OBJETIVOS
General:
1. Analizar desde la perspectiva de la lingüística los cambios fonéticos del
español a partir de la analogía y su influencia en los hablantes.
Específicos:
1.1 Categorizar los diferentes tipos de analogía y su influencia en los hablantes.
1.2 Comparar los tipos de analogía y establecer sus diferencias para una mejor
comprensión de los estudiantes.
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ANALOGÍA: CAMBIOS FONÉTICOS
Definición:
Según la RAE: Analogía es Semejanza formal entre los elementos lingüísticos que
desempeñan igual función o tienen entre sí alguna coincidencia significativa.
Creación de nuevas formas lingüísticas, o modificación de las existentes, a
semejanza de otras; p. ej., los pretéritos tuve, estuve, anduve se formaron por
analogía con hube.
1. LA ANALOGÍA A LO LARGO DE LA HISTORIA
Los matemáticos antiguos en Mesopotamia y los egipcios utilizaron la analogía en
sus cálculos. De hecho la unidad de medida ya es en sí misma el establecimiento
de una analogía, pues no es otra cosa que establecer la proporción por
comparación de un objeto material en relación a una cantidad fijada de antemano
como unidad.
Los matemáticos griegos entendieron la analogía como proporción o razón de
proporcionalidad en el sentido en que hoy hablamos de proporciones y razones en
matemáticas.
Fue Platón quien dio a esta noción un carácter de trascendencia que ha llenado
páginas en la filosofía y el lenguaje.
Si bien Platón introdujo esta noción de analogía comparando la «Idea del Bien»
con el Sol, el estudio más detallado de la noción lógica lo hizo Aristóteles al
considerar la analogía del ente.
Los escolásticos, ya en la Edad Media, aplicaron la doctrina aristotélica a la
tradición neoplatónica cristiana, deteniéndose en el uso de los términos. San
Buenaventura distinguió entre analogía y univocidad y los escolásticos posteriores
siguiendo su doctrina distinguieron entre un hablar unívoco y modo de hablar
análogo. Tomás de Aquino argumentó sobre la analogía para la demostración de
la existencia de Dios como Causa Primera, Primer Motor de Aristóteles (Esse
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Subsistens), y la trascendencia de Dios entendida como Ser de esencia, Idea del
Bien (Esse), según la tradición platónica, concibiendo a Dios como Ipsum Esse
Subsistens, cuyo contenido se predica analógicamente de los demás entes por
participación, entendidos estos como criaturas.
En la medida en que el pensamiento y el lenguaje han ido encontrando la fuente
de su propia fundamentación al margen de la metafísica, a partir de la Edad
Moderna, la analogía ha ido perdiendo sentido ontológico, acentuándose su
sentido e importancia en cuanto al uso del lenguaje y su aplicación lógica en los
razonamientos.
2. LA ANALOGÍA EN LA CREACIÓN Y MODIFICACIÓN DEL LENGUAJE
En Lingüística se llama analogía la acción que determina creaciones del habla
conforme a modelos preexistentes. Así se explican los cambios sufridos por
determinadas formas, bajo la influencia de las semejanzas asociadas en la mente
de los hablantes.
2.1. Analogía semántica
La analogía semántica es un fenómeno que se produce por la tendencia a asociar
una palabra a un significado análogo. Un ejemplo lo constituye el término artístico
“miniatura”, que proviene del italiano miniatura y significa literalmente “pintura de
pequeñas dimensiones, realizada generalmente sobre vitela u otra superficie
delicada”, aunque, por etimología popular, ha generalizado su significado, y hoy
día designa cualquier objeto de reducidas dimensiones.
2.2. Analogía léxica
La analogía léxica es el fenómeno que se produce por la ayuda de la tendencia a
asociar a cada palabra un sentido determinado. Se denomina también
paretimología o atracción paronímica. Esta creación de significado se manifiesta,
en general, o bien por trastrueque semántico o bien por adaptación fonética de la
palabra. Es el recurso más común en la etimología popular. Así, por ejemplo,
Sebastián de Covarrubias: … Díjose albufera, según algunos, de bufido, porque
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con el soplo del recio viento en la mar arroja de sí con ímpetu el agua y la echa
fuera de los límites ordinarios de sus riberas.
