TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no...

6
Los Cuadernos del Pensamiento TECNICA, LIBEAD Y DEBER Hans Jonas D e hecho, en la era atómica se compren- de por sí mismo que la paz, como no- guerra entre las naciones, sobre todo entre las superpotencias, se ha conver- tido en la tarea más primordial y permanente de la responsabilidad mundial. En esto se hace visi- ble de la rma más llamativa posible que el po- der gigantesco de nuestra técnica convierte la prevención en la tarea principal de la responsa- bilidad. Pero no sólo en eso. También nuestra técnica pacífica, con la que hoy la humanidad va conquistando su existencia diaria al planeta, co- bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino lento, que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña como una sombra creciente, especialmente en el éxito, las obras deseadas y con ecuencia tan necesarias. Esos períodos de carencia son plazos de gracia que se reducen con �1 avance del pro- greso. Evitar el daño que se �a acercando por mil caminos es más dicil que la bestialidad úni- ca e inequívoca de la guerra.' Y la opción por simple abstención de la acción 1 no nos está dada. Pues tenemos que proseguir con la explotación técnica de la naturaleza. Sólo el cómo y el cuán- to está sometido a discusión; y la cuestión de si somos o podemos ser los señores de eso se con- vierte en la pregunta más seria a la libertad hu- mana. Esa es la pregunta que ¡ va a ocupar tam- bién hoy mis consideraciones. Es apropiado abrirlas con palabras de Goethe. El Fausto moribundo las exRresa en previsión del triun de la dominación Humana de la natu- raleza, que él ha emprendido como su obra tar- día, la conquista de nuevas tierras de cultivo a la mar. Aquí en el interior un país paradisíaco, aera corre riosa la marea hasta el mismo [borde, y según arrebata, intenta /violenta abrir 1 [brechas, urge el impulso colectivo' a cerrar las [aberturas. Y así pasa, rodeado de peligro, aquí niñez, madurez y vejez su tiempo activo. Una muchedumbre así qpisiera ver, estando sobre territorio libr� con pueblos libres. 1 iQué visión más maravillosa! No se puede expo- ner de rma más afirmativa el ataque de la téc- nica a la naturaleza. Cierto que medios malignos -alianza con el demonio, injusticia, acto violen- 8 to- oscurecen en el drama mismo el camino a la meta gloriosa, a pesar de todo, ésta resplandece en su propio esplendor. lResplandece aún tam- bién para nosotros? lRefleja la visión del ya cie- go lo que tenemos que pensar nosotros hoy de las victorias de la civilización sobre la naturale- za? Ya en tiempos de Goethe, al comienzo de la revolución industrial, estaba superada la imagen de la preminente licidad agraria. Ya entonces la nueva «muchedumbre» -alrededor de la chi- menea y no del caserío- era vista de rma to- talmente distinta a como e soñada por Fausto. Pero, sobre todo, tenemos que comparar el «pe- ligro circundante» de entonces con el nuestro. Fausto habla de la marea que corre riosa allá aera, que amenaza con abrir brechas. lProce- de para nosotros el peligro todavía de era? lDel salvaje elemento, cuya irrupción en el va- llado reino artificial de la cultura tenemos que evitar? En ocasiones todavía. Pero dentro corre ahora enrecida una nueva y más peligrosa ma- rea y se abalanza destructora hacia aera: la erza excedente de nuestros actos culturales mismos. Desde nosotros se abren las grietas, nosotros abrimos las brechas por las que se de- rrama nuestro veneno sobre el globo terrestre, convirtiendo la naturaleza completa en la cloaca del hombre. Hasta ese punto se han transrma- do los entes. Tenemos que proteger más al océano de nosotros que a nosotros del océano. Nos hemos vuelto nosotros más peligrosos para la naturaleza de lo que ella lo e nunca para no- sotros. Nosotros nos hemos vuelto lo más peli- groso para nosotros mismos, y eso por los logros más admirables de la dominación humana de las cosas. sotros somos el peligro por el que aho- ra estamos rodeados, y con el que tenemos que luchar en lo sucesivo. De ahí le surgen al impul- so salvador colectivo deberes nuevos, totalmen- te desconocidos. Todos ustedes saben a qué me estoy refirien- do con la analogía de la marea y de las brechas. El debate nuclear, ecológico, bio-ético, de la tec- nología genética de estos decenios lo expresa de rma ya inaudible: un coro público creciente con una temática creciente en el que mi voz es una entre muchas. De la euria del sueño us- tico hemos despertado en medio de la ía luz del miedo. Luz que no debe ser la del talismo. El pánico apocalíptico no debe hacernos olvidar que la técnica es una obra propia de la libertad del ser humano. Los actos de esa libertad son los que nos han llevado al estado actual. Y actos de esa misma libertad -que se mantiene a pesar de las imposiciones autocreadas a continuar por el camino ya iniciado- serán los que decidirán sobre el turo global, que la humanidad tiene por primera vez en sus manos. Hablo de la liber- tad en cuanto cualidad de la especie, lo que no es todavía la libertad política, pero que la posibi- lita. De su raíz natural, de su camino hacia la técnica, de su deber y -temerosamente- tam- bién de su esperanza quisiera decir algo ahora.

