Ay, qué sequía (y no es de amor) - Por Roly Villani

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46 revista turba 47 Ay, qué sequía (y no es de amor) Por Roly Villani El Noroeste argentino vive un desastre climático: la peor sequía en cincuenta años. Mueren los animales, no crecen las pasturas, las empresas habilitan un servicio de agua “por horas”. Pero esta larga mala racha, que coincide con el auge del desmonte y de la soja, casi no se nota en las grandes ciudades, ni figura en las páginas de los medios nacionales. J uan Leguizamón no se puede dormir. Escucha ruidos y le pare- ce que esta vez sí se va a largar. – ¿A dónde vas? -le dice entredormida su mujer, Antonia Lezcano. –A poner los tarros, parece que va a llover –Qué va a llover. No llueve, claro. Dicen que es la peor sequía en cincuenta años en el Gran Cha- co Americano, una región que se extiende en el centro de América del Sur entre los territorios de Argen- tina, Bolivia y Paraguay. Es el área boscosa más grande del continente después del Amazonas y las precipi- taciones rondan el promedio de 600 milímetros anuales. En los últimos doce meses apenas cayeron 250, de manera sumamente despareja. El desastre climático en el NOA no es homogéneo. Hay zonas que la pasan mal y otras que la pasan peor. Juan y Antonia viven en el paraje La Calera. Tienen una bellísima casa de adobe, justo al borde de una peque- ña quebrada, lo que les da una vista privilegiada. Sentados en el patio de tierra pueden ver todo el valle, pero Juan no se siente con ánimo para disfrutarlo. -Antes era lindo, cuando había verde- dice. La Calera está a unos 50 kilóme- tros de Ojo de Agua, una localidad en el centro sur de Santiago del Estero, Juan se llena de tristeza cuando tira sobre el patio de tierra el agua jabonosa con que limpió los platos y las cabras se pisotean unas a otras para chupar el barro con detergente. foto: Maria Eva Salazar

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El Noroeste argentino vive un desastre climático: la peor sequía en cincuenta años. Mueren los animales, no crecen las pasturas, las empresas habilitan un servicio de agua “por horas”. Pero esta larga mala racha, que coincide con el auge del desmonte y de la soja, casi no se nota en las grandes ciudades, ni figura en las páginas de los medios nacionales.

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Ay, qué sequía (y no es de amor)

Por Roly Villani

El Noroeste argentino vive un desastre climático: la peor sequía en cincuenta años.

Mueren los animales, no crecen las pasturas, las empresas habilitan un servicio

de agua “por horas”. Pero esta larga mala racha, que coincide con el auge del

desmonte y de la soja, casi no se nota en las grandes ciudades, ni figura en las

páginas de los medios nacionales.

Juan Leguizamón no se puede dormir. Escucha ruidos y le pare-ce que esta vez sí se va a largar.

– ¿A dónde vas? -le dice entredormida su mujer, Antonia Lezcano.

–A poner los tarros, parece que va a llover

–Qué va a llover.No llueve, claro. Dicen que es la peor sequía en

cincuenta años en el Gran Cha-co Americano, una región que se extiende en el centro de América del Sur entre los territorios de Argen-tina, Bolivia y Paraguay. Es el área boscosa más grande del continente después del Amazonas y las precipi-taciones rondan el promedio de 600

milímetros anuales. En los últimos doce meses apenas cayeron 250, de manera sumamente despareja.

El desastre climático en el NOA no es homogéneo. Hay zonas que la pasan mal y otras que la pasan peor. Juan y Antonia viven en el paraje La Calera. Tienen una bellísima casa de adobe, justo al borde de una peque-ña quebrada, lo que les da una vista

privilegiada. Sentados en el patio de tierra pueden ver todo el valle, pero Juan no se siente con ánimo para disfrutarlo.

-Antes era lindo, cuando había

verde- dice. La Calera está a unos 50 kilóme-

tros de Ojo de Agua, una localidad en el centro sur de Santiago del Estero,

Juan se llena de tristeza cuando tira sobre el patio de tierra el agua jabonosa con que limpió los platos y las cabras se pisotean unas a otras para chupar el barro con detergente.

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muy cerca del límite norte de Cór-doba. La ciudad recibió ese poético nombre porque hasta hace diez años era un curioso caso de abundancia de agua. Pero esa realidad cambió de repente. En los últimos cuatro años no se llegó a los 400 milíme-tros anuales y en lo que va de 2013 no cayeron ni 150.

Los especialistas dicen que diez años es un período demasiado breve en los ciclos de la Tierra como para determinar si se trata de una (larga) mala racha o de un cambio definiti-vo en el régimen de lluvias. Pero la casualidad indica que el período de sequía coincide con el auge del des-monte y de la soja.

-Él se enamora de los animales

y no los quiere vender –dice Antonia y señala con la cabeza a Juan– Y es peor, porque se terminan muriendo.

Juan se calla la boca y mira hacia

el horizonte, en esta zona en que las sierras de Córdoba todavía se asoman por debajo de la tierra y en la que la mayoría de los pequeños productores rurales se dedica –como Juan- a criar cabras. El cabritero –comprador de cabritos- pasa una vez al mes y se lleva todo lo que le quieran vender: su negocio es la re-venta de los muy apreciados cabritos de Ojo de Agua en Córdoba. Pero la sequía no solo debilita a los animales y deja sin leche a las madres (algunos productores llegan por estos días a la desesperante decisión de comprar le-che de vaca para alimentar a biberón a los cabritos). Tampoco crecen las pasturas y los audaces que planta-ron algo de maíz para alimentar al ganado asistieron a la irremediable pérdida de la cosecha.

