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REVISTA EURÉPEÉ; NÚM. 36 4 ,° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . AÑO I. LA ÚLTIMA CALAVERADA. NOVELA ALEGRE, PERO MORAL. I. —Tengo la seguridad—dijo el marqués, encendien- do olro cigarro,—de que, si se examinara la vida de todos los grandes calaveras arrepentidos, se encontra- ría que perdieron su última batalla; quiero decir, que su última calaverada fue un chasco, una derrota, un Waterloo. —¡Qué reaccionario es este marqués! ¡Miren uste- des con qué arte, en el símil de que se ha valido, la virtud hace el papel de la Santa-Alianza., restauradora de Luis XVIII y del antiguo régimen! —También se podría decir—replicó-el marqués,— que en mi símil la virtud hace el papel de la árida roca de Santa Elena, puesto que ese fue el camino que tomó Napoleón después de su derrota. —Pero no lo tomó sino ala fuerza, señor marqués, c intentó muchas veces escaparse... —Pues entonces, señor duque, prescindamos del símil. En cambio, estoy más decidido que nunca á sostener mi tesis: ¡Nadie ha dejado de ser calavera al dia siguiente de un triunfo! ¡Todos los Lovelaces sé han abrazado á la virtud al dia siguiente de un desca- labro! —Marqués,—exclamó el general X., quo hasta en- tonces habia callado,—mucho insiste usted en esa idea; lo cual me hace pensar si hablará usted por ex- periencia propia. ¡Usted fue también muy calavera en su juventud! —Nada más que lo puramente necesario... —Y luego, de pronto, se convirtió usted en hombre de bien, cuando aún podia aspirar á nuevas glorias... —¡Ya lo creo! Todavía no contaba treinta años cuando me retiré del mundo y me casó con Eloisa. —Pues, vamos á ver... Compruebe usted su tesis, contándonos la derrota que precedió á su retirada... —Sí, sí... que la cuente. —Con mucho gusto, señores. ¿A qué viejo no le agrada recordar sus campañas^amorosas... aun aque- llas en que fue poco afortunado? ¡Perfectísimamente me acuerdo del hecho que determinó mi abdicación! —¿Y fue, en efecto, un descalabro? —¡Horrible! ¡Providencia], por mejor decir! Porque os advierto que no me derrotó ningún hombre más favorecido que yo por la beldad de que se trataba; ni TOMO III. menos me derrotó el desdén de ésta, ni tampoco rae derroté yo mismo... —¡Bravo, marqués! Esa última frasees digna de la corte de Luis XV... —No... no quedó por mí de manera alguna—prosi- guió el marqués, mordiscando el cigarro.—¡Me derrotó la Providencia! —¡Veamos, veamos! ¡Basta ya de prólogo! Nuestro interés no puede estar más excitado... —Muchísimas gracias, señor duque... Pues, señor, el caso fue el siguiente: II. —Empezaré por deciros que mi arrepentimiento, ó sea el descalabro, que voy á contaros, no data, como suponéis, de la época de mi enlace con Eloisa... —¡Oh! ya comprendemos que seria anterior... —Nada de eso: fue posterior. Yo me curé en falso al casarme... esto es, yo era todavía un calavera impenitente cuando conduje al altar á Eloisa; y, si me casé con ella, fue por miedo de no encontrar más ade- lante otra nmjer de sus virtudes á quien entregar el depósito de mi honor y destinar á madre de mis hijos. Pero aún podia decir : Laiet anguis in hcrba: aún no estaba arrepentido: aún no habia formado propósito de enmendarme: ¡aún no habia pasado por la susodi- cha derrota! El marqués chupeteó detenidamente el cigarro has- ta reav#ac su lumbre; dio un suspiro, y continuó: —Llevaba yo ya tres años de casado con esa adora- ble marquesa que todos conocéis... y á cuyo talento y bondad hacéis cumplida justicia... —¡Oh, la marquesa es un ángel! —Pues añadid que entonces era también joven y hermosa... —¡Hermosa., ¡osera siempre! —Y joven... ¡lo es todavía!—exclamó cierto pollo muy elegante. ¡Eso se figura ella! Pero aquí, entre nosotros, debo deciros que tiene cuarenta y cinco años... Alo menos, yo le llevaba diez cuando la conocí, y tengo cincuenta y cuatro cumplidos.—¡Si me oyera!—En fin... vuelvo á mi cuento: Estaba yo en aquel tiempo (como sigo estándolo hoy) verdaderamente prendado de mi mujer; reconocía todas sus bellas cualidades; considerábame feliz en haber ligado mi vida á la suya... ¡El matrimonio tenia indudablemente sus ventajas!... Pero... —Pero... usted habia sido calavera. 1

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REVISTA EURÉPEÉ;NÚM. 36 4 ,° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . AÑO I .

LA ÚLTIMA CALAVERADA.NOVELA ALEGRE, PERO MORAL.

I.—Tengo la seguridad—dijo el marqués, encendien-

do olro cigarro,—de que, si se examinara la vida detodos los grandes calaveras arrepentidos, se encontra-ría que perdieron su última batalla; quiero decir,que su última calaverada fue un chasco, una derrota,un Waterloo.

—¡Qué reaccionario es este marqués! ¡Miren uste-des con qué arte, en el símil de que se ha valido, lavirtud hace el papel de la Santa-Alianza., restauradorade Luis XVIII y del antiguo régimen!

—También se podría decir—replicó-el marqués,—que en mi símil la virtud hace el papel de la árida rocade Santa Elena, puesto que ese fue el camino quetomó Napoleón después de su derrota.

—Pero no lo tomó sino ala fuerza, señor marqués,c intentó muchas veces escaparse...

—Pues entonces, señor duque, prescindamos delsímil. En cambio, estoy más decidido que nunca ásostener mi tesis: ¡Nadie ha dejado de ser calavera aldia siguiente de un triunfo! ¡Todos los Lovelaces séhan abrazado á la virtud al dia siguiente de un desca-labro!

—Marqués,—exclamó el general X., quo hasta en-tonces habia callado,—mucho insiste usted en esaidea; lo cual me hace pensar si hablará usted por ex-periencia propia. ¡Usted fue también muy calavera ensu juventud!

—Nada más que lo puramente necesario...—Y luego, de pronto, se convirtió usted en hombre

de bien, cuando aún podia aspirar á nuevas glorias...—¡Ya lo creo! Todavía no contaba treinta años

cuando me retiré del mundo y me casó con Eloisa.—Pues, vamos á ver... Compruebe usted su tesis,

contándonos la derrota que precedió á su retirada...—Sí, sí... que la cuente.—Con mucho gusto, señores. ¿A qué viejo no le

agrada recordar sus campañas^amorosas... aun aque-llas en que fue poco afortunado? ¡Perfectísimamenteme acuerdo del hecho que determinó mi abdicación!

—¿Y fue, en efecto, un descalabro?—¡Horrible! ¡Providencia], por mejor decir! Porque

os advierto que no me derrotó ningún hombre másfavorecido que yo por la beldad de que se trataba; ni

TOMO III.

menos me derrotó el desdén de ésta, ni tampoco raederroté yo mismo...

—¡Bravo, marqués! Esa última frasees digna de lacorte de Luis XV...

—No... no quedó por mí de manera alguna—prosi-guió el marqués, mordiscando el cigarro.—¡Me derrotóla Providencia!

—¡Veamos, veamos! ¡Basta ya de prólogo! Nuestrointerés no puede estar más excitado...

—Muchísimas gracias, señor duque... Pues, señor,el caso fue el siguiente:

II.

—Empezaré por deciros que mi arrepentimiento, ósea el descalabro, que voy á contaros, no data, comosuponéis, de la época de mi enlace con Eloisa...

—¡Oh! ya comprendemos que seria anterior...—Nada de eso: fue posterior. Yo me curé en falso

al casarme... esto es, yo era todavía un calaveraimpenitente cuando conduje al altar á Eloisa; y, si mecasé con ella, fue por miedo de no encontrar más ade-lante otra nmjer de sus virtudes á quien entregar eldepósito de mi honor y destinar á madre de mis hijos.Pero aún podia decir : Laiet anguis in hcrba: aún noestaba arrepentido: aún no habia formado propósitode enmendarme: ¡aún no habia pasado por la susodi-cha derrota!

El marqués chupeteó detenidamente el cigarro has-ta reav#ac su lumbre; dio un suspiro, y continuó:

—Llevaba yo ya tres años de casado con esa adora-ble marquesa que todos conocéis... y á cuyo talento ybondad hacéis cumplida justicia...

—¡Oh, la marquesa es un ángel!—Pues añadid que entonces era también joven y

hermosa...—¡Hermosa., ¡osera siempre!—Y joven... ¡lo es todavía!—exclamó cierto pollo

muy elegante.— ¡Eso se figura ella! Pero aquí, entre nosotros,

debo deciros que tiene cuarenta y cinco años... Alomenos, yo le llevaba diez cuando la conocí, y tengocincuenta y cuatro cumplidos.—¡Si me oyera!—Enfin... vuelvo á mi cuento:

Estaba yo en aquel tiempo (como sigo estándolohoy) verdaderamente prendado de mi mujer; reconocíatodas sus bellas cualidades; considerábame feliz enhaber ligado mi vida á la suya... ¡El matrimonio teniaindudablemente sus ventajas!... Pero...

—Pero... usted habia sido calavera.1

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REVISTA EUROPEA. 1 .° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36

—¡Justamente! Yo habia sido calavera... ¡Lo habiasido... y aún me quedaba en el corazón algo de aquellasatánica codicia del bien ajeno que constituye el carác-ter dé todos los conquistadores de pueblos y de mu-jeres!...

—¡Soberbio! ¡Edificante! ¡Está usted hablandocomo un ángel, señor marqués!

—Y era...—prosiguió éste «contemplando de unmodo melancólico la ceniza de su cigarro,—era queyo no habia entrado en la virtud por las puertas deldesencanto, de la humildad y de la penitencia: era quemi casamiento habia sido un triunfo, una fortuna, unaconquista más... ¡Era que Dios no me habia hechocaer del caballo como á San Pablo!

—¡Sublime! marqués... ¡Sublime!—Paróceme que me explico—exclamó el relatante,

riéndose y derribando con el meñique la menciona-da ceniza.—No me llamará usted hoy epicúreo, señorduque...

—No decimos nada. Continúe usted.—Pues, señor; á los tres años de matrimonio (re-

cuerdo que un dia de canícula), principió á sentir queretoñaba en mi corazón el calaverismo. El fantasmade la otra, de la mujer ajena, de la mujer nueva, delfruto vedado, comenzó á hacerme guiños en el serenohorizonte de mi paz demóstica. «Yo quisiera des-amortizarme (empecé á decir á todas horas). Yo qui-siera reivindicarme, recuperarme, resucitar... probar-me á mí mismo que soy todavía un hombre como losotros, capaz de inspirar una pasión en activo servicio;que, si hasta aquí he sido un modelo de maridos fieles,ha sido por mi gusto, no por necesidad ni decadencia;que no me morí al casarme; que soy libre de hecho;que aún vive Pelayo; que puedo escalar las murallasde mi cárcel cuando me acomode... y que, si habitoen ella, no es como un forzado de la virtud, sino comoun voluntario de mi mujer.»

Al poco tiempp de ocurrírseme todas estas atroci-dades, hijas de mi impunidad, parecióme que la suer-te, que el destino, que el hado, que el numen en quecreen los jugadores y cuantos no se atreven á hacer áDios cómplice de sus proyectos, se habia puesto de miparte y me proporcionaba la ocasión de realizar elacto de independencia por que suspiraba todo mi ser...

Redoblad ahora vuestra atención.

III.

Vivía yo con Eíoisa en el campo, en las cercaníasde Bayona, en uno de aquellos chalets que tantoabundan allí y que se alquilan por la temporada deverano.—Hallábase situado el nuestro en la carreteraque conduce á Pau...— Todavía no habia ferro-carri-les en el Mediodía de Francia.

Precisamente habia sido en aquella especie de quin-ta donde habia yo concebido, á priori y en abstracto,la picara idea de faltarle solemnemente á mi cara mi-

tad; de tener una querida en toda forma, previa lacorrespondiente conquista; de aumentar un nuevolaurel á los de mi borrascosa juventud. La soledad, elespectáculo de la pagana naturaleza y la rápida visiónde las hechiceras veraneadoras y bañistas que pasa-ban por delante de nuestra solitaria vivienda, en so-berbios carruajes, dirigiéndose á otros puntos del Pi-rineo, contribuyeron, sin duda, á sacarme de mis ca-sillas...

¡El campo! su rico ambientehuele á regazo materno,ó más bien á beso tiernode púdica adolescente...

ha dicho alguien.En tal situación, pues, supe que .una antigua novia

mia—con quien estuve para casarme, y cuya mano nollegué al fin á pedir, sólo porque me permitió besár-sela varias veces cuando la llevaba del brazo, escol-tada por su madre y toda su parentela, desde ciertatertulia hasta la casa en que vivia; casa cuya llave nopude adquirir nunca, no por falta de voluntad de lahija (me parece á mí), sino por sobra do vigilancia dela mamá...

—¡Escupa usted, marqués, que se ahoga!...—Descuidad, que no os diré su verdadero nombre.

Pero, para entendernos, bueno será que la llamemosAntonia, Josefa, Dolores... en fin, como queráis.

—Preferimos Antonia. Es un bonito nombre...—Y nombre romano, clásico, escultural...—Pues bien,- repito, que Antonia hubiera llegado

tal vez á convertirse de mi futura en mi presente, siyo le hubiese dedicado más tiempo, ó si la madre noshubiera dejado más espacio... y ¡dicho se está que un

j hombre de mis circunstancias no habia de llamar des-pués esposa suya á la mujer que le merecía tal con-cepto!...

Porque, habéis de saber que el verdadero calaverano se casa nunca con sus víctimas... pi aun con lasmeramente posibles. El verdadero calavera se casacon una santa como mi marquesa, ó baja solterón álos profundos infiernos. Esos Tenorios vulgares queacaban por pagar en la vicaría todo lo que deben á lasmujeres, poniéndose en manos de una equívoca hijade Eva que vengue á todas sus predecesoras, son unoscalaveras apócrifos, unos impostores, unos falsos pro-fetas del amor...—¡A ver! déme usted lumbre, pollo.

Iba diciendo que por entonces supe que aquella miantigua novia—casada ya á la sazón con un pobreamigo mió de la especie predestinada, que, ó no probóá besarle la mano á Antonia antes de pedírsela, ó eramenos receloso y precavido que yo—habitaba en otrochalet solitario, situado en aquella misma carretera yá una legua escasa del nuestro...

Inmediatamente que me enteré del caso, procuréhacerme el encontradizo con su marido y con ella:alegráronse ambos mucho de aquel encuentro y de

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N.° 36 P. A. DK ALABCON. I,A ÚLTIMA CALAVERADA. 3

aquella vecindad: llevó á mi mujer á misa á la mismaaldea en que solían oiría ellos: hubo las presentacio-nes consiguientes: mediaron dos largas visitas... esdecir; nosotros almorzamos un dia en casa de Anto-nia, y Antonia y su marido almorzaron otro dia en lanuestra; y, con esto, fuimos ya los cuatro los mejo-res amigos del mundo.

Mi pobre marquesa no sospechaba nada, y, sin em-bargo, la cosa no podia marchar más de prisa.—Laleguecilla que separaba los chalets andábase en menosde media hora, bien en un tilbury que tenían nuestrosvecinos, bien en dos caballos de silla que teníamos mimujer y yo; y en cuanto al camino del adulterio, puededecirse que Antonia y yo lo andábamos á grandessaltos.

Desde mi primer encuentro con ella, conocí querecordaba aquellos besillos que en otro tiempo depo-sitara yo en sus. manos; y á mayor abundamiento,aprovechó todos los descuidos de su esposo y de mimujer para aumentar el catálogo de tan reverentes

, ósculos, con media docena que pude plantarle en elcarrillo izquierdo, otra media docena en ei derecho, yuno de padre y señor mió en mitad de su perjuraboca..., todo esto dando vueltas por nuestro jardinó por el suyo, mientras que su marido y mi mujer(¡con remordimiento lo digo!) hablaban de floricultu-ra, ó se contábanlo muy felices que respectivamentelos hacíamos Antonia y yo..., bien que sin conseguirnunca los infelices pasearse por las mismas calles deárboles que nosotros...'¡Tal era el afán con que nos-otros fingíamos perseguir vilanos... á falta de prima-verales mariposas!

Porque estas escenas ocurrían á mediados de Se-tiembre.

—«El domingo se marcha mi marido á Pau, donde«estará tres días. El lunes, después de oscurecer—á»fm de que no llames la atención de los transeúntes—«puedes montar á caballo é ir á verme á mi chalet.»Yo estaré en el jardin, en el pabellón grande, que,»segun recordarás, se halla, lo mismo que éste, a«extremo de la verja y lindando con el invernadero»Yo procuraré que la verja no esté más que entor-nada y que el portero haya ido á la aldea á algún«recado que lo entretenga mucho. Por consiguienteJ> podremos disponer de dos ó tres horas de absoluta«libertad y sin riesgo de que se entere nadie.»

Así me dijo Antonia la mañana que almorzó ennuestro chalet con su marido....

Yu no pude menos de admirar... (y de sentir) la consumada sabiduría que revelaba aquel plan de batalla...

—¡Es veterana!—me dije.—¡Alguien ha madruga-do masque yo!...

Pero, de cualquier modo, Antonia era todavía muydigna de personificar mis criminosas ilusiones...—Veinte y cuatro años; blanca y pelinegra; estéril aún;rica de formas y gallarda de movimientos; risueña,

mpávida, terrible; con boca de niño y ojos de mujermuy mujer...

Con ojos negros y ardientescomo una cita en la sombra

que ha dicho Perico Alarcon... Tales eran las señasparticulares de aquella beldad á los veinte meses dematrimonio.

Parecía la estatua viva del pecado.

IV.

El lunes por la tarde recibí una comunicación—que yo mismo me había escrito, disfrazando perfecta-mente la letra—en la cual el alcalde del pueblecilio áque pertenecía nuestro chalet me prevenía que mepresentase aquella noche á las siete ante su autoridad,á fin de enterarme de un gravísimo asunto que meimportaba personalmente, encargándome mucho elsecreto, y advirtiéndome que fuese solo.

El pueblecilio distaría cosa de una legua.—«Ha sido un error: me han confundido con otra

persona,» tenia yo ya pensado decirle á mi mujer ála vuelta...—Pero, por lo pronto, fingí gran alarma,mucho miedo, una extraordinaria curiosidad... ypartí, dejando á mi pobre mujer muy afligida... tanafligida, que hubo un momento en que temí se des-mayase... por lo cual no me marchó hasta que sucorazón se desahogó á fuerza de llanto...

Ya veis que no os escatimo ninguna circunstanciaagravante de mi iniquidad... Falsificador, embustero,verdugo... todo lo fui á un-mismo tiempo, con tal deser, por añadidura, traidor á una fe jurada en los al-tares y ladrón de la honra de un amigo...—Total:cinco infamias...

El auditorio se iba poniendo serio.El marqués hizo una pausa, y luego continuó:

^ V.

Era una de aquellas noches de niebla, que tan fre-cuentes son en los Pirineos durante diez meses delaño...

No ge veía nada, absolutamente.nada... ¡Ni tan si-quiera divisaba yo mi propio bulto!...

Pero la carretera era recta, ancha, llanísima; teniaárboles y cunetas á los lados, y mi caballo, inteli-gente por todo extremo, y que ya había hecho variasveces aquel viaje al chalet de Antonia, no podia ex-traviarse.

Era, pues, una ventaja muy grande, lójos de serun inconveniente, aquella niebla espesísima, que laoscuridad de la noche hacia impenetrable de todopunto. Ni nadie me veria en el camino, ni nadie po-dría conocerme en el momento de entrar en la casaajena...

—Hay un Dios que protege á los enamorados!—medije alborozadamente.

¡Y cómo me latia el corazón! Mis antiguos amores

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4 REVISTA EUROPEA/ \ .." DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36

con Antonia; aquellas tímidas, embozadas y simbó-licas conversaciones propias del noviazgo con una se-ñorita; aquellos rápidos é insuficientes besos que es-tampé en sus manos de soltera; aquellos otros, másaudaces, pero no menos ligeros, que habia estampadoya en sus mejillas de casada y en su aleccionada yagradecida boca; sus lánguidas miradas en nuestrasrecientes entrevistas... sobre todo en la última... todoesto constituía para mi amorosa esperanza un mundode ilusiones, de promesas, de indefectibles ven-turas...

¡Qué larga deuda iba á cobrar! ¡Una deuda decinco años! ¡Y á qué poca costa! ¡Cómo me alegrabade no haberme casado con Antonia, sino con mi santamujer! ¡Qué suerte tan loca la mia! ¡tener un ángelpor mujer propia, y por querida la mujer ajena! ¡Quédistinta habria sido mi situación si me hubiese'crsadocon la ingrata que iba á escarnecer en mi3 brazos la feconyugal, y me hubiese enamorado luego de la dulceprenda incapaz de pecado que tenia por esposa! ¡Ohdoble desventura! ¡Ni la una ni la otra me hubieseamado entonces! La una, por mala, y la otra, porbuena, me habrían maltratado igualmente! Y de aquelotro modo, era mió el corazón de las dos; las dos seconsagraban á hacerme feliz; encontrábame á unmismo tiempo venturoso marido y venturoso aman-te... ¡seguía siendo el hijo mimado del amor y elnieto favorito de su madre Venus!

Por aqui iba en mis reflexiones, cuando tropezó elcaballo, y caí...

VI.