Transcript of TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no...

Page 1: TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña

Los Cuadernos del Pensamiento

TECNICA, LIBERTAD Y DEBER

Hans Jonas

D e hecho, en la era atómica se compren­de por sí mismo que la paz, como no­guerra entre las naciones, sobre todo entre las superpotencias, se ha conver­

tido en la tarea más primordial y permanente de la responsabilidad mundial. En esto se hace visi­ble de la forma más llamativa posible que el po­der gigantesco de nuestra técnica convierte la prevención en la tarea principal de la responsa­bilidad. Pero no sólo en eso. También nuestra técnica pacífica, con la que hoy la humanidad va conquistando su existencia diaria al planeta, co­bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino lento, que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña como una sombra creciente, especialmente en el éxito, las obras deseadas y con frecuencia tan necesarias. Esos períodos de carencia son plazos de gracia que se reducen con �1 avance del pro­greso. Evitar el daño que se �a acercando por mil caminos es más difícil que la bestialidad úni­ca e inequívoca de la guerra.' Y la opción por simple abstención de la acción 1 no nos está dada. Pues tenemos que proseguir con la explotación técnica de la naturaleza. Sólo el cómo y el cuán­to está sometido a discusión; y la cuestión de si somos o podemos ser los señores de eso se con­vierte en la pregunta más seria a la libertad hu­mana. Esa es la pregunta que¡ va a ocupar tam­bién hoy mis consideraciones.

Es apropiado abrirlas con palabras de Goethe. El Fausto moribundo las exRresa en previsión del triunfo de la dominación Humana de la natu­raleza, que él ha emprendido como su obra tar­día, la conquista de nuevas tierras de cultivo a la mar.

Aquí en el interior un país paradisíaco, afuera corre furiosa la marea hasta el mismo

[borde, y según arrebata, intenta /violenta abrir

1 [brechas, urge el impulso colectivo' a cerrar las

[aberturas.

Y así pasa, rodeado de peligro, aquí niñez, madurez y vejez su tiempo activo. Una muchedumbre así qpisiera ver, estando sobre territorio libr� con pueblos libres.

1

iQué visión más maravillosa! No se puede expo­ner de forma más afirmativa el ataque de la téc­nica a la naturaleza. Cierto que medios malignos -alianza con el demonio, injusticia, acto violen-

8

to- oscurecen en el drama mismo el camino a la meta gloriosa, a pesar de todo, ésta resplandece en su propio esplendor. lResplandece aún tam­bién para nosotros? lRefleja la visión del ya cie­go lo que tenemos que pensar nosotros hoy de las victorias de la civilización sobre la naturale­za? Ya en tiempos de Goethe, al comienzo de la revolución industrial, estaba superada la imagen de la preminente felicidad agraria. Y a entonces la nueva «muchedumbre» -alrededor de la chi­menea y no del caserío- era vista de forma to­talmente distinta a como fue soñada por Fausto. Pero, sobre todo, tenemos que comparar el «pe­ligro circundante» de entonces con el nuestro. Fausto habla de la marea que corre furiosa allá afuera, que amenaza con abrir brechas. lProce­

