Álvaro Mutis - Diario de Lecumberri

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10 UNIVERSIDAD DE MEXICO DIARIO DE LECUMBERRI Por ÁJvaro MUTIS Diln4jos de Alberto GIRONELLA SE LLAMABA "PALlTOS" - ..."... A los pocos días de mi llegada había aparecido de repente en mi celda con la mirada desencajada y un leve temblor en todo el cuerpo, como el que precede a la fiebre. Me explicó que estaba dis- puesto a lavar mi ropa,- a limpiarme el calzado, a ir a la tienda por café y así siguió ofreciéndome una lista de servi· en vida no le fuera dado transmitir y cuya expresión buscara acaso por los ca- de la heroína eR los cuales se perdiera irremediablemente. La boca le había quedado semiabierta, en un gesto parecido al de los asmáticos que buscan afanosamente el aire, pero al mirarle de cerca se advertía un repliegue del labi<' superior que descubría una parte de sus dientes con una mezcla de sonrisa y so' llozo semejante al espasmo del placer. En el costado izquierdo mostraba una heri- da de gruesos labios por la que todavía manaba un hilillo de sangre negra con la consistencia del asfalto, ... 1/ '- lID /\ '.' '" Me quedé mirándolo por largo rato mientras un rojizo rayo de sol, tamizado por entre el polvo de Texcoco que ta en la tarde, se paseaba por la tensa piel de su delgado cuerpo al que las dro- gas, el hambre y el miedo habían dado una especial transparencia. una curiosa liAlpieza, un trazo neto y sencillo que me hizo recordar el cuerpo de esos saMas que se conservan debajo de los altares de algunas iglesias en cajas de cristal con polvosas molduras doradas. Allí estaba "Palitos", más joven aún de lo que pareciera en vida, casi un niño. Libre ya de la desordenada angustia de sus días y del uniforme que le quedaba grande y lo hacía ver más desdichado, mostraba en la desnudez de su cadáver cierto secreto testimonio de su ser que Tenia el propósito de escribir al- go obr como ve Colombia a un colombil no que tiene que romper de pronto con S1t patna y renun- iar para siempre a ella. Es deci,', a qllé renllncia, qlté clase de "sau- dade" le lastima, en dónde le due- le - i le dllele- la ausencia del paú. y también cómo se ve Colom- bia desde este México tan sospe- ho amente familiar para qtúenes vivimos en él y, sin embargo, tan sorprendente a veces y tan feamente parecido en algunas cosas a nues- tro lindo pais colombiano. Pem 110 file posible hacer el m'ticulo que ya tenía prácticamente escrito en la mente, porque mataron a "Pali- to " y cllando lo vi alli tendido en nuestro mezquino anfiteatro, todo esto de Colombia y sus problemas me pareció tan lejano, tan irrisorio, tan sin importancia que preferí de- dicar a "Palitos", mi amigo desde los primeros dias de cárceC, una IJágillfl de mi Diario de Lecum- berri. Pienso que es bueno que to- dus conozcamos la histo";a de "Po- fitos", pI/es tales testimonios siem- /He hflll sido ml/cho más importan- tl'S qlle lo que llamamos "los he- chos puliticos" -vfllga de ejemplo, so /Jc/w de pasar por pedante, cómo hu)' tudos ,'ecordflmos con terTible ('/f/ueiá" el testamento de Francois Villon y desconocemos tranquila- /l/cntc Ifls razones políticas que asis- tiera" fl Luis Xl p1ra luchar con- tm lus burgoiiones qu.e a menudo sálu vienen a ser una miserable es- rile/a de estos sencillos y terribles "hechus humanos". LIBRE POR DEFU CIÚN MÁs JOVEN, CASI UN NIÑO E STA MAÑANA, vinieron a contarme que "Palitos" había muerto. Lo apuitalearon, en su crujía, a la ma- dru/{ada. Como sabían que venía a verme a conversar conmigo y a sus compa- lieros les contaba que yo era su "gene- ralalO" y que era "muy jalador" -en eslo aludía a la facilidad con que lograba convencerme de sus complicados nego- cios de leche. café y cigarrillos- algunos Je ellos vinieron a traerme la noticia. Fui a verlo por la tarde al estrecho cuartucho que en la enfermería han ha- bilitado como anfiteatro. Sobre una lo- /.<1 de granito estaba "Palitos". Su cuerpo desnudo se estiraba sobre la lisa super- ficie en un gesto de vaga incomodidad. de insostenible rigidez. como hurtando el frío contacto de la piedra. Debajo, a sus pie. estaba el atado con sus ropas de preso. el uniforme azul, celeste ya por el uso. su cuartelera, sus botas de fagi- nero y sobre la ajada p;ígina de una rnista de,"x)/'tiva. sus objetos personales; una jeringa hipodérmica remendada con dilamo y cera. una pcquelia navaja. un retrato de Aceves Mejía. con una dedi- catoria impresa. un I;ípiz despuntado y una arrugada cajetilla de cigarrillos casi