3. LA ANALOGÍA LOCAL
Por analogía local entendemos la creación de una o varias unidades léxicas a
partir del modelo ofrecido por otras unidades que establecen con las nuevas una
determinada relación semántica y/o formal. Con esta concepción, nos separamos
en parte del sentido que da a esta noción, según Camus (1996), para quien la
analogía local supone el nacimiento de una regla de formación de palabras a partir
de un modelo individual o preexistente. Como se intentará demostrar, los casos
que aquí definimos como analogías locales no pueden explicarse como
apariciones de nuevas reglas de formación de palabras, ya que las unidades así
creadas parecen limitadas, en el sentido de que el proceso que les da origen no
ha cobrado la vitalidad suficiente como para ser considerado una auténtica regla
productiva de la lengua.
3.1. La estereotipia
Martín Camacho (2002), presenta una serie de explicaciones analíticas que
permiten obviar la referencia al concepto de interfijo, ese supuesto afijo que, en
español, se insertaría entre la raíz y el afijo de algunas palabras (polv-ar-eda).
Entre esas explicaciones, empleamos, tomada de Lázaro Carreter (1980), la
noción de estereotipia. Este término designa una modalidad de analogía en virtud
de la cual determinadas palabras reciben en su formación “no elementos aislados
en sucesión lineal, sino bloques de elementos interpretados como una unidad”
(Lázaro Carreter 1980). Dicho de otro modo, la estereotipia es un tipo de analogía
consistente en el reanálisis como sufijo de la terminación formada por un auténtico
sufijo más algo que le precede de una palabra o grupo de palabras y el empleo de
ese segmento en la creación de otra u otras palabras: por ejemplo, dada
chocolatera, es posible reanalizarla como chocola-tera y, a partir de ello,
formar. Así pues, la analogía subyacente sería chocolate: chocola- tera = té : te-
tera.
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Por tanto, la estereotipia es una modalidad especial de analogía cuyo resultado es
la aplicación a una base de un aparente sufijo que no coincide con aquellos que el
morfólogo establece a partir del análisis formal de las palabras de la lengua, ni con
aquellos de los que pueden tener conciencia los hablantes, ello se debe a que,
como queda expuesto, la palabra o palabras que sirven de modelo a la nueva
formación son sometidas a una segmentación que no coincide con su estructura
morfológica, algo que, en realidad, no resulta extraño, pues no faltan pruebas de
que los hablantes seccionan a menudo las palabras sin respetar su estructura
morfémica.
Un ejemplo evidente de ello es el de la acronimia, consistente en la formación de
una palabra a partir de la unión de partes de otras dos palabras segmentadas
inde- pendientemente de su estructura morfológica: secre[taria] asa[fata],
créd[ito]credicasa. Igualmente, cabe aludir a análisis antietimológicos como
el de bi-kini (del topónimo Bikini), de donde mono-kini, y a derivaciones
sobre pseudorradicales del tipo jab-alí > jab-ato gorri-ón > gurri-ato. Por otro
lado, conviene mencionar las consecuencias y el modo de actuación de este
proceso.
Respecto a sus productos, la estereotipia origina un nuevo segmento morfológico,
aunque la difusión que este alcanza permite distinguir dos modalidades. Por un
lado, una estereotipia amplia, de la que hablaremos en que origina nuevos sufijos
y alomorfos de sufijos preexistentes. Por otro, una estereotipia de alcance
restringido, que interviene en la construcción de palabras aisladas o de series
limitadas de palabras.
Por lo que se refiere a su mecanismo operativo, cabe diferenciar también dos
formas de actuación que se presentan en las dos modalidades descritas. En unos
casos, el reanálisis identifica como unidad un sufijo y un segmento no morfémico
que le precede (es el caso de -iano). En otros, la estereotipia unifica dos sufijos
encadenados, como ocurre con -ería.