de para nosotros el peligro todavía de fuera? lDel salvaje elemento, cuya irrupción en el va­llado reino artificial de la cultura tenemos que evitar? En ocasiones todavía. Pero dentro corre ahora enfurecida una nueva y más peligrosa ma­rea y se abalanza destructora hacia afuera: la fuerza excedente de nuestros actos culturales mismos. Desde nosotros se abren las grietas, nosotros abrimos las brechas por las que se de­rrama nuestro veneno sobre el globo terrestre, convirtiendo la naturaleza completa en la cloaca del hombre. Hasta ese punto se han transforma­do los frentes. Tenemos que proteger más al océano de nosotros que a nosotros del océano. Nos hemos vuelto nosotros más peligrosos para la naturaleza de lo que ella lo fue nunca para no­sotros. Nosotros nos hemos vuelto lo más peli­groso para nosotros mismos, y eso por los logros más admirables de la dominación humana de las cosas. Nosotros somos el peligro por el que aho­ra estamos rodeados, y con el que tenemos que luchar en lo sucesivo. De ahí le surgen al impul­so salvador colectivo deberes nuevos, totalmen­te desconocidos.

Todos ustedes saben a qué me estoy refirien­do con la analogía de la marea y de las brechas. El debate nuclear, ecológico, bio-ético, de la tec­nología genética de estos decenios lo expresa de forma ya inaudible: un coro público creciente con una temática creciente en el que mi voz es una entre muchas. De la euforia del sueño fáus­tico hemos despertado en medio de la fría luz del miedo. Luz que no debe ser la del fatalismo. El pánico apocalíptico no debe hacernos olvidar que la técnica es una obra propia de la libertad del ser humano. Los actos de esa libertad son los que nos han llevado al estado actual. Y actos de esa misma libertad -que se mantiene a pesar de las imposiciones autocreadas a continuar por el camino ya iniciado- serán los que decidirán sobre el futuro global, que la humanidad tiene por primera vez en sus manos. Hablo de la liber­tad en cuanto cualidad de la especie, lo que no es todavía la libertad política, pero que la posibi­lita. De su raíz natural, de su camino hacia la técnica, de su deber y -temerosamente- tam­bién de su esperanza quisiera decir algo ahora.

Page 2: TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña

Los Cuadernos del Pensamiento

La libertad del ser humano, en cuanto a cuali­dad característica de la especie, se basa en la do­tación orgánica de su cuerpo. La actitud erguida, que deja la mano libre para el manejo de las co­sas, la mirada dirigida hacia adelante, la voz infi­nitamente modulable, y, por encima de todo eso, el asombroso cerebro, que ordena central­mente toda esa capacidad. El poder de ordenar y disponer comienza ya ahí dentro: el poder de imaginación puede transformar a voluntad las imágenes recordadas de las cosas y adquiridas gracias a los ojos, puede esbozar nuevas, puede imaginarse todo lo posible. La mano, obediente a la voluntad, puede entonces traducir hacia el exterior la imagen interna y transformar incluso conforme a esa imagen las cosas mismas, por ejemplo en herramientas para otras transforma­ciones. Y la voz, obediente asimismo a la volun­tad, conforma el lenguaje, el medio sensible más soberano de la libertad. Hacia afuera, el len­guaje hace posible la sociedad como sujeto per­manente de saber creciente, hacia adentro el pensamiento, que se eleva por encima de la re­presentación sensorial. Dotado así de una doble libertad, mental y corporal, el ser humano inicia su camino y extiende el mundo producido como la obra de esa libertad en el mundo natural. Así se lo exige su propia naturaleza y el resto de la naturaleza tiene que soportarlo.

lQué significa eso para ella? Hasta ese mo­mento existía la ley de la variedad o multiplici­dad vital, que tiene por finalidad llevar a un equilibrio aproximado la lucha por la existencia entre las especies, un equilibrio en el que la to­talidad se mantiene en medio de la oposición de las partes. La multiplicidad misma procedía de la lucha, que la conservaba permanentemente y la cambiaba lentamente por la generación de nue­vas especies a costa de las que expiraban. En esa medida vale aquí la idea de Heráclito de que la

