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Archivo General de la Nación

boletín

186a época • octubre-diciembre 2007 • número

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Boletín del AGN6ª época • octubre-diciembre 2007 • número 18

Consejo editorial

Director GeneralJorge Ruiz DueñasDirectora del Archivo Histórico CentralDulce María Liahut BaldomarDirectora del Sistema Nacional de ArchivosAraceli Alday GarcíaDirectora de Investigación y Normatividad ArchivísticaYolia Tortolero CervantesDirector de Publicaciones y DifusiónMiguel Ángel QuemainJefe del Departamento de PublicacionesCarlos MirandaAsistencia EditorialAlberto Álvarez, Elizabeth Zamudio

Diseño y formación Elisa Cruz Cabello

ISSN-0185-1926D.R. © Secretaría de GobernaciónAbraham González 48,Col. Juárez, Delegación Cuauhtémoc06699, México, D.F.

D.R. © Archivo General de la Nación-MéxicoEduardo Molina y Albañiles s/n,Col. Penitenciaría Ampliación,15350, México, D.F.

Boletín del Archivo General de la Nación, publicación trimestral,octubre-diciembre de 2007.Edición y difusión: 5133-9900 ext. 19325, 19330. Fax: 5789-5296.Correo electrónico: [email protected]; www.agn.gob.mx.Domicilio de la publicación: Palacio de Lecumberri, Av. Eduardo Molina y Albañiles s/n, colonia Penitenciaría Ampliación,Delegación Venustiano Carranza, C.P. 15350, México, D.F.

Reserva al título en derecho de autor, certifi cado de licitud de título y certifi cado de licitud de contenido, en trámite.Derechos reservados conforme a la Ley.Impreso en México.

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Índice

EDITORIAL

GALERÍAS

Filipinas, lejanía próximaMaría Fernanda García de los Arcos

El Entremés de Luisa, de los papeles incautados al maromero José Macedonio EspinosaCaterina Camastra

Caciques y líderes militares y políticos en San Luis Potosí durante la guerra de independenciaJosé Alfredo Rangel Silva

PANÓPTICO

Los carmelitas: políticos inmersos en las dinámicas novohispanasJessica Ramírez Méndez

De buenas intenciones a necesidades reales. El ingreso de capellanas al convento de Santa Teresa de la ciudad de México, 1704-1800Graciela Bernal Ruiz

Los franciscanos en la secularización de las parroquiasPerla Yáñez Hernández

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HACIA EL BICENTENARIO

Partidas de bautizo y matrimonio de Ignacio Allende, 1779

Hojas de servicio (nombramientos de Allende, Aldama y Abasolo), 1806

Narración que Ignacio Allende hace del inicio de la guerra de independencia, 1811

PORTALES

El Archivo Histórico del Colegio de las Vizcaínas: una mirada hacia la primera fase de la catalogación del fondo Real Colegio de San Ignacio de Loyola, 1885-1925María Elena Hernández Ortiz y Rodolfo Daniel Martínez Domínguez

CALEIDOSCOPIO

“El depósito del dulce”: Benito Juárez y los archivos. Notas a unas fotografías de testimonios históricosGuadalupe Jiménez Codinach

Joyas del mes

Exposiciones

El Archivo General de la Nación viaja en el Metro

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Página web

Portal de la Independencia

Constitución de 1857

Convocatoria Asociación Latinoamericana de Archivos

PUBLICACIONES

Refl exiones sobre una historia del agua en MéxicoElvia Alaniz Ontiveros

ILUSTRACIONES

Las imágenes contenidas en este número pertenecen a los acervos grá-fi cos del AGN, con excepción de las del texto sobre el Archivo Histórico del Colegio de las Vizcaínas, que fueron proporcionadas por los autores.

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Edi tor ia l

La conquista española no sólo transcurrió en el ámbito de lo material. La espiritual fue la de mayor penetración y continuidad. Así se entiende la torrencial llegada de grupos

pertenecientes a órdenes religiosas que, en el cumplimiento de su objetivo evangelizador, sirvieron en muchas ocasiones como avanzada exploratoria y civilizadora en las regiones más agrestes del territorio novohispano que, debe recordarse, se extendía hasta el norte de las Californias, Arizona, Nuevo México y Texas. El tema central de este número del Boletín del Archivo General de la Nación se concentra en el establecimiento de dos sedes carmelita-nas y una franciscana en el valle de México, dos con fi nes de educación y resguardo de las mujeres y otra como refugio del ejercicio espiritual, mientras que un cuarto trabajo se ocupa del Archivo Histórico del Colegio de las Vizcaínas.

GALERÍAS abre con un texto sobre el envío de recursos, primordialmente humanos, de la Nueva España a las islas Filipinas para consolidar la presencia de tropas, religiosos y comerciantes en aquella colonia. Le sigue una pieza de teatro, un entremés -pequeñas obras que se intercalaban entre piezas mayores- titulado Entremés de Luisa, cuyo texto le fue incautado a un miembro de la compañía que lo representaba. También nos remontamos al San Luis Potosí de la guerra de Independencia para conocer los motivos y formas que movieron a los caciques locales a participar en ella.

Respecto a la conmemoración de la misma guerra, la sección HACIA EL BICENTENARIO incluye la fi gura del insurgente Ignacio Allende en cuatro momentos determinantes: las par-tidas de su bautizo y matrimonio, su nombramiento militar junto con Aldama y Abasolo, y la crónica del inicio de la guerra que detalló luego de ser capturado por las fuerzas realistas.

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Galer ías

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FI L I P I N A S , L E J A N Í A P R Ó X I M A

María Fernanda García de los Arcos*

I

Además de que sufragaba muchos gas-tos de la complicada organización y

costosa logística de las posesiones de la Corona española, Nueva España fue un nudo de comunicaciones dentro del im-perio y, como es bien sabido, un enlace primordial entre el Atlántico y el Pacífi co, entre Europa y Asia. Lugar de paso en una y otra dirección de mercancías, personas y elementos culturales, igualmente irradió y recibió infl ujos de todo tipo en su larga rela-ción con la posesión española de Filipinas. Al mismo tiempo fue semillero de personas que se trasladaban hacia aquella región en emigraciones de carácter temporal o defi nitivo, libre u obligado, compuestas por diversos tipos humanos, de los cuales los más numerosos fueron los soldados y con-victos por diversos delitos que habían reci-bido como sentencia el destino a Filipinas, bien en calidad de presos, bien en calidad de forzados como integrantes de distintos contingentes militares.

La relación con la colonia asiática se hizo constante y regular desde 1564, cuan-do partió la expedición de Legazpi-Urdane-ta en pos de la conquista de aquellas islas y de la búsqueda de la ruta marítima de regreso de Insulindia por el Pacífico norte. Se coronaría entonces toda una serie de intentos que comenzaron con la empresa de Magallanes-Elcano en 1519-1521, que habían terminado en fracasos pero logra-ron acumular una importante experiencia y conocimientos tanto del océano Pacífico como de diversas áreas del sudeste asiá-tico. Desde entonces y hasta la segunda mitad del siglo XVIII , los territorios novohis-panos que hoy forman el centro de México fueron el nexo principal de la relación con Asia. A partir de 1765 se abrieron y fre-cuentaron otras rutas que no eliminaron a la tradicional, sino que supusieron alterna-tivas y conexiones complementarias ante el aumento de los flujos comerciales y del tránsito de personas, así como del mayor

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interés estatal por controlar los territorios y las vías de comunicación.

El envío de soldados desde los terri-torios del virreinato de la Nueva España a Filipinas era ya para entonces una prácti-ca antigua y estabilizada que adquirió una frecuencia anual desde el inicio de la re-gularización de las relaciones intercolonia-les a través del Pacífico. Pronto llegaron las disposiciones reales que ordenaban a los virreyes el envío de remesas de una cantidad fija de hombres de tropa en cada viaje que se emprendía desde Acapulco. Esa cantidad debía respetarse pero no era en realidad la que se mandaba, sino que en la práctica se convirtió en un mínimo, porque requerimientos y peticiones fre-cuentes de los gobernadores de Filipinas reclamaban contingentes numéricamente superiores. Por ejemplo, una real cédula de 1623 señalaba que el gobernador Juan Niño de Tavora había pedido a la corte que se mandara gente desde la Nueva España y aconsejaba que se aprovechara la pre-sencia en ella de los hombres que llega-ban de manera ilegal en las flotas, pues “sería muy fácil hazello cada año con que

se ponga cuidado en recoger la gente llo-vida que de España va a esas provincias novohispanas”.1

Una de las razones que se argumen-taban para justifi car esa necesidad era el estado constante de guerra en el sur del archipiélago, que reclamaba un esfuerzo ofensivo y defensivo continuado, por lo que muchos de los enviados eran destinados a los presidios costeros de la isla de Minda-nao. Otras razones se deben a cuestiones de mentalidad, prejuicios, racismo... como más adelante se expondrá.2

En la segunda mitad del siglo XVIII, cuan-do se organizaban los ejércitos americanos la satisfacción de esta demanda constante de soldados suponía un verdadero desafío para la administración virreinal, puesto que los regimientos que operaban en territorio mexicano tenían difi cultades para conse-guir soldados de las calidades deseadas y en número sufi ciente para las funciones que se requerían. No parece haber sido muy estimulante la idea de entrar en el ejército sino que, por el contrario, se encuentra una proporción considerable de testimonios que informan del rechazo de buena parte de los

1 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Reales cédulas originales, v. 1, f. 39.2 M.F. García de los Arcos, Forzados y reclutas: los criollos novohispanos en Asia (1756-1808), México, Potre-rillos, 1996, pp. 33-67.

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hombres jóvenes a alistarse por voluntad para el servicio de las armas. En este senti-do, muchos de los problemas que se expe-rimentaban en el reclutamiento de hombres de tropa para Filipinas eran los mismos que se enfrentaban a la hora de conseguirlos con destino a los regimientos acantonados en suelo mexicano.3

A ello se añadían las difi cultades repre-sentadas por el rechazo al traslado a una región tan alejada como era Filipinas, y den-tro de ella a un destino de especial dureza como los presidios meridionales, donde a los peligros de las hostilidades constantes se unían los rigores del clima de costa tro-pical que provocaban enfermedades y una tasa de mortalidad alta, según se puede de-ducir por fuentes cualitativas que hablan de la merma de soldados, porque “acontece el morirse los más”,4 pero también por el cote-jo entre las cifras de los que regresaban a Nueva España al haber terminado el tiempo de su destino o de sus condenas y los que se enviaban en las remesas “frescas”. El propio virrey Bucareli señalaba algo pare-cido al gobernador de Filipinas, don Simón de Anda y Salazar, cuando respondía a las

quejas de éste por las “calidades” que pre-sentaban los soldados recientemente llega-dos a aquel país:

“El considerable número de los prime-ros hará conocer a a V.S.I. el cuidado que tengo para que se completen las remesas y aseguro a V.S.I. que la del día he procu-rado extenderla a todo lo que permitió el arbitrio encargando particularmente que los Reclutas tuviesen la correspondiente talla y robustez respecto a que las demás calida-des y con especialidad la de la conducta al tiempo de su recibo no es fácil de asegurar-se ni constituyen responsabilidad alguna de los ofi ciales. Es indubitable que a la salida de esta capital llevan la competente sanidad y resistencia y no sería mucho que la dilata-da navegación y mantenimientos secos de a bordo los debilitasen y haga mayor nove-dad en temperamento más activo y diferen-te como el de esas islas”.5

El rechazo al alistamiento voluntario era grande y llevó a buscar medios nada orto-doxos para cumplir las órdenes reales. En-tre ellos, un curioso y fl agrante caso de co-rrupción en el que se declararon implicados altos cargos del gobierno virreinal, motivó

3 V. Ch. Archer, El ejército en el México borbónico. 1760-1810, México, Fondo de Cultura Económica, 1983.4 AGN, ramo Filipinas (en adelante FP), vol. 5, fs. 248-253.5 AGN, FP, vol. 10, f. 409.

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en los años de 1781 y 1782 un escándalo que llegó a la corte, pues se supo que com-binaba irregularidades en el alistamiento de tropas con operaciones de juegos de azar, en las que se involucraba la Casa de Ban-deras para Filipinas (o “para China”, como mencionan algunas fuentes). El revuelo que causó produjo una documentación abun-dante y explícita que provee información sobre muchos aspectos de las modalidades de reclutamiento.6

La importancia de los soldados en las naves que partían para Filipinas desmiente la vieja idea, que algunos han repetido, de que al contrario de los variados cargamen-tos de sedas, porcelanas, marqueterías, joyas y demás que llegaban de Manila, los galeones que zarpaban de Acapulco para cruzar el Pacífi co en dirección inversa so-lamente llevaban frailes y plata. Por el con-trario, en este aspecto se dio una de las facetas más importantes de la relación de Nueva España con la colonia asiática, por el aporte cultural que conllevaba y el impacto demográfi co ante la escasa población espa-ñola en las islas.

IIMucho se puede estudiar gracias a otros fondos documentales existentes en distintos centros como el Archivo General de Indias de Sevilla, pero el AGN conserva materiales originales que proporcionan información de lo que era esta aportación humana. Una emigración que no refl ejaría cambios en la curva demográfi ca, ni llegaría por lo tanto a impedir el crecimiento poblacional del siglo XVIII, pero que con seguridad incidiría negativamente en las difi cultades del propio ejército novohispano.

El estado de las fuentes existentes en el AGN presenta dos etapas. La primera de ellas abarca desde los inicios de la relación, la expedición de Legazpi-Urdaneta y los primeros refuerzos de hombres de guerra enviados durante el proceso de conquista de Filipinas.7 Para esa época los fondos están dispersos en varios ramos y tipos de documentos y requieren una investigación pormenorizada. La segunda etapa, desde mediados del siglo XVIII hasta la primera dé-cada del siglo XIX, presenta una importante concentración en el ramo Filipinas, si bien

6 AGN, FP, vol. 62, fs. 130-260.7 A. García-Abasolo González, “La expansión mexicana hacia el Pacífico: la primera colonización de Filipinas (1570-1580)”, en Historia Mexicana, México, El Colegio de México, núm. 125, 1982, pp. 55-88; L. Muro, “Solda-dos de la Nueva España a las Filipinas”, en Historia Mexicana, núm. 19, 1970, pp. 466-491.

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se puede complementar con materiales existentes en otros ramos como Guerra, Presidios y Cárceles, Historia, Marina, Rea-les cédulas originales y Copias, Infi dencias, Californias e Inquisición, por ejemplo.

Los 63 volúmenes y 936 expedientes del ramo Filipinas contienen información desde 1718 a 1818. Ciertamente, el fondo hace honor a ese nombre porque en él se encuentran correspondencia e informes

provenientes de las islas, pero en realidad la mayoría de sus fondos se refi ere a la rela-ción con aquel territorio y a los esfuerzos de organización para aprestar todo lo relativo al embarque en Acapulco de materiales y personas con destino a Asia (aunque tam-bién guarda información sobre contactos marítimos entre Acapulco y Guayaquil). Ofrece por lo tanto oportunidades para el estudio de la relación intercolonial.8

8 C. Urrutia de Stebelski, Catálogo del ramo Filipinas, México, AGN, 1980 (serie Guías y catálogos del Archivo General de la Nación); A. Quirino y A. Laygo, Regésto Guión catálogo de los documentos existentes en México sobre Filipinas, Manila, Royal Printing Co., 1965; B. Arteaga, y M.C. Velázquez, “El ramo Filipinas en el Archivo General de la Nación”, en Historia Mexicana, núm. 14, 1964, pp. 303-310.

Filipinas, vol.3, fc. 61.

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Además, el periodo coincide con la creación de los ejércitos americanos,9 lo cual brinda la ventaja de tener una docu-mentación más organizada, específi ca y adecuada para un tipo de estudio dentro de las nuevas corrientes de la historia militar y entrelazar análisis relativos a la administra-ción de justicia de varios tribunales, en los que se emitían sentencias de condenas a los presidios de Filipinas por determinados delitos o ciertas circunstancias, así como algunos de los perseguidos por el Santo Oficio como la homosexualidad. Con auxi-lio de fuentes de la misma o distinta pro-cedencia se puede seguir toda una serie de comportamientos familiares en relación con los jóvenes que eran denunciados por sus propios parientes, quienes en ocasio-nes pedían incluso el destino a Filipinas. Un estudio de principios, actitudes, pre-juicios y opiniones personales lo brinda igual la correspondencia entre autoridades entre una y otra orilla del Pacífico, la que también ofrece datos interesantes sobre logística imperial, las carencias que se ob-servaban en las tropas, los esfuerzos para conseguirlas, los traslados de contingen-tes, sus itinerarios y vicisitudes.

Los fondos permiten averiguar datos importantes sobre diversos niveles de la jerarquía castrense, pues se quería esti-mular con ascensos y ventajas el paso de oficiales y suboficiales, así como de tro-pa veterana, mientras que la información relativa a reclutamiento es abundante y esclarecedora de los procedimientos. De todo sobresale el papel jugado por el mis-mo virrey, así como por el sargento mayor y la centralización de los preparativos en la ciudad de México, antesala (lejana en aquel tiempo) del embarque en Acapulco.

Los procedimientos eran relativamen-te complicados y sobre ellos se pueden encontrar expedientes tanto individuales como colectivos. Entre los primeros se pueden citar quejas y solicitudes que pre-sentaban los propios interesados o sus familiares, biografías sucintas, hojas de servicio, informes médicos, etc. Esta infor-mación se puede completar con la existente en otros ramos del mismo AGN como Inquisi-ción, Criminal o Infi dencias. Una buena co-lección de datos sobre grupos de individuos la ofrecen las listas de presos, veteranos, reclutas y desertores, sus fi liaciones, las cuentas de Real Hacienda, así como una

9 J. Marchena Fernández, Oficiales y soldados en el ejército de América, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1983.

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variada correspondencia y disposiciones a veces muy detalladas, que regulaban lo concerniente a modalidades de alistamien-to, traslados, itinerarios, embarques, unifor-mes, armamento, pagas y otros aspectos. Son menos abundantes las noticias sobre la vida a bordo de las naves que los con-ducían a Filipinas y, fallo importante, más escasas de lo deseable las que se refi eren a su llegada a aquellas islas, lo cual impide seguir a los individuos con precisión en to-dos los casos.

IIILas normas vigentes disponían una serie de requisitos que debían reunir los indivi-duos que se destinaban a Filipinas. Algu-nos de ellos simplemente derivaban de disposiciones razonables pues no eran más que calidades necesarias en hombres que debían consagrarse a la vida castren-se, por ejemplo: rasgos de buena salud como robustez, buen color, buena fi gura, “sin defecto personal”; tener una edad que oscilaba entre los 17 y los 36 años para los forzados, con un ligero aumento de la edad límite superior que se situaba en los

40 años para los reclutas voluntarios; de-bían medir como mínimo cinco pies y una pulgada de estatura.10 Otro requisito en el que se debía poner especial cuidado era el que fuesen solteros y sin madre viuda que pudiera depender de ellos. Era un principio moral fuertemente arraigado en la época evitar la separación de los matrimonios. El hecho de que partiera algún casado podía dar lugar a reclamaciones antes del trasla-do a Filipinas o incluso cuando había alcan-zado ese destino, como sucedía con Juana María Fernández que solicitaba el retorno de su esposo en 1785 .11

El envío de forzados era una práctica frecuente pero al parecer no demasiado apreciada por los mandos militares que re-celaban de la calidad de los reos y por los cuales se presentaron muchas quejas.12 Se podría aventurar que se aceptaba como un mal menor ante la penuria ya señalada, pero para los reclutas las normas exigían que se alistaran de manera voluntaria, “sin que haya habido engaño en la recluta”.13 Esta regla fue una de tantas que se violaron a veces de manera fl agrante, pues la difi cultad del alistamiento de voluntarios y la premura para

10 AGN, FP, vol. 61, fs. 130-260.11 AGN, FP, vol. 6, fs. 202-203, 307.12 Por ejemplo: AGN, FP, vol. 61, f. 210.13 AGN, FP, vol. 61, fs. 130-260.

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conseguirlos empujaba a buscar métodos poco ortodoxos, como se ha visto.

Un requisito que parecía importante es el que fueran lo que las fuentes de la época llamaban “españoles”, es decir, criollos, blan-cos o “tenidos” por tal. Las causas de esta exigencia hay que buscarlas en un cúmulo de fenómenos: por una parte se explica por el hecho de que, pese a los intentos que se habían llevado a cabo en Filipinas desde las primeras décadas del asentamiento espa-ñol, no se había logrado instalar allí una po-blación española en número sufi ciente para colmar las expectativas de las autoridades. Por ello la imagen que tenían de aquellas islas era la de una posesión poco hispani-zada, con escasa extensión de la lengua española y excesivo arraigo a costumbres ligadas a los modos de vida nativos o de la importante población china que residía en diferentes puntos del país. Seguramente se pensaba que los soldados mexicanos, por su lengua materna y su familiaridad con la cultura española, podrían servir de agentes de transculturación, hispanización o novo-hispanización en aquellas remotas regiones. Las tropas fundamentales del ejército fi lipi-

no estaban compuestas por nativos, pero se consideraba que había que equilibrarlas con refuerzos de “gente blanca” que -sin descar-tar una buena dosis de racismo- causaban menos desconfi anza, como señalaba el go-bernador de Filipinas, don José de Basco y Vargas, en 1784, al resaltar “el equilibrio que debe haber en estas distancias y países en-tre gente blanca y naturales para evitar todo motivo de sospecha”, y las califi caba como “un fi rme apoyo a la seguridad de estas ricas posesiones del Rey”.14

El número de hombres que componían las remesas variaba en función de distintos factores. Uno de ellos era la disposición real que fi jaba un mínimo de 100 reclutas volun-tarios que debían ser remitidos anualmen-te a Filipinas desde Nueva España;15 otro era la petición que llegaba de Manila en la que se especifi caba una cantidad requerida de hombres. A ellos se añadían tanto las posibilidades que se tenían en México de colmar estos requerimientos como la capa-cidad de transporte que tuviera la nave o naves que zarparían de Acapulco en cada ocasión precisa. A veces las contingencias de la navegación provocaban que el viaje

14 AGN, FP, vol. 62, fs.236-238; respecto a lo que se podía considerar “blanco” en la segunda mitad del siglo XVIII, V. G. Céspedes del Castillo, América hispánica, Barcelona, Labor, 1983, p. 410.15 AGN, FP, vol. 10, fs. 415-416.

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anual se suspendiera, con lo cual la carga del año siguiente se veía aumentada y por consiguiente se sufría de falta de espacio en el buque.

No es de extrañar el interés de conse-guir tanto tropa veterana como bisoña. Ob-viamente, eran los expertos los que intere-san más: soldados avezados en el servicio castrense, pero también cabos, sargentos y ofi ciales. Eran elementos apreciados de los que las autoridades mexicanas no estaban dispuestas a prescindir con facilidad. Para ello se procedía a estimular a los que forma-ban parte de los regimientos de infantería y dragones acantonados en diversas partes de México, con la promesa de ascensos más rápidos en la carrera militar. Pero no parecía ser sufi ciente para convencer a los susceptibles de presentarse de manera vo-luntaria, por lo que se recurría a condenar a desertores llamados de reincidencia que habían sido reapresados y recibían como castigo el destino a Filipinas. No siempre se puede distinguir los que eran veteranos vo-luntarios de los desertores obligados a par-tir: sólo sobre un número de 297 militares se puede establecer el siguiente cálculo, que

daría un 30.63% de veteranos voluntarios y un 69.36% de condenados por deserción.

Los principales cuerpos de procedencia de la tropa veterana eran los regimientos de infantería llamados de Granada, de La Coro-na, de Asturias, de Saboya, de Flandes y de Vitoria, así como los de dragones de España y de México y compañías de artilleros. Si se examina la composición de las remesas en los 2,630 casos en que se especifi ca la rela-ción entre veteranos y bisoños, se encuentra 29.61% de los primeros frente a 70.37% de los segundos. Si se comparan las categorías que especifi ca ese mismo número de casos, se encuentra que los bisoños se dividían en 58.09% de reclutas y 12.28% de reos.16

Como se ve, con las tropas experimen-tadas se procedía al acostumbrado envío de bisoños que eran embarcados sin ape-nas pasar por un periodo de entrenamien-to, defi ciencia que se solía compensar en el curso de los tres meses que duraba la travesía entre Acapulco y Manila, cuando recibían instrucción a bordo de la nave que los transportaba. Eso se debía a la premura con que se efectuaba la recluta y el equi-pamiento, ya que partían de la ciudad de

16 AGN, FP, vol. 5, fs. 248-253; vol. 6, fs. 17, 171-179, 202-224, 318-383; vol. 7, fs. 224-259; vol. 8, fs 15-229; vol. 9, fs 2-9, 351-384; vol. 10, fs. 1-67, 224-282; vol. 12, fs 1-2, 8-10; vol. 13, fs. 65-140; vol. 16, fs 1-18; vol. 31, fs. 42-52, 125-136; vol. 34, fs. 1-22, 81-123; vol. 43, fs. 40-73; vol. 58, fs. 3-29; vol. 59, fs. 2-11; vol.60, fs. 27-88; vol. 61, fs. 130-360.

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México uniformados, pagados y dotados de armamento. Entre ellos podía ir un tipo de voluntario que era el soldado distinguido, una categoría creada en los ejércitos espa-ñoles en época de Carlos III, cuya familia podía probar su pertenencia al estamento nobiliario. Los que pasaron a Filipinas en estas condiciones no suponen más que ca-sos contados.

Para la mayoría de los reclutas, las ban-deras de enganche solían abrirse justamente en la capital del virreinato y cuando no eran sufi cientes en alguna ciudad importante y no lejana como Puebla. En ellas operaba una serie de agentes que actuaban como “reclutantes” y cobraban una comisión de 40 pesos por cada hombre equipado que llega-ba al puerto de salida.17 Se esperaba a que acudieran los aspirantes y cuando eso suce-día se levantaba un registro, operación que ha dejado un fondo importante de hojas de fi liación, someros cuestionarios en los que se asentaban datos que respondían a preguntas iguales para todos como edad, color, calidad de “español”, estado civil, en raras ocasiones la profesión u ofi cio, lugar de nacimiento o de residencia (“vecino de”), nombre de los pa-dres, religión, estatura, características físicas como complexión, etc.

Esta documentación permite trazar una biografía colectiva con información básica. Por ella se conoce que 52.31% eran resi-dentes de la ciudad de México, verdadero centro de todo el proceso. En importancia seguía muy de lejos Puebla con 7.25 % y en menores proporciones Querétaro (3.5%), Toluca (1.65%), Pachuca (1.63%), Vallado-lid de Michoacán (1.25%), Oaxaca (1.08%), Real del Monte, San Luis Potosí y Gua-najuato (1% cada una) y Tlaxcala (0.83%). Pero 24.45% procedía de diversas pobla-ciones situadas en los actuales estados de Morelos, Puebla, México, Guanajuato, Querétaro Michoacán y Tlaxcala, principal-mente, es decir, de territorios cercanos a la capital, si bien no faltan casos de Veracruz, Zacatecas, Durango y Aguascalientes, aun-que en proporciones muy reducidas, como eran también las representadas por los que no eran originarios de tierras de la actual república mexicana: hubo alguno proceden-te de otras zonas de América, Filipinas, y 2.08% de españoles peninsulares.

Las edades de la mayoría estaban com-prendidas entre los 16 y los 29 años, con una buena proporción de los muy jóvenes, pues los situados entre 16 y 19 alcanzaban 32.92%; los que contaban entre 20 y 24

17 AGN, FP, vol. 61, fs. 130-260.

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años, 35.86%; les seguía el tramo situado entre 25 y 29 años, con 19.50 %, mientras que de 30 a 34 la proporción descendía a 9.07% y de 35 a 39 no alcanzaba más que 2.57%. El destino principal era el Regi-miento del Rey Fijo de Manila y compañías de la isla de Luzón. El capitán general de Filipinas tenía la opción de distribuirlos de acuerdo a diferentes criterios.18

Los soldados también podían ir a Filipi-nas acompañando a algún gobernador y ca-pitán general, por ejemplo, cuando Arandia llegó a aquel país en 1754 llevaba consigo una expedición de 400 hombres.19

Entre los forzados se hallaban también los que habían sido “presentados”, es decir, denunciados ante los órganos competen-tes por personas de su propia familia, que solía alegar la necesidad de un castigo y una corrección a una vida disipada, ociosa, irregular, etc. Esta práctica no era exclusiva de Nueva España y pone en contacto al in-vestigador con muchas cuestiones relativas a la vida familiar de la época, sin pretender hacer generalizaciones abusivas de estos casos. A través de ellos se refl eja una es-cala de valores, de situaciones vividas por personas dependientes, de intrigas domés-

18 AGN, FP, vol. 6, fs. 171-179; vol. 8, fs. 257-283; vol. 10, fs. 224-262; vol. 113, fs. 98-124.19 AGN, FP, vol. 5, fs. 120-121, 248-253, 357; vol. 6, f. 17.

Indiferente de Guerra, vol. 5B, fc. 186v.

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ticas, etc. Es interesante constatar que esta práctica se daba en diversas clases socia-les, desde familias de economía desahoga-da hasta gente humilde y entre personas de todos los colores de piel.

El procedimiento seguía las siguientes pautas. En primera instancia se presentaba la denuncia y se alegaban los motivos; des-pués seguía una evaluación de los hechos por las autoridades, entre ellas el sargento mayor, el fi scal y el asesor general, ya que los denunciantes guardaban en general un parentesco muy cercano con el denunciado del que eran padres, madres, hermanos o esposas y se podía temer alguna argucia para alejar a una persona molesta por razo-nes inconfesables.

Un ejemplo de estos trámites es el que en 1780 iniciaba María Josefa de Alarcón, que solicitaba que se remitiera a Manila a su marido por su mala conducta:

“María Josefa de Alarcón, española y vecina de esta ciudad, casada con don Manuel Antonio Cordero, mestizo, ofi cial de zapatero, con el mayor rendimiento parezco ante la superioridad de V. Exa. y digo: que en el tiempo de más de una año que soy casada con mi referido esposo, ha sido tan perversa la vida que he pasado en su com-pañía, respectos a sus continuos vicios de

ebriedad, juego y depravadas costumbres que se hace insoportable la carga de mi es-tado, pues a más de haberme jugado toda mi ropa dejándome de un total encueros sin querer trabajar para nuestro sustento se ha insolentado de manera, que en varias ocasiones me ha inferido golpes, y una de ellas se encerró en el cuarto de nuestra mo-rada alzando las vigas de él para quererme matar, de todo lo cual no sólo tengo dadas sufi cientes quejas, sino plena justifi cación de testigos ante el Señor Mayor don Pedro Garibay, por ser mi referido consorte solda-do del regimiento de milicias y habiéndose a la presente ido a jugar a la bandera, porque solo su vivir es el juego se haya empeñado en la cantidad de cinco pesos, cuyo impor-te puede conseguirlo, y salir a nuevamente proseguir con su acostumbrada mala vida; por lo que la justifi cación de V. Exa. aten-diendo a la gravedad de las injurias que llevo representadas, el temor que asiste de perder la vida si sale a su libertad se ha de servir condenarlo, y darlo por rematado para que esta próxima embarcación vaya de soldado a Manila, porque así me hallare apta para poder servir, y mantenerme con dos criaturas pequeñas de que me hallo cargada por tanto que a las justas causas expresadas. A V. Exa. suplico se digne

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mandar lo que llevo pedido que es justicia. Juro en forma y necesario”.

Se pidió la opinión del sargento mayor, don Pedro Garibay, para el informe del fi s-cal y el asesor general y el dictamen fue el siguiente:

“Excmo. Sor.”Sin embargo de que en el informe que

hace el sargento mayor de la Plaza don Pedro Garibay con fecha de veinte del in-mediato pasado enero expresa que por el examen que hecho de testigos resulta justi-fi cada la incorregibilidad de Manuel Antonio Cordero contra quien se queja su legítima mujer María Josefa Alarcón, y pide a V. E. se sirva de mandar pase a las Islas Filipinas al servicio de S. M. no hay la justifi cación necesaria que acredite la perversidad de costumbres, y manejo de Manuel Antonio, y aún cuando la hubiese sería necesario que se hiciese constar haberse tomado otras providencias para corregirle, y que ninguna había sido bastante, por no ser tan fácil y corriente la remisión a Filipinas

”Como vulgarmente tienen entendido muchos sin la instrucción con que deberían proceder para interponer estos ocursos, que les parece frecuentemente que con sólo pe-dir la separación del marido, la del hijo o la

del hermano luego se las ha de decretar, sin hacer cargo de que necesariamente se han de practicar todas las providencias oportunas con consideración a que en la separación de los matrimonios no se puede convenir sin graves, y urgentísimas causas, teniéndose presente que no es desatendi-ble la libertad con que quedan las mujeres casadas, y tropiezos que están expuestas en tan dilatadas, y seguras ausencias de sus maridos, y por eso aún en el caso de desterrar a los vagabundos, como previene la ley 2 del lib. 7 tit. 4 de la Recopilación de Indias se excluyen los casados con los que se usa de otros arbitrios.

”Por todo lo que se servirá V.E. declarar no haber lugar a la remisión que ésta pre-tende del suyo a las Islas Filipinas, y que si tiene temor fundado de que le quite la vida, ocurra a instruir su derecho, y en donde le convenga. México, y febrero 24 1780.”20

En el caso presente no se reconocen sufi cientes los alegatos de la esposa denun-ciante y, sobre todo, se trata de preservar la unidad de la familia, la vigilancia sobre la mujer casada con inquietud de la conducta que ésta pudiera observar en el periodo de ausencia de su marido. Este es un ejemplo de personas de clase baja, trabajadora, de

20 AGN, FP, vol. 16, fs. 20-22.

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un marido artesano, enrolado en la milicia. Aunque el denunciado es mestizo, no se argumenta en el dictamen esa condición al dar preferencia a la de casado para recha-zar la solicitud.

Los entregados por sus familiares re-presentan casos interesantes desde mu-chos puntos de vista, aunque no eran la mayoría de los que se veían obligados a partir, sino que los más abundantes eran los convictos por algún delito. Esta práctica se remontaba a tiempos lejanos. Una real cédula emitida en Madrid el 1 de octubre de 1626 informaba que ya para esa fecha existía la costumbre de enviar a Filipinas hombres que habían caído en manos de la justicia, con objeto de que las remesas fue-ran lo más numerosas posible, puesto que se precisaba “que aquellas islas esten en toda defensa para oponerse al holandes y demas enemigos que las ynfestan”.21

Las levas de forzados se efectuaban también con periodicidad anual y de acuer-do a un calendario que permitiera tener a la gente preparada en Acapulco en el mo-mento en que el galeón estuviera pronto a partir rumbo a Manila, es decir, hacia el mes de abril. Pero alcanzar el deseado número

de hombres tampoco era fácil por la exi-gencia de reunir los requisitos que se han mencionado, porque también los regimien-tos acantonados en territorio mexicano en-rolaban a convictos de vagancia y porque, según señalan las fuentes, muchos de los que suponían que podían ser seleccionados imaginaban diversas estratagemas para es-capar a tal suerte, como desaparecer de la vía pública durante los meses en que se re-cogía a la gente “vaga” y “ociosa” para man-darla a Filipinas. Finalmente, entre los que ya se hallaban en manos de las autoridades y preparados para el destino, había los que conseguían desertar.22

Las modalidades de leva que se practi-caban para reunir a los bisoños que partirían en calidad de forzados giraban en torno a la captura, la excarcelación y la admisión de los presentados por familiares. La captura afectaba sobre todo a hombres que podían ser acusados de algo que en aquella época estaba tipifi cado como delito, si bien un deli-to menor pero que implicaba un castigo que hoy parecería excesivo: eran los llamados “vagos”, “vagamundos” o “vagabundos”. Su falta era la “vagancia”, la “ociosidad”, es decir, no tener empleo fi jo ni estabilidad

21 AGN, Reales cédulas originales, vol. 1, f. 39.22 AGN, FP, vol. 61, fs. 130-260.

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socioprofesional o medios de fortuna, lo equivalente a formar parte de los grupos de marginados de característica abundancia en el antiguo régimen. Después de apre-sarlos en ciudades, pueblos y campos de las regiones centrales del virreinato, se les preparaba para su ingreso en el ejército.

Lo mismo se hacía con acusados y con-victos recluidos en las cárceles, entre los cuales se había elegido previamente a los que cumplían con los requisitos o parecían cumplirlos. Se prefería a los que purgaban condenas por delitos leves, como el men-cionado de vagancia. Pero entre los reos que se enviaron a las islas hubo también convictos de homicidio, estupro, sodomía, adulterio, concubinato, bigamia y otros, además de deserción del ejército. Las sen-tencias variaban entre dos y diez años en cuanto al tiempo de condena y en cuanto al lugar en que debían purgarla: presidios de Samboanga, de Cavite, trabajo en algún lugar de Filipinas, servicio al rey o simple-mente traslado “a China”.23

La excarcelación tenía lugar en diferen-tes lugares, después de mandar órdenes a las autoridades provinciales para que pro-cedieran a la selección de los presos y los remitieran a la capital en pequeños grupos

de unos cuatro o siete formando cuerdas de presos (“cordilleras”). Una vez en la ciudad de México se les custodiaba en cárceles hasta el momento de partir hacia Acapulco.

Reunido el número necesario de hom-bres, no se podía considerar que las difi cul-tades estaban superadas porque el contin-gente solía disminuir debido a una serie de factores: enfermedad, muerte o deserción. Esto último no era raro y se veía favorecido por las facilidades que para ello suponían los largos traslados por los territorios de la Nueva España. Fuera cual fuese su lugar de procedencia, todos los soldados acudían primero a la ciudad de México, que era el centro donde se efectuaban los preparati-vos para enviar las cuerdas de reos y los destacamentos de voluntarios hacia la cos-ta del Pacífi co. Un número no despreciable de reclutas, veteranos y forzados conseguía fugarse en algún punto de cualquiera de los trayectos, incluidos los más expertos en la materia: los desertores de reincidencia que probaban su suerte una vez más.

También sucedía que una vez engan-chados y pasados los controles los hombres fueran declarados inútiles para el servicio de las armas, bien porque no medían la ta-lla necesaria, bien porque no gozaban de la

23 AGN, FP, vol. 6, fs. 382-383; vol. 8, fs 102-106; vol. 10, fs. 1, 270; vol. 60, fs. 59-61.

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salud sufi ciente o porque no alcanzaban la edad prescrita o porque la sobrepasaban.

Además de ser el lugar donde se re-clutaba a más de la mitad de los enviados, como sede principal del gobierno virreinal la ciudad de México era el epicentro de todo el proceso, pues en ella se concentraba su organización, se disponía el traslado de los contingentes que procedían de otros luga-res, se les recibía, se formaban las remesas para su expedición a Acapulco en las que se podía combinar a los hombres reclutados in situ con los procedentes de otras zonas. También en México se celebraban las ins-pecciones o revistas militares en las que se controlaba que los individuos reunieran los requisitos establecidos en las disposiciones ofi ciales, superaran los exámenes médicos y fueran seleccionados.24 Se documentaba todo lo necesario sobre los soldados que no podrían partir por enfermedad o cualquier otro impedimento, así como se hacía el cómputo de los que desertaban y se levan-taba testimonio de los seleccionados.

Después de esto se les entregaban los uniformes que debían vestir cuando se pu-sieran en camino a Acapulco y que eran, por su tejido ligero, los más apropiados para el clima de Filipinas, así como para afron-

tar las altas temperaturas de las regiones mexicanas que iban a atravesar justo en la época más calurosa, pues coincidía con los meses de marzo y abril. Igualmente se les entregaban el armamento y las pagas, o más bien lo que quedaba de ellas, ya que se les descontaba la mayor parte. Con esto se hallaban adelantados los preparativos para la marcha a Acapulco y las autoridades señalaban cuáles debían ser las “partidas”, puesto que se les mandaba en contingentes separados, con distintas fechas de salida y diferentes puntos de recorrido, acompaña-dos y guiados por un conjunto de ofi ciales y custodiados por una escolta de variable número de miembros.

Con antelación, una vez decidido y mar-cado cada uno de los itinerarios se enviaba al “aposentador”, un alguacil encargado de visitar primero los puntos del recorrido y asegurar la provisión de agua, víveres y las condiciones para pernoctar y descan-sar. Después partían las remesas, en las que algunas veces se separaban los reos de los voluntarios y otras se combinaban. El viaje duraba unos 29 días. Como sucedía en otras regiones del mundo, no faltaron en México quejas por los perjuicios que el paso de las tropas causaba a los moradores de

24 AGN, FP, vol. 60, fs. 62-88; vol. 61, fs. 218-222.

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las zonas que atravesaban, como señala un documento.25 Como guía de la partida se si-tuaba un particular que obtenía por asiento el cargo de “conductor de tropas” y asumía la responsabilidad de las bestias de carga, monturas, arrieros y bagajes.

En Acapulco, los ofi ciales que habían estado al mando de los contingentes los entregaban a los funcionarios del castillo de San Diego y, una vez que pasaban la última revista antes del embarque, eran confi ados al general de la nao, que les asignaba un lu-gar en el buque (o buques) listo para zarpar y se hacía responsable de ellos durante los tres meses que duraba la travesía, la cual seguía la ruta habitual, si bien algunos sol-dados serían desembarcados en la isla de Guam para reforzar la guarnición de las Ma-rianas. Llegados a Manila los entregaban a las autoridades correspondientes de aquel gobierno y capitanía general.26

IVEn Filipinas había personas procedentes de la Nueva España que correspondían a dife-rentes categorías por su posición social, su

profesión, grado de riqueza y relaciones con el poder. Una parte de ellas formaba la éli-te colonial con los españoles peninsulares, y compartían las ventajas y favores de la pertenencia a los sectores de funcionarios y grandes mercaderes. Los soldados de nin-guna manera podían equipararse con ellos y su lugar estaba entre las clases populares. Sin embargo, frente a la exigua minoría de los más encumbrados constituían no sola-mente la mayoría de los criollos mexicanos, sino también la mayoría de los blancos que allí moraban. Eran, después de los chinos (llamados sangleyes en las Filipinas es-pañolas), la segunda minoría de personas no nacidas en el país. Otra de sus carac-terísticas es que, por su situación social, el grupo de “españoles” (en este caso “espa-ñoles americanos”, como los designan las fuentes) que se mezclaba con los sectores populares, se casaba con mujeres malayas, adoptaba rasgos culturales fi lipinos y trans-mitía parte de la mucha infl uencia mexicana que existe todavía en aquellas islas.27

Las condiciones de residencia de estos soldados en la colonia asiática aún requieren

25 AGN, FP, vol. 4, fs. 368-374.26 AGN, FP, vol. 8, fs. 138-139; vol. 9, f. 62; vol. 31, f. 52.27 M.F. García de los Arcos, “Grupos étnicos y clases sociales en las Filipinas de finales del siglo XVIII”, en Ar-chipel. Études interdisciplinaires sur le monde insulindien, París, École des Hautes Études en Sciences Sociales, núm. 57, 1999, pp. 55-71.

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mucha investigación. Por ello no se puede trazar un panorama sistematizado y sólida-mente comprobado. Se van a sugerir sim-plemente algunas líneas de aproximación a esta cuestión. El AGN posee documentos de tipo cualitativo como correspondencia, relaciones, etc., que ofrecen algunas posi-bilidades para conocer la trayectoria vital de estos novohispanos en las islas.

A mediados del siglo XVIII se levantaron voces de funcionarios que alertaban sobre el mal estado defensivo que presentaba Filipinas en cuanto a sus fortalezas y sus guarniciones. Se criticaba amargamente tanto la calidad como la disciplina de las tropas. No pasaría mucho tiempo sin que los hechos confi rmaran la razón que asis-tía a los que opinaban así, ya que la inva-

sión británica de Manila en 1762 puso en evidencia la desprotección que sufría la principal ciudad del archipiélago. Una de las personas que se dirigió repetidas veces a la corte para informar del peligro que re-presentaba tal estado de indefensión fue el enérgico gobernador don Pedro Manuel de Arandia (1754-1759), quien no se limitó a dar su parecer sino que concibió diferentes proyectos para remediar la situación. Uno de ellos trataba de reformar la disciplina de las tropas y generó un documento conser-vado en el AGN llamado Nuevo Planteo de las Tropas de Manila.28

Entre otro tipo de información, esta fuente permite acercarse a lo que podía ser la vida cotidiana de los soldados novohis-panos en la zona. Según las palabras del

28 AGN, FP, vol. 3, fs. 166-179.

Indiferente de Guerra, vol. 3, fc. 132.

Indiferente de Guerra, vol. 3, fc. 35.

