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El Mollete Literario Junio 15, 2016, Número 34, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Paul Martínez / pág. 11

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El Mollete LiterarioJunio 15, 2016, Número 34, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

George Steiner:Por Paul Martínez / pág. 11

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El Mollete Literario

30 años sin Borges

Era 14 de junio de 1986 cuando Jorge Luis Borges sucumbió al enfisema pulmonar y a la ceguera para volverse más inmortal de lo que ya era.

Borges era un monumento a la inteligencia que en cada frase, cuento y poesía hacía presente un mundo que, a los que fuimos sus lectores, nos deja-ba y aún nos deja anonadados y en vilo por comprender la forma en que se entregó al mundo mediante las letras, sin embargo siempre fue amable y él mismo aseveraba que era extremadamente sentimental y sensible.

El argentino dedicó su vida a darle significado a todo cuando logró ver, escuchar, leer: todo lo que el escritor percibía lo cuestionaba y trasmutaba, pero él lo decía mejor: “La terea del arte es esa, transformar lo que nos ocu-rre continuamente en símbolos, en música, en algo que pueda perdurar en la memoria de los hombres”.

Nuestros escritores nos invitan a significar el mundo, a escapar de la pe-numbra en que nos encontramos y nos recuerdan que las salidas pueden ser degustadas y satisfacer el hambre intelectual que gustosamente la sociedad mexicana no deja de tener.

Pasen a probar y quédense por un excelente contenido.

El que quiera ser escritor va a sentir dentro de él la necesidad de expresarse, de decir lo que siente o lo que piensa. Debe sentir que es una vocación, que es un llamado..., pero hay otra cosa también: no es sólo la vocación, la persona debe saber si tiene el talento, porque escribir es un arte.

Augusto Monterroso 3

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México 20: El nuevo arte de hacer polémicas literariasPor Ene Riaño

Letras TorcidasPor César Cañedo

Hilos delgadosPor P.I.G

La cámara pletóricaPor José Camarena

George Steiner: Dos preguntassobre el lenguajePor Paul Martínez

La novela romántica españolaPor Manu de Ordoñana, Ana Merinoy Ane Mayoz

Literatura y revolución en Haroldo ContiPor René Avilés Fabila

Metrea, PerreaPor Canuto Roldán

Mujeres infinitasPor Luis Villalón

LeitmotivPor Ximena Cobos

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición

Consejo EditorialRené Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Luis Alberto RojasDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

Índice

Editorial

Autobiografía Por Luy

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El Mollete Literario

Después de nueve jornadas de actividades, La marche de la Poésie llegó a su fin. El evento

que en su más reciente edición tuvo a nuestro país como invitado especial, dio este 15 de junio por concluidas sus ac-tividades, entre las que figuró, antecedi-da por la relectura del discurso que en 1991 Paz pronunció al recibir su Nobel, la presentación de México 20: La Nouvelle Poésie Mexicainne, antología que, al me-nos de este lado del Atlántico y entre un grupo de implicados y voyeristas, se ha convertido en últimos días en una espe-cie de trending topic literario.

Si bien en este mercado de poesía que se realiza desde 1983 en Saint-Sulpie, corazón del Barrio Latino pa-risino, también se presentó Avec du So-leil Sous la Semelle: Onze Poètes Mexicains d´Aujourd´hui (Editions Caractères); por su idiosincrasia diplomática México 20 —cual G-20— es la que ha provocado enfrentamientos virtuales, ya sea con 13 mil 206 o 406 seguidores.

El volumen con un costo de veinte euros, uno por autor, que será puesto a la venta vía electrónica a partir del 27 de junio, muestra a lo largo de más de 200 páginas una selección de la obra de L. Vicente Aguinaga, Luigi Ama-ra, L. Jorge Bonne, Hernán Bravo V., Claudia Domingo, Dolores Dorantes, Mónica Nepente, Ángel Ortuño, Ma-ricela Guerrero, Christian Peña, León Plascencia Ñol, Karen Plata, Rodrigo Flores S., Xitlalitl Mendoza, Alejandro Tarrab, así como de L. Felipe Fabre, Julián Herbert, Óscar de Pablo, Paula Abramo y Karen Villeda. Al respecto, el hispanista Phillippe Ollé-Laprune ha advertido que en la obra confluyen la visión ancestral y el mundo actual, en la que la globalización, las redes sociales así como las crisis sociales, económicas e identitarias son los lineamientos.

Aunque la coedición de Le Castor

Astral y la Secretaria de Cultura se pac-tó tiempo atrás, como una de los acuer-dos de la visita de Estado que el Ejecuti-vo y una comitiva de cientos realizaron a tierras galas en 2015, fue hasta inicios del mes en curso que arrancaron los di-mes y diretes en torno. La diatriba no consistió en quejarse del escaso núme-ro de poetas que en comparación a la referida visita de Estado se encuentran ahora en Francia ni tampoco en exigir que cada uno de los veinte antologados y no únicamente los últimos cincos en-listados anteriormente, además de Jorge Esquinca, Silvia E. Castillero y Coral Bracho, fueran requeridos; no, da la im-presión que lo que se busca no es justicia ni igualdad.

Producto de la selección de Tedi Ló-pez Mili, Miriam Muscana y Esquinca, quienes en la parte superior de la sutil portada tricolor figuran visiblemente sin especificar si son los autores o anto-logadores, el título, traducido por J. L. Lacarrièrre y J. Hocquenghem, provocó la reacción de Heriberto Yépez, quien desde Twitter hizo pública su adversión e irrespeto (sic) a través de numerosos posts, los cuales fueron secundados, en-tre otros, por la poeta María Rivera, quien entre zacuazas y pums optó por Facebook para delinear su postura al respecto.

La controversia tomó dos rumbos, según el propio Yépez, el de la oficia-lidad y la marginalidad, que en otro tiempo también pudo nombrarse como antirrealismo contra realismo crítico, o incluso literatura viril versus literatu-ra afeminada. Aspectos como compa-drazgos, o bien el hecho de que la in-mensa mayoría de los elegidos sean de la CDMX o Guadalajara como indicó Ramiro Lomelí, fueron señalados en redes sociales para impugnar una an-tología que antes que ser vista como lo que es, poesía, es entendida como la más

alta infamia que ha dado la literatura mexicana en lo que va del sexenio, sin atender al hecho de que el año pasado la obra de una veintena de narradores mexicanos fue editada en condiciones similares en el Reino Unido.

Tanto la beligerancia del tijuanense, quien se valió de vocablos como “seño-rito” para descalificar a los incluidos en este volumen, así como el tono encres-pado con el que la ganadora del Elías Nandino edición 2000 tiñó sus decla-raciones, distan en demasía de las polé-micas generadas por antologías mexica-nas de poesía previas, como la de Jorge Cuesta en 1928. No todo sigue igual.

Tal pareciera que a Yépez, quien ta-chó de reduccionista “Vajillas diplomá-ticas”, texto de más de 140 caracteres en el que se refuerzan sus propios plantea-mientos, se le olvida que él también ha sido publicado por Conaculta. Asimis-mo, queda la impresión de que a Rivera, otrora beneficiara del erario y a quien Luis Felipe Fabre refiere en “El poema de mi amiga”, le hubiera encantado que “Los muertos” hubiese sido requerido en México 20, al menos para declinar la propuesta o para hacer un llamado de alerta desde Francia de la situación de se vive acá, y también allá en Tuxtla, Bei-rut, Marsella, el mundo entero.

Pese a enunciarse por personalida-des de instancias específicas de selección y consagración de la intelectualidad mexicana, la discusión no podría tildar-se propiamente de polémica literaria, no al menos a la vieja usanza, se ajusta más bien a un nuevo modo de polemizar la poesía. Sí, es indudable que la natura-leza de esta querella ha de entenderse desde los estamentos del siglo XXI, en el cual incluso youtubers son ahora las figuras poéticas estelares. Algo sí ha cambiado.

México 20: El nuevo arte de hacer polémicas literarias

Por Ene Riaño

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El Mollete Literario

OlafAmá,

caborcaloca, poetisanta,hoy mi dedo

que es mi sostén de lápizamaneció tirisio.

Olaf, el tuyo,no reconoce filiación ni gusto

entre nosotras.Ay, ese Olaf,

viejucho reprimuchose olvida que el desprecio

me condenó al olvido por un rato.

El que destaza, aquél que él mismo me alabó cantar

allá en mi perro triste,el que más hace daño

es el rechazo joto de otro joto.El tiempo, Tito mijo,

y las chaquetasllevan todo su punto a lo que ebulle,

quizá ya no le subeagua al molinovena a la vena

machaca al huevoy ya no entiende

que el dibujo se ha idoy la palabra queda.

Por César Cañedo@chocorrols

[email protected]

negroDesde la luz que negra siega el rectociego horadar lengüetas del amante

que contempla la nuca en la mordiday elige postración

ante el templo cloacatraspasando entre sueños la frontera

que el rostro apenas roza y que no cabey por eso aproxima labio lengua nariz desesperado,

abriendo un poco el paredón del gozodejando entrar apenas humedades

y oliendo lo que expele en frenética ganade recordar por siempre a lo que huele.

Ábrese más la cueva gemebunday de pronto recibe

en la cara afectada de un portento invisible,en otro orden, acaso, asco daría

ese gesto de amor que envuelve un pedoese actuar inocente y su salir sin freno

a hacerse muy presente en el olfatoaccidentado pacto que congrega

a los cuerposcon todo y sus efluvios,

y el amante frenético recibeel impacto que baila entre sus poros

y se enchina y disfrutalo que en común apesta.

