Seis Cuentos y El Viaje a China-Kordon-LectoresSalvajes

74
Seis cuentos y el viaje a China Bernardo Kordon Club de lectura Los Lectores Salvajes

Transcript of Seis Cuentos y El Viaje a China-Kordon-LectoresSalvajes

Seis cuentos y

el viaje a China

Bernardo Kordon

Club de lectura Los Lectores Salvajes

2

Seis cuentos y el viaje a China

Bernardo Kordon

Club de lectura Los Lectores Savajes

3

SeiS CuentoS y el viaje a China

de Bernardo Kordon

Fuimos a la ciudad y un día menos son dos de los cuentos de “todos los cuentos”. editorial Corregidor, Buenos aires, 1975. la última huelga de los basureros. este cuento se encuentra en “Cuentos regionales argentinos” ediciones Colihue, 1983.los ojos de Celina. Pertenece al libro “un taxi amarillo y negro en Pakistán”, Buenos aires, Sudamericana, 1986.Sin mañana es un cuento de la antología “Crónicas fantásticas” editorial jorge Álvarez, 1966.un poderoso camión de guerra este cuento pertenece al libro “antología del cuento extraño” (rodolfo Walsh) editorial hachette , 1976expedición al oeste pertenece al libro “domingo en el río” , Palestra, 1960el remolino pertenece a “los navegantes” losada, 1972.la entrevista a Mao es de 1958

4

FuiMoS a la Ciudad

todo empezó cuando mi hermana volvió a casa. Papá la vio venir y saltó de la sillita de paja. agarró la muleta y salió con cara de cabrero. no fue lejos: allí quedó bajo la sombra del espinillo. en cambio mi mamá gritó Florinda y se abrazó con mi hermana. venía con un vestido verde cotorra y zapatos nuevos. Se veía linda con la cara blanca de polvo, y la boca colorada y jugosa como tajada de sandía. Parecía la señorita de la escuela, o la hija del boticario; en fin, una de esas que andan a los saltitos y parecen tan buenitas. Pero mi hermana es diferente. dijo que tenía que hablar con mamá y me echó del rancho. Siempre fue así. Cuando íbamos a la estación a vender quesillos me cargaba con todo. ella caminaba adelante, sin otro trabajo que mover el culo y arrastrar los pies en la tierra, gozando el fresco de la noche. después esperábamos el tren, a veces horas enteras, pero ella no charlaba con las otras vendedoras, sino que se trenzaba con los muchachos y en especial con el Cholo, dejándome el cuidado de los quesillos, y ojo con alejarme de la canasta, porque podían robarme y entonces pobre de mí. Siempre quise saber lo que hacía mi hermana, y sobre todo ver la cara que ponía. Pero al volver a casa la desgraciada ya no iba adelante, sino detrás de mí y entonces no podía ver lo que hacía con el Cholo, que siempre la acompañaba hasta cerca del rancho. apenas me detenía o daba vuelta la cabeza, me gritaban que siguiera adelante, así como se asusta a un perro, y me tiraban piedras para hacerme correr. lo que me daba más rabia era que el cascotazo en la espalda o en las piernas me lo acertaba el Cholo, pero más sentía la risa de mi hermana, una risa alargada que no terminaba nunca, que me duraba en los oídos hasta después de llegar al rancho. así era mi hermana hasta que un día alguien se la llevó, y no fue el Cholo, quien siguió en el pueblo repartiendo pan en su carrito, sino un camionero de rosario, y para colmo casado, que la dejó en mitad de camino, en Córdoba. desde allí se fue sola a Buenos aires. el problema era tener una pieza: se puso de sirvienta y todo arreglado. y al llegar las vacaciones vino de visita al

5

rancho porque tenía ganas de vernos a todos. esto le contó a mamá mientras yo escuchaba acurrucado debajo de la ventana. y mamá le dijo que todo seguía igual que antes, mejor dicho algo peor, porque sólo quedaba yo para vender quesillos en la estación. también dijo que el viejo no perdonaba a Florinda; ya no se vendía tanto y no era lo mismo, porque una muchacha que sale de noche a ofrecer quesillos al paso del tren puede vender mejor y siempre encuentra el modo de conseguir una ayudita más. Por eso el viejo andaba sentido de tanta ingratitud y sólo quedaba yo para traer unos pocos pesos que cada día alcanzaban para menos. Mi hermana contestó que el viejo era un egoísta, que nunca le importó que sus hijas anduvieran sin zapatos y se les formaran costras en las patas, y por eso se fueron todas. Que quizá yo me quedara, pero solamente hasta que me hiciese grande, y eso porque era muy pelotudo, pues a mi edad otros chicos del pueblo sabían rebuscárselas muy bien y sin ayuda de nadie, y yo apenas si sabía malvender y dejarme robar los quesillos más frescos del pueblo. no me gustó que mi madre no dijese nada en mi defensa. entonces levanté la cabeza y espié por la ventana: mi madre movía la cabeza como diciendo que sí, que yo era muy pelotudo. algo había de cierto, porque no bajé la cabeza a tiempo, y mi hermana me vio, gritó sinvergüenza y buscó algo en el suelo para tirarme a la cabeza. tuve que salir corriendo. ¡otro golpe en el lomo! esta vez fue un zapato viejo. Me di vuelta y vi a mi hermana con los labios y los ojos apretados. ahora no se reía como cuando el Cholo me acertaba con un cascotazo, y esa cara me pareció peor que la risa. no me atreví a acercarme otra vez para espiar y no supe cómo siguió la charla. Fui al fondo. allí estaba papá dando vueltas los quesillos que se secaban al sol. la tierra reseca me quemaba los pies. en cambio el viejo parecía lo más campante. el solo pie que tenía era rugoso, negro y lleno de grietas, igual al fondo del río cuando la gran seca. Pero ese pie tenía el grosor y el aguante de dos, como si allí guardase la fuerza de la pierna que le llevó el tren cuando yo aún no había nacido. en cambio el viejo era flojo de los ojos y eso que tenía los dos. Le lagrimeaban por cualquier cosa; por el sol o cuando se le iba una hija. Me pidió que le diese la mano. Me lo dijo de modo extraño, como queriendo hablar de hombre a hombre. en realidad no había gran trabajo que hacer, de modo que no comprendí en qué podía ayudarlo. —ahí está la Florinda —me dijo—. tus otras hermanas se fueron para siempre. ¿a qué mierda volvió ésta?

6

Me encogí de hombros. lo que había escuchado no fue gran cosa, pero esa cara apretada de rabia no era para esperar cosas buenas de mi hermana. Preferí no decirle nada al viejo y silenciosamente acomodamos los quesillos frescos en la canasta. al caer la noche mamá nos llamó a comer. Fuimos despacito, como si no ocurriese nada nuevo, el viejo adelante, con esos saltos que daba sobre la muleta que él mismo se talló en algarroba. esa mesa parecía de velorio, dos botellas de vino y muchas cosas ricas que mi hermana trajo de Buenos aires, pero nadie se mostró alegre. todos comimos callados hasta que empezó mamá. —Florinda nos trae los saludos de la herminda. —¿Qué hace? —gruñó el viejo sin levantar la vista del plato. —vive en Buenos aires y tiene dos hijos. —¿dos hijos de quién? Mi madre no supo o no quiso responder. le dio con el codo a mi hermana, para que ella continuara. —está lo más bien y les manda recuerdos —siguió Florinda—. dice que sería lindo que nos juntáramos de vuelta toda la familia. el viejo hizo como si no escuchase nada y torció la vista hacia mamá: —¿Qué hace la herminda en Buenos aires?—dicen que tiene una casita. ¿Por qué no le preguntás a Florinda? es ella quien la vio. el viejo pasó por alto la alusión, llenó el vaso de vino y lo tomó sin un respiro. Seguimos en silencio y casi sin mirarnos. Finalmente dije: —voy a la estación con los quesillos. entonces el viejo me miró, creo que con agradecimiento, y eso me llenó de orgullo. invité a mi hermana. —¿Me acompañás? —¿a dónde? —y se le torció la jeta pintada. —a la estación. —¡estás loco! Mi padre se revolvió en la silla como si le hubiesen escupido en la cara. —antes te divertías en la estación —le recordé a mi hermana. —antes fui una estúpida. —Si me acompañás vas a encontrarte con el Cholo. Siempre me pregunta por vos. —¡Bah! —se rió ella—. ¡Pobre piojoso!

7

entonces me convencí que la Florinda había cambiado. ahí estaba tan dura como la muleta del viejo, pura algarroba fría en lugar de un corazón caliente. antes me hubiese gustado ver lo que hacía mi hermana, y la cara que ponía con el Cholo cuando venían agarrados detrás de mí y de pronto desaparecían en el monte y se los tragaba el canto de las chicharras. esto recordaba mientras caminaba hacia la estación con la canasta de quesillos en el brazo. las chicharras en la tierra y las estrellas en el cielo: tal como debe ser. Solamente mi hermana había vuelto más rara que nunca y con ganas de revolverlo todo. en la estación se me acercó el Cholo. —Me contaron que en el ómnibus llegó tu hermana. ¿Por qué no vino a verme? —no quiere venir a la estación —le conté—. dice que no volvió al pueblo para ver a ningún piojoso. el Cholo aguantó las ganas de sacudirme una bofetada: —así me contaron. Que volvió hecha una porquería: hasta con sombrero. Pero vas a ver: aquí le vamos a enseñar. Ganas tuve de ofrecerle ayuda, pero el Cholo se dio vuelta y buscó a sus amigos. al rato todo el grupo comentaba en la parte más oscura de la estación, por la punta donde aparece el tren de Buenos aires. Solamente les veía chisporrotear los cigarros de chala con anís. Me acerqué con cuidado, dando vuelta a la letrina. el Cholo parecía cabrero, pero los otros reían.—esto se arregla fácil —le escuché al gordo roque—. la esperamos todos en el camino y la aprovechamos bien aprovechada. ¡y después que siga haciéndose la porteñita nomás! había podido escuchar más, pero siempre esas cosas me salen mal. yo estaba bien escondido; la macana fue que dejé la canasta a la vista. —¿Qué hacés ahí? —me retó el Cholo—. ¿andás espiando? —Me duele la barriga —se me ocurrió. —entonces entrá en el servicio, no lo hagás afuera. Por suerte llegó el tren de tucumán y corrí a vender los quesillos. Pero ya me habían robado unos cuantos. Seguro que fue el gordo roque. Sin embargo no le tuve bronca, porque me pareció bueno su plan. Cuando volví a casa la conversación seguía adelante. Mi hermana hablaba con tono triunfal y al viejo le lagrimeaban los ojos. Pero esto le pasaba casi siempre y lo realmente importante me lo dijo mi hermana: —nos vamos todos a Buenos aires.

8

—¿Qué les parece? —preguntó mamá. Mi padre hizo no con la cabeza. Quiso hacerse escuchar. Pero quien habló fue mi hermana, con esa voz prepotente que trajo de Buenos aires: —Para empezar la herminda nos ofrece su casa. ¿Qué más quieren? en su lugar otros estarían bailando en una pata. allí hay trabajo y plata para todos. Mi padre no dijo nada. agarró la muleta y salió afuera. nadie le hizo caso. Mi madre me reclamó la plata. la contó y le pareció muy poca. —¿no vendistes nada? tuve que decirle que me habían robado algunos quesillos. y que cuando llegó el tren yo estaba en la punta de la estación, porque me dolía la barriga, y entonces los otros vendedores me madrugaron. —¿no te dije, mamá? —explotó mi hermana—. ¡es muy pelotudo! ni abrí la boca y me senté en el banco del rincón. allí quedé calladito, mirando el suelo, rogando que no fallase el plan de roque y los demás. al día siguiente apareció el Cholo con su bicicleta nueva. una hermosa máquina, toda niquelada y llena de cintas. a mi hermana no le pareció nada del otro mundo. recibió al Cholo y a su bicicleta con cara de palo: —¿a qué venís? —a saludarte. ¿Se te olvidó que somos amigos? el tipo se había endomingado con pañuelo al cuello. Bajo el sol le chorreaba la gomina. Sonreía como un artista de cine. —¡Pucha que te ves linda!—¿no me digas? —se burló mi hermana. —vengo a invitarte. —¿a ver pasar el tren? —Se ve que ahora sos forastera: esta noche no hay tren. lo que quiero es llevarte a la confitería. —¿Desde cuándo vas a la confitería? —desde que dejé el reparto de pan. ahora soy empleado, ¿sabés? —no sabía. —Y bueno, a eso vengo, a invitarte para la confitería. —Podemos ir esta tarde. —a la noche es mejor —propuso el Cholo—. hay baile y es más pituco. —vení a buscarme nomás. al anochecer mi hermana se pintó y se puso el vestido verde y los zapatos nuevos. Me vio dando vueltas por el rancho y me advirtió:

9

—vos ya sos grande para andar detrás de mí. así que nada de chiquilinadas. ¿entendido? Me fui al fondo, a ayudar al viejo. Cuando volvimos al rancho mi hermana ya había partido. Mamá sirvió la sopa. la tomé tan apurado que me quemé la lengua. Me escabullí y eché a correr por el camino del pueblo. después de pasar el cruce vi un bulto en el costado del camino y ahí quedé clavado como un burro empacado. era la bicicleta del Cholo. ¿...dónde diablos estaban? nunca tuve tantas ganas y tanto miedo de ver lo que pasaba. Me fui metiendo en el monte. en un claro se veían las siluetas silenciosas y cabizbajas, seguramente alrededor de mi hermana, como si velaran a una difunta. Parecían un grupo de caballos pastando en la oscuridad del monte: silenciosos, lentos y a veces quejumbrosos. retrocedí para no ser visto, aunque algo cada vez más fuerte me tiraba hacia adelante. el corazón me golpeaba como un tambor y las rodillas empezaron a temblarme. Me abracé a un árbol y me pareció que ese tronco también comenzaba a temblar y a sacudirme cada vez más fuerte. estuve a punto de gritar y entonces mordí el tronco. de pronto el árbol y yo quedamos quietos y caí al suelo, aliviado del ahogo, pero tan cansado que me creí morir. desde allí sentí los pasos de los muchachos que salían al camino. Mi hermana venía atrás. largaba un lloriqueo de nena y de pronto puteaba a todos con alma y vida. el Cholo montó en su bicicleta y partió adelante. los otros lo siguieron con la cabeza gacha, sin esa alegría que tenían en la estación. yo seguí en el suelo y los dejé alejarse. después me fui detrás de mi hermana. hacía mucho calor y el viejo dormía bajo el alero. al lado estaba mi catre. Me acerqué a la ventana y escuché:—¡Mirá cómo me dejaron el vestido! —chillaba mi hermana—. ¡ojalá ahora mismo revienten todos los del pueblo! levanté la cabeza para espiar por la ventana. Mi hermana estaba de espaldas. en pura enagua revisaba los rasgones de su vestido nuevo. la lámpara de querosene le iluminaba el pelo lleno de abrojos y la parte del culo con tierra y hojas secas. De pronto se dio vuelta y me miró muy fiera: —¿Qué te pasa ahí? Me sentí muy tranquilo: —a mí no me pasa nada. ¿y a vos? Me miró con cara de loca. ¡Pucha que estaba fea! Fue ella quien apartó la

10

vista. Me acosté bajo el alero, al lado de mi padre que se hacía el dormido. de pronto mi hermana pareció retomar fuerzas, se asomó a la ventana y nos gritó: —¡nos vamos para siempre de este pueblo de mierda! y así no más fue. en un par de días llenamos las bolsas con ollas, platos y otros trastos y envolvimos los catres. el viejo seguía haciéndose el dormido cada vez que le hablaba Florinda. a mí me dio lástima dejarlo con su sola pierna y esos ojos que le lagrimeaban por cualquier cosa. también me daba pena dejar la estación y el pueblo, y nunca más vender quesillos en el tren de tucumán lleno de gente soñolienta y bromeadora. Pero también era cierto que me crecía una gran curiosidad por conocer Buenos aires y eso lo sentía como cosquilla, igual a las ganas de otros tiempos de ver cómo lo hacía mi hermana con el Cholo. en cambio el viejo no quería saber nada de nada. ni siquiera fue a la estación a despedirse. Se quedó en el catre, haciéndose el dormido. yo le dije: —ahora me voy con Florinda y mamá. Mañana viene la hortensia y el Pancho. les expliqué que usted queda solo. Me prometieron acompañarlo a la estación todos los días. así lo ayudan, porque de algo tiene usted que vivir. eso les dije y me prometieron venir todos los días. entonces dejó de hacerse el dormido y me dijo que yo era un buen hijo. estuvimos a punto de abrazarnos, pero en ese momento mi hermana me gritó que se hacía tarde, y teníamos que cargar los bultos hasta la estación. al llegar allí nos esperaban todos: desde el Cholo y el gordo roque hasta las viejas vendedoras de empanadas. nos dio lástima dejar ese pueblo donde nos querían tanto. hasta mi hermana se veía emocionada en el momento de partir el tren. Pensé en el viejo: a lo mejor tenía toda la razón al no querer abandonar su rancho. el tren empezó a andar y todo resultó peor: había mucha gente y ninguna cara conocida. Me sentí como si no fuese nadie, apenas un bulto más en el vagón repleto.Cuando amaneció ya no había montes, sino la pampa verde llena de trigo, maíz y muchas vacas. ¡Qué grande es el país! y las ganas de llegar a Buenos aires se derretían con el calor y se olvidaban con el cansancio. en verdad no fue nada divertido. después de una noche larguísima y un día entero de tren, se deja atrás Córdoba y rosario y de vuelta aparecen mucha gente y casas grandes que no terminan nunca y entonces es Buenos

11

aires. Pero ya era noche otra vez. en la estación retiro nos esperaba mi otra hermana, la segunda, con un muchacho compadrón que manejaba una camioneta. y seguimos viajando, ahora por la ciudad, hasta que llegamos a la casa de la herminda. eso de casa es un decir, porque se trataba de una casilla de madera. ya no se veían casas grandes, ni tantas luces. nos rodeaban otros ranchos, apretados unos contra otros como ovejas con miedo. Quise preguntar muchas cosas, pero en seguida me mandaron a bajar los bultos del camioncito y después a la cama. Quien me explicó algunas cosas fue tito el Patas Chuecas. vivía en un ranchito vecino y al principio no supe por qué le llamaban el Patas Chuecas. tuve ganas de preguntarle, pero me aguanté. tito tenía la maña de mover siempre la boca como si comiese todo el día. hablaba a toda velocidad y por la nariz. el primer día no le entendí nada, pero igual nos hicimos amigos. Quiso saber de dónde veníamos y qué hacíamos. estos porteños siempre preguntan cosas y es para burlarse de uno. no le conté nada. días después me preguntó si quería ir al centro. le contesté que sí pero que no tenía plata. entonces me entregó cincuenta pesos: —agarrá esto y me lo devolvés después. Subimos en el ómnibus 150 y nos bajamos en Congreso para caminar por la calle rivadavia. de pronto tito comenzó a revolear las piernas como si le fallasen las visagras, y a ladear el cuerpo como un contra-hecho. extendió la mano y en ese mundo de gente no faltaron quienes le dejaron unas monedas. al principio me dio susto verlo renguear; me acordé que lo llamaban el Patas Chuecas y me entraron ganas de reírme. Pero la gente es rara: ni susto, ni risa. nos miraban como si no existiéramos, a veces con un poco de lástima y nada más. —estirá vos también la mano —me murmuró tito. no lo quise hacer, pero el otro era más grande y me echó una mirada de bronca: —¡no te hagás el delicado y pedí sin asco! Compuse mi mejor cara y estiré la mano. todos pasaban sin mirarme, pero de pronto me encontré con una, dos, tres monedas. Casi me atropellaban, como si no me viesen pero a veces se paraban y volvían atrás para darme algo. Comprendí entonces que esos tipos no tenían ganas de dar limosnas, pero que al pensarlo un poco veían la conveniencia de hacerlo, porque después seguían su camino con la cara de haber hecho un buen negocio con una sola moneda. esto me dio ánimo, porque algo les estaba dando, sin contar que me

12

resultaba más provechoso que vender quesillos. al rato volví a encontrarme con tito a mi lado y me dijo que ya estaba bien. nos sentamos en una lechería. Pedimos café con leche y doble porción de medialunas con dulce de leche. después contamos la plata.Como siempre, tito no dejaba de mover la boca, pero ahora ponía la cara de masticar algo muy amargo: —¿te das cuenta? hicistes más que yo. Me clavó una mirada fría y venenosa: —Claro: sos más chico. ¡y con esa cara de recién caído del catre! le quise devolver los cincuenta pesos que me prestó, pero me dijo que no, porque éramos socios. en cambio me reclamó la mitad de lo que tenía. le contesté que esa plata era mía y solamente mía. no nos peleamos porque le pagué los dos cafés con leche y todo lo demás. después caminamos hasta Plaza once. entramos en una heladería. Comimos helados tras helados, de siete clases, hasta sentir la panza hinchada y dura como un tambor. ya era noche cuando fuimos a sentarnos en la plaza. aunque también los helados los pagué yo, el tito todavía parecía cabrero. Me mostró la plaza inmensa y la ciudad que nos rodeaba como un monte de luces: —Por aquí siempre anda tu hermana. —¿la Florinda? —le pregunté. —a lo mejor ella también viene. Pero a quien veo siempre es a la herminda. ¿o no sabés que sale a yirar todos los días? Sabía de qué se trataba, pero me hice el desentendido. tito no se dio por vencido y empezó a explicarme con lujo de detalles. Claro que lo hizo adrede para humillarme; me contó el recorrido que hacía mi hermana por rivadavia, desde Congreso hasta once, y después por Pueyrredón hasta Sarmiento. tuve ganas de preguntarle otras cosas, pero la calle terminaba de enseñarme la lección: calladito y con cara de ángel todo iba a salir de lo mejor. esa noche mamá me esperaba con susto. —¿dónde estuvistes? no le conté nada. dejé hablar a la vieja. la pobre no parecía nada contenta. tenía la obligación de cuidar los hijos de la herminda, dos mocosos roñosos y llorones, y lavar y planchar toda la ropa, y cuidar la casa todo el santo día y buena parte de la noche, porque mis hermanas llegaban siempre muy tarde. —Pero estamos en Buenos aires y todo va a cambiar para mejor, ¿verdad hijo? imité al viejo: me hice el dormido y no contesté nada.