—¡La caida de Sáulo-de que hablaba usted antes!—¡Justamente: la caida de San Pablo!—replicó el

antiguo calavera, lanzando una gran bocanada de hu-mp, y siguiendo con la vista sus azuladas espirales,que fueron á ennegrecer el techo del gran salón delCasino del Principe "de esta villa (entonces corte),donde pasaba la presente conversación en tiempos delúltimo ministerio lnstúriz.

—Según eso—observó uno,—se rompió usted...—No me rompí nada, mi general.—Pues entonces...—Déjenme ustedes concluir.Me levantó ileso (milagrosamente ileso, si se consi-

dera que la caida fue por las orejas del caballo); bus-qué el sombrero, que me costó gran trabajo encontraren unas tinieblas tan absolutas; cepillóme con ambasmanos, como Dios me dio á entender, y volví á colo-carme sobre la silla... uo arrepentido todavía (pues yoera más contumaz que el Apóstol de los Gentiles), sinolleno de mayor impaciencia que nunca por estrecharentre mis brazos á aquella pecadora, cuyas viles pro-mesas me habían hecho dejar á mi bendita mujer llenade tribulación y angustia en la soledad de una casa decampo, en una noche tan triste, en tierra extranjera,

contando los segundos y temiendo á cada instantepor mi libertad y por mi vida...

Pero esto lo pienso ahora; pues, lo que es enton-ces, sólo pensaba en los aguerridos ojos de Antoñi-ta, en su incitante boca; en su sedoso pelo; en susbrazos que habian engordado desde que yo le daba elmió al salir de la tertulia de marras; en su talle, queera mas redondo que cuando bailaba yo con ella, di-ciéndoleral oido cosas sin nombre que su inocencia nodejaba de adivinar; en sus pies, por último, que yopisé tantas veces, cuando íbamos en coche acompa-ñados de la sombra do Niño de su ya destronadamadre...

Metí, pues, de nuevo espuelas al caballo, y al cabode un cuarto de hora, sus desesperezos y relinchos medenotaron que estaba cerca del paraíso de mis sueños...

En cuanto al noble animal, regocijábase sin dudade aquel modo, porque habria olfateado la vecindaddel hospitalario paraje en que ya habia sido muy bientratado dos ó tres veces...

—¡Gracias, buen servidor!—le dije, acariciándolo.—¡Tú también amas esta mansión de venturas!...

El caballo me contestó con una parada en firme,como dicióndome:

—Hemos llegado.Y, en efecto, á través de la niebla, percibí dudosa-

mente una mancha de claridad, que comprendí era lailuminada ventana del pabellón en que me aguardabaAntoñita.

Me apeé del caballo; avancé á la orilla del camino,y topó con la verja...

Mi corazón saltó de gozo... y luego de miedo.—¿Si estará cerrada? ¿Si se habrá arrepentido?—me

preguntó, como todo el que acude á primera cita demujer nueva.' Ató el caballo á un, hierro de la verja, y luego fui

empujando los demás... hasta que al fin cedió uno...¡Era la puerta que se abria!—¡Bendita sea!—pensé, lleno agradecimiento anto

aquella formalidad de mi adorada y ante aquella fa-cilidad de la cancela, que me anunciaba tantas otrasfacilidades...

El marqués hizo una pausa.Nadie se atrevió á interrumpirle.—Al mismo tiempo—continuó en seguida, arrojando

el resto del cigarro para accionar con más libertad,—una sombra blanca se dibujó entre la bruma, y unavoz baja, trémula, ronca de emoción y sobresalto,pero llena también de infinita dulzura, murmuró enmedio de las tinieblas:

—Juan,¿eres tú?—¡Yo soy, mi vida!—le contestó, alargando los

brazos...Y palpó unos suaves y tibios hombros; y of un ge-

mido de placer; y una ardorosa cara, bañada en llan-to, se apoyó en la mia; y la misma dulce voz, más

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N.° 36 G. VICUÑA. NORIAS Y BOMBAS.

amante aún que al principio, pero monos velada-ya porla inquietud, me dijo, entre dos cariñosos besos:

—¡A.y, Juan! ¡Creí que no volvías nunca!Era mi mujer.

VII.Sí; era mi mujer.Estaba en mi casa, en el jardín de mi chalet..., se-

mejante casi en todo al de Antonia y á todos lo.s chaletsdel mundo.

Cuando me caí del caballo...—¡Comprendido! se volvió (como hacen siempre

en ese caso las cabalgaduras) en sentido contrario ála marcha que habia seguido hasta entonces...

—¡Exactamente! Yo, con el aturdimiento de lacaída, y can las vueltas que di para buscar el som-brero, me desorienté por completo...

—¡Claro!... y el caballo, entonces, prefirió regresará su casa á seguir corriendo aventuras...

—:¡Eso es! ¡y yo, que tenia en aquel momento algode animal irracional, no caia en la cuenta de que po-díamos muy bien estar desandándolo andado!...

—Bien, ¿y qué sucedió?—Termine usted su historia...—Esperamos el desenlace...—¡Nada! Lo que ya he dicho: que estaba enimi ca-

sa... y que tenia entre los brazos ó mí mujer, ámi bue-na Eloísa, á vuestra' amigota la marquesa...

—Bueno. Pero, ¿qué hizo usted? ¿Qué dijo?—¡Toma! La llevó al pabellón del jardín (pues tam-

bién aquel jardin tenia su pabellón correspondiente,en el cual habia estado aguardándome la pobre, parahallarse más á la vista de la carretera). La llevé, digo,al pabellón del jardin... y nunca más volví á ver á An-tonia, ni á pensar en otra mujer que en aquella queme abrazó llorando de amor y de alegría ¡precisa-mente en el momento en que yo creía tener entre misbrazos á su rival!...

—¡Pobre Antoflita!—exclamó el duque.—¡Qué no-che pasaría!

Todos soltaron la carcajada.

viii.

—Por lo demás—concluyó el marqués, encendiendoun tercer cigarro,—háganme ustedes el favor de con-siderar ahora todo el respeto que me infundiría enadelante aquel caballo que me habia vuelto á la sendade la virtud...

Si yo hubiera sido Emperador; como Calígula, lohabría hecho, no digo cónsul, sino catedrático deÉtica... Pero no era más que marqués, y lo vendí caside balde, avergonzado de que hubiese en mí casa unirracional más digno que yo de las santas bendicionesde mi esposa.

Julio, 1874.P . A . DE ALARCON.

NORIAS Y BOMBAS

I. EJ agua y su8 servicios. Utilidad de los rmgos. Canales y máqui-nas. Pozos y fuentes.

II. Fuerza motriz para elevar el agua. Coeficiente económico. Trabajomotor. Cubos y cucharas.

III. Norias: árabe y perfeccionada. Ventajas é inconvenientes. Clima-tología industrial. Norias de hierro. Ascensores y dragas.

IV. Bombas de émbolo: émbolos y válvulas. Aspirantes é impelentes.

Precauciones.

V. Bombas de mano. De varios cuerpos. Émbolo macizo. BombaMontenegro; sus ventajas. Bombas instantáneas.

VI. Bombas centrífugas y giratorias. Tipos diversos; Appold , Neut,Dietz y Behrens. Cases en que conviene su uso.

VII. Aparatos diversos, Rosarios. Ruedas. Rueda fie tímpano. Tornillode Arqulmecles. Ariete hidráulico. Máquina de columna de agua.Elección de aparatos. Inventos estupendos.

i.

Ningún cuerpo hay tan abundantemente repar-tida en la Tierra rfbmo el agua. Se halla combi-nada con la mayoría de las sustancias y se pre-senta libre en sus tres estados de vapor, líquido ysólido. Gracias al primero , suministra condicio-nes de salubridad á la atmósfera y tiende á cons-tituir, por el calor solar, el no interrumpidojuego de la evaporación en los rios y mares, for-mación de las nubes y caida de las lluvias, quevuelven á alimentar las fuentes y los rios , fenó-meno que algunos han comparado al de circula-ción en los seres animados. El agua sólida, óhielo, desempeña también un importante papel.

Pero el estado más común del agua, aquel conque estamos familiarizados desde nuestra infancia,es el liquido. Para nuestra nutrición, gracias á lassales que suele tener disueltas, para los usos do-mésticos, para las faenas agrícolas é industrialeses dicho fluido indispensable. Sin él no habríavida ni existencia posible en los seres orgánicos.

El agua se compone de dos elementos gaseosos,oxígeno é hidrógeno, cuya combinación produceeste líquido ala temperatura ordinaria. Sus cam-bios á los estados sólido y gaseoso sirven para fijarlos puntos 0 y 100 del termómetro ordinario á lapresion-del nivel del mar. El agua destilada, estoes, recogida de la evaporación, es la más pura;sigue la de lluvia; la de fuente contiene ya algu-nas sales, indispensables ¡ara la nutrición de losanimales y plantas; la de rio es más impura, ysobre todo la de pozo ó la estancada.

El papel principal del agua en los campos esdisolver ciertas sustancias del terreno y subir conellas por las raíces del vegetal para nutrirle. Deaquí la necesidad de los riegos en las comarcasdonde escasean las lluvias, y la oportunidad deaquellos en ciertas épocas de mayor nutrición delas plantas. No hay vegetación sin agua.

No es nuestro objeto indicar en este sitio los

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6 REVISTA EUROPEA.—1.° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36modos diversos de ejecutar los riegos, y de aco-modarlos á la naturaleza de los vegetales diver-sos. Tampoco diremos nada sobre los canales de-dicados especialmente al riego, en los que sesangra un rio y se deja correr el agua con pen-diente suave por un cauce artificial. Nuestraagricultura necesita grandemente de estos cana-les para evitar que las aguas de los rios se pier-dan en el Océano sin haberse aprovechado antesen los terrenos colindantes.

Precisamente hay comarcas enteras en España,sobre todo en las Castillas, Extremadura y An-dalucía, cuya cosecha está á merced de las llu-vias. Si éstas caen en época oportuna los cam-pos darán un buen rendimiento; si excasean de-masiado, se habrá perdido todo el trabajo de lasiembra. Para combatir tan grave inconvenienteno hay más remedio que regar los campos, biencon canales, bien con norias, bombas ú otras má-quinas.• Estas sacan parte de la capa de agua que porfiltraciones suele haber en los terrenos y la apro-vechan en los riegos, ó bien la elevan desde unrio ó una charca. En el primer caso es precisoformar un depósito artificial, que es el pozo,para que la máquina no se halle sin alimento á lomejor de su labor. El conocimiento del punto másá propósito para establecer este pozo se adquiereobservando la forma y constitución del terreno.A veces conviene ejecutarlo en un sitio dado parasurtir de agua algún edificio ó huerto inmediato.

En ciertos casos no hay necesidad de establecerla máquina, porque el agua sale empujada poruna filtración ó depósito natural del terreno, yconstituye la fuente. Cuando se hace un taladroprofundo hasta encontrar una capa de agua, lacual viene empujada por una elevación de estacapa, gracias á la forma del suelo, de tal suerte,que brota por este taladro, se tienen un pozo ar-tesiano.

II.La elevación del agua por medio de una má-

quina constituye uno de los trabajos mecánicostípicos, exactamente igual al ascenso de las car-gas. Calculando que el agua de que se trata pesacomo la destilada (en lo cual no hay gran error,pues se compensa la impureza con no tomarla ácierta temperatura), esto es, un kilogramo porcada litro ó sea decímetro cúbico, tendremos queel trabajo motor de la máquina será igual al pro-ducto de los litros por los metros de elevación (1).Este será el número de kilográmetros.

Así, por ejemplo, se trata de subir 25 litrospor segundo, ó sea 25 kilogramos, ó en medidasantiguas poco más de dos arrobas de agua á 10metros de altura, ó sea unos 36 pies; el trabajoserá de 250 kilográmetros, esto es, de 3 1 3 caba^líos de vapor.

Ahora es preciso contar con que la máquinaelevatoria consume en sus frotamientos unaparte de este trabajo, de suerte que no bastaránlos 3 1[3 caballos, sino que será preciso algo más.Al trabajo neto, sin contar estos frotamientos, sole llama útil, y al que resulta de sumar aquelcon el consumido por dichos frotamientos se ledice total. La relación de éste á aquél es el coefi-ciente económico de la máquina.

Esta será tanto más perfecta cuanto más seacerque á la unidad su coeficiente; ninguna al-canza á esto, y cuando vale más de 0,80 es yamuy buena. Para juzgar de una máquina serápor lo tanto preciso ver el agua que eleva y laaltura, multiplicar ambas cantidades en las uni-dades métricas; ver la fuerza motriz que es nece-sario aplicar, sea un hombre, sea una muía, seauna máquina de vapor, sea otro motor; hallar elcociente de dividir ésta por aquél, y éste será elcoeficiente.

Para proceder con mejor acierto, conviene saberque un hombre que trabaja de ocho á diez horasal dia produce cosa de 6 kilográmetros en cadasegundo, cuando actúa sobre una cigüeña ó unapalanca; que una caballería, tirando de un mala-cate, ó sea de una viga análoga á las de las norias,produce en igual tiempo de 27 á 40 kilográmetros,según la clase y robustez del animal, trabajandocosa de ocho horas diarias. Esto nos dice por sísolo, que cuando el trabajo mecánico del ascensodel agua pasa de 10 kilográmetros no debe enco-mendarse esta fuerza á un hombre, ni cuando ex-cede de 40 á una caballería; en pasando de 80 con-viene ya emplear una máquina de vapor. Loscitados trabajos se refieren al diá entero, pues enun momento dado puede el hombre ó la caballeríaejercer mucho mayor empuje (1).

El aparato más sencillo para elevar agua con-siste en un cubo sostenido por una cuerda, de lacual tira un hombre. Éste no produce tanto efectoútil por dicho mediu como si se auxiliara de unabomba de regulares condiciones, siempre que laprofundidad del pozo pase de dos metros. Perocuando se trata de salvar pequeñas alturas, porejemplo, para desaguar una charca, se puedenusar grandes cucharas de madera ó hierro conlas que se saca el agua, aprovechándose en este

(1) Véase nuestro artículo sobre Griias y monta-cargas en el nú-mero 34.

(!) Para más detalles sobre este punto, véase nuestro folleto titulado:Halare: empleados en la industria, tercera parte, Motora diversos.

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caso bastante bien la fuerza muscular de los ope-rarios.

El uso de un cubo cuya cuerda pasa alrededorde una polea fija, da menor coeficiente económicoque una regular bomba; se usa, sin embargo, enlos casos en que el poco empleo del aparato y laeconomía de primera instalación compensen elmejor aprovechamiento de la fuerza motriz.

III.Un conjunto de varios cubos atados en una sola

cuerda, constituye el fundamento de la noria,cuya antigüedad es muy considerable. Casi esinútil su descripción, porque todos mis lectoresconocen de fijo esta máquina. De una gran ruedallamada de agua, cuelga una maroma, en la queestán fijos los cangilones ó arcaduces formando elrosario; éste entra en un pozo retangular ú ova-lado, á veces son dos pozos distintos que se co-munican por debajo. El agua vierte on una arte-silla situada inmediatamente sobre el eje de larueda de agua, y ésta recibe su movimiento pormedio de un tosco engranaje, más ó menos com-plicado, desde un malacate, de cuya vara tiran unaó dos eaballerías.

Desde luego notamos ya un defecto en estamáquina, y es, que los cangilones elevan el aguaá mayor altura que-la artesilla, y ésta se hallatambién por encima del nivel del depósito al cualvierte el agua. Resulta que hay más de un metrode elevación en pura pérdida. De aquí que el coe-ficiente económico de esta máquina, atendiendoademás á sus muchos frotamientos, no pasede 0,70, aun en las bien construidas, pero demadera. Si el fondo del pozo es menor de 4 me-tros, dicho coeficiente disminuye; para pozo de 2metros sólo es 0,48.

No conviene, por lo tanto, la noriapara sacar elagua que está muy somera.

Las norias que generalmente se usan en Es-paña, sobre todo en las aldeas, son muy toscas,de suerte que consumen una parte de la fuerzaen frotamientos. Además, los engranajes, sobretodo el de la linterna que hay en el malacate,suele producir choques que absorben también enpura pérdida una parte de dicha fuerza. Serátanto mejor una noria de esta especie cuanto me-nos se oigan las sacudidas de los dientes ó palos:conviene que engranen á la vez dos ó tres de éstostocándose suavemente sin choques. En esto seconcentra casi únicamente la habilidad de susconstructores: es fácil percibir este defecto al en-sayar la noria.

Estas máquinas toscas , y tales cuales las em-plearon los árabes, tienen la ventaja de que cual-quier carpintero ó constructor de carros de un

pueblo las puede componer, sin necesidad deacudir, como sucede con las máquinas de hier-ro, á los talleres más "ó menos perfectos que sólose encuentran en las poblaciones. Tan importanteelemento sólo lo saben apreciar bien las personasque tienen que hacer reparar máquinas en lospueblos, con comunicaciones difíciles, para lle-gar á unos medianos talleres por su labor, peroque parecen excelentes á juzgar por lo que sehacen pagar.

Por otra parte, una máquina perfeccionada, porejemplo, una buena bomba, es un aparato más ómenos delicado que se estropea pronto en manostorpes. Sucede con el estado industrial de unanación lo que con su clima; si se trae á Castillaplantas de la zona tórrida, será preciso cuidarlasen estufa, por manos inteligentes y á fuerza de es-mero y vigilancia. Otro tanto ocurre con una má-quina delicada en el mismo país; las gentes nosaben menejarla, pocos la comprenden, nadie seatreve á componerla cuando sé estropea. Y lopeor del caso es, que la han de manejar gentesdel campo que, aun suponiéndolas de buena in-tención, concluyen por estropear los aparatos de-licados. Estos mueren, en una palabra, por faltade temperatura intelectual en el país, elementoprimario de su climatología industrial.

De aquí que las norias toscas subsistan á pesarde sus defectos. Se nota, sin embargo, que en lospueblos de algún vecindario hay tendencia á per-feccionarhis. lín vez de hacer los cangilones debarro, hemos visto algunos de zinc, con su«agu-jerito siempre en el fondo para que salga el aireal sumergirse en el pozo y se descarguen al parar-se bi caballería. La maroma de esparto ó cáñamose sustituye por una de hierro, hecha con gran-des eslabones.'Las ruedas se trabajan con algúncuidado, se disminuyen las grandes dimensionesde las antiguas y se escogen maderas sanas yduras.

Si á esto se agregara el uso de gorrones de ace-ro y coginetes de bronce, en todos los ejes quegiran, se disminuirían grandemente los frota-mientos, siempre que se tuviera cuidado de en- .grasarlos bien. Esto es fácil de adquirir en untaller de fundición, y dura muchos años, de modoque no ocasionará perturbaciones por torpes quesean las personas que manejen la noria. Convie-ne también hacer pequeña la rueda de agua,tanto para perder menos altura, como para que elpozo pueda ser estrecho.

Las norias de hierro varían algo, según el sis-tema de su constructor: indicaremos las quehace en Cataluña el Sr. Pfeiffer. Los cangilonesson de hierro, pero en vez de verter el agua defrente, lo hacen por sus dos costados á una arte-

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Hillii que rodea ala rueda de agua. Esta es pequeña,y á su alrededor gira la caballería tirando de unapalanca al'ta, cuya longitud es cosa de tres me-tros, la cual mueve un árbol vertical: éste comu-nica su movimiento por un engranaje fundido deángulo á la rueda de agua. El coste de una deestas norias viene á ser el doble que el de las or-dinarias algo mejoradas: su coeficiente económicollega á 0,80.

•En la exposición universal de Paris de 18(57 sepresentó una noria muy curiosa y original. Loscangilones son de una forma especial, que permi-te la salida del aire el sumergirse verticalmenteen el pozo: son muy grandes, pues caben hasta30 litros, hechos de chapa de hierro: cada dos vanmontados sobre un eje. La rueda de agua estriangular y pequeña. Unas piezas auxiliares im-piden el balanceo y cabeceo. Los ensayos fueronsatisfactorios, pero esta máquina es aún más de-licada que las norias de hierro perfeccionadas.

Las norias se' aplican, no solamente á elevaragua, sino también á ascender la harina en losmolinos y las sustancias pulverulentas en otrasindustrias. Sirven también para dragar, esto es,para ir arrancando el lecho de un rio ó puerto: eneste caso los cangilones son muy fuertes y tienenmuchos agujeritos para dejar salir el agua y nolas piedras ó fango. Los rosarios suelen ser incli-nados y no verticales en estos casos. El mecanis-mo se modifica un poco para el-mejor servicio encada uso.

IV.

Las bombas, cuya generalización data del siglopasado, tienden hoy á sustituir á las norias, nosólo para los casos en que es una persona quienha de moverlas, sino también cuando es una ca-ballería ó una máquina de vapor. Diremos, sinembargo, comprobando una idea anterior, quepara sacar agua con una bestia en los campos yaldeas, es preferible la noria a todas las demásmáquinas, hasta que el país progrese algo más.Para utilizar la fuerza de una persona, y sobre

. todo la de un motor inanimado, sea el viento,salto de agua, ó el vapor, es ventajoso el empleode las bombas.

Podemos dividir las bombas en dos grandesgrupos: bombas de émbolo, ó sea ordinarias, ybombas giratorias. Las primeras pueden ser aspi-rantes ó impelentes, de uno ó de varios cuerpos.Llámase cuerpo de bomba á un espacio cilindricoen el que entra un émbolo ó pistón, que ajustabien contra las paredes, pero sin frotar demasia-do fuerte con ellas. Este émbolo lleva un vastagoó varilla, al que se aplica la fuerza motriz.

