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PABLO VI El Papa que nos enseñó “cómo se ama, cómo se sirve, cómo se trabaja y cómo se sufre por la Iglesia” Un Papa Misionero Para hablar del perfil misionero del Papa Pablo VI, debemos remontarnos a su experiencia pastoral en Milán, que quizás tuvo su momento más importante en la Gran Misión de Milán que Mons. Montini dirigió personalmente. Se hizo verdaderamente todo para todos en esos días de la Gran Misión, con una generosidad, con un celo, un espíritu de sacrificio, un ansia apostólica en el corazón que le quemaba los ojos y el pálido semblante de tal modo que alguien que esos días estuvo a su lado, pudo exclamar: “Parece que han vuelto los tiempos de un Carlos Borromeo y aún los primeros tiempos de la Iglesia, cuando las predicaciones de Pedro y Pablo”. El espíritu misionero del futuro Papa Montini, con claridad se manifiesta en la invitación que dirige a los milaneses para participar de la predicación de la Gran Misión. En la invitación a participar de esta predicación, parece ya latir el corazón de la futura “Ecclesiam Suam”; a nadie margina, a todos está dirigida, no excluye a nadie “porque ninguno desea considerarse desheredado de la luz y de la paz de Cristo” (“Carta” 15.X.1957). Y por último es profundamente respetuosa y transparente. “Confiamos que todos la quieran escuchar con respetuosa seriedad, no esconde otro fin que el bien de aquellos a los que va dirigida” (id). Me llamaré “Pablo”: inmediatamente después de su elección como sucesor de Pedro, se le preguntó: “¿Cómo quiere ser llamado?” y respondió: “Me llamaré Pablo”. “Montini dijo el card. Lucianihabía sido siempre un apasionado de los escritos, de la vida, del dinamismo del Gran Apóstol de los gentiles. Y vivió su paulinidad por entero y hasta el fin” (Venecia, 9.VIII.1978). A semejanza del apóstol, Pablo VI ha recorrido ciento treinta mil kilómetros: Palestina, India, Sede de la Naciones Unidas, Fátima, Turquía, Colombia, África, Extremo Oriente, fueron las etapas principales de sus viajes que quizás no han conseguido conversiones, pero han hecho sentir la cercanía de la Iglesia a los pueblos y a sus problemas. El mismo Papa dejó claro el por qué eligió este nombre al afirmar en Ginebra: “el nombre que hemos elegido, el de Pablo, indica la orientación que hemos querido dar a nuestro ministerio apostólico” (10.VI.1969). Montini, Arzobispo de Milán, arribando a la diócesis ambrosiana, visita la comunidad gitana, quienes para recibirlo prepararon una carpa con un altar. 1964 – Regresando de viaje pastoral a la India.

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PABLO VI El Papa que nos enseñó “cómo se ama, cómo se sirve,

cómo se trabaja y cómo se sufre por la Iglesia”

Un Papa Misionero

Para hablar del perfil misionero del Papa Pablo VI, debemos remontarnos a su experiencia pastoral en Milán, que quizás tuvo su momento más importante en la Gran Misión de Milán que Mons. Montini dirigió personalmente.

Se hizo verdaderamente todo para todos en esos días de la Gran Misión, con una generosidad, con un celo, un espíritu de sacrificio, un ansia apostólica en el corazón que le quemaba los ojos y el pálido semblante de tal modo que alguien que esos días estuvo a su lado, pudo exclamar: “Parece que

han vuelto los tiempos de un Carlos Borromeo y aún

los primeros tiempos de la Iglesia, cuando las

predicaciones de Pedro y Pablo”.

El espíritu misionero del futuro Papa Montini, con claridad se manifiesta en la invitación que dirige a los milaneses para participar de la predicación de la Gran Misión.

En la invitación a participar de esta predicación, parece ya latir el corazón de la futura “Ecclesiam Suam”; a nadie margina, a todos está dirigida, no excluye a nadie “porque ninguno desea

considerarse desheredado de la luz y de la paz de Cristo” (“Carta” 15.X.1957). Y por último es profundamente respetuosa y transparente. “Confiamos que todos la quieran escuchar con respetuosa

seriedad, no esconde otro fin que el bien de aquellos a los que va dirigida” (id).

Me llamaré “Pablo”: inmediatamente después de su elección como sucesor de Pedro, se le preguntó: “¿Cómo

quiere ser llamado?” y respondió: “Me llamaré Pablo”. “Montini ―dijo el card. Luciani― había sido siempre un

apasionado de los escritos, de la vida, del dinamismo del

Gran Apóstol de los gentiles. Y vivió su paulinidad por entero

y hasta el fin” (Venecia, 9.VIII.1978).

A semejanza del apóstol, Pablo VI ha recorrido ciento treinta mil kilómetros: Palestina, India, Sede de la Naciones Unidas, Fátima, Turquía, Colombia, África, Extremo Oriente, fueron las etapas principales de sus viajes que quizás no han conseguido conversiones, pero han hecho sentir la cercanía de la Iglesia a los pueblos y a sus problemas.