13

días después la herminda dijo que el tipo del camioncito podía darme trabajo, claro que ganando poco. Contesté que no, y cuando me preguntaron por qué no dije nada y miré a otro lado. la herminda me amenazó: —¿no pensás pasarla de vago, verdad? ¡aquí todos debemos arrimar el hombro! esa tarde salí a escondidas como siempre con el tito y fuimos a limosnear por Congreso. Por Callao llegamos hasta Santa Fe, y seguimos hasta retiro. volvimos en un ómnibus 150, muy cansados pero con los bolsillos repletos de guita.al día siguiente saltó la bronca al atardecer. la herminda vino a buscarme en el baldío donde me encontró mirando un partido de fútbol. Casi arrastrándome por el suelo me llevó al rancho. ahí me esperaba toda la familia. la herminda comenzó por sacudirme un par de bofetadas que me soltaron los mocos. apreté los dientes para no largarme a llorar como lo hacían los dos mocosos de mi hermana en el fondo del rancho. —¡Porquería! —me chilló—. ¡el Cacho lo contó todo! te vio limosneando con el tito y los siguió con el camioncito varias cuadras. ni abrí el pico para decir ay y eso desesperó a mi gente. —¿Cuánta plata hicistes en todos estos días? —me preguntó la Florinda. Me agarró de una oreja y empezó a retorcerla. —¿dónde escondés la guita? —y la herminda me sacudía el brazo como si quisiera arrancarlo. Mamá se puso a implorar: —¿Por qué hijito no entregás esa plata? no contesté a los golpes de mis hermanas; menos me dolió el ruego de mi madre. la herminda me sacudió otro par de bofetadas y se apartó como para verme mejor la cara: —Ya sé: te dejastes cafishear por el Tito. ¿Qué clase de maricón sos? ¡ah, pero el tito no se me hace el vivo! ¡lo voy a buscar ahora mismo! entonces se me soltó la lengua: —al tito nunca le di nada. toda esa plata la gasté yo. en helados, masitas, naranjadas, y tantas otras cosas. —¿Gastastes todo, todo? —se lamentaron como si los golpes los hubiesen recibido ellas y no yo. Cerré la boca y esperé que se cansaran de chillarme y pegarme. Al fin me dejaron solo con mamá, por si ella me hacía hablar con sus lloros. Pero yo usé el remedio que aprendí del viejo: me hice el dormido, con la boca abierta y la cara de chango bueno: el mismísimo gesto que usaba

14

para pedir limosna. Mientras tanto pensaba que ya había llegado el momento, y esto no lo sabía el tito, ni nadie. apenas si yo podía sospechar lo que ocurriría en adelante. todo resultaba como tantear un camino en la noche que ya caía sobre la villa miseria. era necesario hacerlo ahora que mis hermanas salieron al centro y mamá se caía de sueño. esperé que se quedara dormida en la cama grande, junto a los dos cachorros de la herminda. entonces me levanté. ya tenía la costumbre de caminar de noche por el rancho como si no pasase nada, igual que un gato o un ladrón. Con los ojos cerrados o abiertos a la oscuridad sabía llegar hasta el gallinero vacío del fondo. allí levanté uno, dos, tres ladrillos. debajo tenía escondido los puros billetes de cien pesos en una bolsita de nylon. no llevé nada de mis hermanas para mostrarles mi superioridad y escupirles mi desprecio. Solamente la ropa puesta y esa plata que era bien mía. Por suerte conocía el camino y lo que debía hacer: el ómnibus 150 me llevó a retiro. a lo largo de Callao me despedí de Buenos aires sin pena ni alegría. eso quedaba para siempre y para otra gente.yo iba a lo mío: pasé la noche en la sala de espera del ferrocarril y en la mañana tomé el tren para el pueblo. todo esto ocurrió muy rápido, pero lo cierto es que llegué demasiado tarde. ni tuve necesidad de llegar al rancho: apenas bajé del tren me encontré con el Pancho y la hortensia. ella abrió su boca sin dientes como un agujero mojado: —¿no te contaron? tu pobre viejo estaba en el desvío vendiendo quesillos cuando de repente apareció el expreso frutero. Claro que con una sola pata el pobrecito no pudo saltar muy lejos. no quedó nada entero del viejo ni de su canasto de quesillos. ¿ustedes no supieron? —nada —le respondí—. ¡y yo que quise darle la sorpresa de volver para ayudarle! —hubiera sido lindo para él —dijo el Pancho—. eso justamente lo tenía jodido: que lo dejaron solo. igual que a papá empezó a bajarme el agua de los ojos.

15

un día MenoS

la luz resplandeciente y cálida inundó el ámbito de un mundo perdido y al fin recuperado. La playa y la línea de vegetación se extendían hasta perderse en el horizonte del sur. inmediatamente reconocí el río de mi infancia. allí me esperaba mi hermano Sam, y como fue nuestra costumbre apenas nos saludamos con un breve “qué tal”. Me pareció más alto que antes. Con ademán desganado me señaló los árboles de la costa y allá fuimos. andando detrás de él lo observé ágil y huesudo. Solamente vestía un pantaloncito de baño, y como siempre que tomaba sol se veía colorado, los hombros ampollados y la nariz descascarada (nunca alcanzó a broncearse como fue su deseo). de pronto recordé que mi hermano había fallecido. en consecuencia yo también estaba muerto, puesto que transitaba por su mundo. hace años que mi hermano murió, y ahora me dejaba conducir por él. tuve entonces la revelación de que mi muerte era reciente. en ese momento no recordaba cuándo, ni cómo se produjo el hecho, señalándome la poca trascendencia que tienen las circunstancias de una muerte. en cambio valía esa luz vibrante y el río cobrizo que marcó mi vida y volvía a encontrar ya muerto. —ahí se deja la ropa. había varios montículos de ropa: así la dejábamos cuando íbamos a bañarnos en el río. Me quité los zapatos, los pantalones, la camisa, y quedé con el pantalón de baño. —¿Corremos? —propuse. echamos a trotar por la playa, sintiendo en los pies la elasticidad de la arena barrosa y las delicadas ondulaciones que dejan las crecientes. ráfagas de alegría me sacudían el cuerpo desnudo como golpes de viento que hinchan el velamen de una fragata. de pronto dejé de correr. —¿Qué te pasa? — me preguntó mi hermano. volví sobre mis pasos, pero ya sin alegría, con la angustia de llegar tarde. Me detuve otra vez bajo los sauces. Me tranquilizó ver que todos los montículos de ropa seguían en su lugar. —¿de qué tenés miedo? —me reprochó Sam—, ¡aquí nadie roba nada!Busqué mi ropa y solamente me tranquilicé del todo al palpar el dinero en el

16

bolsillo del pantalón, y los documentos —la cédula de identidad y el registro de conductor— en el bolsillo de la camisa de sport. después me vestí apresuradamente. —¿Seguimos corriendo? —invitó mi hermano. —Bueno —acepté—. ¿Pero dejás todo tirado de este modo? Sin esperar respuesta revisé su ropa. Sólo le encontré la cédula de identidad otorgada por la Policía Federal. —te la llevo —le dije. tomé su cédula, revestida de material plástico, y la guardé en el bolsillito delantero del pantalón. echamos a correr, esta vez directamente hacia el agua. ya iba a meterme en el río cuando recordé que ahora estaba vestido, y en un esfuerzo desesperado endurecí los músculos para detener mi carrera. entonces desperté. Salí al corredor de la vieja casa. Mi madre preparaba la mesa para almorzar. le conté que terminaba de soñar con Sam. ¿Pero fue sólo un sueño? Me dominó la duda. Metí los dedos en el bolsillito delantero del pantalón y allí encontré una cédula de identidad. lentamente la llevé hasta mis ojos y vi el nombre de mi hermano y su foto. entonces sí: la revelación me llenó el pecho con una esperanza infinita. Contuve un grito de horror y alegría al comprobar que había vuelto con un testimonio del más allá. Me prometí guardar el secreto para siempre. lo juré de mil modos, sabiendo que la menor flaqueza rompería el sortilegio. Lo importante era aguantar ese grito que crecía en el pecho. apreté los dientes, pero todo resultó inútil: finalmente grité el secreto y entonces desperté por segunda vez. Estaba solo en la cama y comenzaba un nuevo día. no estaba mi hermano, ni la playa, ni la vieja casa. Solamente un día menos de vida, y ningún golpe de viento para henchir la vela de una esperanza.

17

la últiMa huelGa de loS BaSureroS

el hecho se produjo en la mañana del 22 de diciembre. el camión dodge unidad nº 207 de la dirección General de limpieza se encontraba en plena labor por la calle arenales. Su equipo de cuatro peones se distribuía a razón de dos hombres por acera. el vehículo estaba detenido en el centro de la calzada y este detalle provocó la protesta de isidoro Camuso, industrial de 45 años, que conducía su valiant chapa 597.905 de la ciudad de Buenos aires.isidoro Camuso hizo sonar repetidas veces la bocina para exigir que el camión le cediera el paso. Su conductor asomó la cabeza por la cabina y echó una mirada distraída al irritado automovilista, sin mover una sola pulgada su pesado vehículo. justamente en ese instante los recolectores transportaban los enormes tachos pertenecientes a los edificios señalados por los números 1856, 1858, 1845 y 1849 de la calle arenales, que no cuentan con sistemas de incineración de residuos. Si hemos señalado que el conductor detuvo el camión en medio de la calzada, obstruyendo el paso al tráfico y se mostró impasible a los requerimientos del automovilista demorado, debemos por otra parte considerar algunas normas de principios laborales. en medio de la calzada el camión se mantiene a igual distancia de los peones que trabajan en cada acera, detalle de importancia cuando se considera que los tachos de basura son tan pesados como molestos de cargar. Por supuesto, nunca un conductor de camión recolector de basura explica ésta u otras razones a los automovilistas impacientes, limitándose a echarles indiferentes miradas desde una cabina que los eleva unos cuatro metros del suelo. y no por habitual esta conducta dejó de irritar a isidoro Camuso. a los toques de bocina agregó varios improperios y puso en marcha su automóvil, resuelto a todo.Al finalizar el año aumentan la temperatura ambiente y la tensión nerviosa en Buenos aires. esto se produce en todos los niveles y en cada individuo. los peones de limpieza aún no habían recibido el aguinaldo y corría el rumor sindical de que la administración ni siquiera contemplaba la posibilidad de pagárselo ese año. en cuanto al industrial Camuso, proyectaba entrevistarse ese mismo día con varias entidades bancarias para solicitar los créditos

18

que le permitieran pagar los aguinaldos de los obreros que amenazaban ocupar su fábrica. dominado por tales preocupaciones, probó una maniobra desesperada. Giró al máximo el volante, subió el cordón de la vereda con las dos ruedas laterales y de este modo logró pasar al lado del camión detenido. Pero antes de proseguir la marcha, el industrial Camuso no resistió a la tentación de cantarle algunas verdades al camionero. asomó la cabeza por la ventanilla y gritó: –¡Basuras! ¡tendrían que ir adentro del camión! el hombre de la cabina no tenía tiempo de reaccionar ni podía perseguirlo con su pesado camión. todo estaba bien calculado por el irritado automovilista. lástima que en ese instante apareció un peón que cargaba un tacho de basura sobre la cabeza. Con un leve y preciso movimiento de brazos, igual al de un basquetbolista, introdujo el repleto recipiente en el valiant a través del ventanal trasero.isidoro Camuso sintió el estrépito del vidrio y de inmediato pensó: lo paga el seguro. Pero al girar la cabeza comprobó algo que escapaba a toda posibilidad de indemnización. el honor no tiene precio y el industrial se vio vejado en el símbolo de su prestigio social. un tacho de basura desparramado en el flamante tapizado. El hedor de humillación y muerte llenó su coche y le desgarró el corazón. detuvo el motor y saltó del coche para encarar al culpable. Éste era un hombre joven e impresionantemente musculoso el industrial no se dejó intimidar por este detalle. lo haría arrestar. iba a enseñarle a ese animal. aunque le costara la mañana entera o todo el día. Pero el tipo que le arrojó el tacho de basura se mostró increíblemente astuto. agrandó los ojos con gestos de inocencia y abrió los brazos para deplorar:–Perdone, don. Se resbaló el tacho. ¡Qué macana! –llamó a sus compañeros:–¡vengan muchachos, que aquí pasó un accidente! –Camuso se vio rodeado de cuatro gigantes con ojos resueltos y bocas sarcásticas. Sintió tanto pavor como odio. volvió a meterse en su coche, pero las carcajadas de esos hombres fueron tan insoportables como si le inyectaran un ácido en el cerebro. retiró el revólver de la guantera y nuevamente salió del coche para encarar a los peones. disparó al que le había tirado el tacho. lo vio caer como si resbalara en el suelo y después nada más. isidoro Camuso fue derribado y pisoteado. le machacaron la cabeza con un tacho de basura. después subieron al joven herido en la cabina y arrojaron el cuerpo de Camuso en la caja trasera. el conductor hizo funcionar la paleta prensadora y el camión basurero engulló al industrial Camuso.la policía fue alertada. un radio patrulla desembocó a toda velocidad por la

19

avenida Belgrano y persiguió al camión basurero que huía hacia el sur por la calle Combate de los Pozos. a la altura de la avenida independencia los policías lograron adelantarse al camión. en el cruce de la avenida San juan el auto patrullero se atravesó para cortarle el paso, pero el camión ni siquiera aminoró su velocidad. los testigos declararon que, en vez de frenar, el dodge aceleró para embestir con mayor fuerza al coche policial. de sus planchas retorcidas se retiraron tres cadáveres y un herido grave. el camión siguió corriendo rumbo al sur, y otros patrulleros fueron lanzados en su persecución. dos coches policiales lograron alcanzar el camión en fuga y abrieron fuego con pistolas y metralletas. Se produjeron cuatro muertos (entre los transeúntes), pero protegido por su estructura de acero el camión prosiguió su carrera. Se extendió entonces el rumor que por razones políticas y sindicales había orden de detener o balear a todos los basureros. inmediatamente la noticia fue divulgada por una radio uruguaya y todos los camiones recolectores de basura que se encontraban en las calles de Buenos aires se dirigieron apresuradamente hacia los basurales del sur. veinte, cincuenta, trescientos camiones basureros llegaron de toda la ciudad. llenando el ancho de la avenida alcorta se hicieron fuertes en el estadio del Club huracán, en los basurales vecinos y alrededor del gasómetro que eleva su mole sombría en el barrio Patricios. ya los patrulleros no se animaron a acercarse a los camioneros, que se mantenían en formación de combate, con los motores en marcha y dispuestos a embestir con sus poderosos blindajes, mientras una reunión de delegados obreros de la dirección General de limpieza declaraba que el gremio fue injustamente baleado, primero por un oligarca y después por la policía, resolviendo en consecuencia la huelga por tiempo indeterminado. reunidas a su vez las autoridades municipales, se escuchó al intendente. Guiñando el ojo en dirección a los representantes de la prensa aseguró que lo más inteligente es dejar pasar estos días de fiesta y mientras tanto “que se pudra la huelga”.transcurrieron los días de año nuevo, que como es sabido en Buenos aires se festejan comiendo a rajacincha. en todas las esquinas se levantaron montículos con las sobras de las fiestas. Se ordenó encenderles fuego, pero resultaron fogatas fallidas, que en vez de arder arrojaron un espeso humo rastrero que apestó peor que los residuos. revelose así la calidad indestructible de la basura de Buenos aires, como también su curiosa propiedad de aumentar en proporción geométrica. entonces las alarmadas autoridades municipales corrieron a consultar a las Fuerzas armadas. el ejército se negó a recoger