Uno de los elementos principales de las bombas

son las válvulas. Consisten en un agujero que secubre con una chapa, provista de una charnelaó visagra de cuero, ó bien con un tapón cónico óesférico. El empuje del agua, y á veces el delaire, bastan para abril* y cerrar automáticamentelas válvulas, y permitir así que pase ó no el aguaal través del agujero, según convenga. La buenadisposición de las válvulas asegura á veces eléxito de una bomba. Requieren, no sólo eficaciaun su papel, sino también que no se descompon-gan con facilidad.

El cuerpo de bomba y tubería suelen ser dehierro colado. El émbolo es de hierro dulce ó la-tón, rodeado de una guarnición de cáñamo paraque ajuste bien con las paredes sin frotar dema-siado fuerte contra ellas. A veces se sustituye elcáñamo con caoutchouc. Esta es la parte peor delas bombas, pues conviene arreglarla de cuandoen cuando, para lo cual se saca el émbolo de susitio y se renueva la guarnición, ó bien se aprie-tan unos tornillos para que continúe sirviendo.Letestu hacia émbolos cónicos de cobre aguje-reado cubierto de cuero.

Llámase bomba aspirante la que por medio deun émbolo hace un vacío en el interior de un tubosumergido en el agua: la presión atmosféricatiende á equilibrarla, y asciende el líquido pordicho tubo. La altura máxima de ascensión es10,3 metros al nivel del mar, que es la que equili-bra á la atmósfera; conforme subimos en ésta,disminuye la columna de ascensión: en Madridsólo es de 9,6 metros. Esta bomba suele llevardos válvulas, una en el tubo de aspiración, lacual se abre al subir el émbolo y se cierra por símisma al bajar éste: otra en el émbolo que obraen sentido contrario. En el extremo inferior detoda bomba hay una bolsa de metal agujereadopara dejar entrar el agua y no las hierbas y pie-dras.

La bomba impelente carece de tubo de aspira-ción y va dentro del líquido mismo: de la partelateral del cuerpo sale un tubo, que es por dondees impelido el líquido. Tiene dos válvulas, una enel fondo que se abre al subir el émbolo y se cierraal bajarle: otra en la parte baja del tubo citado,la cual abra en sentido-contrario. Al subir, pues,el émbolo entra el agua en el cuerpo, y al bajarloésta se comprime y abre la del tubo; el líquidoque va acumulándose en éste tiene cerrada por supeso siempre la válvula, excepto cuando baja elémbolo, pues la compresión vence entonces á supeso.

La altura de elevación del agua de una bombaimpelente es indefinida; depende sólo de la fuerzaque se aplique al émbolo, esto es, al vastago.Conviene no hacerla muy grande porque el. peso

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de la columna de agua en el tubo seria conside-rable, y esto exigiría dimensiones extraordinariasen todo el aparato.

La bomba aspirante-impelente, que es la máscomunmente usada, es una combinación de lasdos anteriores: basta agregar á la anterior untubo de aspiración, junto á la válvula del fondo,para conseguir el objeto. Este no podrá tener ma-yor altura que la indicada, pero el otro tubo, elde impulsión, será indefinido.

Estas son las bombas clásicas; pero atendiendoá la forma de los órganos, sobre todo al émboloy vá'vulas, reciben diversos nombres que les co-munican sus inventores ó constructores, ponde-rando con exceso generalmente sus ventajas yhaciéndolas más ó menos prácticas y mejor ópeor aplicables en cada caso. Conviene que nomarche el émbolo con demasiada velocidad, por-que se producen choques que siempre absorbenuna parte del trabajo motor. Sin embargo, cuan-do la guarnición se desgasta es preciso hacermás rápido este movimiento, á fin de dar pocotiempo al aire para que pase.por ella y perjudi-que el efecto que se busca.

Conviene también que los tubos no presentenrecodos ni cambios de diámetro y que los orifi-cios sean grandes, para evitar también que elagua cambie de velocidad, lo cual origina siem-pre una pérdida de fuerza.

V.

Las bombas movidas por el hombre suelen te-ner una palanca que se engancha por un extremocon el final de la varilla; al otro extremo se aplicala mano de la persona que trata de subir el agua.Como quiera que en la subida del émbolo secierra la válvula del tubo de impulsión, y sólo seabre en la bajada, resultan intermitencias en lasalida del agua. Para disminuirlas se suele ponerun depósito de aire que trata de regularizar elgasto, comprimiéndose cuando es mucho y sir-viendo de resorte cuando es poco, lo cual le haceaumentar entonces.

También se regulariza la salida disponiendobombas de dos ó más cuerpos, de modo que unoaspire mientras otro impulse. Esto se usa poco,porque se complica la máquina, y se duplican ótriplican los frotamientos de las guarniciones.Las de incendios suelen ser de dos cuerpos y lle-van además depósito de aire, todo para que elchorro salga casi continuo, como conviene al ata-car un incendio.

El vastago entra en el cuerpo de bomba pormedio de una caja de estopas; esto es, un apara-tito en el que frota el émbolo y que comprimecontra él unas estopas lo suficiente para impedir

el escape del agua. Esto sucede cuando el aguapasa encima del émbolo, y entonces hay dos fro-tamientos, en esta caja y en la guarnición delémbolo. Se suprime este último haciendo un ém-bolo macizo y muy alto, el cual sólo obra por im-penetrabilidad, esto es, introduciéndose en elcuerpo de bomba y desalojando de allí el agua,sin tocar á las paredes de éste.

En otras bombas se suprime por completo lacaja de estopas; el tubo es abierto por la parte su-perior y allí pasa la- varilla. El émbolo tiene unaó dos válvulas iguales; sobre él carga la columnadel líquido. Estas son difíciles de registrar y re-parar. Conviene que el cuerpo de bomba se des-arme con facilidad para examinar el émbolo decuando en cuando. Hay también bombas de dobleefecto y de un solo cuerpo, esto es, que tanto alsubir como al bajar el émbolo eleven agua; lacomplicación de sus válvulas y órganos las ha-cen poco aceptables en la práctica. Por último,cuando la altura á que se va á elevar el agua esmuy considerable, conviene poner varias bombasescalonadas; esto se hace en los pozos muy pro-fundos de las minas.

Un ingeniero español, el Sr. Montenegro, haideado uno de los mejores tipos de bombas paracuando éstas han de moverse con una caballería.Esta va tirando de un malacate, y con éste se daun movimiento alternativo al vastago. Pero comoal subir el émbolo, si se trata del tipo último, óal bajarlo si es macizo, es.cuando se impele lacolumna de agua, resulta entonces una gran trac-ción para la caballería; al bajar el émbolo, por elcontrario, la columna ayuda y la bestia no tieneque ejecutar esfuerzo alguno. De a)uí resultauna serie de sacudidas contra el animal que leson muy perjudiciales y concluyen por estro-pearle en pocos meses.

No sucede así con las norias en que la tracciónes continua. Para evitar este inconveniente, con-servando la bomba de un solo cuerpo, que es laventajosa, ha ideado nuestro compatriota un me-canismo tan ingenioso como eficaz. Consiste enun contrapeso al extremo de una palanca, el cualpor unos órganos sencillos, pero perfectamentecalculados, sube cuando el émbolo baja, esto es,cuando no ejerce presión. La caballería se empleaen aquel instante en elevar el contrapeso; al su-bir .el émbolo baja dicho contrapeso y ayuda ávencer el peso de la columna. La tracción de lacaballería es, pues, casi uniforme.

De aquí los buenos resultados que la bombaMontenegro ha dado e* la práctica, sobre todopara profundidades considerables. Es una má-quina que tiende á generalizarse en nuestro país,y con gusto encomiamos la obra de un español,

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Su precio no es mayor que el de una noria dehierro, y sus órganos son menos delicados quelos de ésta.

El coeficiente económico de las bombas variacon su sistema, y sobre todo con su buena ó malaconstrucción. Las bien dispuestas llegan á dar0,80, y á veces algo más. Su pozo es mas baratoque el de las norias. Las hay llamadas instantá-neas, que tienen un tubo, el eual se introduce enel terreno y saca el agua sin necesidad de pozo.Sólo sirven para unos cuantos dias, y con inter-mitencias; se usan en los campamentos y obrasmilitares.

VI.Las bombas giratorias son muy modernas, y

no fueron conocidas del público hasta la Exposi-ción universal de Londres, verificada en 1851.Dentro de un tambor hay una rueda que gira congran velocidad y obliga á subir el agua; este esel tipo general. Son máquinas que exigen fre-cuentes reparaciones, por lo que sólo deben em-plearse en grandes desagües, sin que hasta hoyse hayan vulgarizado como las bombas de émboloni como las norias.

La primera de estas bombas es la debida áAppold. Su órgano principal es una rueda conseis paletas curvas, la cual recibe un.movimientorapidísimo de rotación; ésta va dentro de un tam-bor, que recibe el agua por el centro y la hacesalir proyectada por un tubo que hay en la peri-ferie. Es, por consiguiente, un ventilador, sóloque, en vez de inyectar aire, inyecta agua. El coe-ficiente económico de esta máquina llega hasta0,70 para alturas menores que ocho metros; pa-sando de ésta disminuye. Suele llamarse centrí-Juga á esta bomba, porque obra en virtud de lafuerza mecánica así designada.

Varios constructores, como Gwyne, Neut yotros han modificado estas bombas. Sirven todaspara alturas pequeñas, pues, de lo contrario, dis-minuye su coeficiente; de éstas hay una pequeñaparte de aspiración y el resto de impulsión; encambio pueden elevar grandes masas de agua.La velocidad de rotación de la rueda suele pasarde TOO vueltas por minuto. Se emplean ventajo-samente en los desagües y agotamientos de lascharcas, riegos, cimentación de pilas, etc.

Se han construido también bombas giratorias,cuyo órgano principal es una hélice, pero su coe-ficiente es pequeño. La bomba llamada espiralestá formada por un tubo arrollado en hélicesobre un tronco de cono: dándole vueltas y to-mando el agua por un extremo, el de la partemás delgada, sale por el otro. Aquí la velocidadno debe ser grande, y para pequeñas alturas dabastante rendimiento.

La bomba giratoria, que parece derivarse de lade émbolo, es distinta de las anteriores: se debe áDietz. Supongamos un anillo que gira dentro deun cilindro, y que este anillo lleva cuatro paletasen sentido de los radios, las cuales pueden ocu-par el espacio que queda entre el anillo y el cilin-dro. Estas paletas puaden correrse en sentido delradio, introduciéndose dentro del anillo. En esteespacio interior hay un excéntrico fljo, con el cualtropiezan las paletas al girar con el anillo, y porlo tanto salen más ó menos en sentido de los ra-dios. El agua llega por un tubo al hueco que hayentre el anillo y el cilindro, y la paleta próximala empuja, así como las otras, retirándose luegoal llegar á otro tubo, por donde tiene la sa-lida.

De aquí se deduce que esta bomba es aapirante-impelente y de doble efecto. Su coeficiente econó-mico no suele ser muy grande. Exige muy esme-rada construcción para que funcione bien, y con-sume bastante en frotamientos y resistenciaspasivas.

La bomba giratoria que lleva el nombre deBehrens, consta de dos porciones cilindricas ygiratorias, cuyos ejes son paralelos y están próxi-mos. Éstas van dentro de una caja común y cons-tan cada una de dos trozos, uno hueco y otromacizo. Los cilindros giran simultáneamente ensentido contrario, y el trozo hueco del uno se cor-responde siempre con el,macizo del otro: de aquíresulta que el agua que viene por un tubo lateral,es cogida en el hueco respectivo y. llevada mediavuelta, á salir por un tubo opuesto.

La máquina es más sencilla que las anteriores,da un chorro casi continuo, pero tiene que estarbien construida y perfectamente montada. Comotodas las bombas rotatorias, no debe aplicarseésta sino á los agotamientos de grandes masas deagua, y teniendo como motor una máquina devapor, que generalmente es una locomóvil.

VIL

Además de las norias y bombas, hay otra por-ción de aparatos dedicados á la elevación deaguas y que presentan ventajas en ciertos casos:indicaremos los principales y más perfectos.

Un rosario,.consiste en un tubo, de sección cir-cular ó rectangular, que va vertical ó inclinadodesde el depósito de agua al punto en que ha deverterse ésta. Supongamos ahora dos tambores,uno en la cúspide del tubo, otro en la base, yarrollada en ambos una cuerda con unas tablitasque casi ajustan con el tubo. Una de las partesde esta cuerda va por el eje del tubo. Dandovueltas al tambor superior sucederá que las ta-blitas ascienden dentro del tubo y arrastran el

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agua del depósito, empujándola hasta que viertapor encima.

Esta máquina sólo conviene para profundida-des que no exceden de 6 metros: marcha á pe-queña velocidad y su coeficiente rara vez pasade Q,60. Es, como se ve, casi una noria, y la co-nocían ya los árabes españoles: suele usarse, mo-vida á mano, por su baratura y la facilidad de susreparaciones.

Suelen emplearse también las ruedas hidráuli-cas en elevar el agua; su forma es parecida á lade estas máquinas cuando se emplean como mo-trices, sólo que en este caso es el peso y choquedel agua quien las mueve, y ahora, por el contra-rio, es preciso comunicar á su eje un movimientocontinuo, el cual da como consecuencia útil laelevación del líquido. Las ruedas deben marchardespacio para obtener el mayor efecto posible.

Pueden ser de paletas planas alojadas en unacanal cilindrica; entonces la altura de elevaciónes á lo más el radio de la rueda. Otras veces lle-van cajones ó cangilones en su periferie, los cualesse llenan cuando están en la parte inferior y vier-ten cuando llegan en la superior; se utiliza aquítodo el diámetro de la rueda, por lo cual se aplicaésta á alturas superiores á las que se usa con laanterior.

El coeficiente económico de estas ruedas,cuando están bien montadas, llega á 0,80 en lasde paletas, y algo menos en las otras por la in-mersión de los cajones ó cangilones en el depósito.

La rueda de tímpano consta de un cajón cilin-drico giratorio, el cual está dividido en su inte-rior por varios tabiques en forma de espirales! Sehalla sumergida en un depósito ó en un rio, y aldarle vueltas-va tomando agua en una de las di-visiones, la cual sube hasta verterse por un agu-jero que hay junto al eje de la rueda. La velocidades pequeña: sólo se usa para alturas reducidas:el coeficiente económico es menor que el de lasruedas anteriores. Tienen que estar bastante su-mergidas, lo que obliga á que sean grandes lasruedas para poca altura utilizada.

El tornillo de Arquímedes es una máquinaelevatoria que se ha usado mucho. Consiste enun espacio helizoidal dentro de un cilindro; estoes, "en unas divisiones cuyas superficies tienenla misma forma que las del tornillo de filete rec-tangular. Este cilindro va inclinado y se su-merge en un depósito de agua. Dándole vueltas,ésta se eleva p.or las divisiones hasta que sevierte por la parte superior. Esto depende de queal dar una parte de esta vuelta cada punto de lasuperficie está más bajo que el inmediato y elagua baja desde uno á otro punto, pero asciendecon respecto al depósito.

La inclinación del tornillo dependen del pasode la hélice, ó sea de la rapidez de su curvatura.El extremo inferior del cilindro no debe estarcompletamente sumergido, sino dejar un huecopara que pueda penetrar el aire. El ángulo del ejedel tornillo con el nivel del agua suele ser de 45á 50". El número de vueltas no debe pasar de 40por minuto. El desnivel no debe exceder de tresmetros; en este caso el coeficiente económico llegaá 0,70. Suele usarse en los agotamientos de laspilas y charcos; se mueve entonces por dos ó treshombres.

El ariete hidráulico sirve para elevar á bastantealtura una pequeña cantidad de agua en virtudde la caida desde menor desnivel de otra cantidadmucho mayor. El agua obra por choque, por loque la máquina se descompone pronto. Además,su coeficiente económico es muy pequeño. Es porambas razones de poco uso.

La máquina de columna de agua es otro apa-rato en que se utiliza una gran caida de ésta,desde poca altura, por ejemplo, una cascada, enelevar otra cantidad menor que esté profunda,por ejemplo, la de una mina. Sólo se usa en con-diciones muy especiales y es máquina muy deli-cada. Hay también máquinas especiales en que elagua sube en cubos que vierten unos en otros; elSr. Ibarra ha ideado una muy ingeniosa, peroque no ha pasado de modelo.

Todavía hay alganos otros aparatos para ascender el agua, pero, ó son. muy primitivos y portanto de poco aprovechamiento, ó son muy deli-cados y propios más bien para un gabinete quepara andar en manos de gentes torpes é in cul-tas. S» escogerá el más conveniente de los indi-cados, atendiendo á sus condiciones especiales,siendo los preferibles, para poca cantidad y á re-gular altura, una bomba de mano; para mayorcantidad ó profundidad, una noria de maderaalgo perfeccionada cuando se trata de un lugar, óuna bomba Montenegro, si no se está lejos deuna población.

Para poca agua á pequeña altura, cucharas ámano ó un tornillo de Arquímedes; para muchaagua á poca altura, una bomba centrífuga Neut.

Para abastecer de aguas á una población, es-tando el manantial más bajo que ella, es excelenteel uso de grandes bombas movidas directamentepor una máquina de vapor de balancín, tal comoestá establecida bajo la. montaña del Príncipe Pió,en Madrid. Para agotamiento de minas y usosindustriales en gran escala convendrá encomen-dar á un ingeniero el estudio del aparato másventajoso en cada caso.

Antes de terminar este asunto, no será ociosodecir que hay inventores de aparatos, y algunos

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REVISTA EUROPEA. 1 .". DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36

de ellos en España, que al elevar aguas creenobtener un exceso de fuerza motriz. Recordamosá este propósito el pendulador Balmisa que metiómucho ruido hace cosa de dos años, y á quienvarios diarios encomiaron en extremo. Era unconjunto de planos inclinados colocados trásver-salmente en otro general; éste recibía un movi-miento alternativo por medio de una fuerza mo-triz, y ascendía el agua desde un depósito inferior,por el mismo principio que preside al tornillo deArquímedes; era éste, echado á perder.

Decimos esto, porque en el tornillo el agua si-gue un movimiento continuado, mientras que enel pendulador hay choques, y podemos decir entesis general, que toda máquina para elevar aguasen que no hay sacudidas, sino continuidad en elascenso del líquido, es preferible á sus similaresen que no se cumple dicha condición.

Prescindiendo de esto, el pendulador Balmisaelevaba en su modelo, que hemos visto funcionar,el agua. Pero lo maravilloso que su autor asegu-raba, aquello de que no pudimos disuadirle pormás que hicimos, fue que el agua elevada repre-sentaba, según él, en au caida un trabajo mayorque el motor; esto es, el agua elevada por el apa-rato podia aplicarse á una rueda hidráulica ó tur-bina, mover aquél y aun quizás sobrar algo. Taldislate supone que el coeficiente económico de estamáquina es mayor que la unidad, y resolvería deplano la absurda cuestión llamada del movi-miento continuo.

Estos ilusos inventores, ajenos átoda idea me-cánica , son los que por desgracia concluyen porrenegar de la sociedad que no los comprende, delos ingenieros que les tienen envidia, y, creyén-dose nuevos Colones, aplican desdichadamentemuestras de ingenio y pruebas de laboriosidad áestupendas y peregrinas invenciones. Lo peor delcaso es, que á veces tienen quien los ayude.Tractent fabrilia fabri.

G. VICUÑA.

POESÍAS DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ.

La madre sor Juana Inés de la Cruz, religiosaprofesa en el convento de San Jerónimo, de laciudad de Méjico, cultivó con sin igual afición, yno diremos que con sin igual fortuna, la poesía;por más que esta última apreciación nuestra estéen completo desacuerdo con el respetable parecerde los padres maestros, llamados, por ministeriode la ley, vigente á la sazón, á censurar susobras; puesto que encontrándolas tan ajustadasá las reglas de la modestia, hijas de tan elevadí-

simo espíritu, é inspiradas por tan sublime in-genio, como dice textualmente el reverendisimoJuan Navarro Velez, de la Orden de Clérigosmenores, asistente provincial de Andalucía y ca-lificador del Santo Oficio de la Inquisición, másque censores de las obras de la madre Juana, fue-ron sus entusiastas panegiristas.

Próbaríanlo suficientemente las frases que de-jamos citadas; pero aún podríamos entresacarotras muchas escritas por el mismo reverendísimomaestro Navarro en la censura, que escribió yfirmó en su casa de clérigos menores en la ciudadde Sevilla, de las obras contenidas en el segundotomo de poesías de ¡a madre Juana, para darmuestra cabal de los elogios y de los encomiosque al'censor merecían.

«Nunca escribió estos papeles la madre Juana —dice en otro lugar,—con ambición ni aun con es-«peranza de que se imprimiesen; escribiólos ó por»su lícito divertimiento, ó porque se los pidieron«personas á quienes su discreta cortesanía no«supo negarse; hoy su modestia y su respeto,»aún más que su gusto, permiten que se estam-»pen. Y si estos papeles, esparcidos y divididos,«parecieron tan buenos, aun á los más doctos;«recogidos y juntos en un volumen, es preciso»que parezcan buenos en superlativo grado, y»que se granjeen los más crecidos elogios.»

Todavía podríamos citar otros párrafos en losque la censura lleva la alabanza hasta la hipér-bole, diciendo que loa versos son blanquísimasazucenas, que exhalan suaves fragancias de cas-tidad purísima, que están esmaltados de primo-res y centelleando elevadísimos conceptos; perobasta lo dicho para que quede probado á los ojosdel lector el favorabilísimo juicio que á sus ilus-trados examinadores merecían las obras de nues-tra autora.

No es igual el que á nosotros nos merecen, di-cho sea con perdón de la memoria de los reve-rendos padres censores. Por más despacio y másatentamente que las hayamos leido, no hemossabido hallar en ellas imágenes que nos admiren,ni invenciones propias de un ingenio asom-broso, ni siquiera poesía en no pocas composi-ciones.