Sincero ritualista en incensario,salvar antes la tripa que el amante,

gozar todo el olor y sus excesos,relacionar mejor, porque bien dicen,

que se conoce al otro en lo que emanay así del riesgo anal y sus misteriosel pedo es ruta fiel y democrática

caricia inesperada y ricorasco.

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El Mollete Literario

Un día me encontré con una muñeca, extraña toda ella. Desde entonces no he dejado

de pensar en su rostro, en su figura, en sus manos y pies. Día y noche su recuer-do me asalta como un mal sueño o una pesadilla. Y es que en sus ojos brillaba una tenue llama que amenazaba con extinguirse, pero que, irónicamente, se aferraba a mantenerse viva. Desde en-tonces su figura se ha convertido en una divertida obsesión que, no obstante, me turba de manera extraña.

Le encontré tirada en el suelo, colo-cada intencionalmente bajo la sombra

de un árbol, de tal forma que nadie pudiera percatarse de su presencia. Al-guien se deshizo sin reparo de ella, pero de igual forma pretendía que nadie más le encontrara. Por razones que aún no logro explicar, mis pasos se dirigieron hacia donde se encontraba y como si se tratara de un grito de auxilio prove-niente de cualquier lugar, me acerqué, le tomé y le miré fijamente en busca de una palabra, de un gesto, de una señal que me explicara la razón por la cual fui yo y no otra persona quien dio con ella. Se mostraba impasible ante el abruma-dor frío de una tarde que estaba punto de fundirse.

Hilos delgados

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

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El Mollete Literario

Su ropaje no estaba ni mucho menos sucio, aunque sí maltratado por el tiem-po que permaneció varada en aquel lugar. Pese a su increíble belleza, algu-nas heridas en su rostro denotaban una vida anterior lastimera y desgarradora. El fino cabello color café oscuro cubría su rostro, como intentando esconder ese delicado semblante donde se podía apreciar claramente un dejo de melan-colía.

Su cuerpo estaba rodeado de hilos finos que quizás alguna vez le brindaron la virtud del movimiento, no así de la libertad. Ahora estaba completamente atada; imposible le era cambiar de po-sición, más aún respirar libremente. Se percató de mi presencia y de inmediato levantó la mirada; fijó su vista en la mía y no la apartó ni un segundo. Con sus ojos húmedos me reclamaba por algo que yo no había hecho, no al menos de forma consciente. La única idea en mi mente era que no quería dejarla ahí, fingir no haber visto nada, dar media vuelta y deshacerme con la niebla en la inmensa oscuridad de la noche. No era esa clase de persona.

Me quedé contemplándola durante algunos momentos. Sus extremidades eran más que delicadas y parecían a punto de romperse; contrastando con esa delicadeza, una fuerza brotaba des-de su interior, tal vez la única razón por la cual esta muñeca no había desfalleci-do. Un impulso extraño, el mismo que me llevó a recogerle y tomarle entre mis brazos, me hizo acariciar lentamente su fino rostro. ¿De dónde provenía tan pri-morosa creación? ¿Qué hacía ahí, ago-tada, olvidada, inmersa en cavilaciones sin principio ni fin?

No le pedí que hablara, me limité a abrazarla con fuerza ofreciéndole el poco calor corporal que aún me queda-ba y la llevé a un lugar más seguro, más íntimo. Como guiados por una luz que no existía nos perdimos en el espacio hasta llegar a una zona menos transi-tada. La noche nos ocultó lo suficiente para no ser hostigados por las presencias

incomodas.Poco a poco fui desprendiendo los

hilos aferrados a su piel; de las heridas provocadas brotaba sangre tibia, no obstante ella se mantenía inexpresiva, parecía no importarle el dolor que le ocasionaba. Posiblemente le dañaba más el hecho de estar sometida a una prisión, que el de desangrar tras liberar-se. “No tengas miedo, al menos puedes confiar en mí”, le dije, con palabras o con la mirada.

Anteriormente sus movimientos eran conducidos, en todas partes, todo

ser ahora yo quien los dirigiera, no me aprovecharía de esa debilidad momen-tánea para tomar las riendas y conver-tirme en su nuevo rector. Sin pensarlo demasiado opté por arrancar de tajo las delgadas cuerdas prendidas a su cuerpo y de inmediato se desplomó súbitamen-te. Cayó con aplomo, como su primera lágrima, como su primera gota de san-gre ocasionada por los embates de los cuerpos.

La ayudé, a oscuras, con el aliento seco y el corazón olvidado por comple-to.

Fue una noche como ninguna otra, tan larga, tan silenciosa, tan mística… De lo que estoy seguro es que jamás podré arrancarme esa mirada que pe-netró tan profundo, como intentando encontrar un lugar para guarecerse de aquel exterior que le mataba lentamen-te. Aún recuerdo cada una de sus pala-bras cuando, con lágrimas en los ojos, y ante mi sorpresa mal disimulada, se despidió con la esperanza de encontrar-nos de nuevo, o la esperanza era mía y creía leerla en sus ojos aún sumidos en lucubraciones. Es necesario darle fin a un ciclo que debe terminar para con-templar el inicio de otro, todavía más extraño y delirante.

Pese a las visibles diferencias tene-mos algo en común: ambos hemos op-tado por arrancarnos esos hilos que sólo estorban; ambos, cada quien con sus métodos, hemos sobrevivido a las penu-rias de un pasado que se niega a desapa-recer en el olvido, e inexplicablemente hemos caído en el mismo lugar, quizás para alejarnos lo más posible, tal vez para estar juntos intentando caminar de la mano sin tropezar, sin caer, confiando el uno en el otro, incondicionalmente.

Después de todo ella es una muñeca que pese a tantos años aún conserva su estado original, puro. Y yo… yo soy una marioneta, que camina lenta pero con seguridad, ya sin tantas demoras ni pre-ocupaciones. Ahora son otros los hilos que nos unen y dirigen, los transparen-tes, los invisibles, los que más duelen.

el tiempo, hasta que se cansó de ser una muñeca dirigible. Decidió romper con esa situación, aunque eso le provocase caer sin un sostén que disminuyera el golpe de la caída. Pero, ¿por qué hasta hora y no antes?, ¿por qué había optado por la costumbre y no por el deseo de ser nuevamente libre?

Ahora lo era, por fin, aunque le era difícil moverse, pues no estaba acostum-brada a ello. Jamás se había percatado de lo interesante que era ser sólo uno y no dos, marioneta y marionetero. Jamás había prestado atención a la belleza de la luna, de las estrellas, a su belleza fren-te al reflejo de un charco. Le miré de re-ojo y me sorprendió la perfecta sinfonía que creaba ese rostro desconocido con la noche. ¿Qué ocurriría después?

No pretendía restaurar los hilos para

“Pese a las visibles diferencias

tenemos algo en común: ambos

hemos optado por arrancarnos

esos hilos que sólo estorban;

ambos, cada quien con sus

métodos, hemos sobrevivido a

las penurias de un pasado que

se niega a desaparecer en

el olvido”.

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El Mollete Literario

Siempre había creído, sin poder demostrarlo, que existía algo má-gico detrás de la fotografía, detrás

de cada fotografía. Antes de creer en la magia del cine, en la magia de la repro-ducción digital, creía con fervor en el encanto de la foto. Y así como ciertas cosas se devalúan por falta de complici-dad —o de fe—, poco a poco se le fue quitando la pátina de ilusionismo a la fotografía, para terminar siendo otro tipo de mecanismo tecnológico. A mis ojos, pasó a ser un arte más, una ciencia más, una cosa más, entre todas.

Ya sin ese sentimiento de atracción natural, seguí investigando sobre los orí-genes de la cámara y la reproductibilidad

de las imágenes, y seguían llegando a mí historias —verídicas, verificables y apó-crifas— sobre la fotografía. Fue así, sin preámbulos y sin anuncios, que leí un artículo donde se mencionaba, casi de so-slayo, que Merlín (sí, el mago) había sido el primero en envolver a la famosa cámara obscura en un hálito de encantamiento y prestidigitación. Al parecer, Merlín decía en uno de sus tratados que la única mane-ra de hacer funcionar a la cámara obscura era haciendo el orificio necesario con el cuerno de un unicornio.

Tan increíble como parecía, volví a encontrar ese dato en un libro que Salva-dor Elizondo recomienda en su Camera Lucida, en donde se ratifica lo estableci-

do por Merlín: “‘El ojo de la caja mágica deberá ser perforado con un cuerno de unicornio. De no ser así, la caja resultará por completo inefectiva’. El ojo de la caja mágica no era otra cosa que la fina perfo-ración por donde la imagen penetraba al interior de la cámara oscura”1.

Esos datos no sólo dotaron a la foto-grafía de un poder místico y una potencia alquímica, sino que me devolvieron a un estado primitivo e inocente frente a ella, pues para Merlín y algunos otros2 la cá-mara nunca fue una cámara, fue una caja mágica, tal y como yo lo pensaba, sin sa-ber, desde hace tiempo.