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Tomando como punto de partida lo expuesto, comentaremos algunos ejemplos
evidentes del fenómeno que estamos describiendo, en su versión restringida:
3.1.1. Un grupo de palabras formadas por la adición a las correspondientes
bases de un segmento morfémico que en su origen es una cadena de sufijos es el
que constituyen modisteril puteril (registrados en el DEA de Seco, Andrés y
Ramos), brujeril (presente en el DRAE), caciqueril (Rainer 1999) y gansteril
(Diccionario de neologismos on line). Todas estas voces presentan un segmento -
eril que aporta el contenido ‘propio de’ y que sin duda debe de haberse desgajado
de la interpretación unitaria de la terminación de palabras como caballeril,
escuderil, cocheril y venteril (Lázaro Carreter 1980).
3.1.2. Ejemplos de palabras individuales que se han formado por estereotipia
a) Bebestible, creado sobre beber con la terminación de comestible (lat. tard.
comestibilis). Esta interpretación queda avalada por la comparación entre
bebestible y comestible ‘que se puede beber / comer’ y bebible / comible (DRAE:
“Dicho de un líquido: no del todo desagradable al paladar”; “Dicho de cosas de
comer: que no son enteramente desagradables al paladar”).
b) Campesino se ha acuñado a imitación de montesino ( montés), por lo que
ilustra cómo una cadena de sufijos puede aplicarse a una creación individual
c) Danzarín se ha formado sobre el modelo ofrecido por bailarín, adaptación al
español del italiano ballerino que puede fácilmente ser interpretada como bailarín
d) Fealdad parece creado a imitación de beldad, forma muy anterior a ella en el
idioma español.
e) Congoleño es, probablemente, una formación que asume como sufijo la
terminación de otro gentilicio muy próximo a él geográfica y fónicamente, angoleño
f) En fin, onusiano parece ser una creación humorística basada en venusiano
Como se observa en los ejemplos citados, la relación analógica en la que
descansa la estereotipia suele ser de tipo semántico, ya que las nuevas
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formaciones se relacionan con aquellas que les sirven de modelo por una
sinonimia más o menos exacta (danzarín), por antonimia fealdad o por su
pertenencia a un mismo campo conceptual (congoleño). No obstante, también hay
casos en los que la relación parece descansar más bien en la forma, en concreto
en la paronimia, onusiano.
3.2. La creatividad léxica
La analogía local se manifiesta igualmente en la creación de neologismos que, si
bien pueden atribuirse a la actuación de una regla de formación de palabras,
constituyen en realidad ejemplares aislados, bien porque presentan alguna
idiosincrasia respecto del funcionamiento de dicha regla o bien porque han sido
formados sobre el modelo ofrecido por una sola palabra o por un grupo limitado de
palabras. Estas dos posibilidades no siempre son fáciles de deslindar, de ahí que
los ejemplos ilustrativos que ofrecemos, a pesar de presentarse asociados a cada
una de ellas, puedan llegar a iluminar ambas.
La primera situación corresponde a neologismos que ofrecen propiedades
idiosincrásicas en relación a las reglas que les han dado origen, debido a que han
tomado como modelos formas creadas previamente mediante esas reglas que
presentan algún tipo de peculiaridad, es decir, que son también idiosincrásicas de
algún modo. Por ejemplo, según Camus (1996), el sufijo -iego crea adjetivos
denominales de contenido relacional (veraniego ‘propio de o relativo al verano’);
sin embargo, la lexicalización de la forma oveja bardaliega (en principio, ‘oveja de
bardal’, pero de ahí ‘aficionada al monte’) permite la acuñación de nuevos
derivados con ese contenido de ‘aficionado a’, caso de mujeriego.
De forma similar, adjetivos denominales que aluden a personas inclinadas a
realizar acciones en las que se implica el sustantivo base o aficionadas a lo que
este designa (embustero traicionero cizañero futbolero). De estas palabras,
futbolero ha experimentado un desplazamiento léxico –leve pero claramente
perceptible–, por el cual del signi- ficado ‘inclinado o aficionado a’ se ha pasado al
de ‘apasionado de’, valor que ha servido como base para la reciente acuñación de
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(registrada en el DRAE por primera vez en la edición de 2001) y del
neologismo rebajero ‘apasionado de las rebajas’ (Díaz Hormigo 2007: 52).