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10 UNIVERSIDAD DE MEXICO

DIARIO DE LECUMBERRIPor ÁJvaro MUTIS

Diln4jos de Alberto GIRONELLA

SE LLAMABA "PALlTOS"

­..."...

A los pocos días de mi llegada habíaaparecido de repente en mi celda conla mirada desencajada y un leve tembloren todo el cuerpo, como el que precedea la fiebre. Me explicó que estaba dis­puesto a lavar mi ropa,- a limpiarme elcalzado, a ir a la tienda por café y asísiguió ofreciéndome una lista de servi·

en vida no le fuera dado transmitir ycuya expresión buscara acaso por los ca­~inos de la heroína eR los cuales seperdiera irremediablemente. La boca lehabía quedado semiabierta, en un gestoparecido al de los asmáticos que buscanafanosamente el aire, pero al mirarle decerca se advertía un repliegue del labi<'superior que descubría una parte de susdientes con una mezcla de sonrisa y so'llozo semejante al espasmo del placer. Enel costado izquierdo mostraba una heri­da de gruesos labios por la que todavíamanaba un hilillo de sangre negra conla consistencia del asfalto,

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Me quedé mirándolo por largo ratomientras un rojizo rayo de sol, tamizadopor entre el polvo de Texcoco que fl~

ta en la tarde, se paseaba por la tensapiel de su delgado cuerpo al que las dro­gas, el hambre y el miedo habían dadouna especial transparencia. una curiosaliAlpieza, un trazo neto y sencillo queme hizo recordar el cuerpo de esos saMasque se conservan debajo de los altares dealgunas iglesias en cajas de cristal conpolvosas molduras doradas.

Allí estaba "Palitos", más joven aúnde lo que pareciera en vida, casi un niño.Libre ya de la desordenada angustia desus días y del uniforme que le quedabagrande y lo hacía ver más desdichado,mostraba en la desnudez de su cadávercierto secreto testimonio de su ser que

Tenia el propósito de escribir al­go obr como ve Colombia a uncolombil no que tiene que romperde pronto con S1t patna y renun-iar para siempre a ella. Es deci,',

a qllé renllncia, qlté clase de "sau­dade" le lastima, en dónde le due­le - i le dllele- la ausencia delpaú. y también cómo se ve Colom­bia desde este México tan sospe-ho amente familiar para qtúenes

vivimos en él y, sin embargo, tansorprendente a veces y tan feamenteparecido en algunas cosas a nues­tro lindo pais colombiano. Pem110 file posible hacer el m'ticulo queya tenía prácticamente escrito enla mente, porque mataron a "Pali­to " y cllando lo vi alli tendido ennuestro mezquino anfiteatro, todoesto de Colombia y sus problemasme pareció tan lejano, tan irrisorio,tan sin importancia que preferí de­dicar a "Palitos", mi amigo desdelos primeros dias de cárceC, unaIJágillfl de mi Diario de Lecum­berri. Pienso que es bueno que to­dus conozcamos la histo";a de "Po­fitos", pI/es tales testimonios siem­/He hflll sido ml/cho más importan­tl'S qlle lo que llamamos "los he­chos puliticos" -vfllga de ejemplo,so /Jc/w de pasar por pedante, cómohu)' tudos ,'ecordflmos con terTible('/f/ueiá" el testamento de FrancoisVillon y desconocemos tranquila­/l/cntc Ifls razones políticas que asis­tiera" fl Luis Xl p1ra luchar con­tm lus burgoiiones qu.e a menudosálu vienen a ser una miserable es­rile/a de estos sencillos y terribles"hechus humanos".

