Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO NÚMERO 27
EL EVANGELIO DE JUAN
(Quinta parte)
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(Capítulos 14 al 16)
Capítulo 1
Preguntas y respuestas
(Juan 13:33 - 14:14)
Al comienzo de cada fascículo de este profundo estudio de
Juan, explico que mi propósito es brindar un comentario a quienes
han escuchado los ciento treinta programas radiales del Instituto
Bíblico del Aire que componen un estudio del Evangelio de Juan
versículo por versículo. Para tener continuidad en el estudio, usted
debería leer los cuatro primeros fascículos de esta serie antes de leer
este, que es el quinto de estos breves comentarios.
Esto se aplica especialmente al fascículo que usted va a leer
ahora, dado que el contexto que ayuda a comprender lo que vamos a
leer se explica en el fascículo 26, que precede a este. Si usted desea
realizar o dirigir un estudio versículo por versículo de Juan, pero no
cuenta con los primeros cuatro fascículos de esta serie, comuníquese
con nosotros, y se los enviaremos.
Como explico en el fascículo 26, en medio del capítulo 12,
Juan inicia una nueva división de este Evangelio. Aproximadamente,
la primera mitad de su Evangelio registra el ministerio que Jesús
realizó predicando, enseñando, sanando y entrenando a sus apóstoles,
que continuarán todo lo que Él ha comenzado durante sus tres años
de ministerio público. Ahora, comienza la segunda parte de su
Evangelio dedicando cuatro capítulos al recuerdo que él tiene del
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discurso de Jesús más extenso que haya sido registrado en los cuatro
Evangelios, llamado “el Discurso del Aposento Alto” (Juan 13-16).
Los rabíes de la antigüedad solían utilizar el método de
preguntas y respuestas cuando enseñaban. De hecho, generalmente
contestaban una pregunta con otra pregunta. Cuando se le preguntó al
rabí Hillel: “¿Por qué ustedes, los rabíes, siempre responden una
pregunta con otra pregunta?”, su respuesta fue: “¿Por qué no?”.
Como este Evangelio pone de relieve, Jesús era mucho más que un
rabí. Pero, como Maestro perfecto que era, usó el método de las
preguntas y respuestas cuando enseñaba. Él, deliberadamente,
provocó preguntas en los corazones y las mentes de esos apóstoles a
los que dirigió este discurso.
Jesús pronunció su discurso más extenso de los que han sido
registrados al reunirse con sus discípulos por última vez antes de su
muerte. Dado que todas sus enseñanzas fueron dadas en el entorno de
un retiro, yo llamo a esta enseñanza “el último retiro cristiano”. Al
principio de sus tres años de ministerio público, Jesús dio un discurso
que llamamos “el Sermón del Monte”. Yo lo llamo “el primer retiro
cristiano”, porque el Señor dio esa enseñanza en el contexto de un
retiro. De todos los discípulos a los que desafió en la cima de ese
monte, comisionó a doce hombres para que fueran sus apóstoles, sus
“enviados”. Durante tres años, Jesús les enseñó, les mostró y los
entrenó enviándolos a participar activamente en el ministerio. Ahora,
se retira con ellos una vez más, y está a punto de dar formalmente
por finalizados sus tres años de entrenamiento con Él.
Los últimos versículos del capítulo 13 registran dos preguntas
que Pedro le hizo a Jesús: “¿Dónde vas, y por qué no puedo ir
contigo? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti!”. Jesús responde a las
preguntas de Pedro prediciendo que este lo negará tres veces, y
continúa respondiendo esas dos preguntas en el comienzo del
siguiente capítulo. Después que Pedro le formula esas dos preguntas
a Jesús, y Él las responde, los apóstoles Tomás, Felipe y Judas
también le hacen algunas preguntas. Sus preguntas, y las respuestas
de Jesús a ellas, forman el corazón del capítulo 14 del Evangelio de
Juan.
Estoy persuadido de que Jesús deliberadamente los llevó a
que le formularan estas preguntas cuando pronunció esas tiernas
palabras que podemos leer al final del capítulo 13: “Hijitos, aún
estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los
judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no
podéis ir” (13:33). En este pasaje, desde el versículo 31 del capítulo
13 hasta el versículo 31 del capítulo 14, no podemos leer ni cinco
versículos sin volver a tropezarnos con este tema de ir y venir; que
Jesús vino a este mundo, y ahora va a volver al Padre.
Al hacer énfasis en este concepto repetidas veces, Jesús
estaba provocando, deliberadamente, en las mentes de todos esos
apóstoles, esas dos preguntas que fueron expresadas por Pedro. Hizo
esto, porque sus respuestas a estas preguntas son el corazón de la
verdad que deseaba compartir con ellos en este último retiro.
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Cuando Jesús respondió la primera pregunta de Pedro
diciendo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me
seguirás después", no olvide observar que, en realidad, Jesús no
respondió la pregunta. No le dijo específicamente adónde iba.
Simplemente le dijo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora;
mas me seguirás después”. Pedro, entonces, la emprendió con la
segunda pregunta: “Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi
vida pondré por ti".
Pedro, aparentemente, se ha dado cuenta de que, cuando Jesús
dice que se irá, está refiriéndose a su muerte. Como he señalado en el
último fascículo, los líderes religiosos están manipulando a los
romanos para que atrapen al Señor y sus apóstoles. Hay un gran
peligro, y estos hombres están muy asustados. Saben que es muy
posible que se les pida que mueran con Jesús; especialmente, dado
que Él les dice que va a morir, y que ellos también deben morir y ser
enterrados como un grano de trigo (12:24).
Jesús respondió a la declaración de Pedro, en el sentido de
que estaba dispuesto a dar su vida por Él, con unas palabras
extraordinarias: "¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te
digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces".
Piense cuánto dolor y pena habrán causado estas palabras en el
corazón de Pedro.
Juan no nos dice nada sobre la expresión del rostro o el tono
de voz que Jesús usó al decirle estas terribles palabras a Pedro.
Personalmente, estoy persuadido —aunque no puedo probarlo— de
que, cuando Jesús le dijo esas palabras, sus ojos estaban llenos de un
gran amor por Pedro, y el tono de su voz expresaba gran ternura.
Unos pocos segundos antes de decirle estas palabras a Pedro,
Jesús los había llamado a todos “hijitos”. Dado que ese era un
tratamiento de gran cariño, sabemos que estaba hablándoles con
mucho afecto y ternura a estos hombres en ese momento. Creo que
ese amor y esa ternura continuaron en su diálogo con Pedro. Hasta
sospecho que puede haber habido una sonrisa en su rostro, y que,
básicamente, le dijo: “¿De veras, Pedro? Lo cierto es que, antes que
el gallo cante mañana por la mañana, tú habrás negado que me
conoces... ¡no una, sino tres veces!”.
Piense cómo las palabras que Jesús le dijo a Pedro habrán
inquietado a los otros hombres que estaban recostados a esa mesa.
Leemos que estaban turbados en espíritu. Es, pues, muy apropiado
que las próximas palabras que escuchen de Jesús –y que son dirigidas
a todos ellos- sean: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si
así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os
tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también
estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (14:1-4).
En otras palabras, Jesús les dice: “Ustedes creen en Dios;
crean también en mí”. Esta es una afirmación con respecto de su
deidad, ya que se coloca en un mismo nivel con Dios. Entonces,
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comienza el gran capítulo 14 con estas palabras tan conocidas, que
con frecuencia leemos en los funerales.
"Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino" (14:4). Estoy
convencido de que su última afirmación fue realizada con el
propósito deliberado de provocar otra pregunta en las mentes de esos
hombres. Al decirles Jesús que ellos sabían adónde iba, y que sabían
el camino que iba a seguir, el apóstol Tomás, al que solemos llamar
“el que dudó”, muerde el anzuelo y responde: “Señor, no sabemos a
dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?".
La respuesta de Jesús a esta pregunta formulada por Tomás
nos da uno de los versículos más maravillosos del Evangelio de Juan
y de toda la Biblia. Jesús respondió: “Yo soy el camino, y la verdad,
y la vida”. Y agregó: “Nadie viene al Padre, sino por mí”.
En realidad, al contestar la pregunta de Tomás, Jesús presenta
tres afirmaciones dogmáticas. Esas tres afirmaciones son que Él es el
Camino, Él es la Verdad, y Él es la Vida. Cuando dijo que era el
Camino a ese lugar que estaba preparando para ellos, estaba
refiriéndose a su muerte en la cruz. La cruz de nuestro Señor debería
representar mucho más que, simplemente, un bello adorno que
llevamos colgando de una cadena. La cruz de Jesucristo representa el
camino de nuestra salvación y el camino hacia el lugar que Jesús
prometió a quienes creen en Dios y creen en Él como su Salvador.
La muerte de Jesús en la cruz representa su ministerio como
sacerdote. Un sacerdote es una persona que intercede por el hombre
ante la presencia de Dios. Eso hizo Jesús cuando murió en la cruz:
creó un camino para que usted y yo podamos ir a ese lugar celestial
para toda la eternidad con Dios, al ofrecer el sacrificio perfecto por
nuestros pecados (Juan 1:29, Isaías 53:7, Hebreos 2:17, 9:11-28) .
Jesús podría habernos provisto el camino para ser salvos
llegando un viernes por la tarde para morir en la cruz por nuestros
pecados. Pero vino a nuestro mundo y vivió aquí durante treinta y
tres años, porque no vino solamente a morir en la cruz. Como he
señalado, la cantidad de capítulos que este Evangelio dedica a relatar
la última semana de su vida nos demuestra que su muerte fue la parte
más vital e importante de su vida y su ministerio. ¿Por qué no pasó,
simplemente, una tarde de Viernes Santo aquí, y murió en la cruz? La
respuesta a esa pregunta es: “Porque, además, Él era la Verdad”.
¿Recuerda el prólogo a este Evangelio? (1:1-18).
Básicamente, dice: "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres. Él era la Palabra, el vehículo del pensamiento de Dios, que
expresaba todo el pensamiento de Dios hacia el hombre que este
podía comprender. Como Palabra, estuvo con Dios en el principio,
era Dios, y se hizo carne y vivió entre nosotros para que pudiéramos
contemplar su gloria, lleno de gracia y de verdad”.
El pueblo de Dios ya tenía la verdad que había llegado por
medio de la página sagrada, a través de Moisés y los profetas. Pero
Dios deseaba que la gente de este mundo tuviera más que una página
sagrada. Quería que tuvieran la Palabra viva que exhibiera y
demostrara el mensaje de Dios, una Palabra que viviera y anduviera
en una vida perfecta en carne humana. Deseaba que viéramos cómo
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la verdad de la página sagrada puede vivirse en la práctica en una
vida humana. Eso es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Yo soy la
Verdad”. En todo lo que era y todo lo que hacía, Él era la Verdad.
Esta afirmación, obviamente, incluye todas esas veces en que leemos
que Él, abriendo su boca, les enseñaba.
La tercera parte de su gran afirmación es: “Yo soy la Vida”.
Esto significa que Él vivió una vida perfecta, y de esa manera nos
demostró de qué se trata la vida. En otras palabras, nos dio el
ejemplo de lo que es la vida eterna: la calidad de vida de la que Juan
nos habla a lo largo de todo su Evangelio. Esta afirmación significa,
también, que Él vino a impartir lo que llamaba “vida abundante”,
dándoles la experiencia de la nueva vida a aquellos a los que Él
enseñó y con quienes se encontró (10:10).
En estas tres afirmaciones, las primeras dos palabras son las
más importantes que Él pronuncia: “Yo soy”. Cuando nos
concentramos más en la forma en que Jesús le respondió a Tomás,
“el que dudó”, descubrimos otro de los grandes “Yo soy” de Jesús en
el Evangelio de Juan. Jesús no dijo: “He venido a predicar un camino
de salvación y a enseñar una verdad que describe la calidad de vida
que ustedes tendrán”. Las palabras más importantes, aquí, son: “Yo
soy”. Yo soy ese Camino de salvación. Yo soy la Verdad que ustedes
están escuchando, y yo soy la Vida que es la Luz de los hombres.
Una vez más recordemos que, en el prólogo, el apóstol Juan
señala muchas veces que Juan el Bautista no era, pero Jesús era.
Cuando Juan el Bautista aparece, continuamente está diciendo que él
no es, mientras que Jesús aparece repetidas veces diciendo: “Yo
soy”. Una de las observaciones más dinámicas que realiza Juan con
respecto de Jesús es que Él era. Entre otras cosas, esta repetida
afirmación de Jesús —“Yo soy”— significaba que Él era todo lo que
enseñaba. Cuando afirmó: “Yo soy la Vida”, al menos parte de lo que
estaba afirmando era que la vida que Él vivió aquí era un modelo de
la calidad de vida que Dios desea para todo ser humano.
También encontramos en el prólogo a este Evangelio el
significado primario de su afirmación de que Él es la Vida. En el
primero de estos fascículos de estudio versículo por versículo del
Evangelio de Juan, señalé que, en sus primeros versículos, Juan nos
dijo lo que iba a decirnos. Por tanto, no debería sorprendernos, al
avanzar en la lectura, que el prólogo sea como un índice de
contenidos, que presenta lo que leeremos en todo el Evangelio de
Juan.
Este prólogo nos decía que, cuando una persona respondía de
la manera adecuada a Jesús, recibía el poder de ser hecha hija de
Dios, y nacía de lo alto. Nacía, “no [...] de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (1:12, 13). Jesús afirmó
que Él era la Vida, en el sentido de que Él daba a las personas el
poder para convertirse en la vida de la que Él era ejemplo.
Los estudios de personas del Antiguo Testamento demuestran
un principio que Dios utiliza cuando desea enseñarnos una verdad
vital. Ese principio es: “Cuando quieras comunicar una gran idea,
envuélvela en una persona”. Por ejemplo, cuando Dios quiso
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comunicar el concepto de la fe, envolvió ese concepto en la vida de
un hombre llamado Abraham. Envolvió el concepto de la gracia en la
vida de Jacob, y el concepto de la providencia de Dios en la vida de
José (Génesis 12-24; 25-32; 37-50).