El mismo Papa dejó claro el por qué eligió este nombre al afirmar en Ginebra: “el nombre que hemos elegido, el de

Pablo, indica la orientación que hemos querido dar a nuestro

ministerio apostólico” (10.VI.1969).

Montini, Arzobispo de Milán, arribando a la diócesis ambrosiana, visita la comunidad gitana, quienes para

recibirlo prepararon una carpa con un altar.

1964 – Regresando de viaje pastoral a la India.

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Este Papa, peregrino y misionero, fue un maestro en la creación de gestos simbólicos. Pensamos por ejemplo, la deposición de la tiara, el intercambio del anillo con el Primado Anglicano, la bendición en común con los obispos no católicos, la restitución de antiguas y preciosas reliquias a las Iglesias de Oriente.

El beso a la tierra es uno de los gestos más sugestivos, quizás el más rico, dado los múltiples significados del beso. Se besa a la persona amada y con esto se la reconoce y se lo proclama como amada y como igual a nosotros.

Besando la tierra Pablo VI besaba al pueblo que la habitaba, reconocía su identidad, afirmaba la propia voluntad de amistad y el propio espíritu de paz. Él, de esta manera, hacía extensivo a todo el pueblo que visitaba el beso de la paz, signo de la amistad y de la fraternidad, que para el apóstol Pablo los cristianos deben intercambiar.

De esta manera manifestaba su corazón de misionero, pues besando a la tierra testimoniaba el respeto por la cultura del pueblo que estaba por visitar, y por el patrimonio moral que ellos poseían.

El beso era un signo de homenaje y adhesión a todos los valores históricos y espirituales, en definitiva, el alma de aquel pueblo.

Es propio del misionero el sentirse enviado e instrumento de Dios. El Papa Montini, verdadero anunciador de la Palabra, completamente entregado a su trabajo, con gran humildad en su comportamiento diario y en todos sus gestos decía con gran convicción: “¿Quién les anuncia esto? Un

pobre hombre, un fenómeno de pequeñez. Yo tiemblo, hermanos e hijos, tiemblo al hablar porque siento

que digo algo que me supera inmensamente, digo cosas que no he testimoniado ni servido

suficientemente, cosas que merecen de verdad una voz profética, siento mi pequeñez y la desproporción

aplastante entre el Mensaje que anuncio y mi capacidad para exponerlo y también para vivirlo”.

22 de agosto de 1968 Pablo VI besa la tierra de Colombia

1969 – En Uganda (África), recibiendo presentes de los fieles.

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Es fundamental la humildad como virtud del misionero, la humildad y la pobreza dilatan el corazón del misionero, para que en él tengan lugar todos los hombres.

Pobre y humilde es el perfil del Papa misionero, así lo manifestaba al preparar su viaje a la India: “Si

Dios lo quiere viajaré a

la India”, e insistió en una serie de condiciones: absoluta sencillez, en el estilo del Mahatma Gandhi; debía ser una peregrinación espiritual al margen de la clase y del credo. Nada de “Sedia Gestatoria” Pues comprendía que esa pompa y ese esplendor no correspondía a la “Iglesia servidora”.

Pablo VI fue peregrino y misionero, primero en su propia diócesis, visitando las parroquias, hablando a sus sacerdotes, comunidades religiosas y asambleas de fieles “para hacer que los católicos ―decía―, sean hombres verdaderamente buenos, hombres sabios, hombres libres, hombres serenos y fuertes”.

El “amó el mundo en el que Jesucristo lo llamó a gobernar la Iglesia. Fue el primer Papa que

llevó la Iglesia al mundo, a todo el mundo, definiéndose firmemente ‘Viator Christi’, (...). Llevó el calor

humano y comunión eclesial a todas partes” (Mons. R. Panciroli).

Cada uno de los viajes exige una reunión, una especial tertulia. La nota característica del misionero, es el ardor apostólico que él manifiesta en Manila afirmando con firmeza y convicción apostólica: “Yo, Pablo sucesor de San Pedro, encargado de la misión pastoral para toda la Iglesia, no

habría venido desde Roma a este país lejano, si no estuviera firmemente convencido de dos cosas

fundamentales: la primera de Cristo, la segunda, de vuestra salvación. Convencido de Cristo, siento

la necesidad de anunciarlo, no puedo callar ¡ay de mí, si no proclamase el Evangelio! Para esto me ha

mandado Cristo. Soy un apóstol, soy un testigo” (Pablo VI, 29.XI.1970).

Fue la voz de aquellos que no tienen voz. En su encuentro con los campesinos en su viaje a Colombia les decía: “Sois vosotros un signo, una imagen, un misterio de la presencia de Cristo. (...)

Vosotros sois también un sacramento, es decir una imagen sagrada del Señor en el mundo, un reflejo

que representa y no esconde su rostro humano divino” (Bogotá, 23.VIII.1968).

Se dejaba interpelar por el sufrimiento de los pobres y les decía: “No estáis ahora escuchando en

silencio, pero oímos el grito que sube de vuestros sufrimientos y del de la mayor parte de la humanidad.

No podemos desinteresarnos de vosotros; queremos ser solidarios con vuestra buena causa, que es la

del Pueblo humilde, la de la gente pobre” (Id).

Entrada a Manila (Filipinas)