Serres Hermes Introducción

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La comunic.."1ci6n : t:rclmes 1 I Michel $erres i traducci6n de Roxana Pacz.­Barcelona: Anthropos, 1996

300 p. i 20 cm. - (Pensamiento Critico I Pensamiento Utópico; 91)

Tit. olig.: Hemu!s 1. La communication ISDN: 84-7658-428-8

l. Comunic.1.ción - Filosoffa 2. Berm!!s (Divinidad gti!!gn) - Critica, interpretación, ele. 1. Paez, Roxann, Ir. n. Tftulo UI. Colección

007:14

Título miginal: flenl1es J. La cOI11I/Ul/1icatio/1 (Pmis, Minuil) Traducción cedida por Editorial Almageslo, Buenos Aires

PrimCl1\ edición en Editorial Anlhropos: 1996

© EditodaJ AnLhropos, 1996 Edita: Editorial Anthropos ISBN: 84-7658-428-8 Depósilo legal: B. 16.375-1996 Discfio, realización y coordinación: PLURAL, Servicios Editoriales

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Aquí se relata el nacimiento de la ielea ele comunicación, su emergencia ciega a través ele una serie de artíwlos sobre diversos temas, dispersados a lo largo ele seis aíi.os. Dis-' persados, no disparatados, y con una perspectiva recurrente: su conjunto JI su lectura constituyen una variación -sin duda incompleta pero sistemática- sobre el tema de Hermes.

Partiendo ele las matemáticas y de una hipótesis sobre la génesis intersubjetiva del milagro griego, tesis perceptible en eLjuego elel diálogo platónico, volvemos a ellas para cerrar un primer ciclo, demostrando el rigor de La organización leibnitziana princeps: la comunicación de Las sustancias. La abstracción más alta nace de una aguda exigencia respecto ele la mejor cOl1wnicación posible; en la época clásica, ésta se establece sobre un soporte matemático. Así diseií.ado, el circuito no podía evitar la historia del milagro contempo­ráneo, ese nuevo diálogo que fue la querella de los antiguos analistas contra los algebristas modernos; circuito que, por lo general, se reencuentra en el milagro perpetuo que constituye la comunicación histórica ele las matemáticas. De la pregunta "¿qllé se pierde en el juego ele laspregllntas y las respuestas?" se pasa a "¿qué se olviela a lo largo ele esa caelena casi pelfecta, una vez que se encuentra montada sin posibilidad de retorno?" El cartesianismo da un paradigma particlllar de esas interrogaciones; resllltaba interesante reexaminar el modelo de la cadena, la operación intuitiva JI la afirmación del cogito, segú.n las mismas normas: examen

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centrado aquí en las nociones de transición y de distancia abolida. De nuevo, el pensamiento matemático mezclaba su devenir con el de la comunicación. Pero hay dos maneras de dar cuenta de esa alianza: desde el punto de vista de la conciencia, como en Descartes, o directamente a través del concepto, como en Leibniz; diálogo que aquí se retoma y del que la modernidad busca la salida.

Ya sea para volver a tierra, o para sumergirse en la corriente del sentido, comunicar es viajar, traducir, intercambiar: ponerse en la perspectiva del Otro, aSlUnir su palabra como versión, no tan sediciosa como transversal, negociar recíprocamente objetos embargados. He aquí a Hermes, dios de los caminos y las encrucijadas, de los mensajes y de los mercaderes.

No habíamos abandonado lo universal de la razón clásica, la propagación de sus rigores en un campo juzgado de antemano sin fronteras (lo universal no tiene versión), a lo largo de cadenas sin intercepciones. De donde se sigue que la sinrazón es ahí estrictamente el otro lado y lo incomunicable. Por un curioso giro, el método estructural dibuja con soltura los grafos cerrados de una geometría de la. locura. Diseli.a, para cerrar un segundo ciclo, las geodésicas de la razón clásica, reducida' a una razón regionalizada. Las matemáticas ya no son un soporte, ni una pantalla de la lumbre, sino un dicciona,rio. El término "método" retoma su sentido obvio de transporte.

Faltaba tradllcir, eligiendo para eso los textos más ex­trali,os: viajes para niños, cuentos para enamorados, le­yendas populares y suenas de alquimistas. Quedaban por comerciar, por intercambiar, palabras, dinero y mujeres, para terminar estas variaciones en los vapores del festín, el humo del tabaco y las cadenas inextinguibles de la risa.

Agradecemos a los Sres. Schuh, Bastide, Costabel, Cor­dier, Devaux y, entre todos, a M. Jean Piel, por habernos autorizado cortesmente a reproducir aquí los textos publi­cados en las revistas que dirigen.

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INTRODUCCIÓN

La red de comunicación: Penélope

Antes de ser seducida por Zeus bajo el aspecto de serpiente y de ooncebir así a Dionisos, Perséfone, abandonada por Démeter en la gruta de Cyane, había comenzado un tejido en el que repre-sentaría el universo entero. .

(Según relatos órficos)

Imaginemos, dibujado en un espacio de representación, un diagrama en red. En un instante dado (porque veremos ampliamente que representa un estado cl\al¡quiera de una situación móvil), está conformado por una pluralidad de puntos (cimas) unidos por una pluralidad de ramificaciones (caminos). Cada punto representa, ya una tesis, ya un elemento efectivamente definible de un conjunto empírico determinado.

Cada camino es representativo de un contacto ¿ relación entre dos o varias tesis, o de un flujo de deterininación1 entre dos o varios elementos de esa situación empírica. Por defini­ción, ningún punto se privilegia con respecto a otro, ninguno se subordina Ullívocamente a talo cual; cada uno tiene su propio poder (eventualmente variable en el curso del tiempo), su zona de irradiación y también su fuerza determinante original. Como consecuencia, aUllque algwlos puedan ser idénticos entre ellos, en general son todos diferentes.

Lo mismo sucede con los caminos que respectivamente

I Cuando hablamos de determinació~, entendemos por ella ¡

relación o acción en general: puede ser una analogía, una deducción, una influencia, una oposición, una reacción y así sucesivamente. /

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transportan flujos de detenninaciones diferentes, y varia­bles en el tiempo. Por último, existe una reciprocidad profunda entre las cimas y los caminos o, si se quiere, cierta dualidad. Una cima puede ser considerada como la inter­sección de dos o más caminos (una tesis pude constituirse como la intersección de una multiplicidad de relaciones o un elemento situacional nacer, de golpe, de la confluencia de varias determinaciones). Correlativamente, un camino puede ser considerado como una determinación constituida a partir de una correspondencia entre dos cimas precon­cebidas (cualquier relación entre dos tesis, interacción de dos situaciones, etcétera). Se trata, entonces, de una red en la que se maximiza a voluntad la diferenciación interna de un diagrama tan irregular como posible. Una red regular de cimas idénticas y de caminos concurrentes, paralelos, o normales entre ellos y equivalentes sería un caso particular de esta red "escalena"? O, si se quiere, dada una red regular, basta diferenciar sus cimas y sus caminos, hacerlos variar tanto como sea necesario para obtener el modelo que pro­ponemos.

Por otra p~te, pensamos que se trata de la represen­tación formal de una situación móvil, es decir, que varía globalmente en el curso del tiempo; por ejemplo, que un punto o cima de la red cambia bruscamente de lugar (como una pieza de determinada importancia -rey, dama, alfil, etcétera-,-- sobre un tablero), y el conjunto de la red se transforma en una nueva red donde la situación respectiva de los puntos es diferente, así como la variedad de los caminos. Razonemos ahora de manera abstracta sobre este modelo y, en cada estadio del razonamiento, comparémoslo con el argumento dialéctico tradicional:

1- Dadas dos tesis, o dos elementos de situación, es decir,

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dos cimas, el argumento dialéctico plantea que existe un camino y sólo uno para ir de una a la otra; ese camino es "lógicamente" necesario y pasa por el punto único de la antítesis o de la situación opuesta. En este sentido, el razonamiento dialéctico es unilineal y se caracteriza por la unicidad y la simplicidad de la vía, por la univocidad del flu.io de detenninación que transporta. Al~c-o\ltrario, el modelo precedente se caracteriza· por la pluralidad y la complejidad de las vías de mediación: es evidente que existen si no tantos caminos como se quieran para ir de una cima a otra, al menos una gr¡ln cantidad, proporcional al número de cimas. Efectivamente, está claro que la marcha puede pasar por tantos puntos como se quiera y, en par­ticular, por todos. No hay ningwlo que sea lógicamente necesario: el más corto, es decir, el circuito más corto entre los dos pWltOS en cuestión, puede eventualmente ser más difícil o menos interesante (menos practicable) que otro más largo, pero puede transportar más determinación, y abrirse momentáneamente· por tales o cuales razones.3 Desde en­tonces, el camino único (o el conjw1to de los caminos se­leccionados) que eligen la teoría, la decisión, la historia -o cualquier evolución dada de una situación móvil- es seleccionado entre otros posibles, determinado entre una distribución que puede ser aleatoria. El necesitarismo rígido de una mediación única se sustituye por la selección de una mediación entre otras. Es una ventaja notable, es decir, una aproximación más fina a las situaciones reales, cuya com­plejidad con frecuencia tiene gran cantidad de mediaciones practicables por derecho. y esa ventaja se debe a la su­perioridad de un modelo tabular sobre un modelo lineal o, más aún, al hecho de que un razonamiento con muchas entradas y conexiones m¡Utiples es más rico y más flexible que un encadenamiento lineal de razones, cualquiera sea el motor de ese encadenamiento: deducción, determinación,

3 Esa indeterminación del camino es la condición de la astucia.

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OPOSIC¡on, etcétera. En particular, el argumento dialéctico deviene en caso restringido de esa red tabular general: para encontrarlo, es suficiente homogeneizar la red y cortar sobre ella una secuencia ÚJüca con flujo determinante fijo, o tam­bién, proyectarlo sobre una línea ÚJ1ica. En todos los casos, lo encontramos como caso particular, como proyección desde un punto de vista restringido. Por lo tanto, hay pluralización y generalización de la secuencia dialéctica, por un pasaje a nivel del modelo formal, de la línea al espacio: el modelo cambia de dimensión; mientras que el argumento dialéctico creía haber flexibilizado y generalizado todo razonamiento anterior haciendo de la línea recta una línea quebrada: por más quebrada que sea la línea, y por más que lo sea numerosas veces, no obstante permanece en su dimensión. 4

2- De la linealidad a la "tabularidad", se enriquece el número de las mediaciones posibles, y estas últimas se flexibilizan. Ya no hay un camino y sólo uno, hay un número dado de ellos o una distribución probable. Pero, por otra parte, además de la sutileza de las diferenciaciones apor­tadas a las conexiones entre dos o más tesis (o elementos de situación real), el modelo propuesto ofrece la posibilidad de diferenciar, ya n<;..:el número, sino la naturaleza y la fuerza de esas coneixiones. El argumento dialéctico, por ejemplo, no transporta a lo largo de su linealidad más que un tipo uníuoco de determinación., negación, oposición, superaclOn, cuya fuerza existe, ciertamente, pero no es evaluada. 5 Razón por la cual nuestro modelo no es, por

4 La mayoría de las veces esa dimensión es temporal. De ahí el gran problema filosófico de la tradición: ¿lógica o temporalidad? El modelo aquí analizado quiebra esa alternativa entre la conse­cuencia y la secuencia.

5 Esa fuerza no es cuantificada, porque es siempre considerada globalmente como determinante: por lo tanto, siempre es maximizada groseramente. Y, sin embargo, la experiencia muestra lo suficiente que existen umbrales por debajo de los cuales una fuerza oponente no determina nada. La naturaleza antitética de la antítesis no basta: esto es sabido entre los pensadores dialécticos.

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derecho; de ninguna manera reductible a un tejido complejo de secuencias dialécticas múltiples: ese tejido sólo es un caso particular. Efectivamente, no introduce, en la multili­n.ealielael ele sus vtas, la plurivocielael ele los tipos ele rela­ciones yla evaluaci6n de su fuerza respectiva, eventual­mente diferenciada. Al contrario, cada camino, representan­do una relación o correspondencia en general, transporta un flujo elaelo de una acpi6n o reacción cualquiera: causalidad, deducción, analogía, .reversibilidad, influencia, contradic­ción, etcétera, cada una cuantificable en su tipo, al menos en derecho. Y, por otra parte, cada uno de esos flujos puede ejercer, eventual y recíprocamente, su acción sobre un único camino, lo· que no permite prever ninguna secuencia dialéctica: dos cimas pueden mantener entre ellas relaciones de causalidad recíproca, de influencia reversible, de acción y de reacción equivalentes, o incluso de acci6n de retorno (el feeel-back de los cibernéticos). En fin, una cima dada puede recibir muchas determinaciones a la vez (o ser su fuente), cada una de diferente naturaleza, cada una diferenciada por su fuerza o cantidad de acción. La univocidad de la oposición queda sustituida entonc'es por la diferenciación de los tipos y de las cantidades de determinación, donde cada cima es la extremidad o el origen de una pluralidad. El argumento dialéctico se encuentra aquí generalizado en lo que con­cierne a su motor o su dinamismo de determinación.

3- Y puesto que rula cima puede ser plurideterminada (y, por variaciones cuantitativas, subdeterminada, sobredeterminada, etcétera), es decir, representable por una intersección o confluencia de líneas o de acciones todas diferentes, incluso opuestas, relativa o estrictamente (causalidad, independencia, condición, contradicción, ana­logía, alteridad, etcétera), no se podría plantear la equi­valencia -es decir, la equipotencia- de cada una de ellas, para ser consideradas como extremidad o como origen, en la recepción o en lá fuente. De manera que esa red es muy fácilmente comparable a una suerte de tablero: sobre él existen peones con un poder equivalente en derecho, pero

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cuyo poder actual es variable según su situación recíproca en Wl momento dado, de acuerdo a la disposición del conjunto de las piezas y de su distribución compleja con respecto a la red de juego opuesta; pero también existen en el tablero piezas con poder djferente (rey, dama, torre, alfiL.) que son origen (o recepciones) de determinaciones diferenciadas, por definición o naturaleza, según caminos dados (líneas, diagonales, columnas, recorridos quebra­dos ... ), cuyo poder también depende (como el de los peones equipotentes) de su situación y distribución temporarias. Sobre el tablero, como en este caso, existen entonces deter­minaciones diferenciadas por naturaleza, cantidad de flujo, dirección y, correlativamente, elementos determinantes (o determinados) diferenciados por naturaleza y situación. Todo sucede entonces como si cada red fuera un conjunto complicado y en evolución constante, que representa una situación inestable de poder con Wla sutil distribución de sus armas o argumentos en un espacio irregularmente reticulado. )

El argumento dialéctico es entonces ese caso pobre y singularmente restringido de una lucha continua con una dirección constante, aunque quebrada, entre dos peones únicos y equipotentes, es decir, entre dos elementos sepa­radas por una distancia dada y constante según una di­rección privilegiada, donde el conf1icto abierto se produce en el momento determinado en el que uno de los dos llega a la equipotencia por intermedio del trabajo y de la cultura (lo que curiosamente pone de manifiesto que no se ue el juego del otro); conflicto que se termina con la toma de posesión de Wl punto privilegiado (es un intervalo lo que quiebra la secuencia linea]), ocupado por el predecesor vencido. El caso es tan pobre que no se puede imaginar como paradigma más que en la generalidad de la vida biológica: el juego muscular de lucha a muerte entre dos adversarios, dominador y dominado, en un momento igualmente fuertes e igualmente armados, momento elegido en el debilitamiento del primero para el crecimiento del segundo: el Amo y el Esclavo. Por

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lo general, en nuestro caso, una red diferenciada e inestable de poder se mezcla con otra red de poder inestable y dife­renciada (distancia abolida), en todas las direcciones del espacio. Una estrategia compleja, que pluraliza a los combatientes, diferencia su fuerza (dos curiales pueden más que dos Horacios, pero, por la astucia, un Horacio vale tres curiales), variando la situación respectiva a través del tiempo y por lo tanto capaz de ma.'dmÍzar una potencia por variación de la situación (como el último Horado), reem­plaza la lucha biológica a muerte. La infinidad de astucias posibles reemplaza la única astucia del enfrentamiento mortal, la burda astucia de valentía que gana la vida por haber simulado despreciar la muerte.