Por su parte, ejemplos de neologismos creados a partir de la analogía con una
palabra o un grupo de palabras son genecidio, rascainfiernos, subcielo,
quitadolores, billonario y cleptocracia. Todas estas voces responden a reglas de
formación de palabras productivas, pero al mismo tiempo es evidente que han
tomado como modelos concretos palabras individuales –genocidio, rascacielos
subsuelo, quitapenas y millonario– o, en el caso de cleptocracia y, grupos de
palabras perfectamente delimitados –democracia aristocracia autocracia, el
primero; camionero cochero y autobusero, el segundo–.
Muy relacionada con este último tipo de analogía está la creatividad léxica
condicionada contextualmente, esto es, la formación de neologismos motivados
por la copresencia en el mismo texto de otras unidades léxicas de la lengua.
4. EL PAPEL DE LA ANALOGÍA EN EL NACIMIENTO DE NUEVOS.
ELEMENTOS MORFÉMICOS O DE REGLAS DE FORMACIÓN DE PALABRAS
Junto a su funcionamiento local, la analogía puede actuar con un alcance bastante
mayor, originando no ya unidades léxicas más o menos aisladas, sino nuevos
elementos morfémicos o, si se prefiere, nuevas reglas de formación de palabras.
Ejemplificaremos esta posibilidad con tres casos originados por esa forma especial
de analogía que hemos llamado estereotipia.
4.1. El sufijo -ería
Desde los albores del español, -ero e -ía han sido, y continúan siendo, sufijos
independientes. Sin embargo, también desde antiguo, han sido frecuentes los
casos en los que -ía se ha aplicado a bases derivadas a su vez con -ero, algo que
ha permitido un sencillo reanálisis por el cual se ha identificado como forma
unitaria la cadena -er-ía, dando así lugar a un nuevo sufijo, -ería, que ha adquirido
todos los valores de -ía y ha desarrollado algunos más. De hecho, este sufijo crea
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sustantivos deadjetivales que expresan condición moral o ‘acto propio de’
(chulería, tontería), sustantivos denominales que expresan profesión (albañilería,
sastrería), sustantivos denominales o deverbales de valor locativo (acerería,
refinería) y sustantivos denominales de significado colectivo (chiquillería,
pobrería).
Como se ve, en ninguno de estos ejemplos existe un derivado primario en -ero,
por lo que resulta evidente que a todas las bases se ha unido un sufijo -ería.
4.2. El alomorfo -iano
La estereotipia de amplio alcance puede también desembocar en la creación de
un nuevo alomorfo de un afijo preexistente. Caso ilustrativo es el de -iano, que
presenta los mismos usos que -ano, e, incluso, le sobrepasa en frecuencia en
determinados ámbitos, especialmente en la formación de adjetivos derivados de
nombres propios de persona: calderoniano, erasmiano, freudiano, galdosiano;
caucasiano, laosiano. Este alomorfo surge de un proceso de estereotipia bastante
simple: basándose en los numerosos adjetivos –creados tanto en español como
en latín– que exhiben una terminación -iano producida por la aplicación de –ano a
bases acabadas en /-io/ o /-ia/, se ha reanalizado un elemento -iano que, como
muestran los ejemplos anteriores, ha cobrado existencia propia. En la génesis de
este alomorfo deben de haber intervenido formas como horaciano (lat.
horatianus), juliano, ovidiano, teodosiano (del lat. theodosianus); italiano,
murciano, valenciano; diluviano, hospiciano, miliciano, palaciano, parroquiano
(estos dos últimos ya en Berceo, según Corominas y Pascual).
4.3. Los “incrementos” de los apreciativos españoles
Los sufijos apreciativos del español muestran un comportamiento morfonológico
que ha suscitado una importante discusión teórica (vid. Lázaro Mora 1977; Rojas
1977; Horcajada 1987), tanto en lo referente a la distribución de sus alomorfos,
como en relación al origen y función del segmento -c- o -ec- que se manifiesta en
algunos de ellos (de forma sistemática, en -ito, -illo e -ico; esporádicamente, en 12
cualquier otro diminutivo e, incluso, en aumentativos, despectivos y superlativos).