9

guerra es padre de todas las cosas. Pero es una guerra coordinada, en esencia, a la coexistencia, en la que cada cual puede hacer solamente lo que le prescribe su especie y en la que también el más fuerte devuelve al hogar común lo que tomó de él. Sin embargo, ahora ha surgido un nuevo superfuerte que le da la vuelta a todo eso. Con la superioridad unilateral de sus armas ya no naturales sino artificiales, el ser humano se ha evadido del círculo del equilibrio simbólico. El arrasa allí donde, hasta entoces, la lucha esta­blecía límites. Y a no devuelve en condiciones utilizables lo que toma de la totalidad. De esa forma ejerce la devastación sobre ella. Al adqui­rir su dominación fue capaz de darse cuenta de que ella es ciertamente la obra de una inteligen­cia cada vez más elevadamente inventiva; en su utilización fue ciego y pudo seguir siéndolo mientras las represalias de la tierra quedaban cu­biertas por la recompensa de las victorias. Esta larga veda de ceguera se ha terminado. La rela­ción entre el hombre y la naturaleza ha entrado en una nueva fase.

lQué es lo nuevo y cómo se llegó a ello? Un factor ha sido el factor biológico de nuestro ra­pidísimo crecimiento, que amenaza, por sus simples necesidades orgánicas, con exigir más de lo que las fuentes planetarias de alimenta­ción pueden dar. Pero bajo ese factor subyace causalmente otro completamente inorgánico: el salto cualitativo en nuestro poder tecnológico, producido por la alianza, que no tiene siquiera dos siglos de existencia, entre la técnica y la ciencia exacta natural. Mediante esa única y grandiosa adaptación práctica de la pura teórica, la superioridad del ser humano se volvió tan unilateral, sus intervenciones en tamaño, forma y curso profundo tan amenazantes para la totali­dad de la naturaleza terrestre actual y futura que la libertad tuvo que hacerse, finalmente también aquí, consciente. Ella se da ahora cuenta de es­to: la victoria demasiado grande amenaza al ven­cedor mismo.

Lo cualitativamente nuevo puede ilustrarse en un único ejemplo, que explica también lo que quiero con el nuevo «curso profundo» de nuestras intervenciones. Toda la técnica premo­derna era macroscópica, como lo era la herra­mienta más antigua y lo es hoy todavía la má­quina. Trabajando con el tamaño del mundo corporal visible, la técnica se mantiene, por de-

Page 3: TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña

Los Cuadernos del Pensamiento

cirlo así, todavía en la superficie. Desde enton­ces ha descendido al plano molecular. Ahora puede manipularlo, partiendo de él puede cons­truir materias que nunca han existido con ante­rioridad, cambiar formas vitales, liberar fuerzas. Nunca antes el arte de lá naturaleza había roza­do tan de cerca el cuetpo de sus elementos. Desde lo más bajo rige �hora lo más alto, desde lo más mínimo lo más grande. Esta manipula­ción creativa en el «germen» implica nuevos pe­ligros con nuevos poder�s. Uno de ellos es car­gar el medio ambiente con substancias que su metabolismo no puede elaborar. A la devasta­ción mecánica se añade además el envenena­miento químico y radiactivo. Y en la biología molecular aparece el intento prometeico de ju­guetear, partiendo del embrión, en nuestra pro­pia «imagen» para mejorarla.

Ese incremento de potler resulta, por lo tanto, de un incremento del conocimiento. El mismo conocer, que vive en la técnica, nos coloca en disposición de calcular sus repercusiones globa­les y futuras. Habiéndose hecho consciente de ello, la libertad tiene que reconocer esto: por ella está en juego la totalidad, y ella sola es res­ponsable de ello. Con eso paso de la raíz y el po­der al deber de nuestra libertad.

Ponerse límites es el primer deber de toda li­bertad, cierto, la condición de su existencia, pues sólo es posible la sociedad, sin la cual el ser humano no puede ser y tampoco puede ser su dominación de la naturaleza. Cuanto más libre es la sociedad misma, cµanto menos influida es­tá por lo tanto, la libertad natural de la especie por el dominio del hombre sobre el hombre, tanto más evidente e inevitable se hace el deber de la limitación voluntaria, en la relación entre las personas. Algo parecido ocurre en la relación de la humanidad con la naturaleza. Nos hemos vuelto más libres por nuestro poder, y precisa­mente esa libertad lleva consigo sus deberes. Con el mismo paso que los actos de nuestro po­der, nuestro deber se extiende ahora sobre el or­be completo y hasta en el lejano futuro. El futu­ro es nuestra obligación común, pues todos no­sotros somos cómplices de los hechos y benefi­ciarios en las ganancias del poder colectivo. Aquí y ahora, así nos dice el deber, debemos re­frenar nuestro poder, r�cortar, por tanto, nues­tro placer, por el bien de una humanidad futura que nuestros ojos ya no llegarán a ver. lEstá do-

