptos religiosos de la Iglesia católica y la política de carácter militar.

Aunque La Miscelánea, publicada por Juan José Molina, no la podían leer todos los medellinenses de entonces, porque solo la mitad de ellos eran alfabetos, “llegó a ser leída en España, Francia, Estados Unidos y algunos países latinoamericanos” (Toro, 2013, p. 1). En esta revista, el profesor Naranjo Mesa identificó ocho trabajos firmados bajo los seudónimos de J. L. Ríos y Julio Torres, entre 1887 y 1888, los cuales corresponden, de acuerdo con lo hallado por Naranjo, nada más y nada menos que al poeta colombiano José Asunción Silva (1865-1896),2 considerado uno de los más importantes precursores del modernismo hispanoamericano.

Jorge Alberto incluyó, dentro de este artículo, la trans-cripción de una entrevista al literato argentino Carlos Pérez, realizada por Silva y firmada con el seudónimo de José Luis Ríos, supuestamente escrita en Nueva York en marzo de 1888, e invitó a los investigadores a 2 En la biografía del poeta, publicada en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, se anota que en 1887 “comienza sus colaboraciones en La Miscelánea de Medellín. Aparece ahí, bajo el seudónimo José Luis Ríos” (“El autor: cronología”, s. f.).

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revisar otros números de La Miscelánea con el fin de identificar posibles textos adicionales de Silva que pre-cisaran el perfil del poeta, que él describe como “ironis-ta y burlón, enemigo despiadado de la grandilocuencia y las palabras altisonantes, crítico muy fino de nuestras malas costumbres literarias” (p. 96). La exhortación de Jorge Alberto sigue en pie, toda vez que esta faceta del poeta Silva falta aún por explorarse.

El humanismo de Pedro Nel Gómez (escrito en abril de 1999 y publicado en la edición 41 de 1999, pp. 7-12)

Cinco apartes conforman esta reflexión que el profesor Jorge hace sobre el maestro Pedro Nel Gómez (1899-1984), ingeniero, pintor, muralista y escultor antioque-ño, profesor de la Universidad Nacional de Colombia y fundador de su Facultad de Arquitectura.

En referencia al pensamiento y al legado del maestro, en el primer capítulo, “Un razonable escepticismo”, Naranjo alude a la búsqueda de una nueva actitud universal para “sacar a la humanidad de la postración y el envilecimiento” (p. 8). En la segunda parte, “El arte, esa religión”, propone el arte como posibilidad de refugio ante la inclemencia cultural contemporánea, entendiéndolo como una actividad esperanzadora, trascendental, metafísica y poética. En el tercer espacio del texto, “Del espíritu libre”, confirma la posibilidad liberadora del arte a pesar de sus detractores o des-tructores; de manera metafórica universaliza la eman- cipación producida por el artista a partir de ejemplos concretos de la obra de Pedro Nel. “Fe en la vida” se titula el cuarto aparte del documento, en el cual Naranjo exalta al maestro Gómez por su capacidad de sobreponerse a la decepción y al drama asumiendo una postura amorosa, solidaria y comprensiva, digna de imitarse. El último fragmento, “Homenaje al hombre”, muestra cómo la denuncia, la crítica y la presencia pública del arte del maestro Pedro Nel son un gesto de exaltación al ser “un pedazo de humanidad que quiere ascender a las estrellas” (p. 12).

El escrito finaliza con un bucle reflexivo de esperanza para la humanidad; Naranjo considera, como muchos en la actualidad, que el arte, y particularmente el de los artistas como Pedro Nel Gómez, ilumina la oscuridad por la que atraviesa la especie para abrir horizontes futuros de belleza, paz y armonía.

El dramaturgo Cervantes (publicado en la edición 39 de 1998, pp. 50-58)

El conocimiento profundo que el profesor Naranjo tenía del arte se reflejó en cada uno de sus actos, pensamientos y productos intelectuales; este artículo confirma, con certeza, esta sentencia aplicada en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) y particularmente en su dramaturgia ―arte de crear dramas, historias y comedias para ser puestas en escenas teatrales―. Bien conocida es la novelística de Cervantes,3 considerado el máximo exponente de la literatura española, pero las obras de teatro4 del complutense no lo son tanto y menos aún las poéticas. No obstante, Jorge Alberto presenta, en este texto, un análisis de los trabajos dramatúrgicos cervantistas y reconoce sus principales valores, para destacar los aportes más significativos del literato y poner en tela de juicio algunos aspectos y obras.

Para el fondo teórico, Naranjo se vale de los trabajos previos, entre otros, de José María Asensio (1829-1905), Américo Castro Quesada (1885-1972), Luis Astrana Marín (1889-1959), Francisco Ynduraín Her-nández (1910-1994) y Jean Canavaggio (1936-v.); aun-que advierte que falta “una visión de conjunto, com-prensiva y abarcadora” (p. 50). Basado entonces en su

3 Con un estilo renovado, las más reconocidas, entre otras, son: La Galatea (1585), El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), Novelas ejemplares (1613), El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615) y Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617).4 Entre las obras dramáticas de Cervantes figuran: El cerco de Numancia (1585), La conquista de Jerusalén por Godofre de Bullón (c. 1585), Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), Los baños de Argel (s. d.), El trato de Argel (1582), La gran sultana Doña Catalina de Oviedo (1615), El gallardo español (1615), La casa de los celos y selvas de Ardenia (1615), El laberinto de amor (s. d.), La entretenida (1615), Pedro de Urdemalas (1610-1615) y El rufián dichoso (1605-1615).

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propio análisis, muestra que Cervantes hizo “reformas básicas en la estructura del drama [… pero] no inven-ta nada” (p. 50). En efecto, el maestro Naranjo señala que Cervantes reduce, de manera sistemática, las jor-nadas utilizadas comúnmente en las obras de entonces y que corporiza figuras abstractas, ideas, conceptos y pensamientos con gran plasticidad, vida y profundidad psicológica, lo que convierte al espectador o lector en intérprete y objeto de los estímulos estéticos. Destaca, en particular, que “nadie elevó tan alto el arte expre-sivo ni el valor dramático” (p. 51) de los entremeses.5 Acorde con los biógrafos y cervantistas que estudió, Naranjo afirma que su teatro es experimental, proposi-tivo, con sus propias normas y distante de los estereoti-pos comunes para entonces. Finalizando el artículo, el autor evidencia que Miguel de Cervantes muestra “el lugar del drama en el espectáculo de la vida, la potencia de segundo grado que el arte pose respecto de la vida” (p. 58). Así, a lo largo de su escrito, el profesor Jorge logra mostrar que, efectivamente, Cervantes merece ser considerado un gran dramaturgo.

La vuelta del recluta (publicado en la edición 37 de 1997, pp. 90-95)

Montu fue el dios de la guerra en la mitología egipcia, Ares en la griega, Marte en la romana, Odín en la nórdica y en la germana, Huitzilopochtli en la azteca, Netón en la hispánica, Badb en la celta y Karttikeya en la hindú, para citar solo algunos. Dicha lista no es exhaustiva, pero permite verificar la universalidad de los conflictos entre grupos humanos, a lo que se suma su antigüedad, rastreable en el comienzo de muchas civilizaciones. Este, que es un comportamiento al parecer común a los homínidos, paradójicamente ha permitido avances significativos en la tecnología y la ciencia, pero la pérdida de vidas, recursos y cultura son inconmensurables y muy lamentables.

Muchos pensadores, filósofos, hombres de fe, estadistas

5 El entremés es una obra teatral cómica de un acto, escrita en verso o en prosa.

e intelectuales se han ocupado de la guerra. El profesor Jorge Alberto también lo hizo a su manera, publicando este artículo que hace alusión a un libro impreso en 1901 con el título de El recluta, que incluyó textos de Ricardo Olano, Julio Vives, José A. Gaviria, Luis del Corral, Alfonso Castro, José Montoya, Juanilla (seudónimo), Gonzalo Vidal y Tomás Carrasquilla, quienes respondieron a una convocatoria especial hecha por El Cascabel6 con la temática obligatoria de la vuelta del recluta después de la guerra, motivada por el curso de la Guerra de los Mil Días.7 Jorge Alberto hace pequeños comentarios sobre el cuento de cada escritor y una descripción crítica del retrato de un verdadero recluta que ilustra la carátula: un joven adolescente, quien para Naranjo sintetiza la cualidad básica de los relatos del libro.

El artículo constituye una bella manera de fijar postura sobre este flagelo humano a partir del análisis de los textos de otros autores locales. Subrayando y enfatizando la perspectiva crítica del autor, plenamente vigente en la realidad actual del país, caracterizada por el difícil intento de salir de una larga historia de guerras con infinidad de víctimas, huérfanos, viudas, locos, enfermos, discapacitados, mutilados, mendigos, fieles e infieles, y muertos, por supuesto, como los personajes que encuentran a su regreso los reclutas de los cuentos de la mencionada antología.

La vida creadora (escrito en noviembre de 1994 y publicado en la edición 34-35 de 1995, pp. 86-93)

La novela Tierra virgen, de Eduardo Zuleta Gaviria (1864-1937), sucede en su natal Remedios, Antioquia, en el siglo xix. Los personajes, a través de dieciséis capítulos, dejan ver la cotidianidad social y política de ese pequeño pueblo. El último, titulado “Fin de siglo (en Londres)”, dio pie a este artículo en el que el profesor Jorge Alberto comenta, en el escenario académico, dos 6 Periódico fundado y dirigido por Henrique Gaviria I., funcionó en Medellín entre 1899 y 1901. Publicó 297 números (Arango, 2006).7 Conflicto civil colombiano que tuvo lugar entre el 17 de octubre de 1899 y el 21 de noviembre de 1902, mil días exactos.

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posibles posturas frente al desarrollo del país: la del pesimismo y la del optimismo, encarnadas por sendos personajes en la novela; posturas activas aún hoy en la cotidianidad. Así, Simón Arenales maldice el país y sus gentes comparándolos con la Europa que visita en compañía de Pedrito Jácome, quien, en cambio, reconoce la pobreza y la riqueza colombiana como oportunidad y posibilidad. Según Naranjo, ambos per- sonajes antioqueños son prueba de lo que Arthur Schopenhauer (1788-1860) afirmaba: “al que no tiene, se le quitará” (p. 90).

Dice Naranjo que “cien años más tarde la novela del doctor Eduardo Zuleta conserva se fuerza argumental y ha ganado en alcances y hondura” (p. 89), pero además, manifiesta la opción de encontrar una visión constructiva y creadora en la vida a pesar de las carencias propias de la imperfección humana. La hermosa prosa del artículo no solo invita a la lectura de la novela, sino que es, sin duda, una enseñanza de vida.

Breve historia del soneto renacentista y barroco (publicado en la edición 31 de 1993, pp. 6-15)

El soneto es un poema lírico creado por los trovadores en el siglo xii, que técnicamente tiene unas condiciones formales de estructura, comentadas en el comienzo de este texto que trata de mostrar, como su título lo anuncia, una historia sintética de esta figura literaria durante los periodos del Renacimiento y el Barroco. Naranjo define al soneto como un pequeño son.

El trabajo, propiamente histórico, inicia mencionando algunos antecedentes, para luego designar al poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) como “el primer gran poeta que usó el soneto con criterios definidos acerca de sus virtudes expresivas” (p. 8), y cuenta que el también italiano Francesco Petrarca (1304-1374) dio comienzo, hacia 1327, a la colección de sonetos más importantes del Renacimiento. Describiendo los trabajos de estos sonetistas y su importancia contextual, afirma que “los poetas recibían encargo de hacerlos

cual los pintores retratos” (p. 8). También menciona los sonetos de Jacopo Sannazaro (1458-1530), los de Antonio Cammelli (1436-1502), los de Francesco Berni (1496-1535) e incluso los de Miguel Ángel (1475-1564), poco conocido por ello. En otra geografía hace referencia a los castellanos Marqués de Santillana (1398-1458), Juan Boscán (1487-1542), Garcilaso de la Vega (1498-1536) y Juan de Valdés (1509-1541), entre otros. También incluye latitudes e idiomas diferentes, como el caso inglés de sir Thomas Wyatt (1503-1542) y William Shakespeare (1564-1616), así como el del francés Joachim du Bellay (1522-1560), por mencionar algunos. Lo propio hace para el periodo Barroco, dentro del cual trata a Luis de Góngora (1561-1627), Lope de Vega (1562-1635), Miguel de Cervantes (1547-1616) y Francisco de Quevedo (1580-1645).

Lo más importante es que Naranjo no se limita a des-cribir cronológicamente el proceso histórico del fenó- meno, sino que hace un análisis crítico y comparativo de la forma y el fondo de la obra sonetista de los autores tratados para revelar sus valores dentro de las condiciones culturales de cada momento y lugar. Como ejemplo, vale transcribir un elocuente fragmento: “Garcilaso condujo el idioma a una existencia más plena y expresiva, más estable y duradera, […] uno asiste al levantarse de un mundo hasta entonces apenas entrevisto, verdaderamente ‘inaudito’” (p. 9).

El dominio del profesor Naranjo sobre el tema le permite plantear, tranquilamente, por ejemplo, que “en su rigor formal el soneto no admite errores, los saca a la luz, los amplifica, los ridiculiza […] y un soneto malo no es sino un sonsonete” (p. 11). Ya en la parte final del texto, a manera de conclusión, Jorge Alberto afirma que los sonetos de estos periodos históricos, además de otras formas poéticas, superan el mero interés estético y reflejan también reflexiones estructurales de su forma, propias de la actitud lógico racional renacentista, así como una actitud política en relación con el avance, la consolidación y la estabilidad idiomática. Finalmente, debe mencionarse que el artículo incluye la transcripción de algunos poemas,

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dos de ellos traducidos por el propio Jorge Alberto: “Vita nuova, xvi” de Dante, “Cancionero. Soneto xxxv” de Petrarca, uno sin título de Miguel Ángel, “Soneto xiii” de Garcilaso de la Vega, “Soneto xvi” de Shakespeare y “De la brevedad engañosa de la vida” de Luis de Góngora.

Las ideas estéticas de don Tomás (publicado en la edición 29-30 de 1992, pp. 56-72)

El concepto de estética se ha entendido de diferente manera a lo largo del tiempo; hoy se concibe como una respuesta comportamental y biológica frente a los estímulos de la realidad, que se perciben mediante la sensibilidad. La idea de estética como una cualidad de los objetos ya está superada y en la actualidad se refiere a un asunto relacional entre un sujeto perceptivo y un medio emisor de condiciones. Jorge Alberto lo tenía claro y así lo hace ver en este escrito, en el cual hace aflorar las apreciaciones estéticas de Tomás Carrasquilla (1858-1940), escritor que destacó el costumbrismo y la idiosincrasia antioqueña del siglo xix y comienzos del xx mediante su original expresión literaria.

Para el artículo, Naranjo se vale del análisis de las dos Homilías escritas en 1906, que le dan pie para identificar la crítica compartida con Carrasquilla sobre la atracción por lo exótico en el ambiente cultural local a comienzos del siglo xx, especialmente la influencia de las modas literarias francesas en el modernismo criollo. El primer tema de la homilía número uno versa sobre la moda, y Naranjo desvela, de los fragmentos transcritos en la Revista, ideas muy avanzadas para la época, como aquella de que la moda es un fenómeno dinámico asociado al devenir cultural. Así también, la misma homilía se ocupa de la terrible actitud de culto del egoísmo y la egolatría, particularmente entre algunos de los poetas y escritores del entonces. De manera similar, aparece en el documento el problema de la forma sin fondo, como medio de expresión del acto creativo. Pero tal vez una de las ideas más significativas surge cuando el autor afirma que para Carrasquilla el

verdadero arte es aquel que ilumina la oscuridad, que refleja la humanidad en toda su magnitud y que porta un valor de sinceridad como exigencia estética.

Debe destacarse que Naranjo mostró cómo Carrasquilla separaba la apreciación estética de la ética, “el arte del poeta de las vicisitudes del hombre” (p. 67) y enfatizó el hecho de que para don Tomás, “el criterio de la veracidad del sentimiento” (p. 68) es fundamental en el valor estético de una obra de creación. De hecho, en palabras de Carrasquilla, “la estética no es otra cosa que lo verdadero en lo bello” (p. 68); así, la belleza no es argumento de por sí, ella no es necesariamente lo bueno, ni lo verdadero, cosa ampliamente aceptada, aunque equivocada en algunas oportunidades. Naranjo subraya, en cambio, que “lo que persevera, lo que hace que perdure una obra, es la emoción que patentiza y que da a la forma su sinceridad y su justeza” (p. 69).

En la segunda homilía Carrasquilla amplía el asunto de la forma y Naranjo manifestó que para aquel, “la forma […] es solidaria con las armonías del corazón, es el vaciado del alma” (p. 71), y entendió que en la ética de Carrasquilla forma y contenido se fusionan y están determinadas por la resistencia que tiene el corazón a los engaños. También comentó que en esta segunda carta encuentra una de las más bellas páginas sobre la crítica a la fuga nostálgica hacia el pasado y lo lejano. Y en los últimos párrafos expresó que filosóficamente estas Homilías son la afirmación de la ontología sobre la metafísica.

Haciendo uso de su erudición, el profesor Jorge incluyó comentarios de suma pertinencia sobre posturas y obras de intelectuales como Michel de Montaigne (1533-1592), Immanuel Kant (1724-1804), Friedrich Schiller (1759-1805), Arthur Schopenhauer (1788-1860), Edgar Allan Poe (1809-1849), Stéphane Mallarmé (1842-1898), Friedrich Nietzsche (1844-1900), Marcel Schwob (1867-1905), Marguerite Yourcenar (1903-1987), Jean-Paul Sartre (1905-1980), Pierre Klossowski (1905-2001), Gilles Deleuze (1925-1995) e incluso Alberto Aguirre (1926-2012) ―dentro

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del contexto local―, perfectamente contextualizados y clarificadores.

Dos heroísmos (publicado en la edición 26 de 1989, pp. 48-57)

Dentro de la historia canónica, la Antigua Grecia ha sido considera la cuna de la cultura occidental por su influencia en la política, la justicia, el derecho, la literatura, la música, la poesía y las artes plásticas; su mitología engloba múltiples creaturas, dioses y héroes que personifican tragedias, costumbres, cultos, ritos y una cosmogonía rica y diversa. Esta mitología se registra en una extensa colección de relatos, poesías y cantos, y también aparece en frescos, mosaicos, esculturas, relieves y cerámicas. La Ilíada y la Odisea, poemas épicos atribuidos a Homero (c. viii a. de C.), son las fuentes literarias más antiguas conocidas y tienen por objeto central la guerra de Troya, en la cual interactúan dioses y hombres; esta guerra, junto con la de Tebas y la expedición argonáutica, constituyen los tres grandes sucesos de la denominada era heroica, que corresponde a la última fase mitológica griega. En la Ilíada se cuenta la disputa de Agamenón con Aquiles, considerado el mejor guerrero griego; por su parte, la Odisea narra los viajes de regreso de los líderes griegos luego del conflicto troyano, entre los cuales aparece Odiseo, o Ulises como también se le conoce. Estos últimos personajes son los protagonistas del artículo que el profesor escribió con el título “Dos heroísmos”.

En el primer acápite, que lleva el título de los dos héroes, se presentan las cualidades y características de cada uno para establecer las maneras complementarias de ser; así, Aquiles es considerado por el autor como el prototipo superficial griego, primario, transparente, magnífico, bello en los comienzos de sus gestas y propio de un heroísmo que se exterioriza, mientras que Odiseo es descrito como un héroe profundo, imborrable, bello en el final de sus proezas y cuyo carácter se interioriza. Afirma el profesor Jorge que Aquiles y Odiseo “son dos heroísmos, dos entonaciones diferentes de la música de

la existencia, dos ʻtiemposʼ de vivir la vida” (pp. 50-51).

El segundo fragmento del artículo es una interesante reflexión sobre el transcurso de la vida, del tiempo, del recorrido, del viaje y de la experiencia existencial. Su título, “La fuerza del deseo”, hace referencia a la actitud de Odiseo en su regreso a Grecia después de la guerra desde tierras tan lejanas. Naranjo enfatiza en el desprendimiento de los placeres, en el arte de la paciencia, en el de la negociación, en la superación de los miedos y las sombras interiores, en la prudencia necesaria y la buena memoria para lograr el retorno, habiendo disfrutado y experimentado los avatares del camino. Gracias al conocimiento de la mitología griega que tenía el autor, el hilo del discurso se hace amable y las lecciones del pasado lejano se traen al presente, para contextualizar los relatos que navegan entre la realidad experimentada y la imaginada.

Alegría en el trabajo (publicado en la edición 24-25 de 1988, pp. 102-103)

No deja de sorprender el trabajo de Jorge Alberto en la Revista de Extensión Cultural. Por diversas razones, cada uno de sus escritos abre galaxias infinitas, incluso en textos muy cortos, como este. En dos párrafos, con treinta líneas en total, invita a involucrar en la cotidianidad pedagógica la noción de la alegría del trabajo y su posibilidad liberadora, en contrapunto con la versión aterradora del trabajo como castigo, muy propia de la tradicional educación religiosa antioqueña, aferrada a un dualismo aberrante que distancia el placer del deber.

En este mensaje, el profesor Naranjo hace referencia específica al disfrute de la actividad creativa y men-ciona al escritor Tomás Carrasquilla (1858-1940), al poeta Baldomero Sanín Cano (1861-1957), al ingeniero Alejandro López Restrepo (1876-1940), al médico Manuel Uribe Ángel (1822-1904) y al economista Esteban Jaramillo (1874-1947), como personajes

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antioqueños insignes de la cultura local, que alcanzaron sus logros gracias a la entrega gozosa en su trabajo.

La melancolía de Durero, partes uno y dos (publicados en la edición 21 y 22 de 1986, pp. 50-59 y 6-16)

Alberto Durero (1471-1528), apodado Príncipe de los artistas, es el más reconocido del Renacimiento ale-mán, especialmente pos sus pinturas, dibujos y graba-dos, aunque también realizó varios escritos de teoría del arte.8 Su influencia se extendió hasta la pintura ba-rroca y fue ampliamente admirado en los Países Bajos y en Italia. Uno de sus grabados, de mayor contenido simbólico, es Melancolía, 1514, 24 × 18,8 cm, que ha dado lugar a muy diversas interpretaciones por su ri-queza compositiva y de contenidos. Sin duda, el gra-bado evidencia el interés de Durero por las clasifica-ciones médicas y filosóficas de su tiempo, entre ellas la teoría de los temperamentos, que distingue cuatro tipos humanos, según la predominancia de uno de los fluidos del cuerpo: flemático (flema), colérico (hiel o bilis amarilla), sanguíneo (sangre) y melancólico (bi-lis negra). A este último, considerado entonces como propio de los artistas y de los intelectuales, se asociaba Durero. Por ello, el grabado Melancolía y su carga sim-bólica son quizás el reflejo del autoconocimiento que el artista buscaba a través de su producción plástica.

Pues bien, Naranjo presenta este estudio sobre la me-lancolía inspirado en el grabado de Alberto Durero. Por la extensión, el documento se publicó en dos entregas, en la primera, compuesta por cuatro fragmentos, “La teoría medieval de los cuatro temperamentos”, “La me-lancolía popular y la melancolía médica”, “La afección de los lúcidos” y “Melancolía de artista”, se hace un recuento histórico del tema hasta el Renacimiento, para contextualizar el problema y su asociación con los ar-tistas. Allí, el profesor Jorge Alberto identifica algunos de los médicos, filósofos y pensadores que se inscribie-ron en la definición paulatina de la teoría temperamen-

8 Entre sus trabajos teóricos figuran dos tratados publicados: Los cuatro libros de la medida (1525) y Cuatro libros de la proporción humana (1528).

tal, y explica cómo, hacia el siglo xii, esta se relacionó directamente con una concepción teológica y moral, para luego concebirse en el Medioevo como una con-dición propia de la santidad y posteriormente asociarse al universo filosófico y a la poesía divina en el Rena-cimiento, e incluso se llega a establecer que “todos los hombres verdaderamente sobresalientes, ya sea hayan distinguido en la filosofía, en la política, en la poesía o en las artes, son melancólicos” (p. 53).9 Esta primera parte del artículo destaca además que Durero recibió una fuerte influencia del texto de Enrique Cornelio Agripa (1486-1535), De Occulta Philosophia,10 en el cual se consolidan las ideas de Marsilio Ficino (1433-1499) sobre el genio melancólico, que plantean que la melancolía conduce a un frenesí que lleva a la sabiduría y a la revelación y puede convertir a los hombres en di-vinos, creativos, filósofos, médicos, poetas o profetas.

Aunque Naranjo reconoce que el Renacimiento “trans-forma la ambivalencia propia del temperamento melan-cólico en algo que debe hacerse consciente […], trans-formó la noción de la melancolía hasta hacerla parecer un don divino […], convirtiendo a la melancolía en una búsqueda del conocimiento, y al dolor en la forja de pensamientos superiores” (pp. 54- 57), fue más allá y realizó un análisis crítico para considerar los límites de estas ideas, porque “su fondo, sus motivos, rara vez son conscientes [… y] los ritmos de actividad que la conciencia prescribe pueden quebrarse súbitamente por oleadas depresivas” (p. 58). Al final de la primera parte, Naranjo puntualiza que, de manera paralela con el siglo xvi, la melancolía de artista nació y produjo impactos culturales positivos; pero ya en el xvii se convirtió en una especie de filosofía oculta, estigmatizada, perse-guida y disuelta.

La segunda parte está compuesta por tres capítulos: “Evolución de la teoría de los cuatro temperamentos: de Ficino a Freud”, “La teoría freudiana de la melancolía” y “La melancolía de Durero”. De los dos primeros

9 Esta cita es retomada por Naranjo de Panofsky, en Vida y arte de Alberto Durero, quien la cita a su vez de Aristóteles, en Problemata Physica, xxxi. 10 Impreso en 1533 en Colonia, Alemania.

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Naranjo concluye lo que él mismo denomina “un esbozo apenas de la Historia de la Melancolía” (p. 14), aunque realmente es más profunda y completa que un simple esbozo. Al igual que en la primera parte, el autor se apoya en su extenso conocimiento histórico citando autores como René Descartes (1596-1650), Christiaan Huygens (1629-1695), Robert Hooke (1635-1703), Isaac Newton (1643-1727), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), Willi Aeppli (1894-1972) y Paul-Michel Focault (1926-1984), entre otros. De ese recorrido cabe destacar que la influencia que tuvo la visión racional y científica del siglo xvii en la teoría de los temperamentos, la asoció a los estudios sobre las propiedades mecánicas de los líquidos y cuestionó su validez formal y de contenido. Posteriormente, Naranjo afirma que en la segunda parte del siglo xviii y los comienzos del xix la teoría perdió casi por completo su importancia.

En el aparte freudiano de la teoría, Jorge Alberto subra-ya que para Freud la melancolía, como otros aspectos de la psicología humana, es producto de la libido y las dinámicas inconscientes. Incluso, califica la caracteri-zación de Freud como una forma canónica que mantie-ne su carácter saturnal y cercano a niveles intelectuales altos, pero que borra el mito de su genialidad.

El estudio concluye con una descripción del grabado de Durero a partir del análisis de Erwin Panofsky (1892-1968), que amplía gracias a una interpretación hermenéutica del concepto. De este fragmento, vale transcribir la idea de Naranjo, que “la historia de la melancolía es la historia de una pregunta, de una pregunta insistente que los hombres han hecho a una esfinge, a un extra-ser alado y sombrío cuya presencia los acosa desde las raíces mismas de la hominización” (p. 14). Entre las letras concluyentes, el autor hace una crítica a la postura freudiana y afirma que cada acto de conocimiento posee la inmanencia melancólica y su interés trascendental y metafísico; en tal sentido, ve en el ángel del grabado de Durero, y en las llaves que porta, la capacidad de abrir horizontes superiores.

Marx y Epicuro (publicado en la edición 16-17 de 1984, pp. 64-77)

Este artículo da cuenta del dominio de su autor sobre la historia de la ciencia y de la filosofía, así como del co-nocimiento de sus más representativos personajes. En él, Jorge Alberto habla con propiedad sobre las ideas, influencias y revisiones de unos autores a otros, de los presocráticos, de Demócrito (c. 460 - c. 370 a. de C.), Platón (c. 427- 347 a. de C.), Aristóteles (384-322 a. de C.), Tito Lucrecio Caro (99-55 a. de C.), Séneca (4 a. de C. - 65), Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de C.), Cayo Salustio Crispo (86-34 a. de C.), Gottfried Leibniz (1646-1716), Nicolas Poussin (1594-1665), Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), Friedrich Nietzsche (1844-1900), Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Serres (1930-2019), Clément Rosset (1939-2018), entre otros, y como su título lo promete, de Epi-curo (341-270 a. de C.) y de Karl Marx (1818-1883), personajes centrales del documento.

A través de su análisis de la tesis doctoral de Marx, Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro,11 el profesor Jorge Alberto hace un estudio de la filosofía, las ideas y conceptos, e incluso el estatuto de cientificidad de los postulados de Epicuro. Con argumentos serios formula su propia visión crítica sobre los fenómenos abordados por Epicuro y su lectura marxista. Esto se observa, tanto en el cuarto fragmento del artículo, que versa sobre la primera parte de la tesis de Marx, denominada “Diferencia general entre las dos filosofías”, como en el quinto, dedicado a la segunda parte de la tesis, titulada “Diferencia particular entre la física democrítea y la epicúrea”.

Entre las ideas del artículo de Naranjo cabe destacar la que lo inicia: “Después de Lucrecio, el primer filósofo que supo encontrar la coherencia propia de la filosofía 11 Escrita en 1841 y publicada póstumamente en 1902. Para Jorge Alberto Naranjo tiene “la misma pasión crítica, el mismo humor, la misma sobriedad analítica que El capital”, este último, el texto más conocido y ampliamente estudiado de Marx, cuyo título completo es El capital. Crítica de la economía política.

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de Epicuro fue Carlos Marx” (p. 64). Para el autor, Marx “supo mostrar la articulación coherente de la canónica, la física y la ética epicúreas” (p. 64). Así mismo, Naranjo resalta que “después de Marx […] Nietzsche volvió a encontrar en la filosofía de Epicuro una construcción superior del helenismo” (p. 64), e incluso afirma que “para Marx, la filosofía de Epicuro es el fin heroico, el hermoso fin de la filosofía griega” (p. 65). Otra idea a subrayar, por su plena vigencia y especial consideración para la Revista de Extensión Cultural, es la de que “a propósito de la distinción entre ciencias naturales y ciencias humanas [...] epicúreamente se trata de una misma ciencia, y de dimensiones plurales de existencia de las cosas de la naturaleza” (p. 66).

Vale aclarar que el objetivo de fondo de este artículo, expresado por el autor en el final concluyente, es rescatar la tesis de Marx como un documento que poco se ha estudiado y que, según el profesor Naranjo, debería ser usado más frecuentemente para la teoría y para la práctica.

El retorno de Dyonisos. Meditaciones sobre Artaud, partes uno, dos y tres (publicadas en la edición 2-3 de 1976, 4 de 1978 y 13-14 de 1982, pp. 89-98, 52-62 y 67-74)

El prolífico poeta, dramaturgo, escritor, actor y director escénico Antoine Marie Joseph Artaud (1896-1948) nació en Marsella y murió en París, en donde participó activamente de los prestigiosos círculos artísticos de la época, entre los que se deben destacar, para los efectos de este trabajo del profesor Naranjo, los surrealistas. Para el francés, la imaginación, los sueños y el inconsciente constituyen el sustrato de la realidad; por eso se acercó a lo esotérico desde la magia, la astrología, la numerología y el oráculo del Tarot, y además convivió, a sus cuarenta años, con los tarahumaras, pueblo nativo mexicano.12 A pesar de que pasó interno algunos años 12 Los tarahumaras son conocidos por sus cualidades atléticas como corredores de largas distancias; de hecho, su nombre endónimo, rarámuri, significa “el de los pies ligeros” o “corredores a pie”, y así lo hacen, descalzos,

en manicomios y estuvo medicado por mucho tiempo por sus afecciones de salud, Artaud es reconocido como uno de los principales literatos de la primera mitad del siglo xx.13

Este magnífico personaje es el motivo de la reflexión que Naranjo hace en tres entregas en la Revista de Extensión Cultural, y lo asocia, desde el título y en la prosa, con el dios olímpico de la mitología griega, Dioniso, dios de la locura ritual, del éxtasis, del vino y de la fertilidad, a quien modernamente se le considera como la fuente inspiradora de artistas y filósofos. Dioniso simboliza la polaridad complementaria a la razón lógica, a la condición intelectual humana y a lo que Naranjo denomina en el texto como el hombre teórico, un ser que vive una realidad unidimensional y que separa rotundamente el estado de naturaleza del estado de cultura. Esta visión es propia del proyecto moderno que aborda el mundo desde el pensamiento y su ordenamiento racional, y deja en un segundo plano la emotividad sensible y el símbolo.

Jorge Alberto inicia el escrito señalando que el mundo acude actualmente a un momento de giro cultural, a pesar de su negación, explicable por la ignorancia y por el culto desmedido a la razón. Para él, esta es una cultura moribunda que ha creado sus propios dioses, pero que ahora están dadas las circunstancias para que reaparezcan los verdaderos; de allí el “retorno de Dyonisos”. La tesis central de su documento es

en distintas competencias en las que participan y que ganan muchas veces superando a deportistas de todo el globo; además, son conocidos por el ritual terapéutico del peyote, un cactus que contiene mescalina, que se seca y se muele para convertirse en un espeso líquido que luego es consumido bajo la tutoría de un chamán, con el fin de entrar en contacto con el hikuli, el ser espiritual sentado al lado del Padre Sol y obtener sanación de patologías que afectan la razón, la intencionalidad, la pasión y la percepción.13 Su obra, publicada completa por la editorial Gallimard, en veintiocho tomos, acoge la mayoría de los géneros literarios, en donde se incluye la poesía, la dramaturgia, la novela y el ensayo. Ha sido reconocido como el creador del teatro de la crueldad y el padre del teatro moderno. Compartió espacios de su vida con André Bretón (escritor, poeta y artista plástico francés, fundador del surrealismo), Roger Vitrac (escritor, poeta y dramaturgo francés, dadaísta y surrealista), Federico Cantú (pintor, grabador, muralista y escultor mexicano), María Izquierdo (pintora mexicana, feminista y surrealista) y Luis Ortiz Monasterio (escultor mexicano). Sufrió diversas enfermedades como meningitis, neurosífilis, depresión y paranoia.

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que Artaud se opone a la ignorancia frente al vínculo con lo natural, en la cual esta cultura se empeña. Para argumentarla, el texto despliega elocuentemente las ideas del poeta, enfatizando que el pensamiento no puede separarse del cuerpo y que el principio de identidad está aferrado a la naturalidad humana, en la que habitan impulsos materiales, deseos y necesidades, dimensiones inconscientes, sensibilidad visceral.

Por eso, la tercera entrega del trabajo se centra en la experiencia que tuvo Artaud al convivir con los tarahumaras, donde se sometió a una curación cruel de abstinencia obligada de drogas que puso a prueba su entendimiento, su memoria y voluntad mediante el ritual del peyote. Así, desde los comienzos de la Revista, Jorge Alberto dejó ver su posición en relación con la escisión moderna entre razón y emoción, entre corazón y mente, e invitó a asumir una actitud cultural conciliadora e integradora para permitir que emerja una cultura rehumanizada, un “renacimiento de la metafísica como ciencia de lo trágico” (edición 2-3, p. 91).

El silencio del sabio (publicado en la edición 9-10 de 1980, pp. 119-121)

Como un homenaje y reconocimiento al profesor Jorge Mejía Ramírez, luego de su fallecimiento, Naranjo pu-blicó un texto corto de gran emotividad, compuesto por siete apuntes. El profesor Mejía perteneció a la presti-giosa Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia y en ella se le conocía como el Peludo. Mediante este texto, el autor desmitifica el aspecto ma-cabro de su colega y tocayo para describirlo física, ac-titudinal, académica y humanamente, identificando en él los rasgos de la sabiduría.

Lección de humildad la que dio Naranjo Mesa, porque entre académicos y científicos es poco común encontrar alguno que valore el trabajo y la personalidad de otros. Incluso, al final del artículo, el profesor Jorge Alberto propone bautizar un aula de la Facultad de Minas con

el nombre de Mejía. El Museo de Geociencias, también conocido como de Mineralogía, ubicado en el segundo piso del bloque M3, fue llamado con el nombre del insigne catedrático.

El señor de las matemáticas (escrito en abril de 1975 y publicado en la edición 1 de 1976, pp. 55-61)

En el primer número de la Revista de Extensión Cultural Jorge Alberto participó con este artículo, en el que hizo gala de su pasión por el universo de los números, dedicándolo al matemático y profesor Jorge Mejía Laverde. Naranjo, por entonces profesor del Departamento de Física de la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia, con apenas 26 años, mostró en este ensayo sus inquietudes epistemológicas sobre cuestionamientos pedagógicos alrededor de las matemáticas.

En efecto, el primer aparte del texto lo inicia afirmando que “las matemáticas, no son profundas; por el contrario, son pura superficie” (p. 55), y desarrolla sus palabras para establecer su concepción de la demostración, con su pasar y repasar para fundamentar la veracidad de los enunciados, en una especie de visión divina consecuente con la condición infinita del género del cuerpo matemático. De ello deviene el carácter divino de la comunicación matemática: es la divinidad la que habla a través de los matemáticos. De estas ideas se desprende entonces la noción de que el sujeto (el señor) de las matemáticas no es un individuo determinado, sino más bien un ente grupal.

Esta noción insustancial y colectiva que Naranjo denomina se, lo lleva al planteamiento de la segunda parte, que a diferencia de la primera tiene un título: “Nosotros los matemáticos. Nosotros los profesores”. Allí critica la postura aséptica de los profesores que confunden la racionalización con la objetividad y la ven excluyente de la imaginación. En cambio, propone una matemática adecuada a un uso social, impartida por profesores conscientes de la diferencia entre el espíritu

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científico y el docente, dos dimensiones integrables pero poco comunes en una misma persona. Para comprender y redondear el planteamiento de Jorge Alberto en este texto, cabe transcribir la penúltima frase: “El único que no miente, que no podría engañar, está muerto, es un fantasma de grupo, el Señor de las matemáticas; o bien, es un sujeto de enunciados” (p. 61). Qué mejor final para un documento, que a diferencia de lo que el autor planteó en su inicio, su objeto no es para nada superficial, sino que se afianza en las profundidades del conocimiento.

El aporte del profesor Naranjo

No sobra reafirmar la extensa y compleja visión que el profesor Jorge Alberto Naranjo brindó a los amigos de la Revista de Extensión Cultural. Su capacidad para profundizar en los temas de su interés y su basta eru-dición le permitieron desarrollar análisis amplios y ri-gurosos, incluyentes y complejos, pero, sobre todo, le concedieron la facultad de hacer aportes inéditos, con miradas creativas, que amplían la posibilidad interpre-tativa y retan al lector a establecer sus propias visiones, a seguir ahondando en posibles relaciones, deduccio-nes, explicaciones, inducciones y conclusiones. Los textos de Naranjo son documentos abiertos, no cierran ninguna temática, por el contrario, permiten discurrir universos completos, infinitos, inagotables, eternos, como la gratitud que la comunidad académica le debe.

Referencias

Arango, M. (2006). Publicaciones periódicas en An-tioquia 1814-1960. Del chibalete a la rotativa. Fondo Editorial Universidad EAFIT.

El autor: cronología (s. f.). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/portales/asuncion_silva/cronologia

Toro, D. (2013). La cotidianidad de la cultura. Medellín a granel en La Miscelánea (1886-1914). Agen-da Cultural. Universidad de Antioquia. http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/almamater/article/viewFile/16229/14075

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El melancólico, a diferencia del simplemente afligido, está en la peor situación, y el llamado de las sombras pesa en él más que la voz de la conciencia

Los dos abismos, el de la imbecilidad y el de la manía, deben vivirse e interpretarse como los dos extremos de la duda de sí y de la afirmación de sí

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Jorge Alberto:

amigo, colega, maestro, colaborador generoso

de un proyecto cultural universitario

Marta Elena Bravo de Hermelin

(Colombia, 1940-v.)

Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es-tudios de posgrado en Política y Gestión Cultural en Buenos Aires (Argen-tina), Londres (Reino Unido) y Caracas (Venezuela). Profesora Asociada y Honoraria de la Universidad Nacional de Colombia y Miembro de la Orden Gerardo Molina. Fue Directora de Cultura del Departamento de Antioquia, la primera Directora de la Revista de Extensión Cultural y luego codirectora con Álvaro Tirado Mejía y Luis Antonio Restrepo Arango. Integrante de va-rias juntas directivas y comités y asesora de instituciones culturales. Autora y editora de numerosos artículos, columnas, capítulos de libros y libros.

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Resumen

Este trabajo muestra el papel que el profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa jugó en el proyecto cultural de la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia, incluyendo la Revista de Extensión Cultural. Además, presenta una descripción de la dinámica académica vivida en los años en los cuales se gestaron la Dirección de

Extensión Cultural y la publicación de la Revista, cuando la vicerrectoría estaba en manos del reconocido ingeniero Darío Valencia Restrepo.

Palabras clave

Dirección de Extensión Cultural, Jorge Alberto Naranjo Mesa, Revista de Extensión Cultural, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.