Acaso no han sido poca parte para que tal jui-cio formemos, dos consideraciones importantes:la primera es, que predispuesto nuestro espíritupor los ditirambos de la censura á recibir impre-siones superiores con la lectura de la obra, noshan debido causar mayor extrañeza y mayor dis-gusto las incorrecciones, las frases y pensamien-tos tan poco poéticos como vulgares, y otros lu-nares, de no excasa monta, que abundan con des-graciada frecuencia; y luego el ser la madre Juana

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N.° 36 K. GARRIDO. POESÍAS DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. 13

una escritora defines del siglo XVII, época degran decadencia para las patrias letras, puestoque el gongorismo, que parece merecía una des-dichada predilección á nuestra autora, habiadesterrado en su época el buen gusto y la sanacrítica, haciendo caer la poesía en el cultismo,que tan admirablemente satirizó el insigne Mo-liere, en sus Preciosas, y en las ridiculas extra-vagancias de un estilo hinchado y falso,, da me-táforas monstruosas, de sutilezas escolásticas yde descabelladas fantasías.

A tal género pertenecen y en tan desgraciadotiempo de decadencia se escribieron las obras quenos ocupan; y para que no sea posible la duda,hay entre ellas una intitulada: Primero sueño,que es una imitación dolorosa del más extrava-gante gongorismo.

Nosotros, pues, que profesamos en literaturaun culto decidido al estilo sencillo y natural,aunque adecuado á los diferentes géneros á quese aplique, no podemos participar de la opinión átodas luces exagerada, del calificador del SantoOficio en Andalucía, ni prodigar los desmesuradoselogios que este varón hace, según se ha visto,de las obras de la religiosa mejicana.

Y esto dicho en descargo de nuestra concien-cia, deber nuestro es añadir de seguida que nopor eso nos parecen despreciables, Desde luegonos haríamos reos de injusticia notoria negandoá la madre Juana viva imaginación y fuerza desentimiento; negándola conocimientos en el artepoética y en las letras sagradas y profanas; sien-do, á nuestro entender, suficiente la posesión detales dotes para que no se la excluya, sin apela-ción al menos, de ocupar un lugar, aunque mo-desto, en las harto pabladas regiones del Parnaso.Porque no debe de olvidarse además que se tratade una escritora encerrada «bajo treinta llaves»en un convento, donde sólo podían llegar, comoun eco lejano, las producciones de nuestros gran-des ingenios madrileños de épocas todavía nomuy apartadas; viviendo alejada del consorcio delas letras, y sin duda del todo ajena a obtener uti-lidad ni renombre, y estas circunstancias de lu-gar, de tiempo y de estímulo, que tanto y tanfundamentalmente debieron de inñuir en la direc-ción dada á las facultades poéticas de la madreJuana, son parte muy poderosa para que nuestrojuicio no sea tan severo, como lo seria á tratarsede un escritor contemporáneo nuestro, sin quepor eso sea tan encomiástico como el que hemosvisto merecia a sus censores.

Los géneros de poesía cultivados por la reli-giosa de Nueva España son muy diversos: loas,autos sacramentales, poesías líricas, comedias,con aus indispensables entremeses ó sainetea,

dramas líricos, sonetos, romances, epigramas yotras composiciones dio á luz su fecundo ingenio.Esto sin contar varias obras en prosa, y entreellas una crítica, no por respetuosa, menos acerbay erudita, á propósito de un sermón «de un ora-dor grande entre los mayores,» al que puso laautora, según suele decirse, como chupa de dó-mine, refutando sus atrevidas conclusiones congran suma de razón y de textos sagrados, de-jando al susodicho orador asaz molido y mal-parado.

Hacer relación ni análisis de cada una de susnumerosas composiciones poéticas, seria una ta-rea tan larga como acaso enojosa para los lecto-res; vamos á limitarnos, por lo tanto, á tratar dealgunas de ellas, ó mejor dicho, á hacer menciónde las que pueden servirnos como comprobacióndel juicio que esta escritora nos ha merecido ydejamos expuesto.

Entre los autos sacramentales, hemos leido conmayor cuidado el que lleva por título : El mártirdel Sacramento, San Hermenegildo; porque si bientiene por objeto, corno todos, un asunto religio-so, su carácter, más histórico que teológico, per-mitía á la autora lucir su instrucción profana, ála vez que religiosa, y dar más rienda suelta ásus facultades poéticas, que en los demás asuntosesencialmente místicos.

La madre Juana, así como en otras obras daclaras pruebas de sus conocimientos en las letrassagradas, revela en ésta las nociones que teniaen las profanas. En una escena en que hace com-parecer á todos los reyes predecesores de Leovi-gildo, escribe una cronología de los monarcas vi-sigodos, y en otra hace un resumen histórico delpueblo godo desde sus orígenes; algún error esen-cial comete, pero no es suyo, sino de los autoresde historia que á sus manos llegarían.

Este auto sacramental tiene por objeto la con-versión del príncipe San Hermenegildo; su enredoes la lucha que con tal motivo existe entre el reysu padre, arriano, y San Hermenegildo, Ingunda,su esposa, y San Leandro, cristianos; teniendopor desenlace el martirio del príncipe. Además deestos y de otros personajes históricos, figuran al-gunos alegóricos, según el uso admitido, y entreellos la Fe, España, la Justicia, la Apostasía, laVerdad, la Fama y la Fantasía. Citaremos, comomuestra de las facultades» poéticas de la autoraen este género de composiciones, algunos versosde El mártir San Hermenegildo.

El rey Leovigildo envia á Geserico, como em-bajador, á su hijo para que se someta á la vo-luntad de su padre, evite discordias civiles y semantenga fiel al arrianismo, la religión de susaugustos progenitores. Sentimos que sus expesi-

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14 REVISTA EUROPEA. 1 .° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36

Tas dimensiones nos impidan copiar la larga re-lación que hace al príncipe el embajador, deseosode salir triunfante de su empresa; pero veamos,ya que esto no sea posible, cómo da cuenta al reydel resultado de su embajada.

GESERICO.Llegué, señor, á la ciudad famosa

Que el Bétis vano con sus ondas baña,Si arbitro nó, talaya valerosa,Que no menos que al mar, á la campañaPerspicaz mira, manda imperiosa,En el ter-reno más feliz de España;Pues Amaltea el cuerno en él vacía,Para fertilizar á Andalucía.

Llegué, en fin, á Sevilla, qu'el renombreSólo la explica, y con la autorizadaComisión de mi oficio, di en tu nombreAl rey Hermenegildo la embajada.Sin olvidar ¡o rey, mostró ser hombre;La ternura, que tarde reportada,Del alma, cuanto más se reprimía,Más demostraba aquello que escondía.Oyóme afable, sin dejar lo entero;Respondió humilde, sin dejar lo grave;Que deudor se conoce y herederoDe cuanto en la fortuna y sangre cabe,Tuyo; mas que, ti del alma, es otro fueroQue gobierna eficaz, suprema y suaveCausa, que es sólo Dios, y que la palmaDel alma ha de rendirse, á quien dio el alma.

Y de Leandro, en fin, solicitadoNo menos que de Ingunda persuadido,Por el cristiano bando declarado,No admite de las paces el partido;Pues dice que quedar desamparadoEl séquito, no es bien, que él ha seguido.Estas son, pues decírtelas me ordenas,En breve relación tus largas penas.

Parócenos que no estará pesaroso el lector deque hayamos copiado las anteriores octavas rea-les; en este auto sacramental encontramos otrasmuchas bellezas; pero siendo imposible dar deellas cabal idea, nos limitaremos á insertar otrarelación, la que hace San Hermenegildo cuandoya despojado de la púrpura, preso y encadenado,se encuentra cercano á la muerte, á su gloriosomartirio. Dice así:

HERMENEGILDO.Prisión apetecida,

En donde las cadenas,Aunque parecen penas,Son glorias de una vidaQue haciendo dicha de las aflicciones,Regula por joyeles las prisiones.

¡Qué consuelo en ti tengo,Mirándome de todo despojado!Pues desembarazado,A estar más apto vengo,Para poder alzar osado el vuelo,(Con menos peso, de la tierra al cielo. r

Ayer me obedecía:De cuanto el Bétis baña,IParte. mejor de Españaiórtií la Andalucía;

Hoy á un alcaide bajo estoy postrado,Porque no hay en lo humano firme estado.

Ayer de Ingunda bella,Mi dulce, amada esposa,En la unión amorosaEra feliz al vella,Con el fruto de entrambos deseado,Que en destino nació tan desdichado.

Todo esto que me acuerdaMi triste pensamiento,Ya no es en mí tormento;Pues que todo se pierdaPor Vos, no es pena; antes feliz he sidoEn haberlo por Vos todo perdido.

La fe que adoro solaEs la herencia que estimo;De nada me lastimo,Pues ella se acrisola;Piérdase en hora buena el laurel godo,Que con tener mi Fe, lo tengo todo.

Las poesías de la madre Juana se dividen en sa-gradas y profanas; las primeras son loas, destina-das á celebrar la profesión de una religiosa, la con-sagración de un nuevo templo y otras solemnida-des cristianas, y son un conjunto de villancicos,letrillas, seguidillas, y de composiciones capricho-sas, escritas sin duda muy descuidadamente en sumayor parte; y los autos sacramentales, pensa-dos y compuestos con mayor atención y cuidado.

Las profanas son muy varias, como que abar-can desde el poema al romance, pasando por eldrama lírico, la comedia, el sainete, el soneto,las endechas, las glosas y el epigrama.

En la brevedad suma que nos hemos propues-to, y dada ya una muestra de las poesías que he-mos llamado sagradas, sólo diremos algo de lasprofanas.

De la obra más encomiada por el censor, ElSueño, no nos atrevemos á decir la menor pala-bra, limitándonos á trascribir un párrafo del mis-mo reverendísimo padre maestro Juan Navarro,en que funda su elogio, y que á nosotros nos pa-rece la más gráfica pintura que de la tal obrapuede hacerse. «En fin—dice el maestro Navar-ro,—es tal este Sueño, que há menester ingenio«bien despierto quien hubiese de descifrarle, y me«parece no desproporcionado argumento de pluma«docta, el que, con la luz de unos comentarios, se»vea ilustrado (sic), para que todos gocen los«preciosísimos tesoros de que está rico.» Si nonos constase la seriedad de la censura, creería-mos que eran estas tan oportunas frases un epi-grama sangriento.

Las composiciones dramáticas son referentes áasuntos históricos ó comedias de capa y espada,de más ó menos feliz ejecución.

Entre los sonetos, que no son pocos, se encuen-tran, á nuestro parecer, algunos de no excasomérito. Sirva de ejemplo «1 siguiente, que «con

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N.° 36 E. GARRIDO. POESÍAS DE SOR JUANA INÉS UE LA CRUZ. 15

«una reflexión cuerda mitiga el dolor de una pa-»sion.»

Con el dolor de la mortal heridaDe un agravio de amor me lamentaba;Y por ver si la muerte se llegaba,Procuraba que fuese más crecida.Toda en su mal el alma divertida,Pena por pena su dolor sumaba;Y en cada circunstancia ponderabaQue sobraban mil muertes á una vida.

Y cuando al golpe de uno y otro tiro,Rendido el corazón, daba penosoSeñas de dar el último suspiro,No sé por qué destino prodigioso,Volví en mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro?¿Quién en amor ha sido más dichoso?Encontramos asimismo entre las composicio-

nes tituladas Liras, algunas de no mal. gusto yde mucho sentimiento. Su extensión no nos per-mite trascribirlas, debiendo limitarnos tan sóloá,copiar como muestra,algunas estrofas de la es-crita para «dar encarecida satisfacción de unoscelos.» Son como sigue:

Pues estoy condenada,Fabio, á la muerte, por decreto tuyo;Y la sentencia airadaNo la apelo, resisto, ni la huyo;Óyeme, que no hay reo tan culpadoA quien el confesar sea negado.

Porque te han informado,Dices^de que mi pecho te ha ofendido,Me has, fiero, condenado;Y pueden en tu pecho endurecidoMás la noticia incierta, que no es ciencia,Que de tantas verdades la experiencia!

Si á otros ojos he visto.Mátenme, Fabio, tus airados ojos;Si á otro cariño asisto,Asístanme implacables tus enojos;Y si otro amor del tuyo me divierte,Tú, que has sido mi vida, dame muerte.

Si á otro, alegre, he mirado,Nunca alegre me mires, ni te vea;Si le hablé con agrado,Eterno desagrado en tí posea;Y si otro amor inquieta mi sentido,Sáquesme el alma tú, que mi alma has sido.

No muera de rigores,Fabio, cuando morir de amores puedo;Pues con morir de amores,Tú acreditado y yo bien puesta quedo;Que morir por "amor y no culpada,Aunque sea la muerte, es más honrada.

Perdón, en fin, te pidoDe las muchas ofensas que te hecho,En haberte querido;Que ofensas son si causan tu despecho;Y con razón te ofendes de mi trato,Pues que yo con quererte te hago ingrato.Parecénnos que campean en esta composición,

que se acaba de leer, el buen gusto, el senti-miento, la elegancia de la expresión, buen estiloy otras circunstancias que no la harían del todo

indigna del inmortal Rioja. No es tan tersa, nipuede merecer tanto encomio la siguiente, escri-ta en décimas, que «demuestran el decoroso es-»fuerzo de la razón contra la vil tiranía de ur«amor violento;» y que trascribimos para dartambién sucinta idea de esta clase de composicio-nes. Comienza, laqueen este instante nos ocupa,de este modo:

Dime, vencedor rapaz,Vencido de mi constancia;;,Qué ha sacado tu arroganciaDe alterar mi firme paz?Que aunque de vencer, capazEs la punta de tu harpon,El más duro corazón:¿Qué importa el tiro violentoSi, á pesar del vencimiento,Queda viva la razón?

En dos partes divididaTengo el alma en confusión;Una, esclava á la pasión,Y otra, á la razón rendida.Guerra civil, encendidaAflige el pecho importuna;Quiere vencer cada una,Y entre fortunas tan variasMorirán ambas contrarias,Pero vencerá ninguna.

La invicta razón alientaArmas contra tu vil saña,Y el pecho es corta campañaA batalla tan sangrienta;Y así, amor, en vano intentaTu esfuerzo loco ofenderme;Pues podré decir, al vermeEsperar sin entregarme,Que conseguiste matarmeMas no pudiste vencerme.

Entre las composiciones que la madre Juanadenominá*redondillas, escritas, en efecto, en estemetro, encontramos las dos siguientes, que nos-otros, sin vacilar, titularíamos epigramas. Juzgueel lector:

A una presumida de hermosa.

I.Que te dan en la hermosura

La pahua, dices, Leonor;La de virgen es mejorQue tu cara la asegura.

No te precies con descocoQue á todos robas el alma.Que si te han dado la palmaEs, Leonor, porque eres coco.

II.En que descubre digna estirpe á un borracho linajudo.

Porque tu sangre se sepaCuentas á todos, Alfeo,Que, eres de reyes; yo creoQue eres de muy buena cepa;Y que, pues, á cuantos topas,Con esos reyes enfadas;Que, más que reyes de espadasDebieron de ser de copas.

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REVISTA EUROPEA.—1 ." DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36Pero, demos aquí punto á estas citas, que

acaso, por sobradas, parezcan ya molestas. Eran,con todo, precisas para que aquellos que no co-nocieran las obras poéticas de la distinguida ma-dre sor Juana Inés de la Cruz, tengan ocasión dedecidir si nuestra opinión, acerca de las mismas,es fundada. Bien es cierto que hemos presentadomuestras escogidas de las más correctas, mejorpensadas y superiormente sentidas, dejando á unlado aquellas otras muchas, las más, que no sondignas de mención siquiera. Pero dijimos en un•principio, que si las poesías de la religiosa meji-cana no eran dignas de los exagerados encomiosque merecieron en su tiempo, no eran en cambioacreedoras do sepulcral olvido, y deber nuestroera presentar ejemplos que comprobasen si núes -tro juicio era acertado. Así lo hemos hecho, paraque el lector resuelva.

Añadamos, antes de concluir, que es para nos-otros indudable, que si esta escritora hubiese ve-nido al mundo un siglo antes ó un siglo despuésde aquel en que nació; si hubiera podido escribiral comenzar el siglo XVII, teniendo como mode-los las obras inmortales de nuestros buenos poe-tas, y no al finalizar aquel, en el que el gongo-rismo habia conseguido eclipsar, aunque porbreve tiempo, las imperecederas glorias de JorgeManrique, Lope de Vega, Tirso y otros, probán-dose de tal modo, que la decadencia de una naciónse refleja, como en fiel espejo,. en las bellas le-tras; ó si hubiera nacido un siglo después, alfinalizar el XVIII, en que la reacción hacia elbuen gusto y el descrédito del cultismo eran yacompletos; es, decíamos, para nosotros indudableque la-madre Juana, aquilatado el buen gusto,hubiera dado constantemente digna aplicación ásu imaginación, á su talento y á sus excelentesfacultades poéticas.

Si encerrada 'en un claustro, lejos de la metró-poli de la monarquía y de las bellas letras, be-biendo en las turbias fuentes del gongorismo ysiguiendo la desdichada corriente de su épocaque consideraba el cultismo como el summum dela perfección literaria, todavía la. distinguida re-ligiosa da claras pruebas de buen gusto, y escribepoesías que en nuestros dias de ilustración y dedelicada crítica se leen con delectación y placer,séanos lícito afirmar de nuevo, que la madre sorJuana Inés de la Cruz, colocada en diferentes ymás favorables circunstancias, hubiera podidoocupar más elevado lugar en el Parnaso, del que,sin embargo, la consideramos por todos títulosmerecedora. Tal es nuestra humilde opinión.

ED. GARRIDO ESTRADA.

LOS LÍMITES DE LA FILOSOFÍA NATURAL.

El primer cuidado de uno de los antiguos conquis-tadores del mundo, cuando descansaba de sus victo-riosas tareas, era dar á conocer con exactitud los lí-mites de las inmensas regiones que acababa de some-ter. Mientras que determinados territorios que, hastaentonces, habían escapado al censo se convertían entributarios, numerosa caballería encontraba por otroslados en las olas del mar obstáculo natural invenci-ble y los verdaderos límites' del imperio de su señor.

La gran conquistadora de nuestros tiempos, laciencia de la naturaleza descansa en los dias de re-unión de las asociaciones científicas, que son sus diasde fiesta, y conviene que emplee este descanso endeslindar con exactitud los verdaderos límites de suinmenso imperio. Creo la empresa tanto más justifi-cada cuanto que, en mi sentir, hay en la materia doserrores fundamentales y, aun para los que no partici-pan de ellos, la cuestión, á pesar de su aparente tri-vialidad, puede presentarse bajo aspectos algo nuevos.

Me propongo, pues, determinar los límites impues-tos á la filosofía natural, y la primera pregunta á quedebo contestar es la siguiente: ¿Qué es la filosofía na-tural?

La filosofía natural tiene por objeto comprender elmundo material, y tiende por tanto á relacionar susmodificaciones con los movimientos de átomos pro-ducidos por sus fuerzas centrales constantes, ó enotros términos, á resolver los fenómenos de la natu-raleza en mecánica de los átomos. Es un hecho deexperiencia psicológica, que cuantas veces la tentativatiene éxito, esta operación satisface provisionalmentela necesidad de nuestra inteligencia, de relacionarlotodo á una causa. Las proposiciones de la mecánicason susceptibles de demostración matemática, y lle-van en si la misma certidumbre apoilíctica que losteoremas geométricos. Cuando se ha llegado á redu-cir las modificaciones del mundo material á una sumaconstante de energía potencial y de fuerza, inherenteá una masa constante de materia, nada queda por ex-plicar en estas modificaciones.

Kant ha dicho en su prólogo á los Principios me-lafisicos de las ciencias naturales, que, en cada doc-trina particular, la parte de la ciencia propiamente di-cha, se reduce á lo que ella contiene de verdad ma-temática. Tomando esta proposición en la acepciónmás rigurosa, en vez de verdad matemática, seria pre-ciso decir mecánica atomística. Evidentemente bajoel imperio de esta idea, Kant negaba á la química eltítulo de ciencia, relegándola entre los conocimientosexperimentales. Es en realidad notable que el descu-brimiento moderno de la sustitución, obligando á laquímica á renunciar al dualismo electro-químico, envez de hacerla avanzar, para convertirla en ciencia, en

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N.° 36 B 0 1 S - R K I M 0 N D . LOS LÍMITES I)K LA FILOSOFÍA NATURAL. 17

el sentido estricto que acabamos de indicar, aparen-temente le ha hecho retroceder camino.

Supongamos, por un momento, que todas las mo-dificaciones del mundo material hayan podido redu-cirse á sencillas traslaciones de átomos, producidas'por sus fuerzas centrales constantes. El universo, ental caso, nos seria científicamente conocido. El es-tado del universo durante una diferencial de tiempo,se nos presentaría como efecto inmediato de su estadodurante la diferencial precedente, y como causa, igual-mente inmediata, de su estado durante la diferencialsiguiente. Ley y azar serian otros nombres dados ála necesidad mecánica. Hasta puede concebirse un co-nocimiento de la naturaleza tal, que puedan repre-sentarse todos los fenómenos del universo por unafórmula matemática, por un inmenso sistema de ecua-ciones diferenciales simultáneas, de donde se podría,para cada instante dado, deducir el lugar, la veloci-dad y la dirección de cada átomo del universo.

«Una inteligencia, dice Laplace, que en un mo-mento dado conociese todas las fuerzas de que lanaturaleza está animada, y la situación respectiva delos seres que la componen, y además bastante vastapara someter estos ciatos al análisis, abrazaría en lamisma fórmula los movimientos de los más gran-des cuerpos del-universo y los del más ligero áto-mo : nada seria incierto para ella, y lo mismo elporvenir que el pasado estarían presentes á sus ojos.El espíritu humano presenta, en la perfección que hasabido dar á la astronomía, débil bosquejo de esta in-teligencia (1).»

