3as Jornadas de Historia de la Patagonia
San Carlos de Bariloche, 6-8 de noviembre de 2008
Mesa D1. La Patagonia en el imaginario político y social
Las expediciones en busca de la Ciudad de los Césares y la expansión hispano-
criolla (1543-1622)
Patrick Pedulla
UBA
Las primeras entradas en busca de los Césares
Las guerras civiles del Perú y la situación de permanente inestabilidad política y social,
tanto hacia dentro del grupo dominante español como también en las relaciones entre
indígenas y españoles, llevó a la Corona a elaborar una política orientada a la
descompresión de la tensión social. El conflicto entre almagristas y pizarristas culminó
con la derrota de los primeros y la muerte de Francisco Pizarro y de Diego de Almagro
y su hijo, éste último vencido en Chupas (1542) por el Licenciado Vaca de Castro,
representante de la Corona. Para aliviar la tensión ordena entradas y fundaciones
desplegándose hacia el sur y el oriente del Perú, enviando socorros a Valdivia en Chile
y una entrada exploratoria hacia la región del Tucumán, a cargo de Diego de Rojas1. La
concesión de permisos para realizar entradas ayudaba a descargar la tierra de
indeseables, además de aumentar el conocimiento de las áreas marginales y extender las
fronteras, y para los conquistadores empobrecidos era la única posibilidad de ascenso
social. El cronista Diego Fernández, el Palentino, menciona que el motivo de la entrada
de Rojas era gratificar a toda la “gente de guerra”, y que el prestigio de sus
organizadores, convocó a “gente principal, y aún vecinos que tenían indios de
repartimiento en el Cuzco y otras partes los dejaron por ir a esta jornada” (Fernández:
21-22).
La expedición de Rojas contó con aproximadamente 200 hombres y salió del Cuzco en
mayo de 1543. La jefatura recaía en Diego de Rojas -de destacada participación en la
guerra contra Almagro- secundado por Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia2
(Assadourian, 1986: 29-38). En carta del Licenciado Vaca de Castro a Carlos V escribe
que “ansimismo hay noticia que entre esta provincia de Chile y el nacimiento del río
grande que llaman de la Plata hay una provincia que […] llama […] hacia la parte de la
mar del Norte de aquel cabo de las sierras nevadas que diz que es muy poblada y rica.”
Si bien el destino de la entrada no está explicitado, por lo que ha dado motivo a
controversias, según Cieza de León (a.-: 299-300), Gutiérrez y Rojas “deseando hacer
alguna conquista que fuese memorada, é S. M. servido, pidieron al gobernador Vaca de
Castro aquella empresa”, refiriéndose explícitamente a la región divisada por Francisco
César, ya que “teníase gran noticia de las provincias que se extienden a la parte
occidental, por donde corre el grande é muy poderoso rio de la Plata”. Es indudable que
la incertidumbre del objetivo de la entrada tal como se nos presenta, responde
principalmente a la identificación que los españoles hacían del territorio inexplorado del
Tucumán con la noticia de César en los momentos iniciales de la expansión. Por otro
lado, tanto el objetivo de apartar el exceso de conquistadores hacia áreas marginales por
parte de las autoridades, como la motivación por descubrir nuevas riquezas de los
expedicionarios, se articulan para configurar una tendencia centrífuga hacia la
conformación de una nueva frontera, en la que el mito de los Césares funcionará como
atractor.
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La entrada se llevó a cabo por un territorio extenso y prácticamente desconocido,
tomando el camino al Tucumán -considerándola una mejor tierra por los informes
obtenidos de los indios- donde permanecieron unos meses y pasaron a los Juríes
(Santiago del Estero). A principios de 1544 es herido fatalmente Diego de Rojas
delegando el mando en Francisco de Mendoza, quien arribó en julio de 1545 a la
provincia de Talamo y Hica (Calamuchita), explorando hasta las ruinas de Sancti
Spiritus. Narra Rui Díaz de Guzmán -informado por Gonzalo Sánchez Garzón- que
“pasando adelante llegó a los Comechingones, que son unos indios naturales de la
provincia de Córdoba que viven bajo de tierra en cuevas, que apenas aparecen sus casas
por afuera. Y trabando amistad con ellos, se informaron de lo que había en la tierra, y
tomando relación de como a la parte del Sur había una provincia muy rica de plata y
oro, a quien llamaban Yungulo, que se entiende ser la misma noticia que en el Río de la
Plata llaman los Césares, tomado del nombre de quien la descubrió”. El cronista Diego
Fernández se refiere a la “provincia de los Chinchagones”, donde los indios “daban
nuevas de los cristianos de Chile y de las grandes provincias de Ungulo y de otras que
estaban en las cordilleras de las sierras… y preguntando a los indios por oro, apuntaban
hacia las sierras, y estaban este paraje delante de Chile” (Fernández: 37). Las
disensiones acerca de rumbo a seguir estallaron entre los jefes enfrentados entre sí y
culminarían con el asesinato de Mendoza y la imposición de Heredia como jefe
supremo, quien decide el regreso al Cuzco, donde los sobrevivientes combatirían contra
la sedición de Gonzalo Pizarro. A pesar del fracaso en encontrar la tierra de César, la
entrada de Rojas proporcionó valiosa información etnográfica y geográfica sobre los
territorios del Tucumán, descubrió la ruta al río de la Plata y otorgó verosimilitud a los
rumores sobre un territorio rico en oro y plata a “espaldas de Chile”, al oeste de las
sierras de Tucumán y Córdoba.
Una vez pacificado el Perú por el Licenciado La Gasca y ejecutado Gonzalo Pizarro, la
necesidad de desembarazarse del persistente foco de tensión que constituían los
conquistadores revoltosos, obligó a la Corona a preparar dos entradas a los territorios
recientemente explorados –que habían adquirido ribetes legendarios en la transmisión
oral de sus protagonistas (Levillier, 1943: 72)- una en auxilio de Chile al mando de
Francisco Villagra y la otra rumbo al Tucumán a cargo de Juan Núñez de Prado.
Francisco Villagra había arribado a Lima en agosto de 1549 enviado por Valdivia en
procura de refuerzos para la frágil situación de Chile. Muchos capitanes que no habían
sido recompensados por La Gasca, comerciantes seducidos por las argucias de Villagra
y soldados sin encomiendas ni tierras, se enrolaron en la jornada. El cronista Góngora
Marmolejo, refiere que el Licenciado La Gasca “rescibió contento, porque le pareció
saldrían muchos soldados con él que pretendían desasosegar el reino, y otros que
estaban descontentos por no habelles dado de comer, que es indios en repartimiento, y él
se quitaría de importunidades”. Con gran habilidad, Villagra conjugaba las necesidades
de la Corona con las expectativas de fortuna de los conquistadores sin patrimonio, y
obtenía recursos humanos y económicos para su empresa en Chile, exaltando el
espejismo de los Césares, también denominado Yungulo desde la entrada de Rojas3. La
noticia de Yungulo se convierte así en el cebo para atraer la soldadesca desocupada, sin
indios ni riqueza, y es funcional a la política de expansión territorial y descompresión
social de La Gasca.
Paralelamente Juan Núñez de Prado preparaba su expedición con el objetivo de fundar
un pueblo en el Tucumán, región a la que se suponía opulenta, basados en los relatos
que los indígenas brindaron a los hombres de Rojas. Esta creencia se sostenía por la
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identificación de Yungulo con la región del Tucumán que hacían las propias autoridades
del Perú, como se manifiesta en las expresiones del Presidente La Gasca: “Delante de
los Charcas hay una provincia que se dice Tucumán donde hay copia de naturales y
noticia de gruesas minas de oro, y que se cree las habrá de plata” (Levillier, 1943: 86-
87). Al igual que con la expedición de Villagra la necesidad de aliviar la tensión social
es articulada por las autoridades con la noticia de ricos territorios, lo que llevó a La
Gasca a inquirir por carta a Pedro de Hinojosa y a Polo de Ondegardo “adonde les
parecía se podría poblar algún pueblo” para vaciar el excedente de soldados (citado en
Levillier, 1932, I: 159)4. La elección de Tucumán se debió a que reunía los indiscutibles
atractivos de ser una tierra recientemente explorada, considerada rica y colindante a
Yungulo, cercana a Chile y camino al Río de la Plata.
La simultaneidad de ambas jornadas condujo a un doble conflicto de intereses entre
ambos jefes: en primer lugar, la expedición de Núñez de Prado privaba a Villagra de
recursos humanos inestimables para auxiliar a Chile, y segundo, porque la fundación de
un pueblo en el Tucumán cercenaba las posibilidades de proyección de Valdivia hacia el
Atlántico y se temía que desde allí se pudiera alcanzar la Provincia de César. El objetivo
principal de la jornada de Villagra –además de socorrer la plaza de Chile- consistía en
explorar y descubrir Yungulo (Gil, II: 268), como el propio Villagra lo declaró
posteriormente5. En estas condiciones, las tropas de Núñez de Prado entraron en
conflicto con las de Villagra, quien se impuso y obligó al primero a aceptar la
jurisdicción de Valdivia sobre El Barco, bajo la amenaza de despoblarlo.