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Ver la ciencia con la óptica del artista y el arte con la óptica de la vida

Nietzsche1

Conocí al recordado y admirado Jorge Alberto a prin-cipios de los años setenta, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana donde trabajamos como profesores. Tuvimos, a partir de la se-gunda mitad de la década, un mayor acercamiento en la Universidad Nacional, cuando se empezaba un nuevo proyecto cultural con la creación de la Dirección de Ex-tensión Cultural y de la Revista de Extensión Cultural de la Sede en Medellín, en tiempos de la vicerrectoría del ingeniero y humanista Darío Valencia Restrepo y la rectoría de Luis Carlos Pérez. Se proponía, entonces, una universidad más abierta al pensamiento crítico y a la sociedad, y con más clara vocación humanista. Sen-tí así ese acercamiento a este profesor, también como amigo, colega, maestro y colaborador generoso de un proyecto cultural en el contexto histórico de los años setenta, que representó un periodo rico y complejo en varias universidades y que muchas veces se tradujo en conflictos y luchas por reivindicaciones en la educa-ción superior y en la relación con los estudiantes. La constitución de la Dirección de Extensión Cultural en Medellín, por idea y gestión del vicerrector Darío Va-lencia Restrepo, ocurrió en ese tiempo. Desde sus inicios recibió un decidido apoyo de la ins-tancia más alta de la Sede y de la Dirección Académi-ca, que ayudó a convocar a un grupo muy valioso de profesores de arquitectura con su Departamento de Hu-manidades, así como a profesores de otras facultades que se constituyeron en una especie de colegiado, de un excelente nivel, que impulsó también su creación, y de algunos integrantes de unidades académicas admi-nistrativas que fueron, de la misma manera, esenciales en la transformación de la Universidad hacia una visión más integral en la formación y las relaciones de la cien-

1 Epígrafe de Jorge Alberto Naranjo Mesa (1976). “El señor de las matemáticas”. Revista de Extensión Cultural, (1), 55.

cia, la tecnología y la cultura, entre el estudiantado y los otros estamentos universitarios y de la Universidad con la sociedad.

Se conformaron, por ese tiempo, la carrera de Artes en la Facultad de Arquitectura, la Facultad de Ciencias Humanas, con tres unidades académicas: Historia, Hu-manidades y Economía. La Facultad de Ciencias fue otra de las creaciones, en el año 1976. Debo insistir en que fueron claves los aportes a la dirección de cultura de profesores de esas facultades, además de las ya exis-tentes: Minas, Agronomía y Arquitectura. Pienso que estos años de 1975 y 1976 fueron muy trascendentales para la Universidad Nacional de Colombia, en la Sede Medellín, por los cambios que experimentó y, sobre todo, por los nuevos horizontes que se abrieron para sólidas propuestas académicas.

En este contexto, y especialmente en relación con el proyecto cultural, se vinculó el profesor de la Facultad de Minas, Jorge Alberto Naranjo Mesa, quien se co-menzaba a destacar como una figura fundamental, no solo en esa Facultad, en donde hacía parte del Depar-tamento de Hidráulica, si no en la conformación de ese proyecto con la Dirección de Extensión Cultural y la Revista, y con la formación humanística y artística en la Universidad.

Jorge Alberto era un profesor con características muy especiales, pues se acercaba a varios campos, con su enseñanza en física y matemáticas, luego en el Depar-tamento de Hidráulica y en la difusión y enseñanza de la filosofía, la historia y las artes, especialmente la lite-ratura; así mismo, por su amplia cultura, que fue un in-terés constante que alimentó durante toda su existencia.

En 1976 se inicia la edición de la Revista de Extensión Cultural de la Sede, la cual se sigue publicando hasta ahora. La propuesta del vicerrector, Darío Valencia, y del director académico, Silvio Mejía, suscitó el entu-siasmo de la Dirección de Extensión Cultural y el apo-yo decidido de profesores como Álvaro Tirado Mejía, primer decano de la Facultad de Ciencias Humanas,

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Luis Antonio Restrepo y los escritores Manuel Mejía Vallejo y Darío Ruiz Gómez, además del decano de Ar-quitectura Héctor Jaime Wolff y del profesor y artista Hugo Zapata.

La publicación tuvo, desde sus principios, la cola-boración de Jorge Alberto, que se volvió un escritor frecuente para beneplácito de los que estuvimos vin-culados a ella, así como de sus lectores. La amplia y variada temática, que abordaba con profundidad y con una escritura rigurosa y bella, fue un aporte invaluable para esta.2

Al inicio del presente artículo creí pertinente retomar el epígrafe que Jorge Alberto consignó en su colaboración en el primer número: “El señor de las matemáticas”. Citaba a Nietzsche con ese concepto maravilloso de “ver la ciencia con la óptica del arte y el arte con la óptica de la vida”. Esta cita nos da cuenta de la postura epistemológica, estética y vital que a su vez asumió Jorge Alberto no solo en sus trabajos para la Revista, también en toda su rica y valiosa producción intelectual y vida académica.

Por lo demás, en la construcción de ese proyecto cultural de la Sede nutrió muchísimo ese trabajo, que fue muy apasionante y muy constante para la labor de Extensión Cultural de la Sede, con propuestas y participación en ciclos de conferencias así como en seminarios y otras actividades culturales. Apuntaba hacia el horizonte de una formación integral y, aún más, de una formación estética, de la sensibilidad articulada a la formación académica en la universidad y en la proyección y posición dialógica con la sociedad a la cual se debe una institución pública.

Este largo, generoso y enriquecedor aporte al proyecto cultural de la universidad lo llevó a cabo con intensi-dad, pasión y compromiso. El acervo intelectual que representa su rico legado, generado en la mayor par-

2 En la presente edición, el director de la Revista, profesor Juan David Chávez Giraldo, escribe sobre los aportes de Jorge Alberto a esta durante muchos años.

te en la Universidad Nacional, pero también en otras instituciones y publicaciones, se constituye, sin lugar a dudas, en una contribución muy significativa a la histo-ria cultural de la región y del país, y sigue propiciando un diálogo académico y cultural con sectores universi-tarios y con la comunidad en general.

Considero muy acertada la propuesta del Comité Edito-rial de esta revista de dedicarle este número al profesor y escritor Jorge Alberto Naranjo. Su voz, a través de la primera colaboración al invocar a Nietzsche, es una bella clave de lo que fue su trabajo que sonó y resuena aún como un bajo continuo, para usar metáforas de la música que tanto amó y que iluminó su pensamiento y su vida, propiciándose así una hermosa y profunda articulación entre ciencia, arte, filosofía e historia; en suma, sentido ético y estético que se tradujo en esa hue-lla pedagógica que es patrimonio ya consolidado en su palabra oral y escrita. Esa palabra que abrió y seguirá abriendo caminos, puesto que cuando se trabaja con pasión y dedicación permanecerá siempre en la institu-ción como patrimonio cultural y a la vez como invoca-ción para la búsqueda, construcción y divulgación del conocimiento, de la creación y, sobre todo, de sentido de la vida individual y colectiva.

Gratitud es el sentimiento que me embarga por la existencia y el legado de este profesor amigo, colega, maestro y colaborador generoso que enriqueció y enriquece la vida y la formación universitaria como proyecto cultural y como construcción responsable y sensible de “lo público”, “lo que a todos nos pertenece” y que por lo tanto debemos cuidar, puesto que se constituye en elemento esencial del alma de la nación.

Coda

“Travesía y lucha son procesos de socialización, de hu-manización y deberían ser los presupuestos del verda-dero acto creador, del que tiene valor humano positivo, del que trae consigo simientes de alegría a la vida so-cial, del que concreta un sueño colectivo”.3

3 Jorge Alberto Naranjo Mesa (2019). Las invenciones de mi alegría. Educación, escritura y lectura. Entrevistas. Editorial EAFIT.

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La dualidad placer-deber nos enceguece colectivamente, nos hace vivir sin mesura, entre hiatos de autoconciencia

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Sobre intuición en física:una conversación que nunca se dio

Román Eduardo Castañeda Sepúlveda

(Colombia, 1956-v.)

Físico y Magíster en Física de la Universidad de Antioquia. Doctor en Física de la Universidad Técnica de Berlín (Ale-mania). Profesor Titular de la Universidad Nacional de Co-lombia. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Acreedor de va-rios reconocimientos, menciones y distinciones. Autor de libro, semblanzas y numerosos artículos.

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Resumen y comentario de orientación

Conocí a Jorge Alberto Naranjo a fines de 1982, cuando me vincu-lé al Departamento (hoy Escuela) de Física de la Sede Medellín, de la Universidad Nacional de Colombia, donde él era profesor. Desde entonces me atrajo su convicción de que el saber, solo cuando es integral, puede convertirse en conocimiento. Una con-vicción, para algunos, salida de época, periódicamente retomada

y agotada en la Grecia clásica, en el Renacimiento, en el Siglo de las Luces y aho-ra simplemente derrotada por la complejidad desatada en el siglo xx; para otros, como él, justamente por eso, es vigente ahora y más que nunca necesaria. Es mi percepción personal de su actitud de poner en el crisol intelectual a las ciencias naturales al lado de las humanas y de la estética, buscando, cual alquimista, su síntesis en sabiduría.

Cuando regresé de mi doctorado en Alemania, Jorge Alberto se había trasladado a la Facultad de Minas y no tuvimos oportunidad de cercanía. Lo escuché hablar, en sus charlas y en sus textos, de sus aventuras por mares profundos, muchas veces borrascosos, de cuyos horizontes fluidos también he sentido el canto de sirena, y llegué a imaginarme haciendo parte de su tripulación. Pero no tuve la fortuna de acompañarlo en sus expediciones: definitivamente soy ser de tierra firme y fueron pocas las palabras que cruzamos en los puertos donde coincidimos. Sin embargo, confieso que he mantenido entre mis recuerdos personales la ficción de algunas conversaciones que quise con él, estimuladas por las crónicas de sus viajes intelectuales.

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Referiré el tema de una de ellas, como mi pequeña con-tribución a mantener vivo su recuerdo. Tengo la sensa-ción de que, al igual que para mí, el tema de esa con-versación ficticia fue una de las preguntas de esfinge a cuya atención dedicó parte importante de su tiempo, no solo porque fuera un aspecto fundamental del cultivo de nuestras actitudes personales como académicos y científicos, sino también porque es un elemento fun-dacional de la formación que impartimos a nuestros estudiantes. No expondré el tema como fruto de una investigación, porque no lo he abordado así, ni como una revisión de erudito, que no lo soy. Lo haré al modo de lo que quise: una conversación en la que intercam-biáramos reflexiones sobre la experiencia acumulada en nuestras varias décadas de profesores universita-rios. Reconozco, con honestidad y humildad, que lo que expresaré son las opiniones que alguna vez hubiera querido compartir con Jorge Alberto Naranjo, en una conversación que nunca se dio.

Palabras clave

Atenea, belleza, ciencias naturales, conocimiento, in-tuición, mito, física.

¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé;pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé

San Agustín de Hipona (354-430)

¿Es pertinente conversar sobre la intuición en

ciencias naturales?

Apreciado Jorge Alberto:

Sabemos bien que en el siglo xx las ciencias natura-les, en particular la física, sufrieron una transformación sin precedentes, incluso en comparación con etapas gloriosas de su desarrollo, como lo fueron la Escuela de Alejandría, la revolución científica del siglo xvii o

el llamado Siglo de las Luces. Nunca antes el conoci-miento científico tuvo poder efectivo para fundamentar un paradigma de bienestar social global como el que llamamos “la sociedad del conocimiento”. Incluso, el más moderno paradigma, “la sociedad del riesgo”, que los escenarios de crisis han puesto de presente en lo que va corrido del siglo xxi, se apoya (necesaria, y a veces desesperadamente) en el conocimiento científico, muy a pesar de las afirmaciones del actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en la cumbre de la ONU de sep-tiembre de 2019, y de las continuas desaprobaciones del presidente norteamericano Donald Trump, que tú mencionas. Más nos vale, particularmente para el bie-nestar de las generaciones de nuestros hijos y nietos, que las posturas de ese tipo de dirigentes no se con-viertan en tendencia globalizada dominante a lo largo del siglo.

Las sociedades se esfuerzan, en la medida de sus ca-pacidades y de su visión del mundo, por producir co-nocimiento científico o por acceder a él. Valoramos significativamente el rol del método en el desarrollo de esos esfuerzos, hasta el punto de considerar el método científico, esa particular organización de pensamiento lógico-matemático y experimentación, como la fuente única del conocimiento científico. No obstante, la his-toria de la ciencia señala rutas alternas, donde otras po-tencias o facultades del espíritu humano alcanzan roles protagónicos. Al fin y al cabo, la ciencia, al igual que el arte, la política, el deporte, e incluso la guerra, es un producto del ser humano integral, como apuntas.

Reconozco que me atraen especialmente las rutas en las que la intuición es fundamental, no solo por la fas-cinación con la que impregnan la historia, sino también por los horizontes que ofrecen a futuro. Alguna vez te escuché decir que la intuición es una facultad humana muy compleja cuyas facetas van desde lo coloquial y cotidiano del pálpito, la corazonada, el presentimiento, hasta lo puramente espiritual de las visiones beatíficas. No obstante, todas esas facetas tienen en común la ca-pacidad de comprensión sin necesidad de razonamien-to, la percepción de la evidencia o validez de la verdad.

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En efecto, como lo explica el Diccionario Etimológico (DEEL, 2020),1 la palabra intuición tiene raíz en el verbo intueri, del latín medieval, que significa mantener la vista fija, contemplar, ver con absoluta claridad. Este verbo, a su vez, está compuesto del prefijo in, que denota dirección hacia el interior, y la desinencia tueri, que justamente se refiere a la acción verbal de ver o contemplar, pero incluso velar y, en ese sentido, proteger. Ese significado de la desinencia se aplica en palabras como tutor y tutela. Así que su significado más básico, el de la palabra, se refiere a la facultad de transformar percepciones en experiencias interiores y, por tanto, a una característica puramente individual, pues el sujeto de intuición es el individuo.

Sin duda, este aspecto involucra con fuerza la estructura psicoemocional de las personas, lo que atrae la atención de diferentes escuelas de psicología. Las biografías de los científicos son a menudo prolijas en mostrar el sello que la estructura psicoemocional de cada uno pone en sus aportes al conocimiento. No obstante, quienes em-pleamos esos productos finales, ya establecidos y va-lidados por las comunidades científicas, prescindimos de esas peculiaridades y ni siquiera nos percatamos de ellas. La historia de Dmitri Mendeléyev es un ejem-plo elocuente. Con motivo de la conmemoración de los ciento cincuenta años de la Tabla Periódica de los Ele-mentos, el profesor Daniel Barragán, de la Escuela de Química de nuestra Sede, me comentó que la profunda intuición de Mendeléyev, motivada en su deseo de ha-cer un ordenamiento del conocimiento acumulado de la química con fines principalmente pedagógicos, lo llevó a construir esa tabla, identificando ciertas regularidades de los atributos químicos de los materiales que ya en el siglo xix estaban identificados como elementos quími-cos. Esas regularidades le señalaron sitios vacíos para elementos aún no descubiertos, que fueron reservados por él, y también lo llevaron a requerir la corrección de medidas de esos atributos que consideró erróneas 1 Internet ofrece varios diccionarios etimológicos en línea. Yo consulté este y el Etimológico de la Real Academia Española de la Lengua DIRAE. También consulté la etimología de la palabra caligrafía (p. 9): este término está conformado por tres raíces griegas: kallos (hermoso), graphein (escribir) e ia (cualidad), logrando su significado de arte de la bella escritura.

por no coincidir con los valores de sus regularidades (“Dmitri Mendeléyev”, 2020):2 “Falta un elemento en este sitio y, cuando sea encontrado, su peso atómico lo colocará antes del Titanio. El descubrir la laguna colo-cará los últimos elementos de la columna en los renglo-nes correctos; el Titanio corresponde con el Carbono y el Silicio”, afirmó refiriéndose al elemento que poste-riormente se bautizó como escandio, y también ubicó en la Tabla Periódica dos elementos desconocidos en su época, que llamó eka-alumino y eka-silicio, y descri-bió sus propiedades químicas. Estos elementos fueron descubiertos y bautizados como galio y germanio. Esa intuición descomunal de Mendeléyev no es evidente ni necesaria cuando usamos la Tabla Periódica en un aná-lisis químico.

Estamos de acuerdo, Jorge Alberto: ejemplos similares abundan en múltiples campos de las ciencias naturales, en los que conocimientos cruciales fueron motivados por momentos psicoemocionales peculiares que poten-ciaron la intuición de sus investigadores. Sin embargo, ese aspecto psicoemocional de la intuición no marca el uso que las comunidades científicas hacen del co-nocimiento científico que aportan los investigadores, a pesar de ser un elemento definitivo en su producción. Tengo la impresión de que este aspecto de la intuición es solo de interés para psicólogos y biógrafos.

No obstante, hay un aspecto de la intuición que sí es-tablece mojones y articulaciones importantes para la comprensión y el uso del conocimiento científico, que señala fuentes de impulso indispensables para sus avances; un aspecto que no gravita en lo psicoemocio-nal sino en lo intelectual. Conversar sobre este modo de la intuición es lo que quisiera hacer contigo a con-tinuación.

2 Además de esta reseña biográfica, también consulté la entrada “Tabla Periódica de Mendeléyev”. Las referencias en estas entradas incluyen varias biografías amplias de este sabio, que por una intriga de celos profesionales no recibió el merecido Premio Nobel. Sin embargo, es muy inspirador conversar al respecto con el profesor Daniel Barragán, quien disertó sobre la intuición de Mendeléyev en su charla conmemorativa de los ciento cincuenta años de la Tabla Periódica, “La sociedad del orden químico”, ofrecida en la Cátedra UN Saberes con Sabor, el 13 de septiembre de 2019.

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Pulchritudo splendor veritatis

Me alegra que propongas a Atenea como símbolo del tema, Jorge Alberto. Esa diosa del panteón olímpico de los griegos, que también conocemos como Palas Ate-nea y Atenea Partenos (Atenea la virgen), fue la protec-tora de Atenas, ciudad que le consagró el templo más prominente de la Acrópolis: el Partenón. Y me alegra porque Atenea es la diosa de la sabiduría, la estrate-gia, la civilización, las artes y la guerra, la justicia y la habilidad. Como dices, su mito narra que nació de la frente de Zeus, adulta y completamente armada, “y llamó al ancho cielo con su claro grito de guerra. Y Urano tembló al oírlo, y la Madre Gea” cantó Pínda-ro en sus Olímpicas (“Atenea”, 2020).3 Yo añadiría su inaccesibilidad al amor, el matrimonio, los consortes y los amantes, aún a pesar de haber participado en un cé-lebre concurso de belleza que motivó la Guerra de Tro-ya. ¿Crees que esa supuesta frialdad se hubiera debido a algún equilibrio entre lo masculino y lo femenino de su carácter? El caso es que en Atenea confluyen los ele-mentos que conforman nuestro cliché de la ciencia y los científicos: la racionalidad propia de haber nacido de la frente de Zeus, la frialdad emocional y el sentido de justicia necesarios para conocer y acatar el rigor de las leyes que rigen el conocimiento, que tienen el peso de leyes divinas, la disposición a la lucha con estra-tegia, tan afín a lo que llamamos método científico, y su grito de guerra, quizás anunciando su voluntad de saber y de aprehender, de dilucidar misterios y develar secretos, haciendo temblar las potencias del cosmos re-presentadas en los dioses del cielo y de la tierra.

A mi modo de ver, hay un aspecto particular de Atenea que no encaja bien en ese estereotipo: su hermoso cuerpo femenino que, aunque no se muestra seductor (siempre aparece vestida con ropajes que ocultan bien cualquier curva del cuerpo o de la pose) porque lo suyo es la convicción, no puede disimular la belleza que la puso al lado de Hera y de Afrodita, frente a la decisión que Paris reveló con aquella manzana de la discordia. 3 En esta entrada de Wikipedia se reseña esta cita de Píndaro, Olímpicas (vii. 35 ss.), que me evoca la expresión de la voluntad de conocer.

Y te sigo en el paso que propones, Jorge Alberto: cada dios tiene su encarnación mortal, de quien los aedos cantan sus proezas. Homero anuncia, al inicio de La ilíada, su canto a Aquiles, que encarna la ira de Ares: “La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, Maldita, que causó a los aqueos incontables dolores” (Homero, 2006, p. 1).

El canto de Sócrates, el Escolástico, que tú sugieres referido a una de las encarnaciones mortales de Atenea, es mucho menos terrible (Martínez, 2009):4

Había una mujer en Alejandría llamada Hipatia, hija del filósofo Teón, que tuvo tales logros en literatura y ciencia como para sobrepasar a todos los filósofos de su propio tiempo. Siguiendo la escuela de Platón y de Plotino, ella explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, algunos de los cuales venían de lejos para oír sus lecciones (p. 69).

Puedo imaginar la belleza de Hipatia, de quien no tenemos retrato de época sino la referencia a su poderoso intelecto. Hipatia, virgen sin consorte ni descendencia, maestra de la apatheia, ese estado filosófico que supone la liberación total de emociones y afectos, no solo desató la admiración de los neoplatónicos, sino también la furia de los cristianos de su natal Alejandría que terminaron asesinándola, en una de las desastrosas representaciones de la supuesta confrontación entre ciencia y fe. Tu cita lo expresa de manera elocuente, Jorge Alberto: el drama Hipatia y Cirilo, de Leconte de Lisle (Martínez, 2009), en el que ella responde a la sentencia que le dicta el patriarca alejandrino: “Tus dioses han quedado reducidos a polvo, a los pies de Cristo victorioso”, diciendo:

4 No es fácil conseguir literatura sobre Hipatia. Esta referencia es una biografía detallada. Se encuentran además algunas novelas históricas como la del astrofísico y divulgador científico Jean-Pierre Luminet, El incendio de Alejandría (Ediciones B, 2003), que presenta a Hipatia como protagonista de una interesante ficción; la de Pedro Gálvez, Hipatia, la mujer que amó la ciencia (Lumen, 2004), y la de José Calvo Poyato, El sueño de Hipatia (Plaza y Janes, 2009). Alejandro Amenábar estrenó, en 2009, su película Ágora, protagonizada por Rachel Weisz, que narra los últimos años de la vida de Hipatia.

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¡No lo creas, Cirilo! Viven en mi corazón, no como los ves, vestidos de formas perecederas, sujetos hasta en el cielo a las pasiones humanas, adorados por el vulgo y dignos de desdén, sino como los han visto espíritus sublimes: en el espacio estrellado que carece de moradas; fuerzas del universo, virtudes interiores, unión armoniosa de la tierra y el cielo que encanta al pensamiento, el oído y los ojos, y que ofrece su ideal accesible a los sabios, y a la belleza del alma esplendor visible ¡Tales son mis dioses! (p. 352).

Sin que perdamos de vista esta dimensión de la belleza, quiero llamarte la atención sobre otra más abstracta y etérea: la que se manifiesta en una sentencia de la Nobel de Literatura de 1996, Wislawa Szymborska (Bolondi y D’Amore, 2011):5

No tengo ninguna dificultad para imaginar una antología de los más bellos fragmentos de la poesía mundial, en la que también hubiera un lugar para el teorema de Pitágoras. En él hay […] una gracia que no a todos los poetas ha sido concedida (p. 63).

Apreciar el teorema de Pitágoras como un poema le pone un valor estético del mismo peso que su valor in-telectual: un hermoso cuerpo emanado de una frente lúcida; una gracia de validez atemporal y, por ello, de eterna madurez; una invocación que ha hecho temblar al cielo y la tierra porque ha abierto las puertas del co-nocimiento de las leyes de la naturaleza y del hacer de la tecnología. Una belleza que no me parece una con-secuencia revelada en el producto terminado, sino un ingrediente de su elaboración. El teorema de Pitágoras se me antoja una aparición, como dije, abstracta y eté-rea, de Palas Atenea.

Muy pertinente el proverbio latino que traes a colación, Jorge Alberto: Pulchritudo splendor veritatis (“La be-lleza es el resplandor de la verdad”), que citó el premio Nobel de Física Werner Heisenberg en su ensayo “La

5 Esta recopilación de biografías breves de matemáticos destacados, motivada en el grafiti “La matematica non serve a nulla”, escrito en un muro de la ciudad de Bolonia, reseña esta hermosa e inusual cita de un literato.

ciencia y lo bello” (Wilber, 2013).6 Es muy provocador y provocativo el mensaje de ese ensayo: lo que es cier-to es bello y es cierto porque es bello. Al igual que la sentencia de la señora Szymborska me parece que esa reflexión de Heisenberg pone la estética al mismo nivel de importancia frente al conocimiento que la lógica.

¿Por qué provocador y provocativo, me preguntas? Considero que la experiencia estética es profundamente individual y perceptiva. Como tú lo subrayas, su raíz griega originaria se refiere a la facultad de conocer a través de la piel sin recurrir a la lógica y, por lo tanto, una facultad que nos depara una cierta dimensión del placer y del dolor como mecanismo del acto de conocer. Pero no en el sentido que mencionas de promover la alegría como un valor espiritual, como se empeñó en hacerlo Demócrito de Abdera. El “filósofo sonriente”, padre del atomismo como bien sabemos, afirmó que “la risa torna sabio” (“Demócrito”, 2020)7 y enseñó que se deben afrontar los retos con alegría. Sin embargo, tengo la impresión de que esa postura atañe más bien a las actitudes frente a la vida y frente al conocimiento como parte de la vida que a la estética como ingrediente estructural de la intuición científica. Lo que te planteo va en otra dirección.

En el capítulo 9 de Il Saggiatore, Galileo escribió (1623):8

La filosofía está escrita en ese grandísimo libro [de la naturaleza] que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al universo), pero que no es posible entender si antes no se aprende la lengua, ni se conocen los caracteres con los que está escri-to. Este libro está escrito en lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras

6 El libro de Wilber es una interesante recopilación de ensayos místicos de físicos muy importantes del siglo xx, como Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Albert Einstein, James Jeans, Max Planck, Wolfgang Pauli y Arthur Eddington. Incluye “La ciencia y lo bello” de Heisenberg.7 Esta entrada de Wikipedia reseña la sentencia de Demócrito en Séneca, De Ira (ii. 10); Aelian, Varia Historia (iv. 20).8 Existe una traducción al inglés de Stillman Drake y Charles Donald O’Malley (1960). The Assayer [English trans. Il Saggiatore, in The Controversy on the Comets of 1618]. Universidad de Pensilvania.

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geométricas sin las cuales es imposible entender una sola palabra; sin ellos, es como girar vanamente en un oscuro laberinto (s. f.).

Esta sentencia amplía en mucho la parca inscripción que se dice que Platón puso en el frontispicio de la Academia hacia 388 a. C.: “No entre aquí quien no sepa geometría”, y tiene un aspecto que encuentro atractivo: la referencia a la lectura, una actividad de carácter individual así la hagamos en voz alta, y muy sensorial, siendo la vista el sentido primordial, pero también con la participación del tacto y aún del olfato. Para quienes, como tú, amamos los libros como objetos, la lectura comienza acunando el ejemplar a leer, sintiendo la textura de su pasta, las dimensiones de su formato, la calidad de su papel y de su tinta, disfrutando de la diagramación, del tipo de grafía y su disposición en la página. Alimentarse del contenido viene después de disfrutar del menú servido.

Pero la lectura no parece terminar ahí: la aspiración de muchos autores (y la naturaleza no parece sustraerse a ello) es que la lectura haga finalmente al libro, que el lector ponga en él lo que la lectura le inspira, de modo que esa experiencia siga el ciclo que percibió sir Arthur Stanley Eddington (1959): “the mind has but regained from nature that which the mind has put into nature [la mente, empero, recupera de la naturaleza aquello que la mente ha puesto en la naturaleza)]” (s. p.).

De la cita de Galileo evoco que ese asombro estético, ese placer por la lectura del libro del universo, devie-ne del conocimiento de la geometría, mientras que su ignorancia es una fuente de dolor, o al menos de dis-placer: el vano girar en un oscuro laberinto. Me gusta imaginar que Platón lo sabía y por eso exigió conocer la geometría para disfrutar ante todo del placer que ro-dea a la comprensión de la filosofía.

Tienes razón al advertir, Jorge Alberto, que no le damos valor estético a todo lo perceptual. En el libro III de sus Principia Mathematica Philosofiae Naturalis, sir Isaac Newton enunció las Regulae Philosophandi, reglas de

filosofía natural para avanzar en el conocimiento de la física (Newton, 2011):

No deben admitirse más causas de las cosas naturales que aquellas que sean verdaderas y suficientes para explicar sus fenómenos.

Por ello, en tanto que sea posible, hay que asignar las mismas causas a los efectos naturales del mismo género.

Han de considerarse cualidades de todos los cuerpos aquellas que no pueden aumentar ni disminuir y que afectan a todos los cuerpos sobre los cuales es posible hacer experimentos.

Las proposiciones obtenidas por inducción, a partir de los fenómenos, pese a las hipótesis contrarias, han de ser tenidas, en filosofía experimental, por verdaderas exacta o muy aproximadamente, hasta que aparezcan otros fenómenos que las hagan o más exactas o expuestas a excepciones (p. 615).

Al menos en la última regla, la participación de los sen-tidos no solo es evidente, sino fundamental. La expe-rimentación, que Newton consagra como única fuente confiable de certeza científica, se basa en la extensión y ampliación de los sentidos a través de instrumentos y aparatos. El manido concepto augmented reality (reali-dad aumentada o ampliada), enarbolado en los últimos años como una novedad de la realidad virtual, está, en mi opinión, mucho mejor realizado en los laboratorios de microscopía de alta resolución, en los observatorios de exoplanetas y de ondas de gravitación, en los labo-ratorios de láseres de attosegundos que permiten ver, paso a paso, la manera como un electrón se desprende de un átomo en un proceso de ionización, en los labora-torios que emplean pinzas ópticas, un dispositivo don-de la luz se usa como una mano para asir microbjetos y, simultáneamente, como ojo para ver el objeto que se ha atenazado, por citar pocos pero esplendorosos ejemplos. Sin embargo, esa extensión de los sentidos en la experimentación a la que se refiere Newton no es para la estética, sino para la lógica y está gobernada por las primeras reglas, de manera que, metódicamen-te, permita clasificar las causas y los efectos y separar

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lo que es genérico en todos los cuerpos de sus peculia-ridades individuales. No hay cabida, expresa ni tácita, para experiencias estéticas. ¿Crees que este papel que le da Newton a los sentidos es un reflejo de puritanismo inglés?

Atendiendo a tu petición de claridad, puntualizo enton-ces que la línea de reflexión que pretendo, y sobre la que quiero conversar, no es la de Newton sino la de Galileo, a la que Werner Heisenberg (1975)9 contribu-yó con esta cita:

“Al principio era la simetría”. Sin duda, lo anterior es más acertado que la tesis de Demócrito “al principio era la partícula”. Las partículas elementales encarnan las simetrías, son aquellas las representaciones más sencillas de estas, pero, no son más que una consecuencia de las simetrías (p. 293).

Sin duda, con la palabra simetría en esta cita Heisenberg se refiere a ciertos atributos de objetos matemáticos, ya sean cuerpos geométricos o funciones. No obstante, concuerdo contigo en que este uso de esa palabra no elimina su origen sensorial ni neutraliza su valor estético. En contextos amplios, la comprensión lógica de una simetría cede terreno, o al menos aparece muy mediada por el placer o displacer que nos pueda causar su percepción. Sin perder de vista este aspecto, quisiera resaltar una peculiaridad fascinante en la cita de Heisenberg: la palabra simetría no describe el estímulo de una reacción sensorial en un espectador, sino que nombra una fuerza de la naturaleza, una fuente de la realidad. Con esta cita de respaldo, el proverbio latino que estamos comentando adquiere un peso importante: efectivamente aquello que es cierto (porque es real) lo es porque es bello. Además, nos señala una ruta novedosa en esta conversación: la consonancia entre la simetría como facultad de la naturaleza y nuestra sensibilidad estética hacia ella nos permite acceder a la comprensión última de la realidad del cosmos, leer el libro del universo al que se refirió Galileo.9 Esta es otra recopilación de ensayos de Werner Heisenberg sobre diversos temas de filosofía, epistemología y anécdotas personales.

Entonces, mi síntesis hasta este momento de la con-versación es que, al parecer, la lógica estimulada por la estética despierta la intuición en ciencias, activa el sexto sentido de percepción de los científicos para ase-gurar la comprensión plena de su conocimiento. Debo subrayar que esa dimensión de la intuición no es de carácter psicoemocional, sino intelectual, lo que per-mite plasmarla explícitamente en el cuerpo del conoci-miento científico y socializarla en las comunidades que usufructúan ese conocimiento. Así que encuentro muy acertado que hayas propuesto a Atenea y su encarna-ción mortal en Hipatia como símbolos de este tema. Tal metáfora puede ser un cliché, pero es suficientemente elocuente para acercarnos a la noción de intuición que estamos indagando.

El ojo científico

Falta el órgano de ese sexto sentido de percepción cien-tífica, dices. ¡Cierto! No lo hemos nombrado. Para eso ayuda recordar el artículo que Albert Einstein, radica-do ya en Princeton, firmó con Borís Podolski y Nathan Rosen en 1935, haciendo una aguda crítica a la mecáni-ca cuántica. El párrafo inicial de ese artículo dice:

Any serious consideration of a physical theory must take into account the distinction between the objective reality, which is independent of any theory, and the physical concepts with which the theory operates. These concepts are intended to correspond with the objective reality, and by means of these concepts we picture this reality to ourselves. [Cualquier consideración seria de una teoría física tiene que tener en cuenta la distinción entre la realidad objetiva, que es independiente de cualquier teoría, y los conceptos con los cuales opera esta teoría. Tales conceptos deben corresponder con la realidad objetiva, y es por medio de ellos que construimos, para nosotros, una imagen de dicha realidad] (Eins-tein, Podolsky y Rosen, 1935, p. 777).10

10 En este artículo, bellamente escrito, los autores comienzan declarando su posición epistemológica en física y, desde esta postura, lanzan una de las críticas más agudas a la mecánica cuántica, conocida hoy como paradoja epr, por las iniciales de sus apellidos.

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He tomado la cita en su idioma original porque qui-ero llamarte la atención sobre el uso de la palabra pic-ture. Convencionalmente, es un sustantivo genérico para nombrar los objetos perceptibles por la vista y, en ese sentido, externos al observador: cuadros, fotos, panoramas… No obstante, Einstein utiliza esa palabra como un verbo de tipo reflexivo que describe la fac-ultad intelectual de aproximarnos a la realidad de los fenómenos físicos, a través de la sensación visual que se despierta cuando los relacionamos con los conceptos teóricos apropiados. En otras palabras, tenemos un ojo intelectual para intuir esa realidad.

Ciertamente, la elaboración de los conceptos científicos es cosa de la lógica. Este sentido intelectual es nuestro Hefestos, pero no el que forja rayos para Zeus, sino el que fabrica un ojo para la mente. ¿Por encargo de Atenea? Tu explicación me gusta más: el fuego que Prometeo robó del Olimpo para el hombre también prodiga la luz de esa intuición que nos permite ver las correspondencias entre los fenómenos y los conceptos teóricos. Y agrego, evocando a epr, que llamamos matemáticas al ojo sensible a esa luz, un término supuestamente acuñado por Pitágoras para nombrar a la lógica como facultad de aprehender, es decir, la facultad de hacernos un cuadro mental de tipo visual sobre la realidad. No es accidental que uno de los legados intelectuales más valiosos de los griegos haya sido la geometría. Es evidente que Heisenberg fue respetuoso de ese legado.

Concebir las matemáticas como un ojo para intuir la re-alidad es un novedoso punto al que nos ha llevado esta conversación. Usualmente, consideramos las mate-máticas como un arte gráfico muy riguroso para escri-bir, de forma abreviada y precisa, ideas y aspectos de la realidad que son muy complejos ¿Una caligrafía dices? (DEEL, 2020). Ese es un excelente término para nom-brar la escritura de funciones y ecuaciones, así como el desarrollo de modelos matemáticos: esto solo puede hacerse escribiendo. ¿Recuerdas que para celebrar el advenimiento del tercer milenio se convocó, en el año 2000, una votación mundial entre los físicos para esco-

ger la ecuación más hermosa de la física? Eso me trajo a la memoria los cuentos orientales sobre el poder sim-bólico de los ideogramas más hermosos, y también que los musulmanes reemplazaron su prohibición de íconos en las mezquitas por citas del Corán en las que des-pliegan, en todo su esplendor, la belleza de la caligrafía de su lengua. En el concurso de ecuaciones no ganó una, ganaron cuatro: las ecuaciones de Maxwell, que establecen las leyes de la electricidad y el magnetismo.

Pero también consideramos las matemáticas como una técnica para hacer cálculos, para asignar números que nos permiten hacer mediciones precisas de ciertos as-pectos de la realidad. Esta concepción es tan arraigada que el positivismo, tácito en las reglas de filosofía natu-ral de Newton, implica que solo aquello que puede ser medible por experimentación puede ser cierto. Confie-so que no comparto esta concepción, ¿y tú? Una última consideración convencional de las matemáticas, tal vez la más usual, es la de lenguaje, el más preciso quizá para referirnos a la realidad.

Como tú has subrayado muchas veces, cualquiera sea la noción sobre las matemáticas, la precisión aparece como su atributo distintivo, un atributo que nombra su esencia libre de ambigüedades, redundancias, incerti-dumbres y contradicciones internas. Sin embargo, en mi opinión, esas nociones, tan ampliamente difundidas y, por supuesto, ciertas, son ingenuas frente a la dimen-sión que estamos planteando, de ojo intelectual para percibir la realidad en sus detalles abstractos más deli-cados y, en ese sentido, de órgano para intuirla, dando cumplimiento al poético proverbio latino Pulchritudo splendor veritatis. En ese sentido, la cita del premio Nobel de Física Wolfgang Pauli que acabas de recor-dar, una de sus pocas declaraciones sobre su visión fi-losófica de la física, es aún más provocadora:

Al emerger de un centro interior, la psique parece moverse de manera extrovertida en los cuerpos del mundo, en los que hay algo automático que permite comprender todos los aconteceres, de modo que el espíritu influya en este mundo de los cuerpos tranqui-

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lamente y, con sus ideas, logre producir los cambios de este mundo (Heisenberg, 1974, p. 37).11

En esta noción de Pauli, ese término tan auténticamente griego, la psique, no se limita a nombrar un atributo del ser humano sino una especie de potencia que fl uye ha-cia los cuerpos, permitiéndonos su comprensión a tra-vés de algo automático. Intuyo, y me disculpo por usar en mi argumento el objeto mismo de nuestra conversa-ción, que tácitamente se refi ere a la intuición misma, ahora también como facultad de infl uir en el mundo de los cuerpos. A mi modo de ver, Pauli nos provoca más, al menos a mí, porque sugiere un nuevo rol para la intuición: no se trata solo de una capacidad perceptiva, sino también de una facultad activa. Y también intuyo, no tengo otra palabra para decirlo, que esa noción de Pauli se emparenta con la sentencia de Parménides de Elea, en el poema que escribió hace unos veinticinco siglos: “El pensamiento y el ser se refi eren a la misma cosa” (“Parménides de Elea”, 2020).12

Qué bueno, Jorge Alberto, que has mencionado a Eins-tein en esta síntesis intuitiva sobre la intuición, cuando afi rmó, en consonancia con Galileo, que “la Naturaleza es la realización de las ideas matemáticas más sencillas que cabe concebir”. En esa línea de refl exión, la hermo-sa cita de la señora Szymborska adquiere también un color inesperado: es cierto que el teorema de Pitágoras es un poema universal, y la gracia que hay en él, y que no a todos los poetas les ha sido concedida, se llama justamente Matemáticas. Sabemos bien que no tendría-mos Física sin ese ojo.

Quien tenga ojos, que vea

Lo que hemos conversado hasta ahora, Jorge Alberto, no es solo asunto de epistemología o fi losofía de la 11 Este libro es una recopilación de ensayos de Heisenberg sobre diversos temas, particularmente sobre su formación y desarrollo científi co, que incluye anécdotas de sus relaciones personales con físicos importantes de la época, como su mentor Niels Bohr y su amigo Wolfgang Pauli, de quien recoge esta cita.12 Esta entrada de Wikipedia dedica una parte extensa a discutir interpretaciones de los fragmentos del poema épico de Parménides, que han sobrevivido a lo largo del tiempo.

ciencia. Hay sufi cientes ejemplos de avances cruciales de la física que se realizaron a través del ejercicio de esa facultad de intuición intelectual, cuya percepción estética juega un rol crucial. Acepto tu propuesta de comenzar con la fi gura magnífi ca de James Clerk Maxwell, quien siguió el ojo de su intuición estética cuando sistematizó las leyes de la electrodinámica hacia 1865 (Maxwell, 1865).13 Al escribirlas, llegó a una conclusión que sugiere un único camino de síntesis: la falta de un término por comparación de grafías. En notación moderna, las grafías de las leyes que él apreció son:

Para nuestra conversación no son indispensables sus signifi cados físicos específi cos, sino la apreciación de sus diseños gráfi cos, de su caligrafía, y unas nociones muy básicas acerca de esos signos. Por

ejemplo, los signos ∇ ⋅ y ∇× representan operaciones matemáticas que se hacen, por igual, sobre los símbolos E , que representa la electricidad, y B , que representa al magnetismo, que son fenómenos físicos inmateriales. Los símbolos y representan las propiedades de la materia asociadas con la electricidad y el magnetismo, respectivamente. El símbolo t∂ ∂ también representa una operación matemática que se aplica solo al magnetismo. Es evidente, entonces, que esas leyes relacionan la electricidad y el magnetismo con propiedades específi cas de la materia, por supuesto

13 En este extenso y detallado artículo, Maxwell presentó su electrodinámica completa, incluyendo su predicción de la existencia de las ondas electro-magnéticas y su intuición de que la luz era una de esas ondas, “una on-dulación del mismo medio que produce la electricidad y el magnetismo”. Aunque empleó la grafía de las ecuaciones diferenciales y no la de los ope-radores diferenciales, que fue introducida posteriormente, su apreciación de las leyes del electromagnetismo fue exactamente la comentada en el texto.