4- Pero antes de avanzar sobre este punto, observemos que el modelo en red traduGeun nuevo elemento de situac.ión que escapa al argument;; dialéctico. En efecto, la diferen­ciación pluralista y la irregularidad de la distribución es­pacial de las cimas y los caminos permiten concebir (y experimentar) asociaciones locales y momentáneas de puntos y contactos particulares que forman UJla familia muy definida de poder determinante original. En otras palabras, es posible cortar la totalidad de la red en subconjuntos restringidos, localmente bien organizados, tales que sus elementos sean más naturalmente referibles a esa parte que al conjunto total (aunque en derecho sean siempre referibles a éste). Organizándose por partes, esos elementos forman una familia de poder determinante local más fuerte que si se adicionara pura y simplemente su poder respectivo de determinación. A través de ella, definimos agrupamientos locales fuertemente organizados que pueden coexistir con otros agrupamientos de ese tipo, e intelferir de manera complicada entre ellos, y se los distingue del conjunto total de la red. Esa distinción entre lo local y la totalidad, el conjunto y el subconjunto, es bastante evidente en los modelos de juego: damas, ajedrez o los simples juegos de cartas en los que tal distribución conforma una jugada total, compuesta de elementos diferentes, tales y cuales de esos

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elementos pueden eventualmente agruparse de a tres, cuatro o ci~co... en asociaciones particulares (escalera, poker, full ... ) con poder de determinación más fuerte que la suma de los poderes de cada elemento. Por lo tanto, pueden existir totalidades. locales en el seno del conjunto, de nuevo diferenciadas entre ellas, que mantengan entre sí relaciones tan numerosas como los elementos mism.os. En el espacio de las estrellas se pueden dibujar constelaciones locales, aso­ciaciones galácticas,. sistemas planetarios y así sucesiva­mente. Esta muy claro que el argumento dialéctico es· demasiado débil para practicar la segregación entre lo local y lo global y, a fin de cuentas, no hace más que promover totalidades muy difíciles de definir con rigor. En tanto que de ahora en más sabemos que una tesis (o un elemento de situación) puede tener talo cual peso según se refiera a sí misma, a talo cual subconjunto local, o a la totalidad de la red en la que se inserta, el argumento dialéctico es incapaz de afinar su análisis más allá de la dicotomía totalidad­contradicción, siendo una un momento de la otra y viceversa. En consecuencia, una vez más, refinando y complica~do el mod~lo, nos aproximamos a la realidad, generalizando la técnica metódica. Podemos verificar a gusto que hay una mayor proximidad a una situación histórica dada con una técnica que con otra. La noción de pluralidad de subtotalidades originales evidentemente es .esencial: da lugar a un enfoque más sutil que las burdas tesis de lo acontecional o de la legislación global, del atomismo epistemológico o del enciclopedismo deductivo.

5- Eldiagrama en red configura una situación -teórica o real- a través de la exposición espacial y la distribución de tesis o acontecimientos. En esa exposición, en el seno de la distribución, intervienen intercambios de situación, va­riaciones del raudal de determinación, agrupamientos de subconjuntos locales, etcétera, intercambios, variaciones y agrupamientos que tuvieron lugar simultáneamente en el espacio (de ahí la diferenciación de la red en un momento dado) yen el tiempo. Por lo tanto existe, me atrevo a decir,

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una transformación, una evolución global de la situación en un espacio-tiempo. De esa transformación es posible afir­mar, por 10 menos una cosa que, en general, escapa a cualquier otro método de aprehensión. Retomemos para esto el paradigma de la situación de JUEGO. Sobre un tablero, asistimos a la lucha entre dos redes diferenciadas y diferen­tes con hábil compenetración entre ellas. En el espacio­tiempo del juego, hay transformación por parte de cada red, cada una para sí, y cada una según la transformación de la otra. La situación de conjunto resulta así de una movilidad muy compleja, de una fluide~ tal que es prácticamente imposible prever lo que pasara después de dos turnos. Se dirá entonces que es impensable plantear leyes prospectivas de evolución de una situación real, que se caracteriza por una fluidez todavía mayor que la que encontramos sobre el tablero. Responderemos que al menos es posible distinguir dos tipos de situación que la red de juego pone en evidencia, así como las situaciones históricas en movimiento, y también las evoluciones de todos los tipos concernientes a las histo­rias de los conocimientos. Efectivamente, existen situaciones globales preparatorias subdeterminadas (e incluso, llegado un límite, indeterminadas) y situaciones globales decisivas sobredeterminadas (y también a veces, llegado un límite, totalmente determinadas). Durante un cierto ciclo temporal, hay una aproximación lenta y probabilCstica de una red hacia otra: ahí reinan la subdeterminación y las reglas del azar; se podría llegar al límite de decir que en ciertos juegos es absolutamente indistinto (indeterminación) empezar por el avance de uno u otro peón. A medida que el tiempo pasa, el espacio de compenetración de los dos juegos se estructura de manera cada vez más fuerte, y todo sucede como si hubiera un desempe71,o progresivo del concepto de determi­nación. Van a tener lugar ciertos movimientos de determi­nación media en lo que concierne al conjunto, luego otros de determinación cada vez más fuerte, hasta la jugada abso­lutamente decisiva en la que, en el seno de un subconjunto local PRINCIPAL, el asunto se liquide en jaque mate.

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Este último movimjento es el límite superior de la sobredetenninación, así como el primero era el límite in­ferior de la subdeterminación. El modelo propuesto permite en ton ces graduar la determinación en un espacio-tiempo, del probable máximo a la necesidad unívoca; pero, además de eso, también permite variar sobre el gradiente mismo de esa graduación. En efecto, se puede ir de lo probable a lo decisivo, de lo preparatorio a la madurez, más o menos rápido: dados tales o cuales movimientos de partida, se puede llegar a "jaque mate" en cinco, cuatro, tres jugadas. El desempeño progresivo del concepto de determinación puede ser fulminante, más o menos acelerado, rápido, re­tardado, lento y hasta nulo: existen casos en los que se va de la indeterminación inicial a Wla nueva indeterminación terminal, a 10 largo de Wla situación global tan larga como se quiera y, ya dijimos, el resultado es nulo. En otras palabras, la propensión del progreso histórico hacia una distribución decisiva puede ser nula, media, fuerte, asintótica hacia la cima, y así sucesivamente: más o menos rápido se llega a una crisis que reestructura localmente o, si es decisiva, globalmente, una situación histórica o un conjunto de conocimientos. Para obtener el mismo resultado, podríamos haber tomado el ejemplo de una red eléctrica compleja que comprendiera resistencias variables, capacita­res, etcétera, todos diferentes y mostrar que es posible manipularla de n maneÍas hasta encontrar el cortocircuito sobredeterminado.

Por lo tanto, lo que es interesante no es tanto la pTimera distinción entre dos tipos de situación, preparatoria y de­cisiva, sino las múltiples maneras por las que la situación de conjwlto pasa de una a la otra (o, a veces, no pasa). Nos parece tener dos extremos de una cadena rota hace tiempo por los filósofos d e la historia; por un lado, hay imprevisibilidad esencial en el pluralismo in(inito de 10 acontecional; por otro, hay legislación soberana y encade­namiento rigurosos de momentos de una secuencia. 'l'odo sucede como si, por Wl lado, Wla distribución espacial

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compleja no llegara a movilizarse de manera organizada teniendo en cuenta el todo pero perdiéndose en las dife­renciaciones finas de la sincronía; y, por otra parte, como si se obtuviera ley sólo por selección arbitraria de los mo­mentos decisivos de una diacrolúa, proyectada sobre una línea esquelética, que en un punto límite no llegara a tener en cuenta más que un mínimo de cosas. Desde entonces, se permanece en una filosofía de lo aleatorio o se adscribe a leyes pobres de una determinación unívoca y fija. El juego entre esas dos "visiones" es tan infinito como sea po1,ible: el pluralista hace buen juego cuando sel1ala al dialéctico la pobreza de sus estructuras, el error siempre repetido de su prospectiVa\(y, si la histori.a de las ciencias pone algo de. manifiesto, es cómo siempre termina desautorizado el anunciador o el dogmático del porvenir, ya que, como las matemáticas muestran, no se puede prever más allá de dos jugadas).