20

la basura por estimar que eso era labor exclusiva de los civiles. además, era del conocimiento público que se preparaba un golpe militar para los próximos meses: no era pues el momento indicado para adelantarse a sacar las tropas a la calle y menos en una tarea tan fatigosa como denigrante. invitado a bombardear el reducto de basureros facciosos, el Comandante de las Fuerzas aéreas hizo saber que la espesa humareda que cubría la ciudad imposibilitaba cualquier acción por el aire. En cuanto a los señores oficiales de la Marina de Guerra se encontraban de vacaciones en distintos balnearios y estancias del país.a falta de fuerzas, las autoridades se vieron obligadas a recurrir a las leyes. un decreto prohibió arrojar la basura en la puerta de calle, bajo pena de cárcel no redimible por multa. Pocas ocasiones hubo de aplicar esa ley, pues nadie arrojaba la basura frente a su casa, prefiriéndose siempre la puerta del vecino. la promulgación de medidas más rigurosas apenas si provocó una insólita consecuencia comercial: en pocos días se agotaron en los negocios los papeles floreados y las cintas de colores y demás artículos que sirven para envolver regalos. Todo el mundo salía de sus casas con cara de fiesta, cargando paquetes coquetos y canastillos primorosos. invariablemente el contenido era el mismo: basura (enviada anónimamente o con nombres supuestos a amigos o familiares). en verdad nadie se quedaba con su propia basura, en cambio todos chapaleaban en la basura ajena. ocurrió pues al revés de lo calculado por el intendente: no fue la huelga sino la ciudad entera la que comenzó a podrirse. resolviose entonces enviar a un funcionario a parlamentar con los basureros en huelga. a su vuelta aportó noticias nada tranquilizadoras. los basureros ya no se consideraban tales. la zona ocupada por los huelguistas relucía de pura limpieza. en vez de ser como antes un basural en medio de la ciudad era una zona aséptica en medio del inmenso basural. eran tantos los peones de limpieza congregados en ese sector, que la consciente aplicación de su profesión apenas les demandaba una hora al día. el resto del tiempo lo ocupaban en reflexionar.–¿Quiere decir que ya se encuentran camino del arrepentimiento? –se ilusionó el intendente.–no lo parecen –respondió apenado el delegado.–¿informó a los huelguistas sobre el estado de la ciudad?–Se mostraron poco sorprendidos. dicen que ya habían observado en su trabajo que cada día la basura producía más basura, demasiada basura, y solamente basura. ahora se niegan a recogerla. dicen que ya es demasiado

21

tarde.–nous soummees foutues –exclamó el Secretario de Cultura, y luego de adjudicarse el Gran Premio de Poesía desapareció del Palacio, sumando a tantos males el desamparo espiritual de la comuna.después de tanta acumulación las montañas de residuos comenzaron a desmoronarse. avanzaron por las calles como un aluvión, convirtiendo en basura todo aquello que atrapaban en su marcha, así fuese monumento, semáforo, transeúnte, inspector o cualquier otro objeto municipal. los pobladores de Buenos Aires prefirieron no salir de sus casas, y si bien esto mereció largas y laudatorias editoriales sobre la recuperación de las sanas tradiciones hogareñas, la verdad es que desde entonces la basura comenzó a crecer tanto en los interiores como en las calles. ambas corrientes se unían en puertas y ventanas con un siniestro sonido de deglución. este beso de la basura anticipaba nuevos y crecientes ciclos de reproducción. Se prohibió la impresión de diarios y revistas, por entenderse que el papel impreso constituye siempre la parte más abultada de la basura, sin contar que como ya hemos visto servía de envoltorio y disimulo para el contrabando de residuos. esta restricción a la libertad de prensa produjo una conmoción internacional y los telegramas de protestas del S.I.P. significaron toneladas de papeles que casi cubrieron el Palacio Municipal.Fue cuando apareció ese viejo apenas cubierto con una sábana andrajosa. el vagabundo o profeta se empinó en lo alto de esa humeante montaña de basura y señaló hacia el oeste. nunca se supo lo que dijo (en caso de haber dicho algo), pero entonces se formó una larga fila de retirantes que abandonaban la ciudad. los encumbrados funcionarios que en señal de protesta se quemaron vivos (a la usanza de los bonzos vietnamitas) no lograron otra cosa que enriquecer con sus cadáveres la variedad de residuos y hedores, pero sin lograr detener con tales gestos el éxodo de los contribuyentes municipales.Cuando en las afueras de la ciudad la caravana desfilaba frente a las torres radiotelefónicas, escucharon la última información oficial: “En plena etapa de recuperación económica, la población de la capital se ha lanzado alegremente en viaje de merecidas vacaciones...” –La voz del locutor se quebró y finalmente se produjo un penoso silencio en el instante que la basura cubrió totalmente las torres de transmisión. Mareas viscosas confluían para volver a unirse en la vuelta redonda de la serpiente que se devora a sí misma. Sin comienzo ni fin brotaba la materia fundamental de la galaxia y el colibrí: trémula fuerza fosforescente sin pesantez engulló a la caravana de fugitivos y fue borrando

22

el recuerdo de la ciudad. y una llanura pura y desolada –tal como la soñaron los basureros en huelga– quedó a la espera de una nueva fundación de Buenos aires.

23

loS ojoS de Celina

en la tarde blanca de calor, los ojos de Celina me parecieron dos pozos de agua fresca. no me retiré de su lado, como si en medio del algodonal quemado por el sol hubiese encontrado la sombra de un sauce. Pero mi madre opinó lo contrario: “ella te buscó, la sinvergüenza”. Éstas fueron sus palabras. Como siempre no me atreví a contradecirle, pero si mal no recuerdo fui yo quien se quedó al lado de Celina con ganas de mirarla a cada rato. desde ese día la ayudé en la cosecha, y tampoco esto le pareció bien a mi madre, acostumbrada como estaba a los modos que nos enseñó en la familia. es decir, trabajar duro y seguido, sin pensar en otra cosa. y lo que ganábamos era para mamá, sin quedarnos con un solo peso.Siempre fue la vieja quien resolvió todos los gastos de la casa y de nosotros.Mi hermano se casó antes que yo, porque era el mayor y también porque la roberta parecía trabajadora y callada como una mula. no se metió en las cosas de la familia y todo siguió como antes. al poco tiempo ni nos acordábamos que había una extraña en la casa. en cambio con Celina fue diferente. Parecía delicada y no resultó muy buena para el trabajo. Por eso mi mamá le mandaba hacer los trabajos más pesados del campo, para ver si aprendía de una vez.Para peor a Celina se le ocurrió que como ya estábamos casados, podíamos hacer rancho aparte y quedarme con mi plata. yo le dije que por nada del mundo le haría eso a mamá. Quiso la mala suerte que la vieja supiera la idea de Celina. la trató de loca y nunca la perdonó. a mí me dio mucha vergüenza que mi mujer pensara en forma distinta que todos nosotros. y me dolió ver quejosa a mi madre. Me reprochó que yo mismo ya no trabajaba como antes, y era la pura verdad. lo cierto es que pasaba mucho tiempo al lado de Celina. la pobre adelgazaba día a día, pero en cambio se le agrandaban los ojos. y eso justamente me gustaba: sus ojos grandes. nunca me cansé de mirárselos.Pasó otro año y eso empeoró. la roberta trabajaba en el campo como una burra y tuvo su segundo hijo. Mamá parecía contenta, porque igual que ella, la roberta paría machitos para el trabajo. en cambio con Celina no tuvimos

24

hijos, ni siquiera una nena. no me hacían falta, pero mi madre nos criticaba. nunca me atreví a contradecirle, y menos cuando estaba enojada, como ocurrió esa vez que nos reunió a los dos hijos para decirnos que Celina debía dejar de joder en la casa y que de eso se encargaría ella. después se quedó hablando con mi hermano y esto me dio mucha pena, porque ya no era como antes, cuando todo lo resolvíamos juntos. ahora solamente se entendían mi madre y mi hermano. al atardecer los vi partir en el sulky con una olla y una arpillera. Pensé que iban a buscar un yuyo o un gualicho en el monte para arreglar a Celina. no me atreví a preguntarle nada. Siempre me dio miedo ver enojada a mamá.al día siguiente mi madre nos avisó que el domingo saldríamos de paseo al río. jamás se mostró amiga de pasear los domingos o cualquier otro día, porque nunca faltó trabajo en casa o en el campo. Pero lo que más me extrañó fue que ordenó a Celina que viniese con nosotros, mientras roberta debía quedarse a cuidar la casa y los chicos.ese domingo me acordé de los tiempos viejos, cuando éramos muchachitos. Mi madre parecía alegre y más joven. Preparó la comida para el paseo y enganchó el caballo al sulky. después nos llevó hasta el recodo del río.era mediodía y hacía un calor de horno. Mi madre le dijo a Celina que fuese a enterrar la damajuana de vino en la arena húmeda. le dio también la olla envuelta en arpillera:-esto lo abrís en el río. lavá bien los tomates que hay adentro para la ensalada.Quedamos solos y como siempre sin saber qué decirnos. de repente sentí un grito de Celina que me puso los pelos de punta. después me llamó con un grito largo de animal perdido. Quise correr hacia allí, pero pensé en brujerías y me entró un gran miedo. además mi madre me dijo que no me moviera de allí.Celina llegó tambaleándose como si ella sola hubiese chupado todo el vino que llevó a refrescar al río. no hizo otra cosa que mirarme muy adentro con esos ojos que tenía y cayó al suelo. Mi madre se agachó y miró cuidadosamente el cuerpo de Celina. Señaló:-ahí abajo del codo.-Mismito allí picó la yarará-dijo mi hermano.observaban con ojos de entendidos. Celina abrió los ojos y volvió a mirarme.-una víbora -tartamudeó-. había una víbora en la olla.Miré a mi madre y entonces ella se puso un dedo en la frente para dar a

25

entender que Celina estaba loca. lo cierto es que no parecía en su sano juicio: le temblaba la voz y no terminaba las palabras, como un borracho de lengua de trapo.Quise apretarle el brazo para que no corriese el veneno, pero mi madre dijo que ya era demasiado tarde y no me atreví a contradecirle. entonces dije que debíamos llevarla al pueblo en el sulky. Mi madre no me contestó. apretaba los labios y comprendí que se estaba enojando. Celina volvió a abrir los ojos y buscó mi mirada. trató de incorporarse. a todos se nos ocurrió que el veneno no era suficientemente fuerte. Entonces mi madre me agarró del brazo.-eso se arregla de un solo modo -me dijo-. vamos a hacerla correr.Mi hermano me ayudó a levantarla del suelo. le dijimos que debía correr para sanarse. en verdad es difícil que alguien se cure en esta forma: al correr, el veneno resulta peor y más rápido. Pero no me atreví a discutirle a mamá y Celina no parecía comprender gran cosa. Solamente tenía ojos -¡qué ojos!- para mirarme, y me hacía sí con la cabeza porque ya no podía mover la lengua.entonces subimos al sulky y comenzamos a andar de vuelta a casa. Celina apenas si podía mover las piernas, no sé si por el veneno o el miedo de morir. Se le agrandaban más los ojos y no me quitaba la mirada, como si fuera de mí no existiese otra cosa en el mundo. yo iba en el sulky y le abría los brazos como cuando se enseña a andar a una criatura, y ella también me abría los brazos, tambaleándose como un borracho. de repente el veneno le llegó al corazón y cayó en la tierra como un pajarito.la velamos en casa y al día siguiente la enterramos en el campo. Mi madre fue al pueblo para informar sobre el accidente. la vida continuó parecida a siempre, hasta que una tarde llegó el comisario de Chañaral con dos milicos y nos llevaron al pueblo, y después a la cárcel de resistencia.dicen que fue la roberta quien contó en el pueblo la historia de la víbora en la olla. ¡y la creímos tan callada como una mula! Siempre se hizo la mosquita muerta y al final se quedó con la casa, el sulky y lo demás.lo que sentimos de veras con mi hermano fue separarnos de la vieja, cuando la llevaron para siempre a la cárcel de mujeres. Pero la verdad es que no me siento tan mal. en la penitenciaría se trabaja menos y se come mejor que en el campo. Solamente que quisiera olvidar alguna noche los ojos de Celina cuando corría detrás del sulky.

26

Sin Mañana

lo molesto ocurre al comienzo. los familiares alborotan todo en el preciso momento que uno ansía y alcanza la tranquilidad. Felizmente en ese mismo instante nos separa de la vida un velo de apretada trama y un cristal más duro que el acero. desde el otro lado contemplamos las últimas imágenes de la vida, que se desvanecen como sombras y humo. un fogonazo gris se traga a los que lloran y rezan. ya estoy muerto y mi última imagen del mundo de los vivos es la de ese joven desconocido que vi asomado en la puerta de mi dormitorio. Simplemente un intruso que miró con ansiedad y conmiseración al moribundo. Ese gesto se instala en mí, se identifica conmigo. Comprendo que ese desconocido que me observa detrás de toda mi familia soy yo mismo. es él quien siempre me siguió paso a paso, y me espió día y noche. ahora se instala en mí. en el momento de morir soy como un guante vacío, que se inmoviliza y enfría. entonces una mano se introduce para darle nueva vida. ya no somos dos, sino uno solo. ahora soy ese otro que nunca conocí. y ya es tarde para encontrarle cualquier semejanza. lo tengo dentro de mí. no tiene rostro. yo tampoco lo tengo. estamos uno dentro del otro. tensos y reposados, esperamos la partida. igual que en un avión. a través del duro cristal y del tupido velo observamos las sombras del mundo de los vivos. Siguen acumulando flores, llantos, palabras y más palabra. Yo veo a través de los ojos del otro, y el otro mira a través de mis ojos. a ambos nos sorprende esa desesperada e inútil dispersión de gestos y más gestos. Me domina el orgullo de estar muerto y creo que la expresión de mi máscara no lo disimula.en esta última espera me acompañan jirones de recuerdos. Surgen como pantallazos en blanco y negro. Pues detrás del apretado velo y el duro cristal dejamos colores y sonidos. ahora las imágenes son esencias y símbolos: no necesitan palabras. Podemos saltar con la velocidad de la luz y alcanzar cualquier imagen de las millones que dejamos como una estela en nuestro paso por la tierra. Muchos muertos vuelan y de pronto quedan inmovilizados, aferrados en el duro cristal que separa los dos mundos. Permanecen fascinados ante una imagen, hasta que se desvanecen en ese espacio sin tiempo. Son

27

seres que no vivieron plenamente en la vida, y que tampoco se realizan como muertos. Mientras me conducían al cementerio los he visto debatiéndose como moscas contra el cristal que nos separa de los vivos. también alcancé a ver los barrios opacos de mi ciudad, el hormiguear de los hombres, el tedio de las calles iguales. un recorrido parecido al que se cumple para llegar al aeropuerto de ezeiza, un paseo aburrido que invita a viajar pronto y muy lejos.a través del duro cristal me llegaba la confusa imagen de algún rostro familiar. en especial mi mujer y mi madre trataban de traspasarlo. adiviné sus presencias, sin lograr verlas. esto también me hizo recordar el aeropuerto, cuando el avión se dispone a partir, y los que quedaron se despiden agitando los pañuelos, pero ya sin saber quiénes son y a quiénes saludan. entonces la corta espera se hace tan fastidiosa, hasta que el avión parte, o el ataúd es depositado en la fosa, y al fin comienza el viaje, y se tiene la suerte de hendir el mundo sobre el cielo y bajo la tierra.Percibo una vibración intensa, como la de una turbina de avión. yo y el otro, los dos dentro del ataúd, iniciamos el viaje con un arranque de inaudita velocidad. ya estamos a muchos kilómetros del espeso velo y el duro cristal. atravesamos océanos, continentes, mundos. no me separo de ese otro que llevo adentro. imposible saber si viajamos por el centro de la tierra o por los espacios cósmicos. hendimos las tinieblas en una línea recta, como un tren subterráneo que nos llevase a las antípodas. a veces el viaje se matiza con sorpresivas eclipses. reconozco la curva ascendente del subte de Buenos aires al pasar la estación alberti en la línea a, y vuelvo a recorrer la línea d cuando se tuerce graciosamente entre tribunales y Callao. de repente iniciamos un recorrido vertical, y caemos como plomo en un pozo que abarca el mundo entero.no sé si el ataúd se deslizó un par de centímetros, o bien terminábamos de recorrer años luces en la galería. lo cierto es que dominó la seguridad de haber llegado. todo estaba absurdamente quieto, como cuando despertamos en un tren y lo encontramos detenido. entonces me incorporé. Me resultó muy fácil subir a la superficie.Salgo a la luz y me encuentro en el cementerio. ya no veo el velo espeso. Comprendo que ese viaje cuya duración no puedo estimar me ha vuelto a situar al otro lado del cristal. ahora no sólo reconozco los detalles de mi tumba, sino que a una distancia de cincuenta metros diviso el regreso del cortejo que me acompañó hasta mi última morada. Pero mi última morada es el universo que

28

ahora crece y también se empequeñece en nuevas dimensiones. de un solo impulso estoy encima del cortejo. Los contemplo uno a uno: insignificantes y lamentables como todos los vivientes.vuelo hasta mi casa, y ahí los sorprendo en mi velorio. Me molesta el olor de las flores. Entro entonces en mi dormitorio y allí estoy agonizando. Salgo a la calle y me veo andando en mi último paseo. ¡Cómo estoy avejentado! nunca me di cuenta de ello. Salto pues al parque de Palermo y me veo pedaleando en mi bicicleta de media-carrera. ¡Qué joven soy! Pero jamás tuve conciencia que era joven. nunca pensé en mí, sino en el maldito mañana. ¿Por qué? Se lo pregunto a quien llevo conmigo, y ese otro me lo pregunta a mí. ¿Por qué? en la vida no hice otra cosa que esperar mañana, ese cáncer del mundo de los vivos. ¿Qué es el mañana? Se lo pregunto al otro, lo grito al viento, y el viento lo ulula al mundo. ¿Qué era ese mañana que devoró mi vida? aquí nadie lo sabe. ¡no existe mañana en el mundo de los muertos! Solamente hay un presente tenso como un cable de acero que sujeta todo el universo.ahora me resulta fácil conocer el pasado, esa secreción de los hombres, una baba ligeramente fosforescente que dejan en su arrastrada y engañosa marcha. no necesito escuchar sus voces. veo por transparencia como los muerde la angustia del tiempo. realmente no deseo reencarnarme en ninguno de esos desdichados. Prefiero elegir a uno para liberarlo de ese maldito mañana, un guante vacío donde introducirme, y conmigo ese otro, que a su vez lleva otro y otro dentro de sí, seres que nunca nos conocimos en el reino de la Dispersión y somos Uno en el negro diamante del presente infinito.

29

un PoderoSo CaMión de Guerra

tuvimos un primer ademán, casi imperceptible, de sorpresa y de recelo. era como si hubiésemos preferido pasar inadvertidos. Pero debimos desechar esta fácil solución. hacía varios meses que no nos veíamos y nos dimos la mano en ese vértice de la recova de Plaza once. en un instante, pude observar detalladamente a alejandro aguilera. Se veía pálido bajo las poderosas luces. torcía ligeramente la boca al hablar.y yo no podía escucharle bien. Pensaba en nuestra amistad. a veces dejamos que se rompan los lazas de una vieja amistad, y éste es el síntoma seguro de que comenzamos a renegar de nosotros mismos. nunca faltan los pretextos. en este caso fueron determinadas y enconadas discusiones políticas. una forma como cualquier otra de comprobar nuestra debilidad. dejamos de vernos.y allí estaba otra vez con mi viejo amigo alejandro. reaccioné para captar el sentido de su conversación. Contaba cosas de su vida, respondiendo, quizá, a alguna pregunta convencional que le formulé.-... también puedo decir que estoy de paso, ya que en mi nuevo oficio...-¿Tenés una nueva ocupación? -le interrumpí, con el doble fin de mostrar interés y de afirmarme en la conversación.-Sí. Una vez más cambié de oficio.-¿y ahora cuál es? ¿Con mangas de lustrina o de hormiga del intelecto, como ser monaguillo del libro Mayor o corrector de pruebas?-nada de eso. el uniforme es el .que sigue: cuello duro, traje bien cortado, pero empolvado por el camino; el gesto despreocupado; y la risa y la charla fáciles. esta sociedad que algunos insensatos pretenden trastornar, está tan extraordinariamente organizada, que anoto pedidos y cobro mis comisiones con sólo llevar en mi carpeta etiquetas de vino y envases vacíos de yerba. no es necesario que el comerciante observe la yerba ni pruebe el vino: es suficiente que contemple los colores firmes y vivos de las etiquetas. ¿No es esto un real avance en la marcha de los siglos, un evidente premio al ciego empecinamiento humano?