LIBRE POR DEFU CIÚN

MÁs JOVEN, CASI UN NIÑO

ESTA MAÑANA, vinieron a contarmeque "Palitos" había muerto. Loapuitalearon, en su crujía, a la ma­

dru/{ada. Como sabían que venía a vermea conversar conmigo y a sus compa­

lieros les contaba que yo era su "gene­ralalO" y que era "muy jalador" -eneslo aludía a la facilidad con que lograbaconvencerme de sus complicados nego­cios de leche. café y cigarrillos- algunosJe ellos vinieron a traerme la noticia.

Fui a verlo por la tarde al estrechocuartucho que en la enfermería han ha­bilitado como anfiteatro. Sobre una lo­/.<1 de granito estaba "Palitos". Su cuerpodesnudo se estiraba sobre la lisa super­ficie en un gesto de vaga incomodidad.de insostenible rigidez. como hurtando elfrío contacto de la piedra. Debajo, a suspie. estaba el atado con sus ropas depreso. el uniforme azul, celeste ya porel uso. su cuartelera, sus botas de fagi­nero y sobre la ajada p;ígina de unarnista de,"x)/'tiva. sus objetos personales;una jeringa hipodérmica remendada condilamo y cera. una pcquelia navaja. unretrato de Aceves Mejía. con una dedi­catoria impresa. un I;ípiz despuntado yuna arrugada cajetilla de cigarrillos casi~'acíit.

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cios co,?"la apresurada angustia de quientransmite un santo y seña o comunica unme~saje urgente. No se esperó a que.yole ~~dlera nada y al ver~e dudar, desapa­reClO como b,abía entrado, dejando eleco de su atropelladas palabras.

"A ese téngale cuidado, compañero. Sellama 'Palitos' y siempre está tramandoalguna chingadera" me dijo alguno. Nome ocupé en pedir más detalles y ya lohabí~. olvidado por completo cuandoVOlVlO a aparecer de repente en mediode mi siesta:

"Mi jefecito, le hacen falta unas cor­tinas para la ventana. Tengo un cuateque me vende unas retebaratas ... a versi las compra, ¿no?" .

"¿En cuánto?", le pregunté."Siete pesos, mi estimado. ¿Se lilS trai­

go?"L~ di un. billete de diez pesos y salió

cornendo sm esperar a darme más deta­lles sobre el negocio. No volvió en va­rios días. Le comenté el asunto a uncompañero ducho en la vida diaria delpena~" quien me dij~. "Pero amigo mirea qUien se le ocurre Ir a darle diez pesosy tragarse esa historia de las cor inas.¿No sabe que "Palitos" necesita reunircada día cerca de $16.00 pesos para com­prar su droga y para ello se vale decuanta argucia pueda imaginar su mentede hábil ratero?" Recordé entonces lamirada acuosa y vaga de sus grandes ojosasombrados por la urgencia de la droga,el temblor que le recorría el cuerpo, laatropellada rapidez con que hablaba co­mo quien libra una carrera contra eltiempo, que se va cerrando implacablesobre el débil ser que pide a gritos esas~gunda vida sin la cual no puede exis­tIr.

Algunas semanas más tarde volvió"Palitos" a visitarme. Había encontradoen. mí una. m!na. inexplotada de inge­nUidad y nI SIqUiera se molestó en ex­plicarme lo sucedido con los diez pesos.Ese día debía tener ya una dosis deheroína que le permitía actuar con rela­tiva tranquilidad y que le trasmitía almismo tiempo cierta disposición comu­nicativa de quien quiere conversar mien­tras le llega el sueño. Fue entonces cuan­do me contó su vida y nos hicimos ami­gos.