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gobernador, la suerte de éstos era bastante triste y su diario transcurrir precario. Fre-cuentaban compañías que les inducían a in-currir en actividades que eran consideradas vergonzosas por el gobierno metropolitano, tal como su mismo aspecto personal:

“Siendo de notable consideración el es-tado en que se halla la tropa de este Con-tinente y mar que en todas partes de esta ciudad en que los soldados de su guarni-ción descalzos los más, muchos en cuerpo de camisa y asegurándoseme de noche pedir limosna y en las centinelas y puestos con las armas en postura que es más irri-sión que mérito contra el que en sí se tienen los de Su Majestad en Europa, y más conti-nentes del mundo en que se extienden sus dominios y real nombre”.29

Al parecer en aquella época los sol-dados de Manila vivían esparcidos por los arrabales y zonas circunvecinas a la ciudad amurallada, el famoso Intramuros, en lugar de residir en su interior como hubiera sido más lógico para el ejercicio de sus funciones en caso de peligro.30 Todo ello era motivado por un estado de indisciplina que permitía que los soldados no se concentraran en

cuarteles, sino que se reunían sólo cuando había una emergencia, alarma, o bien en los días en que era necesario porque se efectuaban revistas, entrega de pagas, etc. Entonces se situaban bajo el mando de ofi -ciales. El resto del tiempo lo pasaban den-tro de una franja de unas cinco leguas que abrazaba por tierra a la capital.

Arandia denunciaba un hecho curioso: de los 100 o 200 hombres que cada año llegaban a Filipinas procedentes de España o de Nueva España, solamente se emplea-ba una parte de ellos: “originándose el no permanecer en el servicio por el abandono de sus personas, por la falta de impuestas reglas que les sostuviera y como absolutos a los vicios, los mismos los acababa la mi-seria de su vivir costando al Rey lo que es tan notorio sus reclutas y vestuarios en la Nueva España y hallarse sirviendo indios y mestizos del país”.31 En otra parte Arandia afi rmaba que había soldados que no sólo se rebajaban a pedir limosna sino que incluso robaban para “pasar el mes”. Otras veces vendían los uniformes a los habitantes de las poblaciones y tierras aledañas a Mani-la, los cuales querían aprovechar la venta-

29 AGN, FP, vol. 3, f. 166.30 AGN, FP, vol. 3, f. 166.31 AGN, FP, vol. 3, f. 170.

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ja de la exención legal que favorecía a los militares para liberarse de cargas fi scales y de trabajos obligatorios: “quienes en la Ca-saca del Rey dejaban de pagar el tributo, los Polos y el servicio del año a que debían concurrir”.32

Un fenómeno mencionado en varias fuentes es la “desaparición” de soldados mexicanos en Filipinas, lo cual quería decir que mermaba el número de los que allí vi-vían sin que se tuviesen registros o noticias seguras que permitieran saber cuáles eran las causas. El mismo gobernador Arandia mandó efectuar una investigación al cons-tatar lo que le parecía una anomalía por la cantidad de criollos que solían llegar y el ritmo anual de las remesas. La informa-ción obtenida una vez más ponía en relieve irregularidades como el hecho de que no to-dos se dedicaban al servicio de las armas, verdadera fi nalidad de su presencia en el país, sino que algunos se empleaban como sirvientes en casas y conventos de Manila. Los había que sí ocupaban su plaza en el ejército pero sufrían trastornos psicológi-cos, traumatizados por las difi cultades de encontrarse en un país extraño; frecuenta-ban la compañía de individuos marginados

y acababan ellos mismos en una situación semejante, arruinados físicamente por el consumo de bebidas nocivas. Por el contra-rio, otros se integraban, a veces se unían a mujeres del país, se adaptaban a sus costumbres y trasmitían rasgos de su pro-pia cultura mexicana. Hasta fi nales del siglo XVIII, con seguridad fueron el origen princi-pal del grupo social llamado “mestizos de español”, si bien en este sentido se requiere efectuar más investigaciones.33

Al parecer, la fusión con las clases po-pulares del país fue importante en términos relativos, pero no sólo se debía a los que regularizaban su vida, fundaban una familia y vivían en la estricta legalidad. En realidad hubo otros medios de fusión con las habi-tantes de las islas a través de los soldados que desertaban, huían y pasaban a formar parte de comunidades nativas establecidas en las costas, o bien se refugiaban en zo-nas situadas en el interior de las islas, lo más lejos posible del alcance de las auto-ridades coloniales, donde moraban grupos que habían abandonado las áreas controla-das. Con el tiempo, algunos desertores de-cidían regresar y reintegrarse a su antigua ocupación militar. Don Miguel Lino de Espe-

32 AGN, FP, vol. 5, fs. 248-253.33 AGN, FP, vol. 5, fs. 252-253.

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leta, gobernador interino de Filipinas entre los años 1759 y 1761, también informaba en este sentido y recalcaba la abundancia de deserciones.34

Otra razón de la merma de los contin-gentes era que muchos soldados y reos per-dían la vida, en especial los destinados a los presidios del sur, Zamboanga y otros. Las vicisitudes del confl icto bélico estarían entre las causas, pero habría que añadir las con-secuencias que acarreaban las altas tempe-raturas y la humedad extrema del clima, ca-paces de atacar a estos hombres que en su mayoría procedían de regiones situadas en las altiplanicies de México y por lo tanto ha-bituados a las clemencias de un clima tropi-cal atemperado por la altitud. En los rigores de las costas de Mindanao se comportaban con la misma vulnerabilidad que presenta-ban los europeos en aquellos tiempos frente a las enfermedades tropicales.35

Estos mexicanos de las tropas fi lipinas llevaron a las islas una serie de infl ujos de su propia cultura, algunos muy evidentes, como los nahuatlismos que existen en las lenguas de aquel país, y otros mucho más difusos y difíciles de determinar con preci-sión. Los que retornaban a su tierra volvían

con una experiencia vital en la que la dureza de sus condiciones se había combinado con la adquisición o, al menos, el contacto con formas culturales fi lipinas, ellas mismas re-sultado de un notable cruce de infl uencias. Así, al lado de los poseedores de grandes y medianas fortunas que en México eran capaces de hacer encargos a Asia de por-celanas, sedas, muebles, lacas, marfi les, etc., y por lo tanto de introducir en América elementos de aquel origen, otros hombres de raigambre modesta, criollos según las categorías coloniales pero de obvia cultura mestiza, también serían capaces de difundir en América formas culturales o costumbres que habían asimilado entre los grupos po-pulares de Filipinas.

En cuanto a lo que ellos aportaron al país asiático, se han estudiado bastante los nahuatlismos que llevaban incorpora-dos a su lengua materna española, y que en su mayoría son términos usados en la vida cotidiana para designar productos de la tierra (chile, epazote, cacao, zacate, etc.), materiales (tiza), lugares de encuentro e intercambio (mientras en México se recibía parián, en Filipinas se adoptaba tianguis), alimentos elaborados (tamal, atole, choco-

34 AGN, FP, vol. 6, f. 19.35 AGN, FP, vol. 6, fs. 18-21.

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late) y utensilios (comal). Por ello Rafael Bernal insistió en el carácter popular de este contacto.36

VOtra contribución importante a la defensa de la más alejada y confl ictiva posesión de la Corona española fue el hecho de que los territorios mexicanos, además de ser semillero de soldados, sirvieron también de puente para el paso de tropas, como lo fueron para marineros, funcionarios, ecle-siásticos, estudiantes y viajeros de índole variada. En la segunda mitad del siglo XVIII, la movilidad de los cuerpos militares fue no-toria y se mandaron destacamentos hacia Filipinas a pesar de que en la propia Espa-ña se afrontaban difi cultades para alistar y mantener el sufi ciente número de hombres de armas.37

Una parte de los soldados que desde España pasaban a Filipinas por la tradicio-nal vía mexicana estaba compuesta por reos de diversos delitos o desertores conde-

nados a presidios lejanos. Otra parte la for-maban tropas regulares que viajaban como cuerpos constituidos. Entre los primeros se pueden contar algunos casos individuales, pero también grupos con un número de in-dividuos de cierta consideración, como los 38 que embarcaban en Acapulco en 1807.38 Pero a principios del siglo XIX, en consonan-cia con el periodo de reformas que también se vivió en la colonia asiática durante dicha centuria, se envió desde España un eleva-do número de hombres que componían los llamados “nuevos batallones” de Filipinas. Llegaron a Veracruz y, como era habitual, se trasladaron a la ciudad de México. Via-jaban formados en compañías con su co-rrespondiente ofi cialidad jerarquizada que comandaba a sargentos, cabos, tambores y tropas, así como representantes de ser-vicios auxiliares.

Se guarda en el AGN una colección de testimonios de su paso por Nueva España en los años 1803 y 1804. Entre ellos los hay muy elocuentes, pues plasman la propia

36 R. Bernal, México en Filipinas. Estudio de una transculturación, México, UNAM, 1965; P. Albalá, “Nahuatlismos en las islas del Pacífico”, en C. Barrón y R. Rodríguez-Ponga (coords.), La presencia novohispana en el Pacífi-co insular, México, Embajada de España-Universidad Iberoamericana-Pinacoteca Virreinal-Comisión Puebla V Centenario, 1990, pp. 37-46; M. León-Portilla, “Algunos nahuatlismos en el castellano de Filipinas”, en Estudios de cultura náhuatl, México, vol. II, UNAM, pp. 135-138; A. Quilis, La lengua española en cuatro mundos, Madrid, Mapfre, 1992, pp. 99-199.37 F. Andújar Castillo, Los militares en la España del siglo XVIII. Un estudio social, Granada, Universidad de Granada, 1991, pp. 55-93.38 AGN, FP, vol. 60, f. 27.

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versión que algunos de estos militares, sar-gentos y cabos, principalmente, daban de las condiciones de su residencia temporal, de cuya dureza se quejaban a causa de la carestía de la vida que no podían afrontar pues percibían ya los sueldos calculados para Filipinas, país en que los precios de los productos básicos no eran tan elevados.39

VIJustamente el paso de estos “nuevos bata-llones” coincidía con un giro importante en la práctica de los envíos de remesas. Los fondos del AGN referentes a reclutamiento y preparativos de traslados refuerzan la idea de que para los primeros años del siglo XIX la práctica de enviar remesas de solda-dos mexicanos a Filipinas había caído en desuso. Por ello, el número de mexicanos residentes en aquel país disminuyó nota-blemente. Así lo señalaba en 1809 el que fungía entonces como gobernador interino, don Mariano Fernández de Folgueras, quien afi rmaba que para esa fecha hacía varios años que no llegaban mexicanos para re-emplazar a los diferentes cuerpos del ejérci-to insular. El resultado fue un descenso pro-nunciado de tropas de ese origen: apenas

se podía reunir entonces unos cientos de estos hombres y entre ellos la mayoría eran los que llamaban “cumplidos”, es decir que habían terminado su periodo reglamentario de servicio.40

La escasez de criollos debió estar re-lacionada con las convulsiones propias de aquellos años y el estado de guerra casi permanente que mantuvo España desde que entró en la primera coalición contra la Francia revolucionaria. Cuando cambiaron las alianzas y desde 1796, siguieron las hostilidades contra Gran Bretaña y la secue-la de inconvenientes en las comunicaciones que se derivaron de ello, la relación con las posesiones de ultramar se vio seriamente afectada y ocurrieron fenómenos signifi cati-vos que trastornaron las líneas de comercio e incluso provocaron alarmas en la inte-gridad territorial, como sucedió con Santo Domingo. A partir de 1808, la situación se agravaría por el inicio de la guerra de inde-pendencia española, suscitada por la inva-sión napoleónica en la península ibérica.

Este estado de cosas repercutió en las tropas fi lipinas, otro problema que se unía a los gravísimos que asolaban al imperio. En 1809, Folgueras pidió al virrey de Nueva

39 AGN, FP, vol. 55, fs. 81-95.40 AGN, FP, vol. 45, f. 2.

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España que enviara, al regreso de la nao Magallanes, la mayor remesa posible de reclutas con objeto de que sirvieran en los cuerpos veteranos del territorio asiático.41 La respuesta del virrey fue que las circuns-tancias no permitían acceder a tal deman-da, en parte porque el inminente retorno de la nao impedía disponer de tiempo sufi cien-te para reunir la gente necesaria, y en parte por la acuciosa presión de enviar auxilios a Santo Domingo y otros territorios, entre ellos la parte continental del virreinato que requería fuerzas militares.42

VII Los fondos del AGN permiten trazar la regu-laridad de estas remesas de hombres en cuanto a frecuencias, ritmos y procedimien-tos, así como delimitar el momento históri-co en que fi nalizó esta práctica secular. Es probable que en un principio la interrupción en el envío de soldados de Nueva España a Filipinas se debiera a la coyuntura que se atravesaba, pero el proceso de indepen-

dencia de México la convirtió en defi nitiva, como fue la desaparición de estas intensas y atípicas relaciones intercoloniales.

Se puede hacer un cálculo aproximado de la cantidad de hombres que se alistaban para el traslado al otro confín del Pacífi co: de acuerdo con las cifras que se extraen de la documentación del AGN, el promedio anual rozaría los 180 individuos, si bien va-riaba cada año de acuerdo con las necesi-dades y la disponibilidad.

Fue un movimiento migratorio que re-basó con amplitud los aspectos puramente militares, para situarse en el terreno de la transmisión de elementos culturales y en los cauces de un fenómeno histórico que puede ser estudiado a partir de una multiplicidad de ángulos: desde cuestiones de criminali-dad y delincuencia hasta los entresijos de la logística imperial, sin olvidar aspectos rela-tivos a la vida familiar, así como los valores y prejuicios de la gente del pueblo y de los grupos de poder.

41 AGN, FP, vol. 59, f. 2.42 AGN, FP, vol. 59, f. 11

* Área de Historia, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

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Real de Minas de Zacatecas, año de 1803. El intendente de la ciudad reco-

ge los papeles de trabajo de una compañía teatral itinerante, dirigida por José Macedo-nio Espinosa, y los remite al local comisario del Santo Ofi cio, quien a su vez envía a sus superiores los que juzga se deben retirar de la circulación. No se conserva registro de si el trámite tuvo un seguimiento; con toda probabilidad no fue así. Muchas de las denuncias de celosos funcionarios de las provincias que llegaban al Santo Ofi cio tan sólo generaban un acuse de recibo, para in-mediatamente pasar a la polvorienta, para-dójica memoria de los expedientes. Gracias a quienes pretendían darles carpetazo, han llegado hasta nosotros diversas obras lite-rarias y mucha historia.

El maromero José Macedonio Espinosa fue un cómico de la legua, un comediante

que escribía sus propios papeles,1 un pe-queño empresario teatral. Siete años antes del percance de Zacatecas, en 1796, había solicitado y obtenido regular licencia “para que execute sus havilidades de maromero en las ciudades, villas, real[es] de minas, y demás pueblos del distrito de este superior govierno, por el tiempo que resta a comple-tar el año cómico” (AGN, General de Parte, vol. 75, exp. 315, f. 282r). La tradición de los artistas itinerantes es antiquísima y sobrevi-ve a través de los siglos en el orbe cultural hispano. En el XVI cuenta con un miembro tan ilustre como Lope de Rueda; a principios del XVII el ambiente de las compañías ambu-lantes es retratado por Agustín de Rojas Vi-lladrando en El viaje entretenido. Hasta los comienzos del XIX, cuando la Nueva España está a punto de empezar a llamarse México, la compañía de Macedonio Espinosa llama

EL ENTREMÉS DE LUISA, DE LOS PAPELES INCAUTADOS AL MAROMERO JOSÉ MACEDONIO ESPINOSA

Caterina Camastra*

1 Por lo menos, algunos de ellos. De los tres editados hasta ahora, uno es anónimo, otro firmado por Manuel Borla y otro más por el mismo Macedonio Espinosa.

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la atención, aunque tibia, de las autoridades inquisitoriales en sus últimos estertores. De hecho, durante todo el XVIII en la Nueva Es-paña se había perfi lado un confl icto de inte-reses entre las compañías estables de los coliseos y las ambulantes, integradas por maromeros, titiriteros y volatines. Las com-pañías ambulantes eran vistas con cierto recelo, por un lado, porque interferían con las ganancias de los coliseos.2 Zacatecas, rica ciudad minera, parece haber estado entre los destinos favoritos de los cómicos de la legua. En 1731 se quejaba Eusebio Vela, asentista del Coliseo de la ciudad de México, de que: “Un hombre conosido por el nombre de An ttón Chico, para formar una compañia de cómicos para representar en el Real de Minas de Zacatecas, se ha lleba-do de esta corte a Juana Rascona, que ha-zía papel de grasiosa, y a Gabriel de Frías, que hazía tercer galán, en el Coliseo” (AGN, Indiferente Virreinal, Criminal, caja 3897, exp. 16, f. 3r).

Por otra parte, los roces de los teatreros con la Inquisición fueron constantes a lo lar-go del siglo XVIII. En 1762 unos titiriteros de gira por Querétaro y algunos devotos luga-reños se libraron guerra a golpes de sátiras

–y una que otra pedrada. El caso llegó a armar un pequeño expediente en el Santo Ofi cio, sin pasar a mayores (AGN, Inquisi-ción, vol. 1235, exp. 15, ff. 304r-315r). En 1790, el maromero José Miguel del Sacra-mento, mulato, conocido como el Chino, es detenido por llevar una fi gurita del Diablo y usarla en sus espectáculos. El Santo Ofi cio se limita a amonestarlo en términos ejem-plares del discurso ofi cial, que considera a los actores callejeros como pícaros, vagos y sin ofi cio:

“Este es uno de aquellos muchos tunan-tes que, para buscar que comer a poca cos-ta, se valen de semejantes arbitrios entre la gente ignorante y ruda. Pero, como esta sea fácil seducir y padecer muchos enga-ños, creiendo que lo que este olgazán prac-tica [sea] en virtud de algún pacto que tenga con el Diablo, se ha de servir la justifi cación de mandar al comisario de Guadalaxara, que [...] lo amoneste seriamente se dedique a su ofi cio de panadero para ganar con qué pueda mantenerse, y se abstenga de hacer-lo con las ridículas fi guras que pinta y trahe consigo, para dibertir con ellas y sorprender a los incautos” (AGN, Inquisición, vol. 1281, exp. 13, ff. 60r-60v).

2 Sobre este tema véase Viveros, 1996 (pp. 28-29) y 2005 (pp. 68 y 77).

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La presencia del Santo Ofi cio en la vida de los actores no siempre se debía, fi nal-mente, a su profesión. En general, los tea-treros se encontraban entre la gente que vi-vía fuera y en contra del orden establecido y consagrado. Por ejemplo, los poemas y las cartas de amor de la actriz y titiritera pobla-na Manuelita, alias La Lechuga, llegan a las actas de un proceso porque ella es amante de un hombre casado (AGN, Inquisición, vol. 476, sin exp., ff. 224r-249v).

Los avatares del repertorio de Macedo-nio Espinosa no se acaban con su incauta-ción, gracias al celo de unos investigadores empeñados en deshacer el afán silenciador de los inquisidores. En 1944, Julio Jimé-nez Rueda, entonces director del Archivo General de la Nación, edita tres de los en-tremeses (El alcalde Chamorro, El mulato

celoso y Las cortesías), que se encontraban “sueltos en un ‘legajo de documentos’ depo-sitado en la sección de Historia de este Ar-chivo” (p. 207). El criterio de elección fue el rescate de los creadores: “se han escogido los tres entremeses porque siendo la ma-yoría anónimos, dos de los que se publican

no conservan el nombre de sus autores” (p. 206). Después, el legajo de documentos se traspapeló durante muchas décadas en los vericuetos del Archivo. Sergio López Mena volvió a editar los tres entremeses en 1994, basándose en la edición del Boletín, sien-do inaccesible la fuente original. Lo mismo hicieron Maya Ramos Smith et al. cuando incluyeron la carta del comisario de Zaca-tecas en su antología Censura y teatro no-

vohispano. Finalmente, gracias al trabajo de rescate culminado en la clasifi cación del fondo documental Indiferente Virreinal, la colección de Macedonio Espinosa puede ser consultada, reunida y editada.3 Se pre-senta a continuación una de las obras: el anónimo Entremés de Luisa.

No es de extrañar que una compañía de cómicos de la legua tuviese por reper-torio una serie de obras breves, sobre todo entremeses, género nacido de los “pasillos” popularizados por Lope de Rueda. Los ar-tistas ambulantes eran versátiles y solían trabajar obras de teatro, además de espec-táculos de maroma, acrobacia y títeres. A menudo escenifi caban comedias de san-

3 La colección se encuentra repartida en tres expedientes del fondo Indiferente Virreinal: Inquisición, caja 5336, exp. 94 (Entremés de Luisa, encabezado del caso y carta del comisario); Ayuntamientos, caja 2788, exp. 5 (Entremés de las cortesías); Ayuntamientos, caja 1262, exp. 9 (Entremés de Sancajo y Chinela; Entremés del duende; Entremés del mulato seloso; Entremés del pañuelo; Entremés de la manta; Entremés titulado El alcalde Chamorro; Loa que se a de decir en la comedia “Valor injenio”...; Honrrad, una obrita burlesca, posiblemente un monólogo; dos entremeses incompletos y sin título).

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tos, género que siguió siendo de los más populares aún después de que la ilustrada represión borbónica lo prohibió en 1765. Otro género muy socorrido eran las varias formas de teatro breve y burlesco, como los bailes, las mojigangas y, precisamente, los entremeses. El entremés debe su nombre al hecho de que se concibe originalmente para entremeterse en las rendijas de la co-media “seria”, entre actos, pero su gran éxi-to y popularidad lo vuelven una pieza que llega a representarse de manera autónoma. Si en la comedia el gracioso es parte fun-cional de un orden que se rompe sólo para volverse a componer, en el entremés el gra-cioso es todo; el eje no es la armonía, sino el ridículo. Es un teatro que se funda sobre el despliegue de variantes de una galería de tipos cómicos, de larga tradición y hondas resonancias folclóricas que el público reco-nocía y festejaba. La acción dramática del Entremés de Luisa gira alrededor del guapo en burla, o valentón cobarde.

Hay evidencia de que el teatro de gua-pos y bandoleros fue muy popular en la Nueva España del siglo XVIII y dio mucho quehacer a las autoridades en el mismo Co-liseo de la capital: véanse las censuras de

las comedias El guapo Francisco Esteban y El catalán Serrallonga en 1790 (Biblioteca Nacional, Fondo Reservado, Manuscritos, vol. 1410, f. 297r), las cuales, por otra parte, llevaban años en los programas del Coliseo, y se siguieron representando después de la prohibición. Hasta 1816, causó una denun-cia y cierto revuelo en la agonizante Inqui-sición la puesta en escena, siempre en el Coliseo de la ciudad de México, del sainete El soldado fanfarrón (AGN, Inquisición, caja 194, sin exp., sin foliar), en el que, como en los entremeses, el personaje aparece en clave burlesca: no es valiente, sino va-lentón. En el Entremés de Luisa, el guapo confunde su papel con el galán. Luisa, la del título,4 exige a su pretendiente Lorenzo que la libre de otro, indeseado, advirtiéndole: “¡Pero cuydado con él! / Mire que es gua-po que asombra” (f. 6r). Lorenzo se vuelve inmediatamente valentón él mismo, prome-tiendo a su dama victorias hiperbólicas, sólo para desdecirse temblando en el momento que se queda solo frente al público. Este galán descara la cobardía enmascarada del rufi án Sigüenza de Lope de Rueda, o de los del Entremés de los dos rufi anes de Fernán González de Eslava. Análogamente al entre-

4 El nombre de Luisa puede tener un doble sentido. “Luisa entre todas las Luisas”, dice arrobado Lorenzo (f. 5r). Casi tres siglos antes, a principios del XVI, escribe el anónimo autor de la Carajicomedia: “Luisa. Muchas son las Luisas” (p. 70), hablando de prostitutas.

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més de Eslava, el Entremés de Luisa intro-duce algunos elementos que americanizan la tradición española: si aquél hablaba de Oaxaca y Michoacán, éste hace referencia a una serie de mexicanismos gastronómi-cos (fs. 24-27). Como los rufi anes de Esla-va, Lorenzo es un personaje consciente de su teatralidad, de estar metido en una “tra-moya”, actuando, jugando -con los varios sentidos de la palabra “brazo”, por ejemplo. Sus invocaciones rayan en lo blasfemo, por lo que se entiende el juicio del receloso in-tendente de Zacatecas al decomisar los pa-peles de Macedonio Espinosa:

¡Válganme todos los santosde la santísima gloria!¿Quién me metería a valiente,conociéndome tan mona?5

¡Ea, ánima de las bonitas,sed por hoy mis valedoras!¡Oh, brazo del mar valorozo,sacadme de esta tramolla!6

Que estoy que ya me orino,

y me meo gota a gota.¡Válgame Santa Apolonia,abogada de las muelas!7

Porque este ynfanzón8

me las hecha todas fuera [f. 6v].

El entremés acaba, efectivamente, a palos, y se intuye que Lorenzo sale bastan-te malparado.

La transcripción que sigue se propone mantener un criterio fi el a la grafía original del texto, con algunos cambios a fi nes de aclarar y facilitar la lectura. Modernizo el uso de acentos, puntuación y mayúsculas, así como tipografía y formato; desato las abreviaturas; uno o separo palabras cuando esto no implica añadir o quitar letras (me-nos en el caso de “mialma”, que con esa grafía ya tiene valor expresivo y literario); actualizo el uso de /v/ y /u/, pero manten-go la vacilación entre /b/ y /v/, /y/ e /i/, /j/ y /g/ y casos análogos. Los números de fo-lios se señalan entre corchetes, así como toda intervención del editor. En este caso,

5 “Quedarse hecho un mono. Phrase, que vale quedarse corrido o avergonzado, por alguna especie que le sobrecoge” (Aut.). El uso del femenino añade probablemente la connotación negativa de afeminado; el nombre italiano del galán refuerza esa connotación.6 “Tramoya. Machina, que usan en las farsas para la representación propria de algún lance en las comedias, figu-rándole en el lugar, sitio, u circunstancias [...]. Metaphóricamente vale enredo hecho con ardid, y maña” (Aut.).7 Apolonia de Alejandría, hermana de un eminente magistrado y diaconisa, fue mártir cristiana a mediados del siglo III. Como parte de su martirio, le rompieron los dientes. Es la patrona de los odontólogos.8 “Infanzón. Caballero noble de sangre, hijodalgo o señor de vassallos. Es voz antigua” (Aut.).

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se añadieron dos indicaciones de persona-jes y algunas terminaciones de palabras al fi nal del documento, ilegibles por estar roto el margen. Aparte de eso, en general el estado de conservación del documento es bueno. Se trata de un pliego de cordel cosi-do, de cuatro folios frente y vuelta, tamaño de bolsillo. Los tachones y correcciones que presenta el texto hacen pensar en un papel de trabajo, de uso interno para la compañía, más que destinado a la circulación pública.

La investigación se llevó a cabo en el

BIBLIOGRAFÍA

(Aut.) Diccionario de Autoridades, 1726-1739, versión digitalizada. Reproducido a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, www.rae.es

Carajicomedia, edición, introducción y notas de Álvaro Alonso, Málaga, Aljibe, 1995.

González de Eslava, Fernán, Entremés de los dos rufi anes, en Carlos Solórzano (ed.), Tea-

tro mexicano: historia y dramaturgia. III. Autos, coloquios y entremeses del siglo XVI, México, CONACULTA, 1993, 122 pp.

Jiménez Rueda, Julio, “Textos literarios de la época colonial. Advertencia general. IV”, en Boletín del Archivo General de la Nación, vol. XV, núm. 2, abril-junio 1944, pp. 206-208.

López Mena, Sergio (ed.), Teatro mexicano: historia y dramaturgia. X. Escenifi caciones

neoclásicas y populares (1797-1825), México, CONACULTA, 1994.

marco del proyecto “Literaturas populares de la Nueva España (1690-1820): rescate documental y revisión crítica de textos mar-ginados” (CONACYT U-43303 H), coordinado por Mariana Masera y Enrique Flores en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. La edición anotada completa del entremés, así como de toda la colección de Macedonio Espinosa, se incluirá en una de las publicaciones fi nales del proyecto. El texto a continuación sirve aquí de anticipo y muestra.

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Ramos Smith, Maya, Tito Vasconcelos, Luis Armando Lamadrid, Xabier Lizárraga Crucha-ga, Censura y teatro novohispano (1539-1822). Ensayos y antología de documentos, Méxi-co, CONACULTA-INBA, CITRU, 1998.

Rojas Villadrando, Agustín de, El viaje entretenido, Madrid, Clásicos Castalia, 1972.

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Viveros, Germán, Talía novohispana. Espectáculos, temas y textos teatrales dieciochescos, México, UNAM, 1996.

--------, Manifestaciones teatrales en la Nueva España, México, UNAM, 2005.

* Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

Hospital de Jesús, leg. 145, exp. 6, f.4.

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[f. 1: Zacatecas, año de 1803

Papeles que recogió el yntendente de Zacatecas a José Macedonio Espinosa, maromero, y remitió al comisario.

Secretario Ruiz.]

[f. 2] Rezibida en 3 de junio de 1803. Señores

ynquisidores Prado, Alfaro.

Yllustrísimo y venerable señor:

Haviendo presentádose en esta ciudad la compañía de maromeros de Joseph Ma-cedonio Espinoza, le recogió el señor yn-tendente todos los papeles que traía y me los remitió con su ministro de vara, encar-gándome los revisara, por medio de un re-cado el más político y atento. Y haviéndolo executado, entre ellos advertí que los diez adjuntos, que con esta dirijo a vuestra se-ñoría yllustrísima, tienen varios y notables inconvenientes para dexarlos correr, según las reglas del ýndice expurgatorio y en es-pecial la 16a; por lo que me parece, salvo el más savio dictamen de vuestra señoría yllustrísima, deven recojerse.

La divina magestad guarde la importan-tíssima vida de vuestra señoría yllustrísima los muchos años que la santa yglecia y reli-gión católica han menester para su aumen-to. Zacatecas, Mayo 27 de 1803.

Yllustrísimo y venerable señor, a sus pies de vuestra señoría ylustrísima, su muy reconosido súbdito, siervo y capellán, que le venera.

José Maria Martinez Sotomayor [rúbrica]

Ylustríssimo y venerable tribunal del Santo

Ofi cio de la Ynquisición de este rey no.

[f. 5]ENTREMÉS DE LUISA

Perzonas que hablan:

Lorenzo

Luisa

un valiente

Salen Lorenzo y Luisa.

LORENZO

Luisa entre todas las Luisasque entre las Luisas se nombran,Luisa la más elegante,

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Luisa la más refulgente,5 Luisa la más hermosota,

¿por qué no me quieres, Luisa?¿posible es que desdeñosate muestres siempre conmigo,sabiendo de cierta cosa?

10 que, si no me correspondes,me verás dentro de una orallorar, padecer, gemiry con ancia tan penosamorir –que es lo peor que todo.

15 hay, que la alma se sofoca,¿por qué no me quieres, Luisa,Luisita la milagrosa?

LUISA

aparte, señor galán,[f. 5v]

don taravilla, o alcorza, 20 eso es atreverse mucho

al lustre de mi perzona.

LORENZO

Eso no es atrevimiento,pues quando te veo, señora,me enconfi tas, me enturronas,

25 me enalmibaras, me encalavazas,me entachas, me empepitorias,me enjamoncillas, me enlechugasy me enrravanas, mi re ni [sic] fa zol,

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mi solfa, mi estufa, mi verlinguita, 30 mi forlón y mi carroza,

y por último, mi vida,todito el cuerpo me afl ojas.

LUISA

Pues ha de saver, señor,que ha venido una perzona

35 que me ha dado en perseguir,tan necia y tan enfadosa,que no hay forma de mudarce,ni de que me dexe hay forma.por lo qual, señor galán,

40 si a quererme se acomoda,en quanto venga el tal guaposale usted y se aperzona,

[f. 6]diciendo que soy su damay usted mis favores goza.

45 ¡pero cuydado con él!mire que es guapo que asombra.

LORENZO

Ya me havías asustado,yo pensé que era otra cosa¿y esa era tu ancia, angustia,

50 pena, y congoja?déjalo que venga, mialma,que le he de dar una sobacon la vaina de mi espada,

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que él mismo no se conosca 55 y lo he de capar también,

para mayor banagloria.y después de que lo capea ese cara de toronja,lo tusaré a panderetes,

60 que estoy hecho una ponzoña.

Tocan.

VALIENTE

Doña Luisa, o doña porra,¿cómo no habrís esta puerta,Demonio de gente sorda?

LUISA

Hay está quien le dije a usted. 65 apropínquese, y responda.

¿mialma, por qué tiembla usted?[f. 6v]

¡muestre usted su valor, ahora!

LORENZO

De pura cólera tiemblo.¿podía usted no hirce de aquí?

70 que estoy pensando, señora,que si yo le abro la puertapues la moína me sofoca.

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LUISA Yo no sé, ya yo me voy,usted con él se componga.

Vase.

LORENZO

75 ¡Válganme todos los santosde la santísima gloria!¿quién me metería a valiente,conociéndome tan mona?¡Ea, ánima de las bonitas,

80 sed por hoy mis valedoras!¡oh, brazo el [sic] mar valorozo,sacadme de esta tramolla,que estoy que ya me orinoy me meo gota a gota!

85 ¡válgame Santa Apolonia,abogada de las muelas,porque este ynfanzón

[f. 7]me las hecha todas fueray me buelve cantimplora!

90 pero, vaya, le abriré,en nombre de Santa Rosa.

Abre. Sale valiente.

Entre su merzed, señor.

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[VALIENTE]¿En dónde está esa señora?¿por qué no sale aquí [a] abrirme?

95 ¿no save que, si me enojo,le he de armar un san Quintínque a el Diablo sirva de voda?

LORENZO

Hará su merzed muy bien.pero dice la señora

100 que sepa su señoría,su alteza y su reverencia,que una vicita bromozala tenía muy ocupada,que presto se hirá esa posma.

VALIENTE

105 ¿Y tú, qué haces aquí dentro?¿por qué estás temblando, mona?

LORENZO

Porque, como mi madre fue temblonay yo estoy enasogadodesde la crin a la cola,

110 por eso salí temblón.

VALIENTE

Responde, voca de sopas,alcarabán patituerto,y di ¿quién te trajo aqui?

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[f. 7v] LORENZO

Señor, mi Abuela la sorda 115 fue quien me trajo a servir,

porque yo de servir siempre e pasado.Si su merced no se enoja,vengo yo a estar ahoraen el servicio de mi amita

120 y mi Señora.

VALIENTE

Le dirás a esa matronaque cómo sin mi licenciabusca criados y acomoda,y que, si llego a enfadarme,

125 todavía, por melindroza, le he de armar un san Quintínque al Diablo sirva de voda.

Vase.

LORENZO

Cierto es que, si no se va,no se acaba la camorra

130 ni el santo óleo en quinse días,que estoy hecho una ponsoña.

Sale Luisa.

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[LUISA]¿Ya se fue ese valentón?LORENZO

Ya se fue, mi chata hermosa,porque si vieras, mi bien,

135 le dixe yo tantas cosasporque es un pobre pelota.Hay se me incó, y me dixoque era yo su reverncia [sic],

[f. 8]su alteza, su santidad.

LUISA 140 ¿Pues qué no hechó valentías?

porque él es guapo que asombra.

LORENZO

Eso lo será con las mugeres,pero no con mi perzona.Díxele: –¡Luisa es mi nata,

145 y así los pies no me pongael vauzán en esta casa!y como, con gran valor,le heché todas estas roncas,todo él empezó a temblar

150 con más susto que una mona.Y así, querida Luicita,dame un abrazo, mi vida.

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LUISA

No digo uno, mil te doy,Dueño eres de mi perzona.

BALIENTE

155 ¡Está muy bien, doña Luisa!Dime, cara relamida¿no eras tú la honradot[a?]

LUISA

Ya no respondió mi [...]

BALIENTE

¿Quién es tu amante [...]

LUISA

160 Este que mira precente, que ya de mis brazos go[za.]

BALIENTE

¡Ven acá, cara de sopas! [f. 8v]

¿No me dijiste endenantesque tu abuela la sorda

165 te havía traído aquí a servir?¡Pues como pícaro te hayoabrazando a esta señora!

LORENZO

No, señor, yo no la quería abrazar,

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ella me abrazó a mí.

LUISA

170 ¡Mientes, cara de toronja!

VALIENTE

¡Pues por pícaro atrevidollevarás aquesta soba!

Pégance.

FIN.

Obras públicas, vol. 25, fc. 76.

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CACIQUES Y LÍDERES MILITARES Y POLÍTICOS EN SAN LUIS POTOSÍ DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA

José Alfredo Rangel Silva*

En este trabajo se presenta un análisis sobre los liderazgos políticos en el

oriente de San Luis Potosí (que incluye la Huasteca potosina y Rioverde o zona media del actual estado de San Luis) entre 1800 y 1823. Comienzo en 1800 porque en esa fecha se produce una denuncia sobre una conspiración independentista en el área es-tudiada, que involucraba a prominentes co-merciantes, hacendados y ofi ciales milicia-nos. Aunque falsa en general, la denuncia perfi ló algunos de los que después fueron actores destacados de la guerra del lado realista. La mayoría de esos ofi ciales pro-venía de una tradición miliciana centenaria en la zona, lo que los diferenciaba de sus contrapartes en otras áreas novohispanas. Otros liderazgos se forjaron al calor de las batallas, pues los miembros de las élites lo-cales aprovecharon los escenarios bélicos para asegurarse el control de las milicias “patrióticas”, con lo cual se aseguraron una

clientela política que perduró por decenios de vida independiente. Al mismo tiempo, un franciscano convertido en capitán y co-mandante realista se convirtió en el cacique regional hasta 1823, año de su muerte. Su sucesor siguió el mismo camino y dio pie a los cacicazgos huastecos, tan notorios en la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX.

Por lo anterior, además de otras razo-nes, la guerra de independencia constituyó un parteaguas en el campo político regio-nal, al ser un catalizador y una etapa de formación y transición de liderazgos, que combinaron las tradiciones milicianas lo-cales, la cultura política de la región y las oportunidades de la época.

LA POLÍTICA ENTRE 1800 Y 1810

Tener ideas disidentes era común entre las élites novohispanas, a raíz de las políticas

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1 Para un compendio de opiniones y actitudes entre las élites novohispanas, véase Ladd, 1984, pp. 127 – 153.2 Sobre las familias Fernández Barragán y Ortiz de Zárate, véase Rangel, 2006, pp. 162-234. Sobre los herma-nos Quintero, González, 1998, p. 16.3 AGI, Estado, 28, n. 85, “Marquina sobre conspiración en Nueva España”. 11 de junio de 1800, bloque 1, carta n. 15, f. 1, 1v.4 AGI, Estado, 28, n. 85, “Marquina sobre conspiración en Nueva España”. 11 de junio de 1800, bloque 2, copia de instrucción, f. 1, 1v.5 Cayetano Quintero y sus hermanos Juan y José Antonio eran nietos de Juan Francisco de Barberena, el lugar-teniente de José de Escandón; todos eran comerciantes y hacendados de Altamira, González, 1998, p. 16.

borbónicas que afectaron sus intereses.1 El oriente de San Luis tenía bien defi nidas sus élites políticas y económicas. Los Barragán y Ortiz de Zárate controlaban la zona en-tre Rioverde, Valle del Maíz y Tula (Nuevo Santander), mientras los Quintero eran los principales hacendados y comerciantes en-tre Tampico, Altamira, Escandón y Santa Bárbara, en el Nuevo Santander.2

José Florencio Barragán fue un perma-nente sospechoso de tener contactos con disidentes y de ser de opiniones subversi-vas. En el Archivo de Indias en Sevilla (AGI) y el Archivo General de la Nación (AGN) se encuentran las investigaciones sobre un supuesto complot con ingleses de Jamaica para impulsar la separación de España en 1800-1801.3 Se le acusó de encabezarla junto con los hermanos Juan y Cayetano Quintero (hacendados y comerciantes de Altamira, Nuevo Santander) y un capitán Cerna, en Soto la Marina. El plan incluía el desembarco de tropas británicas cerca

de Altamira, donde los Quintero las apro-visionarían con caballos y ganado vacuno. Seguirían su tránsito por las villas de Es-candón, Santa Bárbara y Tula, donde los capitanes también les darían apoyo, hasta Rioverde; Barragán se incorporaría allí al contingente con sus milicianos e indios pa-mes fl echeros.4

La denuncia fue hecha por Francisco Antonio Benítez Gálvez en junio de 1800 e inquietó sobremanera al virrey Marqui-na. Los nombres, lugares y conexiones tenían una lógica sorprendente. Además de comerciante, Barragán comandaba el Cuerpo de Caballería de Frontera de Nuevo Santander y era un poderoso terrateniente. Sus contactos de negocios con las élites de Nuevo Santander eran algo rutinario. Los Quintero eran comerciantes y hacendados y pertenecían a las milicias de la Costa del Norte; su abuelo Juan Francisco de Barbe-rena, lugarteniente de José de Escandón,5 fue, entre otras muchas cosas, capitán de

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6 Rangel, 2006, pp. 255, 256.7 AGI, Estado, 28, n. 85, “Marquina sobre conspiración en Nueva España”. 11 de junio de 1800, bloque 1, carta n. 15, f. 1v. Ducey, 2005, p. 18. En AGN, Judicial, vol. 63, fs. 88-97v, se describe un cargamento. Véase también AGI, Estado, 28, n. 91. El contrabando interno era de piloncillo y aguardiente de caña, AGN, Alcabalas, vol. 33, exp. 14, “Autos seguidos contra don José de la Rosa y Cerrada administrador de reales alcabalas de esa provincia de villa de Valles”, año de 1786, fs. 350-399v. AGN, Alcabalas, vol. 314, exp. 1, “Alcabalas de aguardiente de Caña. Valle del Maíz”, años 1798-1811, fs. 59-132, 158-250.8 Corbett, 1989, p. 9. 9 Rangel, 2006, pp. 260-264.10 Personaje polémico en sí mismo, Pérez Gálvez era rechazado por otros miembros de la élite de Guanajuato, Brading, 1995, pp. 392-394, 409-410.

la villa de Santa Bárbara, lugar donde José Florencio estableció una compañía volante en 1786.6 Así que Barragán y Quintero te-nían mucho en común.

El área del supuesto levantamiento se caracterizaba por el constante fl ujo de mer-cancías de contrabando: “en todo tiempo han servido las costas de Tampico de abri-go y protección a los mismos ingleses para el contrabando que jamás ha podido cortar-se de raíz”, aseguraba el virrey Marquina.7 Los grandes comerciantes participaban de una red que desde Altamira se conectaba con Louisiana y Jamaica. De Altamira “sa-lían plata, pieles, maderas, azúcar, café, tabaco y otros productos de las Huastecas y entraba harina, plomo, alquitrán y otras mercancías”.8 Además, en la estrategia militar española, aquella era una zona de preocupación por posibles desembarcos ingleses, una de las razones para crear el Cuerpo de Caballería de Frontera del Nue-vo Santander en 1793-94.9

Así que la combinación del contraban-do, la hegemonía de los Barragán y las éli-tes locales aliadas a ellos, más la constante preocupación por una costa ideal para un ataque extranjero, formaban un cuadro de peligro y posible insurrección que preocupó más al virrey que la denuncia de Benítez Gálvez. La información terminó siendo un fi asco, el denunciante se llamaba en reali-dad Francisco Antonio Fernández Cordero, teniente de fragata retirado, envuelto en varios líos con la justicia; además se había hecho pasar por primo del conde Antonio Pérez Gálvez, coronel de dragones en Gua-najuato,10 y había intentado casarse con la viuda de Felipe Barragán. En pocas pala-bras, era el consabido inmigrado en bús-queda de hacer fortuna en Nueva España, sólo que por medios ilícitos o engañosos. Quedaron cabos sueltos en la delación que sugieren que tal vez no carecía de sustento en algunos aspectos, como la participación de los enriquecidos comerciantes del orien-

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11 AGN, Judicial, vol. 62, exp. 1, “Testimonio del 2º incidente de la causa seguida a don Francisco Antonio Váz-quez Fernández, alias Benítez y Gálvez”, fs. 463-469, 488-491. En AGN, Judicial, vol. 63, exp. 1, se detalla el desenlace del proceso seguido.12 La referencia a los rebeldes en la Sierra Gorda y su espera de Barragán, en Cruz, 2003, pp. 255-258.13 Mari-Jose Amerlinck refiere la interesante anécdota de una anciana en la hacienda de San Diego, quien de niña oyó decir que en la hacienda habían esperado al rey, pero que éste fue “encantado” (enchanted) en México y nunca llegó. Amerlinck, 1980, p. 319, nota 25.

te de San Luis en el contrabando inglés, o los contactos de Florencio Barragán con los ingleses de Jamaica.11

Como hacendado, José Florencio con-trolaba una abundante clientela de traba-jadores suyos y de milicianos, además de ser el líder de la red familiar Barragán Ortiz de Zárate y uno de los hombres más ricos de la región. Era un intermediario entre sus clientelas y redes y el gobierno virreinal, pero fi nalmente se involucró en los asun-tos políticos de forma directa al aceptar la representación de la provincia de San Luis como diputado a Cortes. Tuvo la capacidad de aglutinar a segmentos insurrectos, de hecho, en los primeros meses de la guerra aparecieron panfl etos en las puertas de la casa de su padre llamando a la rebelión. Mientras tanto, los rebeldes de Sierra Gor-da esperaron que los apoyara al mando de un contingente armado.12 Años después, en 1817, los ingleses que llegaron en la expedición de Francisco Xavier Mina bus-caron a José Florencio en Valle del Maíz. Así que tuvo estrecho contacto con grupos

proclives a la insurgencia y probablemente pensó en encabezar un movimiento separa-tista.13 José Florencio representó el primer liderazgo político regional (cacicazgo) en el siglo XIX, justo antes de comenzar la in-surrección, pero su repentina muerte evitó cualquier consecuencia en este sentido.