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diferentes en tanto que los símbolos ∇ ⋅E y ∇×B lo son; pero es aceptable concluir que la relación de la materia con la electricidad y el magnetismo está

que permitieron la síntesis de las leyes del electromag-netismo no fueron sufi cientes para ver el grafo faltante. Y como tú anotas, un razonamiento matemático muy simple para nosotros, habituados al uso de ese ojo, pero físicamente riguroso, le develó la grafía buscada “ahí, al lado…” y corrigió la caligrafía de la ley correspon-diente:

¡Una ley natural que se completa por una intuición estética! Pero su visión intuitiva no terminó ahí: le mostró con plena nitidez otro objeto de la naturaleza, invisible para los experimentos de esa época: las ondas electromagnéticas, entre ellas la luz, como lo plasmó en su artículo. No obstante, Maxwell fue como Moisés, que avizoró la tierra prometida mientras moría. Esa tierra prometida, la del resultado experimental, fue pisada por primera vez ocho años después de su muerte. Heinrich Hertz siguió las instrucciones dictadas por el ojo matemático de Maxwell y construyó el dispositivo experimental que le permitió detectar las ondas electromagnéticas, tal y como Maxwell las percibiera con su ojo estético. Después de tantos años de conocer esta historia me sigue provocando una impresión profunda, Jorge Alberto.

Otro ejemplo atractivo, que involucra una ironía en su desenlace, es el de la Teoría de Difracción de Fresnel. Hacia 1650 el jesuita Francesco Grimaldi, también conocido como Grimaldo, realizó experimentos en los que observó un comportamiento peculiar de la luz, que denominó difracción. Registró sus observaciones en su único libro, Physico-Mathesis de Lumine, Coloribus et Iride (Físico-matemática de la luz, el color y la iridiscencia), publicado en 1665, dos años después de su muerte: “Lumen propagatur seu deffunditur non solum Directe, Refracte, ac Refl exe, sed etiam alio

Heisenberg la elevó a la categoría de potencia de la naturaleza. Esta referencia y el bello texto de mi profesor de física en la Universidad de Antioquia —Alonso Sepúlveda (2003). Estética y simetrías. Editorial Universidad de Antioquia—, complementan en mucho el panorama de su rol en física.

completa. Sin embargo, los símbolos ∇×E y t

∂∂B

relacionan a la electricidad y el magnetismo entre sí en una sola dirección, debido a la marcada diferencia

de las operaciones ∇× y t∂ ∂ : el símbolo ∇×E se refi ere a variaciones de la electricidad en el espacio, mientras que el símbolo

t

∂∂B se refi ere a variaciones del

magnetismo en el tiempo. Pero no aparece la grafía simétrica que relacione variaciones del magnetismo en el espacio con variaciones de la electricidad en el tiempo. Con la convicción de que la naturaleza es simétrica, Maxwell identifi có esa asimetría caligráfi ca como una restricción del signifi cado completo de las leyes.

Haces bien en advertir que no se trata solo de un asunto de caligrafía, Jorge Alberto, porque estamos hablando de leyes de la naturaleza y con seguridad Maxwell lo tuvo claro, porque fue un físico excepcional y para la época era director fundador del Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge. Aun así, se decidió por el atrevimiento de su intuición, un atrevimiento de gran calado porque no atendió las reglas de fi losofía natural de Newton, si tenemos en cuenta que las leyes del electromagnetismo son experimentales, es decir, son “proposiciones obtenidas por inducción de los fenómenos” y, por lo tanto, “deben ser miradas como exactas o aproximadamente verdaderas”. Peor aún, no siguió la ruta de solución del problema, señalada por esas reglas de fi losofía natural. En efecto, en lugar de buscar “otros fenómenos que hagan ver que están sujetas a excepciones”, es decir, en lugar de diseñar y realizar experimentos en su laboratorio para obtener por inducción la grafía faltante, decidió buscarla a través de razonamientos matemáticos.

Estoy de acuerdo con tu anotación, Jorge Alberto: Maxwell decidió completar una ley de la naturale-za a partir de su intuición estética (Lederman y Hill, 2006).14 Pudo haber considerado que los experimentos 14 La simetría es una noción muy arraigada en física, hasta el punto que

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quodam quarto modo, Diffracte [La luz propagada se difunde no solo de manera directa o por refracción y reflexión; existe incluso un cuarto modo: se difracta]” (Grimaldi, 1665, p. 1. Propositio I).

Una particularidad de ese comportamiento de la luz es la posibilidad de “producir oscuridad sumando luz”. Pero hubo que esperar hasta inicios del siglo xix para que esa posibilidad fuera convertida en resultado experimental inobjetable. Efectivamente, en un curioso y sencillo experimento que Thomas Young presentó ante la Royal Society of London, en 1801, produjo franjas oscuras al agregar luz sobre una superficie ya iluminada. Ese experimento no fue bien recibido en Inglaterra y eso motivó la convocatoria de la Academia de Ciencias de Francia a un concurso internacional, para “dirimir de una vez por todas la cuestión sobre la naturaleza de la luz”. Augustin-Jean Fresnel presentó una teoría matemática acorde con los experimentos de Grimaldi y Young, pero, sobre todo, basada en un principio intuitivo planteado en el siglo xvii por Christiaan Huygens (2005):

Al estudiar la dispersión de estas ondas [de luz], he-mos de considerar aún que toda partícula de materia por la cual avanza la onda, no solamente comunica su movimiento a la partícula siguiente, la cual está en la línea recta trazada desde el punto luminoso, sino que también confiere necesariamente movimiento a todas las otras que la tocan y que se oponen a su movimien-to. El resultado es que, alrededor de cada partícula aparece una onda, en cuyo centro estará la partícula (p. 20).

Tienes razón Jorge Alberto, la lógica de esta descrip-ción es rigurosa y se ajusta a observaciones de ondas mecánicas como las que se producen en la superficie de un líquido. Pero no es una proposición obtenida por inducción de un experimento óptico, sino una analogía con observaciones de ondas mecánicas, es decir, una metáfora, un recurso intuitivo y estético que tú cono-ces muy bien, porque eres un literato. De hecho, muy pocos científicos del siglo xvii pensaban que la luz pu-diera ser una onda. Tu anotación es precisa, Jorge Al-

berto: aparte de Huygens, René Descartes afirmó, en su Dioptrique (1637):15 “recordando la naturaleza que yo he atribuido a la luz, cuando dije que no es otra cosa que un cierto movimiento o una acción concebida en una materia muy sutil, la cual llena los poros de todos los cuerpos” (p. 9).

Descartes estaba convencido, por intuición racional, que la luz eran ondulaciones del éter. Agrego que, en esa época, solo Grimaldi parece haber realizado expe-rimentos donde se observaran resultados atribuibles a un comportamiento ondulatorio de la luz. Quizá por ello, tímidamente, anotó en su libro: “Saltem aliquando etiam undulatim [y a veces [la luz] incluso también on-dula]” (Grimaldo, 1665, p. 12. Propositio II).

Así que Fresnel solo contaba con intuiciones para fundamentar su teoría. Pero ¿acaso no son intuiciones aquello que llamamos principios, por ejemplo, el principio de inercia de Newton, el principio de menor distancia recorrida por la luz, planteado por Herón de Alejandría, en el siglo i, el principio de mínimo tiempo en el recorrido de la luz, establecido por Pierre de Fermat en el siglo xvii? Razonables, justificados, con capacidad de conducir a las leyes empíricas de la naturaleza a través de razonamientos lógico-matemáticos, pero, al fin y al cabo, intuiciones; eso sí, ajustadas a la descripción de la intuición intelectual y estética que estamos conversando.

Acertado tu apunte, Jorge Alberto: la intuición de Fres-nel fue sometida a prueba de fuego por el académico Siméon Poisson, quien señaló que la teoría de Fresnel conducía, según él, a predicciones contra natura: la aparición de un punto brillante en el centro de la som-bra que proyecta un cuerpo opaco al ser iluminado y la aparición de una mancha oscura en el centro de un pa-trón luminoso producido al iluminar un agujero. Te he escuchado decir que las discusiones con newtonianos se basan en criterios diferentes a las discusiones con cartesianos. Los newtonianos se inclinan por discutir

15 Este célebre ensayo de Descartes fue completado con otros, entre ellos el tratado de óptica que denominó La Dioptrique.

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sobre el conocimiento alrededor de resultados experi-mentales y mediciones que han realizado; en contraste, las discusiones de los cartesianos parecen gravitar al-rededor de la consistencia y generalidad de las teorías. No es que los primeros olviden la teoría, sino que su-peditan los alcances teóricos a los de los experimentos, mientras que los segundos no olvidan los experimen-tos, pero los usan como casos que soportan la genera-lidad de las teorías. Son actitudes diferentes, y el tema que nos tiene en este intercambio tan animado de ideas se corresponde más con el segundo tipo de actitud.

Efectivamente, como buen newtoniano, el miembro del jurado Poisson solo admitiría como evidencia de vali-dez de la teoría de Fresnel un resultado experimental que verificara lo que él había calificado de antinatu-ral. Las pruebas experimentales fueron presentadas en 1818 por Fresnel y el académico Francois Dominique Arago. La teoría de Fresnel fue galardonada como Mé-moire Couronné y el punto brillante en el centro de la sombra de un balín de perdigón iluminado pasó a la historia como el punto de Poisson, en un final con cier-ta ironía humorística. La intuición estética y matemá-tica, consagrada en lo que hoy llamamos Principio de Huygens-Fresnel, despertó, a lo largo del siglo xix, una conciencia sobre la naturaleza de la luz que no se había tenido antes y que llegó a su punto más alto con la in-tuición de Maxwell. La conocemos como concepción ondulatoria de la luz.

Estoy de acuerdo contigo, Jorge Alberto, en que la fí-sica desarrollada en los primeros treinta años del siglo

xx tiene ejemplos de intuiciones profundas, cuya com-prensión requiere considerar a los protagonistas a la par que a sus explicaciones. La física que se ha realizado posteriormente, en particular la dedicada al desarrollo de tecnología, es mucho más impersonal y basa su ejer-cicio en el grupo de investigación y en la inversión de recursos más que en el ejercicio de la intuición intelec-tual y estética. Además, hizo carrera el refrán anglosa-jón: “Shut up and calculate! [¡Cállate y calcula!]”.

Este comentario que hago, y que noto que consientes, no es una crítica sino más bien una confirmación del

poder de las intuiciones que caracterizaron ese primer tercio del siglo xx: esas intuiciones no se han agotado aún, casi un siglo después de haber sido formuladas, por lo que no ha sido necesario todavía intuir nuevas realidades.

Comentemos unas pocas, pero significativas intuicio-nes, que caracterizaron un distintivo de esa época: la formulación de postulados para abordar el reto de ex-plicar resultados de experimentos inexplicables desde el conocimiento establecido. Dices que es muy manido el ejemplo de la radiación del cuerpo negro y lo acepto. Pero me gusta hablar de él por un detalle: el miedo que pueden despertarnos nuestras intuiciones.

Es muy conocido que Max Planck postuló con el nom-bre de quantum de energía electromagnética lo que hoy conocemos como fotón, para poder obtener la expre-sión matemática que predice exactamente el espectro de radiación del cuerpo negro. También que él no re-conoció al quantum como un objeto físico que hiciera parte del fenómeno llamado radiación de cuerpo negro, sino como un objeto matemático necesario para obte-ner la función apropiada cuya escritura correspondiera con los datos experimentales reportados por Wilhelm Wien. Es decir, Planck optó por una intuición similar a la que siguió Maxwell, pero no se permitió llegar, como Maxwell, a las últimas consecuencias, plantean-do el quantum como un objeto físico.

A menudo se mira a las matemáticas como el universo maravilloso del conocimiento científico, como lo es el mundo de las hadas, los duendes y los elfos para la li-teratura, de suerte que buena parte de las matemáticas es mirada con la desconfianza que producen los espe-jismos y los temores que despiertan las apariciones: no todo lo que las matemáticas dicen es real o concreto. Al fin y al cabo, las matemáticas no dejan de ser una poéti-ca, en el sentido en que lo definiera el lingüista Tzvetan Todorov (Todorov y Ducrot, 1983),16 un lenguaje que 16 Varias son las funciones que caracterizan a los lenguajes y permiten clasificarlos. Los lenguajes de las ciencias naturales se caracterizan por una función referencial muy sólida, pues codifican fenómenos por fuera del lenguaje mismo. Pero los objetos matemáticos solo se refieren a otros objetos matemáticos, por lo que su función primordial es el de una poética.

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se refiere a sí mismo. Planck creyó haber visto un hada en el quantum. Acepto que me digas que soy injusta-mente irreverente, pero soy honesto con la sensación que me causa esa historia, que me evoca además la sen-tencia de un chamán de la comunidad yaqui, en un po-pular texto de los años setenta: “Un hombre con miedo no llega a ser un hombre de conocimiento” (Castaneda, 2012, s. p.).17

Más vale, como Wotan, el dios principal del panteón nórdico, entregar uno de los ojos por un sorbo de sa-biduría. Esa asimetría en la cara de Wotan sugiere in-teresantes implicaciones del camino del sabio: entien-do su cuenca vacía como la necesidad de la “mirada hacia el interior” del invidente, es decir, la intuición para guiar con el acierto del complemento reflexivo a la percepción del exterior del vidente. Pero Planck se decidió por la claridad que le daba conservar ambos ojos, y la claridad es el segundo enemigo del hombre de conocimiento. Está bien, Jorge Alberto, dejaré tran-quilo a Planck, sobre todo porque el más intuitivo de los físicos del siglo xx, Albert Einstein, acudió en su respaldo y dio el paso que Planck no quiso dar: mos-tró que el quantum era un objeto físico necesario para comprender cómo la luz era capaz de desprender elec-trones de un material iluminado, un fenómeno que lla-mamos efecto fotoeléctrico, tan cotidiano hoy en día en nuestro paisaje tecnológico de cámaras electrónicas, celdas solares y fotoceldas. En ciencia, particularmente en física, una visión intuitivo-matemática nunca es de-masiado maravillosa para ser solo poética.

Sin embargo, aunque la intuición de Einstein fue con-firmada por otros experimentos, como el efecto Comp-ton, no todos los científicos importantes la aceptaron de buena manera. Me impresiona, en particular, la forma como se refirió a ella Robert Millikan, en su diserta-ción de recepción del Premio Nobel de Física, dos años después de que Einstein hubiera recibido el suyo por la explicación del efecto fotoeléctrico: “el concepto de cuantos de luz localizados a partir del cual Einstein

17 Don Juan señaló cuatro enemigos secuenciales del hombre de conoci-miento: el miedo, la claridad, el poder y la vejez, en su orden.

consiguió su ecuación debe ser considerado aún como lejos de estar establecido”.

Me alegra que propongas que comentemos la intui-ción de simetría de la naturaleza, que llevó al prínci-pe Louis-Victor Pierre Raymond, séptimo duque de Broglie, a la visión de las ondas de materia, cuando no había evidencias ni teóricas ni experimentales de ello. Solo el indicio, bien establecido, de que la radiación electromagnética se comporta como las ondas y tam-bién como las partículas, dependiendo de la situación experimental, específica:

En conversaciones que frecuentemente sostenía con mi hermano [Maurice, físico experimentalista] siempre llegábamos a la conclusión de que los Rayos X se caracterizaban por ser corpúsculos y también ondas. Por ello, en el curso de verano de 1923, repentinamente concebí la idea de ampliar esta dualidad a las partículas materiales, especialmente a los electrones. Recordé que la teoría de Hamilton-Jacobi señalaba algo en esa dirección, ya que ella es aplicable a las partículas y, además, representa la óptica geométrica; por otra parte, en cuántica se obtienen los números cuánticos de los fenómenos, que raramente se encuentran en mecánica, pero ocurren frecuentemente en manifestaciones ondulatorias y en todos los problemas que se ocupan del movimiento de las ondas.

Así lo narró en una entrevista en 1963. Dos experi-mentos independientes y, a posteriori, uno accidental, y el otro siguiendo las instrucciones lógicas de su visión, la respaldaron sólidamente (Eisberg y Resnick, 1978).18 Con ello, a inicios de los años treinta del siglo xx se desarrolló un instrumento que nos permitió ver los objetos de la naturaleza a escala molecular: el microscopio electrónico. No obstante, la historia del príncipe es también irónica: su ojo intuitivo tuvo una cierta miopía, de modo que su visión no fue perfecta y, cuando se lo señalaron, no pudo corregirla. Así que

18 Esos experimentos fueron realizados en 1927, de manera separada, por Clinton Joseph Davisson, en Estados Unidos, y sir George Paget Thomson, en Inglaterra, quienes compartieron el Premio Nobel de Física de 1937 por sus resultados.

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poco después de recibir el Premio Nobel de Física de 1929 optó por silenciarse. Para muchos, ese silencio que, con pocas excepciones, mantuvo a lo largo de su vida, no fue prudencia, sino derrota. No obstante, Jorge Alberto, no estoy convencido de ese sentimiento de derrota, porque la fundación que financió con el premio y que le sobrevive instituyó como lema de su pantalla de entrada una cita de su obra Nouvelles Perspectives en Microphysique (De Broglie, 1956), con un indudable tinte de rebeldía:

L’histoire des Sciences montre que les progrès de la Science ont constamment été entravés par l’influence tyrannique de certaines conceptions que l’on avait fini pair considérer comme des dogmes. Pour cette raison, il convient de soumettre périodiquement à un examen très approfondi les principes que l’on a fini par admettre sans plus les discuter.

[La historia de la ciencia muestra que su progreso se ha visto constantemente obstaculizado por la influencia tiránica de ciertas concepciones que han llegado a ser consideradas como dogmas. Por esta razón, es conveniente someter a examen periódico y a profundidad los principios que hemos llegado a admitir sin discusión] (s. p.).

Permíteme referirme a dos últimas visiones intuitivo-estéticas espectaculares del ojo matemático, que han antecedido a la percepción experimental: el bosón de Higgs, que da masa a los cuerpos que nos rodean, y las ondas gravitacionales, que establecen las oscilaciones de una noción física compleja y difícil de aprehender: el espacio-tiempo. Hubo cuarenta años de distancia entre la deducción matemática que Peter Higgs hizo de su bosón y el registro experimental de su existencia en el laboratorio de colisiones de partículas elementales de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por su sigla en francés, Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire). Por fortuna, ese lapso de casi medio siglo no impidió que Higgs, en persona, fuera galardonado con el Premio Nobel de Física. En el caso de las ondas gravitacionales fue Einstein quien las intuyó en 1915; su detección ocurrió justo un siglo

después y a medio siglo de la muerte de Einstein, como resultado del experimento desarrollado por una empresa mundial de ciencia y tecnología, como se desprende de la lista de coautores y empresas de apoyo registrada en el artículo en que se reportó por primera vez su detección (Abott et al., 2016).19

Dices que no podemos dejar de comentar la actitud in-tuitiva de Niels Bohr para validar su visión del átomo como un microcosmos, un sistema planetario que existe en la escala de un ángstrom, es decir una diezmilloné-sima de milímetro. Tienes razón, Jorge Alberto, es im-portante considerar la rebeldía de Bohr. A pesar de que el concepto de átomo fue intuido por Demócrito hace alrededor de veinticinco siglos, el átomo como una rea-lidad científica tiene algo más de un siglo de existencia. Unos seis años después de descubrir experimentalmen-te el electrón, en 1897, Joseph John Thomson propuso un modelo de átomo para la materia, razonablemente ajustado a su observación de que los electrones eran partículas de masa muy pequeña, arrancadas de una placa metálica, que no perdía la distribución continua de su material, y los instrumentos no lograban discernir el cambio de su masa luego de la emisión de los elec-trones. Entonces, antes de la emisión, los electrones debían estar incrustados en la distribución continua y muchísimo mayor de masa de la placa metálica, que además debía tener carga eléctrica positiva para neu-tralizar la carga eléctrica negativa de los electrones, ya que las placas metálicas no tenían el comportamiento de los cuerpos eléctricamente cargados. Esta imagen visual dio lugar a una metáfora coloquial: un pastel de pasas donde la placa metálica era el pastel y los elec-trones eran las pasas. Por supuesto, un átomo era una fracción de ese pastel, que el mismo Thomson estimó del tamaño de un ángstrom; es decir, una minúscula miga con pasas y todo, que se conoce como el modelo atómico del pastel de pasas (Eisberg y Resnick, 1978).

Cierto, Jorge Alberto, los buenos estudiantes aventajan definitivamente a sus maestros. Y sé que no lo dices 19 El artículo lista algo más del millar de coautores, en tres páginas, y un par de cientos de empresas e instituciones colaboradoras, en dos páginas.

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con nostalgia, sino como una aspiración sincera que te-nemos los que hemos abordado la educación como la antorcha que Diógenes empleaba para buscar de día al hombre. Como dices, un aventajado discípulo de Thom-son, Ernest Rutherford, demostró experimentalmente que la carga eléctrica positiva del material de la placa no se distribuía continuamente en el volumen, sino que, por el contrario, debía estar concentrada en regiones mucho menores que un ángstrom, donde también debía estar contenida la masa en fracciones mucho mayores que la masa del electrón. Hoy conocemos esa fracción de masa y carga eléctrica con el nombre de protón y sabemos que su masa es alrededor de mil veces mayor que la masa de un electrón. Como dices, Jorge Alberto, la continuidad de la placa metálica es una apariencia, porque con nuestros sentidos no podemos advertir que, en su estructura fundamental, la placa metálica es efec-tivamente discontinua, con intersticios vacíos incluso mayores que los alojamientos de la masa. Peor aún, el átomo no podía ser un minipastel de pasas.

No obstante, no fue difícil plantear un modelo atómico alternativo que permitiera visualizar (según la idea de Einstein que ya comentamos) una estructura eléctrica-mente neutra, en la que las masas y las cargas eléctricas estuvieran concentradas en puntos, porque se apeló al modelo planetario conocido desde Newton, cuya ley natural, la de gravitación, tiene una forma matemática completamente similar a la ley por la que los cuerpos cargados se atraen y se repelen, descubierta experimen-talmente por un sabio de la época napoleónica, Char-les-Augustin de Coulomb. Como dices, Jorge Alberto, el protón, de mucha mayor masa que el electrón, se puso en el centro de ese minisistema y el electrón lo orbita, como lo hace un planeta alrededor de su estrella.

Aunque todo parezca finalmente ordenado, un proble-ma grave surgió: las leyes de la electrodinámica esta-blecen que una partícula cargada que se mueva en una trayectoria curvilínea, como una órbita, por ejemplo, tiene que emitir energía en forma de radiación electro-magnética. La consecuencia es fatal: al perder energía el electrón debe reducir la distancia que lo separa del protón, describiendo realmente una espiral de colapso

final con el protón. En otras palabras, un modelo pla-netario para el átomo no es estable y duraría muy poco, de suerte que no podríamos decir, como lo promulgó Demócrito, que todo ser del cosmos está edificado con esos átomos. ¿Qué ocurre en el caso de los planetas? Lo aclaraste acertadamente, Jorge Alberto: la gravitación depende de la masa del planeta y de su estrella, no hay cargas eléctricas involucradas; además, la gravitación conserva la energía de los planetas en su movimiento, de suerte que pueden orbitar sin colapsar contra la es-trella, aunque estén tan cerca como Mercurio del sol.

Bien sabemos, Jorge Alberto, que las leyes naturales son inexorables: no admiten excepciones ni exégesis. Y Bohr era consciente de ello porque fue uno de los físicos insignes del siglo xx. Por eso me impresiona la fortaleza de su intuición que lo hizo aferrarse al mo-delo atómico planetario frente a ese escenario adverso de experimentos que respaldaban la ley de emisión de radiación y los descubrimientos del electrón y del pro-tón. ¿Crees que se hubiera debido a la tradición danesa de la física, tan arraigada en la astronomía? Algunas veces te escuché comentar la profunda influencia del astrónomo Tycho Brahe en la tradición científica de su país, el mismo de Bohr. Sea como fuere, Bohr promul-gó osadamente cuatro postulados, entre los cuales está aquel que quiero comentar: “A pesar de que el electrón se acelera constantemente cuando se mueve en una de estas órbitas permitidas, no radia energía electromag-nética. Entonces, su energía total permanece constante” (Eisberg y Resnick, 1978, p. 130).

Esa intuición rebelde, que contraviene las reglas de la filosofía natural de Newton con una afirmación lacóni-ca, sin ninguna justificación, lo llevó, en 1913, a deri-var, a través de un simple y lógico procedimiento mate-mático, la misma fórmula con la que Johannes Rydberg perfeccionó la que había sintetizado Johann Balmer en 1885, para predecir las componentes de la luz emiti-da por una lámpara de hidrógeno conocidas como el espectro de emisión del hidrógeno: un átomo planeta-rio de un electrón que puede saltar de una órbita a otra daba lugar, de manera exacta, a ese espectro de emisión que ya se había registrado en el visible y se conocía

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como serie de Balmer, y también a otros espectros de luz no visible (en el infrarrojo y el ultravioleta) que fue-ron descubiertos experimentalmente al poco tiempo de ser predichos por la intuición de Bohr. ¡Una ley física establecida por postulados nacidos de un acto de rebel-día! Qué tan cerca nos hemos mantenido de Atenea: “y llamó al ancho cielo con su claro grito de guerra. Y Urano tembló al oírlo, y la Madre Gea...”. Y después de todo, ¿no es hermosa acaso la visión intuitiva de que lo que son las colosales galaxias lo son también los mi-núsculos átomos? ¿No son acaso las dunas que mueve el viento del inconmensurable Sahara pequeños granos de arena que ninguna mano puede apresar?

Y ¡abur! señor, ¡abur! Y hasta otra vista

Mi apreciado Jorge Alberto:

No se agota aquí la lista de ejemplos. Esperemos sí que sean suficientes para comprender el mensaje del pro-fundo valor de la intuición en ciencias, particularmente en física, hermosamente sintetizado en el proverbio la-tino Pulchritudo splendor veritatis, porque aquello que es cierto lo es porque es bello y una visión intuitivo-matemática en ciencias, como lo hemos mostrado en física, no es tan absolutamente maravillosa como para ser solo poética.

Y ¡abur Jorge Alberto! ¡Abur! Y hasta otra vista.

Referencias

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Atenea (2020). Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Atenea

Bolondi, G. y D’Amore, B. (2011). La matemática no sirve para nada. Provocaciones y respuestas para entender más. Ediciones B.

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Galilei, G. (1623). Il saggiatore. S. e.

Grimaldo, F. M. (1665). Physico-methesis de lumine. Coloribus et iride. Opus Posthumum.

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Lederman, L. y Hill, C. T. (2006). La simetría y la belleza del universo. Tusquets Editores.

Martínez, C. (2009). Hipatia. La Esfera de los Libros.

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Es duro mantener un orden cuando no hay un ordenador que lo motive

La sutileza puede lo que no logra la fortaleza

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Gonzalo Vidal Pacheco

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La partitura que se presenta a continuación corresponde a una edi-ción elaborada por el maestro Rodrigo Henao Arango, para ser incluida en el libro del doctor Luis Carlos Rodríguez Álvarez, Antología-Gonzalo Vidal, publicado en 1997 por la Secretaría de Educación y Cultura Municipal de Medellín (EDÚCAME). El do-cumento ha sido generosamente cedido por el médico Rodríguez

Álvarez y el siguiente párrafo es de su autoría:

Se trata de la romanza Crepuscular, realizada por el compositor Gonzalo Vidal Pa-checo (Popayán, 1863-Bogotá, 1946) sobre un poema del escritor Gabriel Latorre Jaramillo (Medellín, 1868-1935). La partitura, ilustrada con un hermoso dibujo del artista Francisco Antonio Cano Cardona (Yarumal, 1865-Bogotá, 1935), fue publicada en el año 1898 en el número 7 de la revista El Montañés (pp. 296-299) de Medellín, fundada por el propio Latorre, quien presidía la Junta Redactora.

El profesor Juan Camilo Escobar Villegas, en la sala 6 (“Pintar la música y la literatura”) de su exposición Pintar, publicar y civilizar. Las ciudades y las élites en las revistas de literatura, artes y ciencias: Medellín, 1850-1920, dice al respecto:

Medellín había reunido los artistas. En esta ocasión, un pintor llegado de Yarumal, un músico de Popayán y un escritor nacido en la propia ciudad. Un escenario de complicidad progresista y civilizadora: cantar, musicalizar, escribir y pintar la naturaleza, el entorno, los sentimientos del hombre fascinado ante el mundo, la elegancia de las posturas, el encanto de un nuevo día y la percepción de “La

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belleza”, esa diosa ideal e inmortal para los ojos decimonónicos. Francisco Antonio Cano, Gabriel Latorre (1868-1935) y Gonzalo Vidal se reúnen de nuevo en nombre del “patriotismo universal”, con el fin de plasmar y publicar sus artes y expandirlas no solo por el suelo de su patria, sino por el ámbito del planeta. Es el crepúsculo del siglo xix, los artistas sienten su llegada, pero las ideas, y sobre todo las mentalidades, siguen percibiendo las formas del naturalismo y el romanticismo del siglo agonizante, presentes en esta imagen.

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Se necesita honda sabiduría para alcanzar la propia oscuridad

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¡El maestro sigue enseñando!Jorge Alberto Naranjo Mesa

Carlos Alberto Palacio Tobón

(Colombia, 1971-v.)

Ingeniero Civil, Magíster en Ingeniería Civil de la Universidad de los An-des (Colombia) y Doctor en Ingeniería-Aprovechamiento de Recursos Hidráulicos de la Universidad Nacional de Colombia, Universidad Chris-tian Albrechts de Kiel (Alemania). Profesor Asociado de la Universidad de Antioquia. Autor de tres libros, dos capítulos y numerosos artículos.

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Resumen

Este artículo presenta un recuento de un maestro excepcional: Jorge Alberto Naranjo Mesa. Se pretende evidenciar, por medio de algunas anécdotas personales del autor, el impacto del maestro en sus estudiantes, de qué manera influyó en la vida de los que estuvieron cerca de él, a través de ellos y de su extensa obra escrita y su repercusión en la formación de las futuras generaciones de

estudiantes. Se hace especial énfasis en la reflexión y la discusión académica, en torno a problemas de la mecánica de fluidos y la hidrodinámica, y en la contribución hecha en este campo por el profesor Jorge Alberto en compañía del autor, a través de varios trabajos de investigación.

Palabras clave

Enseñanza de la mecánica de fluidos, formación de ingenieros, Jorge Alberto Naranjo Mesa, resaltos ondulares, turbulencia.

Para un bachiller de pueblo, de finales de la década de los ochenta, empezar en la universidad en Medellín era todo un desafío; más si era la primera vez que se iba a la ciudad. Ese fue mi caso: llegué cargado de ilusión pero también de miedo. Tenía una noción idealizada de la universidad; pensaba que allí iba a encontrar la posibilidad de responder todas aquellas preguntas que se me habían despertado

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en el colegio, que se abriría el mundo de la ciencia que apenas llegaba a mi pueblo (Jericó) en destellos fortuitos. Sin embargo, el primer semestre me puso los pies en la tierra y me di cuenta de que la cuestión era de sobrevivencia, tanto en la vida académica como, literalmente, en el día a día en Medellín, en plena guerra contra el “cartel de Medellín”.

Afortunadamente sobreviví al primer semestre y en el segundo encontré algo de lo que había soñado que era la universidad, en mi curso de Física I, con el profesor Miguel Monsalve. Este profesor me llenó ese vacío de una manera amable, sencilla y cargada de sabiduría. En su clase de Física me mostró la magia del universo y la conceptualización humana de él. Todo era lógico y armónico. La física, con su lenguaje la matemática, nos ayudaba a ver el universo en una dimensión no permitida para nuestros ojos. Pero los encuentros con Miguel Monsalve iban más allá de la clase.

En esos días estaba dando mucho de qué hablar el libro Historia del tiempo de Stephen W. Hawking, que yo había tenido la oportunidad de leer en mi pueblo, y quise que el profesor me lo explicara. Así que formamos un grupo de estudio, de reuniones semanales al inicio de la noche, una vez terminada la jornada del profesor. En ese maravilloso semestre, donde lo más esperado eran los encuentros de nuestro grupo de estudio, en los que los temas iban de la física a la literatura, alternando a Hawking con Hermann Hesse, empecé a sentirme de verdad en la universidad… Pero el semestre terminó y con él la asignatura de Física I.

Los momentos con el profesor Miguel Monsalve conti-nuaron, pero ya no era nuestro profesor de Física y a los otros profesores les faltaba algo que a él le sobraba: esa brujería para encantar a los estudiantes… En una oca-sión le conté al profesor de mi nostalgia y me contes-tó: “tranquilo, pronto estarás en la Facultad de Minas y te encontrarás con Jorge Alberto Naranjo. Ya verás al hombre que encontrarás: es un genio, un hombre de otra dimensión y un gran maestro”.

Figura 1. Día de mi grado de Ingeniero Civil. A la izquierda, Miguel Monsalve Gómez. Medellín, 22 de septiembre de 1994.

Llegué apurado al aula porque el bus que nos transportaba de la Sede del Volador a la Sede de Robledo se había demorado un poco. Era la primera semana del primer semestre académico de 1991 y mi quinto semestre de la carrera, por lo que no recordaba el nombre recomendado por Miguel Monsalve. Corrí a mi primera clase de Mecánica de Fluidos de la que no conocía al profesor. Cuando entré al aula él ya estaba allí, sentado en una silla ubicada en la esquina contraria a la puerta de entrada. Miraba con atención a cada estudiante que ingresaba, con una mirada dulce acompañada de una sonrisa. Su cabello y barba largos me dieron la impresión de que se trataba de un anciano, de un hombre de avanzada edad. Sin embargo, cuando el salón estuvo completamente lleno y comenzó a hablar descubrí en su voz, en el brillo de sus ojos y en sus movimientos, a un hombre de gran vitalidad y pasión.

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Empezó la clase con una hermosa narración de la relación del hombre con el agua, desde el neolítico hasta la Grecia clásica. Su erudición se hizo evidente: en unos instantes me sentí transportado por sus palabras a la antigüedad. Todo lo que decía me parecía tan interesante y me llenaba de una urgencia de leer y consultar sobre cada hombre sabio que mencionaba, de leerme cada libro que citaba… Me parecía atípico, algo extraño que muchas de las referencias que nos citaba como esenciales para seguir el curso no fueran libros técnicos, sino novelas y poesías. La primera clase me dejó una mezcla de sentimientos, mucha emoción por lo que me traía el semestre y, a la vez, el compromiso de estar a la altura de ese profesor, de no decepcionarlo. Pero ¿cómo hacerlo? Tenía el semestre más cargado de la carrera, estaba empezando todas las materias fundamentales de mi pregrado.

Al salir de clase e ir a la cafetería me encontré con un montículo de volantes puestos allí para ser tomados… Vi que era una especie de manifiesto en contra de la guerra en el Golfo Pérsico, una súplica por la conservación de un territorio patrimonio de la humanidad, un llamado para que se evitara la destrucción de la cuna de la cultura occidental… firmaba: Jorge Alberto Naranjo Mesa. No podía creer que fuera el mismo profesor de Mecánica de Fluidos. Definitivamente, se salía del modelo de todos los profesores que había conocido hasta el momento.

Cada clase de Mecánica de Fluidos se convirtió para mí en un desafío. La cantidad de información hilada magistralmente en las palabras de Jorge Alberto, alre-dedor de la física de los fluidos, era una experiencia única. Me sentía un discípulo afortunado al escuchar en persona el conocimiento en la voz cautivadora de un genio. Esas clases me mostraron el camino que quería seguir en mi vida: el estudio de la naturaleza, en parti-cular de la física del agua y de su papel de cincel en la escultura de nuestro planeta.

Descubrí que podía tomar un atajo para navegar en el océano infinito del conocimiento sin perderme: adoptar

como brújula, como faro guía a mi profesor. Entonces, me convertí en su discípulo. No había clase, seminario, foro, conferencia o charla que él ofreciera en la que yo no estuviera en primera fila: “Historia de la ciencia: del Neolítico a la Edad Moderna”, “Epicuro”, “La razón áurea”, “Las ecuaciones de Navier-Stokes”, “Los tra-bajos experimentales de Galileo Galilei”, “La música del agua”, “La culinaria de Leonardo da Vinci”, “La melancolía: Durero, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Juan Rulfo”, “El Quijote de la Mancha”, “Matemática y poesía”, “Literatura temprana antioqueña”, “Nietzs-che y Carrasquilla”, “Carrasquilla y Silva”, “La impo-sible comunidad: Georges Bataille”, “Deleuze” fueron algunos de los temas en los que navegué con él.

En una oportunidad, al salir de clase, se me arrimó y me dijo: “Carlos, te tengo una propuesta, ¿por qué no empezamos con tu proyecto de grado?”. Me sorprendí mucho, apenas estaba cursando el quinto semestre, pero mi respuesta fue inmediata: “claro que sí profesor, muchas gracias por proponérmelo”. Me dijo: “la teoría de ondas que se maneja en nuestros medios de ingenieros hidráulicos está en varios sentidos subdesarrollada, en un nivel semiempírico bastante desalentador. Debemos buscar cómo suplir la necesidad de una aproximación analítica más precisa a las ondas en líquidos a superficie libre”. Me dijo que me podía llevar unas notas que había escrito hacía un par de años sobre “Ondas en superficies líquidas”, que aún estaban inéditas. Que lo escrito en esas notas, en buena parte, era conocido ya por los buenos hidrodinámicos del siglo pasado. Me llevé el cuaderno de notas y además me sugirió prestar en la biblioteca los libros Hydrodynamics de Horace Lamb y Boundary Layer Theory de Hermann Schlichting. Me asusté al darme cuenta de que eran libros en inglés y mi conocimiento de dicha lengua era cercano a ninguno.

Antes de emprender la tarea de vacaciones, sugerida por el profesor, me dirigí a la sede del Volador a con-versar sobre el tema con el profesor Miguel Monsalve, quien me recomendó que antes de asumir la lectura de los libros de Lamb y Schlichting estudiara un poco el capítulo de ondas en el agua del libro Waves, Physics

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Course, vol. 3, de la Universidad de Berkeley, y me prestó su ejemplar personal para que lo llevara conmi-go.

En mis vacaciones en Jericó seguí la recomendación del profesor Miguel Monsalve y luego, al estudiar el material recomendado por el profesor Jorge Alberto, me di cuenta de que la dificultad para comprender los libros de Lamb y de Schlichting no radicaba en el idioma sino en su alta complejidad. Pero también que las notas escritas por Jorge Alberto retomaban la teoría de estos dos grandes hidrodinámicos y la ponía a un nivel más cercano sin quitar nada, al contrario, agregando párrafos o incluso páginas con demostraciones que eran asumidas por los autores originales como obvias, pero que para un lector iniciado apenas en el tema casi imposibles de entender.

A partir de esa fecha mi relación con el profesor Jorge Alberto se intensificó. Empecé a reunirme con él en su casa, inicialmente una vez a la semana y luego dos o tres. Allá conocí a Marina y a sus hijas, quienes se familiarizaron con mi presencia y tomaron confianza para jugar o conversar conmigo. Eran jornadas de estudio intensas donde quedaban muchas tareas para ambos. En las pausas tenía la dicha de hablar con Jorge Alberto de literatura, desde el Fausto de Goethe y luego una a una de las obras de este genio alemán. También tuve la fortuna de escuchar reflexiones e historias alrededor de su novela Los caminos del corazón, que había publicado ese mismo año, así como de su proyecto de escribir una novela sobre la Facultad de Minas, para el cual se preparaba leyendo mucho a Tomás Carrasquilla, a Charles Dickens y a otros autores clásicos de la literatura universal, maestros en pintar el alma de los niños y los adolescentes. Proyecto que daría sus frutos en su novela La estrella de cinco picos publicada unos años después, en 1995.

Con el trabajo realizado en esos años pudimos mostrar que, a pesar de los muchos experimentos reportados y de la precisión de las ecuaciones para resaltos hidráuli-cos con alto número de Froude, la teoría clásica del re-

salto hidráulico contiene una brecha de incertidumbre para los resaltos con bajo número de Froude, denomi-nados resaltos ondulares. Midiendo un buen número de resaltos ondulares dejamos en claro que la teoría de on-das cnoidales era realmente una buena teoría para com-prender el perfil del tren de ondas de un resalto ondular. Dedujimos relaciones empíricas entre las condiciones iniciales y precedentes en resaltos ondulares (con va-riación del número de Froude medido aguas arriba, entre 1,87 y 2,48). Además, hicimos una clasificación del fenómeno observado, teniendo en cuenta la forma de la variación de los niveles máximos y mínimos de la superficie del agua con el avance del tren ondular. Por otro lado, se complementó la teoría hidráulica tra-dicional, en la que el resalto hidráulico no disipa el momento lineal sino solamente energía, lo cual no se cumple en los resaltos ondulares, donde ambas magni-tudes, momento y energía, cambian significativamente. En efecto, mostramos que la altura secuente real es una fracción de la prevista por la hidráulica tradicional y demostramos que un resalto ondular disipa más energía que uno que no ondule y se desarrolle a igual número de Froude.

El hermoso trabajo de Jorge Alberto sobre Ondas en superficies líquidas, escrito en 1989, permaneció inédito por décadas, a pesar de mi insistencia en muchas oportunidades sobre la importancia de esta publicación. Finalmente, la versión enriquecida con los resultados de las investigaciones experimentales, realizadas por el autor con varios de sus estudiantes, entre ellos los resultados que encontramos en nuestro trabajo, fue editada y publicada en agosto de 2018.

Durante mi Maestría en Hidráulica, en la Universidad de los Andes, Jorge Alberto continuaba siendo mi asesor permanente y consejero. Varias veces viajé de Bogotá a Medellín, exclusivamente, para reunirme con él y discutir sobre los resultados experimentales de mi investigación. Cuando terminé, el profesor Mauricio Toro me contactó, por sugerencia de Jorge Alberto, para ofrecerme la posibilidad de realizar un doctorado bajo su tutoría, con el acompañamiento de Jorge Alberto.

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Fue así que en el primer semestre académico de 1998 empecé mis estudios de Doctorado en Ingeniería en la Facultad de Minas y dediqué los dos primeros semestres al estudio de la Teoría de la Turbulencia con Jorge Alberto.