NI SIQUIERA RECORDABA A su MADRE

No recordaba a su madre ni tenía lamás vaga idea de cómo había sido niquién era. Su primer recuerdo eran lasnoches que pasaba debajo de una mesade billar en un café de chinos. Allí dor­mía envuelto en periódicos recogidos enlas calles y a la salida de los cines; Segúnél, tenía entonces seis años. A los ochocuidaba un puesto de periódicos y revis­tas en Reforma, mientras el dueño ibaa almorzar y a comer. Fue allí cuandofumó por primera vez marihuana: "Mequitaba el hambre y me hacía sentir muycontento y muy valedor." A los oncefumaba ya seis cigarrillos diarios. Por esetiempo entró a formar parte de unabanda de carteristas que operaban enMadero y 5 de Mayo. Para "trabajar"necesitaba ser "grifo" y a buena cuentade los cigarrillos que se fumaba operabapara sus jefes con una habilidad y unarapidez que bien pronto le dieron fama.Un día cayó en una redada. Lo llevarona la Delegación de Policía y allí lo exa­minó el médico. "Intoxicación aguda pornarcóticos" fue el dictamen y lo lleva­ron a un reformatorio de menores. De¡illí se escapó a los pocos meses y escon-

dido en un vagón de carga del ferroca­rril, fue a dar a Tijuana.

Tijuana es la frontera. El paraíso delos narcotraficantes y los tahures, el vas­to burdel que opera día y noche al ruidoensordecedor de las sinfonolas y bajo lasluces titilantes de mil avisos de neón.Tijuana es el absceso de fijación quehace posible el trabajo ordenado del res­to de la rica región californiana y quepermite que millones de americanos va­yan a desahogar allí la tensión luteranade su conciencia y a probar los nefandospecados cuyas maravillas les hacen adi­vinar las furiosas andanadas de sus pas­tores. "Palitos" por un ordenado azar dela vida, había caído ,en el justo mediodonde podría consumirse con mayor ymás eficaz rapidez.

Allí conoció una mujer -mi "jefa"­que lo usaba como cebo para los turistasinteresados en "something special" altiempo que como amante ocasional cuan­do los dos caían semanas enteras en laardua excitación de la heroína, de la quese sale como si se emergiera de una pro­funda zambullida en las insondablesprofundidades marinas. Ella fue la quele hizo probar el opio. Y aquí era de verla mirada espantada de "Palitos" al re-

cardar las pesadillas que le produjeranlas primeras pipas. Tal como él lo narra­ba, al parecer el poder de excitación delopio superaba su breve bagaje de imagi­naciones y recuerdos sensoriales y en lu­gar de proporcionarle placer alguno, lellenaba el sueño de pavorosos monstruosque lo agobiaban en el terror primariode lo desconocido y le arrastraban lossentidos hacia comarcas tan lejanas detoda posibilidad de comparación con sumezquina experiencia, que, en lugar deensancharle el territorio del ensueño selo distorsionaban atrozmente. No resistiómucho tiempo y tuvo que dejar el opioy con él a su "jefa" de la cual se llevóalgunas cosas que fueron a parar a latienda de empeño.

DROGA PARA DOS MESES

Al regresar a México volvió a entablalamistad con los carteristas, pero ya traíael prestigio de su viaje y el que le dioentre sus antiguos conocidos el haber vi­vido en Tijuana, sólo sería comparableal que gozara un crítico de arte que hu­biera dedicado años de su vida a conocerFlorencia, Pisa o Siena. Ya no trabajabaa cambio de droga. Cobraba en efectivo

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y compraba todas las dosis que le hicie­ran falta. Sin ella no podía trabajar. Conella adquiría una coordinación de movi­mientos y una velocidad de imaginaciónque lo hacían prácticamente invulnera­ble.