10

tada nuestra naturaleza moral también para eso, igual que lo está para la relación cercana inter­personal? Justicia, consideración, compasión, amor, los impulsos de ese tipo, que están ador­mecidos en nosotros y que se despiertan por el contacto concreto de unos con otros, nos ayu­dan a salir de la angostura del egoísmo. La natu­raleza abstracta de hipotéticos seres futuros no despierta en nosotros nada parecido; y el miedo a represalias no influye aquí en absoluto. Pero disponemos de la idea de responsabilidad, nos sentimos orgullosos de esa capacidad; y tene­mos el sentimiento profundamente arraigado para ello, tan primitivamente testimoniado en relación padres-niño, relación en la que el senti­miento pasa, con su preocupación, por encima de todo lo inmediato hasta llegar a un futuro que ya no es en absoluto el propio: ese senti­miento, ampliado a idea, puede establecer el puente entre una ética del prójimo o de lo próxi­mo y una ética de lo lejano, ahora sólo imagina­ble, y que aún no puede expresarnos su voz, pe­ro de quien sabemos que ha caído en la arbitra­riedad de nuestro poder. La responsabilidad nos dice que está confiado a nuestro poder.

Quien habla así tiene, en todo caso, que con­sentir que se le plantee esa pregunta que no se plantea en absoluto frente al bebé en la cuna, y que plantearla sería perverso: lpor qué debe ser en absoluto este posterior, en nuestro caso una humanidad en la tierra, es más, la vida misma en general? No quiero cansarles aquí con la res­puesta que he buscado a esa cuestión y que he presentado en otro lugar, sino que supondré, simplemente, que ustedes aprueban, contra Schopenhauer, los Budistas, los Gnósticos y Ni­hilistas, que la multiplicidad de seres vivos, sur­gida en un esfuerzo infinito por ser, ha de verse como un bien o «un valor en sí» y que, sobre to­do, la libertad de la persona, resultante de eso, ha de verse como la cumbre de ese atrevimiento valorativo del ser. Esto coloca a los depositarios de esa libertad con su poder, que ahora pone vi­siblemente en peligro la totalidad, bajo la obliga­ción mencionada. Así la ética recibe por primera vez una dimensión cuasi cósmica, y por encima y más allá de todo lo interhumano.

Pero, aceptado esto, queda todavía la cuestión de a quién se dirige concretamente esa apela­ción. lQuién puede seguirla? lQuién debe car-

Page 4: TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña
Page 5: TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña

Los Cuadernos del Pensamiento

gar con los sacrificios que impone su seguimien­to? He hablado anterio�mente del «deber de to­dos nosotros» y ahora tengo que ser más especí­fico. El «nosotros» mencionado se refiere pri­meramente al de la sociedad industrial desarro-11ada. Nosotros, los pertenecientes al denomina­do «occidente», hemos creado el coloso tecnoló­gico y lo hemos puesto en el mundo; nosotros somos además los principales consumidores de sus frutos y �on eso los pecadores principales respecto a la tierra. A nuestra opulencia es posi­ble exigirle restricciones. Sería obsceno predi­c?'rles a los �ambrientos de las partes empobre­cidas d� la tierra el cuidado del entorno ecológi­co en virtud del futuro, incluso del bien global. La desnuda necesidad· diaria les obliga a des­truir, lo que conducirá en los años posterio­res ·a una miseria aún mayor. Liberarlos de esa coerción debe ser la meta de toda ayuda al desa­rro11o, a la que e11os deberían contribuir, por su parte, al menos con la limitación de la natalidad. Sin embargo, el problema propiamente dicho son los ricos de esta tierra, los disipadores con su culpa y deber globaL No es un problema de iJ?potencia sino del poder y con eso -proviso­namente todavía- de la libertad.