Sin José Florencio Barragán, las élites tenían mucho que perder de involucrarse en un movimiento insurgente. No había coinci-dencia entre sus intereses y los de los su-balternos, sin contar a los sectores medios. Cuando la insurrección tomó un cariz popu-lar indígena, las élites en general optaron por el bando realista, en el que reconocie-ron a su antiguo jefe, Félix Calleja.

LA INSURGENCIA

La insurrección comenzó, en el oriente, poco después del levantamiento del mes de septiembre de 1810 en la intendencia de Guanajuato. Grandes contingentes huma-nos se desplazaron durante los meses si-guientes por el Bajío amenazando la ciudad

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14 Calleja fue apoyado por el intendente Manuel Acevedo con fondos de las cajas reales; también contribuyeron a su esfuerzo comerciantes potosinos, hacendados como el conde de Jaral, algunos ricos mineros de Zacatecas y Roberto Antonio Ortiz de Zárate; Montejano, 1989, pp. 153-156; Rodríguez, 1976, pp. 4, 5. AGN, Operaciones de guerra, vol. 91, exp. 42, f. 64, año 1810.15 Véase Noyola, 1993, p. 94, nota 1.16 Gabriel llegó a ser subdelegado del partido de Valles, véase Archivo Histórico de San Luis Potosí (AHSLP), Intendencia, 1816.1, exp. 5, febrero-julio de 1816, y Secretaría General de Gobierno, legajo 1825.4, exp. 2. Fue uno de los individuos más influyentes en la política regional al iniciarse la independencia.17 Montejano, 1989, pp. 156, 157.18 Montejano, 1989, p. 158, supone que era la Compañía de Caballería de Fieles del Potosí.19 Márquez-Sánchez, 1984, p. 7.20 Esteban Moctezuma fue un personaje clave en las primeras décadas de la vida independiente en San Luis Potosí. Otro seguidor de Calleja fue el capitán Agustín Violet Ugarte, antiguo subdelegado de villa de Valles. Sus propiedades en Valles y Aquismón fueron saqueadas en 1811 por los insurgentes: AGN, Historia, vol. 104, exp. 44, fs. 194-202. En el Valle había quedado de guardia únicamente José Macario Guerrero Moctezuma, sargento de la 4a. compañía miliciana.

de México y la existencia del virreinato. Félix Calleja, comandante de la Décima Brigada en San Luis Potosí, organizó rápidamente un ejército con los Regimientos Provincia-les de Dragones, el de San Luis y el de San Carlos, y algunas compañías de la Caballe-ría de Frontera, unidades que él había or-ganizado.14 Del oriente de San Luis salieron unos 200 hombres a reunirse con Calleja; de Valle del Maíz llegó la Cuarta Compañía del Cuerpo de Caballería de Frontera, con Roberto Antonio Ortiz de Zárate como capi-tán.15 Sus ofi ciales eran el teniente Manuel Fernando Ortiz de Zárate, su hermano, y el alférez Gabriel José Barragán,16 hijo de Antonio Miguel Barragán. Los acompañaron Secundino y José Luis, también hijos del mencionado. Este José Luis era capitán del ejército realista, pero estaba de visita en su

pueblo cuando empezaron las acciones.17 Miguel Francisco Barragán, nieto de Anto-nio Miguel, fue nombrado teniente del recién formado Cuerpo de Lanceros de San Luis;18 llegó a ser teniente coronel y un destacado político en las primeras décadas de la inde-pendencia: entre otras cosas, gobernador de Veracruz y, brevemente, presidente de la República.19 Otro personaje que apareció en la escena militar fue Esteban Moctezu-ma, originario de Alaquines.20 Su salida dejó al oriente sin defensa importante. Al unirse a la campaña de Calleja, las élites perdieron parte sustancial de su capital político, pues las milicias que controlaban fueron desarti-culadas. Su infl uencia en los acontecimien-tos locales se redujo al ámbito económico.

Algunos autores han señalado que la insurgencia careció de importancia en

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21 AGN, Historia, vol. 104, exp. 35, “Carta de fray Pedro Villaverde”, fs. 151-153v.22 Villaverde aseguró haber logrado apaciguar momentáneamente los ánimos de los insurrectos de Aquismón, induciéndolos a aceptar un indulto provisional: AGN, Historia, vol. 104, exp. 35, fs. 151-153.23 AGN, Diezmos, vol. 12, exp. 1, “Carta de José González, encargado de justicia del partido de Valles, a don Manuel Güemes”, f. 8-8v.24 Esta situación contrasta con la opinión general sobre la guerra de independencia en San Luis Potosí. Ro-dríguez, 1976, p. 55, y Noyola, 2002, pp. 51-58, aseguran que la insurgencia tuvo poca trascendencia en la provincia.25 AGN, Diezmos, vol. 12, exp. 1, “Carta de Antonio Cortés a Juan Lubián, encargado provisional del diezmatorio de Huejutla”, f. 12-13. Aunque de ascendencia indígena, Cortés era propietario de haciendas en la jurisdicción de Huejutla, Escobar, 1998, p. 105.

la Huasteca potosina; si sólo se consulta el Archivo Histórico de San Luis Potosí la impresión es que no hubo acontecimientos destacados en la guerra, pero los registros documentales en los fondos de operaciones de guerra e infi dencias del AGN muestran lo contrario. En noviembre de 1810 se desató la insurgencia y pronto alcanzó proporciones violentas. Un grupo de insurrectos, encabe-zado por el indio Juan Telles, tomó como centro de operaciones el pueblo de Aquis-món y atacó villa de Valles sin encontrar funcionario alguno, ni siquiera al custodio franciscano; todo se limitó a unos cuantos saqueos, en especial contra propiedades de españoles.21 Enseguida enfrentaron al comisario del Santo Ofi cio, fray Pedro de Villaverde, quien logró apaciguarlos mo-mentáneamente, pero él debió huir hacia Pánuco en enero de 1811.22 Otros insurrec-tos tomaron Xilitla y desde allí atacaron Axt-la, donde apresaron al subdelegado, en ese mismo enero.23 Después de dar muerte al

funcionario tomaron Chapulhuacán, a sólo cinco leguas de Huejutla. Así, prácticamen-te todo el oriente de San Luis quedó inmer-so en la insurrección.24 Sin la presencia de las autoridades locales, la defensa de las haciendas y de los pueblos quedó a cargo de los voluntarios locales, en su mayoría pequeños propietarios, aparceros, mayor-domos y capataces en las haciendas.

Los vecinos más prominentes lograron organizar milicias para apoyar a Huejutla, la más amenazada de las cabeceras en febre-ro de 1811. Allí, el subdelegado y los vecinos organizaron un grupo de 200 milicianos en-cabezados, entre otros, por Antonio Cortés, junto con 70 voluntarios llegados de Tanto-yuca bajo el mando del capitán Llorente,25 otros 100 de Tuxpan y 50 de Chicontepec. Incursionaron en el sur de Valles y logra-ron desalentar el ataque insurgente pero, ante la débil respuesta de las poblaciones, debió retirarse de nuevo hacia el sur. Los jefes realistas decidieron esperar la llegada

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26 Véase AGN, Historia, vol. 104, exp. 32, fs. 96-97.27 Uno de ellos fue José González de Orihuela, quien insinuó la unión de las jurisdicciones afectadas para com-batir el peligro rebelde, AGN, Diezmos, vol. 12, exp. 1, “Carta de José González de Orihuela a Manuel Güemes y Sierra, administrador de diezmos de Valles, Yahualica y Huejutla”, fs. 8-9. febrero de 1811.28 De Huejutla acompañaron a Guitian unos 400 milicianos realistas encabezados por Joaquín Valenzuela: AGN, Historia, vol. 104, exp. 32, f. 96.29 AGN, Historia, vol. 105, exp. 80, fs. 292-298; Operaciones de Guerra, vol. 4, f. 1, 1v. Arredondo, coronel del regimiento de infantería, desembarcó en Nuevo Santander, donde desarticuló el movimiento insurgente, por lo que se le nombró gobernador en abril de 1811. Fue virrey en Buenos Aires antes de llegar a Nueva España, González, 1998, pp. 85-87.30 AGN, Operaciones de guerra, vol. 65, exp. 63, f. 278, 278v, “Oficio de Alejandro Álvarez de Guitian”, Huejutla, noviembre de 1811.31 AGN, Historia, vol. 104, exp. 28, fs. 120v-121, “Oficio del subdelegado de Pánuco”, marzo de 1811.

de las tropas regulares que se enviaron de Veracruz al inicio de 1811.26

La reunión de milicianos en Hueju tla, permitió la coincidencia de opiniones y actitudes entre las élites y los funciona-rios locales, por lo menos frente al peligro insurgente. Era una unidad precaria y con-tingente, pero el momento político sugirió a algunos la idea de una unión política. Una consecuencia de la unión fue perfi lar los liderazgos locales y regionales tanto en el oriente de San Luis como en la Huasteca. Sobra decir que tanto Antonio Cortés como Llorente se convirtieron en caciques en sus propios espacios regionales.27

En marzo de 1811, el Regimiento de Infantería Fijo de Veracruz, encabezado por el capitán Alejandro Álvarez de Guitian, lle-gó a Tancanhuitz desde Pánuco. En la reu-nión de las tropas de línea y los milicianos, Álvarez de Guitian tomó el mando.28 El jefe

militar era el coronel José Joaquín de Arre-dondo, gobernador de Nuevo Santander y la Huasteca; incluía en sus operaciones a Rio-verde, Santiago de los Valles y Huejutla.29 La tarea era reducir la rebelión concentrada en “Tampamolón, San Antonio, Coxcatlán, Aquismón, Huehuetlán, Axtla, Xilitla, Ta-mazunchale, Matlapa, y todos los pueblos haciendas y ranchos de la Sierra Gorda adictos al partido de la insurrección”.30

El Regimiento de infantería instaló su cuartel general en Huehuetlán. Fray Pedro Villaverde se unió en Pánuco a las fuerzas del Regimiento fi jo de Veracruz que coman-daba Guitian. Las azarosas circunstancias que experimentó lo llevaron a decidir de-dicar su vida a la derrota de los insurrec-tos: “dice no se apartará un punto hasta conseguir la total derrota de las partidas de insurgentes de aquellos pueblos suble-vados”.31 Mientras tanto, el control español

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32 AGN, Historia, vol. 105, exp. 42, fs. 148-163; también Montejano, 1989, pp. 181-184.33 AGN, Historia, vol. 105, exp. 42, fs. 152-153v. Un cantón era un pueblo o caserío de los insurgentes, de carácter transitorio, fácilmente mudable, pero que permitía ciertas “comodidades” a sus habitantes.34 AGN, Historia, vol. 105, exp. 52, fs. 294-296, “Parte de guerra del capitán Cayetano Quintero”, agosto de 1811. Algunos administradores de haciendas fueron sospechosos de favorecer la insurrección, véase AGN, Provincias internas, vol. 11, exp. 15, “Sobre nombramientos de administradores de las haciendas del Fondo Piadoso de Misiones de Californias”, año de 1813, fs. 337-341v.35 Sobre las acciones en Romeral, Amoladeras y Ciénega de Cárdenas, AGN, Historia, vol. 105, exp. 42, fs. 148-163v.36 Los militares hablaron de varios miles de indios, con 16 cabecillas de la “indiada”, dirigidos por Juan Antonio Sánchez: AGN, Operaciones de guerra, vol. 4, años 1812-1813, “Papeles del coronel Alejandro Álvarez de Gui-tian”, fs. 41-45.

se limitaba a los territorios donde las tropas ponían su pie y, en cuanto partían, volvían los insurgentes. El de 1811 fue un año de numerosos combates. En Rioverde y la Pa-mería los insurgentes eran en su mayoría pames de las misiones y gente que vivía y trabajaba en las haciendas.

Entre julio y agosto de 1811, Arredondo llegó a Valle del Maíz; sus tropas incursio-naron desde allí hasta Rioverde y ocuparon misiones y haciendas, sobre todo la de Amoladeras. Los capitanes realistas Caye-tano Quintero y Daisemberger encabezaron un exitoso ataque a los cantones sede de los líderes Desiderio Zárate y el indio Ra-fael, en Romeral y Amoladeras.32 En Rome-ral destruyeron un cantón de cerca de 500 “habitaciones de estos indignos malhecho-res”;33 encontraron abandonada la misión de Alaquines, saqueadas las casas y des-truidas la cárcel y las prisiones. Continuaron hacia el sur, hasta el sitio de Potrero de los

Caballos en Ciénega de Cárdenas, donde vaqueros y peones se habían unido al indio Rafael. En la batalla siguiente, los realistas los derrotaron completamente: destruyeron sus cantones, murieron decenas de insur-gentes y más de 100 fueron apresados.34 Las victorias permitieron al coronel Arre-dondo controlar la zona intermedia entre los insurgentes de la Huasteca y los del altipla-no, y entre los de la Sierra Gorda queretana y los que operaban en el Nuevo Santander; ahora podía evitar alzamientos de gran en-vergadura. Pese a todo, varias acciones más fueron necesarias para reducir ese peligro, incluyendo la destrucción total de todos sus cantones.35

Entretanto, un bizarro ejército insurgen-te tomó Tamazunchale en septiembre de 1811,36 en lo que pudo haber sido el mo-mento más difícil para los realistas. Poco después, ese mismo contingente capturó el pueblo de Matlapa, con lo que amenazaban

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37 AGN, Operaciones de guerra, vol. 20, exp. 2, f. 85a-85b, “Parte de guerra del capitán Andrés de Jáuregui”.38 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 20, exp. 4, “Oficio del coronel José Joaquín de Arredondo, al virrey, sobre nombrar a fray Pedro Villaverde comandante de las compañías de patriotas de Valles”, diciembre de 1811, fs. 91-91v. La respuesta afirmativa del virrey está en el siguiente oficio, f. 94.

otra vez la cabecera de Huejutla. Para en-frentarlos se efectuó una operación conjun-ta a fi nes de noviembre de 1811, entre el Regimiento de Infantería Fijo de Veracruz, lo que quedaba del Cuerpo de Caballería de Frontera de Nuevo Santander (comandados por el teniente Juan José Llanos), los mili-cianos de la Costa del Norte (bajo el man-do de Andrés de Jáuregui), los milicianos realistas de Huejutla (dirigidos por Antonio Cortés), los realistas de Tampamolón (con el comando de José Pablo Jonguitud) y los de Huehuetlán (encabezados por fray Pedro Villaverde).37 Esta es una lista de los futuros caciques en las diferentes Huastecas. Los insurrectos sufrieron una doble y desastrosa derrota, en Matlapa el 24 de noviembre de 1811, y en Tamazunchale al día siguiente. No sólo tuvieron cerca de 100 bajas en las dos batallas, también perdieron armamento

y la posición estratégica. Con ese resultado, la iniciativa de la guerra comenzó a cambiar de bando.

SEGUNDA ETAPA DE LA GUERRA

Poco después de la batalla, los realistas se retiraron hacía los pueblos del centro y el sur: Huejutla, Huehuetlán, Tampamolón y Tancanhuitz, mientras los insurrectos domi-naban el campo. Entre tanto se nombró a fray Pedro Villaverde capitán de la milicia de fi eles realistas de Huehuetlán, coman-dante de todas las compañías milicianas de Santiago de los Valles y subordinado a Gui-tian.38 El fraile contribuyó a organizar siete “compañías urbanas de fi eles patriotas” o de milicianos realistas en la subdelegación, como se ve en el siguiente cuadro:

Archivo de Guerra, vol. 410, exp. s/n.

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Cuadro 1. Compañías de milicianos realistas de Santiago de los VallesCompañía Localidad Capitán Teniente Alférez

PrimeraHuehuetlán-Coscatlán

Fray Pedro Alcántara Villaverde José María Terán Pastor Morales

Segunda Villa de Valles Antonio Torres Romualdo Flores Antonio Díaz

Tercera Villa de Valles José María Castellanos Bernabé FloresAnastasio Oyarbide

Cuarta TancanhuitzManuel Álvarez de Guitian José Velarde Juan Fuente

Quinta Tampamolón José Pablo Jonguitud Félix [A]Zuara Luis Camargo

Sexta San Antonio José María Oyarbide José PazJosé María Odriozola

Séptima Hacienda El Limón Francisco Obesso José María Butrón Felipe ObesoBasado en AGN, Operaciones de guerra, vol. 4, f. 74, y fs. 185-186, año 1813.

Cada compañía tenía 70 plazas, “todos montados a su costa y del vecindario”, pero sólo la cuarta contaba con fusiles, costeados por Villaverde, para todos los milicianos.39

El fraile quedó directamente subordinado a Alejandro Álvarez de Guitian.40

La indecisión momentánea de los rea-listas permitió que de nuevo se produjera una importante concentración de insur-gentes a fi nes de 1811 en Tamasinique y Tanlacú, aunque los principales cantones

rebeldes estaban en la misión de Santa María Acapulco, ubicada en el extremo sur de la pamería;41 70 milicianos de las com-pañías de villa de los Valles derrotaron a los insurrectos, aunque sin destruirlos.42 En noviembre, unos 100 insurgentes ata-caron la hacienda de La Isla, propiedad de los hermanos Jonguitud; el resultado del combate fue favorable a los realistas, que tomaron ocho prisioneros. El objetivo rebelde era llevarse el ganado y el maíz a

39 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, “Estado de las compañías de patriotas en Villa de Valles”, noviembre de 1813, f. 291.40 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 20, “Oficio de José Joaquín de Arredondo al virrey”, diciembre de 1811, f. 91, 91v.41 Los insurrectos eran dirigidos por Landaverde, quien incursionaba por Rioverde desde mediados de año: AGN, Operaciones de Guerra, vol. 21, exp. 16, “Oficio de José Joaquín de Arredondo al virrey”, julio de 1811, f. 120, 120v.42 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 20, exp. 5, “Parte de guerra de Antonio Torres a Alejandro Álvarez de Gui-tian, reproducido a Arredondo, y remitido por éste al virrey”, diciembre de 1811, fs. 105-106. Las tropas realistas debieron incursionar hasta Piedra Gorda, en Cadereyta, sin dar con el grueso del contingente rebelde.

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43 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 20, exp. 6, “Parte de guerra de José Pablo Jonguitud a Alejandro Álvarez de Guitian”, 14 de noviembre de 1811, f. 107, 107v. Ese fue un combate por suministros más que por posturas ideológicas encontradas.44 Rodríguez, 1976, p. 23; Montejano, 1989, p. 186.45 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 20, exp. 8, “Oficio del virrey, al comandante militar y gobernador de Nuevo Santander y la Huasteca, José Joaquín de Arredondo”, México, marzo de 1812, f. 135-135v.46 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 22, exps. 3 y 4, fs. 11-28, abril de 1812.47 Villagrán y su hijo habían sido arrieros y comerciantes en la zona entre Meztitlán y Huejutla. Una amplia red familiar y de clientes les permitió controlar el territorio entre Huichiapan, Querétaro, la Sierra Gorda y Meztitlán, Ortiz, 1997, pp. 181, 187. Julián Villagrán llegó a ser llamado por sus seguidores Julián I, emperador de la Huasteca, Escobar, 1998a, p. 115.48 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, s. exp., enero de 1813, fs. 164-169v.49 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, s. exp., junio-agosto de 1812, fs. 50-57.50 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, s. exp., septiembre de 1812, fs. 54-57.

sus cantones en los alrededores de Tama-zunchale.43

En enero de de 1812, un numeroso con-tingente asaltó Rioverde. Las compañías de voluntarios encabezadas por Bengoa les hicieron frente pero fueron derrotadas con estrépito el 16 febrero. El comandante que-dó mal herido, sus hombres dispersos y la familia del capitán Miguel Ormaechea fue vejada en la hacienda de Jabalí.44 Un desta-camento realista de San Luis Potosí recupe-ró el control del pueblo el día 23. Entonces, el virrey Venegas ordenó a José Joaquín de Arredondo trasladarse a la Huasteca para operar en la zona y hasta Huachinango de ser posible.45 Arredondo estableció su cuar-tel en Valle del Maíz y coordinó sus tropas en operaciones en el oriente de San Luis, la Huasteca y la Sierra Gorda (en las sub-delegaciones de Valles, Huejutla, Meztitlán, Cadereyta y Rioverde). Como consecuen-

cia, en abril de 1812 fue derrotado Felipe Landaverde, jefe insurgente en Rioverde, la Pamería y la Sierra Gorda.46

A mediados de 1812 hubo un gran ata-que que incluyó victorias insurgentes en puntos tan distantes como Meztitlán, Pácula (incendiada por los insurgentes), Zimapán (capturada por unos días) y Rioverde (con unos cuantos saqueos). El éxito se debió en parte a que Julián Villagrán y su hijo Chi-to,47 por un lado, y Felipe Lobatón, por otro, habían unifi cado a los insurrectos.48 La con-traofensiva realista pudo retomar Xilitla en mayo de ese año, mientras los insurrectos capturaron una vez más Tamazunchale.49

Mientras tanto, en septiembre de 1812 los insurrectos tomaron otra vez Tamazun-chale y atacaron Aquismón, pero fueron de-rrotados por las tropas milicianas encabe-zadas por Villaverde, Jonguitud y el teniente José María Terán.50 Esta fue otra operación

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51 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, s. exp., agosto de 1813, fs. 179-181v.52 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, f. 1v.53 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 65, f. 278.54 Noyola supone que la guerra activó el comercio en Valle del Maíz, Rioverde y Villa de Valles, al encontrar comerciantes ricos hacia el final de la guerra: Noyola, 2002, pp. 44-51. Pero la actividad comercial y la bonanza venían de la segunda mitad del siglo XVIII, no de la guerra misma.

de importancia, apenas menor a la que tuvo lugar en noviembre de 1811, y la responsa-bilidad total de la derrota de los insurrectos fue de los milicianos. Se restableció el con-trol español sobre Rioverde, Valle del Maíz, la Pamería y la Huasteca potosina, esta vez de modo más efectivo.

En 1813 las batallas ya no fueron lo más relevante, sino el indulto que logró el cura de Tamazunchale, Octaviano Rojas, para el líder indígena Francisco Peña, y con él la mayor parte de los indios alzados del sur de la jurisdicción de Valles, donde casi todos los pueblos de la zona se habían levantado contra los españoles.51 Más de 4,000 hom-bres fueron indultados, con lo que la pacifi -cación comenzó a ser realidad. Esto permi-tió a los realistas cambiar sus estrategias militares. El coronel Arredondo dejó Valle del Maíz y regresó a Nuevo Santander en diciembre de 1813 y poco después más al norte, hacia Texas.52 Alejandro Álvarez de Guitian y su tropa se cambiaron a Huejutla desde fi nales de 1812.53 El momento seña-ló el inicio de la hegemonía de fray Pedro de Alcántara Villaverde en la jurisdicción

de Valles como líder indiscutido de los mi-licianos. Gracias al poder militar, Villaverde estaba por encima de las élites locales y de sus limitados intereses. Sobre su encum-bramiento versa la siguiente sección.

REDES FAMILIARES Y HEGEMONÍA

La guerra resultó muy costosa para los Barragán y los Ortiz de Zárate: perdieron a su líder y a las milicias que controlaban, además de padecer saqueos y sufragar los gastos de nuevas unidades; sobre todo, per-dieron prestigio y autoridad entre las otras familias de élite de la región, mientras que muchos trabajadores de sus haciendas se unían a la rebelión y el comercio acostum-brado entraba en crisis.54 La región estaba en manos de los insurgentes, las tropas realistas y las nuevas milicias. Los miem-bros más “enérgicos” de la familia estaban en servicio en el centro de la Nueva España y no ejercían ninguna infl uencia efectiva en los asuntos del oriente. Como consecuen-cia, las redes de poder se fragmentaron y se circunscribieron a cada localidad. Las

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55 AGN, Historia, vol. 104, exp. 21, f. 96; exp. 42, f. 186. Como elector de partido fue impugnado por el capitán Manuel Fernando Ortiz de Zárate, de Valle del Maíz, vol. 445, exp. 14, fs. 479-482. Véase también AGN, Opera-ciones de Guerra, vol. 65, exp. 63, f. 278, y vol. 67, exp. 34.56 AGN, Historia, vol. 104, exp. 28, f. 120. Durante toda la guerra fue comandante de las compañías de realistas de la jurisdicción. Véase también Operaciones de Guerra, vol. 65, exp. 63, f. 278.57 Altamirano, Torres y Castellanos eran de Villa de Valles, los Oyarbide eran de San Antonio, Guitian era her-mano de Alejandro Álvarez de Guitian, los Martell tenían parientes en varias localidades de la Huasteca y Terán era de Huehuetlán: AGN, Operaciones de Guerra, vol. 4, fs. 74, 292.58 AERED, AGS, Secretaría de Guerra, “Milicias de Sierra Gorda. Empleos y retiros”, bloque 5, fs. 4, 5.

familias con poder económico tenían sus intereses divididos y reducidos a lo inme-diato y con manifi esta indisposición a ceder ante sus pares. No había consensos entre los actores políticos y económicos, mientras la coerción y el ejercicio de la violencia no bastaban para restaurar el orden.

La guerra favoreció la concentración de poder en los liderazgos militares. Un ejemplo fue el mencionado José González de Orihuela, de Tancanhuitz, teniente de justicia de la subdelegación de Valles hasta 1811, subdelegado interino, capitán de mi-licias realistas y elector de partido en 1813, que a fi nes de la década era comandante militar de la jurisdicción.55 Sin lugar a dudas, el más destacado líder militar fue el francis-cano fray Pedro Alcántara Villaverde, veci-no de Huehuetlán. Gracias a sus amistades con los militares españoles, a su enérgica organización y su control de las milicias, que incluyeron en sus mandos a integran-tes de las élites locales, Villaverde ostentó la supremacía militar y política.56

Entre los subordinados de Villaverde, como capitanes milicianos, estuvieron José María Oyarbide, Francisco de Obesso, José Manuel Castellanos y Manuel Álvarez Guitian. Los tenientes Romualdo Altami-rano y José María Terán, y los sargentos Anastasio Oyarbide, Máximo y Gerónimo Martell y José María Larraga.57 José María y Anastasio Oyarbide eran hijos de José Oyarbide y sobrinos de Francisco Oyarbide, quienes fueron capitán y teniente, respecti-vamente, de la 3a. Compañía del Cuerpo de Caballería de Frontera de Nuevo San-tander, con sede en Tampamolón y Cos-catlán.58 Romualdo Altamirano era hijo de Onofre Altamirano, alférez de la 1a. Com-pañía del Cuerpo de Caballería de Frontera de Nuevo Santander, con sede en Valles. Onofre era un personaje importante en la villa y en 1821 fue alcalde del ayuntamiento constitucional.59 Varios de ellos habían es-tado subordinados militar y políticamente a José Florencio Barragán entre 1798 y 1810. Otros estuvieron entre los electores de pa-

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59 AHSLP, Intendencia, legajo 1821.4, exps. 4 y 5. 60 AHSLP, Intendencia, legajo 1821.2, exp. 7. Terán era un fiel subordinado de Villaverde, de modo que éste con-trolaba totalmente la política local en el pueblo, dándole así una base mínima de acción frente a los poderosos señores de Valle del Maíz.61 AHSLP, Intendencia, legajo 1822.5, exp. 3.62 El despojo fue en detrimento de los indios del pueblo de Huichihuayán, véase Rangel, 2003, pp. 137-139. El comercio con monedas insurgentes puede verse en AGN, Infidencias, vol. 157, exp. 36, “Sumaria reservada a fray Pedro de Alcántara Villaverde, comandante de armas de villa de Valles, por sospecha de estar en contacto con los insurgentes”, años 1813-1815, s. fs.63 El fraile utilizó todo su poder político y militar en beneficio propio y para hostilizar a sus enemigos, insurgentes y realistas por igual, así como para una dura represión de los insurrectos indultados, véase AGN, Infidencias, vol. 157, exps. 36 y 37, años 1813-1815, s. fs. Sobre la actuación de Guitian: AGN, Infidencias, vol. 157, exp. 37, f.s.n., año 1814-1815.

rroquia en 1821 en Villa de Valles, para el nombramiento de elector de partido: José Manuel Castellanos por Valles y José María Terán por Huehuetlán.60 Por su parte, José María Oyarbide fue alcalde de Tanlajás en 1822.61 Son buenos ejemplos del ascenso de los integrantes de las compañías realis-tas al poder político.

Todos ellos reconocieron como jefe a Pedro de Alcántara Villaverde, que no formó parte de las élites familiares y no tenía pa-rentesco con ellas. Su liderazgo se basaba en los hechos de armas y en su amistad con Álvarez de Guitian, y su base de poder se localizaba en el centro de Santiago de los Valles, no en Valle del Maíz. Si al comenzar la guerra Villaverde no era hacendado ni comerciante, como comandante comerció con todo tipo de géneros, incluyendo mo-neda falsa, y adquirió tierras despojando a los indígenas.62 De hecho, al controlar a los

miembros de las élites pudo intervenir en sus tratos comerciales, con lo que controló la red económica regional, como antes lo habían hecho los Barragán.

Villaverde y Guitian se condujeron de manera arbitraria.63 Aplicaban la regla clá-sica de los caciques: “ayuda a tus amigos y daña a tus enemigos”. El franciscano tomó revancha de los sublevados por haberle hecho pasar un muy mal rato en 1811. Se desquitó en especial de los indultados de Tamazunchale. Francisco Peña lo acusó ante el virrey Venegas de conductas sos-pechosas:

“los vecinos del pueblo de San Juan Tamazunchale dirigen a v. e. una instancia quejándose de los procedimientos del pa-dre Villaverde. Dicen: que este individuo, abusando del carácter de comandante de armas con que se halla autorizado, persi-gue a todos aquellos naturales que tranqui-

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64 AGN, Infidencias, vol. 157, exp. 36, f s.n., julio-septiembre de 1813.65 AGN, Infidencias, vol. 157, exp. 36, f.s.n., julio-septiembre de 1813.66 AGN, Infidencias, vol. 157, exp. 37, f.s.n., año 1814.67 Véase Rangel, 2006, pp. 235-295.68 A tanto llegaron los problemas que los indios de Tamazunchale pidieron permiso al virrey para abandonar el pueblo y asentarse fuera de la Huasteca: AGN, Infidencias, vol. 157, exp. 37, f.s.n., año 1815.

lamente permanecen en sus casas, siem-pre obedientes al legítimo gobierno, hasta el extremo de obligarlos a que se huyan a los montes. Que los afl ige hasta lo sumo con contribuciones diarias tanto en dinero como en víveres; de manera que parecen súbditos recientemente conquistados. Y por último que compra pesos insurgentes a dos reales y los hace tomar a ocho, a cuyo efec-to a dispuesto por bando que solo circule esta moneda en la Huasteca, con cuyo mo-tivo todo vuelve a refundirse en el. Por tan-to suplican a v. e. se digne tomar aquellas providencias que sean más conducentes al remedio de estos males”.64

La autoridad militar virreinal procedió a una investigación sumaria “a fi n de inda-gar si la conducta del padre fray Pedro de Alcántara Villaverde ha dado motivo para que se dudase de su fi delidad”, pero el frai-le salió indemne de esta acusación.65 Los vecinos de Tamazunchale insistieron al año siguiente en sus quejas contra el francisca-no, lamentando que el gobierno virreinal no los protegiera de la humillación que experi-mentaban:

“cuando los habitantes de estos pueblos esperaban ser protegidos por las armas del Rey en premio de su buena conducta se ven ultrajados de un modo el más escanda-loso por el comandante Guitian y el padre Villaverde, quienes parece se han coligado para destruir aquel país tolerando todo ge-nero de desórdenes, de manera que por su causa se han visto muchos naturales en la triste necesidad de abandonar sus hogares y refugiarse a los montes, de cuyo pretexto se valen los expresados Guitian y Villaverde para devastar el país. Que el padre Villaver-de fi ado de su dinero ni respeta las leyes ni teme a V. E.”.66

Su actuación se daba en una cultura política regional donde los capitanes de milicias habían establecido un patrón de dominación por dos siglos, favorecido por una situación que semejaba la condición de frontera de guerra en los siglos XVII y XVIII.67 El nuevo líder se había encumbrado hasta la cima del poder gracias a sus servicios en la milicia, desde donde impuso una dura explo-tación económica de los pueblos indios a su alrededor.68 El origen y corazón de su poder

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69 Como el administrador de las haciendas del Fondo Piadoso de las Californias: AGN, Provincias internas, vol. 11, exp. 15, año 1813, f. 345, 345v.70 En 1820 José María Ocejo pidió que unos ranchos fueran añadidos a la parroquia de Aquismón, en detrimento de villa de Valles. Cuando se consultó al fraile de Aquismón, Francisco Fábregas, éste no quiso dar su opinión, dijo que se le preguntara a Villaverde y al subdelegado, “quienes el primero por sus vastos conocimientos, y el segundo por su empleo, podrán informar con imparcialidad y discernimiento sobre la materia”. AGN, Bienes Nacionales, vol. 1182, exp. 11, “Visita pastoral al partido de villa de Valles del arzobispo de México, Dr. Don Pedro José de Fonte, 1820”, f. 4, 4v.71 AHSLP, Intendencia, legajo 1820.10, exp. 3. Aparece en los registros militares realistas desde noviembre de 1812, AGN, Operaciones de guerra, vol. 4, f. 41, 41v. Los Jonguitud eran vecinos principales de Tampamolón, véase AHSLP, Intendencia, legajo 1771, cuentas de la Cofradía del Divinísimo señor sacramentado de esta iglesia parroquia de Tampamolón. El apellido Jonguitud aparece desde 1724 en la cofradía del Santísimo sacramento: AHSLP, Intendencia, legajo 1772, Libro de cuentas de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Tampamolón.72 La jurisdicción de Los Llanos de Ápam cubría 13 partidos y 73 destacamentos. AGN, Operaciones de guerra, vol. 122, “Relación circunstanciada de los partidos en que tengo dividida esta”, Manuel de la Concha al virrey Apodaca, abril de 1818, fs. 105-113v.

era el ejercicio de la violencia armada, más su carácter eclesiástico, lo que equivalía al servicio en la burocracia virreinal, si bien la importancia del comercio era secundaria para sustentar su hegemonía. Villaverde fue el cacique en Santiago de los Valles: concentró en su persona el poder político y militar, aunque no el económico, que se-guía en manos de los Barragán y los Ortiz de Zárate.

Villaverde y las familias de Valle del Maíz debieron mantener relaciones y re-conocer mutuamente sus posiciones. Co-laboraron en asuntos como deshacerse de sus enemigos comunes.69 La hegemonía de fray Pedro Villaverde se extendió hasta 1823, indiscutido y temido en el centro y el sur del partido,70 aunque lo resistieron los indígenas. A su muerte, inesperada, su li-

derazgo recayó en otro capitán de milicias y fi el subordinado del franciscano: José Pablo Jonguitud, cuya familia había adquirido pro-piedades en la zona de Tampamolón desde mediados del siglo XVIII.71

TERCERA ETAPA DE LA GUERRA, 1814-1820

A partir de diciembre de 1814, Alejandro Álvarez de Guitian quedó bajo las órdenes de la jefatura realista de Tulancingo, enca-bezada por el coronel Manuel de la Con-cha, comandante del distrito militar de Los Llanos de Ápam.72 La sección Huasteca a cargo de Guitian se circunscribió a los parti-dos de Huejutla y Chicontepec. La sierra de Meztitlán quedó bajo jurisdicción directa de Tulancingo. Las compañías de milicianos realistas en Santiago de los Valles y en Rio-

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73 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 65, exp. 63, fs. 277-278v, y vol. 66, exp. 17, “Oficio al comandante militar de la Décima brigada”, f. 78.74 La concesión en AGN, Operaciones de Guerra, vol. 66, exp. 17, fs. 77v, 78. AGN, Operaciones de Guerra, vol. 1018, sin exp., fs. 23v-24v. “Oficio reservado de fray Pedro Villaverde al virrey, diciembre de 1815”. AGN, Opera-ciones de Guerra, vol. 1018, fs. 229-230. Oficio de Villaverde, mayo de 1818.75 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 1018, sin exp., f. 28v. “Parte de guerra de Villaverde”, enero de 1816.76 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 1018, fs. 36-37, febrero de 1816.77 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 1018, fs. 56-61, año 1817.78 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 1018, fs. 88, 89, mayo 1817.

verde quedaron, otra vez, bajo el mando del jefe de la Décima Brigada, así como las compañías del Cuerpo de Caballería de Frontera de Nuevo Santander. El oficial superior fue el comandante de la provin-cia de San Luis Potosí, Manuel de Torres Valdivia.73 En el mismo año, Guitian pidió que las milicias de Santiago de los Valles continuaran auxiliándolo en sus operacio-nes, lo que le fue concedido por Calleja. Las compañías de Valles operaron en Chi-contepec y en la Sierra Gorda el resto de la guerra.74

Hasta 1817 no hubo ninguna acción bélica importante en todo el territorio. Las operaciones se concentraban en la Sierra Gorda. A fines de 1815, milicianos realis-tas de Valles fueron en campaña a dicha sierra, en especial a Jalpan, contra una re-unión de más de mil insurgentes del Bajío y de la propia sierra.75 En 1816, Villaverde encabezó una nueva expedición a la juris-dicción de Cadereyta, donde los realistas derrotaron a poderosos contingentes in-

surgentes.76 Tras esas largas, costosas y cruentas campañas, también la Sierra Gor-da quedó pacificada en 1817. El centro de gravedad de la insurrección se había tras-ladado una vez más, ahora hacia Chicon-tepec, Pánuco y Tuxpan. Para entonces, las compañías milicianas de Valle del Maíz eran comandadas por Pedro Antonio Ba-rragán; sus subalternos eran los capitanes José María Barragán, Manuel Fernando Ortiz de Zárate e Ignacio Perea,77 quienes carecían de la fuerza e influencia política de sus antecesores. Así, cuando tuvieron un malentendido con Villaverde por unos dineros extraviados, el franciscano ordenó a Pedro Antonio Barragán arrestarlos por sus excusas y supuestas indisciplinas.78 Finalmente, el malentendido fue superado pero marcó un distanciamiento entre la éli-te de Valle y el franciscano de Huehuetlán. Entonces llegó la expedición de Francisco Xavier Mina, quien ingresó por Soto la Ma-rina, en el Nuevo Santander, y pasó por el norte de Valles en su camino hacia el cen-

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79 Mina era esperado desde fines de 1816: AGN, Operaciones de guerra, vol. 20, exp. 17, “Reservado del virrey al comandante militar de las Provincias Internas de Oriente, brigadier José Joaquín de Arredondo”, f. 177, 177v, noviembre de 1816.80 Faustina Ortiz de Zárate sufrió pérdidas por 30,000 pesos, según sus hermanos: AGN, Operaciones de guerra, vol. 114, exp. 27, f. 256, febrero de 1818. En los reportes oficiales se asentó que en Valle del Maíz las pérdidas de los particulares ascendieron a 62,637 pesos, Rodríguez, 1976, p. 81. Sobre Mina en la provincia de San Luis, Rodríguez, 1976, pp. 25-30.81 AGN, Operaciones de guerra, vol. 1018, “Listas de piquetes de artillería y cuerpos de realistas fieles de Valle del Maíz”, 4 de enero de 1818, fs. 197-205.

tro del virreinato.79 Ocupó Valle del Maíz algunos días en junio de 1817, causando fuertes pérdidas a los comerciantes locales que habían huido y derrotó a un indeciso destacamento realista.80 Pasó como un ven-daval y se fue sin otra consecuencia. Hasta 1820 ya no hubo actividad bélica en la zona.

La relativa calma permitió la reorganización de las compañías milicianas en Valle del Maíz. En febrero de 1818, Pedro Villaver-de pasó revista de esas milicias llamadas ahora de “Fieles Realistas”: había una com-pañía de artillería, dos de infantería y tres de caballería.81

Cuadro 2. Ofi ciales de compañías de fi eles realistas en Valle del Maíz, 1818Tipo Capitán Teniente-subt. Alférez Sargento

Artillería ____Juan N. Fernández Barragán ____ ____

InfanteríaPedro Antonio Barragán Ambrosio Perea

Antonio Teodoro Ortiz de Zárate ____

Infantería José Ignacio Perea ____ ____José Alberto Ortiz de Zárate

Caballería José María Barragán ____ ____ ____

CaballeríaManuel Fernando Ortiz de Zárate ____

Francisco Antonio Ortiz de Zárate ____

CaballeríaBernardino Hernández ____ ____ ____

Con base en AGN, Operaciones de guerra, vol. 1018, fs. 197-205.

Pero Villaverde ya no estaba en bue-nos términos con esas familias. Al mismo tiempo que el fraile terminaba la revista y reorganización de las milicias del pueblo,

Roberto Antonio Ortiz de Zárate, entonces teniente coronel, y su hermano, el capitán Manuel Fernando, denunciaron la lejanía de la comandancia de las milicias de Valles,

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82 AGN, Operaciones de guerra, vol. 114, exp. 27, “Representación al virrey Juan Ruiz de Apodaca del teniente coronel Roberto Antonio Ortiz de Zárate y su hermano el capitán Manuel Fernando Ortiz de Zárate, sobre juris-dicción militar de Valle del Maíz”, febrero de 1818, f. 255, 255v.83 AGN, Operaciones de guerra, vol. 114, exp. 27, f. 256, 256v.

a donde estaban subordinadas las de Valle del Maíz:

“por fi nes particulares, o por escasa refl exión en precaver los inconvenientes re-sultantes, y que se han experimentado ex-pidió orden el excelentísimo señor don Félix María Calleja para que las compañías que habíamos criado reconociesen a la coman-dancia de la Huasteca segregándolas de la Brigada de San Luis Potosí que es el esta-do presente. Para informar a V. E. de los perjuicios que decimos se siguen y hemos experimentado de esta separación, le hace-mos presente. Lo primero, que del Valle del Maíz a Huehuetlán donde reside el padre comandante hay como 50 leguas todo de serranías fragosas, caminos pantanosos, con 2 o 3 ríos crecidos, un clima muy nocivo a la salud con otras epidemias, de manera que con la distancia no puede la Huasteca auxiliar a nuestro Valle, y este con el auxilio que le ha dado, ha experimentado que por las asperezas dichas se desertan muchos, y al cabo no se consigue la ayuda con per-fección”.82

El problema principal, derivado de la lejanía y la falta de previsión, era que las

compañías que debían estar en Valle es-taban en la Huasteca cuando ya se tenían noticias ciertas del desembarco de Mina. Frustrados, los hermanos Ortiz de Zárate denunciaron el saqueo que sufrieron las po-sesiones de su hermana Faustina, la preci-pitada huida de los principales vecinos ante la falta de un resguardo seguro y la ausen-cia de toda ayuda de las tropas milicianas de Rioverde y de Valles:

“como el padre comandante no vino con toda su fuerza para atacarlo, socorrernos, e impedir el saqueo que padecimos ¿luego de qué nos ha servido la contribución de más de ocho mil pesos con que concurrimos a el año a aquella cabecera? Todavía hay más excelentísimo señor, el padre comandante pidió la mejor tropa y armas que teníamos pocos días antes de la entrada de Mina, no, no decimos ni queremos decir hubiera la menor malicia, pero si decimos que fue falta de prevención, y que esta falta nos ofreció a el sacrifi cio del traidor Mina”.83

La petición de los Ortiz de Zárate era para que las compañías milicianas se que-daran en Valle a resguardar el pueblo y el camino a la costa de Nuevo Santander, es

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84 AGN, Operaciones de guerra, vol. 114, exp. 27, f. 253v. El comandante de Altamira era Juan Quintero.85 AGN, Tierras, vol. 1324, exp. 13, fs. 114v-120. Diez Gutiérrez era vecino y comerciante de México, aunque nativo de España.

decir, pedían regresar a la jurisdicción de la Décima brigada y dejar a Villaverde. Tanto el comandante de Altamira como el coman-dante de Los Llanos de Ápam, coronel Ma-nuel de la Concha, apoyaron la solicitud de los ofi ciales retirados del Cuerpo de Fron-tera.84 Villaverde quedó distanciado de las familias importantes de Valle.

Aquel fue el último acto militar de los Ortiz de Zárate; para 1820 la representación legal de Faustina Ortiz de Zárate, dueña de la casa mortuoria de Felipe Barragán, pasó de su hermano Roberto Antonio a su yerno Pedro Diez Gutiérrez.85 En el mismo año, Manuel Fernando, otro de los hermanos de la viuda, se declaró capitán retirado. Can-sancio y decepción eran los principales mo-tivos de esta retirada de los asuntos militares y económicos; su frágil predominio de Valle del Maíz terminó. En Rioverde, la transición terminó cuando el capitán realista Paulo Ve-

rástegui casó con la única hija de José Flo-rencio Barragán, heredando toda su fortuna y sus propiedades. Verástegui estableció su linaje y el cacicazgo de su familia.