30

recorro una provincia y una gobernación. después las vuelvo a atravesar. los pueblos son parecidos, sus calles llevan los mismos nombres. únicamente varían los hoteles: los hay regulares y pésimos. ¿valía la pena que corriese tanta sangre para convertir un hermoso desierto en una llanura tan progresista y apagada?-¿y qué “dice la gente por allá?-hablan de cotizaciones y barajan posibilidades de hacer dinero. Sueñan con la ciudad. ¿Qué otra cosa pueden hacer? lo mismo hago yo cuando me encuentro en el campo.Se detuvo un instante. Parecía medir algo. entonces, dominado no sé por qué impulso, le dije: -Cuando hablabas de viajar y viajar, ¿te acordás?, tenías la seguridad (le llegar a ser un trotamundos. y te encuentro ahora convertido en un trotaprovincias.-hago lo que puedo -me respondió tristemente- Además, ahora todo me da lo mismo. Esa tristeza contradecía la suficiencia que barruntaba en sus palabras anteriores. Me sentí conmovido.¡y yo, que comenzaba a enrostrarle su fracaso, con esa crueldad que sólo puede gastar otro fracasado!-¿Por qué no buscamos un lugar tranquilo para seguir charlando? -propuse. echamos a andar por la avenida Pueyrredón, pero nos molestaba esa avalancha humana que trotaba para hundirse en las entradas del ferrocarril subterráneo. doblamos por Cangallo. los oscuros y silenciosos depósitos del Ferrocarril oeste parecían fortalezas abandonadas. Como un poderoso fantasma ululó una invisible locomotora. alejandro consultó su reloj.-Faltan tres minutos para que parta “el Pampero”, el nocturno a Santa rosa -fué el comentario del viajante de comercio-. un hermoso rápido. Generalmente duermo de un tirón hasta Pehuajó. allí me despierta la sensación de que el tren se ha detenido, el estrépito de los topes que chocan en alguna maniobra y ese vibrante frío que anuncia el amanecer. y yo agonizo mientras espero que el rápido prosiga su carrera. entonces es cuando me domina el miedo. en cualquier momento espero escuchar el ruido del motor del camión ...-¿Pero de qué camión estás hablando? -le interrumpí alarmado. volví a contemplarlo. La culpa no era de los tubos de luces fluorescentes. Aquí, en los flancos mal iluminados de la estación ferroviaria, lo seguía viendo pálido. Y como no me contestara pronto, y quizá temiendo que lo hiciera, le pregunté: -¿no te sentís bien?-lo que se dice muy bien, no estoy. ya te explicaré. Con decirte que me

31

encontraba en Plaza once para tomar ese tren. y ya ves: lo dejo partir. ¿hice bien? Creo que sí. Pero ya escuchaste cómo se desesperó recién esa maldita locomotora. era como un llamado, ¿verdad? ¡Pero no pongas esa cara de asombro, que ya voy a explicarte todo esto! nos instalamos en una modesta fonda de la calle anchorena, en los alrededores del mercado de abasto. Pinchábamos en un plato repleto de pequeñas aceitunas cubiertas de ají molido, que ayudaban a apurar el vino grueso y áspero de tres bárricas alineadas en la entrada, servido en jarras de descascarada loza. y ese vino chispeaba ahora en los ojos de alejandro aguilera y teñía levemente sus demacradas mejillas. -Cuando se ha vivido en distintas ciudades - comenzó a decir-, algo se aprende: muchas verdades inconstantes y pocas otras inconmovibles. una de estas últimas es que toda ciudad conserva, protegida con el halo de verdura descompuesta de sus grandes mercados, cierta zona aun más profunda que la portuaria, con algunas calles de apariencia rural y otras del medioevo, donde alternan el caballo cansado y las tumefactas coliflores, el changador borracho y el delicado fruto que baja del trópico. Si hubieses sido ciclista - como lo he sido yo- tendrías en el cuerpo el recuerdo de algún golpe, por pasar por el mercado de abasto. Sobre esos pavimentos viscosos, donde patinaba mi bicicleta, merodea firmemente, en cambio, la Aventura, atraída por el olor de especias. ¿Qué puede hacer la aventura en las calles de una gran ciudad como Buenos aires? ¡hace el ridículo y nada más! entonces viene hacia estos lados (como vienen algunos noctámbulos hastiados), porque es el rincón donde la vida -aunque sólo sea la del vegetal- conoce esa desnuda intensidad de vivir, apetecer y pudrirse al mismo tiempo. Por eso es necesario buscar los grandes mercados. en sus alrededores te darán de comer bien y beberás un vino, si no fino, al menos extraño, y en todo caso barato. Cuando el mercado no te reserve emoción alguna, y sus fondas te mezquinen la novedad de un plato y un pasable vino de barrica, entonces querrá decir, querido amigo, que todo anda definitivamente mal.volcó en su vaso el resto del vino de la jarra (la segunda que le servían) y lo apuró como si repentinamente le quemase la sed.-es lamentable necesitar a veces la ayuda del alcohol, pero mayor desgracia es no sentir nunca lo inefable y desconocer la aventura de contemplar el mundo con los ojos limpios y sorprendidos de un niño. aquí estoy en esta fonda del mercado, y para mí este momento compensa el tiempo perdido en un mes de trabajo productivo. Sí, en mi cochina y tediosa lucha por la vida

32

irrumpe una poderosa y luminosa ráfaga de magia.recorrió con la vista las paredes decoradas con botellas polvorientas y jamones colgantes y ristras de salamines a modo de guirnaldas, antes de proseguir: -Generalmente me domina la sensación de moverme de un lado hacia otro, vacío y perdido como un sonámbulo. Pero he aquí que despierto: he tomado el noble vino y nuevamente estoy instalado frente a la vida, contemplando un espectáculo tan viejo como el mundo y tan nuevo que no hay escenas repetidas. así estaba hace una semana en ese pueblo de Choele- Choel, con un codo apoyado en la mesa y el otro en la tapa de un viejo piano. encima del piano (a mi espalda), una sucia pantalla cinematográfica ocupa una pared. enfrente, la casita del operador, de madera verde oscura, y con doble ventanilla para el paso de la luz. ¿Cuándo y qué tipo desusado de cine se pasa en este hotelucho de Choele-Choel? un antiquísimo aparador de trabajada madera, alto hasta el techo, y cuadros de frutas y aves que sobrevivieron varias guerras. aquí estoy, en un viscoso y profundo agujero, bajo el limpísimo cielo de Choele-Choel, en una cueva a orillas del río negro. Sobre la sufrida valija del muestrario diviso el sufrido e inacabable talonario de pedidos, donde asoman, lastimosamente arrugadas, como viejas orejas de elefantes, los papeles carbónicos de copia. en ese mal juego de los adultos, a mí me toca tomar mi valija y recorrer los desiertos y las praderas, ofreciendo tanta cosa que se considera necesaria, para la vida: yerba, bombachas, licores. en un rincón come el mozo que me termina de servir. Sobre la sopa, muerde la galleta de campo y también él toma largos sorbos de un vinillo casero, turbio y espeso, con un, sorprendente gusto a uva. y después llegan paisanos de tez terrosa, apagados y lastimosos como sus ponchos. Contemplan el juego en la mesa de billar, donde se lucen dos vecinos hijos de las islas de Choele-Choel. el muchacho que come, revuelve la sopa con la cuchara, hace balancear el líquido de su vaso y después da vuelta al bife en el plato, con evidente satisfacción. es el gesto de quien asegura: “he aquí mi vino. y ahora comeré esa sopa y este bife”. y yo me embriagaba lentamente con ese vino joven y rústico, hasta que se me revela que todo entra, en un clima mágico... ahí estamos reunidos un grupo de vencidas criaturas, en la fonda del aplastado caserío. yo con mi talonario de pedidos de yerba y ese muchacho encantado de su sopa y maravillado del vino. y esos sufridos peones que juegan al billar. Me entran ganas de abrazar a todos y ponerme a llorar, pero no tanto de tristeza como de simple ternura y piedad, hacia ellos y hacia mí mismo.

33

Cuando viene el muchacho a “retirarme el cubierto, le pido otra botellita de ese extraño vino. vuelvo a llenar el vaso y entonces pregunto por un amigo, el flaco Muñiz, que trabaja en Vialidad, en la construcción de los puentes que atravesarán él río negro por esas islas. el muchacho sacude el mantel: “uno delgadito, que viste siempre de negro, ¿verdad? Sí, señor, sabía comer aquí. Primero paraba en Choele, después venía del campamento de la isla Lamarque, y finalmente pasó a Pomona.” ¿Queda lejos?, le pregunté. “Unas cinco leguas. y desde entonces no lo veo más”, me responde. y el rostro, del muchacho adquiere esa extraña inmovilidad de piedra encantada de algunas estatuas. el recuerdo le suaviza la expresión y sus ojos parecen traspasar esos muros y perforar la aplastadora noche del desierto. “¿Buen muchacho, eh?”, digo por decir algo, recordando la suave timidez de artista del flaco Muñiz. Pero el otro ya ha penetrado en la zona del encanto y dice lentamente: “tocaba el piano. Sabía tocar muy bien”. tengo el codo apoyado en el piano y lo retiro. ahí está el lustroso y silencioso mueble olvidado, y ese mozo que parece perforar la noche con el recuerdo confuso de algunos sones que llegaran al alma. Finalmente sacude la cabeza como si espantase una mosca. después dobla el maltratado mantel y se retira. Pero allí queda la presencia del flaco Muñiz, porque hay evocaciones suficientemente plásticas como para cristalizar imágenes ya esfumadas. Entonces veo entrar al flaco Muñiz. Pasa inadvertido entre esos criollos, cetrinos, flacos y callados como él. uno de los que tiraban carambolas lo saludó sin dejar de pasarle tiza al taco. El flaco se sienta al piano. Y repentinamente algo extraño sacude a esos impávidos y vencidos campesinos, como si un poderoso viento llegado de muy lejos los arrancase de su antiguo sopor. el mozo limpiaba copas en un tacho de cinc, detrás del mostrador, y clavaba la vista hacia un punto tan lejano como el origen’ de ese extraño viento. Pero eso sólo duraba un instante. los sones del piano mueren y la fonda retorna a su normalidad. el muchacho llena un vaso de caña para un nuevo parroquiano y todos vuelven a atender las fallidas carambolas de los improvisados billaristas. El flaco se incorpora y cierra cuidadosamente la tapa del piano y tal vez no sepa que un hálito inefable se ha prendido durante un breve instante en esa cueva aplastada por la noche del desierto...alejandro se detuvo nuevamente, como si necesitase orientar su relato y tomar aliento antes de proseguir. además, aprovechó la pausa para pedir otra jarra de vino. era evidente que se disponía a contarme lo más importante. -Entonces me dominó el deseo de ir a visitar al flaco en el campamento de

34

Pomona. abandoné la mesa para averiguar la salida del colectivo rural a Pomona. “Mañana a las nueve sale uno”, me informó el mozo. y señalándome a un jugador de billar, agregó: “ese muchacho trabaja en el campamento de lamarque; quizá pueda informarle mejor”. el tal muchacho vino a nuestro lado al sentirse indicado. -¿Conoce usted a Muñiz? -le pregunté. –Claro que sí. Trabajaba en la oficina de Personal. Pero pasó a Pomona, de camionero. -¿De camionero? -así es. Se produjo una vacante de camionero y Muñiz se ofreció. ahí anda manejando un poderoso international. ahora que me acuerdo, la última vez que lo vi en lamarque, con su camión, me dijo que en estos días tendría carga para traer de Choele-Choel. a lo mejor, aparece mañana, quizá esta misma noche... un extraño frío me recorrió el cuerpo. no, no me mirés así, que no divago. a las dos de la madrugada tomé el tren que me devolvió a Buenos aires. Claro que te sorprendés. . . Pero te voy á contar. Sé que un buen día voy a encontrarme con el camionero. un camión conducido por una persona que me va a resultar conocida. ¿Quién no conoce el rostro de la Muerte? y la Muerte anda ahora sobre un poderoso camión. ya ves: iba a visitar a Muñiz en Pomona. Me llamaba, creándome ese impulso loco. una sirena no lo haría mejor. ¡y me esperaba con “el camión”! ¿te das cuenta? -¿y qué te pasó esta noche?-¡ah, esta noche! tenía que salir para iniciar mi jira por el circuito Santa rosa, General acha y Bahía Blanca. dejé mi equipaje en el depósito de la estación once. repentinamente me dominó la angustia y temí realizar el viaje. eché a andar por la iluminada recova de Plaza once y entonces te encontré. ahora estoy aquí tomando y alegrándome. y alejandro se reía como si terminase de engañar al mismo demonio. Fué entonces cuando en la fonda del mercado entró el hombre de la casaca de cuero. en el mercado de abasto convergen diariamente cientos y quizá miles de camiones, y la entrada de un camionero no hubiese llamado nunca mi atención, especialmente en este momento, que me dominaba la penosa impresión de comprobar el evidente desequilibrio de mi amigo. Pero no pude dejar de contemplarlo detenidamente, pues su presencia tuvo la virtud de hacer palidecer a alejandro hasta convertirlo en un verdadero espectro. el camionero avanzó hacia el mostrador. Su gesto denotaba agotamiento físico, lo que podía explicarse, ya que son muchos los conductores que deben aguantar jornadas abrumadoras para traer sus cargas al mercado. Cierto que la máscara sudada y crispada del camionero de gastada casaca de cuero mostraba la misma palidez de mi amigo, pero alejandro no clavaba su mirada en el recién llegado, sino que no la separaba

35

de la puerta, por donde se veía la parte trasera de un poderoso camión de color verde oliva. Se trataba de uno de esos imponentes y maltratados armatostes que después de servir en la última guerra transitan en las calles de Buenos aires en trabajos de paz. en la mesa teníamos tres jarras de vino vacías. y yo pregunté: -¿Qué pasa en ese camión? alejandro balbuceaba, ya en pleno delirio. - Pude verlo antes que se estacionase. estaba lleno de muertos. Parecen soldados. algunos van destrozados. a otros les cuelgan los brazos, como si quisiesen aferrarse al suelo para no seguir viaje. yo tampoco me encontraba del todo bien, pues comencé a admitir: -no cabe duda que ese camión llevó miles de soldados y cargó toneladas de cadáveres, alejandro. y esas imágenes no se pueden borrar así no más. ahí quedan, junto con esa pintura color de campo martirizado y las abolladuras producidas por alguna explosión. ¿Pero querés ir a ver lo que lleva ahora? Seguramente un cargamento de zapallos rojizos, o de fresquísima lechuga... alejandro movió obstinadamente la cabeza con el gesto temeroso y angustiado de un niño que se niega a cumplir un castigo. yo giré la cabeza para divisar al camionero. terminaba de tomar una copa en el mostrador de cinc y abandonaba el local. Pasó al lado de nuestra mesa, detrás de mí. no pude ver si el hombre hizo un gesto, pero lo cierto es que alejandro se incorporó y con pasos de alucinado salió detrás del camionero de la casaca de cuero. Cuando sentí arrancar el poderoso motor pude reaccionar. atiné a dejar un par de billetes en la mesa, entre las jarras vacías, y llegué hasta la puerta. el camión y alejandro habían desaparecido. tenía frente a mí esa extraordinaria bóveda de cemento, con imponencia y belleza de catedral, de nuestro mercado central. Filas interminables de camiones entraban lentamente por sus puertas de ciudadela. Sentí miedo y eché a andar con paso rápido hacia las luces del centro de la ciudad.

36

el reMolino

—el remolino es lo mejor para pescar —le enseñaba el Beto— Parece peligroso pero es lo más seguro.el Beto la agarraba del brazo o del vestido para que no resbalara al río.—tira la caña por ese lado.hermenegilda esperaba que picara un bagre, ojalá un pacú, y dejaba que el Beto le corriera la mano por el brazo y se metiera en el pecho. lo que realmente importaba era pescar algo. Si aparecía en casa con un dorado la mama le sonreía y seguía sonriendo cuando llegaba el viejo y todo iba de lo mejor con el humo de pescado asado. lo malo era llegar al rancho con las manos vacías.—¿anduvistes con ese atorrante del Beto? —le reprochaba la vieja. Con Beto andaba siempre. a veces se conformaba con manosearla mientras pescaban, o se le echaba encima al borde del terraplén de donde se dominaba el remolino del río. resultaba cómodo ese terraplén de abundante pasto mullido y escondedor. Pero el Beto nunca le dijo que la llevaba allí para aprovecharla, sino que le enseñó:—ahí donde el remolino la pesca es mejor.aquí en la ciudad encontró el remolino en las estaciones ferroviarias, en algunas plazas y en muy pocas calles. la multitud era un cuerpo cerrado y aplastado, igual que el río, tan ajena a su carne y a su pensamiento como fue el río de su infancia. Pero de pronto esa multitud compacta y hostil entraba en un remolino, girando en un movimiento que permitía penetrar en esa masa cerrada y tomar contacto con tanta ajenidad.el remolino arranca al hombre de su ciega embestida. vacila un brevísimo instante antes de dejarse tragar por la estación ferroviaria. no hace falta entonces magnificar una sonrisa. Para pescar basta un leve parpadear, un casi imperceptible rictus de la boca. el remolino traía peces y también la muerte al menor descuido. aquí en la ciudad el peligro se dice hacer bandera, es decir llamar la atención. el remolino humano trae solitarios hombres-peces, secos bagres o grasosos pacús, pero también tiras pechadores y charlatanes

37

de vana degeneración que preguntan y desaparecen. lo peor es la gente joven, su dañina y trémula curiosidad, la perversa búsqueda de un diálogo al puro cohete. hay que seleccionar bien y el remolino de Plaza once permite barajar el torbellino de jetas con pantalones.un tipo de portafolio en la mano. ella le hace un gesto y se detiene mirando una vidriera. el hombre se vuelve y la aborda. usa sombrero como para ocultar la cara. — ¿vamos? —propuso ella.— ¿hay cerca un lugar barato?—aquí a la vuelta —-y lo encaminó a través del remolino.al tirar el portafolio sobre una silla hay un ruido de hierros. — ¿no llevas armas o algo así?—instrumentos —replicó el hombre. y dándose importancia:—Soy técnico.— ¿de qué?—televisión y todo eso.— ¿Ganas bien, verdad? ¿Me vas a dar entonces un buen regalito?el hombre le alcanzó un papel de mil pesos. ella lo dejó sobre el velador y pidió más. el hombre le dio otro billete.Con el gesto automático del cierre relámpago se quitó el vestido y quedó en calzones y sostén blancos que contrastaban con el cuerpo cobrizo, casi negro. el hombre la contempló detenidamente. negra con pies grandes y piernas anchas, de niñez descalza y caminadora.al soltarse el corpiño resbalaron los pesados pechos de enormes pezones morados. aquello prometía como un inerme objeto sexual si no fuese que negro sobre negro, los ojos de la mujer relucían como dos animalitos indóciles y vigilantes. esa mirada resultaba contradictoria con el cuerpo abundoso y quieto: esa mirada era el remolino negro y profundo de un río chato y calmo. el hombre pensó que ella venía de lejos.— ¿de dónde sos?a la mujer no le gustaba nada esa pregunta. la humillaba que la encontraran cambiada de lugar.—de aquí cerca: santafecina soy.Podía decir chaqueña o formoseña para mayor exactitud, pero prefería quedarse por ahí nomás: santafecina le gustaba, algo más cristiano que decir chaqueña, ser provinciana pero no india.El hombre gimió y rogó que lo besara en el final que se precipitó más de