En este nivel la metodología de trabajo con Jorge fue muy diferente a la seguida en el pregrado: nos pusimos hombro con hombro a explorar el estado del arte de la Teoría de la Turbulencia; las referencias trabajadas eran un reto para ambos. A veces pasaban semanas enteras en que no podíamos avanzar una página, pero

luego, de un momento a otro, recibía una llamada de Jorge Alberto que me decía: “Muchacho, ya sé cómo se resuelve, descubrí el truquito”. Y nuevamente me sorprendía la genialidad de Jorge: ¿cómo podía habérsele ocurrido eso? Y así avanzábamos semanas fl uidas sin interrupción, disfrutando del nuevo conocimiento, tratando de domesticar la turbulencia, pero sin perderle en ningún momento el respeto al tema. De cada aprendizaje nacía una nueva pregunta ante la que nos atrevíamos a postular nuestras propias hipótesis.

Figura 2. Día de mi grado de Ingeniero Civil. En el centro Jorge Alberto Naranjo Mesa y a la derecha José Javier Jaramillo Monsalve. Medellín, 22 de septiembre de 1994.

Figura 3. Portada del libro Ondas en superfi cies líquidas de Jorge Alberto Naranjo Mesa, publicado en Medellín por Léanlo Editores.

De allí surgió nuestro trabajo “La Turbulencia 2-D: ¿Una incoherencia analítica?” presentado en el XIV Seminario Nacional de Hidráulica e Hidrología. En esa ponencia mostramos cómo el problema hidrodinámi-co de la turbulencia se orienta a encontrar los campos de velocidad y la presión media: siete incógnitas en el caso más simple. Para ello, los más diversos autores resaltan que solo tienen tres ecuaciones de momentum y la ecuación de conservación de masa del fl ujo medio. Al parecer, ningún uso le dan a la ecuación de fl ujo instantáneo. Es por esto que surgen efectos de ausen-cia de este condicionante y hasta inconsistencias en

los resultados. Nosotros resolvimos estas limitaciones planteando el mismo problema y analizando cuidado-samente las estructuras de la turbulencia 2D y 3D para un fl ujo medio unidireccional, involucrando la ecua-ción de conservación de masa del fl ujo instantáneo.

Durante mi estadía doctoral de tres años en Alemania recibí, esporádicamente, la sorpresa de una llamada de Jorge Alberto. Sentía su afecto, su cariño. Recuerdo que en la soledad y frío de una Navidad en esas tierras germánicas recibí una carta de Jorge Alberto animándome con un paquete de preciosos villancicos.

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Figura 4. Mi grado de Doctor en Ingeniería. En el centro Jorge Alberto Naranjo Mesa y a la derecha Francisco Mauricio Toro Botero. Medellín, 21 de junio de 2002.

Maestro por siempre. Al terminar mi doctorado, en el año 2002, ingresé como profesor vinculado a la Universidad de Antioquia, con la tarea de liderar la creación de los programas de pregrado de Ingeniería Civil e Ingeniería Ambiental y formular en detalle la línea de Hidráulica de estos. Nuevamente, visitas a Jorge Alberto en su hogar para conversar sobre cuál debe ser el propósito fundamental de la formación de ingenieros en Colombia, con una visión global pero desde la solución de los problemas locales, y muy particularmente de los temas y metodologías que deben hacer parte obligatoria en la formación en hidráulica de los ingenieros que se enfrentarán a los desafíos del siglo xxi.

Pasados los años, ejerciendo yo como Decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia y el profesor John Willian Branch Bedoya de Decano de la Facultad de Minas, nos reunimos con la intención de organizarle un homenaje al profesor Jorge Alberto por su vida y obra. Pensábamos realizar un acto protocolario entre las dos instituciones, para hacerle un tributo al gran maestro. Sin embargo, cuando hablé con Jorge Alberto me dijo: “Carlos, a mí no me gusta eso, muchas gracias por tan hermosa intención, pero yo no

quiero homenajes. Si realmente quieren homenajearme háganlo publicando un manuscrito que tengo, que es un material que podría ser útil para los estudiantes de ingeniería”. Es así como entre las dos instituciones nos pusimos en la tarea de editar el manuscrito de Jorge Alberto titulado Sobre el movimiento de los cuerpos en medios resistivos, publicado por ambas universidades en julio de 2012.

Este libro enriquece signifi cativamente la literatura científi ca en el área de la hidrodinámica. Su rigurosidad físico-matemática lo convierte en una excelente opción como texto de apoyo para cursos de hidrodinámica avanzada en posgrados. No obstante, gracias a la capacidad analítica del autor, a su dominio del tema y a su experiencia de maestro de jóvenes ingenieros, el libro puede ser de gran provecho para estudiantes de pregrado de cualquier ingeniería que necesiten complementar o entender mejor algunos temas de la hidrodinámica, la mecánica de medios continuos o la mecánica de fl uidos, temas tratados de manera árida en muchos otros textos.

Figura 5. Portada del libro Sobre el movimiento de los cuerpos en medios resistivos de Jorge Alberto Naranjo Mesa, editado por la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional, Sede Medellín, en el año 2012.

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La obra de Jorge Alberto consta de cinco capítulos. En el capítulo 1, “Sobre el movimiento de los cuerpos en medios viscosos”, el autor hace un recorrido histórico de las diferentes aproximaciones de los físicos para en-tender el movimiento en medios viscosos, iniciando en las aproximaciones galileanas de la caída en medios re-sistivos, continuando con un cubrimiento detallado del trabajo realizado por Newton en el Libro II de su Prin-cipia, pasando luego por D’Alambert, Euler, Lagrange y Laplace, para finalizar con la presentación cuidadosa de las ecuaciones de Navier-Stokes en la primera mitad del siglo xix (Navier, Poisson, Saint-Venant, Stokes) y diversos trabajos realizados por Laplace y Stokes en medios resistivos. En el capítulo 2 el autor presenta “Los trabajos de Newton con el agua y con el aire”, basado en el Libro II del Principia “El movimiento de los cuerpos en medios resistivos”. Es un maravilloso recorrido en el que el lector es llevado, tranquilamente, de la mano de Jorge Alberto Naranjo a la mirada origi-nal de Newton. En el capítulo 3, “El péndulo cicloidal”, se recorre la historia de la cicloide desde Galileo (de-mostraciones tomadas de En dos nuevas ciencias, de Galileo Galilei), poniendo a conversar varias genera-ciones de físicos: Wren, Huygens, Newton y Galileo. En los capítulos 4 y 5, “La turbulencia 2D, ¿una inco-herencia analítica?” y “Estructura de dipolos con inten-sidad constante”, el autor aborda temas hidrodinámicos de actualidad, abriendo a la discusión de la comunidad científica tópicos de punta en el conocimiento de la hi-drodinámica.

Jorge Alberto no solo tenía la capacidad de entender una amplia variedad de temas, sino que abarcaba el estado del arte de la mayoría de ellos y avanzaba más allá. Pero su talento no se quedaba ahí. El maestro tenía la magia de la divulgación a un público apenas iniciado, en el que sembró una semilla que germinó en muchos de nosotros y nos llevó a dedicar nuestras vidas a alguna de esas bellas ramas que nos enseñó: la física, la ingeniería, la hidráulica, la termodinámica, la meteorología, la historia, la literatura, el arte. Mis notas como profesor de Mecánica de Fluidos se encuentran enmarcadas en las clases de Jorge Alberto, y algunas

de sus anécdotas y relatos hacen parte de mi repertorio semestral.

Es por eso que hoy, entre sus discípulos, se encuentran reconocidos intelectuales y profesores universitarios que transmiten el legado de Jorge Alberto a sus alumnos en Colombia y en el mundo. A través de sus escritos y de sus alumnos, ahora profesores, seguirá enseñando Jorge Alberto a las nuevas generaciones de estudiantes.

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El poeta está más allá de todo ese juego de espejismos

La autoridad no se perdona

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Elias Canetti El enemigo de la muerte

Carlos Enrique Vásquez Tamayo

(Colombia, 1953-v.)

Filósofo, poeta, ensayista y traductor. Doctor en Filosofía de la Universidad Javeriana, Bogotá (Colombia). Profesor Titular de la Universidad de Antioquia. Autor de diecisiete libros y numerosos artículos. Varias de sus obras, textos y poemas han sido traducidos a otros idiomas. Entre otras distinciones, recibió el Premio Nacio-nal de Poesía Fernando Mejía Mejía y el Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín, Festival Internacional de Poesía.

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Resumen

Elias Canetti proyectó escribir un libro dedicado a la lucha contra la muerte. Pensó titularlo El enemigo de la muerte. Ese libro se quedó sin escribir. O, para ser exacto, tomó la forma de una colección inmensa de apuntes escritos a lo largo de cincuenta años. Allí expresa Canetti su posición: pensar la muerte, comprenderla pero, sobre todo, atacarla, desacreditarla, revelarla en su maldad

absoluta. Y oponerle, como en efecto lo hizo, un amor por la vida incondicional, la de todos los hombres y todas las cosas, la de la Tierra como espacio de realización, llegando incluso a afirmar la creencia en la vida eterna y la inmortalidad del hombre, aquí. La obra de su vida se articula con su pensamiento del poder, al que Canetti le adjudicó el sentido del mal. El de la masa, las masas, fenómeno que atraviesa todas las culturas y que tiene para él el carácter de un instinto primordial, con base en el cual el hombre vence el miedo a la muerte.

Palabras clave

Escritura, masa, metamorfosis, muerte, poder, supervivencia.

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Para Jorge Alberto Naranjo, in memoriam

Ninguna muerte acaba (1988)

En 1993, un año antes de su muerte, Elias Canetti bus-caba una palabra. Una sola para acariciarla, la palabra que queda, la única, la última. ¿Sabe alguien su última palabra? Sería como saber el instante de la muerte y eso es imposible. Es imposible morirse en un instan-te. No hay instante apropiado para morir. La muerte no es una oportunidad. Por eso no sirve para evadirse, escapar, ausentarse. La presencia y la ausencia quedan eclipsadas en ella, no hay sino el instante antes. El que sigue no existe, de nada vale insistir. El presentimiento de la muerte, su incertidumbre radical, coinciden con el hallazgo de una palabra. La que le corresponde a uno. La que uno ha buscado toda la vida. Entre la fecha del nacimiento y la de la muerte hay una palabra. El que no sepa eso, el que no le consagre a esa palabra su vida, no sabe lo que es vivir. Un año antes de su muerte Canetti insiste en eso: no quedan sino las palabras. Es lo único que vale la pena. Lo único que hay, la desnuda realidad. Sorprende que al final la fe en las palabras se manten-ga. Eso hace a Canetti incomparable, hay momentos en los que desfallece, es solo para tomar impulso, virar, entrar en ellas con una fuerza renovada. “La muerte no tendrá señorío” mientras alguien encuentre la suya y la retenga y la haga sonar. ¿Es así? ¿Alguien ha hecho la prueba? Detrás de la palabra única se asoma la eterni-dad. La desnudez de la muerte no se compara con nada. Más fuerte que el despojo es el despojamiento del mo-ribundo. Ante esa desprotección la muerte nada puede. Deja ella de existir, la palabra que calla es la muerte.

Él ha estado estudiando eso. Ahora que terminó su abecedario vuelve al comienzo, piensa en la forma de acompañar el libro. Debiera ser un epílogo. Es lo que piensa. En sana lógica. ¿Pero puede caber esa lógica aquí? Más bien aprovecha para decir aquello en lo que ha estado pensando. Quiere reducir su vida a un diálogo

libre. Si se encontrara con Canetti no sabría qué decirle. Le daría vergüenza. No tiene aquella juventud de un discípulo. Pero no es su contemporáneo tampoco. Ni en saber ni en sabiduría. Guardaría silencio y a lo mejor también él. ¿Y si lo encontrara en la muerte, o más allá? Leyéndolo lo ha intentado. Y no ha encontrado sino palabras. Su palabra, la suya exclusiva, le sigue estando vedada. Cree que Canetti la tiene en la punta de la lengua. Pero Elias, ¿dónde se encuentra? Está en sus libros, desperdigado como un cuerpo en demolición. En sus apuntes, en los que el cuerpo desmembrado del pensamiento sostiene una idea. Una intención más bien: denunciar, desgarrar, desenmascarar a la muerte. Y vencerla, matar a la muerte para agudizar el absurdo. Para estar desnudo, debo decirlo. Las palabras son la investidura que desviste. El despojamiento que da aliento al despojo.

Hay un punto de intersección, una encrucijada: prote-gerse de los muertos limitándose o abrirse a ellos. Esas aperturas Canetti las perforó toda su vida. Pasadizos, pasajes en lo pasajero. Líneas de eternidad entre los efí-meros. Pasar a través de los muertos para devolverlos. Alentarlos, insuflarles vida. Es asunto de respiración. Eso lo aprendió de su amigo Broch. Cada ser tiene su aliento. Y mientras cada quien no descubra el suyo no respira. Atravesar. Pasar. Desplazarse. Inventarse me-tamorfosis. El que gobierna sus metamorfosis no mue-re. La muerte no cambia de aspecto. Ella bloquea el cambio y por eso es mortífera. La metamorfosis es la pasión de la compasión. Uno es el otro hacia el que uno va. El puente son las palabras. Uno pasa de uno a otros diciendo nombres. Salvando los nombres de su apariencia mortífera. Esa doble naturaleza de los nom-bres fascinó a Canetti: ellos sirven para hacer vivir o para matar. El paso entre los vivos y los muertos. Hay que vencer las ideas, las creencias, los prejuicios. Es un giro radical y hay que darlo si queremos resucitar a alguien. Pero llevamos, como el nombre, la muerte in-crustada en nosotros. Eso lo dice todo el mundo: lo pre-gonan los filósofos y lo verifican los hombres de cien-cia. Pero la muerte es una nada. No significa nada. No existe siquiera. La muerte es una pose, una investidura.

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La muerte no tiene realidad. Nos asentamos en la reali-dad irrealidad de la muerte. Y en ese lugar vivimos una vida falsa y cobarde. Se incrusta, es decir, nos da órde-nes. La muerte es un terrible aguijón. Ordena, impone y manda. Hay que liberarse de ella. Arrancar de tajo el terrible aguijón. Pero de otro modo, interrumpiendo la lógica del poder que mata todo. Hay que cortar el cir-cuito de las órdenes. Deshacerse, con ademanes, de las manos y de todo aquello que prolonga el imperio de las órdenes. Mientras más terrible se vuelve ese imperio más hay que insistir. Pero, ¿cómo? Canetti despliega discreción, temeridad, inteligencia, método. Inventa, crea, se recrea. Muestra, por sobre todo, obstinación. Es su teatro de la crueldad. La víctima es él, es capaz de llevar en su cuerpo a todas las víctimas, liberarlas sin intentar redimirlas. El escritor no es un héroe. Sir-ve una causa, la de todos, la única causa que justifica vivir. ¿Se justificaría llegar a viejo si no fuera por eso? Canetti quiso llegar a los cien. Pensaba en personas de noventa años, personas longevas con ímpetu intac-to. Envejecer para no engañarse y no engañar a nadie. Decirlo con palabras cada vez más difíciles y puras. Apuntes pequeños y concisos. Al final Canetti se dio cuenta de que estaba abandonándose. Y se propuso, ya viejo, volver a él. Y, quizás como nunca antes, habló en primera persona. No para defender su persona sino para apersonarse de la protección de muchas personas. La escritura de Canetti toma la vía de la misericordia. Hay que execrar a la muerte diciendo la verdad, restituir en las palabras la pureza moral. El dolor es la llama en la que la virtud abrasa el cuerpo.

“Conocí hombres de noventa y seis y noventa y cuatro y noventa y ocho”. Seres íntegros y animados. Seres amantes de la conversación. Inquietos y quietos en el silencio. Seres preparados para decir cosas. Algo, una sola cosa. Seres perfilados cada uno, en su sola palabra. Formando el coro de las múltiples palabras de los inmortales. El propio Canetti ya sabía todo aquello de lo que la muerte es capaz. Y de lo que hace capaz al hombre. Había llevado consigo la terrible inquietud moral de ser un superviviente. La muerte pavorosa de los otros lo había perfilado. Para suspender la peligrosa

satisfacción de la supervivencia hizo prevalecer la vergüenza, la culpa de sobrevivir lo llevó a enrostrarle toda su vileza a la muerte. Quizá su abuelo hubiera sobrevivido a la crueldad. Él no hubiera resistido ver arrastrados a sus seres queridos al oprobio y la humillación. Se habría quitado la vida. Solo que, la inversión del signo moral de la supervivencia, la más dura de las metamorfosis, le permitió seguir adelante y llegar a viejo en el siglo de las matanzas. No habría resistido que hubieran gaseado a su madre y a su esposa y a su hermano. Se salvó de eso. Otros no lo lograron. Esa diferencia se vuelve un tono. Canetti fue un testigo. Pero no estuvo allí. En los campos. Solo que fue capaz de atravesar el siglo genocida con su clarividencia. Y vencer a la muerte en su elemento, la muerte en masa cuyo presentimiento lo llevó a estudiar media vida el fenómeno de las masas. Hay que escribir. No hay otro camino. A veces son frases mal hechas que quizá nadie leerá o comprende-rá. Pero estoy convencido de que hay que escribir. Al morir uno no deja nada. Eso creía Canetti. Y por estar absolutamente de acuerdo, creo que es de los pocos a los que hay que leer. Si queremos saber. Si aspiramos a comprender. Si nos atrevemos a actuar. Al igual que los de Pessoa, los apuntes de Elias Canetti seguirán apa-reciendo. Los muertos no escriben. Dan testimonio de ceniza. Las almas no hablan, las almas respiran. Todo se disuelve en nada, por fortuna en la nada la muerte no reina. La escritura es un contagio, una respiración com-partida. Las palabras son el aliento que mantiene uni-dos a los vivos y los muertos. Asombro, lo que vuelve siempre es la muerte. Qué hacer para conjurar su eterno retorno. Hay que continuar. Seguir aquello que no es continuo, detener la continuidad repetitiva del horror y la masacre. Continuar lo que no tiene continuación. Lo que se repite siempre. Lo único en lo que Nietz-sche tuvo razón: el pánico y el chasquear de dientes. La escritura es la interrupción. La demolición de la conti-nuidad. A cada logro una ruptura. Todos los proyectos se concentran en uno. Y ese vivir está condenado al fracaso. Escribir es fracasar. Hay que escribir el fracaso y fracasar al hacerlo. Ocho novelas y una sola novela.

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]Un libro para dos libros. Tres dramas en lugar de una vida como dramaturgo. En 1942 Canetti descubrió los apuntes, su forma de no ahogarse y poder respirar. Los apuntes fueron continuos como los días, cada uno de los cuales no continúa en nada los otros. La sucesión de los días es la interrupción violenta que condena la muerte. Los apuntes son inútiles, luminosos, abruptos, conmovedores en su claridad y belleza. No forman en-tre ellos una constelación. Son puntos inmensamente separados, dispuestos por la abismalidad de un alma. La escritura de apuntes no tiene nada en común con la despreocupación o la negligencia. Brotan de un espíritu desvelado. Un espíritu que no deja por ello de prestar atención y ofrecer su cuidado. Un espíritu responsable de todo, de nada y de todo, de todos y cada uno. Esa preocupación se vuelve, en los apuntes, ocupación insomne. Canetti amaba escribir en la noche mientras los otros dormían. Eso le hacía sentir una responsabilidad incondicional. El que escribe se hace cargo de todos. Se escribe para desaparecer, para empequeñecerse. Pero no con la intención de evadirse. Se escribe para borrarse y aparecer donde uno es necesitado por alguien. La escritura es la forma depurada de la misericordia. Pero esa exigencia no despierta arrogancia. Es plena en humildad y pudor. Escribir no hace ruido. Al escribir uno se cuida de no despertar a nadie. ¿Desaparecerías si fuera posible? La opción es tentadora. Pero no puede ser así, al menos no del todo. Hay que velar sin que nadie lo sepa. En medio de lápices afilados. La imagen de Canetti frente a sus lápices es la de un santo en tiempos modernos. El escritor se desprecia, se ignora, no busca el éxito ni adopta ninguna pose. Es discreto, casi gris, es una sombra de su propia persona. Solo en esa ignorancia de sí mismo puede responsabilizarse de otros. Debe metamorfosearse, ser el drama de muchos es su máximo arte. El escritor se ve obligado a dedicarse a la muerte de los otros. En la forma de un compañero. El sentimiento de fracaso es terrible, se renueva con cada muerte. Pero el ímpetu no cesa. La ira lúcida se mantiene encendida. Vivir y perder. Sobrevivir para sufrir su propio reproche. Canetti es un testigo en el siglo de los sobrevivientes. Siente vergüenza ante todas

las víctimas. Sabe que no merece estar vivo, Primo Levi dice lo mismo, los mejores están muertos. La única manera de vencer el oprobio de la supervivencia es dando testimonio en nombre de las víctimas. Si no fuera así, ¿tendría algún sentido llegar a viejo?

La lucha contra la muerte fue desde un comienzo su única idea. El cimiento, el acontecimiento de la muerte de su padre a temprana edad. El niño tenía seis años. No pudo perdonarle nunca a la vida esa muerte. El resentimiento de esa muerte adoptó tonos morales diversos: odio, ira, ceguera. Canetti se dedicó a cultivar un alma ultrajada por el absurdo de esa muerte. Para él fue un inaceptable saqueo. Desde ese momento le declaró a la muerte una enemistad que no se callaría nunca. Fue la razón de su vida y el sentido de su escritura. No fue la única muerte, sacudido como estuvo ante la muerte de sus seres queridos y ante el apogeo y la soberanía de la muerte, en el siglo de la muerte en masa. La lucha contra la muerte supone una fe: el carácter indestructible de toda vida. Canetti busca una forma para esa fe. Esa forma no está en ninguna religión, eso lo supo después de estudiarlas todas. La suya era una fe sin forma, pero no una pasión informe. La búsqueda de la escritura coincide con el intento de darle forma a su fe. El superviviente Canetti se pregunta cómo puede vivir aún si muere a su alrededor tanta gente. Siente la atracción horrenda del poder, quedarse solo como el único. Esquiva esa atracción, lucha a brazo partido por cada vida. Retiene, forcejea en cada vida en peligro con la muerte y pierde una y otra vez. ¿Cómo no dejar de creer? La fragilidad de la fe está en el fracaso repetido. Se fascina con la muerte. Incluso piensa que habría que inventarse al Amigo de la muerte para medirse con él. La galería de la Historia le ofrece varios modelos. El poderoso quiere, por sobre todo, ser el único. Él, forzado por la muerte a serlo, se topa frente a frente con esa figura. Combate con ella y es vencido. La lucha contra la muerte es el contenido de una fe que busca su forma. Si Canetti pensó en varias suertes de escritura fue por eso: la pasión de forma del artista mantiene vivo el contenido que lleva. El contenido se aviene a su forma en los apuntes. Creo que es lo que Canetti terminó

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concluyendo: su libro contra la muerte era un libro imposible. Al igual que en el combate con la muerte, también en la escritura no quedan sino restos. ¿Puede enseñar la derrota algo que mantenga viva la llama de la fe? Canetti evita una respuesta frívola. Dirá más bien que no conoce una fe que merezca ese nombre, que no esté colmada de incertidumbre. La fe se yergue sobre la derrota de sus presupuestos. Una vida que triunfa no necesita alimentarse desde dentro. Solo la fe, inútil e imposible, constituye una vida auténtica. El que cree nada cree, no sabe nada, crea sobre el abismo de su inmensa ignorancia. Sabe lo que no sabe, ve lo que no se deja ver. El alma creyente está inundada de dudas. La fe es el naufragio del espíritu.

Ante la muerte inmisericorde le toca al escritor ser tes-tigo. La muerte es horrible y es injusta. Ante la injus-ticia de la muerte el escritor no puede acostumbrarse. Mucho menos aceptar esa injusticia. El hombre de fe lucha denodado contra esa injusticia. La vida es eter-na, la lucha contra la muerte no acaba nunca. Hay que reconocer la derrota, pero no se la puede aceptar. Reco-nocer es conocer y dar testimonio del carácter absurdo e inaceptable de la muerte. ¿A qué lleva esta certeza? Todo indica que el escritor de fe está solo en su lucha. Si hubiera alguien. Pero no hay nadie. Las institucio-nes, las creencias, los juicios de valor, el conocimiento y las normas morales, la vida práctica, todo aquello que nos hace hombres se apoya en la muerte. Como si solo aceptándola fuera posible vivir. Los filósofos son los voceros de esa aceptación que otorga confianza. Dicen que se vive para la muerte y que en el fondo de la vida es la muerte la que respira. Estoy solo, no hay nadie que me entienda. Canetti presintió que su idea des-pertaba burlas, o si mucho una delicada indulgencia. Nadie parece darse cuenta. No hay sino perpetradores, administradores de la muerte y masas de espectadores obedientes. Uno solo se dispone a enfrentarla. Él se imagina ese hombre solo. En su momento él también morirá. Pero, ¿acaso cuando alguien muere alguien se muere? ¿Puede alguien llegar a morir su muerte? Uno vive solo, lucha contra la muerte, pero nadie, que se sepa, muere a solas o en compañía. Sobre este punto el

pensador francés Maurice Blanchot lo ha dicho todo. Incluso, ha dicho con palabras el silencio de todas las palabras que brota de allí. Estoy escribiendo y pien-so en eso. Y en por qué no pensó Canetti en Blanchot, ¿acaso no se conocieron Blanchot y Canetti? ¿Acaso tal vez se leyeron? A él le complacería, le haría sentir que en lugar de uno eran dos, que en el lugar en que uno estaba aparecieron dos. Solo que a él esa soledad no le arredra. El hombre de fe es un solitario. Solo contra el mundo, como se dice. La vida práctica y la conser-vación no es lo suyo. Él busca ofrendarse por la vida eterna. Hay gente para todo, pero para luchar contra la muerte parece que no hay nadie. Tal vez solo uno. La escritura es el mito recuperado de un solo hombre. Además de ser un libro de apuntes, Elias Canetti com-prende que el libro contra la muerte debe ser un libro póstumo. Nadie que esté cerca debe estar en él, debe ser un libro discreto. Al mismo tiempo, debe ser un libro sin autor. Los apuntes deberían ser anónimos, como si hubieran sido escritos por ninguna persona. Nada que permita reconocer a alguien, la voz de una sola persona. Un libro cuya unidad de propósito admita la polivocidad y la masa. El autor habrá de contenerse una vez ha descubierto que el libro es un fracaso, que no hay libro, que ese libro desborda con mucho su idea. Pero eso no quita que sea completo. En ese libro debe estar todo, debe contener completo su contenido en su forma. La materia incontenible por fin contenida. Solo así lo que ese libro dice será completamente veraz. El libro contra la muerte es al mismo tiempo el libro sobre ella y el autor debe estar muerto para que la forma del libro no se convierta en un campo de lucha. Ninguna contradicción y por ello mismo ninguna necesidad de defensa. El libro se sostiene solo, insostenible en su forma, retiene la totalidad de su contenido. Ha cesado la lucha, o a lo mejor sigue en otro terreno. Ninguna muerte termina nunca. El libro contra la muerte es el armisticio de una lucha infinita. No debo ver ese libro, hay algo en él que no es digno del tiempo. Una con-temporaneidad que arriesgaría contemporizarse. Todo es de la muerte y en esa posesión absoluta es donde puede combatírsela. El combatiente no debe estar ahí,

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su tiempo no coincide con el de ella. En esa apertura de la no pertenencia se juega la posibilidad de vencerla. He sacrificado mi vida y de mí no queda casi nada. Casi no hay obra o, más bien, comprendo que no podía haberla. La obra lleva a la satisfacción y la placidez. Uno descansa en ella y en ella se reconoce. Elias Canetti sacrifica la suya a la visión del horror. La muerte en masa es el horror que suspende la obra. En lugar de esta no quedan sino fragmentos. Para ver desde ahí a todos los muertos. Escribir es ver, dar testimonio de las vidas segadas. Canetti piensa que esa visión es directa, no hay mediación, ningún espejo dulcificado. Es el horror visto a la cara. Escribir supone aprender a respirar. El aire está viciado. El imperio de la muerte impone el ahogo. Se escribe en penosas condiciones de aliento. El escritor respira penosamente el aire de todos. Ese aire está lleno de palabras. Palabras entrecortadas, alientos rotos. Para ayudar a respirar a cada persona su aire. El escritor vive en un extremo desamparo. No sabe protegerse, apenas alcanza a guardar a los que tiene cerca: padres y hermanos, la mujer amada, la pequeña hija que fue para él un giro abrupto. Quizás el más extremo corte, la vía hacia la inmortalidad. Momentos agudos en los que el hombre cambia sus anhelos por un poco de aire. Justificación plena de las edades de la vida. Decisiones extremas. Dejar de ser alguien, renunciar a todo. Desnudarse progresivamente. Aproximarse al nudo de la disolución. Demolerse progresivamente. Esa es la constante. El único auxilio son las palabras. El nudo que nos ata a las otras personas. Salvar a las palabras, cuidarlas y labrarlas. Eso exige una disposición hacia la claridad, el escritor debe decir lo que oye. Escribir es escuchar. En momentos lúcidos de la vida, Canetti se dedicó al aprendizaje de la escucha, la sustancia inconfundible de cada persona, la máscara que cada una expone. El rostro son las palabras, la voz es el órgano de la respiración. El aire que cada uno devuelve amansado. Cada persona busca su intimidad. Hay que atravesar el círculo de los fines y situarse ante alguien. Mirarlo, reconocerlo, rescatarlo. Es lo que creo, lo creo porque así lo pienso. Pensar y creer están hechos de la sustancia singular que es cada uno. La lucha contra

la muerte la alimenta el amor. Un amor tangible. El círculo sagrado de unas cuantas personas. Canetti las halló y les dedicó su vida. Lo que resulta irónico es que perdió paulatinamente cada una de esas personas. No pudo salvarlas y en la vejez siente vergüenza y desazón por no haber podido retenerlas. Qué hice para que esa persona no muriera. Esa es la pregunta, una pregunta llena de fracaso y angustia. Pero, a la vez, una pregunta que dispone, indispone, inquieta y propone. Ahora se trata de hallar la manera de devolver el aire a los muertos. No pienso en mí, pienso en mis muertos. Pienso en los condenados, los amenazados, los perseguidos. Con ellos voy y vuelvo. De la muerte a la vida, por un puen-te que no puede estar roto. Escribir es trazar un puen-te entre vivos y muertos. Escribo de prisa, hay algo por hacer, debo moverme, traer, nunca llevar. Uno no acompaña a los moribundos. Cuando Canetti acompa-ña con su hermano el cuerpo de su madre al cementerio se siente exultante. Hay una rabia contenida. El camino es de retorno. En 1937 sabe que el escritor debe saber recuperar a los muertos. Es un propósito imposible y por eso lo enciende con su fe. No pudo acompañar a su padre, su madre lo expulsó de esa muerte. Dedicó su vida a recuperarlo. A él y con él a todos los muer-tos. Las imágenes de la muerte de su padre, recogidas en la autobiografía, son el más bello testimonio de su obra. La historia de su vida está enmarcada en esos dos movimientos: la muerte invisible de su padre, la visibilidad jubilosa y trágica de la de su madre. Para decir, con entera valentía y temeridad, que desprecia la muerte y rechaza todo aquello “que no sea respiración, sensación y lucidez”. La del escritor es la soledad de alguien absolutamente poblado. Debo estar solo para acoger a muchos. Solo entre las palabras, el aliento in-confundible de cada persona. Canetti se iba a los bares a oír respirar. No entendía el sentido de las palabras, escuchaba palabras, su ritmo, su acento, sus declives. Aprendió a escribir lo que debía escribir oyendo pala-bras desnudas. La unidad perfecta del contenido y la forma. No desprecio a nadie, cada ser, sobre todo las personas corrientes, las que no tienen historia, las per-

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sonas que luchan contra la muerte con su respiración. No puedo defenderme, estoy abierto, soy un campo de refugiados. Hombres de todas las lenguas, personas de todas las procedencias. No desprecio a nadie. Como si estuviera en un campo de concentración, arrojado a la inminencia de la muerte por asfixia y por gas. El testi-monio de Canetti del horror de los campos es desnudo y discreto. No habla de lo que no vio, respeta a los que vieron y dejaron de respirar, los gaseados por cientos de miles y millones. “Cogí el siglo por la garganta” quie-re decir: apreté la garganta de la muerte química, para arrancar de la asfixia y el ahogo a tantos seres inermes. Es eso y nada más, si lo digo así es porque lo creo. Y si escribí este pequeño libro es porque estoy convencido de que se escribe para arrancarle a la muerte tanto ser amenazado por la asfixia.

El escritor Canetti es un ser desamparado. Nada lo protege. Está expuesto hasta el extremo. No reposa ni duerme, apenas puede respirar. Cada persona es la esencia, el singular, el irrepetible, el irreemplazable. La vida de cada persona es sagrada, el amor es la religión de esa fe y Canetti es su siervo. Al escritor le alienta la vergüenza de sobrevivir. Esa vergüenza que se vuelve culpa está en el corazón del pensamiento de Elias Canetti. Eso lo hace cercano a aquellos sobrevivientes que no se enorgullecen, que, por el contrario, se avergüenzan y quieren hacer algo para invertir la lógica del poder y la muerte. He afrontado la muerte, dice Canetti, no le he hecho el juego, no dediqué mi vida a nada sino a denunciarla, odiarla, despreciarla. Es por eso que no escribí una obra, me dio vergüenza, todos me decían que me dedicara a ella, que lo demás estaba condenado al fracaso. La santidad del escritor solo es comparable a la de Gilgamesh y la de Buchner, la de Kafka y Walser. La religión que ellos profesan es la de la lucha contra la muerte. De mí no queda casi nada, estoy viejo y solo. Estoy desamparado y aún ardo de ese mismo fuego.No cabe la idea de otra vida, no hay sino esta. Me quedo en esta vida, quiero salvarla. El desamparo está hecho de incredulidad. Dejar de creer en otra vida para cuidar esta. Esta vida es mi fe, el carácter indestructible

de todas las criaturas. Esta vida: mi mesa, mis lápices, la hoja que escribo. Este silencio y estas cosas. Este aire que entra y que sale. Lo próximo y también lo lejano. Las personas que son, todas ellas, mi constante presente. Y mi pasado, mis recuerdos, mis vivos y mis muertos. Mi hija y mi hermana y mis moribundos y mi madre y me esposa. Y los demás y todo lo demás. No estoy dispuesto a renunciar a nada de esta vida. La amo y me amo y me avergüenza no ser capaz de vencer la muerte. Puede que haya otro lugar, ni siquiera lo pienso. Canetti inventa todo el tiempo lugares. Dice “Allí” (primera palabra de este diccionario), traslada a esos lugares este lugar y las personas que lo habitan. Inventa personas sorprendentes que son todas de aquí. La clave está en llevar este aquí a todas partes. Poblar, desplazar, expandir, dar vida. Es el extraordinario don de lo humano, ir, desplazarse, viajar, metamorfosearse. En el don de la metamorfosis está el secreto, esa es la fe de Canetti, que el hombre rescate ese don, pues contra la metamorfosis, esencia de lo humano, no puede nada la muerte. Es allí, en el dominio de lo real transformado, donde uno puede encontrarse de nuevo sus muertos.

Me sorprendo escribiendo esto. Es como si en pocas se-manas hubiera envejecido realmente. Mientras escribía este ensayo no me daba cuenta. La vejez está al final si se escribe. Uno sale de un texto y se descubre viejo. Me avergüenza no haber sacado nada. No sé mucho. Ni siquiera soy capaz de leerlo. ¿Qué me voy a poner a ha-cer a partir de ahora? ¿Será también para mí este el úl-timo año? ¿Qué puedo saber yo lo que trae el mañana?

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El poeta, solo él, abre los arcanos de la palabra verdadera

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Jorge Alberto Naranjoen la Facultad de Minas

Darío Valencia Restrepo

(Colombia, 1938-v.)www.valenciad.com

Exrector de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad de Antioquia, Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Colombia, Ingeniero Civil, posgraduado en Matemáticas y en Recursos de Agua, consultor independiente, ex Gerente General de las Empresas Públicas de Medellín. Acreedor de varias distinciones y condecoraciones y autor de varios libros, columnas de prensa y artículos.

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Resumen

El legado del profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa, a su paso por la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, es el tema central de este ensayo. Aquí se describe su aporte en la construcción de un entorno académico que, si bien estaba dirigido a formar ingenieros, se fortaleció durante un periodo de tiempo con las disciplinas y ciencias complementarias

del arte, las humanidades y las ciencias sociales. Se resalta la capacidad de Naranjo para lograr una visión integral del mundo con el fin de aproximarse a su comprensión, desde diversos ángulos del conocimiento y el sentimiento.

Palabras clave

Artes, ciencia, ciencias sociales, Facultad de Minas, hidráulica, humanidades, Jorge Alberto Naranjo Mesa, mecánica de fluidos.

Cuando quien esto escribe hacía sus primeras armas como profesor de tiempo completo en la Facultad de Minas, observó la presencia de un estudiante que se distinguía por sus preguntas penetrantes y un marcado interés por el conocimiento. Además, eran frecuentes las visitas del mismo a su profesor para expresarle inquietudes, no solo sobre los aspectos matemáticos de las clases que recibía, sino también para discutir cuestiones relacionadas con las humanidades

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]y las artes, algo esto último que sin duda denotaba una formación adquirida en la vida familiar. Fue apenas natural que surgiera una enriquecedora amistad entre profesor y discípulo a lo largo de muchos años.

Transcurría entonces la intensa década de los años se-senta, bien descrita en un reciente libro (Tirado-Mejía, 2014), una época que hizo posibles grandes cambios en la Facultad de Minas. Por primera vez, en una escuela colombiana de ingeniería, se aprobó un serio plan de humanidades, ciencias sociales y arte que acompañaba al estudiante durante toda su carrera. En los cinco pri-meros semestres se incluían sendas asignaturas obliga-torias relacionadas con lenguaje, historia, sociología, problemas del desarrollo y economía política; y en los cinco semestres restantes el alumno podía escoger te-mas electivos de su interés, entre los cuales podrían citarse cine, apreciación musical, formación coral, un grupo de teatro y un club de cine. Además, se estable-ció un horario fijo para conferencias semanales que in-cluyeron a personalidades de la talla de Fernando Gon-zález, Marta Traba, el padre Camilo Torres, Hernando Salcedo Silva y Jorge Zalamea. Este fue el ambiente académico que encontró Jorge Alberto Naranjo a su paso por dicho centro docente; sin duda un estímulo para reafirmar su temprano interés por las múltiples disciplinas necesarias para una formación integral. Un ambiente que ha desaparecido ante la tendencia inter-nacional a la supresión o disminución de asignaturas que el declinante capitalismo considera sin utilidad para sus fines (Nussbaum, 2011).

No sorprende entonces que en su vida posterior el dis-tinguido egresado encarnara entre nosotros la tradición renacentista inaugurada por Leonardo da Vinci y exal-tada, siglos después, por Alexander von Humboldt, dos autores cuya obra mostró la fuerte relación que puede establecerse entre ciencia y arte. “Ha sido una vida de-dicada al conocimiento, la investigación y la escritura. Sus campos de trabajo son literalmente innumerables, su curiosidad ha recorrido los senderos de las letras, las artes, las ciencias y su historia”, diría un distingui-do profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad

de Antioquia (Guzmán-Mesa, 2019). A propósito de lo que aquí se narra, es oportuno señalar una tradición que se remonta a los primeros años de funcionamiento de la antigua Escuela de Minas: un cierto número de sus egresados, amén de haber sido buenos ingenieros, han incursionado con éxito en otros campos tan disímiles como economía, historia, literatura, política y creación o administración de empresas. Las impresiones de Jorge Alberto sobre su paso por la Facultad de Minas se publicaron en una novela suya que recrea el ambiente que allí encontraron los estudiantes que protagonizan el relato. En la parte central del libro reconstruye sus años de aprendizaje, y en otro capítulo describe cómo surgió su vocación por la ingeniería. Fue una época que el autor califica de dorada para aquella Facultad (Naranjo-Mesa, 2004). Entre otros temas, allí se describen con nostalgia los cambios que ocurrieron en dicho centro docente, cuando en la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia se crean las nuevas Facultades de Ciencias y de Ciencias Humanas (hoy de Ciencias Humanas y Económicas). Un cambio indispensable para ampliar el ámbito académico de la Sede y propiciar el desarrollo propio de áreas fundamentales que antes solo se dedicaban a prestar servicio a las diferentes carreras, pero que obligó a un buen número de profesores a abandonar su hogar académico durante muchos años para trasladarse a alguna de las dos nuevas Facultades.

Años después, profesor y antiguo alumno volvieron a encontrarse como colegas en el área de hidráulica de la ya mencionada Facultad, lo cual facilita ocuparse so-meramente de los aportes que Naranjo hiciera al avan-ce de la mecánica de fluidos y de las prácticas del la-boratorio de hidráulica. Con respecto a lo primero, vale decir que durante muchos años las escuelas de ingenie-ría incluían un curso de hidráulica de carácter empírico. Siguiendo una tendencia internacional, y también de la Facultad de Minas, a sustentar la ingeniería con una base científica, Jorge Alberto implantó la asignatura de Mecánica de Fluidos con el fuerte rigor que caracteriza la física matemática, con el fin de permitir la moderni-

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zación de la enseñanza de la hidráulica. En alrededor de veinticinco publicaciones estudió las ecuaciones gene-rales de la mecánica de fluidos, los fluidos turbulentos, la reología, la estática y cinemática de fluidos, la difu-sión, las ondas en superficies líquidas, un tratamiento matemático de los principios físicos del bombeo y una introducción a la mecánica de los medios continuos, entre otros temas de interés.

Con respecto al laboratorio de hidráulica, bien se sabe que el trabajo de los estudiantes debe programarse para ilustrar, aplicar y verificar mediante la experimentación lo estudiado en los cursos teóricos. Ello implica tener en cuenta, en forma cuidadosa, la fuerte relación dialéc-tica entre teoría y práctica, algo que bien entendió Jor-ge Alberto para diseñar un ejemplar modelo de trabajo que es crucial para la actividad profesional del futuro estudiante. En efecto, sin el conocimiento teórico que informa la práctica de laboratorio es im-posible tener criterios sobre el alcance y la limitación de los resulta-dos obtenidos. En el desarrollo de su actividad, el in-geniero encontrará problemas prácticos novedosos que lo obligarán a buscar su fundamentación teórica, indis-pensable para entender el problema en consideración y proporcionar la solución más apropiada. El legado del distinguido profesor está reunido en aproximadamente diez publicaciones, entre las cuales podrían citarse las relacionadas con el estudio de algunas propiedades de los resaltos hidráulicos, vertederos, canales y pozos, así como un guion y video para experimentos en mecánica de fluidos.