Cuando Dios quiso expresar lo que es la vida eterna, esa
calidad de vida que Él preparó para usted y para mí, envolvió ese
concepto de la vida eterna en la vida que, durante treinta y tres años,
vivió Jesucristo en la Tierra. En su prólogo, Juan no solo nos dijo que
el Verbo, la Palabra, se hizo carne, y que era la Luz. También nos
dijo que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. En
otras palabras, Jesús mismo era la Vida y la Luz que vino a darnos.
También era —y es— el Camino y el medio a través del cual
podemos experimentar y vivir esa vida que nos hace auténticos hijos
de Dios. El nuevo nacimiento es el vehículo de la transformación que
nos da esa vida. El nuevo nacimiento y el medio para ese nuevo
nacimiento están envueltos en esas palabras: “Yo soy la vida”.
La emocionante aplicación personal y devocional de esta
verdad es que el Cristo vivo y resucitado es la Vida y también el
medio para tener esa Vida, hoy. El Evangelio de Juan no nos presenta
simplemente un personaje histórico que vivió hace más de dos mil
años. Él está vivo hoy, y puede vivir en usted y en mí.
Dado que hay personas que, de hecho, cuestionan la
existencia de un Jesús histórico, un auténtico discípulo de Jesús ha
escrito: “Yo creo que Él es, mientras que ellos ni siquiera están
seguros de que Él haya sido; y, aunque ellos no están seguros de que
jamás haya hecho, yo sé que Él aún hace”.
Otro ha expresado la misma aplicación devocional de esta
forma: "Jesucristo es todo lo que dice ser, y puede hacer todo lo que
dice que puede hacer. Usted es todo lo que Jesús dice que usted es, y
puede hacer todo lo que Él dice que usted puede hacer, porque Él
es... ¡y Él está en usted!”.
Estas dos citas son aplicaciones personales de esta tercera
dinámica afirmación de Jesús: "Yo soy la Vida".
No hay otro Camino
Cuando Jesús afirma: “Yo soy el camino, y la verdad, y la
vida”, no se detiene allí. Cuando agrega a esta afirmación: “Nadie
viene al Padre, sino por mí”, está haciendo una afirmación muy
dogmática con respecto de sí mismo.
A lo largo de todo su Evangelio, Juan registra las
afirmaciones dogmáticas realizadas por Jesús. Recuerde que, en el
tercer capítulo de este Evangelio, Juan nos dice que Jesús,
básicamente, le dijo a Nicodemo: “Yo soy el Hijo único de Dios.
Como Hijo único de Dios, levantado sobre la cruz, soy la única
Solución de Dios para el problema del pecado en este mundo. Eso
significa que soy el único Salvador dado por Dios. Él no tiene otros
salvadores. Yo soy el único Salvador que Él ha enviado, y será mejor
que lo creas. Porque, si crees en mí, eres salvo; y si no crees en mí,
¡estás condenado!” (3:14-18).
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¡Eso es dogmático! Pero la verdad es siempre absolutamente
verdadera. Si dos más dos es cuatro, ese resultado siempre será
cuatro, y no puede ser otra cosa. Jesús estaba afirmando,
básicamente, que Él era la personificación de la Verdad, y que todo
lo que Él era y decía era la verdad. Por lo tanto, no tenía otra opción
más que la de ser dogmático. Jesús tenía que desacreditar todo otro
camino de salvación, porque decía la verdad cuando dijo: “Nadie
viene al Padre, sino por mí”. Por lo tanto, los apóstoles predicaron:
“No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Repito la conclusión de C. S. Lewis: Cuando uno estudia las
afirmaciones de Jesús, tiene solamente tres posibilidades: Puede
concluir que es un mentiroso; puede ser benévolo, y decir que era un
lunático; o postrarse, llamarlo Señor, y adorarlo.
Después de hacer estas tres grandes afirmaciones, Jesús,
ahora, provoca deliberadamente una pregunta que se convierte en un
pedido en la mente de Felipe, cuando dice: “Si me conocieseis,
también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le
habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.
Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me
has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (7,
8).
Juan registra en su Evangelio ciento veinticuatro ocasiones en
que Jesús menciona al Padre. Según Juan, Jesús hizo referencia a
Dios el Padre cuarenta y tres veces en este retiro en el aposento alto
con sus apóstoles. Básicamente, Felipe le dice: “Siempre nos estás
hablando del Padre, el Padre, el Padre. Muéstranos al Padre, y
entenderemos por qué Él es tan importante para ti, y por qué tendría
que ser tan importante para nosotros”.
La forma en que Juan registra la respuesta de Jesús a Felipe
nos presenta una de las más extraordinarias afirmaciones de Jesús en
cuanto a su deidad. Mientras Lucas nos presenta un Mesías que era
hombre y se identificó con nuestra humanidad, el autor del cuarto
Evangelio nos presenta a un Jesús que es más que un hombre. El
Jesús que Juan quiere que conozcamos, y en el que quiere que
creamos, es Dios. Vimos ese énfasis cuando señalamos las
afirmaciones que Él hizo en los capítulos 5 al 8.
Así como en este Evangelio se hace énfasis en que Jesús era
el Mesías y el Hijo de Dios, también se enfatiza la verdad de que Él
era Dios en carne humana (capítulos 5-8; 20:30, 31). Cuando Jesús le
dice a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, tenemos
una de las más fuertes y claras afirmaciones de Jesús en el sentido de
que Él era Dios. Jesús continúa respondiendo a esta pregunta-pedido
de Felipe cuando dice: “¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que
yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que
mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el
Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que
yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al
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Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para
que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi
nombre, yo lo haré" (14:9-14).
No olvide que las preguntas de Pedro, Tomás, Felipe y Judas
fueron deliberadamente provocadas por algo que dijo Jesús. La
respuesta de Jesús a esta pregunta de Felipe fue escrita por Juan en
los versículos 9 al 21. Entonces, Judas le hace una pregunta a Jesús.
La respuesta de Jesús a la pregunta de Judas se encuentra en los
versículos que llegan hasta el final de este capítulo. La forma en que
Jesús responde a estos dos apóstoles nos lleva al corazón del diálogo
que Jesús tiene con estos hombres en este retiro justo antes de su
arresto, muerte y resurrección.
El corazón de este diálogo en el aposento alto trata sobre la
dinámica que ellos deben tener para alcanzar al mundo para su Señor
con el evangelio que Él les ha enseñado y demostrado. Ellos fueron
entrenados para vivir, predicar y enseñar ese evangelio en todas las
naciones del mundo. Jesús presenta ahora un concepto que reforzará
en el capítulo 15, con su metáfora de la vid y los pámpanos (15:1-
16). Él ya ha enseñado anteriormente este concepto, al decir: “Yo y
el Padre uno somos” (Juan 10:30). En su respuesta a Felipe, le
pregunta: “¿Crees que yo soy en el Padre, y el Padre es en mí?”.
Después, los desafía a creer en esta afirmación basándose en la
innegable realidad de las obras de las que han sido testigos durante
los últimos tres años.
Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”, bien podría
haber completado el gesto juntando sus manos, porque, básicamente,
estaba diciendo: “Yo y el Padre estamos absolutamente unidos. Yo
estoy en unión con el Padre, y el Padre está en unión conmigo. Yo
estoy relacionado con el Padre, y el Padre está relacionado conmigo.
Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí. Cada palabra que hablo y
cada obra que hago, es, simplemente, consecuencia de la relación que
tengo con el Padre”.
Básicamente, está diciendo: “Hace ya tres años que ustedes están
fascinados por las palabras que me han oído hablar y las obras que me han
visto hacer. Deben comprender que la Palabra del Padre fue pronunciada en
la Tierra a través de mí, y la obra del Padre ha sido hecha en la Tierra a
través de mí, porque somos uno. Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí.
Así que, toda palabra que me oigan decir y toda obra que me vean hacer es,
en realidad, la Palabra y la obra del Padre, una consecuencia de mi unidad
con el Padre”.
Ahora llegamos a la parte más emocionante de este Discurso del
Aposento Alto, cuando, palabras más, palabras menos, Jesús dice: “Les
digo la verdad; todo aquel que tiene fe en mí hará lo que yo he estado
haciendo. Hará cosas aun mayores que estas, porque yo voy al Padre.
Ahora, los dejaré; y cuando me vaya, le pediré al Padre que les dé el
Espíritu Santo. Cuando ese Consolador venga, si ustedes son uno con Él
como yo soy ahora con el Padre, entonces, mi Palabra será hablada en la
Tierra a través de ustedes y mi obra será hecha en la Tierra a través de
ustedes”.
Descubrimos uno de los mayores desafíos del Nuevo
Testamento cuando Jesús, básicamente, promete: “Si ustedes son uno
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con el Espíritu como yo soy con el Padre, harán aun mayores obras
que estas, porque yo voy al Padre” (12).
Los apóstoles no tenían forma de captar la gloriosa realidad
de la promesa de que quienes creyeran en Jesús podrían hablar como
Él habló y hacer las obras que Él hizo, hasta que comprendieron este
concepto de que Jesús era en el Padre, y el Padre era en Jesús. Sin
duda, no comprendían lo que Jesús estaba diciendo cuando prometió
que quienes creyeran en Él harían mayores obras que las que Él había
hecho.
Esto, obviamente, significa que las obras serán mayores en
sentido de cantidad, más que de calidad. Más adelante, en este
diálogo, Jesús enseñará que es conveniente que Él se vaya y deje esta
misión de alcanzar el mundo en manos de estos once hombres (16:7).
Lo que quiere decir es que, cuando estos hombres comprendan y
experimenten la dinámica que Él está comenzando a enseñar, y que
ilustrará más tarde en el huerto, habrá un orden nuevo, ya que habrá
más de ellos, que aplicarán esta dinámica en todo el mundo
simultáneamente.
El apóstol Pablo escribe que Cristo se vació de atributos
divinos como la omnipresencia, la capacidad de estar en todas partes
al mismo tiempo (Filipenses 2:7). Una de las dimensiones intrigantes
de la vida y el ministerio de Jesús es que Él hizo impacto en todo el
mundo sin radio, sin televisión, sin escribir libros, ni usar
computadoras ni teléfonos celulares, y sin viajar más que unos pocos
cientos de kilómetros durante toda su vida. Cuando dice estas
palabras, Jesús sabe que estos hombres pronto serán “su cuerpo”, y
que Él será omnipresente en ellos y, a través de ellos, en todo el
mundo.
Jesús invirtió tres años de su breve vida en entrenar a estos
apóstoles. Los desafió en lo que suelo llamar “el primer retiro
cristiano”. Después de ese retiro, los comisionó para que fueran sus
“apóstoles”, es decir, ‘enviados’. El significado de esta palabra es
similar al de la palabra “misionero” que usamos en la actualidad. La
enseñanza impartida en ese retiro, que está registrada en tres
capítulos del Evangelio de Mateo, es conocida como “el Sermón del
Monte” (Mateo 5-7).
Ellos han estado con Jesús durante sus tres años de ministerio
público. Han escuchado todas sus enseñanzas, han observado todos
sus milagros y han escuchado el diálogo hostil con los líderes
religiosos. Generalmente no pudieron escuchar las conversaciones,
pero han observado el entorno y los resultados de todos los
encuentros que Jesús ha tenido con diferentes personas.
Hemos aprendido que, cuando algunos de estos hombres
conocieron a Jesús, Él los desafió a ir a ver dónde y cómo vivía.
Según una traducción, cuando les dio lo que llamamos “la Gran
Comisión”, les ordenó que hicieran discípulos y les enseñaran todas
las cosas que Él les había ordenado que observaran (Mateo 28:18-
20). Ahora, hace ya tres años que ellos viven con Él y, como
discípulos suyos, observan su vida.
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Alguien ha dicho que Jesús hizo tres cosas con estos
hombres: les enseñó, les mostró, y los envió para ganar experiencia
en el ministerio y los entrenó. Ahora estamos por estudiar la forma
en que Juan registra cómo Jesús comisiona a estos apóstoles y los
envía a alcanzar a todo el mundo para Él.
Cuando Juan escribió, en su prólogo, que la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo, quería decir que la verdad vino por
medio de Moisés y de Jesús, pero Jesús acompañó la Verdad que Él
era con la gracia necesaria para vivirla y aplicarla. Entre otras cosas,
significa que la voluntad de Dios nunca nos llevará donde su gracia
no pueda guardarnos. También significa que Jesús no nos daría una
comisión sin darnos, con ella, la gracia para obedecer esa comisión.
Cuando Jesús responde a Felipe y a Judas, está comenzando a
describir la dinámica que alcanzó al mundo para Él. Quinientos años
después que Él comisionó a estos apóstoles, el Evangelio de
Jesucristo era conocido y creído en todo el mundo romano.
Como he señalado, en el capítulo 16, Él dice que este arreglo
es “conveniente” o necesario. En ese capítulo, Juan registra que Jesús
les dijo, básicamente, a estos hombres: “Les conviene que yo
entregue este cuerpo, porque, cuando lo haga, en cualquier lugar que
haya uno de ustedes, yo estaré en ustedes y ustedes en mí, así como
yo estoy en el Padre y el Padre está en mí ahora. Eso significa que,
en cualquier lugar donde haya uno de ustedes, yo estaré allí”.
Esto significa que, si usted anda y sirve en unión con Él, y Él
está trabajando en usted y por medio de usted, cuando usted cae,
exhausto, en su cama, por la noche, al otro lado del mundo, sus
hermanos y hermanas, que también andan con Jesús y lo sirven, se
levantan para comenzar su día de andar con Jesús y servir a Jesús.
Nunca hay un momento en que Jesús no sea servido en este mundo, o
no se exprese en su iglesia y a través de ella.
Esta es una enseñanza muy dinámica, y Jesús nos da una
extraordinaria promesa relacionada con ella: “Y todo lo que pidiereis
al Padre en mi nombre, lo haré" (13).
Esto no significa que podemos tener todo lo que queramos.