La cámara pletóricaPor José Camarena

[email protected]

Un regreso a la magia fotográfica a través de algunas ecfrasis de Eduardo Galeano

Si suponemos por un breve momento que el cuerno del unicornio era vital para el funcionamiento correcto de las prime-ras cámaras obscuras (esto si suponemos, claro, que existieron los unicornios) que-da la pregunta en el aire: ¿Qué pasó des-pués, con las cámaras subsecuentes, que ya no utilizaban la mecánica de esas cajas mágicas? Es más, ¿qué sucedió cuando los unicornios ya no estuvieron a la mano del mago, del químico, del fotógrafo? Esa magia debió quedar en algún lado, suplantada, tal vez, por un perforador in-dustrial o por unas pinzas metálicas.

Esto último no suena tan místico ni tan único ni tan especial. Por eso es po-sible que la magia haya transpuesto su lugar, mientras la fotografía seguía con su evolución. Si primero se encontraba en el aparato, luego estuvo en el operador, después en el espectro y posteriormente en el espectador, como les llama Barthes al fotógrafo, al objeto fotografiado y al

receptor (público)3. En la actualidad nos enfrentamos al poder del conjunto, es de-cir, a la magia residida y representada por la fotografía en todos su productores, en esa relación simbiótica entre todos y cada uno de los “posibilitadores” de la fotogra-fía. Así, la magia parece vivir escindida en sus diferentes hogares, y mientras unos estudian el punto de vista, los ángulos y el tecnicismo, otros analizan la compo-sición, las implicaciones culturales y las marcas históricas, al tiempo que se traba-ja, a su vez, la recepción social, el impacto y las consecuencias de la bestia taimada: la fotografía.

Para poder regresar —en un intento complicado pero honesto— a ese estado inicial donde la magia se encontraba en un solo sitio, propongo tomar un camino alejado, a su manera, de la ruta de la foto-grafía y más guiado por los andares de la literatura. La mejor manera de hacerlo es a través de este fenómeno llamado ecfrasis4

que es descripción vívida, que es transpo-sición semiótica, que es tropo. Para este objetivo, la definición de ecfrasis que más sentido cobra es la propuesta por Heffer-nan: “la representación verbal de una re-presentación visual”5, ya que habla de una operación mimética doble, pues refiere a dos modos distintos de representación. Es evidente que se puede poner en el cuadri-látero de la discusión teórica lo dicho por Steiner acerca de la imposibilidad de una transferencia uno-a-uno entre dos modos o sistemas de representación distintos, lo que llevaría al fracaso a cualquier intento ecfrástico6; o incluso la postura más puris-ta y reservada de Jean Hagstrum, cuando afirma que el proceso ecfrástico se trata simplemente de una traducción semióti-ca, de un cambio de sistema de signos y de códigos, por lo que prefiere situarse en el lado de lo “meramente icónico”7.

Sin embargo, son muchas las impli-caciones cuando se deja de lado la carga

1 Carlos Jurado, el arte de la aprehensión de las imágenes y el unicornio, p. 31. 2 Son notables los casos de Abd-el-kamir, Adojuhr y Tzung Ching Pung . 3 Roland Barthes, Camera Lucida, p. 9.

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El Mollete Literario

representacional de la ecfrasis. Aun en el nivel de la traducción semiótica hay una forma y una intención de re-presentar otro código con sus signos particulares. Ya sea como reescritura, reelaboración, re-interpretación o cualquier procedimiento de reciclaje intermedial, está en juego el tratamiento de la representación. Es más, vista como simple categoría intertextual, la ecfrasis funciona como eje, como el

filtro por el que circulan tipos de repre-sentación. Y es aquí donde la crítica anti-mimética ya no repercute y pierde su in-gerencia, pues ya no se perfila algún tipo de imitación a lo real o lo natural, más bien se postula una manera de represen-tar esa realidad, sea esta manera altamente mimética o no.

Entonces, la ecfrasis se erige como la metáfora ideal del nuevo unicornio, que

penetra ya no a la cámara sino a la foto-grafía en sí, como arte, como ciencia. La ecfrasis es el pase que revierte ese hechizo al que se le había condenado a la foto de vivir sin magia. La ecfrasis le devuelve voz y vida en el campo de otro estilo, el lite-rario, para demostrar que cada arte nos enseña las cosas (las representa) de dife-rente manera8.

En Rhetoric of the Image, Roland Barthes enfrenta al lenguaje con la fotografía y habla de una tríada de mensajes cuando la imagen y el lenguaje aparecen juntos: el mensaje lingüístico, el mensaje icóni-co codificado y el mensaje icónico no codificado9. Hay que pasar por encima de la división connotativa y denotativa que hace el teórico francés, pues para este unicornio lo interesante es la re-lación texto lingüístico–texto icónico. Además, toda imagen está codificada, por lo que un acercamiento fenomeno-lógico puro es imposible, es decir que no

hay “primera vez” frente a la fotografía. Sería bueno comenzar con el primer

ejemplo, tomado de una serie de ecfrasis que Eduardo Galeano hace en su libro Es-pejos, donde establece una poética de la invención, de la re-visitación histórica de supuestos dados y de la creación de una nueva perspectiva acerca del pasado.

En el texto ya mencionado, Barthes explica que el mensaje lingüístico sirve de anclaje y de relevo a la fotografía, a la imagen11. De esta manera, se generan dos planos: el de la identificación y el de la interpretación. Es buen momento para

esclarecer que Barthes nunca habla de ecfrasis, ni menciona esta posibilidad en sus primeros acercamientos teóricos a la relación imagen-lenguaje. Sin embargo, la ecfrasis se presenta como un tipo excep-cional de esta forma de relación. Aquí, la demarcación que hace Tamar Yacobi en su artículo Pictorial Models and Narrative Ekphrasis sobre la ecfrasis resulta útil: “la evocación literaria de(l) arte espacial”12. Luego parece pertinente disparar la aseve-ración de Barthes al terreno de la ecfrasis, cuando esta última además de identificar los elementos de la escena fotográfica,

4 Utilizo la palabra “fenómeno” en su sentido original de manifestación, casi de apariencia. La ecfrasis, en este sentido, más que un género, una modalidad o un recurso discursivo, se vuelve una revelación, un contacto producto de la experiencia, del aspecto que las cosas tienen.5 James Heffernan, Museum of Words. The Poetics of Ekphrasis from Homer to Ashbery, p. 3.6 Vid: Steiner, Wendy. The Colors of Rhetoric: Problem in the Relation between Modern Literature and Painting. (Chicago: University of Chicago Press, 1983).7 Vid: Hagstrum, Jean. The Sister Arts. (Chicago: University of Chicago Press, 1958).

Foto: Otra bandera de la victoria10

Berlín, Reichstag, mayo de 1945.Dos soldados plantan la bandera de la Unión Soviética en la cúpula del poder alemán.Esta foto, de Evgeni Jaldei, retrata el triunfo de la nación que más hijos perdió en la guerra.La agencia Tass difunde la foto. Pero antes, la corrige. El soldado ruso que tenía dos relojes pasa a tener uno solo. Los guerreros del proletariado no andan saqueando cadáveres.

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El Mollete Literario

también interpreta, describe, narra, expli-ca y potencia la misma.

En el microtexto de Galeano se pro-duce el efecto mágico de la ecfrasis, pues identifica la fotografía (lugar, fecha, fotó-grafo y breve descripción) y la interpreta (“Los guerreros del proletariado no an-dan saqueando cadáveres”). Pero además de eso, la ecfrasis de Galeano reescribe la

historia, representa la fotografía no sólo en un nuevo campo de signos, sino en un nuevo campo de transformación del pasado. Hay que recordar que en ese ar-tículo de la Retórica de la imagen, Barthes habla de fotoperiodismo. En ese sentido, las fotos escogidas por Eduardo Galeano permanecen en el ámbito de la foto docu-mental. Por el contrario, el mensaje lin-

güístico del que habla el escritor de Came-ra Lucida está vinculado a la imagen en el espacio, es decir, siempre aparecen jun-tos, compartiendo lugar. En el caso de las ecfrasis de Galeano hay un claro distan-ciamiento que es el que permite recrear la historia, narrándola desde otro punto de vista, utilizando, ahora, a la imagen como ancla y como relevo.

8 Raúl Beceyro. Roland Barthes y la fotografía, p. 110.9 Roland Barthes, Image, Music, Text, p. 33.

10 Eduardo Galeano, Espejos. Una historia casi universal, p. 284. 11 Roland Barthes, op. cit., p. 38.

12 Tamar Yacobi, Pictorial Models and Narrative Ekphrasis, p. 600. (La traducción del fragmento es mía).

13 Eduardo Galeano, op. cit., pp. 252-253.

Foto: El trono13

Ciudad de México, Palacio Nacional, diciembre de 1914.

El campo, alzado en revolución, invade el planeta urbano. El norte y el sur, Pancho Villa y Emiliano

Zapata conquistan la ciudad de México.Mientras sus soldados, perdidos como ciego en

tiroteo dan vueltas por las calles pidiendo comida y esquivando máquinas jamás vistas, Villa y Zapata

entran al palacio de gobierno.Y Villa ofrece a Zapata la dorada silla presidencial.

Zapata no la acepta.— Deberíamos quemarla —-dice. Está embrujada. Cuando un hombre bueno se sienta aquí, se vuelve

malo.Villa se ríe, como si fuera chiste, desparrama sobre la silla su grande humanidad y posa ante la cámara de

Agustín Víctor Casasola.A su lado, Zapata se ve ajeno, ausente, pero mira la cámara como si disparara balas, no flashes, y con los

ojos dice:— Lindo lugar para irse.