En esta disputa la leyenda de los Césares juega un papel determinante. En un nivel
estructural actúa -como ya hemos visto- como atractor de la fuerza centrífuga que
impulsa fundaciones aliviando la tensión social del Perú (Assadourian, 1986: 40) y, en
segundo lugar, como un imán de colonizadores con expectativas de obtener riquezas, lo
que se manifiesta en la utilización que los hombres de Villagra hicieron de la noticia de
Yungulo con el fin de enganchar tropas a Chile y luego, amenazar a su rival con la
despoblación de la ciudad. En la probanza que levantó Juan Núñez de Prado en la
ciudad del Barco en marzo de 1551 en la pregunta 13 se expresa que el capitán
Reynoso, maestre de campo de Villagra, “comenzó hablar a los soldados del dicho
capitán Juan Núñez de Prado para que se fuesen con el dicho Francisco de Villagrán y
dejasen la ciudad, dándoles a entender cómo iban a Ingulo, e que esta tierra no era
buena ni había oro ni otra cosa buena en ella, y que en dos años ternía cada uno
cincuenta mill castellanos, con las cuales palabras tenía convencidos muchos soldados,
e se quería ir la mayor parte con él” (en Medina, 1896: 6). En las repuestas a esta
pregunta se enfatiza la contraposición que los tenientes de Villagra hacían entre “Ingulo,
que era muy buena tierra, é que esta tierra de Tucumán no era nada” (Medina, 1896:
24), según declara el testigo Muñoz de Illanes. Es importante destacar que la relatividad
de las apreciaciones sobre la riqueza o la pobreza de la tierra no respondían a un criterio
uniforme de los conquistadores sino a sus motivaciones e intereses particulares: el
Tucumán era percibido desde el Perú como una tierra rica en indios y metales, paso
previo a la conquista de Yungulo, mientras que los hombres de Villagra suponían la
ubicación de Yungulo mucho más al sur, próxima al Arauco, área de expansión que
fomentaba Valdivia desde Chile. Villagra -con recursos humanos y logísticos
acrecentados- siguió hacia Chile con intenciones de hallar Yungulo en el camino6.
Siguiendo una vía que no había sido transitada por los españoles, a mediados de mayo
de 1551, llegaban al inexplorado Cuyo. Debido a los rigores estacionales del invierno
Villagra se plantó antes de cruzar la cordillera y resolvió preparar una expedición en
busca de Yungulo que costó grandes pérdidas humanas y materiales, logrando cruzar a
4
Chile en la primavera, no sin la disconformidad de muchos de sus hombres7. Según el
relato de Vivar, estos territorios habían sido conquistados por el Inca, que extendió su
dominación por el sur hasta el río Diamante. También tomaron relación de los indígenas
y “se tuvo noticia de muchas provincias hacia la mar del norte y de muy grandes
poblazones. Todo está por conquistar… Estas provincias de Cuyo y Caria son ricas de
oro porque se vio entre los indios” (Vivar: 282). Juan Jiménez, integrante de la jornada,
declaró en 1558 durante el proceso seguido a Villagra que “en la dicha jornada
descubrió muchas leguas y pacificó muchos indios en los Juríes y en esta tierra detrás de
la cordillera, que es la provincia de Cuyo y Cabay y Uco, y los indios de estas
provincias han venido á dar la obediencia y á servir á los vecinos en quien se
encomendaron, y conquistó muchas é diversas naciones de lenguas" (citado en Barcena,
1999).
Valdivia envió a Francisco de Aguirre con orden de detener a Núñez de Prado -que
había decidido mudarse y establecer la ciudad en otro sitio para salir de los límites de la
jurisdicción de Chile- con vistas a extender los límites de la demarcación otorgada por
La Gasca en 1548. Aguirre tomó posesión de la última versión de El Barco en junio de
1553 y trasladó el emplazamiento a media legua de distancia con el nombre de Santiago
del Estero. Así quedaba asegurada la posesión para Chile de los territorios trasandinos.
Santiago del Estero se constituiría en el único enclave español en la región
prácticamente aislado de Chile y Charcas, sosteniendo sus pobladores una precaria
existencia, causada por los constantes ataques indígenas y el hambre (Levillier, 1932, I:
297).
El eje de expansión chileno
El proyecto de expansión de Valdivia estaba prioritariamente orientado por el sur hacia
el estrecho de Magallanes y por el oriente hacia el Atlántico, mientras que las regiones
trasandinas de Cuyo, Tucumán y Juríes que caían dentro de la demarcación de su
gobernación eran un objetivo secundario (Nocetti y Mir, 1997: 86). Con esa intención
envió a Jerónimo de Alderete a buscar un sitio donde fundar una ciudad que obrase
como escala en la conquista al otro lado de la cordillera (Villarrica), mientras él mismo
avanzaba hacia el sur en dirección al Estrecho, llegando solamente hasta el lago Ranco
desde donde retornó a la ciudad de Valdivia. Alderete arribó a la región aledaña al río
Toltén donde halló un paso para cruzar la cordillera, y recibió relación acerca de “unas
minas ricas de plata, de donde los naturales sacaban y labraban plata” (en Góngora
Marmolejo, 1960: Cáp. XIII). Sin poder corroborar la relación de los indígenas,
emprendieron la vuelta.
Otras noticias acerca de riquezas al otro lado de la cordillera también fueron
averiguadas por los hombres del gobernador. Los indios dieron relación de que a unas
37 leguas de Valdivia encontrarían un lago que desaguaba en el Atlántico, tras el cual
encontrarían una provincia muy poblada. Jerónimo de Vivar (284-285) -que fue
integrante de esta entrada- narra que “yo vi al indio que nos dio esta relación tomar un
jarro de plata y que de aquello tenían mucha cantidad, y que ganado no lo tenían sino
por los campos. A lo cual me parece esta noticia ser lo que vio César” según las
descripciones que había obtenido de un compañero de Francisco César en Santa Marta.
Agrega el mismo autor que existía otra “muy gran noticia” a la altura de la ciudad
Imperial y al otro lado de la cordillera, a unas quince jornadas (unas 60 leguas), pero
que “a mí paréceme que podría ser toda una”, es decir que en realidad los indios hacían
referencia al mismo sitio.
5
Valdivia dispuso la realización de dos expediciones, una por mar hacia el Estrecho al
mando de Francisco de Ulloa y otra que debía trasmontar la cordillera desde el sur de
Chile explorando hasta la Mar del Norte, capitaneada por Francisco de Villagra, con la
intención de confirmar la relación que habían tomado unos meses antes (Vivar: 286).
Desde la ciudad de Valdivia partió Villagra (año 1552) y cruzó la cordillera
probablemente por el paso de Villarrica, y tomando hacia el sur se encontró con un río
que no pudo atravesar –tal vez el río Limay- y luego de un combate con los indios
puelches donde perdió algunos hombres, retornó a Chile sin resultados (Góngora
Marmolejo, 1960: Cáp. XIV; Barros Arana: 320).
Hacia fines de 1553 Pedro de Villagra, a quien se había encargado el gobierno de la
Imperial, por orden de Valdivia, cruzó la cordillera y “volvió dende a cierto tiempo e
traxo sal e noticia de que había mucha gente detrás de la dicha cordillera”, según declara
(pregunta 48) Juan del Puerto de Rentería en una información de servicios de Pedro de
Villagra en Santiago de 1562 (en Morla Vicuña: 123, apéndice). Esta noticia sería
conocida como Jornada de la Sal y que junto a las relaciones inicialmente recogidas se
confunden con la región de los Césares. De modo que Conlara, Lin Lin, Trapalanda, La
Sal, Yungulo, y los Césares son percibidos desde Chile como ubicados del lado oriental
de la cordillera, en una amplia región que abarca desde el actual Cuyo y sus
inmediaciones hasta la Patagonia8.
El proyecto de Valdivia consistía en ampliar su gobernación hasta el Estrecho de
Magallanes y aumentar la extensión de su demarcación por el oriente hasta el Océano
Atlántico. Para ello había llevado adelante una serie de fundaciones que proporcionaban
a los españoles tierras y encomiendas como premio a los servicios prestados,
constituyendo la explotación de oro la preferencial fuente de riqueza. La posibilidad de
obtener de indios en encomienda era el premio más deseado para el grupo
conquistador9, así como un estímulo más realista y a mano que la conquista de un nuevo
Perú. La expansión hacia el Atlántico tendría un doble objetivo: la obtención de indios
para encomendar10
y el descubrimiento de maravillosas comarcas ricas en metales
imaginadas según el arquetipo del Perú. Pero la exitosa expansión chilena tendría su
punto débil en la excesiva dispersión de fuerzas en un territorio dilatado, circunstancia
que sería aprovechada por los indígenas, deseosos de quitarse de encima tan oprobiosa
sujeción: la rebelión araucana encabezada por Lautaro provocó la muerte de Valdivia en
Tucapel y la pérdida de todos los establecimientos del sur chileno. Ya desde España el
príncipe Felipe intentaba poner freno a estas políticas arriesgadas ordenando detener las
exploraciones y nuevas conquistas motivadas por la necesidad de desaguar el Perú,
como manifiesta en una carta a la Audiencia de Lima en febrero de 1551 (en Morla
Vicuña: 76, apéndice). García de Mendoza, nuevo gobernador, hizo esfuerzos por
detener la revuelta, repobló algunas de las localidades y continuó el plan de expansión
de Valdivia. A ese efecto, envió a Juan Pérez de Zorita a hacerse cargo de Santiago del
Estero y fundar nuevas poblaciones, a Pedro del Castillo a fundar un pueblo del otro
lado de los Andes en Cuyo y a Juan Ladrillero a descubrir la región magallánica.