Hay ciertas condiciones que debemos cumplir al orar. Debemos pedir
“en su nombre”, es decir, de una manera que haga posible que el Hijo
dé gloria al Padre. Pedir en su nombre es pedir en su lugar, o
preguntarse: “¿Qué pediría Jesús?”. Pablo escribe que, si amamos a
Dios y somos llamados según su propósito, entonces, “todas las cosas
[...] ayudan a bien” (Romanos 8:28). Al leer estas palabras,
deberíamos hacernos esta pregunta: “¿El bien de quién? ¿El nuestro,
o el de Dios?”.
En su breve carta, que encontraremos cerca del final del
Nuevo Testamento, Juan hace énfasis en la condición de que, cuando
oremos, debemos hacerlo según la voluntad de Dios (1 Juan 5:14).
Pedir en su nombre significa pedir de manera coherente con la
esencia de quién es Jesús y con aquello que glorifica al Padre.
Entonces, podremos pedir cualquier cosa, y Él lo hará.
Ahora, Jesús les muestra la clave de esa dinámica, al decirles:
"Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al
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Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para
siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir,
porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora
con vosotros, y estará en vosotros.
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco,
y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo
vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que
yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene
mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él"
(14:15-21).
La larga respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe parece
calculada para provocar una pregunta de otro apóstol, llamado Judas.
El nombre Judas era muy común en esa época. Este es el apóstol
Judas, no el Iscariote. Su pregunta fue: “Señor, ¿cómo es que te
manifestarás a nosotros, y no al mundo?”. Jesús respondió: “El que
me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras;
y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”
(22-24).
La pregunta de Judas es, en realidad, muy práctica, una
excelente pregunta. Jesús ha estado diciendo que va a morir. Eso es a
lo que se refiere cuando les dice que se irá a un lugar al cual ellos no
podrán ir en ese momento. También les dice que tendrán una relación
más estrecha cuando Él se ha ido a ese lugar donde ellos no pueden
ir. Judas, básicamente, pregunta: “¿Cómo es que tendrás esa relación
más estrecha con nosotros, si los no creyentes que nos rodean no
sabrán que tenemos esa relación?”.
Observe que, al responder la pregunta de Judas, Jesús repite
lo que enseñó en su respuesta a Felipe, cuando dijo: “Si me amáis,
guardad mis mandamientos” (15). Al responder las preguntas de
Felipe y de Judas, Jesús nos da otra respuesta para la pregunta de qué
es la fe. Nos enseña que la fe es sinónima de obediencia.
Santiago, el hermano terrenal de Jesús, concuerda con su
Hermano cuando escribe que no existe la “fe sola”, es decir, la fe sin
evidencias que acompañen y validen la fe auténtica. Según Santiago,
la fe siempre será acompañada y validada por obras, es decir,
obediencia (Santiago 2:14-24). Básicamente, Santiago escribe que:
“La fe sola puede salvarnos, pero no existe la fe sola”. Un pastor
luterano alemán, llamado Dietrich Bonhoeffer, escribió: "Solo el que
cree, obedece; y solo el que obedece, cree”.
Jesús también enseña que la obediencia es la forma en que un
auténtico discípulo suyo expresa su amor por Él. De hecho, dice: “Si
ustedes me aman de verdad, demostrarán su amor y le darán validez
por medio de su obediencia a lo que yo les ordeno” (15, 21).
Aquí, Jesús le dice a Judas lo mismo que le dijo a Felipe
cuando respondió su pregunta (9-16). Cuando estudiamos cómo
Jesús le respondió a Felipe, debemos observar cómo la conjunción
“y” relaciona la obediencia a sus mandamientos con su promesa: "Y
yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
12
vosotros para siempre". Básicamente, Jesús le dijo a Felipe: “Tú haz
tu parte, y yo haré la mía”. En su respuesta a Judas, observe el mismo
principio: la obediencia lleva a una relación con el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo harán su hogar en
quienes obedezcan la Palabra de Jesús (23-26).
Cuando Dios desea hacer algo en nuestra vida, como los dos
lados de una moneda, encontramos, vez tras vez, que siempre hay
una parte que le corresponde a Dios, y otra que nos corresponde a
nosotros. Al estudiar lo que Jesús enseñó en sus respuestas a Felipe y
Judas, debemos preguntarnos: “¿Cuál es la parte que hace Dios, y
cuál la que le corresponde a la persona, en el nuevo nacimiento?
¿Tenemos una parte que cumplir en el milagro de que nazcamos de
nuevo?”. Según Jesús y su hermano, sin dudas, tenemos un rol que
cumplir en nuestro nuevo nacimiento. Ese rol puede resumirse en una
palabra: creer. La parte que nos toca cumplir en el nuevo nacimiento
es una fe auténtica.
En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dijo que debemos
nacer de nuevo. Dos veces, este distinguido rabí le preguntó: “¿Cómo
se hace?”. En una palabra, la respuesta de Jesús fue: “Cree”.
Nosotros creemos, Dios hace su parte, y nacemos de nuevo. La parte
que le toca a Dios es misteriosa, como el viento. En el tercer capítulo
aprendimos que no es necesario que comprendamos lo que Dios hace
en el nuevo nacimiento, como no es necesario que entendamos de
obstetricia para nacer físicamente. Solo necesitamos comprender
nuestra parte, que es creer.
Cuando Jesús les presenta a los apóstoles la milagrosa
realidad de la venida del Espíritu Santo, según lo que Él les dice,
¿cuál es la dinámica que lleva a la relación con el Espíritu Santo? La
palabra clave, que abre las puertas al ministerio del Espíritu Santo en
nuestras vidas, es “obedecer”. “Si me amáis, guardad mis
mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (14:15, 16).
Jesús da el Espíritu Santo a quienes lo aman, y demuestran y dan
validez a ese amor por medio de su obediencia a Él.
En el día de Pentecostés, cuando se producían todas las
señales y los prodigios, Pedro predicó que el Cristo vivo y resucitado
estaba dando su Espíritu Santo a quienes lo obedecían (Hechos 2:33;
5:32). El requisito previo que debe cumplirse para que Cristo dé el
Espíritu Santo en realidad y poder era entonces, y es ahora, obedecer.
Cuando Jesús les presentó a sus apóstoles el concepto de la
venida del Espíritu Santo, dejó muy en claro que la obediencia es la
clave para recibir el Espíritu Santo y relacionarse con el Espíritu
Santo. Por lo tanto, no debería sorprendernos escuchar que Pedro
anuncia que el Espíritu Santo es dado a quienes lo obedecen.
Según los primeros capítulos del Libro de los Hechos, el
Espíritu Santo fue dado para equipar a los discípulos para que
pudieran obedecer y poner en práctica la Gran Comisión. Cuando
Jesús dio la Gran Comisión, les dijo a sus seguidores que no la
obedecieran hasta que tuvieran el poder que recibirían en el día de
Pentecostés (Hechos 1:8; 2:1, 4; 5:32). El Espíritu Santo no es dado a
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
13
los creyentes simplemente para que tengan una experiencia de gozo.
Les es dado para que puedan obedecer los mandamientos de
Jesucristo; especialmente, su Gran Comisión.
Jesús les dice, también, a estos hombres que están con Él en
el aposento alto, que va a darles al Espíritu Santo porque no quiere
abandonarlos y dejarlos huérfanos. Entonces, hace una promesa que
es difícil de entender. Resumiendo versículos como estos, que
registran su respuesta a la pregunta de Judas, debemos concluir que
Dios existe en tres Personas, y que cada una de esas tres Personas es
Dios. Las tres Personas de la Trinidad, que son mencionadas aquí —
Dios el Padre, Jesucristo el Hijo, y el Espíritu Santo—, vienen a
morar en usted y en mí cuando obedecemos las palabras de Jesús,
según lo que Jesús mismo enseña aquí en respuesta a las preguntas de
Felipe y Judas.
Básicamente, lo que Jesús dice aquí, en el capítulo 14, es:
“Yo me iré, pero, después que yo regrese al Padre, después que haga
lo que es conveniente y entregue este cuerpo terrenal, ustedes y yo
estaremos más cerca que lo que jamás hayamos estado. Yo me
revelaré a ustedes y, porque yo vivo, ustedes también vivirán.
Estaremos más cerca y seremos más unidos que lo que hemos sido
jamás mientras estuve limitado por este cuerpo en el que ya he vivido
treinta y tres años”.
Podemos ver cómo estas palabras de Jesús motivaron que
Judas preguntara: “Señor, ¿cómo vamos a tener esta relación? ¿Cómo
es que tendrás esa relación más estrecha con nosotros, si los no
creyentes que nos rodean no sabrán que tenemos esa relación?
¿Cómo vas a hacer eso?”.
Un estudio más profundo de la respuesta de Jesús a la
pregunta de Judas nos muestra la dinámica que lleva a la intimidad
con Cristo por medio del Espíritu Santo, que es, básicamente: “Si una
persona me ama, obedecerá mi enseñanza. Entonces, cuando esa
persona obedezca, mi Padre la amará, y vendremos a ella y haremos
nuestra morada en ella. La persona que no me ama, no obedecerá mis
enseñanzas, y no estableceremos una relación con ella” (23-26).
Jesús sella esta dinámica respuesta con la siguiente
afirmación: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra
que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho
estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas
las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (24-26).
Jesús resume sus respuestas para las cinco preguntas que
estos apóstoles le han hecho cuando pronuncia estas palabras de
consuelo para los atribulados hombres: “La paz os dejo, mi paz os
doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro
corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y
vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he
dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo. Y ahora os
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
14
lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis" (27-
29).
Sus palabras de paz y consuelo son seguidas por la dura
realidad: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el
príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. Mas para que el
mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así
hago. Levantaos, vamos de aquí” (30, 31).
En sus respuestas a las preguntas que los apóstoles le han
formulado, Jesús ha enseñado profundas verdades. Por segunda vez,
los consuela, ahora, diciéndoles que no deben turbarse sus corazones.
Debemos recordar que estos hombres estaban terriblemente
asustados, porque sabían que los judíos estaban tramando formas de
convencer a los romanos de que Jesús fuera muerto. Por las cosas
que Jesús les ha dicho, también tienen razones para creer que ellos
morirán con su Señor. En el capítulo 12, leemos que Jesús les dijo
que iba a caer a la tierra para ser enterrado como una semilla, de
manera de poder llevar fruto, y que requería eso mismo de quienes se
consideraban sus discípulos. Finalmente, todos, menos uno de ellos,
seguirían a su Señor en el martirio.
La tradición nos dice que el autor de este Evangelio fue
introducido en aceite hirviendo, pero no murió. Fue exiliado en la
isla de Patmos, de donde escapó, y vivió hasta ser muy anciano,
cuando escribió este Evangelio, varias décadas después de los
Evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Los otros diez
apóstoles que escucharon las palabras de Jesús murieron como
mártires. Probablemente, al escuchar estas respuestas de Jesús,
creyeron que su martirio sucedería en ese momento.
Cuando Jesús termina de responder sus preguntas,
encontramos, en sus últimas palabras, una frase que, según he
descubierto, puede dar gran consuelo a quienes perdieron a un ser
amado que vivió en Cristo y lo sirvió bien durante muchos años.
Muchas veces, estando frente a la tumba de un cristiano devoto, he
leído estas palabras: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque
he dicho que voy al Padre” (28).
El sermón fúnebre de Jesús
Una manera de resumir este capítulo es decir que Jesús sabe
que está a punto de morir y ha decidido predicar un sermón para su
propio funeral. Muchas veces he pensado que, con los sofisticados
equipos electrónicos de que disponemos hoy, un pastor podría muy
bien grabar el sermón para que su propia congregación pueda
escucharlo en el funeral. Básicamente, este mensaje de Jesús dice:
“No se angustien, porque hay un lugar. Yo voy a ese lugar, y voy a
prepararlo para ustedes. Después, volveré y los llevaré conmigo a ese
lugar, ¡y estaremos juntos allí para siempre!”. Aunque es cierto que
el tema de su Epístola a los Efesios es que el cielo es una dimensión
espiritual en la que podemos vivir ahora, el apóstol Pablo también
escribe que el cielo es un lugar en el que viviremos para siempre con
el Señor (1 Tesalonicenses 4:13-18).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
15
Cuando Jesús les dice a los apóstoles la buena noticia de que,
en la casa de su Padre, hay muchas habitaciones, esa declaración
podría parafrasearse de este modo: “En el universo hay muchos
lugares donde vivir”. El cielo es un lugar. ¡Dado que somos
creyentes, iremos allí y viviremos allí con nuestro Señor para
siempre! Y, porque creemos en ese lugar, no debemos angustiarnos.
El segundo punto importante del sermón fúnebre de Jesús es:
“No se angustien, porque hay una Persona”. La venida del Espíritu
Santo es la gran Fuente de consuelo que Jesús prometió a estos
hombres en el aposento alto. La palabra griega que se traduce como
“Consolador” es, en realidad, Paracleto, que significa ‘el que viene
junto con nosotros, que se une a nosotros para ayudarnos’.
Jesús tendrá más que decir sobre el Espíritu Santo en el
capítulo 16. Pero, en este capítulo, la promesa de una Persona que el
Señor describe como “el Consolador” es la segunda razón por la que
estos hombres no debían angustiarse. Aunque Él va a dejarlos, en el
sentido de que va a morir, no deben angustiarse, porque “hay una
Persona”.
El tercer punto importante de su sermón fúnebre es “No se
angustien, porque hay una Paz”. El discípulo que cree en Dios y en
Jesús tiene un optimismo inquebrantable que proviene de la
esperanza segura de que hay un lugar, y de que va a estar con su
Señor siempre en ese lugar. Cree en la promesa de Jesús de que hay
una Persona, el Espíritu Santo, que se pondrá junto a él e irá a su lado
para ayudarlo y consolarlo. En los versículos que cité anteriormente,
Jesús dice que quienes creen en ese lugar y esa Persona también
experimentarán la Paz que Jesús prometió dejarles y darles
personalmente (27-31).
Cuando ellos creen en Jesús y viven la relación con el
Espíritu Santo, tienen lo que el apóstol Pablo llama “la paz de Dios,
que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Podríamos
llamarla “la paz que no tiene sentido”, ya que es la paz que Cristo da,
la que es mencionada como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22).