La guerra de independencia constituyó un parteaguas en el campo político regional, en Rioverde fue un periodo de transición mientras surgía un liderazgo que ocupara la posición de José Florencio Barragán. En Valle del Maíz representó la decadencia de las antiguas familias, las cuales debie-ron ceder su lugar a recién llegados como Ruiz de Bustamante y Diez Gutiérrez. En la Huasteca fue un proceso catalizador de sus propios liderazgos y de una identidad re-gional aparte de Rioverde y Valle del Maíz. En todos los casos, los liderazgos militares formaron cacicazgos que combinaron las tradiciones milicianas locales, la cultura po-lítica de la región y las oportunidades de la época.

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La orden de carmelitas descalzos llegó a la ciudad de México en 1585 para diri-

girse desde ahí a Nuevo México y Filipinas, donde llevaría a cabo una labor misional y evangélica. Sin embargo, circunstan-cias como el retraso en los permisos para continuar su trayecto, las disputas con las órdenes que ya realizaban un trabajo reli-gioso en el norte -franciscanos y jesuitas-, la buena acogida de las autoridades en la capital novohispana y la redefi nición de las actividades prioritarias de la orden surgida

de la reforma teresiana, la llevaron a que-darse permanentemente en la ciudad de México y desde ahí alentar nuevas funda-ciones en sus alrededores encaminadas más al repliegue, la contemplación y no ya a la evangelización.

Decidí acercarme a observar cuál fue el papel que ejerció la orden en la Nueva Es-paña, cuál su importancia al no estar inserta en un legado de evangelización; cómo los adoptó la sociedad en la que se desenvol-vieron y de qué instrumentos y relaciones

LOS CARMELITAS: POLÍTICOS INMERSOS EN LAS DINÁMICAS NOVOHISPANAS

Jessica Ramírez Méndez*

¿A dónde se descubre más espacioso ca-mino para la santidad que entre los peñascos mudos?, ¿a dónde está más vistoso el campo

de las virtudes?, ¿a dónde más sobre sí el entendimiento para descubrir verdades?, ¿a dónde más libre el corazón para fi jar en Dios

sus intenciones como en aquellas calladas espesuras y aquellas soledades, donde no sólo

es fácil hallar a Dios sino también poseerle?Eucherio1

1 Eucherio, en El Santo Desierto de los carmelitas de la provincia de San Alberto de México, revisión paleográ-fica, introd. y notas por Dionisio Victoria Moreno y Manuel Arredondo Herrera, México, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, 1978, p. 216.

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se valieron para sobrevivir en un ámbito en vías de consolidarse.2 No obstante, el cam-po planteado era demasiado amplio, por lo que opté por centrarme en la fundación del Desierto de los Leones,3 la cual nos permite seguir de cerca ciertas tramas políticas e ideológicas que se trazaron en el siglo XVII.

El Santo Desierto que los carmelitas descalzos erigieron en Cuajimalpa en 1611, era el espacio en el que la espesa vegeta-ción y el clima extremo eran escenario de la mortifi cación, en el que el hombre buscaba la soledad para unir su alma con lo divino. Sin embargo, la penitencia no habría de ser sólo el cumplimiento de la regla en el lugar, sino la adquisición y retención del mismo durante casi dos siglos y medio.

Precisamente, ese proceso de adquisi-ción y retención del yermo permitirá ver la aceptación de la que gozó esta fundación por parte de la sociedad. Así mismo, en un marco más general, dará cuenta de cómo los carmelos se insertaron en la tendencia

de centralización que comenzaba a dibu-jarse y que, entre otras manifestaciones, implicaba para las órdenes religiosas el re-pliegue hacia el interior de sus conventos y el abandono del contacto directo con los indios.

En este sentido, la fundación del yermo y los confl ictos enfrentados para llevarla a cabo son una muestra tipo de ese nuevo pa-pel de los frailes en tierra novohispana, así como de la inserción de los carmelitas en una sociedad en vías de consolidarse.

LA DEFINICIÓN DEL YERMO OCCIDENTAL Y SUS HABITANTES

Las vidas prototipo de quienes optaron por una “vida fuera del mundo” las plasmaron hagiógrafos como San Atanasio o San Je-rónimo.4 Entonces, con la representación de las vidas de San Antonio, San Pablo de Tebas y San Hilarión se comenzó no sólo una producción literaria sino también hu-

2 La primera orden que se estableció en la Nueva España fueron los franciscanos, en 1524; a ellos siguieron los dominicos en 1526, los agustinos en 1533 y los jesuitas en 1572. Así, para cuando los carmelitas llegaron en 1585, las primeras bases de la evangelización regular estaban establecidas, así como la organización social y administrativa de la colonia.3 Un enorme manto de bosques y de landas, sembrado de calveros cultivados, más o menos fértiles, es el rostro de la Cristiandad, similar a un negativo del Oriente musulmán, mundo de oasis en medio de las arenas. El de-sierto es el bosque. Lo más frecuente era que el desierto representara los valores opuestos a los de la ciudad. En el Occidente medieval, un mundo sin grandes extensiones áridas, el desierto -es decir, la soledad- será de una naturaleza físicamente antagónica: el bosque.4 Jacques Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, Gedisa, 1986, p. 30.

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mana de ermitaños,5 la cual explotó reite-radamente características como habitar en cuevas estrechas, el ayuno, la pobreza en el vestido, la perseverancia en la oración, la meditación y las prácticas ascéticas. Así, el lugar quedó defi nido con el carácter de “[…] locus eremitarum, del yermo o desierto cristiano, lugar de peligros, morada de los malos espíritus, pero también sitio privile-giado para el encuentro con Dios”.6

El eremitismo en Occidente apareció muy tarde con respecto a Oriente.7 Alrede-dor del siglo XII, la confrontación de los prin-cipios religiosos y la vida urbana hicieron que el Occidente medieval experimentara un dualismo entre lo construido, cultivado, habitado (ciudad, castillo, aldea) y lo propia-mente inculto (el bosque, el mar), equiva-lente al desierto oriental.8

Diversos individuos decidieron exiliarse del mundo y se trasladaron a la soledad, a lo inculto. Sin embargo, partieron no sólo con su persona, sino también con el pesado

equipaje de lo que hoy concebimos como legado medieval (cristianismo entrelazado con la tradición pagana) y con las historias maravillosas y las terrorífi cas. Con esas maletas, la experiencia a su llegada y los mitos que la sociedad creó a su alrededor se constituyó la cultura del desierto-bosque, la cual albergó realidades materiales y sim-bólicas, lo terrenal y lo alegórico.

Mientras en Oriente la soledad fue un desierto de arenas, en Occidente la cons-tituyeron los enormes mantos de bosques. Sin embargo, ambos fueron para la socie-dad sitios de demonios, tentaciones y peli-gros, a la par de refugio, edén y la represen-tación del triunfo contra el mal.

Los primeros establecimientos -siempre masculinos por los férreos controles socia-les para con las mujeres- tuvieron un amplio poder de convocatoria ante la admiración causada por sus habitantes debido a las características que se repetían en cada uno de ellos. Parecía que brotaban en medio de

5 Ermitaño o eremita viene de eremo, desierto: el que viene del desierto. Eduardo Báez Macías, El Santo Desier-to: jardín de contemplación de los carmelitas descalzos en la Nueva España, México, UNAM, 1981, p. 8.6 Antonio Rubial, “Tebaidas en el paraíso. Los ermitaños de Nueva España”, en Historia Mexicana, vol. 44, núm. 3, enero-marzo 1995, p. 356.7 Aunque el eremitismo estuvo inspirado en tres figuras bíblicas: Elías, San Juan Bautista y Cristo, estos casos de vida solitaria no tenían validez en sí mismos, ya que en todos los casos esa forma de vida era una mera preparación para una activa labor entre los hombres. Fue hasta el siglo IV de nuestra era cuando el modelo eremítico alcanzó un valor por sí mismo en la cultura occidental. Rubial, “Tebaidas en el paraíso…”, p. 359.8 Israel Álvarez Moctezuma, ponencia presentada en el círculo de conferencias del Taller de Estudios Huma-nísticos.

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los bosques los “santos de la nada”, como los llama De la Flor. Éstos hicieron del va-cío y de la nada interior el horizonte de sus prácticas.9 Eran seres con naturaleza cuasi salvaje, capaces de amansar a las bestias, más cerca de la divinidad pero con mayor peligro de caer en tentación.

Debido a la buena acogida de la gente, a su cercanía con la cultura popular y por ser una manifestación de la crítica a la ins-titución eclesiástica al estar desligados de ella,10 esta última se vio obligada a absor-ber a los ermitaños, quienes se enlistaron en las fi las de la Iglesia mediante su ins-tauración como servidores administrativos de las ermitas, sedes de los santuarios de peregrinación o al ingresar en la vida ceno-bítica institucional,11 mientras que los que rechazaron el ofrecimiento fueron acusados de herejes.

Como rubro de ese espíritu de abando-no, las órdenes mendicantes surgidas en la Baja Edad Media promovieron el ideal ere-mítico; entre ellas destacaron los agustinos y los carmelitas. Esta tendencia pervivió y se fortaleció durante los tiempos turbulen-

tos en los cuales se desencadenó la Re-forma protestante, pues la Iglesia católica tomó como uno de sus estandartes el res-cate de algunas prácticas del cristianismo primitivo. Por tanto, la pobreza voluntaria, la aspereza y el maltrato del cuerpo, es decir, la negación misma de lo ofrecido por la vida como lujo, se convirtieron en algunos de los valores que la institución sacudida se en-cargó de enaltecer.

Paralelamente, la Contrarreforma exal-tó el uso de mediadores para guiar al fi el en el camino de la fe y así evitar cualquier desviación. Basta asomarse a la obra de Ignacio de Loyola,12 donde se afi rma como necesaria la ayuda de un director para llevar a cabo los ejercicios espirituales. En este contexto, el eremita se convirtió en uno de esos mediadores con Dios, capaz de rogar por el alma del pecador.

De esta manera, en el siglo xv el asceta ya era un elemento constitutivo del imagina-rio popular, se le veía como un emblema de piedad y como intercesor; era el peregrino ideal que evocaba los tiempos olvidados del cristianismo primitivo. Pero a la par de

9 Fernando de la Flor, Barroco. Representación e ideología en el mundo hispánico (1580-1680), Madrid, Cáte-dra, 2002, p. 65.10 Michelle Mollar, La cultura popular en la Baja Edad Media, Barcelona, Crítica, 1996, pp. 78-82.11 Rubial, “Tebaidas en el paraíso…”, p. 357.12 San Ignacio de Loyola, Los ejercicios espirituales, Roma, Institutum historicum, 1955.

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ello, los eremitas constituyeron un ejemplo de vida de fácil imitación superfi cialmente; los seglares intentaron reproducir dichas prácticas al ver en ellas una oportunidad para ser agentes activos de la Iglesia. Tal fue la aprehensión por parte de la sociedad de esos personajes que:

“Muchos, de propia autoridad, sien-do seglares y sin orden alguna, y a veces siendo casados, con título o nombre de her-manos, se visten diferentes hábitos de de-voción, que parecen religiosos. Y para acre-ditarse en la virtud que afectan, se encargan de una hermmita, y diziendo que la han de servir y vivir en ella, lo más del año gastan fuera, pidiendo limosnas de lugar en lugar para la tal hermita; con lo qual se desirve nuestro Señor, las religiones aprovadas se desautorizan y los pueblos son gravados de demandas”.13

Las ermitas servían como sedes de las cofradías y a veces tenían vinculadas ca-pellanías con cierta dotación económica. Algunas de ellas se alzaron como ofrendas votivas de la comunidad, otras fueron cons-truidas por las cofradías y otras más por particulares. En este contexto, el voto de

edifi car una ermita era probablemente uno de los compromisos más importantes que podía adquirir una localidad con un santo. Era tal su popularidad que, en la península ibérica, urbes de entre 500 y 1,000 vecinos contaban con cinco o seis ermitas dedica-das a diferentes santos.14

Los sitios más alejados de sedes epis-copales tenían mayores posibilidades de recrear su propia tradición religiosa con las características lugareñas. De esta manera se perciben claramente dos tipos de reli-giosidad en los que mediaron los católicos: “[…] el de la Iglesia universal, basado en los sacramentos, la liturgia y el calendario romano, y otro local, basado en lugares, imágenes y reliquias de carácter propio, en santos patronos de la localidad, en ceremo-nias peculiares y en un singular calendario compuesto a partir de la propia historia sa-grada del pueblo”.15 En este panorama don-de se restaba autoridad e ingresos tanto a la institución eclesiástica como a la civil, la Corona intentó comandar una reestructura-ción para absorber ésas que podían conver-tirse en verdaderas disidencias.

Particularmente en Castilla, el cardenal

13 Fragmento de una cédula real citada en William Armistead Christian, La religiosidad local en la España de Felipe II, Madrid, NEREA, 1991, p. 206.14 Ibid., p. 93.15 Ibid., p. 17.

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Justicia eclesiástico, vol. 132, fc. 131.

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Cisneros fue de los primeros en promover el movimiento reformador de observancia institucionalizada,16 el cual se extendió -con mayor auge en determinados momentos- hasta el Concilio de Trento; ejemplo de ello es la reforma teresiana. Dentro de estas transformaciones, era necesario hacer va-ler los espacios del anacoreta mediante su regulación,17 por lo que los desiertos carme-litanos se consagraron como la representa-ción práctica del eremita ortodoxo. Sin em-bargo, algunos concibieron estos sitios con visos heterodoxos de quietismo, panteísmo e iluminismo.18

Los carmelitas veían en la naturaleza a

su creador en una imagen optimista, idea-lizada y armónica del mundo. Por lo tanto, las meditaciones en medio de lo inculto y las criaturas salvajes permitían al eremita entrar más fácilmente en un estado de con-templación total, lo que lo conducía a unirse con el Divino Esposo. Con esta concepción, Tomás de Jesús, ideólogo carmelitano, creo el espacio desértico, el cual fue admi-tido como parte de las edifi caciones de la orden en 1592 por el general fray Nicolás de Jesús María Doria, y a partir de entonces comenzaron a desplegarse por los territo-rios peninsulares.19 Poco tiempo después, todas las provincias descalzas de carmeli-

16 Fray Francisco Jiménez de Cisneros, franciscano, nació en Torrelaguna (Madrid) en 1436, y murió en Roa (Burgos) el 8 de noviembre de 1517. Entre muchas otras acciones políticas y contemplativas se dedicó a prepa-rar un amplio programa de renovación para su Iglesia e, incluso, para toda la provincia toledana. Dirigió y pro-movió la reforma de los religiosos españoles, especialmente de su orden franciscana. Se preocupó en especial de la reorganización y fortalecimiento interno de las congregaciones de regular observancia, de la superación del conventualismo y de la dotación económica y adecuada dirección espiritual de los monasterios femeninos reformados. Pedro Sainz Rodríguez, La siembra mística del cardenal Cisneros y las reformas en la Iglesia, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1979.17 Anacoreta se llamaba en Egipto al campesino que huía de su aldea para eludir el pago de un tributo. Así, tanto el eremita como el anacoreta son hombres que buscan el desierto con ánimo de vivir en soledad, como una es-capatoria de un mundo que se les hace intolerable. Báez, El Santo Desierto: jardín de contemplación…, p. 8.18 A grandes rasgos, en el panteísmo el alma, que es lo mismo que Dios, simplemente se reintegra al absoluto y al hacerlo se aniquila a sí misma abismándose en el todo (o en la nada) del que se hallaba separada por un puro proceso emanatista. En el caso de los iluminados, los ejercicios piadosos son innecesarios pues se puede alcan-zar a Dios con un mero acto de iluminación súbita que se recibe como gracia divina. Báez, El Santo Desierto: jar-dín de contemplación… En cuanto al quietismo, era una doctrina mística heterodoxa, según la cual la perfección del alma consistía en el anonadamiento de la voluntad para unirse con Dios en la contemplación pasiva y en la indiferencia absoluta. Hacia 1530, la Iglesia declaró heréticas ambas posiciones y por tanto sus afiliados fueron perseguidos por la Inquisición. Marcel Bataillon, Erasmo y España, México, FCE, 1950, pp. 432 y ss.19 El primero fue el de Bolarque, fundado el 16 de agosto de 1592; al año siguiente se fundó el de Málaga, en 1597 el de Córdoba y en 1599 los de Alcalá de Henares, como el de Salamanca. CONDUMEX, rollo 46, carpeta 57. Las características arquitectónicas de los desiertos carmelitanos son plantas cuadradas con marcado eje de si-metría en cuyo centro se sitúa la iglesia cruciforme. Rodeado todo el perímetro por celdas y oficinas conventua-les, forman los tránsitos interiores tres pequeños patios, funcionando el central como atrio que permite el acceso

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tas tuvieron un yermo y como consecuencia se les proveyó de una legislación específi -ca,20 según establece el capítulo XIII de las Constituciones de la Orden.21

El mencionado capítulo, en sustancia, dice que cada provincia debía contar con un desierto propio, cuyo fi n sería “[…] que los religiosos que moren en ellas sirvan a todos los fi eles, y mucho más a toda la Iglesia, ocupados continuamente en oración, sú-plicas y vigilias, con la asidua mortifi cación del cuerpo y con otras obras piadosas [...]”. La construcción estaría separada de las ciudades pero no lejos de algún convento de la orden; el número límite de ermitaños clérigos sería de 20 y, el de hermanos, los necesarios para atender a la comunidad; el tiempo ordinario de la estancia sería de un año, pero podría haber cuatro padres lla-mados perpetuos porque residirían toda su vida en el desierto al haberlo pedido ellos

mismos; ni jóvenes profesos ni enfermos serían admitidos para habitar en el yermo y, por último, los seglares visitantes podrían pasar sólo hasta la iglesia.22 Estas fueron las normas generales, las específi cas se re-ferían a las actividades que debían realizar cada hora del día tanto los frailes que mora-ban al interior del convento como los que se encontraban en las ermitas individuales.

En síntesis, el desierto constituyó “[…] un espacio fundacional de soledad y de pér-dida de los caminos del mundo y, por tanto, ello supone la entera consagración del terri-torio como “santo yermo, sagrado vacío o, al menos, silvae sacrae. Espacio que limita drásticamente la anchura del mundo”,23 un área cerrada y sacralizada en la cual el ere-mita intentaba reconciliarse con el creador y recuperar el paraíso perdido.24 El desierto, entonces, no se constituía a partir de un sitio infi nito, sino que se encontraba demarcado

al templo, otro más en el lado poniente da cabida a la hospedería; una faja de jardines delanteros, a manera de colchón, separa el cuadrángulo de la barda en la que se encuentra localizada la entrada principal. Nile Ordorika Bengoechea, El convento del Carmen de San Ángel, México, Facultad de Arquitectura, UNAM, 1998, p. 73.20 Las primeras reglas se dieron en 1594. En 1604 se expidieron las leyes definitivas, las que se revisaron en 1658 y 1786, sufriendo leves modificaciones. A principios del siglo XVII se hicieron unas “instrucciones especia-les” y en 1628 se aprobaron sus “Costumbres Santas”, las cuales estuvieron vigentes hasta que se llevó a cabo el Concilio Vaticano Segundo, que hizo algunos cambios para legislar los desiertos que aún perviven.21 El Santo Desierto de los carmelitas…, p.16.22 Regla primitiva y constituciones de los religiosos descalzos del orden de la Bienaventurada Virgen Maria del Monte Carmelo, de la Primitiva Observancia, de la Congregación de España, Madrid, Imprenta de la Viuda de Miguel de Ortega y Bonilla, 1756.23 Fernando de la Flor, Barroco…, p. 288.24 Báez, El Santo Desierto: jardín de contemplación…, p. 139.

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con elementos naturales como el mar, en el monte Carmelo, o artifi ciales como unas trancas de madera, las cuales cumplían con la función de no dejar pasar seglares y eran símbolo de separación entre la naturaleza edénica y la externa, la mundana.

LA HERENCIA EREMÍTICA APREHENDIDA POR LA NUEVA ESPAÑA

Si bien el impulso eremítico se trasladó en las naves que llegaron a la Nueva España en 1585, el primer indicio que tenemos de ello arranca medio siglo antes. Bernal Díaz del Castillo mencionó en su obra a Gaspar Diez, quien “[…] todo lo dio por Dios y se fue a los pinares de Guaxalcingo, en parte muy solitaria, e hizo una ermita y se puso en ella como ermitaño, […]”.25

Más tarde, ese mismo ideal de repliegue interior se embarcó con la primera orden en-viada a la Nueva España. De hecho, dentro de los franciscanos su principal representan-

te, fray Martín de Valencia, permaneció como anacoreta en una cueva cerca de Amecame-ca los últimos dos años de su vida.26

Aunado a estas primeras demostra-ciones de un espíritu “fuera del mundo”, a mediados del siglo XVI doce franciscanos inmersos aún en la Philosofía Christi y ante el desencanto de una perfección cristiana que se intentó sembrar en Indias,27 crearon la provincia Insulana,28 la cual pretendía la supervivencia del ideal eremítico francisca-no medieval. Para llevar a cabo el proyecto, eligieron por primer provincial a fray Alonso de Escalona, quien “[…] quiso encaminar a su pequeña grey hacia lo interior del desier-to buscando la soledad, […] en todas partes hallaban tantos inconvenientes y difi culta-des que de común consentimiento ovieron de dar la vuelta, como la paloma a la arca de Noé, y sujetarse de nuevo a la provin-cia”.29

La Insulana sólo duró un año, pues el campo misional demandaba la presencia de

25 Bernal Díaz del Castillo, Historia de la conquista de la Nueva España, México, Porrúa, 1983 (Sepan cuantos…, 5), p. 569.26 Fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de la Nueva España, México, Porrúa, 1969 (Sepan cuantos, 129), p. 120.27 La Philosofía Christi es una síntesis de la teología y de la espiritualidad, síntesis hecha de conocimiento y de amor, alimentada por la meditación, la oración y la renunciación, coronada por la unión con Dios. León-Ernest Halkin, Erasmo, México, FCE, 1971, p. 145.28 Así nombraron al proyecto en honor del entonces general de la orden, fray Andrés Insulano. Rubial, “Tebaidas en el paraíso…”, p. 361.29 Fray Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México, Salvador Chávez Hayhoe, 1945, p. 120.

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los frailes para guiar a los infi eles hacia la “verdadera fe”.

Todavía durante las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del XVII, algunos hombres decidieron replegarse en las soli-tarias montañas que rodeaban los valles de Puebla y Tlaxcala, así como en los lagos del Anáhuac y Michoacán, para practicar una ri-gurosa penitencia.30

No obstante, el hombre que se convirtió en el símbolo de eremitismo en la Nueva España fue Gregorio López, quien por el año de 1562 se estableció a siete leguas de Zacatecas, después pasó a Los Remedios

y más tarde a Santa Fe por la acusación en su contra que llevaron ante la Inquisición los frailes franciscanos de Atlixco.31 El “pro-toanacoreta” —como le llamaron— no tuvo un culto popular extendido, sin embargo se dio a conocer sobre todo en la ciudad de México, donde se le llegó a considerar una gloria local y, por tanto, los criollos lo convirtieron en un estandarte que elevaron como representante fiel de la ortodoxia ca-tólica.32

Así se percibe cómo a lo largo de los siglos XVI y XVII se desarrolló una tradición eremítica tanto individual como colectiva

30 Rubial, “Tebaidas en el paraíso…”, p. 30.31 Antonio Rubial, La santidad controvertida, México, FCE, 1999, p. 100.32 Ibid., p. 106.

Historia, vol. 109, exp. 6, f. 286

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en tierra novohispana.33 Al parecer, la prác-tica era tan extendida que en 1596 Felipe II mandó a los ermitaños insertarse en al-guna de las familias regulares aprobadas y sólo permitió llevar una vida solitaria a los que tuvieran la autorización episcopal. De hecho, el Tercer Concilio Provincial Mexica-no ya había asentado esas prescripciones como una forma de centralizar el poder, dis-ciplinar la religiosidad y evitar la disidencia que el Concilio de Trento intentaba erradi-car mediante su regulación.

“Sin duda el concilio de Trento y el ter-cero mexicano fueron un punto de infl exión en el proceso de centralización del poder episcopal en Indias, pues la tendencia se-ñalada por ellos traería consigo el fi n de la Iglesia misionera a cargo de las órdenes religiosas que se habían impuesto desde el principio de la evangelización. Sin em-bargo, constituyeron tan sólo una orienta-

ción de ese proceso que si bien se venía gestando desde muy temprano el siglo XVI, sólo alcanzaría su momento de esplendor a fi nales del siglo XVII, cuando las Iglesias catedrales llegaron a colocarse como uno de los más importantes ejes rectores de la sociedad colonial.”34

Ante estos controles de concentración de poder, varios ermitaños decidieron ins-titucionalizarse, pues las ventajas eran mayores: paradójicamente tenían menos dependencia de los controles eclesiásticos, además quedaban exentos de ser acusados como herejes al dejar de ser contestatarios de la sociedad institucional y autoritaria que se estaba apropiando del contexto novohis-pano.35 Entre ellos encontramos a Diego de la Asunción, quien tomó el hábito carmeli-ta;36 Bartolomé de Torres, fray Juan de San Joseph y fray Bartolomé de Jesús María, quienes se afi liaron a la orden agustina.37

33 Para el siglo XVIII, la vida eremítica cayó en desuso hasta como recurso literario; ya no correspondía con las ne-cesidades de la sociedad de la época imbuida en los nuevos preceptos de la Ilustración. Así podemos entender uno de los factores de la pérdida de apoyo que sufrió el Desierto de los Leones, conforme avanzó el siglo.34 Leticia Pérez Puente, Tiempos de crisis y tiempos de consolidación. La catedral metropolitana 1653-1680, México, UNAM, CESU-El Colegio de Michoacán-Plaza y Valdés, 2005.35 Juan Bautista de Cárdenas, por ejemplo, estuvo cuatro años en la cárcel inquisitorial acusado de “iluso y alumbrado con grave sospecha de ser hereje sacramentario”. Rubial, “Tebaidas…”, p. 376.36 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el monte Carmelo Mexicano: mina rica de exemplos y virtudes en la historia de los Carmelitas Descalzos de la provincia de la Nueva España, descubierta cuando escrita por Fray Agustín de la Madre de Dios, religioso de la misma orden, revisión paleográfica, introd. y notas por Eduardo Báez Macías, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1986, p. 262.37 Rubial, “Tebaidas…”, p. 371. De la orden de los agustinos, fueron considerados anacoretas fray Antonio de Roa, evangelizador de la Sierra Alta; fray Juan Bautista Moya, apóstol de Michoacán, y fray Pedro de Suárez de Escobar, quien pasaba largas temporadas en las cuevas de Chalma. Además de esos agustinos encontramos

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Así, para cuando se estableció el primer yermo ofi cial en la Nueva España, éste no resultó un elemento ajeno para la población sino que, como expondré más adelante, los seglares lo concibieron en principio como una nueva oportunidad de participar en el culto al que tantos controles se le estaban imponiendo; sin embargo, los problemas surgieron cuando la participación de los lai-cos fue limitada y dio cabida sólo a la élite peninsular y criolla.

¿PARA QUÉ UN YERMO NOVOHISPANO?

Estas son puertas del cielo, que se

abren a los prudentes, y a necios (con

santo celo) no se les darán patentes

por más que de ello hagan duelo.

Inscripción en la cruz de la portería del Santo Desierto38

En 1600, en este ambiente de tradición ere-mítica, el procurador fray Pedro de la En-carnación viajó a la península ibérica para, entre otras cosas, conseguir la licencia de edifi car un desierto en la provincia de San

Alberto. Esa fundación cumpliría, por un lado, con el apartado de las Constituciones que indicaban que cada provincia carmelita-na debía tener un yermo y, por el otro, con el afán de instaurar un centro de vida ejem-plar como muestra de la nueva función que debían desempeñar las órdenes regulares.

Victoria Moreno afi rma que la idea de construir un yermo en Nueva España no respondió a que los carmelitas se hubie-ran olvidado del objetivo por el cual habían pasado a Indias —misionar—, sino que lo concibieron como un lugar de retiro para quienes fueran a embarcarse a China y a las Californias. Así, el terreno sería de adiestramiento para la actividad que lleva-rían a cabo en las tierras alejadas, además de forjar espíritus más fervorosos.39

En contraparte con la postura de Vic-toria Moreno, fray Agustín escribió que la construcción del desierto se debió a que los superiores pugnaban por los principios de la orden, lo que signifi caba la práctica eremíti-ca: “Veían que por ser mendicantes se de-bían al trato de las almas y a vivir entre los hombres, [pero] no era posible conservarse

a Juan González, capellán y confesor de Zumárraga, quien se retiró los últimos 25 años de su vida a las ermitas de Santiago, de la Piedad y de Santa Isabel Tola. También el laico Juan Bautista de Jesús, quien vivió en el área de Puebla y Tlaxcala entre 1621-1660. Rubial, “Tebaidas…”, pp. 361-362.38 Dionisio Victoria Moreno, Los carmelitas descalzos y la conquista espiritual de México, México, Porrúa, 1966, p. 215.39 Ibid., p. 269.

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mucho si se daban mucho a ese trato; pues el trato con hombres hace humanos como con Dios, divinos”.40 Si se alejaban dema-siado de su quehacer interno no ganarían almas y perderían la propia. De modo que fray Agustín de la Madre de Dios no lo veía como un sitio de paso para la misión, sino como un lugar de residencia para estar más cerca de Dios y con menos contacto con el mundo, como de hecho lo fue.

En un primer momento los carmelitas pasaron a Indias con una propuesta misio-nera, pero ésta se difuminó conforme inser-taron y consolidaron su posición en la socie-dad novohispana, a la par de los cambios al interior de la orden: si en un principio preva-leció la tendencia misional, a principios del siglo XVII lo hizo la claustral. Ya inmiscuidos en la sociedad pudieron irse replegando y quedaron disponibles sólo para los grupos acomodados, a los cuales prestaban servi-cios pues les conferían una distinguida po-sición socioeconómica.

El virreinato no exigió cambios sólo a los carmelitas, también a las demás órde-nes. Los agustinos, por ejemplo, ante los

constantes confl ictos con los obispos por la administración de las doctrinas y la propia desesperanza de que la Nueva Jerusalén había fracasado, fueron abandonando su apego hacia los indios y comenzaron a allegarse a los peninsulares pudientes me-diante la erección de conventos en las villas ricas. Por ello, con el tiempo, la orden con-solidó sus relaciones económicas, sociales y de servicios religiosos con la población que constituía la élite novohispana.41

Así, la erección del yermo se pretextó a partir de la necesidad de un sitio de pre-paración para partir a la misión; sin embar-go, para los superiores de la orden y por la propia tendencia que los carmelitas querían sembrar en América, la fundación signifi ca-ba el comienzo de la promoción del nuevo desempeño de los frailes: el repliegue ha-cia el interior con el fi n de estar más cerca de Dios para ser escuchados por él y sal-var el alma de los pecadores. El éxito fue contundente, basta asomarse a las cifras de fundación de capellanías que obtuvo la orden, en las cuales se cimentó su poder económico.42

40 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 270.41 Antonio Rubial, El convento agustino y la sociedad novohispana, 1533-1630, México, UNAM, IIH, 1989, pp. 124-169.42 Marcela Rocío García Hernández, Vida espiritual y sostenimiento material en los conventos de religiosos de la orden del Carmen Descalzo en la Nueva España. Las capellanías de misa, siglos XVII y XVIII, tesis de maestría, México, UNAM, 2002.

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LA BÚSQUEDA DEL SITIO. BENEFACTOR Y OPOSITOR

Tal era el apremio de construir el desierto que, mientras se conseguían los documen-tos necesarios para la edifi cación, el prior del convento de Puebla de los Ángeles, Juan de Jesús María, envió a fray Juan de San Pedro y a fray Tomás de Aquino a que buscaran un lugar idóneo para llevar a cabo la edifi cación dentro de la Angelópolis. Eli-gieron el lugar y días después el prior fue a verlo para dar su aprobación.43 El territorio quedó demarcado en las faldas de la Sierra Nevada -dentro de la provincia de Huejo-tzingo y cerca del pueblo de San Salvador- para fundar el yermo, sin embargo, “[…] na-die quería gastar su hacienda en edifi car en montes porque […] son muy pocos los que sin aplausos buscan la gloria de Dios”;44 no oobstante, poco tiempo después -según afi rmaron los carmelos- la Divina Providen-cia envió al benefactor idóneo.

En 1593, cuando el padre Juan de Je-sús María era maestro de profesos en San

Sebastián, llegó a confesarse Melchor, un joven a quien el religioso disuadió de tomar el hábito carmelitano. Aquél debía arreglar algunas cosas al ser encomendero y mer-cader en Veracruz, pero prometió volver para ingresar a la orden. Sin embargo, para cuando regresó el mancebo, el padre Juan de Jesús María ya no se encontraba en México sino en Valladolid y poco después Melchor decidió casarse, por lo cual se frustró toda posibilidad de ser miembro de los carmelitas descalzos.45 Años después, el ya adulto Melchor de Cuéllar se mudó a Puebla de los Ángeles, se reencontró con el padre Juan de Jesús María y por no tener familia le ofreció todas sus posesiones para ayudarle en lo que fuera necesario: “Y que así vengo inspirado de su majestad, con particular impulso, a que vuestra reverencia me diga que he de hacer de mi hacienda porque me manda interiormente que no salga en cosa alguna de lo que me orde-nare. […]”.46 En ese momento, el carmelita le pidió ser el benefactor del sitio donde la orden quería edifi car un desierto en la Nue-

43 CONDUMEX, rollo 46, carpeta 57, p. 4.44 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 270.45 Natural de la ciudad de Cádiz, hijo legítimo del Dr. Diego de Cuéllar y de doña Leonor de Cerruelo. Se casó con doña Mariana de Aguilar Niño, con cuyos padres, don Melchor de Aguilar y doña Leonor de Escobar Melga-rejo, hizo escritura para recibir de dote 20,000 pesos de oro. En Veracruz obtuvo buenos ingresos en cuestiones de comercio; después pasó a Puebla, donde fue regidor, y en la ciudad de México compró el oficio de ensayador y fundidor de la Casa de Moneda. CONDUMEX, rollo 46, carpeta 57.46 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 271.

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va España. Cuéllar respondió a esta súplica afi rmativamente.

En general, el patrono del yermo se comprometió a dar, para la obra y edifi cio, 16,000 pesos de oro común en cuatro años desde el día en que se comenzaran a juntar los materiales. Cumplido ese tiempo, daría cada año 2,500 pesos de oro común hasta que se acabara el monasterio, y se obligó a dar la misma cantidad para el sustento de sus habitantes cada año. A cambio, además del rezo de su alma,47 quiso que el yermo se llamara Virgen María del Monte Carmelo y que “[…] el dicho convento del Desierto se ha de hacer y se hará ocho o diez le-guas a lo más largo, distante de esta ciudad de los Ángeles en el contorno de ella y no mas, que sean en este obispado o fuera de el, como sea dentro de las dichas diez le-guas”.48 Esta cláusula tuvo que eliminarse al tenerse diversos inconvenientes para su

cumplimiento, lo cual trataré más adelante.Ese mismo año, en el cual consiguieron

al mecenas del yermo, el prior Juan de Je-sús María concluyó su gobierno y lo sucedió fray José de Jesús María. A la par, llegó el segundo visitador de la provincia y tercer provincial, fray Martín de la Madre de Dios, quien traía consigo las licencias del rey y las de la orden para fundar el desierto:49

“[…] para que los religiosos a tiempo se retiren a ella para darse más a la oración y que en las Indias es esto más necesario, por haber de tratar de la conversión de los indios y particularmente los que hubieren de ir a Filipinas, […] y por la presente doy li-cencia a la dicha Orden para fundar la dicha casa de Desierto en la dicha provincia de Nueva España […] y con licencia del ordina-rio no lo impida, que así es mi voluntad. Fe-cha en Tordesillas a 22 de febrero de 1602 años. Yo el rey. […]”.50

47 Si bien es cierto que la institución de la capellanía tuvo su origen en la Edad Media, también lo es que fue a partir del Concilio de Trento que su práctica se generalizó, ya que descansaba en tres principios que allí fueron reconocidos: la importancia de las buenas obras para alcanzar la salvación, la existencia del purgatorio y el po-der redentor de la misa. Marcela Rocío García, Vida espiritual y sostenimiento material…, p. 49. Era tal el arraigo de estas ideas, sobre todo a partir de Trento, que en la fundación de capellanías se percibe la preocupación por la salvación del alma y lo que se debe hacer a favor de ella “[…] considerando que de fundar una capellanía se aumenta el culto divino y con las misas que la constituyen y se manda decir y se dicen reciben sufragio las áni-mas del purgatorio a quien la ley de caridad nos obliga a socorrer […]”. Capellanía fundada por José Bañuelos Cabeza de Vaca y doña Isabel Cisneros su mujer, ciudad de Puebla de los Ángeles, 1604, Archivo Histórico del Insituto Nacional de Antropología e Historia, fondo Eulalia Guzmán, legajo 75, documento 2.48 CONDUMEX, rollo 46, carpeta 57.49 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 272.50 AGN, Tierras, vol. 3698, p. 45.

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El rey, como ya lo vimos, no sólo es-taba imbuido en un ambiente contrarrefor-mista, sino que como patrono de la Iglesia Indiana, además, veía en este yermo otro de los tantos aparatos reformistas y pro-bablemente disciplinares necesarios para la centralización del poder mediante el re-pliegue del clero regular de las doctrinas, la promoción de un nuevo desempeño de los frailes ante la sociedad y el incitar la evan-gelización de los territorios alejados -mas no el adoctrinamiento, correspondiente al clero secular.

En este sentido, tanto el virrey como el arzobispo dieron la autorización sin mayor problema, pues estaban ratifi cando la auto-ridad real. Además, en particular, el segun-do veía conveniente el “encierro” del clero regular pues representaba minar su poder entre los indios y la posibilidad de concen-trarlo en manos del obispo. Para ambos era clara la intervención social y política de los frailes, sustentada en el control ideológico ejercido mediante la religión.51

Los frailes habían sido requeridos para llevar a cabo la evangelización en los pri-meros momentos de la Conquista, pero al pasar el tiempo se apropiaron de la tarea

de misión y de la de adoctrinamiento. El cambio político pretendido por la Corona necesitaba el repliegue de esa fuerza regu-lar -facción que constituía una potencia en detrimento del poder político y económico monárquico- y la instauración de un alia-do más cercano a él, como el clero secu-lar. Para principios del siglo XVII, los frailes eran requeridos para la oración desde sus conventos y para concluir la tarea misional pendiente en el norte. De esta forma se entiende la presión ejercida por Felipe II y Felipe III para que las parroquias pasaran a manos del clero secular y para que el clero regular hiciera una labor misionera al norte, sujeto al obispo -justifi cado esto en el conci-lio tridentino- y abandonara su cercanía con los indios para disolver el poder que esa alianza les otorgaba.

A la par de la cédula real, el 19 de mayo de 1602, el general de la orden fray Francis-co de la Madre de Dios dio su permiso para la erección del yermo.52 Ya con ese docu-mento, en 1603, el defi nidor Juan de Jesús María fue a la ciudad de México para que el virrey recién llegado le ratifi cara la licencia otorgada por Felipe III para fundar el desier-to.53 En 1604 consiguieron los que parecían

51 Rubial, El convento agustino…, p. 157.52 AGN, Tierras, vol. 3698, p. 46.53 El provincial de San Alberto, fray Martín de la Madre de Dios, dio la facultad oficial al definidor fray Juan de

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ser los últimos trámites para comenzar la construcción: la autorización del arzobis-po,54 fray García de Mendoza y Zúñiga, y la del virrey marqués de Montesclaros,55 quien otorgó la licencia el 13 de septiembre al mismo tiempo que ordenó que se vendieran las casillas de indios ubicadas en el lugar donde se iba a labrar el yermo.56

Ya con todos los permisos en mano, el provincial se dirigió al obispo Diego Ro-mano para que legalizara el ofrecimiento que les había hecho respecto a dar licencia para fundar el desierto en algún territorio de su jurisdicción.57 No obstante, el obispo se negó. Ante esta oposición, ni siquiera las súplicas de cuatro oidores de la Audiencia y el virrey tuvieron resultado para que Roma-no cambiara de opinión.58

Al parecer, el problema se debió a que en el convento de Puebla que fundaron los descalzos se encontraba una ermita de la cual se hicieron cargo, pero -según cuenta fray Agustín de la Madre de Dios- los cofra-

des querían “[…] poner y conservar en ella algunas cosas menos ajustadas a nuestro estado y retiro, procurando valerse del po-der del señor obispo para salir con todo”. Fray José de Jesús María, que era prior en-tonces, intentó negociar las actividades que los cofrades desempeñarían en la ermita; sin embargo, tanto el obispo como las per-sonas del lugar vieron esto como un agravio y descortesía al percibir que los carmelitas querían implantar nuevos manejos en lo que era parte de su jurisdicción.59

Los primeros años de vida en Nueva España, los carmelitas tuvieron muy buen trato con el obispo, de hecho éste puso la primera piedra del convento fundado en la villa de Carrión, hoy Atlixco, el 28 de septiembre de 1589.60 Pero la relación se fue deteriorando, pues paralelamente al altercado ocasionado por la cofradía, la orden ya había tenido enfrentamientos con Diego Romano desde que había sido nombrado visitador para realizar el juicio

Jesús María para que hiciera las diligencias necesarias en favor de la edificación del yermo el 15 de noviembre de 1604. AGN, Tierras, vol. 3698, p. 48.54 Fechada el 13 de diciembre de 1604. AGN, Tierras, vol. 3698, p. 49.55 CONDUMEX, rollo 3, carpeta 274, p. 18.56 Dionisio Victoria Moreno, Los carmelitas descalzos…, p. 274.57 Diego Romano, quien sucedió en el obispado de Tlaxcala a don Antonio Ruiz de Morales, fue electo en 1578 y gobernó dicha diócesis por 28 años; nació en 1538 y murió en 1606.58 El Santo Desierto de los carmelitas…, p. 39.59 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 273.60 Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México, México, Imprenta del Asilo Patricio Sanz, 1924, p. 317.

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de residencia del benefactor y amigo de los carmelitas, el virrey Villamanrique; tal fue el veredicto en contra del marqués que hasta su confesor, un carmelita, fue remitido a la península.61 Además, el obispo de Tlaxcala

contaba con una cédula real que ordenaba dar concesiones sólo a miembros del clero secular.62

Ante la reiterada negativa de Diego Ro-mano y en vista de la orden dada por el Con-

61 La tiranía del marqués de Villamanrique resultó intolerable, según cuenta Rubio Mañé: censuraba las cartas dirigidas a la metrópoli, restringía las predicaciones contra su mala administración y su codicia; además, creó todo un aparato burocrático de amigos y familiares. Lo cierto es que ante tantos percances, Diego Romano fue nombrado visitador del virrey, quien procedió con tal rigor que “[…] hasta la marquesa fue desprendida de su ropa”. Ignacio Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, vol. 2, México, , Instituto de Historia, 1955-1963, p. 133. El procedimiento de la evaluación del gobierno del marqués afectó directamente a los carmelitas en tanto que habían llegado con el virrey presentándose como amigos cercanos de él. Así mis-mo, fray Juan de la Madre de Dios -quien dirigió la expedición de los carmelitas a la Nueva España- era confesor de la esposa del marqués de Villamanrique y en ocasiones de él, por lo que cuando este último fue llamado para ir a la península con tan mala reputación, el general carmelitano hizo que fray Juan también regresara a la metró-poli. Tales repercusiones tuvo esta visita, que más adelante veremos el altercado que los carmelitas enfrentaron con el obispo Romano al no autorizarles la fundación del yermo en territorio de su jurisdicción.62 Diego Romano siempre defendió la secularización de las parroquias y enfrentó fuertes batallas con los regu-lares. Este espíritu no sólo residía en su papel como obispo, tenía raíces desde su formación, pues para ese momento era de los pocos obispos que no procedían de órdenes religiosas sino del clero secular.

Tierras, vol. 308, exp. 4, f. 28 bis.

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cilio de Trento en relación con la necesaria licencia del obispo para fundar,63 sólo que-daba una solución: convencer al benefactor de edifi car fuera de Puebla de los Ángeles. El marqués de Montesclaros,64 el arzobispo y el oidor Quezada intentaron persuadirlo, sin embargo, Melchor de Cuéllar no aceptó pues al estar alejado no podría gozar del sitio del cual sería patrono.

No fue sino hasta que el padre Juan de Jesús María le envió una carta,65 que Melchor de Cuéllar quedó disuadido; éste le respondió en carta fechada en Puebla de los Ángeles el 19 de noviembre de 1604: “[…] si en esta vida no pudiere gozar mi alma del consuelo que le causara frecuen-tar la asistencia en ella y la comunicación de los siervos de dios que la han de habitar, confío en la divina misericordia que en la otra tendrá el premio de haberla hecho y go-zará del mérito de las oraciones y sacrifi cios que por ella se han de ofrecer. […]”.66

Además de esta epístola, Cuéllar escri-

bió al padre provincial para informarle que revocaba la cláusula de la escritura que decía que el desierto se fundaría a ocho o diez leguas de Puebla y mandó a Alejandre Federique, su administrador, para que diera el dinero necesario para empezar la obra.67

LEGITIMACIÓN AL ELEGIR EL SITIO

Junto a las diferencias que existían para decidir el lugar para erigir el yermo, el padre Juan de Jesús María obtuvo testimonios de personas que soñaron o experimentaron vi-siones de que la fundación no se iba a llevar a cabo en la Sierra Nevada. Los carmelitas interpretaron tales confesiones como seña-les divinas, aunque fueron en realidad una forma de legitimar su estancia en el nuevo lugar elegido: los montes de Santa Fe.