Hasta cuando un día planeó el golpeincreíble, la jugada maestra. Compróunos pantalones de paño azul oscuro, unaimpecable camisa blanca y unos muy re,­petables zapatos negros. Se fue, a unosbaños turcos y de allí salió convertido enun pulcro muchacho de provincia, enuno de esos hijos consagrados que traba­jan desde muy jóvenes para ayudar a suspadres y pagar el colegio de sus herma­nas. La ascética expresión de su rostro leservía a la maravilla para completar elpapel. Consiguió un maletín de esos queusan los agentes viajeros para guardar yexhibir las muestras de su mercancía ycon él en la mano entró a la más lujosajoyería de Madero. Esperó unos momen­tos a que el público se familiarizara consu presencia y de pronto, con serenidadabsoluta y seguros ademanes, comenzó adesocupar una vitrina del mostrador.Brazaletes de diamantes, relojes en mon-

tura de platino, anillos de esmeraldas,aderezos de zafiros, todo iba a parar almaletín de "Palitos". Nadie sospechó na­da anormal, todos creyeron que se tra­taba de renovar el muestrario de la vi­trina y los empleados pensaron que seríaun nuevo muchacho puesto en pruebapor la gerencia. Cuando llenó su maletín."Palitos" lo cerró cuidadosamente y sedirigió hacia la puerta con paso firmey tranquilo. En ese momento entraba elgerente de la firma y por esa rara intui­ción que tienen los dueños de tales nego­cios cuando algo marcha mal, se lanzósobre "Palitos " le arrebató la maletay lo puso en manos del detective de lajoyería. Al hacer inventario del botín secalculó que valía cerca de tres millonesde pesos. "Yo ya tenía la transa para ven­derlo todo por cinco mil pesos. Drogapara dos meses, mi jefecito iMe amo­laron regacho!

Cuando llegó a Lecumberri y pasó porel examen médico fue asignado a lacrujía "F", la de los adictos a las drogas.y allí esperaba el resultado de su procesodesde hacía tres años, durante los cualesse asimiló tan perfectamente a la vida de

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la crujía, que aunque le !J,ubieran dejadolibre se hubiera ingeniado la manera de"echarse otro' juzgado" para seguir allí.

EL LEGIONARIÓ DEL GRECO

Su delirante rutina comenzaba desdelas seis de la mañana. -Vendía el pan deldesayuno y la mitad del atole y con estocomenzaba a reunir la suma necesariapara proveerse de droga. Todas las ma­licias de la picaresca, todos los vericuetosde la astucia, todas las mañas del hampa,tenían que ser renovadas cada mañanaen un esfuerzo gigantesco para lograresa suma. Sin embargo, nunca le faltó:'su mota y su tecata" que son los nom­bres que en Lecumberri se les da a lamarihuana y a la heroína. ,. Últimamente había logrado la produc­tiva amistad de un afeminado "cacariw"-coÍDo se llama a los presos que gozande especiales prerrogativas a cambio detrabajos en las oficinas del penal--quele pagaba suntuosamente sus favores. Enun riña causada por los celos de su pro­tector, le habían dado esta mañana unacertera puñalada en el corazón, en plenafila y mientras pasaban lista -en la crujía.Se fue escurriendo ante los guardias quemiraban asombrados el surtidor de san­gre que le salía del pecho con intensi·dad que decrecía desmayadamente a me­dida que la vida se le escapaba en som­bras sucesivas que cruzaban su rostro demártir cristiano.. Ahora, allí tendido me recordaba unlegionario del Greco. La dignidad de supálido cadáver color marfil antiguo y lamueca sensual de su boca, resumían consevera hermosura la milenaria "condi·ción humana".

Al tobillo le habían amarrado unaetiqueta como esas que le .ponen a losb< lsos y carteras de mano de los viajerosd(~ avión y en la cUal estaba escrito enmáquina: "Antonio Carvajal o PedroMoreno o Manuel Cárdenas. Alias "Pali­tos". 'Edad: 22 años". Y debajo en letrasrojas subrayadas: "Libre por defunción."

PERO DON ABEL ESTABAENFERMO ...