Y al rato nomás, el jefe del sur se vuelve al pueblo de Anenecuilco, su cuna, su santuario, para seguir

rescatando, desde allá, las tierras robadas.Villa no demora en imitarlo:

— Este rancho está muy grande para nosotros.Los que después se sientan en la codiciada silla, la de los dorados oropeles, presiden las matanzas que

restablecen el orden.Zapata y Villa caen, asesinados a traición.

En este segundo ejemplo hay una dra-matización de los personajes, se vuelven Tespis, con máscaras e indumentarias para representar el papel que les ha dado la historia, el papel que ha recuperado el escritor. Ya el mismo Barthes había dicho que la pose, que la fotografía volvía obje-tos a las personas, que era una especie de muerte intermitente, un paso inmediato al mundo de las cosas. Por esa razón prefe-ría emparentar a la fotografía con el teatro

y no con la pintura, por esa relación con el culto a la muerte14.

Y aquí está presente de nuevo esa re-lación mágica, pues de igual forma los creadores de las primeras cámaras obscu-ras creían que éstas eran féretros, donde todo lo que entraba ahí, moría. Por eso era necesario crearlas con las herramientas y sustancias necesarias para poder atrapar el alma de las cosas y regresarla después, inmutada, mediante impresión, proyec-

ción o con una ‘linterna mágica’15. Las herramientas del escritor son las palabras y, en el caso de Galeano, su sustancia la ecfrasis. Él es capaz de volver a proyec-tar la historia, de representarla a su gusto. Los papeles entre la imagen y el mensaje lingüístico se subvierten: ahora la imagen es identificación de la ecfrasis y se vuelve el puerto connotativo del texto ecfrástico.

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14 Roland Barthes, Camera Lucida, p. 31. 15 Carlos Jurado, op. cit., p. 77.

16 Graciela Tomassini, Naturalezas vivas: Retórica de la descripción en la ficción brevísima, p. 8. 17 Como lo proponen Tamar Yacobi, Mieke Bal y Claus Cluver.

18 Eduardo Galeano, op. cit., p. 308.

El lazo entre la imagen y el texto se dis-tiende y se atiranta cuando la ecfrasis entra en juego. La proyección que de la fotografía hay en el texto descriptivo constata el factor de la temporalidad resguardada en un eterno “haber estado ahí”. La inmediatez espacial no parece aceptar la anterioridad de la realidad vista en la fotografía, aunque la protege, aunque no puede negarla. Si en estas imágenes documentales hay una evi-dente intención de “registro”, la ecfra-sis de las mismas tienen un propósito de “transformación”, esa “transforma-ción” que Barthes no deseaba imputar a la fotografía.

Es así que en esta fricción represen-tacional está la magia. Magia de trans-formación de las imágenes, magia de manipulación de la historia, magia de la reescritura de la narrativa de una foto-grafía, magia de una caja y una linterna que guardan, proyectan y modifican la realidad. La ecfrasis se ha vuelto ese uni-cornio que usaba Merlín para dotar de un arte de birlibirloque a las imágenes captadas. El viaje de la hipotiposis a la enargeia, pasando por la ecfrasis, es par-te de esa fricción, de ese estira y afloja

entre texto visual y texto verbal. “Como quiera que sea, écfrasis e hipotiposis tienen un origen común en el ejercicio retórico de producir en el lector una ilu-sión visual. Ambas comparten la exigen-cia de vivacidad propia de la enargeia, cuya clave consiste en la dinamización de lo percibido”. Y Galeano hace justo eso, dinamiza lo percibido, lo modifica como las imágenes se modificaban so-bre el nitrato de plata, como las capturas cambiaban de posición por obra de los espejos, como los objetos aprehendidos en la cámara desaparecían al contacto con la luz, como los negativos pasaban a positivos por efectos químicos.

La magia ya no está en el cuerno del unicornio, ni en el proceso, ni en el fotógrafo. La magia está en la relación de esas representaciones de realidad que son las fotografías con otros medios de representación. La magia está en ese po-tencial narrativo de cada representación visual, leída como texto y en el producto de esa narratividad hecha representa-ción verbal: la ecfrasis. Con esta magia es posible reescribir la Historia, como lo hace Galeano, y transformarla, al mis-mo tiempo que se transforma la imagen

y su interpretación. No cabe duda que el poder ecfrástico, en este sentido, es so-berbio y casi dictatorial, imponiendo un nuevo significado, dotando de una apre-ciación personal y unívoca a la imagen que se “pasiviza” frente al ejercicio acti-vo de la ecfrasis. Visto así, el mensaje lin-güístico toma poder de la imagen, pero este poder nunca pretende ser único, ni revelador, pues la imagen explota de po-lisemia, por lo que puede ser referente y ancla de muchas ecfrasis. Por eso los textos de Galeano pueden funcionar de forma individual y como serie, como un museo casi cronofotográfico.

Ahora creo que nunca perderé la magia que veía en la fotografía hace algunos años, pues he aprendido que ésta es inherente a sus avatares. Si an-tes había Merlines, ahora hay Galeanos. Aprehender imágenes es algo humano, es parte de nuestra naturaleza, y su re-producción es la muestra de esa necesi-dad de conservar, de perpetuar las efi-gies, las figuras, las representaciones. En eso ya hay mucha magia, la ecfrasis es la forma de entronizarla en la literatura.

Foto: Los ojos más habitados del mundo

La Habana, Plaza de la Revolución, marzo de 1960.Un barco ha estallado en el puerto. Setenta y seis obreros muertos. El barco traía armas y municiones para la defensa de Cuba, y el gobierno de Eisenhower ha prohibido que Cuba se defienda.La multitud cubre las calles de la ciudad.Desde el podio, el Che Guevara contempla tanta furia reunida.Tiene la multitud en los ojos.Korda toma esta foto cuando los barbudos llevan poco más de un año en el poder.Su diario no la publica. El director no le ve nada especial.Pasarán los años. Esa foto será un símbolo de nuestro tiempo.

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Las preguntas que aciertan en al-gún punto oscuro de lo humano mantienen su vigencia en tanto

las respuestas que ofrezcamos no ilumi-nen con la claridad suficiente el derro-tero a seguir. Algunas vienen desde los comienzos del pensamiento organizado y atienden a cuestiones que podríamos llamar perenes, tal es el caso de las pre-guntas filosóficas, ¿qué es el Ser? ¿Cuál es la relación de lo humano con lo natu-ral? Preguntas que incitan la búsqueda más que el destino. A muchas otras se dan respuestas que en determinado mo-mento histórico producen como resul-tado la generación de paradigmas que se mantienen en tanto esperamos una nueva interrogante que le haga cimbrar las raíces, por ejemplo, las preguntas científicas en las que las respuestas se postulan como verdades en tanto apa-rece el nuevo paradigma, planteadas estas como trampolines temporales que impulsarán el conocimiento y desarrollo de ciertas habilidades de las sociedad. A menudo también se formulan pre-

guntas que apuntan a la búsqueda de respuestas determinadas en el tiempo en el que se realizan, ligadas a determi-nadas tecnologías y específicos campos del conocimiento ¿Cómo se modifica el quehacer literario con la posibilidad de la auto publicación? ¿Qué impactos tie-ne en la industria editorial el hecho de poder conseguir los libros directamente con el autor? ¿Cómo modifica el pensa-miento la sobre exposición a las redes sociales? Preguntas que son inherentes a determinada época y que muchas ve-

George Steiner:Dos preguntas sobre el lenguaje

Por Paul Martí[email protected]

@sparringloto

“Puede afirmarse que preguntar

es una actividad inherente

a lo humano. Tan necesaria

como la acción, la pregunta

es un artilugio que provoca la

humanización del Universo”.

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ces es el tiempo quien se encarga de res-ponder o de mostrar las respuestas más adecuadas. Puede afirmarse que pre-guntar es una actividad inherente a lo humano. Tan necesaria como la acción, la pregunta es un artilugio que provoca la humanización del Universo.

En el libro Lenguaje y silencio George Steiner plantea, entre otras, el siguiente par de preguntas ¿Cuáles son las relaciones del lenguaje con las criminales falsedades que se le ha hecho expresar y exaltar en ciertos regí-menes autoritarios? ¿O con la enorme carga de vulgaridad, imprecisión y codicia que arrastra en la cultura de masas en las democracias? El carácter que reviste a estas dos pregun-tas es el de ser cuestiones inherentes a la época, pero que contienen constante mutación en tanto que se refieren al len-guaje y su relación con la Cultura.

Si bien las preguntas sobre el lengua-je no son una problemática específica de nuestro tiempo, el tema se puede ver abordado ya desde los pensadores grie-gos, podemos decir que en la actualidad el uso del lenguaje cobra una relevancia superior en tanto lo relacionamos con las formas de evolución que la Sociedad ha tomado en el proceso de traslación hacia una mayor complejidad. En una sociedad que promueve la información como uno de sus pilares más fuertes, los mensajes que se transmiten cobran una valiosa relevancia, en tanto que se ex-piden como moneda de cambio para el avance o retroceso de dicha sociedad.

Dado que son preguntas que apare-cen ligadas al tiempo en que fueron for-muladas, aunque todavía siguen siendo irresolutas, es preciso dar una mirada, si

bien no a detalle, sobre el tiempo histó-rico en el cual se formularon.

La última edición del libro se reali-zó en el año del 2003, Steiner nos habla también sobre el origen de estas pre-guntas, formuladas más o menos a mi-tad del siglo pasado. Gestionadas en un ambiente posterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, por una generación que vio caer a pedazos la idea de “la ra-cionalidad de la civilización occidental”.