38

lo deseado. ella le apartó la boca y después se incorporó. Guardó los dos billetes en la cartera. el hombre la vio hacer con una mirada de huérfano. Se veía triste.— ¿así que sos de afuera, verdad?la mujer no contestó. empujó los dos billetes al fondo de su cartera. esto ahora es mío como mi cuerpo y mi boca y me llevo todo y te dejo más solo de lo que te encontré, con la tristeza del bicho flácido y dos papeles de mil pesos menos en el bolsillo.el hombre miró ansiosamente a la mujer, con la intención de detener el tiempo. de pronto se le revelaba la exuberancia y el misterio de esa mujer. Pero el remolino giraba vertiginosamente y se sintió inerme frente a los movimientos mecánicos y exactos de la mujer morena. le bastó un solo movimiento para encerrar los enormes pechos en el corpiño y otro gesto, oblicuo, de autómata, para encajarse los calzones. aun sin los pezones morados y el poderoso trapecio del sexo a la vista, el cuerpo presente seguía llenando la habitación con su luz aterciopelada.— ¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre en otro vano intento de detener el vórtice del remolino que ya lo tragaba.Mientras se ponía los zapatos ella dijo nelly o Betty, cualquier nombre de batalla que no significaba gran cosa y totalmente ajeno a las piernas macizas, a esa carne morena que igual que un sol iluminaba esa pieza con mayor intensidad antes de desaparecer.el hombre pensó que esa impresión le venía por la sorprendente blancura de la ropa interior de la mujer. Sin un solo adorno: blancas y sencillas, amplias y henchidas como las velas de una fragata.Finalmente la mujer se puso el vestido floreado y apretó la cartera bajo su brazo redondo. apuró al hombre:—termina de vestirte y vamos.el tipo lo miró con resentimiento:— ¿Cabecita, eh?Cabecita, cabecita negra, salida de la tierra y color tierra como un gusano, el pensamiento torcido de quien viene a arrebatar la tranquilidad y los bienes y hasta la salud del hombre blanco de la ciudad.— ¿Cabecita, eh?Merodeadora solapada, patas polvorientas de tierra adentro.el porteño es limpio, rosado, rico, hospitalario, Su ciudad fue el templo de virtudes consagradas en todo el mundo, hasta que el cabecita trajo la doblez,

39

la rapiña, el resentimiento social, todo aquello oscuro como su piel. Con los dos billetes bien metidos en la cartera, ahí estaba lista para partir con su vestido floreado ajustado al cuerpo moreno, los ojos negros relucientes de animal nocturno. Quizás le había encalado alguna enfermedad. ¿Por qué no? Cabecita, cabecita negra, color tierra en el cuerpo y en el alma.una cabecita con ganas de escapar como chinchuda y ladrona que seguramente era:— ¿Salimos o no?al salir a la calle ella quiso tomarlo del brazo, así como hizo al entrar al hotel, pero esta vez él la rechazó.—Para disimular —insistió la mujer—. Siempre andan tiras por aquí, ¿sabes?eso le faltaba. Que lo interrogara la policía. Que lo metieran en cana. Que todo el mundo lo viera en la calle de brazo de esa cabecita negra.—aquí en la esquina nos separamos.el apuró el paso y ella siguió detrás como si lo remolcara, hasta que lo perdió de vista. todo desaparecía pronto en el remolino. ese movimiento vertiginoso terminaba por marear.vio una mesa recién desocupada en el café de Pueyrredón y Sarmiento y allí se sentó. era en el reservado para familias, caso contrario no se hubiera atrevido a entrar. Buenos aires le había enseñado a ser prudente: no hacer bandera por nada en el mundo.resultaba impropio que una mujer entrara en el café repleto de hombres. otra cosa era en el reservado para familias. Por encima de una tarima los hombres podían mirarla y quizás intercambiar algún gesto.la mujer morena pidió un vaso de leche, bien calentita por favor, con tonada provinciana que hizo sonreír al mozo. le gustaba cómo servían la leche en el café, con un soporte metálico firuleteado. Bebió con sorbos cortos y esperó. Por el ventanal veíagirar el remolino de la calle. una o dos vueltas más, pensó la mujer. Con los sorbos de leche se filtraba la confianza como un vino tibio. No temió como otras veces llegar tarde a la villa donde vivía. resolvió dar otra vuelta antes de volverse a casa. le tocó caminar mucho. el remolino de la estación once abarcaba la avenida Pueyrredón hasta llegar a Corrientes, y por rivadavia hasta Congreso. el remolino de pesca daba vueltas en toda la ciudad y en todo el recorrido de su vuelta en casa. remolino de Plaza Flores, y seguía girando con mayor volumen y velocidad en liniers. remolinos de gente y luces en el cuerpo presente de la ciudad estaqueada de este a oeste en la

40

noche pampeana. la mujer comió una porción de pizza y un vaso de moscato en las delicias. después tomó otro colectivo que bajaba por la avenida Perito Moreno. Bajó en el cruce con la autopista del aeropuerto de ezeiza. altas torres coronadas con focos iluminaban la zona con una poderosa luz naranja que resultaba más peligrosa que la oscuridad del suburbio. allá arriba de la autopista silbaban los autos y camiones lanzados a toda velocidad. la mujer apuró el paso para protegerse en las sombras. de lo alto giró un coche con los focos encendidos. Pasó a toda velocidad y retomó el camino en trébol que bajaba y ascendía a la autopista. Con una chirriante frenada se detuvo al lado de la mujer.era un Fiat blanco. iban dos muchachos de pelo largo.— ¿Qué haces aquí?—a casa voy —dijo ella y siguió andando.—Párate —gritó el que manejaba. era un tipo gordo, de polera colorada. el otro era flaquito.— ¿y si no quiero?—te conviene hacerme caso —siguió hablando el gordo. Mira que podemos atropellarte con el coche.—Me esperan en casa.—y te van a seguir esperando.ella se detuvo.— ¿Qué te parece? —preguntó el gordo.—Bien poco vale la negra —respondió el otro con voz aflautada.—a mí me gusta.— ¿no vamos a esperar a los otros?—esos ya no vienen coche.—Quedamos en encontrarnos de doce en adelante.—Pero ya son cerca las tres. te digo que no vienen. Queda la picada para otra vez.la mujer pretendió escapar por un lado pero el gordo saltó a tierra y la agarró del brazo.—-a no avivarse. a vos te necesito y aquí te quedas. ¿Qué miedo tenes? no te hagas la delicada. un ratito conmigo y te vas.Se dirigió a su compañero:—Mostrale el bufoso a la negra para que aprenda.El otro asomó una cara pálida y afilada. Los tres inmovilizaron la mirada en el arma que relucía con las luces anaranjadas de las torres de la autopista.

41

—ya te dije que te conviene.empujó a la mujer por la puerta trasera del coche.—está bien —aceptó ella-—. Pero hace pronto.Se quitó el vestido y con él envolvió la cartera para esconderla. temía que esos tipos le robaran, justo en la noche que traía más plata que nunca.—deja esa negra de mierda y vamos a la Panamericana —se lamentó el flaquito—. Se me ocurre que nos esperan por allí.—aquí nos citamos y de aquí no me muevo.—Larga esa cabecita —rogó el flaquito—. No es para nosotros.—Para vos no —rió el gordo—. ni ésta, ni ninguna otra.—ayer no me hablabas así. te conseguí la guita y hoy el coche.— ¿Por qué no salís a estirar las piernas?— ¿Me echas de mi coche?—Con vos al lado no puedo hacer, ¡Cállate al menos!El flaco se asomó al asiento trasero:—larga la negra o te quemo.El otro giró la cabeza y le sorprendió encontrarse con esa mirada fija y desesperada, las pupilas abiertas y vidriosas. le temblaba el revólver en la mano.—Guarda eso, turrito. ¿andas pichicateado verdad?—-no guardo nada. Salgan de ahí o los cago a tiros. dale el vestido a la negra y que salga rajando.—la cartera —reclamó la mujer a los gritos—. Quiero mi cartera. ¡ladrones!—Bajá—le dijo el flaquito—. Ahora agarra tu vestido. ¿No te da vergüenza? Ponételo. y raja pronto y lejos.Pero la mujer quedó parada al lado del coche. extendía la mano y gritaba para que le dieran la cartera y entonces el flaquito disparó dos veces. La mujer giró suavemente sobre sí misma y cayó de rodillas en el asfalto. el coche arrancó y aceleró a todo motor al subir el trébol que llevaba a la autopista: un remolino rugiente (el último) alrededor de la mujer abundosa y morena que se extendió en el asfalto como una mancha de aceite, y los altos focos anaranjados velaron el cuerpo presente hasta el amanecer.

expedición al oeste

42

todo comenzó así: el doctor arturo dusol me invitó a visitarlo y tomábamos un primer whisky en el balcón de un octavo piso. allá abajo se quebraba la avenida Callao en una profusión de farolas y columnas doradas. yo contemplaba la calle entre distraído y fascinado, como lo hacía de niño, cuando durante días enteros miraba pasar los pesados carros y los lustrosos coches fúnebres que desfilaban por la calle Potosí. Entonces los carros eran bellos y profusamente decorados. los caballos cadeneros avanzaban con compadrita arrogancia, y los carreros —rostros joviales y voces broncas—los imitaban cuando detenían las chatas en la esquina de yatay, e iban contoneándose a tomar la ginebra en el boliche de don juan. de los coches fúnebres, en cambio, no guardo ninguna opinión, salvo que me intimidaba la gravedad de los cocheros galerudos. desde entonces me disgusta la gente solemne, la que va detrás de los muertos como paja condenarlos. aclaremos. Soy un hombre de ciudad. antes fui un niño de ciudad. y una ciudad se compone de calles, donde generalmente se producen hechos. en realidad es lo único que me interesa: la calle y los hechos. en resumen: la vida. lo demás son suposiciones, comentarios, teorías, derivados, añadidos, ensayos. es decir convencionalismo, retórica, impotencia, vanidad, hipocresía, trivialidad y resentimiento. en una palabra: literatura.la calle me reveló el mundo de la poesía y la aventura.Decir la calle significa definir un sentido mágico y vital. “rentrons dans la rué”, dice (no recuerdo cuando) el Gavroche de víctor hugo. justamente eso: entremos en la calle como quien penetra en un templo para buscar la verdad, o como quien busca su casa para bañarse y sentirse menos lamentable.al principio creí que el doctor dusol me había invitado con el único propósito de sorprenderme con su generosidad, ¿Quién soy yo, efectivamente, para tomar un segundo whisky en una terraza del octavo piso, y con la avenida Callao a mis pies? hay momentos en que el mundo debiera detenerse un instante para descanso y deleite de sus tripulantes. Comenzaba a sentirme francamente eufórico. ¡el viejo Zeus no tuvo una avenida Callao en el olimpo, con una botella de whisky al alcance de la mano!dusol, renombrado psiquiatra y conocido crítico de arte, hablaba de París. recordamos algunos nombres y situamos determinados lugares. en realidad, hablábamos de París como dos viajantes de comercio pueden conversar sobre venado tuerto, recordando hoteles y notabilidades locales. Pero al tercer whisky, y debidamente afirmado mi ego, caí en la cuenta de que si en ese

43

momento cabía generosidad en uno de nosotros, ese era yo y ningún otro. Pues mientras el doctor dusol hablaba de arte con términos de alienista, desenmascaraba al mismo tiempo el profundo rencor que cultivaba hacia un tal Pasten, médico también, y muy entendido en filosofía.Al principio se refirió a él con cuidadoso tono neutro, pero cada vez que volvía al tema —y en el fondo no le preocupaba otro— lo hacía con creciente animosidad. de amigo ligeramente criticable, el tal Pasten pasó a ser un mediquillo mediocre, después un ser repudiable, y finalmente un peligroso rufián. Me preocupé en estimular la vivisección de ese desconocido Pasten, y en esa forma el doctor dusol procedió a servirme el cuarto whisky.Siempre resulta conveniente para incrementar las relaciones sociales, que alguien se descubra una llaga. de tal modo se ofrece al interlocutor la posibilidad de meter el dedo y hurgar un poco con la uña. “¡Mire qué hermosa úlcera tengo!”, parecía decirme el doctor dusol. ahora hablaba de sí mismo y no pude menos que admirarlo. Su vida, si no muy intensa, era al menos edificante. Sobre todo mostraba los difíciles ribetes de triunfador. Pues era nada menos que conocido en esta ciudad que tanto se empecina en desconocer a sus genios.--¡Pensar que el año pasado recibimos un año nuevo en París! —recordó con repentina nostalgia. Suspiró antes de proseguir:--Fue como recibirlo en el centro de los acontecimientos.en cambio este año será aquí. . . Maintenant c’est dans la banlieue du monde...“este crítico miente”, pensé, lamentándome que hubiese abandonado el tema de su odiado colega. Pues rascando la llaga estaba seguro de que terminaríamos la botella de whisky. Pero todo estaba perdido si volvía al tema del arte. no hay whisky en el mundo capaz de sazonar la disertación de un crítico de arte.además, este dusol exageraba cuando suspiraba por los sucios grises de París. Buenos aires nos mostraba sus altos colmenares de cemento y mármol, coronados de chirimbolos, torres, cúpulas, buhardillas de pizarra o abiertas terrazas árabes, todas las ocurrencias de los ricos pobladores de esta’ ciudad absurda, reprimida, desorbitada y caótica. Posiblemente no exista otra en el mundo tan vulgar y promisora a la vez, como un dios inacabado que balbucea antes de sentirse un adulto poderoso.hasta ese balcón llegaron ráfagas del viento de la pampa y del río, silbatos de locomotoras y tres largos bramidos de un barco que se disponía a partir

44

—trémulos y familiares llamados de la aventura. Filtrándose a través del tráfico enloquecido de mi ciudad, me pareció escuchar el croar de los sapos y el canto de los grillos. era como si todo el murmullo menudo y dominante de la llanura argentina invadiese la atmósfera de Buenos aires, hasta la más alta terraza, allí donde una sirvienta provinciana se asoma al vacío para mirar la noche, como una inmigrante solitaria en lo alto de un transatlántico.“ahora brindaré por cualquier cosa, para llenar los vasos de nuevo”, se me ocurrió, cuando un timbrazo señaló otra visita.--esperaba a una dama y creo que ha llegado —me explicó dusol con embarazosa sonrisa. era la señal de que tenía que retirarme. Cuando mi anfitrión fue a abrir la puerta, tuve ganas de vaciar la botella de whisky. dusol entró inmediatamente con una rubia mal teñida y de cara redonda.--la señorita ethel rivera; un amigo...el doctor dusol culminaba su exhibición. insinué un saludo de despedida y el muy canalla lo aprobó de inmediato. Fue entonces cuando se me ocurrió visitar al doctor Pasten. ¿Por qué no? nada sabía de él, pero podíamos mantener una larga conversación con el tema de ese miserable dusol. y ya no sería cuestión de entreabrirle delicadamente la úlcera, sino de rascársela a cuatro manos y con veinte uñas. aun quedaba media botella de auténtico scotch, pero no cabía otra posibilidad que retirarme.--encantado, señorita... —me despedí de esa ethel que no sabía sonreír, y al querer hacerlo mostraba los dientes como un perro que gruñe. repentinamente odié a ese seudónimo de cancionista nacional y esa su vulgaridad pretenciosa de suburbio mistificado. “Esperaba a una dama”. Por eso, seguramente, estaba tan acicalado. Necesitaba animarse con la bebida, y alguien que oficiase de testigo. al descender pedí la guía telefónica al portero y busqué la dirección del doctor Pasten.

ii

nada resultó más fácil. lo llamé por teléfono y acordamos encontrarnos una hora más tarde en un café de la avenida Corrientes. allí me instalé temprano, para dedicar mi ocio al estudio del mundo que desfilaba. Esta ciudad es muy difícil de comprender y el secreto para hacerlo puede consistir en haber sido porteño y ya no serlo más. de todos modos es preciso haber vivido ese vacío

45

que lanza a la gente en) la calle, ese vacío que hace caminar como sonámbulo, ese vacío que se pretende llenar con banalidades, cursilerías o guaranguería, donde se busca la protección del gesto y la estridencia, para que todo termine en lo mismo, en falta y anhelo de vida.la ciudad brindaba todo en sus iluminadas vitrinas. libros del mundo entero con la tinta aún fresca, en las librerías abiertas hasta la madrugada. y lo que es más importante: los costillares que dan vueltas en el spiedo, y pirámides de policromadas latas de conservas, y un envasado río de aceite bajo las guirnaldas de salamines, lagrimones de quesos provolones y obscenos jamones suspendidos ¡Pero cuesta encontrar un solo gesto espontáneo! a veces resulta inútil remover los cerros de latas y botellas. no hay ninguna etiqueta que pueda garantizar una ración de vida auténtica. doble porción de costillar para el buen ciudadano, pero una diminuta ración de vida intensa, y sobre todo cero de poesía.

iii

Me había citado con el doctor Pasten sin conocernos ni darnos señas particulares. Pero el encuentro resultó fácil. Cuando menos lo esperaba, tuve a Pasten delante de mí. yo lo podría diferenciar entre mil tertulianos de un café porteño.lo que se dice un intelectual de garra, con su cabeza socrática y su nariz aguileña. los ojos de miope miraban con cierto aire de sorpresa, pero su boca de apretados labios decían que podía mostrarse fuerte e inclusive cruel. Mordía su pipa mientras me clavaba la mirada como si tratase de adivinar mis más recónditas intenciones. Me estrechó la mano y sentóse dirigiendo a nuestro alrededor una mirada de desagrado. Buen síntoma si le molestaba la vulgaridad de ese bar. Pidió un vaso de cerveza, sin ánimo de probarlo y sin dejar de morder la pipa.--¿así que estuvo un par de horas escuchando a alguien que hablaba de mí?--Sólo puedo decirle que he sentido muchos deseos de conocerlo, doctor Pasten.--es comprensible: dos horas hablando de una persona despierta la curiosidad del más apático. ¿no le parece?--voy a pedirle un favor, en nombre de nuestra futura amistad: por esta noche no comentaremos lo que escuché de usted.Pues realmente creo que toda amistad, a igual que el amor, es resultante

46

de un misterio. no sé cómo lo entendió Pasten. inclinó la cabeza como si me rindiese un homenaje, pero volvió a la carga, empecinado:--Mucha delicadeza de su parte. ¿Pero con quién estuvo usted?en ese instante estudié su gesto de mordisquear la ya roída boquilla de su pipa. la mordía con el empecinamiento juguetón y algo feroz de un cachorro. Se me ocurrió que si yo dejaba que me sorprendiera en una mentira, echaba todo a perder. y ese pillo había llegado con el visible propósito de exhibir dotes de adivino.--estuve con su amigo el doctor dusol —respondí.Pasten retiró la pipa de su boca.--Lo que significa que no escuchó muchas amabilidades sobre mi persona.Me detuvo un comedido gesto de protesta y prosiguió con forzada sonrisa:--¿Qué le parece a usted mi colega dusol? ¿lo admira como médico o como crítico de arte?--Creo que opino lo mismo que usted. Salvo, claro está, en lo referente a la medicina.rió, negando algo con un movimiento de cabeza:--no prejuzgue. usted no conoce mi opinión sobre él.tampoco dusol la conoce.--a mi no me interesa, palabra.—Lo importante es que usted respondió con la verdad. Afirmé con un movimiento de cabeza, como aceptando mi imposibilidad de mentirle. y pude notar que se mostraba muy halagado por mi conducta.--hizo usted muy bien en llamarme.y aclaró:--a todos los que me llaman les doy la suerte.--en la amistad —prosiguió mi interlocutor— me siento satisfecho cuando al menos puedo arrancar una verdad. y usted ya me la dijo. ahora me corresponde festejar a un nuevo amigo.¿Por qué la gente supone que la verdad es una especie de respetuoso homenaje hacia ellos, en vez de ser un producto circunstancial? el doctor Pasten se mostraba conmovido y agradecido por el hecho de no haberle mentido, sin pensar que verdad y mentira la jugamos a cara y ceca. a veces nos aman por una mentira o nos odian por una verdad. jugué bien y gané: mejor para los dos.--¿le gusta a usted este café? —me preguntó el doctor Pasten con el bendito propósito de invitarme a un lugar mejor.