UN PERSONAJE DE BALZAC

De todos los tipos humanos nacidosde la literatura -de la verdadera y per­durable, es obvio- no es fácil encontrarén el mundo ejemplos que se les ase­mejen. De eso que llamamos un "carác­ter esquiliano", "un héroe de Shakespea­re" o un "tipo de Dickens", solamenteun raro azar puede ofrecernos en la vidauna versión "real" medianamente con­vincente. Pero lo que ciertamente consi­deraba yo hasta ahora como algo de im­posible ocurrencia, era el encuentro conese tan traído "personaje de Balzac" quesiempre estamos esperando hallar a lavuelta de la esquina o detrás de lapuerta y que jamás aparece ante nos­otros. Porque la densa y cerrada materiacon la que creó Balzac sus protagonistasde La comedia humana, fue puesta so­bre los modelos en capas sucesivas y fir­memente soldadas entre sí. Son persona·jes creados por acumulación y que sepresentan al lector con dominadora in­tención ejemplarizante, que excluye esehalo de matices que en los demás nove­listas permite la fusión, así sea parcialy en escasas ocasiones, de sus criaturasdentro de patrones ofrecidos por nuestrossemejantes en la diaria rutina de susvidas.

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Cuál no seria, mi aso,mbro, cuánta mifelicidad de coleccionista, cuando tuveante mí y con varios meses pará obser­varlo a mi placer, a un evidente, a unindiscutible "personaje de Balzac". Unavaro.

Llegó a eso de las siete de la noche Vfue reco"rriendo nuestras celdas con pro­sopopeya bonachona y dirigiéndose a ca­da uno dándole la impresión de que conello le concedía una exclusiva y especialgracia y merced a ciertas secretas y va­liosas virtudes del oyente, que sólo a élle era dado desentrañar. De alta y des­garbada figura, rubio, con un rostroamplio y huesudo que surcaban nume·rosas arrugas de una limpieza y nitid~z

desagradables, como si usara una pielajena que le quedara un poco holgada;al hablar subrayaba sus siempre vagase incompletas frases con gestos episcopa­les y enfáticos y elevaba los ojos al cielocomo poniéndolo {l0r testigo de ciertasnunca precisadas mfamias de que eravíctima. Tenía costumbre de balancearseen sus grandes pies, como suelen hacerlolos prefectos de los colegios regenteadospor relig-iosos, imprimiendo 'una vacilan­te y temible autondad a toda observaciónque salía de su pastosa garganta de be­del. Su figura tenía algo de vaquero deloeste que repartiera sus ocios entre lapredicación y la homeopatía.

SE LLAMABA ABEL •••

Se llamaba Abe!, nombre que le veníaadmirablemente y que vino a aclaranneel por qué de esa universal simpatíaque despierta Caín, acompañada siemprede una vaga impresión de que el castigoque se le impusiera fue harto desmes.u­rado y hasta con ciertos ribetes de saodismo.

Poco a poco, gracias a los periódicosy a las infonnaciones que nos trajera laindiscreta diligencia de los encargadosdel archivo de expedientes, fuimos cono-

ciendo en detalle la historia del baIza­ciano sujeto.

Amparado en un falso grado de COTO­nel, conseguido Dios sabe a precio decuántas melosas palabras y ampulosos yretóricos ademanes, se lanzó a labrar unafortuna que, en los estrados, se calcu­laba en cincuenta millones de pesos, me­diante el secular y siempre infalible sis­tema del agiotismo y la usura. Prestabadinero a un interés elevadísimo y exigíacomo garantía -siempre "mediante es­critura de confianza a su nombre, anula­ble al pago de la deuda y sus intereses"­terrenos y edificios situados, por raracoincidencia, en zonas a punto de recibirel beneficio de valiosos adelantos urba­nísticos. Por ese implacable cálculo, queen tales gentes se convierte en un sentidomás como la vista o el olfato, los dueñosse veían precisados a desprenderse desus propiedades cuando, el hasta enton­ces generoso amigo, se encontraba obliga­do a "recoger algunos pesos para ha~crfrente a una pasajera' crisis de sus nego­cios". Era entonces, cuando la asfixiantetenaza de documentos y juicios de lanza­miento se cerraba sobre el cándido deu­dor y lo dejaba en la calle desde donde,sin salir aún de su asombro, veía' la er­guida silueta del "Coronel" recorriendola nueva propiedad y deteniéndose aadmirarla, mientras imprimía a su cuer­po ese balanceo aterrador y justiciero.