Hecha la experiencia y habiendo tragado la humillación, el dialéctico transforma sus leyes en leyes de adaptación. Es decir, acepta la transformación como tal y se aplaca en lo acontecional a lo largo de la secuencia temporal, así como el pluralista permanecía en la distribución especializada. Tener los dos extremos de la cadena consiste en comprender cómo una transformación dada va de la probabilidad a la sobrecleterminaci6n: en lugar de elegir arbitrariamente una serie de determinaciones fijas y equipotentes, hay que abrir, a la izquierda, la determinación fija a la pluralidad de subdeterminaciones posibles y, a la derecha, su múvocidad por sobredeterminación. A partir de entonces, un proceso real no podría desarrollarse de otra manera (salvo sutiles variaciones de esa ley) que entre dos límites (débil y fuerte) de determinación, y, en el caso más simple, de la proba­bilidad a la sobredetenninación, de IDl estado estadística­mente distribuido a un nudo decisivo, de una situación aleatoria de juego a un movimiento necesario y necesitado. O más bien, ésta es la ley del ciclo elemental de un proceso: esa ley elemental se apoya en que una situación general se

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transforme siempre de tal manera que vaya de la proba­bilidad a la sobredeterminación.

6- Es indispensable abocarnos ahora a las nociones tradicionales de causa, condición, efecto, etcétera, en re­sumen, a esa teoría tan frecuentemente analizada por los filósofos clásicos y sobre la que los contemporáneos están tan extrañamente silenciosos, la teoría de la causalidad. Con­sideremos un recorte cualquiera en nuestra red: vemos que un flujo cualquiera sobre un camino cualquiera (o muchos) puede ir de una cima cualquiera a otra (o de muchas a muchas) en Wl tiempo cualquiera: esto depende de las demoras por las que ha de pasar.G Ese tiempo puede ser infinito, finito -muy largo, muy breve-, nulo llegado el caso. y entonces es posible concebir una causa sin efecto -una comunicación que se pierde, una causa perdida- o una causa contemporánea a su efecto.' Pero la pluralidad de las conexiones que unen las cimas hace evidente la idea de una retroacción, es decir, de una resonancia inmediata del efecto sobre la causa, digamos más bien la retroacción de la cima­recepción sobre la cima-origen. El flujo causal ya no es tal, porque la causalidad ya no es irreversible: lo que quiere influenciar inmediatamente es influenciado por el resultado de su influel1c.ia. Para hablar según otros modelos, entre los dos polos de las corrientes hay inducción, histéresis, interferencia, por lo tanto, tiempos variables que pueden ser infinitamente breves, efectos deleed-back o alimentación de retorno hacia la fuente. De manera que hay que aplicar la estructura de lo complicado en todas sus deteTIllinaciones sobre la nócliín causalidad y definir tipos de causalidades semi-cíclicas. Esa teorfa de la causalidad semi-cíclica tiene aplicaciones extremadamente numerosas y variadas. Tiene

6 Esa noción de demora en la comunicación es capital y, por otra parte, será desarrollada independientemente.

7 Por lo demás, un flujo de comunicación puede ser transitivo o intransitivo.

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la ventaja de romper la irreversibilidad lógica de la con­secuencia y la irreversibilidad temporal de la secuencia: la fuente y la recepción son al mismo tiempo efecto y causa.

Hemos descrito rápidamente, las características princi­pales una red tabular. No hay dificultad en ver que cons­tituye una estructura filosófica abstracta de múltiples modelos. Otorgándole sus elementos, cimas, caminos, Oujo de comwlicación, etcétera, tal contenido determinado, puede convertirse en un método efectivamente l110vilizable. Para convencerse, basta asegurarse de que su desempeño puede hacerse por medio de contenidos puros o por medio de contenidos empíricos: y, de hecho, en su límite de pureza, puede ser una matemática, teoría de los grafos, topología combinatoria, teoría de esquemas; puede convertirse, llega­da Wla aplicación extrema, en excelente órgano de compren­sión histórica. Esto se vuelve posible porque rompe defi­nitivamente con la linealidad de los conceptos tradicionales: la complejidad ya no es Wl obstáculo para el conocimiento o, peor, un juicio descriptivo, sino el mejor auxiliar del saber y de la experiencia.

Esü'uctura e importación: de las matemáticas a los mitos

Tenemos confusamente la idea de que el horizonte cultural se transforma ante nuestros ojos. Ya no tenemos los mismos suMíos que nuestros inmediatos predecesores, no pensamos ni escribimos como ellos. El siglo XX hace su segunda revolución, que consiste, me atrevo a decir, en digerir culturalmente la primera; y esa digestión no se produce sin malestar. Este siglo ha sido el teatro de varias conmociones profundas en nuestras concepciones científicas: revoluciones realizadas y otras por venir, apenas presen­tidas, que hacen girar bruscamente sobre su eje el universo teórico y, con la lentitud debida a su inercia, el mundo de la praxis y las conjunciones técnicas. Ya casi no habitamos

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de la misma manera el mismo mundo. Era difícil concebir que todo esto no fuera a tener un impacto preciso en nuestra manera de considerar la cultura. De manera que por todas partes y a cuál mejor, hay quienes se interrogan sobre ella, movielos por el sentimiento de una nueva urgencia. Al10ra bien, una de las características de esta nueva interrogación es la utilización crítica de una noción importada ele las teorías cultas, la noción ele estructura. Por otra parte, movidos por un sentimiento de inquietud ante su empleo masivo y los numerosos delirios que engendra -ahí se localiza Ul10 ele los malestares de la digestión- tenemos la preocupación de elar ele ella una definición normativa, catártica y purgativa. Lejos de ser la clave misteriosa que pueela abrir todas las puertas, no es más que una clara noción metóelica, distinta y luminosa. Por lo tanto, es posible disipar las sombras con tres palabras.

Una vez más, hay que partir de Bachelarel, uno ele los extraI10s casos que supo diseI1ar una forma pura y a La vez dar sentielo a la excesiva capacidad ele un contenido cultural. Sin embargo, en la distribución de su obra distinguió los elos proyectos, los mantuvo en una relación polémica, como si la satisfacción por uno fuera (y recíprocamente) la liberación de los aciertos engendrados por el otro. Y como si el trabajo de liberación de la forma permaneciera siempre inacabado, incoativo y próximo (ahí precisamente está la apertura de su filosofía); su epistemología resulta más impresionista que unitaria, y su crítica literaria más simbolista y arquetípica que formalista. Ahora bien, la idea contemporánea de la crítica se define con bastante facilidad como transición extrema al inacabamiento bachelardiano.

Vamos a detenernos un instante en estas primeras nociones. No sería excesivo acorelar que hay clasicismo donde las culturas son excluidas en beneficio de la razón, donde el sentido se ignora en beneficio de la verdad (a tal punto que se prefiere despreciar la razón, antes que admitir una significación racional cualquiera en los contenidos cul­turales, como lo vemos, por ejemplo, en Pascal). A través de

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la generalización de la idea clásica de lo verdadero y la admisión de la noción de sentido, el romanticismo es una tentativa de asunción y de promoción de los contenidos culturales como tales; introduce a través de ella ese pro­yecto, sobre el que todavía vivimos, de entender el plura­lismo de las significaciones, de decodifi.car todos los len­guajes que no son forzosamente los de la razón pura.

Para llevar a cabo ese proyecto, el romanticismo debió constituirse pacientemente un método, así como el clasicismo lo tenía hecho en base a la búsqueda de la verdad. Ahora bien, para hablar rápido y no detenernos en estas precisiones preliminares, podemos acordar, también sin peligro excesivo, que la verdad metódica del romanticismo es la técnica de análisis simbólico. Si el problema clásico es el de la verdad, y el campo de ese problema es la razón, el problema romántico es el del sentido y su campo el conjunto histórico de las actitudes humanas; entonces el horizonte metódico del primero es el del orden (deducciones, temas, condiciones, etcétera), y el horizonte metódko del segundo es el del símbolo. Para ser fiel al ideal de orden, es necesario y suficiente que exista IDl modelo en el que el orden sea el ideal perfectamente realizado: las ciencias rigurosas pro­veen ese modelo. El orden matemático, el de las ciencias exactas, etcétera, era el arquetipo del método clásico, al que intentaba imitar: arquetipo, es decir, modelo eminente. Desde el momento en que se amplía el campo de las pre­guntas, desde el momento en que la oscuridad del sentido se debe asumir como tal, el arquetipo de referencia se encuentra desadaptado. El dominio del sentido ya no imita ningún arquetipo riguroso u ordenado, ningún modelo na­cido de un armado de la pura razón. Se hace necesario entonces elegir un arquetipo en el dominio del sentido y proyectar sobre ese modelo toda la esencia del contenido cultural analizado. En lugar de hacer referencia a un modelo ideal como a un Índice normativo, se debe construir un modelo concreto en el interior mismo del campo analizado y hacer referencia a su contenido más que a su orden. Dicho