En efecto, de igual modo que el astrónomo, dandoal tiempo, en las ecuaciones de la luna, cierto valornegativo, puede saber si cuando Pericles se embarca-ba para Epidauro había uu eclipse de sol visible enel Píreo, la Inteligencia concebida por Laplace podría,discutiendo su fórmula universal, decirnos quién fuela Máscara de Hierro ó cómo pereció Laperouse. Asícomo el astrónomo puede predecir largos años de an-temano el dia en que un cometa volverá del fondodel espacio á presentarse en nuestros parajes, esa In-teligencia podria leer ou sus ecuaciones el día en quela Cruz griega recobraría su sitio en la cúpula deSanta Sofía, y el en que Inglaterra quemará su últimopedazo de carbón de piedra. Bastaríale hacer t=—<*para que el misterioso estado original de Ia3 cosasapareciese á sus ojos. Veria entonces en el espacioinfinito la materia, ó en movimiento ó desigualmentedistribuida; porque si la repartición de la materiahubiese sido en el origen absolutamente uniforme,el equilibrio instable jamás se hubiera turbado. Ha-ciendo crecer t positivamente y hasta el infinito, sa-bria si un espacio de tiempo finito ó infinito nos se-

í l ) Esstn philosoptiiqíre sur tes prattabiiitét. pág. 5, segunda edi-ción. Parí», 1814.

TOMO III .

para aún de eso estado final de inmovilidad heladacon que el teorema de Carnot amenaza al universo. Lacitada Inteligencia sabria el número de cabellos denuestra cabeza, y ni siquiera un gorrión bajaría alsuelo sin que lo supiera. Profeta, leyendo en lo pasadocomo en lo porvenir, á esta Inteligencia se aplicaríala frase de d'Alembert en el discurso preliminar dela Enciclopedia, frase qué contiene en germen elpensamiento de Laplace. «El universo, para quien pu-diera abrazarlo de una ojeada seria, si puede decirseasí, un hecho único y una gran verdad.»

Este pensamiento de Laplace se encuentra ya enLeíbnítz, y aun podria decirse que con mayor desar-rollo que en el mismo Laplace, porque Leíbnitz ima-gina una Inteligencia tan perfecta como la concebidapor Laplace, dotada al mismo tiempo de órganos y demedios técnicos de una perfección análogo. Bayle ha-bía objetado al sistema de la armonía preestablecidade Loibnitz, queera hacer, respecto al cuerpo humano,una suposición parecida á la de «un buque que, sin serdirigido por nadie, va por sí mismo al deseado puerto.»Leibnítz re plica que no considera esta suposición tanimposible como Bayle imagina. «No cabe duda de queun hombre podria hacer una máquina, capaz de cami-nar durante algún tiempo por una ciudad, y de volverjustamente en las esquinas de algunas calles. Un ta-lento incomparablemente más perfecto podria tam-bién prever y evitar un número incomparablementemayor de obstáculos: lo cual es tan cierto que, si estemundo, según la hipótesis de algunos, fuera sóloun compuesto de número finito de átomos que se re-moviesen siguiendo las leyes de la mecánica, es se-guro que una intelegencia finita podria ser bastanteelevada para comprender y prever demostrativamentecuanto b | de suceder en determinado tiempo; demodo que esle espíritu podría no sólo fabricar un bu-que capaz de ir solo á determinado puerto, dándoleal principio el movimiento, la dirección y los resortesque precisos fueran, sino que podria también formarun cuerpo capaz de imitar un hombre (1).

No hay necesidad de decir que el espíritu humanopermanecerá siempre extraordinariamente alejado deun conocimiento tan perfecto de la naturaleza. Unaobservación basta para poner de manifiesto la distan-cia que necesitamos recorrer para llegar al dintel deeste conocimiento. Antes de que pueda pensarse enestablecer las ecuaciones diferenciales de la Fór-mula universal, se necesitaría que todos los fenóme-nos naturales fuesen relacionados á movimientos deuna sustancia homogénea, desprovista1 por tanto decualidades, y que sería el subslratum de lo que se nospresenta como materia eterogénea; ó en otros tér-minos, se necesitaría que toda cualidad fuese expli-

(1) Replica a las reflexiones coolenidas en la segunda edición del

Dictiunnaire critique de M. Bayle, etc. (Leibnitíi, opera pnüosophi-

ca, etc., 4.°, pag. 185 184. Ed. Erilmann, Berolini, 1840).

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cada por el arreglo y los movimientos diversos de se-mejante substratum.

Esto está completamente de acuerdo con lo que sa-bemos acerca de nuestros sentidos. Según todas lasprobabilidades, los órganos y los nervios de los senti-dos trasmiten á cada departamento correspondientedel encéfalo, ó como los llama Juan Müller, á cadasustancia sensorial, conmociones íntimas de igualnaturaleza. Como en el experimento imaginado porMr. Bidder, y realizado por Mr. Ulpian, Ins fibras sen-sitivas y motrices de los nervios de la lengua se suel-dan de tal suerte, que la excitación de las unas se tras-mite á las otras al través de la cicatriz; de la mismamanera, suponiendo posible el experimento, se'veríacon mayor razón soldarse las fibras de los diferentesnervios sensoriales. Si una soldadura uniese el extre-mo periférico del nervio óptico con el extremo centraldel nervio auditivo y vice versa, el ojo oiria el relám-pago como una detonación, y el oido veria el truenocomo una serie de impresiones luminosas. Así, pues,la sensaciones, como tales, no nacen sino en las sus-tancias sensoriales. Estas últimas son las que, de unaexcitación no específica, hacen una sensación especí-fica, y las que, cada cual según su naturaleza, á títulode su energía especifica (como se expresaba Juan Mu-Uer), engendra la cualidud. La frase del Génesis: Laluz fue, contiene, pues, una contra-verdad fisiológica.La luz no fue sino desde el momento en que, en eldesarrollo de la escala animal, el punto rojo visual deun infusorio distinguió por primera vez la luz de !astinieblas. Sin sustancia sensorial óptica y auditiva,este mundo resplandeciente de color y resonante dearmonía, sólo ofrecería el silencio y la oscuridad.

Y tal como el mundo exterior sale del análisis sub-jetivo oscuro y silencioso, despojado, en una palabra,de toda cualidad, tal aparece también á los ojos de lateoría mecánica, resultando del análisis objetivo, queen el sonido y la luz, sólo ven vibraciones de una sus-tancia primitiva homogónea, disfrazada unas veces deelemento ponderable y otras de elemento imponde-rable.

Desgraciadamente, por fundada que sea esta con-cepción en su conjunto, su aplicación en detalle nisiquiera ha comenzado todavía. Necesitaríase el des-cubrimiento de la piedra filosofal para trasmutar unosen otros los elementos de nuestra química actual, ypara hacerles salir de una materia más simple, sino delsubstratum de la misma materia, antes de que puedpensarse en iniciar las primeras suposiciones relativas,al modo como, las cualidades de la materia nacen dearreglo y de los movimientos diversos de un substra-tum desprovisto de toda cualidad.

Pero el espíritu humano, condenado á permanecersiempre á inmensa distancia de la Inteligencia con-cebida por Laplace, no está, sin embargo, sepa-rado de ella sino por un grado, del mismo modo

:jue una ordenada de una curva se distingue de otra«leñada de la misma curva considerablemente, peroüo es infinitamente más grande quo ella. Algo de co-mún tenemos con esa Inteligencia, puesto que podemos formarnos idea de ella (1). Hasta puede dudarsede si el genio de un Nowlon se aproxima á la Inteli-gencia concebida por Laplace, más que el alma de unnegro de Australia ó de un habitante de la Tierra del

uego se acerca al genio de un Newton. En otrostérminos: la imposibilidad de fijar las ecuaciones dife-renciales déla Fórmula universal, de integrarlas y dediscutir sus resultados, no os una imposibilidad abso-luta, sino que procede de la imposibilidad contingentede reunir los datos materiales necesarios, y en el casode que se les pudiera reunir, de reconocerse en «mediode este inmenso ó incstricable conjunto de hechosparticulares de todo género.

Así, pues, el conocimiento de la naturaleza que po-seería la Inteligencia concebida por Laplace, repre-senta el límite extremo hacia el cual tiende nuestrapropia ciencia. Este grado de conocimiento puede,pues, servirnos de base en la investigación que hace-mos aquí de los límites de la filosofía natural. Todo loque fuere desconocido á esta Inteligencia, con mayorrazón continuará siendo un misterio para nuestroespíritu, encerrado en un campo mucho más limitado.

Ahora bien; hay dos barreras que esta Inteligenciano podría salvar y que nosotros, por tanto, nunca sal-varemos.

En primer lugar; debe tenerse presente que esteconocimiento de la naturaleza, que antes he dicho sa-tisfacía provisionalmente nuestra necesidad de ascen-der á las causas, es, después de todo, ilusorio.

La concepción de que el universo está compuestode menudas partes que han subsistido eternamente ysubsistirán siempre, y cuyas fuerzas centrales engen-dran todo movimiento es un simulacro de explicación.Reduce, en verdad, como lo he hecho notar, todas lasmodificaciones del mundo material á una suma cons-tanie de fuerzas y á una masa igualmente constante demateria, y no deja, por tanto, nada por explicar enestas mismas modificaciones. Justamente orgullosos deltriunfo de nuestro pensamiento, podemos por algúntiempo contentarnos con el espectáculo del universocomo tamaño dado; pero deseamos continuar adelantey comprender la esencia de esta masa constante, ani-mada de una masa de fuerzas igualmente constante, yentonces advertimos que, si en ciertos límites la con-cepción atomística presta buenos servicios en el aná-lisis físico-matemático de los fenómenos, y si hastapara ciertos objetos es indispensable, desde el momentoen que, traspasando estos límites, se exagera su in-fluencia, nos arrastra á contradicciones insolubles quesiempre han sido el escollo de la filosofía corpuscular. •

(1) »« gleichú ikm Geist den du begreifat.— (Fatulo de Gixlhe.j

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N ° 36 BOIS-REIMOND. LOS LIMITES DK LA FILOSOFÍA NATURAL. 19

Un átomo físico, es decir, «na masa que se conside-ra como extremadamente pequeña con relación á loscuerpos que manejamos, pero como capaz aún, á dos-pecho de su nombre, de subdivisión mental, y al quese atribuyen propiedades y movimientos á propósitopara explicar la constitución y las propiedades de unamasa de dimensión palpable, que se imagina com-puesta de una multitud de pequeñas masas parecidas;tal átomo es una ficción perfectamente lógica, y áveces útil, de la física matemática. Sin embargo, des-de hace algún tiempo, se evita cuanto es posible ser-virse de él, y en vez de átomos separados por espaciosvacíos, se prefiere considerar elementos de volumen,cuerpos que se suponen continuos.

Al contrario, un átomo filosófico, es decir, unamasa por definición indivisible do un substratum ensí inactivo, pero dotado de inercia, y en el que resi-den fuerzas, obrando á distancia á través del vacío;un átomo semejante, examinando de cerca las cosas,es un contrasentido y una quimera.

En efecto, para que este substratum indivisible,inactivo y dotado de inercia exist3 realmente, es pre-ciso que ocupe determinado espacio, por pequeño quesea, y entonces no puede comprenderse por qué noseria divisible ulteriormente. Además, no puede ocu-par espacio, sino siendo absolutamente duro; es decir,á monos de oponer á la intrusión de otro cuerpo enel mismo espacio una fuerza que obre en su superficie,pero no más allá, y superior en el momento á cual-quier otra fuerza dada. Desde entóneos, y sin hablarde otras dificultades que aquí surgen, no se puededecir que el substratum sea inactivo. Concíbase, porel contrario, el subslratum á la manera de los dina-mistas, como siendo sólo punto de intercesión defuerzas centrales, en cuyo caso no ocupa espacio, por-que el punto es la negación del espacio figurado en elespacio. Nada hay entonces de donde puedan emanarlas fuerzas centrales y que pueda ser sitio de la iner-cia al modo de la materia palpable.

La concepción de las fuerzas, obrando á distancia altravés del vacío, es en sí ininteligible y hasta contra-dictoria; no tiene además curso en la ciencia sino des-pués de la época de Newton, habiendo nacido de unafalsa interpretación ije su sistema, aunque tuvo es-pecial cuidado en prevenir los ánimos contra ella.

Si con Descartes y Leibnitz nos representamos elespacio como lleno, y todo movimiento corno engen-drado por el choque ó proximidad, la producción delmovimiento se reduce á una analogía tomada á nues-tra diaria experiencia; pero la detienen otras dificul-tades. Es imposible en este sistema explicar la dife-rencia de densidad de los cuerpos por una diferenciaen el arreglo de la materia primitiva homogénea.

Fácil es descubrir el origen de estas contradiccio-nes. Debemos buscarlo en nuestra impotencia paraconcebir otra cosa que lo que nos ha sido enseñado,

sea por nuestros sentidos exteriores, sea por el sen-tido interno. Kn nuestros esfuerzos para analizar elmundo material, tomamos por punto de partida la di-visibilidad de la materia, porque la parte es eviden-temente cosa más sencilla y más elemental que el to-do. Podemos llevar mentalmente la división de lamateria hasta el infinito, sin que nuestro espíritusalga de los límites que le están prescritos y sin queencuentre obstáculo alguno; pero no avanzamos unpaso en la inteligencia délas cosas, porque esta ope-.ración sólo conduce á llevar al dominio do lo infinita-mente pequeño y de lo invisible, lo que hemos obser-vado en el mundo visible y palpable. De esta suertellegamos á la concepción del átomo físico. Pero en elacto mental de subdivisión de la materia detenersearbitrariamente en átomos de cierta pequenez, califi-cándolos do átomos filosóficos, y considerándolos comoindivisibles, absolutamente duros, inactivos, y portanto, como focos de fuerzas centrales, equivale á pe-dir á una materia semejante á la que diariamente nosrodea, y sin nueva luz para el entandimienío, que nosrevele propiedades desconocidas, primitivas de natu-raleza, en fin, á explicar la esencia de los cuerpos.Este vicio de razonamiento conduce necesariamente álas contradicciones que antes hemos señalado (1).

Por poco que se reflexione en ello seriamente, esimposible desconocer la naturaleza trascendental de!obstáculo que se levanta aquí ante nosotros. Cual-quiera que sea el camino que se tome para evitarle,siempre se le encuentra delante; por cualquier puntoque se le ataque y cualquiera que sen el arte conque se dirija la agresión, se advierte pronto que

pse trata de una plaza inexpugnable. Los ^antiguosfisiólogos jónicos no se encontraban más perplejosfrente á esta cuestión que lo estamos nosotros. Losprogrosos*do la ciencia, por grandes que nos parez-can, no han logrado dilucidarla, y sus progresos ul-teriores serán también impotentes. Jamás sabremosmejor que hoy en qué difiere un espacio lleno de ma-teria, según el juicio de nuestros sentidos, de un es-pacio vacío, porque la misma Inteligencia concebidapor Laplace, aunque tan superior á la nuestra, nosa-bria de ello más que nosotros, y en esto reconocemoshaber llegado á uno do los límites infranqueables denuestro entendimiento.

Pero si hacemos abstracción de este límite funda-mental y admitimos la materia y la fuerza como da-'das y reconocidas, el mundo material, según antes hedicho, es desde entonces inteligible. La hipótesis deKant, que Mr. Helmholtz ha desarrollado ulterior-mente, aplicándole la teoría mecánica del calor, nosmuestra el sistema planetario saliendo del estado pri-mitivo de una nebulosa girando en el espacio. Vemos

(1) £1 autor no podía haeer aqui una crítica completa de las teoríassobre fuerza y materia, importándole sólo dar á ententer que hay enellas un misterio impenetrable.

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al globo terrestre girando en su órbita, como gota in-candescente ordeada de una atmósfera que no puedeimaginarse; le vemos en la inmensidad de los sigloscubrirse de una corteza solidificada de rocas primiti-vas, separarse la tierra del mar, y el granito, corroídopor las lluvias torrenciales saturadas de ácido carbó-nico, proporcionar la materia con que se formaran losterrenos de sedimento, ricos en potasa; vemos, enfia, nacer un estado de cosas donde la vida empieza áser posible.

¿Dónde y bajo qué forma apareció la vida por pri-mera vez? ¿Fue en las profundidades del mar, en formade légamo animado, idea que al parecer sugieren losdescubrimientos de Mr. Huxley, ó fue la luz del solque, conteniendo en mayores, proporciones los rayosultravioláceos, la hizo nacer en una atmósfera dondeabundaba el ácido carbónico? ¿Quién nos lo dirá jamás?La Inteligencia concebida por Laplace y provista de laFórmula universal podría decírnoslo. ¿Qué debe ocur-rir para que un ser vivo nazca de la combinación de lamateria bruta? Lo necesario para ello se reduce á mo-vimientos de moléculas que llegan á posiciones más ómenos estables y al establecimiento, bajo el imperio,tanto de fuerzas inherentes á las moléculas, como dofuerzas trasmitidas de fuera, de este cambio de la ma-teria esencial á la vida. Lo que distingue al ser vivo dela materia inanimada, la planta y el animal, conside-rado solamente en sus funciones materiales, del cristal,es, en último análisis, esto: En el cristal, la materia seencuentra en situación de equilibrio establo, mientrasque un flujo de materia se esparce al través del ser or-gánico, en el cual la materia se encuentra en estadode equilibrio dinámico más ó móno3 perfecto, siendoel balance unas veces positivo, otras nulo y otras ne-gativo. He aquí porqué el cristal, á menos de estarsometido á fuerzas extrañas, permanece eternamentelo que es. La existencia del ser vivo, por el contrario,dependo de ciertas condiciones exteriores, de la pre-sencia del oxígeno, del alimento, de cierto grado dehumedad y de calor, condiciones que la antigua fisio-logía consideraba equivocadamente como una especiede irritantes indispensables á la vida. El cambio de lamateria, que se. verifica sin cesar en los seres organi-zados, los pone en estado de transformar la energíapotencial en fuerza viva y vice versa, pero tambiénes la causa que les sujeta á una evolución temporal,terminando con la muerte del individuo.

Sin admitir diferencia esencial entre las fuerzasque obran en un cristal y las que obran en un ser or-ganizado, so comprende también por qué hay entreellos inconmensurabilidad; como la hay, entre unsencillo monumento arquitectónico, por ejemplo, unapirámide y una fábrica donde por un lado entranagua, carbón de piedra y materias brutas, saliendopor el otro ácido carbónico, agua, cenizas y los pro-ductos de sus máquinas. Puede además figurarse el

edificio construido de tal suerte, que sea divisible encierto número de partes semejantes al todo, como lo •es un cristal; la fábrica es un individuo en el sen-tido primitivo de la palabra, como lo es un ser orga-nizado, si se hace abstracción de las células y de ladivisibilidad de ciertos organismos.

Se equivocan los que, en la aparición de los seresorganizados en el globo, ven algo sobrenatural, algoque no sea un problema mecánico, extraordinaria-mente arduo. Este es uno de los dos errores que meimportaba señalar. No es aquí donde se encuentra e!otro límite de nuestro conocimiento de la naturaleza,como no lo es en el problema de la cristalización. Sipudiéramos realizar las condiciones pn que nacieronen oíros tiempos los seres organizados, como pode-mos hacerlo para corto número de cristales, no cabeduda alguna de que, conforme á la ley del Aclualis-mo (1), todavía se veria.hoy, como en antiquísimostiempos, nacer seres organizados. Pero aun en el casode no poder nunca observar un ejemplo no sospechosode generación "espontánea, con mayor razón no hayobstáculo obsoluto pars provocarla á voluntad en losexperimentos de laboratorio. Si la materia y la fuerzanos fueran comprensibles, el universo no dejaría deserlo para nosotros, aunque imagináramos el globocubierto de riquísima vegetación, desde l,i cintura deesmeralda que rodea su ecuador, hasta los últimos es-collos polares cubiertos de blanquecinos liqúenes,cualquiera que sea la parte que en el desarrollo delreino vegetal se conceda á las leyes orgánicas y á laselección natural. Sin embargo, para que está manerade ver sea licita, es preciso, por razones que prontose comprenderán,hacer abstracción del concurso que,según sabemos ya, prestan los insectos á la fecunda-ción de gran número de plantas. Además, el cuadromas rico que la pluma de un Bernardino Saint-Pierre,de un Humboldt, ó de un Póppig pueda trazar del as-pecto de la naturaleza en un bosque primitivo de lasregio; es equinociales, no presenta á los ojos de la filo-sofía natural sino materia en movimiento, y creo queesta es una nueva y sencillísima forma que puededarse.á la demostración de que no existe fuerza vitalen el sentido de los vitalistas.

Pero en cierta época del desarrollo de la vida en elglobo, época cuya fecha ignoramos y que además nonos interesa saber, surge alguna cosa nueva y desco-nocida hasta entonces, algo incomprensible, como laesencia de la materia y do la fuerza. El hilo de nuestrainteligencia de la naturaleza que asciende hasta e!tiempo infinito negativo, se rompo y nos encontramosfrente á ün abismo; en una palabra, tocamos al otrolímite de nuestro entendimiento.

Este nuevo fenómeno incomprensible, es el pensa-

(1) Véase el Elogio de Juan Muller por e¡ mismo autor, Berlín,

18iii, in 4.°, pág. 129.