Cuenta el padre Juan de Jesús María que fue a verlo una mujer muy devota, la cual le dijo que el yermo se iba a fundar arri-ba del pueblo de Santa Fe.68 Otro, que des-

63 Sacrosanto y ecuménico concilio de Trento, traducido al idioma castellano por don Ignacio López de Ayala. Agrégase el texto original corregido según la edición auténtica de Roma, publicada en 1564. Con privilegio, Madrid, Imprenta Real, 1785. Sesión XXV, De los regulares y las monjas, cap. III.64 El virrey marqués de Montesclaros y Melchor de Cuéllar se conocían desde que el primero llegó a la Nueva España, ya que el segundo fue el encargado de recibirlo como regidor de Jalapa a su llegada al puerto. Dionisio Victoria Moreno, Los carmelitas descalzos…, p. 273.65 La carta está reproducida en El Santo Desierto de los carmelitas…, p. 52.66 Ibid., p. 277.67 Dionisio Victoria Moreno, Los carmelitas descalzos…, p. 277.68 El Santo Desierto de los carmelitas…, p.274.

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pués tomó el hábito carmelitano, Diego de la Asunción, le contó que un día en su tierra, hoy Guatemala, experimentó un arrobamien-to en el que el Señor lo trasladó a la Nueva España como un espíritu y lo “[…] puso en un monte que estaba cercado de otros montes más altos, y en medio de él veía un convento pequeño cuya iglesia no tenía puerta a la ca-lle; pero delante de la portería había un patio y estándolo él mirando vio salir de la portería una procesión de religiosos, nuestros carme-litas descalzos, […]”.69

En dicha procesión participaban tam-bién Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, quienes agradecieron a la Virgen del Monte Carmelo que se fundara un yer-mo en la Nueva España. Así mismo, dijo que observó dos torreones sobre los cuales había millares de demonios que atacaban el convento con arcos y fl echas de fuego, pero apenas las fl echas tocaban la pared de la edifi cación, éstas caían al suelo.

Rescaté la descripción, pues en ella se reproducen algunos de los elementos co-munes de la tradición popular respecto a los yermos. En primera instancia está la alusión a una experiencia mística, característica de la vida en el desierto ante una oración cons-tante y en medio de un ambiente inculto.

Después le siguen dos elementos propios de esos sitios: la cerca natural del espacio edénico y una iglesia cerrada al mundo te-rrenal, representada en esta visión por la carencia de puerta a la calle. Luego hay un simbolismo de veneración hacia la Virgen del Monte Carmelo por parte de las tres pri-meras órdenes que llegaron a la Nueva Es-paña, pero no las primeras en constituirse; esta es en gran medida la defensa que los carmelitas siempre emprendieron sobre su origen primigenio. Por último, la idea de las tentaciones y ataques del demonio, lo cual representa no sólo las luchas internas a las que se sometían los ermitaños, sino las ex-ternas que vencían con quienes se oponían a la fundación.

El padre Juan de Jesús María envió entonces a algunos hermanos de orden a comenzar de nuevo la búsqueda del sitio en el cual establecer el yermo. Se dirigie-ron a Cuajimalpa, en lo alto de los montes de Santa Fe y en esa zona, el 2 de diciem-bre de 1603, hallaron el lugar que tenía las características necesarias para edifi car un desierto; el único inconveniente era que no contaba con brotes de agua cercanos. Aquí hay discrepancia en las crónicas y documentos de archivo. Unos testimonios

69 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 275.

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afi rman que cuando los frailes andaban en los montes, se les apareció Juan Bautista vestido de indio tlaxcalteca para mostrarles el lugar en el cual habrían de fundar el de-sierto y fue hasta que realizaron una visita posterior cuando los carmelitas localizaron un ojo de agua.70

Fray Agustín de la Madre de Dios men-ciona que un día los carmelitas andaban en la búsqueda del sitio cuando “[…] vieron junto a sí un indio […] las naguas [dice el hermano] como de tlaxcalteco […]”,71 los saludó y preguntó qué necesitaban. Ellos no respondieron, entonces el indio tomó de nuevo la palabra y dijo: “Buscáis un lugar y sitio donde labrar el desierto, […]. Pues subid en las mulas y seguidme, que yo os lo vengo a enseñar. […] ‘Este es el lugar que tiene escogido Dios para que hagan pe-nitencia los hijos de su madre’. Y diciendo estas palabras se les desapareció por entre aquellas matas”.72

Otros afi rmaron que fue Juan Bautista quien les mostró el agua pero no el sitio en

el cual se debía erigir el yermo. “Quando de repente vieron junto a si un mancebo de linda disposición, vestido a lo indio, que les preguntaba la causa de aver allí llegado [...]. Bolvio a instar a los Padres, le dixessen lo que por allí buscavan: mas previniéndoles la respuesta, señaló con el dedo donde en-contrarían el agua que tanto desseavan”.73

Ambos relatos tienen la misma descrip-ción del indio, así como el pasaje donde se dice que al ir a la iglesia de San Mateo a dar gracias, los carmelitas reconocieron en la imagen de San Juan Bautista, que se en-contraba en el altar, al indio que les había señalado ya sea el territorio de fundación o un manantial para proveerse de agua. En cualquier caso, lo importante es la apa-rición de San Juan Bautista, pues es uno de los reiterados símbolos representados en las vidas de los santos. Esta fi gura se convirtió en un emblema de aprobación y bendición de los ermitaños a los cuales se les aparecía para ayudarlos.74 A la par, la vestimenta tlaxcalteca signifi caba que, así

70 “Sólo nos descontentó el no haber agua en él, […]; y viendo que no había agua y sin agua no se podía fundar el yermo, nos volvíamos ya […]. El hermano Fray Juan de Jesús, que iba delante de nosotros ya allá en lo alto y en el fin de la loma dijo: ‘¡Ah!, padres, aquí suena mucho agua, y a cuatro pasos vimos un muy grande arroyo de agua, […]”. Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 279. Cfr. El Santo Desierto de los carmelitas.71 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p.. 278.72 Idem.73 CONDUMEX, rollo 5, carpeta 506, hoja 17.74 Los sustratos en los que se inspiró el tipo de vida eremítica se conformaron con tres figuras bíblicas: Elías,

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como ese grupo indígena había ayudado a la Conquista, ahora se emprendía una nue-va conquista espiritual, en la que auxiliaba Juan Bautista. Este elemento denotaba la aprobación de la Divina Providencia, la cual servía para justifi car la estancia en los mon-tes de Santa Fe.

APOYOS Y ENFRENTAMIENTOS PARA LA FUNDACIÓN

Luego de haber elegido el sitio, se comen-zaron las diligencias entre los pueblos cir-cunvecinos del monte de Santa Fe y todos estuvieron de acuerdo con llevar a cabo la fundación, pues “[…] aquello era una tierra inhabitable en la cual había muchas tem-pestades y muchos leones y que en siendo puesto el sol no había indio que se atreviese a estar en ella, por causa de los leones”.75

Así, el 16 de diciembre de 1604 el mar-qués de Montesclaros dio posesión formal del monte y de 24 indios continuos de re-partimiento al padre Juan de Jesús María.76

Fungieron como testigos del acto indios de San Mateo Tlaltenango.77

El documento de la merced hecha a los carmelitas dice que antes de llegar a la zona en la cual se fundó el desierto se encontraban dos montes, uno pertenecía al pueblo de indios de San Mateo Tlaltenango y el otro a San Pedro Cuajimalpa; también lo cercaban los pueblos de Xalatlaco y Atla-pulco.78 Además, rodeaban el lugar diversos ríos y manantiales como el de Magdalena, San Juan, Elías y la fuente del Buey.79

Más adelante, el 6 de septiembre de 1605, el virrey anexó a su primera dotación “[…] las vertientes de dos altísimas sierras que ciñen el tal sitio donde se habían de la-brar las ermitas y que debían de servir de muro a la clausura por su agrísima aspe-reza, […]”.80 El terreno fue ampliado con la donación del marqués del Valle, quien años más tarde les dio la cañada que se encon-traba en la parte norte del camino, la cual lo atravesaba de oriente a poniente en direc-ción al valle de Toluca.81

en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo San Juan Bautista, vestido con pieles de animales y comiendo langos-tas, así como Cristo, quien también se retiró al desierto. Rubial, “Tebaidas…”, p. 356.75 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 280.76 Doce indios del pueblo de Tacuba y doce de Atlacubaya. CONDUMEX, rollo 46, carpeta 57.77 AGN, Tierras, vol. 3698, primeras fojas.78 Idem. 79 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 286.80 AGN, Tierras, vol. 3698, primeras fojas.81 Más adelante retomaré los conflictos causados por una acusación de usurpación de tierra en contra de los

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La obtención de este vasto territorio y la actividad eremítica no marcharon con tran-quilidad. El 21 de enero de 1605, el cuarto marqués del Valle pidió que se revocaran las mercedes del monte dadas a los car-melitas, pues alegaba la jurisdicción sobre esas tierras.82 Pedro Cortés argumentó que Carlos V había premiado a su abuelo por los servicios prestados a la Corona otorgán-dole Coyoacán como merced, entre otras, y que los territorios dados a los carmelitas descalzos pertenecían a dicho lugar.

En la misma fecha en la que el marqués interpuso la demanda, José de Celis,83 en nombre de los indios de Coyoacán, San Bartolomé, San Pedro Cuajimalpa y los de San Mateo Tlaltenango, se opuso a la fundación. Dijo que debía revocarse la do-nación porque los habitantes de los pue-blos que defendía no habían sido citados cuando se llevaron a cabo las diligencias y porque la presencia de los frailes causaba muchos males, pues en el sitio donde se habían establecido, hasta hacía poco, los indios obtenían madera y carbón que ven-

dían para sostenerse y pagar el tributo. Si los carmelitas no los dejaban talar, ellos no tenían con qué comer.

Leonardo de Salazar, en nombre de los labradores de Santa Fe, Tacuba, Tacuba-ya y de los Altos de México, presentó otra petición de revocación de la merced dada a los descalzos, pues las aguas que antes bajaban a dichos lugares servían a los in-dios para realizar sus labores, y ahora eran aprovechadas por los frailes. Además pro-testó porque los carmelitas no los dejaban talar en los pueblos anteriores e impedían pastar a sus ganados, actividades necesa-rias para su sustento. Así, en conjunto el marqués, los indios y labradores de ocho pueblos vecinos pidieron la anulación de las autorizaciones otorgadas a los carmeli-tas para establecerse en dicho monte.

Ante los reclamos y los perjuicios argu-mentados, el cabildo de la ciudad apoyó a los demandantes ante la Audiencia, pues señaló que era mucho el daño ocasiona-do con la fundación del desierto en esos montes, pues los indios quedaban despro-

carmelitas a la par de la supuesta donación hecha por el marqués del Valle del mismo terreno. El Santo Desierto de los carmelitas…, p. 59.82 Báez, El Santo Desierto: jardín de contemplación…, p. 18.83 AGN, “Descripción de don José de Celis a nombre del doctor Don Diego Romano, obispo de Tlaxcala, sobre no conceder licencia a los religiosos franciscanos y de otras órdenes para la erección de nuevos conventos”, Jesuitas, vol. 1-14, exp. 54, 547 fojas.

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tegidos, además de que los frailes detenían el agua que bajaba a la ciudad.84 El ayun-tamiento de la ciudad de México envió a dos regidores para informar acerca de los daños causados por el sitio; la resolución fue positiva para con los carmelitas, pues la notifi cación dice:

“[…] de malos tratamientos no hallamos nada sino decir que no dejan cortar la leña y madera y apacentar el ganado de los labra-dores. Y tratándolo con los dichos religio-sos respondieron ser así porque cortando la dicha arboleda no estan las ermitas con aquel espíritu y sentimiento de yermo que hoy tienen, y estar ocultos para sus peniten-cias. Y asimismo, si apacientan los bueyes y ganados por allí era fuerza andar gente y les sería estorbo a su pretensión e intento, pues la mayor fuerza de su penitencia era no hablarse los religiosos unos a otros y buscar quietud y tener todo aquel boscaje para lugar de penitencia; y que teniendo quien les estorbase esa quietud no se cum-pliría con su deseo. […]. No se contradiga mas y si es posible se le sirba escribir al marques no se lo contradiga por estar en tierras y terminos de su estado que por ello sera Dios servido hacer mucho bien a esta

ciudad pues es todo en su servicio”.85

El documento expedido por la Audien-cia para Felipe III, fechado el 5 de agosto de 1605, determinó lo siguiente: como reso-lución respondió a Diego Haro -procurador de Pedro Cortés- que no se podía admitir su demanda porque la donación real no incluía los montes y pastos que por tradición eran comunes, la petición había sido presentada fuera de tiempo y las mercedes dadas a la orden se habían hecho siguiendo los pro-cesos acostumbrados con consentimiento del marqués de Montesclaros, representan-te directo del rey. A los delegados de los distintos pueblos circunvecinos del monte se les contestó que se habían realizado las diligencias para llevar a cabo la merced y que ninguno de ellos se había opuesto en el momento oportuno. Al cabildo se le satisfi zo con “la vista de ojos”.86

El propio Melchor de Cuéllar fue presa de la crítica, pues sus conocidos le cues-tionaban que un hombre de entendimiento gastara su hacienda edifi cando un desierto. La gente de la plaza que gritaba al benefac-tor califi caba a los carmelitas de noveleros, asegurando que la fundación constituía una oportunidad para hacerse célebres.

84 AGN, Tierras, vol. 3698, p. 60.85 AGN, Tierras, vol. 3698, p. 81.86 CONDUMEX, rollo 46, carpeta 57, p. 17.

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A más de las autoridades civiles y el populacho, se opusieron a la erección las órdenes religiosas. El vicario de Santo Do-mingo también expuso su insatisfacción87 y en “Un día de fi esta juntó a los indios de su partido y con voces y estruendo vino a quitarnos una acequia con que nos íbamos cercando, […], de donde envió a amenazar al Desierto que había de venir otra vez capi-taneando mayor fuerza de gente a destruir-nos la acequia”.88

Aunque Dionisio Victoria Moreno no da nombres, dice que se publicaron libros en

los cuales se criticaba la tendencia de la orden a ser montaraz y no guía espiritual, que era lo que se necesitaba para que no se perdieran almas. A la par de estas diatribas, el jesuita Eusebio de Nieremberg conside-raba al eremitismo una vida de imperfectos nunca mencionada por Santo Tomás, por lo tanto, de dudosa procedencia.89

Como se puede percibir en este último caso, la rivalidad entre las dos armas con-trarreformistas comenzó con la llegada de los carmelitas a la Nueva España y, aún para principios del siglo XVII, su enemistad

87 Probablemente se refiere al convento de San Jacinto que tenían los padres dominicos en San Ángel. Con este convento tuvieron algunas dificultades los carmelitas de San Ángel. El Santo Desierto de los carmelitas…, pp. 270-271.88 Ibid., p. 271.89 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p.271.

Clero Regular y Secular, vol. 135, fc. 100.

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no había desaparecido; cada una defendía la forma en la cual llevaba a cabo su religio-sidad. La Compañía era contraria del todo a la pasividad mística que desviaba al hombre de la actividad pastoral con sus semejantes, mientras que los carmelitas consideraban que su vida en el yermo era una forma de adquirir virtudes y orar continuamente por las necesidades de la Iglesia.90

Con independencia de la opinión je-suita, otros defendían a los hijos de Santa Teresa, pues los consideraban interceso-res favoritos de Dios, creían que gracias a sus oraciones se alejarían las desgracias y catástrofes de la ciudad y, sobre todo, que ayudarían a aminorar las penas que sus habitantes estaban destinados a pasar en el purgatorio.91 De lo anterior da cuenta el importante número de capellanías fundadas

en su favor tanto por peninsulares como por criollos.92

Luego de los confl ictos, por fi n, el 1 de enero, día de la Circuncisión, entraron los primeros frailes que constituirían el cuerpo de habitantes del yermo. Así, el 25 de ene-ro de 1605, se fundó el que se llamó en un primer momento -por petición de su funda-dor- Santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen o del Monte Carmelo.93 Es indispen-sable remarcar que el día 25 de enero tiene una fuerte connotación simbólica y bíblica pues los doce franciscanos partieron de la península ibérica rumbo a la Nueva España en esa fecha y, por otra parte, ese mismo día se celebra la conversión de San Pablo. Así, en conjunto puede verse a los carmelos como uno de los grupos remitidos desde la península como nuevos portadores de la fe

90 Idem.91 Gerald Brenan, San Juan de la Cruz: biografía, Barcelona, Laia, 1980, p. 25. 92 Los carmelitas recibieron capellanías fundadas con bienes diversos: inmuebles, muebles, libranzas o docu-mentos de valor. El fundador entregaba al convento recursos para que sus religiosos ofrecieran determinados servicios, generalmente a perpetuidad; así, el convento no podía consumir el capital otorgado, sino que debía ponerlo a trabajar, es decir, invertirlo para hacerlo productivo y únicamente beneficiarse de los réditos anuales que éste dejaba. El monasterio se comprometía a cuidar el caudal y a cumplir con los servicios religiosos que el fundador pedía. Sin embargo, en un primer momento, en lugar de que la orden administrara los fondos, le prestaban el capital a algún individuo o corporación -usualmente con alguna forma de bienes inmuebles como garantía- a cambio de una renta anual fija (casi siempre cinco por ciento) a pagarse a los carmelitas. Sólo como ejemplo, entre 1595 y 1620 los descalzos ya contaban con 69 capellanías en sus cuatro diferentes conventos que habían fundado hasta entonces (Puebla, Celaya, Coyoacán, Querétaro); este número fue en aumento, pues hasta antes de 1780 tenían un total de 651. El promedio de los montos era de entre 1,001 a 5,000 pesos, aunque algunos rebasaban los 10,000 pesos. Marcela Rocío García, Vida espiritual y sostenimiento material…, pp. 96-102.93 Llegaron para preparar la fundación el padre fray Juan de Jesús María, fray José de la Anunciación, fray Andrés de San Miguel (el que sería el arquitecto de él) y fray Antonio de la Asunción, el 1 de enero de 1605.

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y como responsables de la tarea evangélica de Indias, aunque con un sistema radical-mente distinto del usado hasta entonces: permanecer alejados del adoctrinamiento para dedicarse a la misión, la predicación o la clausura; los carmelitas -ya para el siglo XVII- sólo se apropiaron de la última.

El 23 de enero de 1606, el virrey puso la primera piedra del edifi cio, el cual se con-cluyó hasta 1611 y fue el 2 de julio de ese año que se comenzaron los ejercicios espi-rituales en el lugar.

Paralelamente a la construcción del yermo, se fundaron ermitas hechas con las donaciones de benefactores particulares. Las crónicas hacen mención de diez er-mitas, pero ahora sólo se localizan nueve, pues las evidencias indican que la de Santa Bibiana desapareció al erigirse la segunda iglesia en 1722.94

“Los Santos Desiertos se caracterizan por la existencia de un gran número de ermi-tas diseminadas en un gran espacio exterior a las cuales se retiraban […]. Cuentan, ade-más, con un edifi cio centralizado y ordenado en el que se practica la oración en común.

En el vasto recinto exterior se encontraba también el Vía Crucis, generalmente de gran escala, formado en ocasiones por cruces de madera o piedra y en otras, por ermitas situadas como estaciones […]. Todo este conjunto estará cercado por una gran barda llamada de excomunión, y en su acceso se encontrará la Puerta Regular, que permitirá, después de atravesar un patio, ingresar a la portería del Santuario.”95

Las ermitas son las siguientes:

1. De El Calvario2. San Juan Bautista3. Getsemaní u Oración del Huerto4. San Alberto5. Nuestra Madre Santa Teresa de Jesús6. Santa María Magdalena7. Santa Bibiana Virgen y Mártir8. Nuestra Señora de la Soledad9. San José10. San Juan de la Cruz

La ermita de El Calvario se construyó a costa de don Alonso Ramírez de Vargas, uno de los poetas criollos más connotados

94 Se trata de El Calvario, San Juan Bautista, Oración del Huerto o Getsmaní, San Alberto, Santa Teresa de Jesús, Santa María Magdalena, Santa Bibiana, La Soledad, San José y San Juan de la Cruz. Esta última está destruida y sus restos se encuentran sobre la carretera que va hacia el Desierto. La de Santa Teresa y la del Calvario cambiaron de nombre y ahora se llaman de San Elías y de La Trinidad, respectivamente. Báez, El Santo Desierto: jardín de contemplación…, p. 23.95 Ordorika, El convento del Carmen de San Ángel…, p. 71.

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del siglo XVII,96 además de capitán y ocu-pante del cargo de alcalde mayor de Miz-quiahuala.97 La ermita de San Juan Bautista tuvo como patrón a Juan de Saldívar, capi-tán en la villa de Nuestra Señora del Mar de Herrera y alcalde ordinario; su padre fue un español que encabezó una expedición desde Galicia hasta la Florida, por lo que se le consideró uno de los fundadores de Guadalajara.98

De la ermita de Getsemaní u Oración del Huerto, el patrón fue el capitán García de Cuadros, mercader peninsular que tenía un negocio de barcos y de libros.99 La er-mita de San Alberto se construyó a costa del peninsular don Francisco Hernández de Higuera, quien contaba con el ingenio de La Santísima Trinidad, la hacienda de Santa Lucía Cempoala y un mayorazgo en Jalapa, Veracruz.100 La quinta ermita es la de Nues-tra Madre Santa Teresa de Jesús, hoy de San Elías. Su benefactora fue doña Catalina

de Cabrera, de quien sabemos fundó diver-sas capellanías con otras órdenes como la de Santo Domingo.101 La que le sigue es la de Santa María Magdalena y la mandó erigir el tesorero y alcalde mayor de las minas de Taxco, Luis Núñez Pérez, personaje deteni-do por la Inquisición acusado de “practicar la ley de Moisés”.102 La séptima, de Santa Bibiana Virgen y Mártir, se edifi có a costa de Martín López de Strencho. La octava es la de Nuestra Señora de la Soledad que fundó el doctor Juan de Quezada Figueroa, oidor de la Audiencia Real de México y uno de los principales benefactores de los car-melitas desde su arribo a la Nueva España. Las dos ermitas restantes -San José y San Juan de la Cruz- no tuvieron patrón.

El gran poder de los carmelitas radicó en el grupo de benefactores del cual se rodea-ron para alcanzar no sólo poder económico, sino también social. Todos los fundadores de ermitas fueron personajes acomodados,

96 Su obra literaria se extiende desde 1662 hasta 1696, e incluye una descripción poética de las fiestas que se celebraron en México por el nacimiento del príncipe Carlos (1662), el Elogio panegírico… para el marqués de Mancera (1664), el Simulacro histórico y político… para el conde de Galve (1668), el Zodíaco ilustre... para el conde de Moctezuma (1696), etc. Compuso un gran número de poemas para certámenes, en los que destaca el eclecticismo de su lírica.97 AGN, Matrimonios, vol. 61, exp. 41, p. 168-183, y Tierras, vol. 2961, exp. 94.98 AGN, General de parte, vol. 6, exp. 994; vol. 16, exp. 79, y Tierras, vol. 3654, exp. 14.99 AGN, Capellanías, vol. 268, exp. 160; Matrimonios, vol. 98, exp. 90, e Inquisición, vol. 452, exp. 28.100 AGN, Inquisición, vol. 22, exp. 18, y Tierras, vol. 2938, exp. 1.101 AGN, Capellanías, vol. 882, exp. 1, y Bienes nacionales, vol. 846, exp. 5.102 AGN, Inquisición, vol. 412, exp. 2, y Tierras, vol. 2953, exp. 51.

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peninsulares o criollos, que buscaban reco-nocimiento social y la salvación de su alma. Es pues aquí donde se denota la intromi-sión de los descalzos en una sociedad de élite, en la cual pretendieron establecer una nueva concepción de las órdenes para ver-las como intercesoras, siempre en oración y no ya como apegadas a los indios en la búsqueda de su educación religiosa.

Así, en la fundación del Santo Desierto vemos que los carmelitas descalzos recibie-ron el apoyo de las dos autoridades máxi-mas de la Nueva España porque ambos se afi liaron a la tendencia monárquica de re-estructuración y centralización. El problema entre ellos radicó en quién debía encabezar este nuevo esquema, por lo que se explica la oposición del virrey al proceso de conso-lidación de la Iglesia secular, que comenzó desde 1547, cuando el papa Clemente VII erigió la arquidiócesis de México.103

Además, se incorporaron a la causa carmelitana sobre todo individuos pudien-tes, refl ejado este grupo en los patronos y fundadores con los que contó la orden. Los protegió el clero secular, con excepción de Diego Romano, de quien sabemos fue un acérrimo defensor de la secularización de las parroquias; sin embargo, aunque en

un principio dio su voto de confi anza a los carmelitas, parecería que se percató muy pronto de que era mucho el poder que se les estaba otorgando y quiso sujetarlos, lo que ocasionó el rompimiento de relaciones. Por último, los hijos de Santa Teresa tam-bién consiguieron el apoyo de la Audiencia al tener en su interior a algunos de sus be-nefactores, como lo fue el oidor Quezada, y más tarde hasta el del ayuntamiento.

En contraparte, los carmelos se en-frentaron en primera instancia al destacado criollo Pedro Cortés. En un principio la or-den se presentó ante los blancos nacidos en América como mendicantes “continuado-res” del camino ya trazado por los demás regulares sus antecesores, después como un emisario monárquico con la tarea de des-terrarlos del poder que el ser hijos o nietos de conquistadores creían les confería. Sin embargo, pronto los carmelitas resintieron la escasez de profesos que eran enviados desde la península y aceptaron a criollos; esta acción dio como resultado que dicho grupo apoyara a la orden y que los carme-litas peninsulares los vieran con buenos ojos. No obstante, por el temor de que la or-den de Nuestra Señora del Carmen sufriera el proceso de criollización, los superiores

103 Pérez Puente, Tiempos de crisis y tiempos de consolidación…, p. 17.

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pugnaron desde la metrópoli por evitar toda clase de “perversión”, lo cual implicó -desde principios del siglo XVII- aceptar criollos sólo por excepción para que tomaran el hábito.

Aun con dicho cambio de política, no desaparecieron los apoyos procriollos al interior de la orden -ya vimos el caso del cronista fray Agustín de la Madre de Dios-, lo que ocasionó que en diversos asuntos, según la facción preminente en ese mo-mento, algunos carmelitas ofrecieran su apoyo a los criollos. De hecho, en gran me-dida, así se entiende el apoyo incondicional que dieron a Juan de Palafox: su fi lia hacia los criollos, su apoyo al clero secular y su puritanismo promonárquico.

En el caso de los altercados con Pedro Cortés, el proceso de la orden es contun-dente: los descalzos arribaron a la Nueva España y el cuarto marqués los hospedó en su casa. La tendencia de los carmelitas viró y una de las consecuencias fue el retiro del apoyo del nieto del conquistador. Pero ya con la confi guración de la orden, la cual abrazó a toda la clase dominante -criollos y peninsulares-, Pedro Cortés pareció ceder y hasta fungió como su benefactor.

Además los carmelos tuvieron como enemigas a las demás órdenes regulares,

las cuales se oponían a la nueva reestructu-ración que se estaba intentando implemen-tar; éstas, a su vez, atrajeron a los pueblos indígenas en su favor. Los jesuitas también los atacaron pues, aunque ambos surgieron del espíritu contrarreformista y sus tareas fueron radicalmente distintas, no lo fue su intento de obtener poderío económico y pre-minencia entre la élite novohispana, unos como educadores otros como intercesores.

Ante estas contrariedades, los carmeli-tas se refugiaron de nuevo en los sucesos metafísicos. En los relatos de la búsqueda y fundación del Santo Desierto, se reiteró el apoyo divino que los carmelitas recibían mediante la aparición de comida -como en las hagiografías medievales- para que los ermitaños se alimentaran; así, un día halla-ron un canasto de pan, en otra ocasión dos jumentos los abastecieron de bollos y en alguna otra unos camellos los proveyeron de bastimentos.104

Sin embargo, el establecimiento en el territorio no fue sencillo, pues el demonio se oponía a él:

“[…] pues veía [el demonio] que con las armas de su pobreza, retiro y humildad le querían despojar de la antigua posesión que tenía de aquestos montes dedicados

104 El Santo Desierto de los carmelitas…, p. 56.

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por la ceguedad de los gentiles a su sacrí-lego y nefando culto, pues en la cumbre del más alto de estos cerros que hoy se llama por antonomasia el de los ídolos, estaba edifi cando un grande templo y en él mucho […]. Hánse hallado también algunos huesos y calaveras especialmente de niños en un corral que hoy se ve de piedras […]”.105

Los carmelos siempre enfatizaron su destacado papel de santificación de dicho terreno, pues alegaron que antes de su llegada Satanás se encontraba resguar-dado en las cimas de los montes, repre-sentado en los altares conservados por los indígenas en dichos sitos. Al encontrar estos indicios, los carmelitas se encarga-ron de desmantelar los altares, quitar las “figurillas diabólicas” y en su lugar pusie-ron una cruz que marcaba en realidad la delimitación de la merced que el virrey les concedió.

Según los miembros de la orden de Nuestra Señora del Carmen, el demonio emprendió entonces una lucha contra los frailes que pretendían instalarse en sus te-rritorios. El representante del mal -según la tradición judeocristiana- dio batalla al con-vertirse en fi eras salvajes como leones y lo-

bos; también en desastres naturales como granizo, humedad y terremotos: “[…] oye-ron de repente un tan pavoroso estruendo y sintieron un terremoto tan grande, que juzgaron que se hundía todo el sitio y duró cerca de media hora. Y fue el caso que se derrumbó un gran pedazo de monte que está frente al convento hacia la parte del Occidente”.106 Mientras, para contraatacar a la fuerza maligna y como armas infalibles, los descalzos se valieron de todo tipo de instrumentos y disciplinas acompañadas del silencio y oración perpetua. Dicen los documentos carmelitanos que al ver el de-monio que no surtían efecto sus artimañas, para restar el fervor de los habitantes del yermo tuvo que recurrir a “seres raciona-les”.107

Por ello, además de los confl ictos con los pueblos aledaños, un indio prendió pri-mero el convento -el cual se libró de la to-tal destrucción por el milagro hecho por un manto de Santa Teresa que apagó el fuego, según la crónica carmelitana- y después, ocho ermitas, de las cuales la de San Juan Bautista sufrió dos ataques consecutivos. Eran tales y tan constantes las agresiones, que por un tiempo los frailes tuvieron que

105 Ibid., p. 57.106 Ibid., pp. 57-62.107 Rubial, “Tebaidas…”, pp. 363-364.

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cancelar los ejercicios que se hacían en las ermitas individuales.108

Una noche se descubrió al causante de los incendios. Era un indio del pueblo de San Bartolomé que durante 12 años había asustado a los ermitaños. Se le senten-ció en Coyoacán a ser azotado y enviado a obraje, pero los carmelitas disintieron al considerar leve el castigo; pidieron la rec-tifi cación del fallo y los señores de la Real Sala del Crimen lo castigaron con la horca en la plaza mayor de la ciudad de México y le cortaron la cabeza y la mano derecha para exhibirlas en el camino de la capital a Santa Fe.109

Ante el rechazo constante de la comu-nidad, los ermitaños siguieron trabajando y sólo así -según los cronistas- los confl ictos se fueron solucionando. Las fi eras se tor-naron mansas pues ya reconocían el hábito de la Virgen; el lugar se fue santifi cando y los pobladores del lugar lo agradecieron pues “[…] era tan supersticioso este sitio que cuando se hizo la cerca, en llegando a aquel lugar pararon todos los indios que iban abriendo las zanjas, diciendo que era

tradición de sus mayores que quien cavase allí había de morir luego”. Así, fray Damián de San Basilio dijo a los indios que él ca-varía primero y que, si no moría, ellos se persuadirían de que sus dioses eran falsos. Respondieron que sí, cavó y no murió. Los descalzos toman este hecho como una de las pruebas de evangelización que realiza-ron con los indios de la zona.110

Cada acción relatada en las crónicas corresponde a la tradición eremítica arras-trada desde el medioevo, la cual se mezcló con las características propias del Virreinato -como el caso de la vestimenta tlaxcalteca- para edifi car el primer yermo de Indias.

A lo largo de este artículo se percibe que los carmelitas recibieron el apoyo de las dos autoridades supremas de la Nueva España: el virrey y el arzobispo pues, como mencioné, ambas autoridades respaldaron la tendencia de centralización, pero sus discrepancias residieron en cómo lo conci-bieron y, por tanto, el papel que cada una de las autoridades civiles y religiosas debía desempeñar en el proceso.111 También fue-ron apoyados por la Audiencia peninsulares

108 El Santo Desierto de los carmelitas…, p. 63.109 Ibid., p. 67.110 Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido…, p. 288.111 María del Pilar Martínez, Elisa García y Marcela García, “Estudio introductorio. Tercer Concilio provincial mexicano (1585)”, en Concilios provinciales, Pilar Martínez López-Cano (dir.), México, UNAM, 2003, disco com-pacto, p. 1.

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y algunos criollos, quienes ofrecieron sus recursos para ser patronos tanto del con-vento como de las ermitas.

En cambio, entre los opositores a los intereses de los carmelitas descalzos es-tuvieron el obispo Diego Romano, el cabil-do -aunque pronto cambió su posición- y, por momentos, uno de los representantes más fuertes del grupo criollo: Pedro Cortés, mediante su representante en México. Se unieron a este grupo el otro frente contrarre-formista, la Compañía de Jesús, y los men-dicantes como la orden de Santo Domingo apoyados por los pueblos indígenas.

Así, la fundación del Santo Desierto por los hijos de Santa Teresa y los choques para llevarla a cabo refl ejan las reaccio-nes de diversos grupos ante la inserción y adaptación de un nuevo orden auspiciado desde la metrópoli; según esta tendencia, el clero regular tenía que reformarse y rea-comodar sus funciones en la sociedad, las cuales implicaron el repliegue al interior de sus conventos o la misión en los territorios más alejados del dominio institucional. Esta transformación se concatenó en un esque-ma de centralización pretendido por la Co-

rona para lograr el fortalecimiento del Es-tado. De esta manera, la orden de Nuestra Señora del Carmen dibujó algunas de las bases para que, más adelante, se gestaran el proceso de secularización y el de confor-mación del Estado moderno.

Pero los carmelitas descalzos no sólo se entremetieron en la vida política de la Nueva España, sino que lograron insertarse en las fi bras de la tradición e historia propia que conformaba al virreinato, a partir de símbo-los que rescataron y que resultaban recono-cibles para esa sociedad. El interés de los benefactores no respondió exclusivamente a una posición social sino a sus creencias, al intento por salvarse de las “garras del pur-gatorio”, además de recobrar la participación que como seglares habían tenido en el ritual eremítico hasta hacía poco tiempo.112

Por tanto, no fueron sólo los juegos políticos -en los que se desenvolvió la vida en la Nueva España- los que dotaron de características propias a la tendencia me-tropolitana antes mencionada, sino también la herencia eremítica hispana trasladada a Indias, así como la mágica y religiosa de los pobladores americanos.

112 Christian, La religiosidad local…, pp. 203-206.

* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

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DE BUENAS INTENCIONES A NECESIDADES REALES. EL INGRESO DE CAPELLANAS AL CONVENTO DE SANTA TERESA DE LA CIUDAD DE MÉXICO, 1704-18001

Graciela Bernal Ruiz*

1 Una primera versión de este trabajo se presentó en el 52o. Congreso de Americanistas, celebrado en Sevilla del 17 al 21 de julio de 2006.2 Josefina Muriel nos brinda un marco general y referencial sobre los conventos de monjas de Nueva España, en su estudio pionero sobre el tema encontramos que en la mayoría de los conventos existía una activa vida social: Josefina Muriel, Conventos de monjas en la Nueva España, México, Jus, 1995 [1a. ed., 1946]. Estudios posteriores han reforzado esa hipótesis, quizá uno de los ejemplos más claros es el texto de Pilar Gonzalbo, pues al ocuparse de la labor educativa de los conventos nos habla de las niñas educandas que albergaban, lo cual, de alguna manera, rompía la clausura: Pilar Gonzalbo, La educación femenina en la Nueva España: colegios, conventos y escuelas de niñas, México, UNAM, 1981. Por lo que respecta a los conventos de carmelitas descalzas, Manuel Ramos Medina menciona la importancia que dentro de la sociedad novohispana tenían estos recintos, lo que atribuye, en gran parte, a su reducida población y a la vida contemplativa que seguían: Manuel Ramos Medina, Imagen de santidad en el mundo profano, México, Universidad Iberoamericana, 1990, y Místi-cas y descalzas: fundaciones femeninas carmelitas en la Nueva España, México, Centro de Estudios de Historia de México, CONDUMEX, 1997; véase también Graciela Bernal Ruiz, “El convento de Santa Teresa en la nueva de la ciudad de México, actores e institución religiosa en la Nueva España, 1704-1800”, tesis de licenciatura en Historia, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2001.3 A partir de 1767 se aplicaron disposiciones que buscaban retomar la disciplina que se había relajado en la ma-yoría de los conventos. En ese año el arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana dio a conocer un documento titulado “Pastoral del arzobispo de México sobre costumbres y vicios de los conventos”. En los siguientes años se dieron a conocer más cédulas encaminadas a reformar la vida conventual, como la “Cédula sobre reglas de gobierno de las comunidades religiosas”; véase Graciela Bernal Ruiz, “El convento de Santa Teresa…”, pp. 139-143.

PRESENTACIÓN

Uno de los elementos más notables que caracterizaron a los conventos novohispa-nos fue la numerosa población que residía dentro de la clausura. En esos recintos se podía encontrar a niñas educandas, muje-res de servicio o damas de compañía de las

monjas que reproducían un conglomerado social en espacios que habían sido reser-vados para la clausura.2 Esta situación llevó a que en la segunda mitad del siglo XVIII se dictara una serie de reformas sobre la vida conventual, cuya fi nalidad era acabar con la situación de relajación prevaleciente hasta ese momento.3

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4 En la ciudad de México, ese caso excepcional fue el de Teresa de Jesús; ella entró al convento con sólo 12 años de edad, cuando la edad mínima a la que ingresaron las novicias fue de 15 años -las Constituciones esta-blecían que debía ser a los 17-. Creemos que pudo ser considerada una “niña educanda” porque fue al cumplir 15 años que se convirtió en novicia, profesando un año después. Su ingreso fue justificado por lo “deseosa que estaba de abrazar la orden”, aunque seguramente su aceptación se debió a que su padre aportó el dinero necesario para la construcción de la iglesia del convento. Véase Graciela Bernal Ruiz, “El convento de Santa Teresa la Nueva…”, pp. 40-44. Respecto a los requisitos de edad para ser novicia de esta orden, véase Santa Teresa de Jesús, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1970, p. 27.5 El primer convento de esta orden en la Nueva España se fundó en la ciudad de Puebla en 1604, también dedicado al señor San José.

En este contexto, la orden de carme-litas descalzas representó una excepción en tanto sus constituciones establecían un límite de 21 monjas, número considerado sufi ciente para una orden dedicada a la contemplación. Por este motivo, también prohibían la entrada de niñas educandas u otras personas que distrajeran la atención de las monjas, prohibición que se hizo efec-tiva salvo muy raras excepciones.4

Bajo estas disposiciones, en 1616 se fundó el primer convento carmelitano de la capital novohispana con la advocación de San José,5 y las características que lo dife-renciaban de la mayoría de los conventos le ganaron la simpatía de la sociedad, así como de mujeres que deseaban ingresar a la orden. Sin embargo, la cláusula que li-mitaba el número de monjas propició que, en palabras de las religiosas, existieran mu-chas aspirantes en espera de una vacante, lo cual sólo se producía por la muerte de una de las monjas. Por esta razón, a fi nales

del siglo XVIII se hablaba de la necesidad de fundar un nuevo convento, quizá porque en este momento creían reunir las condiciones económicas necesarias para ello.

Con la herencia recibida por la muerte del principal patrono del convento (acae-cida en 1693), la priora de ese momento -quien era su hija- consideró que contaban con recursos suficientes para llevar a cabo esta obra. Además, como muchas de las aspirantes no podían cubrir el monto de la dote -que en ese momento oscilaba entre 3,000 y 4,000 pesos-, se planteó que la totalidad de las monjas ingresaría como capellanas.

Sin embargo, las religiosas pronto se vieron obligadas a reconocer que la heren-cia dejada por el patrono no era sufi ciente para cumplir ese deseo en su totalidad. Si bien consiguieron pagar la obra del conven-to de Santa Teresa, dedicado en 1704, no pudieron exceptuar a todas las aspirantes de cubrir la dote; en 1712, el número de

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capellanas se redujo de manera defi nitiva a 14, todavía un número signifi cativo en fun-ción de las prácticas del momento.

En este trabajo analizamos el proyecto planteado por unas religiosas: permitir la entrada a la clausura sin dote a aspirantes de escasos recursos. Si bien esto pretendía ser una opción para mujeres que de otra manera no podían ingresar al convento, veremos cómo esas intenciones cambiaron muy pronto, no sólo porque las religiosas se vieron imposibilitadas económicamente para llevar a cabo el proyecto original, sino porque varias de las benefi ciadas pertene-cían a familias que distaban mucho de ser de escasos recursos.

Además encontramos otro elemento que se discutirá en el trabajo, la importan-cia del estatus de la propia orden que se vería beneficiada por esta generosidad en un tiempo en el que la dote era un ele-mento decisivo para ingresar en la clau-sura que, dicho sea de paso, también era un símbolo de estatus para las familias novohispanas.

FUNDAR UN CONVENTO

En una sociedad eminentemente religiosa como la de la Nueva España, no faltaron

personas que promovieran la fundación de iglesias, casas de recogimiento y conventos. Para realizar cualquiera de estas obras, los interesados debían contar con el beneplácito de autoridades tanto civiles como eclesiásti-cas y, para que éstas dieran su autorización, uno de los requisitos indispensables era contar con capital sufi ciente que sufragar los gastos de la construcción y, de ser posible, el sustento de sus ocupantes; la intención era que las obras no representaran ninguna carga para el Estado ni para la iglesia.

En el caso de los conventos, estas con-diciones llevaron a las monjas a buscar “pa-tronos” para construir sus recintos; es decir, personas que facilitaban el capital o propie-dades necesarias para ese fi n, lo cual se ha-cía mediante la fi rma de un contrato ante un notario eclesiástico y con la autorización del arzobispo, en el que ambas partes, patrono y la representación de la nueva fundación, declaraban sus mutuas obligaciones.

Éstas variaron de acuerdo con las prác-ticas de cada orden religiosa, pero la regla general era que el patrono se comprome-tiera a edifi car la iglesia y el convento o lo dotara de bienes, si es que los edifi cios ya estaban terminados o en proceso de cons-trucción. Hubo casos en que un convento llegó a tener más de un patrono debido a

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6 La benefactora del convento de Guadalajara fue Isabel Espinosa de los Monteros; ofreció 40,000 pesos para la fundación, de los cuales se destinó la mitad a la construcción del convento y el resto al sostenimiento de las religiosas. La benefactora de Querétaro fue Antonia Josefa Gómez Rodríguez de Pedroso, marquesa de Selva Nevada, mujer acaudalada, dueña de haciendas, vecindades, pulperías, etc., quien además ingresó al mismo convento bajo el nombre de María Josefa de Santa Teresa; ella hizo una donación de 105,000 pesos. Para el caso de los conventos de carmelitas descalzas, véase Manuel Ramos Medina, Místicas y descalzas….7 Para estudiar detenidamente el tema de los patronos de los conventos, sobre todo de la ciudad de México, consúltese Josefina Muriel, Conventos de monjas…, pp. 29-32.8 El título de capellán se aplicaba tanto a hombres como a mujeres, los primeros tenían la función de oficiar misa y las segundas, que habían sido “dotadas” por alguna persona para que entraran a un convento, al no pagar dote debían rezar por el alma de quien les ayudó a ingresar al convento.9 Josefina Muriel, Conventos de monjas…, pp. 29-31.

que no todos los donadores contaban con el capital requerido para la construcción; de esta manera, la aceptación del título de patrono dependía de la “negociación” o disposición tanto de las monjas como del donador.