47

--a usted no, ¿verdad?--Sinceramente, me desagrada.--no es nada atractivo, es cierto. Pero tiene la calle a la vista. y la calle, digo yo, es la vida.--a ésta la encuentro muy vulgar —me cortó Pasten.--Claro que es vulgar. Pero nadie puede negarla por eso. Con seguridad nos encontramos llenos de vulgaridades.Por eso las rechazamos con un horror casi religioso. llevamos las vulgaridades adentro y somos incapaces de contemplarlas con espíritu de curiosidad. Por otra parte no puedo sentir lo mismo que su colega dusol, que vive añorando las calles de París. Son fascinantes pero lejanas. yo no puedo alimentarme con lo que he comido en París. debo comer aquí. dos veces por día. le juro que no lo puedo evitar. y como Pasten recorrió nuevamente con la vista el salón, sugerí:--¿Qué le parece si buscamos otro bar?enumeré algunos lugares conocidos.--Si usted no se opone, creo que el mejor lugar para charlar es mi casa —invitó con una sonrisa. acepté con cautelosa reticencia. Salimos del café y subimos a un imponente automóvil. de entrada, Pasten se reveló un volante impulsivo y temperamental. lo que se dice una verdadera personalidad. a topetazos separó los coches vecinos y tomó a toda velocidad por Corrientes. después giró violentamente por la avenida Callao.y me sorprendo de viajar una vez más. Con avidez absorbo las luces y sopeso la densidad de las sombras de las calles que dejamos atrás. Contemplo con viejo encono esa condenada gente de día feriado. Seres indiferentes, desplazándose con vacilantes y desganados movimientos. Prefiero mil veces los días de trabajo: la muchedumbre precipitada y los individuos definidos en la barahúnda como los animales en la selva. hay entonces movimientos medidos, o precipitados, o quietos en misteriosas actitudes, pero todos son elementos ciudadanos que juegan un preciso papel en el ballet urbano.de cualquier modo mi ciudad sabe recibir y sabe despedir todos los días. Cuando se llega o se sale de ella, Buenos aires se presenta como un gran espectáculo.esta sensación de viaje se produce porque no sé donde me lleva y también porque tomamos por la avenida rivadavia. a determinadas horas, la inestabilidad reina en el sector comprendido entre Congreso y Plaza once. Huidizas sombras de aventuras flotan en la avenida Rivadavia, con su

48

tráfico intenso y sus aceras sombrías. Eso invita a caminar por si ocurre algo. hay muchas calles así en la ciudad. Sugieren posibilidades inauditas, aunque nunca ocurre nada. de pronto me domina el impulso de bajar del auto y recorrer esas calles como un merodeador, fascinado por su clima de inestabilidad, barridas por un viento de soledad que se estira como un lamento por la ancha acera desierta de gran ciudad evacuada o sitiada bajo la peste y el terror. Me resultó imposible pasear siquiera la mirada. Pasten hundía a fondo el acelerador, como un policía que lleva a su preso, o una ambulancia cargada con un agonizante. ¿Miedo de perder la presa? de reojo miré al doctor: no dejaba de morder la pipa. Se proponía algo: deslizarse, volar, evadirse, aplastar a alguien, provocar un desastre, ser linchado por la turba vengativa, o terminar con las costillas hundidas por el volante y el parabrisa trizado incrustado en el cuello. ¿Quién puede llegar al fondo del alma de quien hunde el acelerador como un poseído?Por mi parte recorría mentalmente esas calles, paso a paso como es debido, y cuando llegamos a las luces de Plaza once, el auto debió detenerse al lado de la recova. allí los restaurantes y los bares enfrentan el páramo de la plaza desnuda. el gentío se apiña en la cálida arcada densa de olores de fritanga, buscando amparo de la desolada plaza once. nosotros seguimos hacia el oeste, en dirección a la pampa. Muy lógico que nos salude el desierto y la muerte en la estructura tenebrosa del ferrocarril dormido.

iv

rodamos rivadavia al oeste en demanda de mi barrio natal de almagro. Continúo sintiendo cerca el mundo mágico del ferrocarril. Me domina la presencia de la playa de rieles: un arpa de reluciente acero que me hace vibrar como un diapasón.todas las calles dejan de ser vulgares al atravesar las vías férreas. la calle ecuador se transforma en un túnel para peatones. es delicioso pasearse en medio del misterio de un túnel mientras encima silban las locomotoras. el placer de recorrer este pasaje se completa con un paseo por la calle Cangallo —entre oscuros galpones llenos de ratas y amobladas con entradas para autos—, para finalmente volver a atravesar la playa de rieles por el largo puente de la calle Bustamante. a este puente llegué a los siete años, integrando una pandilla del barrio, en riguroso plan de exploración. Quedábamos alelados

49

de delicioso espanto cuando las admirables locomotoras pasaban resoplando bajo nuestros pies y nos envolvían con una impetuosa nube de vapor. ¡Salud maravillosas y furiosas devoradoras! Siempre fueron para mí el palpitante hierro bruñido, que irrumpe en la noche como el auténtico emisario de la aventura.atravesamos el barrio de almagro y soy un niño mirando las máquinas bajo el legendario puente de Bustamante. el doctor Pasten hace volar su Cadillac. Muy pocos minutos y demasiada velocidad para recorrer la condensada angustia de las calles de mi infancia. apenas si puedo atisbar algunas calles dormidas. ¡Qué largo, sin embargo, ese recorrido que va de la calle Pringles hasta el puente de Bustamante! a los siete años se tiene una idea exacta del mundo. ese trayecto era inmenso, poblado de ladrones y asesinos. el itinerario admitía todas las variantes y todos los imprevistos: podíamos perdernos o ser atacados por tribus inamistosas. Pues muchas de nuestras exploraciones por otras barriadas desencadenaron alevosos ataques. Conventillos enteros se vaciaban ante la provocativa presencia de forasteros, y sólo nos quedaba la posibilidad de correr para escapar del peligro, estimulados por los gritos salvajes de los naturales de ese barrio. las pedradas alcanzaban a calentarnos las espaldas, pero apenas las sentíamos, e inclusive llegábamos a recibirlas con alegría, ya que significaban que nos poníamos fuera del alcance de esos forajidos. Pues la experiencia señalaba que nadie puede recoger una piedra sin dejar de correr, y ese sensible blanco en nuestro lomo significaba que cesaba la endiablada persecución. Generalmente se detenían porque habían llegado al límite de sus territorios, y nos salvábamos por la misma razón que tantas veces en África se salvaron Stanley, livingstone y Cía., pues los salvajes nunca se aventuran fuera de sus países, y entonces los exploradores pueden seguir ampliando el mundo conocido.desde entonces fuimos espectadores interesados y absolutamente parciales de todo lo que ocurriese en la calle, territorio densamente poblado de amigos y enemigos, a quienes sólo conocíamos como tales después de rotundas experiencias. Criados en Babilonia, supimos escoger lo mejor: el espectáculo cambiante de la esquina, los pregones y las broncas callejeras. Sólo deseábamos crecer para hacer nuestras todas las calles de la ciudad. allí estaba el gran juego: las calles: fascinante mundo que el hombre levantó sobre dédalos de cloacas y crujientes esqueletos añejos. ¡Qué bien nos nutrimos con la vitalidad de la calle! Soñábamos con ser canillitas, mensajeros, choferes de taxis. el problema fundamental consistía en perforar todos los muros de

50

la ciudad: conocer los secretos resortes de las grescas en el conventillo de la calle Potosí, y los misteriosos acontecimientos del prostíbulo de Pringles.viajo con rumbo desconocido y por la espina dorsal de Buenos aires, junto a fantasmas que me miran, y es como si yo me mirase a mí mismo. he aquí un momento oportuno para hacer un balance de la vida. Pero las sensaciones cuentan mucho en mi vida, y no conozco ningún libro mayor donde pueda registrarlas. Pues los fantasmas, cuando son auténticos, escapan a toda contabilidad.Por otra parte, Pasten imprimió al Cadillac una excesiva velocidad. Pretendía mostrar su habilidad tomando la vía del tranvía, pero a cada momento sufríamos la trepidación de caer sobre el empedrado. después rodamos otra vez sobre el asfalto, y pretendí infructuosamente poner en orden mis fantasmas para encontrarles un sentido.los redobles del tambor alborotaban mi barrio anunciando la llegada del muñeco Pedroza. avanzaba por la calle Pringles y parecía llenar la calzada con su porte descomunal y grotesco. Cabezón y sonriente, su máscara metía miedo a unos y hacía reír a otros.el muñeco Pedroza avanzaba por la calle Potosí. daba vueltas y se tambaleaba como si fuera a caerse. Inclinaba su cabezota mofletuda y pintada de carmín, mientras nos fijaba los aterradores globos de sus ojos. A su lado redoblaba el tambor como si llevasen el muñeco al cadalso. de vez en cuando, mientras descansaba el tambor, un hombre con un megáfono repetía la propaganda de una marca de galletita, Sentado en el umbral de mi casa, veía pasar al muñeco. esa tarde me crecieron las fuerzas y seguí la caravana de Pedroza por Potosí al oeste. llegué hasta la calle yatay. admiré una vez más el elegante puentecito de hierro, que se hacía girar en los días de lluvia para atravesar la calle que se convertía en un río torrentoso. dudé un instante antes de penetrar en lo desconocido. Finalmente lo hice. y seguí a la grotesca figura del muñeco. De este modo me interné en las estepas del Parque Centenario. Baldíos pelados y agrestes, algún rancho improvisado, edificios en construcción. Se imponía un paisaje desolado. el parque era solo un proyecto.dominaba una especie de lejanía estrangulada, un vacío fascinante como un precipicio horizontal. era la pampa instalada en la ciudad. Sentí miedo de lo desconocido y hubiese vuelto a casa despavorido. Pero a mi lado descubrí, sonriente, a emilio, más conocido como “el lecherito”. Se trataba de un poblador del conventillo de Potosí, hijo del lechero del barrio, por cierto un

51

niño temido y respetado por sus puños, además del prestigio que concedía vivir en ese formidable conventillo, un misterio de bulla sin fin que limitaba con otro misterio, el silencioso y arbolado fondo del hospital italiano. nos animamos mutuamente y juntos proseguimos la marcha. de repente se nos cruzó un espectáculo inaudito. un vigilante llevaba preso a un hombre. el uniformado, con casco de punta metálica, llevaba agarrado de un brazo a un hombre en manga de camisa, que se tambaleaba del mismo modo que el muñeco Pedroza y el oso Carolina de los carnavales. los hubiéramos seguido, pero detrás del vigilante y el borracho, seguían varios pílleles hirsutos, inamistosos y crueles pobladores de esos baldíos, y a ellos sí les tuvimos miedo. nos limitábamos a contemplar como el vigilante y el borracho se perdían detrás de los5 montículos de tierra removida. después buscamos con la mirada al muñeco Pedroza y no lo encontramos. había desaparecido. estábamos solos en medio de lo desconocido.--¿Sabes como volver a casa? —me preguntó emilio.Comprendí que con esas palabras me hacía responsable de la aventura.--Claro —respondí. y eché a andar. emilio venía detrás.--¿adonde vamos?--aquí cerca.y después de un rato:--allá está.--¿Qué cosa?--díaz vélez.--¡ah! —se calmó el otro.Proseguimos la marcha hacia una calle ancha. no cabía duda. era díaz vélez.uno inventa algo; lo crea. vale decir, piensa en algo y lo convierte en realidad. esa calle era díaz vélez y estábamos salvados. Paralela a ella se encontraba la nuestra, calle Potosí. hacia allí dirigí mis pasos. y emilio siempre detrás de mí. llegamos a la calle ancha y la encontré algo extraña.¡Pero estábamos salvados! díaz vélez: una cuadra a la izquierda y llegábamos a Potosí. era necesario continuar andando hasta llegar a la conocida esquina de yatay, o la otra, más familiar, de Pringles. Pero esas esquinas no aparecieron nunca. Seguimos andando y la intranquilidad comenzó a inquietarme como un molesto y pertinaz cosquilleo. de repente presencié algo tan inaudito como el vigilante arrastrando a un borracho. un tranvía avanzaba por la calle, pero en vez de hacerlo en el centro de la calle, tal como sucedía en díaz vélez, lo hacía pegado en la acera. esa particularidad

52

no la conocía en ninguna calle de nuestro barrio. allí me detuve como si me hubiesen propinado un mazazo en la cabeza.--¿Qué te pasa? —me preguntó emilio.--¡nos perdimos!¡Perdidos! Comenzamos a trotar por aquellas calles como perros espantados, esta vez en sentido contrario, para desandar lo andado. Pero las calles no recobraron en ningún momento los aspectos familiares.--estamos perdidos.lo decíamos entre nosotros, e insistíamos en encontrar solos el camino. un obrero que volvía del trabajo adivinó nuestro drama, nos siguió una cuadra en nuestra desesperada búsqueda, y finalmente nos abordó con una tranquilizadora sonrisa de complicidad:--¿Se perdieron, eh?temíamos que en otro barrio, es decir en territorio enemigo, se conociese nuestra situación de inferioridad. nunca hubiésemos confesado que estábamos rematadamente perdidos. Pero al escuchar la pregunta, olvidamos todas las prevenciones, y nos confesamos derrotados. y con gran sorpresa mía, “el lecherito” emilio, temible por sus puños, y admirado por el uso de espectaculares muñequeras (lavaba los tarros lecheros del padre), el belicoso emilio rompió a llorar.el hombre nos consoló y nos llevó a su cuarto, en el fondo de un caserón. nos hizo sentar en un banco y despuésse dedicó a bromear con una morocha de ojos negros y brillantes.Me dominaba la ansiedad de que nos llevara pronto a casa —tal como nos había prometido. Pero ese hombre parecía sentirse cómodo y contento en esa tibia habitación. la morocha trajo una pava de la cocinita y empezó a servirle mate. Se decían cosas y reían con ganas. y todo eso comenzó a interesarme. Finalmente se estaba bien allí, en el ambiente cálido, mientras la mujer lucía su risa blanca en el rostro moreno. el misterio era el de siempre, pero resultaba más fascinante con ese condimento de la zozobra que me dominaba. de pronto el hombre nos tomó de la mano y salimos a la calle. Sin hacernos caminar mucho nos llevó al barrio, que comenzaba a alborotarse con nuestra ausencia. Cuando el hombre llamó a casa, y mi padre abrió la puerta, me escabullí adentro y me metí en la cama. Simulé quedarme dormido, para que no me molestaran con preguntas y retos. y recién entonces comencé a tener miedo. Con los ojos cerrados pensaba en el muñeco Pedroza, en el vigilante y el borracho, en la angustia de verme extraviado. y en la sonrisa de la

53

mujer, en esa complicidad inquietante que mantenía con nuestro salvador. ¡Cuántas cosas llenaban el mundo! Fue la primera escapada y el resultado era rico y turbador, como ese vino azucarado que me preparaba tni abuelo en los días de fiesta.apagaron la luz y entonces me sentí solo en la oscuridad. otra vez me vi extraviado por calles extrañas. Me dominó el miedo y lo quise ahogar hundiendo la cabeza en la almohada. Pero fue inútil y la angustia me acompañó durante años al acostarme. de este modo aprendí a perderme y conocer y a lamentarme después conmigo mismo.Bordeamos un parque, atravesamos las luces de Primera junta y entramos como un torbellino en el centro del barrio de Flores. los fantasmas seguían congregándose sobre nuestras cabezas y ya iba encontrando largo ese viaje hacia el oeste.--¿usted vive por aquí, doctor?Pasten me miró como si le hubiese formulado la más insólita y estúpida de las preguntas.---¿no sabe usted que vivo en Castelar? —preguntó a su vez, mirándome de reojo.otra vez corríamos sobre un sector sombrío de la avenida rivadavia, para volver a irrumpir en un nuevo centro de luces. estos claroscuros de las barriadas porteñas se alternan como los días y las noches en el mar, igual que las entradas y salidas de los pueblos pampeanos, una monotonía cósmica que constituye el mejor aperitivo para la locura y la muerte, para atrincherarse detrás de un mostrador o acorazarse con un almidonado cuello duro.atravesamos innumerables calles y avenidas que desembocan en rivadavia —nuestro amazonas ciudadano—. Siguiendo esos cursos, a veces arbolados como los ríos tropicales, se llega a todos los extremos de la ciudad llanura. además de hastío, como para llenar el mundo, estos suburbios guardan sus misterios. ¿Por qué no? en algún lugar debe almacenarse y fermentar la vida que parece ausentarse al caer la noche.Reconozco ahora el poderoso afluente de la avenida Lacarra. En esta esquina, hace más de veinte años tomábamos el colectivo para Mataderos. decorado como carrito lechero, recargado de emblemas deportivos y cintas patrióticas, el colectivo atravesaba una mezcla de pampa y ciudad, de fábricas y ranchos, donde todo anacronismo podía esperarse.detrás del inmenso cubo de cemento del Matadero Municipal, pasábamos frente al monumento del resero. el jinete, ya montado y con gesto sufrido,

54

esperaba que se le desentumeciese el matungo de bronce para ir él también a quilombear. una amplia plaza desierta, una vía férrea, otra avenida, y el deslinde de la ciudad: luces adustas y recargadas tintas de tango, velorio y anarco-sindicalismo. un ambiente capaz de apretar el corazón del más corajudo. Pero nosotros llegábamos resueltos a pasarlo bien, y saltábamos alegremente a tierra. no hay nada más absurdamente peligroso que los porteños cuando nos empecinamos en divertirnos. en la esquina, un café parrilla, con una orquesta de veteranas señoritas, dirigida por un invertido, ceñidos los pantalones de raso y un brillo histérico en los ojos recargados de rimel. en el café vecino, otros maricones chillaban sobre un entarimado:Si querés sacar la grande bájame los pantalones: vas a ver el premio gordo con dos aproximaciones,esto sucedía en los extramuros de la ciudad en una noche de 1936. los números artísticos no obligaban al consumo de champagne. Servían carne asada y un vino criollo que roía el borde de las mesas y hacía chasquear de gusto la lengua de los trabajadores de los mataderos.en la puerta del prostíbulo, parecido a un cuartel, dos agentes de la policía provincial palpaban de armas a todo el mundo. Por nuestra parte, demostrábamos espiritualidad al entrar en primer término al galpón donde se jugaba.--tres al que tira.---Quiero.--un peso a la espera.Con solemnidad de sacerdote, un moreno obeso esperaba el momento de tirar la taba. Sopesaba y acariciaba el hueso herradurado. le imprimía volteretas y lo resobaba.--tres pesos al que tira.Caían al suelo los billetes de los peones de los mataderos; despreciados billetes ganados entre mugidos, bosta y sangre. Tímidas y confidenciales se escuchaban las apuestas de moneda; provocativas resonaban las apuestas fuertes. Enfrióse por fin la vociferación y toda la expectativa acribilló la jeta sebosa del ídolo chino que sobajeaba la taba. Cuando se clavó en el suelo arrancó un grito: ¡suerte! Manos de bronce recogieron monedas y billetes. Manos de manteca recibían billetes y entregaban fichas. Las regentes, entronizadas sobre sus tarimas, vigilaban con la abotargada podredumbre de sus ojos las interminables galerías del prostíbulo. luces, seda, caricias: todo burdo pero substancial. nadie usaba el equívoco y todo se llamaba

55

limpiamente por su nombre.a ese público sencillo le seducían los ropajes exóticos: quimonos brevísimos, pijamas graciosos, pantaloncitos ceñidos, túnicas de gasa, polleritas de encaje, largos y escotados vestidos de baile. no faltaban una negra ataviada de rumbera y una criolla vestida de Manuelita Rosas. Era la gran fiesta del suburbio: un oasis iluminado, con huríes de todos los continentes y de todas las provincias, convocadas en el exacto límite del desierto y la ciudad. había una negra motuda de singular arrastre. Su gesto de res cansada estimulaba a sus admiradores, que esperan en riguroso turno. Al alcanzarle una ficha, la “madame” le reprendió por llevar la blusa abierta. esperando se desocupe una habitación, algunas mujeres adoptan gestos románticos, recostando la cabeza en el pecho de su circunstancial compañero. Otras prefieren cultivar la conversación mundana.el saco es cuidadosamente colocado en el respaldo de la silla. ella dobla con gesto grave su vestido de gran farra. “Con la ropa no se juega”, es nuestro lema por excelencia. Primero proteger la ropa; después hacer el amor o lo que sea. Garlitos Gardel y el cuadro de Boca Juniors, en tricornia y crucificados con ocho chinches en la covacha canflinflera, sonreían sin apartar la vista.y nuevamente era la noche con gangosidades de bandoneones, chillidos y maricones y arrastrados pasos de la muchedumbre que va y viene. algo parecía madurar en la noche de esos aledaños, pero sólo se producían numerosas broncas, raras cuchilladas y algunos arrestos violentos a cargo de la policía provincial.recuerdo ahora al muchacho que recogía en su pañuelo la sangre que le chorreaba de la nariz. tenía un ojo cerrado de un moretón y un rayo de rabia brillaba en el otro. Muy cerca, un oficial de policía recogía su gorra del suelo. le quitó el polvo y se la colocó cuidadosamente, un poco ladeada sobre su rostro pálido y acicalado. le brillaba la visera, el correaje y las botas charoladas. y se veía impecable con sus brillos en medio de la oscura y siniestra calle que bordeaba el prostíbulo.Sentí a mi lado la voz sentenciosa de un niño que cargaba un cajón de lustrabotas:--el muchacho se retobó. ¡dios, la bronca que se armó!Sacudió los dedos con el gesto de haberse quemado la mano y prosiguió:---Para colmo manoteó para barajar los golpes y le tiró la gorra al suelo. y va a seguir dándole, si el tipo no se va pronto.