Durante su actividad en la Facultad de Minas, entre 1984 y 2004, el profesor Naranjo Mesa tuvo a su cargo once cursos diferentes relacionados con la mecánica de fluidos y el laboratorio de hidráulica; dirigió un total de veintitrés trabajos de grado y tesis, entre ellos cuatro relacionados con la maestría en recursos hidráulicos y ocho que recibieron la distinción de Meritorio, otorgada por el Consejo Directivo; además, dejó escritos once trabajos de investigación que merecen ser recuperados y en lo posible continuados. Numerosos textos y manuales sobre mecánica de fluidos e hidráulica

permanecen inéditos, todos ellos registrados como material de consulta en la biblioteca de la Facultad de Minas en atención a su importancia para diferentes asignaturas teóricas y prácticas.

Puede concluirse que Jorge Alberto Naranjo legó una escuela de docencia e investigación en áreas trascen-dentales para la formación del futuro ingeniero, y que con seguridad ella está siendo continuada y enriquecida por sus discípulos más dilectos y cercanos. Otro capí-tulo de esta evocación tendría que referirse a su rela-ción y bondadoso trato con discípulos y amigos, a su influencia sobre tantas personas que lo conocieron y admiraron y, en síntesis, a un ejemplo de vida y obra que cobra vigencia en estos tiempos de malestar e in-certidumbre que recorren el mundo.

Referencias

Guzmán-Mesa, E. (2019). Un adiós a Jorge Alberto Naranjo Mesa. El Espectador. https://www.el espectador.com/noticias/cultura/un-adios-jorge-alberto-naranjo-mesa-articulo-844097

Naranjo-Mesa, J.-A. (2004). La estrella de cinco picos (Una novela sobre la Facultad de Minas) [segunda edición]. La Carreta Editores.

Nussbaum, M. C. (2011). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz Editores.

Tirado-Mejía, Á. (2014). Los años sesenta, una revolución en la cultura. Penguin Random House Grupo Editorial.

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No estamos tan aislados en nuestra generosidad o en nuestra perfidia

No somos ni tan ángeles ni tan demonios, no somos tan excesivos ante la naturaleza

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Historia sin fin

Mónica Reinartz Estrada

(Estados Unidos, 1966-v.)

Poeta, Zootecnista y Médica Veterinaria. Especialista en Didáctica Uni-versitaria de la Universidad de Antioquia. Doctora en Ciencias de la Edu-cación de la Universidad de Montreal (Canadá). Actual Posdoctorado en Didáctica de la Neurofisiología en la Universidad de Antioquia. Profesora Asociada de la Universidad Nacional de Colombia. Representante de la misma institución ante el comité científico del ORSALC-UNESCO. Acree-dora de numerosas distinciones, becas y reconocimientos nacionales e internacionales. Autora de varios libros, capítulos de libro y artículos.

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Resumen

Este texto, escrito a la memoria de cuatro importantes personas en la vida de la autora, concentra su mensaje en la idea: “mueren los maestros, perduran sus enseñanzas”.

Palabras clave

Amor por la enseñanza, bondad, generosidad, maestro, sabiduría.

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A Heinrich Reinartz Rotstegge (padre), Jorge Alberto Naranjo Mesa, Sergio Octavio Giraldo Molina y

Óscar Álvarez Ángel (tutores)

Recibió de las manos de un ser lleno de sabiduría y bondad varios pergaminos delicadamente enrollados, envueltos por una tenue nube dorada y tan antiguos como el reino del sol. Con ellos le fue confiado el misterio milenario, el cual, por tradición, debía ser entregado a los discípulos y, como sucedía en ese momento, solo sería posible tomar conciencia del mismo al morir el maestro; únicamente en ese instante le sería permitido recordar el secreto y trascender.

Al despertar vio los pergaminos sobre su cama, rozando su cálida piel; su mente luchó unos instantes, incrédula, pero ya no podía evadir su misión. La aceptó sin temor y se dispuso a cumplir los preceptos que con amor habían sido indicados por su antecesor; ahora era consciente del poder de aquella información.

Dedicó su vida a la enseñanza; intuía que esa era la vía. Se convirtió en un gran orador y sus palabras producían un encantamiento a quien lo escuchaba; su voz, rocío que se posaba en el corazón, llenaba el vacío e iluminaba la noche del alma.

Recorrió el mundo y después de mucho vivir sucedió lo que se esperaba: atrajo a un discípulo que lo siguió sin descansar, que lo escuchó con atención y lo amó sin límites, a quien el maestro entregó sin reserva todo su conocimiento, instruyéndolo en artes y ciencias, contagiándolo de su amor por la verdad; le enseñó las vías secretas y lo llevó a lugares mágicos, explorando los confines del pensamiento.

Algún día el discípulo descubrió los pergaminos y con sigilo sació su curiosidad. Su mirada, en un instante de eternidad, se encontró con la de su maestro. Fugaces, pero nítidas, pasaron frente a ellos imágenes del camino recorrido juntos, y después de un lapso de respiraciones forzadas, partió.

Tras la mezcla de emociones y una momentánea inmovilidad, el discípulo se sintió despertar; deslizó el velo de su realidad, emprendió su camino para contagiar el amor por la enseñanza y el conocimiento; quemó los pergaminos.

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Lo que persevera, lo que hace que perdure una obra, es la emoción que patentiza, y que da a la forma su sinceridad y su justeza

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Mi maestro de literatura

Eufrasio Guzmán Mesa

(Colombia, 1951-v.)

Licenciado en Filosofía y Letras. Profesor Titular de la Universidad de Antioquia. Escritor y ensayista. Autor de varios libros y capítulos, numerosos artículos y diversas columnas periodísticas.

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Resumen

Jorge Alberto Naranjo Mesa tuvo muchos frentes de acción a la vez. Esta revista reseña algunos. En su caso, ser humano consistía en emprender labores incansablemente, en una serie innumerable de horizontes. Personalmente, quiero indicar algunos que se destacan por su contenido de vida, y hablo desde la cercanía de ser mi maestro de literatura más notable, por ejemplo, y quiero reflexionar sobre cómo se inició en

esa labor de educador, de qué manera la entendió y su visión de la educación y de la universidad; también deseo mirar no tanto su labor como científico, pues pueden ponderar mejor otros su valor, si no el modo como se acercó a la literatura antioqueña y la relación con el sentido de la cultura que tiene y, en especial, por el significado relevante que le asignó en su visión de la identidad de la sociedad antioqueña.

Palabras clave

Autoconocimiento, escritura, Jorge Alberto Naranjo Mesa, literatura, política, política del espíritu, ser maestro.

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Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará.

Pero su tarea quizá sea aún más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una

historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres

pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en

criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de

sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir

Albert Camus, al recibir el Premio Nobel de Literatura (1959)

Ser maestro

Lo primero que salta a mi perspectiva es la pasión por las múltiples formas del conocimiento, indisolublemente unida a una clara idea de libertad y autodeterminación, es decir, al precioso impulso que reside en la autonomía y el esfuerzo autodidáctico. El autodidacta es, en un sentido esencial, maestro de sí mismo, dueño y pre-ceptor de sus propias curiosidades, y si bien reconoce el espacio de la academia y de las instituciones como uno de los entornos naturales para moverse, los habita de una manera propia, soberana y singular. En el solo paso por la Universidad Nacional, Sede Medellín, se observa eso. Al inicio de su carrera como ingeniero civil es instructor de sus propios compañeros, luego comienza labores en el área de humanidades y, por decisión personal y aceptación institucional, entra al espacio de las ciencias, las matemáticas y las ingenierías.

En el curso de una vida escolar, en sus diferentes etapas de formación, solemos encontrar una diversidad de profesores y algunos maestros. La palabra maestro posee una dignidad que no tienen otras. Y hay una anécdota que refiere el historiador Carlos Fisas (1999). Se trataba de una discusión entre un ministro del trabajo del régimen franquista y un profesor, rector de la Universidad Complutense, sobre la importancia

del latín. Esta lengua, aparentemente muerta, igual que el griego, nos permite explorar en las etimologías. La expresión maestro proviene del término magister que está vinculada al adjetivo magis, que significa más o más que. El maestro lo ubicamos o definimos como aquel que se destaca o está por encima de los demás, por sus conocimientos y habilidades o por sus capacidades de generar actitudes cognitivas en sus alumnos. La palabra ministro se deriva del término minister, que está en relación con el adjetivo minus, que nombra menos o menos que. Y ese es el núcleo de la respuesta del rector al ministro franquista: el minister es el sirviente o el subordinado cuyas habilidades son mínimas. Cualquiera puede ser ministro, de acuerdo con las coyunturas del poder, más para ser maestro es necesaria una trayectoria sólida en el conocimiento, un amor por transmitirlo y una habilidad vinculada al Eros del conocimiento. Jorge Alberto Naranjo era un maestro en ese sentido esencial del término, pues era capaz de despertar la pasión cognitiva; vivía en ella de manera permanente.

Una clara expresión de esa permanencia en la pasión cognitiva fue su relación con la academia. Estaba dotado de una vigorosa personalidad, que se manifestó como rebeldía que emanaba de una conciencia, de su capacidad de lograr metas de manera autónoma, ser primero que todo maestro de sí mismo, conducirse y educarse antes de emprender la aventura de ser un investigador reconocido. Las fases incluyeron el autodidactismo, el trazarse metas propias y el jugar con disciplinas, autores y enfoques. Se trataba de una pasión que convierte el trabajo en alegría y el estudio en vocación:

Es un lugar común afirmar que el trabajo es castigo, condena que se impuso a los hombres desde cuando el paraíso se tornó valle de lágrimas. Pero se trata de un profundo error filosófico, con lesivas consecuen-cias para el bien común. Lo que se constata, por el contrario, al examinar la vida de los hombres crea-dores, es una enorme alegría puesta en el trabajo, una alianza perseverante del deseo con la acción (Naran-jo, 2019, p. 57).

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Esa conciencia de sí pudo haberla leído en Kafka y en el reconocimiento de una obra que está marcada por la independencia y el ser, respuesta a retos propios que incluían no seguir el camino del padre, vivir la propia academia de manera personal y convertirse, sin terminar la carrera de ingeniero civil, en maestro de sus compañeros.

Cuando conocí a Jorge como profesor de literatura, en el programa de Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, al comienzo de los años setenta, tenía la edad promedio de sus alumnos, y ya en la Facultad de Minas, y gracias a sus desarrollos en el conocimiento, había logrado ser maestro de sus propios compañeros de clase. Una anécdota ilustra ese camino de la docencia. Esta manera rebelde de vivir a su propio ritmo no le dejó de ocasionar dificultades y exclusiones que padeció con estoicismo. En alguna ocasión, en medio de los baches de una dedicación al conocimiento, que no era compensada con estabilidad laboral, debió destinar los dineros de un primer automóvil para dotar de sillas y elementos el aula que improvisó en el parqueadero de su apartamento.

Esa independencia y autonomía como intelectual e in-vestigador lo lleva a construir una visión de la institución educativa, del proceso educativo y de la universidad en Antioquia, en particular por los años setenta, cuando estábamos viviendo un momento de confrontación con los modelos que se nos querían imponer, como el Plan Atcon para la educación, que fue una actualización de la Misión Currie y su propuesta de desarrollo económico, que incluía la privatización de la educación desde mediados del siglo pasado. Esa propuesta de Currie era una concepción para la economía, tal como la concebía la derecha católica y extremadamente conservadora de Laureano Gómez, y él, al igual que muchos intelectuales y activistas, reaccionó frente a esa intromisión y frente a la lentitud de la academia para responder a los retos de la formación con un conjunto de escritos; algunos de ellos se hicieron en el anonimato, con el nombre de Juan sin Miedo.

Fueron años de fragor en la lucha en la calle y en el terreno ideológico, enmarcados dentro de los procesos de la Guerra Fría y rodeados desde el Estatuto de Segu-ridad; una manera de coartar la libertad de pensamiento y expresión, y de que la política del Departamento de Estado de Estados Unidos intentara controlar lo que ellos consideraban el desarrollo de los procesos revo-lucionarios. De esta manera, se llevaba a la universi-dad hacia unos modelos que eran el preludio de lo que ahora conocemos como el capitalismo cognitivo. Las pretensiones imperiales de Estados Unidos han marca-do la historia de América Latina, y no cesa su esfuerzo por convertirla en su patio trasero y apoderarse de sus riquezas materiales, de subsuelo y naturales y reducir a sus pueblos a proveedores de mano de obra barata; por ello, se insistía en una educación sin pretensiones cien-tíficas, destinada a formar, a lo sumo, técnicos. Tuvie-ron mucho de fragor en la lucha, en el tren ideológico y cultural, no solo las protestas por mejores condiciones sociales y económicas en la calle, sino, sobre todo, el esfuerzo por el desarrollo científico dentro de la univer-sidad colombiana.

En nuestra nación es frecuente que lo urgente le quite peso a lo importante, y en los años setenta era ya clara la carencia de una política nacional de ciencias duras como paso fundamental para la construcción de una nación sólida en producción y generación de valor agregado. Independiente de la polarización habitual, deberíamos tener metas comunes a los gobiernos y los partidos y de importancia para toda la nación. Metas comunes de fondo son las políticas de Estado. La equidad, la salud y la educación para todos son básicas y aquí en Colombia son una ilusión apenas, un sueño. Había una grave ausencia de sólidas políticas educativas, de salud, educación y acceso a los bienes más significativos del mundo contemporáneo, en una sociedad justa y desarrollada eso debería ser el pan de cada día, tal como pensaban Descartes o Hobbes hace varios siglos. No nos podíamos resignar a una Colombia atrasada en todos esos aspectos; tan preocupante como el déficit social de esos bienes es la carencia nacional de conocimiento e información de alta calidad.

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Los medios de comunicación, controlados por empresas privadas, muchas de ellas transnacionales y también voraces, proveen mucha información de baja utilidad pública, a veces perversa e interesada y al servicio de grupos económicos que ejercen a escala mundial un egoísmo destructivo. Deficiencia nacional de ciencia y tecnología se expresaba en limitados recursos eco-nómicos y se demostraba en el pobre espacio en los medios para la divulgación, limitada circulación o in-cluso inexistencia de revistas de ciencia y tecnología de alta calidad y circulación nacional; exiguas separatas en los grandes periódicos, pocas revistas universitarias sobre el tema, apenas unas páginas en la prensa univer-sitaria casi doméstica son pruebas adicionales de una carencia que nos desorientaba en el punto central: Colombia es una nación que no ha tenido claro el papel de la ciencia, la tecnología y la innovación para superar la dependencia y, con autonomía, trazar su futuro.

Protuberantes atrasos en materia de ciencias puras y aplicadas, tecnologías y conocimientos actualizados, nos tienen y nos tenían peleando por la tierra. Y la tierra sola no produce nada, tierra sin tecnología es casi desierto seguro; el trabajo solo apenas logra el milagro cotidiano de la supervivencia; esa es la magia que nuestros campesinos llevan siglos realizando, de eso se sobrevive, pero no superaremos los mínimos que tampoco tenemos cubiertos. Un porcentaje muy alto de la población padece hambre en un territorio lleno de sol y agua, pero sin conocimientos productivos.

En todo el mundo se está produciendo ciencia y tec-nología para el progreso, y aquí somos la patria boba que sigue discutiendo leyes y protocolos mientras el control mundial sobre conocimientos y riqueza crece ante la mirada complaciente de los gobiernos de las na-ciones desarrolladas. Los monopolios de información, ciencia y tecnología se expanden, las patentes son la barrera efectiva para el acceso y quedamos rezagados en nuestra capacidad de crear e innovar. Los poderosos acaparan ciencia, tecnología e innovación y nosotros creemos que la clave es una industrialización de recorta y pega y un desarrollo agropecuario manual y parcial-

mente ignorante de lo que lo hace productivo y eficien-te. Por eso era urgente una política de ciencia y tecnolo-gía, no como paño de agua tibia, sino como política de Estado, igual que en otros países europeos y asiáticos que entendieron eso desde el siglo xix. Ese desarrollo de los conocimientos era urgente, pues de lo contrario íbamos a seguir peleando por cómo salir de la pobreza cuando la ciencia y la tecnología mostraron el camino hace ya más de dos siglos. Producir conocimientos de alta calidad es vital y similar a la importancia de la sa-lud y la educación para todos. Eso lo comprendió jorge

alberto de manera intuitiva y expresa.

En materia educativa nos hicimos sensibles a otro mun-do, a otra perspectiva, a otros horizontes. Tuvimos una utopía vigorosa con la generalización de la Justicia, con la profundización de la Libertad; todo eso se ha vuelto agua y humo, pero se puede también medir el progreso de las sociedades y la consolidación del pluralismo y la democracia; creo que no hay otro pensamiento políti-co de naranjo diferente a la decisión de usar todas las energías vitales para lograr el conocimiento, la perfec-ción y la excelencia. Una idea como esta solamente es posible tenerla si existe contacto con la música como armonía del espíritu, y la política del espíritu como la mejor para el crecimiento personal en las tareas asumi-das. Si hay algo que cruzó su vida fue la música, pre-sente desde su juventud hasta los últimos años en los cuales estuve cerca de él y vi cómo se había convertido en el tejido de su sobrevivencia; pero no fue solamente el sobrevivir, fue siempre el vivir en la música como una dimensión íntima y formativa, que le da división al alma humana; por ello, la definición de música de los griegos es atinada, música significa darle forma al alma; y vaya que con él estamos frente a un ser que vi-vió la vida en tono musical, sin que hubiera sido igual el ritmo, la melodía o el género.

De allí su rechazo a la política. “Mi indiferencia polí-tica es tan vieja como mi uso de razón, pero se acen-dró gracias a las desilusiones de Mayo del 68”. Desde siempre se dedicó a buscar la patria en los sueños, con sus propios recursos, en sus estudiantes y colegas, en la biblioteca y el laboratorio.

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Mucho se ha discurrido sobre este tema y las posicio-nes pueden llegar a ser irreconciliables. Lo definitivo es el modo como asumimos la política en nuestra propia existencia. Existen las posiciones extremas: Nietzsche ha dicho, categóricamente, que el sentido de la vida no puede depender de lo político; pero, con seguridad, él, como estudioso de la antigüedad clásica, sabía que la palabra idiota era la que se aplicaba a quien no se interesaba por los asuntos públicos. Se puede vivir la vida sin ocuparse de la política, pero siempre quedará una pregunta por la supervivencia. Si vivimos en una democracia es inaceptable no participar en la vida pú-blica, y si vivimos bajo una tiranía o un régimen injusto es moralmente inaceptable no ocuparse de los asuntos públicos, pues mi vida y la vida de mis seres queridos estarán siempre en riesgo.

Marx, en sus tesis sobre Feuerbach, da un paso muy firme al señalar que no solo se trata de interpretar el mundo, sino que también tenemos la obligación de transformarlo. Se pueden contraponer las opiniones de Nietzsche y las de Marx. La perspectiva del primero es que el arte es lo único que justifica la existencia y buscar el sentido en otro lado es un error. Pero ya sabemos que una existencia hermosa también es una dedicada al conocimiento y a las actividades del espíritu, cultivando las disciplinas humanísticas, y que hay una bella dignidad en las personas sencillas que dedican su vida a asuntos aparentemente banales, como ser una buena persona o vivir en una simpleza extrema. Estoy pensando en seres como Robert Walser, y no me quiero imaginar lo que el joven Marx hubiera dicho de su existencia dedicada a las cosas mínimas, elogiar un botón o trenzar cuerdas para atar paquetes de correo. Walser muere apaciblemente en un sanatorio y deja una inquietante obra literaria, unos aforismos sabios y profundos. Marx consideraba, como un buen romántico, que no hay cosa mayor que morir al fragor de la lucha, al calor de una existencia turbulenta, en combate contra los poderosos que perturban el logro del bien común con su egoísmo estrambótico.

Cualquier persona que abra los ojos y se informe sobre el mundo contemporáneo sabe que nuestras vidas están

siendo determinadas, en gran medida, por la existencia de un grupo no muy grande de familias o consorcios financieros, que no solo poseen casi toda la riqueza de la tierra sino que están lanzando a la humanidad a una carrera sin retorno al hacer del petróleo o el oro su fuente de ganancias. Usando el petróleo como combustible estamos destruyendo la atmósfera, y por extraer el oro se están exfoliando las selvas del planeta de una forma irreversible. Como siempre en la historia de Occidente, la cuestión es entonces: ¿qué hacer? Padecer la historia con pesimismo y dejar hacer sin intervenir pareciera una actitud que pasa de ser escéptica para acercarse a una comodidad francamente cínica. Prefiero ver el camino en una actitud vital que, sin desconocer los delicados hilos de la búsqueda del sentido y el significado de la vida, no olvide que estamos juntos en un planeta que ya sabemos no tiene una vida ilimitada, sino que esta vida maravillosa está fuertemente asediada por un egoísmo feroz que amenaza con destruir los mismos cimientos del planeta para convertirlo, ante nuestros propios ojos, en un desierto descomunal, en el cual no habrá ningún motivo para albergar esperanzas.

La literatura en el camino del autoconocimiento

Sin abandonar las discusiones filosóficas, la literatura se convirtió en el territorio de las exploraciones. Un camino por excelencia para la construcción de esa patria ya mencionada. Un territorio para vivir y renacer en el poder del espíritu, un espacio para la política del espíritu que mencionó Valéry. En un investigador e intelectual como naranjo el interés por la literatura universal fue muy amplio; lo constatan la clara atracción por autores como Homero, Eurípides, Esquilo, Sófocles Aristófanes, Shakespeare, Goethe, Cervantes o Dante, casi siempre respaldado por artículos y conferencias, cursos y libros. Estudios cuidadosos sobre Lucrecio, Epicuro y, en general, los grandes escritores del Renacimiento. En ese panorama cumple un papel muy importan-te lo que fue un extraordinario capítulo de su interés por la literatura, que lo llevó a convertirse en uno de los grandes expertos en literatura antioqueña tempra-

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na; esta, como registro de la cultura en la región, li-teratura menor con un papel muy importante en los procesos de identidad cultural, se va a reflejar en los procesos económicos, en la apropiación de la riqueza y en la expansión y movilidad social. Si observamos con cuidado, Antioquia se ha convertido en un especial pilar de la nación hasta la época actual, y el estudio de su literatura es un precedente muy importante para entender los procesos que acabo de mencionar. Según las propias palabras de Jorge Alberto, el interés por la literatura antioqueña, que va a dar lugar a una parte im-portante de su obra ensayística y literaria, tuvo relación con un encargo que asumió en la Facultad de Minas: la reconstrucción novelada de la Escuela de Minas. Para ello se le concedió el derecho de un año sabático, y el resultado fue la obra La estrella de cinco picos. Relata que ya tenía reunidos los materiales cuando se encontró que no había ganado el tono; fue cuando concentró su esfuerzo en el reconocimiento de la literatura antioque-ña. Este solo hecho habla de la dimensión intelectual y estética del autor, y no deja uno de recordar labores enormes que otros grandes investigadores han hecho, como cuando Freud se interesó por El Quijote y eso lo llevó estudiar el castellano, para poder leer la obra en el propio lenguaje que había sido producida.

El estudio de la literatura antioqueña generó muchos frutos; aquí hay que enumerar los grandes hitos, que fueron la Antología del temprano relato antioqueño, la revisión de las obras de Saturnino Restrepo y lo que va a ser un estudio posterior para la obra completa de Tomás Carrasquilla, publicado por la Universidad de Antioquia. El conocimiento de la lengua de sus mayores, el conocimiento de la región y el autoconocimiento están en camino.

Es difícil el autoconocimiento. No somos capaces de vernos con la severidad que utilizamos con los otros, y esto lo consagra muy bien el dicho bíblico: “ver la paja en el ojo ajeno y desconocer la viga en el propio”. Nos engañamos sobre el curso de nuestros pensamientos y sentimientos, pues las omnipresentes crisis y los tránsitos importantes no siempre van acompañados de

una conciencia clara y duradera. Fue el pensamiento psicoanalítico, y más remotamente la propia filosofía, quienes subrayaron este carácter parcial y limitado de la conciencia. Por ello mismo, y por la complejidad de la realidad, los mitos aparecen con fuerza demoledora que neutraliza la deseable capacidad de buen juicio y conduce la mente individual y colectiva hacia el error o la adopción de teorías endebles. Además, tenemos que contar con un amor propio que es astuto y engañoso, pues nuestra vanidad es traviesa y fantasiosa; y eso sin tener en cuenta los intereses personales, que a veces actúan como lente oscuro que nos impide ver lo limitado de nuestro propio conocimiento. Reto mayor es el conocerse a sí mismo, pues en otras ocasiones es la vergüenza o la descarada soberbia la que nos impide reconocer los errores.

Es casi imposible, en muchos casos, el conocimiento de sí, pues los seres humanos estamos fascinados con las ficciones de nuestra mente; eso es mitomanía y muchas personas la defienden por décadas, lo que entraña cierta ofuscación interminable de la mente. Y a esta dificultad hay que sumarle el papel del lenguaje en el autoconocimiento. Como seres de lenguaje entendemos mucho mejor que estamos hechos de palabras, que pueden ayudar a nuestra comprensión o desviarnos. Ellas, dijo Leo Rosten, son el opio de la raza humana. Son un narcótico poderoso, un estimulante al corazón y al cerebro; pueden ser evocativas, alucinatorias o mortales, como en el anuncio que aniquila a quien lo recibe. Las palabras sirven para enseñar, comunicar y también para herir, glorificar, enardecer o degradar. Las palabras comunican almas y sociedades. Y el hondo dramatismo que entraña el deterioro del sistema nervioso aquejado de alzhéimer, o de otras deficiencias, se explica por la peste del olvido. Así se va entrando en una erosión profunda del ser.

Estas herramientas de autocomprensión, que son las palabras, requieren cautela. Las palabras que utilizamos para describirnos tienen una importancia crucial. Por ejemplo, no es igual si alguien se considera un artesano o un artista. Si elige lo primero acepta una tradición de

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trabajo y sencillez. Si quiere ser artista se relaciona con unas ideas con raíces en la cultura francesa y el ideal romántico. Esta tradición piensa el proceso creativo creyendo que la inspiración existe y solo hay que recibir la visita de la ninfa sagrada. Por el contrario, opino que es valioso que el trabajador de las palabras deba estar enterado de todo lo que su gente oye, siente o piensa; tiene que ser curioso, activo y mantener una disciplina de estudio. Quien, como los poetas, desee expresar su mundo, o practicar la etnografía interior, debe saber que las palabras entrañan un peligro que se conjura con el estudio y tienen una posibilidad efectiva, acompañadas de reflexión y cuidado. Le vale mejor al escritor no tener ínfulas de artista y aceptar que su labor es humilde y persistente como la de un artesano, y no que su vida es rimbombante y grandiosa. El autoconocimiento es un logro extraordinario de los seres humanos y es un paso indiscutible en el camino hacia la sabiduría, la cual, además, tiene en el silencio un espacio privilegiado de expresión.

Y después del silencio la literatura y esos pensamientos que ella recoge. Cuando afirmamos que uno piensa, como en la célebre expresión de Descartes: “pienso, luego existo”, hay algo que se desliza y sin querer no nos expresamos con claridad. Decir que yo pienso tiene mucho de convención, pues en uno hay muchos factores que presiden la acción de pensar y el verbo pensar no incluye todos los factores inconscientes, pero le adjudicamos a un sujeto en singular lo que a veces procede de una multiplicidad de factores, muchos de ellos colectivos, de clase social o de intereses comunes. Por ello es tan valiosa la frase de Nietzsche que dice que ciertamente un pensamiento viene cuando “él quiere”. Y agrega que aun los profesionales del pensamiento, los que lo hacen de manera disciplinada y consciente, no siempre se dan cuenta de que los pensamientos llegan “como desde afuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo una especie particular de acontecimientos y rayos”.

Pero además de esa dimensión intempestiva habría que reconocer que hay pensamientos que vienen de mane-

ra no tan alta, como los rayos y las centellas, que hay pensamientos que llegan de subsuelos oscuros y otros que son como serpientes o batracios, como liendres o babosas, desde lo bajo de nuestros instintos o nuestras pasiones más tristes. La envidia, la pereza, el resenti-miento asaltan la mente, la poseen. El mismo pensa-dor alemán se equivoca a veces y sobre todo cuando afirma que es necesaria “una intelectualidad osada y exuberante que ande rápida y juzgue con inmediatez”. Esos pensamientos repentinos y obsesivos, que no se han rumiado, ni vuelto a pensar con cuidado, son casi siempre vehículos gratuitos de lo que Spinoza llama las pasiones tristes, el resentimiento, el odio, el orgullo herido. Por ejemplo, desde la cobardía de quienes no han emprendido cosa de fondo es muy fácil juzgar a los hombres de armas. Las armas no son, quizá, ni buenas ni malas por sí mismas, pues permiten la defensa de lo más propio y han garantizado la supervivencia de la es-pecie en un pasado de feroz competencia con especies letales. Y decir esto es difícil en un país que necesita dejar de estar armado, pero los espíritus se arman con ideas más fieras y letales que los famosos tanques pan-zer de la Alemania nazi.

Pero pensar no puede ser tampoco cosa de lentitud de siglos, y hay momentos y épocas en las cuales una vacilación se vuelve un peso insoportable, una verdadera mula muerta en el camino y la marcha. Y en esto quienes defienden la idea de pensar y danzar con alegría tienen una porción enorme de razón. En nuestra nación, muchos columnistas, que tienen peso de opinión enorme, se han detenido en el mismo horizonte, vuelven una y otra vez sobre los temas y eso no está mal si intentaran otro talante, un cambio de perspectiva y una capacidad mínima de ponerse en el cuerpo del otro. Pero esto es como pedirle peras al olmo, y es por ello que vamos a seguir oyendo la misma cantaleta paranoica de que ya viene el castrochavismo, o que se recite el camino del odio y se renuncie a compartir con otros las esperanzas de una nación integral, unida en la diversidad. La fatiga lamentable hace que las mentes vuelvan una y otra vez sobre lo mismo, sin ser capaces de ver la novedad y la diferencia. Oscuro y lejano es

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el camino para el entendimiento. Pero lo que aprendí de mi maestro es que no hay lugar para disimular nada, no hay manera de ocultar nada, hay que buscar en la literatura y en la escritura las cosas cercanas a nuestro dolor o nuestra alegría, y por ello el torrente de la vida es el límite, incluyendo nuestro desaliento, la desesperación humana. Y en el texto hay lugar para la expresión de toda la gama de los sentimientos y las emociones.

Escribir es afrontar el reto de los bandazos de la an-gustia, reconocer y reconectarnos con las fuerzas para dejar el testimonio de todo lo que pasa, la historia de un puesto en el bus y la ventanilla para abordar los territorios de nuestras posibilidades cognitivas, las gentes que contenemos en nuestro ser, el bien y el mal, el amor y la muerte, el paso de la existencia. Es la herencia que recibí de mi maestro. Y allí, en ese puesto que nos ha tocado en la vida, observar y observarse y escudriñar los hilos de nuestra propia vocación como lectores y como escritores. Tal como a su vez lo indicó Rilke (2012):

No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?”. Vaya cavando y ahondando en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “sí debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida (s. p.).

Referencias

Fisas, C. (1999). Historias de la historia. Planeta.

Naranjo, J. A. (2019). Las invenciones de mi alegría. Educación, escritura y lectura. Entrevistas. Editorial EAFIT.

Rilke, R. M. (2012). Cartas a un joven poeta. Alianza

Editorial.

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La vida es un espectro cuando se le hace pasar por los filtros de la ciencia racional

La calidad del alma que recorre la existencia imprime a esta su entonación particular, su propia atmósfera poética

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Jorge Alberto, mi hermano

Juan Felipe Naranjo Mesa

(Colombia, 1950-v.)

Médico Veterinario. Magíster en Cultura, Sociedad y Economía China de la Universidad de León, (España). Profesor en las universidades Bolivariana (de Medellín, Montería y Bucaramanga) y Escuela de Ingeniería de Antioquia. Gerente de ventas en Zenú, gerente de mercadeo y gerente de exportaciones en Vajillas Corona.

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Resumen

Esta crónica hace el recuento de momentos compartidos entre Jorge Alberto Naranjo Mesa y Juan Felipe Naranjo Mesa, desde cuando eran niños y adolescentes hasta ser hombres maduros y abuelos. Se hace un retrato de Jorge Alberto Naranjo Mesa por quien lo conoció como solo lo puede hacer un hermano, y constituye un documento importante para saber sobre su vida y su personalidad.

Palabras clave

Alegría, familia Naranjo Mesa de Medellín, Jorge Alberto Naranjo Mesa, gratitud, hermanos, juegos.

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Tuve la inmensa fortuna de ser hermano de Jorge Alberto, de quien me separaron once meses, nada más. Tuvimos una infancia feliz, llena de inquietudes de todo tipo, fantasías de todo tipo y personas de todo tipo a nuestro alrededor. Y esos once meses fueron distancia suficiente para que siempre me echara la delantera. En todo. Desde muy niño recuerdo que me imponía una serie de desafíos para poder igualarlo: cantando, corriendo, jugando con una pelota, sabiendo los nombres de los pájaros, de los árboles, de las flores, montando a caballo, saltando piedras por las quebradas, nadando en arroyos, ríos, piscinas o lagos; recorrer senderos por la montaña era una de sus pasiones y, por supuesto, era uno de mis desafíos: si no lo alcanzaba, me perdía.

Jorge nació con un aura especial: la del genio. Sus inquietudes intelectuales eran insaciables. No había tarde en que no me enseñara algo nuevo, que su in-quietud le había permitido conocer. Recuerdo que en la finca de los Naranjo Villegas, San Marcial, por las laderas de Llanogrande, al frente de San Antonio de Pereira,1 un tío tenía un radiecito Telefunken, que era como una caja mágica para nosotros. Su banda corta nos trajo unos programas imperdibles de emisoras europeas, en especial Radio Netherland, de Hilversun, en la que presentaban todas las noches conciertos de música moderna con unos conjuntos nuevos maravillosos, como los Beatles, y cantantes nuevos con unas propuestas bellísimas, como Bob Dylan, Cat Stevens, Joan Baez, Donovan. Y Jorge seguía con atención las canciones y sacaba las letras en inglés con una facilidad pasmosa, para que luego las cantáramos en las caminadas por el monte. Los programas de música clásica de la BBC eran otra fuente inagotable de conocimiento, recorriendo la música desde la Edad Media y el Renacimiento, hasta llegar a ese Barroco que tanto lo encantó, con Bach encendiéndole el alma. Jorge me guio desde siempre en el gusto por la música. Me enseñó a Bach y a Mozart, que eran su pasión.

1 El nombre hace referencia a un lugar en Itagüí; no confundir con la zona del Oriente antioqueño.

En la casa de nuestros padres las tardes eran una delicia. Leíamos con ellos a Daniel-Rops, Romano Guardini, Edmundo De Amicis, poemas de Barba Jacob. Y la mente viajaba embebida con las historias que nos leían. Y nuevamente el espíritu inquieto de Jorge trajo a mi vida a Walter Scott, Thomas Malory, Alejandro Dumas, Julio Verne, Harriet Beecher, Mark Twain, don Tomás Carrasquilla, León de Greiff, entre otros, lo que llenó nuestras tardes y noches de unas historias pobladas de fantasía, realidad e inquietudes de todo tipo, que nos llevaron a meternos de lleno en la geografía, la historia y la literatura. La cabaña del tío Tom, Las aventuras de Tom Sawyer, El príncipe valiente, Ivanhoe, El viaje a la luna, El rey Arturo y Los caballeros de la Mesa Redonda, Los tres mosqueteros, fueron la dicha de nuestra infancia e inspiraron los juegos que después haríamos con los primos y los amigos. Y pudimos disfrutar a plenitud la generosidad de nuestros padres en todo sentido. Y muy especialmente en el campo intelectual en que no se nos puso límite a nada ni por nada. Nunca se nos recriminó por leer a tal o cual autor, fuera cual fuere su orientación, su credo, su fe, su cultura, su mensaje. Siempre nos enseñaron a respetar las diferencias, por grandes que ellas fueran. Cada uno pudo dedicarse a estudiar lo que más lo movía. Jorge se fue hondo con los filósofos modernos y los estudios sobre el Renacimiento. Y nuestros padres animaban la búsqueda sugiriendo, compartiendo, dialogando sobre lo que se iba comprendiendo, especialmente por parte de Jorge.

Entramos a clases de inglés en el centro de la ciudad, a donde íbamos tres veces por semana; la ida se fue vol-viendo otro momento mágico. Nuestros padres nos ha-bían abierto cuenta en las librerías de Alberto Aguirre (Librería Aguirre) y de Rafael Vega B (Librería Con-tinental). Y turnábamos la visita semanal a cada una de ellas: en la Aguirre, libros de autores que Jorge ya empezaba a buscar: Kafka, Artaud, Deleuze, tratados sobre Leonardo y Durero; y en la Continental, la mú-

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sica, de la que esta era como una especie de santuario. Semanalmente íbamos a pagar la cuota del club y nos deleitábamos mirando las obras recién llegadas, apren-diendo sobre compositores, directores de orquesta, so-listas y orquestas de todo el mundo. Y separábamos los discos que seguirían una vez canceláramos el club. Y si de ida para el colegio yo me antojaba de comprar un mango biche, Jorge me recriminaba, pues lo que aho-rrábamos de la plata semanal era para pagar los libros y los discos que fervientemente deseábamos. Y también nos metimos a los anticuarios del centro a buscar teso-ros literarios que él deseaba.

Recuerdo que yo empecé a buscar música folclórica latinoamericana y le compartí las Coplas del payador perseguido y otros poemas de Santos Vega y don Atahualpa Yupanqui. Los escuchó con emoción y hasta con reverencia, y se convirtieron en compañeros de todas las reuniones familiares, a partir de ahí.

A nuestro padre le llegaba correspondencia de todas partes del mundo y las cartas traían unas estampillas muy bellas, curiosas y llenas de historias. Pues Jorge empezó a recortarlas y a guardarlas, y una tarde me propuso que empezáramos una colección de estampi-llas; y arrancamos. Eso para mí fue como si me hubie-ran abierto una ventana al mundo. Adlátere teníamos atlas de geografía universal (una de las tantas pasiones de nuestro padre) y libros de historia (otra pasión del papá). Y cada país que llegaba en forma de estampilla era desplegado a profundidad en su geografía e histo-ria. Conocimos unas tierras remotas hermosas: Ugan-da, Kenia, Tanganica, Mauritania, Ceylán, Mongolia, El Congo, La Costa de Marfil, El Tíbet, Manchuria, Laos, Madagascar. Y nos deleitábamos con las bellezas de estampillas que llegaban de todas partes, estudiando cada una, entendiendo el significado de lo que había en ella, fuera un lugar, un rostro, un animal, un edificio, un cuadro; en fin, un mundo infinito y maravilloso. Y una vez por semana visitábamos a los filatelistas, particu-larmente uno del centro, alemán (creo que se llamaba Dietter) y muy amable, que nos enseñaba a llevar las colecciones; nos trajo, por encargo, catálogos del Yvert

et Tellier, nos enseñaba a distinguir las estampillas en buen estado, nos traía sellos de primera emisión que eran una hermosura, nos enseñaba los errores que po-dían presentarse y el valor que representaba una estam-pilla con errores de tipografía. Nos mostró estampillas con lupa y eso fue como entrar a un mundo todavía más impresionante. Y en el barrio San Joaquín, al Mayor Jaramillo, anticuario y coleccionista de estampillas, en especial de Colombia, que poseía verdaderos tesoros. Cada visita era un nuevo mundo abierto para nuestro conocimiento.

Otro mundo que se abrió para nosotros fue el del de-porte. Jorge era un excelente futbolista y sus desbordes por la punta derecha eran famosos. Pateaba de manera fácil y en chanfle, con su derecha maravillosa. También jugaba muy bien basquetbol. Íbamos al Atanasio Girar-dot semanalmente, jugara quien jugara. Nos llevaban amigos de mi padre que nos enseñaron a disfrutar el fútbol como tal, no importaba si la buena jugada o el gol eran del equipo que no era de tus amores. Y por ese entonces, Nacional y Medellín poseían los mejores medio campos del país. Era un deleite ir a ver jugar a Urriolabeitía, el Coco Rossi, Luis Pentrelli, Rama-ciotti, Corbata, César Cueto, el Turrón Álvarez, el Ca-nocho Echeverri. Jugaban de verdad con el balón, se comían la cancha, derrochaban clase, gallardía y amor por la camiseta. Recuerdo que estábamos una tarde en el Olaya Herrera esperando la salida de un avión para Bogotá en el que se iban unos tíos que fuimos a despe-dir. El aeropuerto de allá estaba cerrado y en el Olaya se armó un despelote con la cantidad de vuelos que, para esa época eran muchos, se habían retrasado. Y de pronto nos dimos cuenta de que en otras mesas cerca de las nuestras había muchos jugadores con maletines del Real Madrid.

Averiguamos qué pasaba y era que iban para Bogotá, en donde jugarían contra Millonarios y el avión tuvo que aterrizar en Medellín. Iban a jugar uno de los partidos pactados para pagarle a don Alfonso Senior por haberle cedido a don Santiago Bernabéu a Alfredo Di Stéfano, que había llegado a Colombia con otras grandes figuras

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del fútbol argentino. Y ahí, al ladito nuestro, Rogelio Domínguez, uno de los mejores arqueros de la historia del Real, nos regaló un escudo del equipo para portar en la solapa del saco. Dormí con él bajo mi almohada, no sé por cuánto tiempo, hasta que lo perdí, por desgracia. A los dos días fue el partido y fuimos a verlo a casa de una tía que sí tenía televisión. Y yo me apretaba el corazón cuando intervenía Domínguez o cuando tapaba como los dioses. Ahí empezó mi amor por el Real. El de Jorge también, pero fue eliminado cuando llegó Cruyff al Barcelona. A partir de ahí fuimos rivales en el fútbol internacional y aliados en el Nacional. Jorge y yo aprendimos a ver el fútbol en la televisión sin volumen. Viendo la jugada y no escuchando al narrador o al comentarista.