Las preguntas que ahora rescato me parece siguen teniendo una clara vigen-cia y las respuestas que a ellas se puedan dar, continúa representando una enor-me trascendencia. Si bien no somos una generación que haya vivido la crueldad de una guerra formal y quizás como individuos no nos hemos visto directa-mente en la necesidad de migrar para preservar la vida, ni tampoco hemos vivido la tiranía de una dictadura mili-tar, resulta innegable que conocemos la mentira de una “democracia” hecha a medida.

Las preguntas planteadas por Stei-ner mantienen su vigencia y acaso po-demos decir que es necesario hablar de pequeños matices en cuanto a la socie-dad que las formuló y esta que ahora construimos.

¿Cuál es la relación del lenguaje con las criminales falsedades que se le hace expresar? No es necesario volver a los campos de concentración para darnos cuenta de que efectivamente el lenguaje utilizado en situaciones políticas expre-sa una falsedad que llega a tener tintes de crimen; tampoco es necesario mirar más allá de la pantalla del ordenador para darnos cuenta de que la opinión se ha tornado una moneda de cambio bastante cara.

¿Cuál es pues la relación del lengua-je con la mentira tiránica y con la men-tira democrática? La función primordial de la Palabra es comunicar, transmitir lo que consideramos necesario para la especie. Asumimos que cuando alguno comunica la alerta, es porque la espe-cie se encuentra en peligro, que cuando algún otro elabora un discurso poético es porque precisa de transmitirnos una nueva relación con el mundo. Sin em-bargo, nos encontramos con un lengua-je que no responde ya, a esa primordial función. Se nos comunica la mentira

para consolidar intereses ajenos a la es-pecie, la opinión del individuo a menu-do se equipara con la Verdad.

El lenguaje en tanto organismo con-vencional, se nutre de las experiencias que nos narramos los unos a los otros, las palabras por sí mismas, no logran transferir del todo aquello que contie-nen, precisan en todo momento de que aquel que las escucha, interprete su sig-nificado a través de las propias experien-cias. Si cada vez más se hace evidente que los discursos cotidianos germinan en el equívoco, y proponen la confusión como fin último, los expuestos a tales mensajes, a la manera de los campesinos de la fábula clásica de Pedro y el lobo, tenderíamos a la indiferencia, caminan-do hacia un silencio cómplice.

¿Cómo entonces podremos ofrecer una resistencia a la mentira sin caer en el silencio que nos hace cómplices? La respuesta no es simple, si el silencio nos está vedado, y sospechamos incluso de la palabra propia, ¿qué es lo que nos res-ta? Cuando el lenguaje mismo es puesto en evidencia, quedamos expuestos a la orfandad lingüística, desnudos ya, sólo parece restarnos el acto, la más tangible de las respuestas.

Aun así debemos aceptar que para sostener nuestra esencia humana, pre-cisamos del lenguaje. O es que acaso ¿estamos utilizando ya un lenguaje post-humano? ¿Hemos de elaborar nuevos códigos para descifrar los mensajes a los que estamos expuestos? Si pensamos en cualquiera de estas dos posibilidades, entonces tendríamos que aceptar que el lenguaje al que estamos acostumbrados nos resulta inútil, habría que re-crear al modo en que hacen los lingüistas, un sucedáneo de lenguaje, parecido al ani-mal, que nos resulte útil para descifrar lo que los otros intentan comunicarnos, decodificar del mismo modo en que a veces hacemos con nuestras mascotas los signos que recibimos del exterior, y quizás esta es la parte más complica-da, pensar a quienes nos envían estos mensajes como si fuesen seres ajenos de quienes necesitamos decodificar no sólo sus mensajes, sino los códigos en que son expresados, como hacemos con las maquinas, para lograr la convivencia, asumirnos pues, como seres solitarios, condenados a la nula comunicación.

“Aun así debemos

aceptar que para sostener

nuestra esencia humana,

precisamos del lenguaje.

O es que acaso ¿estamos

utilizando ya un lenguaje

post-humano?”.

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Estamos en Europa finales del XVIII y principios del XIX. Un sistema liberal defiende la soberanía popular y las libertades individuales de pensamiento y expre-

sión. Aparece una sociedad de clases que aúpa a la burguesía al poder y se lo niega a la nobleza. Irrumpen las máquinas y los inventos con la revolución industrial y el capitalismo se consolida. El racionalismo entra en crisis y surge un nuevo concepto de cultura y de pensamiento, más idealista, siguien-do los pasos de Hegel y dejando de lado las enseñanzas de Kant.

En este ambiente socio-político surge el Romanticismo literario. Un movimiento cuya característica principal es el exceso. En todo. Más que una tendencia literaria o artística, el Romanticismo fue un concepto de vida distinto. Se buscaba el idealismo extremo, exagerado, que en muchas ocasiones sufría un violento choque con la realidad miserable y materia-lista del momento. Esto causaba una gran decepción interna que llevaba a los escritores, con frecuencia, a acabar con su propia vida. De hecho, la mayoría de los románticos murieron jóvenes. Buscaban, en su forma de expresarse, un lenguaje que sorprendiera al lector. De ahí la utilización de un léxico sonoro, una rica adjetivación, abuso de exclamaciones inte-rrogaciones e hipérboles. Es decir, todo aquello que sirviera para enfatizar las emociones.

Los románticos amaban la naturaleza frente a la civiliza-ción como símbolo de todo lo verdadero y genuino. Fueron hombres sensibles, poseedores de un ardiente y apasionado corazón que vibró con el amor. Guiados por esta forma de ser, se sintieron impulsados hacia las más nobles causas hu-manas, por ejemplo la libertad, la justicia, la independencia y también el patriotismo.

España vive uno de los pasados más agitados de su his-toria. Se abre el siglo con la guerra de la Independencia y se termina con el desastre de 1898. Las tensiones políticas son enormes y en este ambiente de crispación entra el Romanti-cismo en 1835 por Andalucía y Cataluña.

La novela romántica española

Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Por donde quiera que fui,la razón atropellé,la vida escarnecí,a la justicia burlé

y a las mujeres vendí.(Don Juan Tenorio, José Zorrilla)

Los géneros literarios que más se cultivaron fueron el líri-co, el dramático, la novela sentimental e histórica, los relatos de viajes y las leyendas. Pero el que predominó fue, sin duda, el género lírico. Sin embargo hoy nos vamos a centrar en el género narrativo, en la novela. Encontraremos diferentes ti-pos: histórica, gótica o de terror, sentimental y folletinesca.

A mediados del siglo XIX la novela histórica era el género literario de moda. Hubo muchos autores que siguieron los pasos de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y sobre todo Walter Scott. Estos autores sentaron las bases, pero el género evolu-cionó y tendió a dar importancia a la ambientación. También, y siguiendo el modelo de Walter Scott, las narraciones comen-zaron a estar protagonizadas por personajes imaginarios muy bien acompañados por otros secundarios que surgían de los documentos históricos a los que los escritores tenían acceso.

En un primer grupo podemos reunir a cuatro autores, cla-ros ejemplos de novela histórica al estilo de Scott: Rafael de Húmara y Salamanca, Telesforo de Trueba y Cossío, Ramón López Soler y Estanislao de Kotska Vayo y Lamarca

En un siguiente grupo encontramos a Mariano José de Larra con El doncel don Enrique el Doliente (1834), muy conoci-do también por sus artículos periodísticos de claro carácter costumbrista, Juan Cortada y Sala y Enrique Gil y Carrasco con El señor de Bembibre (1844), una de las obras más apre-ciadas por la crítica, aunque sin llegar a la calidad literaria de los maestros del género que abundaron en Europa.

En este otro grupo de autores, la lejanía de la influencia de Walter Scott es patente. La crítica destaca su derroche de erudición y las cuidadosas descripciones, producto de un gran trabajo de documentación: Manuel Fernández y González, Francisco Navarro Villoslada y Antonio Ribot y Fontseré.

En cuanto a otras formas narrativas y dentro de la novela gótica o de terror encontramos a Smollett y Horace Walpole, autores muy imitados en toda Europa. Proponían unas histo-rias llenas de escenas truculentas y descripciones minuciosas

No queremos esa literatura reducida a las galas del decir,al son de la rima, a entonar sonetos y odas de circunstancias,

que conceden todo a la expresión y nada a las ideas,sino una literatura hija de la experiencia.

(Mariano José de Larra)

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Por último no vamos a olvidarnos del género del cuen-to, muy conectado con los cuadros de costumbres y con la literatura popular. En España se dio un florecimiento del

cuento genuinamente romántico entre 1825 y 1845. José de Espronceda, Juan Eugenio Hart-zenbuch, Nicolás Castor de Caunedo y Miguel de los Santos Álvarez son los autores que des-tacan. Estos cuentos, publicados por lo general en revistas, solían tener tres variantes: el rela-to fantástico y maravilloso, el histórico y el de costumbres. A la primera de ellas pertenece La pata de palo (1835) de Espronceda, uno de los más reseñables.

En conclusión, el Romanticismo español fue un movimiento literario donde, por prime-ra vez, se reflejan los problemas y contradic-ciones básicas de la sociedad contemporánea.

Además, la función social del artista y la imagen que tiene de sí mismo comienza a cambiar dependiendo del favor del público.

que llenaban la retina del lector con detalles macabros y san-guinolentos. Las tramas se desarrollaban en castillos, cemen-terios e iglesias en ruinas donde los fantasmas pululaban a su antojo. La producción hispana de este tipo de novelas —marcadas por lo irracional, so-brenatural y misterioso— fue escasa.