Pérez de Zorita estableció Londres (1558) en el valle de Quinmvimil en Catamarca,
fundó Córdoba (1559) en el valle Calchaquí y finalmente la ciudad de Cañete (1560) en
Tucumán. Estas tres ciudades conformaban un triángulo de defensa y asistencia
recíproca frente a los ataques de los indios, y aseguraba las comunicaciones y el
comercio con Charcas y Chile. Pero esta política fundacional era tan arriesgada como la
que implementó Valdivia, ya que producía una dispersión de fuerzas. Sin embargo, era
la forma en que los colonizadores podían acceder en un territorio más extenso a una
6
mayor cantidad de indios de encomienda con qué comer -según la expresión de la
época-, que concentrando fuerzas en un solo punto. Las excesivas cargas sobre la
población indígena culminaron con el gran alzamiento calchaquí y la destrucción de
Londres, Cañete y Córdoba, fracaso que causó la pérdida de los territorios orientales de
Chile, al conformarse la gobernación del Tucumán.
Paralelamente García de Mendoza enviaba a Pedro del Castillo a fundar en Cuyo, quien
sería reemplazado algunos meses después por Juan Jufré, nombrado por el nuevo
gobernador de Chile, Francisco Villagra. El capitán Jufré refundó la ciudad de Mendoza
y al año siguiente San Juan de la Frontera. Las noticias de hipotéticas opulencias eran
proclamadas aún años después como se reproduce en una carta del Cabildo de San Juan
de la Frontera al rey del 8 de octubre de 1573 que dice que a pesar de no haber
encontrado ni oro ni plata, “sábese cierto los incas señores que fueron del Perú y destas
provincias lo sacaron, que ahora se ve las poblaciones que para ello tuvieron y
instrumentos con que lo labraban”11
, y en una relación poco posterior del mismo
Cabildo que dice que “hay clara certidumbre estar cierta cantidad de ingas, pobladas
cuarenta y cinco leguas de esta ciudad; las cuales dicen proceder y descender de los
ingas, del Perú, que se entraron conquistando la tierra adentro, y entiéndese que es lo
que vio César, según que V.M. mas largamente ha oído y visto” (citado en Barcena,
1999).
También Villagra continuaba su expansión al sur y desde Angol envió al capitán Pedro
Leiva a descubrir nuevas tierras. Del lado oriental de la cordillera hallaron unos indios
diferentes a los de Chile (puelches) “y aunque había en ella algunos prenuncios de oro”
decidieron retornar debido a la gran distancia que los separaba de los asentamientos
españoles. Además, Villagra se dirigió al sur y alcanzó la región cercana a Chiloé y
envió un bergantín a explorar en la región del Estrecho, pero nunca pasó al sur del grado
41 (Morla Vicuña: 206). En esta entrada había participado Arias Pardo Maldonado -
yerno de Villagra- quien en una petición de 1563 solicitaba la gobernación de las
provincias de Chiloé y de la Trapananda “questán despobladas dende la Cibdad de
Osorno hasta el Estrecho de Magallanes, con ciento y cincuenta leguas del hueste a
leste” (en Morla Vicuña: 187, apéndice). Esta asociación metonímica entre el Estrecho y
la Patagonia se basaba en el convencimiento de la cercanía del paso interoceánico.
También la asociación del Estrecho con la Provincia de César o la Trapalanda comienza
a hacerse visible en fecha tan temprana. Pero se debe tener en cuenta que si bien la
Trapalanda se la ubicaba en 1563 al sur de Chiloé, entendemos que tampoco se la
relaciona con el estrecho propiamente dicho sino con toda la región patagónica, como se
desprende de las dimensiones de la gobernación que Arias Pardo Maldonado pretendía
como merced. Visto desde Chile el mito comienza a desplazarse hacia el sur, siempre en
la vertiente oriental de la cordillera; primero se ubicaba Yungulo en las cercanías de
Cuyo (primera expedición de Villagra), luego en la región de los puelches en las
actuales provincias de Río Negro y Neuquén (expediciones de Alderete y Pedro de
Villagra) y posteriormente al sur de Chiloé y del paralelo 41 (expedición de Arias Pardo
Maldonado). Finalmente se la ubicó en las cercanías del Estrecho de Magallanes. La
expansión de Chile había sufrido una reorientación definitiva a raíz del surgimiento de
la gobernación del Tucumán en 1563 como un nuevo eje de expansión en competencia.
La expansión hacia el oeste intentada desde Cuyo se sellaría definitivamente con la
fundación de Córdoba en 1573 por Cabrera, rival directa de una región cuyana
imposibilitada de medios para emprender la conquista de los Césares.
7
En 1565 Juan Pérez de Zorita es nombrado “gobernador, capitán general, justicia y
alguacil mayor de las provincias de la Sal y Trapananda y noticias de César”12
,
encargándole su descubrimiento el licenciado Castro. Según declara el propio Zorita en
una carta al rey de 1577, una vez en la ciudad chilena de la Serena fue advertido que si
continuaba su descubrimiento “sería causa que aquel reino quedase perdido y
despoblado, porque toda la gente se iría conmigo”, razón por la que desistió. Esta
capacidad de movilización del mito sería aprovechada durante el gobierno de Francisco
Villagra por los vecinos de la Imperial Martín de Peñalosa y Francisco Talaverano
quienes propiciaron un motín con motivo de ver peligrar sus encomiendas a manos de
seguidores del gobernador, por ellos haber sido beneficiados por su predecesor. Relata
Lobera (II; 422) que “se determinaron de hacer cabeza de bando juntando alguna
gente… pasándose de la otra parte de la cordillera a una provincia por conquistar
llamada Frapanande, de cuya riqueza habían oído decir por ventura, más de lo que ello
era”. Una vez desarticulada la conspiración, ambos desertores fueron agarrotados. 13
El descubrimiento de los Césares fue solicitado sin éxito por muchos otros
conquistadores, cuyas expectativas fueron desalentadas por la política del virrey Toledo,
renuente a continuar una expansión desordenada. En una relación dirigida al rey sobre
las provincias de su jurisdicción fechada el 1 de marzo de 1572, el virrey reconoce que
la expansión tenía una de sus causas principales en la “necesidad de desaguar la gente
mal asentada y no gratificada de este reino” pero que la persistencia en esta política
ponía en “peligro evidente lo ya adquirido y conquistado”14
. Continúa su escrito
advirtiendo que la fuerte atracción que sienten los súbditos españoles hacia estas
entradas descubridoras es aprovechada por capitanes inescrupulosos y charlatanes “con
falsos prosupuestos y ficciones y engaños”, que los alientan a vender sus haciendas y
desamparar a sus familias con el fin de obtener recursos humanos y económicos para
sus propios intereses. Sin embargo, el escepticismo de Toledo se corresponde más con
su actitud pragmática en cuestiones de gobierno que en un descreimiento del mito. En la
misma relación escribe que “al sur de la ciudad de Santiago del Estero está la provincia
que llaman de la Sal y por otro nombre de César y la cordillera que cae a las espaldas de
Chile adonde fue los años pasados el general Joan Jofré que dicen lo de Cuyo, esta
noticia de César empieza desde cuarenta y cuatro grados al sur y prosigue casi hasta el
Estrecho de Magallanes y corresponde términos con la provincia de Chile hasta los
Coronados en el lago Chiloé que es el Mar del Sur en cuarenta y seis grados más al
puerto desta tierra de César, que en la lengua natural se llama la Trapalanda”. El propio
virrey cuenta que esta jornada había sido solicitada por Juan Jufré y por Alonso Picado
pero que les fue denegada debido a que en la delicada situación de Chile cualquier
convocatoria a una entrada vaciaría el reino, situación que sería aprovechada por los
indios de guerra para un contraataque, como también consta en una providencia de la
Audiencia de Lima de 1571 en la que se exponen razones parecidas para la negativa15
.
Otro pretendiente frustrado fue Juan de Nodar quien entre 1578 y 1580 propuso
diversos planes de conquista de los Césares y el Estrecho de Magallanes que nunca
vieron la luz (Gil, II: 272-273). Es en esta época que empieza firmemente a identificarse
desde Chile la leyenda de los Césares con los náufragos sobrevivientes en el Estrecho de
la expedición del Obispo de Plasencia de 1540.