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miento. Y voy á demostrar, si no me engaño, de unamanera perentoria, que no sólo en el estado presentede nuestros conocimientos el pensamiento no puedeexplicarse con ayuda de sus condiciones materiales,en lo que todo el mundo estará de acuerdo, sino tam-bién que, en virtud de la naturaleza de las cosas, jamáslo será. La opinión contraria, la de que no debe re-nunciarse á la esperanza de explicar el pensamientocon ayuda de sus conocimientos materiales, y que esteproblema podrá ser un dia resuelto por el espírituhumano, gracias á las conquistas intelectuales quehabrá hecho en el curso de los siglos, esta opinión esel segundo error que me propongo combatir en esteescrito.

Si en lo dicho hasta ahora y en lo que des-pues di-ga, empleo la palabra pensamiento, no es para expre-sar sólo los grados superiores de nuestra actividad in-telectual en todas sus modificaciones. Entiendo al con-trario por pensamiento, como Descartes, ia actividadintelectual en todas sus modificaciones, y mi proposiciónlas abraza todas, hasta la más sencilla, y, por decirloasí, la más baja en la escala. Para tener ejemplo deun fenómeno intelectual inexplicable con ayuda desus condiciones materiales, no es preciso figurarse áJames-Watt imaginando su paralelógramo, ó á Shaks-peare, Rafael ó Mozart creando sus obras maestras mássublimes. Del mismo modo que la acción muscular,más enérgica do un hombre ó de un animal, no esmás inexplicable en último análisis que una simplecontracción de una fibra muscular, única; de igualmodo que una sola célula secretoria contiene en suinterior el misterio de toda la secreción, la actividadintelectual no es más difícil de explicar en un principiocon ayuda de sus condiciones materiales, que esamisma actividad en su forma más rudimentaria, esdecir, que la sensación. Cuando al principio de la vidaanimal sobro la tierra, el ser más simple experimentópor primera vez un sentimiento de bienestar ó de pla-cer, el abismo infranqueable de que acabo de hablarse abrió, y el mundo fue-desde entonces doblementeincomprensible.

Pocos asuntos hay sobre los cuales se haya medita-do más asiduamente,' escrito y discutido con más pa-sión que la unión del alma y el cuerpo en el hombre.Todas las escuelas de filosofía, así como los Padresde la Iglesia, han profesado sobre este punto opinio-nes particulares. La filosofía moderna se ocupa menosde esta cuestión; pero sus principios en el siglo XVIIson fecundísimos en sistemas sobre la acción recíprocadel espíritu y de la materia.

El mismo Descartes se habia imposibilitado de com-prender esta acción estableciendo de pronto dos tesis.Sostenía, en primer lugar, que el cuerpo y el alma sondos sustancias absolutamente distintas una de otra,unidas por la omnipotencia do Dios-, y tocándose enun soló punto, porque el alma era inmaterial y sin ex-

tensión. Este punto, según Descartes, es la glándulapineal del cerebro. Descartes sostenía, en segundolugar, que la cantidad de movimiento presente en eluniverso es constante. Parece imposible, después deesto, que el alma ponga la materia en movimiento. Sin,embargo, cosa sorprendente, á fin de salvar el libre al-bedrío no titubeó en hacer que el alma moviese la glán-dula pineal en la dirección propia, para que, los espíri-tus animales (nosotros diriamos el agente nervioso) sedirijan á los músculos que deben contraerse. Recípro-camente, los espíritus animales, excitados por las im-presiones sensoriales, mueven la glándula pineal, y elalma que forma un todo con ella, percibe este movi-miento.

Los sucesores inmediatos de Descartes, Clauberg,Malebranche, Geulincx, se apresuran á reptificar unaequivocación tan palpable. Continúan sosteniendo laimposibilidad de una acción recíproca del espíritu enla materia, como de dos sustancias distintas. Paracomprender cómo, á pesar de ello, el alma mueve elcuerpo, y es á su vez impresionada por él, admitenque la voluntad del alma determina á Dios á modificarcada vez el cuerpo, según las necesidades del alma.Recíprocamente, las impresiones sensoriales que ex-perimenta el cuerpo, determinan á Dios á modificarcada vez el alma en armonía con estas impresiones.Únicamente es Dios, por tanto, la cansa eficiente delos cambios del cuerpo por el alma y vice versa: lavoluntad del alma y las impresiones sensoriales, sóloson causas ocasionales de actos sin cesar renovadosde su omnipotencia.

Leibnitz acostumbraba á dilucidar este problemasirviéndose de la imagen, originariamente inventada,según parece, por Geulincx, de dos relojes, cuya mar-chaba de ser perfectamente igual. Hay, dice, tresmodos de conseguir este resultado. En primer lugar,los dos relojes pueden influir uno sobre Otro por lasvibraciones que impriman á una base común, hastael punto de que su marcha sea idéntica, como ha ob-servado Huyghens; fenómeno que utilizó á principiosdel siglo Breguet para hacer más uniforme la marchade cada uno de ambos relojes. En segundo lugar, unode los dos relojes p.odria estar constantemente arre-glado por un relojero, para que su marcha fuera igualá la del otro. En tercero, el artista podría haber sidobastante hábil para hacer las cosas en un principio,de modo que los dos relojes, aunque independientes,anduvieran perfectamente de acuerdo. Por lo que tocaal alma y al cuerpo, se ha reconocido generalmenteimposible el primer modo de comunicación de las sus-tancias. El segundo, que responde al sistema de losocasionalistas, es indigno de Dios, á quien se hace in-tervenir como un Deux ex machina. Sólo queda eltercero, en el cual fácil es reconocer el sistema dela armonía preestablecida, imaginado por el mismoLeibnitz.

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Estos razonamientos y otros parecidos carecen devalor á los ojos de la filosofía natural de nuestros dias,y han perdido toda influencia en las opiniones mo-dernas á causa de la base dualística en que descan-san, conforme á su origen medio teológico. Sus au-tores parten de la idea del alma como de una sustan-cia absolutamente distinta del cuerpo, y se proponenexplicar su unión con el cuerpo, deduciendo que launión de ambas sustancias sólo ha podido verificarsepor un milagro, y que, aun después de este primermilagro, el acuerdo ulterior de ambas sustancias ne-cesita un milagro, ó renovado sin cesar, ó constitu-yéndose indefinidamente desde la creación. Presentanesta conclusión como una nueva verda<!, sin exami-nar bastante si acaso ellos mismos no han definidodesde un principio el alma, de manera á hacer im-posible una acción recíproca entre ella y el cuerpo.En una palabra, la demostración más concluyente enla apariencia de la imposibilidad de tal acción, dejaen duda si las premisas no son arbitrarias, y si elpensamiento no puede concebirse y explicarse comoefecto de ciertas combinaciones y de ciertos movi-mientos de la materia. Prueba de que no sucede así,y de que los fenómenos intelectuales jamás podránser explicados por medio de sus condiciones materia-les, se debe, pues, buscar independientemente de todaidea preconcebida sobre el origen de estos fenómenos.

Por conocimiento astronómico de un sistema ma-terial; entiendo un conocimiento de sus partes consti-tuyentes, de su situación respectiva y de sus movi-mientos, tal y como la situación y los movimientosde estas partes, en un instante dado, anterior ó futu-ro, puede calcularse con el mismo grado do certi-dumbre que la situación y los movimientos de loscuerpos celestes, suponiendo la exactitud absoluta delas observaciones astronómicas y la perfección abso-luta de la mecánica celeste. Para establecer las ecua-ciones diferenciales, cuya integración proporcionaríalas determinaciones deseadas, es necesario, y bastaconocer, por decirlo así, tres posiciones de las pactesconstituyentes del sistema, es decir, conocer la si-tuación de estas partes en tres instantes consecutivosseparaüos por dos intervalos de tiempo iguales infini-tamente pequeños. De la diferencia de los caminosrecorridos en los dos tiempos y descompuestos segúnlos tres ejes, se deducen las fuerzas internas del siste-ma y las exteriores que obran sobre él.

En nuestra impotencia de comprender lo que esla materia y la fuerza, el conocimiento astronómico deun sistema material es el conocimiento más perfectoá q¡ue podemos aspirar. Esta es la especie de conoci-miento con que habitualmente se contenta nuestranecesidad de remontar á las causas, y que la Inteli-gencia concebida por Laplace adquiriría, discutiendosu ¡fórmula universal con relación al sistema en cues-tiom, sin ser capaz de ir más allá.

Imaginemos ahora que hemos llegado al conoci-miento astronómico de un músculo, de una glándula,de un órgano eléctrico ó luminoso en estado de acti-vidad, de una célula vibrátil, de un vegetal, de unhuevo al contacto de la esperma, del embrión en cual-quier grado de su desarrollo; poseeremos entonces elconocimiento más perfecto posible de estos sistemasmateriales, y nuestra necesidad de remontar á lascausas estará satisfecha hasta el punto de no dejarnosnada que desear, si no es el comprender la esencia dela fuerza y de la materia. Contracción muscular, se-creción glandular, descarga del' órgano eléctrico,fosforescencia del órgano luminoso, movimiento vi-bratorio, crecimiento y actividad química en las cé-lulas del vegetal, fecundación y desarrollo del huevo;todos estos fenómenos, rodeados hoy de una oscuridadque desespera, serian tan inteligibles como los movi-mientos de los planetas.

Supongamos, por otra parte, que hemos llegado alconocimiento astronómico del encéfalo del hombre, ósólo al órgano análogo de una criatura inválida, cuyaactividad intelectual so limita á las sensaciones de bien-estar y de disgusto. En cuanto á los fenómenos ma-teriales del encéfalo, nuestra comprensión seria tanperfecta, y nuestra necesidad de ascender á las causasquedaría satisfecha en el mismo grado que respecto dela contracción ó de la secreción, suponiendo el conoci-miento astronómico de un músculo ó de una glán-dula. Los actos involuntarios que emanan de centrosnerviosos, sin estar necesariamente ligados á sensa-ciones, tales como los movimientos reflejos y asocia-dos, los movimientos respiratorios, la tonicidad, lanutrición, en fin, del cerebro y de la médula, nosserian completamente conocidos. Lo mismo sucederíacon los cambios materiales que coinciden siempre conlos fenómenos intelectuales, y que probablemente soncondiciones indispensables de ellos. Seguramente seriagran triunfo para la ciencia poder afirmar que tal fe-nómeno intelectual va acompañado de tales movimien-tos de átomos, determinados en ciertas células gan-glionales y en ciertos tubos nerviosos. Nada tan inte-resante como ver así, dirigiendo á nuestro interioruna mirada intelectual-, la mecánica cerebral corres-pondiente á una operación de aritmética, como la deuna máquina para calcular, ó saber solamente quémovimiento candencioso de átomos de carbono, dehidrógeno, de ázoe, de oxígeno, de fósforo, etCf, cor-responde al goce que nos procura la armonía musical;qué torbellino de parecidos átomos responde al pa-roxismo del placer, y qué huracán molecular acom-paña al horrible sufrimiento que causa la irritacióndel nervio trigémino ó trifacial.

La especie de satisfacción intelectual que nos pro-curan los elementos de la psicofísica creados porMr. Fechncr, ó las experiencias de Mr. Donders, sobrela duración de las operaciones primitivas del espíritu,

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N.° 36 B0IS-RE1M0ND. LOS LÍMITES DE LA FILOSOFÍA NATURAL.

hace presagiar cuál será nuestro trasporte al ver des-garrarse el velo que cubre ó envuelve las condicionesmateriales de los fenómenos intelectuales.

Pero estos fenómenos en sí mismos, aunque poseyó-ramos el conocimiento astronómico del cerebro, nosserian tan incomprensibles como ahora. A despechode este conocimiento, nos veríamos detenidos por di-chos fenómenos, como por algo inconmensurable. Elconocimiento astronómico del encéfalo, es decir, elmás íntimo á que podemos aspirar, nos revela tan sólola materia en movimiento, pero ningún arreglo, niningún movimiento de partes materiales puede servirde punto de partida para llegar al dominio de la inteli-gencia.

El movimiento sólo puede producir el movimiento,ó volver al estado de energía potencial. La energíapotencial á su vez, sólo puede producir movimiento,mantener el equilibrio, ejercer presión ó tracción. Lacantidad total de energía permanece con ello siempreigual En el mundo material nada puedo acontecer másallá de esta ley, y ella exige cuanto acontece, por in-significante que sea: el efecto mecánico es absoluta-mente igual á la causa mecánica que se agota en pro-ducirle. Así pues, los fenómenos intelectuales que sedesarrollan en el cerebro al lado y fuera de los cam-bios materiales que en él se verifican, carecen, parsnuestro entendimiento, de razón suficiente. Estos fe-nómenos permanecen fuera de la ley de causalidad, yesto, basta para hacerles incomprensibles, como loseria el movimiento-perpetuo si, lo que es imposible,llegara á realizarse. Pero hay otras razones, por lascuales estos fenómenos son incomprensibles.

A primera vista podría creerse que el conocimientode los cambios materiales en el encéfalo serviría parahacernos comprender ciertos fenómenos generales yciertas disposiciones particulares del espíritu. Talesson la memoria, la sucesión y la asociación de lasideas, el efecto del ejercicio, los talentos especia-les, etc. Pero á poco que se reflexione, compréndeseque estoes tan sólo una decepción, porque sólo nosilustra sobre ciertas condiciones internas de nuestravida intelectual, comparables á las que provienen deimpresiones sensoriales y no sobre la manera comoestas condiciones producen la vida intelectual.

Qué relación imaginable hay entre ciertos movi-mientos de ciertas moléculas en mi cerebro, de unaparle, y de otra los hechos primitivos, indefinibles,innegables siguientes. «Yo experimento dolor ó pla-cer; tengo sensación de lo dulce; percibo el olor de larosa; oigo un sonido del órgano; veo el color rojo» yla certidumbre de la deducción que se desprende nomenos directamente. «¿Luego yo existo?» No cabeduda de que nos es para siempre y absolutamente im-posible comprender por qué cierto número de átomosde carbono, de hidrógeno, de ázoe, de oxígeno, etc.,no es indiferente á la manera como están agrupados y

se mueven, como se agrupaban y se movian, como seagruparán y se moverán. No hay medio de concebircómo el pensamiento puede nacer de su acción combi-nada. Para que su modo do agrupación y de movi-miento no Íes fuese indiferente, seria preciso admitirque estaban dotados separadamente de inteligencia á lamanera de las mónadas; pero esto no seria explicar elponsamiento, y además no se conseguiría absoluta-mente nada con esta explicación de la conciencia desí mismo en el individuo.

No es necesario, después de esto, demostrar en de-talle que con mayor razón es y será siempre imposi-ble explicar los fenómenos intelectuales de un ordensuperior, con ayuda de la mecánica de los átomos ce-rebrales, suponiéndola conocida. Pero, según lo hehecho notar, es hasta .supórfluo hacer así intervenñ1

los grados superiores de la vida intelectual para au-mentar la fuerza de nuestro razonamiento. Este razo-namiento, por el contrario, gana en fuerza demostra-tiva por el contraste notable entre la ignorancia com-pleta en que el conocimiento astronómico nos dejaríarespecto á la producción de los fenómenos intelec-tuales ínfimos, y la solución también completa de losproblemas más sublimes del mundo material, que seriael resultado directo del conocimiento astronómico desus condiciones.

Un cerebro privado de conciencia por una razóncualquiera, por ejemplo, durmiendo sin soñar, nadatendría oculto para quien lo conociera astronómica-mente, y suponiendo igualmente conocido astronómi-camente el resto del cuerpo, toda la máquina humanacon su respiración, con los latidos de su corazón, suestática química, su caloricidad, seria completamenteconocida, exceptuando, por supuesto, la esencia de lafueeja y de la materia. El hombre que duerme, sinsoñar, es comprensible en el mismpogrado que elmundo antes de que en él hubiese pensamiento. Deigual modo que al experimentar la primera sensación,el mundo fue doblemente incomprensible, lo llega ásur el durmiente, al primer vislumbre de un ensueño.

La contradicción ¡nsoluble que existe entre la teoríamecánica del universo y el libre albedrío del hombre, ypor tanto, con la doctrina moral, es sin duda un hechoimportantísimo. Los pensadores de todos los tiemposhan sacado de él su dialéctica, y así sucederá hasta elfin de los siglos. Pero si se quiere negar el libre al-bedrío, no se podrá negar el dolor y el placer. Ade-más, el deseo que da la impulsión de obrar y porconsecuencia la ocasión de hacer ó de no hacer, vanecesariamente precedido de una sensación. Al pro-blema de la sensación, y no como he dicho otras ve-ces, al del libre albedrío, es donde conduce la mecáni-ca analítica.

He aquí, pues, el otro limite de nuestra filosofíanatural, que no es menos infranqueable que el prime-ro. La humanidad, desde hace dos mil años y á pesar

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de todos los descubrimientos de la ciencia, no hahecho más progreso esencial en la explicación de laactividad intelectual con ayuda de sus conocimientosmateriales, que en la explicación de la fuerza y de lamateria, y nunca conseguirá explicarlas. La Inteligen-cia concebida por el mismo Laplace, provista de suFórmula universal, parcceríase, en sus esfuerzos paravencer este obstáculo, á un aeronautn que se propu-siera llegar á la luna. En su universo, que no es sinomateria en movimiento, los átomos cerebrales ejecu-tan en silencio sus evoluciones. Esta Inteligencia con-taría las legiones do átomos y veria sus,movimientossin comprender el misterioso sentido. Los átomos nopiensan para ella, y á causa de esto, su universo,como antes hemos visto, permanece desprovisto decualidades.

Esta inteligencia nos da la medida do nuestra propiacapacidad, ó más bien de nuestra impotencia. Nuestroconocimiento de la naturaleza, se encuentra, pues,encerrado entre los dos límites que le prescribeneternamente, de un lado, la imposibilidad de concebirla esencia de la fuerza y de la materia, y de otro ex-plicar los fenómenos intelectuales con ayuda de suscondiciones materiales. Hasta dichos límites, la filoso-fía natural es dueña absoluta, analiza y construye ásu gusto y nadie puede decir el término de su sabi-duría y de su poder, pero cesa su imperio más alláde los citados límites, que jamás traspasará.

Pero si la filosofía natural se somete incondicional-mente á esta restricción de su dominio, si se resignacon humildad á ignorar lo que permanecerá eterna-mente oculto para ella, en cambio siente más profun-damente el derecho que le pertenece de examinar conlibertad y establecer, por vía ún inducción, las relacio-nes entre el espíritu y la materia, sin que entorpezcansu camino los mitos, dogmas y sistemas cuya autori-dad consiste en la antigüedad de su origen.

Ve en innumerables ejemplos condiciones mate-riales modificando la actividad intelectual. Su mi-rada, libre de preocupaciones, no descubre razón algu-na para dudar que las impresiones sensoriales no setrasmiten verdaderamente á lo que llamamos alma.Ve en el curso de la vida al espíritu humano crecer ydecrecer por decirlo así, con el órgano- donde residey aun al principio, según la teoría sensualista, no ad-quirir formas esenciales del pensamiento, sino en vir-tud de impresiones exteriores. Ve el alma en multitudde circunstancias depender del estado permanente ótransitorio del encéfalo; en el sueño y en el ensueño,en el síncope, en la embriaguez y el narcotismo, enel delirio de la fiebre y de la inanición; en la locura,la epilepsia, el idiotismo y la microcefalia, en multi-tud de estados morbosos. Ninguna preocupación teo-lógica le impide, como á Descartes, reconocer en las•almas de los animales y en la del hombre miembrosaparentes entre sí, aunque cada vez monos perfectos

de una misma serie de evolución. Al contrario, ve enlos vertebrados las partes del cerebro que los experi-mentos fisiológicos y las observaciones patológicasdenotan, como sitio de las facultades intelectuales su-periores, tomar un desarrollo proporcionado al deestas facultades. Al inmenso intervalo que separa lasfacultades intelectuales de los monos antropomorfosde las del hombre, señalado por el lenguaje, cor-responde un salto parecido en la proporción de lamasa cerebral. Por lo demás, la disposición distintade los mismos elementos histológicos en el sistemanervioso de los animales invertebrados, demuestraque en éste como en otros órganos, la cosa esenciales la naturaleza de los elementos constitutivos y nosu arreglo exterior. El naturalista pensador contem-pla con respetuosa admiración la masa microscópica desustancia nérvea donde reside el alma laboriosa, fie!al deber y vigilante de la hormiga. La teoría, en fin,de la evolución y de la selección natural, le inducená admitir que el alma en su origen tuvo nacimientocomo resultado de ciertas combinaciones de la ma-teria, y que quizá, á imitación de otras facultadeshereditarias y aprovechables al individuo en su luchapor la existencia, se ha elevado y perfeccionado cadadia más en el curso de innumerables generaciones.

Ahora bien; si los antiguos pensadores han recono-cido inexplicable ó imposible toda acción recíprocaentre los cuerpos y el alma, tal y como ellos se lafiguraban, y si la armonía preestablecida es el únicomedio de resolver el enigma de la acción de ambassustancias, es porque probablemente, imbuidos comoestaban de las preocupaciones de escuela, se formabandel alma una ¡dea errónea. Una conclusión en contra-dicción tan flagrante con la realidad de las cosas, de-muestra hasta la evidencia la falsedad de la proposi-ción de que lógicamente se desprende. En su parábolade los dos relojes, Leibnitz olvidó, como juiciosamenteha observado Mr. Fechner, la cuarta y más sencillade las soluciones del problema, á saber: que quizá losdos relojes, cuyo acuerdo so trata de explicar, no sonen el fondo sino un sólo y mismo reloj. La cuestiónde saber si llegaremos á comprender los fenómenosintelectuales con ayuda de sus condiciones materia-les, es distinta de la de si estos fenómenos son el re-sultado de dichas condiciones. La primera puede ne-garse sin prejuzgar la segunda, y con mayor razón sinnegarla paralelamente.