En cuanto a la novela sentimental desta-camos a Francisco Brotons, Vicenta Matura-na Rodríguez, Segunda Martínez de Robles y José López Escobar. En general hay que decir que este tipo de novelas iba dirigido, generalmente, a un público femenino y se movía en terrenos muy cercanos al de la no-vela moral.

Dentro de la novela folletinesca, tenemos a Wenceslao Ayguals de Izco, Gregorio Romero Larrañaga, Manuel Fernández y González y Enrique Pérez Escrich. Esta se dirigía a un pú-blico muy amplio. Sus obras estaban construidas a partir de un argumento cargado de intriga y tramas que empleaban numerosos recursos melodramáticos.

“El Romanticismo

español fue un

movimiento literario

donde, por primera vez,

se reflejan los problemas

y contradicciones

básicas de la sociedad

contemporánea”.

(Texto publicado con autorización del autor, se puede consultar en: http://serescritor.com/la-novela-romantica-espanola/?utm_campaign=articulo-

318&utm_medium=email&utm_source=acumbamail)

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Conti me habló de su novela en cier-nes: Mascaró, el cazador americano, con la que habría de ganar el Premio Casa de las Américas en 1975 y en general con-versamos de política, de la Revolución Cubana, poderosa en ese momento. Al regreso —vaya tiempos— había una in-tentona de golpe de Estado. Eran los úl-timos días deLanuse. A medio camino un tanque y un grupo de soldados nos detu-vieron con violencia. Conti y su esposa se identificaron, yo había dejado mis papeles en el hotel. Cuando traté de explicar mi extranjería, un soldado burlón dijo, claro, es mexicano, habla como Cantinflas. Pasó el terror y nosotros cruzamos la barrera militar. Conti lo escribió así: “No olvidaré nunca aquella noche especial de oscurida-des y cuartelazos”.

Nos reunimos varias veces más, una con Bernardo Verbitsky, a quien también recuerdo con cariño. Ya distantes, comen-zaron las cartas entre Conti y Avilés Fabi-la. Las del primero reflejaban sus estados de ánimo, sus luchas políticas cada vez más comprometidas, sus audaces avances

Con frecuencia pienso en Harol-do conti, ejemplo en las letras latinoamericanas de talento li-

terario y devoción política. Lo conocí a través de Alrededor de la jaula, premio de novela de la Universidad Veracruzana, 1966. Adelante leí Sudeste, galardonado por la Compañía General Fabril Edito-ra en Buenos Aires. En 1972, llegué por vez primera a la Argentina a presentar mi novela El gran solitario de Palacio, edi-tada por la empresa porteña citada. Recuerdo perfectamente a conti. Es-tuvimos en una cena que la Sociedad Argentina de Escritores nos daba a un grupo de extranjeros: carlos dro-guett, clara Silva, Alberto Zum Felde y yo, entre otros. Haroldo ves-tía de negro y llamaba la atención su fortaleza física y sus ojos penetrantes. Conversamos largo rato; la empatía fue tal que al concluir la reunión ya éramos amigos sinceros. Al día siguiente pasó con dora, su esposa, por mí al hotel. Había veda de carne en Buenos Aires y era imposible conseguir un churrasco. Salimos de la ciudad.

Literatura y revolución en Haroldo Conti

Por René Avilés Fabila

La correspondencia cesó. Por los diarios supe que había sido atrapado por los fascistas, que sus amigos lo

buscaban.

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literarios y su visión de la situación lati-noamericana. En una me explicaba (agos-to, 1, 1974): “Antes debiera haberte dicho cómo me fue en Cuba. ¡Magnífico! Hasta tuvimos una charla con Fidel Castro de cuatro horas. Una experiencia única. Tal vez vuelva a la isla para este fin de año. Ahí conocí a un mexicano bastante ma-canudo, jurado de poesía, Juan Bañuelos. Quedamos muy amigos y le escribí dos cartas desde aquí…”.

En esos días se vinculó a otra mu-jer,  Marta. Ambos luchaban contra la dictadura. “Aquí la situación es malísima —me escribió—. Aparte de la persecu-ción política, el terror simplemente, esta-mos todos sin dinero, al borde de la miseria. Ya, hacia el fin de mes, no se tiene para comer. No sé qué será de nosotros de aquí a poco tiempo”. No era, pues, un aven-turero romántico, sabía qué terrenos pisaba, era un revolucionario. Su siguiente carta era peor: “Hace tiempo que Marta y yo estamos juzgados. Y es verdad, corremos peligro cierto, encabezamos listas de candidatos al tiro, debimos mu-darnos y ocultarnos. Es el precio. Pero nuestra fe crece día con día, como nuestra lucha”.  Conti  termina diciéndome: “Es-críbeme pronto y ojalá puedas venir por aquí. Mi casa está a tu disposición, y mi pan y mi fusil”.

La correspondencia cesó. Por los dia-rios supe que Haroldo Conti había sido atrapado por los fascistas, que sus amigos lo buscaban. Recibí entonces una angus-tiosa misiva de Marta pidiendo auxilio y la ayuda de la solidaridad de artistas e in-telectuales. ¿Qué hacer? Protestas a Vide-la, artículos en Excélsior y en el Diario de México. La rabia y la impotencia estaban unidas. Con la información de argentinos exiliados y documentos de organizaciones

combatientes, me formé un cuadro y lo publiqué en enero de 1977: “Un mal día llegaron por él, lo golpearon, le vendaron los ojos, destruyeron sus libros y lo arro-jaron a las sombras de una cárcel lúgubre y siniestra. Ahí lo torturaron sin tregua. Nadie supo más… Murió destrozado a golpes. Fue un ser especial y amoroso que por sus semejantes ofrendó su cuerpo e inteligencia. Nunca lo olvidaré”. Las co-pias de sus muchas cartas, años después, se las di a la doliente Marta, en México, en una reunión en el Museo del Chopo, incluida una dirigida al colombiano Gus-tavo Álvarez Gardeazábal, rechazando la participación en un congreso que Harol-

doconsideraba al servicio de la derecha latinoame-ricana. Es un documen-to hermoso y sin duda allí están los argumentos de su conversión en inte-lectual armado. Su idea-rio revolucionario per-soanal, en lenguaje llano y elegante. Tiene aires del optimismo que le co-nocí en nuestro primer encuentro. Esta epístola también la puse en ma-

nos del periodista  Eduardo Deschamps, quien la publicó en Excélsior.

Haroldo Conti amó a la literatura tan-to como para convertirse en un escritor notable, quiso y admiró a otros revolucio-narios como Ernesto Guevara y así llegó al camino de las luchas sociales. Vio en la revolución armada la posibilidad para eliminar las dictaduras y transformar al continente. Para mí siempre será un in-telectual sensible e intolerante con las in-justicias sociales, políticas y económicas. No fue sólo un artista, fue asimismo un revolucionario valeroso y como tal murió, con dignidad plena de coraje. Sus obras literarias, debido a su grandeza, siguen circulando. No importa que la dictadura brutal de Videla lo haya asesinado física-mente.

“Haroldo Conti amó a la

literatura tanto como para

convertirse en un escritor

notable, quiso y admiró

a otros revolucionarios

como Ernesto Guevara y así

llegó al camino de las luchas

sociales”.

www.reneavilesfabila.com.mx

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El Mollete Literario

Algo cambia en nosotros cuando comenza-mos un viaje. Algo que nos hace conscien-tes de que si bien hay camino de vuelta,

éste, por supuesto, no será el mismo que de ida. ¿Adónde vamos en transporte público por la ciu-dad sino al estancamiento de nuestras ideas, a la putrefacción de nuestras inquietudes, al rencoroso desinterés, o en el peor de los casos, al hastío, la desconfianza y la estupidez como vías cortas hacia nosotros mismos?

La primera vez que hice algo así, no puedo de-cir que entendiera bien a bien lo que pasaba. Fue el principio de un viaje que, a veces, terminaba inesperadamente satisfactorio, pero otras tantas concluía en los límites de lo arriesgado y lo grotes-co. Digamos que pese a ello, tuve algunas opciones para elegir. Pero ¿habría sido lo mismo de no ser hombre?

Todos de alguna forma intuyeron que difícil-mente me negaría al toqueteo. Si los caminos ha-blaran, muchos serían los límites transgredidos, las arterias citadinas infestadas de acosos; las carrete-ras hacia el encuentro furtivo, el acostón de motel y las violaciones por igual. ¿Cómo hemos logrado transitar de un lugar a otro en estas condiciones? Ensombrecidos por nuestros deberes laborales, buscamos el placer aunque sea entre una multitud agresiva, complaciente, acallada. Como grititos de mariachi, pornografía del claxon, afilado orgasmo del puñal (misógino también), efusivo abrazo con arrimón pambolero… así se da el roce esporádico de dedos, el manoseo desapercibido, miradas ner-viosas que roban la palabra, hasta que la adrena-lina termina impulsando cada embate, cada len-güetada en la oscuridad de la calle. Este discurrir del deseo entre la multitud, esta carne colectiva que se rebela, según sus medios, que opaca una supuesta definición de la identidad, que ofrenda una fuerza animal; este discurso que no nos ha sido permitido describir o pronunciar a flor de piel, jamás es ignorado, como no lo es el ladrar de

la jauría nocturna.Si estos caminos hablaran. Pienso. Todo ad-

quiriría un sentido terrible, pero sentido, al fin. Me acuerdo. Estoy sonriendo, mis labios se ar-quean hacia arriba y mis párpados se cierran con tranquilidad. Suspiro discretamente. Ese hombre es guapo, muy guapo. La frase se ahonda en mi mirada, como un rayo de luz que esculpe el aire. Sonríe otra vez mientras se miran, me susurra una voz. Exhala mientras desvías tu atención de nuevo hacia este momento en que todo recobra sentido. Continúa el director omnisciente de la escena. Vaya, ha cerrado los ojos. Nos observa-mos como ladrones que acuerdan sus 100 años de perdón. Me siento junto a él, presiono su pierna con la mía… besos al pararse el vagón, como si los impacientes pitos de los carros fueran la batuta de nuestras lenguas.