La última intentona en el siglo XVI para alcanzar los Césares desde Chile fue la jornada
del capitán Lorenzo Bernal de Mercado -ordenada por el gobernador Alonso
Sotomayor- quien tuvo noticias de unas minas al otro lado de la cordillera en territorio
puelche y “donde en lugar de oro hallaron muchos indios de guerra”16
. La tenaz
resistencia araucana así como la mayor capacidad dinámica de los ejes de expansión
8
(Nocetti y Mir, 1997) de Tucumán y de Buenos Aires fueron extinguiendo poco a poco
la proyección chilena hacia el sur y el Atlántico. El golpe de gracia a las aspiraciones
chilenas será la sublevación generalizada de los indígenas de la última década del siglo
XVI y la derrota de las tropas españolas, debilitamiento que favoreció la expansión de
las jurisdicciones competidoras (Nocetti y Mir: 30). Finalmente, la pérdida del sur de
Chile, el saqueo y abandono de la mayor parte de los establecimientos españoles a
consecuencia de la ofensiva araucana dio origen a una de las versiones locales del mito:
los Césares osornenses17
.
El eje de expansión tucumano
La derrota de los españoles en Tucumán, la situación de aislamiento de Santiago del
Estero y la inseguridad de las comunicaciones entre Chile y Perú, impusieron a la
Corona la creación del Tucumán como nueva gobernación en 1563. Francisco de
Aguirre fue elegido como nuevo gobernador y su primera decisión –además de intentar
pacificar la región con escaso éxito- consistió en impulsar una serie de fundaciones para
extender su jurisdicción hacia el sur y el Atlántico. En 1565 estableció San Miguel de
Tucumán y su movimiento siguiente consistió en fundar en los Comechingones como
paso previo a la construcción de un puerto en el Río de la Plata. Esta vocación atlántica
de Aguirre tenía como objetivo la creación de un sistema comercial con salida por el
Plata, para competir con el monopolio que ejercían Lima y Portobelo. Este proyecto
será impulsado principalmente por el oidor Juan Matienzo y ejecutado por Aguirre,
Cabrera y Garay entre otros (Assadourian, 1986: 42-43). La fundación en Córdoba era
fundamental en un sentido estratégico porque era la punta de lanza para fundar en el Río
de la Plata (Santa Fe y Buenos Aires), y un freno para las pretensiones expansivas de
Chile al oriente de la cordillera que eran encarnadas por Cuyo. Además, desde una
fundación en Comechingones se podría estar a un paso de los Césares, ciudad que se
creía cercana a minas de oro antiguamente explotadas por los incas y situada en las
cercanías de Cuyo, como consta en documentos del Cabildo de San Juan de la Frontera
arriba citados (en Medina, 1959, II: 17; también en Lobera, II, cap. XV). La creencia de
Aguirre en la proximidad de una tierra muy rica se remontaba a sus primeras
exploraciones en Comechingones y regiones aledañas, como se expresa en su probanza
de 1556. Allí sostiene el testigo Lorenzo Maldonado (pregunta 17) que la conveniencia
de fundar en el valle de Conando, en la sierra de los Diaguitas y en Comechingones es
porque está cerca de las minas, agregando Julián Sedeño que “las a visto e sacado con
sus manos el oro de las minas” (citado en Levillier, 1932, II: 219-262). Las intenciones
de Aguirre son reveladas por una declaración de Juan Cano quien sostiene que el
gobernador luego de fundar en Comechingones iría a “descubrir los secretos de la tierra
por la noticia que avia de riqueza, e hasta agora la hay” (en Levillier, 1932, II: 98). En la
información de Ramírez de Velasco de 1589, Blas Ponce sostuvo que Francisco de
Aguirre se había dirigido a fundar “por la noticia grande que tenía de los dichos
españoles perdidos y de grandes poblaciones de naturales y riqueza que descubrió el
César sobredicho”. Con este objetivo, partió Aguirre con 130 soldados de Santiago del
Estero hacia Comechingones pero, unas 20 leguas antes de llegar, una conjura de sus
hombres interrumpió su proyecto; conducido a Charcas en setiembre de 1566, fue
sometido a proceso.
Mientras Aguirre afrontaba su proceso judicial, Juan Pérez de Zorita intentaba sin sus
credenciales hacerse cargo de la gobernación del Tucumán, por recomendación del
presidente Quiñones. Esta fue la razón por la cual –según sostiene Levillier (1932, II:
119-120)- abandonó la jornada a los Césares y la Sal que se le había encomendado en
9
1565, bajo el pretexto de que se despoblaría la Serena y se desampararía Chile, debido a
que todo el mundo le seguiría en esa aventura. Es posible que Pérez de Zorita estuviera
más interesado en adquirir la gobernación del Tucumán que en realizar la jornada de los
Césares, pero según cuenta en la información de Ramírez de Velasco de 1589 el
escribano Jerónimo Vallejo -que “por la mucha noticia que este testigo tenía de su
riqueza, se determinó venir con el dicho general”- el revuelo que causó la preparación
de la expedición en la Serena fue tan grande que el gobernador mandó que Zurita
“saliese de las dichas provincias y se volviese al Perú”18
. Más allá de confirmar la
versión de su jefe, el relato de Vallejo nos vuelve la atención hacia la capacidad de
atracción del mito. Sin dudas los capitanes utilizaban esta cualidad para enganchar
tropas para sus propios fines –como advertía Toledo- pero lo que nos importa para este
caso es que la posibilidad de arrastre de los pobladores de la Serena para una jornada a
los Césares era, sino verdadera, por lo menos verosímil como para esgrimirla como
excusa por su organizador. Zurita fracasó porque la gobernación había sido otorgada
interinamente a Diego de Pacheco19
, quien fundaría en Esteco.
A diferencia de Aguirre y Matienzo, el proyecto que propulsaba el virrey Toledo se
centraba en asegurar la producción de Plata de las minas de Potosí. El acoso de los
chiriguanos, lules y calchaquíes atentaba contra la estabilidad de Charcas y el Tucumán,
impidiendo el comercio y la obtención de mano de obra necesaria para la explotación
que se implementaba mediante el régimen rotativo y forzado de la mita. Para llevar
adelante tales fines era necesario detener la expansión hacia el sur y fortalecer la
presencia hispánica con un encadenamiento de fundaciones entre Charcas y el
Tucumán, en los valles de Jujuy, Salta y Calchaquí. Esta política permitiría concentrar
fuerzas e incorporar el Tucumán al espacio económico que empezaba a generarse desde
Potosí, erigiendo una economía orientada a abastecer la región minera de materias
primas y productos básicos (Assadourian, 1979; 1986: 43-44). Este rol complementario
de la economía tucumana con respecto al polo de atracción potosino hará que en las
próximas décadas pierda parte de su fuerza expansiva, restringiendo la capacidad y el
interés de los conquistadores en avanzar hacia el sur (Nocetti y Mir: 30).
Las órdenes expresas de Toledo a Gerónimo de Cabrera eran fundar un pueblo en Salta
para que actuara como resguardo de las incursiones chiriguanas y protegiera el camino
entre Tucumán y Charcas. Pero Cabrera no atendió al mandato del virrey y dirigió sus
esfuerzos a poblar en Comechingones, lo que concretaría en 1573, con la ciudad de
Córdoba. El proyecto de Cabrera no se diferenciaba del de Aguirre, es decir que este
asentamiento sería el punto de partida para procurar una salida al Atlántico y un puesto
de avanzada en la conquista de los Césares. En la breve relación que el propio
Gerónimo Cabrera escribiera se puede entrever su entusiasmo, al encontrar “grandes
muestras y señales de metales de oro y plata en muchas partes de la tierra y por piezas
que se vieron entre los indios se entiende que lo hay en la tierra”20
. La cercanía de los
Césares era percibida por los primeros habitantes de la ciudad. Blas Ponce relataba en la
información de 1589 que Cabrera había salido a descubrir los Césares, pero que pobló
en Córdoba de paso “para ir descubriendo adelante y tener aquella ciudad para reparo de
dicho descubrimiento”; en el mismo documento, Pedro Sotelo Narváez aseguraba que
oyó al entonces teniente de gobernador de Córdoba Lorenzo Suárez de Figueroa,
afirmar que “tenía noticia de los naturales comarcanos de aquella ciudad de que era
cierta la dicha noticia, y estar cerca de estas provincias” (Medina, 1901, XXVI: 218).
Este conquistador había sido enviado por Cabrera como explorador para asegurar el
sitio elegido para fundar y hacer un reconocimiento del territorio. En una probanza de
1580, Suárez de Figueroa confirma que Córdoba “era escala y principio para poderse
10
poblar otras muchas hasta el estrecho de Magallanes por las grandes noticias que los
naturales dan de lo de adelante ansi de mucha gente como de mucha riqueza” (en
Levillier, 1932, II: 329).
La llegada del nuevo gobernador nombrado por el Rey, Gonzalo de Abreu, puso fin no
solo al plan de Cabrera sino también a su vida, siendo asesinado por su sucesor en 1574.