Es una paz que Él les da a sus discípulos por medio del Espíritu
Santo cuando sus circunstancias son tan adversas que nadie esperaría
que ellos tengan paz.
Con la posible excepción de Juan, cuando estos apóstoles
murieron, todos de formas horribles, como mártires, podemos saber
con seguridad que murieron con la paz que Jesús les prometió en ese
aposento alto. Jesús no estaba hablando de la paz del mundo cuando
les hizo esa promesa a los apóstoles. Él prometió darnos una paz
interior, y una paz con los demás, que toda la humanidad anhela
desesperadamente. Jesús, en realidad, enseñó todo lo opuesto de la
paz mundial. Antes de salir de este lugar de retiro, Él les dirá que van
a tener tribulación en este mundo, pero Él ha vencido al mundo por
medio de la fe, y ellos pueden vencer los sufrimientos que deberán
pasar, por medio de la fe (16:33; 1 Juan 5:4).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
16
Capítulo 2
La magnífica metáfora
Las últimas palabras que leemos en el capítulo 14 del
Evangelio de Juan nos indican que Jesús y sus apóstoles están a
punto de abandonar el aposento alto. Luego pasan a un huerto donde
Jesús usa una metáfora para ilustrar y ampliar la esencia de lo que ha
enseñado a estos hombres en el aposento alto. Hasta ahora, el centro
de este diálogo que llamamos “discurso” ha sido que Jesús les dijo
que la Palabra y la obra del Padre han sido pronunciadas y cumplidas
en la Tierra por medio de Él, porque Él y el Padre son uno. Todo lo
que ellos lo han escuchado decir, y todas las obras que lo han visto
hacer, son consecuencia de la gloriosa realidad de que Él está en
relación perfecta con el Padre.
Ahora, Jesús les presenta a sus apóstoles una de sus metáforas
más profundas, y al mismo tiempo, más simples. Baja una rama de
una vid cargada de fruto y dice, de hecho: “Así como estas ramas
producen abundante fruto porque están unidas a esta vid, si ustedes
están unidos a mí, tendrán fruto”.
Jesús habla de tres etapas de la fructificación: aquel que no da
fruto; el que da fruto; y el que da mucho fruto. Hay, en esta metáfora,
cuatro símbolos que tienen un profundo significado: hay una vid,
pámpanos (ramas), fruto, y un Labrador. De la manera que Jesús
interpreta y aplica esta metáfora, Él es la vid, los apóstoles son las
ramas, el fruto es el milagro de que su Palabra sea hablada y la obra
de su reino / iglesia sea hecha en la Tierra a través de ellos. El
Labrador, en esta metáfora, es Dios.
Hay dos proposiciones básicas que se refieren, claramente, a
su interpretación y aplicación de esta metáfora: sin Él, estos
apóstoles, y los discípulos, no pueden hacer nada; y Él no desea
hacer nada sin ellos. En la metáfora, el fruto no crece en la vid. Solo
cuando la vida que da energía fluye de la vid a las ramas y a través de
ellas, se produce vida. En esta metáfora, Jesús es “una vid en busca
de ramas”.
Después de enseñar, interpretar y aplicar la metáfora, Jesús
les da una exhortación que podría titularse: “Ocho razones por las
que debemos dar fruto”. Trate de descubrir estas ocho razones
mientras lee los primeros dieciséis versículos de este capítulo 15 del
Evangelio de Juan:
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva
fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis
limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo
en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis
hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano,
y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
17
todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre,
en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre
me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.
Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco
en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como
yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su
vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que
hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que
oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a
mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y
llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (15:1-16).
En cierto sentido, los apóstoles han estado “asistiendo al
seminario” durante tres años con Jesús. Lo que yo llamo “el último
retiro cristiano” podría ser considerado, también, su ceremonia de
graduación, y esta parte del discurso puede ser considerada el
mensaje de graduación de Jesús para ellos. Su apasionado mensaje de
graduación es un desafío para ellos en el que les dice que existen, al
menos, ocho razones por las que deben dar fruto.
Razón número 1
Primero, les dice, básicamente, que deben dar fruto, porque
no puede haber un auténtico discípulo suyo que no dé fruto (2, 6). De
hecho, está diciendo que, si hubiera en Él una rama que no diera nada
de fruto, su Padre la cortaría y la echaría a un costado, donde
quedaría sobre el suelo hasta que los hombres la recogieran para
echarla al fuego. Jesús está diciendo: “Una rama mía que no dé fruto
es inaceptable para mi Padre, que es el Labrador”.
Cuando Jesús les dice sus últimas palabras a estos hombres
que ha entrenado durante tres años, la primera razón que les presenta,
por la que ellos deben dar fruto, es, simplemente, la extraordinaria,
clara y dinámica declaración de que deben dar fruto porque: “Así
demostrarán que son mis discípulos” (ver v. 8). La interpretación y
aplicación para nosotros, en la actualidad, es que no puede existir un
discípulo de Jesús que no dé fruto. Esto es un ejemplo de lo que un
erudito ha llamado “las duras palabras de Jesús”. Hay momentos en
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
18
que, cuando debo interpretar y aplicar las enseñanzas de Jesús, me
veo obligado a decir: “No lo digo yo; ¡lo dijo Jesús!”. Esta es una de
esas veces.
Durante más de veinte siglos, gran parte de este mundo ha
dividido la historia humana en dos partes: antes de Jesús, y después
de Jesús. Cuando un hombre vive solamente treinta y tres años, y el
mundo usa su nacimiento como marca del comienzo de una era,
debemos llegar a la conclusión de que ese hombre ha hecho un
impacto significativo sobre el mundo. Otra forma de decir lo mismo
sería decir que Jesús vivió una vida fructífera. Por lo tanto,
cualquiera que sostenga que es discípulo de Jesús debe demostrar la
validez de su afirmación dando fruto. Es impensable que afirmemos
ser discípulos de Jesús sin dar fruto.
Razón número 2
En este mismo versículo, Jesús declaró la segunda razón por
la cual estos hombres en quienes había invertido tanto debían ser
fructíferos: Deben dar fruto, porque así glorificarán a su Padre (8).
¿Cómo glorificó Jesús al Padre? Él les da la respuesta a esa pregunta
cuando ora al Padre y dice: “Yo te he glorificado en la tierra; he
acabado la obra que me diste que hiciese” (17:4). ¿Cómo iban a
glorificar a Dios estos apóstoles? Terminando la obra que Jesús les
dio para hacer. La aplicación, para nosotros, es que debemos dar
fruto porque, cuando damos fruto, glorificamos a Dios.
Razones 3 y 4
Jesús les dio una tercera y una cuarta razón por las cuales,
como discípulos suyos, debían dar fruto, cuando dijo: "Estas cosas os
he hablado, para que mi gozo esté en vosotros [o ‘eche raíces en
vosotros’], y vuestro gozo sea cumplido” (11). ¿Se ha dado cuenta de
que usted y yo podemos llenar de gozo el corazón de nuestro Señor
Jesucristo? Ver fruto en nuestra vida es algo que le da mucho gozo a
Él. Esa es la tercera razón por la que los apóstoles deben dar fruto,
según este discurso inaugural de Jesús.
La cuarta razón es: “...que vuestro gozo sea cumplido” (11).
Como la paz de Dios, el gozo es condicional. ¿Ha estudiado usted lo
que la Biblia enseña sobre las condiciones que deben cumplirse para
que experimentemos el gozo del Señor? El gozo del Señor forma
parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23). Uno de mis autores
favoritos nos recuerda que “El dolor y el sufrimiento son inevitables,
pero sentirse miserable es opcional” para el creyente lleno del
Espíritu Santo, ya que el Espíritu Santo puede dar gozo a un creyente
aun cuando este atraviese grandes adversidades.
Este gozo podría ser calificado de “felicidad que no tiene
sentido”. La paz y el gozo de los que se habla en estos versículos
podrían ser llamados “paz, pase lo que pase”, o “felicidad, pase lo
que pase”. Podemos experimentar la paz y el gozo que Jesús
prometió darnos —pase lo que pase, es decir, a pesar de nuestras
circunstancias—, porque no provienen de nosotros. Vienen del
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
19
Espíritu Santo, o del Cristo resucitado, que vive en nuestros
corazones.
Otro de mis autores preferidos escribió: “Algunas personas
creen que el gozo cae del cielo como si fuera un paquete, y que cae
sobre algunas personas (generalmente, los demás) y no sobre otras
(es decir, nosotros). Pero la Biblia no enseña eso”. Según lo que
Jesús enseña aquí, una de las causas del gozo es dar fruto. Pablo
escribe: “Así que, examine cada uno su obra, y entonces tendrá
motivo de orgullo solo en sí mismo y no en otro” (Gálatas 6:4,
RVA).
Cuando yo era un pastor muy joven, el pastor principal de la
iglesia donde yo servía, que me guió en Cristo y en el ministerio, me
envió a una iglesia, hija de la nuestra, que él había fundado en otra
ciudad. Yo no quería dejar el equipo pastoral de esta iglesia grande
para iniciar otra nueva. Me gozaba en el milagro de que Dios lo
bendecía con un ministerio muy fructífero. Él me explicó que yo
tendría gran gozo si probaba que Dios podía darme un ministerio
fructífero, y aplicó el versículo que he citado a esta nueva tarea que
me asignaba.
Después de trece años, cuando el Cristo vivo y resucitado me
había bendecido con un ministerio fructífero en esa nueva iglesia, yo
estaba muy agradecido para con mi pastor, porque él sabía que
aquella tarea, en última instancia, iba a dar gozo al Señor, y mucho
gozo a mí también. No estoy sugiriendo que a otras personas también
les lleve trece años. Lo que quiero decir es que esta es la clase de
gozo que Jesús describe y prescribe cuando dice: “Les digo estas
cosas, porque quiero que ustedes sean motivo de gozo para mí, y
quiero que ustedes también estén llenos de gozo”.
Razón número 5
La quinta razón por la que Jesús les dijo a sus discípulos que
debían dar fruto es que Él los eligió para que llevaran fruto: “No me
elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca;
para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé"
(16).
Estos hombres habían elegido seguir a Jesús. Habían tomado
decisiones y compromisos deliberados para con Él. Los que eran
pescadores no trataron de llevar sus barcas sobre las espaldas.
Simplemente dejaron las barcas y sus negocios como pescadores.
Imagine los pensamientos que habrán cruzado a toda velocidad por
su mente cuando escucharon a Jesús decir, de hecho: “Yo sé que
ustedes han tomado ciertas decisiones, y que creen que ustedes me
han elegido. Pero la verdad es que ustedes no me eligieron a mí. Yo
los elegí a ustedes, y los he puesto para que lleven fruto” (15:16).
La palabra “puesto” es traducción de una palabra griega que
aparece solo tres veces en el Nuevo Testamento. Significa ser
colocado estratégicamente como una vela en el candelero, según la
metáfora que Jesús relató en la montaña (Mateo 5:14-16). En este
versículo, Jesús dice: “Yo los elegí, y los estoy ubicando
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
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estratégicamente como una vela en un candelero, en este mundo
oscuro, para que den fruto. Deben dar fruto, porque yo los elegí para
que fueran fructíferos”.
Razón número 6
Después, les da la sexta razón por la que deben ser
fructíferos. Deben dar fruto, porque han experimentado el amor de
Jesucristo, y Él desea que compartan ese amor con el mundo: “Como
el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en
mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor” (9, 10). Obviamente, está repitiendo su
Gran Mandamiento, que está registrado en el capítulo 13 (34, 35).
También repite la enseñanza de que demostramos que amamos a
nuestro Señor cuando obedecemos sus mandamientos.
Cuando Jesús ora por estos hombres y por los que van a creer
por medio de ellos, ora para que vivan de modo que todos sepan y
crean que Dios amó de tal manera al mundo que entregó a su Hijo
unigénito para que el mundo tuviera salvación. Después, ora, de
hecho, para que las personas de este mundo se den cuenta, por la
manera en que sus seguidores aman, de que Dios los ama tanto como
ama a su Hijo unigénito (3:16; 17:22, 23).
Estos hombres habían experimentado el amor de Jesús
durante tres años, pero los perdidos de este mundo no habían
experimentado ese amor. Por tanto, Él les dice a estos hombres, a los
que había amado durante tres años, que ellos debían compartir su
amor con el mundo entero. Esta comisión de amar como Él amó es
otra razón por la que quienes han conocido su amor deben dar fruto.
En el contexto de esta enseñanza, Jesús hace la tremenda
afirmación de que no hay amor más grande en el mundo que el que
una persona demuestra cuando entrega su vida por otra. En las
inspiradas cartas del Nuevo Testamento que fueron escritas para
instrucción de los creyentes, esta enseñanza se aplica cuando se
ordena a los esposos que amen a sus esposas como Cristo amó a la
iglesia al entregar su vida por nuestra salvación. A las mujeres se les
ordena que completen a sus esposos y se centren en los demás,
entregando sus vidas por sus esposos e hijos. En nuestras culturas,
tan egoístas, la mayoría de los hombres y las mujeres están
demasiado preocupados por sí mismos como para absorber y aplicar
estas enseñanzas. ¡Cuánto necesitamos escuchar este desafío de
Jesús, de que no hay mayor amor que este, que alguien entregue su
vida por los demás, comenzando por nuestro matrimonio y nuestro
hogar!
Razón número 7
La séptima razón por la que deben dar fruto es que el
Labrador —Dios Padre— está apasionadamente comprometido con
el hecho de que ellos den fruto. Lea con detenimiento el versículo
dos y observe: Cuando nuestro Padre celestial encuentra en su viña
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
21
una rama que da fruto, la corta, es decir, la poda, para que dé más
fruto.
Hace muchos años, un matrimonio devoto que conocí me
ayudó a comprender esta profunda metáfora de Jesús. Ellos me
explicaron con gran detalle cómo habían tomado la decisión de
retirarse anticipadamente de una posición muy estresante en el
ámbito empresarial, y comprar algunos viñedos en el norte de
California, en Estados Unidos. Dado que no sabían nada sobre el
trabajo de los viñedos, contrataron a un viejo y experimentado
viñador para que les mostrara lo que debían saber y hacer.