En el lugar antes citado, dice Leibnitz que el es-píritu, incomp.arablemente más perfecto que el espí-ritu humano aunque finito, que supone dotado.de ór-ganos y de medios técnicos de una perfección aná-loga, podria formar un cuerpo capaz de figurar un

I hombre. No dice que podría formar un hombre, por-que en su sistema, el autómata dS carne y hueso, quese figura sin alma, como Descartes se figuraba los ani-

| males, para ser un hombre le faltaría aún la mónada

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N.° 36 C. SOMMERVOf.EL.—EL SUICIDIO EN EL SIGLO XIX.

que, según Leibnitz, es el alma humana, y que ne-cesariamente se escapa al manejo mecánico. La di-ferencia entre las miras de Leibnitz y las nuestras,se advierte aquí con gran claridad. Imagínese quetodos lo? átomos que constituían á César en un mo-mento dado, en el paso del Rubicon, por ejemplo,sean con ayuda de un artificio mecánico puestos cadacual en su lugar, imprimiéndoles en dirección conve-niente la velocidad requerida. Según nosotros, en talcaso quedaría restablecido Cesar cuerpo y alma; elCésar artificial tendría desde e! primer instante lasmismas sensaciones, los mismos deseos, los mismospensamientos que su modelo en el Rubicon; su me-moria estaría llena de las mismas imágenes, gozaríalas mismas facultades hereditarias y adquiridas, etc.Figúrese el mismo efecto de fuerza mecánica, ejecu-tado en el mismo instante, con el mismo número deátomos de carbono, de hidrógeno, e ic , una vez, dosveces, muchas veces. ¿En qué se distinguiría el nuevoCésar y sus duplicaciones unos de otros en el primerinstante, si no era en el sitio en que hablan sido com-puestos? Pero la Inteligencia concebida por Leibnitzque hubiera formado el nuevo César y sus repeticio-nes, no comprendería cómo obran los átomos queella misma hubiera convenientemente puesto en su si-tio y lanzado con la velocidad requerida en la direc-ción necesaria, para producir los fenómenos intelec-tuales.

Recuérdese la frase sorprendente de M. CarlosVogt que, hace unos veinte años, d¡ó ocasión á unaespecie de torneo filosófico. «Todas las facultades,dé*cia, que comprendemos bajo el nombre de actos in-telectuales no son en el fondo sino funciones del cere-bro, ó, para formular esta verdad de una manera másgrosera, los pensamientos son al cerebro, lo que labilis al hígado y la orina á los ríñones.» Esta frasechocó al mundo no médico, porque la comparacióndel pensamiento con la orina parecióle degradante;pero á los ojos de la fisiología no existe gradación es-tética de órganos y de funciones en. la máquina ani-mal. Para ella, la función de los ríñones tiene unadignidad científica igual á la de la función del ojo,del corazón ó de cualquiera otra parte llamada noble.No se puede criticar la tesis de M. Vogt en cuanto.considera la actividad intelectual como resultado decambios correspondientes en la materia del encéfalo;pero se censura que su manera de expresarse induzcaá la creencia de que la actividad intelectual podría ex-plicarse por la estructura del encéfalo, como ia activi-dad secretoria por la estructura de la glándula.

Donde las condiciones materiales do los fenómenosintelectuales faltan, es decir, donde no hay sistemanervioso como en las plantas, el filósofo no admite lavida intelectual, y generalmente no encuentra objecio-nes en este punto. ¿Pero qué se le respondería si antesde admitir la existencia de una Inteligencia que fuese

al universo lo que el alma es al cuerpo, pidiera que sele enseñara en alguna parte del mundo un conjunto desustancia nerviosa, alojada en el neurilema y bañadade sangre arterial, á la temperatura y presión nece-sarias; de un volumen, en fin, que responda á la po-tencia intelectual que se acostumbra á atribuir á estaInteligencia?

En último lugar surge la cuestión de si los dos li-mites de nuestra filosofía natural, no son quizá unomismo, es decir, si siéndonos conocida la esencia de lafuerzo y de la materia, no' comprenderíamos por ellomismo y como su substratum, común acaso en cier-tas condiciones, el sentir, el querer y el reflexionar.Esta manera dé ver, es sin duda la más sencilla, y elmétodo científico exige que hasta más amplia infor-mación se la prefiera á la de sernos, coma antes hedicho, el universo doblemente inexplicable. Pero lanaturaleza de las cosas rodea también esta, cuestión deun misterio impenetrable, y la discusión acerca deella sólo produciría razonamientos inútiles.

Respecto á los enigmas del mundo material, el filó-sofo está acostumbrado á dictar con varonil resigna-ción el antiguo veredicto escocés Ignoramus. En lacontemplación do la cañera victoriosa que le ha pro-porcionado el convencimiento tácito de lo que aúnhoy ignora, puede ó podría al menos, en ciertas con-diciones, saber lo que sabrá quizá algún dia. Pero res-pecto á la cuestión de lo que es fuerza y materia, ycómo ellas hacen nacer el pensamiento, preciso es quede una vez para siempre se resigne á este veredicto,mucho más difícil de pronunciar:

¡Ignorabimus!

BOIS-REIMOND._ Catedrático de la Universidad de Berlín.

EL SUICIDIO EN EL SIGLO XIX.

Una revista alemana (HistoHschpolitische Blüt-ter, de Munich, tomo LXXIV, pág. 370-391) acabade publicar un estudio tristemente instructivosobre uno de los grandes males de la sociedadcontemporánea. No vamos á reproducirlo porcompleto, pero sí á tomar de él algunas de susconsideraciones y los cuadros estadísticos quecontiene.

Los progresos de la civilización moderna no sepueden negar, pero guardémonos de la fascina-ción que ejercen en nuestros sentidos; guardémo-nos, sobre todo, de creer que sean la medida denuestra moralidad. Bajo un exterior brillante, bajoformas seductoras, bajo perfumada cubierta, ocul-tan un fondo de corrupción que espanta á todo

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observador formal ..¿El crecimiento de la corrup-ción crece en razón directa de los progresos de lacivilización? ¿La civilización engendra necesaria-mente la corrupción? Sí; donde el catolicismo nomarcha necesariamente al frente del progreso. Lafalta de religión arrastra fuera de los senderostrazados por los mandamientos de Dios; la impie-dad, el materialismo, el ateísmo, hasta la indife-rencia misma desvian á los individuos y con ellosá las sociedades. Grecia, en tiempo de los soíis-tas; Roma, bajo el cesarismo y el pretorianismo,han obedecido á esta ley. Sábila es la profundacorrupción á que llegó la capital del mundo.¿Puede suceder otra cosa cuando todo se sacri-fica á la satisfacción de los sentidos? Los carac-teres se debilitan; lo serio de la vida deja el puestoá ln frivolidad; los beneficios de la educación y dela cultura individual se cambian por si mismos envensno; la nobleza del corazón desaparece, y lamás vulgar moralidad se tiene por virtud de otrostiempos. ¿Qué fuerza puede encontrar entoncesen sí ó alrededor de sí un hombre tan degene-rado, cuando llegan los dias de prueba, cuando laedad del goce ha pasado, cuando la fogosidad delas pasiones ha dejado un vacío horrible en el co-razón? La desesperación sobreviene, y de la des-esperación al suicidio, sólo hay un paso.

Las sociedades cristianas son en este punto pa-recidas á las sociedades paganas, cuando hanpuesto en el último rango de sus intereses los delalma. Puéblanse de individuos que buscan en unamuerte voluntaria el olvido de sus males y levan-tan mano sacrilega contra la vida, este beneficiodel Creador. A medida que la fe se pierde, aumentael número de suicidios. Esta plaga, por sus alar-mante progresos, ha excitado las investigacionesde los aficionados á la estadística: estudiemos losresultados obtenidos.

Balbi ha formado la siguiente tabla relativa álos diez primeros años de nuestro siglo:

Habitantes

Estados-Unidos; un suicida por cada... 7.797Prusia 14.404Inglaterra 16.130Francia 20.724Austria 25.900Bélgica , 30.500Italia 57.480España 108.870Portugal 142.857

Estos datos no son exactos aplicados al dia dehoy. Han trascurrido cincuenta años, y hé aquílos resultados que dan, en los diez últimas, lasmejores estadísticas y los informes oficiales:

Habitantes.

antones protestantes de Suiza; un sui-cida por cada 3.896

Reino de Sajonia 4.166Dinamarca 5.529Provincias protestantes de P rus i a . . . . . . 5.264ídem católicas 14.285Inglaterra 8.980Parte católica de Baviera 20.000ídem protestante 6.660Francia 10.580Austria 16.980Bélgica .' 25.000Italia 48.000España 98.200Portugal 100.000

Para Francia, en particular, M. Hipólito Blanc,ha encontrado la siguiente progresión:

1826—1830, término medio por año1831—18351836—18401841—18451846—18501851—1855

Suicidas.

1.7392.2632.5742.9513.4663.639

Se ve, pues, con espanto, dice M. Blanc, el nú-mero, siempre creciente, de suicidas en nuestrapatria. ¿Qué se diria si estos cálculos llegasen ánuestros dias? La estadística de 1872 arroja, enefecto, un aumento horrible. Durante el año hahabido 5.2h/5 suicidios, y, sin embargo, el autoralemán, del cual tomamos estos detalles, no temeafirmar que otros pueblos deben estar más alar-mados por lo que pasa en su seno. «Hay, en efec-to, dice, países que marchan delante de Franciaen este lúgubre camino. Prusia, por ejemplo,hace ya muchos años que cuenta más suicidiosque Francia: desde 1856 á 1860 ocurrieron al año,por término medio, 120 suicidios por cada millónde habitantes, número que subia á 150 en 1869según el último cuaderno del Zeüschrifi des statis-tischen fiureau's. La, corrupción de Francia, que,nosotros, habitantes del reino del temor de Dios yde las buenas costumbres, atacamos con tan desde-ñoso fariseísmo, no es superior á la nuestra,porque, según las afirmaciones de los médicos ylos cuadros de la estadística, puede considerar-se axiomático, que cuanto más refinada es la ci-vilización, más crece la irreligión, más se extien-de la semi-educacion y más aumentan los sui-cidios.»

He aquí el cuadro comparativo de los suicidasdesde 1836 á 1855 en algunas naciones:

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N.° 36 C. SOMMERVOGEI.. EL SUICIDIO EN EL SIGLO XIX.

Austria Sa- Dina-Francia, alemana. Prusia. Bélgica, jonia. maroa.

Año 1836...— 1837...— 1838...— 1839...— 1840...— 1841...— 1842...— 1843...— 1844...~ 1845...— ,1846...— 1847...— 1848...— 1849...— 1850...— 1851...— 1852...— 1853...— 1854...— • 1855...

2.3402.443

2.5862.747

2.752

2.8142.866

3.020

2.9723.0823.1023.647

3.3013.5833.596

3.5983.676

8.415

3.7003.810

»534»

486550»587588»596611670589452454552637705770721

1.436

1.5021.4531.4741.484

1.630

1.5981.720

1.8751.7001.707

1.852

1.6491.527

1.7431.816

20731.942

2.1982.351

189165167192204240220»

242255216247251278275241253231189166161

214 "264261246336290318420 .

335338'373379398328390402530431547568

241269592297261337317301285290376345305337340401426419363399

Conviene relacionar con estos datos la ciframedia de la población de las diversas naciones.Francia 35.000,000Austria alemana 11.590,000Prusia 15.000,000Bélgica 4.250,000Sajonia : 1.770,000Dinamarca 2.250,000

Atendiendo á la escala de las cifras más recien-tes de suicidios, las naciones se encuentran eneste orden: 1.° los cantones reformados de Suiza;2." el reino d<s Sajonia; 3.° Dinamarca; 4.° Suecia;5.° los Estados Unidos de América del Norte; 6.°Prusia; 7.° Francia; 8." el ducado de Badén; 9.° In-glaterra; 10.° Baviera; 11.° Austriaalemana; 12.°Rusia; 13.° Bélgica; 14.° Hungría; 15.° Italia; 16.°Dalmacia; 17.° Croacia; 18." España; 19.° Portugal.

El articulista alemán atribuye cinco causasprincipales á los suicidios, y somos de, su opinión;

1." Las vejaciones ó la opresión. En esta clasese comprenden los suicidios: 1." de los criados do-mésticos, desesperados por la arrogancia, la tira-nía, la grosería ó los caprichos de los amos. Hol-der refiere, que, desde 1851 á 1856, hubo enStuttgard.de 52 casos de suicidio, 9 de criados,y Wagner asegura que en Hamburgo, Berlin yBrema hubo el doble; 2." de los odreros á quienesun trabajo excesivo, mal retribuido, alimento in-suficiente, numerosa familia, la miseria siempreen aumento á causa de la carestía de artícu-los ú objetos de primera necesidad, conducen áprivarse de la existencia; 3." de los soldados- Elrigor del servicio militar, acrecido por la rudeza

de los jefes, el aburrimiento de la vida de guar-nición ó de cuartel, la nostalgia, la bebida diez-man el ejército. Casper señala desde 1831 á 1838,40 suicidios por cada 100.000 hombres. Se ha ob-servado que la caballería daba mayor número,después la infantería, y últimamente la artilleríay los ingenieros.

El último informe publicado por l'Army medí- 'cal Deparlement, da los siguientes detalles sobroel ejercito inglés, de 1862 á 1871: de un efec-tivo medio de 174.700 hombres, 66,3 Suicidas,ó sea 3,79 por 10.000, ó 1 por cada 2.639 sol-dados. El ejército belga da 4,50 por 10.000; elfrancés 4,70; el prusiano 6,10; el austríaco 8,5LEn lo que concierne al ejército inglés empleadoen el Reino Unido, se observa que las tropas dela administración son las que arrojan mayor nú-mero de suicidios (8,64 por 10.000). Después vienela caballería de línea, 4,98; la artillería 3,43 y lainfantería 3,0.9. Los suicidios son, por el contra •rio, bastante raros en la guardia dea pié, los in-genieros y la caballería de la guardia (Journal dela Societe de statistiqne de París, Setiembre, 1874,pág. 250-252).

2.a El abuso de bebidas espirituosas.3.* El libertiiiaje y las pasiones vergonzosas.

Esta causa influye esencialmente en los grandescentros de población, y «desde que Berlin se en-trega con mayor desenfreno al culto de Astarté,»el número de suicidios aumenta considerable-mente Hé aquí algunas cifras correspondientesal año 1865:

Paris, 1.863.000 habitantes, 706 suicidios;.1 por2.638 habitantes.

"Vjgna, 580.000 habitantes, 120 suicidios; 1 por5.000 habitantes.

Londres, 2.250.000 habitantes, 567 suicidios;1 por 4.400 habitantes.

En Berlin, en Julio de 1855, durante 14 dias,48 suicidios; eu 1871, el 4 de Noviembre 3; el 24de Agosto del mismo año hubo 4 casos. En Stütt-gart, de 1846 á 1851, de 49 suicidios, 27 seguuHftlder fueron á causa de enfermedades vergon-zosas.

4.a La pasión por las riquezas.5.a La irreligión 6 la indiferencia religiosn.

Sólo hay una religión que pueda apoderarse detodo el hombre y subyugarle, alimentar su inteli-gencia por la verdad, ennoblecer su corazón porsu moral y fortificarle por la gracia; sólo hay unareligión que disipe la duda, cuya fe esté asegu-rada y dictada por una autoridad infalibre; la re-ligión católica. «Una religión sin creencias rigu-rosas, dice un protestante, el médico Reich, unamoral que confunda la moralidad con la decen-cia, favorece los suicidios.» Los estadistas, dice,

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afirman unánimemente que este mal es más fre-cuente en los protestantes que en los católicos.Adolfo "Wagner, que es también protestante, seexpresa en esto3 términos: «El suicidio está ensu apogeo en los países protestantes de la nacio-nalidad alemana, es más raro don.le están mez-clados los cultos, y mucho más donde sólo haycatólicos, pertenezcan á la raza céltica ó á la razalatina.»

El siguiente cuadro apoya con elocuencia estasafirmaciones. La base del cálculo es un millón dehabitantes, y las observaciones se extienden desde1856 á 1860.

Suicidas.

Cantón reformado de Ginebra 265Reino protestante de Sajonia 245Dinamarca 221Gran ducado de Mecklburgo - 162Ruino de Hannover 137Las cinco sextas partes de la población

protestante de la Hesse 134Prusia, más que á medias protestante. . . . 122Francia, católica 111Badén, dos terceras partes católica -108Nassau, la mitad católica 102Wurtemberg, dos terceras partes protes-

tante 85Baviera, dos terceras partes católica 72A ustria alemana, católica 64Bélgica, católica 47Hungría, católica, salvo la quinta parte. . 30Italia .' 20Dalmacia •. 11España 10Portugal 7

En este cuadro resalta la influencia bienhechoraque la religión ejerce para impedir el suicidio.Bélgica es tan civilizada como el cantón de Gi-nebra y como Sajonia, y, sin embargo, la católi-ca Bélgica cuenta cinco veces menos suicidios queGinebra la reformada y la protestante Sajonia.Comparad Prusia á Austria, Baviera á Hannover,y veréis el mismo ,-esultado. Lo mismo se deducede la comparación entre las partes protestantes ycatólicas de un mismo reino. Así, pues, Prusia,desde 1856 á 1850, arroja los siguientes datos porcada millón de habitantes:

Suicidios.

Provincia católica del Rhin 52_ — de Westphalia 63— — de Posen 68— mixta de Prusia 100— — de Silesia 152— protestante de Brandeburgo 176— — de Sajonia 215

La diferencia es aún más notable cuando secomparan los distritos protestantes y católicosde una misma provincia. En el citado período,1856 á 1860, en el distrito católico de Munsterhan ocurrido anualmente, por término medio, 44suicidios, y en el protestante de Arnsberg 87.En Baviera por cada millón de habitantes secuentan:

Suicidas.

En la Franconia de en medio (mixta) 126En la-A.lta Franconia : 107En la Alta Baviera (católica) 44En la Baja Baviera 25

El diario de la oficina de estadística en Prusia(1871) asegura que han ocurrido en todo el reino,según los datos de los registros parroquiales,3.554 suicidios en todo el año de 1869. Este gua-rismo lo forman 2.931 protestantes, 390 católicosy 24 judíos: esta distinción por el culto no hasido hecha respecto á todas las provincias. Resul-ta, pues, por cada 100.000 habitantes 18 suicidiosde protestantes, apenas 7 de católicos, y 9,5 dejudíos. En Baviera, según Kolb, porcada 100.000habitantes hubo en 1866 más de 15 suicidios deprotestantes, más de 14 de judíos, y apenas 5 decatólicos.

El frecuente aumento del suicidio entre los ju-díos modernos se explica porque van al frentedel movimiento de corrupción que nos arrastra.El egoísmo sin entrañas, la sed de goces, la usu-ra, el odio de religión, forman en gran número deellos el fondo del carácter. ¿Se quiere continuareste triste estudio y examinar la proporción desuicidios con relación á ambos sexos? Pues seencuentra en la relación de 3 á 4,5. Así, pues, de1856 á 1860 ocurrieron:

En Francia, 100 suicidios de mujeres por 326de hombres.

En Dinamarca, 100 suicidios de mujeres por380 de hombres.

En Austria alemana, 100 suicidios de mujerespor 460 de hombres.

En Prusia, 100 suicidios de mujeres por 417 dehombres.

¿De dónde procede para nuestra desgraciadapatria la vergüenza de figurar al frente de estatriste lista? El autor alemán lo atribuye al mayornúmero de esas mujeres que se emancipan detodo lazo religioso y moral, tomando á ambossexos sus vicios y convirtiéndose en monstruos,cuyos sangrientos ejemplos se han visto en losdias de la Commune de 1871.

Estos detalles me hubieran hecho retroceder,de no encontrar en ellos nuevos motivos para po-ner de manifiesto la gloria y justicia de nuestra

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N.° 36 W. DE FONVIELLE. LA TIERRA FRANCISCO-JOSÉ.

santa religión. No basta seguramente para impe-dir á uii miserable desesperado terminar violen-tamente su existencia, pero no temo asegurarque si entre todos esos suicidas que han recibidoel agua del bautismo, hay alguno que practicarasus deberes religiosos, estaba ciertamente ata-cado de demencia al cometer el crimen.

(Eludes religieuses,ques et litteraires.)

C . SOMMERVOGFX,

De ía Compañía de Jesús.

it/ues, histori-

LA TIERRA FRANCISCO - JOSÉ.Últimas exploraciones en los mares boreales.

Los esfuerzos hechos por los americanos para lle-gar á la conquista del polo Norte, no podían ser in-diferentes á los austro-húngaros. En í872 se formóen Viena una sociedad parecida á la que el desgra-ciado Gustavo Lambert había organizado en Paris.

Decidióse armar una expedición para hacer el peri-plo del Océano glacial á lo largo de las costas delAsia. Aunque esta parte del globo está señalada ennuestros mapas, los geógrafos ignoran por completosu contorno. Acerca de las regiones situadas alOriente de Nueva-Zembla hasta el mar de Behring,sólo se tienen relatos inexactos y fabulosos.

Se eligió el vapor Tegheítoff, y se puso bajo elmando de dos oficiales ya acostumbrados á las explo-raciones árticas, el teniente de navio Weyprecht, yel subteniente Payer. El Estado Mayor comprendíados oficiales déla marina imperial, un maquinista -jefe y un médico.

Dos capitanes mercantes, uno austríaco y otro no-ruego, se engancharon como jefes de la tripulación;escogiéronse los marineros entre los más robustos yaptos de la marina austríaca, y hasta se creyó con-veniente unir á la expedición un guía de los Alpes yun cazador de gamuzas, así como cierto número deperros robustos para arrastrar los trineos.

