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    PABLO DE OLAVIDE Y JUREGUI, UN CATLICO ILUSTRADO

    Jos Luis Gmez UrdezDiego Tllez Alarcia*

    Universidad de La Rioja

    Carlos III fue antes de nada un rey absoluto. Incapaz de imaginar que el poderde un monarca de la Catlica Espaa pudiera ser limitado, retuvo el control de laInquisicin, conservando la prerrogativa de nombrar a los inquisidores, e impi-diendo cualquier atisbo de reforma del Tribunal, una va que consider definiti-vamente cerrada ya en 1762-63, cuando dio carpetazo al proyecto de reforma de

    los consejeros de la Suprema, Cantos y Ric. Las Prevenciones y Precaucionesque estos dos consejeros, recomendados por el propio Ricardo Wall, ministro deEstado, pusieron en manos del monarca comenzaban ratificando que le corres-ponda designar (al Rey) a todos los empleados de la Inquisicin, pero ni aslograron su plcet; tampoco el de su confesor, el padre Eleta1.

    Este fraile gilito fue, en efecto, el contrapunto recalcitrante a la tan aireadacomo escasa ilustracin del monarca. Generalmente relegado en la historiogra-fa filocarolina, su intervencin en la toma de decisiones del monarca fue espec-tacular y desde luego tan visible o ms que la de sus predecesores Rvago oQuintano Bonifaz. Muchos de los calificativos que se le han propinado a Eletaparecen insultos Azara le llam el Alpargata, el Gran Mufti, el Jpiter del Cor-dn o fray Pernetas2, pero muchos no lo son. Su mentalidad era supersticio-

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    * Este artculo se encuadra en el proyecto de investigacin Reconstruccin prosopogrficade clientelas polticas en la Espaa de mediados del XVIII (1743-1763) (BHA2003-07360),patrocinado por el MCyT.

    1. Ver Ricardo Gmez-Rivero, El Ministerio de Justicia en Espaa (1714-1812)(Madrid: Cen-tro de Estudios Polticos y Constitucionales, 1999), 673-674. Antonio lvarez de Morales, Inqui-sicin o Ilustracin (1700-1834)(Madrid: Fundacin Universitaria Espaola, 1982), 93-102.

    2. Jos F. Alcarz Gmez,Jesuitas y reformismo. El padre Francisco de Rvago (1747-1755)

    (Valencia: Facultad de Teologa San Vicente Ferrer, 1995), 75.

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    sa, como argument Ferrer del Ro. Sobre su influencia en el rey, Casanova es-cribi: Carlos III era testarudo como una mula, dbil como una mujer, sensualcomo un holands, muy devoto y decidido a morir antes que macular su alma

    con el menor pecado mortal. A cualquiera le ser fcil darse cuenta de quesemejante hombre deba de ser esclavo de su confesor3.

    Con todo, el confesor se oscurece en la historiografa carolina, seguramen-te a causa de la poderosa personalidad de los polticos de Carlos III y de ladireccin de las reformasdos lugares comunes en la hagiografa progresista,que en materia de relacin con la Iglesia llegaron al cnit con el sonado xitode famillede la expulsin y posterior extincin de los jesuitas (1767-73). Habatriunfado el Absolutismo Regio a travs de su brazo militar, que no era otro queel conde de Aranda, mientras el control socialel principal servicio del viejo

    Santo Oficio estaba ya asegurado en pleno siglo de las luces. Parece una con-tradiccin, pero fue, precisamente, el propio Aranda el que ms contribuy arobustecer la idea de rey absoluto que lleg a asumir Carlos III (muy diferentea su hermanastro Fernando VI, a quien Ensenada y Carvajal convencieron desu papel de reformador), un resbaln ms del jefe del partido aragons,presuntamente ms pactista, que de esa forma vino a confundir el absolutis-mo del rey, de viejo cuo, con el moderno despotismo ilustrado, el motor realde las reformas4.

    En adelante, la poltica reformista se present con habilidad: no slo comoobra de la Trinca Aranda, Campomanes y Olavide5, sino del propio rey

    que as se haca ilustrado, como decan que eran los reyes europeos. Sinembargo, la reaccin poltica ya veremos la del marqus de la Corona, muysintomtica y la atmsfera de escndalo producido por las novedades en elmundo de las ideas, la moral y las costumbres (eso es la Ilustracin en Espaa)no iban a ceder en todo el reinado, encontrando en el propio entorno del reylos ms activos interlocutores y oponentes, sobre todo el padre Eleta, la figuraclave en el escenario. Slo hacan falta hechos desencadenantes, y uno fue el

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    3. Giacomo Casanova, Memorias(Madrid: Aguilar, 1982), vol. V, 162.

    4. Como demostr R. Olaechea, Aranda tena un concepto teocrtico de la monarqua.En carta al futuro Carlos IV, Aranda llega a justificar el origen divino (lo que en Espaa fue con-siderado algo estrafalario por lo general): Puesto que Su Majestad est en ejercicio del vica-riato del mundo, que el Dios supremo deposit en ella, como un representante..., RafaelOlaechea y J. I. Gmez Zorraquino, El partido aragons y la poltica ilustrada en Espaa, Lostiempos dorados, Estudios sobre Ramn Pignatelli y la Ilustracin (Zaragoza: Instituto Fernan-do el Catlico, 1996), 195.

    5. Incluyendo a Grimaldi, formaban la cpula de los reformistas. As lo describa Paolo Fri-si a Beccaria: gli sforzi di tre nuovi Bacchi, ovvero Orfei, i quali hanno cominciata la rivolu-zione. Il marquese Grimaldi, collaperta protezione delle scienze e delle arti, il conte dAranda,col perfezionare la pubblica economia e polizia e il fiscale Campomanes col distruggere gliinveterati pregiudizi della jurisprudenza ecclesiastica. Frisi a Beccaria, 17 de octubre de 1775,

    Cesare Beccaria, Dei delitti e delle pene(Torino: Einaudi, 1965), 569.

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    desastre de Argel de 1775 que produjo un clima de tensin similar al que sevivi en 17666. Inmediatamente despus, alguien deba pagar

    En ese contexto, el arandista Pablo de Olavide y Jaregui (Lima, 1725-Baeza,

    1803) era denunciado a la Inquisicin.

    Olavide, el ilustrado afrancesado

    Como la riqueza era uno de los fundamentos de la libertad y de la necesariadespreocupacin, antesala del cultivo de las luces Voltaire dixit, el rico y jovenOlavide (nacido en Lima en 1725) viaj por Italia y Francia, conoci a los filso-fos, visit al seor des Delices, compr libros y ...filosof despreocupadamente.A su llegada a Madrid, en 1765, adonde se haba hecho enviar miles de libros enfrancs previa obtencin de licencia para leer libros prohibidos: todo lo poda el

    dinero, le fue fcil hacerse un hueco en los salones de la aristocracia7, en dondeencontr a algunos de los grandes personajes llamados a servir al rey Carlos III,cuya brillante obra haba podido admirar personalmente el peruano al pasar porNpoles. A sus cuarenta aos, la carrera pblica de este afrancesado unoms, deslumbrado por la France des philosophesy lEncyclopdie, slo espera-ba la mano poderosa que le llevara a un cargo pblico, que iba a ser cmo nola del conde de Aranda, un militar tambin viajado en su juventud, educado porlos jesuitas, igualmente afrancesado y prusianoen su pasin por la carrera delas armas, feo, rudo, soberbio y mandn, pero... ilustrado.

    El presidenteAranda prob a Olavide en varios cargos director del hospicio

    de San Fernando, sndico del ayuntamiento madrileo antes de confiarle ladireccin de la obra ilustrada del siglo, las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena,un mundo nuevo creado bajo normas racionales, una Nueva Arcadia en la que sepodra experimentar con un concepto entonces muy sospechoso: le bonheur, lafelicidad terrenal. Como observ el siempre recordado Ernest Lluch, ya en lasegunda lnea de la Instruccin de 1767 de Olavide apareca la palabra felici-dad8, un trmino peligroso si no se refera a la felicidad verdadera, que no podaser sino el premio en el cielo a las fatigas y penalidades pasadas en la tierra.

    La idea de la colonizacin en la Espaa despoblada poco ms de ochomillones de habitantes (ms de veinte en Francia) era vieja: a ms poblacin,ms riqueza, o como dira el marqus de la Ensenada: a ms sbditos, ms con-tribuyentes y ms riqueza para el estado. El poblacionismo, verdadera obsesin

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    6. Tefanes Egido, Los Borbones. Carlos IV. (Madrid: Arlanza, 2001), 41.7. Segn Sarrailh, despus de su matrimonio con la riqusima viuda Isabel de los Ros, su

    casa se haba convertido en centro de reunin de todos cuantos seguan la moda, Sarrailh, LaEspaa Ilustrada, 620. Sobre Olavide son de obligada referencia Marcelin Defourneaux, Pablode Olavide o el afrancesado, (Sevilla, 1990); y Perdices de Blas, L., Pablo de Olavide (1725-1803), El Ilustrado, (Madrid: Complutense, 1995).

    8. Vase Ernest Lluch, Las Espaas vencidas del siglo XVIII, Claroscuros de la Ilustracin

    (Barcelona: Crtica, 1999), 153.

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    dieciochesca en Espaa, fue preconizado por los proyectistas de Felipe V, inclu-so por un ministro a la antigua como Jos de Carvajal, quien pens en buscarcolonos en Santiago de Compostela entre los peregrinos (as se aseguraba su fe

    catlica)9. La matizaron hombres como Ward en su Proyecto Econmico10, queconoca bien algunos reparos, El primero son tales las impresiones que tienenlas gentes en todas partes de la Inquisicin, que an los catlicos ms celososla tienen cobrado un miedo y un odio notable11.