Lo primero que el viñador les dijo fue que recorrieran todos
los viñedos y cortaran las ramas muertas que no habían producido
fruto durante la cosecha anterior.
Cuando terminaron esa tarea, los alentó mucho ver que
comenzaban a salir unos brotecitos verdes en las vides. Pero el viejo
viñador dijo: “Estos son, simplemente, ‘brotes chupadores’. Deben
recorrer los viñedos otra vez y cortarlos, porque, si no lo hacen,
nunca tendrán la calidad y la cantidad de uvas que ustedes desean. Se
llaman ‘brotes chupadores’ porque absorben la energía vital de la vid
en la que crecen y, por consiguiente, la vid no puede producir el fruto
que queremos que produzca”.
Mis amigos me contaron que, una vez más, se pusieron muy
contentos al ver que en sus vides aparecían unas pequeñas uvas
verdes. Pero, por tercera vez, el viejo viñador les dijo: “Ahora vamos
a recorrer una vez más los viñedos, y cortaremos esas uvas; porque,
si no, no tendrán la calidad y la cantidad de uvas que quieren
cosechar”.
Este piadoso matrimonio me contó que, entonces,
comprendieron por primera vez el segundo versículo de este gran
capítulo. Jesús enseñó que, cuando el Padre Labrador encuentra una
rama que está en la relación correcta con la Vid y da fruto, la poda,
porque quiere ver en ella lo que Él llama “más fruto”, mucho fruto
producido por esa rama.
Entonces, yo les respondí diciendo que su experiencia como
novatos dueños de un viñedo me había ayudado a aplicar esta
profunda metáfora de Jesús a hechos sucedidos en mi vida y mi
ministerio. Creo que el Señor vio mi ministerio de la década de los
setenta, y vio que había dado fruto. Yo estaba en la relación correcta
con Él y daba fruto para Él. Pero el Señor no estaba satisfecho con la
cantidad ni con la calidad del fruto que recibía de mi vida. Por lo
tanto, dijo: “Voy a podarlo, para hacerlo más fructífero”.
Así que, hacia el final de la década de los ochenta, quedé
totalmente paralizado por una enfermedad incurable. A principios de
los ochenta comencé a sentir la parálisis, y ya hace muchos años que
estoy totalmente cuadriplégico, confinado a mi casa. La gente ve mi
enfermedad y dice: “¡Dios mío, qué adversidad tan terrible!”. Pero yo
les digo: “No, no es una adversidad. Es una poda. Es una poda hecha
por mi Padre celestial, que me ama demasiado como para verme
limitado a una profundidad de un par de centímetros en unos cientos
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
22
de kilómetros de extensión —es decir, ocupado en muchas cosas—,
dando fruto, pero no tanto como Él desea que dé”.
Desde 1980, estoy trabajando en el ministerio más fructífero
de toda mi vida. Nunca habría experimentado este fructífero
ministerio si hubiera estado sano y con el pleno uso de mi cuerpo.
Amo al divino Labrador, porque Él me podó para que no perdiera la
mayor oportunidad de dar lo que Jesús llamó “fruto que permanece”
(16).
La séptima razón por la que Jesús dice que estos apóstoles
deben dar fruto es que su Padre celestial está totalmente dedicado a
que ellos sean fructíferos. Habrá momentos en que, por amor, nos
podará para que podamos crecer en la cantidad y la calidad de fruto
que damos para Él.
Razón número 8
La octava y última razón por la que los apóstoles deben dar
fruto se encuentra en la declaración inicial de esta gran enseñanza.
No he tomado estas exhortaciones a ser fructíferos en el orden en que
aparecen en este capítulo. Hago referencia a la primera en último
lugar, porque creo que es la exhortación más importante.
Básicamente, cuando Jesús desafía a sus apóstoles a dar fruto, porque
Él es la Vid, y ellos, las ramas, les está diciendo que deben dar fruto
porque Él no tiene ninguna otra manera de alcanzar al mundo con su
evangelio de salvación.
Hay un poema que describe la reunión de Jesús con los
ángeles después de su ascensión. Los ángeles le preguntan por sus
treinta y tres años en la Tierra y, especialmente, por su victoria en la
cruz, validada por su resurrección. Entonces, uno de los ángeles le
pregunta a Jesús acerca de la Gran Comisión y la tarea del
evangelismo mundial. Jesús responde que ha encomendado ese
trabajo a once apóstoles y aproximadamente quinientos discípulos. El
ángel, entonces, le pregunta: “¿Qué sucederá si ellos no llegan a
alcanzar al mundo para ti?”. Y el Señor responde: “¡No tengo ningún
otro plan!”.
En resumen
El plan de Dios es poner el poder de Dios en el pueblo de
Dios para cumplir los propósitos de Dios por medio del pueblo de
Dios, según el plan de Dios. Este es el espíritu de la primera
exhortación, que presento al final para darle mayor énfasis. En esta
hermosa metáfora, Jesús es una Vid que busca ramas. El fruto no
crece en la vid, sino en las ramas.
Si yo hubiera estado allí cuando Dios ordenó las cosas de este
modo, le habría aconsejado que no siguiera este plan, porque la
naturaleza humana es demasiado débil. ¿Cree usted que Dios conocía
la debilidad de la carne humana cuando tomó esa decisión? En la
Biblia, la palabra “carne” significa, generalmente, ‘la naturaleza
humana sin intervención de Dios’. ¿Por qué el Dios todopoderoso
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
23
diseñó un plan que lo limita a compartir su evangelio por medio de lo
que estos débiles seres humanos hagan o no hagan?
La respuesta breve es que ese es el plan de Dios. En cierto
sentido, cuando preguntamos: “¿Por qué Dios hizo eso?”, la
respuesta siempre es la misma: “¡Sólo Dios lo sabe!”. Jesús nos da
algunas respuestas para esa pregunta en este pasaje. Dos razones por
las que Dios usa ramas humanas para producir un fruto que
permanezca es que, cuando la vida y el poder de Dios fluyen a través
de ramas humanas, y ellas dan fruto, Dios es glorificado, y esas
ramas experimentan gran gozo. Pero la respuesta principal a esa
pregunta es que Dios, y el Cristo vivo y resucitado, no tienen ningún
otro plan.
¿Ve usted cómo Jesús usa esta metáfora de la Vid y las ramas
para ilustrar y aplicar la esencia de los conceptos que enseñó en el
aposento alto? “Si ustedes son uno conmigo como yo ahora soy con
el Padre, hablarán la palabra de Dios y harán la obra de Dios. De
hecho, harán obras mayores que las que yo he hecho” (ver 14:12).
Esto es, en realidad, lo que Él dice cuando baja la rama de la
vid, llena de fruto, y dice, básicamente: “Así como estas ramas están
relacionadas con la vid de una forma que hace posible que la vida de
la vid fluya a través de las ramas y produzca este fruto, si ustedes
quieren dar fruto, deben estar en mí, y yo en ustedes. Sin mí, ustedes
no pueden hacer nada, y yo he decidido no hacer nada sin ustedes.
No tengo otro plan para hacer mi obra en este mundo que proclamar
mi Palabra y hacer mi obra a través de ustedes y de quienes se
conviertan en mis discípulos porque ustedes han dado fruto”.
Antes de dejar estos primeros dieciséis versículos del capítulo
15, debo señalar que algunos eruditos del Antiguo Testamento creen
que este es el comentario de Jesús sobre una metáfora que se
encuentra en los escritos y la predicación de profetas como Isaías
(Isaías 5:1-7). Tal como los profetas usan esta metáfora, Israel es la
vid, y no da fruto. La vid sin fruto sobre la que predican los profetas
es una figura de la maldad y del hecho de que Israel no es lo que
debería ser como pueblo y nación de Dios. En algunas de sus
parábolas, Jesús usa esta metáfora de la misma manera que lo hacían
los profetas (Mateo 21:33-40).
Por eso es que los eruditos del Antiguo Testamento creen que
Jesús comenzó su gran metáfora en el huerto diciendo, palabras más,
palabras menos: “Yo soy la vid verdadera, no la vid sin fruto de la
que hablan los profetas”. En esta magnífica metáfora, algunos
sugieren que Él les está diciendo a los apóstoles que nunca podrán
encontrar la salvación, la paz, el fruto del Espíritu Santo, y la vida
abundante, eterna, que Él prometió, simplemente siendo devotos
judíos. Estas bendiciones sobrenaturales, espirituales, solo podían
experimentarse en una relación vital con el Jesús que ellos conocían
en ese momento y, especialmente, con el Cristo vivo y resucitado.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
24
Capítulo 3
Una tarea extraordinaria
(15:18-27)
La metáfora de la vid y las ramas fue la profunda aplicación
que Jesús hizo de la esencia de su enseñanza en el aposento alto.
Ahora, Jesús habla sobre algunas duras realidades que estos hombres
deberán enfrentar al poner en práctica la comisión que les ha
encomendado en su “mensaje inaugural”. Después de presentarles
estas predicciones profundamente realistas sobre la oposición y la
persecución que van a sufrir, les da información más específica sobre
la obra del Espíritu Santo en ellos y a través de ellos, cuando reciban
al Consolador:
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido
antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo;
pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso
el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El
siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también
a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también
guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre,
porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni
les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa
por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre
aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha
hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a
mí y a mi Padre. Pero esto es para que se cumpla la palabra que está
escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron. Pero cuando venga el
Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros
daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el
principio” (Juan 15:18-27).
Estos versículos registran la forma en que Jesús preparó a sus
apóstoles para la persecución y los sufrimientos que tenían por
delante. Durante los primeros tres siglos de la historia de la iglesia,
hubo muchos años en que era ilegal ser cristiano. Hubo diez períodos
terribles de persecución. No existieron templos cristianos hasta que
se convirtió el emperador Constantino, que adoptó el cristianismo e
hizo que fuera legal ser seguidor o discípulo de Jesús (en el año 312).
Hasta entonces, la iglesia se reunía (con frecuencia, en secreto) en los
hogares o en lugares ocultos, como las catacumbas, que eran, de
hecho, tumbas, como las que se encontraban debajo de la ciudad
capital del Imperio Romano.
Desde esos primeros días de la historia de la iglesia, la
práctica de reunirse secretamente porque las reuniones de discípulos
de Jesús eran ilegales ha sido llamada “la iglesia subterránea”.
Aunque muchos no lo saben, en la actualidad hay millones de
creyentes que se reúnen en iglesias subterráneas, porque hay muchas
culturas, aún hoy, en las que es ilegal reunirse abiertamente como
discípulos de Jesucristo.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
25
La palabra griega que significa ‘casa’ es oikos. Los eruditos,
por tanto, hablan de la iglesia que se reúne “subterráneamente” en
pequeños grupos, o iglesias en las casas, como “el movimiento
oikos”. Las inspiradas instrucciones dadas en el Nuevo Testamento
sobre el orden, la estructura y la función de la iglesia están basadas
en el hecho de que la iglesia se reunía en este contexto de grupos
pequeños (1 Corintios 14:26-40). Dado que en todo el mundo hay
una terrible persecución de cristianos en la actualidad, la iglesia se
está volviendo nuevamente hacia el “movimiento oikos” en estos
momentos en que se están escribiendo los últimos capítulos de su
historia.
Cuando Jesús advirtió: “Si el mundo os aborrece, sabed que a
mí me ha aborrecido antes que a vosotros" (Juan 15:18), usó la
palabra “mundo” en el sentido de la filosofía, la forma de pensar, o el
sistema de valores secular del mundo, que no tiene valores morales
absolutos. Un verdadero seguidor de Jesús tiene valores morales y
espirituales absolutos. Por eso, Jesús enseñó que sus discípulos serían
como una ciudad ubicada sobre un monte, que no puede esconderse
(Mateo 5:14). Según Jesús, el mundo los odiará, porque todo lo que
son, creen y valoran está en conflicto directo con lo que la gente de
este mundo cree y valora. La aplicación personal para usted y para
mí como discípulos de Jesús en la actualidad es obvia.
En el versículo 19, Jesús presenta una descripción precisa del
creyente individual y de la iglesia, cuando dice: “...debido a que los
extraje del mundo, éste los aborrece” (La Biblia al Día). La
definición literal de la iglesia es: ‘sacados fuera del mundo’. En el
idioma en que Juan escribió este Evangelio, la palabra que se utiliza
para decir “iglesia” es ecclesia, que significa, literalmente, ‘los
llamados afuera’. Los que somos la iglesia, somos “llamados afuera”.
¿Llamados afuera de qué? De la filosofía secular, de la forma de
pensar secular, de los valores y el estilo de vida secular de las
personas de este mundo.
Como seguidores de Cristo, debemos darnos cuenta de que
somos llamados fuera de este mundo, a ser personas “de otro
mundo”, porque Él nos llama fuera de este mundo cuando llegamos a
la fe y asumimos el compromiso de seguirlo. No debe sorprendernos
descubrir que el mundo no tiene los valores de Cristo. Este mundo
nunca nos permitirá olvidar que marchamos al redoble de otro
tambor, y no debe sorprendernos que la gente de este mundo no
tenga nuestros mismos valores, nuestra misma moral, nuestros
propósitos y metas. Si realmente prestamos atención a estas palabras
de Jesús, estaremos preparados para esa experiencia.
Él dijo también: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho:
El siervo no es mayor que su señor” (20). Cuando pronunció estas
palabras, Jesús estaba repitiendo algo que había declarado al
principio de su retiro con estos hombres (13:16). Después, continuó:
“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán". Sin
embargo, observe también este matiz positivo: “Si han guardado mi
palabra, también guardarán la vuestra” (20).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
26
En otras palabras: “Ustedes van a vivir y a servir en el mismo
mundo donde yo he vivido y servido, y pueden esperar de la gente las
mismas respuestas que yo he recibido, tanto positivas como
negativas. Muchos me han rechazado y me han perseguido. Pero
algunos creyeron. Pueden esperar que muchos los persigan; pero
sepan, también, que, gracias a la predicación y la enseñanza de
ustedes, muchos creerán y me seguirán, y pondrán en práctica mis
valores en sus vidas”.