Entre otras muchas cosas que aprendimos (o que apren-dí) durante la infancia y adolescencia fue el valor del estudio de las cosas en profundidad. Y Jorge sí que lo sabía hacer. Era hermoso el proceso que se surtía cuan-do uno le hacía una pregunta. Lo miraba a uno fijamen-te cuando le preguntaba, luego callaba por unos largos segundos mirando a un punto fijo, y volvía sus ojos azules y profundos hacia uno para empezar a responder de manera pausada, serena, vasta y amplia a la pregun-ta. Por eso era tan importante tener clara la pregunta que se le iba a hacer. Hablar con él de astrofísica era partir de la órbita en viaje planetario. Oírlo explicando el uso de la gravedad de los planetas como lanzaderas para los viajes interplanetarios de las sondas y los sa-télites, era hermoso. Los puntos de Lagrange eran para él como esquinas del barrio. Los agujeros negros, enig-máticos lugares del espacio, descomunales aspiradores de energía, lo fascinaban. Las leyes de la mecánica de fluidos de Newton eran un poema para su vida.

La literatura, además de lo arriba mencionado, fue otra de sus fuentes de aprendizaje. Recitaba a Antonio Ma-chado antes de que lo cantaran. Los sonetos de San Juan de la Cruz, de Luis de Góngora, eran melodías leídas por él. Don Quijote de la Mancha estuvo siempre en nuestras vidas, y yo llevaba apartes para que el me los leyera y así poder entenderlos mejor. Dominaba el arte

de permitir cantar a las palabras, por lo que la lectura de textos hecha por él era como la interpretación de la par-titura de la obra más melodiosa. Recuerdo con emoción una reunión de familia en Navidad, en la que Jorge nos pidió que escucháramos un villancico musicalizado por él a partir de un texto de Antonio Machado (Anoche cuando dormía): fue absolutamente hermoso escuchar-lo cantar con esa voz segura, tranquila y expresiva, con esa melodía tan dulce que musicalizó el texto.

Siempre amó estas tierras y las disfrutó desde los ama-neceres y los ocasos. Los viajes terrestres que hacíamos todos los años, con nuestros padres, por toda la geo-grafía nacional, eran maravillosos. Buscábamos unos sitios de encanto o interés que él había encontrado en los textos de las revistas de finales del xix, que tanto lo atraían. Y ahí, en el lugar, contaba lo que había pasado. Casi siempre hechos dolorosos acaecidos durante algu-na de las sangrientas peleas entre conciudadanos sepa-rados por odios mezquinos e insolubles. Y se quedaba pensativo y silencioso para luego decirme: “Juancho, que dolor las vidas tan valiosas y los espíritus tan bellos que se ha llevado la maldita guerra”.

Jorge, en su parte infinita, en su alma, se fue a recorrer esos espacios inconmensurables y enigmáticos que tanto lo atrajeron en sus estudios de física. Y debe ser un deleite verlo sonreír asombrado entendiendo todo lo que se le quedó pendiente. Y se fue dejando para mí un vacío enorme, de setenta años de compañía, llena de cariño, de amistad, de conocimientos y experiencias bellas, profundas e imborrables.

Y durante esos setenta años yo fui siempre presentado, por quienes saludaba, como: “Este es el hermano de Jorge Alberto”. De Jorge Alberto, mi hermano.

Conversando con José Fabio, nuestro hermano menor, este me contó que estando en la casa de Jorge él le leyó unos versos de Hölderlin, que escribe en La muerte de Empédocles. Y al terminar de leerlo Jorge le dijo: “Esto es lo que quisiera que fuera mi epitafio”.

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Mi corazón a la tierra

Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente;y con frecuencia, en la noche sagrada,le prometí que la amaría fielmente hasta la muerte;sin temor, con su pesada carga de fatalidad, y que no despreciaría ninguno de sus enigmas.Así me ligué a ella con un lazo mortal…

Friedrich Hölderlin

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Es preciso educarse para saber perder toda morada y habitar en el afuera; aprender a no permanecer demasiado tiempo en ningún lugar de la cultura

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El legado de un hombrede conocimiento

Luis Fernando López Franco

(Colombia, 1953-v.)

Matemático y pintor. Profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.

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Resumen

Este es un texto poético en homenaje al profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa, en el cual se manifiesta el deseo de su recuerdo por su calidad humana.

Palabras clave

Legado, multiplicidad, razón, realidad, trincheras, voluntad de poder, Yo material.

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Jorge Alberto: has vuelto a la noche mineral de la que alguna vez partimos. En este juego cósmico de átomos volverás a ser parte de múltiples formas de vida por la voluntad de poder.

Agradecemos a la vida el habernos permitido coincidir con tan digno representante del hombre universal, del hombre de conocimiento. Para nosotros, la esperanza es que haya siempre hombres que trasciendan las fronteras del Yo inmaterial, haciendo ciencia y haciendo arte como filosofía de la vida.

El Yo material perdura en las obras que creamos, mucho más que ese Yo que nos hace ser en la vida y que se disipa como suave brisa al final de ella.

Mientras existan tus sonetos, tus maravillosas novelas, tus polémicos ensayos, tus profundos análisis físico-matemáticos, tu afán por el buen hacer, tu interés por sacar la diferencia de la repetición, por seguir la voluntad de poder de la vida, el tiempo del olvido no te habrá llegado aún.

Contigo aprendimos a mirar la realidad física rigurosa y desalmada, pero también la multiplicidad de la realidad.

Aprendimos, ante el desamparo cósmico, a refugiarnos en las trincheras del cono-cimiento, la ciencia y el arte. Aprendimos el valor de la honestidad con nosotros mismos y con los demás, el valor de la razón y la sinrazón.

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El deseo, la lengua, el trabajo, son la forma inconsciente como el estado de cultura asume el estado de naturaleza

La cultura es una formidable empresa de escritura en el cuerpo de la naturaleza

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El recuerdode una influencia vital:Jorge Alberto Naranjo Mesa, la puerta de accesoal despertar de la conciencia

Oscar Jaime Restrepo Baena

(Colombia, 1967-v.)

Ingeniero de Minas y Metalurgia. Magíster en Ingeniería Ambiental del Instituto de Investigaciones Ecológicas (España). Doctor en Metalurgia y Materiales de la Universidad de Oviedo (España). Profesor Titular de la Universidad Nacional de Colombia, docente en las universidades de Antioquia, Pontificia Bolivariana y visitante en diversas instituciones de educación superior, nacionales e internacionales. Director de la revista Dyna. Columnista, autor de varios libros, capítulos y numerosos artículos.

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Resumen

En este trabajo se presenta un homenaje al profesor Jorge Alberto Naranjo por medio de un repaso de la formación académica y científica del autor (que fue guiada por el homenajeado), quien actualmente se desempeña como profesor de la Universidad Na-cional de Colombia. Se destacan las cualidades docentes y moti-vadoras de la actividad científica del profesor Naranjo y con ello

se reivindica el legado que dejó en toda una generación de profesionales que hoy en día ejercen en la ciudad y el país de manera exitosa. Se destaca, igualmente, el perfil humanista y la integralidad en el saber como características fundamentales del profesor Jorge Alberto en su quehacer. A lo largo del texto se exalta la entrega y motivación del profesor Naranjo como docente y divulgador del conocimiento. Palabras clave

Arte, ciencia, docencia, filosofía, iniciación científica, integralidad, Jorge Alberto Naranjo Mesa.

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Estoy sentado frente a una hoja en blanco, tratando de dejar testimonio de una historia que me haya marcado y que mis recuerdos me lleven atrás, a un pasado que no sé qué tan lejano sea, un pasado que me haga sonreír y que me produzca la alegría del recuerdo; una historia que señale un surco y me permita entender, de alguna forma, la razón por la cual soy lo que soy.

Son tantas cosas, hay tantos momentos, recuerdo a tan-tas personas, que no es fácil enfocar esa lente que te permite el viaje en el tiempo. Sin embargo, hay algunas luces, hay claridades, hay espacios donde la mente se detiene y el foco se centra. Quizás en ello influya el presente y los intereses que hoy me definen, los gustos que tengo y el ambiente que me rodea, aquellos que me acompañan y que en esos días del pasado no estaban, y también los que en aquel momento estaban y hoy no siguen aquí.

Todo ello llega junto. En esos momentos tengo que aclarar mis pensamientos, depurar mis recuerdos, cen-trar mis intereses y escoger solo aquello en lo que quie-ro que mi imaginación se centre, a3quello con lo que pueda establecer una conexión directa sin que me sa-que del entorno en el que hoy me muevo y vivo.

Quiero comenzar contando que soy profesor de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia desde hace más de veinte años. No llegué a ello como producto del azar, ni porque haya sido la única opción que me dejó la vida. Fue buscado, perseguido y defendido a lo largo de los años, desde que era estudiante de ingeniería en esta misma escuela de formación, o debería decir escuela de pensamiento, pues es lo que es este recinto al que muchos llaman, con acierto, Escuela de Minas.

Me pregunto, ¿por qué ejerzo como profesor en esta casa de estudios? ¿Qué hizo que mi formación profe-sional se encausara a desempeñarme como profesor? ¿Quién o qué motivó que me sumergiera en ese mundo académico tan incierto como desprestigiado, o mejor, tan poco valorado en esta sociedad movida por el éxi-

to rápido y medida por el monto de los ingresos? No era ese el camino más fácil y algo pasó para que me animara a seguirlo, despertando esa pasión por el co-nocimiento, esa búsqueda permanente de lo que no se ve, esa inquietud inacabable de la pregunta, mayor aún que la satisfacción por el encuentro con la respuesta, ese ánimo inquebrantable de ponerse de frente al mar de incertidumbres, al vacío de certezas: esa convicción final de que lo que importa es el camino y no el destino.Pienso en todo ello: en esa filosofía de vida, en ese entorno tan difícil de sostener a menudo, pero que me rodea permanentemente, que guía mi quehacer y determina el derrotero de mis días. ¿Cómo llegué ahí? ¿Qué lo potenció? ¿En qué momento se delineó ese camino? No tengo una respuesta única, definitiva: puede ser que vino de la casa, de la familia, de los padres, del entorno, de la formación básica, del cole-gio, de los amigos, del barrio; en fin, un paisaje tan variado que señalar un rasgo único, un sendero oculto, una sola causa, sería no solo injusto y arbitrario, sino equivocado.

Sin embargo, reconozco las diferencias de peso de los factores, el diverso calado de las influencias, el impacto inesperado de las circunstancias que han mantenido el trazo claro y firme del camino que recorro a gusto, dejándome marcar por él. Es ese el sino de esta vida académica: abrir puertas a otros como me las abrieron a mí. Y es cosa de justicia recordar a quienes hicieron de porteros para ayudar a cruzar los umbrales, tal como hoy lo intento hacer, en un movimiento perpetuo de recorrer sin repetir.

Mis recuerdos me llevan al año 1983 en la ciudad de Medellín, cuando era estudiante del Liceo Nacional Marco Fidel Suárez y estaba haciendo lo que entonces se llamaba quinto año de bachillerato y hoy décimo grado. Tengo la sensación de que quinto ya se llamaba décimo, pero todos nos negábamos a pronunciar el nuevo nombre porque no queríamos privarnos del orgullo de sentirnos en sexto al año siguiente, máxima aspiración de cualquier colegial de esa época.

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Los estudiantes del Marco Fidel teníamos en nuestra vecina Biblioteca Pública Piloto, “La Piloto”, nuestro sitio de encuentro. Allí jugábamos ajedrez, leíamos libros e historietas, hacíamos nuestra iniciación al cine de autor y, por supuesto, asistíamos a las primeras conferencias y recitales. Ese año conocí, de primera mano, a los nadaístas, en los conversatorios entre Jaime Jaramillo Escobar y Jota Mario, mientras que Darío Lemus se refugiaba en su silla de ruedas sin decir una sola palabra. Vimos las películas de Bergman y Fellini y descubrimos al recién muerto Fassbinder, escuchamos en vivo a Alberto Cortez y Mario Benedetti nos envolvió con su Inventario.

Y fue en ese entorno en el que asistí a mi primera conferencia científica. Se trataba de una disertación sobre los trabajos experimentales de Galileo Galilei, a quien habíamos estudiado en nuestras clases de filosofía, historia y religión en el Marco Fidel. Aquella conferencia trataba de física, química, arte, filosofía, un universo de detalles que mi adolescencia inquieta y ávida de conocimiento nunca pudo procesar por completo. No supe si fui encantado por el personaje objeto de la charla o por el conferencista, a quien no logré diferenciar de aquel a quien se refería.

Tengo un recuerdo muy claro de la intensidad de aquella fascinación. Fue un jueves de septiembre y durante el siguiente fin de semana estuve pensando en una reflexión que hizo el conferencista cuando habló del agua y su relación con la expresión H

2O: el agua no

es H2O porque el hidrógeno y el oxígeno no te mojan

y el agua moja. Que introducción tan maravillosa a la mecánica del medio continuo. Ese conferencista se llamaba Jorge Alberto Naranjo, profesor de la Universidad Nacional. De él no supe nada más en ese momento.

A la semana siguiente volví a la biblioteca y busqué el nombre del profesor Naranjo. No encontré sus libros, pues al parecer no había publicado muchos en ese momento (eso vendría después), sin embargo, su nombre aparecía de manera reiterada en otros espacios,

pues lo pude ver como conferencista de literatura, de arte, de historia, de filosofía y de temas de ingeniería. ¿Quién era ese señor que dominaba temas tan diversos? ¿Cómo podía alguien hablar con propiedad sobre tantas cosas al mismo tiempo? ¿Lo hacía siempre como lo hizo cuando me tocó presenciarlo en la conferencia sobre Galileo, una semana atrás?

Volví a saber del profesor Naranjo dos años después, en 1985, cuando ingresé a la Universidad Nacional como estudiante de Ingeniería de Minas y Metalurgia. Durante el primer año tuve que tomar mi primer curso de Física, y aunque el profesor Naranjo ya no hacía parte de la Facultad de Ciencias sus vestigios se veían por doquier. En particular, sus notas sobre mecánica circulaban entre los estudiantes. Ese mismo año asistí a una de sus conferencias, un reencuentro fundamental, pues me animé a abordarlo y hacerle algunas preguntas a las cuales me respondió con amplitud y generosidad, abriendo la caja de sorpresas de mi curiosidad de manera definitiva. Me volví asiduo de ese profesor, incluso comencé a asistir desde el tercer semestre al curso de Mecánica de Fluidos que dictaba en la Facultad de Minas, aunque solo tendría obligación de matricularlo en el quinto semestre.

Por aquel entonces tomé el curso de Ciencia de Mate-riales con el profesor Luis Emilio Sánchez. Luis Emilio era un motivador inigualable y dictaba sus clases fundamentado en la mecánica cuántica, algo que nadie se atrevía a hacer, pues siempre se consideró entre los estudiantes que ese era un curso de transición y de paso fácil. Con Luis Emilio aquello fue otra cosa, todo un descubrimiento para mí, pues sus planteamientos eran los mismos que hacía el profesor Naranjo en sus cla-ses. Recuerdo que cursaba estas asignaturas, en 1986, cuando explotó en el aire el trasbordador espacial Challenger. Pasé horas con ambos profesores intentando una explicación, pues teníamos todas las herramientas para hacerlo. Planteamos la hipótesis de los materiales, de la velocidad de crucero, del combustible, de los flujos de corrientes parásitas, en fin. ¡Qué laboratorio de conocimiento para un joven estudiante universitario!

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En 1987 matriculé oficialmente el curso de Mecánica de Fluidos I, pero como ya lo había visto y aprobado, el profesor Naranjo me permitió jugar de otra manera. El reto fue traducir el libro de Li-Lam, mucho más avan-zado y con un desarrollo matemático más profundo que el libro de texto oficial. Aquella estrategia me permitió manejar de una manera muy suelta el cálculo diferen-cial, el cálculo integral, las ecuaciones diferenciales y hasta el álgebra lineal. ¡Qué maravilla todo aquello!Ese mismo año, en la Sede Medellín de la Universidad Nacional, tuvimos un paro largo y, por iniciativa del profesor Jorge Alberto, nos pusimos a estudiar la Ley de Stokes. Así que miramos el descenso de esferas de diferentes tamaños en distintos tipos de líquidos. Probamos champú, miel y melaza. Medimos tiempos de caída, dibujamos el rastro que dejaban las bolitas al caer y tomamos muchas fotos. Hace poco repasé con cariño esas imágenes que dejaron una huella imborrable en mi formación. Por esa senda me acerqué al entendimiento de muchos fenómenos de la naturaleza, y fue posible gracias al impulso y la motivación de Jorge Alberto Naranjo.

La mecánica de fluidos fue la puerta de entrada. Una especie de bautismo para el entendimiento de los materiales, las rocas, los suelos, el aire, que se consolidó unos años después, en el curso de Mecánica del Medio Continuo que el mismo profesor Jorge Alberto inauguró en la Facultad de Minas a comienzos de los años noventa. Lo asistí como invitado, pues ya había terminado mi programa académico y había comenzado a trabajar como ingeniero en una empresa de la ciudad. Para mí fue un curso fundamental, pues me permitió acceder a un entendimiento global de la mecánica de materiales durante mis estudios de posgrado en el exterior. Me inauguré como profesor de la Facultad de Minas una vez regresé al país y mi mayor orgullo profesional ha sido compartir ese curso con el profesor Naranjo. Enorme responsabilidad la que tuve con ese reto tan emocionante.

La segunda mitad de la década de los ochenta fue fun-damental en la producción académica del profesor Jor-

ge Alberto. A su amplia divulgación científica de con-ferencias, conversatorios y notas de clase se agregaron los libros y, bajo esa modalidad, pudo compilar muchas notas que tenía acumuladas en sus archivos, que hoy están a disposición de toda la comunidad. Tuve el pla-cer de ser testigo directo de aquella gran aventura y de compartir, de manera tangencial, ese ejercicio editorial, pues juntos tradujimos el libro Termodinámica de Enri-co Fermi y resolvimos los ejercicios propuestos. Hoy lo sigo usando en mis clases, así como las notas del curso de introducción a la Mecánica del Medio Continuo, que no pierden vigencia.

Mantengo cercanos esos ya lejanos recuerdos porque mi agradecimiento no cesa. Haber compartido aque-llos años de formación como estudiante universitario, aprendiz permanente y luego colega de Jorge Alberto Naranjo ha sido un aspecto fundamental en mi desa-rrollo profesional y personal. Jorge Alberto abrió mis espacios al mundo científico estudiando la física de Landau, despejó mis caminos al mundo profesional motivándome para que ingresara a la carrera docente y acogiéndome como colega en su curso, permitió que disfrutara del mundo literario con la lectura de los au-tores antioqueños del siglo xix y me enseñó otros que no conocía, me impulsó a estudiar francés cantando las canciones de Charles Aznavour e italiano repitiendo y copiando los planos inclinados de Galileo, me inició como conferencista en la Piloto, mi vieja casa, cuando en 1998 me invitó a realizar una charla sobre la historia de la minería en Antioquia, y acompañado de su mano generosa publiqué mi primer libro.

Mis visitas a su casa disminuyeron en frecuencia con el paso de los años, a medida que su salud se desgastaba, pero mi alegría al verlo nunca se redujo. Fui testigo y beneficiario de su generosidad y vitalidad y sentí una gran alegría cuando una de sus hijas asistió a mi curso de Ciencia de Materiales. Me pareció que era una ma-nera de retribuirle por lo que él me había dado. Hoy el maestro no nos acompaña físicamente, pero su presen-cia se siente en muchas partes. Sus enseñanzas no se perderán, pues así como hoy puedo dar testimonio de

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su legado somos muchos en la ciudad y el país los que lo seguiremos trasmitiendo a otras generaciones de es-tudiantes y aprendices, inquietos por el conocimiento.

Gracias profesor Jorge Alberto.

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Por fuera de las palabras la cultura nos ha hecho pensar que se abren los abismos del pensamiento

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El maestro JAN

José Fernando Jiménez Mejía

(Colombia, 1963-v.)

Ingeniero Civil. Magíster en Aprovechamiento de Recursos Hidráulicos de la Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Ingeniería de la Universidad de Antioquia. Profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de un libro, varios capítulos de libro y artículos.

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Resumen

Dos oficios fundamentales ocuparon la existencia de Jorge Alberto Naranjo: el de maestro y el de escritor. Sus energías creativas se invirtieron mayormente en ello. El presente texto plantea una metodología para el estudio de una obra que, como la de él, se caracterizó por una notable heterogeneidad, cuidadoso análisis, sentido ético y libertad espiritual.

Palabras clave

Cultura local, ética, Jorge Alberto Naranjo Mesa, libertad espiritual.

Hago parte de una generación que en Colombia vivió la transición de un mundo casi campesino hacia los tiempos modernos, o que llamamos modernos; estos, cargados de discursos, devastación ambiental, deterioro social, crisis de la moral y acompañados de la primera gran irrupción, en los espacios íntimos, de los aparatos tecnológicos. Aquellos de un poco más edad que nosotros aún conservan el recuerdo de tertulias con una tía que les contaba historias de personajes comunes y de espantos, a la luz de una bombilla de tungsteno que derramaba su luz amarilla sobre una concurrencia de chiquillos, sobrecogidos por el encantamiento narrativo de la visitante. Nosotros, sí, podemos decir que

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íbamos a la cama con las imágenes frescas del Chaplin mudo, en medio del silencio de la noche urbana que los jóvenes de hoy ya no conocen. Desde ese entonces me acompaña la memoria del barrio San Benito, tomado por asalto, atacado de muerte por una central minorista que había llegado para devorárselo.

Mis padres, como los de muchos otros, a duras penas alcanzaron a cursar algunos niveles de educación básica, y la mayor parte de mi formación estuvo marcada por el ambiente religioso que reinaba tanto en el entorno familiar como en el colegio. Misas, buenas intenciones y padrenuestros que se elevaban como las almenas de un castillo sitiado por los fuegos de un mundo alterado. Llegaron los ritmos del rock, las minifaldas, las hierbas de la Iluminación, los libros rebeldes perseguidos por curas y señalados de inmorales. ¡Imagínate! Ellos enfrentados a nosotros, que teníamos el hervor en el cuerpo, la energía más encendida, la rebeldía después de la primera gran rebeldía del 68 y de los setenta más rebeldes aún, más decididos a trasponer los límites.

Entonces empezaban a soplar aires distintos sobre la parroquia, de los que casi nadie hablaba. Mi amigo, de apellido M, me mostraba en secreto los libros de su padre, traídos directamente de Moscú; un compañero del colegio, en una tertulia intelectual de muchachos, se atrevió a decir, muy espontáneo, que también él admiraba a Einstein pero que le reprochaba solo una cosa: el haber creído en Dios. Los curas se pertrechaban tras su pretendido poder: nos espiaban y juzgaban, sin fuerza argumental. Por nuestras manos pasó Nietzsche (aunque muy a la ligera), Camus, Sábato, Lenin con su bodrio Materialismo y empiriocriticismo, García Márquez, uno que otro Gonzalo Arango, en fin. No esperamos alcanzar la mayoría de edad y ya nos colábamos en los bares del centro, donde teníamos por contertulios a nuestros propios profesores. Poco después llegó la diáspora: una especie de potente fuerza centrífuga que destruyó ese, para nosotros, primer intento de alianza juvenil. Algunos de estos chicos murieron prontamente en manos de la mafia, otros perdieron el horizonte en paisajes psicotrópicos,

aquel desaparecería en virtud de la guerra de Estado, que dispuso de muchos (y aún dispone) por la mera sospecha. Y otros, no lo pongo en duda, se hicieron a un oficio, dedicados a la simple rutina de conseguir dinero, bien por la vía empírica, como técnicos, quizá como médicos, odontólogos, abogados o ingenieros.

La universidad me recibió entonces con sus estructu-ras temáticas. Mucha física y matemática, pocas hu-manidades, casi nada de arte, para qué todo eso. Sos- pechábamos que la universidad era lo nuestro pero en realidad no teníamos suficientes razones para creer firmemente en ella, sobre todo al principio. El mundo a nuestro alrededor era cada vez más político. Un amigo había sido desaparecido. Algunas chicas de nuestra misma edad cerraban filas en torno a sus compañeros, fieles y fuertes, una que otra más acongojada, varias de ellas también perseguidas, amenazadas; y el vientre allí, el de ellas, como una pregunta, un emisor de sig-nos, una opción, una maldición, un arma que te podía destruir o hacer más fuerte. El imperio de las drogas se fue asentando, los políticos definieron posiciones con relación al negocio, no faltaron los presidentes que mostraban los dientes por la televisión o que cerraban sus alocuciones con un “Dios nos guarde con bien”. Mientras el pueblo, ese pueblo que aún constituye la base de nuestra sociedad, también experimentaba sus propias transformaciones, algunas de ellas igualmente violentas. Como las de mi amigo Alfredo, estudiante de filosofía en la Universidad Autónoma, que se colgaba en un bus del 12 de octubre, repleto de gente, todas las noches, llevándose su sonrisa amable y moderada y sus silencios poblados de esas casas, de esas calles de barrio, de esos puñales y revólveres que esperaban su momento de actuar, desde la oscuridad.

Supe de jan por una casualidad afortunada. Iba y venía muy triste por ahí, de aula en aula, con mi lista de tar-eas pendientes: álgebra lineal, geometría, cálculo, re-laciones estequiométricas, la molécula de ácido nítrico y de un profe extraño que hablaba de Saussure. Estuve a punto de morir ahogado, no porque hubiera caído in-consciente en una piscina, sino porque ya no soportaba

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tanto silencio acerca de la gente y la existencia misma. No recuerdo qué fue primero, si el curso de Física II o las conferencias sobre Nietzsche en el Museo de Arte Moderno de Medellín, cuando todavía funcionaba en el barrio Carlos E. Restrepo. Ni sabría decir de dónde vino la primera herida, y si fue la más honda. El mismo hombre de barba y pelo largo, que fumaba sin parar y hablaba como un pájaro mozartiano —su mirada compasiva, inteligente, profunda— declaraba con con-vicción que éramos un pueblo como el de Josefina la Cantora y que, por tal razón, debíamos cantar, es decir, expresar, ¿qué?, lo que llevamos dentro. Cómo hacer-nos dignos de la herida, qué tan profunda debía ser, qué tanto sumergirnos en la soledad, en la oscuridad de la noche mística para escuchar mejor el canto de la noche. Una mañana, saliendo del bloque 46, me encontré con él, serían las diez. Y ya te matriculaste, me preguntó. En mi alma se hizo un silencio. Había estado asistiendo a los talleres de escritura con Manuel Mejía y con Mario Escobar. Creí que ya no iba más en la universidad, pre-sentía a mis pies un abismo y hasta llegué a mirar con desprecio todas esas disciplinas físico-matemáticas que tanto me ocupaban. Siempre quise ser científico, físico, laboratorista o quizá simple y llanamente experimenta-dor. Me voy, le dije. Me voy a estudiar Comunicación Social a la de Antioquia. Sus ojos claros me miraron de frente. Y por qué. Después de darle una —tal vez confusa— explicación agregó: me cambio de Facultad, voy para Minas, me traslado a la Unidad de Hidráulica y voy a enseñar Mecánica de Fluidos. Te espero por allá. Y de lo otro, no te preocupés. También veremos. No creo que sea necesario abandonar los estudios de ingeniería solo por la escritura. El golpe fue directo, al de jan se sumó el de Mario Escobar, quien resumió: “asegúrese la cucharita”. Había llorado tanto mientras estudiaba las lecciones sobre el movimiento planetario, me había sentido tan miserable y avergonzado por toda mi ignorancia, por mi actitud, por mi incultura...

Y los días siguieron su curso. Con ellos llegaron los seminarios (sobre la novela inglesa en la época vic-toriana, las ecuaciones de Navier-Stokes, Kafka, el soneto), las clases (de Mecánica de Fluidos II y el la-

boratorio de Hidráulica con vertederos, chorros, mo-vimientos solidarios —sobre todo el rotacional—, el encanto mágico de la tensión superficial, la viscosidad, la turbulencia) y los estudios (sobre Galileo, Leonardo da Vinci, Góngora, Cervantes, el análisis variacional, los fluidos no-newtonianos, las capas límites, mecánica de los medios continuos). En una entrevista que le con-cediera a Reinaldo Spitaletta había llegado a decir que él, es decir jan, no distinguía entre “un loco poema de Hölderlin y un loco texto de aerodinámica”.

Así fue como el devenir académico y personal cambió de rumbo, de modo que lo que en principio parecía un imposible existencial se convirtió en un posible cargado de retos y dificultades, cuál de todas más extrema e insoslayable. Asuntos como la física, la matemática o la filosofía dejaron de ser una elección para convertirse en cuestiones de apremiante trabajo. Sentí espanto por mi pasado y mi presente; se me helaba la sangre de pensar en las enormes dificultades con que tropezaba mi inteligencia y escritura; en matemáticas y ciencias naturales era como si mi comprensión y desempeño apenas alcanzaran el nivel de un escolar promedio; me llegué a sentir hueco como una calabaza y, para acabar de ajustar —derruida la moral cristiana—, carente de referentes éticos. Se abrieron ante mis ojos mil horizontes nuevos, tan exigentes como tormentosos, tan liberadores como inevitables. Solo así pude soportar el paso por varios de esos, más bien áridos, cursos de pregrado.

Debo decir que por lo menos entre mis compañeros probablemente jan no fuera el más querido de los profesores de la Facultad. La gran mayoría sufrió lo indecible con sus clases, sus textos, sus tareas, sus preguntas, sus argumentos en clave matemática. Por fortuna, es justo decirlo, entre aquellos jóvenes hubo también algunos de extraordinaria fuerza e inteligencia que terminaron escribiendo sus trabajos de grado, tesis y artículos con él. Ese profe cuya singularidad pedagógica e intelectual eran incuestionables, que era capaz de movernos el punto de encaje, acostumbraba decir, citando a Kafka: “Que un libro sea el hacha que

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rompa el mar helado que llevamos dentro”; un libro, una sesión de laboratorio, una conversación casual en las escalinatas, qué más da. Reconozco haber tenido profesores dotados de una cultura maravillosa, de gusto refinado, conocedores admirables de temas relacionados con la probabilidad, la termodinámica, la resistencia de los materiales. Pero en pocas ocasiones encontré entre ellos la paz que me ayudara a tramitar el desasosiego; hasta que, a partir de jan, el “todo fluye”, παντα ρει, serviría como lema para construir un mapa convincente de mis circunstancias.

Me pregunto qué habría sido de nosotros en medio de esa angustia de los años ochenta y comienzos de los noventa, con todo ese horror que se iba desatando, si no hubiéramos tenido tan cerca a seres como jan, Manuel Mejía, Estanislao Zuleta, Mario Escobar, Luis Anto-nio Restrepo. Conscientes de la situación, sensibles a nuestro dolor y desconcierto, ellos nos acompañaron en una transición espiritual que, en no pocos casos, debió requerir grandes esfuerzos. De allí vendría la energía suficiente, por lo menos en mi caso, para encarar la de-molición de los mundos: el de nuestros antepasados, el de nuestros padres y el nuestro.

¿Y por qué no intentarlo? Quiero decir, el cambio. Se hablaba entonces de posmodernismo y la revolución de la cultura. En Europa se alzaba un pensamiento renova-do sobre ética, poder y deseo, los derechos humanos, de las mujeres y las minorías; se planteaba un modelo de ciencia que fluía, sin negar el devenir ni la segunda ley de la termodinámica. El rector de la Universidad Nacional se quedaba de pronto sin argumentos y, con el propósito de dar por finalizado un artístico encuentro, se bajaba los calzones de espaldas a los estudiantes. Se explicaría luego: había que dar la bienvenida a la semió- tica, a la epistemología a la colombiana y a los doctores académicos. Tuvimos más desaparecidos, se reportaron los primeros casos de sida, la violencia en el país iba en aumento. Y como la economía neoliberal dictaba sus consignas, se abrieron las fronteras nacionales al capital amigo. Entonces —oh sorpresa—, mientras estudiaba modelos matemáticos para la regulación de

embalses en el curso de Planeamiento de los Recursos Hidráulicos supimos la noticia que alteraría los relojes: en Colombia se estaban secando los embalses y urgía poner en marcha un plan de racionamiento energético.

Quizás ha llegado el momento de plantear una mirada sistemática de la obra de Jorge Alberto Naranjo. Siendo una producción tan vasta y variopinta se han intentado algunas aproximaciones a su trabajo, pero creo que es justo decirlo, varias veces nos ha podido más la emo-ción y el desconcierto que un análisis integral de su carrera como profesor, escritor, conferencista e in-vestigador. Intentaré, pues, hacer algunas sugerencias metodológicas al respecto, con la idea de que puedan ser tenidas en cuenta en estudios futuros.

Varias veces Jorge Alberto Naranjo habló de cinco frentes activos de trabajo (Naranjo, 1995a; Naranjo, 2019), entre los cuales identificaba: ciencias naturales, filosofía (e historia) de las ciencias —“sobre todo de las ciencias naturales”—, literatura, filosofía del arte y filosofía política; esta última denominada también “filosofía de las costumbres”. Al parecer, Jorge Alberto tenía muy claro en qué áreas quería trabajar, de modo que tanto sus libros, artículos y material escrito, como el resto de su actividad intelectual —representada además por conferencias, cursos universitarios y hasta cargos administrativos, cuando los hubo— pudieran atribuirse a uno cualquiera de esos frentes. El problema mayor de este enfoque surge cuando una acción se localiza en un inter-medio; como cuando explora diversos aspectos del Renacimiento (la forma soneto, Leonardo da Vinci, etc.) o cuando estudia en Efe Gómez o en Pedro Nel Gómez al literato y al pintor, respectivamente, sin dejar a un lado su labor como educadores y técnicos.

Ese esquema de frentes, que caracterizarían su pensa-miento, surge quizá como respuesta a las interpelacio-nes de algunas personas, que veían en él un intelectual polifacético (Naranjo, 1985) o un personaje de saber enciclopédico, como en la entrevista que le hace Ana María Cano (Naranjo, 2007), en la cual ella le dice: “Volvamos a la física, volvamos a la mecánica de flui-

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dos. Es que ese puente no es tan evidente. Es decir Jorge Alberto Naranjo lo ve superevidente, pero no, hay que construirlo. ¿Cómo pasar de Kafka a la mecánica de fluidos?”. La pregunta era apenas de esperar, por la ex-trañeza que suscita alguien con un territorio cultural tan vasto. La respuesta es muy bella: “Mira, el poema es música, el poema es prosodia, el poema es un flujo... y ya vamos llegando a los fluidos...”. Las líneas de co- rriente giran de pronto y lo conducen de un frente a otro, naturalmente, sin pretensiones, sin afectaciones. De modo que si, por tomar un ejemplo entre varios po-sibles, el profesor de mecánica de fluidos termina sien-do un experto reconocido en literatura antioqueña, no es porque hubiera decidido trabajar sobre una cosa más en su vida; sino, más probablemente, porque andaba buscando el tono de unas voces, una semántica y unos temas más apropiados para escribir esa novela sobre la Facultad de Minas, titulada La estrella de cinco pi-cos (Naranjo, 1995b). Y al sentirse tan cómodo y com-placido el maestro continúa produciendo en esos otros temas, que habían sido ya motivo de conversación en el entorno familiar de la infancia.

Encontramos otro aspecto de su obra bastante reiterado, no tanto por él como por sus interlocutores: la melancolía. Un punto interesante, muy útil para crear ambientes en los cuales enmarcar las preguntas de una entrevista determinada, y más cuando se trata de asuntos relacionados con las ciencias humanas o la literatura. Así, pues, uno que otro contertulio insistía sobre el asunto, tal vez con la intención de hallar en ello el leitmotiv espiritual que explicara el notable volumen de trabajo que el autor era capaz de desplegar en campos tan variados del conocimiento. Y es que, de hecho, entre textos y seminarios le dedicó muchas horas a pensar el asunto de la melancolía, como en aquellos a propósito de Leonardo da Vinci, Alberto Durero, Miguel Ángel Buonarroti, Artaud, Becket. En palabras del mismo Jorge Alberto:

Entonces, para mí el tema [de la melancolía] ha sido personal, ha sido una enfermedad con la que he cargado la vida entera y luchado contra ella (González, 2008, s. p.).

No obstante, quienes estuvimos en sus cursos o asistimos a sus conferencias, pocas, si acaso alguna vez, presenciamos con claridad esa faceta de su modo de ser, pues se borraba cuando tomaba la palabra y más aún si trataba de temas técnicos o ciencias naturales. Para Jorge Alberto la melancolía constituía algo así como una enfermedad de los tiempos, a la cual estábamos ahora más expuestos, sobre todo los jóvenes:

En cierto modo, es duro decirlo, pero, en mí estaba experimentándose un fenómeno que dos décadas después es cada vez más general; es una desolación ante las ilusiones de la existencia… Una perplejidad ante lo que nos acontece, una fatiga de los jóvenes a los treinta años; un miedo ante la existencia: ¿qué les ofrece? ¿Qué va a ser la vejez? ¿Sí llegarán a ella con fuerzas y energías? (González, 2008, s. p.).

Pero aun en estos casos de declaración íntima no se quedaba dando vueltas sobre lo personal. Y más bien agregaba:

Por eso estoy todo el tiempo proponiendo pequeñas tareas, como no contentarse mucho, que no haya tiempo de pensar en los vacíos sino que uno esté ocupado haciendo cosas que se alcanzan fácilmente y que, por un ratico, le hagan puente sobre esos hiatos tan espantosos (González, 2008, s. p.).

En conclusión, Jorge Alberto admitió toda su vida haber sido un melancólico, pero este aspecto, una vez identificado, se convirtió en un problema que se debía resolver, en un asunto que ameritaba ser pensado y transformado para, de esa manera, ayudar a otros a reconocer y contrarrestar este tipo de afectaciones del temperamento. Reconocemos al maestro que, a su modo, sabía convertir la filosofía de las costumbres en un auténtico frente de trabajo. Lo cual no obsta para que nos sorprenda a veces con cosas como aquella frase de Kafka que sería el epígrafe en la primera parte de La estrella de cinco picos: “Frente a lo esencial, todo me resultará tan indiferente como las materias estudiadas en el Liceo; se trata pues de elegir la profesión que, sin herir en exceso mi amor propio, dará mayor autoridad a mi indiferencia”.

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Aun así, propongo descartar en su obra toda intención romántica o de énfasis sobre el absurdo, el vacío, la soledad como consignas de un espíritu triste. Y, ante la tentación, recordemos sus palabras: “Es fácil volverse relator de angustias: hay una cierta debilidad estética que solo sabe conjugar pasiones tristes. Y contra ello hemos de enfrentarnos, no tanto por vía del debate y de la crítica como por vía de obras menos lúgubres” (Naranjo, 1992).

Aquellos que insistan en el Jorge Alberto agobiado, depresivo, melancólico o enfermo no podrán captar el espíritu más jovial y afirmativo de su existencia, que no faltaba ni en las clases, ni en los laboratorios y ni siquiera en las conferencias, aun en aquellas donde aparentemente el tema era más oscuro. Como en aquellos seminarios sobre Kafka o Becket, donde —siempre que podía— insistía en el humor de estos autores: “Hay que reír cuando se lee ‘Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto’”.

Ahora bien, después de lo dicho conviene precisar si es que la obra de Jorge Alberto puede considerarse compuesta por frentes independientes de trabajo, los cuales servirían para clasificar o enmarcar cada una de sus actividades. No lo creo. Una alternativa tentadora a ese enfoque sería ver las cosas como si se tratara de una partida de Go, donde el papel del jugador-creador consistiría básicamente en decidir la próxima jugada, pensada para defender una esquina o consolidar este o aquel sector en el tablero. Como quien dice: “hoy es mejor hablar de etología, mañana, según sean las circunstancias ‘externas’, quizá de Carrasquilla”. El problema aquí es que la acción quedaría supeditada a un determinismo reactivo, de cálculos y razones, e incluso a un plan o una estructura. Pero este no es el caso: el pensamiento de Jorge Alberto no fue en esencia reactivo, ni calculador ni estructuralista; y esto gracias a su espíritu cultivado en el vitalismo de Nietzsche, en la lucidez ética y política de Foucault, en el devenir maquínico de Deleuze y Guattari y, por sobre todo, en el naturalismo. Tampoco se interesó gran cosa por

el día a día de la vida pública; a pesar de ese poema dedicado a Antanas o del soneto a los Pombo. Y por raro que parezca no siempre actuó bajo los estrictos cánones de la razón, de modo que podían irrumpir con cierta libertad, de tanto en tanto y muy frecuentemente, en su voz y en sus textos, el filósofo y el poeta. Una pequeña muestra de ello es el origen de sus Paisajes escriturales (Naranjo, 1999): Luz tempestaria, vendal, brumiones. La clina estránsita sesgando el cielo preñado de húmides; todos los seres de la tempestad...