    Los argumentos a favor de la colonizacin fueron reelaborados en el planoeconmico por Campomanes, quien haba ledo todo sobre el asunto, incluidaslas propuestas prcticas del francs Beaumarchais y la del aventurero bvaroThurriegel. Mientras, Aranda aportaba la experiencia alemana, el conocimien-to que tena de los asentamientos que, manu militari, estaba estableciendo suadmirado Federico II12. La misin ilustrada del siglo brotaba de las mejores fuen-tes espaolas y extranjeras y era bendecida por el propio Carlos III, a cuyonombre se tributaba el establecimiento principal, La Carolina, el pueblo dondeel flamante superintendente Olavide edific su palacio, un robusto y conforta-ble edificio coronado con el escudo real. A su lado, descentrada con respectoa la calle principal del pueblo, estaba la humilde iglesia parroquial...

    Olavide, libertino

    Con Olavide ya al frente de la gran empresa ilustrada, empezaron a llegar los

    colonos y tambin, obviamente, los problemas. Casanova, que conoci el climade crticas que empezaba a nacer contra Olavide, brome con el origen de lospobladores, Suiza escribi, el pueblo ms sujeto a la nostalgia, y hasta pudodar alguna recomendacin al superintendente, en lo tocante a sus conciencias (alas de los suizos catlicos). Conocedor de que Olavide afirmaba rotundamenteque haba que evitar todo tipo de establecimiento de frailes, el italiano le acon-sej eso escribe en sus memorias que hara falta por lo menos en los primerostiempos, darles sacerdotes y magistrados suizos, lo que a regaadientes Olavidetendra que hacer, pues los colonos no hablaban castellano y no podan entendera los prrocos espaoles. Al poco, el superintendente resolvi el engorroso trmi-

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    9. Jos Miguel Delgado Barrado,Jos de Carvajal y Lancster. Testamento poltico o idea deun gobierno catlico (1745)(Crdoba: Universidad de Crdoba, 1999).

    10. Proposicin de Mr. Bernardo Ward para establecer colonias agrcolas e industriales deirlandeses en Espaa. Ward a Ordeana, Londres, 21 de octubre de 1753, en Antonio Rodr-guez Villa, Don Zenn de Somodevilla, marqus de la Ensenada. Ensayo biogrfico (Madrid:Librera de M. Murillo, 1878), 361.

    11. Que no existieron en el caso de la importacin de ingenieros navales ingleses lleva-do a cabo por Jorge Juan, bajo los auspicios del jesuitn Ensenada. Vase Jos Luis GmezUrdez, El proyecto reformista de Ensenada (Lleida: Milenio, 1996).

    12. Vase J. M. Snchez Diana, El despotismo ilustrado de Federico el Grande y su influen-

    cia en Espaa, ArborXXVII, (1948): 100.

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    te vendran unos frailes alemanes, y pas a ocuparse de otros asuntos, entreellos los de tipo econmico, siempre problemticos13.

    Al comenzar la dcada del Setenta, las crticas sobre la colonizacin empe-

    zaban a generalizarse: se comentaba especialmente el gasto excesivo que aca-rreaban las Nuevas Poblaciones, la mala administracin del superintendente ysus amigos, incluso el despilfarro, pero sobre todo, algunas notas personalescontra el disoluto Olavide, que necesariamente tenan que aparecer: tal era sufama de hombre libre y sin prejuicios. El fiscal Carrasco, marqus de la Corona,escribi un dursimo alegato que puede ser tomado como la punta de lanza delas fuerzas conservadoras contra el peruano. En resumen, para este resentidopersonaje, la causa del fracaso estaba en confiar la ejecucin a una mano tandesacreditada como la de Olavide. La Corona, que tambin terciaba en suescrito sobre la reforma de la Inquisicin, terminaba sentenciando: Pobre reyy pobre Espaa con ministros tan flacos y tan insensibles a su servicio14. Lainquina sobre un personaje que slo se deba a los apoyos de sus importantesamigos no era noble, ni siquiera espaol empezaba a concitar la animadver-sin de los que buscaban abrir una brecha en el edificio que intentaban cons-truir los ilustrados al lado del rey.

    Aumentaron las crticas contra un plebeyo medrado y, adems, iba resque-brajndose la unidad del equipo ilustrado, es decir, las buenas relacionesentre sus amigos: Campomanes, Aranda y Grimaldi.15 Era evidente que se estabaproduciendo un cambio, pero no lo entendi Olavide, que continuaba exhi-

    biendo sus ideas ante cualquiera, sin saber que todo lo que haca era amplifica-do y dirigido hacia arriba, y que cada vez tena menos proteccin. Sigui siendo,como le declar Menndez Pelayo un iluso de filantropa16.

    Paradjicamente, cuando Olavide conoci al que iba a ser su feroz enemi-go, fray Romualdo de Friburgo, se alegr. Al fin se quitaba un problema de enci-ma, pens. El barbado fraile capuchino, un alemanote serio con abundantesdotes de mando, llegaba tras los primeros hermanos enviados desde Friburgopara meterles en cintura. Eso es lo que pens cndidamenteOlavide, pues losfrailes haban empezado a crear problemas.

    Fray Romualdo lleg a la Carolina el 13 de mayo de 1770. Olavide tuvo conl un primer desencuentro, pues el orgulloso capuchino no admiti en modo

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    13. Casanova, Memorias, vol. V, 163-164. Sobre el balance econmico, vase PerdicesBlas, Pablo de Olavide, 1995 y Manuel Capel Margarito, La Carolina, capital de las NuevasPoblaciones (Jan: Instituto de Estudios Jienenses, 1970).

    14. El original de los Cuadernos sobre gobierno y administracin, en Archivo HistricoNacional (en adelante AHN), Estado, leg. 3211-2.

    15. Ver Janine Fayard y Rafael Olaechea, Notas sobre el enfrentamiento entre Aranda yCampomanes, Pedralbes. Revista DHistoria Moderna 3 (1983): 5-59.

    16. Marcelino Menndez Pelayo, Historia de los heterodoxos espaoles (Madrid: C.S.I.C.,

    195). El erudito vio en l cierta cndida y buena fe, lo que le haca a ratos simptico.

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    alguno que el superintendente no le aceptara la jefatura total de sumisin, quese atribua mediante la simple exhibicin de una patente de su orden. Ante lasorpresa de Olavide, que ya haba transigido mucho permitiendo frailes en las

    Poblaciones, Romualdo persever; al poco, el fraile le descubri sus intenciones:nada menos que cambiar la Arcadia felizilustrada por un Fraternum Foedus oMarianum Foedus, algo as como una mezcla de sociedad comercial, caja deahorros y compaa de seguros, segn la expresin de M. Defourneaux, bajo lainvocacin mariana: el colmo para Olavide, que ni poda imaginar lo que elcapuchino tramaba contra l17.

    Tras la llegada del fraile, el clima de hostilidad entre los colonos fue in cres-cendo, ms al saber que se ridiculizaban sus propuestas chez Olavide, y que enlas animadas tertulias, el superintendente y sus amigos se rean abiertamente delbarbudo suizo. Pero pronto, las risas iniciales de los amigos de Olavide fueroncambiando por el gesto preocupado. Al principio, segn declar luego el reoOlavide, nos divertamos con descubrir su ignorancia (la de Fray Romualdo),y con los disparates y absurdos que deca18, pero el fraile no rea, escriba.Cuando se dieron cuenta de la gravedad de los hechos, ya era tarde.

    Mientras se frivolizaba en el palacio de La Carolina sobre supersticiones yabsurdos de ciertas prcticas religiosas, el fraile suizo iba escribiendo folios yfolios con detalles de la vida diaria de Olavide, escandalizndose y exageran-do, y los dirigi en todas las direcciones, incluyendo entre los destinatarios a losobispos de Jan y Sevilla. Asombrado de que Olavide tuviera apoyos incluso

    entre los prelados, dirigi sus dardos ms arriba: a Madrid. Tras mucho inten-tarlo, Fray Romualdo se sali con la suya y al fin, en 1775, sus denuncias lle-gaban a los inquisidores de corte y al temible padre Eleta.

    En un momento tan agitado polticamente ya lo hemos visto antes, el con-fesor de Carlos III tena en sus manos el retrato perfecto del vividor, del desta,del corrompido: la ms detallada descripcin del espritu de un hombre libre,que nada tena que temer de un Dios a su semejanza, inmensamente bueno ycomprensivo. Y junto a ese retrato, tena tambin los rumores, difundidos portoda Europa, que celebraban el fin de la Inquisicin: Aranda merece el reco-

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    17. Defourneaux, Pablo de Olavide, 1990. Segn un panfleto consegnato al nunzio unanno prima che si decidesse la causa da un stretto parenti del detto Olavide, el proyecto delfraile era muy otro: perderlo para quedarse l seoreando la colonia o a lo menos poder dis-poner que los principales frutos de ella se trasladasen a Alemania por medio de hacer venir deall hombres que se estableciesen y enriqueciesen con las producciones de la colonia y quedespus se pasasen a su tierra con cuanto hubiesen adquirido (...). As se lo propona al emba-jador de aquella corte asegurndole que para acabar con D. Pablo de Olavide tena ya dadospasos y que una representacin que haba hecho a una persona de alta clase y dignidad (quenombra) muy inmediata a SM le haba salido tan bellamente que haba producido efecto, Noti-cia de los sucesos de D. Pablo de Olavide, Archivo Secreto Vaticano (en adelante ASV), Archi-vio Nunziatura Madrid, 177.