A medida que nos fuimos enterando deestos detalles y que él se daba cuenta denuestra creciente infonnacián sobre supasado, más enfático se tornaba nuestrohombre en lo relativo a su inocenciay a "las infamias inventadas por sus ene­migos, a quienes en su tiempo ayudaracon tan buena voluntad". En su unifor­me solía llevar una insignia del ClubRotario, que siempre supusimos ladina­mente hurtada y agregada a su atuendo,para subrayar más aún su pregonado"espíritu humanitario de servicio",

UNA SONRISA BEATÍFICA

Su actitud hacia nosotros y en gen~ralhacia todos los presos, fue la de. qu~en,encerrado por una torpe conspIracIón,tiene que ~escend~r a~ab~eme~tea com­partir la VIda pemtenCIana, deJan~o verque es por entero ajenoa ella, mIentr~s

se aclara e! malentendido. La distanCIala marcaba con un gesto de su granmano simiesca, semejante al de los altosprelados que inician la bendición ~e unamenesterosa turba de fieles· harapIent.l's,con algo que tiene mucho de apostólIcoy no poco de amable rechaz~, mie~t~;:sse coloca en el rostro una sonnsa serahcade condescendencia destinada a indicarque la pasajera mansedumbre obedecemás a neceSIdades convencionales y ex­teriores que a un sentimiento personale Íntimo.

Ocupaba una de las celdas del primerpiso que mantenía siempre cerrada concandado y a donde nadie fue invitadojamás a entrar. Y. mientras todos los de­más habitantes de nuestra crujía -cono­cida en Lecumberri como la de "los in·fluyentes" o "cacarizos"- preparábamosnuestra comida o la recibíamos de fuera,don Abel se acercaba dignamente, conla escudilla en una mano y el jarro re·glamentario en la otra, para recibir e!rancho del penal que llegaba hasta nues·tra reja a las horas de comida, única­mente hasta entonces, para cumplir unarutina. Una vez servido, tornaba el rubin"Coronel" a encerrarse en su celda y allíengullía la ración penitenciaria sin quenadie fuese te~tigo de tan valerosa ha­zaña.

Cierta mañana, al salir de su celdapara contestar a la lista, salieron tras éltres grandes ratas de color pardo y cuyolanoso vientre casi tocaba el suelo. Sequedaron mirándonos entre asombradasy furiosas y volvieron a entrar al cuarto.Por la cara de don Abel se fue compo­niendo una sonrisa beatífica que quería

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apuestas subieron hasta cien pesos y donAbel seguía contestando, con una toscada día más cavernosa y menos convin­cente, ~ la llamada del sargento. Perdie­ron qUienes arostaron a que don Abelpasana la NaVIdad con su familia. Y as,fue en el Afio Nuevo y también enReyes.

Por fin, un oficial vino a encontrarla fórmula para sacar a don Abel de lacárcel. Una mañana, a la hora de lista,vimos llegar dos camilleros de la enfer­mería y un ayudante del servicio médico~

Golpearon en la puerta del empecinadoenfermo y cuando éste contestó con sutos de payaso, el sargento le replicó conur. seco" ¡Salga!" que debió dejarlo he­lado en la oscuridad de su celda. Poe)después apareció en el umbral y todosdebimos mostrar la misma expresión de,I"nmbro, al ver la horrible transforma­ci(jo que había sufrido su figura. La pielse le pegaba a la cara como un gris papelde feria desteñido por 'la lluvia, los ojoshinchados por la humedad sólo dejabanver una materia rojiza y viscosá que semovía continuamente y de sus gestos lu­teranos y entusiastas quedaba apenas untemblor de animal acosado. Había olvi­dado ponerse la dentadura y la boca sele hundía en mitad del rostro como unresumidero de un patio de vecindad.