Si estos caminos tuvieran lengua, por supuesto que no sería para pronunciar palabra alguna, y es que lubricar el hastío se ha vuelto su vocación. Recuerdo. Hace frío, mi pantalón roto deja entrar el aire entre mis piernas. Ya no cabe más gente, yo voy volando, típico mocoso dejando CU atrás para regresar anochecido a casa. Sube un hombre, barba descuidada, panza dura y abultada, panza chelera. Empuja mi cuerpo para hacerse un hue-quito. Presiona mi cuerpo. Su mano encuentra las rasgaduras de mis pantalones. No tengo palabras. Me muevo, insiste. Me frota, no sé qué hacer. Se baja del camión, con los ojos señala un camino oscuro. Me da asco su mirada. Así se ha de sen-tir una mujer acosada. Pienso y me da lástima mi propio pensamiento, no por la comparación sino por la crudeza del acto. Cuándo yo lo hago ¿cómo estoy seguro de que el otro no está solamente asombrado, inmóvil, desprevenido?

Si estos caminos hablaran… me acuerdo, no me quiero acordar. Y ¿si todos los caminos llevan a Roma? Entró al salón de clases, espero a mis alumnos una jornada más.

Metrea, PerreaPor Canuto Roldán

[email protected]

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El Mollete Literario

Por Luis Villalón

En un tiempo sin armas, el sueño es la mejor medicina. ¿Qué significa eso?, mi mente jo-diendo con ella misma; estoy harto de psi-

coanálisis y búsquedas en espacios muertos. Debe-ría aceptar esas ideas sin mayor importancia, dadas fortuitamente, efímeras. Justo como lo hago con su estampa. Infame sombra en mis recuerdos, arraigada a mi convalecencia. Los vellos dorados en su mejilla que sólo son visibles con la iluminación adecuada; di-minutos soles oblongos. Sus enormes pupilas negras, vacuidad, un alma en perpetua extinción, oscuridad que cimbra directo en la médula del espectador. Ape-tezco una muerte similar. Recuerdo la pasividad de mi mente antes de conocerla, las ideas se presentaban en un orden que oso llamar lógico, pude haber pen-sado en un lápiz y terminar en el tema ferroviario por la causalidad de la vía en una mina grafitera, pensa-mientos con un orden un tanto aristotélico. Conocer-la fue una violación irreparable del sistema cognitivo, himen roto en el líquido cefalorraquídeo. Quizá sea paranoia, quizá la memoria a corto plazo fundiéndo-se de tanto en tanto; pero siento que los pensamientos se abalanzan sin previo aviso. No los imagino como felinos acechando a una presa, calculadores y preca-vidos. No los imagino juguetones, pasando de pata en pata su moribunda recompensa. No los imagino con el hocico ensangrentado, sonriente. Saltan aleatoria-mente, una mala broma, fofa; el ochenta por ciento de estos pensamientos inesperados van sobre ella. Pero sobre cosas irrelevantes, a veces la imagino en el reclinable de un dentista leyendo un cómic de Archie. En una ocasión la pensé como una tenista profesio-nal, me sentí lleno de paz, satisfecho. Disfruto, sobre

todas las cosas, imaginar sus pantaletas. Las imagino tan nítidas, casi fotográficas. Hay de varios colores: amarillo, púrpura, rojas, negras, azul cielo, marino, y ya ¡Ah! Lo olvidaba, también hay un bóxer blanco con estampado de Hello Kitty. Hay de diversos tipos y cortes: tangas, los llamados cacheteros, de encaje, seda, algodón, no recuerdo más. Me entretengo ima-ginándola después de una ducha, con el sujetador ya puesto y una toalla a modo de turbante, vaciando el cajón de la ropa interior sobre la cama para decidir qué calzón usar. Veo con claridad su pubis terso, con vellos dorados sólo perceptibles ante la iluminación adecuada, el sol tamizado por una cortina blanca, casi transparente, delineando su perfil en una pared descolorida, en la sombra la cabeza como de alien por la toalla; estas imágenes no me resultan eróticas pese a considerarme profundamente enamorado de ella, evocan en mí ternura. Desearía poder situarme sobre la cama, bebiendo una cerveza mientras ella se cambia, distraído en otra cosa. La intimidad sólo lo-grada tras algunos pares de años en una relación, esa intimidad casual y apacible. No me es posible imagi-narme en ese cuadro, lo siento muy forzado, me veo quitando armonía a la imagen, violentándola, vul-garizándola, un pésimo fotomontaje. No pertenezco ahí, no sé por qué ni siquiera mi mente está dispuesta a brindarme la posibilidad de un panorama grato. ¡Culera!

Dejando a un lado el aspecto intuitivo, debo aceptar que su presencia me es bastante incómoda, me vuelve un completo idiota, no es que me consi-dere un hombre de altas aptitudes intelectuales, pero el simple hecho de contemplarla a unos metros de

Mujeres infinitas

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El Mollete Literario

todas— destinada al fracaso, a reclamos, peleas in-necesarias y chantajes, odiándonos a muerte entre trámites burocráticos, pensiones y custodias; sintien-do dolor de hígado cada que escuche su nombre. Ella es demasiado buena como para condenarla a esa mierda, la mantendré inmaculada, amándola a mi manera, como un alma putrefacta en pena, una leyenda tergiversada, un ángel guardián leproso. Le escribo constantemente poemas de amor, algo cursis, lo admito; los firmo con semen como en algún lado leí que Kurt Cobain rubricaba sus pinturas, y después los guardo en un cajón con candado donde algún día sucumbirán ante lo empalagoso de una edición pós-tuma; cuando ambos estemos pinches muertos.

Mantendré mi amor por ella vagando en el pur-gatorio del anonimato, desarrollándose como una saludable enfermedad mental. Después de todo estoy muy cansado como para iniciar trámites de divorcio, pensiones y custodias con mi actual esposa. Puedo hacerla otro tipo de mujer infinita, un ideal inalte-rable, independiente de mi estadía. No esa clásica mujer infinita que cambia de nombre y atributos y se encuentra subordinada a mi codependencia, miedo de verme aislado y enfrentado a mí mismo en las fau-ces de un espejo roto.

distancia me convierte en un retrasado mental, es vergonzoso. La primera vez que tuvimos una conver-sación —y me parece que la única— me convertí en un manojo de nervios —manojo de nervios, ¡vaya ex-presión!, un hermoso ramillete de terminaciones ner-viosas convulsas lanzado a una jauría de solteras en síndrome premenstrual—. Me preguntó qué estaba leyendo, creo que sostenía una novela de Fadanelli, mi respuesta fue dictada cuando mi mente y mi len-gua emprendieron un monólogo apresurado sobre el texto, oraciones automáticas sin contexto, los surrea-listas estarían orgullosos. Las frases incoherentes se entrelazaban entre tartamudeos y jadeos, palabras vomitadas sin ningún filtro. Boca seca y frente em-papada, probable mal aliento. Supongo que mis ojos fueron el único órgano funcional, se comportaron obsesivos, memorizando el rostro, dispersos en sus pupilas de vacío, dilatados para abstraer con mayor eficacia esa divinidad improbable en un ser terrenal. Apuesto a que por mi aspecto y comportamiento ella dedujo que recién había inhalado una línea de coca, por desgracia, erró.

Tengo miedo, el cambio me da pavor, ya no es-toy para abandonar mi gloriosa estabilidad, me gus-ta amarla desde una distancia segura. Tengo mucho miedo de perderla, iniciar una relación —como Ilustración:

María BazanaTécnica: Mixta

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El Mollete Literario Por Ximena Cobos

… Tres gotas de lluvia rezagada caen en el borde de la ventana… la luz del día comienza a ser insuficiente, pero me gus-taría que no hubiera electricidad para no ver prendidos los focos de toda la casa en el afán desesperante que tiene mi madre por hacerme sentir viva… tres gotas más, llevo contándolas casi media hora mien-tras pienso y recuento el día, mi día… sigo el camino disforme del riachuelo que dibuja el resbalar de una gota en el cristal opaco de vapores exhalados desde mi boca semiabierta… tres gotas más y digo, para mí que siempre soy otros que retumban en el fondo de un ser inequívo-camente ubicado arriba de ese corazón insuficiente:

—Hay, porque lo sabes, momentos en la vida y en la vida, en que te sientes tan desesperado, aburrido, abrumado

entre miles de cosas que son sólo concep-tos abstractos del ser mismo. Y así, ensi-mismado, de locura en locura descubres que ya no quieres la vida que no pediste y tienes, que aceptaste sin saber porqué y decidiste tratar de usarla del mejor modo. Sin embargo, te estorba, te produce una pesadez ajena a cualquier otra sensación y no sabes ya qué hacer con ella. Es siem-pre tan difícil tenerla, agarrarle gusto ya después de todo y no poder dejarla a tu modo, descalificado por la gente.