    18. AHN, Inquisicin, leg. 1866-2. Olavide al vicario Lanes, copia sin fecha, pero de 1776.

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    nocimiento de Europa entera al cortar las garras y limar los dientes del mons-truo, haba escrito Federico a Voltaire. El propio rey, santurrn, terco y celosode sus prerrogativas, entre ellas, gobernar la Inquisicin, iba a utilizar a Olavi-

    de para demostrar lo contrario: que el Santo Oficio no slo no haba desapare-cido, sino que era necesario. En ello le iban a ayudar el padre confesor Eleta yel sinuoso y librepensador ministro de Gracia y Justicia, Manuel de Roda19.

    Olavide, vctima

    Seguramente, el plan inquisitorial estaba trazado ya cuando Su Majestadorden a Olavide trasladarse a Madrid, en noviembre de 1775, para tratarnegocios de su Real Servicio. Nada ms leer la orden del rey, Olavide intuyla gravedad del asunto seguramente, tambin recibi algunas informaciones a

    travs de Grimaldi y abandon sus queridas Poblaciones en diciembre de1775 para instalarse en Madrid, en casa de su cuado Luis Urbina, dondeempez a preparar su defensa. Consciente del peligro, pens en todos los fren-tes, incluso en el teatral, en la exhibicin de una vida religiosa, apartada delicencias y diversiones. Se deshizo de libros prohibidos, adquiri otros de ora-ciones y santos, no olvid el rosario en su atuendo estaba acusado de rerse deesa devocin, ni el escapulario de la virgen del Carmen, que ya no se quit delpecho. En el frente poltico, Olavide corri a ofrecer su versin a todos sus ami-gos, pero se vio abandonado. Aranda, embajador en Pars, no dijo nada; ade-ms, el conde aragons se haba enemistado con Grimaldi, el ltimo valedor de

    Olavide, al culparle del desastre de Argel: el capitn generalAranda era antetodo un militar que tom, como el rey, la derrota frente a los moroscomo unescndalo vergonzante. Pero, para entonces, Aranda estaba ya enemistado conel rey y marginado de los asuntos polticos.

    Olavide deba intentarlo con quienes estaban en el poder en la confianzaregia en ese momento: el inquisidor Felipe Beltrn y el ministro de Gracia yJusticia, Manuel de Roda. Pero tambin en lo ms alto del poder haba que pro-tegerse como haca Campomanes, por ejemplo, pues haba nuevos focos detensin, y algunos afectaban al rey en persona. No era un buen momento paraCarlos III. Coincidan muchos problemas en una cabeza regia tan escasa deluces. La derrota de Argel foment la discordia entre los ministros, se prepara-

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    19. El marqus de La Corona deca sobre el hipcrita Roda: Acurdome de haber odo alP. Confesor (...) cuando se dudaba mucho de que se lograse la extincin de los jesuitas, y anllegaba a temerse que volvieran, estas precisas palabras: tal arte tiene este hombre de escon-derse en lo que tiene ms parte y an en lo que sea enteramente obra suya como perciba des-de lejos el ms remoto peligro, que si se volviera a examinar el asunto de Jesuitas y los quehaban tenido parte en su expulsin, no se encontrara una esquela ni un dedo de papel suyo.El Consejo Extraordinario, el confesor, ciertos sujetos y prelados y el rey mismo seran los quetendran que responder y l se quedara muy tapado y encubierto como que nada haba hecho,

    habiendo sido el alma de todo cuanto se hizo. AHN, Estado, leg. 3211-2.

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    ba el matrimonio morgantico del infante Luis un asunto escandaloso en elque sala a relucir la peor bilis de Carlos III, caa el gran Tanucci en Npoles,y se rumoreaba que la Inquisicin volva por sus fueros20. No han de extraar

    las palabras de Pietro Giusti, un veneciano al servicio de la embajada austriacaen Madrid, que indicaba por estas fechas que las luces penetraban en Espaacon maggiore difficolt e lentezza y que defina al pas como produttricedingegni profondi e naturalmente giusti, ma ritenuti nellinazione non dallin-fluenza del clima, come si declama da alcuni e si copia dagli altri, ma dal dis-potismo religioso e politico e dalla cattiva legislazione21.

    A nadie le sorprenda la situacin terrible de Olavide, ni a sus amigos ni a lmismo, que increment si cabe las medidas de proteccin: en un golpe deaudacia, se present, el 12 de febrero, ante el mismsimo inquisidor, con el quese sincer como catlico y pecador arrepentido. Pens que la jugada no podafallar: Felipe Beltrn, que lleg al cargo precedido de muy buena fama comoprelado ilustrado, debera entenderle, como le entendan muchos obispos ycuras andaluces cuando hablaba en serio de asuntos de religin y concien-cia. l era un verdadero catlico.

    La visita nocturna y sorpresiva de Olavide sorprendi al Inquisidor Beltrn,que le deca a Roda el 14 de febrero de 1776: me he visto en la mayor confu-sin porque (Olavide) se me present anteanoche y me detuvo dos horas en con-versacin sin saber yo qu responderle. Beltrn not que est muy inquieto yse le remuerde mucho la conciencia lo que le llev a pensar que teme

    mucho. El obispo aada con una sospechosa seguridad: y con razn. Era evi-dente que Beltrn, que le deca a Roda siento que tenga noticia tan cierta de ladelacin como supone, no era el padre capaz de perdonar, lo que debi intuirOlavide, que ya haba escrito directamente al ministro una semana antes22.

    Olavide se sincer, por escrito, ante Roda, justificando su posicin de ver-dadero catlico con argumentos de peso. La preciosa carta de 7 de febrerociertamente, una declaracin exacerbada de fe catlica no iba dirigida slo asu destinatario, el ministro librepensador y arandista; es evidente que Olavi-de quera que fuera leda tambin por Carlos III, el nico que ya a esas alturaspoda parar la maquinaria inquisitorial. Por eso, Olavide, que saba que el rey

    le oye (a Roda) aos ha todas las maanas en conversacin familiar, termina-ba suplicando al ministro: Dirija V. E. a quien busca sus luces, es decir, al rey.Olavide confiaba todava ...en las luces y en el rey!23

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    20. Vase Rafael Olaechea, Informacin y accin poltica: el conde de Aranda, Investi-gaciones histricas: poca moderna y contempornea 7 (1987), 123-124.

    21. Pietro Giusti a Cesare Beccaria, 12 de enero de 1775, Beccaria, Dei delitti, 567.22. AGS, Gracia y Justicia, leg. 628. Felipe Beltrn a Roda, 27 y 29 de enero, y 14 de febre-

    ro de 1776.23. AGS, Gracia y Justicia, leg. 628. Olavide a Roda, 7 de febrero 1776. La carta reprodu-

    cida en Ferrer del Ro, Historia del reinado, vol. III, 47, que dice que es de imposible lectura

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    Mientras tanto, la Inquisicin sigui recabando declaraciones de testigoshasta 78 con las que, al fin, pudo llegar a la terrible conclusin del 14 de sep-tiembre de 1776: que este sujeto sea preso en las crceles secretas deste San-

    to Oficio, con secuestro de todos sus bienes, libros y papeles, y se siga su causahasta definitiva, lo que se cumpli justo dos meses despus, el 14 de noviem-bre de ese ao, no sin antes haber obtenido el inquisidor Beltrn el plcetdeCarlos III, a quien se lo pidi el 29 de octubre24. Nada se poda hacer sin laaquiescencia del rey, sobre todo cuando estaba en juego la suerte de uno de susprimerosministros.

    As, con el consentimiento del rey, el 14 de noviembre de 1776, a las seisde la tarde, Olavide entraba en las crceles secretas de Madrid.

    Olavide, instrumento

    Muchos historiadores se han dejado engaar por Ferrer del Ro, el decimo-nnico panegirista de Carlos III, que conduce a Olavide directamente al auti-llo el 24 de noviembre de 1776, ahorrndole dos aos de terrible prisinincomunicada25. Errata, lapsus o intencin de exculpar al rey ilustrado, lo cier-to es que incluso Menndez Pelayo silenci estos dos aos de desaparicin yque todava hoy, en obras recientes, se mantiene el error. Es verdaderamentesorprendente pues la documentacin sobre estos dos aos de prisin es abun-dante. Hay cartas de la familia tanto en el AHN como en Simancas, recla-maciones patticas, pues la familia de Olavide ni siquiera saba si el preso

    estaba vivo. La mujer de Olavide, Isabel, y su cuado, Luis Urbina, escribieronconstantemente a Carlos III durante esos dos aos, aprovechando fechas comola Navidad, tocando todas las teclas de la regia piedad: el corazn de V.M. estan po, tan dulce, tan benigno como tiene acreditada la experiencia, llegarada en que V.M. derramase sobre l sus piedades, para todo tiene V.M. cle-mencia, etc. Son cartas largas, dramticas, duras las de Urbina exigiendo aRoda que se viera de una vez la causa y cesara la situacin irregular del ino-cente. Al final, los familiares comprendieron el silencio regio, dudaron del

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    sin que a la vez se apoderen del nimo el enternecimiento y la congoja, tal es el patetismo conque Olavide la escribi.24. Los detalles sobre cargos, testigos, presiones, etc., magistralmente expuestas en Defour-

    neaux, Pablo de Olavide, captulos IX y X. Sobre la actuacin de Beltrn, especialmente su soli-citud al rey para que aprobara la prisin secreta, AGS, Gracia y Justicia, leg. 628, Felipe Beltrnal rey, 29 de octubre de 1776.

    25. Ferrer del Ro, Historia del reinado, vol. III, 53. No as Coxe, que refleja la prisin: Des-pus de dos aos de reclusin en un oscuro calabozo, se termin por fin, la causa, y anuncia-da la sentencia pblicamente, William Coxe, Espaa bajo el reinado de la casa de Borbn,(Madrid: Salas y Quiroga, 1846), vol. VI, 245. Pero el error es tenaz: vase la, por otra parte,excelente publicacin Carlos III y su poca (Barcelona: Carroggio, 2003). En el voluminosolibro se puede leer cmo Olavide estuvo preso ocho aos en La Mancha, o cmo fue conde-

    nado en 1776 a la confiscacin de sus bienes, o cmo se fug sin grandes problemas.