Verificóse la partida en el mes de Junio de 1872 enBrema. Después de haber tocado en Tromsoo, losaustro-húngaros se trasladaron á Nueva-Zembla, desdedonde se recibieron noticias por uno de los organiza-dores de la expedición, que los abandonó en el mo-mento en que iban á internarse en las regiones des-conocidas. Desde entonces no se volvió á oir hablardel Teghettoff.

Pasó el tiempo, y á principios de 1874 extendióseen Europa el rumor de que el Teghettoff habia naufra-gado sin haber podido llegar al estrscho de Behring,y que su tripulación debía hallarse en las costas deNueva Zembla. M. Smith, rico y atrevido explorador

inglés, quo todos los años va i pasearse á los maresglaciales en su sloop (balandra) de vapor Diana, salióde Dundee para ir en busca de los náufragos. Peroantes que el Diana estuviese de regreso en Tromsoé,llegaron los austro-húngaros á bordo del schooner(goleta) Nicolás, capitán Fedor Varonin. Habían sidorecogidos en los hielos de ía Nueva-Zembla despuésde haber experimentado aventuras muy extraordina-rias y hecho un gran descubrimiento absolutamenteinesperado.

El Teghettoff era un vapor de 220 toneladas y 78caballos de fuerza, que llevaba bastante carbón en sucala para marchar unas 1.000 horas con una velocidadde seis ó siete nudos. Sin embargo, habia sido cogidopor los hielos y arrastrado hacia el Norte, sin haberlopodido evitar. Así llegó frente á una tierra alta, cu-bierta de montañas y de glaciares, y se víó obligadoá invernar al largo, por 79° ,61 de latitud y 50° delongitud oriental.

Los marineros emplearon el año 1873 en reconoceraquella tierra, que es muy larga, cubierta de altasmontañas y casi enteramente desprovista de vegeta-les y de animales. Las rocas están constituidas condolerita, especie de roca granitiforme que se componede feldespato, piroxeua y subtitanato de hierro; losglaciares que cubren las elevadas cimas de ti á tí.000pies, tienen un desarrollo prodigioso. Esta tierra, alacual los austro-húngaros han dado el nombro deFrancisco-José, se extiende más de 10 grados delongitud. Elévase hasta el grado 83 de longitud bo-real, es decir, un grado más al Norte de las regionesoceánicas donde llegó Parry. Excede de la latitud delos descubrimientos del capitán Hall en el mar deBaffín^EI cabo que la termina por el lado del Nurte hasido explorado por los navegantes.

Nunca se ha aproximado nadie- tanto al polo boreal,del cual el cabo sólo está á 7 grados.

Encuéntrase el cabo on un Océano, del que no seconocen los limites, pero no se puede decjr si se ex-tiende hasta el polo, ó si al Norte de la isla Francisco-José se une á algana otra tierra todavía desconocida.Lo que se sabe es que las maderas flotantes son muyraras ec aquellos parajes, y que el hielo no parece ha^ber sido arrastradopor las corrientes del extremo Nor-te, sinoque presenta todos los caracteres do haber sidoformado en su sitio. El mínimum de frió ha sido muyriguroso, pues el termómetro llegó á señalar á bordodel Teghettoff hasta t>0° centígrados bajo cero, y to-davía era más fuerte en la isla Francisco-José. Sin em-bargo, la tripulación, on dos años de campaña, no haperdido más que un hombre, el maquinista OttoKrisch, víctima de la tisis.

W . DE FONVIELLE,

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30 REVISTA EUROPEA. 1 .° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 3 6

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Congreso de Belfast.

Observaciones pltmométricas.—Las mayores lluvias en Inglaterra.—Es-trellas errantes. —Fenómeno curioso.—Influencias de las teorías diná-micas en el desarrollo de la química.—La teoría de los átomos.—Ladoctrina cartesiana.—El hombre-máquina.

M. Symmonds lee una Memoria del comité depluviómetros, haciendo constar hechos del mayorinterés. Alaño.excepcionalmente lluvioso,de 1872ha seguido el 1873, excepcionalmente seco, desuerte que la cantidad de agua recogida en esteúltimo no llega á la mitad de la obtenida en elprimero. Desde hace dos siglos que empezaronlas observaciones pluviométricas en Inglaterra, •no ha habido ejemplo de una abundancia de aguastan grande como en el año 1872.

—M. Glaisher da lectura de una Memoria ennombre del comité de meteoros luminosos, des-cribiendo las investigaciones de que han sido ob-jeto los radiantes de las estrellas errantes, y ha-ciendo constar que los meteoros errantes parecenrecorrer los mismos caminos celestes que los co-metas; pero las observaciones son poco numero-sas para que las conclusiones puedan ser conside-radas como definitivas. El capitán Tupman, unode los viajeros que han partido para observar elpaso de Venus, reconoce más de 102 radiantes.El mayor meteoro del año ha pasado por encimade Austria y ha estallado, dejando oir un ruidobastante perceptible. Su altura pasaba de 100 ki-lómetros desde su aparición. Este bólido ha de-jado depósitos de azufre, que se han encontradoen sitios en que no se habia demostrado su paso,y esta es la primera vez que se observa un fenó-meno de este género,

—El doctor Brown, presidente de la sección dequímica, pronuncia un extenso discurso sobre lateoría de las sustituciones y la influencia que lasteorías dinámicas ejercen en el desarrollo de laquímica. Las conclusiones del sabio profesor dela universidad de Edimburgo no distan mucho deías de su colega el reverendo Jellet. Sin embargo,el doctor Brown está lejos de considerar comoagotada la doctrina de Berzelius, y á propósitode la teoría electrfc-química hace reservas análo-gas, pero más explícitas, á las de M. Wurtz en elCongreso de Lila, cuyo magnífico trabajo titula-do La teoría délos átomos en la concepción generaldel mundo, hemos publicado en él número 29, pá-gina 340, deltomo n de la REVISTA EUROPEA.

^-El profesor Huxley pronuncia un discursosobre la hipótesis de que los animales son má-quinas, y sobre su historia. El sabio profesor,con un talento de exposición que' ha excitado ge-neral admiración, ha intentado resucitar la doc-trina cartesiana y extenderla hasta el hombre.Aunque él no lo declara expresamente, se puededecir que Huxley es hijo espiritual de De la Me-trie, y que las conclusiones del hombre-máquinano le asustan. M. Huxley hace un llamamientoelocuente á la tolerancia universal en favor de lasdoctrinas que tienen un fin laudable y útil, puesconsisten en buscar y conocer la verdad.

—Los demás trabajos no se prestan á un, su-mario análisis por su interés exclusivamente téc-nico. El número de Memorias y trabajos científi-

cos presentados ha excedido con mucho al de losexaminados en los Congresos anuales anteriores.

Academia de Ciencias de Paris.

LA TEMPERATURA DEL SOL.Experimentos hechos á diferentes alturas me

han permitido evaluar la intensidad do. la radia-ción solar, debilitada por su paso á través de laatmósfera, y me han dado como temperatura efec-tiva del sol, corregida la influencia de la atmós-fera, 1.550o...

Por regla general, cuando en un cuerpo exis-ten radiaciones calóricas ó luminosas , esas ra-diaciones no proceden solamente de los puntospertenecientes á la superficie exterior del cuerpo,sino también de los puntos situados á cierta pro-fundidad debajo de la superficie, de modo quehay que considerar siempre una capa radiante decierto espesor. Se puede, pues, legítimamenteaplicar al sol, cualquiera que sea su constituciónexterior, la definición ordinaria de una superficieradiante. El espesor de la capa radiante en cadapunto'se definirá, como de costumbre, por.la dis-tancia á la superficie exterior de los últimos pun-tos cuya radiación sea sensible más allá de estasuperficie. Se llamará entonces temperatura de lasuperficie en un punto, á la temperatura msdia dela capa radiante (por espesa que sea) en ese pun-to, y la temperatura media verdadera del sol seráel término medio entre las temperaturas de losdiversos puntos de la superficie. El poder emi-sivo del sol, en un punto dado de la superficie,será la relación, entre la intensidad de la radia-ción emitida en ese punto y la intensidad de laradiación que emitiría un cuerpo dotado de poder,emisivo igual á la unidad y llevado á la tempera-tura de la superficie del sol en el punto contem-plado; de suerte que la temperatura verdadera delsol se puede también definir, «la temperatura que»deberia tener un cuerpo del mismo diámetro«aparente que el sol, para que ese cuerpo, dotada»de un poder emisivo igual al poder emisivo me->dio de la superficie solar, emita en el mismo«tiempo igual cantidad de calor que el sol...»

Experimentos hechos en las forjas de Allevardcon mi actinómetro, pero por el método dinámico,me han permitido determinar el poder emisivodel acero en fusión, tal como sale, en una tempe-ratura de 1.500 grados, del horno de Martin Sie-mens. Si se admite que el poder emisivo mediodel sol es sensiblemente igual al del acero en fu-sión, determinado, como yo acabo de hacerlo, enlas condiciones mismas de mis experimentosacerca del sol, se llega á una temperatura mediaverdadera de la superficie del sol de 2.000 grados.

M. J. VIOLLE.

Instituto antropológico de la Gran Bretañaé Irlanda.

El director da lectura de una Memoria del doc-tor A. P. Reíd, profesor de la universidad de Ha-lifaz, Nueva Escocia (América inglesa), sobre lascreencias religiosas de los indios Saltores ú Oji-bois, que forman en la actualidad las tribus limí-trofes al Canadá. Estos indios, que habitaban

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N.° 36 A. P . REÍD. LAS CREENCIAS DE LOS INDIOS OJIBO1S.

primitivamente á orillas del lago Superior, emi-graron á los alrededores del lago Winnepeg, y sehan establecido allí á instigación de la antiguacompañía de pieles del Noroeste, que había reco-nocido su gran habilidad como cazadores.

El doctor Reíd, que ha pasado ocho meses en-tre ellos, nos dice que no poseen, por regla gene-ral, caballos, y que pasan la vida cazando en losbosques ó pescando en las aguas del lago. Espe-cialmente los jóvenes no quieren decir sus nom-bres, y cuando se les pregunta contestan que sellaman Meche (padre), Bear (oso), John ó Tom.Creen que los nombres pueden indicar, hastacierto punto, la condición de las personas en estavida y en la otra, lo cual no debe revelarse hastaque los jóvenes hayan sido elevados á la dignidadde hombres y cierta ceremonia particular leshaya desgarrado el velo del porvenir. Con efecto,en cierta época, cada joven, después de una se-mana pasada en festines, se retira á algún sitiosolitario para entregarse al sueño, ó mejor parasoñar. Permanece tres, cuatro, cinco días, y áveces más, sin tornar alimento, y cuando está su-ficientemente débil, ve al gran Espíritu que se leaparece y le revela una parte de su porvenir.Cuanto más largo ha sido el ayuno, más extensasson las revelaciones. Un indio, que había recibidoel sobrenombre de Co-se-se-kan-eh-kway-kaiv-po(el hombre que de pié llega hasta el cielo), sepersuadió por las revelaciones de que seria algúndia el jefe de todo el país que se extiende desde el

• lago Winnepeg, al Este, hasta los lagos Mani-toba y Winnepegoos, al Oeste, y soportaba, alen-tado por el Espíritu, todas las miserias y todaslas vicisitudes de la vida. Otro, llamado Caugh-ske-kaw-bunk (los rayos que se ven en el hori-zonte antes de salir el sol), habia recibido delSer Supremo el aviso de que llegaría á ser el guiade su tribu, y que su gloria seria tan grande comola del sol saliente; y mientras llegaba este caso,ejercía la profesión de mágico , y M. Reid le viopasar trabajos horribles.

Desde que estos indios se han mezclado conlos blancos, varios de ellos han renunciado á lascostumbres de sus antepasados ó sólo las practi-can en secreto; pero temen ante todo el ridículo,y mirando á los blancos como incrédulos, noquieren darles detalles de sus ideas y de sus cere-monias religiosas; así es, que Al. Reid ha tenidomucho trabajo para reunir los materiales de suMemoria. Sin embargo, ha podido observar entrelos indios una creencia muy firme en una vidafutura, que es la contrapartida exacta de la vidaterrestre, pues el mundo de los espíritus está po-blado de los mismos animales, de las mismasplantas y de los mismos objetes que el mundo Jeaquí abajo; pero todos esos seres ó todas esas co-sas, bajo una forma inmaterial y visible sola-mente para los ojos del espíritu. Después de unaestancia más ó menos larga en este mundo, loshombres, los animales, las plantas, y hasta losobjetos inanimados, desaparecen y van á otromundo donde subsisten eternamente. En virtudde esta creencia, los Ojibois entierran con el cadá-ver de un guerrero sus armas y sus instrumentosde caza. El mundo de los espíritus se confunde enlo demás, de algún modo, con el mundo real; losantepasados difuntos habitan las mismas selvasy pescan en los mismos lagos que sus descen-dientes; viven la misma vida y tienen iguales jú-

bilos y dolores. Cuando muere un indio, viajadurante cierto tiempo, de treinta á sesenta dias,antes de llegar á los límites del bienaventuradoterritorio de caza; en el camino encuentra un riomuy profundo, que necesita atravesar á nado; sies bueno llega sin trabajo á la otra orilla, pero sino lo es, intenta en vano atravesar el rio, y á pesarde todos sus esfuerzos llega siempre á la mismaorilla de partida. Hasta llegar á la orilla del rio, eldifunto debe recibir su alimento de los amigos yparientes que deja en la tierra; éstos, por lo tan-to, durante cierto número de semanas, después dela muerte del amigo ó del pariente, tienen grancuidado en separar á las horas da las comidas unaparte de las mismas, que arrojan al fuego paraque llegue al difunto. Si éste no tiene amigos, seve reducido á las mayores privaciones, y sólo llegacon muchísimo trabajo á la feliz orilla despuésde haber atravesado una especie de purgatorio.Algunas tribus de las praderas tienen la costum-bre de matar el caballo del difunto y enterrarlecon él, á fin de que el espíritu tenga una cabal-gadura para hacer con más facilidad el gran viaje.

Mac Lean, en su libro titulado Veinticinco añosal servicio de la compañía de la bahía de Hudsoit,refiere que habiendo muerto un jefe, su hijo seapresuró á matar á uno de los alcaldes ó contra-maestres de vecindad, que era gran amigo del di-funto, con la loable intención de procurar á ésteuna agradable compañía en el viaje y conservarintacta una antigua amistad.

Los indios creen en una multitud de espíritus,unos malos y otros buenos, pero adoran sobre to-dos al gran Espíritu que rige el Universo, quees omnisciente y presente en todas partes', ytiene á sus órdenes espíritus inferiores. Estos sonescogidos entre los jefes que en este mundo semuestran bueríos y valientes, los cuales conti-núan, después de su muerte, gobernando su na-cioñ. Los espíritus malhechores no están dotadosde un gran poder, y el paraíso ó bienaventuradoterritorio de caza, es para los Ojibois una comar-ca donde no se sufre frió, ni calor, ni hambre, ydonde nuSca hay guerras ni trastornos de nin-guna clase, líl indio, cuando pasa al rango deespíritu, va armado de escopeta, arco, flechas úotras armas, pero armas inmateriales como 'él;vuela con la rapidez del viento persiguiendo unacaza inmaterial, á través de selvas inmateriales;alcanza la pieza que persigue, la mata y la cortaen pedazos; pero el animal, inmaterial también,no tarda en renacer de sus pedazos y correr áofrecerse á la persecución y golpes de otro caza-dor; así es que la caza no falta nunca, sino que seaumenta de dia en dia, pues todos los ciervos,gamos, etc., que mueren en este mundo, van alcielo á reunirse á sus compañeros para servir álos placeres de los elegidos.

El infierno ó lugar de castigo es exactamentelo contrario que el paraíso; allí no hay cacerías,ni placeres, sino guerras, fríos y calores excesi-vos, y sobre todo hambres que no pueden apla-carse jamás. A todos estos males se añade unrefinado suplicio; los malos espíritus reunidos enlas orillas de un rio que los separa de los bien-aventurados, pueden ver á éstos gozar y cazar enllanuras inundadas de luz, mientras ellos están enespantosas tinieblas.

Cuando muere un indio, su escopeta, su mantay todos los objetos de que puede tener necesidad

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REVISTA EUROPEA. 1 .° DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 4 . N.° 36

en el otro mundo, son colocados sobre su tumba,y algunas veces los amigos y parientes se creenen la obligación de procurar al difunto armas me-jores de las que habia usado en vida; y todosestos objetos, á veces de gran valor, permanecenexpuestos sobre la tumba hasta que se pudrenpor completo, y nadie se permite tocarlos.

El cristianismo progresa poco entre aquellastribus, y frecuentemente se ven casos de indios,convertidos cuando se hallaban entre los blancos,volver al paganismo tan pronto como vuelven áencontrarse entre los suyos.

En medicina los Ojibois están poco adelantadosy apenas conocen las virtudes de ciertas yerbas;¡as operaciones quirúrgicas que practican sontan escasas, como que eu la mayor parte de loscasos prefieren servirse de encantos y sortilegios.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

El Ateneo de Valencia, deseando conmemorarel 4.° centenario de la introducción déla imprentaen España, ya que Valencia'goza el privilegio deser la primera ciudad de la Península que publicóobras impresas, ha acordado celebrar el dia 20 deDiciembre próximo una festividad literaria, con-cediendo en sesión pública un premio consistenteen una flor de plata á la mejor Oda castellana quecelebre la Invención de la imprenta; otro premioconsistente en otra flor de plata á la mejor com-posición poética castellana ó lemosiua en alabanzadéla Virgen María, reproduciendo así al cabo decuatro siglos el mismo tema del certamen poéticocontenido en el primer libro impreso en la Penín-sula; y el título de socio de mérito al autor de lamejor Memoria referente á los orígenes déla im-prenta en Valencia, siempre que este trabajo con-tenga noticias inéditas acerca de nuestros prime-ros impresores y de las obras que estamparon.

Además de este certamen, el Ateneo se pro-pone celebrar para la misma fecha una Exposi-ción retrospectiva de obras impresas en Valencia,desde la introducción de la Imprenta hasta nues-tros dias, y otra Exposición de Artes gráficascontemporáneas.

Las composiciones que opten á los referidospremios, deberán ser remitidas al secretario delAteneo antes del 1.° de Diciembre próximo.

• *El doctor Fernandez Losada ha tenido la buena

idea de crear un-Museo anatómico manual, co-lección completa de figuras en relieve, de anato-mía descriptiva y topográfica, en tamaño redu-cido, tomadas del natural, para médicos prácticosY estudiantes. Es un gran paso en el importanteramo de la anatomía.

** #

En Alemania se va á crear una nueva condeco-ración, la orden de la Lira, en honor de los artis-tas dramáticos y iíricos. El intendente general delos teatros alemanes, M. de Hülsen, ha presen-tado una instancia al emperador Guillermo paraobtener el decreto que sancionará el estableci-miento de dicha orden.

Trátase de fundar en Málaga una Asociaciónde Amigos del Arte, á cuya idea va unida la decreación de una escuela de pintura, tan necesariaen aquella culta ciudad para satisfacer la cre-ciente afición al arte de Murillo.

*Con el título de Ateiieo de Jaén se ha inaugu-

rado en aquella capital una Asociación científicay artística, que puede prestar muy buenos ser-vicios.

Inglaterra acaba de perder uno de sus sabiosmás eminentes, Sir Wüliam Fairbairn, ingenieroque ha enriquecido uno de los ramos menos des-arrollados del arte del constructor, por sus nume-rosas investigaciones experimentales sobre lasprincipales propiedades físicas del hierro y delacero.

Los Pieles-Rojas civilizados.

La revista alemana Das Ansland, acaba de pu-blicar curiosísimos documentos sobre la nuevasituación de algunas tribus Pieles-Rojas, en losEstados-Unidos, que parecen demostrar que esospueblos salvajes son perfectamente susceptiblesde civilizarse, en contra de lo que se cree gene-ralmente. Se sabe que en 1869, después de terri-bles conflictos con los indios, el Congreso nombróuna Comisión para entender en los asuntos delos Pieles-Rojas, y para buscarles en el Far-West,extensos lugares que se les dejarían para que pu-dieran vivir á sus anchas , comprometiéndoseellos á no turbar con sus pillajes los países ocu-pados por los blancos. Entonces se pusieron á sudisposición máquinas agrícolas y de oficios, y seles suministró todo lo que podia darles afición ála vida agrícola y á costumbres sedentarias.

Los Gherohees, célebre tribu india, reside hoyen esos territorios reservados, en número de18.000. Conservan su independencia, administransus asuntos, y serán ciudadanos de los Estados-Unidos el dia en que les convenga unirse volunta-riamente á la gran familia americana.

Otras tribus indias han seguido este buen ejem-plo: los Choctaws y los Chikasaws han aceptadotambién los territorios reservados y se dirigen áellos en número de 24.000. Los Patomotoonios sonciudadanos de los Estados-Unidos hace ya algu-nos años. EstO3 hechos son muy elocuentes enfavor de las conquistas de la civilización, conpreferencia á las conquistas de la guerra.

Otras tribus indias de los Estados-Unidos hanrehusado toda inteligencia con la administración,y vagan errantes por los Estados de Tejas yNuevo-Méjico, donde cometen grandes fechorías;pero la civilización considera á estos indios comobestias feroces y los persigue sin piedad.

Lo que hemos indicado respecto á los Pieles-Rojas civilizados, se refiere á los mestizos que yano tienen pura la sangre india. El Piel-Roja desangre pura os el que sigue su instinto que lelleva á la vida nómada y guerrera. Su lucha conlos blancos es muy desigual, y por lo tanto, losPieles-Rojas de pura sangre están muy próximos

' á desaparecer por completo.

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 25.