… tres gotas… ¿cuándo ya no habrá tres gotas?... Detestar es reducir y la vida es irreductible a pesar de los recuerdos, pero hoy, sentada a la mesa, me acuer-do que ya he repetido varias veces en el día esa palabra. Detesto cuando sólo me queda decir: es un día más, común, me levanté detestando todo y aún lo sigo ha-

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El Mollete Literario

ciendo; incluso detesto no pensar en otra cosa que no seas tú. Supongo que no se nota porque, inmutablemente colocada en la silla frente a un plato, mi madre está hablando y como siempre, que siempre es siempre, no se ha dado cuenta que no quiero escucharla; y es que su persisten-cia en comunicarse de un modo tan sim-ple sólo para mantener la apariencia de la relación perfectamente sostenible en la familia me produce un asco intenso y más detesto lo sucesivo a mi vida.

… tres gotas otra vez y no las he visto. Mientras aquí, en una mesa con apenas dos personas no ha quedado entendido que no siempre hay que conversar, no se quiere hablar toda la vida, me digo en voz muy baja. Pero, a pesar del zumbido constante de las calles, confío en el deseo escondido de la gente de por un momen-to callar y escucharse sólo a sí mismos, dejar de escudarse en la vibración del continuum inasible del sonido. Por lo pronto, no sé ya cuánto tiempo llevo lu-chando en vano, sentada como una pie-za de mármol en proceso de esculpido, amorfa todavía; por no escuchar lo mis-mo de lo mismo que siempre es lo mismo de lo mismo del eco de lo mismo que no siempre es igual pero es lo mismo, inva-riablemente aburrido. Quiero salir de aquí y al mismo tiempo busco, escudri-

ño, rasco en mi cabeza entre ideas flojas para explicar mi pedazo de vida que late dentro, y tal vez esa sea la respuesta del por qué no entiendo nada. Usar la razón para la parte más siniestra del hombre no creo que funcione en mucho… tres gotas.

Termino de comer sin saber con un goce de verdad qué fue lo que he ingeri-do, en busca de poder refugiarme en mi cuarto y no escucharla más, o fingir que lo hago si es que en realidad y después de todo, finjo. Me levanto en silencio, actitud tajante que tal vez le haga enten-der del peor modo irremediable ¡que no quiero escucharla! no hasta que pueda escucharme yo, al menos… En tanto las tres gotas cómodamente continúan res-balando en la ventana y yo busco refu-gio en el pequeño hálito de vida que me queda para poder llegar de la mesa a mi cuarto, antes de que todo haya acabado. Cuando entro a la recamara me despojo inmediatamente del pantalón que tanto me molesta, hace calor en toda la casa que aumenta por las luces desesperadas que alumbran al ser de afuera y de aden-tro del ser de afuera de mi cuarto. Pongo música para respirar ese aliento que me resistí en dejar ir para llegar viva hasta el fin del tazón de sopa y poder retirarme a mi guarida; pero las notas de un des-comunal disco de mareas de verdades

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El Mollete Literario

en la oscuridad de la noche iluminada por la luna del conejo esquivo me ha-cen querer haber caído muerta con la cabeza hundida en el tazón, frente a mi madre que ni se habría dado cuenta y seguiría hablando. Tomo un cuaderno desojado y algo escuálido que sólo uso cuando no quiero sentir la luz radioac-tiva de la pantalla que brilla en la oscu-ridad de mis entrañas, rodeadas de tres paredes y un ventanal. Apago el celular, ya saben, por si alguien llama. Nunca sucede, pero me esfuerzo en guardar mi espacio de melancolía, de dolor bullen-te, de nostalgia y ansiedad. No quiero, cuando menos no hoy, no en este segun-do ininterrumpible, escuchar al mundo.

… Por mi mente han dado rondas de pasos largos en andadores fríos tus besos, caricias cortas, durante toda la tarde. Son recuerdos recorriéndome la cabeza, entrando por mis dendritas, llegando al soma primigenio de mi ce-rebro desquiciado, pero aún sin obtener resultado en el axón de mi última neu-rona que no está pensando en ti. Tam-poco puedo dejar de repetir las palabras que encontré en la nota que me diste esta mañana, son ecos de dulzura que has guardado sin saber porqué: <<tus gritos-gemidos-mudos…>> palabras

que además de confundirme, me llevan a desearte todavía más. ¿Me deseas? Nunca me lo has dicho. La noche es por demás confusa, triste dirías tú, la lluvia ha comenzado nuevamente a estrellar-se suave contra la ventana sin cortinas que da al patio tapizado de colores que juntos forman un verde sueño, reminis-cencia de aquel que sólo tuvimos ayer. Árboles, plantas y demás habitantes del mundo de un jardín se humedecen lenta y extasiadamente con las gotas pausadi-tas que el cielo deja caer sin saber cómo; despidiendo cierta sensación de aroma, humo que se cuela por las rendijas, bajo la puerta, por la ventana; inundante, de-predando mis fosas, mi alma. La mezcla de aquel aroma con la noche de verano, remansos de calor y brotes de humeda-des esparcidas, se presta a mi deseo de estar fuera de mi ser y no ser en estas paredes, mejor recostada en el pasto y fumándome un cigarrillo de sabor que extraño.

Y aquellas tres gotas continúan su resbalar interminable… Mientras tanto, no pasa nada más allá de ti en mi ima-ginación que pide a gritos liberarse; en cambio el insomnio, como siempre, no deja que cierre mis ojos para soñar con-tigo y de menos poderte asir en ese espa-

“Aunque en realidad hoy el insomnio

no importa, porque te estoy pensando

desde hace ya más de todo el tiempo que

ha pasado y mi deseo se confunde entre

pensarte y anhelar estar afuera”.

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El Mollete Literario

es mejor que intente dormir. Mañana no voy a verte, quien sabe qué cosa suceda, talvez me lastimes y no lo sepa, creo que ya me duele.

Así, a punto de vencer el insomnio, encuentro la respuesta que entre palabras necias apretujándome la sien buscaba apelando a la razón. Lamentablemente para mí y nuestra condición de seres que existen por la sustancia que modificamos —tú, yo o el otro— se trata de esas cuatro letras encadenadas en una sola línea de pronunciación que me asusta imaginar, pero sé nombrarlo, asustadamente nom-

brarlo, aunque me nie-gue. Desconcertada por la aparición imprevista de la respuesta no busco más pretextos y trato de dormir; aunque el calor ha cesado un poco, no así el que me rodea y sigo re-cordando <<tus gritos-gemidos-mudos-tus gri-tos-gemidos-mudos-tus gritos-gemidos-mudos escanda…>>

Todavía se cuentan tres gotas en la ventana, restos de la llu-via que no ha querido cesar. Por mi par-te, desperté pensando-te, aunque quizá toda la noche lo haya estado haciendo; caminé hacia el baño para darme una ducha y entre el agua que me acariciaba tibiamente descubrí el cuerpo que quie-ro darte… <<tus gritos-gemidos-mudos escandalizando mi sentido del oído y del tacto…>> siguen y siguen recorriéndo-me el cerebro como un espiral mandá-lico. Continúo toda la mañana y toda la tarde caminando en medio de un colum-piarse de frases sueltas, por la noche el in-somnio me atrapará otra vez y entonces, tendida en mi cama, a oscuras y en ropa interior; talvez vuelva a pensarte…

… Tres gotas, aún hay tres gotas…

cio. Aunque en realidad hoy el insomnio no importa, porque te estoy pensando desde hace ya más de todo el tiempo que ha pasado y mi deseo se confunde entre pensarte y anhelar estar afuera, con la lluvia desatada golpeando con señuelos mi rostro y así tal vez este calor incesante se apagaría. Pero no hay forma de salir a mojarme a la mitad del patio, sigo pen-sando en ti y cada recuerdo es oxígeno que aviva el fuego de mi deseo.

Tres gotas tres… y no desisten. Des-pués de mucho pensarte decido al fin escribir algo que responda a tus gritos-gemidos-mudos… He rayado ya mucho la hoja intentando corregir y ésta es la tercera de la noche que tras tacha-duras arranqué de la libreta. Es difícil darse a la tarea de hablarte mientras rayo una hoja que no escucha y sólo se mancha de trazos secos y oscuros. El reloj suena, son las dos de la mañana y sigo sin poder dormir, lo que es peor y más aburrido hasta des-esperarme es que no he escrito nada. Sin duda el tiempo pasa muy rápido, no sé qué sucede en mi interior, no siento el an-dar de los minutos ni el transcurrir de las horas… mis párpados pesan como si la vida me hubiera caído de golpe en cada uno de ellos y aun así continúo sin poder cerrarlos más allá de unos segundos… tengo tantas cosas que decir y muy pocas palabras que hoy no encuentro por nin-gún lado, la nueva hoja sigue en blanco, tú aún no sabes nada.

… Tres nuevas gotas se resbalan en la ventana y puedo sentirlas en la piel… No debo seguir así… grito en silencio de afuera hacia dentro y recupero mi cordu-ra que salió botando mientras pienso que

“Así, a punto de vencer

el insomnio, encuentro

la respuesta que

entre palabras necias

apretujándome la sien

buscaba apelando a la

razón”.

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