San lucas 18 de octubre

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18 de Octubre SAN LUCAS EVANGELISTA Lucas era un cristiano de origen pagano, probablemente de Antioquía, aquella ciudad en la que por primera vez los paganos recibieron el anuncio del Evangelio, como él mismo explica en el libro de los Hechos de los Apóstoles (11,19-26), del que es autor junto con el evangelio que lleva su nombre. Lucas era un hombre culto, médico de profesión, que acompañó a san Pablo durante largas temporadas. Sus dos libros transmiten una gran sensibilidad hacia los pobres, las mujeres, los pecadores, y muestran a Jesús como el Mensajero de la salvación y la alegría de Dios para con todos los que buscan un camino nuevo, verdaderamente humano y humanizador. Lucas 10, 1-9 La mies es abundante y los obreros pocos 1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. 2 Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. 3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. 4 No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. 5 Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. 6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. 7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. 8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; 9 curen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Hoy celebramos la fiesta de san Lucas, evangelista. Uno de los evangelios lleva su nombre. Él y su comunidad nos transmitieron de ese modo su experiencia personal del Resucitado. Oremos el texto mientras recordamos el motivo por el cual nos lo regalan nuestros antepasados en la fe.

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18 de Octubre

SAN LUCAS

EVANGELISTA

Lucas era un cristiano de origen pagano, probablemente de Antioquía, aquella ciudad en la que por primera vez los paganos recibieron el anuncio del Evangelio, como él mismo explica en el libro de los Hechos de los

Apóstoles (11,19-26), del que es autor junto con el evangelio que lleva su nombre. Lucas era un hombre culto, médico de profesión, que acompañó a san Pablo durante largas temporadas. Sus dos libros

transmiten una gran sensibilidad hacia los pobres, las mujeres, los pecadores, y muestran a Jesús como el Mensajero de la salvación y la alegría de Dios para con todos los que buscan un camino nuevo,

verdaderamente humano y humanizador.

Lucas 10, 1-9 La mies es abundante y los obreros pocos

1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. 2 Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. 3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. 4 No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. 5 Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. 6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. 7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. 8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; 9 curen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”.

Hoy celebramos la fiesta de san Lucas, evangelista. Uno de los evangelios lleva su nombre. Él y su comunidad nos transmitieron de ese modo su experiencia personal del Resucitado. Oremos el texto mientras recordamos el motivo por el cual nos lo regalan nuestros antepasados en la fe.

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El pasaje propuesto hoy para nuestra oración empieza con expresiones llenas de sentido. La primera,

"después de esto",

remite a la oración de Jesús y a su firme decisión de ir a Jerusalén (Lc 9, 51). La segunda, respecto al verbo 'designar':

"designó a otros setenta y dos y los envió..." (v. 1),

y los envía delante de sí, es decir, con la misma resolución con la cual él se encamina a Jerusalén. En el tiempo de Jesús había otros movimientos y como él, procuraban vivir y convivir de una forma nueva, por ejemplo, Juan Bautista y los suyos, los fariseos y sus discípulos, Esenios, Qumrán, Celotes... Muchos de ellos formaban también comunidades de discípulos (Jn 1, 35; Lc11, 1; Hech 19, 3) y tenían sus misioneros (Mt 23, 15). Pero frente a Jesús, ¡había una gran diferencia! Por ejemplo, cuando los fariseos iban a misión, iban prevenidos. Ellos no podían confiar en la comida de la gente, pues no siempre se ceñía a las exigencias de la 'pureza'. Por eso llevaban bolsa y dinero para cuidar de su propia comida. Así, estas observancias de la Ley de la pureza debilitaban aún más la vivencia de los valores comunitarios, en vez de ayudar a superar las divisiones. La propuesta de Jesús es diferente. Trata de rescatar los valores comunitarios y procura renovar y reorganizar las comunidades para edificarlas como una expresión de la Alianza, una muestra del Reino. Las recomendaciones de Jesús antes de enviar a sus discípulos dan testimonio de una invitación a ser conscientes de la misión confiada:

la mies es abundante en contraste con el número exiguo de obreros.

El Señor de la mies llega con toda su fuerza, pero la alegría de su llegada se ve impedida por el reducido número de obreros.