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    ministro demasiado tarde y slo pidieron que la causa se viera cuanto antespara que un inocente Olavide pudiera defenderse. Mientras, el prisionero sufralo indecible en el lbrego y fro calabozo, en el que le haban encerrado, sin

    criado se lo cambiaron por un espa, sin luz y sin estufa, que le retiraron portemor a que provocara fuego. Las piernas se le hincharon, engord exagerada-mente, casi enloqueci. Sin embargo, nadie movi un dedo26.

    El efecto en toda Europa fue extraordinario: la Inquisicin volva a cebarsecon una vctima. Pero nadie dijo nada fuera de los salones ilustrados. Aranda sevolvi mudo. El aragons, embajador en Pars, era irreconocible con respecto alque fue aos atrs cuando pregonaba a los cuatro vientos que era inters de laclereca y frailera tener un tribunal semejante, con que intimidar a los secularesy con que prohibir cuanto pueda abrirles los ojos o que si en Italia, y an

    Roma, no est la Inquisicin en el absoluto poder que en Espaa, por qu lo hade estar en sta. Todo el mundo podra recordar que haba llamado borricosa todos los condiscpulos de los miembros del Consejo de Castilla que hansido en todo tiempo destinados para inquisidores27. Azara, que lloraba lgrimasde sangre segn le deca a su amigo Roda, se dola de que todava ocurrierancosas as en Espaa28. Pero todos saban por qu callaron. Aos despus, algunosque haban hablado en Pars con el conde de Aranda dijeron lo que ste pensa-ba: el embajador no call por temor a la Inquisicin, sino por temor a Carlos III,a cuya opinitret et bigoterie atribuy certeramente la desgracia de su antiguoamigo29. El conde y sus ms prximos saban que el rey santurrn era capaz de

    ir mucho ms all. Por eso dejaron que hubiera ...una sola vctima30

    .Y es que el rey no slo estuvo informado en todo momento, sino que dirigi

    la accin y los actores. Una prueba de su inters personales que cuando laInquisicin de Sevilla proceda a plena luz del da a los embargos de todos losbienes que tiene don Pablo de Olavide en su alojamiento situado en los realesalczares, el rey se neg a hacer cesar los alborotos pblicos que organizabanlos que celebraban la ruina del superintendente, tambin Asistentede Sevilla,

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    26. Las cartas, en AGS, Gracia y Justicia, leg. 628. Tambin las respuestas de Roda, evasi-

    vas. Vase un ejemplo: Y habiendo dado cuenta al rey de este memorial me ha mandadoS.M. pasarle a manos de V.I. como de su real orden lo ejecuto para que haga de l el uso queestime conveniente. Con el consiguiente silencio de Beltrn.

    27. Aranda a Wall, Varsovia, 28 de noviembre de 1761, AGS, Estado, Libro 154.28. Es posible que se vean an cosas como la que acaban de hacer con Olavide? Yo no

    soy su amigo, pero la humanidad me hace llorar lgrimas de sangre, J. Nicols de AZARA, ElEspritu de Azara descubierto en su correspondencia epistolar con D. Manuel de Roda (Madrid:Imprenta de J. Martn Alegra, 1846), vol. III, 57-58.

    29. Lautico Garca, Francisco de Miranda y el Antiguo Rgimen espaol(Caracas: Univer-sidad Pontificia Gregoriana, 1961), p. 362.

    30. Olaechea, Informacin y accin poltica, 81-130; ver tambin su deliciosa obrita Via-jeros espaoles del XVIII en los balnearios del Alto Pirineo francs(Logroo: Colegio Universi-

    tario de La Rioja, 1985).

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    donde haba intentado la reforma de su universidad y fomentado el teatro,ganndose la inquina de los clrigos. Antes al contrario, el rey terci personal-mente. Lo sabemos por carta de 5 de diciembre de 1776, de Beltrn al minis-

    tro: enterado Su Majestad,... se ha servido resolver que no slo no impida lasdiligencias que intente practicar el tribunal de la Inquisicin sino es que le auxi-lie en todos sus procedimientos31. Desde el primer momento el rey haba toma-do partido contra la vctima.

    As, la actitud regia permita que el caso Olavide siguiera provocando escn-dalo y que los frailes sevillanos festejaran a sus anchas la cada del que vieronsiempre como al mismsimo demonio. Como escribi Bourgoing, los frailes seentregaban a todos los excesos del celo, declamando su furor contra los teatrosprofanos que Olavide haba tratado de mejorar en esta ciudad. Al mismo tiem-po, los inquisidores de provincias compartan el triunfo de esta capital y hacan

    ostentacin de sus fuerzas renacidas32.

    La pena y el desengao: Olavide, catlico

    Pasados dos aos de silencio con el preso en crcel secreta, se encontr alfin una solucin para el desaparecido, lo que no fue nada fcil: si el reo eraun hereje formaldeba correr la misma suerte que miles de espaoles que per-dieron la vida por ello; si no, debera buscarse la frmula para justificar nadamenos que dos aos de prisin. Adems, todo deba verse en acto pblico, conel riesgo de que el reo se mostrara convincente y el escndalo fuera mayor:

    todos saban que tena amigos y que, en Europa, el caso haba sido tema deconversacin en todas las cortes. Por todo ello, se busc la frmula del autillo,un acto pblico reservado, en el que se exhibira teatralmente la sentencia, pac-tada de antemano, todo a gusto de Su Majestad Ilustrada.

    El autillo se celebr el 24 de noviembre de 1778, pero la maquinaria sehaba puesto antes en marcha, antes incluso del da 11 de noviembre trece dasantes del autillo, cuando el inquisidor Beltrn, en obedecimiento de lo queVuestra Majestad tiene dispuesto y mandado en este punto una vez ms,sumiso y prudente, comunicaba al rey que da curso a este negocio, y aa-da que, adems de ponerlo en la superior inteligencia de la Real Persona, iba

    a consultar la resolucin y sentencia que se hubiese acordado. Ms claro nose puede hablar: el inquisidor someta su voluntad y la del tribunal al rey, quees el que orden incluso la fecha de comienzo del negocio33.

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    31. AGS, Gracia y Justicia, leg. 268. Bruna a Grimaldi, 20 de noviembre de 1776, dandocuenta del escndalo, y Beltrn a Roda, 5 de diciembre de 1776. Defourneaux, que intentevitar en lo posible la responsabilidad de Carlos III, no quiere enterarse de que se dice clara-mente en la carta: Su Majestad se ha servido resolver...

    32. Cit. en Defourneaux, Pablo de Olavide, 502.33. AGS, Gracia y Justicia, leg. 628. Defourneaux tampoco menciona estas declaraciones

    del inquisidor.

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    Por el embajador francs sabemos que Beltrn visit al rey tres das antes delautillo para recibir rdenes sobre el particular. Desde luego, no se le oculta-ba que el fallo de este caso no se ha pronunciado sin antes haberlo sometido

    a examen de Su Majestad, como trasmiti a su corte34. El propio Inquisidor dejver nuevos indicios cuando el 26 de noviembre escribi a Roda que el auto del24 es el que se acord con Su Majestad y Vuestra Excelencia lo sabe35. Lue-go, Beltrn se disculpaba de qu? y lanzaba la siguiente justificacin: estelance me enferm a causa de la condicin de mi genio, me hizo pasar dosnoches sin cuasi poder pegar los ojos y me dej sin cabeza para nada36.

    Es extrao: el inquisidor sufra, y sin embargo, no se conmiseraba con el reo,pues an escriba que no est verdaderamente arrepentido. Por qu sufra siya conoca cul iba a ser el resultado? o es que tuvo que emplearse a fondopara evitar que el hereje y miembro podrido fuera condenado a muerte comomandaba la ortodoxia inquisitorial? Quizs fue esa lucha la que le enferm,pues no pudo estar tranquilo hasta conocer la real gana del rey. Con todo, elque todava pasa por bondadoso Beltrn pudo tranquilizarse pronto: saba queOlavide haba estado llorando por la maana al da siguiente del autillo, peroque ya cen muy bien por la noche. Y tergiversando la idea de la esposa delreo, que deca que su marido, infamado, no tendra ms remedio que salir deEspaa, Beltrn anunciaba a Roda: mucho me temo que puesto en libertad seha de pasar a provincias extranjeras en que se permite sentir libremente y comoa cada uno se le antoja de las cosas de religin y fe37. En cualquier caso, Ola-vide haba salvado la vida.

    La parte pblica de la condena de Olavide es bastante conocida a pesar deque no se conserva documentacin original del acto. Hay muchas relaciones,descripciones del autillo en muchas copias, que coinciden en lo importante, enla comparecencia del desaparecido el 24 de noviembre de 1778, a las ochode la maana, hora a que comenzaba una sesin agotadora... 38 Como los autosde fe se celebran todava en el tribunal de la inquisicin con mayor o menorpublicidad, conforme a la impresin que se desea producir, segn le dijo aCoxe un testigo, el autillo, un auto de fe a puerta cerrada con invitados, cum-pla el objetivo del escarmiento, pues era a los amigos de Olavide presentes en

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    34. Defourneaux, Pablo de Olavide, 506. Es difcil entender hoy por qu, a la vista de tan-tas pruebas, el clebre historiador francs no inculp al rey. Tampoco lo hizo del todo R. Olae-chea, a pesar de sus sospechas.