Hasta 1577 Abreu intentó sin éxito llevar adelante el proyecto de Toledo: fundó San
Clemente en el valle de Calchaquí y en Salta, pero fue destruida tres veces por los
indios. Los fracasos de Abreu se debieron tanto a su impericia como a su fascinación
por la jornada de los Césares. La preparación de la jornada y el desvío de recursos
fundamentales fueron inteligentemente aprovechados por los indígenas que esperaban el
momento oportuno para atacar, llegando a incendiar San Miguel en 1578. Esta idea
rondaba en la mente del gobernador por lo menos desde 1577, cuando le propuso a
Pedro de Zárate y a Juan de Garay en Santiago del Estero que abandonaran su viaje a
Charcas y se adhirieran a una jornada a Linlin a espaldas de Chile (Levillier 1932, III:
54-56). Partió desde Córdoba a mediados de 1579, donde se incorporaron algunos
vecinos a su tropa. Partió con 50 hombres y habiendo recibido relación de los indígenas
de “muchas poblaciones de indios y tierra rica, a los soldados que iban con él les faltó el
ánimo, y pareciéndoles ser pocos, se le comenzaron a huir muchos de ellos, que fue
causa de los que quedaron aclararse que no querían pasar adelante y le negaron la
obediencia y le hicieron volver” desde una distancia de 50 leguas21
. Sotelo Narváez
escuchó el relato del propio Abreu a su regreso sobre las noticias de una tierra muy rica
(Linlin) y de los españoles perdidos que se hallaban en sus cercanías. Según su versión,
Abreu se habría vuelto “por hacer demasiado frío y haber tenido noticia de que le
venían a tomar residencia”, en alusión a la próxima llegada de Hernando de Lerma para
sucederlo. La acción de gobierno de Abreu se diluyó sin conseguir los objetivos que
propugnaba el virrey de una fundación entre Tucumán y Charcas, entre constantes y
repetidos conflictos por la posesión del Río de la Plata con Garay y finalizó con el
infame ajusticiamiento ordenado por Lerma.
El proyecto que había inspirado Toledo se impuso finalmente con el gobernador
Ramírez de Velasco, que consolidó definitivamente la dominación española con aporte
de recursos humanos y nuevas fundaciones (La Rioja, Madrid de las Juntas y Jujuy).
Las ciudades no solo se convirtieron en los centros económicos de vastas extensiones
rurales del Tucumán, orientando su producción de materias primas al Potosí y
recibiendo mercaderías y pertrechos militares desde el Perú, sino que también se
tornaron en centros de organización y de dominación política, presentando un nuevo
panorama social para el grupo hegemónico. La posesión de encomiendas o cargos
públicos en un contexto económico y político más estabilizado hicieron menos deseable
para los españoles la participación o financiación de empresas de riesgo, es decir, “el
cuadro económico social consolidado capta al conquistador que trueca la actividad
militar de las expediciones por el ejercicio de la autoridad civil: es el hecho colonial que
sigue al de la conquista” (Assadourian, 1986: 47). Este cambio de actitud se manifiesta
en un exhorto al rey de 1590 en el que solicitaban que no los alejase de sus posesiones
para ir en busca de nuevas conquistas (Levillier, 1932: 182); algunos años después, en
una cédula Real de1635, estas actitudes se revelarán como perjudiciales a los intereses
de la Corona en la acusación de contumacia y rebeldía que el gobernador Felipe
Albornoz endosará a los vecinos de la gobernación de Tucumán que “no ban
personalmente a la guerra debiendolo hacer, por ser hacendados y ricos, vezinos y
feudatarios que se escusan por tener poder y ser deudos y parientes de don Gerónimo
Luis de Cabrera de que resulta muy gran daño a la Real Hacienda” (en Montes, 1959:
11
131-134). Es un tipo de expansión hacia el interior del territorio conquistado, en el que
un naciente sector ganadero se consolida a fines de siglo. El eje de expansión tucumano
se reorienta replegándose sobre sí mismo, con miras a participar del mercado gestado en
torno a Potosí, lo que tendrá por consecuencia “neutralizar parcialmente las empresas
conquistadoras” (Nocetti y Mir: 32).
Dentro de este panorama, los planes de Ramírez de Velasco eran expandir el Tucumán
hacia el Estrecho y reunir en una sola gobernación las ciudades del Río de la Plata,
Cuyo y Tucumán. El mito de los Césares va adquiriendo otros intereses asociados, pero
también comienza a perder su capacidad de arrastre. En la Información levantada en
Santiago del Estero entre 1587 y 1589 por Ramírez de Velasco para averiguar acerca de
la noticia de Talanicuraca y los rumores sobre los sobrevivientes de la expedición del
Obispo de Plasencia, confluye el interés por los supuestamente opulentos territorios
aledaños al Estrecho, la posesión estratégica del paso interoceánico, la guerra de
Arauco, el celo evangelizador cristiano y la fingida solidaridad con los españoles
perdidos. La leyenda se presenta en numerosas variantes, ya sean versiones sobre incas
huidos que brindan apoyo logístico a los rebeldes de Arauco, como a las peripecias
sufridas por los náufragos para retornar al mundo civilizado. El objetivo de Ramírez de
Velasco era continuar su expansión al sur “ofreciéndose a hacer la jornada de esta
empresa”. A pesar de la extensa Información, la unanimidad de voces de sus
gobernados y las reiteradas solicitudes del gobernador, Ramírez de Velasco nunca pudo
ejecutar ninguna expedición a los Césares. Estuvo a punto de llevar a cabo una entrada
con 45 hombres para poblar una ciudad al sur del río Quinto con intención de asentar
una base desde la cual acercarse a los Césares y descubrir camino hacia el Estrecho,
pero cuando ya estaba todo dispuesto se efectuó su relevo en el gobierno (Nocetti y Mir:
28; Gil, II: 278).
El eje de expansión rioplatense
El fracaso de los sucesivos gobernadores de Asunción de alcanzar las minas de Plata
vislumbradas por Caboto -desperdiciando sus escasos recursos- obligó a una política
más pragmática enfocada a las posibilidades y necesidades de una sociedad
prácticamente aislada. Con la prohibición de la Corona de extender las conquistas, los
desilusionados paraguayos impulsaron una serie de fundaciones con el objetivo de
asegurarse la posesión de territorios que podrían ser disputados por otros conquistadores
en el futuro, orientando sus esfuerzos hacia el norte en las tierras de los Xarayes y el
Guayrá (Cardozo: 246-248). Juan Ortiz de Zárate –un rico hacendado del Alto Perú-,
luego de extensas tratativas en España logró capitular la gobernación,
comprometiéndose a fundar varios pueblos, uno a la entrada del Río de la Plata.
En esta expansión, reorientada hacia el sur y con el objetivo primordial de “abrir la
puertas de la tierra” para entablar una comunicación permanente con España por la vía
del Atlántico, participa un nuevo elemento social de particular dinámica: los mestizos o
“mancebos de la tierra”. Este elemento criollo era percibido como problemático e
indócil debido a su marginación económica, tanto como fuente potencial de conflictos,
lo que los convertía en indeseables a los ojos de muchos españoles que, como el padre
Martín González, sostenían que “si los mestizos que ay en la asuncion no se desparcen
y se hazen pueblos con ellos o los llevan a la laguna del dorado por no tener
Repartymiento de yndios como no se los dieron se han de levantar y matar los españoles
y a sus padres” (Cardozo: 255). Se trataba nuevamente del problema de descargar la
tierra impulsando nuevas conquistas unido a la necesidad estratégica de romper el
12
aislamiento de la colonia paraguaya, que actuaban como causas medulares de las
fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires. Ambas fundaciones tuvieron como principal
protagonista al sector social de los mestizos que lideraba Juan de Garay, quienes a pesar
de tener una mentalidad mucho más pragmática que Irala, acorde a las necesidades y
problemas que aquejaban a la colonia, no abandonaron la demanda de hallar un nuevo
Dorado, esta vez en dirección al sur.
El establecimiento de Santa Fe en noviembre de 1573 aseguró para Asunción la
posesión de un puerto en el Paraná que disputaba con la Córdoba de Cabrera. A partir
de 1580, debido a la fundación del puerto de Buenos Aires, el Tucumán consolidó y
aumentó su presencia hacia el interior del espacio y su participación en el mercado
interregional, dándose la situación de que “cuanto más intensa era la orientación
atlántica de Buenos Aires, más sólidos debían ser los lazos que la unían con el interior,
en particular con el Alto Perú” (Moutoukias: 47). Buenos Aires operaba como
articulador entre el Potosí y las economías regionales de Chile, Tucumán y Paraguay, y
de todo el conjunto con España.
El naciente eje de expansión rioplatense comenzó a orientarse hacia las regiones del
Estrecho de Magallanes con la expedición que Juan de Garay comandó en noviembre de
1581 con la intención de descubrir la noticia de los Césares. Las expectativas de los
fundadores del núcleo porteño son expresadas por Fray Juan de Rivadeneyra, testigo de
los preparativos de la jornada: “quedan todos limando sus armas para emprender aquella
gran noticia y entrada que llaman del cesar que tiene fama de la más rica y abundosa del
mundo y que tiene en todo el peru grandísima suma de gente en un pie para probar en
ella su bentura esta entre chile y el estrecho y de buenos ayres para abajo acia el cabo
blanco son menester muchos españoles y que aprieten bien las manos y que vuestra
alteza los abra porque lo mucho no cuesta poco”22
.