56

hizo una pequeña pausa antes de preguntarme:---¿le lustro, diga?El oficial llegó hasta nosotros. Se balanceó sobre sus largas piernas. Buscaba guerra, no cabía duda.--¡vamos! ¿Qué esperan? ¡Circulen!El lustrabotas ya marchaba adelante. Fui detrás de él. El oficial entonces se dirigió hasta donde “esperaba” el otro. Me di vuelta y pude ver como levantaba el latiguillo para cruzarle la cara al muchacho del farol. Comenzó a andar, trastabillando como un borracho.volví a instalarme en un colectivo que esperaba la orden de partida. hasta allí se arrastraba un tango de flauta y guitarras. Con los compases del tango llegó el muchacho del farol y sentóse él también en el mismo coche. dominado por un extraño y poderoso sentimiento de pudor (que mal podía confundirse con indiferencia), no pronunciamos palabra alguna sobre el incidente u otro asunto, pues sabíamos que todos pensábamos en lo mismo. después subió el lustrabotas y comenzó a contar sus monedas. Simplemente no se presentaba ningún motivo de conversación. y esos golpes constituían una humillación para todos nosotros. no se podía hablar de eso. el muchacho se restañaba la sangre y de vez en cuando se tocaba con precaución el pómulo tumefacto. yo trataba de recordar ese tango de la guardia vieja, hasta que di con el nombre: “El Apache Argentino”. Se inicia con un firulete de la flauta, un silbido canyengue que puede pasar indistintamente como un chiflido de alerta entre hampones, o las pitadas de la ronda del vigilante con casco de mi infancia.el control consultó su reloj y dio la orden de partida al colectivo. al volver de Mataderos la noche se apretaba más sobre las casas solitarias y se agravaban los interrogantes sobre ese amor que buscábamos en el fondo del permangawato disuelto en la palangana. inútil consultar al lustrabotas, ni al muchacho a quien terminaban de romperle la cara. la noche arrabalera estaba preñada de misterios. y volvíamos a la esquina de lacarra y rivadavia, de regreso de la expedición a Mataderos o de cualquier lado, pues finalmente todo termina en una expedición a mí mismo.y también ahora, al pasar por rivadavia y lacarra, tanto Pasten como yo hablábamos para uno mismo. Comencé a decir algo de este barrio, interrumpiendo lo que Pasten me‘contaba y yo no atendía. en cambio escuché mis propias palabras, y las encontré convencionales y ajenas al sentimiento que me dominaba.

57

Seguramente sucedía lo mismo con mi interlocutor. y todo sucedía por esa absurda ley social que impone la conversación. resolví que lo mejor era sentirme solo y dejar bailar a mis fantasmas con su propia música. y me callé, como en la noche del colectivo, cuando el silencio lo dijo todo.

vi

ese silencio no pudo durar. en el mismo instante de cruzar una plazuela de villa luro, nos propusimos escucharnos uno al otro. entonces caí en la cuenta que Pasten ya había terminado de contarme las generalidades. ahora se detenía en un sector muy importante de su personalidad: las experiencias.--¿ha vivido usted muchas experiencias? —me preguntó.le expliqué brevemente —pues corríamos a cien kilómetros por hora— que no entendía bien el significado de las “experiencias”. Hasta entonces —y gracias a mi buena salud—no había hecho otra cosa que vivir. las llamadas experiencias, como tales me tenían sin cuidado. vivir en experimentador significaba provocar hechos por simple espíritu de investigador, y para ello era necesario tener desarrollada la curiosidad científica. ¡Nada de eso en mí! además, para poder provocar hechos en la vida y de acuerdo a la voluntad de uno, es preciso ser dios o algo parecido. nunca llegué a eso. en mi caso, los hechos se producían porque así lo disponía la vida. la vida impone cosas y todo escapa a mi libre albedrío. y para resumir, señalé que me alimentaba de comestibles conocidos, en lo posible substancias agradables al gusto y a la vista. Y eso de hablar de experiencias como lo hacía Pasten, me hacía figurar una vida en preparados farmacéuticos, con rótulos llenos de complicadas nomenclaturas y falsas seguridades. ¿y cree usted que alguien puede vivir en experimentador? —terminé preguntando al doctor Pasten.--yo lo he hecho —me respondió con una sonrisa vanidosa.--¿Cuántas experiencias?--Muchas.--¿Con rótulo y todo?---Por supuesto. Con la diferencia de que en estos casos los rótulos se pegan después de probar lo que va dentro de los frascos. a veces debe agregarse la consabida calavera del veneno, y también después de probarlo.--Me imagino que no le habrá tocado tomar del frasco de veneno.--¿Por qué no? —río con sorna y satisfacción de sí mismo—. acepto su

58

comparación, aunque no es exacta del todo. lo que llamo experiencia es vida, con la sola diferencia de que es consciente de ser vivida.--estudiada y discriminada en todos sus elementos —le interrumpí—. igual que en la etiqueta de una botella de agua mineral.--Bien, si así lo quiere.---Imposible hacer figurar el sabor en la etiqueta. ¿No le parece? —le repliqué—. el sabor de un agua mineral escapa a todos los símbolos de la ciencia. y lástima que el sabor resulte lo fundamental para mí.--Quedan los símbolos de la poesía.--nadie puede representarme ningún sabor, y menos el de un agua mineral. debo probarlo yo mismo.Para evitar un silencio pregunté:--¿Qué tipo de experiencia prefiere usted?--justamente las que más se prestan para ser rotuladas con la calavera.--no comprendo.antes de comenzar la explicación emitió una risita. lo miré y tropecé con su mirada escrutadora. dejaba de vigilar el camino para echarme la recelosa mirada del poeta que se dispone a recitar un poema a un desconocido. en ese instante cruzamos una barrera de ferrocarril. Con un leve golpe de volante, Pasten encarriló el coche en las vías del tranvía, y así pasamos sobre los pozos del pavimento quebrado. Complacido por el éxito de la maniobra, aceleró la velocidad en ese trecho desierto de la infinita Rivadavia. Y de repente me di cuenta que Pasten me contaba su experiencia más reciente, parecida a una experiencia anterior, y que debía de ser idéntica a las otras: la larga y complicada historia de sus amores.--¿Pero hubo sólo amor en todo eso? —le pregunté para demostrar interés y exigencia sobre el tema.--Puedo probarlo —aseguró Pasten—. Sólo por un gran amor se deja a una esposa y a los hijos, se abandona una posición y se pierde a los amigos.--¿y usted por el amor perdió todo eso?--así es.--¿y ahora?--he recuperado lo perdido.--¿vale decir que goza de esa posición, rodeado de su mujer, hijos y amigos?--he jugado mi carta. a todo o nada... y gané. eso es todo: gané.--¿Pero no dice que había encontrado la felicidad en esa otra mujer?--Pero también la encontré al volver a mi familia.

59

--¿y su gran amor? ¿la mujer por quién jugó todo?--Pues la dejé. .. tuve que abandonarla.--entonces no triunfó el amor, sino las buenas costumbres.--Sí; triunfó el amor ¿acaso no es amor lo que siento por mi mujer, hijos y amigos?--¿Pero no quedamos que la otra mujer representó la revelación del amor?--también entonces triunfaba el amor. ¿Quién puede negarlo? Fue un amor delirio, que se opuso al amor remanso, para provocar el amor cósmico. Siempre el amor rigiendo mi vida: a la vez motor y meta. ¿Conoce usted mi teoría sobre el amor?trató de explicármela. yo lo escuchaba, pero no podía dejar de pasar revista a los fantasmas conjurados en acompañarme en esta expedición al oeste de mi ciudad. Pues conmigo llevo los andenes ferroviarios, los cines de barrio y las avenidas relucientes de lluvia y luces y poca gente. Marcado al rojo con el anhelo de aventura. y el deseo de vagabundear como una dulce congoja.¡Que cada uno se rasque la sarna con su mejor uña! Me molesta la gente importante, y Pasten se comportaba como tal. un tipo importante no se conforma con rascarse: tiene que hacerlo en público y con uñas prestadas. Mejor es estar solo y largarse a andar por la calle. Pues mientras haya gente en la calle y misterios en la ciudad, puedo sentirme en medio de la vida y la poesía.necesitaba, pues, desprenderme del tal teorizante del amor y calzarme las botas de siete leguas de la soledad y los recuerdos.¡esta es mi expedición al oeste! Por cierto un hermoso viaje. el oeste lo señalo con una o enorme que abarca el mundo entero. una o que representa el viento pampeano que gasta la tierra e infinitos caminos polvorientos que se vuelcan en el horizonte. todo esto es debido a las locomotoras que pasaban ululando por mi barrio natal, con sus vagones con la gran o del Ferrocarril oeste. decir oeste es nombrar la pampa. Frente al mapa lo señalo con la izquierda, que es el lado del corazón. decir oeste es la exacta dirección de un viaje hacia mí mismo.Para este viaje no necesitaba a Pasten, ni a su Cadillac, ni a nadie. los recuerdos surgen solos. estaba en mi ciudad y sin embargo todo sucedía como si despertase en otra región del mundo —y esa otra región fuera mi país natal. Pues es patria donde de un modo u otro hay recuerdo en el corazón. ¿Qué hacer con Pasten? ese hombre necesitaba exponer sus teorías, estaba borracho de filosofía, rebosaba postergada afectividad. Quería salvar un

60

alma, o echarla a perder, y era capaz de todo, con tal de ganar un adepto, un contrincante, un admirador o simplemente un enemigo. ¡el maldito quería funcionar de cualquier modo!el Cadillac entró a toda velocidad en la barriada de liniers.--¡eh, doctor Pasten! ¡un alto antes de internarnos en el desierto!aceptó la propuesta de una parada. nos sentamos en un bar y pedimos café.--¿tiene un cigarrillo, doctor?--Fumo en pipa —y la mostró con un gesto apenado.Sus azorados ojos de miope observaron cómo me incorporé lentamente.--¿usted se va?--voy a comprar cigarrillos—le dije.y no volví jamás.

vii

Seguí andando por rivadavia y fui a tomar un café, uno más, pero esta vez el mío. Me instalé, pues, en “el olmo”. es importante volver a sentarse en un lugar donde hace años se ha meditado el mismo problema. el decorado y el paisaje es lo de menos. lo importante es el ambiente interior que se retoma como se hace con un sueño o un camino. hay algo que repentinamente golpea como una revelación. una vez más estoy frente al ventanal de la esquina de este café, enclavado justo en el punto final de mi viaje.la caudalosa corriente de la avenida rivadavia se bifurca y encrespa bajo la avenida aérea que señala el límite de la capital. entre las luminarias de esta gran puerta oeste de la ciudad, diviso la silueta de un gigantesco árbol gibado.Se mece al lado de una enhiesta torre de iglesia. hace veinte años me senté en esta misma mesa, vale decir que medité sobre el mismo peñasco. a este árbol lo recuerdo perfectamente, pero entonces, a igual que ahora, ese árbol no me señalaba algo importante. resumiendo: mi ciudad rechaza oí paisaje, y yo también.En cambio aquí están los filos de los rieles y los semáforos que titilan en la noche sus adustos rojos y sus alegres verdes. Por allá llega la poderosa voz del oeste y la aventura: un aullido con entrañables tonalidades metálicas. es un tren que llega de la pampa y brama al sumergirse en i ciudad, entre las luces populares de Liniers. ¿Cuántas vci • en mi infancia desperté con

61

esa pitada para soñar despierto? Pasan los vagones, y el farol de cola, cálido como un saludo, se aleja hacia el corazón de cemento o se pierde rumbo a la llanura. la locomotora vuelve a bramar, ya más lejos, pero está demás que repita su mensaje.Pido al mozo el café de la tregua y enciendo el cigarrillo de la paz conmigo mismo. Me siento solo y dueño de mi destino.Pero la euforia y la angustia (esas hermanas siamesas), me acosan hasta en esa mesa de café. y nada más lamentable que sentirse repentinamente triste en el extranjero. Porque mi patria es el barrio de Palermo. Quiero decir mi patria de adopción, puesto que nací y me crié en el barrio de almagro. Pero la mejor parte del mundo la descubrí en Palermo. ¡Me llevó muchos años explorar ese mundo, a pie y en bicicleta! un mundo vivido en la pasión de los catorce años, en la perversa espera de que una catástrofe se abatiera sobre la ciudad. de ese desastre nos salvaríamos muy pocos amigos, y quedaríamos dueños y señores de la ciudad, y las mujeres del barrio ya no nos rechazarían con el desprecio que les merecían nuestros requiebros de adolescentes.Palermo fue un vasto territorio con selvas, lagos, profundas calles arboladas. Pero Palermo fue también la puerta, de la gran aventura: el conocimiento del río. Y el río culmina en el puerto. En el filo de la llanura conocimos el puerto de Buenos Aires, infinito como la Muralla China y propicio caldo de cultivo de fiebres ambulatorias.el río es la nota irremediablemente americana de mi ciudad. europa no puede dar un río así, como tampoco puede modificarlo. ¡De ningún modo! Ningún simbolismo puede traducir su espectáculo inédito: agua quieta y barrosa que dibuja un horizonte de comienzos del mundo. el río de la Plata se pronuncia como un acontecimiento inaudito. es importante para los que jugamos y crecimos en su greda inicial. Me marcó con el gusto de la piel morena y de la insólita naturaleza americana. ese horizonte cobrizo me señaló americano: un hombre que siente preferencias profundas e indefinidas en una tierra a medio hacer.

* * *resuelvo atravesar todo el desierto cuadriculado de la ciudad que duerme. retorno en un tren eléctrico que corre a través de tranquilas barriadas, entre fondos de casas modestas que se muestran desenfadadas, cochinas y puras como embadurnados traseros de criaturas.al llegar a Plaza once, tomo el subterráneo para atravesar el centro de la

62

ciudad y llegar al territorio querido. Subo a la superficie frente al viento del río. ya estoy otra vez en el puerto de los puertos, partida y llegada de todas mis tentativas de fuga.vuelvo de una expedición al oeste. un viaje que no me resulta menos útil ni más absurdo que otros viajes.