    35. Defourneaux copia parte del texto pero suprime esta frase. Defourneaux, Pablo de Ola-vide, 506, 52.

    36. La interesante carta completa en AGS, Gracia y Justicia, leg. 628.37. AGS, Gracia y Justicia, leg. 628.38. Una de las descripciones menos conocidas, Olaechea, Viajeros, 1995. Las clsicas, por

    ejemplo, Biblioteca Nacional (en adelante BN), Manuscritos, 11.089. Breve y compendiosanoticia...; V. Castaeda, Relacin del auto de fe en el que se conden a D. Pablo de Olavide,

    Revista de Archivos, Bibliotecas y MuseosXX (1916).

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    la sala a los que estaba dirigida la leccin, tanto a los libertinos, enciclopedistas,destas, etc., como a los que pudieran pensar en reformar los arcanos del rey.

    En medio de ese concurso ilustrado, sali Pablo de Olavide, vestido de pao

    pardo, sin la insignia de la orden de Santiago ya estaba degradado, tambinsin el Sambenito y el Aspa de San Andrs, por dispensa de Beltrn, pero s conla infamante vela verde en la mano. Bourgoing dijo que el reo se permitivarias burlas intempestivas, pero debieron informarle mal, pues todos los escri-tos que cuentan la vista coinciden en lo terrible de un acto estremecedor. Elsecretario tard varias horas en leer el compendio de los ms de 170 artculosque contena la causa, as como algunas pruebas, entre ellas la conocida cartade presentacin de Voltaire Va don Pablo de Olavide, hombre que sabe pen-sar... Por la sala resonaron, en solemnes palabras de clrigo altivo, los excesos,libertinajes, opiniones libres contra los frailes, contra el matrimonio, contra elrosario, las burlas sobre las reliquias, los detalles extrados de las declaracio-nes de 78 testigos, casi todas recordando las originarias, las que el temible FrayRomualdo haba compilado en cientos de folios. En realidad se trataba de asun-tos de costumbres y de opinin, delitos en realidad menores contra los que Ola-vide estaba bien preparado; aunque fuera muy altisonante acusarle de leerlibros prohibidos o de burlarse de los frailes, por ello no sera condenado msque a reparar el dao mediante la oracin. Bastara implorar penitencia paraablandar la pena.

    Por eso, cuando el secretario comenz a leer las conclusiones y Olavide oy

    que se le acusaba de hereje formal y miembro podrido de la religin, cay alsuelo casi desvanecido despus de decir no, eso no. El reo saba perfecta-mente lo que acarreaba esa acusacin: era pena de muerte.

    Antes incluso de pronunciar sentencia, el tribunal haba escenificado su grantriunfo, la ltima demostracin de su utilidad precisamente lo que algunosvenan poniendo en duda desde haca mucho tiempo, pues don Pablo, des-pus de reconciliado con toda la formalidad que previenen los sagrados cno-nes, azotado en la espalda por cuatro sacerdotes durante el Miserere, hizola protestacin de la fe, baado en lgrimas, por lo que se crey en aquel enton-ces un buen concepto de su arrepentimiento. El Santo Tribunal haba logrado

    devolver a la Iglesia a un miembro ...descarriado; y para mayor gloria del reyilustrado, se haba producido sin piras y sin torturas.

    Pero de ningn modo puede considerarse el castigo infligido a Olavidecomo poco severo (lo que ha sido recurrente en la historiografa)39. Tras pasardos terribles aos desaparecido en las crceles secretas, Olavide quedaba pri-vado de todos sus honores e inhabilitado perpetuamente, desterrado de Madrid,

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    39. Sobre la dureza del castigo, Coxe pens lo que muchos entonces: por riguroso queparezca este castigo, es todava muy suave comparado con la severidad desplegada en otros

    tiempos por la inquisicin para castigar esta clase de ofrendas. Coxe, Espaa bajo, vol. IV, 247.

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    Sitios Reales, Nuevas Poblaciones y Lima, y obligado a vestir de pao comn.Adems, debera estar en un convento durante ocho aos, bajo un director quele ensee y fortifique en Doctrina Cristiana, rezando el rosario diariamente y

    leyendo la Gua de Pecadoresde Fray Luis de Granada, mientras todos sus bie-nes eran confiscados. Es extrao que haya habido tanta unanimidad en consi-derar una pena de dos aos en la crcel secreta y ocho aos en un conventocomo una sentencia blanda40.

    El primer destino del condenado fue el convento de los benedictinos deSahagn, en la fra provincia de Len, donde pas el glido invierno hasta que,en junio de 1779, le trasladaron al convento de capuchinos de Murcia, previopaso por la estacin termal de Puertollano y una breve estancia en Almagro.Una vez en Murcia, las penalidades eran las contrarias: la habitacin del reo era

    sofocante, en un segundo piso bajo tejado. El 29 de agosto de 1780, Olavideescriba a Beltrn: yo me estoy muriendo, no puedo curarme aqu, las enfer-medades que padezco son graves y prolijas. El preso mostraba sntomas deescorbuto, el cuerpo se le haba hinchado de nuevo y hasta haba momentos deprdida de la razn. En la carta citada, Olavide conclua: La piedad del santoOficio no me ha condenado a muerte sino a penitencia y no es, seor, poca laque he hecho y la que hago41.

    Los mdicos pensaron que de nuevo deba probar aguas sulfurosas, y que leconvenan ms las de Caldets (Caldas de Montbui) en Gerona, a donde Olavi-de se encamin en octubre de 1780 tras recibir permiso del Inquisidor Beltrn.

    Quizs en este momento Olavide empez a pensar en la fuga. Aunque se hadicho que fue facilitada desde arriba, no es cierto42. Como mucho, pudo haberuna cierta candidez del inquisidor, que dio el permiso para que el preso se tras-ladara a un lugar tan prximo a la frontera, pero no hay prueba alguna de con-nivencia del gobierno, y menos an de Carlos III. Olavide no era ya unescndalo, sino un penitente; ni siquiera estaba bajo jurisdiccin civil43.

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    40. Un ejemplo, nuestro querido maestro, recientemente fallecido, Antonio Domnguez Ortiz,Sociedad y Estado en el siglo XVIII espaol(Barcelona: Ariel, 1976), 366. Quizs pensaba tam-

    bin lo que ya insinu Coxe (nota anterior). Muchos han opinado sobre el particular, vase JuanAntonio Llorente, Historia crtica de la Inquisicin en Espaa (Madrid: Hiperin, 1980), vol. V,310: Manuel de Godoy, Memorias, (Madrid: Biblioteca de Autores Espaoles, 1965), vol. I, 191.

    41. AHN, Inquisicin, leg. 1866-4, varias cartas entre Olavide y Beltrn. sta de 29 de agos-to de 1780.

    42. La idea, procedente de Defourneaux, ha sido puesta en duda por A. Cascales, La eva-sin de Pablo de Olavide a Francia. Algunas matizaciones a la hiptesis de la negligencia pro-gramada, Archivo Hispalense71 (1988), 61-69. La revisin de la documentacin mueve apensar que, en efecto, nadie ayud al condenado. Ni l, enfermo, ni su mujer, octogenaria,parecan capaces de fugarse, as que simplemente la vigilancia cedi de manera natural.

    43. Las cartas de Olavide a Beltrn, en AHN, Inquisicin, leg. 1866-4, muestran la cons-tancia del condenado en conseguir salir de Murcia, pero tal es el tono que no es probable que

    Beltrn pensara que Olavide utilizara su permiso para facilitar su fuga.

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    Slo cuando pas la frontera, volvi a suscitar inters en los ministros de Car-los III, que, efectivamente, respondieron como era su deber: solicitando a Fran-cia la extradicin del prfugo. Floridablanca, por orden del rey, escribi a

    Aranda, y ste al ministro Vergennes, que se desentendi diplomticamentediciendo que Olavide no haba cometido delito alguno en Francia. El todavaembajador Aranda hubo de comunicar a Floridablanca que el ministro francs lehaba dicho que si Olavide transgreda alguna ley francesa, no dudara en que lajusticia francesa le perseguira44. Pareca una broma: quizs lo era. Pero no con-vena airear el caso y llamar la atencin de la Europa ilustrada. Todos saban queen ese momento, la vctima de la Inquisicin, en realidad un pobre hombreenfermo de 56 aos, y su mujer octogenaria, llegaban a Pars tras pasar unassemanas en Ginebra, y que en los salones de la capital del Sena se celebrarade nuevo que una vctima espaola se hubiera librado de la hidra inquisitorialque, a diferencia de lo que se pensaba unos aos antes, no estaba tan inactiva.

    Olavide, en Francia

    Olavide vivi en Francia una vida acomodada haba pasado antes a Parsbuena parte de sus riquezas, hacindose conocer como conde de Pilos y fre-cuentando los salones ilustrados de sus amigos, en los que segua fascinandopor su chispeante conversacin. Volva a ser el hombre de moda, ahora en suadorada Francia. Hasta la emperatriz Catalina II se enter por carta de Grim

    que Olavide haba pasado por Ferney los sagrados lugares antes de llegar aPars: se ha emocionado all hasta caerle las lgrimas al ver hasta qu punto lamemoria del gran patriarca (Voltaire) es reverenciada () Este relato del pro-pio Olavide a Grim me ha hecho caer lgrimas, an cuando yo no he sido vc-tima de la Inquisicin45.