La tesis más extendida es considerar -c- y -ec- como interfijos, dada su presencia
en diversos sufijos y su distribución unificada:
Las formas con -c- aparecen en palabras acabadas en vocal tónica
(cafecito) y en bisílabos terminados en /n/ (camioncito) o /r/ (mayorcete).
Las formas con -ec- se presentan en monosílabos acabados en consonante
(florecilla florecilla) y en bisílabos terminados en -e (cochecito) o que tienen
los diptongos /ei/, /ie/ o /ue/ en la primera sílaba (peinecito, siestecita,
cuentecillo).
Sin embargo, frente a las explicaciones basadas en la noción de interfijo,
Horcajada (1987: 65-71) presenta una de tipo histórico-causal en la que la
analogía tiene un papel determinante. Según él, el diminutivo latino -ulus
poseía dos alomorfos:
Por un lado, -ulus, que se aplicaba a nombres de las dos primeras
declinaciones: caliga > caligula, carrus > carrulus. Este alomorfo procede de
-olus, que, en los temas en -e-, -i-, -u-, se asimiló a la consonante
precedente, originando -ellus: puellus < puer-olus. Esta forma -ellus fue
reanalizada como sufijo independiente y aplicada, ya en latín vulgar, a
todas las bases de estas dos declinaciones.
Por su parte, los nombres de las otras tres declinaciones empleaban el
alomorfo -culus, originado por el reanálisis de voces en que -ulus se había
unido a un tema en /k/. Esto es, formas del tipo radix > radic-ulus, se
interpretan como radi-culus, con lo que cobra vida un alomorfo que se
emplea para crear el diminutivo de voces como piscis > pisci-culus, pedis >
pedi-culus, mater > mater-cula. El mismo proceso que convierte -ulus en -
ellus transforma -culus en -cellus, lo cual produce una alternancia que da
origen a la española entre -illo y -cillo.
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Por tanto, esas dos variantes estaban en latín en distribución condicionada
gramaticalmente, pero la pérdida de la flexión casual hizo que esa distribución
pasara a ser fonológica:
Los bisílabos en -o y -a proceden de las dos primeras declinaciones, de ahí
que en latín tomen -ellus y en español -illo (cajilla, campillo).
Los bisílabos en -e, que vienen de la tercera declinación, toman -cellus > -
cillo (monti-cellus > montecillo). También son bisílabos en -e los que
actualmente son monosílabos acabados en consonante; es decir, panecillo
posee en su origen la estructura pane-cillo. Sin embargo, al producirse la
apócope de -e final, la -e que se encontraba en la base se desplaza al
sufijo: frente a pane-cillo / pane, la existencia de pan obliga a interpretar
panecillo como pan-ecillo. Ese mismo desplazamiento se produce en
formas como monte-cillo, pues mientras que en latín monti-cellus se crea
sobre monti(s), en español la pérdida de la vocal final en el proceso
derivativo conlleva que este tipo de palabras se identifique como mont-
ecillo. Surge así el alomorfo -ecillo.
Las formas acabadas en consonante proceden de la tercera declinación,
por lo que en latín toman -cellus > -cillo, que se conserva inalterado debido
a que el paso del latín al castellano no produce cambios fónicos en estas
bases: pastor-cillo, mujer-cilla. Este es, pues, el proceso que conduce a la
aparición de los alomorfos -illo, -cillo y -ecillo. Por tanto, estos nacen de la
evolución fonética y morfológica desde el latín al castellano.
Pero la analogía va más allá, pues es también la base de la aparente extensión de
los segmentos -c- y -ec- a otros sufijos. En principio, podría afirmarse que, dadas
las formas caja - cajilla, mujer - mujercilla y pan - panecillo, los hablantes
encuentran unos elementos -c- y -ec- que desplazan a otros sufijos apreciativos,
algo que implica reconocer el concepto de interfijo. Sin embargo, como en Martín
Camacho (2002) se niega la existencia de interfijos, se prefiere proponer una 14
explicación más compleja pero más acorde con la realidad del funcionamiento
lingüístico. Lo que cambia respecto de la anterior propuesta es la proporción que
se toma como punto de partida: si los hablantes conocen formas como pobrecillo,
consolidadas por la tradición y la herencia latina, al querer conmutar por otro el
sufijo -illo, lo suprimirán y añadirán el nuevo sufijo al segmento resultante, con lo
que se crea pobrec-ito. De este modo, se produce un caso de sufijación sobre un
pseudorradical. Tras ello, si se aplica a una base de las mismas características el
sufijo -ito, se atenderá a la proporción pobre / pobrecito, de la que se extraerá el
segmento -ecito para acuñar, por ejemplo, golp-ecito. Se trata, en esta ocasión, de
un proceso de estereotipia.