Por mi parte, prefiero un análisis de los trabajos de Jorge Alberto en tres escalas:

En primer lugar. Cada uno de sus trabajos corresponde a una especie de función multivariada, cuya naturaleza se define según sea la participación que tenga en ella la ciencia, la literatura, etc. Aunque en algunos casos puede decirse, por ejemplo, que estamos ante la formu-lación de un problema de mecánica de fluidos, muchas veces lo que encontramos es un trabajo que apunta a un asunto inter-medio, como cuando escribe sobre el clinamen, un concepto griego de origen filosófico que en manos del escritor se convierte además en una meditación físico-matemática. Recordemos, además, para efectos prácticos, que la tradición filosófica gene-ralmente reconoce tres dimensiones del pensamiento, tres vertientes, cada una con sus propias unidades de expresión y de medida; se trata de la filosofía, el arte y la ciencia (Deleuze y Guattari, 1993). Si así fuera, simplemente tendríamos que cada acción específica de Jorge Alberto, con su correspondiente nivel de intensi-dad (no profundidad), es una relación funcional del tipo

Obray = f

y(X

1,X

2,X3,t),

donde los Xi son las tres dimensiones mencionadas y t el momento de su historia personal, en el cual se enmarca dicho trabajo. De otro modo, si en vez de

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tres aceptáramos la propuesta de los cinco frentes de expresión que propone el mismo Jorge Alberto, lo que tendríamos sería algo así como

Obray = f

y(X

1,X

2,X3,X4

,X5,t),

ahora con Xi cada uno de los frentes antes referidos y t el momento de la creación. La ventaja de este es-quema analítico es que nos abre la posibilidad de poner los trabajos en su contexto, tanto temático como de la vida del autor. Y no solo para considerar acciones pu-ras, sino también aquellas que surgen entre los bordes de los llamados frentes. Vistas así las cosas, cada acci-ón sería un punto en un espacio temporal de creación en cinco dimensiones; siendo esta una mejor manera de proceder al análisis que forzar la clasificación por frentes o dimensiones específicas, lo cual puede im-pedirnos captar los matices más interesantes de un tra-bajo cualquiera, e incluso hacérnoslo incomprensible, anacrónico, insulso o fuera de lugar. Entonces, se puede leer, por ejemplo, Prolegómenos epistemológicos (Na-ranjo, 1988) no solo como una obra de filosofía de las ciencias, sino también de filosofía política y hasta de ciencia. Y además se pueden valorar las diferentes tesis de grado y de maestría que él dirigiera, algunas aparen-temente alejadas del estado del arte del conocimiento pero cargadas de interés pedagógico y político.

En segundo lugar están las series de obras temáti-camente próximas o relacionadas en el espacio de las dimensiones: a propósito de Kafka, de Nietzsche, de la melancolía, de los estudios de filosofía del arte, de reología, de pedagogía, de historia de las ciencias, de resaltos hidráulicos, de las ecuaciones de Navier-Stokes, de literatura antioqueña, de literatura urbana, del Renacimiento europeo, por mencionar algunas. En este caso, se trataría de lo que podríamos denominar superficies de composición:

Sj = S

j{Obra

1, Obra

2,…..Obra

n}.

Tomemos, por ejemplo, los resaltos hidráulicos:

• Trabajo de grado: C. A. Palacio y J. J. Jaramillo (1994). Resaltos ondulares y ondas solitarias. Me-dellín: Universidad Nacional, Facultad de Minas, Ingeniería Civil.

• Artículo: J. J. Jaramillo y C. A. Palacio (1995). “Clasificación y geometría del resalto ondular”. Avances en Recursos Hidráulicos, (3), 131-136.

• Artículo: J. J. Jaramillo y C. A. Palacio (1995). “Di-sipación del momentum lineal en resaltos hidráu-licos”. Avances en Recursos Hidráulicos, (3), 119-123.

• Artículo: J. J. Jaramillo y C. A. Palacio (1995). “El resalto ondular y las ondas cnoidales”. Avances en Recursos Hidráulicos, (3), 125-130.

• Trabajo de grado: C. Palacio y F. Monsalve (s. f.). Solitones y resaltos. Medellín: Universidad Nacio-nal, Facultad de Minas, Ingeniería Civil.

• Tesis de grado: L. P. Botero y L. J. Montoya (1998). Resaltos hidraúlicos y disipación de energía. Medellín: Universidad Nacional, Facultad de Minas, Ingeniería Civil.

• Artículo: L. J. Montoya y L. P. Botero (1999). “Resaltos hidráulicos y disipación de energía”. Avances en Recursos Hidráulicos, (6), 57-71.

• Tesis de maestría: J. J. Jaramillo (1999). El resalto hidráulico ondulante y las ondas no lineales, mo-delación física y numérica. Medellín: Universidad Nacional, Facultad de Minas.

• Trabajo de grado: D. Montoya y O. González (2001). Estudio de resalto hidráulico por cambio de pendiente. Medellín: Universidad Nacional, Facultad de Minas, Ingeniería Civil.

• Capítulo de libro: C. A. Palacio, J. J. Jaramillo y J. A. Naranjo (2018). “Resaltos y solitones: el resalto ondular, un tren de ondas cnoidales e hipercnoidales”. En Ondas en superficies líquidas. Medellín: Léanlo Editores.

Estos diez trabajos muestran el interés que Jorge Aberto sintió por el tema (digamos técnico) de los resaltos. Se observa cómo la serie comienza en 1994 y prácticamente lo acompaña hasta el año 2018, un año antes de su fallecimiento. Solo una parte corresponde a artículos publicados, los cuales, en su mayoría, son producto de investigaciones adelantadas en la Facultad de Minas por estudiantes de ingeniería bajo su dirección, algunas de

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]ellas merecedoras de una mención académica especial. Aquí, como en otros casos, Jorge Alberto no declina su interés por un tema que reconoce más amplio, de modo que lo explora matemática y experimentalmente acompañado por los estudiantes. Algunas de esas series o superficies parecen tener asociado un evento desencadenante, más o menos discernible, capaz de enganchar la voluntad y el deseo. Como pudo ocurrir a partir de la lectura de El nacimiento de la física de Michel Serres (1977), texto que leyera Jorge Alberto con avidez y que le llevó a encontrar, en el último párrafo, esa frase detonadora: “Inventer l’histoire liquide et les âges d’eaux”, convertida, a partir de ese momento, en una de las razones por las cuales decidió pasar de la Facultad de Ciencias a la Unidad de Hidráulica de la Facultad de Minas, para embarcarse en un proyecto al que dedicaría, por lo menos, veinte años de su labor como profesor: la mecánica de fluidos y la hidráulica, dado lo cual se empaparían hasta sus sonetos.

Finalmente, está la escala que reúne la obra, el opus. En ella se puede ver cómo surgen las superficies de composición en el campo de la producción, cómo se cruzan, cómo resuenan entre ellas, cómo se detienen de pronto para volver a aparecer o para dejar sentir un armónico nuevo. A esto se pudiera llamar el campo de inmanencia, inmanencia-una vida como escribió Deleuze. La contemplación de ese conjunto es lo que propiamente llamamos Jorge Alberto Naranjo, un creador cuyas series seguirán oscilando, vibrando en nuestro paisaje afectivo y cultural. En esencia, entendemos, se trataba más de conectar saberes y de incidir sobre generaciones de jóvenes dispuestos a transformar el contexto local de la cultura que el simple propósito de acumular, promover o divulgar cultura.

Los comentarios metodológicos previos quizás ayuden a construir una imagen más completa y apropiada de la obra de Jorge Alberto Naranjo. Como la cinemática en el estudio de los flujos, dicha imagen, aunque histórica, correspondería a una primera aproximación de carácter descriptivo. Otra cosa sería el análisis dinámico, a partir del cual estudiaríamos las inercias

y aceleraciones del espíritu, la conjunción de fuerzas que redefinen una trayectoria, que transforman el contexto de la producción deseante, la sinergia de este con otros cuerpos y otros pensamientos, el complejo mapa de las conexiones maquínicas, los cambios de ritmo y eficiencias, la declinación, la enfermedad, la prolongación del rizoma en otras existencias. Sin duda, estas cosas también vienen a cuento y esperamos que también se realicen este tipo de estudios.

Y para concluir, nos preguntamos, una vez más, cómo responder a esas preguntas que emergen con natural asombro y que encontramos en algunas de las entre-vistas que le hicieron: “¿Su arqueología literaria an-tioqueña es nostalgia?”, “¿Para quién es Los caminos del corazón?”, “¿Cómo fue eso de hacerse maestro?”, “¿Cómo es ese encuentro con unos escritores, con una región?”, “¿Cómo pasar de Kafka a la mecánica de flui-dos?”. Todas esas inquietudes, que surgían naturalmen-te en una conversación con él, eran un antídoto contra otro tipo de generalizaciones acerca de su persona y de su obra. Como no es este el momento para detenernos en ello, recomiendo a este propósito el texto titulado La patria que se construye, publicado en 1997. Es un texto diferente, entre otras cosas porque Jorge Alberto escribe rara vez acerca de sí mismo. Allí podemos leer: “para que mis obras obren conviene que yo devenga imperceptible, que se borre mi presencia y se pierda mi rostro. Que cada alma a la que alcance mi contagio sienta brotar en ella misma la chispa creadora y avi-varse el anhelo de libertad para su propio y singular despliegue”.

Creo que el mayor homenaje que podemos hacerle a Jorge Alberto Naranjo, amigo y maestro, es estudiar sus obras; mejor que quedarse dando vueltas inne-cesariamente en aspectos de su vida personal. Y si quisiéramos entender algo más acerca de cómo era su carácter, tengamos presente que, como espíritu libre, él era dueño de las cuatro virtudes señaladas por Nietzsche (1983) en Más allá del bien y del mal, aforismo 284: valor, lucidez, simpatía y soledad.

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Referencias

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Galilei, G. (1976). Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias. Editora Nacional.

González, O. J. (2008). La pasión de pensar. En

Conversación y silencio. Endymion.

Naranjo, J. A. (1985). Los diez mil rostros de un señor barbudo [entrevista con Reinaldo Spitaletta]. En Las invenciones de mi alegría (2019). Editorial EAFIT.

Naranjo, J. A. (1988). Prolegómenos epistemológicos para una historia de la física [ponencia, Cali: Fundación para la Filosofía en Colombia. Facul- tad de Humanidades. Universidad del Valle].

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Naranjo, J. A. (1999). Paisajes escriturales. Desde la Biblioteca, (9).

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Nietzsche, F. (1983). Más allá del bien y del mal. Alianza Editorial.

Serres, M. (1977). La naissance de la physique. Dans le texte de Lucrèce. Fleuves et turbulences. Les Editions de Minuit.

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¡Habla menos y sé más sencillo!

En tiempos muy remotos decían que lo imperfecto se mueve hacia la Perfección. ¿Acaso son palabras vanas? ¡No! En verdad, alcanzando la Unidad llegarás a la Perfección

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Experimentos de caídapor la mesa inclinada:el sexto teorema galileano sobre plano

Grupo Galileo Galilei

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Resumen

El grupo Galileo Galilei se conformó en el año 1995 con el fin de desarrollar una propuesta de trabajo en física experimental adecuada para la enseñanza en cursos de formación básica secundaria y primeros semestres universitarios. Estuvo conformado por Walter Ospina, Eugenio Giraldo, Parménides Aristizábal y Francisco Toro, en ese momento estudiantes de Física de la Universidad

de Antioquia, el matemático Álvaro Gómez, la ingeniera Marina Barrera, el profesor José Fernando Jiménez y el profesor Jorge Alberto Naranjo. El texto que se incluye aquí, en homenaje al profesor Naranjo, corresponde a uno de los teoremas de Galileo más apreciados por él,1 aquí discutido y complementado con datos que obtuvo el Grupo usando instrumentos artesanales. Los experimentos se realizaron, además, a fin de aunar más evidencias para la juiciosa consideración de los académicos incrédulos de la comarca, por entonces muy entusiasmados con las diatribas epistemológicas de Alejandro Koyré, según el cual los teoremas de Galileo estaban fundados en experimentos imaginarios.

Aunque se incluyen aquí algunas tablas de datos, fórmulas y cálculos estadísti-cos, el propósito no es el de desalentar a los lectores, sino mostrar el tipo de trabajos realizados en su momento por el grupo Galileo Galilei. Como escribió el mismo Galileo Galilei (1564-1642), en su libro Il Saggiatore: “La filosofía 1 Galileo Galilei, Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, Jornada Tercera, Sobre el movimiento naturalmente acelerado, Teorema VI.

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]está escrita en ese grandísimo libro [de la naturaleza] que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al universo), pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, y conocer los ca-racteres en los que está escrito. Este libro está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto” (s. p. ).

El interés, la energía, la inspiración en el trabajo reali-zado por el Grupo Galileo se debió, en gran medida, a la calidad humana y pedagógica del profesor Naranjo, quien siempre creyó en la educación (y muy especial-mente en ciencias naturales) como la mejor manera de transformar, para bien, nuestro mundo y de hacer frente a tantas adversidades propias de nuestra historia. Se le rinde así un sentido homenaje al maestro.

Palabras clave

Experimentos de caída libre, Galileo Galilei, Teorema VI.

Los experimentos de caída de cuerpos a lo largo de pla-nos inclinados son relativamente sencillos y permiten determinar, con exactitud, las principales característi-cas del movimiento naturalmente acelerado. El teo-rema quizá más famoso de la teoría acerca de dichos movimientos se refiere a caídas de cuerpos, a partir del reposo, por el diámetro vertical y por las cuerdas de un círculo. Si esas cuerdas caen al punto más bajo del diámetro los tiempos de caída del móvil, por cuerdas y diámetro, hasta la intersección común a todos los trayectos, serán iguales.2

En un círculo vertical esta proposición se demuestra válida solo si todos los movimientos son deslizamien-tos puros sin fricción. Es pues difícil garantizar las 2 Galileo Galilei, Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, Jornada Tercera, Sobre el movimiento naturalmente acelerado, Teorema VI. En lo que sigue se denomina cuerda (de acuerdo con la expresión usada por Galileo) al segmento de recta que une cualquier punto de la circunferencia con el punto más bajo de esta, según la figura 1.

condiciones empíricas para su cumplimiento. Pero en una mesa inclinada, con el círculo oblicuo y los móviles cayendo en rodamiento puro, incluso por el diámetro, la proposición se verifica con suma exactitud (Naranjo, s. f.; Naranjo, 1988). Las desviaciones entre experien-cia y previsión teórica no exceden, si se experimenta con cuidado, un 2 o 3 %. En lo que sigue se presenta el informe de diversas secuencias de medición hechas sobre una mesa inclinada como la que se describe.

La mesa inclinada

Es similar a una mesa de dibujo y da la posibilidad de cambiar fácilmente el ángulo de inclinación. Está construida totalmente en madera, con toda su armazón en taco cuadrado de cuatro centímetros de lado, en abarco. La propia mesa es cuadrada, en triplex, con 120 centímetros de lado y 1,5 centímetros de espesor. Es utilizable por sus dos caras, una de estas con la superficie rugosa, tal como resulta de la producción de hojas de triplex; sobre ella se trazó una circunferencia de 113,4 centímetros de diámetro. La otra cara se pintó con pintura de tablero y no se usó en las experiencias aquí referidas. Una vista del conjunto y sus partes, con las dimensiones de interés, se presenta en la figura 1.

Para el rodamiento de la esfera se hizo necesario co-locar como guías unos ángulos de aluminio (figura 2) de 1 pulgada de ancho, 120 centímetros de longitud y 1 milímetro de espesor. Se buscó que estas guías fue- ran lo suficientemente delgadas para garantizar poco hundimiento y lo más suaves posibles para garantizar descenso sin brincos.3 Para los tiempos se empleó un cronómetro digital con precisión de milésimas de se-gundo.

3 Acerca del cociente de hundimiento, o cociente de la distancia desde el centro de la esfera hasta el eje instantáneo de rotación, y el propio radio de la esfera, hay instructivos análisis en Los trabajos experimentales de Galileo Galilei, capítulos iv y ix, y apéndice ii especialmente (véase nota 2). Para un análisis general correspondiente a sólidos de revolución en caída por planos véase el experimento “Planos inclinados galileanos”, también del Grupo Galileo. Es importante recalcar que el cronómetro usado en los experimentos del presente artículo es un instrumento para la medición de tiempos con una resolución mucho mayor que la de Galileo.

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Proceso de medición

Una vez armada la mesa dejamos rodar algunas esferas por el diámetro dibujado en el círculo, lado que es perpendicular al lado más bajo o más alto de la mesa. Se buscaba que las esferas cayeran sin desviarse sobre dicho diámetro; si se desviaban colocábamos pequeños objetos debajo de los apoyos de la base de la mesa hasta que lográbamos nuestro propósito. Este fue el criterio usado para la nivelación de la vertical.

Se procedió luego a escoger un ángulo de inclinación que facilitara cronometrar los tiempos de descenso de las esferas. Debe ser bajo, para garantizar el puro rodamiento sin deslizamiento, así como tiempos de caída cómodos de medir manualmente con el cronó-metro digital. Estos ángulos se medían con ayuda de un transportador, con su eje rasante alineado con la superfi cie de la mesa, y con una plomada (fi gura 2). A este ángulo se le designó geométrico, por razones que se explican más adelante. En algunos casos se midió antes de registrar los tiempos de caída; en otros después, para evitar ser tentados por las medidas de tiempo que deberían dar.

Hacer estos experimentos, aparentemente sencillos, no permite improvisación; se exige mucho cuidado y pre-cisión, que se logran con la experiencia. Fue necesario adquirir habilidad para sincronizar el momento de soltar la esfera y activar, al tiempo, el cronómetro, así como el momento de la llegada de la esfera al punto más bajo de su recorrido y la detención del cronómetro simultáneamente. Bien entrenados ya, se procedió a la medida de los tiempos. Se tomaron veinte medidas de tiempos de descenso a través del diámetro y otras tantas por varias de las cuerdas. Solamente en casos evidentes de fallas de sincronía, entre el lanzamiento y el comienzo de la medición del tiempo, o la llegada y la detención del cronómetro, descartábamos la medida hecha. La muestra de datos bien tomados se procesó luego estadísticamente y se depuró con el criterio de Chauvenet.4 4 El criterio de Chauvenet se utiliza para depurar los datos experimen-tales cuando estos han mostrado un comportamiento gaussiano durante la medición. Se remite a los libros de estadística y, en particular, al libro Trata-

Figura 1. Mesa inclinada, vista del conjunto* Todas las fi guras y tablas fueron elaboradas por el grupo Galileo Galilei.

Datos obtenidos y análisis de resultados

En las siguientes tablas se presentan los tiempos medidos, los tiempos promedios En las siguientes tablas se presentan los tiempos

, las desviaciones estándar σ

n, σ

n-1 y los promedios cuadráticos para

cada trayecto por cuerdas de ángulo distinto. Además, en cada una de las tablas se calculó el promedio cuadrático de todos los tiempos, independientemente de los distintos trayectos, simbolizado por . Con la ley teórica de rodamiento sin hundimiento (Naranjo, 1988, cap. iv y apéndice ii),

con g = 978 cm/s2 la aceleración debida a la gravedad, se obtuvo el ángulo de mejor ajuste para la inclinación de la mesa, α

d, que se compararía con el ángulo geomé-

trico de inclinación, medido con la plomada y el trans-portador. Las comparaciones se hacen en la tabla 1.

miento de datos experimentales de José Fernando Jiménez, de la Universi-dad Nacional de Colombia, Sede Medellín.

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] Tabla 1. Tiempos de descenso por una mesa con

n β 15° 30° 45° 60° 75° 90° 1 1.662 1.685 1.610 1.660 1.727 1.690 2 1.662 1.652 1.686 1.663 1.753 1.660 3 1.713 1.688 1.665 1.776 1.746 1.652 4 1.649 1.605 1.656 1.662 1.675 1.709 5 1.737 1.705 1.630 1.722 1.756 1.720 6 1.718 1.679 1.698 1.705 1.738 1.725 7 1.754 1.637 1.679 1.688 1.712 1.729 8 1.743 1.646 1.683 1.727 1.669 1.723 9 1.624 1.708 1.699 1.723 1.719 1.7301 0 1.733 1.728 1.719 1.644 1.695 1.679 11 1.629 1.638 1.706 1.656 1.698 1.739 12 1.666 1.678 1.721 1.787 1.612 1.735 13 1.716 1.651 1.701 1.667 1.711 1.695 14 1.657 1.657 1.655 1.661 1.746 1.701 15 1.746 1.663 1.702 1.711 1.750 1.747 16 1.604 1.659 1.711 1.718 1.732 1.644 17 1.644 1.719 1.635 1.718 1.766 1.708 18 1.613 1.664 1.703 1.644 1.769 1.668 19 1.690 1.635 1.623 1.712 1.759 1.671 20 1.616 1.612 1.627 1.711 1.750 1.711

1.679 1.665 1.675 1.698 1.724 1.702

σn

0,049 0,033 0,034 0,040 0,038 0,030

σn-1

0,050 0,033 0,035 0,041 0,039 0,031

2.819 2.772 2.806 2.883 2.972 2.897

* El promedio cuadrático corresponde a un ángulo de inclinación dinámica para este caso. El tiempo esperado

s.

Las discrepancias entre el ángulo geométrico y el ángulo dinámico no exceden medio grado, que es el poder de resolución del transportador. Si el valor verdadero de la gravedad fuese algo menos, digamos 976 cm/s2, los ángulos dinámicos se alterarán apenas en la segunda cifra decimal, aumentando alrededor de dos centésimas de grado. En cualquier caso (α

g – α

d) ~ 0,5°. Y como α es pequeño, el error porcentual relativo entre los dos ángulos será un poco más alto, del orden

del 7 %.

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Tabla 2. Tiempos de descenso por una mesa con

n β 15° 30° 45° 60° 75° 90°

1 1.565 1.604 1.586 1.651 1.677 1.6202 1.536 1.585 1.671 1.694 1.617 1.5463 1.564 1.554 1.626 1.692 1.736 1.5414 1.565 1.561 1.551 1.555 1.645 1.5975 1.674 1.612 1.717 1.655 1.711 1.5786 1.650 1.600 1.505 1.645 1.590 1.5297 1.664 1.557 1.545 1.668 1.660 1.7208 1.671 1.568 1.472 1.625 1.626 1.7279 1.638 1.584 1.495 1.642 1.624 1.57310 1.669 1.611 1.531 1.586 1.709 1.69711 1.640 1.598 1.627 1.570 1.676 1.63112 1.585 1.551 1.553 1.716 1.657 1.63113 1.662 1.553 1.654 1.614 1.727 1.62514 1.656 1.589 1.630 1.711 1.632 1.64915 1.611 1.570 1.570 1.671 1.700 1.67816 1.673 1.585 1.530 1.632 1.720 1.66217 1.693 1.612 1.509 1.573 1.631 1.63218 1.628 1.598 1.612 1.587 1.639 1.69019 1.635 1.648 1.592 1.576 1.732 1.62420 1.616 1.633 1.630 1.607 1.656 1.679

1.630 1.589 1.580 1.634 1.668 1.631

σn

0,044 0,027 0,063 0,048 0,043 0,057

σn-1

0,045 0,027 0,065 0,049 0,044 0,058

2.656 2.524 2.497 2.668 2.783 2.662

* El promedio cuadrático corresponde a un ángulo de inclinación dinámica , para este caso. El tiempo esperado * El promedio cuadrático

Esta discrepancia no altera la validez de las pruebas empíricas acerca del Teorema VI galileano, que asevera isocronías a cualquier inclinación; pero es obvio que para medidas de otra índole, como la de la propia gravedad a partir de datos de longitudes y tiempos en un plano inclinado bajo la ley

(Naranjo, 1988); la medida de la inclinación _ de la mesa deberá afi narse lo sufi ciente para asegurar valores confi ables de la gravedad local. Fue sistemático que el ángulo dinámico resultara inferior al geométrico. Esto es de esperarse si

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fuerzas no consideradas retardasen el movimiento un poco. Pero no queremos especular sobre este asunto ahora, ya que las medidas no tienen la precisión exigida para hacer controles empíricos seguros.

Tabla 3. Tiempos de descenso por una mesa con

n β 19 ,5° 34° 44,5° 56° 90° 1 1.564 1.559 1.561 1.589 1.525 2 1.513 1.620 1.575 1.498 1.489 3 1.530 1.582 1.547 1.602 1.444 4 1.578 1.555 1.547 1.633 1.639 5 1.506 1.565 1.580 1.595 1.498 6 1.582 1.623 1.584 1.595 1.469 7 1.607 1.628 1.620 1.497 1.515 8 1.532 1.607 1.584 1.516 1.616 9 1.494 1.609 1.604 1.618 1.612 10 1.600 1.604 1.624 1.602 1.589 11 1.548 1.656 1.568 1.625 1.518 12 1.552 1.623 1.542 1.603 1.584 13 1.540 1.586 1.564 1.607 1.555 14 1.529 1.601 1.557 1.561 1.555 15 1.500 1.567 1.545 1.575 1.583 16 1.570 1.523 1.625 1.610 1.512 17 1.514 1.523 1.554 1.504 1.506 18 1.572 1.577 1.608 1.602 1.565 19 1.500 1.584 1.573 1.599 1.590 20 1.559 1.541 1.542 1.658 1.545

1.545 1.587 1.575 1.584 1.545

σn

0,033 0,035 0,027 0,045 0,051

σn-1

0,034 0,036 0,028 0,046 0,052

2.385 2.517 2.481 2.510 2.388

* El promedio cuadrático produce un ángulo de inclinación dinámica , para este caso. El tiempo esperado

.

En las tablas siguientes se presentan los cocientes entre los tiempos de caída por las cuerdas a cada inclinación α de la mesa. Si el resultado fuera perfecto, los términos serían todos unitarios. Las discrepancias son mínimas, los cocientes fl uctúan entre 0,97 y 1,03, lo que indica órdenes de desviación del 3 % entre la experiencia y la previsión galileana.

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Tabla 4. tiβ/tjβ para αg = 7,0°

ti/tj 1.702 1.724 1.698 1.675 1.665 1.679

1.702 1,00 1,01 1,00 0,98 0,97 0,99

1.724 0,99 1,00 0,98 0,97 0,97 0,97

1.698 1,00 1,02 1,00 0,99 0,98 0,99

1.675 1,01 1,03 1,01 1,00 0,99 1,00

1.665 1,02 1,04 1,02 1,00 1,00 1,00

1.679 1,01 1,03 1,01 0,99 0,99 1,00

Tabla 5. tiβ/tjβ para αg = 7,5°

ti/tj 1.631 1.668 1.634 1.580 1.589 1.630

1.631 1,00 1,02 1,00 0,97 0,97 1,00

1.668 0,98 1,00 0,98 0,95 0,95 0,98

1.634 1,00 1,02 1,00 0,97 0,97 1,00

1.580 1,03 1,06 1,03 1,00 1,00 1,031.589 1,03 1,05 1,03 0,99 1,00 1,031.630 1,00 1,02 1,00 0,97 0,97 1,00

Tabla 6. tiβ/tjβ para αg = 8,0°

ti/tj 1.545 1.584 1.575 1.587 1.545

1.545 1,00 1,03 1,02 1,03 1,00

1.584 0,98 1,00 0,99 1,00 0,98

1.575 0,98 1,00 1,00 1,00 0,98

1.587 0,97 1,00 0,99 1,00 0,97

1.545 1,00 1,03 1,02 1,03 1,00

En la tabla 7 se presentan los errores relativos porcentuales en relación con el tiempo esperado de caída a cada inclinación. Aquí, los errores porcentuales se defi nen como

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Tabla 7. Errores porcentuales en medida de tiempo

αg

αd

tesp

ε1 ε2 ε3 ε4 ε5 ε6

7,0 6.522 1.691 0,7 % 1,6 % 1,0 % -0,4 % -1,9 % -0,6 %

7,5 7.087 1.622 -0,5 % 2,1 % 2,7 % -0,7 % -2,8 % -0,6 %

8,0 7.596 1.567 1,4 % -1,3 % -0,5 % -1,1 % 1,4 % -

* Para los ángulos ag iguales a 7,0° y 7,5° dichos errores porcentuales ε1, ε2, ε3, ε4, ε5, ε6 corresponden a ángulos de cuerda β=15°, 30°, 45°,

60°, 75°, 90°, respectivamente. Para el ángulo ag = 8,0° los errores porcentuales ε1, ε2, ε3, ε4, ε5, ε6 corresponden a ángulos de cuerda β=19,5°,

34°, 44,5°, 56°, 90°, respectivamente.

Estos errores son mucho menores que los que se obtendrían si se compararan los tiempos medidos con el esperado para el a

g dado. El tiempo esperado, según

el criterio aquí usado, no depende sino de los valores medidos a cada inclinación, sea esta la que sea, por debajo del contorno dinámico. Según la tabla anterior, las discrepancias en los valores experimentales de tiempo son muy pequeñas, 2,8 %, o menos, respecto del valor esperado. Creemos que esta es prueba suficiente de la bondad de estos experimentos.

En conclusión: podemos aseverar una buena concor-dancia de los experimentos con la afirmación de iso-cronía de los descensos por cuerdas y diámetros en las condiciones dichas; ángulos bajos, guías delgadas y hundimiento casi nulo de las esferas, velocidades ini-ciales nulas, medidas estadísticamente confiables.

Medellín, septiembre de 1995

Referencias

Jiménez, J. F. (2009). Tratamiento de datos experimen-tales. Editorial Universidad Nacional de Colom-bia.

Naranjo, J. A. (s. f.). Planos inclinados galileanos. Editorial Universidad de Antioquia.

Naranjo, J. A. (1988). Los trabajos experimentales de Galileo Galilei. Editorial Universidad Nacional de Colombia.

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Que cada alma a la que alcance mi contagio sienta brotar en ella misma la chispa creadora y avivarse el anhelo de libertad para su propio y singular despliegue

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A la memoria de

Jorge Alberto Naranjo Mesa

Ana María Sierra Cadavid

(Colombia, 1958-v.)

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Resumen

Este texto hace un homenaje a la memoria del profesor Jorge Al-berto Naranjo Mesa, resaltando la influencia que logran algunas personas en la vida de otras al establecer vínculos profundos que trascienden lo cotidiano y abren horizontes de significación y po-sibilidades amplias de vida.

Palabras clave

Amistad, relaciones, Jorge Alberto Naranjo Mesa, vínculos humanos.

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Qué difícil resulta hablar de algunas existencias. Dificultad venida, quizá, de la extrañeza que tenemos que asumir cuando nos relacionamos con ellas. Son seres que nos exceden o nos transfieren ese sentimiento de excedencia; seres rebasados a su vez por la propia experiencia de estar vivos. No dudan en dejar atravesar su espíritu, de por sí poroso, por fuerzas creativas, vitales, emanen estas de donde emanen. No bastando con ello tiran a pulso sus propias líneas hacia nuevas visiones, por encima del cansancio y abrazando su exhaustividad.

Quedamos tocados por su constante resistencia a someterse a todo pensamiento que no deja pensar, crear. Y aunque pretendamos hablar de ellos terminamos hablando más bien de lo que suscitan en nosotros.

¿Se proponen provocarnos? Quizá sí, pues nos contagian de lo insospechado, de lo ignorado, que hay que aprender a expresar con palabras que todavía no tenemos.

Entre estos seres Jorge Alberto, nómada del conocimiento y fiel al territorio que frecuentaba, exquisito y solitario. Inevitable no sentir la potencia de su presencia y a la vez una suerte de vulnerabilidad que lo circundaba. De mirada de animal curioso acogía toda presencia, con la bondad en espera... en espera de la ex-presión genuina. “Es difícil no ser como todo el mundo”, afirmó en una de sus conferencias. De sonrisa suave en un silencio que penetraba; capaz de poner en cuestión la linealidad y con el peligro de provocar un otro en nosotros, un doble liberador de las identidades. Homenaje sincero a sus enseñanzas.

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La aflicción es un estado normal por la pérdida de un objeto amado. La melancolía es el estado enfermo al que conduce la pérdida de un objeto elegido de manera narcisista

Las determinaciones contrarias se oponen como realidades inmediatas

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In memoriam

Pablo Enrique Villa

(Colombia, 1957-v.)

Filósofo. Profesor en las universidades de Antioquia, Pontificia Bolivaria-na, Autónoma Latinoamericana y en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Autor de algunos ensayos publicados.

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Resumen

El autor le escribe a Jorge Alberto Naranjo Mesa para agradecerle los dones compartidos.1 Se habla del maestro, del guía y del amigo, se nombran algunos autores amados por Jorge Alberto Naranjo y de cuánto entregó a muchos y a quien escribe. Es una plegaria para traer salud, un llamado a tomar lo aprendido para revertirlo en el mundo.

Palabras clave

Amistad, conocimiento, discípulo, hermandad, Jorge Alberto Naranjo Mesa, legado, maestro.

1 Jorge Alberto Naranjo Mesa le dedicó el trabajo “Las razones de Heráclito”, publicado inicialmente en Escritos [revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín], 7(15), 1984, pp. 7-23, al autor del presente texto. Ese fue el regalo de grado para su amigo.

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Érase una vez un joven indeciso y perdido entre la ciencia y la filosofía, perdido entre la aventura y el monasterio. Ese joven insatisfecho por la orfandad de una complacencia paterna decidió elegir la filosofía. Su elección fue gracias a una figura apacible, atenta y acogedora. La figura renacentista de un hombre grande. ¿Su nombre? Es el nombre de un faro escondido que alumbra y guía. Su nombre es un arroyo de agua vivificante, nombre que sobrepasa los nombres. Su nombre aún no ha sido comprendido, reconocido. Su nombre no ha de quedar en el círculo de los pocos. Ese hombre, ese nombre, es Jorge Alberto Naranjo.

Como peregrinos y caminantes que somos, en el ex-tenso recorrer del viajero, nuestra misión y deber es en-tregar, a la generación actual y las por venir, su legado y enseñanza: seguir, amar y defender el conocimiento. Que de las cenizas de Naranjo emerjan las más grandes florescencias en la huerta de nuestros propios sem-bradíos, porque solo así nosotros podremos mostrar y enseñar la alternativa que él nos entregó: la alternativa del conocimiento.

Él fue Tales y las aguas milesias, fue Heráclito y sus razones, fue A es a B como B es a C, él fue una mani-fiesta y real media proporcional. Sus amados Empédo-cles, Epicuro y Lucrecio, su amado De Rerum Natura. Su amor por Newton y Galileo y por aquella casa de estudios “Galileo Galilei”, instalada en un pequeño ga-raje del edificio en el que vivía junto a mi hermana y su hijo, el edificio Ana María, y en donde nos enseñó a conversar con Nietzsche y Kafka. Ese pequeño espa-cio, que por infortunio pocos conocimos, fue el lugar más grande de conocimiento para disfrutar y aprender. Fue el espacio de un inolvidable banquete. Tantos y tantos fueron sus amores en el firmamento de la cultura que nombrarlos no será necesario. Su amor a todo lo nuestro, a Carrasquilla, a la antioqueñidad. Su insepa-rable amor hacia la pipa de la paz, a su diaria épica de la paz que yo, ese joven, tuve el privilegio de compartir con él.

Fuimos Naranjo y yo como unos hermanos, él mayor que yo, me encaminó hacia la búsqueda de lo que soy. Naranjo ya poseía las sandalias de su recorrido mientras que yo apenas tenía los escarpines de mi inquietud, y eso no fue impedimento para congraciarnos en una fraternidad conjunta. No es el hecho de contar anécdotas, pues el conocimiento no es una anécdota, además sabiendo que esta es pasajera, es personal, es el aflorar en el momento oportuno una circunstancia y Naranjo trascendió las circunstancias para coronarse en el saber de su destino; por eso le debemos tanto a él, pues fue el paradigma de cómo se ha de asumir la pregunta por la existencia.

La vida me otorgó el privilegio de estar en un tiempo programado a su lado, y espero que a Naranjo y a Polen ―pues así me llamaba, así fue su bautizo a mi nombre― nos otorgue otro tiempo propicio para un encuentro que nos guíe hacia una continuidad ascendente, que nos vuelva a reunir en un banquete al son de nuestras canciones.

Dicen que dar las gracias con palabras es devaluar el regalo, sin embargo, hoy le doy las gracias a él, que habita esferas más altas y elevadas, por haber llegado a mi vida, por haber dejado en mí la profunda y sabia huella de su silencio y de su sabiduría. No es la ciencia, no es la filosofía ni la literatura si no somos nosotros mismos nuestros propios lectores en el ahondar de lo que somos, y eso me lo enseñó Naranjo. Gracias, gra-cias y siempre gracias Jorge Alberto Naranjo.

Tu siempre amigo y hermano.

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El hombre que habla prosa común es como un autómata y un títere, no sabe de virtualidades ni latencias, ni conoce de lo no dicho en lo dicho

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Carta y partituraAnoche cuando dormíaSobre un poema de Antonio Machado

Sebastián Naranjo AcostaJorge Alberto Naranjo Mesa

(Estados Unidos, 1999-v.)

Músico en formación. Exprofesor de Piano en la Escuela de Música de Llanogrande (Colombia). Estudios musicales y lingüísticos particulares y estudios en música jazz en la escuela Offene Jazz Haus Schule, Colonia (Alemania). Autor del proyecto musical de piano “Beyond Doom”, con el que ha realizado diversas publicaciones entre las que destacan el EP musical “Sungaze” y varias bandas sonoras.

(Colombia, 1949-2019)

Estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Colombia. Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Doctor Honoris Causa en Ingeniería, Profesor Titular y Emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de las univer-sidades Pontificia Bolivariana, de Antioquia, EAFIT y del Instituto Tecno-lógico Metropolitano. Miembro de la Academia Antioqueña de Historia. Acreedor de numerosos premios, menciones y reconocimientos. Autor de más de treinta libros y más de doscientas publicaciones en revistas.

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Resumen

El documento escrito, que se presenta a continuación, describe el profundo impacto que un abuelo y destacable ser humano generó en su nieto, contado a través de impresiones y memorias extraídas tanto de sus días de mayor familiaridad y de la conexión entre sí, como también de los días marcados por el dolor de la enfermedad y la muerte.

Luego se incluyen dos versiones de la musicalización del poema Anoche cuando dormía, del poeta español Antonio Machado Ruiz (España, 1875-1939). La primera versión contiene el poema integrado a la melodía de Jorge Alberto Naranjo Mesa, como se encontraría en un libro cancionero. La segunda corresponde a la pieza compuesta para piano con la rearmonización de Sebastián Naranjo Acosta.

Palabras clave

Admiración, amor, enfermedad, familia, Jorge Alberto Naranjo Mesa, muerte, música.

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]Querido hombre barbado y de mirada profunda, tal vez por ser un joven absorbido por las técnicas actuales del entretenimiento mediático pasaré en mi vida mucho más tiempo al frente de pantallas inservibles en lugar de entrar profundamente a descubrir todo lo enorme que reposa sobre tu legado. Nos la dejaste un tanto di-fícil a quienes nos apellidamos amparados por tu línea de sangre, en el sentido que no es cualquier bobadita seguir con el tipo de trazo que los Naranjo tienen con el conocimiento después de que este vivió una cumbre como la que alcanzaste, mientras fuiste de carne y hue-so en esta tierra.

Pero desde mi inculta posición me generaste muchas curiosidades, mucho impacto y mucha felicidad.

Sé, por ejemplo, que una de las razones por las que voy a permanecer hecho de música es porque llevo en mí la experiencia de verte a ti transformándote con ella en vivo y en directo. Siempre me pareciste un oyente que tenía claro que cada intento de describir el soni-do en palabras sería en vano, porque ambos mundos se complementan y tienen algo de ellos entre sí, pero jamás podrían pretender ser el otro sin que la potencia transmitiendo el mensaje se vea afectada. A veces te preguntaba qué te parecía lo que estabas escuchando y te limitabas a responderme con una de esas expresiones paisajísticas que formulaba tu rostro. Uno se sentaba a mirarte con Mozart de fondo, y a medida que corría la obra uno conversaba en silencio contigo a través de gestos, sonrisas, miradas pícaras o semblantes in-quietantemente serenos. A veces Mozart explotaba en semejantes absurdos de genialidad que no tenías otra opción que echarte a reír, lo que se volvía contagio-so en cuestión de segundos, y pronto el mundo tenía una escena de un abuelo que propagaba carcajadas con un nieto, porque la música los estaba volviendo unos receptores tan indefensos ante la brillantez de una es-timulación auditiva que lo único sensato era la dispara-tada reacción de reír.

Sé también que me encantaba que nunca me respon-dieras algo diferente a “ahí vamos, m’hijito” cuando

te preguntaba cómo estabas. Me parecía por fin una respuesta que resumía mucho mejor que un sencillo bien lo que todos en realidad queremos exclamar, para no tener que fingir estabilidad en los días donde no cabe, sin tener que interrumpir mayormente la fluidez por la que la gente quiere atravesar cuando nos pre-gunta “¿cómo estás?”, de paso, con otros intereses de por medio o simplemente por formalidad. Era evidente que no había por qué escuchar otra respuesta, mucho de lo que me contabas en tus últimos años encerraba relatos de fuertes dolores, exámenes médicos, esperas largas de resultados y de cómo poco a poco perdías tu energía vital. A veces era una imagen fuerte verte des-parramado en cama mientras las arrugas de tu rostro y piel adquirían lo que yo interpretaba como el tono de la corteza seca de algún ent en El señor de los anillos, con la diferencia de que tu barba a veces albergaba un par de cenizas de cigarrillo perdidas que no alcanzaron a finalizar su recorrido hasta el cenicero. Cigarrillos cuyo humo, por cierto, siempre me tragué con el mayor de los gustos. Estar contigo se trataba de un privilegio tal, que aceptaba, sin importar las consecuencias, las nubes de olor gris que tal vez solo olían tan delicioso porque tu compañía estaba de alguna manera impregnada en ellas, y aunque de pronto sea una comparación un poco macabra, por más que no soporte lo que hacen una vez pasan por mi garganta, hoy en día el olor de tabaco me envuelve en una paz que se remite al amor que sentía en la atmósfera cuando te visitaba.

La enfermedad contra la que combatiste también me hizo ser testigo de cómo, paulatinamente, ibas eli-giendo con más cautela las palabras en las que querías enfocar tu fuerza para comunicar. La voz, arrulladora pero con carácter, que utilizabas para melodizar con elegancia los poemas que leías (y encontrabas preciso ese punto de fusión donde las palabras y la música se abrazan encarecidas), se fue destinando a los momen-tos donde considerabas estrictamente necesaria una in-tervención. Y formulabas tus frases sin afán, inspirando a reflexionar y, de alguna manera, también a la medi-tación. Cada vez respondías un poco menos a las ince-santes preguntas que te hacía sobre la vida, como si tus

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hondos rasgos me contemplaran y me invitaran por sí solos a tener paciencia para desarrollar respuestas por mi cuenta. La sabiduría de la calidad de las palabras, antes que su cantidad, con la que a veces hacías replan-tearme tanto, me inducían a pensar en esos ángeles que escucha mi tía materna. Juliana explica que a veces al bombardear de inquietudes a este grupo de guías que le susurran al oído, estos encuentran cuándo es oportu-no callar tajantemente para hacerle entender que todo estará bien y ella es quien debe encontrar en su propio ritmo su camino hacia las resoluciones. Y a veces estar contigo era como tener aquí en la tierra una especie de ángel guardián, que enseñaba, incluso también desde el silencio, que pasara lo que pasara nunca dejaba de estar trazado por el afecto que uno se sentía recibiendo directamente cuando tus ojos penetrantes, que aludían a los de un búho, hacían contacto visual.