    Con todo, Olavide fue discreto y no explot su bien ganada fama, quizsporque tambin en Francia las cosas estaban cambiando. La propia Catalina II,en contestacin a la carta de Grim, deca: Voltaire no tiene tantos entusiastasdespus de su muerte como vivo los tuvo46. En cualquier caso, Olavide fueretrayndose del trato social, limitndolo a sus amigos aristcratas, especial-

    mente Dufort de Cheverny, al punto de que la Correspondance de Parsdeca:hoy pasa en Pars das tranquilos (), perdonando como buen cristiano a loscapuchinos y a los inquisidores, tratando de olvidar; pero tambin recorda-ba que viva en medio de nuestros espectculos, de nuestros filsofos,mientras Dufort, en sus Memorias, escriba que segua conservando el atracti-vo y seduccin de que tan frecuentemente se sirviera, aunque la pasin a

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    44. La correspondencia entre los ministros, en AHN, Inquisicin, leg. 1866-3.45. DEFOURNEAUX, M., op. cit., p. 521.

    46. Ibid.

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    veces excesiva que animaba tiempo atrs sus discusiones se ha transformado enmesura y afabilidad47.

    An as, a todos sorprenda la insaciable curiosidad de Olavide y lo pen-

    diente que estaba de las cosas de Espaa; tambin de que le llegara tabacoespaol. Los bolsillos de su chaqueta eran una tabaquera, segn el comentariodespectivo de Madame Vige-Lebrum. Esta aristcrata lo encontr en 1788,invitado en la Malmaison, donde haba tenido la ocurrencia de mandar colo-car () una inscripcin que deca Sierra Morena; tambin estaba all laseora Cabarrs, mujer del fundador del Banco de San Carlos, que trabaja porregenerar a Espaa con el mismo celo y optimismo con que en otro tiempo lohiciera Olavide48.

    La misma curiosidad mostr Olavide por los acontecimientos revoluciona-rios que, de nuevo, le colocaron en una situacin privilegiada49: la de los extran-jeros adictos. Por ms que su papel no fuera nunca protagonista, fue testigodirecto en los grandes escenarios: vivi en Versalles mientras estuvo reunida allla Asamblea de Notables; se traslad a Pars cuando lo hizo el rey; seguramen-te, asisti, como integrante de la Delegacin de Proscritos a la AsambleaConstituyente, y hasta pudo ser nombrado ciudadano adoptivo de la Repbli-ca, pero todos estos actos contrastan con su propia declaracin en El Evange-lio en triunfo la controvertida obra que iba a empezar a escribir poco despusy con lo que pronto llam la atencin a todos. Como le ocurri a su amigoDufort, que se horroriz desde un principio por la anarqua, Olavide, segn

    un amigo de uno de sus protectores, se ha hecho devoto hasta un grado asom-broso y con toda la beatera de la iglesia romana50.

    Sin embargo, de nuevo, es el propio Olavide quien siembra la duda sobre suproceder. En el prlogo de El evangelio, declara: yo fui testigo de sus primerostrgicos sucesos (de la espantosa revolucin), y viendo que cada da se encres-paban ms las pasiones y anunciaban desgracias ms funestas, me retir a unlugar de corta poblacin51. Pero era de esperar Olavide no se sincera del todo.Es cierto que se retir a Meung sur Loire, al campo, pero no lo hizo hasta octubrede 1791, cuando l y sus amigos aristcratas ya no podan sentirse seguros.

    Atrs quedaban los das hermosos en que Luis XVI era ensalzado como ciu-

    dadano ejemplar, con el concurso de los privilegiados Olavide entre ellos,que aplaudan al rey restaurador de la libertad francesa. Quizs si a esto nohubiera seguido el proceso de descristianizacin, Olavide hubiera seguido

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    47. Ibid., p. 306.48. Ibid., p. 313.49. DUFOUR, G., Olavide y la revolucin francesa, Estudios de historia social, 36-37,

    (1986), pp. 77-80.50. Cit. en DEFOURNEAUX, M., op. cit., p. 317.51. El Evangelio, prlogo. Citamos de la reciente edicin publicada en Oviedo por la

    Fundacin Gustavo Bueno.

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    viviendo su dulce y piadoso exilio, pero en pocos meses todo cambi. Sonseguras sus constantes muestras de piedad, pero cuando se vio en peligro fren-te al terror de la Convencin, en 1793, Olavide tuvo que ingenirselas, una vez

    ms, para evitar una nueva desgracia, declarando su ardor patritico y republi-cano: blason de ser fundador de la Societ populaire, de contribuir con undonativo patritico, de haberse alistado en la Guardia Nacional y de haberhuido con horror de aquella tierra de opresin y de tirana para venir a vivir enla tierra de la Igualdad y de la Libertad.

    Esto no lo deca ni en El Evangelio ni en la carta remitida a Carlos IV. Aquslo apareca su tragedia: la prisin que sufri. Nada dice de lo que tuvieronque declarar, para salvarle, los ciudadanos de Meung, que se hicieron or anteel Comit de Salud Pblica, confirmando las virtudes patriticas de un Olavide,ciudadano francs que debe gozar de todos los beneficios y derechos inhe-

    rentes. Haba sido apresado como enemigo, por estar Espaa en guerra contrala Convencin, pero quedaba probado que su actitud era la de un buen patrio-ta y amigo celoso entre los ms de la Repblica, una e indivisible. Fue puestoen libertad a la vez que caa Robespierre.

    Tras su liberacin, pas un ao en Meung y se traslad, con su amigo Duforty con su capelln, el abate Renard, al castillo de Cheverny, donde empez aescribir El Evangelio en Triunfo, o mejor dicho, a traducir. Como ya sabemos,slo la ltima parte revela al Olavide ilustrado de otros tiempos, pendiente delas cosas de Espaa y nostlgico de esa idealizada Sierra Morena que se haba

    hecho poner en el cartel de la Malmaison. Quizs su amigo Dufort pens enesta parte del libro cuando dijo que todo sali de su cabeza bien dotada y desu imaginacin fecunda, sin tener que consultar libros, utilizando slo losprodigiosos recursos de su memoria y de su inteligencia.

    Sin embargo, lo ms asombroso de este ltimoOlavide es que genio y figu-ra! El Evangelio en triunfoes la obra ms impersonal que se pueda imaginar.Como ha demostrado G. Dufour, no es que Olavide tuviera en cuenta algunasobras francesas a la hora de escribir su obra, como declara en el prlogo porejemplo, Les delices de la Religin ou le Pouvoir de lEvangile pour nous rendreheureux, del abate Lamourette, de la que copia textos completos lo que ya se

    saba52, sino que el fundamento de la obra, las discusiones del Religioso y elFilsofo, no son sino la traduccin precisa de la obra maestra del abate Houte-ville, La Religion Chrtienne prouve par les faits53, editada en Pars, en 1765.Todas las coincidencias aparentes entre la vida de Olavide y el incrdulo corre-

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    52. Segn refiere H. CH. Lea, un diputado de la cortes de Cdiz, que haba visitado a Ola-vide en Baeza, revel que Olavide haba copiado a Lamourette en El Evangelio. LEA, C. CH.,A history of the Inquisition of Spain, New York, 1907, vol IV, p. 308. Defourneaux lo divulgluego, sin atribuir la totalidad a la traduccin. Vase tambin el prlogo de E. NEZ en Obrasnarrativas desconocidasde Olavide, en www.cervantesvirtual.com.

    53. DUFOUR, G., Cartas, p. 8.

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    gido por el religioso que al final se arrepiente y descubre la vida sencilla, pre-miada con el encuentro del amigo que crea muerto, no son ms que un felizhallazgo literario al que Olavide llev poco ms que su conocida habilidad de

    traductor (aunque los muchos aos pasados en Francia se notaban en los nume-rosos galicismos de la obra). Slo las cartas de Mariano a Antonio, que ocupancasi todo el tomo IV de la edicin princepsde Valencia, contienen ideas origi-nales de Olavide, aunque muy retocadas para evitar problemas con la censura.El grueso de la obra son slo textos traducidos perfectamente identificados.

    El Evangelio en triunfo

    Al final, la solucin del problema universal creer o no creer no est en laexhibicin de comportamientos individuales ejemplares, ni en lo aparente de

    las conciencias ajenas vencidas, por mucho que la debilidadsiga gustando a lajerarqua catlica. El caso Olavide no podr ser nunca exhibido por la IglesiaRomana como uno ms de los adocenados que, al final, ante la muerte prxi-ma, vuelven al redil, pues siempre quedar la duda, no tanto sobre lo que habaen su dilogo con Dios que fue sincero: ese es el problema cuanto en lo quenecesit de lo terrenal para defenderse de la tragedia de vivir el catolicismo desu poca, que como siempre era puro artificio, mezcla de poltica y de tradi-cin, un recurso que l hubo de emplear tambin en numerosas ocasiones.

    Olavide crey siempre en un Dios inmensamente bueno y protector, que

    daba pruebas de su existencia precisamente permitiendo al hombre la libertadde pensar y de indagar. Dios nos hizo as, libres. Algo parecido deca Mayans:libres nos hizo Dios, libres tenemos que vivir. Pero, al final, de aquel duelohombre-Dios (hombre hecho a su semejanza, nada menos), al que Olavide haballevado lo ms arrojado de su ingenio en la plenitud de su juventud, no queda-ba ms que aceptar la dulzura de la Religin, la compasin del Dios que no pue-de castigar al redimido por su propio Hijo, la seguridad de no verse abandonadopor el Padre, el tema central de El Evangelio en triunfo, en realidad, un lugarcomn de todos los tiempos. Como buen pantfilo, el Olavide de El Evangeliosegua pensando lo mismo que cuando fue condenado. Pero sa era la gran para-

    doja: el Dios bueno no estaba al alcance de cualquiera, menos de aquellos frai-les fanticos, de aquellos inquisidores, que no eran capaces de entenderle (ni al, ni a Dios); tampoco de los exaltados revolucionarios. A esas alturas, no habanada que hacer, ni en el lado de la razn, ni en el del sentimiento. Quizs poreso, la solucin fue abandonar la funesta mana de pensar, copiar textos france-ses, beneficiarse de quienes, en los buenos tiempos, antes de la tragedia, plas-maron la dulzura del caminollano, sin riesgos, sin problematizar lo que, al fin,escapa de nuestras capacidades. Si el misterio es inescrutable, mejor abordarlodesde la placidez, desde la simplicidad, reconciliados con el fatum: el valle de

    lgrimas, de nuevo, y el nico consuelo pero no humano.