Por consiguiente, el origen de los alomorfos de los apreciativos se encuentra en
dos procesos simultáneos de tipo analógico: la formación de un falso radical y la
estereotipia. Esta hipótesis puede tildarse de artificiosa, pero se fundamenta en la
idea de que el hablante basa su actuación en segmentos de los que tiene
conciencia: el sufijo -illo y la base pobre; resulta mucho más dudoso que tenga
conciencia de un interfijo -ec- o -c-.
5. EL PAPEL DE LA ANALOGÍA EN LAS REGLAS MORFOLÓGICAS
En los apartados anteriores se ha intentado demostrar que la intervención de la
analogía en el plano morfológico es innegable, al menos en la creación de
palabras concretas y en el origen de determinados elementos (o reglas). Pero es
posible ir más allá y plantear que la analogía se encuentra en la base de todo
proceso morfológico. Por un lado, parece difícil negar que, al menos en las
lenguas flexionales, los procesos flexivos tienen una motivación analógica, como
bien demuestran los casos de sobregeneralización que se documentan en
cualquier lengua. En cambio, esta afirmación necesita más argumentos cuando se
traslada a la morfología léxica. Presentaremos dos nuevos ejemplos sobre los que
reflexionar.
5.1. La aplicación del sufijo -ista aporta a la base, al menos, tres valores
básicos, algunos de los cuales pueden subdividirse:
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A. ‘Partidario de’, dentro del cual cabe distinguir los derivados referidos al
partidario de las ideas de un líder político, religioso o social (A1: marxista,
castrista, budista) y los que aluden al partidario de una acción o fenómeno (A2:
ecologista, abortista, reformista).
B. ‘Actividad o profesión’, como se observa en deportista, economista, novelista
o lingüista (B1). Un grupo especial dentro de este es el de denominaciones de
personas que manejan instrumentos musicales, caso de guitarrista, pianista o
saxofonista (B2).
C. ‘Propenso o aficionado a’, significado que se aprecia en juerguista, detallista,
cuentista o bromista.
5.2. Este tipo de explicación no se limita a reglas polisémicas . Por ejemplo, -
dad forma siempre sustantivos deadjetivales que indican ‘cualidad o carácter de’ y
tiene entre sus bases favoritas aquellas previamente sufijadas con -ble
(inestabilidad, fiabilidad, vulnerabilidad), vulnerabilidad), vulnerabilidad -al
(esencialidad, potencialidad, materialidad) potencialidad, materialidad)
potencialidad, materialidad e -ivo (impulsividad, agresividad, combatividad). Este
esquema derivativo mantiene combatividad). Este esquema derivativo mantiene
combatividad actualmente gran productividad; por ejemplo, en el Diccionario de
neologismos on-line se registran, entre otras, usabilidad, portabilidad,
empleabilidad; estatalidad, radicalidad, instrumentalidad; conectividad,
progresividad, optatividad. Este comportamiento podría explicarse mediante una
regla en la que se especificara que -dad selecciona bases terminadas en esos tres
sufijos, aunque ello no resulta atractivo, pues a esos sufijos habría que añadir
otros (por ejemplo, -oso, como en tenebrosidad; -ano, como en hispanidad) y el
hecho de que hispanidad) y el hecho de que hispanidad -dad también se une a
bases simples (-dad también se une a bases simples (-dad crueldad, seriedad)
seriedad) seriedad. Por ello, resulta más sencillo considerar que la regla que rige
el uso de -dad se activa en función de diversos modelos que sirven como punto de
partida para la acuñación de los neologismos citados.