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contenido ya no imita IDl modelo ideal, pero repite, contenido por contenido, un símbolo universal y concreto. En aquella época, los símbolos descienden del cielo a la tierra; .pero no completamente, porque sólo descienden del cielo ideas sobre la tierra o la historia de los mitos. 8 En ese sentido, la técnica de los análisis de Hegel, Nietzsche y Freud es simbólica y arquetípica: todo el problema es saber dónde elegir el ar­quetipo, a qué conjunto simbólico acudir. En líneas gene­rales, los análisis simbólicos del siglo XIX eligen sus modelos en .la historia mítica: así Apolo, Dionisos, Ariadna, Zaratustra, Electra, Edipo, etcétera, representan eminen­temente (simbolizan) la totalidad de la esencia de un con­tenido cultural de significación. 9 El sentido de ese contenido se comprende y asume desde que se pone de manifiesto que recomienza, que reitera el arquetipo, que lo realiza de nuevo, que lo hace pasar del mito a la historia, de lo eterno a lo evolutivo.

Del contenido a ·su símbolo, hay correspondencia sentido por sentido, y esa correspondencia engendra la historia del eterno retorno, de tal manera que la técnica del análisis simbólico está ligada a la concepción de la historia; inversamente, las tipologías históricas son engendradas por el conjunto de arquetipos elegido. Así se comprende lo que significa el análisis simbólico: proyección de una compacidad de sentido en IDl único arquetipo compacto, ubicado en el or.igen histórico más remoto (más arcaico) posible: a partir de entonces el conjunto de los modelos elegidos es la historia

8 Donde vemos que lo puro se convierte en mítico, que es a la vez universal y singular.

9 Por lo tanto, el análisis simb6lico invita a comprender la historia (en sentido amplio) a través del conjunto de sus arquetipos mitol6gicos. Si se midiera el alcance de esos símbolos en su sentido histórico, percibiríamos que a medida que el análisis simbólico se perfecciona en sutileza y precisión, el alcance en cuestión se reduce: como máximo se obtiene la técnica de G.Dumézil, para quien una cierta historia es el mito mismo.

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mítica, porque el mito no es sólo símbolo, sino origen límite. Del clasicismo al romanticismo, la noción de modelo pasa de lo claro a lo oscuro (es decir, en el campo de los problemas, de lo verdadero a 10 significante), de lo normativo a lo simbólico, de lo trascendente a lo original. 10 En lo que con­cierne al hombre, el dominio de referencia pasa de lo ra­cional a la totalidad de las funciones significantes.

Este análisis rápido es para poner en evidencia las nociones con las que vivimos hasta ayer: problema del sentido y del signo, simbolismo y lenguajes, arquetipos e historia, comprensión de contenidos culturales oscuros, fas­cinación de lo original y de lo originario, y así sucesivamen­te. Pero lo que hace falta subrayar, es la variación de los modelos elegidos, de lo que no se ha tenido conciencia, pero que de ahora en más para nosotros es claro como el agua: variando nuestros problemas han variado nuestras refe­rencias. El análisis simbólico del romanticismo no es un milagro metódico original, sino la etapa de una variación. Planteando el problema de lo verdadero, no se obtendrán más que las matemáticas como borrador límite, planteando el problema de la experiencia, se obtendrá sólo la mecánica, la física o la filosofía de la naturaleza, planteando, por último, el de la significación de las culturas, se obtendrá solamente el conjunto de los arquetipos proporcionad os por la memoria inmemorial de la humanidad. La naturaleza y la función del modelo varían, pero lo que nos interesa es la

10 Evidentemente, habría que precisar estas observaciones demasiado amplias. Por ejemplo, en la época clásica, un filósofo como Leibniz practica ya esos pasajes de la verdad al sentido, de lo claro a lo oscuro, de lo normativo a lo simbólico, de lo trascendente a lo original. En él encontramos consecuentemente un método clá­sico, un método simbólico, y---"ja entonces-un método estructural. Permanece como clásico, pero se interesa en los contenidos cultura­les (literatura, historia, filología, etcétera); conserva el ideal de cIad dad y de distinción, pero desea asumir lo oscuro como tal.

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variación. Se deberán disculpar estos atajos, pero se trata de

Bachelard. Teniendo en cuenta ese movimiento, su crítica literaria es todavía un momento de esa variaci6n, pero el último momento. En tal sentido, es el último analista sim­bólico, el último crítico "romántico". Por la sencilla razón de que llevó a a cabo la última variación en la elección posibl e de los arquetipos de referencia. Tierra, fuego, aire yagua substituyen a Apolo y a Edipo, el arquetipo elemento re­emplaza al arquetipo héroe. Y si Empédocles y Ofelia aparecen a veces en sus escritos, es de Ulla manera subor­dinada: Empédocles ya no es más que una especie del género fuego y Ofelia una especie del género acuático. La tipología engendrada por la historia mítica está subordinada a la tipología engendrada por la historia natural mítica,l1 nuevo conjunto donde Bachelard elige sus arquetipos. Y, a través de un cortocircuito cegador, ese conjunto de elección se dibuja (según Ull diagrama en quiasmo) como el original de los rnodelos científicos claros, mediante un psicoanálisis del conocimiento objetivo, y el original de Jos arquetipos sim­bólicos cultm'ales, a través de un psicoanálisis de la ima­ginación material significante.12 Entonces hay dos razones para el agotamiento de la variación: una es que BacheJard

II Esta historia es todavía más natmal que la que relata la llegada de los dioses y de los héroes. .

12 Ese cortocircuito explica de manera inaudita, por qué Bachelard nunca habló, como Baudelaire, de los sueños artificiales, nunca esclibiólibros titulados El hachis y los sueJios, El Betel y los sueíios ... Es que el opio, la amapola, la belladona o la mescalina son cuerpos de una química no mítica, de una química no arquetípica. A una falsa (y O1iginal) alquimia corresponden los verdaderos sueños, a una verdadera (y actual) química corresponden las falsas imágenes: lo que vemos en Sartre. y entonces el Sócrates de El origen de la. trngedia. no puede ser el Sócrates histórico: el análisis simbólico necesita de un Sócrates mítico para permanecer en la verdad. Ese resultado es absolutamente general. ¿Lo verdadero del alma. sería. lo Falso del espíritu y a. la inversa.? Esto aclararía la

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eligió sus arquetipos en el último mito de la última ciencia (por eso es el último romántico); la otra es que reunió en una audaz confluencia la claridad de la fOfma a otorgar y la compacidad del contenido a comprender (por eso es el primer neoclásico).13 De esta manera, Bachelard cambia de símbolo, pero sigue siendo un simbolista en la gran tradición del siglo XIX.

Así como ese siglo dio a luz arquetipos, el nuestro, convertido en formalista, intenta engendrar estructuras. En el primer caso, el modelo es la esencia (la realiza de un modo eminente), en el segundo, el modelo es el paradigma (realiza de un modo ejemplar la estructura). Para uno el modelo está primero, para el otro, está después; o es la referencia que explica, más bien, lo que hace comprender, o es el objeto mismo que se explica. Ahora bien, para pasar del simbolismo al formalismo, es decir, del modelo como fin del método al modelo como problema, hay que verificm que la variación de los conjuntos en los que se pueden elegir arquetipos simbólicos está agotada. Para decidirse a vaciar todo sím­bolo de su senti.do y pasar a lo formal, hay que verificar que el mundo de los símbolos fue recorrido exhaustivamente. Es en este sentido preciso que designamos a Bachelard como el último de los simbolistas: efectivamente, el conjunto en el que elige sus mquetipos es el toelo ele la naturaleza, sin extensión imaginable, y el origin.al ele la naturaleza, sin precesión imaginable. Asimismo es el último "psicoanalista",

vinculación secreta, dentro de la filosofla romántica, entre el mé­todo simbólico y el irracionaliSl11o. 0, para acusar menos la para­doja, lo verdadero del hombre reside en lo marginal de la razón (ese límite, comprendido temporalmente, es origen, comprendido l6gi­camente, es oscuridad).