La escena es dolorosa. Los ani-males sin fuerzas se caen al piso con las patas dobladas y ya no se levan-tan. Juan se llena de tristeza cuando tira sobre el patio de tierra el agua

jabonosa con que limpió los platos y las cabras se pisotean unas a otras para chupar el barro con detergente.

El agua que se fueEn el Noroeste Argentino –y en el norte de Córdoba y en el de Mendo-za- los cortes programados están incorporados a la agenda diaria, desde hace meses. Sus habitantes se acostumbraron a que la empresa habilite el servicio algunas horas y algunos días de la semana. Que la ra-dio lo anuncie junto a la temperatura, junto a la información de los caminos, que están difíciles de transitar por el humo de los incendios, también efecto de la sequía. Se organizan para que siempre haya alguien en la casa en el momento de “largada”, alguien que llene los tanques y los baldes. Con la falta, también se agudiza el ingenio: el agua con la que se bañan sirve también para limpiar los pisos.

Y eso le sucede a los privilegia-

dos que viven en zonas en que hay agua de red, que representan el 84 por ciento de la población según el censo 2010. Los que viven con agua de pozo rezan para que no se termi-ne de secar. Una perforación cuesta aproximadamente 600 pesos por metro y para encontrar agua hay que pensar en un pozo de no menos de 50 metros. Y el riesgo de perforar y que no haya nada es altísimo.

En algunas zonas de la provincia de Chaco los pobladores cortaron rutas para exigirle al gobierno pro-vincial que ayude a las comunidades con el envío de agua. En Salta y Jujuy se habilitaron subsidios pero los pro-ductores son renuentes a tomarlos porque, de persistir la sequía, no van a tener cómo devolverlos. En Santiago se decretó la emergencia agropecuaria, aunque el impacto de la medida es incierto porque su efecto más visible es la suspensión de los impuestos rurales.

En el sur de Santiago, la enorme mayoría de la tierra está en manos de campesinos pequeños productores, el 98 por ciento de los cuales no posee la escritura perfecta de sus tierras.

Un informe del equipo técnico del Ministerio de Agricultura, Ganade-ría y Pesca de la Nación asegura que las pérdidas del ganado mayor superan el 30 por ciento y que en el ganado menor el porcentaje es ma-yor aunque muy difícil de precisar. “Sumamos a esto, la aparición de brotes de plantas tóxicas, enferme-dades epidemiológicas, concentra-ción de pariciones en épocas críticas de falta de forraje, dando como consecuencia abortos, pariciones prematuras hasta la pérdida de los vientres”, señala el texto.

Si bien la sequía golpea a todos por igual, es evidente que no es lo mismo tener espaldas financieras para soportar una mala temporada que vivir al día. En el sur de Santiago el latifundio es un fenómeno menor. La enorme mayoría de la tierra está en manos de campesinos pequeños productores, el 98 por ciento de los cuales no posee la escritura perfecta de sus tierras.

En las zonas rurales de Ojo de Agua casi no quedan jóvenes ni per-sonas de mediana edad: la mayoría son personas grandes (adultos mayores, como se dice ahora) que vivieron ahí toda la vida y no quie-ren ni oír hablar de irse. La falta de agua está produciendo, además, migraciones hacia las ciudades y una acelerada concentración de la propiedad. Los que se van le “dejan” la tierra a los que tienen la posibili-dad de aguantar.

La sequía no será televisadaLa sequía no se nota en las ciuda-des grandes. O se nota menos. Los habitantes de Buenos Aires, Rosario o Córdoba se acostumbraron a la magia de abrir la canilla y que salga agua. Para eso, hay grandes diques y plantas potabilizadoras sobre los ríos más caudalosos del país. Cuan-do hay un corte, putean a la empre-sa por Twitter.

La sequía tampoco se nota en los medios. Las imágenes pueden ser tan aterradoras como dos años atrás eran las de las cenizas del volcán Puyehue en la Patagonia. Pero, por algún motivo, este desastre climá-tico no ocupa ni un milímetro en la tapa de los diarios autodenomina-dos nacionales. Nunca un titular del noticiero.

Unos meses atrás, y por au-sencia de algo mejor, los incendios en Córdoba tuvieron sus quince minutos de fama. La solidaridad electrónica se encendió un par de días y, como todo, se fue apagan-do. Pero para el habitante de las ciudades medianamente informado, los olvidados incendios de Córdoba nunca estuvieron relacionados con una sequía que desconoce.

Anochece en Ojo de Agua. En un bar está el televisor prendido. Algunos parroquianos recuerdan que unos años atrás el agua era un problema cuando se quería cons-truir los cimientos de una casa. Tan a ras del piso estaba. No nombran a la sequía, pero siempre está. El dueño del boliche escucha con un oído y sin moverse de la caja, hace zapping entre los distintos cana-les de noticias porteños. Dominan la escena las repercusiones del programa de Jorge Lanata con condimentos faranduleros. En los titulares del noticiero, Mauricio Macri asegura que va a luchar por la libertad de prensa, y los familiares de los accidentados en un choque de colectivos en Parque Avellaneda, en el que no hubo muertos, piden justicia.

Diez años es un período demasiado breve en los ciclos de la Tierra como para determinar si se trata de una (larga) mala racha o de un cambio definitivo en el régimen de lluvias.

foto: Maria Eva Salazar

foto: Maria Eva Salazar