Pero en realidad también fui un afortunado por cono-cer el apetito con el que querías devorarte el mundo entero. Tus clases de física, que por un par de horas me hacían creer que entendía a la perfección las fuerzas fundamentales que rigen el universo (hasta que llega-ba el otro día al colegio otra vez y era comandado por alguien más), tus jaque mates después de aproximada-mente cuarenta segundos de juego o el conocer de cer-ca el hecho de que cada uno de tus libros los escribiste a mano, con una caligrafía mejor que la que cualquier máquina pueda pretender emular, aún incluso sin nin-gún tipo de corrector, debido a que considerabas que cualquier error era meritorio de arrancar la página y volver a empezar de cero. También fui testigo de cómo tu relación con el dinero mantuvo flotando en la super-ficie aspectos fundamentales de mi familia, y de cómo muchos de tus parientes hemos podido vivir con tran-quilidad nuestro proyecto de vida gracias a tu generosi-dad, hasta el punto de que tengo que vivir entendiendo que cada segundo en que dejo de tocar las teclas de un piano, por procrastinar, es un segundo en que le estoy siendo totalmente desleal a todo lo que fuiste por mí, mientras estuviste acá. Y es que después uno gira sobre su propio eje y mira el respeto y la admiración con la que cada una de tus almas cercanas se refiere a ti, y

uno entiende que todo aquel que haya recorrido un tra-mito de la vida a tu lado, con seguridad vio uno de los ejemplos más grandes de cómo se pueden utilizar las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y las cincuenta y dos semanas del año para hacer algo grande por el mundo.

Jorge Alberto Naranjo, tal vez por ser un muchacho egoísta, con la convicción de que no hay que tomarse la vida tan en serio, porque como a un dinosaurio en cual-quier momento nos podría caer un meteorito del cielo y aplastarnos, no alcanzaré a agradecer jamás la marca que dejaste en mí, lo suficiente para hacerle justicia. Pero si algo te puedo decir, con seguridad, es que fue una enorme experiencia habernos querido mutuamen-te, que fue un honor indescriptible haber sido tu nieto, y que aunque todos digan que uno debe hacer las cosas por uno mismo y nadie más, la verdad, en algún punto de mi vida sé que estaré pensando que ojalá tu esencia, sea donde sea que se encuentre, esté sonriendo orgullo-sa de saber que su historial genético desembocó en algo de lo que espero alcanzar a hacer, porque ¡eavemaría!, qué inspiración tan tremenda eres para levantarme to-dos los días y luchar para que, a pesar de mis convic-ciones, ojalá ese meteorito caiga un poco más tarde.

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Anoche cuando dormía

Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluía dentro de mi corazón.

Di, ¿por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí,

manantial de nueva vida de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una colmena tenía dentro de mi corazón;

y las doradas abejas iban fabricando en él,

con las amarguras viejas blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía dentro de mi corazón.

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Anoche cuando dormía - Musicalización

A no - che cuan-do dor- mí - a, so - ñé, ¡Ben-di - ta ilu - sión!, que una

fon - ta - na flu - í - a den - tro de mi co - ra - zón.

Dí, ¿por qué a- ce- quía es-con - di - da, a - gua, vie - nes has - ta mí, ma - nan-

tial de nue - va vi - da de don - de nun - ca be - bí?

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas

blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.

2. 3. 4.

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Melodía compuesta por Jorge Alberto Naranjo como musicalización del poema de Antonio Machado del mismo nombre

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Anoche cuando dormía - RearmonizaciónMelodía compuesta por Jorge Alberto Naranjo como musicalización del poema de Antonio Machado del mismo nombre

Rearmonización por Sebastián Naranjo

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Anoche cuando dormìa - Rearmonización

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El ángel rebelde, en su rencor congénito, podrá ser bello, pero jamás veraz, humanamente veraz

El deseo no perdona a los que se distraen

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Los presocráticos

Jorge Alberto Naranjo Mesa

(Colombia, 1949-2019)

Estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Colombia. Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Doctor Honoris Causa en Ingeniería, Profesor Titular y Emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de las univer-sidades Pontificia Bolivariana, de Antioquia, EAFIT y del Instituto Tecno-lógico Metropolitano. Miembro de la Academia Antioqueña de Historia. Acreedor de numerosos premios, menciones y reconocimientos. Autor de más de treinta libros y más de doscientas publicaciones en revistas.

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Resumen

continuación, se publica un documento inédito e inconcluso del profesor Jorge Alberto Naranjo Mesa, gracias a la generosa contribución de su familia y, especialmente, a la transcripción y algunas notas hechas por su hijo Nicolás Naranjo Boza, quien dice: “el texto manuscrito se encuentra en un cuaderno grande argollado de pasta azul, imitando la textura de un jean,

con letreros de ʻcokeʼ, ʻArrest and Viction of Jesse Jamesʼ, ʻHouse Menʼ (este último, cubierto por la anotación del contenido del cuaderno) y un corazón de fondo rojo que dice ʻmodeloʼ, una cremallera y líneas blancas dobles oblicuas que se unen en ángulo”. La publicación mantiene la estructura, el orden y la lógica del original, pero se ha ajustado a la normativa editorial apa.

La primera parte del artículo, titulada “El flujo llegado de Oriente”, se propone mostrar que antes de la cultura griega algunas civilizaciones orientales habían alcanzado logros muy importantes en el conocimiento, las ciencias y la filosofía, de los cuales los griegos retomaron numerosas ideas, conceptos y principios; en el mismo aparte, Naranjo contrapone las perspectivas de Nietzsche y Schopenhauer, resaltando la profundidad que este último logra en el conocimiento de los orientales, mientras que Nietzsche, en cambio, desconoce los aportes de aquellos. En la segunda parte, cuyo título es “La sabiduría veda”, el profesor Jorge Alberto expone la calidad estética y la cualidad musical de los ancestrales textos vedas, originarios de la India. Así se hace una crítica a la historia canónica de Occidente

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]y se invita a una adecuada valoración de las tradiciones culturales de otros pueblos diferentes a los occidentales.

Palabras clave

Griegos, Nietzsche, presocráticos, Schopenhauer, Upa-nishads, vedas.

Para Estanislao ZuletaEstrella Luciente en Noche Obscura

El flujo llegado de Oriente

En su estudio principal sobre los presocráticos1 afirma Nietzsche (1873) que es digno de admirar el arte que tuvieron los griegos de aprender con provecho de los orientales. Pero, de paso hacia su objeto inmediato: la valoración de lo autóctono griego, Nietzsche no completa lo afirmado con una explicación, con una valoración o al menos una recensión de las enseñanzas recibidas por los griegos de sus vecinos orientales. Sin duda Nietzsche sabía, como Maquiavelo, pasar presto por los abismos más peligrosos. Así pone el acento en lo autóctono griego inacentuando ―peor aún: descalificando― la herencia oriental. Nos damos cuenta, en seguida, de su carencia de elementos para estimar, con algún tino, lo que los griegos aprendieron con provecho. A este respecto, Schopenhauer tuvo una visión más profunda y más vasta…

Desde las alturas aéreas de la India, la sabiduría veda testimonia una metafísica pregriega, una cosmogonía, una filosofía natural.2 Desde las márgenes del Nilo, los sacerdotes de Hermópolis, las Pirámides de Egipto, tes-timonian una geometría, una agrimensura, una aritmé-

1 F. Nietzsche (1873). La filosofía en la época trágica de los griegos. En Obras completas (1967), tomo v. Aguilar.2 Véase “Creación”. En Leyes de Manú. Instituciones religiosas y civiles de la India (1936). Garnier Hermanos, y la “Introducción” de los Himnos védicos (1975). Editora Nacional.

tica pregriegas (Glanville, 1944). Desde Babilonia, las escuelas de Ur, los muros de la ciudad, la Torre ―ese observatorio orgullo de los antiguos― testimonian una metalurgia, un álgebra, una geografía, una astronomía pregriegas (Woolley, 1953). El pozo del pasado es hon-do aún para los griegos: su obra no desmerece, su au-toctonía no se cuestiona por interrogar a sus maestros; antes bien, puede lucir más autóctona, más singular-mente griega si se sabe ponderar la herencia oriental; es preciso tomar en cuenta el flujo llegado de Oriente si se quiere conocer fielmente el milagro griego. Todos los caminos del Mundo Antiguo confluían en el Medi-terráneo ―esto es casi un lugar común―, pero bueno es saber de dónde venían esos caminos a Grecia, pues no siempre, como creía Nietzsche, se topa uno con los bárbaros. Allí está Schopenhauer para advertírnoslo, él, quien llamó a los Upanishads cumbres cognoscitivas, conquistas incomparables del pensamiento humano, coronas de la filosofía:

Platón fundaba secretamente toda su filosofía en el conocimiento de las Ideas, esto es, en la facultad de descubrir lo general dentro de lo particular. Pero esta convicción, resultado inmediato de una comprensión intuitiva de la Naturaleza, debe haber tenido verdade-ra vida, sobre todo, en los sublimes autores del Upa-nishads de los vedas, a los cuales apenas podemos considerar como humanos, pues allí se revela bajo innumerables expresiones, y con tal insistencia, que seguramente esa iluminación directa de su espíritu se debe a que aquellos sabios, más próximos en el tiem-po al origen de la razón humana, percibían la esencia de las cosas con mayor precisión y profundidad que pueden percibirla las generaciones decadentes de la actualidad. También hay que tener presente que para facilitar su comprensión tuvieron el clima de la India, donde la Naturaleza se muestra adornada de vida mu-cho más vigorosa que en los países del Norte (Scho-penhauer, 1960, p. 126).

También aquí será preciso reconocer en Schopenhauer al “desprovincializador del espíritu europeo”.3

3 El autor indicó en el manuscrito que iba a citar en una nota, pero no proporcionó la fuente.

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De Nietzsche, en cambio, se sabe que tenía poca información y casi ningún conocimiento directo de los libros orientales. Aun así, se dice que conoció el Código de Manú. ¿No debería haber sido suficiente? Al menos hubiera podido ser más cauteloso en su modo de calificar la herencia oriental. Pero Nietzsche (1873) escribe: “Las cuestiones de los comienzos de la filosofía no tienen importancia, porque al principio todo es grosero, amorfo, vacío y deforme, y en todas las cosas no se aprecian más que los grados superiores de desarrollo” (p. 200).

Esta tesis resume la posición de Nietzsche sobre los antecesores de los griegos. Extraña, sugestiva tesis que ha engañado a más de un comentarista de Nietzsche y ha dado lugar a interesantes interpretaciones,4 pese a lo cual, en el contexto en que figura, no es más que el rodeo a un problema, el disfraz de una ignorancia insolente. Ars retórica, presto nietzscheano. Nietzsche se privó —esto debe quedar explícito— de toda consideración sobre el sentido en que los primeros filósofos griegos son inseparables del flujo llegado de Oriente. Es bueno conceder su parte para retratar a los filósofos, a la leyenda irremediable que se teje en torno suyo: Tales y los fenicios, Pitágoras y los egipicios…5

Los mitos orientales, las cosmogonías,6 no son grados inferiores en el desarrollo de la filosofía. Los Upanishads son formas argumentales, estructuras lógicas, matrices de una dialéctica superior; poemas sublimes, diáfanos

4 El autor indicó en el manuscrito que iba a poner una nota, pero no estableció cuáles interpretaciones.5 Para lo de Tales como un fenicio véase G. Sarton (1952). A History of Science: Ancient Science Through the Golden age of Greece. Harvard University Press, p. 169; D. Laertius (1972). Lives of Eminent Philosophers. Harvard University Press, p. 23 y Los filósofos presocráticos (1978). Biblioteca Clásica Gredos, p. 61. Para el asunto de Pitágoras y los egipcios véase G. Sarton (1952). A history of science: Ancient science through the golden age of Greece. Harvard University Press, pp. 199-200; D. Laertius (1972). Lives of Eminent Philosophers. Harvard University Press, pp. 321-323 y J. B. Bergua (1958). Pitágoras. Ediciones Ibéricas, p. 96.6 Véase “Creación”. En Leyes de Manú. Instituciones religiosas y civiles de la India (1936). Garnier Hermanos, los Himnos védicos (1975). Editora Nacional y S. Kramer (1962). La historia empieza en Sumer. Editorial Ayma.

y obscuros, claros y herméticos.7 No tienen nada de “grosero, amorfo, vacío y deforme”. Schopenhauer, su filosofía, enseña lo contrario: son formas superiores de expresión de la teoría de las Ideas. Ellos son la más alta prueba de la victoria, por la filosofía, del pensamiento sobre la muerte. Inspirado en los Vedas, y por supuesto en Schopenhauer, Erwin Schrödinger (1977) escribió esta sentencia memorable: “la mente no sucumbe al tiempo” (p. 165)8 y enseñaba a sus discípulos físicos, él, que dio a la física una de sus claves más sutiles, hermosas y fructíferas: “nuestra ciencia no alcanzará nunca el último capítulo, solo el penúltimo; el último no sabríamos alcanzarlo: tal vez la forma real del fenómeno solo pueda expresarse y explicarse como lo hicieron los Upanishads” (Schrödinger, 1977, s. p.).

Nietzsche hace retórica con lo que ignora. Por suges-tiva que su tesis pueda ser, por necesaria que parez-ca para poder desarrollar la perspectiva que Nietzsche quiere darnos de los presocráticos, no conviene que se pierda de vista el que dicha tesis suplanta un vacío cog-noscitivo de Nietzsche, un vacío que ―espero mostrar-lo― acarrea efectos de conocimiento por toda la obra: reducciones, precisamente, en desmedro de los preso-cráticos. En su afán por exaltar la imagen de los preso-cráticos ―y nadie que haya meditado en la cuestión du-dará de la justeza del proyecto― Nietzsche desconoce la sabiduría oriental y, por lo mismo, se pierde lo mejor de los presocráticos, su física. Para Nietzsche, es como si la filosofía naciera a costa de la física. Así escribe, en el texto sobre los presocráticos: “la primera afirmación filosófica procede violentamente contra toda empiria” (Nietzsche, 1873, p. 203) ―y quién sabe si Tales hu-biera podido entender siquiera lo que Nietzsche quería decir, Tales, el teórico de las aguas milesias―;9 y del

7 Véase J. A. Naranjo (1984). “Las razones de Heráclito”. Escritos, 7(15), 7-23.8 El libro completo, hasta ese punto, trabaja el asunto (pp. 99-165). 9 En un bosquejo de la parte inicial de este texto, dice en este punto el autor: “Más vale prestar atención a Bréhier, tomar en serio que la filosofía fue en sus comienzos filosofía natural, no separar a Tales de las aguas milesias. Entonces se comprende mejor qué fue lo que los griegos aprendieron con provecho”. Se refiere a la “Introducción” al libro Historia de la filosofía de Emile Bréhier y a la primera parte del libro como tal. J. Ortega y Gasset (1948). La antigüedad, la Edad Media y la Filosofía de Oriente, tomo I. Editorial Suramérica, pp. 61-90 y siguientes [nota de Nicolás Naranjo Boza].

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mismo modo, confunde Nietzsche (1873) con “ciega adoración de la bóveda celeste” (p. 200) aquello que un babilónico hubiera considerado estudios de uranogra-fía, el trazo del mapa estelar; e igualmente, en el mismo texto, en el mismo párrafo ―para mayor eficacia retó-rica―, dice del sol, el relámpago, el viento y la niebla, que le parecen “trivialidades físicas”, incapaces de ser fuente y origen de los “magníficos y soberbios” mitos griegos ―sin duda Nietzsche no hubiera creído posible alcanzar las ruinas de Troya con la Ilíada y la Odisea como mapa…

Y así vemos un Nietzsche que silencia casi totalmente los temas geométricos de los presocráticos, que no puede leer el fondo atomista del ingenioso diálogo de los filósofos griegos. Y ello, como ya señalé antes, efecto de la incapacidad de Nietzsche para ponderar qué fue lo que los griegos aprendieron con provecho de los orientales. Tres anécdotas, dice Nietzsche, pueden hacer el retrato de un hombre (Nietzsche, 1873). Quizá, cuando se trata de un filósofo, sean precisas cuatro anécdotas, cuatro aforismos-anécdotas. A Nietzsche, esto debe retenerse, le falta el perfil científico de la filosofía de los presocráticos. En la perspectiva nietzscheana, la conmoción de los griegos ante Tales prediciendo un eclipse, la emoción de Pitágoras ante su conquista geométrica, la silenciosa fuerza de los logoi zenonianos, se vuelven cosas un tanto ajenas a la filosofía. Las consecuencias de esto para el proyecto de Nietzsche, es decir, enseñar a “amar y venerar” a esos grandes hombres, son nefastas. Nietzsche dice de esos hombres, los presocráticos, que son caracteres de una pieza; precisamente por ello no podía desmembrarlos, como lo hizo, de sus vínculos con la geometría y la ciencia natural: es como privarse de conocer la fuente natural de su alegre sabiduría.

Es que las relaciones de Nietzsche con la física siempre fueron difíciles. Hay una repulsión nietzscheana, apenas temperada una que otra vez, hacia el protocolo cognoscitivo de la ciencia natural. A su deseo de estudiar física, en la búsqueda de una explicación científica de su doctrina fundamental, no respondió, de

hecho, ningún paso concreto.10 Nietzsche se defiende de la física con las pocas nociones que tiene de ella, con unas intuiciones profundas, pero poco trabajadas, sobre la naturaleza. Nietzsche huye del estudio de la física (solamente Lou pudo, así solo fuera transitoriamente, señalarle una vía afirmativa de acceso a la ciencia natural; Lou y el Mediterráneo, por la Gracia de Afrodita, pero duró poco tiempo).11 Eso que nuestro tiempo llama la metáfora fisicalista es el síntoma, en Nietzsche, de un desajuste crucial en sus relaciones con la física y, en general, la ciencia natural. Pero la ignorancia, ya lo sabemos, es agresiva: de allí que Nietzsche ataque tan duramente a los físicos; lo que saben, él no lo ha podido conocer. Y la huida de la física la disimula Nietzsche bajo la apariencia de una crítica, estrepitosa a menudo y no siempre atinada [de allí que, a menudo, los físicos se excusen de meditar a Nietzsche, bajo el pretexto de que buena parte de sus objeciones a la física son, simplemente, falsas objeciones, que solo se curan enterándose de cómo funciona realmente cada noción de ciencia. El malentendido es de nunca acabar. Y mientras no se examinen más detalladamente las relaciones de Nietzsche con la física, sus nociones, la metáfora fisicalista,12 será difícil hacer comprensibles a los físicos las verdaderas objeciones y las profundas intuiciones de Nietzsche acerca de la física].

No puedo dejar de traer a cuento, ahora, y contrastarla con la nietzscheana, la actitud de Kant hacia la ciencia natural: profesor de lógica y metafísica, de mecánica y física teórica, de geografía física, aritmética, geometría y trigonometría; todo a la vez, para mayor gloria de la filosofía.13 No es de espaldas a la ciencia como se puede hacer la Crítica de la razón pura, no es ignorando la

10 Véase C. P. Janz (1981). “Nuevos planes”. En Los diez años de Basilea 1869/1879. Alianza Editorial, pp. 226-228; o C. P. Janz (1985). “Exigencia de fundamentación científica”. En Los diez años del filósofo errante (primavera de 1879 hasta diciembre de 1888). Alianza Editorial, pp. 66-68.11 Véase C. P. Janz (1985). “Momentos culminantes con Lou sobre cielo ardiente”. En Los diez años del filósofo errante (primavera de 1879 hasta diciembre de 1888), vol. 3. Alianza Editorial, pp. 119-120. Véase, sobre Afrodita, Nietzsche (1873, p. 216).12 En el manuscrito, el autor indica que pondrá una nota, pero no la completa.13 Véase I. Kant (1976). Crítica de la razón pura. Losada, 1976; E. Cassirer (1968). Kant, vida y doctrina. Fondo de Cultura Económica, p. 50 y I. Kant (1963). Conflicto de las facultades. Losada.

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física como se accede a Kant. Aunque tantos kantianos piensen otra cosa, la advertencia escrita en el dintel de la Academia tiene validez perenne.

Nietzsche ―por su parte― no estaba preparado para comprender al científico natural sino de una manera parcial y estrecha. De los sabios de la época clásica, por ejemplo, apenas tenía conocimiento directo. Los caminos de Pascal y Descartes solo podía seguirlos mientras no discurrieran more geometrico. Por lo mismo, difícilmente podía decir nada sobre la obra científica de un Galielo, un Huyghens, un Newton o un Fermat. Pero dijo, dijo muchas cosas infortunadas sobre su ciencia y sobre su vivir. Los llamó en bloque, tipos del ideal ascético, obreros de la ciencia y la filosofía. Usó a Pascal como leitmotiv contra los jesuitas, así como tantos que de Galileo no conocen sino anécdotas lo usan hoy contra la Iglesia católica. En serio, mejor hubiera sido su trabajo, y en todo caso más amable, si hubiera estudiado geometría, física. A Pascal, quizá, lo vería radiante, las provinciales dispersas entre cicloides, espirales, cónicas universales... magister ludi. En relación con lo que nos interesa aquí, es decir, la interpretación nietzscheana de los presocráticos, bue-no será examinar el papel que Nietzsche reconoce a la ciencia en relación con los filósofos presocráticos. En primer término, sobre la afirmación de Tales, leemos: “como matemático y como astrónomo (Tales) era hostil a todo lo mítico y alegórico” (Nietzsche, 1873, p. 204). Es, notémoslo, la única referencia a la ciencia de Tales. Se trata de la ciencia en tanto crítica, como defensa y fuente de hostilidad contra los mitos y alegorías con que los griegos representaban su existencia. En segundo lu-gar, sobre el científico y el filósofo, Nietzsche reconoce en el segundo al primero, cuando “acecha los fines y las causas de las cosas” (Nietzsche, 1873, p. 205). Se trata de una conducta entre otras: contemplar, compadecer, acechar, elevarse, son las cuatro conductas del filóso-fo: lleva en sí un artista plástico, un hombre religioso, un hombre de ciencia —y un cuarto hombre, un dios o un demonio (Nietzsche, 1873, p. 205)—.14 El científico 14 Véase J. A. Naranjo (1988). “Las aguas milesias”. Sociología, (11), p. 8.

es también uno de paso grave, que calcula y mide allí donde el filósofo va presto. En tercer término, las notas de sus estudios helenísticos nos muestran la siguiente relación entre científico y filósofo:

Los filósofos anteriores a él (Sócrates) ―un pequeño número― realizaron un enorme trabajo en las matemáticas, en la astronomía, en la física, pero Tales era un verdadero fenicio, Pitágoras un discípulo de los egipcios y Demócrito, el único de naturaleza verdaderamente científica, probablemente un tracio. Sócrates se mofa de todos estos investigadores, afirmando que la astronomía es cosa para serenos y marinos, y que no debe pretenderse saber lo que los dioses se han reservado para sí; las matemáticas son algo ridículo, y lo primero es ganar claridad sobre sí mismo antes de dedicarse al cultivo de las ciencias. […] Entre Demócrito y Sócrates hay una cisura, no un puente. Con su pasión por el diálogo, Sócrates inventa una nueva forma literaria, pero, a la vez, hace objeto de repugnancia a sus discípulos la investigación científica y la vida solitaria del sabio (Nietzsche, s. f., p. 360).

Nietzsche no escapa a la perspectiva de Sócrates: la dialéctica, arte mayor del filósofo, es para él ajena al protocolo cognoscitivo del científico. Es como si para Nietzsche inmanente a la ciencia estuviera el carecer de filosofía. Los tres términos de las relaciones de la filosofía con la ciencia forman una unidad coherente, y muy convincente a primera vista: la ciencia en cuanto crítica, en cuanto conducta de que participa el filósofo, en cuanto carencia del arte mayor o dialéctica. El hombre de ciencia es un solitario que calcula, que acecha, uno que no alcanza la caza mayor.

Se les escapa a Nietzsche, como a Sócrates, la serena y jovial afirmación de la existencia que provee el trabajo en ciencia. Se les escapa el aspecto creador, la dicha inmanente a la sabiduría. El carácter lúdico de la ciencia y la autofortaleza. Sócrates tiene que salir, buscar motivos para conversar en las calles. El científico se basta con pocas cosas, con pocos temas. El científico no habla demasiado, ni demasiado poco: lo suficiente ―el rigor le enseña a refrenar la lengua―.

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Eso que Nietzsche admira en los presocráticos ―que son hombres que viven en su propio sistema solar, de su propia luz― no tiene otra causa que el haber sido hombres de ciencia. Predecir un eclipse, inventar un número, eso justifica una vida, eso eleva por encima de todos los afanes de la vida. La filosofía no llega después de la ciencia natural: el físico es el filósofo que arriesga su sabiduría, que la juega, que la pone en juego, es Kant y su teoría del cielo como Newton y sus Principia; pero, al mismo tiempo, el filósofo es el físico que saca consecuencias del juego, que goza del espectáculo de sus interpretaciones. Es Empédocles y su Poema como Kant y su Crítica de la razón pura. Sea lo que sea, los presocráticos no distinguieron filosofía de filosofía natural, esto debe reiterarse: la dialéctica se ejercía en la meditación acerca de las leyes de la naturaleza.

Y es curiosa, por lo demás, esa ligera diferencia que hay en la perspectiva de Nietzsche en su estudio sobre los presocráticos y en la nota citada últimamente: en el primer caso, los presocráticos son los primeros filósofos ―el pathos dialéctico es en ellos incuestionado, antes bien es relievado, vuelto tema de exégesis; en el segundo caso no son griegos― son científicos extranjeros, y la dialéctica no les pertenece como arte mayor, socrática ante todo. En el primer caso apenas sí se hace mención de la ciencia presocrática y entonces el filósofo resalta; en el segundo caso, porque hay ciencia no hay filosofía. En ambos casos la ciencia aparece como un momento negativo en el ejercicio de la filosofía: la ciencia, desmitificadora, desvalorizadora, crítica. Jamás como fuente de alegría, como invención, como forma metafísica de abrazarse a la tierra manteniéndose joviales. Es un motivo casi invariable de la obra de Nietzsche.15 Y es triste ver que se hubiera privado de tal fuente de alegría. ¿Cómo no iba a resentirse, por ello, su filosofía? Bachelard vio claro en este punto.

Por nuestra cuenta, pues, y al margen de Nietzsche, hemos de responder, o buscar al menos un indicio de respuesta, a la pregunta sobre qué fue lo que los griegos 15 El autor indicó en el manuscrito que pondría una nota, pero no la redactó.

aprendieron con provecho. No nos encontramos con los bárbaros si buscamos en las escuelas de Ur o en los monasterios vedas o en los templos de Hermópolis: encontraremos ―y esto es lo esencial― sacerdotes: una ciencia hermética, una regla monástica, una tradición, libros, maestros, iniciaciones, inscripciones. Un for-midable aparato de Estado que cuando no detenta el poder lo administra por cuenta del mandatario. Ciencia hermética, de castas; ciencia religiosa, inmediatamente ligada con el ejercicio del poder; ciencia reguladora del orden social: sembrar, comerciar, fabricar, usar el tiempo, formar familias y castas, pecar, purificarse, transmigrar, la ciencia hermética sabe cómo bajar de los astros a la vida de las sociedades y ordenar la existencia de los hombres con reglas seculares y milenarias. Sociedades despóticas cuyos sabios forman parte de los entretelones, ocultos en la escuela, el templo, el monasterio. Nietzsche (1837) dice a este respecto algo muy interesante: que los griegos “inventaron las cabezas típicas de los filósofos” (p. 200). Es una muy buena intuición: no hay cabeza de Zaratustra ni del sacerdote Veda; ellos son más bien un hábito, un hábito milenario: no precisamos imaginarlos como personalidades, no son hombres de la vida civil. Esa diferencia lo es todo; los sabios de Oriente, de Egipto, no tienen otra identidad que la que les da la regla: cada uno es todos los que ha sido, él hereda las tablas, los libros, los privilegios, las relaciones, los conocimientos, los métodos. Babilonia, la India, Egipto: imperios religiosos, milenarios y estables, de evolución lenta. Grecia: sociedad civil, secular e inestable, de evolución rápida.

Pero Nietzsche no es sensible a las implicaciones de esta diferencia. Y por eso se le invierte la metáfora: los presocráticos, dice, fueron estrellas fijas en el cielo de la cultura griega; en los otros pueblos, dice, el filósofo es un cometa que aterra y asusta (Nietzsche, 1837). ¿No será más bien al revés? ¿Empédocles y Hermócrates, Sócrates y sus Jueces no nos hablan de una Grecia que se asustaba por sus filósofos?

Las estrellas fijas del cielo de la cultura son los sabios de Oriente. Tan fijas como el cielo que nombraron y

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midieron, como las leyes que escribieron. Schopenhauer decía que no parecían esos sacerdotes vedas, hombres: tal su dureza, tal su impasible afirmación del ser sobre la muerte. Tal la consistencia de su metafísica. No parecían hombres: luceros, luceros estables, pura irradiación de pensamientos, una estancia en la obra milenaria. Estrellas fijas, sabios sin prisa. Los filósofos griegos, en cambio, son cometas. Meteoros, torbellinos, fuegos, volcanes, carreras de potros. Pensadores de la ταραχἠ, desde Tales hasta después de Sócrates. Ráfagas de pensamiento, ritmo de paso. En Grecia no está fija ni la flecha de Zenón. Es preciso invertir la metáfora sobre los presocráticos, los mismos objetos de su atención ―las aguas milesias, los vapores, las nubes, los eclipses, el rayo― testimonian almas de errantes, de viajeros; sus mismas vidas, cuán rápidas, cuán breves… Y su volver, su lucir de nuevo en el cielo de la cultura, cuán intempestivo siempre… Y esos cometas van errando sobre un fondo de estrellas fijas. Y es hermoso que varíe el cielo, y es hermoso que el cielo permanezca. Con los griegos nace la filosofía. Pero con los orientales la filosofía es perenne. Los griegos, ante los orientales, nunca dejarán de ser niños.

La sabiduría veda

Poetas, los sacerdotes vedas nos legaron una música escritural de la que nuestras pobres lenguas apenas sí pueden conservar la traza:

Yasya vakyam, sa rishir; ya ten’ochyate, sa devata;yad akshara – pariman´am tach chhando, Arthepsava

rishayo devataz ch’handibhir abhayad’havan.tirsa eva eva devatah; Kshity – antariksha – dyust’hana, añir vayu surya ity: evam vyaritayah prokta

vyastah; paramesht’hyo va, brahmo, devo va, ad’hyat– mikas. Tat tat st’hana, anyas tad vibhutayah; karmo

prit’haktwad d’hi prithag abhid’hana stutayo bhavanty:

ek’eva va mahan atma devata; sa surya ity achakshate;sa hi sarvabhut’atma. Tad uktam rishin’a; surya

a’tma’

djagatas tast’ushas cheti. Tad vinhutayo’nya devatas.

Tad apy etaf rishin’oktam; indram mitram varunam anim a’hur’iti.

Los niños recitaban esas músicas sin que, en prin-cipio, importara mucho comprender el texto. Esos sa-bios sabían que la música iría formando el sentido y la significación. Lo esencial era la voz, la sonoridad, el ritmo; captar la cadencia y la medida. Que las modu-laciones de la voz, que la respiración, fueran haciendo y plasmando las matrices del sentido y las significacio-nes. Yasya vakyam, sa rishir…

Y más de tres mil años después, un poeta, uno de los mejores, se declaraba un aprendiz de esas músicas, y a falta de los libros se inventaba gritos-soplos, conmovedores intentos de recuperar la alquimia sonora de los Vedas:

ratara ratara rataraatara tatara rana

otara otara kataraotara ratara kana

ortura ortura konarakokona kokona koma

kurbura kurbura kurburakurbata kurbata keyna

pesti anti pestantum putarapesti anti pestantum putra

Y recomendaba “leerlos escondidos, con un ritmo que el propio lector debe encontrar para entender y pensar”, y aseguraba que solo eran válidos si brotaban de una sola vez, y apelaba a una clave, perdida en los libros, para que vivieran escritos; una clave que, sin duda, alude a los Vedas.

Confiemos en las indicaciones del poeta. Hay que aprender a seguir el ritmo inmanente a esa música escritural, hay que volverse niños y descubrir las prodigiosas potencias de la voz, su magia sonora, sus coloraturas, sus flujos melódicos. No es preciso traducir nada, solo se precisa cantar el texto, cantar leyendo,

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]prestar la voz a las palabras: ellas harán el sentido. Y si leemos bien, aullarán los perros, y temblarán, y conoceremos que esa música está viva. Viva, como los signos que convoca. Pues cada ritmo, cada cadencia, cada frase sonora acompaña y como que forma sus propios elementos materiales. Tenían una música escritural para el fuego, para el sol, para la luna, para el agua: esa música acompañaba la elocución del signo: el sol se enunciaba acompañado de Ashn’ih, el fuego de Gayatri: es decir, las cosas estaban medidas por el metro de los versos.

Eran poetas porque veían la música en el origen del mundo. La creación es forjar ritmos, modular voces, síncopas ―eso que Schopenhauer llama “el juego incesante de las transformaciones”―. Quien haya caído alguna vez en esa proliferación anonadadora, ese entenderá del poder de la música (Artaud, para solo citar un ejemplo, afirmaba haber alcanzado, en los éxtasis más profundos, las raíces musicales de la materia: sonido perturbador al que quiso nombrar al precio de la locura). Y poco importa que esa música parezca borrarse tras de las significaciones; de hecho, sin esa música no habría nada, ella es “la trabazón misma de la lengua”, su “arquitectura sonora”. Los vedas lo sabían, sus poemas (ellos dirían himnos, plegarias) están construidos como la forma de logos que acompaña la cosa, la concreción de la acción. Pues en el comienzo no eran ni el logos ni la acción, sino el logos y la acción. La música acompaña el nacimiento de las cosas, lleva su medida, es como el despliegue de su forma espiritual.

Referencias

Glanville, S. R. (Ed.) (1944). El legado de Egipto. Ediciones Pegaso.

Nietzsche, F. (s. f.). Florecimiento, degeneración y renacimiento en los géneros literarios. En Obras completas (1967), tomo v. Aguilar.

Nietzsche, F. (1873). La filosofía en la época trágica de los griegos. En Obras completas (1967), tomo v. Aguilar.

Schopenhauer, A. (1960). De la muerte y de sus relaciones con la indestructibilidad de nuestro ser en sí. En El mundo como voluntad y representación, tomo III. Aguilar.

Schrödinger, E. (1977). Science and religion. En Mind and matter. Cambridge University Press.

Woolley, L. (1953). Ur, la ciudad de los caldeos. Fondo de Cultura Económica.

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Allá afuera estuvieron desde siempre la vida elemental y polívoca, cargada de enigmas, el pensamiento viajero, la Noche Estrellada y la Música de las Esferas

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Parábola

Jorge Alberto Naranjo Mesa

(Colombia, 1949-2019)

Estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Colombia. Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Doctor Honoris Causa en Ingeniería, Profesor Titular y Emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de las univer-sidades Pontificia Bolivariana, de Antioquia, EAFIT y del Instituto Tecno-lógico Metropolitano. Miembro de la Academia Antioqueña de Historia. Acreedor de numerosos premios, menciones y reconocimientos. Autor de más de treinta libros y más de doscientas publicaciones en revistas.

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Resumen

Este soneto compone su expresión manifestando la eterna inquie-tud humana sobre el tiempo y la fugaz existencia. Fue publica-do, inicialmente, en el boletín Desde la Biblioteca, número 9, noviembre-diciembre de 1999, del Instituto Tecnológico Metro-politano, p. 7. El segundo verso de la segunda estrofa, de dicha edición, dice: “Todo naufraga en la Insondable Ola”.

Palabras clave

Eternidad, final, mar, muerte, naufragio, tiempo, vida.

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A Miguel Monsalve

Restos. Un ancla, el óxido, la playa,la mole azul, la eterna batahola,la blanca cresta, la gaviota sola,el pez, el muelle, la furtiva raya.Tiempo: es un niño y a jugar ensaya.Todo se hunde en la Insondable Ola,él mira, piensa, se sonríe: “Hola!”dice, y se hunde, y juega y no desmaya.

Siempre es así el pasar. Su estrépito,apenas es pasar, pasar. Decrépito,un marinero que perdió su vela.

Mira hacia el mar. No sabe, no barrunta,que (el) Tiempo es él, que los pedazos junta.Y así es mejor: si sabe se desvela.

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En la vida de la cultura llamamos cuerpo a la traducción que de los impulsos materiales hace la conciencia

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Normas para los autores

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• La revista tiene diferentes secciones: cartas al editor, artículos de revi-sión, reflexión u opinión, reportes, reseñas, entrevistas, traducciones y dosier, también se aceptan partituras, textos literarios o poéticos. Todas las propuestas son evaluadas por el Comité Editorial y por dos pares de manera anónima. La recepción de los trabajos no implica la aprobación y publicación automática.

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incluyendo la posibilidad de ser publicado en cualquier medio, en formato análogo o digital.

• Los artículos deben tener entre tres y siete descriptores o palabras clave, y un resumen cuya extensión sea de máximo 120 palabras o 900 caracteres sin espacios.

• Los trabajos deben enviarse al correo electrónico [email protected], presentarse en Word, tipografía Times New Roman 12, con una extensión máxima de veinte cuartillas (30.800 caracteres con espacios), sin incluir el resumen ni las palabras clave. El título no debe sobrepasar quince palabras.

• El autor debe enviar adjunta a su propuesta una síntesis de su biografía que incluya: nombres y apellidos completos, año de nacimiento, título de pregrado, títulos de posgrado, premios, menciones, reconocimientos, institución(es) donde labora y cargo(s), categoría docente en caso de serlo, publicaciones y otros aspectos de relevancia.

• Utilizar el sistema de citación y referenciación APA, última versión. Tener en cuenta el Manual de Edición Académica de la Universidad Nacional de Colombia.

• Seguir las normas establecidas por el Diccionario Panhispánico de Dudas.• Se usan cursivas para resaltar términos, para títulos de obras de creación,

para extranjerismos crudos, para latinismos y locuciones latinas, para apodos, alias o seudónimos, para nombres científicos de plantas y animales y para las preguntas en entrevistas.

• Se usan versalitas para los siglos en números romanos, para enumeraciones en romanos, para siglas cuando no van acompañadas del nombre propio, para acrónimos de tres o menos letras, para firmas de prólogos o epígrafes, para entradillas en diálogos.

• Se utilizan comillas para citas textuales cortas (de menos de cuarenta pa-labras), para reproducir textualmente una afirmación, para el uso irónico, impropio o especial de una expresión, para títulos de capítulos, artículos de revistas, títulos de exposiciones o secciones de una publicación.

• Se utilizan comillas simples para la segunda jerarquía de las comillas dobles y para los significados de expresiones en otro idioma.

• No deben usarse negritas dentro del cuerpo del texto.• Se usan mayúsculas iniciales para títulos de libros y publicaciones

periódicas, para nombres de leyes, para nombres propios o abreviados, para nombres de materias de un currículo, para nombres de grupos de investigación, para los periodos y épocas históricas.

• Se usan minúsculas para nombres de días, meses y nacionalidades, para nombres de enfermedades, para cargos, títulos nobiliarios, para después de dos puntos; excepto después de los saludos en las cartas, en los documentos jurídico-administrativos, en la reproducción de una cita o de palabras textuales.

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• Los números enteros no se separan con coma. Los números se escriben con letras, incluso los mayores a once que no impliquen más de tres palabras.

• Se entiende por figura toda representación gráfica, independientemente de que se trate de fotos, mapas, planos, ilustraciones, esquemas, diagramas, dibujos, imágenes o gráficas estadísticas. Deben indicarse en el cuerpo del texto entre paréntesis (figura 1), se marcan con números arábigos, debajo de la figura, y deben tener título, crédito del autor y la fuente. Si una figura está dividida en secciones, cada sección se identifica con una letra con versalitas. En todos los casos deben tenerse los derechos de publicación.

• Todas las figuras deben enviarse separadas de los textos, numeradas, en formato JPG, TIFF o BMP de 300 dpi.

• Para obras de arte deben darse los datos en el siguiente orden: nombre y apellido del autor o autores, Título de la obra, fecha de creación. Descripción técnica, ubicación. (Fuente: créditos). Ejemplo: Figura 1. Gonzalo Fernández, Adoración de la inmaculada, 1603-1606. Óleo sobre lienzo, 158 cm × 95 cm. Museo Histórico, Kralendijk, Bonaire. (Fuente: fotografía de Orlando Manrique).

• El título de las tablas o cuadros se pone en la parte superior, y se pres-cinde de mayúsculas cuando se haga referencia a tablas o figuras dentro del texto.

• Las citas de más de cuarenta palabras se sangran. Las elisiones van entre corchetes con tres puntos suspensivos; si la omisión de uno o varios párrafos ocurre en medio de un texto citado entre comillas, en lugar de los corchetes con puntos suspensivos se pone doble barra recta: ||.

• Cuando se incluyen referencias o bibliografía de internet se aceptan páginas estables y confiables de instituciones reconocidas.

• Las notas aclaratorias se indicarán con un superíndice en arábigos, después de la puntuación, e irán al pie de la página.

• Para símbolos y expresiones matemáticas debe utilizarse un editor de ecuaciones compatible con Microsoft Word; se enumeran consecutiva-mente con un número arábigo entre paréntesis. Deben tener la misma fuente que el resto del texto.

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Revista de Extensión Cultural | 64 Las fuentes tipográficas empleadas son Times New Roman y Candara.

Junio de 2020.

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