13 Hay una tercera razón: ninglÍn mito precede al mito de los elementos. De este lado ya no hay nada como mito del origen. Esto es lo que relatan Hesíodo y Aristófanes. Entonces lo original de la constituci6n del mundo precede a lo original de la historia. De este lado, ya no hay mito comprensivo. Cualquier mitología está su­bordinada a una cosmogonía.

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porque escribe un psicoanálisis generalizado (sin generali­zación ulterior posible), donde el inconsciente-cuerpo es reemplazado por el inconsciente-naturaleza, donde la histo­ria mítica del mundo reemplaza la historia mítica del hom­bre y la domina, es decir, escribiendo un fisio-análisis. Y como en este fisio-análisis vienen a confluir todos los en­sayos anteriores -psicoanálisis, socioanálisis, etcétera- no queda más que convertirse -o reconvertirse, pero con un nuevo sentido- en logoanalistas. El método estructura­lista contemporáneo se define bastante bien como un logoanálisis.

Desde entonces, cualquier cuestión metódica o crítica gira en torno a la noción de sentido; me atrevo a decir, en torno a su cuantificación. es decir, una forma cualquiera a la que queremos asignar una función metódica cualquiera. Supongamos que la llenamos de sentido, que la cargamos y sobrecargamos de significaciones: materiales, históricas, humanas, existenciales, hasta llegar a la precisión de su singularidad. Esa forma se convierte entonces en arquetipo, o sea, en referencia de un análisis simbólico: el lenguaje del sentido no posee como términos más que arquetipos, el lenguaje del sentido sólo es decible en ideogramas. No podemos hablarlo en letras indefinidas en cuanto a su contenido o relaciones posibles, sólo podemos dibujar cua­dros sintéticos, imágenes sobrecargadas. y entonces mientras más simbólica deviene una forma, más difícil es pensarla formalmente. El arquetipo es un máximo de sobre­carga significante, ya sea dios, héroe o elemento (en este sentido, Edipo -nombre propio vuelto no común- es un ideograma que permite hablar el lenguaje sin lenguaje del inconsciente) y es muy necesario para que el análisis sim­bólico encuentre en él la totalidad de una esencia eminen­temente realizada. El arquetipo es una forma de saturación del .sentido. Ahora bien, Bachelard parece haber echado mano de arquetipos sobresaturados (de contenido signifi­cativo maximum maximorum), míticamente o simbólica_ mente iniciales sin predecesores posibles en el conjunto

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i .

mítico y elegidos en un conjunto!que no ti.ene análogos. Por eso, después de él, la variación. está cerrada y el análisis simbólico consumado, es decir, terminado. Es el fin del ideal romántico, por cerrazón del campo de los símbolos imaginables y saturación límite de los arquetipos. Es pre­ciso, entonces, poner en práctica un análisis o una crftica inversa al análisis simbólico: vaciar la forma de la totalidad de su sentido, de todos sus sentidos posibles, es decir, pensarla formalmente, pasar una vez más de la escritura ideográfica del análisis simbólico al lenguaje abstracto del análisis estructural. Pero, cosa sorprendente, es vaciando la forma de su sentido como mejor se dominan los problemas del sentido.

Es el fin de una época. Ya no dibujaremos constelaciones en el cielo, cuya claridad diga a los hombres lo que son. Bachelard recortó la última y ahí también terminó nuestro mundo. ¿Pero qué mundo comienza, qué aurora hace des­aparecer esos tramados simbólicos, el Minotauro, Argos, el Cisne, la Osa Mayor?

A Bachelard le llevó toda su vida definir un nuevo espíritu científico y una nueva. crítica. Por lo demás, intentó constituir un equilibrio nuevo entre esos dos esfuerzos, en adelante y gracias a él indisociables. Ya no se puede olvidar esa lección: históricamente, es capital, porque abre un nuevo clasicismo en el que la razón ya no da vuelta la espalda a los contenidos culturales, en el que no busca lnás entender­los a través de la mediación de arquetipos simbólicos, sino directamente, por medio de sus propias armas. Una razón que busca poner en evidencia el rigor estructural del amontonamiento cultural: por eso hablamos de

. Logoanálisis. Desaparecido BacheJard, la ciencia sigue su camino y el

análisis cultural el suyo, pero en adelante sus destinos están ligados. Y aunque esos caminos, viéndolos de cerca, no sean

. bachelardianos (como él lo hubiera admitido), la confluencia permanece, tanto de lo formal como de lo cultural, confluen­cia que él había oscuramente dibujado o, si se quiere,

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realizado en acto. Desaparecido Bachelard, queda por escri­bir un Nuevo espíritu científico que tenga en cuenta la revolución matemática, que ha seguido su marcha, bastante mal denominada matemática moderna, y el avance de las otras ciencias exactas; eso está por hacerse. Queda por escribir una Nueva crítica, lo que ya se está haciendo. Se hace con malestar por la simple razón de que la susodicha epistemología tamhién está por hacerse. De manera que ese nuevo clasicismo, el de las sutilezas de la geometría y de las geometrías de la sutileza, el que -negado a un extremo­intenta pasar por alto la inconclusión bachelardiana, la liberación de la forma, aquél que quiere reintegrar el sentido a la razón privándose de la compacidad de los símbolos, y restituir a los contenidos culturales un fino orden sintáctico, tiene dificultad en establecerse por falta de una aprehensión clara y distinta, de una evaluación precisa de esa noción metódica de forma a otorgar, de forma para aislar, en suma: de estructura.

Para ser claro y preciso, basta con evitar cualquier desviación y cualquier ambigüedad, cuando se importa la idea de estructura de las teorías científicas en general al campo de la crftica cultural. En álgebra, por ejemplo, esa idea está desprovista de todo misterio; cuando Lévi Strauss la lleva al campo de la etnología, o Dumézil al de la historia de las religiones, se hace sin retorcimiento ni oscuridad: sus análisis son auténti.camente estructurales. Eso se hace menos evidente con Gueroult, por ejemplo, en cuya pro­ducción esa idea desempet"ia un papel más amplio y menos metódico, salvo tal vez en sus trabajos sobre Descartes en los que efectivamente se puede aislar una estructura.

Esto es lo que llamamos importación. A un concepto metódico definido con precisión y claridad en un campo determinado, que se ha impuesto satisfactoriamente (un método sólo puede y debe ser juzgado por sus resultados), se lo intenta trasladar a porfia hacia otros campos del saber, la crítica, etcétera. Esto ya sucedía con la noción metódica de símbolo: si el análisis simbólico era propio de 10 que

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llamamos en líneas generales la crftica romántica, todo el decimonónico saber científico, matemático, físico, etcétera, practicaba ese tipo de pensamiento, de cálculo simbólico, de modelos físicos, económicos, etcétera. Merleau-Ponty, en L'Oeil et L'Esprit, comprendió ese tipo de traslación de los procedimientos metódicos, pero debilitó su generalidad, alegando la moda y dando sólo el ejemplo poco significativo del gradiente. De hecho, sólo hay verdaderamente moda cuando entra en juego una cierta Ley de entropía en la serie de las importaciones sucesivas y, en un punto dado de esa serie, la aceptación rigurosa del concepto se pierde ei1 parte y en totalidad, y sólo se lo menciona de oídas, como un niüo prueba las palabras de los adultos. Para evitar esa confu­sión, ese oscurecimiento progresivo, ese ruido, basta con remontar la cadena informacional que dibuja la importación hasta su fuente. Es decir, hasta el punto en el que el contenido del concepto es el más verídico.!"' Por otra parte, ese punto en general no se indica de antemano: no hay polo

H Remontar en sentido contrario una cadena de informaci6n para evitar las pérdidas sucesivas de ésta última define también lo que se podría denominar la duda hist6rica. Ir a la fuente, ideal del historiador y del crítico, implica una reciprocidad a la que nadie, a mi entender, ha prestado una atenci6n suficiente: un contenido hist6rico, por ejemplo una idea (en lo que hace a la historia de la filosofía), se pierde, se debilita, decae y se mezcla. El vector cronol6gico de la historia es portador de la disgregación p¡·og1·esiva de la idea. Esa disgTegaci6n no es tUl olvido puro y simple (¿c6mo definir ese olvido?), sino un debilitamiento continuo de la idea por comunicaciones sucesivas. La historia de las ideas es ese juego del teléfono que da al final una informaci6n tanto más deformada cuanto más larga ha sido la cadena. (Desde entonces, la noci6n bachelardiana de recurrencia bist6¡;ca puede concebirse como lenguaje de la teoría de las comunicaciones; la noción bergsoniana de movimiento retr6grado de lo verdadero es concebible en términos de procesos aleatorios; la historia va de la probabilidad a la de­terminaci6n.) El ideal hist6rico de volver a la fuente puede ser comprendido rigurosamente como un remonte continuo por la ca­dena de las comunicaciones, s610 si se admite:

1) que efectivamente hay una pérdida de informaci6n a lo largo

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ú.nico a partir del. que cualqu5er verdad es importada en todos los aspectos; esa sería ¡aidea clásica, que se apoyaba en el predominio de una ciencia; es evidente que 'en una época de pluralismo epistemológico ya no ocurre lo mismo. En lo que concienle a la noción de estructura, ese punto es, como vimos, el álgebra. No significa que los matemáticos hayan sido los primeros en utilizarla: sólo fueron los pri­meros en darle el senticlo preciso y codificado que resulta novedoso para los métodos actuales. Efectivamente, desde el

de la historia sobre una idea filosófica dada, que hay una ley de entropía 1"eferida a esa idea y que así una verdad pucde perderse.

2) por lo tanto, que la historia no transporta invariables las ideas. Esencialmente, comportan poderes de interj'erencia, o de ruido, que deforman la trasmisión de un mensaje filosófico dado. Determinar ese ruido es una de las fimciones más importantes de los métodos históricos recurrentes que buscan remontar la co­n'iente entrópica. Hay un ruido cultural.

De donde -yen l"igor, moínento desde el cual- se sigue que la historia de las ciencias, en la medida en que es puramente una historia de la verdad (y no más que eso) sólo Pllede ser una historia recurrente, y que un estado dado de esa histol"ia está siempre en la cadena de la comunicación, en el punto más próximo a su origen. Es una historia cerrada. Si Pericles está infinitamente lejos de Clémenceau, Thales es uno de los más cercanos aPoincaré: es lo que significa la anámnesis del Menón.

Todo esto ayuda a entender las nociones cualitativas de enve­jecimiento, caída en desuso o pérdida de una idea. Estas nociones no significan forzosamente que una idea muera pOl'que es vieja, incompleta o poco Jigurosa, o bien porque está demasiado encasi­llada en circunstancias sometidas a conmoción; no juzgan la idea como tal, su inserción en el marco de la moda o en el espíritu de la época. En realidad, aproximan esa idea precisa (que es en sí misma el índice de la articulación histólÍca del pensamiento) seglín la que la historia. de las ideas es la historia de la. dijilsión, de la propa.­gación de la comunicación de la.s idea.s. Ahora bien, difi",dir, propagar, etcétera, implica someterse a las leyes de hierro de la comunicación y de la pérdida en la cadena. Borel demostraba que a n generaciones de distancia la probabilidad para que un cromosoma de un genitor dado se encuentre con su descendencia tiende rápidamente a cero; demostración idéntica a la de la ruina

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siglo XVII se utiliza ese término en su acepción latina de construcción o arquitectura. Leibniz, por ejemplo, habla de la estructura de los animales, de las plantas, para indicar el plan general de su organización, el trazado, el diseii.o arquitectónico de su constitllción. La estructura es la ma­nera en que algo está construido, el agenciamiento espacial de miembros y ele órganos. Cuanelo se olvida el sentido nuevo del término, se cae rápidamente en el vie,io sentido. Por ejemplo, en el análisis tecnológico ele los sistemas, Gueroult utiliza el término estructura en esta acepción. '5 COIl un

del jugador. El pensador es ese jugador o ese genitor que se trasmite en la cadena histórica de los elementos. La pérdida sería. absolu­tamente segura en un término dado si el histodador no inte¡·viniera. Y, en consecuencia, parece matemáticamente correcto decir que la filosofía no existiría sin su propia historia. Más generalmente, el historiador es aquél que hace de la cultura una creación ·continua. La histOlla combate la entropía cultural. Análogamente, saber es acqrdarse. Sócrates pone al pequeño esclavo del Mellón en conlU­nicación diTecta con el origen. En líneas más generales todavía, la historia no se concibe más que sobre el modelo de mezcla aleatoria: Clío baraja indefinidamente las cartas, donde el pensador había distinguido los tríos y los fulls. El historiadOl' busca en el juego en desorden los tríos mezclados. El historiador busca el orden en la distribución aleatoria actual; el pensador lo busca en la distribución futura. De manera que un pensador puede ocultar a otro. Newton ofició de ruido impidiendo la trasmisión del mensaje leibniziano, por ejemplo, y Descartes el de la Edad Media, etcétera. Así, un pensamiento puede ser tomado por el histoIiador ya como orden, ya como ruido.

Por eso el pensador no puede más que tener una visión trá6rica de la historia -el estropicio del olvido, la mezcla aleatoria de las ideas- y el historiador una visión animosa: recoger las esquirlas de una idea dispersa en mil fragmentos cubiertos con los aluviones del diluvio.

Estamos caracterizando una conceptuación análoga que no se refiere ya a la hist0l1a en sí, sino a un movimiento, frecuentemente ahistórico, de traslación, de comunicación de los conceptos de un campo problemático a otro. Nuestro fin es entonces restablecer la comunicación directa entre la crítica y la idea precisa de estructura.

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sentido más abstracto, se utiliza estructura (por ejemplo, los economistas a fines del siglo XIX) para designar el conjunto de leyes ele organización de un fenómeno dado. Y, nueva­mente, se vuelve a caer fácilmente en esa acepción, si no se remonta al sentido indicado por el álgebra; y, más innoblemente todavía, con sentidos muy vagos y despojados. De manera que la amplitud espacial de la moda es estric­tamente proporcional a la amplitud del sentido exacto. Nos damos perfecta cuenta de que es temerario importar la noción de estructura a otros campos como el de la biología, cuando ahí el término conserva el sentido adquirido en el siglo XVII: efectivamente, sólo se pueden importar libre­mente conceptos altamente formalizados. Esa es la razón por la que el nuevo concepto de estructura está lo bastante libre como para importar. Porque es formal. De ahí que hayamos partido del análisis simbólico. Símbolos o arque­tipos reenvían. a un sentido y únicamente son la clave de un método, porque describen un campo semántico preciso. La tipología psicoanalítica es una galería de símbolos donde cada uno remite a un cuadro clínico definible por elementos de sentido. Lo mismo pasa con las tipologías de Nietzsche, Kierkegaard, Bachelard, etcétera. Lo singular ahí deviene modelo, por completucl semántica, por sobrecarga de senti-

l5Con respecto a esta cuesti6n, conviene precisa¡· que el método de Gueroult se observaría perfectamente si fuera posible construir una máquina. (estructura-tecnologia) que funcionara análogamente al sistema analizado. Como máximo, podríamos decÍ!· que se vuelve posible en su trabajo sobre Descartes, del que es relativamente fácil dar algunos modelos mecánicos, lo que incluso es normal en el cartesianismo. (Los proponemos infra. y razonamos directamente sobre esos modelos.) A quienes encontraran escandaloso llevar a cabo tal reducci6n, les señalamos que ya se han propuesto má­quinas que funcionen como el sistema de Darwin. La idea no es nueva, y no parece ignominiosa más que a los que desprecian la máquina por ignorar lo que es, puede ser y debe ser. ¡Qué ins­tructivo e interesante es ver a los fil6sofos prestar atenci6n a la tecnologia s610 si no es posterior a la prehistoria!

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do. Simbolizar es establecer correspondenc.ias precisas entre un signo particular y un contenido semántico. Formalizar, por el contrario, no tiene nada que ver con ese método.