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En definitiva, es posible defender que una regla, o un afijo, es un elemento
abstracto que se concreta, de una o varias formas posibles, en función del modelo
o los modelos que han servido para crear ese mismo ente abstracto: -ista, o la
regla de aplicación de -ista, es una entidad abstracta que funciona en la creación
de palabras en tanto en cuanto los hablantes conocen varios modelos, o series de
palabras, en las que dicho afijo aporta unos valores, de modo que a partir de esos
modelos pueden crear nuevas palabras que se añadan a las preexistentes.
De este modo, parece factible situar la analogía en la base tanto de los
planteamientos teóricos de Ítem y Proceso como de Ítem y Disposición. Las reglas
(o el uso de morfemas) son esquemas abstractos de creación de palabras que se
activan, en una sola o en distintas direcciones según los casos, por la analogía
con formas preexistentes. Esta idea se apoya en el convencimiento de que los
hablantes no aprenden los morfemas constitutivos de las palabras ni las reglas
como tales, sino las propias palabras, de las que extraen los patrones para acuñar
otras nuevas.
Así, mientras que el lingüista habla de morfemas o de reglas, lo que el hablante
conoce son palabras entre las que percibe unas relaciones formales, semánticas y
pragmáticas, algo que le permite abstraer modelos que le servirán para la
formación de nuevas palabras relacionables con aquellas.
Cabe decir que son las palabras el punto de partida que el hablante toma para
crear un modelo abstracto (regla o afijo) que aplicará para formar nuevas palabras
que tendrán alguna semejanza (analogía) con aquellas que conoce. Esta forma de
concebir la analogía implica dos cosas:
La analogía no tiene por qué actuar sistemáticamente. A menudo se niega el papel
de la analogía en la formación de palabras aludiendo a las lagunas que presentan
las series derivativas, lagunas que no tienen más razón de ser que la existencia de
modelos alternativos (por ejemplo, para crear el opuesto de capaz la lengua podría
haber elegido tanto incapaz como *descapaz), la existencia de formas que
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bloquean la aplicación de la regla (de ahí que no se cree *descapaz) o,
simplemente, la falta de necesidad o de interés por acuñar una forma concreta.
La analogía, como fundamento de las reglas de formación de palabras, no es una
simple regla de tres o cuarta proporcional (así puede actuar en las creaciones
esporádicas o en la génesis de la regla), sino un modelo bastante más abstracto:
el hablante conoce una serie de palabras (v. g. marxista, leninista, castrista, trots-
kista...), en las que descubre unas propiedades (derivan de nombres propios de
líderes políticos, el derivado designa el seguidor de las ideas de ese líder) que le
hacen cobrar conciencia de que, dado el nombre de un nuevo líder político, puede
aplicarle la terminación -ista para designar a sus seguidores, y de ahí aznarista o,
cuando a alguien se le ocurra, zapaterista o zetapista.
6. ANALOGÍA Y EVOLUCIÓN. CÓMO ENTRA EN LA LENGUA UNA
INNOVACIÓN ANALÓGICA
Nada entra en la lengua sin haber sido ensayado en el habla; todos los fenómenos
evolutivos tienen su raíz en la esfera del individuo. Se aplica muy particularmente
a las innovaciones analógicas. Antes de que honor se hiciera un competidor
susceptible de reemplazar a honōs, hizo falta que un primer sujeto lo improvisara,
que otros lo imitaran y lo repitieran, hasta imponerlo en el uso. No es necesario
que todas las innovaciones analógicas tengan esta buena fortuna. En todo
momento encontramos combinaciones sin porvenir que la lengua no adoptará
probablemente. El lenguaje de los niños rebosa de ellas, porque los niños conocen
mal el uso y todavía no están sujetos a él; los niños franceses dicen viendre por
venir, mouru por mort, etc., y los españoles dicen cabo por quepo, morido por
muerto, etc. Pero también el lenguaje de los adultos las ofrece. Así, muchas
personas sustituyen en francés trayait por traisait (que, por lo demás, se lee en
Rousseau). Todas estas innovaciones son en sí perfectamente regulares; se
explican de la misma manera que las que la lengua ha aceptado; así, viendre
descansa en la proporción:
éteindrai : éteindre = viendrai : x
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x = viendre
Y traisait se ha forjado a imagen de plaire, plaisait, etc. La lengua sólo retiene una
mínima parte de las creaciones del habla; pero las que duran son bastante
numerosas para que de una época a otra veamos cómo la suma de las formas
nuevas da al vocabulario y a la gramática una fisonomía muy diferente. La
analogía no podría ser por sí misma un factor de evolución; y no es menos verdad
que esta sustitución constante de formas viejas por formas nuevas es uno de los
más sorprendentes aspectos de la evolución de las lenguas. Cada vez que una
creación se instala definitivamente y elimina a su competidora, hay
verdaderamente algo creado y algo abandonado, y en este sentido la analogía
ocupa un lugar preponderante en la teoría de la evolución.