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De aquí surge la invitación categórica a la oración:

"Rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (v. 2).

La iniciativa de enviar a la misión es competencia del Padre, pero Jesús da la orden: "Vayan", indicando después el modo de seguir (vv. 4-11). Empieza con el equipaje para la misión:

ni bolsa, ni alforja ni sandalias.

Estos elementos manifiestan la fragilidad del enviado, va desprovisto por completo, es un ser humano indefenso, pacífico y depende de la ayuda del Señor y de los habitantes del lugar. Jesús envía a sus discípulos como corderos en medio de lobos. La misión es tarea difícil y peligrosa, pues el sistema en el cual vivían y en el cual seguimos viviendo era y es contrario a la reorganización del pueblo en comunidades vivas. La misión para la cual Jesús envía a los setenta y dos discípulos pretende rescatar cuatro valores comunitarios: 1. La hospitalidad. Al contrario de los otros misioneros, los discípulos de Jesús no llevan nada, ni bolsa ni sandalias. Sólo llevan la paz. Ellos deben confiar en la hospitalidad de la gente. El discípulo espera ser bien recibido, y la gente, respetada y confirmada. Por medio de esta práctica, el discípulo critica las leyes de exclusión y recupera el antiguo valor de la hospitalidad. No saludar a nadie por el camino significa evitar perder tiempo con situaciones o personas ajenas a la misión. 2. Compartir. Los discípulos no van de casa en casa, permanecen en una sola. Ellos conviven de forma estable, participan de la vida y del trabajo de la

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gente del lugar y viven de cuanto reciben a cambio, pues el obrero merece su salario. Los seguidores de Jesús confían en el acto de compartir dentro de la comunidad. 3. La comunión de mesa. La gente del lugar, de la comunidad, ofrece de sus alimentos a los misioneros, y los discípulos aceptan cuanto se les ofrece. No viven separados ni comen su propia comida. Ellos aceptan la comunión de mesa. En el contacto con la gente no temen caer en la impureza legal. 4. La acogida a los excluidos. Los discípulos se ocupan de los enfermos, curan a los leprosos y expulsan los demonios (Mt10, 8). Aceptan, con alegría dentro de la comunidad, a quienes fueron marginados. Las prescripciones positivas se resumen, en primer lugar, en la llegada a la casa (vv. 5-7) y después, en el éxito en el pueblo (vv. 8-11). En ambos casos no se excluye el rechazo. La casa es el lugar donde los misioneros tienen los primeros intercambios, las primeras relaciones; valoran los gestos humanos de alimentarse, tomar una bebida y descansar, como mediaciones sencillas para comunicar el Evangelio. Por su parte, la paz es el don precedente a la misión, es decir, la plenitud de vida y de relaciones; la alegría verdadera es el signo propio de la llegada del Reino. El misionero no busca la comodidad, es indispensable ser acogidos. La ciudad, sin embargo, es el campo más extenso de la misión en el cual se desenvuelve la vida, la actividad política, las posibilidades de conversión, de acogida o de rechazo. A este último aspecto se une el gesto de sacudir el polvo de los pies (vv. 10-11). Es como si los discípulos, al abandonar la ciudad incrédula, dijesen a sus habitantes:

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no nos llevamos nada de ustedes, y cesan por ahora las relaciones. Al final, Jesús recuerda la culpabilidad de la ciudad terca y distante de la proclamación del Evangelio (v. 12). Si todas estas exigencias son respetadas, los discípulos pueden y deben gritar a los cuatro vientos:

¡El Reino ha llegado!

Pues el Reino no es una doctrina ni un conjunto de normas, más bien, identifica una nueva manera de vivir y convivir a partir del Evangelio de Jesús: Dios es Padre y por ello nosotros somos hermanos. Educar para el Reino no es enseñar verdades y doctrinas, sino contagiar una nueva manera de vivir y de convivir, una nueva forma de actuar y de pensar. Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

¿Por qué las actitudes recomendadas por Jesús son señal de la llegada del Reino de Dios? ¿Cómo realizar hoy aquello de: "No llevar bolsa", "no ir de casa en casa", "no saludar a nadie por el camino", anunciar el Reino?

¿Cuáles elementos del texto impactan más mi oración?