Allí se quedó parado ante la camilla,sin saber que decir. "¡Acuéstese ahí, y llé­venselo!" ordenó el sargento con esabrusquedad castrense que no deja rendi­ja alguna por donde pueda colarse unargumento o una disculpa. El "Coronel"se tendió lentamente en la camilla qu~

los enfermeros pusieron en el suelo y alintentar sonreír hacia nosotros, comotratando de restarle importancia a la es­cena, dejó escapar un blanco hilo desaliva de sus incontrolables labios.

Ese mism'o día llamó a su abogado y, le ordenó pagar la fianza. Nos cuenta el

enfermero encargado de la sala a dondelo llevaron, que cuando firmó su boletade libertad, era tal su rabia que rompiódos veces la pluma que le alcanzara elescribiente. Dicen que salió energúme­no, acusando al juez de abusivo y ladróny a las autoridades de la cárcel de inhu­manas y crueles para con un antiguoservidor de los ejércitos revolucionarios.

EL ABATE FARIA

ser la misma que debió iluminar el ros­tro del "Poverello" cuando le hablaraa sus hermanas las aves, pero que, tratán­dose ue nuestro personaje y de tan suciose irritables roedores, sólo logró ser unaturbauora mueca llena de complicidadcon las potencias inferiores y que vinoa morir en un saltito juguetón, feamentepueril e innecesario.

Una tarde, al regresar de una diligen­cia del juzgado que seguía su causa, suamplia y huesuda carota de Judas traioun color amarillo y enfermizo y sus ges­tos, de ordinario tan amplios y elocuen­tes, tenían un no sé qué des;lcompasadoy amargo que despertó en nosotros unasorda animosidad, una oscura rabia ensu contra.

TRES MIL PESOS DE FIANZA

Al día siguiente nos enteramos de quedon A~el estaba enfermo y no podíapasar llsta. Cuando llegó el sargentopara contarnos,' golpeó en su puerta yuna hueca y rotunda tos le respondió,'resonando <}n el interior de la celda,

como una mentirosa e histérica disculpa.Ese mismo día, los periódicos trajeronla noticia de que el juez le había fijadouna fianza de tres mil pesos para quepudiera salir libre. Para cualquiera, denosotros, una tan beatífica resoluciónjudicial hubiera bastado para llenarnosde alegría. Al "Coronel" lo había sumi­do en la más angustiosa disyuntiva. LaNavidad y el AI10 Nuevo se acercabanpor entonces y sus nietos -que repetíanmuchos de los rasgos del abuelo conesa torpe y engaI10sa frescura de la juven­tud- venían jueves y domingos a visi­tarle y lo acosaban a preguntas sobrecuándo saldría, si estaría en casa parala repartición de los regalos al pie delárbol y si alcanzaría a las últimas "po­sadas". La boca del viejo se retorcíacomo un reptil que trata de escapar delas crueles manos de los colegiales que.lo atormentan.

Comenzamos a hacer apuestas sobre sidon Abel pasaría la Navidad con nos­otros o se resolvería a deS}JCellderse de lostres mil pesos de su fianza. Cuando llególa víspera de las fíestas navideñas, las

Cuando eInramos a su celda, movidospor la curiosidad que tanto encierro noscausara, pensé al momento en la del aba­te Faria de las viejas versiones del cinemudo de El Conde de Montecristo. Enuna gran cantidad de bolsitas de papel,de esas que se usan en las tiendas para'vender azúcar y arroz por kilos, habíaguardado pedazos de pan que tenían yauna rigidez faraónica, trozos de carneque apestaban horrendamente y otrosalimentos cuya identidad había cambia­do ya varias veces la acción del moho yel paso del tiempo. Las ratas corrían porentre las bolsas de papel, con el desaso­siego de los perros que pierden a sudueño en una aglomeración callejera.

Los fajineros lavaron la celda y pormucho que lo intentaron, no les fueposible hacer desaparecer el apestosoaroma que se había pegado a las paredesy fundido con la humedad que por ellasescurría. Hubo que resignarse a dejarsin ocupar el cuarto y guardar allí lasescobas, trapos y baldes con los que ha­cen el aseo de la crujía.