Partió con un grupo de treinta hombres bordeando el litoral marino y sus adyacencias
más de setenta leguas hasta la actual región de Mar del Plata, desde donde regresó en
febrero de 1582 (Gandía, 1937: 308-309). En su exploración encontró algunos indios en
sus tolderías que poseían “alguna ropa de lana muy buena, dicen que la traen de las
cordilleras de las espaldas de Chile, y que los indios que tienen aquella ropa traen unas
planchas de metas amarillo en unas rodelas que traen cuando pelean y que el metal lo
sacan de unos arroyos; dicen que por la costa hay poca gente y que en la tierra adentro
hacia la cordillera hay mucha gente” (citado en Tijeras: 110; también en Gil, II: 279).
La intención de Garay de emprender una nueva expedición se vio truncada con su
muerte en 1583.
El influjo de los Césares no había perdido atractivo a pesar de los escasos resultados
obtenidos. El gobernador de Asunción Juan Torres de Navarrete en un bando del 23 de
febrero 1586 convocó a organizar “una jornada y población en la noticia de los Césares
o Elelín, dicho por otro nombre, por tener bastante relación de la mucha copia de
naturales que hay en la dicha parte para los atraer al gremio cristiano y a la obediencia
de S.M. y otrosí por la gran noticia de riquezas que tienen los dichos naturales” (en
Gandía, 1946: 279, nota 19). La convocatoria no tuvo ninguna repercusión, lo que
evidencia que si bien la creencia en el mito no habría sufrido mella, su capacidad de
convocatoria comenzaba a menguar. La Audiencia de Charcas insistía en 1601 con la
noticia de que al sur de Buenos Aires “ay unos sepulcros en que, por razón de los
yndios, se entiende que hay muchos metales que a lo que ellos señalaron es oro... cien
leguas más adelante está una provincia que llaman los Césares, la gente de la qual viben
en cassas de piedra y andan vestidos y se sirben de vasijas de plata y oro y tienen
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suxetos algunos de los yndios sus comarcanos que no son pulíticos. Esta conquista es
aora la más deseada en estas partes ansí de los destas provincias como de otras
comarcanas” (en Gandía, 1946: 280-281, nota21). También se informa que más hacia el
estrecho hay indios que descienden de los blancos españoles que naufragaron con la
armada del Obispo de Plasencia y que, según informaciones obtenidas de los tripulantes
de la flota de Cavendish en Río de Janeiro, existía abundancia de perlas en el Estrecho
de Magallanes.
Mientras paulatinamente el Tucumán perdía su fuerza expansiva, luego de una
interrupción de dos décadas, la expansión hacia el sur encontraría mejor posicionado al
eje rioplatense, con la expedición a los Césares de Hernandarias de Saavedra en 1604.
La entrada se componía de 130 hombres criollos y españoles de Santa Fe, Corrientes,
Asunción y Buenos Aires, 700 indios amigos, 600 bueyes con 76 carretas y 600
caballos iniciando la marcha en noviembre de 1604 (Figuerero y Gandía: 444). En su
avance hacia el sur descubrieron primero un río al que denominaron Turbio (el río
Colorado) y poco después el río Claro (el río Negro); encontrando solo indios
miserablemente vestidos quienes proporcionaron a los expedicionarios las consabidas
indicaciones de que más hacia el sur y junto a la cordillera encontrarían riquezas.
Nuevamente en 1611 se intentaría organizar una nueva jornada pero esta vez la
propuesta, presentada por el gobernador de Tucumán Alonso de Rivera, evidenciaba las
dificultades que sufrían las autoridades para continuar la expansión ya que solicitaba el
apoyo de altas esferas virreinales y de la Corona. En carta al rey Felipe III fechada el 26
de febrero (en Rodríguez Molas: 230-231), Rivera sostenía que el fracaso de
Hernandarias había consistido en no buscar la noticia “más a la banda de la Cordillera
de Chile” y que se habían recibido informaciones de los indios sobre gran cantidad de
gente “vestida y labradora. Y que tienen muchos ganados de la tierra y que están a
ciento treinta leguas de Córdoba y no más. Y si Vuestra Majestad mandase esto se
podría ver fácilmente y yo entraría a ello a servir a Vuestra Majestad de muy buena
gana y se hallaría en esta tierra soldados que vayan a ella de buena voluntad”. Esta era
la ubicación que ya presumían desde Chile, al sur de Cuyo en territorio dominado por
los puelches. La empresa nunca se concretó, pero preanunciaba el más grave choque de
intereses jurisdiccionales que se produciría una década después.
La última gran expedición para hallar los Césares fue auspiciada por Hernandarias como
patrocinador del rico encomendero Gerónimo Luis de Cabrera, su futuro yerno. El
proyecto es relatado por 1618 en una carta dirigida al rey por Hernandarias, entonces
gobernador del Río de la Plata, aduciendo necesidades de tipo estratégico. El objetivo
principal consistiría en fundar una ciudad en la vertiente oriental de los Andes cuya
función sería proteger las costas de posibles incursiones extranjeras, el control y defensa
del Estrecho, y una base desde la cual atacar a los rebeldes de Arauco que jaqueaban el
sur de Chile. Junto a los intereses de índole geopolítica expuestos por Hernandarias se
entretejían también los intereses particulares del propio Cabrera quien “concibió esa
conquista como una proyección de sus vastas posesiones heredadas en el área de Río
Cuarto. Eran óptimas plataformas provistas de dos elementos esenciales para encarar
cualquier entrada: disponibilidad de indígenas e importantes recursos ganaderos”
(Nocetti y Mir: 35). La propuesta involucraba a elementos y fuerzas de las tres
gobernaciones, lo que la erigiría como más viable que si fuera organizada por una sola
gobernación, y debería dar por resultado la creación de una nueva jurisdicción: la
Gobernación de los Césares. Ya no se trataba simplemente de una entrada sujeta a los
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vaivenes de la suerte sino a un plan de expansión hacia el sur basado en necesidades
geopolíticas vitales.
Paralelamente desde el Reino de Chile, Lope de Ulloa presentaba otro plan al virrey
Esquilache con la intención de tomar la delantera para hacer valer sus derechos
histórico-jurisdiccionales sobre el territorio al sur de Cuyo que disputaba con Buenos
Aires y el Tucumán, pero su posición era netamente desfavorable frente a estas dos
jurisdicciones debido a sus reiterados fracasos en la guerra de Arauco y en el control del
espacio marítimo que amenazaban los corsarios europeos. Sus gestiones frente al virrey
con el fin de impedir la capitulación de Cabrera no dieron ningún resultado, pero sus
protestas tuvieron como efecto que el virrey pusiera ciertas condiciones sobre el
establecimiento de las nuevas fundaciones con el objeto de no lesionar los intereses
jurisdiccionales chilenos.
Cabrera se comprometía financiar la empresa y fundar ciudades, con la restricción de
que sólo podría hacerlo pasadas cien leguas de la ciudad de Córdoba o de cualquiera de
las ciudades del Reino de Chile, dentro del espacio comprendido entre el Río Quinto y
el Estrecho de Magallanes. El conflicto con Chile no solo se daba en el ámbito
jurisdiccional sino en la posibilidad de acceder a una supuesta riqueza metalífera y a un
territorio cuyo dominio permitiría obtener una mayor disponibilidad de indígenas a
encomendar. Este era un problema que se había agudizado en las últimas décadas
debido al trágico descenso demográfico de la población aborigen y a la imposibilidad
del grupo español de incorporar bajo su dominio dos áreas desde siempre conflictivas:
el valle Calchaquí y la región del Chaco. El espacio bajo dominio español entre Potosí y
Buenos Aires era un angosto corredor amenazado por la presencia de indios de guerra
que impedían la incorporación de esas regiones, presión que se incrementaría en las
décadas siguientes. La baja demográfica sumada a la hostilidad indígena, conducían a
un atolladero la capacidad de expansión de las gobernaciones de Tucumán y Buenos
Aires, cuya única salida era empujar la frontera hacia el sur.