Mientras las matemáticas clásicas generalmente son simbólicas (un signo remite a un sentido específico), las matemáticas modernas son formales. En un sistema formal no hay ninguna preocupación por el sentido, nunca se remite, ni explícita ni implícitamente, a ID] contenido sig­nificativo. Sólo se estudia la serie de formaciones precisas de objetos (indefinidos) entre ellas, dando por entendido que en el punto de partida están planteadas reglas de buena formación. Por un lado, no hay símbolo sin semántica sub­yacente y un análisis simbólico es esa economía de pensa­miento que sustituye, al orden del sentido (complejo), por el orden del signo (claro, fácil, rápido); pero el verdadero orden, el que sostiene el conjunto del análisis, es el orden del sentido. El orden del signo no dice nada nuevo con respecto a él, aunque permite la lectura. Por el contrar.io, un agrupa­miento de nociones formales no tiene ninguna semántica subyacente: el verdadero orden es el de esas mismas no­ciones. Analizar simbólicamente consiste en traducir un contenido de sentido en signos, en codificar y decodificar un lenguaje. Analizar formalmente consiste en conformar un lenguaje desarrollado por sUs propias reglas. Sólo después es posible traducirlo en contenidos, en modelos. O se parte del sentido, o se lo encuentra (o se lo produce).

Dicho esto, la noción de estructura es una noción formal. Insistimos en su definición con respecto a los aspectos generalmente controvertidos: ¡wa estmct¡¿ra es un conjunto operacional con significación indefinida (mientras que un arquetipo es un conjunto concreto con significación sobredefinida), que agmpa elementos, en número c¡wlquiera, de los que no se especif'ica el conten.iclo, y relaciones, de número finito, de las que no se especifica la nat¡¿raleza, pero de las que se define la función y ciertos resultados relativos a los elementos. Suponiendo entonces que se especifique, de una manera determinada, el contenido de los elementos y

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estructura definición "estos motivos de origen y fundamentos encadenados a la técnica corresponden al papel que la teoría como representación operacional del mundo cumple en terminos de disposición sobre el mundo" Bravo, Luis Fernando articulo.
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la naturaleza de las relaciones, se obtiene un modelo (un paradigma) de esa estructura: por lo tanto, ésta última es el análogo formal ele toelos los moelelos concretos que or­ganiza. En lugar de simbolizar Ull contenid o, un modelo "realiza" una estructura. El término estructura tiene esta definición, clara y distintiva y no otra. La única forma de entender los delirios que engendra es por el juego del teléfono descompuesto, que degrada progresivamente la información a través del rumor.

y entonces, dado un contenido cultural -Dios, mesa o W.c.-, un análisis es estructural (y sólo estructural) sólo cuando aparece ese contenido como modelo en el sentido precisado más arriba. Es decir, cuando puede aislar un conjunto formal de elementos y de relaciones, sobre el que es posible razonar sin apelar a la signi fi cación del contenido dado. El análisis estructural genera así un nuevo carácter metódico, una profunda revolución en la cuestión del sen­tido. La relación unívoca entre lo que simboliza y 10 que es simbolizado de los análisis románticos es sustituida, en la crítica estructuralista, por la pluralidad de las relaciones de la estructura (pura, formal, vacía de sentido) con sus mo­delos, cada uno lleno de un sentido singulm' y diferente. De ahí la nueva capacidad de clasificación y de tipología. En lugar de generar familias agrupadas en torno al arquetipo por similitudes de sentido, se generan familias de modelos con contenido significativo distintivo, que tienen en común una estructura formal análoga; y, abstraídos todos los con­tenidos, aquella última es la invariante operacional que las organiza. De tal modo que, una vez aislada la estructura como tal (elementos y relaciones abstractos), es posible encontrar todos los modelos imaginables que genera, en otras palabra, es posible construir un existente cultural llenando ele sentielo una forma. El sentido ya no es lo que está dado y de lo que hay que comprender el oscuro lenguaje. Por el contrario, es lo que se da a la estructura para constituir un modelo. Si se quiere, el análisis simbólico estaba aplastado por el sentido, se situaba por debajo de él;

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el análisis estructural se sitúa por encima, lo domina, lo construye y lo da. Por eso su tipología es indiferente a la significación, mientras que la tipología que engendraba el análisis simbólico estaba condicionado por elJa. lG

Librarse del sentido y dominarlo, dejar de asumirlo y encontrarle un lenguaje autóctono, engendrar un existente a partir de Wl análogo formal, poner de manifiesto la cadena de consecuencias puras de una estructura dada y designar a voluntad talo cual estado de ese encadenamiento, talo cual modelo, todo esto define con precisión lo que es un análi­sis estructural. No hay duda de que ese método es aplicable en otros ámbitos, además de serlo en el de las matemáticas: nada impide su importación a todos los campos problemáti­cos en los que, hasta Bachelard, el análisis simbólico triun­faba: crítica histórica, literaria, filosófica.

La novedad del método reside en que el analista, por primera vez desde la época clásica, vuelve a tener confianza en lo que podríamos designar grosso modo como abstracción. En este senti.do, podemos hablar de un nuevo clasicismo. Antes parecía imposible la comprensión de un elemento cultural sin proyectarlo a Wl conjunto de constelaciones míticas sobrecargadas, que implicaban oscuramente una esencia, un sentido, una existencia singular, una historia y un origen. Para comprender un lenguaje que no era el de la razón, parecía indispensable agrupar todos sus balbuceos en una [arma compacta cuya sobreexistencia mítica, asegu­raba, al parecer, la perennidad. Los símbolos míticos eran

"Esto es capital: un análisis estructural es exitoso y fecundo cuando llega a reconstruir un elemento cultural a partir de una forma. La comprensión que proporcionaba el análisis simbólico era del orden del reconocimiento: se encuentra a Electra o a Dionisos y se los reconoce. La comprensión que proporciona un análisis estructural debe ser J"econstitlltiva. Si se sabe reconstruir un ele­mento cultural, ya no hay fascinación por el mito de lo origin81io, pero efectivamente se realiza en acto una génesis. Es uno de los signos para reconocer si un análisis es auténticamente estructural: llegar a reconstruir su objeto como un modelo.

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los recuerdos inmemoriales de todas las lenguas en estado naciente. A través del análisis estructural, se descubre que la razón yace en lo más profundo de formaciones que al punto no parecen generadas por ella.

Con este enfoque propuse el término Logoanálisis: poner en evidencia un rigor estructural en un conglomerado cultural, designar esquemas accesibles a la razón pura y subyacentes a esas mitologías, que antes eran lo que subyacía a lo cultural. Estos son los primeros objetivos logoanalíticos. Así como el método simbólico había generado el psicoanálisis, el formalismo crítico genera un logoanálisis: éste se propone buscar esquemas racionales (estructurales), cuya existencia supone bajo los conjuntos míticos que por sí mismos sustentaban el análisis simbólico proporcionándole arquetipos. El clasicismo confiaba en una razón regional. La nueva crítica tiene la idea de una razón generalizada que absorba el dominio del sentido del modo que hemos definido.

Y, más que un método, hay ahí una promesa, la promesa de una reconciliación asombrosa que la historia de las ideas parece encontrar cuando ya no la buscaba. En principio, está el poder de unitarismo de ese pensamiento en un mundo de pluralismo ilimitado y de complejidad regional. Pero esto no es suficiente: sobre todo irrumpe ese sutil desquite de la razón abstracta en un conjunto donde había sido superada ampliamente desde hace un siglo; ampliamente, es decir, en extensión. La razón encuentra en profundidad lo que había perdido en la extensión.

Nuestra época reconciliaría entonces la verdad y el sentido. Y daría esa esperanza, antes insensata, de com­prender de golpe el milagro griego de las matemáticas y del florecimiento delirante de su mitología. Dar a las figuras de ese otro mundo dionisíaco significacioües densas, compactas y oscuras donde se proyectan el alma humana, su afectividad, su destino, es justo: se trata de la realidad y el destino del hombre, de su felicidad y sus desdichas acuñadas universalmente. Pero, además de ser símbolos de la historia, ¿no serían en última instancia, en su última determinación,

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. modelos significantes de estructuras transparentes, del orden del conocimiento, del intelecto y de la ciencia? No nos parece insensato tener como proyecto el examen de lo que hay de paradignla en un símbolo mítico, 10 que hay ·de esquema en una parábola, es decir, pretender una nueva interpretación del conglomerado cultural en el orden puro del conocer. No es insensato si se tiene en cuenta el nivel formal de los nuevos métodos y la flexibilidad complicada de las nuevas herramientas críticas. Entonces, la doble lección del bachelardismo encontraría su verdad dual y el milagro helénico una nueva unidad. El método logoanalítico del nuevo clasicismo designa una filiación nueva entre la abstracción indeterminada y la proliferación de contenidos significativos de la cultura humana.