Aplicación personal
La palabra “testigo”, en griego, es, literalmente, ‘mártir’. Por
lo tanto, cuando usted y yo vivimos, predicamos y enseñamos a
Cristo en el mundo en el que debemos funcionar cada día, no debe
sorprendernos que respondan a nuestro testimonio con una forma de
pensar que es intelectualmente soberbia y contraria a la enseñanza y
los valores de Cristo. Pero también debemos recordar la promesa
positiva y esperanzada que Jesús dio a esos hombres cuando dijo,
básicamente: “Ustedes mismos son ejemplos de la gloriosa realidad
de que algunos también han obedecido mi enseñanza, que recibí del
Padre. De la misma manera, ustedes recibirán una respuesta positiva
a su ministerio, y harán, también, discípulos que obedecerán la
enseñanza que han recibido de mí”.
Cuando un hombre llamado William Tyndale fue perseguido
por traducir la Biblia al inglés para que las personas comunes
pudieran leerla, respondió: “Esto es precisamente lo que esperaba”.
Cuando las personas a las que les presentamos a Cristo nos
ridiculizan, se burlan de nosotros o aun nos persiguen a causa de los
valores que estamos tratando de vivir y proclamar, debemos seguir el
ejemplo de William Tyndale y no sorprendernos, sino esperar este
tipo de respuesta desfavorable.
También debemos ser suficientemente realistas como para
recordar la advertencia de Jesús en el sentido de que el mundo
siempre ha respondido de esa manera a los auténticos profetas y
testigos. Él había advertido a esos hombres al comienzo de su
relación con ellos: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres
hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos
profetas” (Lucas 6:26). Por lo tanto, debemos esperar que las
personas seculares respondan de manera indiferente, o aun hostil, y
preocuparnos cuando nos alaben y nos honren con premios. Es de
esperar que tengamos una respuesta hostil al Cristo que revelamos a
las personas de este mundo.
Pero también tenemos la esperanza de que, aun de entre
aquellos que son muy pecaminosos y nos persiguen por lo que
presentamos al vivir y proclamar el evangelio de Cristo, algunos
creerán y obedecerán en respuesta a nuestra predicación y nuestra
enseñanza. Esa fue la experiencia, no solo del Señor, sino también de
sus apóstoles, como verá usted cuando lea el Libro de los Hechos.
Cuando Pablo llegó a la corrupta y pecaminosa ciudad de
Corinto, donde Cristo nunca había sido predicado, antes de que
comenzara su milagroso ministerio de plantación de iglesias allí, el
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
27
Señor se le apareció y le dijo, básicamente: “No temas, Pablo. Tengo
mucho pueblo en esta ciudad. Tú simplemente anuncia el evangelio,
y descubrirás quiénes son” (Hechos 18:9, 10).
¡Esto es emocionante! Cuando proclamamos el evangelio,
nosotros no sabemos quiénes son, pero tenemos esta esperanza y esta
promesa de Jesús: hay quienes van a responder positivamente. Si
tenemos la fe y el valor de compartir con otros y de predicar el
evangelio, descubriremos quiénes son.
Mientras esperaba ansiosamente visitar a los creyentes y
proclamar el evangelio en Roma, Pablo les escribió: “Y sé que
cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del
evangelio de Cristo” (Romanos 15:29). Cuando somos invitados a ir
a algún lugar para proclamar el evangelio de Jesucristo o se nos pide
que presentemos el evangelio a una persona, lo más importante que
podemos prometer a quien nos ha invitado es que iremos con
abundancia de la bendición de Cristo. Debemos encarar esa
oportunidad sabiendo que, aun cuando la mayoría responda de
manera adversa o negativa, o aun nos persiga, habrá quienes son
“llamados afuera”, que creerán y obedecerán nuestra predicación y
nuestra enseñanza, así como creyeron y obedecieron la predicación y
la enseñanza de Jesús y sus apóstoles.
Jesús dice también: “Mas todo esto os harán por causa de mi
nombre, porque no conocen al que me ha enviado" (Juan 15:21).
Observe cómo, continuamente, relaciona de manera inseparable el
rechazo de sí mismo y el rechazo del Padre y del Espíritu Santo: “De
cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a
mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (13:20; ver
también 14:9-11). Él y el Padre son uno, y no se los puede aceptar
separadamente. Jesús repite esto para darle énfasis, y explica que el
hecho de rechazarlo a Él, en última instancia, revela el problema,
más hondo, de que no conocen o han rechazado a Aquel que lo
envió.
Después, en el versículo 22 y los siguientes, sus profundas
declaraciones son muy similares a las que realizó al final del noveno
capítulo de este Evangelio. ¿Recuerda que, después de sanar al
hombre ciego, expresó la esencia de ese pasaje en sus palabras: “Yo
soy una clase de luz muy especial. Doy vista a los que nacieron
ciegos; pero también revelo la ceguera de los que creen ver”?
Los líderes religiosos comprendieron de qué estaba hablando,
y respondieron: “¿Tratas de decirnos que somos (espiritualmente)
ciegos?”. Él respondió: “Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero
dicen que ven; por lo tanto, su pecado permanece” (ver 9:40, 41).
¡Qué profunda definición del pecado: si no hay ceguera, no hay
pecado, es decir: si no hay luz espiritual, no hay pecado! En el
versículo 22 de este capítulo y en el noveno capítulo de Juan, Jesús
afirma: “Yo soy la Luz del mundo”. Esto significa que la definición
misma de pecado es el rechazo de Aquel que es la Luz del mundo.
Por lo tanto, una definición de pecado, y del más grave de todos los
pecados, es el rechazo de Jesucristo.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
28
Esto plantea la pregunta: ¿Hay algún ser humano en la Tierra
que no tenga ninguna clase de luz espiritual? El apóstol Pablo escribe
que todos tienen alguna luz (Romanos 1:20). Los eruditos llaman a
esto “revelación natural”. La esencia de esta enseñanza de Jesús y de
una enseñanza de Pablo es que, si vivimos de acuerdo con la luz que
tenemos, recibiremos más luz: “Es importante que avancemos según
la luz de la verdad que ya hemos aprendido” (ver Filipenses 3:15-18).
No avanzar según la luz que hemos recibido es, al menos, una
definición de pecado.
Hace muchos años, cuando yo enseñaba una clase bíblica
evangelística en un grupo hogareño, en el gran círculo de personas
reunidas en ese hogar, había una señora japonesa que respondió
entusiastamente a mi enseñanza del primer capítulo. Su rostro estaba
radiante. Esta mujer esperó hasta que los demás se fueron, y preguntó
si podía decirme algo.
Nunca olvidaré esa conversación. Me dijo: “Durante los
últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando los B-29
bombardeaban Tokio, estando en los refugios antiaéreos, yo oraba a
otro Dios. Yo sabía que había otro Dios, que era el Dios verdadero, y
oraba a Él. Durante décadas, he tenido la fuerte sensación de que un
día llegaría a saber todo sobre Él. Mientras usted enseñaba de ese
Libro, hoy, supe en mi corazón que este es el Dios real al que yo le
oraba en el refugio antiaéreo”.
La esencia del pecado es rechazar la luz. Esto significa que
somos responsables, y deberemos dar cuentas, por la luz que
recibimos. Es un asunto muy serio ser expuestos a la luz, porque los
beneficios espirituales aumentan nuestra responsabilidad espiritual.
Cuando hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos visto milagros
de Dios, debemos dar cuenta de lo que hemos visto y oído. Lo que
hacemos con lo que sabemos es una pauta de responsabilidad que
encontramos a lo largo de toda la Biblia, especialmente aquí, en esta
enseñanza de Jesús, y al final del noveno capítulo de este Evangelio.
Viene el Consolador
En los últimos versículos del capítulo 15, Jesús dice: “Pero
cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el
Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio
acerca de mí” (26). Una de las importantes funciones del Espíritu
Santo es testificar, mostrar el testimonio de Jesús. El Espíritu Santo
no atrae la atención hacia sí mismo. Él exalta a Jesús. Después, el
Señor agrega: “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis
estado conmigo desde el principio" (27).
Recordemos una vez más la esencia de lo que es y lo que
hace un testigo. Un testigo es alguien que ha visto o experimentado
algo. Jesús dice: “Ustedes han estado conmigo desde el principio.
Ahora, el Espíritu Santo vendrá y testificará, pero ustedes también
deben testificar” (ver 26, 27).
Ser testigos implica quiénes y qué somos por la gracia de
Dios, y a todos se nos ordena que seamos testigos como velas en un
candelero donde Jesús nos ha ubicado estratégicamente. Pero no solo
se nos ordena que seamos testigos. Se nos ordena que demos
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
29
testimonio, y eso significa abrir la boca y hablar sobre lo que hemos
visto, escuchado y vivido. Un testigo es, básicamente, quién y qué es
un creyente; pero el testigo también debe dar testimonio verbalmente.
Según Jesús, el Espíritu Santo va a testificar, y nosotros también
debemos hacerlo.
Capítulo 4
El carácter del Consolador
(16:1-15)
Al leer los últimos versículos de este decimoquinto capítulo,
una vez más debemos recordar que no hay un quiebre en el contenido
de lo que Jesús enseña al comenzar el capítulo siguiente: “Estas
cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de
las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate,
pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al
Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la
hora, os acordéis de que ya os lo había dicho” (1-4).
Al leer el capítulo 16, no deje de observar que Jesús repite
continuamente, para darle mayor énfasis, por qué les dice esta verdad
en este momento de su tiempo juntos: “Estas cosas os he hablado,
para que no tengáis tropiezo. [...]. Mas os he dicho estas cosas, para
que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
[...]. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.
[...], porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro
corazón. [...] Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las
podéis sobrellevar” (1, 4, 6, 12).
Es obvio, al leer los primeros versículos de este capítulo, que
Jesús les dice estas cosas porque van a ser expulsados de la sinagoga,
como el ciego que Él sanó y del cual leímos en el noveno capítulo. Y
les advierte que llegará el tiempo en que cualquiera que los mate
pensará que, con ese acto, está sirviendo a Dios.
“Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he
dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que
ya os lo había dicho" (3, 4).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
30
¿Alguna vez ha sido usted perseguido por ser un seguidor de
Jesucristo? Sé que hay creyentes perseguidos, en otros lugares del
mundo, que oran por la iglesia en países como los Estados Unidos,
donde la iglesia disfruta del favor del gobierno y no sufre tanto como
en otras naciones. La persecución que estos devotos creyentes han
vivido ha hecho que se acerquen tanto a Dios y los ha hecho madurar
de tantas maneras, que se preguntan cómo los creyentes que no
sufren persecuciones pueden crecer y madurar espiritualmente.
Un gran historiador de la iglesia señaló que, si una iglesia que
no sufre persecución tiene éxito en la proclamación del evangelio de
Jesucristo y en el establecimiento de su iglesia en el mundo, será la
primera vez que esto ocurra en la historia de la iglesia.
¿Podría ser que la persecución sufrida por los creyentes en los
primeros tres siglos de la iglesia haya sido permitida por Dios?
Porque la iglesia nunca ha sido tan fuerte, poderosa y sana como lo
era entonces. Doy gracias al Señor por la paz que disfrutamos donde
yo vivo y sirvo, pero si llegaran el sufrimiento y la persecución,
deberíamos recordar las palabras de Pedro, que señaló que no
debemos extrañarnos de que el Señor permita esa clase de
persecución y sufrimiento (1 Pedro 4:12).
También recordemos las palabras de Jesús en el aposento alto
mientras preparaba a los once hombres que estaban con Él a la mesa
para la persecución que comenzaría horas después.
El triple ministerio del Espíritu Santo
Cuando recorremos los versículos del capítulo 16 y vemos el
final de este último retiro de Jesús, escuchamos que Él dice a estos
hombres: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros
me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas,
tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os
conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no
vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De
pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al
Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este
mundo ha sido ya juzgado. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las
podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os
guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán
de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará
saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de
lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de
nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (5-16).
Estos hombres están agobiados por el dolor, porque Jesús les
ha dicho claramente que están a punto de perderlo. Pero, en este
contexto, encontramos una de las más importantes declaraciones de
Jesús sobre el Espíritu Santo. “Os conviene que yo me vaya; porque
si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere,
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
31
os lo enviaré” (16:7). Otra manera de expresar este concepto es: “Les
digo la verdad: Es para su bien que yo me vaya, porque, si no me
fuera, el Consolador no vendría a ustedes. Pero, dado que me voy, lo
enviaré a ustedes".
¿Alguna vez pensó usted en el encanto personal, el carisma
que tenía el Jesús histórico, y lo que habrá sido estar con Él cuando
estaba en un cuerpo físico? ¿Alguna vez pensó: “Me hubiera
encantado estar con Él en esa época”? Me gusta pensar en el aspecto
físico de Jesús. Podemos recopilar algunas observaciones sobre su
apariencia que encontramos en estos Evangelios y en los profetas, y
proyectar un perfil de la apariencia física de Jesús. Sabemos que el
Jesús que se nos presenta en los Evangelios es un hombre de treinta
años. Es fácilmente reconocible como judío. Los profetas nos dicen
que es un varón de dolores, experimentado en quebranto. También
nos dicen que su imagen está más desfigurada que la de cualquier
otro hombre (Isaías 52:14). El historiador judío, Josefo, nos dice que
Jesús era más alto que los pescadores de contextura grande, como
Pedro, con quienes anduvo durante tres años, porque podía ser visto
por encima de ellos cuando lo rodeaban.
Nos sorprende un poco cuando leemos que su apariencia era
el retrato de un hombre feliz. Jesús fue criticado por comer y beber
con publicanos y pecadores. La apariencia tiene mucho que ver con
el carácter de una persona. En una pared de mi estudio, tengo un
cuadro de un Jesús joven, con la cabeza echada hacia atrás, riendo
con ganas. El título de esta obra es “El Jesús que ríe”.