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    Sin saberlo Olavide inauguraba una nueva poca, la que se le iba a atribuira Chateubriand, que curiosamente llevaba a su Atala a los grandes espaciosamericanos, de los que proceda el limeo, y culminaba su obra con su Genio

    del Cristianismo, en la antesala de la Europa de la Reaccin contra la Revolu-cin. Tambin Olavide haba contribuido con sus novelas sentimentales muypoco conocidas a pesar de su inters54 a prologar ese romanticismo de signocatlico y reivindicador que iba a perseguir a la revolucin francesa y a pro-longar el duelo entre las luces y la fe.

    El Evangelio es, con todo, muy sugerente, obra largamente pensada y pre-parada. Como avanz D. Ozanam, la idea de Olavide de escribir una apologadel Cristianismo que demostrara que haba sido injustamente condenado eravieja, nada menos que del comienzo de su exilio en 1780-81, cuando pas porToulouse55. Pero la obra final no tena esa presumible impronta de sinceridadtras los hechos trgicos; antes al contrario, adems de poco original, fue muyretocada ms que corregida, profundamente modificada por los correctoresy los censores eclesisticos que la revisaron antes de darla a la imprenta56, endefinitiva, era ya un texto nada original a excepcin de la ltima parte, domi-nada por las viejas ideas de los ilustrados espaoles, ideas que pronto perdie-ron inters para los que slo buscaban en el libro argumentos probatorios de laverdad del Cristianismo y de su contribucin al orden social y poltico de lanueva poca contrarrevolucionaria que se abra en Europa. Tan alejado deltema central de la obra estaba ese programa ilustrado final del Olavide nos-tlgico que los impresores franceses del XIX lo dejaron de incluir en las 13 edi-ciones que tuvo la obra en Francia entre 1828 y 1861, todas hechas a partir dela tercera edicin de la traduccin de Buynand des Echelles57.

    El xito del libro fue enorme, tanto en Francia como en Espaa. La estrate-gia del anonimato con que sali la primera edicin en Valencia, en 1797-98tan apresuradamente que se puso a la venta slo el tomo I mientras se com-pona el resto de la obra, dio buen resultado, pues aadi un argumento msa la fascinacin que ejerca la vida controvertida de la vctima ms selecta dela Inquisicin, que ahora mostraba a todos su arrepentimiento (sincero?) y vol-va a Espaa. Los impresores valencianos, los hermanos Orga, se apresuraron a

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    54. Publicadas, con prlogo de E. NEZ, en Obras narrativas desconocidasde Olavide,en www.cervantesvirtual.com.

    55. OZANAM, D., Nouveaux documents sur le sjour dOlavide Toulouse (novembre1780-janvier 1781), Melanges de la Casa de Velzquez, I (1965), pp. 279-287.

    56. A las correcciones de los censores de Valencia, nombrados por la Audiencia, que no seconservan, hay que sumar las que G. Dufour vio en 1965 en el original conservado en La Caro-lina, en un estante de la seccin juvenil de la Biblioteca, en medio de los tebeos. Sin duda,era el original enviado a Luis de Urbina, lleno de enmiendas, con correcciones de otra letraque las de las dos personas que redactaron o copiaron (sin duda, bajo dictado) el texto origi-nal. DUFOUR, G., Cartas, p. 10.

    57. DUFOUR, G., Cartas, p. 5.

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    hacer una segunda tirada en 1798, mientras el impresor madrileo Jos Dobla-do la editaba en Madrid en el mismo ao. Tan rpido se vendi el libro quehubo que hacer una segunda edicin, a la que sigui una tercera y una cuarta

    al ao siguiente, y otra de nuevo en 1800 (hasta hubo una edicin pirata). Hubovarias ms a lo largo del XIX, as como una en portugus y, ms tarde, en 1827,otra en italiano.

    El xito de ventas demuestra que El Evangelio en Triunfo fue un libro muypopular, sin embargo, su superficialidad fue advertida pronto. Marcelino Menn-dez Pelayo se permiti bromear con la obra, comentando que el arrepentimientode Olavide no le haba hecho escribir mejor, mientras los eruditos catlicos fran-ceses decimonnicos que, sorprendentemente, no se dieron cuenta de que leanuna traduccin de autores franceses fueron perdiendo inters por un texto queconsideraron inane y repetitivo. En 1884, G. Escande escriba: No hay duda deque no ha sido ledo ms que por m durante la segunda mitad del siglo XIX. Siotra persona ha hecho otro tanto, la saludo y la compadezco58.

    As, los que han considerado a El Evangeliouna obra al menos apresurada ydesordenada llevan razn: no hay un plan metdico; los temas expuestos en elprimer tomo se repiten en los dos siguientes; en todos se mezclan las discusio-nes sobre los fundamentos histricos de la fe, un tema muy manido en la Ilus-tracin cristiana dieciochesca, y los argumentos sobre el valor social, moral ypoltico de la doctrina aplicada. En suma, el libro recoge las ideas sobre el Catoli-cismo que haban convivido con las de los ilustrados varias dcadas antes, ideas

    simples y muy dulzarronas que se seguiran utilizando en el siglo XIX, en unintento de la jerarqua de llenar el vaco intelectual en que haba cado el Cato-licismo, ciertamente superficial y hasta empalagoso en esa centuria y en buenaparte de la siguiente hasta el Vaticano II.

    Poco ms da de s este largo Evangelio, para muchos realmente plmbeo,con que el viejo Olavide, desengaado como cualquiera a esa edad y arre-pentido una vez ms y muchas, como todo buen catlico nos anima a pene-trar en los misterios de la fe y la revelacin tambin, una vez ms, quizs slocomo invitacin para interesarnos por su vida, esa s, realmente fascinante.

    La vuelta a Espaa

    Tras diecisiete aos de exilio en Francia, volva a Espaa con el cuerpo desas-trado y el alma reconfortada (Olaechea), don Pablo de Olavide y Juregui. A sus73 aos, tras una vida exagerada, probadas las crceles de la Inquisicin enMadrid y las del terror revolucionario en Francia, el ilustrado cosmopolita quehaba dirigido el experimento poltico ms avanzado del siglo XVIII espaol y que

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    58. Cit. En DEFOURNEAUX, M., op. Cit., p. 545. El propio Defourneaux dice que hay que

    admirar a los lectores de 1797, cuyo entusiasmo ocasion las reediciones sucesivas.

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    fuera saludado por los philosophesde toda Europa como el espaol que sabepensar (Voltaire dixit), slo poda ser un hombre desengaado.

    El filsofo desengaadodel que se haba servido Olavide para conducir Elevangelio en Triunfoera cualquiera de aquellos philosophesque formaron traslos Voltaire, Rousseau, Diderot, y que, despus del regicidio y del terror revo-lucionario, no pudieron sino culparse de su imprevisin, ay, Candide!

    El propio Olavide haba sido uno de ellos, amigo de Voltaire, incensado porDiderot que le escribi un primer esbozo biogrfico, y encumbrado por Car-los III al ms alto destino: colonizar Sierra Morena, fundar pueblos, darles uninstrumento racional de gobierno (dos veces apareca la palabra felicidad en elprograma de Olavide, escrito en 176859), en fin, una Nueva Arcadia bajo sumando: el hombre nuevo en el mundo nuevo.

    Pero ahora, treinta aos despus, en El Evangelio en Triunfo, Olavide llamabaa los filsofos sofistas, y les culpaba de todos los males. Aquellas luces, aquel filo-sofar despreocupadamente entre risas y agudezas, chez Voltaire, haban libera-do todos los frenos naturalesentre ellos, los de la autoridad y la religin, aqueloptimismo y aquella fe ciega en la razn coron una nueva diosa que ahora ben-deca la anarqua y el atesmo: lo ms opuesto a su Razn. Eran culpables.

    El Templo en que habamos derramado tantas lgrimas de compun-cin y de amor a los pies de Jesu Christo; la Iglesia en que celebrbamostodos los das los terribles Misterios, fue transformado en Templo profano

    que llamaron de La Razn () No era difcil conocer que la causa de todoesto era el funesto influjo de los modernos Sophistas60.

    A pesar de la apariencia de sinceridad del que haba cantado la palinodia, lasdudas sobre la obra y sobre los verdaderos propsitos de su autor se extendieronpor Madrid en cuanto se empez a difundir El evangelio en triunfo61. Era induda-ble que en El Evangeliohaba una apologa del Catolicismo intachable, pero algu-nos vieron rasgos demasiado impersonales y, desde luego, una falta de relacinentre el texto y la verdadera causa de la que la Iglesia esperaba arrepentimiento:la condena por hereje formal y miembro podrido de la religin que Olavidehaba sufrido haca veinte aos, y a la que en El Evangelioel autor no haca nin-guna referencia. Si Olavide tena una culpa que expiar era sta la personal y no

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    59. LLUCH, E., Las Espaas vencidas del siglo XVIII, Claroscuros de la Ilustracin, Barcelo-na, Crtica, 1999, p. 153.

    60. El Evangelio, prlogo. En el proceso inquisitorial al que fue sometido Olavide una delas acusaciones fue precisamente que sola leer libros prohibidos de Bolther, Ruso, Romano oEchiclopedia y otros que no manifest dicho don Pablo quienes eran sus autores, debiendodecir el declarante que apenas se hallar en la librera de dicho don Pablo libro que no seaprohibido. AHN, Inq., leg. 1866-1, delacin de Fray Romualdo de Friburgo.