Es de suponer que los patronos eran personas con solvencia económica; la ma-yoría contaba con capitales o propiedades considerables, como fue el caso de quienes fi nanciaron los conventos carmelitanos. Por ejemplo, el capitán Esteban de Molina Mosqueda, patrono principal del convento de San José de la ciudad de México -cuya reconstrucción fi nanció -, era considerado un rico hacendado residente en la capital novohispana; los patronos de los conventos carmelitanos de Guadalajara y Querétaro también fueron “gente principal”.6

A cambio de fi nanciar estas obras, las religiosas debían otorgar a sus benefacto-res ciertos derechos, entre los que se con-

taban dedicarles gran parte de sus oracio-nes y reservarles un espacio en el convento para ser sepultados, y no fue raro el caso en que estos derechos se extendieron a sus descendientes.7

También era derecho de los patronos nombrar capellanas,8 es decir, cierto número de jóvenes que podían entrar al convento sin pagar dote; por lo regular se trataba de mu-jeres que tenían un vínculo familiar con ellos, pero cuando no sucedía así las aspirantes tenían que comprobar que provenían de un origen social “limpio”, un requisito general.9

En la mayoría de los casos fueron las propias personas que se convirtieron en patronos quienes en vida decidieron apo-yar nuevas fundaciones, o bien lo dejaron establecido en sus testamentos. En ese contexto, podemos decir que la fundación de Santa Teresa de la ciudad de México -más tarde conocida como Santa Teresa la Nueva- representó un caso especial en

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10 Esteban de Molina Mosqueda dejó como heredera de sus bienes a su hija y al convento “por su representa-ción”, pues era una regla que las religiosas, al ingresar en clausura, debían hacer testamento a favor del conven-to; siguiendo esta práctica, el convento de San José quedó como poseedor de todos los bienes de Esteban de Molina. Un análisis más amplio del testamento de Esteban de Molina Mosqueda, de las disposiciones de Teresa de Jesús y de todo el proceso de la nueva fundación puede verse en Graciela Bernal Ruiz, “La polémica por un derecho, discordia entre dos carmelos”, en María Isabel Viforcos Marinas y Ma. Dolores Campos Sánchez-Bordona (coords.), Fundadores, fundaciones y espacios de vida conventual. Nuevas aportaciones al monacato femenino, León, Universidad de León, 2005, pp. 591-612.

tanto la persona que se convirtió en su patrono, Esteban de Molina Mosqueda, ya había fallecido cuando se emprendió la nueva obra, y no dejó en su testamento disposición alguna relacionada con ello ni con el nombramiento de capellanas. Fue su hija, Teresa de Jesús, que en ese mo-mento era la priora del convento de San José y decía representar los derechos de las demás religiosas, la encargada de pro-poner y realizar los trámites de la nueva fundación, apoyada en la seguridad econó-mica que parecía darle la herencia recibida de su padre.10

Con una aparente solvencia económi-ca, la priora de San José también propuso que la totalidad de las monjas que ingresa-ran al nuevo convento lo hicieran sin dote, convirtiéndose así en capellanas de su di-funto padre. Teresa de Jesús sabía que sus argumentos estaban libres de cualquier ob-jeción, pues no sólo se trataba de “dar con-suelo a muchas doncellas” que no podían ingresar al convento por falta de espacio;

era ante todo un acto de generosidad en una sociedad en donde las buenas accio-nes eran de primer orden. En este sentido, al ser la dote un requisito casi indispensa-ble para entrar en clausura, las religiosas carmelitas serían bien vistas, pues darían la oportunidad de optar por este tipo de vida a aspirantes de escasos recursos exentándo-las de ese pago.

Por la cantidad de recursos que de-bían invertirse, las generosidades de esa magnitud eran poco comunes en la Nueva España; por lo tanto, el convento, las reli-giosas -léase Teresa de Jesús- y el patrono podrían inmortalizarse. Esteban de Molina se convertiría en patrono de dos conventos; Teresa de Jesús sería reconocida como la promotora de un proyecto de gran importan-cia, pues aunque lo hacía como priora de un convento, era difícil desligarla del hecho de que fuese la hija del patrono. También estaba de fondo el prestigio de la orden car-melitana en la capital virreinal, un espacio en donde los conventos de monjas pudie-

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11 Las muestras de simpatía hacia la nueva fundación fueron expresadas en los testimonios presentados por las religiosas en los trámites de fundación, y en ellos se enfatizaba la generosidad de las monjas al exceptuar a las aspirantes de dote. Véase Graciela Bernal Ruiz, “La polémica por un derecho…”.12 En 1705 profesó quien llevó por nombre religioso Gertrudis María de San Esteban. Si profesó como monja de velo negro debió ingresar en 1704, y si lo hizo como monja de velo blanco debió hacerlo en 1703; en ambos casos, debió ser antes de que se dedicara el convento de Santa Teresa, pues como hemos mencionado, fue a finales de 1704.

ron disputarse las limosnas, las herencias, el reconocimiento social, etc., qué mejor manera de obtenerlo que con una obra de estas características.11

A fi nales de 1704 todo estaba listo para la dedicación del convento; una de las re-ligiosas elegidas como fundadoras fue la propia Teresa de Jesús, quien había sido priora de San José los últimos 12 años y pasó con el mismo cargo a Santa Teresa, y lo sería hasta el día de su muerte, acaecida en 1723. Las demás religiosas fundadoras fueron Isabel de la Encarnación, que ejerce-ría los cargos de portera mayor, clavaria y tornera; María de Cristo, designada segun-da clavaria y ropera, y Juana María de San Esteban como sacristana, segunda portera, provisora y clavaria.

EL INGRESO DE MONJAS, LOS PRIMEROS DESENCANTOS

El día señalado para la fundación fue el 4 de diciembre de 1704 y a partir de ese momento se inició el ingreso de novicias al

convento de Santa Teresa. El primer año hubo mucho movimiento. A fi nales de 1705 vivían en el convento 18 religiosas -habían ingresado 20, pero dos salieron antes de profesar-, incluidas las cuatro religiosas fundadoras provenientes del convento an-tiguo. En 1706 entró otra novicia, una más el año siguiente -que no profesó- y en 1709 ingresó la que se consideraba número 20; la última de esta primera generación llegó al claustro en 1713.

Como vemos, en el lapso de un año la población de Santa Teresa estaba a punto de llegar a su límite, pero pasaron casi ocho años antes de que esto sucediera. Creemos que la razón fue, al menos hasta 1812, la falta de novicias, porque en San José sólo se registró la entrada de una novicia entre 1700 y 1717.12 Esto es comprensible en tanto debía poblarse un convento de nue-va fundación y remplazar en el antiguo las vacantes dejadas por las fundadoras que pasaron a Santa Teresa, pues aun cuando existían aspirantes, éstas no debieron ser demasiadas, sobre todo si pensamos en la

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13 En 1704 existían 19 conventos de monjas en la ciudad de México, incluido el de Santa Teresa.14 En la escritura de obligación se establecía que el convento de San José debía dar al nuevo convento una cantidad anual de 4,000 pesos para el sostenimiento de las monjas. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Bienes Nacionales, vol. 477, exp. 3, La priora y clavarias de Santa Teresa piden que se les haga notoria la cuenta sobre que no alcanzan las rentas a cubrir los gastos, marzo de 1708. Los detalles de este enfrentamiento pueden consultarse en Graciela Bernal Ruiz, “La polémica por un derecho...”.15 Archivo Histórico del Convento de Santa Teresa La Nueva, México (en adelante AHCSTNM), Documentos ofi-ciales, Auto sobre la solicitud que hacen las religiosas del convento de Santa Teresa de nueva fundación de detener la entrada de capellanas, 4 de noviembre de 1712, y Libro de profesiones, años de 1704 a 1712.16 AHCSTNM, Documentos oficiales, 1700-1730, Auto, 4 de noviembre de 1712. Debemos señalar que una de las cuatro religiosas fundadoras de Santa Teresa, Juana María de San Esteban, había ingresado al convento anti-guo como capellada de Esteban de Molina Mosqueda; es probable que fuese una conocida del propio patrono y, por lo tanto, de Teresa de Jesús o, en todo caso, que al haber sido dotada por el padre de ésta le debiera cierta lealtad: AGN, Bienes Nacionales, legajo 308, exp. 5, Convenio celebrado entre los conventos de San José y Santa Teresa.

variedad de opciones que ofrecía la capital de la Nueva España.13

Muy pronto se presentaron problemas económicos que afectaban directamente el sustento de las monjas y la entrada de capellanas. La crisis económica alcanzó la cúspide en 1706, cuando fue evidente que los gastos generados por ambos conven-tos no podían cubrirse con la herencia del señor Esteban de Molina, no después de financiar una obra material de semejantes magnitudes. Esto desembocó en un pleito que en un principio involucró al mayordo-mo de ambos conventos y a la priora de San José -acusada de exceder los gastos del convento- y pronto enfrentó a las dos prioras. En marzo de 1708 Teresa de Je-sús expresó de manera abierta que no le alcanzaban los 4,000 pesos que recibía anualmente del convento de San José.14

Esta situación se mantuvo varios años y, en 1712, la precaria situación económica de ambos conventos obligó a las religiosas de Santa Teresa a solicitar al arzobispo “de-tener” la entrada de capellanas debido a la falta de recursos;15 al mismo tiempo pedían que el convento de San José les aumentara la renta anual. También reclamaron las do-tes de tres de las religiosas fundadoras, las cuales se habían quedado en el convento de San José, pero la prelada de él, como era de esperase, se negó a entregarlas.16

Al hacer la solicitud al arzobispo, Te-resa de Jesús pedía detener la entrada de capellanas y que se modifi cara el proyecto original; para solucionar los problemas eco-nómicos, propuso que 14 religiosas conser-varan el título de capellanas y a las siete restantes se les nombrara de dote -incluso la número 21, lugar questaba vacante-, es-

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pecifi cando que la que entrase lo haría bajo la misma modalidad.17 La petición fue aten-

Cuadro 1. Título de las religiosas de Santa Teresa, 1712Año Nombre Modalidad Velo

1704 Isabel de la Encarnación Dote Negro 1704 Teresa de Jesús Dote Negro 1704 María de Cristo Dote Negro 1704 Juana María de San Esteban Capellana Negro 1704 Ana de Santa Eufrasia Capellana Blanco 1704 Luisa del Sacramento Salió -1704 Agustina de San José Dote Negro 1704 María de San Juan Capellana Negro 1704 Petra de Santa Teresa Dote Negro 1704 María Manuela del Rosario Capellana Negro 1704 Josefa de San Miguel Capellana Negro 1705 María de San Cirilo Capellana Blanco 1705 Francisca de San Elías Capellana Negro 1705 Juana del Sacramento Capellana Negro 1705 María Ana Ignacia de Jesús Salió -1705 Manuela de los Ángeles Capellana Blanco 1705 María Luisa del Espíritu Santo Capellana Negro 1705 María de Santa Inés Capellana Negro 1705 Bernarda de la Concepción Capellana Negro 1705 Teresa de la Asención Dote Negro 1706 María de San Alberto Capellana Negro 1707 Leonor de San Pedro Salió -1709 María de San Francisco Capellana Negro

Fuente: AHCSTNM, Documentos oficiales, Auto sobre la solicitud que hacen las religiosas del convento de Santa Teresa de nueva fundación de detener la entrada de capellanas, 4.XI.1712, y Libro de profesiones, años de 1704 a 1709, s/f.

dida por el arzobispado, que nombró a las 14 elegidas. (Cuadro 1.)

17 La finalidad de presentar este documento fue exponer el problema económico en que se encontraban las religiosas de Santa Teresa y tratar de conseguir que el arzobispo hiciera algo al respecto. AHCSTNM, Documentos oficiales, Auto sobre la solicitud que hacen las religiosas del convento de Santa Teresa de nueva fundación de detener la entrada de capellanas, 4 de noviembre de 1712.

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Teresa de Jesús establecía su criterio para nombrar a las religiosas de dote y capellanas. Éstas debían ser las primeras 14 y para ello se apoyaba en las Constitu-

ciones aunque, como veremos, hacía una adaptación de la cláusula XIV del capítulo II de las mismas. Esa cláusula, citada por la priora, decía que no podían recibirse “más de catorce monjas hasta no tener los recur-sos sufi cientes para el sustento de las vein-te y una que ordena la regla”;18 en ese mo-mento había 20 monjas en Santa Teresa.

Visto lo anterior, creemos que el criterio para elegir a las 14 monjas que llevarían el título de capellanas pudo basarse en las po-sibilidades económicas o la aportación que pudieran dar al convento. Esto se deduce del hecho de que tres de las fundadoras, las primeras en ingresar al convento, conser-varon su título de “religiosas de dote” con que habían ingresado al convento antiguo, a pesar de que el monto de la dote no se trasladó a Santa Teresa.

Si seguimos el criterio planteado por la priora de Santa Teresa, las siguientes 14 debieron nombrarse como capellanas, pero no sucedió así, como se puede ver en el

Cuadro 1, en donde se presentan los nom-bres de las religiosas siguiendo el orden de ingreso como novicias. En ese cuadro ob-servamos que a dos de las religiosas que ingresaron en 1704 (Agustina de San José y Petra de Santa Teresa) se les dio el título de dote. Posteriormente se intercalaron las categorías de capellanas con una de dote (Teresa de la Ascensión), y nuevamente dos capellanas más, María de San Alberto y María de San Francisco, reservando el nú-mero 21 para otra de dote.

Basamos la idea de que algunas de las religiosas con posibilidades económicas recibieron el título “de dote” en el caso de Petra de Santa Teresa, quien al ingresar al convento dotó de mil pesos de limosnas al convento19 que, si bien no se trataba del monto de una dote, era una cantidad con-siderable que no podía pagar cualquier persona. Por otra parte, desconocemos el origen económico de las últimas dos religio-sas que recibieron el título de dote, Agusti-na de San José y Teresa de la Ascensión, prácticamente no sabemos nada, el único detalle es que Agustina de San José entró en segundo lugar (descartando a las funda-

18 AHCSTSNM, Documentos oficiales, Auto sobre la solicitud que hacen las religiosas del convento de Santa Teresa de nueva fundación de detener la entrada de capellanas, 4.XI.1712.19 AHCSTSNM, Libro de profesiones, Profesión de Petra María de Santa Teresa, 9 de diciembre de 1804.

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doras y a la que salió) y profesó en quinto por problemas de salud, por lo cual, en el criterio planteado por la priora, debió haber sido nombrada como capellana.

Finalmente, la única dote que recibió Santa Teresa fue la de Rosa María de la Santísima Trinidad, la número 21 que ingre-só en 1713, y con esa cantidad se cubrió una capellanía de 3,000 pesos en 1714, que estaba impuesta sobre una casa que recibieron las carmelitas.20

Como vemos, esta primera genera-ción de monjas se enfrentó a una realidad muy distinta a la que esperaban; el cambio de monjas capellanas a monjas de dote se convirtió en algo inevitable ante la imposibi-lidad de cubrir con 4,000 pesos los gastos que generaba el convento: manutención de las monjas, gastos de enfermería, todo lo que implicaba la celebración de misas (cera, aceite, vino, hostias, etc.), salarios de sacris-tanes, guarda de noche, etc. En este sentido, vemos que uno de los objetivos del proyecto de Teresa de Jesús, poblar el convento de Santa Teresa con capellanas, no pudo con-cretarse en su totalidad pues las necesida-des económicas sobrepasaron las buenas

intenciones. Veamos lo que sucedió con el otro objetivo, benefi ciar a mujeres pobres.

EL ORIGEN DE LAS MONJAS

Igual que en los demás conventos de la ciudad de México, las religiosas de Santa Teresa fueron “de origen conocido”; encon-tramos datos que así lo indican en el Libro de profesiones, y también podemos ver que en algunos casos de monjas coristas existe una información amplia de sus padres y fa-miliares, todo lo cual nos permite saber más sobre su origen.

Mediante esos documentos hemos po-dido saber que dentro del convento de San-ta Teresa se establecieron algunos lazos de parentesco. Al respecto, en el Cuadro 2 se muestra que existieron varias hermanas como Juana María de San Esteban (prove-niente del convento de San José y fundado-ra de Santa Teresa) y María de San Fran-cisco (cuyo ingreso se produjo en 1709), Josefa Teresa de Jesús (1731) y María Xaviera de los Dolores (1732), María Josefa de San Juan (1757) y Josefa Ignacia de la Encarnación (1760). Estos lazos de paren-

20 Las religiosas especificaban que esa capellanía había sido cubierta con el monto de una dote. AGN, Bienes Nacionales, leg. 752, exp. 3. El mayordomo del convento de Santa Teresa presenta relación de las rentas recibidas.

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tesco también existieron, al menos para un caso en el siglo XVIII, entre religiosas de los dos conventos carmelitanos de la ciudad de México; nos referimos a Ángela Teresa de Jesús (1772) del convento de Santa Teresa

y a Josefa del Santísimo Sacramento, del convento de San José. Sabemos que Rosa-lía de la Santísima Trinidad y Ana María de San Miguel también pertenecían a la misma familia; ésta era sobrina de aquélla.

Cuadro 2. Origen de las monjas del convento de Santa TeresaNombre de pila Nombre religioso Lugar de origen Nombre de los padres

Isabel María de la Encarnación Ciudad de México

Manuela Molina Mosqueda Teresa de Jesús Ciudad de México

Esteban de Molina Mosqueda y Manuela de la Barreda

María de Cristo Ciudad de México

Juana de Zúñiga y Toledo

Juana María de San Esteban Ciudad de México

Francisco de Zúñiga y Toledo y María de Campos (o Espinoza)

Luisa del Sacra-mento Ciudad de MéxicoAgustina de San José Ciudad de México

Cristóbal de la Palma y Ángela de Monroy

María de San Juan Ciudad de MéxicoNicolás del Campo y Mariana Hernández

Petra María de Santa Teresa Ciudad de México

Juan de Erise y María de la Rosa

María Manuela del Rosario Guadalajara

Domingo de Urisa y Mariana de Gambo

Josefa de San Miguel

Real de minas de Pozos

Pedro de Aván y María de [Conpí]

Ana de Santa Eufrasia Ciudad de México

Jerónimo Guerrero y Teresa de Juárez

Francisca de San Elías Ciudad de México

Juan de Garay y Balona y Francisca Ramírez de Arellano

Juana del Sacramento Villa de León

Francisco de Navarrete y Ávalos y Leonor de Aguilar

María de BaldivieroMaría Ana Ignacia de Jesús Ciudad de México Baldiviero y Portilla

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María de San Cirilo Ciudad de México Miguel Moreno y Teresa ReinaMaría Luisa del Espíritu Santo Ciudad de México Gabidia y María de Padilla

María de Lobato María de Santa Inés Ciudad de México Jerónimo Lobato

Claudia HelgueraBernarda de la Concepción

Reino de Galicia (Ponte Vedra)

Antonio Helguera y Josefa Zúñga Montemayor (Sotomayor)

Teresa de LoraTeresa de a Asención Ciudad de México

Nicolás de Lora y María de Zárate

Manuela SánchezManuela de los Ángeles Ciudad de México

Andrés Sánchez Requejo y María de Sierra

Manuela de CeballosMaría de San Alberto Ciudad de México

Luis Ceballos e Inés de Ortega

Manuela de GraciaLeonor de San Pedro Ciudad de México Juan de Gracia y Leonor Cano

María Josefa de Zúñiga y Toledo

María de San Francisco Ciudad de México

Francisco de Zúñiga y Toledo y María Espinoza

Rosalía Bueno y Basorio

Rosa María de la Santísima Trinidad Ciudad de México

José Bueno y Basorio y María de Ita y Parra

María Josefa de Espinosa

María Josefa de la Encarnación Ciudad de México

Juan de Espinosa y Clara Moreno del Río

Rosa Rodríguez de la Rosa

Rosa Xaviera de los Dolores Ciudad de México

Manuel Rodríguez de la Rosa y Rosa Polanco

María de Sebastián Ordás y León Ciudad de México

Diego de Ordás y León y Petronila Pérez Alonso

Josefa Ignacia de Soria

Josefa Teresa de Jesús Ciudad de México

Ignacio de Soria y María González

María Javiera de Soria

María Xaviera de San José Ciudad de México

Ignacio de Soria y María González

Josefa FolgarJosefa Ana de la Concepción Ciudad de México

Ramón Folgar y Micaela Munarrás Garrido

Ana María de CastroAna María de San Miguel Ciudad de México

Francisco de Castro y Josefa de Ita y Mora

Francisca de Villalobos

Francisca de la Asunción Ciudad de México

Juan de Villalobos y Gregoria Gertrudis de Romero

Nombre de pila Nombre religioso Lugar de origen Nombre de los padres

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María Josefa de San Ignacio Ciudad de México

Lorenzo de Artiaga y Magdalena de León

Mónica Cid de Escobar

Agustina Gertrudis de Cristo Ciudad de México

José Cid de Escobar y María de Villaseñor (su padre era originario de la villa de aguas. En el nuevo reino de Galicia

María Romo de la Vera Ciudad de México

Eusebia GuerreroEusebia del Sacramento Ciudad de México José Guerrero y María Mozón

Felipa María Ana de Almonte

María Felpa de los Ángeles Ciudad de México

Juan de Almonte y María de Gama

Agustina Meninde Velarde Ciudad de México

Urbano Meninde Velarde e Isabel Sánchez

Ana María Bueno Cervantes

Mariana del Espíritu Santo Ciudad de México

José Bueno y María Tomasa Cervantes

María Guadalupe de San José Ciudad de México Manuel Pavón y Felipa Rivera

Ana María Navarro Ana de San Esteban Ciudad de MéxicoIsidro Navarro y Micaela de Ibarburu

Catarina de Cristo Ciudad de México Nicolás Moreno y Ana PérezInés Josefa del Corazón de Jesús Ciudad de México

Bartolo de Uribe (Munibe) y Andrea Artiaga

Micaela Josefa de Santa Teresa Ciudad de México

Pedro Malo y María Gertrudis Castro

María Josefa de San Juan Jalapa

Juan de Arce y Arroyo y Antonia de Achigaray

María Ignacia de la Asención Ciudad de México

José Fernández y Micaela de la Mora

María Vicenta de los Dolores Ciudad de México

Manuel Castillo y clara Chandía

Juana María de la Cruz Ciudad de México

Felipe Pardo y María Teresa del Moral

Juana OsorioJuana María de San Elías Ciudad de México

Gaspar Osorio Barba y María Gertrudis de Vello

Nombre de pila Nombre religioso Lugar de origen Nombre de los padres

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Josefa Ignacia de Arce

Josefa Ignacia de la Encarnación

Ciudad de México(Jalapa?)

Juan de Arce y Arroyo y Antonia Achigaray

María Luisa González Guerra

María Luisa de San José Ciudad de México

Juan González Guerra y María Teresa Vértiz

Rosa María del Espíritu Santo Ciudad de México

Juan Rafael de Roa y María Josefa de la Fuente

María Josefa MoroAna Joaquina de la Concepción Ciudad de México

Antonio Moro y Martínez y Rosa Carbajal y Machado

Ángela LabanderosÁngela Teresa de Jesús Ciudad de México

José Labandero y Ángela Trebuesto

Juana María Regato y Monasterio

María Ana de Santa Teresa Ciudad de México

José Regato y Clara Monasterio

María Josefa González del Castillo y Mendoza

María Manuela de San Ignacio Ciudad de México

Francisco González del Castillo y Ana Luisa de Mendoza

María Josefa TobioMaría Micaela de la Asunción Ciudad de México José Tobio y María de Estada

Dolores Verdugo Blanco y Soler

María Dolores de la Santísima Trinidad Ciudad de México

Cap. Pedro Verdugo Blanco y Josefa Soler

María Ignacia de Goya (Lora) y Aldasoro

María Teresa Ignacia de los Dolores Ciudad de México

Ramón de Goya y María Ana Aldasoro

Agustina de Lesoana

María Agustina del Santísimo Sacramento Ciudad de México

Manuel Lesoana y Josefa Téllez Leal

Manuela María Alire y Alasio

María Magalena de la Preciosa Sangres de Cristo Ciudad de México Juan Alire y María Alasio

Fuente: AHCSTNM, Libro de profesiones, años de 1704 a 1799.

En casi todos los casos en que dos re-ligiosas presentaron lazos sanguíneos, una

ingresó como capellana y la otra con dote, o ambas como capellanas. (Cuadro 3.)

Nombre de pila Nombre religioso Lugar de origen Nombre de los padres

Cuadro 3. Modalidad de ingreso de las religiosas del convento de Santa TeresaNombre Ingreso Modalidad Velo

Isabel María de la Encarnación 1704 Dote Negro

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Teresa de Jesús 1704 Dote Negro María de Cristo 1704 Dote NegroJuana María de San Esteban 1704 Capellana NegroLuisa del Sacramento 1704 (no profesó) NegroAgustina de San José 1704 Dote NegroMaría de San Juan 1704 Capellana NegroPetra María de Santa Teresa 1704 Dote NegroMaría Manuela del Rosario 1704 Capellana NegroJosefa de San Miguel 1704 Capellana NegroAna de Santa Eufrasia 1704 Capellana Blanco Francisca de San Elías 1705 Capellana NegroJuana del Sacramento 1705 Capellana NegroMaría Ana Ignacia de Jesús 1705 (no profesó) NegroMaría de San Cirilo 1705 Capellana Blanco María Luisa del Espíritu Santo 1705 Capellana NegroMaría de Santa Inés 1705 Capellana NegroBernarda de la Concepción 1705 Capellana NegroTeresa de la Asención 1705 Dote NegroManuela de los Ángeles 1705 Capellana Blanco María de San Alberto 1706 Capellana NegroLeonor de San Pedro 1707 (no profesó) NegroMaría de San Francisco 1709 Capellana NegroRosa María de la Santísima Trinidad 1713 Dote NegroMaría Josefa de la Encarnación 1726 Dote NegroRosa Xaviera de los Dolores 1726 Capellana NegroMaría de Sebastiana Ordás y León 1726 Dote NegroJosefa Teresa de Jesús 1731 Dote NegroMaría Xaviera de San José 1732 Capellana NegroJosefa Ana de la Concepción 1732 Capellana NegroAna María de San Miguel 1732 Capellana NegroFrancisca de la Asunción 1732 Capellana NegroMaría Josefa de San Ignacio 1732 Capellana Blanco

Nombre Ingreso Modalidad Velo

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Agustina Gertrudis de Cristo 1734 Dote NegroMaría Romo de Vera 1735 (no profesó) NegroEusebia del Sacramento 1745 Capellana NegroMaría Felpa de los Ángeles 1745 Blanco Agustina Meninde Velarde 1748 (no profesó) Blanco Mariana del Espíritu Santo 1748 NegroMaría Guadalupe de San José 1748 Blanco Ana de San Esteban 1751 NegroCatarina de Cristo 1753 Dote NegroInés Josefa del Corazón de Jesús 1755 Capellana NegroMaría Josefa de San Juan 1757 Capellana NegroMicaela Josefa de Santa Teresa 1758 Dote NegroMaría Ignacia de la Asención 1758 Dote NegroMaría Vicenta de los Dolores 1758 Capellana NegroJuana María de la Cruz 1757 Capellana NegroJuana María de San Elías 1760 Capellana NegroJosefa Ignacia de la Encarnación 1760 Dote NegroÁngela Teresa de Jesús 1772 Dote NegroMaría Luisa de San José 1773 Dote NegroRosa María del Espíritu Santo 1774 Capellana NegroAna Joaquina de la Concepción 1775 Capellana NegroMaría Ana de Santa Teresa 1778 Dote NegroMaría Manuela de San Ignacio 1780 Blanco María Micaela de la Asunción 1784 Capellana NegroMaría Dolores de la Santísima Trinidad 1786 Dote NegroMaría Teresa Ignacia de los Dolores 1787 Capellana (dejó dote) NegroMaría Agustina del Santísimo Sacramento 1789 Capellana Blanco María Magdalena de la Preciosa Sangre de Cristo 1799 Dote (tomo la dote) Negro

Fuente: AHCSTNM, Libro de profesiones, años de 1704 a 1799, y AHCSTNM, Documentos oficiales, Auto sobre la solicitud que hacen las religiosas del convento de Santa Teresa de nueva fundación de detener la entrada de capellanas, 4 de noviembre de 1712.

Nombre Ingreso Modalidad Velo

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Esto nos lleva a cuestionar si todas las religiosas que ostentaron el título de cape-llanas realmente carecían de capital para dar la dote en el momento de profesión.

Aun cuando no contamos con los datos precisos de cada una de las religiosas, es-tas dudas surgen en el momento de revisar la documentación pues, a pesar de que en el Libro de fundación del convento se men-ciona de manera reiterada que las religio-sas entrarían en él lo harían sin dote para que así pudiesen acceder mujeres pobres a esta orden, en la comunidad aparecieron nombres y parentescos importantes que no necesariamente se relacionaban con las re-ligiosas que ingresaron con dote.

En el apartado anterior analizamos el criterio seguido para nombrar a las religio-sas capellanas y a las de dote, y vimos la falta de claridad en algunos casos en los que su riqueza económica no está compro-bada, pero hay casos en que podemos ase-gurarlo, pues así se indica en algunas car-tas de edifi cación21 en las que se habla de religiosas capellanas que tuvieron padres “ilustres por nacimiento y con abundancia de bienes terrenales”.

Es el caso de María Josefa de San Juan (1757) quien, a diferencia de su hermana Josefa Ignacia de la Encarnación (1760), no aportó dote al ingresar al convento. En el mismo caso se encontraban María Teresa Ignacia de los Dolores (1787) y María Agus-tina del Santísimo Sacramento (1789), esta última fue nieta por línea materna de Pedro Téllez Carbajal, ofi cial de las Reales cajas de la ciudad, que entró como capellana to-mando el velo blanco. Por otra parte, sólo en el caso de María Teresa Ignacia de los Dolores (1787) se especifi ca que al ingresar al convento ocuparía el lugar de capellana por ser el único que en ese momento estaba vacante pero, por sugerencia del arzobispo, depositó el monto de la dote que traía para que la ocupara alguna mujer pobre que de-seara entrar al convento y no contara con el capital requerido; esta cantidad la tomó María Magdalena de la Preciosa Sangre de Cristo (1799). Salvo este caso, ninguna otra mujer de situación económica desahogada que ingresó como capellana dejó cantidad alguna para la misma causa.

En el convento de Santa Teresa tam-bién hubo monjas cuyos familiares pertene-

21 Carta de edificación es el texto que se encuentra dentro del Libro de profesiones, en la cual aparece una pequeña biografía de las religiosas que han muerto; se distribuía a todos los conventos de la orden para que conocieran la vida y virtudes de cada religiosa.

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cieron a algunas órdenes militares22 y, por lo tanto, a las familias más importantes de la Nueva España; sin embargo, no todas entraron con dote. Fue el caso de Francisca de San Elías (1705), hija de Juan de Garay y Balona, perteneciente a la orden militar de Santiago. Otro caso es el de Juana María de San Elías (1760), quien también fue ca-pellana y cuyo padre, Gaspar Osorio Barba, descendía de Lorenzo y José Antonio Oso-rio y Barba, originarios del reino de León; ambos ingresaron a la orden de Santiago en el año de 1694, cuando todavía estaban en España y al pasar a América en 1702, uno de ellos fundó una capellanía en la catedral metropolitana.23

Por lo que se refi ere a las religiosas de esta jerarquía que sí entraron con dote podemos mencionar a Ángela Teresa de Jesús (1777), quien perteneció a una de

22 En España, las órdenes militares fueron consideradas en sus inicios “la expresión vigorosa del poder” de un grupo “en ansia de reconquista”. Fueron esencialmente religiosas no sólo por su lucha contra los moros, sino porque sus integrantes estaban sujetos a una disciplina muy rígida (como la castidad, la obediencia al maestre de la orden y la pobreza personal). Debido a los privilegios concedidos por el papa y los reyes de Castilla, León, Aragón y Portugal, las órdenes militares llegaron a convertirse en organismos poderosos que en ocasiones llegaron a disputar la soberanía con los reinos de España. A partir del matrimonio de los Reyes Católicos, paulatinamente se les fue despojando de esos privilegios y se convirtieron en motivo de distinciones y orgullo. Así, fue un premio que los soberanos concedían a sus súbditos por su servicio a la Corona. Quienes deseaban ingresar en ellas debían pasar por pruebas como legitimidad, limpieza de sangre, hidalguía y cristiandad, y fue bajo este concepto que se introdujeron en la Nueva España; quienes pertenecían a ellas ganaban un estatus social, además de contar con el económico, y llegaron a fundar una verdadera “nobleza” en la sociedad colonial. Leopoldo Martínez Cosío, Los caballeros de las órdenes militares en México. Catálogo biográfico y genealógico, México, INAH-Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica, 1946, pp. 13-14.23 Ibid, pp. 151-152.24 Ibid, pp. 185.

las familias más importantes de México; su abuelo materno, Pedro Trebuestos Alvara-do, era originario de las provincias vascon-gadas, en donde sabemos que ingresó a la orden de Alcántara en 1713 y en 1728, una vez que instalado en la Nueva España tomó la orden de Santiago. En 1720, Trebues-tos se había casado con Catalina Dávalos Bracamonte y Orozco, con cuyo matrimonio obtuvo el título de tercer conde de Miravalle y sus “descendientes continuaron con los honores de la casa”.24

En cuanto al padre de Micaela Josefa de Santa Teresa (1757), Pedro Malo de Vi-llavicencio, sabemos que ingresó a la orden de Calatrava en 1709 cuando aún se encon-traban en Sevilla, su lugar de origen, y al pasar a la Nueva España fue oidor decano de la ciudad de México y capitán general; los nueve hijos que tuvo con su esposa,

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25 Ibid. pp. 249-250.26 AHCSTNM, Libro de profesiones, Carta de edificación de Micaela Josefa de Santa Teresa.27 AHCSTNM Libro de profesiones, Profesión de Micaela Josefa de Santa Teresa, 1758.28 AHCSTNM, Libro de profesiones, Carta de edificación de María Luisa de San José, y Carta de edificación de María Ana de Santa Teresa.29 AHCSTNM, Libro de profesiones, Cartas de edificación.

María Gertrudis de Castro y Cueto, “enla-zaron la más alta aristocracia de la Nueva España”,25 pues entre ellos se encontraban el mariscal de Castilla y el conde del Va-lle,26 además del padre Pedro Malo y Castro (probablemente hermano de Micaela Josefa de Santa Teresa), de la compañía de Jesús, quien le dio a ésta el velo de profesión.27

Por otra parte, sabemos que en Santa Teresa hubo más religiosas provenientes de familias importantes que sí ingresaron con dote, por ejemplo, María Luisa de San José (1773), sobrina del prebendado Rafael Vértiz; María de San Alberto (1706), cuya madre, Inés de Ortega, era prima del enton-ces arzobispo de México, Juan de Ortega y Montañés, y, fi nalmente, aunque no sa-bemos mucho acerca de su origen, los pa-dres de María Ana de Santa Teresa (1778) también “fueron ilustres de nacimiento y con abundancia en bienes terrenales”.28

En el mismo caso podríamos citar a tres de las monjas fundadoras, tomando en cuenta que ingresaron con dote al convento de San José, aunque la más conocida es Teresa de Jesús debido a que sus padres

se convirtieron en los patrones de ambos conventos. Es importante resaltar que to-das las religiosas que pertenecieron a estas familias, con excepción de María Agustina del Santísimo Sacramento (1789), fueron coristas y de velo negro, lo que nos indica que eran de las religiosas que podían as-pirar a cargos dentro del convento y no se dedicaron a las labores manuales.29

De acuerdo con la información que se obtuvo a partir del Libro de profesiones del convento, observamos que la mayoría de las monjas y sus familiares vivían o eran originarios de la ciudad de México, pues en ese libro se menciona cuando no fue así (Cuadro 2) -sólo fue el caso de cinco reli-giosas-. No sabemos con exactitud cuáles eran las actividades a las que se dedicaban sus padres o familiares, salvo en los casos en que ostentaron algún cargo político o eclesiástico, aunque es probable que fue-ran parte de los mineros, comerciantes o hacendados de la Nueva España.

Si consideramos lo que mencionan las cartas de edifi cación sobre las religiosas de origen importante, así como lo que se ha

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podido rastrear en otras fuentes, podemos decir que en términos de porcentajes las religiosas de la elite en Santa Teresa ocu-paron 30% del total de su población en el siglo XVIII; es decir que de 56 monjas que vivieron en esos años en el convento, 17 provenían de las familias más importantes de la ciudad de México, lo cual no signifi -ca que el resto fueran mujeres pobres. De esas 17, ingresaron como capellanas siete y sólo una de ellas dejó la dote que traía para que la ocupara otra persona. No obs-tante, cabe aclarar que no se dispone de datos concisos sobre las demás religiosas que ingresaron con dote en diversos años, o de las que no sabemos si entraron con dote o como capellanas (Cuadro 3).

Tampoco podemos saber las razones

por las cuales personas de solvencia eco-nómica entraron sin dote y por qué a todas ellas, salvo en el caso mencionado, se les dio el velo negro, debido a que en el archi-vo del convento no existen documentos -ni se han encontrado en otros archivos- como listas de aspirantes que indiquen si hubo un proceso de selección en el ingreso al con-vento de Santa Teresa y a qué obedeció que se recibiera o no a una novicia. Lo que sí es notable es la demanda en el ingreso pues los lugares que quedaron vacantes fueron ocupados enseguida, tal como lo muestra el análisis de los ingresos y salidas de monjas por décadas, a partir de lo que nos pode-mos dar una idea más clara del “movimiento demográfi co” que se presentó en el conven-to de Santa Teresa. (Véase Cuadro 4.)

Cuadro 4. Ingreso y salida de monjas del convento de Santa Teresa, 1704-1799

1720-1729

Salieron tres Entraron tresCaracterísticas: todas de velo negro, dos de dote y una capellana

Características: todas de velo negro, dos con dote y una capellana

1730-1739

Salieron cinco Entraron ocho

Características: dos de dote, una capellana y una no se sabe; todas de velo negro

Características: cinco capellanas, dos con dote y una no se sabe (no profesó); siete de velo negro y una de velo blanco

1740-1749

Salieron cuatro Entraron cinco

Características: todas capellanas; tres de velo negro y una de velo blanco

Características: cuatro capellanas y una no se sabe; tres de velo blanco (una no profesó) y dos de velo negro

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1750- 1759

Salieron ocho Entraron ochoCaracterísticas: cuatro de dote y cuatro capellanas; siete de velo negro y una de velo blanco

Características: cuatro capellanas, una con dote y una no se sabe; todas de velo negro

1760-1769

Salió una Entraron dosCaracterísticas: capellana, de velo negro

Características: una capellana y una con dote; ambas de velo negro

1770- 1779 Salieron cinco Entraron cincoCaracterísticas: dos capellanas, dos de dote y una no se sabe; todas de velo negro

Características: dos capellanas y tres con dote; todas de velo negro

1780- 1789

Salieron cuatro Entraron cincoCaracterísticas: todas capellanas; tres de velo negro y una de velo blanco

Características: cuatro capellanas y una con dote; tres de velo negro y dos de velo blanco

1790-1799

Salió una Entró unaCaracterísticas: de dote y velo negro Características: de dote y velo negro

Fuente: AHCSTNM, Libro de profesiones, años de 1704 a 1799.

Salvo las décadas de 1730 y 1740, las demás guardan uniformidad hasta cierto punto en cuanto a la entrada y salida de monjas de acuerdo con sus modalidades de capellanas, con dote y de velo negro o blanco. Esto nos habla de que se respetó en general la regla al permitir el ingreso de únicamente 21 monjas. Sin embargo, en estos conventos existió el título de “super-numeraria”, la religiosa o novicia número 22 que se encontraba dentro del convento en espera de que saliera alguna de las demás, así que en ocasiones el convento contó con ese número de monjas.

En cuanto al aparente “desorden” de las dos décadas mencionadas, éste se debe a que en 1731 salieron cuatro religiosas a una nueva fundación en Caracas, y fueron sus-tituidas casi enseguida, pero algunos años más tarde, en 1736, tres de ellas regresaron y se reincorporaron al convento, por lo que seguramente en esa década hubo “sobre-población”. En las cartas de edifi cación no se marca la salida de esas tres religiosas para Caracas, sino el día de su muerte, las cuales ocurrieron, una, en 1744, y las dos restantes en 1745, lo que también refl eja cierto desfase en la década de los 40. No

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sucede así en el caso de Josefa de San Mi-guel, religiosa que se quedó en Caracas y murió allá, cuya salida quedó registrada en 1731. De las religiosas que salieron en esa década, una era de velo blanco y las demás de velo negro; dos eran de dote y las demás capellanas.

REFLEXIONES FINALES

La limitada población de religiosas y el in-greso de dos terceras partes de ellas como capellanas, alejó al convento de Santa Tere-sa de los patrones generales que presenta-ron los conventos novohispanos, dentro de los cuales existía un conglomerado social en donde convivían monjas, criadas y niñas educandas. Pero no sólo se diferenció de los conventos de las demás órdenes, sino también del de San José, en donde casi la totalidad de las religiosas entraba con dote.

Es evidente que estas características dieron al convento de Santa Teresa una imagen benefactora y generosa. Y si bien en principio el nuevo convento se planteó como un proyecto en conjunto, en donde estaban incluidas las religiosas de San José, en poco tiempo empezó a transformarse en algo más particular que se reducía al convento de nueva fundación, y creemos que el hecho de

que los recursos provinieran de la herencia del padre de la priora fue determinante.

Esta transformación se debió a factores económicos y a lo largo de los años las reli-giosas se dieron cuenta de que la herencia del patrono principal era insufi ciente para mantener dos conventos, y más cuando uno de ellos no recibía ingresos por dotes. Es por eso que el proyecto inicial también sufrió una transformación en este otro sen-tido, fue preciso aceptar que era imposible que la totalidad de las religiosas ingresaran a Santa Teresa como capellanas. Sin em-bargo, el hecho de que más de la mitad lo fueran lo sigue diferenciando de los demás conventos novohispanos.

Lo que sí es cuestionable en función de los objetivos planteados para justifi car la necesidad de una nueva fundación, es que el convento de Santa Teresa recibiera a mujeres de la élite social y económica, cuando se había asegurado que ingresa-rían mujeres “pobres y virtuosas” que no pudieran cubrir la dote, o al menos eso in-terpretamos del proyecto planteado por las carmelitas. Aunque las diferencias sociales no se manifestaron tan abiertamente como en otros conventos, hubo acciones que per-miten pensar que las diferencias en este sentido sí existieron.

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Esto se deduce al analizar el origen de las mujeres que ocuparon el cargo de priora en diversos momentos; el caso más importante es el de Teresa de Jesús, pero no fue el único. Observamos que casi todas las que ocuparon el cargo de prelada del convento pertenecieron a familias impor-tantes de la Nueva España. Las diferencias sociales también se manifi estan en el hecho de que, salvo un caso, todas las religiosas que ingresaron con dote profesaron como monjas coristas de velo negro, lo que les

* Candidata a doctora en Historia por la Universidad Jaume I, Castellón, Valencia.

posibilitaba acceder a algún cargo destaca-do dentro del convento.

Finalmente, quizá habría que refl exio-nar en otros conceptos, pues las intencio-nes de las religiosas al querer favorecer a doncellas pobres también contrastan con los textos que encontramos en las cartas de edifi cación, en donde es notorio que al hablar de las virtudes de las religiosas que han muerto, uno de los puntos a resaltar es el origen noble y la buena posición de las familias de varias de las monjas.

Historia, vol. 109, exp. 6, f. 288.

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Los estudios de historia colonial, que abarcan temas religiosos, son innume-

rables. Van desde la llegada de los primeros clérigos al continente americano hasta la participación de eclesiásticos en las conspi-raciones contra el gobierno a principios del siglo XIX.

Dentro de la administración eclesiástica existen dos cleros: el regular, cuyos miem-bros viven bajo votos solemnes de obe-diencia, pobreza y castidad, con una vida organizada por medio de reglas, y el clero secular, que vive fuera de los conventos, en el mundo, entre la gente. Están adscritos a una parroquia o una catedral y prestan ser-vicios sacramentales al pueblo.

El clero regular tiene tres tipos de órde-nes: mendicantes, hospitalarios y no men-dicantes. La orden de San Francisco perte-

nece al primer tipo, es decir que su sostén económico es a través de la mendicidad.1

Los primeros franciscanos que arribaron tras la llegada de Hernán Cortés al Nuevo Mundo fueron los fl amencos Johan van der Auwera (fray Juan de Ahora); Johann De-kkers (fray Juan de Tecto) y el lego Pierre de Gande (más conocido como fray Pedro de Gante), quienes llegaron a Veracruz el 13 de agosto de 1523.2

A ellos los siguieron doce franciscanos quienes se dividieron de cuatro en cuatro-para iniciar su labor misionera en Texcoco, Tlaxcala, Huejotzingo y la ciudad de Méxi-co. Las misiones que se comenzaron a fun-dar estaban conformadas por un convento y una iglesia que se iban expandiendo en distintas zonas para dar lugar a la adminis-tración territorial propia de la orden: varias

LOS FRANCISCANOS EN LA SECULARIZACIÓN DE LAS PARROQUIAS

Perla Yáñez Hernández*

1 Mario Camacho Cardona, Historia urbana novohispana del siglo XVI, México, UNAM, 2000, pp. 277 y 2782 Un lego es aquel que no está destinado al sacerdocio y no puede realizar actos sacramentales, pero que hace votos de religión (obediencia, pobreza y castidad). No tiene voto en las decisiones comunitarias y se dedica a funciones manuales y de evangelización.

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misiones formaron una custodia, la cual permanecía bajo la tutela de una provincia. En Nueva España, los franciscanos tuvieron cinco provincias: Santo Evangelio de Méxi-co (1535), San José de Yucatán (1559), San Pedro y San Pablo de Michoacán (1565), Santiago de Xalisco (1606) y San Francisco de Zacatecas (1606), cada una de ellas con una jurisdicción propia.