Con una tropa de 160 hombres y recursos disminuidos, Cabrera partió en noviembre de
1620 de Córdoba y a la altura del Río Quinto tomó posesión formal del territorio hasta
el Estrecho, lo que -en opinión de Nocetti y Mir (p. 45)- convierte a esta entrada un
movimiento de expansión diferenciado de los precedentes, de naturaleza más
exploratoria. Los expedicionarios se dirigieron a los valles de Chillen y Cutan (a unas
veinte leguas de Villarrica), constatando no sin asombro que los puelches disponían no
solo de cultivos y ganados autóctonos sino también de origen europeo, producto de
haber estado encomendados durante años a las ciudades del sur de Chile evacuadas en la
guerra de Arauco. Desde la segunda mitad del siglo XVI los puelches habían tenido
intercambios con los araucanos del sur de Chile, apoyándolos y abasteciéndolos en la
guerra que libraban contra los españoles. Este tipo de vínculos disminuían el poder de
control territorial y la operatividad militar de los españoles, lo que llevaba a un
estancamiento de la capacidad expansiva del eje chileno. Esta situación había sido
denunciada por el gobernador de Chile Martín Ruiz de Gamboa en 1585 cuando escribía
a Felipe II que los araucanos tenían lazos con “unos indios llamados puelches de quien
se ayudan las veces que quieren hacer algún daño” (en Medina, 1959, III: 240). En la
Información de Ramírez de Velasco de 1587 se alude en numerosas ocasiones al apoyo
que los Césares daban a los indios alzados de Chile, declarando el propio gobernador
que “los indios de esta provincia llamada Linlin o de César son los que proveen de
armas, bastimentos e gente a los indios del estado de Arauco de Chile” (Medina,
1901:207)23
. Los informes que los españoles obtenían de los indígenas derivaban en una
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caracterización forzada entre la actuación real de los puelches y la atribuida a los
Césares, aunque sin confundir sus identidades particulares. La abundancia en vestidos,
ganados, suministros y población reputada a los puelches por los informantes
aborígenes era interpretada como “riqueza” por lo españoles, a lo cual se sumaba la
desmesura en la interpretación de los indicios de metales preciosos. Las noticias sobre
los puelches eran decodificadas por los españoles como referidas a los Césares, lo
mismo que había ocurrido anteriormente con las noticias sobre asentamientos incas: la
noticia de los Césares daba pruebas constantes de su verosimilitud. Para las primeras
décadas del siglo XVII la articulación entre los indios de ambas vertientes de la
cordillera se encontraba mucho más afianzada, lo que requería una mayor participación
de los puelches como apoyo logístico en la guerra de Arauco. Dado este escenario, la
expedición capitaneada por Cabrera se presentó “en un momento en que las relaciones
entre grupos indígenas de uno y otro lado de la Cordillera mantenían una cohesión
fundada en su común lucha contra los españoles” (Nocetti y Mir: 54), lo que la
conduciría a un inevitable fracaso.
Una vez en el valle de Cutan se informaron de que a veinte leguas de la cordillera había
indios vestidos agricultores, con caballos y ovejas de Castilla, en una muy probable
referencia a la desolada ciudad de Villarrica. La disminución de los escasos recursos y
el desánimo de las tropas se conjugaron con la oposición indígena obligando a Cabrera a
emprender el regreso desde los 39 grados y medio, punto máximo que alcanzaron hacia
el sur. El fracaso de su empresa no empujó a Cabrera a renegar de la existencia de los
Césares, ya que en su informe los reubicó a 47 grados y medio junto a un inexistente
brazo de mar que comunicaría la cordillera con el Océano Atlántico. También insistía
sobre la importancia de mantener el camino descubierto entre Buenos Aires y el sur de
Chile, continuar la búsqueda de los españoles perdidos y de los incas huidos, y para
poner fin a la guerra de Arauco. El gran alzamiento calchaquí de 1631 desvió las fuerzas
y la atención de los españoles, impidiendo la continuación de la expansión y ocupación
del territorio al sur del río Quinto. Así los acontecimientos, finalizaba el último intento
importante por alcanzar la soñada Trapalanda, moría el sueño de la Gobernación de los
Césares y comenzaba a gestarse la leyenda.
Conclusiones: mito, expansión y frontera
Una vez asegurada la conquista del Perú, los centros de producción quedaron en poder
de una minoría hispana, al igual que el grueso del reparto de encomiendas. Por un lado,
el nuevo sistema colonial generó un alto número de postergados, gran parte de ellos
mestizos. Por otro lado, la situación social del Perú incitaba a las autoridades virreinales
a expeler a los conquistadores excluidos a la hora del reparto del botín y que eran
agentes de tensión social, expandiendo las fronteras e incorporando territorios
marginales (Assadourian, 1986: 35-38). En este sentido, decimos que el mito de los
Césares tiene una relación funcional con el avance de la frontera, ya que las autoridades
coloniales impulsaban entradas y fundaciones para descomprimir la tensión social y
deshacerse de elementos sediciosos, apelando a su capacidad de convocatoria. El mito
actúa como motor de la expansión de las fronteras hacia los territorios marginales no
ocupados por los españoles, o mejor dicho, realimenta e intensifica la expansión y se
apropia simbólicamente del espacio por conquistar, aunque el movimiento general de
expansión es preexistente y responde a otras causas. Esta situación se evidencia en el
hecho de que la merma en la dinámica expansiva de los ejes es independiente de la
creencia en el mito; la expansión se estanca pero el mito no desaparece. La capacidad de
arrastre del mito funciona como un atractor de colonizadores sin hacienda a las
16
fronteras, generando una tendencia centrífuga principalmente desde el Perú y en menor
medida desde Chile hacia el Tucumán, y desde el Paraguay hacia el Río de la Plata. La
capacidad de arrastre del mito se evidencia en la denuncia del virrey Toledo acerca de
capitanes inescrupulosos que con “ficciones y engaños” alientan a los colonizadores a
engancharse en jornadas infructuosas con el fin de obtener recursos humanos y
económicos para sus propios intereses. La capacidad de convocatoria es manifiesta
también con resquemor a “desamparar la tierra” con que censuran a Pérez de Zorita la
autoridades chilenas y en la conspiración de Talaverano y Peñalosa.
La leyenda de los Césares presenta además, la capacidad de englobar diversas noticias
como si fueran una sola en regiones tras la línea de frontera, caracterizadas por su
aislamiento, su alejamiento del espacio ocupado por los españoles, situados en una
periferia de difícil acceso a la que sólo se puede acceder después de padecer “grandes
trabajos”. A medida que se descubren y ocupan nuevos territorios corriendo la línea de
frontera surgen “nuevos” rumores de riqueza que cautivan el interés de los españoles.
La ubicuidad del mito se constituye a partir de esa dinámica que adquiere la expansión,
potenciándola y realimentándola. La cordillera de los Andes para el caso de Chile y las
extensas mesetas patagónicas o las llanuras pampeanas para el Tucumán y el Río de la
Plata, obran como barreras que ocultan las provincias promisorias, cuyo descubrimiento
facilitará a los conquistadores el acceso a riqueza, prestigio y poder. La leyenda es una
representación idealizada del universo más allá de la frontera. La capacidad ubicua del
mito se basa en que su posicionamiento es definido desde los cada uno de los ejes de
expansión hacia diferentes espacios geográficos. Desde el Perú se identificó
primeramente al Tucumán (Rojas), luego las cercanías de Córdoba (Aguirre, Cabrera) y
finalmente la Patagonia oriental. Desde Chile se asoció el mito a las regiones de Cuyo
(Villagra) y de Londres (en territorios que habían pertenecido al dominio inca), para
trasladarse hacia el sur de Mendoza y Neuquén, en territorio dominado por los puelches
–apoyo logístico de los rebeldes de Arauco-, a los que se vinculará por contigüidad a los
Césares. Las expediciones de Buenos Aires se dirigirán hacia el litoral atlántico y la
Patagonia occidental (Garay y Hernandarias). Finalmente, tras el fracaso de Cabrera, la
mítica comarca fue reubicada al sur del paralelo 47, en las regiones colindantes al
Estrecho de Magallanes.
Esta relación funcional también se manifiesta en que el interés por los Césares es causa
principal de disputa por la tierra entre los ejes de expansión y motivo de conflictos
jurisdiccionales entre Chile, Tucumán y el Río de la Plata. Las gobernaciones rivalizan
por apropiarse de un espacio que se supone colmado de riquezas e indios de
encomienda. El mito de los Césares obrará como una ideología de la apropiación del
espacio, articulándose con objetivos e intereses estratégicos, políticos y económicos,
tanto privados como gubernamentales, circunstancia que se observará más claramente a
comienzos del siglo XVII en las expediciones de Hernandarias y Cabrera.
La política de la Corona irá tornándose más conservadora a partir de las derrotas
españolas causadas por las rebeliones indígenas de Arauco y los calchaquíes. Cuando el
proceso de expansión pierda celeridad y finalmente se estanque, incorporándose las
sociedades de frontera al espacio económico peruano generado por el eje Lima-Potosí
(Moutoukias, 1988: 46; Assadourian, 1979), el mito perderá paulatinamente su influjo
atractor y su capacidad de convocatoria. La posesión de encomiendas, el acceso a
cargos públicos, el surgimiento de un dinámico sector ganadero y la creciente
participación en el espacio económico peruano, provocaron paulatinamente un cambio
de actitud en el grupo dirigente español, que se tornó más renuente a la participación y
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financiación de empresas militares. Si bien la Corona no autorizará ni patrocinará más
entradas a los Césares -conciente de las tendencias centrífugas y dispersoras que
generaba la leyenda, y que se contraponían a sus intereses coyunturales- la creencia
permanecerá latente. La contraposición entre los intereses conservadores de la Corona y
la acción centrífuga del mito, refleja el contraste de los intereses de la Corona con una
parte del grupo conquistador, en especial, de los sectores hispanos, criollos y mestizos
postergados que constituían la sociedad de frontera, con aspiraciones de ascenso social
y económico. Estos actores sociales serán quienes asegurarán la supervivencia del mito
–como expresión ideológica de sus valores, motivaciones e intereses- cuando se
estanque la expansión de la frontera y se interrumpan las entradas en demanda de los
Césares.