Ese cuadro sorprende a muchos que lo ven. La mayoría de las
personas se imaginan a un Jesús mucho más viejo de lo que era, y
triste, de aspecto serio, como si todo el peso del mundo hubiera caído
sobre sus hombros. Un libro titulado Joshua plantea la pregunta:
“¿Cómo sería Jesús si viviera entre nosotros hoy?”. Lo que el autor
desea destacar es que nos sorprenderíamos mucho, debido a los
prejuicios y preconceptos que tenemos en mente sobre la imagen que
nos hacemos de Jesús.
Pero las últimas palabras de Jesús a estos hombres les dicen
que hay algo que es mucho mejor que estar con Él como ellos habían
estado durante esos tres años. Básicamente, les dice a ellos, y
también nos dice a nosotros: “Esto es para el bien de ustedes; les
conviene que yo entregue mi cuerpo físico y regrese a ustedes en la
Persona del Consolador”.
Mientras vivió en un cuerpo, Jesús cedió, voluntariamente,
algunos de sus atributos divinos, como la omnipresencia. Pero
después de este conveniente cambio, que fue para el bien de los
apóstoles, la iglesia y, en última instancia, usted y yo, Él puede estar
en todo el mundo al mismo tiempo, en todo lugar donde haya un
creyente. Eso es lo que Él dice aquí. Y lo expresa así: “Si yo no me
voy, si no me deshago de esta forma corporal, el Consolador no
puede venir. Pero si yo entrego esto, puedo enviarles a ustedes el
Consolador; y eso es mucho mejor para ustedes. Es por su bien. Les
conviene que yo me vaya y les envíe al Consolador" (ver v. 7).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
32
A continuación, les explica por qué es mejor: “Y cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (8).
Una traducción más exacta es: “Él dejará al descubierto la culpa del
mundo”. La culpa no siempre es una experiencia emocional negativa.
Hay un cierto sentido en que la culpa puede ser sana. Una persona
que siente culpa tiene una cierta integridad moral —valores morales
absolutos—, cree que algunas cosas son absolutamente buenas, y
otras son absolutamente malas. La persona que no siente culpa es
indiferente con respecto de lo bueno y lo malo. Es “amoral”, es decir,
no cree en la moral.
Esto se llama, generalmente, “relatividad moral”, que, dicho
de otra forma, significa que no hay valores morales absolutos.
Muchos tratan de escapar de su propia culpa y la culpa de los demás,
y de evitarla, diciendo que no existe lo bueno y lo malo. Pero hacer
esto es como espolvorear cicatrizante sobre un tumor maligno que
debe ser extirpado.
Me encanta leer sobre el avivamiento del siglo XVIII, cuando
hombres como George Whitfield y los hermanos Wesley, en
Inglaterra, y Jonathan Edwards, en Estados Unidos, predicaron el
evangelio con resultados sobrenaturales. Leí un relato de un granjero
de Nueva Inglaterra que escuchó predicar a George Whitfield cuando
este fue a Estados Unidos. El granjero escribió: “Cuando ese hombre
comenzó a hablar, sentí un gran dolor en mi corazón; caí de rodillas
allí mismo, en el campo, y comencé a llorar, a confesar, a
arrepentirme y a abandonar mi pecado”.
Así es como el Espíritu Santo pone al descubierto el pecado y
la culpa en este mundo. ¿Por qué iba a sentir tan gran dolor en su
corazón un granjero al escuchar a un hombre predicar el evangelio?
Según Jesús, esa es una de las muchas funciones y de los muchos
ministerios del Espíritu Santo. Muchas personas no hubieran sentido
ninguna culpa si hubieran estado en el lugar de ese granjero. De
hecho, se habrían reído al escuchar ese mismo mensaje del evangelio.
Como parte de ese mismo despertar espiritual en Estados
unidos, Jonathan Edwards predicó un sermón titulado: “Pecadores en
manos de un Dios airado”. Mientras predicaba ese sermón en su
iglesia de Nueva Inglaterra, las personas sentían tal convicción de sus
pecados que se aferraban con desesperación a los bancos que tenían
delante de sí. Sentían que estaban cayendo en el infierno y que la
única forma de escapar de él era confesar sus pecados y recibir la
salvación.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
33
Algunas veces, creo que, si predicáramos hoy ese sermón, sin
la unción del Espíritu Santo que estaba sobre Jonathan Edwards, la
gente lo consideraría un número cómico. La diferencia es el
ministerio y la función del Espíritu Santo que Jesús presenta al
explicar lo que significará la venida del Consolador para el ministerio
de la predicación de quienes obedezcan su Gran Comisión.
Encontramos la misma respuesta a la predicación del evangelio en el
Libro de los Hechos. Comenzando por la predicación de Pedro en el
día de Pentecostés, y a lo largo de la historia de esta primera
generación de la iglesia, encontramos referencias a respuestas
sobrenaturales ante la predicación del evangelio (Hechos 2:37;
10:44-46).
Vez tras vez, encontramos diferentes respuestas ante Cristo
mismo y ante su evangelio. Pero ¿qué es lo que marca la diferencia?
¿Por qué algunos ríen, mientras otros sienten un gran dolor en su
corazón y claman a Dios desesperadamente pidiendo ser salvos?
Obviamente, el ministerio y la función del Espíritu Santo explican la
diferencia entre estas dos respuestas.
Jesús les dijo a estos hombres que, cuando llegara el
Consolador, Él convencería al mundo de culpa —es decir, pondría al
descubierto la culpa del mundo— con relación a tres cosas: pecado,
justicia y juicio. “De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia,
por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto
el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (9-11).
Hay tres formas en que el Espíritu Santo convencerá a las
personas de pecado, o pondrá al descubierto su culpa. Según Jesús,
los convencerá del pecado de no creer en Él. ¿Recuerda usted que
Jesús hizo su afirmación más dogmática cuando le dijo a Nicodemo
que Él era el único Hijo de Dios, el único Salvador dado por Dios y
la única solución dada por Dios para el problema del pecado que
tiene este mundo? (Juan 3:14-21). Después de realizar esta dogmática
afirmación, Jesús agrega algo aun más dogmático, que, básicamente,
es: “Quien cree en esta afirmación tendrá vida eterna. Pero quien no
cree esta afirmación que hago será condenado, no por sus pecados,
sino porque no me cree cuando digo que soy el único Hijo de Dios y
el único Salvador que Él ha enviado” (3:18).
El apóstol Pablo escribe un magnífico pasaje del evangelio en
el que nos dice que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo
consigo mismo, y ya no lo acusaba de sus pecados. Y Él nos ha
encomendado a nosotros el mensaje y el ministerio de la
reconciliación. Debemos ir al mundo, no a decirle que va a irse al
infierno por sus pecados, sino para darle esta buena noticia: “Ustedes
no tienen por qué irse al infierno, porque, desde el momento en que
Jesús murió en la cruz, Dios ya no los acusa de sus pecados. ¡Él
cargó todos esos pecados sobre su Hijo unigénito, Jesucristo!”. (Ver
2 Corintios 5:13 - 6:2).
Si comprendemos y creemos estas palabras de Jesús y de
Pablo, debemos darnos cuenta de que Dios no envía a la gente al
infierno por sus pecados; ni siquiera a Hitler. Adolf Hitler no va a ir
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
34
al infierno por sus pecados. Va a ir al infierno por un solo pecado: no
creyó en Jesucristo. Se burló de Jesucristo y de sus afirmaciones,
valores, enseñanzas y filosofía de vida. Irá al infierno porque no
creyó en Jesucristo.
Según Jesús, el pecado que nos condena es el de no creer en
Jesucristo como el único Salvador que Dios ha provisto para la
salvación de nuestras almas. Con estas palabras, Jesús refuerza la
afirmación dogmática que le hizo a Nicodemo al decir a los apóstoles
que el Espíritu Santo convencerá del pecado de no creer en Él. De
hecho, convencerá a las personas de tres cosas: pecado, justicia y
juicio. La primera de ellas tiene que ver con el pecado de no creer en
Jesús como el Cristo y como nuestro Salvador personal. “...de
justicia, por cuanto voy al Padre” (10). ¿Cómo sabemos qué está bien
y qué está mal? ¿Hay una norma absoluta sobre lo que está bien y lo
que está mal? Los seguidores devotos de Cristo responden a esa
pregunta pensando en los Diez Mandamientos y en el Sermón del
Monte. Según Pablo, toda la Escritura fue dada a nosotros por Dios
para instruirnos en justicia (2 Timoteo 3:16, 17). Toda la Biblia nos
muestra qué está bien y qué está mal.
Pero, al comienzo de este Evangelio, Juan escribió que,
aunque ningún hombre ha visto a Dios, el Hijo unigénito de Dios lo
ha dado a conocer. Él ha revelado a Dios tan completamente como
Dios puede ser revelado al hombre. Todo lo que la mente humana
puede comprender acerca de Dios fue revelado por medio de
Jesucristo. El Jesús que encontramos en este evangelio, como Palabra
viva, es la norma absoluta de justicia de Dios. Su vida es la
definición viviente absoluta de lo que está bien y lo que está mal.
Un poeta británico escribió un poema que habla de un
soldado muy pecador que es muerto en batalla y va al cielo por error.
Cuando se encuentra con Jesús, no puede soportar mirarlo y pide,
con gran tristeza, permiso para ir al infierno. La vida y el rostro de
Jesús eran tan puros que, cuando estaba en la Tierra, no solo era la
norma absoluta de justicia, sino que convencía a las personas de su
propia injusticia. Cuando leemos el Nuevo Testamento, la vida justa
del Jesús histórico aún nos convence a nosotros, y a otras personas,
de nuestra injusticia personal.
Jesús dice aquí que el Espíritu Santo asumirá el rol de
convencer a las personas con respecto de la justicia, “...por cuanto
voy al Padre, y no me veréis más" (10). Mientras Jesús estuvo en el
mundo, si alguien quería saber cuáles eran los valores correctos, solo
tenía que seguir a Jesús y, cuando Él declaraba un valor, confesar ese
mismo valor. Si una persona quería conocer la filosofía de vida
correcta, podía escuchar cuando Él daba sus sencillas, pero
profundas, enseñanzas.
Si alguien quería conocer la justicia moral o cualquier otro
tipo de justicia, la vida de Jesucristo era la norma absoluta de lo que
era justo. Pero, ahora, Él dice: “Me voy; vuelvo al Padre. Ustedes ya
no me verán más. Cuando yo ya no esté aquí, el Espíritu le dará
convicción a la gente de este mundo sobre lo que está bien y lo que
está mal” (ver 7, 8).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
35
Después, predice que el Espíritu Santo convencerá a las
personas con relación al juicio, porque el príncipe de este mundo ya
ha sido juzgado [“...ya ha sido condenado”, Santa Biblia Dios habla
hoy]. ¡Jesús declara, ahora, que Satanás ha sido derrotado! Ya no hay
poder en la Tierra más grande que el poder del nombre de Jesucristo.
Y, aunque el poder de Satanás aún controla gran parte de lo que está
sucediendo en este mundo, para el discípulo que es controlado por el
Espíritu Santo del Cristo resucitado, no hay poder en la Tierra mayor
que el que se encuentra en el Cristo vivo y resucitado.
Él declara, aquí, que “el príncipe de este mundo” (11), es
decir, Satanás, puede ser vencido por el Espíritu Santo. El apóstol
Juan está pensando, obviamente, en estas palabras de Jesús, cuando
escribe: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el
mundo" (1 Juan 4:4). La aplicación personal es que no tenemos por
qué ser vencidos o controlados por el poder de Satanás. Jesús nos da
una excelente descripción del ministerio del Espíritu Santo con estas
palabras.
Después, dice: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero
ahora no las podéis sobrellevar" (12). Todas las afirmaciones de
Jesús son tan profundas que podríamos escribir muchas páginas
sobre cualquiera de estos versículos.
Todo predicador o maestro debe darse cuenta de que quienes
lo escuchan tienen una capacidad limitada en cuanto a lo que pueden
aprender cada vez que escuchan la Palabra de Dios. Demasiada
enseñanza o predicación en una única ocasión puede ser
contraproducente. Jesús fue el Maestro absoluto del arte de hacer
discípulos. Su método era que sus discípulos aprendieran
continuamente en pequeños segmentos, haciendo una y otra vez lo
que estaban aprendiendo. La mayor parte de su educación era
práctica; Jesús dio muy pocos discursos. Por eso alentó a estos
hombres a que le formularan preguntas y dialogaran con Él.
Obviamente, Él entendía perfectamente cuánto podían aprender ellos
en un momento determinado.
Después de señalar que Él conocía las limitaciones de lo que
ellos podían aprender en ese momento y en esa situación, les dijo:
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la
verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará
todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”
(13). Esta profecía sobre el ministerio futuro del Espíritu Santo, sin
duda, incluye lo que Jesús enseñó sobre los hechos futuros relativos a
su segunda venida en muchas de sus parábolas y sus enseñanzas,
como el Discurso del Monte de los Olivos (Mateo 24, 25). Pero
también se relaciona con la dura realidad de que estos hombres están
entrando en un futuro lleno de incertidumbre y peligros.
Ellos sabían que, probablemente, todos serían mártires por
Jesús —¡y, excepto el autor de este Evangelio, todos lo fueron!—.
Pero ¿cómo iban a conocer la estrategia y el plan de Jesús para la
puesta en práctica de su Gran Comisión en una cultura que era hostil
hacia su Señor y hacia el evangelio que les había encomendado
predicar? ¿Qué debían hacer si Él era arrestado y ejecutado? Su
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
36
respuesta fue que, más adelante, cuando Él les fuera quitado, el
Espíritu Santo les haría saber lo que debían saber.
Cuando leemos el Libro de los Hechos, vemos cómo se
cumple, literalmente, esta clara predicción y descripción del futuro
rol y la futura función del Espíritu Santo. Cuando llega el Espíritu
Santo, en el día de Pentecostés, y ellos no saben qué hacer, Él les da
la sabiduría que necesitan y la gracia y el valor para hacerlo. Les da
la gracia para aplicar la sabiduría que les ha dado. También les
muestra lo que va a venir. El Espíritu Santo es el verdadero Autor de
las inspiradas cartas escritas por los apóstoles, que nos dicen, de
maneras maravillosas, lo que va a suceder en este mundo.