6.1. Aglutinación y analogía
El contraste entre la analogía y la aglutinación es sorprendente: 1° En la
aglutinación dos o más unidades se confunden en una sola por síntesis (por
ejemplo, fr. encore de hanc horam, esp. ahora de hac hora), o bien dos
subunidades no forman ya más que una (cfr. hēd- isto-s, de *swād-is-to-s). Por el
contrario, la analogía parte de unidades inferiores para hacer con ellas una unidad
superior. Para crear pāg-ānus, la analogía ha unido un radical pāg- y un sufijo -
ānus. 2° La aglutinación opera únicamente en la esfera sintagmática; su acción
recae sobre un grupo dado; no considera otra cosa. Por el contrario, la analogía
echa mano de las series asociativas tanto como de los sintagmas. 3° La
aglutinación, sobre todo, no ofrece nada de voluntario, nada de activo; ya lo
hemos dicho: es un simple proceso mecánico, donde el ensamblaje se hace por sí
solo. Por el contrario, la analogía es un procedimiento que supone análisis y
combinaciones, una actividad inteligente, una intención. Se suelen emplear los
términos de construcción y de estructura a propósito de la formación de las
palabras; pero esos términos no tienen el mismo sentido según se apliquen a la
aglutinación o a la analogía. En el primer caso, sugieren la cimentación lenta de
elementos que, estando en contacto en un sintagma, han sufrido una síntesis que
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puede llegar hasta la completa esfumación de sus unidades. En el caso de la
analogía, por el contrario, construcción quiere decir disposición obtenida de un
solo golpe, en un acto del habla, por la reunión de cierto número de elementos
tomados de diversas series asociativas.
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Conclusión
Como conclusión, la analogía ha sido un factor de cambio a través del tiempo,
esto debido a un proceso que se da en el habla gracias a la imitación de
referentes, que tienden a generalizar las palabras y desemboca en un cambio a
nivel de morfemas. Además este tipo de cambios hace referencia a la creatividad
del hablante que modifica las palabras retomando características de otras que se
le asemejan, tal es el caso de la palabra latina honor que en un principio era
honos, y que por el hecho de parecido el hablante retoma el fonema r y termina
por sustituir el fonemas.
También se llega a la conclusión de que si bien es un cambio que se produce en
el habla este termina por modificar la gramática. Y aunque su proceso de
evolución se considere diacrónico también es sincrónico debido a que la
alternancia de los significantes permanece en el dialecto de una generación pero
que al final prevalece una palabra.
Pero la analogía con respectos a los prefijos y sufijos, no viene a modificar las
estructuras de las palabras en el sentido, que no se sustituye ningún elemento de
esta. Si no más bien al agregar un prefijo o sufijo esto agrega un valor de
significación a la palabra original. En definitiva, si la analogía es una de las fuerzas
del lenguaje humano, resulta factible postular que desempeña un papel
fundamental en la morfología.
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Bibliografía
Martín Camacho, José Carlos. (2007). Observaciones sobre el papel de la
analogía en los procesos morfológicos. España. Editorial Universitaria,
Universidad de Murcia.
Perona, José. (2002). Estudios de la lingüística: Cambios fonéticos
esporádicos. España. Editorial Quinta Impresión.
Menéndez Pidal, R. (1968). Manual de gramática histórica española. Madrid.
Espasa-Calpe.
De Saussure, Ferdinand. (1945). Curso de lingüística general. Buenos Aires,
Argentina. Editorial Losada. Vigesimacuarta Edición.
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