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1 El historiador López de Gomara resume la política de Vaca de Castro de la siguiente forma: “Había
muchos soldados que no tenían hacienda ni qué hacer; y porque no causasen algún bullicio como los
pasados, y también por conquistar y convertir los indios, envió Vaca de Castro muchos capitanes a
diversas partes, como fue a los capitanes Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez, de Madrid, y Nicolás de
Heredia, que llevaron mucha gente” (López de Gomara: 218). Luego de la batalla de Chupas el
Licenciado Vaca de Castro impulsó tantas entradas como le fue posible para librarse de aventureros
alborotadores, además de las mencionadas por López de Gomara, despachándolos a Bracamoros,
Chachapoyas, Levanto, Huanuco y la Canela (Gil, II: 265). También se encuentran argumentos
aproximados en Cieza de León (a: 299-303)
2 Debido al carácter privado y contractual de la propia organización de las expediciones, la forma usual de
participación en los beneficios dentro de la hueste era principalmente proporcional a la contribución
económica en su preparación y, secundariamente, como premio a acciones militares destacadas.
3 Según relata Góngora Marmolejo, “Villagra, como era hombre de buenas palabras, aunque mal mañoso,
halló mercaderes que levantándoles los ánimos con las cosas muchas que de Yunguyo les decía y a otros
oían, viendo la comisión que de el presidente Gasca tenía, por tener buen lugar par de él, le ayudaron
muchos con sus haciendas”. 4 Los vecinos de Santiago del Estero en una probanza levantada entre 1585 y 1589 revelan que “los
prometimientos que había fecho el dicho presidente gasca a los soldados avian venido a servir a su
majestad eran muchos y poco lo que avia que repartir no pudo alcanzar parte a todos y por esta causa
20
nombró por capitán general a juan nuñez de prado (…) para que en esta tierra les gratificase los servicios
que avian fecho a su magestad en el Reyno del Perú” (en Levillier, 1932, I:164). 5 En la probanza de servicios de Juan de Alvarado (1562) Villagra declara: “yo hice gente e venistes
conmigo al descubrimiento de Yungulo y provincias que dicen de César, por detrás de la cordillera
nevada, en que anduvimos dos años” (en Medina, 1898, XVI: 14-15). 6 Valdivia envió a Villagra al Perú “para que hiciese gente toda la que pudiese, y que con ella tomase el
camino de Yunguyo que era la noticia que se había publicado y el capitán Diego Rojas había llevado, que
era la mejor jornada que podía llevar” (Góngora Marmolejo, capítulo X). Las exploraciones de Villagra
en Comechingones y Cuyo son relatadas también en Vivar : 279-282. 7 “Yendo su camino de Yunguyo, dejando los Juries atrás con esperanza de hallar aquella tierra tan rica,
habiendo caminado de una provincia en otra, llegó al valle de Cuyo, donde agora están pobladas la ciudad
de Mendoza y la ciudad de San Juan. Estándose regocijándose todos juntos, en su alojamiento acertó a
quemarse una casa, y tras de aquella otra, y ansí se quemó todo el campo con algunos caballos y casi
todos los pertrechos que traían con las demás ropas de vestir. Quedando tan desbaratados, acordaron, pues
estaban en el paraje de Chile y tan faltos de todas cosas, mudar de rota y venirse a donde Valdivia estaba.
Pasando la Cordillera Nevada llegaron a Santiago, aunque contra la voluntad de muchos hombres nobles
que en su campo traía”, esta última es una probable referencia a los comerciantes e inversionistas de la
expedición tentados con encontrar Yungulo (Góngora Marmolejo, cap XIII). Según halló Barros Arana en
una probanza de servicios de 1560 tramitada por Miguel de Avendaño y Velasco, dice que luego de haber
pasado la provincia de los comechingones, “salí al descubrimiento de lo de César, de donde salí con gran
necesidad y perdí muchos caballos y esclavos y puse mi persona en gran riesgo”. (Barros Arana: 311,
nota 509). 8 Declaración del testigo Sotelo Narváez ante el gobernador Ramírez de Velasco en la información de
1589 (publicada en Medina, 1901; parcialmente por Morla Vicuña: 182-183). Presenta también una breve
relación de la expedición de Alderete. 9 Villagra recibió como “premio de los servicios que había hecho a su majestad en este reino, a los cuales
acumulaba el presente trabajo de la ida y vuelta del Perú a traer gente, le dio el gobernador … pasados de
treinta mil indios que le tributaban, y así llegaba la renta a cien mil pesos” (Lobera, cap. XXXVII). El
propio Valdivia tenía una formidable encomienda en la Concepción con un ingreso de 12 marcos de oro
al día (Delgado: 84).
10 Según sostiene Barcena (1999), la intención de Valdivia “al este de los Andes, en Cuyo, no es fundar
ciudades, sino asegurar el servicio de los naturales”.
11 Carta del Cabildo de San Juan de la Frontera al Rey acerca de la situación de la ciudad y falta de
religiosos, publicada en Medina, 1959, II: 17. 12
Carta de Juan Pérez de Zorita al Rey haciendo relación de sus servicios y pidiendo mercedes, en
Medina, 1959, II: 335.
13 Góngora Marmolejo (p.216) y Lobera (tomo II: 469) también refieren que poco después existió otra
conspiración, encaminada a escapar y alcanzar una tierra rica, acaudillada por el mestizo Juan Fernández,
igualmente abortada.
14 Fragmento de la relación hecha por el virrey don Francisco de Toledo sobre las provincias de su
jurisdicción, en Medina, 1959, I: 455-467. 15
Providencia de la Audiencia de Lima sobre la guerra de Chile, en que se nombra capitán general a
Rodrigo de Quiroga y negativa de dar la conquista de los Césares a Alonso Picado para evitar la
despoblación del territorio, en Medina, 1959, I: 325. 16 Lobera, III: 537; ver también la declaración de Lizárraga en los Servicios del capitán Hernán Mejía
Miraval, en cuyo expediente figura la información levantada para averiguar qué indios eran los que
vivían en el valle de Talanicuraca, en Medina, 1901, XXVI: 209-210 y Gil, II: 273. 17
La rebelión indígena de 1599 obligó a la evacuación de todos los colonos del sur de Chile. Según la
tradición, una parte de los vecinos de Osorno para salvarse se internó en la cordillera y construyó una
fortificación que con el tiempo se transformaría en una ciudad. La antigua Osorno se repoblaría en 1790,
surgiendo el mito de los Césares osornenses en el interregno de casi dos siglos entre su despoblación y
reasentamiento (Bayo: 67-74). 18 Servicios del capitán Hernán Mejía Miraval, en cuyo expediente figura la información levantada para
averiguar qué indios eran los que vivían en el valle de Talanicuraca, publicado en Medina, 1901, XXVI:
221. 19
En su Relación de las provincias del Tucumán de 1569, Diego Pacheco cuenta que en la zona del
Estrecho de Magallanes hay noticias de grandes poblaciones “que comunmente llaman la Trapalanda, y
21
en Chile llaman La Sal, lo cual V. S. había dado a Juan Pérez de Zorita; por lo que no fue, no lo sé,
aunques bien notorio en todo el reino” (en Jiménez de la Espada, I: 386). 20
Relación en suma de la tierra y poblazones que don Jerónimo Luis de Cabrera, Gobernador de las
provincias de los Juríes, ha descubierto, donde va a poblar en nombre de su Magestad una ciudad, en
Jiménez de la Espada, I: 388-389. 21
Declaración de Blas Ponce de 1589 (Servicios del capitán Hernán Mejía Miraval en Medina, 1901,
XXVI: 224). Acompañaron a Abreu en el descubrimiento de los Césares Hernando Arias Saavedra –
futuro gobernador de Buenos Aires- y el capitán Tristán de Tejeda (Ensayo anónimo sobre la genealogía
de los Tejeda incluido en Levillier, 1926 b, II: 394). El capitán Tejeda fue uno de los cuatro capitanes que
designó Abreu para la entrada, estuvo a cargo de la vanguardia, de la exploración y de conseguir guías
indígenas (Probanza de Tristán de Tejeda presentada por su hijo Hernando en 1614, en Levillier, III:
385-410). 22 Descripción de la gobernación del Río de la Plata, por Fray Juan de Rivadeneyra, según relación y
aviso de los Oficiales reales de aquella provincia, en Levillier, 1926: 265. 23
En los Servicios del capitán Hernán Mejía Miraval, de 1591 –que lleva adjunta el expediente de la
averiguación de Ramírez de Velasco- también este capitán menciona que “prosiguiendo adelante hacia el
Estrecho, a las espaldas de la cordillera de Chile hasta el Mar del Norte, en más de ciento y cincuenta
leguas que hay de ancho, tenemos noticias que hay muchos indios belicosos en la guerra, de donde el
estado de Arauco se sustenta de soldados en las guerras que con los soldados vasallos de Vuestra
Majestad se trae, que ha sido causa de durar por más tiempo de cuarenta años, la cual es tierra, según se
dice, de muchos y grandes minerales de oro y plata y pedrería” (Medina, 1901: 192-193).
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