El apoyo que recibieron los frailes para su establecimiento fue muy importante, ya que de ello dependió su expansión y predo-minio en la Colonia. Puesto que era nece-sario propagar el evangelio en los nuevos territorios, los reyes católicos recibieron del papa amplios poderes para el envío de misioneros y en 1508 recibieron el título de Regio Patronato Indiano, el cual les propor-cionó ciertos derechos como la presentación de candidatos para los obispados, abadías, parroquias; autorización para la construc-ción de iglesias y conventos, administración de los diezmos y, sobre todo, sustentar y proteger a la Iglesia.3

Por otro lado, los regulares recibieron autorización del papa de adoctrinar a los in-dios en la fe. Esto les permitió ejercer todos los actos religiosos como sacerdotes sin un

permiso episcopal, es decir, estaban suje-tos a la autoridad de la orden y no a la de los obispos.

Sin embargo, estos privilegios no fueron permanentes pues, al irse estableciendo el clero secular en Nueva España, se exigió la administración de estas parroquias. A este proceso se le denominó secularización. Esto llevó a un confl icto entre ambos cleros que duraría cerca de 200 años.

Es mucho el material que se conserva sobre la secularización de las parroquias, en especial de la provincia del Santo Evangelio. En sus inicios fue fundada como custodia para después convertirse en provincia; abar-caba desde San Juan de Ulúa hasta el valle de Toluca. Contó con más de 90 casas ubi-cadas en los obispados de México, Puebla (que comprendió parte del territorio de Vera-cruz), Tlaxcala y Oaxaca. Algunos conventos fundados en el siglo XVI como parte de esta provincia fueron Tlanepantla, Xochimilco, Huexotla, Otumba, Tula, Cempoala, Cholula, Atlixco, Tehuacán, Tecamachalco, Quecho-lac, Tecali, Toluca y Chapala, entre otros.

Algunos materiales copiados se en-cuentran en el Archivo General de la Na-ción, en el Archivo General de Indias y otros

3 Virve Piho, La secularización de las parroquias en la Nueva España y su repercusión en San Andrés Calpan, México, INAH, 1981, p. 26.

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archivos como la Biblioteca Nacional; el fondo principal de la provincia se encuentra en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, sin contar los que hay en los archi-vos locales y parroquiales, al igual que los que se conservan en la propia orden. Es-tos documentos hacen referencia a la vida de la orden de San Francisco, por lo que el proceso de secularización se encuentra en ellos.

Los orígenes del confl icto que se desató entre los dos cleros sobre la administración de las parroquias se remontan al siglo XVI, cuando los regulares se quejaron de que los seculares eran los causantes de la ruina de los pueblos, de que los obispos no visitaban las parroquias y que se rehusaban a orde-nar a los frailes como sacerdotes. Por otro lado, los religiosos no daban el diezmo de sus parroquias al rey porque consideraban este pago un abuso contra los indígenas. Estos dos factores fueron determinantes para que se iniciara un confl icto entre los cleros y derivara en el proceso de secula-rización.

En la segunda mitad del siglo XVI, los gastos que implicaba a la Corona el sostén del clero secular llevaron a la monarquía a pensar en que el clero regular entregara las doctrinas y parroquias a los clérigos. Este

sería el camino más propicio para obligar a los indígenas a pagar el diezmo al no estar bajo la protección de los frailes y, al mismo tiempo, restar poder a éstos.

El monarca otorgó al arzobispo Pedro Moya de Contreras la facultad de seculari-zar las parroquias indígenas. Sin embargo, la fuerte resistencia de los regulares logró que se derogara la disposición monárquica. Los frailes lograron conservar sus parro-quias, pero debían someterse a la autoridad de los obispos.

Los monarcas españoles del siglo XVII reconocían que perjudicaba a las Cajas Reales no obtener los ingresos por la re-caudación de diezmos. Consideraban que la administración de las parroquias, otorga-da en un inicio a los religiosos por falta de curas, y debido a que el número de éstos había aumentado, exigía a los regulares su entrega. Para ello se convocó a un examen de lenguas indígenas, requisito necesario para ocupar las parroquias. Se debían pre-sentar tres candidatos por parte del virrey y un jurado eclesiástico nombraba a los ministros. Los regulares no se sometieron al examen y en 1622 el papa Gregorio XV emitió una bula por la que se ordenaba a los frailes sujetarse a la autoridad de los prelados. Lo único que consiguieron a su

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favor los religiosos fue que se suspendiera la visita obispal.4

La monarquía buscó equilibrar ambos cleros al intentar que los frailes pudieran continuar administrando las parroquias, pero debían entregar el diezmo, a lo que se negaron los regulares. La Corona, cansada de esta situación, comenzó a ser más enér-gica con éstos ya que solamente podían ejercer como doctrineros si eran nombrados ofi cialmente por el Patronato Regio; se les restringió el pago de salario y se reinició el proceso de secularización. Esto último sería realizado por el visitador y obispo de Pue-bla, Juan de Palafox y Mendoza.

Las consecuencias que trajo a las co-lonias americanas la guerra de los 30 años en Europa (1635) afectaron sobre todo al comercio. Por ello Juan de Palafox fue in-vestido con amplios poderes para estudiar el caso del comercio en el Pacífi co. Tras una larga serie de investigaciones, Palafox criticó con severidad al sistema judicial de la colonia al considerarlo inefi caz, por lo que concluía que el virreinato necesitaba refor-mas profundas y completas. Éstas llegaron más allá de lo civil al involucrarse con el

clero regular. Para Palafox, la religión y la política, la moral y la administración tuvie-ron una relación directa, por lo que al re-formarse una debía cambiar la otra. Creyó que su papel como visitador y obispo era fundamental para la recomposición social y eclesiástica; para él era inaceptable que la mayor parte de la diócesis de Puebla es-tuviera encomendada a los religiosos men-dicantes que afectaban a los seculares al no contar con medios de vida y benefi cios adecuados. El descontento del clero secu-lar, decía, llegaría a amenazar su estabili-dad. Para él, los sacerdotes constituían una parte esencial en el cuerpo clerical; eran quienes compartían la vida de la gente y podían instruirla acerca de Dios.5

Por otro lado, la necesidad urgente de ingresos llevó de nuevo a la Corona a su preocupación por el pago del diezmo que solamente se podía lograr por medio de la secularización de las parroquias. Palafox pensaba que se perjudicaba a los indígenas al sostener económicamente a los conven-tos, y por lo tanto, al pasar la administración de los diezmos a manos del clero secular, se mantendrían las iglesias, al igual que el

4 Virve Piho, op. cit., pp. 103 y 104; Jonathan Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial 1610-1670, México, FCE, 1975, p. 1475 Jonathan Israel, op. cit., pp. 204-207.

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costo de las construcciones eclesiásticas. Con esto se aligeraría la carga económica de la Corona y se obtendría el ingreso de las dos novenas partes del diezmo.

Así mismo, convocó a los religiosos a ser examinados respecto al uso de lenguas indígenas y advirtió que, en caso de no pre-sentarse, se nombraría a clérigos para sus-tituirlos en las parroquias. Para ello, Palafox creyó conveniente que los regulares se en-claustraran y no se admitieran como doctri-neros si no contaban con la aprobación de los obispos y, en caso de no atenerse a sus órdenes, que abandonaran las parroquias. En Puebla, en 1641, se informó a los supe-riores de 37 casas religiosas que serían so-metidos a dicho examen. Fue inminente su desalojo. Sólo hubo tres religiosos que se presentaron para ser evaluados y lograron conservar sus parroquias. Felipe IV quedó complacido por la labor del obispo y ratifi có su posición en 1644 al ordenar que las pa-rroquias expropiadas quedaran en manos del clero secular.

Aunque hubo algunos incidentes vio-lentos contra los frailes o curas seculares, no se impidió el proceso de secularización ordenado por Palafox, pero su labor se vio truncada ante varios confl ictos con autorida-

des civiles y religiosas que provocaron se-rios levantamientos en la colonia, por lo que en 1647 le ordenaron regresar a España.

Para el siglo XVIII, una nueva monarquía tomaría el poder de la Corona española. La dinastía francesa conocida como los Bor-bones iniciaría una nueva etapa no sólo en la historia de Europa sino en los territorios americanos, pues cambió el manejo del Estado al tornarse de carácter “absolutista” porque el monarca consideraba que su per-sona era la encarnación del Estado y en él se concentraba un poder absoluto e ilimita-do, inclusive sobre la Iglesia.

Muchos ilustrados españoles pensaban que era necesario renovar la Iglesia: el clero regular debía volver a su vida conventual, recuperarse la observancia de la regla y dis-minuir su número. Respecto al clero secu-lar, a éste le correspondía la función de con-trolar el comportamiento de la población. A principios del siglo XVIII las órdenes de Santo Domingo, San Agustín y San Francisco con-taban con 351 conventos y cerca de 2,396 curas: 527 dominicos, 1,218 franciscanos y 651 agustinos. La Nueva España tenía un arzobispado y ocho obispados: Puebla, Valladolid, Oaxaca, Guadalajara, Yucatán, Durango, Monterrey y Sonora.6

6 Carlos Alvear, La iglesia en la historia de México, México, Jus, 1975, p. 73.

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Tierras, vol. 64, exp. 7, f. 201.

La manutención de los cleros por parte de la Corona resultó una carga, por lo que decidió incrementar la recaudación de cada uno de los recursos eclesiásticos y traspa-sarlos a la administración de la Real Hacien-da. Entre ellos estaba el ingreso del diezmo.

Con esta medida se iniciaría nuevamente el proceso de secularización.

El 4 de octubre de 1749, se expidió la primera orden de secularización para el arzobispado de México, la cual sería con-fi rmada el 1 de febrero de 1753, incluyendo

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al resto de los virreinatos de América. En 1757 se informó al monarca del envío de la instrucción de separación de las parroquias a todos los obispos, presidentes de audien-cias y gobernadores.

Algunas de las parroquias que habían sido secularizadas en los siglos anteriores lograron seguir siendo administradas por los regulares. Esto se debió a varios fac-tores: los nuevos curas seculares no eran bien recibidos por la feligresía, algunos te-nían problemas con las autoridades civiles o los frailes apelaban ante las autoridades civiles para conservar sus parroquias. Pero esto no duraría mucho tiempo tras la orden de secularización.

Un ejemplo fue la parroquia de Zacatlán de las Manzanas, en el obispado de Puebla, la cual fue entregada al clero secular du-rante la administración del obispo Juan de Palafox. Los franciscanos, por lo tanto, sólo conservaron el convento. En 1779, el obis-po Francisco Gabian y Gueró hizo que los frailes de al menos 15 conventos (incluyen-do Zacatlán) renunciaran y se entregaran a los seculares, acto que fue hecho ofi cial por el provincial del Santo Evangelio, fray Pablo Antonio Pérez. El pueblo de Zacatlán pidió al virrey que no les quitara a los frailes, sin 7 AGN, Clero regular y secular, vol. 160, exp. 3, fs. 57v-59.

resultado. Los religiosos se trasladaron a otros conventos, permitiéndoseles llevarse los vasos sagrados, lámparas, utensilios y cuanto pudieron.

A fi nales de 1789, las autoridades ci-viles de Zacatlán enviaron una petición al corregidor de Puebla para que los frailes re-gresaran al convento. Esto se debió a que en el tiempo en que los regulares estuvieron en el claustro, los lugareños les solicitaban la celebración de misas y porque, según argumentaban, el cura y los vicarios no se daban abasto con las misas y enviaban a los fi eles a otros pueblos, sin permitir a los frailes que los ayudaran.7

Una vez que estuvo de acuerdo con el provincial de los franciscanos, el corregidor envió la petición a los procuradores síndi-cos, quienes se encargaban de cuidar de las dependencias y derechos del público. Ellos solicitaron a un juez eclesiástico que investigara si al ser restituidos los religiosos se llegaría a perjudicar al curato en la ma-nutención de los frailes.

Como representante de la autoridad real, un fi scal de lo civil fue nombrado para el caso. Al considerar delicado el asunto y que debía examinarse detenidamente, pidió un informe detallado al cabildo eclesiástico de Puebla, al

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provincial de la orden de San Francisco y al cura de Zacatlán sobre el motivo por el cual los lugareños querían a los frailes de vuelta. El informe que recibió el fi scal por parte del provincial de la orden constataba lo sucedido en 1779, cuando se entregó el convento a los seculares. Por tal motivo, el fi scal solicitó el expediente de ese año a las autoridades obispales y franciscanas.

Los vecinos seguían presionando a las autoridades virreinales argumentando que el cura había suspendido misas en las fi es-tas y no cumplía con sus ofi cios. El fi scal turnó el caso al subdelegado de Zacatlán para que informara al virrey sobre el asunto y confi rmó la queja de los vecinos y la nece-sidad de la presencia de los religiosos.

Sin embargo, el cura del lugar, Euse-bio González de la Cruz, argumentó que eran infundadas las quejas de los vecinos, acusando a dos indígenas del lugar, José Joaquín y José Garati, de ser los incitado-res, pues eran unos borrachos y penden-cieros. Los argumentos del eclesiástico no fueron sufi cientes en comparación con los que presentaban las autoridades civiles de Zacatlán.

El proceso se volvió lento cuando el fi scal de lo civil, al no encontrarse en el ex-8 AGN, Clero regular y secular, vol. 160, exp. 3, fs. 57v-59.

pediente la supresión del convento, ordenó que se investigara si su fundación tuvo la autorización ofi cial del rey. Sólo se encon-traron en los archivos de la provincia del Santo Evangelio el año de fundación del convento pero no la licencia correspondien-te. Parece ser que el motivo fue que, en los inicios de la colonización y estando en expansión la labor misionera y conventual, sólo recibieron del virrey las órdenes auto-rización verbal, otras veces escrita, quien a su vez estaba avalado por el rey según una cédula de 1535.8

A pesar de que no consideraba un pro-blema restituir a los frailes, el fi scal pensó detenidamente sobre el número de religio-sos que podían regresar y su manutención. Determinó que de ocho religiosos que ofi -cialmente eran aceptables, fuera menor su número para poderlos sustentar; pero su reinstalación se vería atrasada pues debían esperar la Real Licencia. Respecto a la la-bor que podían desempeñar los religiosos en Zacatlán, el caso se remitió al virrey.

El caso concluyó con la aceptación de los franciscanos de manera interina y su la-bor sería la de vicarios.

Aunque ha sido breve la exposición de este tema, se pueden concluir varios puntos.

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En primer lugar, la importancia administra-tiva del clero regular en la vida social, pues no sólo se limitó a fundar conventos y casas de estudio sino parroquias que permitieron la formación de varios pueblos de indios. En cuanto a sus autoridades se refi ere, los franciscanos sólo se sometían a los supe-riores de la orden, por lo que, aun teniendo la investidura de sacerdotes, no obedecían a los obispos. Este fue uno de los motivos por los que a fi nales del siglo XVI se inició la secularización pero, al no conseguirse, sólo lograron que los curas regulares se some-tieran a la autoridad obispal.

En segundo lugar, uno de los factores que llevó a que se separaran las parroquias de los religiosos fue el económico; ambos cleros representaban una carga a la Real Hacienda: los diezmos signifi caban un por-centaje importante de ingresos del cual se destinaba una parte a la Iglesia y otra a la Corona. Sin embargo, la porción real era dada a la Iglesia para la construcción de templos. Además de los diezmos se paga-ba el sueldo de los clérigos. Pero las parro-quias administradas por los regulares esta-ban exentas del pago del diezmo; la Corona ayudaba en la fundación de conventos y mi-siones, en la transportación de misioneros y

en su manutención. Esto representaba una carga económica y la forma de aligerarla era entregar las parroquias para obtener los ingresos de los diezmos.

Finalmente, a través del proceso de secularización se puede concluir que tanto autoridades civiles como eclesiásticas par-ticiparon en él. Las primeras se encargaban de estudiar los casos y expedir los docu-mentos ofi ciales necesarios ya sea para que los regulares permanecieran en un lugar o lo desa lojaran; se encargaba de vigilar de que el proceso se hiciera de acuerdo a las órdenes reales y aprobaba las decisiones tomadas por los prelados. Las autoridades eclesiásticas se encargaban de hacer llegar las órdenes reales a todas las partes invo-lucradas: los provinciales, el encargado del convento, de la parroquia, el cabildo ecle-siástico, los jueces síndicos, etc.; informa-ban a las autoridades civiles sobre el pro-ceso, les facilitaban expedientes y recibían ofi cialmente las parroquias.

El proceso de secularización sólo fue uno de los diversos elementos que refl e-jaron el cambio en la vida novohispana de fi nales del siglo XVIII y las consecuencias so-ciales, políticas y económicas que llevarían a futuros levantamientos.

* Historiadora, FES Acatlán, UNAM.

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Hac ia e l B icentenar io

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Ignacio Allende nació el 21 de enero de 1769 en San Miguel el Grande, Guanajuato. Su bautismo fue celebrado cuatro días después de su nacimiento en la parroquia de la villa de San Miguel el Grande y se le registró como Ignacio José de Jesús Pedro Regalado, hijo legítimo de don Domingo Narciso de Allende y de doña Mariana Unzaga, ambos españoles de esa villa.

Por otra parte, el 10 de abril de 1802, Ignacio Allende contrajo matrimonio en el santuario de Atotonilco con María de la Luz Agustina de las Fuentes, de origen español.

Colección de Documentos para la Historia de la Guerra de Independencia,tomo II, vol. III, doc. 250.

Partidas de bautizo y matrimonio de Ignacio Allende, 1779

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Estas hojas de servicio fueron emitidas por el Regimiento Provincial de Dragones de la Reyna en diciembre de 1806, y registran los nombramientos militares de Mariano Abasolo, Juan de Aldama e (Ignacio) José de Jesús de Allende y Unzaga. El documento contiene información sobre los cargos que ellos tuvieron previos a su empleo actual en el Regimiento, así como el total de años, meses y días de servicio. También incluye datos sobre su edad, ciudad de residencia, su conducta y su salud (robusta en todos los casos). A los tres los registraron con su calidad de nobles. En particular, el teniente Mariano Abasolo tenía en ese momento 24 años, radicaba en el pueblo de los Dolores y estaba casado. Por su parte, el teniente Juan de Aldama tenía 33 años, radicaba en San Miguel el Grande y estaba casado. Por último, el capitán Ignacio Allende tenía 43 años, radicaba en San Miguel el Grande y estaba soltero.

Indiferente de guerra, vol. 165, fojas 32, 87 y 101.

Hojas de servicio (nombramientos de Allende, Aldama y Abasolo), 1806

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REGIMIENTO PROVINCIAL DE DRAGO-NES DE LA REYNAEl Capitán don José María de Allende y Unzaga, su edad 43 años, su país San Mi-guel el Grande, su calidad noble, su salud robusta, sus servicios y circunstancias los que expresa.

Tiempo en que empezó a servir los em-pleos: Capitán por despacho provincial: días 9, meses octubre, años 1795.Id. con Real Despacho días 19, meses fe-brero, años 1796.

Tiempo que ha que sirve y cuanto en cada empleo: Empleos de Capitán años 11, me-ses 2, días 22.

Total hasta fi n de diciembre de 1806, años 11, meses 2, días 22.

Regimientos donde ha servido.En el actual.

Campañas y acciones de guerra en que se ha hallado.

Se halló con su propio regimiento el tiempo que estuvo de guarnición en Méjico, 6 me-ses, 15 días en el año de 1806.Miguel del Campo [Rúbrica]

Conforme con el Coronel [Rúbrica].

Valor no conocido.Aplicación regular.Capacidad Id.Conducta Id.Estado Soltero.Canal [Rúbrica].

[No se incluyen las paleografías de los documentos de Aldama y Abasolo por ser legibles.]

PALEOGRAFÍA

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En este documento fechado en Chihuahua el 10 de mayo de 1811, el juez Ángel Abella, comisionado para llevar a cabo las diligencias para juzgar a los insurgentes, toma la de-claración a Ignacio Allende, quien narra su versión sobre los acontecimientos del inicio del movimiento independiente y describe los sucesos del 16 de septiembre de 1810, cuando después de dar libertad a los presos de la cárcel del pueblo de Dolores se reunió a las seis de la mañana un total de 200 hombres que poco después sumaron 500 y, en dirección a San Miguel el Grande, hicieron una parada en Atotonilco para tomar como estandarte un lienzo de la virgen de Guadalupe.

Historia, vol. 584-2, expediente 1, fojas 6-10.

Narración que Ignacio Allende hace del inicio de la guerra de independencia, 1811

En la villa de Chihuahua, a diez días del mes de mayo de mil ochocientos once, el señor juez comisionado don Ángel Abella en prosecución de las diligencias de que está encargado por el señor Comandante General, se trasladó al hospital de esta vi-lla en donde se hallan presos los reos don Miguel Hidalgo y consortes. Y constituidas en la prisión de don Ignacio José Allende, teniéndolo a su presencia, le recibió jura-mento que hizo por Dios Nuestro Señor y una señal de la Santa Cruz, bajo el cual prometió decir verdad en lo que supiere y le fuere preguntado, y siéndolo por su nombre y apellido, edad, religión, estado, empleo,

calidad y vecindad. 1ª. Dijo: llamarse don Ignacio José Allende y Unzaga, cuarenta años de edad, religión Católica, Apostólica, Romana, su estado viudo, empleo Capitán de Granaderos del Regimiento de la Reyna, español americano, natural y vecino de la Villa de San Miguel el Grande del Virreynato de Nueva España, y responde.

1ª. PREGUNTADO 2ª. si sabe la causa de su prisión, por quién fue aprehendido, en dónde y qué otros sujetos fueron aprehendi-dos con él,sus nombres y carácter entre los insurgentes y cuál es su paradero actual,y particularmente, el de los llamados don Mi-guel Hidalgo, don José Mariano Jiménez y

PALEOGRAFÍA

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don Juan Aldama. Dijo que aunque ignora de positivo la causa de su prisión, sospecha será por haber tomado las armas contra el gobierno por verse aquí, esto es, en esta vi-lla que fue aprehendido por un don Ignacio Elizondo según tiene entendido, y un cuerpo de lanceros y otros, que de antemano tenían abrazado el partido del declarante y por eso ignora la causa positiva de su prisión, los cuales habiendo hecho buen recibimiento al que [6v.] declara, y a los que le acom-pañaban, pasaron a hacerles fuego y los tomaron por sorpresa: que fue aprehendido en un paraje llamado Baján en la provincia de Coahuila, y lo fueron con él; el teniente general don Joaquín de Arias, capitán que era del regimiento de infantería de Celaya; el brigadier don Juan Ignacio Ramón que le parece era capitán de las compañías del Nuevo Reyno de León; el exgeneralísimo don Miguel Hidalgo, cura que era que era del pueblo de Dolores; el teniente general don Juan Aldama, capitán del regimiento de dragones de la Reyna; el capitán general don José Mariano Ximénez; el mariscal de campo don Mariano Abasolo, capitán que era de dragones de la Reyna; el mariscal de campo don Francisco Lanzagorta, teniente del mismo regimiento de la Reyna; el ma-riscal don Manuel Santa María gobernador

de Monterrey; el brigadier don N. Carrasco; el coronel don José Santos Villa; el tesorero del ejército don Mariano Hidalgo; el mariscal don Pedro Aranda; el coronel don N. León; don N. Valencia de cuya graduación no se acuerda, que se agregó al ejército en Zaca-tecas, y según tiene entendido huyendo de la plebe que lo tuvo por europeo; don José de la Canal y Ballejo, paisano; el coronel de la artillería don N. Domínguez con otros varios y todos que no pudieron escaparse del ejército que les seguía, cuyo paradero actual ignora, aunque los más de los nom-brados fueron conducidos con el que decla-ra desde Monclova a esta villa.

3º. Preguntado a dónde y con qué obje-to el mismo que declara [f.7] y el ejército de que hace mención, marchaban por el rumbo de Baján y de Monclova en donde fueron aprehendidos. Dijo: que el punto y objeto a dónde se dirigían era primeramente ir a Monclova y allí formar Consejo de Guerra a varios de los principales que lo acompaña-ban por los malos procedimientos que sabía habían tenido en sus comisiones, los cuales asegurados y castigados dirigirse a Bexar en donde se harían fuertes mientras se ha-cían de las armas que necesitaban en los Estados Unidos, y en seguida volver a inter-narse dentro del reyno de Nueva España en

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prosecución de se empresa, y responde.4ª. Preguntado. Qué por lo que tiene de-clarado se conoce que sabe y es noticioso de la llamada insurrección, que a mediados del mes de septiembre próximo pasado, se suscitó en el pueblo de Dolores, San Miguel el Grande, y otros del virreynato de Nueva España, diga quién o quienes fueron los primeros y principales motores de ella, con quienes y con qué medios contaron antes y después de promovida, así de dentro como de afuera del reyno, quiénes los han fomen-tado con caudales, consejos, arbitrios, es-peranzas o de cualquiera otra manera: las conexiones y relaciones que por escrito, de palabra o por terceras personas hallan te-nido con tales sujetos de dentro y fuera del reyno y en dónde paran las constancias que acreditan todo lo que dijere. Dijo: que sabe y tiene noticia de lo que la pregunta inquie-re: que los primeros y principales motores de ella fueron el que declara y don Miguel Hidalgo: que tuvo principio el día diez y seis de [7 v.] septiembre próximo pasado en el pueblo de los Dolores, obispado de Valla-dolid en el modo y forma que va a expresar: que el día quince de dicho mes, se trasladó el declarante desde San Miguel el Grande al pueblo de Dolores como una de tantas ve-ces que solía hacerlo, habiendo llegado allí

a cosa de las seis de la tarde, apeándose en la casa del cura Hidalgo, a que se siguió hablar entre los dos del riesgo a que estaba expuesto el reyno de ser entregado a los franceses porque para el concepto de los dos toda la grandeza de España estaba in-clinada o por mejor decidida por Bonaparte, y que la península estaba perdida, excepto Cádiz, de que debía de resultar que el reyno se perdería también porque estaba indefen-so, y las más de sus autoridades públicas eran hechuras del tiempo del Príncipe de la Paz, y no podía tenerse confi anza de ellas; que éstas y otras conversaciones semejan-tes habían tenido los dos en otras concu-rrencias casuales; y para remedio de este riesgo les parecía bien un plan que se decía tratarse ocultamente en México de reunir cierto número de sujetos de distintas cla-ses, los cuales hiciesen una representación al Virrey para que se le hiciese presente lo referido, y solicitasen la formación de una junta compuesta de regidores, abogados, eclesiásticos y demás clases con algunos españoles rancios, cuya junta debía tener conocimiento en todas las materias de go-bierno, y por la misma razón había de haber una comisión de americanos en Veracruz, que recibiesen las correspondiencias de España porque se temía que se intercep-

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taba y no se manejaba bien la fe pública, y que no se manifestaba el verdadero [f.8] estado de las cosas, de cuyo plan les había dado noticias el capitán don Joaquín Arias, como por el mes de julio o porque venía de México, o porque se lo habían escrito con la expresión de que este pensamiento entraba la principal nobleza de aquella capital; pero ni el declarante ni Hidalgo, a lo que tiene entendido, habían proyectado por sí cosa alguna, si no que estaban pendientes de lo que salía del referido plan, u otro que se adoptase al objeto de la seguridad del rey-no, y solo para auxiliar este plan, en el caso que el gobierno no lo admitiese y sacrifi case a los primeros representantes había apala-brado el declarante en Querétaro y en San Miguel el Grande a algunos sujetos que por su parte apalabrasen a otros con el fi n de tener gente pronta para usar de la fuerza en aquel caso que ya debía ser necesaria, cuya operación tuvo principio desde febrero o marzo del año próximo pasado.

En este estado y por ser ya muy tarde el señor juez comisionado don Ángel Abe-lla mandó suspender esta declaración para continuarla en la tarde de este mismo día, la cual leída que le fue al declarante. Dijo ser la misma que lleva hecha y su contenido la verdad so cargo del juramento que lleva

prestado en que se afi rmó y ratifi có y fi rmó con dicho señor comisionado y conmigo el presente escribano de que doy fe. Excepto Cádiz, entrerrenglones.vale.

Ángel Abella [Rúbrica] Ignacio José de Allende [Rúbrica

Ante mí, Francisco Salcido [Rúbrica]

En la tarde del mismo día el señor juez co-misionado [f.8v.] continuando la declaración que quedó pendiente, y estando presente el declarante. Dijo: que el encargado en Querétaro fue don Epigmenio González, un don Ignacio cuyo apellido no tiene presen-te, un don N. Lozada, y no conoce a varios otros sujetos que con ellos concurrían a sus conversaciones, y sin duda serían de sus confi anzas, y en San Miguel el Grande el mismo declarante, don Juan Aldama, y don Joaquín Ocón, que poco ha existía en la misma villa, y todos debían de ir insinuan-do estas mismas ideas a los que apalabra-sen: que a igual acopio de gentes se había propuesto el cura Hidalgo en Dolores y sus alrededores asociados a lo que presume de don Mariano Montemayor porque era el que con más confi anza presenciaba las conversaciones de los dos, y entre todos

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habrían juntado, desde la época referida hasta que se verifi có la insurrección, como tres mil, de los cuales mil ochocientos eran agenciados por los confi dentes de Queréta-ro, según ellos decían, pues el que declara no lo sabe, como tampoco si era cierto lo que estos anunciaban, de haber muchos en México igualmente prevenidos y hasta tropas ganadas, sin embargo de que por lo que el declarante tenía observado en Méxi-co, no lo dudaba. En esto pasó el declaran-te al pueblo de Dolores, como tiene dicho, y a hora de las doce de la noche llegó don Juan Aldama con la noticia de que en Que-rétaro se había aprehendido a su confi den-te don Epigmenio González y a otros, y de que consecutivamente venían a aprehender al declarante, visto lo cual, y no pudiendo dudar de que así sería; por mediar las re-laciones que tiene expresadas, entraron los tres, Aldama, Hidalgo y el que declara en consulta sobre lo que debían hacer, en que se resolvió entrando en el acuerdo don Ma-riano Hidalgo, y don Santos Villa, [f. 9] con-vocar en la misma noche los vecinos que estaban o se consideraba estarían prontos a seguirlos y juntos hasta ochenta hombres fueron al cuartel y se apoderaron de las es-padas de una compañía que estaban depo-sitadas allí, y luego se distribuyeron por las

casas de los europeos para que los fuesen asegurando, según fuesen abriendo sus puertas por la mañana, y al declarante le cupo la casa del subdelegado don Nicolás Rincón a quien también se le aprehendió sin embargo de ser criollo, porque se temía que no había de ser de su partido, y cuando el declarante se llevaba al subdelegado le dijeron en medio de la plaza que se dirigie-se a la cárcel pues ya estaban allí todos los europeos, habiendo antespuesto en libertad a los presos, no sabe si por disposición de Hidalgo o de algún otro; y para aquella hora que serían las seis de la mañana ya se ha-brían juntado hasta doscientos hombres, y apoco rato llegarían a quinientos por ser día domingo y de mercado; que inmediatamen-te trataron de dirigirse a San Miguel el Gran-de con el fi n de practicar igual operación, y don Juan de Aldama se quedó encargado de conducirlos los europeos, que serían de diez y ocho a veinte, a las inmediaciones de San Miguel el Grande, hasta ver el re-sultado de su empresa y no exponerlos al furor de la plebe: hicieron alto en Atotonil-co en donde tomaron de casa del capellán don Remigio González un lienzo de nuestra Señora de Guadalupe por idea de alguno de las compañías, el cual pusieron en una garrocha y continuaron su marcha para el

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lugar de su destino, a donde llegaron ya de noche y hallaron que el pueblo estaba albo-rotado, gritando viva la América y muera el mal Gobierno: los europeos que se habían hecho fuertes en las Casas Reales [f. 9 v] se entregaron al que declara por ser ya mucha la plebe que se había juntado, y algunos, gritaban que mueran los gachupines; pero el que declara pudo contenerlos con mucho trabajo aunque no pudo evitar el saqueo de tres a cuatro tiendas, y así quedó entablada la insurrección: que antes de este aconteci-miento no contaban con más gentes, ni con mas medios que los que aparecen de lo que lleva declarado, ni han tenido otras conexio-nes ni relaciones sea por escrito de palabra o por terceras personas, ni quien los fomen-tase con dinero ni cosa alguna de lo que inquiere la pregunta; y después así como la resolución fue violenta, los medios de continuar la empresa, lo fueron igualmente, pues que ni aún armas tenían propias para la empresa, como que el acopio que habían procurado de gentes se trataba sin formali-dad ninguna, y solo para en el caso que se fi guraba, para el cual siendo los más ran-cheros no podían faltarles las de su uso y costumbre; y aún por lo que hace al número de gente que tiene declarado, no tiene más dato en cuanto a la de Querétaro que el

dicho de los confi dentes, porque habiendo pasado a aquella ciudad en fi nes de agosto o principios del mismo mes de septiembre, y conferenciado con ellos sobre el particular se lo dijeron así, y habiéndoselo avisado al cura Hidalgo y que se acercase allá para que se certifi case por sí mismo de la ver-dad, se satisfi zo sobre su palabra y se retiró a Dolores; pero habiéndole faltado al decla-rante a la que le había dado el llamado don Ignacio de presentarle en cierto día de quin-ce a veinte rancheros, dueños o arrendata-rios de rancho que decía le tenían ofrecido hasta trescientos hombres, le participó esta novedad [f. 10] a Hidalgo: éste le contestó por un papel sin fi rma, se apartaba de los tratado, y que no contase con él para nada; mas como a pocos días el dicho don Igna-cio como viniese a Querétaro y lo hubiese citado para salir a extramuros de la ciudad a abocarse con los expresados rancheros con la disculpa de no haber podido acudir el día señalado por haber estado ocupados en unos rodeos, lo verifi có; y habiéndolos visto efectivamente se manifestaron com-prometidos a presentar si fuere necesario trescientos hombres, con que satisfecho el declarante se vino a San Miguel el Grande y se vió con Hidalgo en Dolores, el que con esta noticia volvió a animarse a seguir al

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mismo sistema; que de las demás gente de Querétaro estaba creído sería seguro por la formalidad de los confi dentes don Epigme-nio, y Lozada y demás que concurrían con ellos, y responde.

En este Estado y por ser ya muy tarde el señor juez comisionado don Ángel Abe-lla, mandó suspender esta declaración para continuarla el día de mañana, la cual leída que le fue al declarante. Dijo ser la misma

que lleva hecha y su contenido la verdad so cargo del juramento que tiene prestado en que se afi rmó y ratifi có y fi rmó con dicho Señor comisionado y conmigo el presente escribano de que doy fe.

Ángel Abella [Rúbrica] Ignacio de Allende [Rúbrica]

Ante mí Francisco Salcido [Rúbrica]

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Por ta les

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LA COFRADÍA DE ARÁNZAZU: SU PAPEL COMO FUNDADORA DEL COLEGIO DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Los vascos han constituido una gran her-mandad resultado de una tradición vi-

gorosa. Siempre estuvieron acostumbrados a reunirse en los atrios de las capillas para tratar sus asuntos y mejorar las condiciones materiales y morales de su vida.

Los residentes vascongados decidieron unirse en una hermandad bajo la advoca-ción de la Virgen de Aránzazu. Dándole la forma religiosa propia del siglo XVII, el 4 de abril de 1671, los vascos constituyen y fun-dan la Cofradía de Nuestra Señora de Arán-zazu, poniéndola bajo la advocación de

esta Virgen, célebre en los anales religiosos del País Vasco. De esta manera se narra la erección de las escrituras fundacionales:

“El año 1681 movidos algunos vas-congados del zelo y amor de la Santisima Virgen de Aránzazu propusieron a los de-más nacionales del señorío de Vizcaya, encartaciones, Reino de Navarra, Provincia de Guipúzcoa y Álava, la fundación de una capilla en que fuese venerada la Virgen de Aránzazu y asimismo sirviese de entierro y esplendor para dichos vascongados”.3

Una de las características de la Cofra-día de Aránzazu es que jamás pidió dinero ni recibía limosnas, esto nos habla de la magnífi ca posición social y económica que tenían. Para 1732, el rector de la Cofradía

EL ARCHIVO HISTÓRICO DEL COLEGIO DE LAS VIZCAÍNAS: UNA MIRADA HACIA LA PRIMERA FASE DE LA CATALOGACIÓN DEL FONDO REAL COLEGIO DE SAN IGNACIO DE LOYOLA, 1885-1925

Maria Elena Hernández Ortiz1 y Rodolfo Daniel Martínez Domínguez2

1 Licenciada en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.2 Licenciado en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.3 Véase Archivo Histórico del Colegio de las Vizcaínas (en adelante AHCV), E-6, T-1, V-2, “Libro de escrituras, papeles de fundación, constituciones, aprobación de la Cofradía, lista de sus fundadores vascongados, rectores y tesoreros habidos, dotaciones de huérfanas y otras varias cosas”, 1765-1767; citado también en Elisa Luque Alcaide, La cofradía de Aránzazu de México (1681-1799), Pamplona, Ediciones Eunate, 1995, p. 37.

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era don José Eguiara y Eguren (personaje importantísimo dentro de la creación del co-legio), hombre de origen vasco nacido en la ciudad de México, ilustrado dentro del cam-po de las letras, rector de la Universidad y más tarde obispo de Yucatán.

Este hombre es muy importante en la historia del colegio de San Ignacio de Loyo-la, Vizcaínas, ya que en su primera reunión, en 1732, trató la necesidad de crear un co-legio que sirviera de refugio a las hijas de españoles vascongados en mala situación económica, así como a huérfanas y viudas vascongadas, y exhortó a todos los presen-tes en aquella reunión a unirse y participar en la edifi cación de dicho colegio.

ORIGEN DEL COLEGIO DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Manuel Aldaco, Francisco de Echeveste y Ambrosio de Meave fueron los que apo-yaron más la idea de la creación de dicha institución educativa y también contribuye-ron trabajando en la recaudación de fondos entre los vascos residentes en México. A diferencia del colegio de la Caridad, la junta

de Aránzazu proyectó en su colegio una la-bor asistencial: la atención a las viudas que carecían de bienes económicos.

Un año antes, en 1731, realizaron un sondeo de las cantidades que los vascona-varros estaban dispuestos a aportar. A los tres meses de iniciadas estas gestiones se contaba con una oferta de más de 40,000 pesos.

El mismo día de la reunión en la que nació la idea de crear un colegio, se leyó un documento que entre otras cosas de-cía:

“[…] En la Ciudad de México oi primero día del mes de noviembre de mil setecien-tos y treinta y dos años los señores Rector, Diputados de la mui Illo. Cofradía de Nra. Señora de Aranzazu […] todos congregados para arbitrar y discernir y plantear la nueva creación y fundzon. De casa ó Colegio de niñas, y Matronas Viudas Hijas o desendien-tes de Familiar Bascongadas bajo la protec-ción del Glorioso Patriarca San Ignacio de Loyola, procedió el sor Rector Dn. Juan Jph de Eguiara y Eguren Presbitero catedrático […] exortando a la mui Illme. Mesa y demás concurrentes para que fervorezidos con el

4 Olga Lina García Barrera, De la educación femenina en México: el colegio de las Vizcaínas, tesis de licencia-tura de Historia, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1978, p. 80. Museo Nacional de Antropología e Historia, Juntas que celebra la Cofradía de Aranzazu, microfilm, rollo 38.

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zeloso motivo de tan heroica causa contri-buyeren conforme a sus facultades a la mas presta, mexor y más luzida espedizon de la obra repitiendo cada uno de sus proyectos mensuales o semanarios […]”.4

Este escrito fue enviado al ayuntamien-to. Así, todos los vascos residentes acorda-ron contribuir a tan generosa causa. Una vez que los vascos se comprometieron a cooperar, lo único que les hacia falta era un terreno en donde construir y procedieron a solicitarlo al ayuntamiento.

Dicho terreno tenía al norte el tianguis de San Juan, cerca pasaba una acequia que corría oblicuamente del noreste al su-reste, cruzando las calles del Puente Que-brado, la calle de Pañeras, la calle de las Ratas (hoy la octava calle de Bolívar, entre Republica de El Salvador y Mesones) y en la esquina de Mesones y Regina.5 El agua de que dispondrían vendría por el acueduc-to de Chapultepec. En el terreno, donado en 1733, se concentraban ladrones, vagos y malvivientes, motivo por el cual fue dona-do con mucha facilidad y libre de impuestos,

ya que el ayuntamiento tenía la intención de mejorar la zona.

Al comenzarse la obra, los fondos mo-netarios quedaron asegurados para evitar que en algún momento se tuviera que sus-pender la obra por faltar insumos.

El 30 de julio de 1734 se colocó la pri-mera piedra del colegio; el costo total de la obra fue de un millón de pesos. A partir de su inauguración, la cofradía vivió años de intenso trabajo hasta hacerlo realidad. En 1752 se habían acabado las obras y el edifi cio estaba preparado para su apertura: se reunieron para su construcción más de 583 mil pesos. Las becas de colegialas ini-ciales sumaron un capital de 66,800 pesos. La construcción del colegio fue obra del ar-quitecto y cofrade Pedro Bueno Basori, que lo proyectó en 1733. Se trata de un palacio barroco al gusto de la época; la portada fue realizada en 1771 por el arquitecto Lorenzo Rodríguez, autor de la capilla del sagrario de la ciudad de México. También constru-yeron la residencia para los capellanes.6 Se inauguró con capacidad para 160 alumnas.

5 Actualmente el colegio ocupa la totalidad de la manzana, limitada por la calle de Vizcaínas, al norte, con 129 m de longitud; la calle de Manuel Aldaco, al oriente, con 138.4 m; la plaza de las Vizcaínas, al sur, con 126.66 m, y la calle de San Ignacio, con 137.6 m, al poniente, Claudia Rojas Mira y Enriqueta Tuñón Pablos, “El colegio de las Vizcaínas: una historia viva”, en Los vascos en las regiones de México, vol. III, México, UNAM, 1997. pp. 185-193.6 Luque Alcaide, op. cit., p. 93.

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APERTURA DEL COLEGIO

El 1 de septiembre de 1767 se eligieron em-pleadas del colegio entre las niñas que se encontraban depositadas en Belem, pidien-do antes informes confi denciales sobre su conducta y disposiciones. Se designó como primera rectora a la señora Teresa Magaña, como vicerrectora a Ana Lozano y como se-cretaria a Teresa Lejarza.

El 9 de septiembre de 1767 fue la gran apertura del colegio. Ese día, a la hora se-ñalada, se reunieron en la amplia portería todos los miembros de la cofradía. Mientras llegaba el arzobispo, diez de los principales cofrades recibieron la orden de ir en sus ca-rrozas o en coches ya preparados a buscar a las colegialas que estaban en Belem7 y a un pequeño número que no había cabido en el colegio alojado en algunos de los conventos de monjas donde las habían colocado para que no pasaran desgracias y tuvieran un lu-gar seguro donde vivir mientras el colegio abría sus puertas. La apertura fue un acto grandioso y solemnizado con la presencia del virrey marqués de Croix, el conde de

San Mateo Valparaíso y el arzobispo Loren-zana, quien llegó acompañado del maes-trescuela don Cayetano Antonio de Torres y de don Ignacio de Esnaurrizar, dignidad de la Santa Iglesia Catedral, entre otras perso-nalidades. Se bendijo al colegio, patios, co-rredores y capillas, departamentos y sala de labor y se procedió a ofi ciar una misa en la capilla del mismo. Inmediatamente después se sirvió el desayuno y se dio la bienvenida. En ese momento las niñas se encontraban reunidas en la sala de labor, donde el señor Lorenzana les hizo una exhortación sobre la vida de trabajo que debían llevar allí y la unión que debía existir entre ellas. Ese mis-mo día hubo una junta donde se nombró al médico y al boticario responsable de man-dar medicinas al colegio.

Una vez terminados todos los festejos por la gran apertura del colegio, la Mesa pasó a la sala de juntas que habían dis-puesto a celebrar la primera de ellas. Hizo comparecer a las colegialas, dio a conocer los nombramientos hechos y los grupos en que las había dividido:

“Y entraron [en la fecha de apertura]

7 Cabe señalar que la autora Olga Lina García Barrera habla que junto con esas 23 colegialas llegaron pupilas de otras instituciones como La Concepción y Jesús María, pero esta información no puede ser corroborada, sin embargo, Gonzalo Obregón habla de niñas que fueron depositadas en conventos de monjas, entonces la infor-mación resulta lógica. Véase Gonzalo Obregón, El Real Colegio de San Ignacio en México, México, El Colegio de México, 1949, p. 77. García Barrera, op. cit., p. 98.

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once niñas de la fundación de D. Joseph de Gárate, doce de la de D. Pedro Negrete Sierra y una viuda, madre de cuatro herma-nas, que se obligaron a mantenerla en su compañía y cuarenta de la fundación del Sr. General D. Francisco de Echeveste. En total, sesenta y cuatro dotadas y seis porcionistas” [estas últimas eran las que pagaban una cantidad mínima por vivir en el colegio].8

El 28 de diciembre de 1860 se publica-ron las Leyes de Reforma que había dicta-do en Veracruz el presidente Juárez. Estas leyes imponían, como muestra de la política laicista de Juárez, la reducción del poder de la Iglesia católica mediante el embargo de propiedades eclesiásticas y la separación Iglesia-Estado. Esta etapa representa una ruptura con el pasado; se inicia con un pro-ceso de reorganización en el que se verá refl ejado el interés del gobierno en la políti-ca educativa.9 Esta fase tuvo gran impacto

en la vida cotidiana del colegio, el cual se vio forzado a adaptarse a un nuevo género de vida.