lPero quién es aquí el sujeto de esa libertad? El poder tecnológico es colectivo, no individual. Por lo _tanto, sólo el poder colectivo -y eso quie­re decu, en definitiva, el político- lo puede do­mar. Pero en las democracias parlamentarias ese p�der polític? proviene del pueblo, que es quien elige su gobierno y que le encarga ejecutar su voluntad. Por consiguiente, debido a la libertad política, cada individuo es sujeto de ese nuevo deber. Pero las mayorías son las que deciden y ep el transcurso diario de las cosas esas mayo­nas no se van a poner, lpor sí mismas del lado de una_ interesada pers¡¡,ectiva lejana, 'no van a renunciar a los opulentos intereses del hoy que esa perspectiva exige. Y, sin embargo la stlbsis­tencia de la libertad misma depenct'e de ello pues ésta acabaría perdiéndose en la bancarrot� general, en la que tiene que desembocar la au­toindulgencia incontenida. Lo que dije una vez, en este contexto, del «amenazante fantasma de la tiranía» ha sido interpretado como recomen­dación en vez de como alarma: como si defen­diera la dictadura como solución de nuestros P!Oblemas. Lo que quería decir era que en situa­c10nes_ extremas no queda espacio alguno para el complicado proceso de decisión de la democra­cia y que no deberíamos consentir que se 11egue a esa situación. La libertad de la especie huma­na, s� dote biol�gica, únicamente puede perecer con el; pero la libertad política, expresión espe­cial e h�stóricamente rara de e11a, puede perder­se por ligereza una vez más. Ocurriría así si la li­bertad PC!lítica no supera la prueba más grande de toda libertad h�map�. lQué perspectiva hay de que la supere? 1,Cual es su medio posible pa­ra e11_o? En este punto sólo puedo decir algo muy mcompleto y sin seguridad, seguridad que

12

no puede esperarse dada la naturaleza imprevisi­ble de la libertad.

Tenemos, en primer lugar el camino no-insti­tucional de educar la concie�cia general a través de aque11os a los que su conciencia los mueve a e11o y están técnicamente cualificados para eso Y que se junten espontáneamente en esta tarea'. L_a educación no consiste más que en abrir los OJOS a aquello que ya se ve. El refrendo que tie­nen �s, como he dicho, la competencia técnica y ya solo por eso deben aunarse, pues sólo el sa­ber aunado de muchas disciplinas puede enfren­tarse a la enorme dispersión de los problemas. El esclarecimiento incansable a través de tales portavoces puede producir una presión de la op,inión pública, ante la que se dobleguen tam­bien aquellos que oponen resistencia. No pien­so, por tanto, dios me libre en un Führer caris­mático sino en el muy sob'rio liderazgo de una sabiduría creciente, que ya está en marcha desde hace tiempo en América y Europa como una nueva naciente «Internacional» qu� rebasa las fronteras: el hacerse oír constante de una visión y preocupación temática, que está libre de toda sospecha de intereses. El eco que encuentra tes­timonia que esto no queda completamente sin repercusión -primero sobre la conciencia públi­ca y des�� quizá �obr� el comportamiento priva­do y politico. Ah1 esta una de las oportunidades de la libertad que nos da pie a la esperanza.

Pero, a largo plazo, con la espontaneidad no­institucional no se hace nada. El consenso fun­damental,. que, en el mejor de los casos, puede lograrse, tiene que ser reforzado jurídicamente. En este campo no tengo especial competencia. Pero personas entendidas me han dicho que se

Page 6: TECNICA, LIBERTAD Y DEBER · 2019-07-04 · bija en sí un potencial destructor, un poder no intencionado, no repentino sino que, con períodos cortos o largos de carencia, acompaña