Esta es la aplicación personal, devocional y práctica para
usted y para mí: el mismo Espíritu Santo que Jesús describe
proféticamente con estas palabras puede tener ese mismo rol y esa
misma función en nuestras vidas, hoy. También puede mostrarnos las
cosas que sucederán con relación a la segunda venida de Jesucristo
cuando estudiamos las Escrituras. Puede guiarnos y dirigir nuestras
vidas, hoy, mañana, y al día siguiente, dándonos la sabiduría que
sabemos que no tenemos, y la gracia y el valor para aplicar la
sabiduría que Él nos da. Cuando no sabemos qué hacer, Santiago nos
exhorta a pedir sabiduría a Dios: “Y si alguno de vosotros tiene falta
de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin
reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).
Cuando nos damos cuenta de que no podemos aplicar la
sabiduría sin la ayuda de Dios, Él nos da, también, la gracia para
aplicar la sabiduría que nos ha dado. En un versículo lleno de
superlativos, Pablo nos asegura que Dios también nos dará la
superabundante gracia que necesitamos cuando nos demos cuenta de
que no podemos aplicar su sabiduría sin su ayuda: “Y poderoso es
Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que,
teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para
toda buena obra” (2 Corintios 9:8).
Después de presentar este perfil del futuro ministerio del
Espíritu Santo, Jesús les dice a estos apóstoles: “Todavía un poco, y
no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al
Padre" (16). Obviamente, Jesús nuevamente los induce, con total
deliberación, a que le hagan preguntas. Ellos se preguntan: “¿Qué
quiere decir con eso de que en un poco de tiempo no lo veremos, y
después de otro poco de tiempo volveremos a verlo? ¿Qué quiere
decir con eso de que va al Padre? ¿Qué quiere decir con ‘todavía un
poco’? No entendemos lo que está diciendo”.
Como ya he señalado, a lo largo de este discurso, Jesús dice
que va a morir, pero que, después de su muerte, la relación de ellos
con Él será más estrecha de lo que haya sido jamás. Desde nuestra
perspectiva, es fácil comprender lo que les estaba diciendo. Pero, si
nos ponemos en el lugar de esos hombres, podemos ver cuán difícil
habrá sido para ellos comprender lo que Jesús les decía.
Cuando ellos le hicieron esas preguntas sobre “Todavía un
poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo
voy al Padre", Jesús utilizó la hermosa ilustración de una mujer que
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
37
da a luz un niño (21, 22). Es una metáfora de ese “poco tiempo” en el
que no lo verán, cuando Él les sea quitado, y sea crucificado y
sepultado, antes de su resurrección.
Durante los cuarenta días que Jesús estuvo en la Tierra
después de haber resucitado, cuando se mostró a ellos vivo y
dándoles muchas pruebas irrebatibles de su resurrección, los
discípulos sintieron un gozo como el de una mujer después del
nacimiento de su hijo. Así como el gozo del nacimiento de su hijo
hace que la madre olvide por completo el sufrimiento que ha
soportado, ellos tendrán un gozo que borrará la tristeza de la muerte
de Jesús en la cruz. El Señor agrega a esta bella metáfora la
observación de que, entonces, ellos no le harán ninguna pregunta.
Como en el Padrenuestro (“Padre nuestro que estás en los
cielos”, Mateo 6:9-13), Jesús les indica que se dirijan al Padre
cuando oren, y que presenten sus peticiones al Padre en el nombre de
Jesucristo. Les enseña que deben presentar sus peticiones al Padre en
el nombre de Jesús. Este pasaje es muy importante, porque nos da el
protocolo adecuado para nuestras oraciones privadas y colectivas.
Cuando oramos como nuestro Señor enseñó a estos apóstoles que
oraran, hablamos al Padre (y no, a Jesús), y hablamos al Padre en el
nombre de Jesús.
Si tomamos algunos versículos aislados del Nuevo
Testamento, es posible que lleguemos a tener la impresión de que
orar es entrar en nuestro lugar íntimo de oración con una lista de
pedidos para que Dios se ocupe de traernos todo lo que queremos. Si
esa es nuestra idea de la oración, no comprendemos la esencia de la
oración según Cristo, hasta que aprendemos lo que significa orar en
el nombre de Jesús. Orar en el nombre de Jesús significa orar de
acuerdo con la esencia de Quién y Qué era —y es— Jesús. La
oración definitiva de Jesús fue: “No sea como yo quiero, sino como
tú” (Mateo 26:39). Orar como Jesús vivió y oró es orar y vivir de
acuerdo con la voluntad de Dios.
Orar en el nombre de Jesús no es una invitación a pedirle a
Dios cualquier cosa en su nombre, como si fuera una fórmula mágica
que da acceso al corazón de Dios. Es una instrucción para que
presentemos nuestras peticiones relativas a nuestras necesidades, de
acuerdo con los propósitos de Dios. Es el mismo principio que
enseñó el apóstol Pablo al darnos la gran promesa de que “a los que
aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
Por ejemplo, cuando obedecemos su Gran Comisión y
edificamos su iglesia como parte del cumplimiento de su gran misión
en el mundo, entonces, podemos pedir cualquier cosa que esté de
acuerdo con la voluntad de Dios, y la recibiremos. Nuestro gozo será
cumplido (completo) cuando las personas crean en el evangelio y
cuando estemos en relación con el Cristo resucitado mientras Él
edifica su iglesia en este mundo. Eso es lo único que verdaderamente
desearemos si somos auténticos discípulos de Jesucristo.
Cuando concluye esta enseñanza, Jesús dice: "Estas cosas os
he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por
alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre. En
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
38
aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre
por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me
habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre, y
he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (25-28).
Entonces, los discípulos le dijeron: “He aquí ahora hablas
claramente, y ninguna alegoría dices. Ahora entendemos que sabes
todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto
creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis?
He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada
uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el
Padre está conmigo. Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis
paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al
mundo” (25-33). Así concluye el Discurso del Aposento Alto de
Jesús.
Cuando Jesús les dice a estos apóstoles que ha estado
hablándoles en alegorías, se refiere a sus muchas parábolas, y
constantes y profundas metáforas. Él continuamente hacía uso de la
metáfora, la parábola, la alegoría y el lenguaje figurado. Pero ahora
les promete que llegará el momento en que les hablará claramente
(25). Me resulta intrigante que les esté enseñando tantas verdades
profundas justamente en este momento, en el que, estoy convencido,
ellos no comprendían.
Pero ellos le dicen: “He aquí ahora hablas claramente, y
ninguna alegoría dices" (29). Este pasaje es una gran muestra de
humor. Una vez más, como en la respuesta de Jesús cuando Pedro se
jactó de que los otros podrían negarlo, pero él, no, no conocemos la
expresión del rostro, el tono de voz ni el lenguaje corporal de Jesús al
responder a esta afirmación de ellos: que —¡finalmente!—, después
de esos tres años de intensa relación e intenso entrenamiento, creen.
Estoy convencido de que fue con gran compasión y amor, y quizá,
con un brillo en los ojos y una sonrisa en la comisura de los labios,
que Jesús dijo, en el versículo 31: “¿Ahora creéis?”.
Entonces, realiza una tremenda predicción, que se hará
realidad muy pronto. Por los otros Evangelios, sabemos que Judas
llegará con las autoridades religiosas y soldados. Jesús será arrestado.
Cuando esto sucede, observe que Él dice: “He aquí la hora viene, y
ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me
dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. No
seamos demasiado duros con Pedro por negar que siquiera conocía a
Jesús, ya que leemos que, cuando Jesús fue arrestado, todos sus
discípulos lo abandonaron y huyeron (Mateo 26:56; Marcos 14:50).
Cuando Jesús fue arrestado, la membresía de su iglesia era... cero.
Lo mismo le sucedió al apóstol Pablo. En su testamento,
titulado “Segunda Epístola a Timoteo”, Pablo escribe: “En mi
primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me
desampararon; no les sea tomado en cuenta" (2 Timoteo 4:16). Y
también escribe que no está solo: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y
me dio fuerzas" (17). Jesús dice: "Me dejaréis solo; mas no estoy
solo, porque el Padre está conmigo" (Juan 16:32).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
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Cuando Jesús dice: “¿Ahora creéis?”, el significado de esa
pregunta podría expresarse como: “¿Así que ahora creéis?”, o
“¿Recién ahora creéis?”. Me resulta notable que haga esta pregunta
después de tres años con estos hombres. ¿Cuándo creyeron los
apóstoles? Se nos dice, en el primer capítulo de este Evangelio, que
ellos tomaron el compromiso de seguirlo. Pero, en el segundo
capítulo, leemos que, cuando convirtió el agua en vino, fue la
primera vez que sus discípulos creyeron en Él.
Después de haber estado con Él durante un tiempo y de
haberlo visto realizar muchos milagros, cuando están aterrados por
los vientos y las olas de una tormenta terrible, le preguntan,
angustiados: “¿Ni siquiera te importa que todos vamos a morir?”. Y
Él responde: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Acaso no tienen fe?”.
En otras palabras: “¿Ni siquiera ahora creen en mí?” (Marcos 4:40).
También me intriga, cuando leo en el Libro de los Hechos
que Pedro —que, en estos Evangelios, niega tres veces conocer
siquiera a Jesús— unas semanas después, es el osado y valiente líder
de los seguidores del Señor. Leemos que Pedro y Juan son
convocados a comparecer delante del Sanedrín, es decir, de los
líderes religiosos judíos. El Sanedrín formaba un círculo alrededor de
cualquier persona que convocara. Para cualquier lado que mirara, esa
persona solo vería duros fariseos, rabíes y escribas mirándola
fijamente y formulándole difíciles preguntas. Si la persona daba la
respuesta equivocada a alguna pregunta, podía ser cruelmente
golpeada, o aun asesinada. Ser convocado delante del Sanedrín era
una experiencia aterradora.
Leemos que estos hombres, que son descritos como
ignorantes y sin educación, no tuvieron el menor temor. Estaban
calmados, confiados, pudieron expresarse con sabiduría y elocuencia
al hablar. Leemos que el Sanedrín exclamó que era obvio que ellos
habían estado con Jesús. Solo de esa forma podían explicar el
extraordinario testimonio de estos hombres que, cuando Jesús fue
arrestado, habían actuado como cobardes (Hechos 4).
¿Qué transformó a estos hombres, de los asustados y
avergonzados cobardes que encontramos en los Evangelios, a los
osados testigos de semanas después? La única explicación posible es
el día de Pentecostés, cuando la promesa del Consolador, el Espíritu
Santo, se cumplió. El milagroso comportamiento de estos apóstoles
también es la respuesta para una de las preguntas que nos hemos
formulado a lo largo de todo nuestro estudio de este Evangelio de
Juan: "¿Qué es la fe?".
Breve resumen del capítulo 16
En esta parte del Discurso del Aposento Alto, Jesús está
preparando a los apóstoles para la persecución que van a enfrentar.
Su presentación de esa persecución y la respuesta de los apóstoles a
ella concluyen con el último versículo de este capítulo, cuando Él
dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
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(33). Podemos resumir lo que Jesús les dijo a estos apóstoles desde el
versículo 18 del capítulo 15 hasta el final del capítulo 16, en tres
títulos:
Cómo ver al mundo
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido
antes que a vosotros. [...]. Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también
guardarán la vuestra” (15:18, 20). “Os expulsarán de las sinagogas; y
aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde
servicio a Dios” (16:2).
Cómo ver el ministerio del Espíritu Santo
Es importante observar que, en el contexto de su enseñanza
sobre la persecución que los apóstoles pueden esperar de un mundo
hostil, Jesús presenta una profunda descripción del ministerio que el
Espíritu Santo tendrá en ellos y a través de ellos (16:5-11). “Si no me
fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo
enviaré” (16:7).
Su descripción del ministerio del Espíritu Santo se resume en
estos versículos: “Y cuando él venga, convencerá [pondrá al
descubierto la culpa], al mundo de pecado. Cuando venga,
convencerá [pondrá al descubierto la culpa] al mundo de justicia.
Cuando venga, convencerá [pondrá al descubierto la culpa] al mundo
de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por
cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el
príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (16:8-11).
Cómo ver las cosas que le estoy diciendo
Este es un resumen de las afirmaciones que Jesús hace con
relación a dos temas: la persecución que vendrá y la llegada del
Espíritu Santo, que les permitirá soportar esa persecución. “Estas
cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo” (16:1). “Mas os he
dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que
ya os lo había dicho” (16:4). “Esto no os lo dije al principio, porque
yo estaba con vosotros. Pero ahora voy al que me envió” (16:4, 5).
En otras palabras: “Les digo estas cosas ahora, porque no voy
a estar con ustedes físicamente cuando ocurran”. (16:4, 5). “Porque
os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón” (16:6).
“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis
sobrellevar” (16:12). “Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora
viene cuando ya no os hablaré por alegorías” (16:25). “Estas cosas os
he hablado para que en mí tengáis paz” (16:33).
Conclusión:
En este breve fascículo, he tratado de cubrir algunas de las
últimas palabras de Jesús a sus discípulos, que son algunas de sus
más profundas enseñanzas. Queda un fascículo más para terminar
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo
41
este estudio del maravilloso Evangelio de Juan. Confío en que nos
escribirá para solicitar ese último fascículo.
Mi oración es que, mientras estudiamos este Evangelio
juntos, usted haya llegado a conocer a Jesús como su Salvador y esté
experimentando la obra milagrosa del Espíritu Santo en su vida,
como sus discípulos, hace casi dos mil años. También es mi oración
que estos fascículos lo ayuden a entrar en la Palabra de Dios, y que la
Palabra de Dios entre en usted. Esta es mi oración constante, porque
sé que Dios hace cosas maravillosas y milagrosas cuando su pueblo
permanece en su Palabra, y su Palabra permanece continuamente en
su pueblo.
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