Se creó una nueva junta directiva cons-tituida por cinco miembros: un presidente, tres vocales y un tesorero -la antigua mesa era conformada por 14 miembros: un rec-tor, 12 diputados y un tesorero-. La mesa nombró como presidente al señor Ignacio Aguinaga, como vocales a los señores José María Lacunza,10 Antonio Vértiz y Juan Bau-tista Echave, y como tesorero a Francisco Guati Palencia. La junta procedió a su ins-talación el 10 de enero de 1861.11

El colegio se salvó de ser enajenado y el gobierno permitió que la junta directiva siguiera formada por las mismas personas que constituían la Mesa de Aránzazu en el momento de su disolución. El presidente Juárez mandó cerrar el colegio de Belem y las niñas pasaron al colegio de las Vizcaí-nas. Días después, el colegio de Niñas de

8 AHCV, E-6, T-1, V-15, “Libro de elecciones de empleos en el colegio…”, 1774.9 Dicho interés fue acompañado por la presencia de algún miembro del gobierno en la junta directiva, como José María Lacunza y José Maria Lafragua, en su seno.10 Personaje importante dentro y fuera del colegio. A mediados del siglo XIX fundó, junto con su hermano y Guillermo Prieto, la Academia de Letrán, primera asociación literaria de importancia que funcionó en el México independiente; promotor de las escuelas lancasterianas, siendo ministro de Relaciones Exteriores fundó un asilo para niños y jóvenes delincuentes, el cual se convirtió en presidio para menores. Hablaba latín, francés y algo de italiano e inglés. Véase: Josefina Muriel, Los vascos en México y su colegio de las Vizcaínas, México, CIGATAM, 1989, p. 75.11 AHCV, E-14, T-1, V-5, Cambios en el Colegio, Traslado de Niñas del Recogimiento, colegio de Niñas de San Miguel de Belem y del colegio de Niñas de Nuestra Señora de la Caridad al colegio de San Ignacio de Loyola.

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Nuestra Señora de la Caridad también pasó al colegio de San Ignacio de Loyola.12

EL COLEGIO DE LA PAZ DURANTE EL PORFIRIATO

“Paz, Orden y Progreso” fue el lema que se siguió durante el mandato del general Porfi rio Díaz. El país necesitaba una etapa de restablecimiento, sobre todo económico, y a ello se dedicó el nuevo régimen. Los cambios económicos se debieron a que la agricultura renació, se extendieron el co-mercio y la industria y el crédito nacional se fue afi rmando. Comenzó para México una era de intensa prosperidad material13 que se manifestó dentro del colegio.

Para 1878, el gobierno utilizó una parte del tesoro público para ayudar al colegio. El presidente Díaz pagó subsidios de 12 mil pesos, 15 mil el año siguiente y 18 mil pesos al fi nal, en reciprocidad con la institu-ción que durante muchos años aportó gran parte de su dinero al erario publico, y aún así “no representa[ba] sino una parte ínfi -

ma de los intereses que en justicia corres-ponden a una institución que nunca fue ni pudo ser comprendida en las leyes que de-samortizaron los bienes eclesiásticos, pues jamás tuvo el carácter de éstos, el Clero no intervino de modo alguno en su gobierno y administración”.14

En 1885 el colegio recuperó muchos de sus fondos, aumentó sus capitales y siguió apoyándose con las rentas de las acceso-rias. Fue hasta 1889 cuando el colegio tuvo egresos anuales de 50 mil pesos, los cuales comprendían el mantenimiento del edifi cio, la manutención de las alumnas, los sueldos de profesores y trabajadores y la compra de muebles. También en 1885, la junta directi-va del colegio de la Paz recibió el patronato de las Escuelas Rico por nombramiento di-recto del ayuntamiento.15

En 1903 se instaló alumbrado eléctrico en el colegio y se efectuaron obras materia-les para arreglar el edifi cio; se compusieron las accesorias y toda la planta baja, que estaba en pésimas condiciones higiénicas;

12 AHCV, E-5, T-1, V-12, “Elecciones de rectoras”, 1842-1865.13 Obregón, op. cit., p. 136.14 Enrique Olavarría y Ferrari, El Real Colegio de San Ignacio de Loyola, vulgarmente colegio de las Vizcaínas, México, Imp. de Francisco Díaz de León, 1889, p. 209.15 Las Escuelas Rico eran una institución de beneficencia que consistía en dos escuelas primarias elementales, una para niños y otra para niñas, que había sido fundada en 1837 por José María Rico; a su muerte, la admi-nistración de los raquíticos bienes y el funcionamiento de las escuelas debían pasar, por voluntad del finado, a manos de otra institución de beneficencia, en AHCV, E-1, T-III, V-16, NC 13371, Informes de la administración acerca del total del capital que se encuentra de las Escuelas Rico, 1903.

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también se destruyeron las capillas que existían al fondo para construir una amplia enfermería.16

EL COLEGIO DURANTE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

En 1910, cuando estalla la Revolución mexi-cana, el régimen de Madero siguió subsi-diando al colegio con 50 mil pesos anuales. De 1915 a 1919, el colegio y muchas otras instituciones atravesaron una grave situa-ción económica debido a las irregularidades de la moneda; en ese momento, muchos de los deudores aprovecharon para liquidar las deudas contraídas, por lo que el colegio lle-gó a perder más de 60 mil pesos en un día.

A fi nes de 1925 se había decretado la creación de la escuela secundaria ofi cial para las niñas que quisiesen seguir con la educación media superior, es por eso que la junta directiva creyó oportuno crear la

misma sección y promover de nuevo la mo-dernización de la institución.

EL ARCHIVO HISTÓRICO DEL COLEGIO DE LAS VIZCAÍNAS: SU ORIGEN, CARACTERÍSTICAS Y SU ORDENACIÓN

El AHCV se encuentra bajo el resguardo del colegio de San Ignacio de Loyola, Vizcaí-nas. Este archivo se ha ido desarrollando mediante la participación de personas que han dedicado tiempo y esfuerzo a la con-servación de este lugar. En un principio, el AHCV fue fundado por don Ambrosio de Mea-ve con el único propósito de custodiar los documentos propios del colegio. El origen del archivo se remonta años atrás, cuan-do el colegio abrió sus puertas, en 1766, y comenzó a producir documentos con una temática muy variada. En total, el Archivo se compone de más de 2,000 volúmenes concentrados en nueve fondos totales guar-dados en su orden original, bajo un sistema de organización conocido como Estante (E), Tabla (T) y Volumen (V).

El total de cajas que tiene el fondo es de 921, las cuales se encuentran almacena-das en 22 estantes que no siguen un orden preciso.

16 Obregón, op. cit., p. 139.

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Clasifi cación Cantidad Descripción

E-1, T-I, V-1 al 1014 volúmenes

Listas de califi caciones

E-1, T-II, V-1 al 1010 volúmenes

Listas de califi caciones

E-1, T-III, V-1 al 1818 volúmenes

Listas de califi caciones (del volumen 1 al 13)Documentos varios sobre administración, educación, informes (del volumen 14 al 18)

E-1, T-IV, V-1 al 25 25 volúmenes Actas de califi caciones

E-1, T-V, V-2 al 18 17 volúmenesDocumentos varios sobre registros de pagos, califi caciones y listas de colegialas

E-2, T-I, V-5, 9 y 12 3 volúmenes Documentos varios sobre reconocimiento e imposición de capitales y defunciones de alumnas

E-2, T-II, V-1,4, 8 y 9 4 volúmenes Documentos varios sobre gastos varios, libranzas y rentas de accesorias

E-2, T-III, V-5 y 9 2 volúmenes Documentos varios sobre traslado de niñas de Caridad y cuentas del colegio

E-2, T-IV, V-1, 3 y 6 3 volúmenes

Documentos varios sobre recibos de pago, establecimiento del hospital y listas de niñas trasladadas de Belem y Caridad al colegio

E-2, T-V, V-3 al 15 13 volúmenes Documentos varios sobre listas de califi caciones y exámenes

E-3, T-IV, V-7 al 12, 30 Y 39 8 volúmenes Recetarios de saludE-3, T-V, V-1 al 29 29 volúmenes Libros sobre ejercicios de caligrafía y ortografía

E-4, T-I, V-2 al 45 43 volúmenesDocumentos varios sobre cuentas de caja del colegio y de pensiones de alumnas de Belem

E-4, T-II, V-1 al 45 45 volúmenesDocumentos varios sobre cuentas de inquilinos y accesorias, inscripciones y pensiones de alumnas

E-4, T-III, V-1 al 37 37 volúmenes

Documentos varios sobre faltas de profesores y asistencias, entradas y salidas de alumnas y actas de exámenes

E-4, T-IV, V-1 al 18 18 volúmenes Documentos varios sobre actas de exámenes y nóminas de profesores

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E-4, T-V, V-18 18 volúmenes

Documentos sobre actas de bautismo y defunción, licencias de ingreso al colegio, cabildos y juntas, alumnas trasladadas, clases de música e índice de pensionistas

E-5, T-I, V-1 al 27 27 volúmenes

Documentos sobre cuentas generales, elecciones, censatarios y acuerdos de la junta directiva del colegio

E-5, T-IV, V-6 1 volumen Documentos sobre traslado de niñas de Belem a San Ignacio

E-5, T-V, V-10, 11 y 15 3 volúmenesDocumentos varios sobre instalación de banco de sangre, depósito y liquidación de colegialas

E-6, T-II, V-15 y 16 2 volúmenes Documentos varios sobre obras pías, capellanías y censos

E-6, T-IV, V-11 1 volumen Documentos varios sobre movimiento de capitales y censos

E-6, T-V, V-1 al 18 18 volúmenes

Libro de asistencias de maestros, documentos varios sobre deudas de accesorias, premios y licencias de alumnas

E-9, T-II, V-28 1 volumen Ilustraciones del libro de Enrique de Olavarría y Ferrari

E-13, T-IV, V-2, 3 y 9 3 volúmenes Documentos varios sobre traslado de alumnas de Belem a San Ignacio

E-14, T-I, V-2 y 5 2 volúmenesDocumentos varios sobre licencias, solicitudes y permisos de alumnas para salir del colegio

E-15, T-IV, V-4 1 volumen Documentos varios sobre testamentos y derechos

E-17, T-I, V-3, 5, 6 y 11 4 volúmenes

Documentos varios sobre gastos de obras de mantenimiento en el colegio, sueldos de profesores, repartos extraordinarios, administración de obras pías y salarios de trabajadores

E-17, T-II, V-3 y 4 2 volúmenes

Documentos varios sobre nombramientos, citatorios, capellanías y prestamos forzosos a la Mesa de Aránzazu

E-17, T-III, V-4 y 9 2 volúmenes Documentos varios sobre pagos a colegialas de la Caridad

Clasifi cación Cantidad Descripción

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E-17, T-IV, V-1 al 12 12 volúmenesDocumentos varios sobre comprobantes de pago, reparto extraordinario y obras en el colegio.

E-17, T-V, V-12 12 volúmenes Documentos varios sobre comprobantes de pago

E-18, T-I, V-1 al 14 14 volúmenesDocumentos varios sobre cuentas de gastos del colegio

E-18, T-II, V-1 al 16 16 volúmenes Documentos varios sobre cuentas de gastos del colegio

E-18, T-III, V-1 al 14 14 volúmenes Documentos varios sobre cuentas de gastos del colegio

E-18, T-IV, V-1 al 12 12 volúmenes Documentos varios sobre cuentas de gastos del colegio

E-18, T-V, V-1 al 11 11 volúmenesDocumentos varios sobre cuentas de gastos del colegio

E-19, T-I, V-1 al 14 14 volúmenesDocumentos presentados a la junta directiva del colegio

E-19, T-II, V-1 al 15 15 volúmenes

Documentos varios sobre correspondencia, pensiones, licencias, reglamentos y distribución de premios

E-19, T-III, V-1 al 22 22 volúmenes

Documentos varios sobre pensiones, contratos de accesorias, rentas y fi anzas; asistencias de alumnas, califi caciones, materias y maestros y escrituras; solicitudes de lugares de gracia y matrículas

E-19, T-IV, V-1, 3 al 5 y 15 5 volúmenes

Documentos varios sobre correspondencia, planes de estudio, reglamentos y obras de mantenimiento de la capilla del colegio

E-19, T-V, V-7 y 16 2 volúmenes Documentos presentados a la Junta Directiva sobre su administración

E-20, T-I, V-1 al 15 15 volúmenes Documentos sobre comprobantes de cajaE-20, T-II, V-1 al 9 9 volúmenes Documentos sobre comprobantes de cajaE-20, T-III, V-1 al 10 10 volúmenes Documentos varios sobre informes de contabilidad

E-20, T-IV, V-1 al 14 14 volúmenes

Documentos varios sobre comprobantes de gastos, presupuestos, balances y libros de actas y exámenes

E-20, T-V, V-1 al 13 13 volúmenes Documentos varios sobre informes de la cuenta del Banco Nacional y de la junta directiva

Clasifi cación Cantidad Descripción

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E-21, T-I, V-1 al 10 10 volúmenes Documentos sobre comprobantes de caja

E-21, T-II, V-1 al 11 11 volúmenesDocumentos varios sobre comprobantes de pagos y gastos del colegio

E-21, T-III, V-1 al 8 8 volúmenes Documentos varios sobre comprobantes de pagos y gastos del colegio

E-21, T-IV, V-1 al 14 14 volúmenes Documentos presentados a la junta directiva del colegio

E-21, T-V, V-1 al 13 13 volúmenes Documentos presentados a la junta directiva del colegio

E-22, T-I, V-7 y 8 2 volúmenes Reglamentos E-22, T-II, V-1, 6 a 9 5 volúmenes Periódicos

E-22, T-III, V-1, 5, 8 y 9 4 volúmenes Documentos varios sobre cátedras, jubilaciones, libretas de alumnas y periódicos

E-22, T-IV, V-1 al 38 38 volúmenes Libros talonarios por pago de réditos

E-22, T-V, V-1 y 2 2 volúmenes Documentos varios sobre proyectos del arqui-tecto, obras y grabados

E-23, T-I, V-1 al 13 14 volúmenes Documentos varios sobre comprobantes de pago E-23, T-II, V-1 al 12 12 volúmenes Duplicados de comprobantes de pagoE-23, T-III, V-1 al 14 14 volúmenes Libros sobre balances generales

E-23, T-IV, V-1 al 14 14 volúmenes

Documentos varios sobre presupuestos generales, proyectos del arquitecto, informes, correspondencias, distribución de premios, obras pías, acuerdos de la junta directiva, alumnas, programas y califi caciones

E-23, T-V, V-1 al 10 10 volúmenes

Documentos varios sobre demandas, reglamen-tos, cátedras alumnas, informes de la adminis-tración, periódicos e inspección de clases

E-24, T-I, V-1 al 29 29 volúmenes Documentos varios sobre obras de mantenimiento y deudores

E-24, T-II, V-1 al 30 30 volúmenes Documentos varios sobre capitales, réditos, deu-dores y gastos extraordinarios del colegio

E-24, T-III, V-1 al 31 31 volúmenes Documentos varios sobre gastos extraordinarios, pensiones, balances, gastos y réditos

E-24, T-IV, V-1 al 23 23 volúmenes Documentos sobre la copia de las disposiciones que han regido el colegio

Clasifi cación Cantidad Descripción

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E-24, T-V, V-1 al 22 22 volúmenes Documentos varios sobre correspondencia al colegio, rentas y pensiones

E-25, T-III, V-1 al 21 21 volúmenes Documentos sobre correspondencia del colegio E-25, T-IV, V-1 al 3 3 volúmenes Documentos sobre asuntos varios del colegioE-25, T-V, V-1 1 volumen Documentos sobre obras del colegio

E-26, T-I, V-23 al 27 5 volúmenes Documentos varios sobre clases y partituras de música

E-26, T-IV, V-19 1 volumen Documentos sobre programas de exámenes de música

E-27, T-III, V-3 1 volumen Registros de visitas del colegio

E-27, T-IV, V-1 al 3 3 volúmenes Documentos varios sobre premios a alumnas y autos y litigios sobre el colegio

E-27, T-V, V-1 al 8 8 volúmenes

Documentos sobre clasifi cación del archivo, fotografías, y manuscritos pertenecientes al libro de Gonzalo Obregón

E-28, T-I, V-4 al 8 5 volúmenes

Documentos varios sobre el patronato del colegio, recortes de periódico, álbum histórico de las Vizcaínas y correspondencia del colegio

E-28, T-II, V-3, 20, 21 y 48 4 volúmenes

Documentos varios sobre amparos, alegatos y sentencias y memorias de la Junta de Benefi cencia Pública

La parte que corresponde a la realiza-ción del catálogo del fondo Real Colegio de San Ignacio de Loyola 1885-1925 se inició desde el Estante 1, Tabla I, Volumen 1, hasta el Estante 1, Tabla III, Volumen 16. Por las características de la información re-

cabada, el material fi chado se desglosó en dos partes, la primera con 1,144 fi chas que forman parte del catálogo de educación, y la segunda con 722, las cuales nos permi-ten conocer la parte administrativa de este colegio.

Clasifi cación Cantidad Descripción

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Clasifi cación Fechas Número de fi chasE-1, T-I, V-1 1896 30 fi chasE-1, T-I, V-2 1897 30 fi chasE-1, T-I, V-3 1900 38 fi chasE-1, T-I, V-4 1898 35 fi chasE-1, T-I, V-5 1891 – 1892 35 fi chasE-1, T-I, V-6 1885 – 1886 33 fi chasE-1, T-I, V-6 bis 1899 32 fi chasE-1, T-I, V-7 1893 – 1894 45 fi chas E-1, T-I, V-8 1895 33 fi chasE-1, T-I, V-9 1887 16 fi chasE-1, T-I, V-9 bis 1888 14 fi chasE-1, T-I, V-10 1889 28 fi chasE-1, T-I, V-10 bis 1890 19 fi chas14 volúmenes 418 fi chasE-1, T-II, V-1 1903 36 fi chasE-1, T-II, V-2 1904 21 fi chasE-1, T-II, V-3 1905 16 fi chasE-1, T-II, V-4 1905 20 fi chasE-1, T-II, V-5 1909 28 fi chasE-1, T-II, V-6 1911 39 fi chasE-1, T-II, V-7 1912 35 fi chas E-1, T-II, V-8 1914 45 fi chasE-1, T-II, V-9 1913, 1922 33 fi chas

E-1, T-II, V-101876, 1881, 1884, 1889, 1899, 1900 – 1905, 1908 y 1905 3 fi chas

10 volúmenes 276 fi chasE-1, T-III, V-1 1885 - 1891 99 fi chasE-1, T-III, V-2 1891 – 1892 23 fi chasE-1, T-III, V-3 1904 16 fi chasE-1, T-III, V-4 1906 21 fi chasE-1, T-III, V-5 1907 41 fi chasE-1, T-III, V-6 1909 32 fi chasE-1, T-III, V-7 1910 49 fi chas

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E-1, T-III, V-8 1913 39 fi chasE-1, T-III, V-9 1915 35 fi chasE-1, T-III, V-10 1915 – 1917 47 fi chasE-1, T-III, V-11 1918, 1921 14 fi chasE-1, T-III, V-12 1923 27 fi chasE-1, T-III, V-13 1925 9 fi chasE-1, T-III, V-14 1885 – 1895 326 fi chasE-1, T-III, V-15 1896 – 1900 208 fi chasE-1, T-III, V-16 1901 – 1909 235 fi chas 16 volúmenes 1,221 fi chas Total de cajas revisadas: 40 volúmenesTotal de fi chas capturadas: 1,915

Es importante señalar que en la parte fi nal del trabajo se incluyen índices ono-másticos y topográfi cos, los cuales incluyen el número de la página donde podemos en-contrar la fi cha que interesa; así se facilita la localización del material a los usuarios. También se incluyen los anexos, en los cua-les hay que recurrir para conocer la lista de niñas, su grado y año escolar.

Consideramos que el catálogo es una herramienta descriptiva que rescata datos y temas de las fuentes de primera mano.

TEMÁTICAS PARA FUTUROS TRABAJOS DE INVESTIGACIÓN

Podemos ubicar en tres grupos el acervo

documental del fondo Colegio de San Ig-nacio de Loyola en el periodo 1885-1925, y que pueden constituir un punto de partida para futuras investigaciones. Los grupos se dividen en:

Económico: este grupo se considera de gran importancia para la institución, pues el aspecto económico fue vital para mantener las funciones educativas y de subsistencia del mismo. La documentación que se en-cuentra dentro de este grupo nos remite a listas de gastos, movimientos de fondos del colegio, cuentas, pagos, capitales, présta-mos hipotecarios, cantidades asignadas por el gobierno federal para gastos del colegio, recibos de pago de escrituras, pagos de servicios médicos, rentas.

Clasifi cación Fechas Número de fi chas

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Educativo: esta documentación es fun-damental para conocer el sistema educativo que se impartía a las colegialas del colegio de San Ignacio a fi nales del siglo XIX y prin-cipios del XX. Destacan por sus temáticas valiosos documentos como las listas de califi caciones de diversos grados, cátedras, nombres de profesoras y maestros, premios a las niñas, presencia del presidente Díaz en actos escolares, permisos a las alumnas para salir del colegio, lugares de gracia, be-cas, textos del colegio, salud.

Legal: El colegio de San Ignacio tuvo un papel importante como prestamista du-

rante el Porfi riato. Muchos habitantes de la ciudad de México se benefi ciaron de esta faceta del colegio para mitigar sus deudas, sin embargo, varios se vieron envueltos en pleitos judiciales por incumplir sus compro-misos con la institución colegial. La docu-mentación en este grupo se centra en car-tas dirigidas a la mesa directiva del colegio solicitando prórrogas de pagos, solicitud para exentar deudas, atrasos en el pago de réditos, ampliación del pago de hipotecas, deudores de rentas, avalúos de casas, re-frendo de hipotecas y préstamos sobre pro-piedades.

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Cale idoscop io

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Corría el año de 1866 y Jesús Gonzá-lez Herrera escribía unas letras a su

amigo don Benito Juárez: “El depósito del Dulce [Archivo de la Nación que contenía documentos del gobierno juarista y que se tenía escondido en la cueva El Tabaco] en Monterrey se conserva intacto, pues no han dado los sicarios con él”.

“Depósito de dulce”, ¡sinónimo adecua-do para un archivo! En mi vida profesional, los mejores momentos, los más gratifi can-tes y en verdad los más “dulces” de mi ofi cio de historiar, han sido las horas pasadas en los archivos.

La Reunión Nacional de Archivos, efec-tuada en Oaxaca en 2006, nos congrega en conmemoración de un personaje crucial de nuestra historia como nación: Benito Juárez García (1806-1872).

Más de treinta años de consulta en archivos mexicanos, europeos y estado-unidenses me han enseñado que no es

posible reconstruir el pasado, aunque sea parcialmente, sin las fuentes prima-rias.

Por más valiosas y sugerentes que sean las obras secundarias de historiogra-fía sobre un tema, el historiador tiene el de-ber de revisar los archivos necesarios para poder aclarar dudas y contradicciones; para comprender el signifi cado de los términos de una época; para acercarse a los seres humanos que nos dejaron testimonios de su quehacer, de sus vivencias, sentimientos e ideas. Para poder afi rmar o negar algo, para trasladarse a otra época, para intentar asir los valores e ideales de una generación, para conocer las costumbres, modismos y ritos sociales, las preocupaciones y creen-cias de nuestros antepasados, para todo ello y más nos son indispensables esos añejos y amarillentos papeles.

Los documentos depositados en los archivos son evidencia que apuntala o des-

“EL DEPÓSITO DEL DULCE”: BENITO JUÁREZ Y LOS ARCHIVOS. NOTAS A UNAS FOTOGRAFÍAS DE TESTIMONIOS HISTÓRICOS

Guadalupe Jiménez Codinach*

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truye hipótesis y especulaciones. Dice el refrán popular: “Cien conejos no hacen un caballo”, pues bien, cien opiniones, cien ru-mores no hacen un hecho histórico.

En mi trabajo como curadora de exposi-ciones históricas para diversas instituciones y museos he seguido dos reglas: a) investi-gar en los archivos la evidencia documental sobre un hecho, un personaje, un tratado, una conspiración, etc., para poder afi rmar algo sobre lo que presento al público, y b) ambientar cada tema en el contexto de su época. Por ejemplo, en la exposición Méxi-

co: su tiempo de nacer, 1750-1821, pre-sentada en el palacio de Iturbide en 1997, aparecían en una vitrina nueve testimonios procedentes del Archivo General de la Na-ción sobre los “incendiarios” de las puertas de la alhóndiga de Granaditas el 28 de sep-tiembre de 1810. El relato de Carlos María de Bustamante escrito muchos años des-pués es inverosímil: el supuesto Pípila lleva en una mano la antorcha y con la otra de-tiene una gran losa de piedra, sin embargo “va a gatas”, acción físicamente imposible. Para explicar la participación de los niños en la guerra civil iniciada en 1810 consulté el archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional y revisé las hojas de servicio de varios niños, insurgentes y realistas, de en-

tre nueve y 11 años de edad.En la exposición México: los proyectos

de una nación, 1821-1888, realizada tam-bién en el palacio de Iturbide por Fomento Cultural Banamex en el año 2001, presenté una Constitución elaborada por colonos te-janos en 1833 donde se establecía a per-petuidad la esclavitud en Texas, en abierta violación de las leyes mexicanas. También estuvieron expuestos los planes de ataque al castillo de Chapultepec elaborados en el campamento del general Winfi eld Scott, así como las primeras fotografías en el mundo sobre una guerra, la de México y Estados Unidos en 1846-1848. Todo ello proceden-te de archivos en la Unión Americana. De la Universidad de Texas en Austin se ex-hibieron 22 documentos, entre ellos una carta cifrada con la traslación hecha por don Servando Teresa de Mier sobre cómo el Congreso Mexicano de 1822 fue el que eligió y nombró emperador a don Agustín de Iturbide, ya que según el diputado que es-cribía a Mier, ellos tenían los tres poderes: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.

En el año 2004 en que se conmemora-ban los 150 años del Himno Nacional Mexi-cano fui curadora de la exposición El canto

a la patria, realizada en el Museo Nacional de Historia del castillo de Chapultepec. Dos

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archivos me facilitaron el expediente del Mi-nisterio de Fomento del periodo 1853-1854, lamentablemente dividido en dos partes, en donde se encontraban 25 sobres con los seudónimos y nombres propios de 25 poe-tas concursantes, así como 15 partituras de los músicos que enviaron sus composicio-nes al certamen. Al recrear la música de algunas de ellas se pudo apreciar por qué ganó la partitura de un joven de 29 años, Jaime Nunó, cuyo seudónimo fue “Dios y Libertad”.

Como miembro del jurado del Premio de Historia Regional Atanasio G. Saravia, de Banamex, he revisado, año tras año, trabajos de todos los rincones de nuestra patria y algunos procedentes del extranjero.

Quisiera decirles a todos ustedes que los ar-chivos parroquiales, municipales, estatales y privados en todos los estados de la Repú-blica han ido enriqueciendo la comprensión de una historia nacional más auténtica, al incorporar los testimonios y voces de la pro-vincia, de las aldeas y de los aconteceres de regiones multiétnicas y multiculturales. Este año de 2006 he preparado la expo-sición El buen ciudadano: Benito Juárez,

1806-2006 para el Museo Nacional de His-toria en el castillo de Chapultepec. Las tres salas temporales del castillo mostraron no sólo objetos y pertenencias de don Benito, de su familia y de sus contemporáneos, sino que cada paso de su vida fue acompañado de documentos de vital importancia como la

Tierras, vol. 172, exp. 1, f. 295.

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dos de Mon-Almonte (1859) y de MacLane-Ocampo (1859); los Apuntes para mis hijos

y otros testimonios que pespuntean con su silenciosa presencia la vida de este oaxa-queño excepcional.

Recuerdo que al guiar a los diversos vi-sitantes por la exposición El buen ciudada-

no, los documentos de archivo me servían para explicar a los niños y a los adultos los momentos más importantes de un periodo crucial de nuestra historia. No era mi afi rma-ción o explicación lo que valía, era el testi-monio escrito que salía de un archivo para convertirse en testigo de una vida dedicada al servicio de la nación.

Oaxaca de Juárez, año de su bicentenario 1806-2006

copia de su acta o fe de bautizo del 22 de marzo de 1806 pero copiada, quizá para su entrada al seminario de Oaxaca, el 6 de julio de 1821; sus notas de libros como los Ana-

les de Tácito; su nombramiento de “Tenien-te” de compañía; su constancia de profesor de física; su título de abogado fechado el 13 de enero de 1834; copia del acta de ma-trimonio en la iglesia de San Felipe Neri de Oaxaca, donde claramente se asienta que Margarita, de 17 años, era “hija legítima” de don Antonio Maza y de doña Petra Parada y no adoptiva como algunos han afi rmado; su diploma masónico, sociedad en la que se le conocía con el nombre de “Guillermo Tell”; el plan de Tacubaya (1857); los Trata-

Historia, vol. 263, exp. 4, f. 151.

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Joya

s de

l mes OCTUBRE

En noviembre de 1848, Rafael Rafael fundó el diario político conservador El Universal, auspiciado por don Lucas Alamán. El 1 de octubre de 1916, El Universal fue re-fundado por Félix Fulgencio Palaviccini. A partir de octubre de 1969, el diario abrió sus columnas a todas las corrientes del pensa-miento, en un proceso de renovación.

El Universal

Revolución Mexicana

La Revolución Mexicana comenzó el 20 de noviembre de 1910, como reacción a diver-sos abusos del gobierno de Porfi rio Díaz, cuyo régimen había caducado, además de que las clases acaudaladas se enriquecie-ron demostrando un profundo desprecio por la opinión pública y por la política del país.

Manuel Tolsá

Nació en Enguera, reino de Valencia, Es-paña, en 1757. Realizó proyectos como la iglesia de Loreto, el hospital de Cabañas, en Guadalajara, y el convento e iglesia de las Teresianas en la ciudad de Querétaro, entre otros. Manuel Tolsá murió en México el 24 de diciembre de 1816.

NOVIEMBRE

DICIEMBRE

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ExposicionesFEBRERO-DICIEMBRE Sala de Banderas

Las Constituciones de México

La Constitución es la expresión de la sobe-ranía del pueblo y es obra de la Asamblea o Congreso Constituyente. Es la ley fun-damental de un Estado que establece los derechos y obligaciones de los ciudadanos y gobernantes. Es la norma jurídica supre-ma y ninguna ley o precepto pueden estar sobre ella.

OCTUBRE

Kamisaki. Exposición fotográfi ca de Alison Sam

Sala Siqueiros

Como parte del festival internacional Foto-septiembre, el AGN presenta Kamisaki (en aymara -comunidad indígena de Bolivia- signifi ca “hola”), de la artista boliviana Ali-son Sam.

NOVIEMBRE-DICIEMBRE

El coleccionista. Felipe Teixidor

Felipe Teixidor Benach, encuadernador, editor, traductor y prologuista, fue un gran coleccionista. Nació en Barcelona en 1895 y murió en el D.F. en 1980. Reunió varias series de grabados, fotografías, etiquetas, dibujos, planos y mapas. La exposición muestra parte de sus recopilaciones.

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FEBRERO - DICIEMBRE

Acta de Independencia. Dictamen de autenticidad

El 28 de septiembre de 1821, fi rmaron el Acta de Independencia del Imperio Mexi-cano, entre otros, Iturbide, Anastasio Busta-mante y Juan José Espinosa de los Monte-ros, quien hizo dos ejemplares. Uno estuvo en la Cámara de Diputados hasta que fue destruido en el incendio de 1909. El otro está a buen resguardo en la bóveda del AGN, junto con los estudios que la acreditan.

Cúpula

FEBRERO - DICIEMBRE Cúpula

Indiferente virreinal. Antiguos documentos cuentan nuevas historias

La sección denominada Indiferente contiene documentos coloniales y de los siglos XIX y XX. Constituye un fondo documental casi inédito, el cual fue descrito desde el 2005 y del cual se realizó una selección de documentos para dar una muestra de las joyas que integran este acervo.

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NOVIEMBRE

Tradiciones mexicanasMetro Pantitlán

DICIEMBRE

Festejos y tradiciones navideñasMetro Guerrero

OCTUBRE Cine Venustiano Carranza

Movimiento estudiantil de 1968La crónica de los hechos de 1968 narra la lucha entre el gobierno federal y los estu-diantes a través de marchas y mítines. Esta muestra fotográfi ca y documental contiene lo ocurrido entre el 26 de julio y el 2 de oc-tubre de 1968.

El legado de los valores, manifestaciones culturales y artísticas de las tradiciones construye la historia de un pueblo. El AGN realiza una muestra de festividades mexica-nas como el Día de Muertos, la celebración de la aparición de la Virgen de Guadalupe, la Navidad y el día de Reyes.

Una de las celebraciones más festejadas en el mundo es la Navidad. En México fue implantada para evangelizar, con represen-taciones similares a las indígenas basadas en el ritual de renovación de Huitzilopochtli, parecida al nacimiento de Jesús. Con el len-te de los Hermanos Mayo, se expone cómo se ha festejado la Navidad en México.

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OCTUBRE Escuela Nacional PreparatoriaPlantel 6. Antonio CasoBenito Juárez

El archivo particular de Benito Juárez es resguardado por el AGN; cubre los años de 1821 a 1906, que incluyen aspectos de la vida privada y pública del Benemérito de las Américas. Esta muestra exhibe su fe de bautizo, nombramientos, distinciones, títu-los, apuntes personales y correspondencia ofi cial y familiar, entre otros.

Diosas del ayer

La vedette fue admirada por miles de perso-nas en el espectáculo con mayor audiencia a principios del siglo XX. Estas fotografías recorren los escenarios de la década de los 20, donde las divas eran sacerdotisas de la catársis pública.

OCTUBRE Escuela Nacional PreparatoriaPlantel 4. Vidal Castañeda Nágera

Movimiento estudiantil de 1968

La crónica de 1968 narra la lucha entre el gobierno federal y los estudiantes a través de marchas y mítines. Esta muestra foto-gráfi ca y documental reconstruye lo ocurri-do entre el 26 de julio y el 2 de octubre de 1968.

OCTUBRE Escuela Nacional PreparatoriaPlantel 9. Pedro de Alba

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NOVIEMBRE El séptimo arte en papel

Los carteles de cine promueven una pelícu-la en busca de éxito. El AGN tiene una colec-ción de carteles del Instituto Mexicano de Cinematografía, de los años 1940 a 1980.

Una ventana al mundo de Frida Kahlo

Se conmemora el primer centenario del naci-miento de la artista mexicana con esta expo-sición, en la que observamos fotografías de la pintora y algunas litografías suyas como Hospital Henry Ford (1932), Unos cuantos

piquetitos (1935) y Las dos Fridas (1939), entre otras.

NOVIEMBRE Escuela Nacional PreparatoriaPlantel 1. Gabino Barreda

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Informes: Eduardo Molina Albañiles s/n, Col. Penitenciaría AmpliaciónDelegación Venustiano [email protected]

Visita www.agn.gob.mx y entérate de nuestras exposiciones

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Página web: www.agn.gob.mx

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La Asociación Latinoamericana de Archivos (ALA) fue creada en Lima el 6 de abril de 1973 para estudiar, establecer y mantener relaciones entre las instituciones archivísti-cas y organismos profesionales de carácter público y privado, en países con archivos de tradición ibérica. Actualmente integra a paí-ses de lengua española y portuguesa de La-tinoamérica, así como a España y Portugal.

La Asociación Latinoamericana de Archi-vos, a su vez, se afi lió como rama regional al Consejo Internacional de Archivos y a lo largo del tiempo ha reformado sucesiva-mente sus estatutos para mantenerse en sintonía con las directrices del Consejo.

Desde su origen, la misión de la Asociación es la colaboración mutua entre sus miem-bros en benefi cio del desarrollo de los archi-vos y la preservación y uso del patrimonio documental de sus países.

En el marco del V Seminario Internacional de Archivos de Tradición Ibérica “Los archi-vos al servicio de la sociedad”, celebrado en San José de Costa Rica del 2 al 5 de julio de 2007, la Asociación Latinoamericana de Ar-chivos realizó su Asamblea General Ordina-ria. Entre los puntos a tratar en el orden del día se realizó la elección del nuevo Comité Directivo y, luego de más de dos décadas, México fue elegido para presidir la Asocia-ción para el periodo 2007-2011. La mesa directiva quedó integrada como sigue:

Presidente: Jorge Ruiz Dueñas (México)Primer Vicepresidente: Mónica María Euge-nia Barrientos Harbin (Chile)Segundo Vicepresidente: José Ramón Cruz Mundet (España)Secretaria General: Martha Marina Ferriol Marchena (Cuba)Primer Vocal: Silvestre de Almeida Lacerda (Portugal)

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Segundo Vocal: Marcela Inch Calvimonte (Bolivia)Tesorera: Claudia Delgado Martínez (México)Secretaria Ejecutiva: Yolia Tortolero (México)

Derivado de la resolución anterior, la Aso-ciación confi rmó su interés en estrechar los lazos de cooperación con la comunidad ar-chivística de tradición ibérica.

Por este conducto extendemos a los archi-vos nacionales, federales, estatales, muni-cipales, a las universidades, a las asocia-ciones archivísticas y a los profesionales de la región, a afi liarse a nuestra Asociación. Los principales benefi cios para sus miem-bros son los siguientes:

• Formar parte del directorio de archivistas y expertos de la región.• Recibir gratuitamente las publicaciones de la Asociación.• Recibir por correo electrónico los boleti-nes, noticias, convocatorias e información sobre cursos, becas y eventos nacionales, regionales e internacionales.• Recibir invitaciones a las actividades y reu- niones o seminarios programados a nivel nacional, regional e internacional.• Actualizarse a través de lecturas y textos

sobre archivística que la Asociación les en-víe por vía electrónica.• Compartir artículos, lecturas, manuales u otros materiales sobre archivística de inte-rés para los miembros de la Asociación.• Sugerir propuestas y proyectos para el pro-grama de trabajo anual de la Asociación.• Establecer contactos e intercambiar expe-riencias con otros archivistas de habla his-pana en Latinoamérica, España y Portugal.

Para formar parte de la Asociación existen las siguientes categorías de afi liación:

MIEMBROS CLASE B(Corresponde a asociaciones nacionales de archivistas. Para afi liarse requieren enviar copia simple de sus estatutos. Cuota: $100 dólares anuales.)

MIEMBROS CLASE C(Corresponde a archivos históricos y admi-nistrativos, federales, regionales, estatales, departamentales o municipales públicos y privados. Cuota: $75 dólares anuales.)

MIEMBROS CLASE D(Corresponde a centros de formación vincu-lados con actividades archivísticas. Cuota: $50 dólares anuales.)

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MIEMBROS CLASE E(Corresponde a archivistas y a funcionarios de archivos, bibliotecas y centros de docu-mentación. Cuota: $20 dólares anuales.)

Para obtener un formato de inscripción agradecemos enviarnos una carta por co-rreo electrónico o postal aquí referidos, indicando el interés de pertenecer a la Aso-ciación, así como una síntesis curricular o una breve reseña institucional que incluya sus datos completos (nombre, institución, cargo, dirección, teléfonos de contacto y correo electrónico).

Archivo General de la Nación, México

Avenida Eduardo Molina s/n Colonia Penitenciaría AmpliaciónDelegación Venustiano CarranzaC.P. 15350México, Distrito FederalTel. (0052) (55) 51339900, ext. 19301 a la 19304 y 19306Correo electrónico: [email protected] At’n. Claudia Delgado MartínezTesorera de la Asociación Latinoamericana de Archivos

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Publ icac iones

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Los dos boletines más recientes del Archivo Histórico del Agua (AHA) están

dedicados a la política del agua potable y a su importancia a lo largo de la historia, no sólo para vivir sino como vínculo social, en este caso, entre los mexicanos. En ambas ediciones, los artículos dan pie a la difusión de un tema que ha cobrado gran relevancia en México y el mundo entero.

El Boletín 34 analiza el manejo del agua desde la reforma a la Ley de Aguas Nacio-nales de abril 2004 y los movimientos so-ciales tras el IV Foro Mundial del Agua, así como la pretensión de establecer el acceso al agua como un derecho humano. Hay una revisión analítica de temas relacionados con el agua que siguen la transición que atraviesa.

REFLEXIONES Y REFERENCIAS PARA UNA HISTORIA DEL AGUA EN MÉXICO

Elvia Alaniz Ontiveros

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Por su parte, el Boletín 35 recrea con detalle cómo el agua se ha convertido en una forma de entablar relaciones, ya sea agrícolas o industriales. Los trabajos que integran este número invitan a refl exionar acerca de lo esencial de este recurso.

En ambas ediciones destacan las am-plias referencias consultadas en el Archivo General de la Nación.

El Boletín 34 está dedicado a radiogra-fíar los aspectos básicos para establecer una política del agua, ante las demandas de diversas organizaciones y movimientos sociales. “De frailes agustinos, cosmovisión indígena, haciendas y cambios en la con-cepción del agua en Guanajuato, México (Siglo XVI)”, de Daniel Murillo, expone el modo en que los frailes del Viejo Continente entendieron a su contraparte en las con-cepciones de los grupos indígenas como chichimecas, purépechas y descendientes de la cultura chupícuaro (Acámbaro). En el texto se menciona al Bajío guanajuatense de la Nueva España del siglo XVI, época en la que se inició la organización del sistema de haciendas, y cuando se fundaron diver-sos conventos y poblados. Murillo exhibe que lo anterior devino transformaciones cul-turales y cambios en la manera de entender el agua.

Octavio González toma como eje ana-lítico tres momentos del uso del riego en el valle de Eucandureo, en Michoacán: el uso privado de aguas para fi nes de riego, las consecuencias del reparto de tierras y el modelo agrícola industrial que, con apoyo del Estado, se tradujo en una moderniza-ción agrícola en la localidad. Así fue posi-ble crear Comisiones Ejecutivas de Cuenca que operaban como instituciones de desa-rrollo, pues incentivaban e inyectaban las inversiones en infraestructura. Al respecto, el texto de Isnardo Santos repasa las apor-taciones de la Comisión Lerma-Chapala-Santiago al agua en la etapa de gestión centralizada.

Los tipos de riego son tomados por Na-talie Seguin para revisar las características de un aprovechamiento del agua que se ha conservado, aunque sin reconocimeinto ofi -cial. La autora refl exiona sobre el decreto de creación de Alto Río Lerma y cómo ha sobrevivido con el bombeo del río.

El texto anterior contrasta con el de Beatriz Guzmán, quien muestra que el sis-tema de riego de la presa El Rodeo, ubi-cada en el río Amacuzac, es similar al de las condiciones de riego en diversas partes del país. También expone el rechazo de los agricultores al proyecto de transferencia de

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la presa, que después se convirtió en un sistema de riego pequeño.

En “La cuenca del río Lerma-Santiago y su arquitectura de puentes novohispanos”, Guillermo Boils explica la construcción de puentes en Guanajuato, Jalisco, Michoacán y el Estado de México sobre el enorme río Lerma-Santiago, y describe su funcionalidad que, tras 400 años, sigue siendo efi caz.

Jessica Ríos examina el Fondo Docu-mental de Aguas Nacionales, mientras que Nora Duana muestra que la imagen fotográ-fi ca es primordial en la investigación. Por su parte, Jorge Andrade recuenta los esfuerzos de difusión realizados por el AHA. El Boletín incluye las secciones “Bibliografía Comenta-da. Notas del Pasado”, a cargo de Soledad García, y una semblanza de Rocío Castañe-da González, quien dirigió el Archivo de 2004 a 2006 y falleció el 6 de enero de 2007.

En el Boletín 35 se refl exiona sobre las amenazas que padece el agua, como la contaminación. Gloria Camacho abre el número con un trabajo que alude a los repartimientos de agua realizados en la fuente de Nexapa, como una medida para

paliar los confl ictos del uso del agua entre españoles e indígenas.

En “La intervención federal en los con-fl ictos sobre contaminación del agua con desechos mineros en la década de 1920”, Óscar Sánchez analiza las medidas asumi-das por el gobierno federal ante los roces por los desechos de la industria minera en México.

Israel Sandre escribe sobre la normati-vidad legal, económica y social para asignar derechos en torno al río Cuautitlán.

Los cambios del río Papaloapan tras la construcción de una de las primeras obras hidráulicas realizadas en el país, son expli-cados por Verónica García.

Los fondos documentales en resguar-do del AHA son descritos por Nora Duana y la reseña del libro Las aguas de Atlixco.

Estado, haciendas, fábricas y pueblos,

1880-1920, de Rocío Castañeda, corre a cargo de Américo Saldivar, quien evalúa el costo y valor del agua en el país. La parte fi nal, incluye las secciones Bibliografía Co-mentada y Noticias del agua y Notas del pasado.

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El Boletín del Archivo General de la Nación, núm. 18,6a. época, se terminó de imprimir en

octubre de 2007 en Talleres Gráfi cos de México.Se tiraron 1000 ejemplares.