Los Cuadernos del Pensamiento

puede pensar en este punto en reglamentacio­nes constitucionales preventivas, que no permi­tan al mercado el libre juego de nuevos desarro­llos técnicos de un tipo especialmente rico en consecuencias, con repercusiones quizá irrever­sibles sobre la vida de l�s generaciones futuras, y que se reserve la especial decisión legislativa, que se dificulte por moratorias largas, mayorías cualificadas y cosas así. Por tanto, a la protec­ción constitucional de los derechos fundamen­tales del individuo se añade ahora una protec­ción constitucional de los deberes básicos de la totalidad frente al futuro. Aquí valdría todo lo contrario que allí: que está prohibido lo que no está expresamente permitido. La democracia po­dría imponerse algo así en sentido preventivo. Pero esto se referiría precisamente a lo nuevo y específico de cada momento, no a lo ya preñado de desdichas, que está ya en marcha como un todo. En esto el poder público interviene hasta ahora de vez en cuando, por ejemplo por medio de instalaciones de desactivación de residuos, la mayor parte de las veces después de daños que se han hecho ya visibles, y sensibles. La marea como tal aumenta sin cesar incluso sin añadir nuevos flujos. El detenerla, el prevenir la desdi­cha que nos amenaza poJ1 ella, exige cambios en nuestras costumbres de consumo, por lo tanto en todo nuestro estilo de vida, y con eso en la estructura económica completa, que le sirve y que vive precisamente de eso. Cómo se puede hacer eso, sin, a su vez, provocar daños ( como el paro masivo), que amedrantarían todavía más que el mal más lejano, contra el que se debe prevenir, no lo sé. Encontrar aquí en el filo en­tre dos abismos un camino utilizable es una ta­rea para el economista político. Seguramente exigiría sacrificios en el libre mercado, pero la li­bertad política puede sobrevivir a ese sacrificio.

En la medida en que todo eso es también, de­bido a la parte que juega la voluntad en ello, una cuestión de la psicología y no sólo de la practica­bilidad técnica, la disponibilidad voluntaria pue­de recibir ayuda de un componente totalmente involuntario que procede de las cosas mismas: el schock de catástrofes reales y repetidas de pe­queña dimensión, que nos metan en el cuerpo el miedo a la grande, con la que, de cara al futu­ro, nos amenaza el exceso tecnológico. Cherno­bil y la muerte del bosque han hecho ya más en-

13

tre la mayoría que toda la predicación de am­plias visiones abstractas. Ocurrirán más cosas de ese tipo y más alarmantes. No es muy lisonjero para el ser humano que las necesite, pero para mí es parte de mi modesta esperanza. En un punto esa esperanza no es tan modesta: los schocks dichos -disparos de aviso de la lacerada naturaleza- no conocen ninguna frontera de so­beranía y podrían finalmente conducir a los dos gigantes tecnológicos, el occidente democrático y el este comunista, a una defensa común ante el peligro reconocido como colectivo, o sea, a una paz mejor que la de la disuasión mutua. Fi­nalmente, en todo esto mi esperanza se apoya también en la razón humana, la misma que se demostró tan extraordinaria ya en la conquista de nuestro poder y que ahora tiene que tomar en su mano su misma dirección y limitación. Desesperar de ella sería irresponsable y una trai­ción a nosotros mismos.

Una cosa debemos, para acabar, tener clara: una solución patentada para nuestro problema, una medicina milagrosa que cure nuestra enfer­medad no la hay. El síndrome tecnológico es de­masiado complejo para eso, y el renunciar o de­sentenderse de todo no es posible. Incluso con un gran «giro» y reforma de nuestras costum­bres el problema básico no desaparecería. Pues la aventura tecnológica misma tiene que conti­nuar; ya la misma rectificación salvadora exige una nueva aplicación del ingenio tecnológico y científico, que riesgos nuevos. De esta forma, la tarea de la desviación correctora es ya perma­nente y su cumplimiento resultará siempre un trabajo imperfecto y a menudo solamente un remiendo.

Esto significa que tendremos que vivir en el futuro siempre con la sombra de la amenaza de calamidades. Pero el ser conscientes de esa som­bra, como lo somos ahora, se convierte en un paradójico rayo de esperanza: un río que no per­mite que enmudezca la voz de la responsabili­dad. Esa luz no alumbra como la de la utopía, pero su advertencia ilumina nuestro camino, junto con la fe en la libertad y la razón. Así al fi­nal, el principio responsabilidad se junta con el principio esperanza, no ya la esperanza estusiás­tica en un paraíso terrenal, sino la modesta es­peranza en la futura habitabilidad del mundo y en la pervivencia humanamente digna de nues­tra especie en la herencia que le ha sido confia­da, una herencia no ciertamente pobre �pero sí �imitada. Por esta carta es por la ·� que qmero apostar. ..