    61. La polmica lleg al Diario de Madridnada ms aparecer la primera edicin madrile-

    a. Cfr. DEFOURNEAUX, M., op. cit., p. 338.

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    tanto la influencia de sus ideas y las de sus amigos en la Revolucin, que a esasalturas, muchos los ilustrados que formaban en torno al Prncipe de la Paz, porejemplo no estaban dispuestos a reconocer. En fin, que ni los ilustrados haban

    pecado tanto como para solicitar una penitencia tan extrema, ni Olavide tenaque dar cuenta de su comportamiento en la Francia revolucionaria y descristiani-zada, pues ya se saba que, de nuevo, haba sido una vctima, a punto de termi-nar en la guillotina. Su propio amigo de los buenos tiempos, y tan volterianocomo l, el conde de Aranda, que haba saludado la revolucin en sus comien-zos, lleg a ser ministro sin tener que cantar la palinodia.

    Adems, en El Evangeliohaba demasiadas apelaciones a la razn y a la filo-sofa y eso que muchas fueron rectificadas en el original por el propio Olavi-de y por dos cannigos encargados de la correccin previa62, lo queaumentaba las reticencias, sobre todo cuando el lector llegaba a la ltima par-te, en la que por ms que se antepusiera la Religin a todo, aparecan, aqu yall, ideas ya conocidas del director de la colonizacin de Sierra Morena: laeducacin obligatoria de los nios con un olor a Rousseau, innegable sobre-todo cuando recomendaba retrasar la enseanza religiosa para que fuera com-prendida racionalmente, la junta del bien pblico, la industria popular, laeducacin de los artesanosque recordaban a Campomanes, y, en fin, sus pro-pias ideas retomadas de su Informe sobre la ley agraria, escrito en 176863, entrelas que se filtraba la denuncia de los grandes propietarios, vampiros que chu-pan la sustancia pblica, entre otras crticas sobre la situacin social del cam-pesinado. Ya en el prlogo, Olavide calificaba a su libro de edificante, pero sinsoltar un momento la razn de la mano; devoto, pero sin dejar jams de ser filo-sfico. Hasta se permita concitar como lectores a aqullos de los que en otroslugares renegaba, los que quieren hallar en todo las luces de la filosofa y dela razn 64. En definitiva, en el bando ms reaccionario, y sobre todo en el bra-zo clerical inquisitorial, hubiera gustado ms un hereje arrepentido que unfilsofo desengaado, como quera expresamente el inquisidor general, queno vea en el proceder de Olavide ni lo uno ni lo otro.

    Considero deca el Inquisidor que don Pablo de Olavide tiene hoy elconcepto pblico de arrepentido, y an de fortalecido en la fe de Jesucris-

    to como manifiesta la obra annima del Evangelio en triunfo, de que se creesu autor; pero esas voces, por ms generales que sean, ni son un documen-to positivo, ni prestan mrito legal para destruir las resultas de su causa65.

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    62. DUFOUR, G., Cartas, pp. 10 y 26 y ss.63. Publicado en Boletn de la Real Academia de la historia, 138-139 (1956), pp. 370-462.64. El Evangelio, prlogo.65. AHN, Estado, 4.822, Expediente reservado sobre la vuelta a Espaa de don Pablo de

    Olavide. Cit. en DEFOURNEAUX, M., op. cit. , p. 335 y ss. Vase tambin, DUFOUR, G., ElEvangelio en triunfo devant lInquisiton, Hommage a Mme. Marise Jeuland, Universit de Pro-

    vence, 1983, pp. 225-231.

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    Con un criterio estrictamente jurdico, el inquisidor recomendaba al reoimpenitente y pertinaz, que a sus anteriores yerros aadi el delito de la fuga,que volviera al convento de Murcia y demostrara all su arrepentimiento, con-

    tinuando la penitencia impuesta en su condena. Adems, la sentencia inquisi-torial inclua penas como la confiscacin de bienes o el destierro de los sitiosreales que no correspondan a su jurisdiccin, sino a la del rey.

    Como en el proceso de 1778, la Inquisicin volva a exhibir, veinte aos des-pus, su dependencia de la autoridad regia le roy, le maitre de lInquisition,que haba dicho Macanaz, otra vctima y, por ello, el inquisidor invocaba lafigura del delito civil; slo que ahora, junto al rey, no estaba un hipcrita Rodao un confesor fantico como el padre Eleta, sino un prncipe todopoderoso, queprecisamente pretenda ser el protector de vctimas como Olavide y de obrascomo El Evangelio en Triunfo, que sin m dice Godoy en sus Memorias

    habra aumentado el ndice expurgatorio, porque relejeaba, decan algunos,necia o traidoramente, del sabor del veneno filosfico66. Godoy no se enga.

    Olavide, que conoca bien la situacin de la corte de Carlos IV, haba elegi-do desde el principio la va poltica, bien aconsejado por su familia, especial-mente su cuado Luis de Urbina, capitn general de Valencia y fautor de laprimera edicin de El Evangelio en 1797 se entendi conmigo para aquelbuen logro, dice Godoy, y seguramente a sabiendas de las explicaciones quese iban a ahorrar todos. Por eso, en la carta que escribi a Carlos IV mantuvoel tono de El Evangelio, insistiendo en su desengao. Olavide habra encon-trado en un pas extranjero, mayores amarguras que las que padeci en supatria (), expuesto a grandes persecuciones, prisiones y riesgos de perder lacabeza en un cadalso, sin otro motivo que el de haber combatido siempre conla mayor firmeza las detestables y subversivas mximas de estos nuevos legisla-dores. Pero su deuda con la Inquisicin quedaba reducida a frmulas de cor-tesa: no molestar, seor, a Vuestra Majestad, con la historia de los peregrinossucesos que por m han pasado; si he sido, Seor, objeto de escndalo en

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    66. GODOY, Memorias, BAE, 88 (Madrid, 1965), p. 227. Godoy se atribuye la protec-cin de publicaciones como El Evangelio, pues, segn dice, quiso aunar luces y religin,

    defender la religin con las propias armas de los enemigos; tambin se atribuye la ayuda aOlavide: yo rogu por l, cuando a mi parecer fue tiempo, yo le abr el corazn del piadosoCarlos IV Seguramente, hubo de convencer al rey de que aunque Olavide fue sin dudaimprudente y afecto en demasa a las opiniones de la escuela enciclopdica (), en su defen-sa y en el mismo auto protest altamente no haber jams negado ni descredo en su mismo inte-rior ningn dogma de la fe catlica. Godoy, que saba que las ideas de Olavide eran lasmismas que las de sus dems amigos, conde de Aranda, conde de Campomanes, OReilly,Ricardos, Roda, Ricla, Almodvar y otros sabios literatos de aquella poca, atribua su des-gracia al odio de un partido ms que a sus propios yerros. Ibid., p. 191 y ss. Vase la exce-lente biografa LA PARRA, E., Manuel Godoy. La aventura del poder. Barcelona, 2002. Sobre elnuevo clima poltico en torno a Carlos IV y Godoy y la supeditacin de la Inquisicin al podercivil, en EGIDO T., Los Borbones. Carlos IV, Madrid, Arlanza, 2001, pp. 249 y ss.; tambin,

    DUFOUR, G., op. cit., p. 16 y ss.; y DEFOURNEAUX, M., op. cit., p. 334 y ss.

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    Espaa, he procurado repararlo; en fin, Olavide manifestaba expresamenteque no iba a entrar en reclamaciones ni exmenes que contradigan o des-mientan el concepto pblico sobre los procedimientos que he sufrido. En

    suma, slo aspiraba a la restauracin de mi honor y el de toda mi familia y ahacer una muerte cristiana67.

    Con El Evangelio en Triunfopor delante, pero sobretodo con la proteccinregia y de Godoy, Olavide tena todas las posibilidades de salir airoso de laprueba. Para unos sera un mal desengaado, para otros, un falsoarrepentido;la mayora, sin embargo, creera en su sinceridad, y en lo que tanto gusta en elseno del catolicismo: el efecto de la cercana de la muerte, la hora de la verdaden la que Dios no abandona a nadie. El riguroso Menndez Pelayo calific ElEvangelio en triunfode intachable, sin vislumbres ni aun remotos de doblez ehipocresa, y crey en el arrepentimiento sincero de Olavide. En todo caso, la

    oveja atolondrada, pero nunca descarriada68, volva al redil y dejaba de sufrir,que era lo importante.

    Al margen de la sinceridad del catlico Olavide, que no debe ni debi sercuestionada, El Evangelio en triunfo puede ser el producto de un desengaoms o menos expresado literariamente, pero no es ni con mucho una declara-cin de fe religiosa, sentida y doliente, como las que haba hecho el propio Ola-vide ante el inquisidor Beltrn o ante el ministro Roda veinte aos antes. Perosta es la paradoja del que busca sinceramente en la Religin un camino per-sonal distinto del que las jerarquas imponen a quienes prefieren el premio deobedecer al castigo de pensar. Una paradoja, en fin, que a Olavide le oblig aconfesar una y otra vez lo que a todo el mundo se le daba por supuesto en laEspaa del XVIII: que era catlico.

    En 1798, Pablo de Olavide se haba ganado la tranquila repatriacin, el reti-ro final y morir tranquilamente. Pas por Madrid donde desech ofrecimientosy se retir a Baeza, donde muri el 25 de febrero de 1803.

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    67. La carta, en DEFOUNEAUX, M., op. cit.p. 334.

    68. OLAECHEA, R., Viajeros espaoles del XVIII en el Alto Pirineo francs. Logroo, 1985.

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