63

EntrEvista a ChEn-Yi Y Mao-tsE-tung

En Pekín, y en todo el inmenso territorio chino, no hay una sola plaza, ni una sola calle en sus inumerables ciudades, ni nada en la nueva China que lleve el nombre de algún dirigente político o de algún jefe de la revolución. Esta conducta corresponde a una ley promulgada por Mao tse-tung en plena guerra de liberación y hace más patética la impresión que se impone al visitarnos: quienes actualmente gobiernan China son exactamente —en personas y esencias —los mismos hombres que hicieron la revolución. El hecho se hace evidente al conocer a sus figuras más relevantes.Chen Yi nos recibe con el sobrio uniforme de los funcionarios chinos. no gasta ni la sombra de una condecoración ni insignia militar, pero es uno de los diez mariscales que cuenta el Ejército Chino. actualmente es vice Primer Ministro y ministro de relaciones exteriores. Este hombre sencillo, afable, de gesto bonachón, es la historia viva de la revolución.Era estudiante en París cuando se incorporó en la lucha por la liberación de su patria. Junto con Chou En-Lai formó grupos de revolucionarios entre los chinos que estudiaban o residían en Europa. a igual que Mao tse-tung, Chen Yi, poeta y erudito en literatura clásica, se reveló como un gran conductor militar en esa guerra de liberación donde con medios precarios debieron poner fuera de combate a ocho millones de soldados del ejército del Kuornintang pertrechado y apuntalado por todo el poderío de Estados unidos. El 27 de Mayo de 1949, las tropas comandadas por Chen Yi entraban en shanghai por los barrios del oeste. El hecho marcaba un momento culminante del triunfo y las dificultades de la revolución. El imperialismo, sin tiempo de llorar la pérdida de shangai, se mostró esperanzado en las nuevas condiciones que tendrían que afrontar las tropas revolucionarias. ¿Podrían esas masas campesinas que

64

formaban el ejército popular resolver los pavorosos problemas que se acumulaban en shangai? allí dejaron la ciudad más populosa de China, desmantelado su equipo industrial, pero incrementado al paroxismo el hambre y la corrupción que la habían hecho famosa en el mundo entero. 80.000 prostitutas, poderosas organizaciones de rufianes y traficantes de drogas, gangsters regimentados. Ya habían mostrado su poderío cuando ejecutaron la orden de Chang Kai-shek de apuñalar por la espalda a la revolución en 1927. también en 1949 los traficantes de opio podían resultar más eficaces que los consejeros militares yanquis de Chang Kai-shek. Mientras Estados unidos se dedicaba a recoger los restos del ejército del Kuornintang para trasladarlo a la isla de tai-wan, ofreció con espíritu sospechoso la ayuda “desinteresada” al ejército que no pudo derrotar. La “voz de américa”: “shanghai va a desaparecer bajo la dominación comunista” mientras el new York times propiciaba el otorgamiento de un crédito al gobierno revolucionario. Quizás los dólares y los rufianes pudiesen “salvar” en última instancia a shanghai de la revolución. El hecho realmente desconsolador y definitorio fue la firmeza y la eficacia del ejército comandado por Chen Yi para resolver los problemas de shangai. La ciudad más populosa de China fue barrida de toda clase de basuras.ahora estoy conversando con Chen Yi en Pekín y recuerdo las aguas del turbio Wuang-Poo, donde se alinean los pesados edificios Victorianos y los agresivos rascacielos americanos de shangai: fueron las sedes de los bancos británicos y las misiones militares yanquis que antes gobernaban a China. ni ingleses ni yanquis volvieron a pisar shanghai, al punto que actualmente un hombre blanco en cualquiera de sus grandes avenidas llama la atención de los transeúntes.hoy China es blanco de ataques y críticas. Chen Yi sale al encuentro de la pregunta apenas sugerida:—En primer término debo referirme al rechazo absoluto que nos dedica el imperialismo. Esto no guarda relación, como algunos creen, con la potencia de China. aun debemos luchar con el nivel de vida que heredamos, no sólo muy bajo con

65

respecto a Europa, sino también comparándolo con algunos países de américa Latina. usted ya habrá comprobado en su viaje que nuestro nivel de vida no se aparta aun mucho de los otros países del asia. si se nos combate de tantos frentes, no es debido a la peligrosidad de nuestra fuerza, sino por la insistencia de nuestra posición frente al imperialismo. Esta posición nuestra es la causante principal de rechazos, críticas y desentendimientos. Pero los revolucionarios chinos ya estamos acostumbrados a no apartarnos, a no desviarnos de nuestro camino por agravios o difamaciones. Lo que realmente importa de toda esta alharaca son las relaciones que hemos mantenido con los países semicoloniales en los 13 años que llevamos de vida como estado libre. hemos prestado ayuda a Cuba, con intercambio en pie de igualdad y préstamos a largo plazo sin interés, y lo mismo hemos hecho con ghana, guinea y otros países africanos, y con Yenán, Birmania, indonesia, y otros países hermanos del asia. hemos ayudado especialmente a la rau cuando el ataque imperialista al Canal de suez y hemos prestado ayuda incondicional al pueblo de argelia, sin importarnos si con ello ofendíamos al gral. de gaulle. nosotros no podemos vacilar entre un pueblo que lucha por su independencia nacional y la amistad del gral. de gaulle. Los soldados argelinos lucharon con armas y uniformes chinos. amistosamente puedo decir a usted que tenemos tres millones de soldados, y la entrega de varios miles de fusiles y uniformes, aun en medio de nuestra pobreza, no compromete nuestras fuerzas. En 1956 le ofrecimos a hungría 20 millones de dólares, sin pedirle pago, y durante el ataque anglo-francés al canal de suez, le ofrecimos 6 millones de libras esterlinas a la rau sin cláusula de devolución. Del mismo modo cuando un pequeño y heroico país socialista como albania se encontró muy aislada y acosada nos sentimos con el deber de correr a su ayuda.—¿En qué condiciones prácticas efectúan esta ayuda a los países de asia y África?—se contempla en general los préstamos con bajo interés. Plazo de 10, 15 o 20 años. Estos préstamos se ofrecen para

66

levantar fábricas, en especial textiles, cemento, papel, madera terciada, grupos electrógenos, fábricas de maquinarias livianas, de cigarrillos, etc. Los pagos comienzan a los dos o tres años.—¿van técnicos chinos a esos países?—Por supuesto. Y esto produce también algunos inconvenientes con los otros técnicos de países capitalistas y socialistas. Pues los técnicos chinos llevan instrucciones precisas de vivir en el mismo nivel de los pueblos de esos países. Esto enfada a los otros técnicos, porque los chinos trabajan los domingos y se presentan en la fábrica en cualquier momento de día o de noche que necesiten su presencia. hay mucha oposición a la política china en sus relaciones con el extranjero, porque China aplica una política de nuevo tipo, basada fundamentalmente en la justicia y en la no aceptación de la división de países fuertes y débiles, de países ricos y pobres. Este es uno de los crímenes que comete China.además, eso que se llama ayuda no la consideramos nunca como generosidad de nuestra parte. Estamos convencidos que el beneficio es mutuo cuando el intercambio se hace de pueblo a pueblo. Cuando ofrecimos ayuda a Cuba y argelia, los heroicos pueblos cubano y argelino nos ayudaban a nosotros con sus heroicas luchas contra el imperialismo y el colonialismo. Los triunfos de argelia y Cuba, y de todos los países que luchan por su independencia nacional, consolidan el triunfo de la independencia y de la revolución china. Es una ayuda recíproca y práctica. visite los almacenes de Pekín: en todas partes hay azúcar de Cuba. Del mismo modo que no aceptamos el trato entre países fuertes y débiles, consideramos que también los beneficios y agradecimientos deben ser recíprocos. Por eso no aceptaremos de ningún país del mundo una ayuda con anexos de condiciones políticas. En tal sentido somos más amantes de nuestra libertad que de los bienes materiales. si el precio de nuestra independencia es la pobreza, la preferimos al menoscabo de nuestra independencia. no aceptamos que se interfiera en nuestras opiniones. En relaciones con otros países aceptamos consultas mutuas y discusiones en pie de

67

absoluta igualdad. nos oponemos a todo tipo de sumisión política en el campo internacional. Por eso las grandes potencias se sienten molestas, y por eso también somos comprendidos y queridos por los países pequeños.En consecuencia no depositamos nuestras esperanzas en ninguna ayuda, sino en nuestras propias fuerzas. Los conocimientos técnicos no pueden ser monopolizados por ningún país. ¿visitó usted el Palacio del Pueblo? Fue construido en pocos meses con proyectos, técnicos y materiales chinos. Muchas empresas y bancos norteamericanos esperaban algún día volver a entrar en tierra china, y seguirán esperando, porque solo lo hacen en determinadas condiciones. no logran la menor influencia, y esto parece avergonzar a Estados Unidos, que se han propuesto de un modo u otro influenciar en todo el mundo. Pero el problema del desentendimiento no está en China, sino en ellos. nosotros estamos dispuestos a olvidar el bloqueo, la hostilización, y entrar en trato con Estados unidos, con una sola y simple condición: que nos devuelvan taiwán y que no impidan nuestra legítima entrada en las naciones unidas. En ocasión de encontrarme personalmente en la reunión de Julio en ginebra, conversamos con la delegación yanqui, particularmente con rusk, sobre la posibilidad de un entendimiento y entonces les hablé con los mismos términos que le estoy hablando a usted. Por supuesto no pudieron contestar nada, solo se limitaron a señalarme que todo eso se trataba de una herencia dejada por Eisenhower y que ellos estaban de acuerdo en solucionar el conflicto. Les contestamos que no nos hacía falta Estados unidos, pues sin ellos podíamos vivir y luchar. Y aquí está la segunda causa de los ataques a China: que nos levantamos por nuestros propios medios. nuestro trabajo, por otra parte, lo tomamos con. un sentido de experimentación. Pues la transformación social que usted ha podido observar en su viaje por China es de carácter experimental. Propiciamos relaciones humanas nuevas y más justas. En el ejército mandamos a los generales que cada año vivan un mes con los soldados. Claro que esto sorprende a muchos extranjeros. Movilizamos a los

68

intelectuales para que todos los años pasen una temporada con los campesinos. organizamos brigadas de voluntarios para los trabajos públicos. Para la construcción del Palacio de la asamblea Popular, por ejemplo, asistieron casi todos los altos funcionarios. En las comunas populares, docenas y centenares de miles de familias registran sus jornadas de trabajo, y dividen las cosechas según el porcentaje de dichas jornadas, según el principio de “a cada cual según su trabajo”. Poco a poco queremos cambiar el sistema de propiedad. a los funcionarios del gobierno se les aplica un sistema de salarios bajos, no muy superiores al de los obreros. un campesino gana término medio 40 yuanes, y el salario máximo de veteranos y encumbrados funcionarios es de 400 yuanes. Pero esta cifra es excepcional. Por regla general no sobrepasan de 200 yuanes. Pues no queremos formar una nueva capa social. El nivel de vida debe elevarse para todos. La nuestra es una nueva experiencia en el mundo. Claro que hemos estudiado el sistema, soviético, pero fundamentalmente hemos tomado en cuenta la realidad concreta del pueblo chino. Por eso consideramos nuestro sistema como el. Más justo y apropiado para nuestra realidad. Por eso hay diferencias con otros sistemas y no puede ser de otro modo. siendo lo nuestro una experiencia, necesitábamos una prueba, y esta prueba se produjo durante los tres años de calamidades naturales que sufrimos. La comuna popular confirmó su valor en los momentos de dificultad.. En verdad, proyectar, realizar y consolidar una nueva realidad social no es nada fácil. Por ahora nos limitamos a opinar que las condiciones de nuestra política social y económica son aptas para la realidad china. nunca elogiamos ni divulgamos nuestra política como mercadería de exportación, puesto que nuestra situación es sumamente particular, con mucha población y poca tierra laborada (2 mú por cápita), y una situación atrasada como consecuencia de ja herencia feudal y la destrucción provocada por continuas invasiones y guerras. Con tales antecedentes, China ha transformado en pocos años sus relaciones internas y externas. Los cambios

69

y construcciones se realizan bajo las condiciones adecuadas y concretas de China. nunca pretendimos imponer nuestra política a otros pueblos. ¿Qué derecho tienen los otros países para reprocharnos este o aquel error? Esto no lo podemos aceptar. nosotros tenemos la convicción de que debemos propiciar y experimentar nuestro propio sistema. Esto nos hace blanco del odio de muchos países. sin embargo las cosas que estamos haciendo son muy simples y sencillas. ¿Por qué hay gente que se siente tan sorprendida? ¿Por qué tanta crítica negativa sobre nuestro trabajo? En el proceso del desarrollo de la historia del mundo, cada país crea su sistema de vida. Cuando África complete su liberación, los pueblos africanos encontrarán su sistema adecuado, y lo mismo sucederá en américa Latina, donde no se impondrá un modo de vida yanqui, ni soviético, ni chino, sino un modo de vida particular que surgirá de la creación popular de los latinoamericanos. Del mismo modo es imposible concebir una versión soviética para uso del pueblo chino.

un PoEta Con uniForME DE soLDaDo

El coche echó a rodar por la avenida tien an Men. Las luces en forma de racimos se perdían a lo lejos. Poco más allá de la entrada principal del Papado imperial, el coche giró frente a una puerta flanqueada de columnas. Dos soldados, con el uniforme corriente del. Ejército Popular, saludaron a las visitas. un saludo bien chino: algo de chispeante alegría en el gesto marcial. Dos soldados sonrientes resulta por cierto una discreta guardia para el presidente de más de 650 millones de chinos.En toda China, y muy especialmente en Pekín, el continente nunca guarda relación directa con el contenido. Esos muros grises de Pekín suelen esconder fabulosos jardines y amplios pabellones, templos valiosos o la sucesión de pobladísimos patios. Esta vez es el muro bermejo de la Ciudad Prohibida y nos reserva la sorpresa de un lago bordeado de parques. al otro

70

extremo del lago hay un típico pabellón pekinés, seguramente una dependencia del vecino Palacio de invierno. El pabellón se ve pequeño, silueta tembleteando en la superficie bruñida del lago. Minúscula e irreal bajo las moles blancas y duras de los altos edificios de la Nueva Pekín.El coche corre ahora en la alameda que no rodea el lago, y de pronto aparece el pabellón iluminado, que ahora descubro no es grande ni chico. al entrar encuentro toda puerta abierta y lograda intimidad, porque en vez de paredes hay maravillosos encajes de madera tallada que bajan del artesonado y marcan las dependencias sin limitar el espacio.avanza hacia nosotros un hombre alto. resalta su frente despejada, y la mirada vivaz, curiosa antes que analítica, sorprendentemente chispeante en el apacible rostro maduro.Mao tse-tung nos conduce hasta un salón vecino, y yo trato de inventariar ese ambiente extraño y claro a la vez, tan refinado como austero, algunas taquígrafas, intérpretes, fotógrafos, deslizándose en esta extraña dependencia de un Palacio imperial convertido en comando revolucionario.—Esto es de la dinastía Ching —dice Mao tse-tung. no es muy práctico, pero debemos aprovecharlo. ¿Conoce la muralla de Pekín? Ya no presta ningún servicio de protección. Dificulta el tráfico y hay que demolerla para levantar nuevas construcciones. Pero también debemos conservar y reconstruir algunas de las puertas de la muralla por su gran valor artístico.Mao tse-tung habla de la muralla y de los barrios de Pekín para señalar la realidad china: un mundo que se transforma, que apunta al porvenir, y que no obstante debe tener siempre presente su pasado.En su conversación lenta y fluida se evidencia el espíritu receptivo y el estilo de un hombre. En ningún momento escucho el monólogo discursivo del político, sino la charla intimista del poeta. Me recuerda a cualquier conversación con Pablo neruda, la misma forma de pasear la mirada alrededor y referirse a hechos cotidianos para sugerir problemas fundamentales, con el mismo empleo lento y mágico de palabras

71

simples y desnudas.Mao tse-tung viste su sobrio uniforme, sin la sombra del cintillo de cualquier condecoración. Del mismo modo Chu tu-nan (Presidente de la asociación de amistad Chino-Latinoamericana), el escritor Chou Er-fu, y el consejero Pu Chao-min que me acompañan.nos han servido té verde aromatizado con jazmín, el mismo té que nos han servido en toda visita cumplida a través de diez mil kilómetros por territorio chino. El Presidente Mao se interesa, en conocer el recorrido de mi viaje y mis impresiones. Por eso se refiere a la muralla y al palacio: China no debe ni puede rechazar su herencia histórica y cultural. Las transformaciones deben operarse partiendo de realidades concretas no siempre halagüeñas.—China todavía es un país relativamente atrasado, que pasa por muchas dificultades —dice Mao Tse-tung. Hemos superado muchos obstáculos y obtuvimos ciertos progresos. necesitamos la ayuda de algunos países. nunca debemos olvidar que la causa revolucionaria es una causa conjunta. Las revoluciones- se apoyan unas con otras. si ustedes se liberasen del imperialismo, eso constituiría una ayuda para nosotros. ¿acaso Cuba no ha logrado un triunfo? El triunfo de Cuba ha brindado una enorme ayuda a la causa antiimperialista de todo el mundo. En su conjunto consideramos muy importante todas Jas luchas que se desarrollan en américa Latina. ¿ustedes no han apoyado a Cuba? El pueblo cubano es valiente y combativo. Sus dirigentes son muy eficaces. He estado con muchos amigos cubanos. Con ellos nos entendemos muy bien. Lo mismo sucede con otros latinoamericanos.américa Latina parece ser efectivamente una “debilidad” del presidente Mao. Me pide que a mi vuelta a Buenos aires salude de su parte al filósofo Carlos Astrada. A mi vez le señalo mi sorpresa al ver desfilar millones de chinos en Wuhan, Cantón, shangai, Pekín, en manifestaciones de solidaridad con la revolución cubana. Cuando pregunto o responde, me clava la vista, e inmediatamente su conversación parece cambiar al influjo de una palabra o idea de su interlocutor.

72

Por ejemplo, considera necesario corregir mi apreciación cuando hablo de los hombres que dirigen la política china:—nosotros nos regimos por una dirección colectiva. hay un comité central del partido, pero cada provincia y cada distrito tienen sus comités respectivos. Bien podemos decir que ahora el pueblo está organizado. El pueblo tiene sus sindicatos, la comuna popular, su partido. Y también su gobierno, y su ejército. tomemos por ejemplo nuestro ejército. El Ejército Popular ha nacido del pueblo y sigue identificándose con el pueblo. ha visitado a nuestro ejército? Es una lástima que no lo haya hecho. hay unidad, hay amor entre ejército y pueblo. antes era todo lo contrario. El ejército era temido, igual que la policía. Eso, que parecía ser su fuerza, constituía en realidad su debilidad.sonríe en dirección a Chu tu-nan, que fuera dirigente de un partido democrático en la vieja China,-Gente como nosotros temíamos mucho. Caer preso significaba la muerte.—temían, pero no demasiado.—Es cierto. nos hicimos en la lucha. hace sólo 13 años atrás, Pekín era rigurosamente controlada por la vieja fuerza. Entonces no podíamos ni asomarnos en esta ciudad. El ejército del Kuomintang no trataba amistosamente a ningún antiimperialista, los aniquilaba implacablemente sin importarles si eran comunistas o no. Era un ejército para defender los intereses del imperialismo, de los “compradores” y de los terratenientes. Eran opresores del pueblo. Después de la liberación todo cambió. no importa que imperialismo, digamos el mayor, el imperialismo yanqui, sólo puede cometer fechorías en taiwán, pero nada puede hacer en Pekín, ni en shanghai, ni en nankín. tal como en la época de la dictadura de Batista en Cuba, los capitalistas norteamerianos tenían mucha fuerza en China y ahora no tienen ninguna. usted debe visitar Cuba. allí hay experiencias directas para los latinoamericanos. tengo entrevistas con muchos africanos que no conocen argelia y les aconsejo que vayan a conocer argelia. allí se luchó ocho años y derrotaron a las tropas,

73

francesas. Ese país sólo cuenta con una población de 9 millones, pero los europeos eran casi un millón, y las tropas francesas de ocupación alcanzaron a 800.000 soldados. Las tropas argelinas sólo fueron unas docenas de millares al comienzo y debieron luchar muchos años. En Cuba, la guerra de liberación duró tres años. En China la lucha fue más larga. si solo contamos desde 1927, las luchas importantes duraron años, entre ellos 8 años contra los invasores japoneses. Es decir: 14 años la guerra por la liberación de Chira. Y la transformación de China lleva menos tiempo. Este edificio donde estamos es de tipo antiguo. ha quedado de la dinastía ghing, la última dinastía que gobernó China. hasta la fecha este palacio sólo tiene 51 años le historia, existe y la aprovechamos, pero resulta anticuado. ¿usted ha visitado el Palacio de invierno? no es cómodo para vivir, ni para trabajar. se ha transformado en museo.Y nuevamente hablamos de Pekín y de las murallas chinas. Le cuento que conocí las murallas de nankín, y la gran Muralla, y los restos de las primitivas murallas de Loyán y de Chingchú: gastados y romos terraplenes le tierra apisonada que señalan las primeras capitales imperiales, ya sepultadas bajo los sembrados de trigo. El presidente Mao comenta entonces los últimos descubrimientos arqueológicos provocados por la industrialización. Pues al mismo tiempo que China edifica sus fábricas, aflora en sus excavaciones una historia de milenios. De modo que los arqueólogos deben trabajar junto con los constructores.—todos los días aparecen cosas nuevas —dice Mao tse-tung—. Esto quiere decir que también el arte y la historia no deben estudiarse solamente en los libros.” La práctica y la investigación están ampliando de modo extraordinario la antigüedad y la importancia de la cultura china.Este poeta clásico que ahora bebe el té con gesto pasible simboliza como nadie esa síntesis de pasado y futuro que es la revolución china. ha partido de una realidad concreta nacida hace 3.000 años en la vieja Loyáng sepultada bajo tierra, esa tierra conmovida durante siglos por levantamientos

74

campesinos que costaron más vidas que todas las guerras de Europa.un poeta con el uniforme de soldado donde nunca se prendió una condecoración, bebe el té perfumado con jazmín. Es el presidente de una cuarta parte de la humanidad: bloqueada, aislada, difamada, sigue empeñada en construir el socialismo sobre el país más populoso del mundo.

Club de lectura Los Lectores Salvajes facebook.com/loslectores.salvajes