Barbú, el gorila escritor.

32
Barbú, el primer Gorila Escritor. Hubo grandes escritores, sólo una bestia. No tiene formación académica, sólo imaginación. 1

description

Por primera vez un gorila abandona la selva, el zoológico y la marginación para integrarse a la vida cotidiana del hombre. Barbú no habla, escribe. Barbú no tiene formación académica, sólo imaginación. Acá su historia y algunos relatos breves.

Transcript of Barbú, el gorila escritor.

Page 1: Barbú, el gorila escritor.

Barbú, el primer

Gorila Escritor.

Hubo grandes escritores, sólo una bestia.

No tiene formación académica, sólo imaginación.

1

Page 2: Barbú, el gorila escritor.

2

Page 3: Barbú, el gorila escritor.

Mi Historia

por

Barbú

Calculo que mi historia empezó a escribirse quince años atrás, cuando mi madre me dio

a luz en la república del Congo o en Camerún o quizás Gabón, no sabría especificar cuál

es mi país natal. Mis padres no registraron la fecha de mi nacimiento, es más, nosotros

nunca recordamos fechas festivas, no nos aferrarnos a ilusiones porque un nuevo año

comienza, como tampoco nos reunimos para compartir la nostalgia o rendir obediencia

a personas que no podemos ver, atribuyéndoles poderes absolutos. Nos reducimos a

respirar el presente. Nos acomodamos, exclusivamente, al lugar que nos corresponde,

convirtiéndonos en devotos admiradores de la naturaleza, disfrutamos sus alimentos y

reposamos en sus reconfortantes árboles.

Lamentablemente aquella vida fue distorsionada por la imprudencia de ustedes. Mi

corta edad no fue obstáculo para recordar mi primer contacto con el hombre. Eran dos.

En el primer instante me asusté, pensé que eran camaleones ya que poseían una piel de

distintos colores, fácil de reemplazar por otras. Años más tarde, me enteré que no se

trataba de su piel, sino de vestimentas que usaban para abrigarse, protegiéndose de los

mosquitos y escondiendo, por vergüenza, las partes destinadas a la reproducción.

¿Vergüenza? Todavía intento en vano experimentar aquel síntoma. En fin, aquellas dos

personas, se acercaron con el fin de observarme. En ningún momento quisieron

lastimarme. Ni a mis padres, ni a mis tíos, ni a mis primos les molestó su presencia, así

que a mí tampoco. De sus bocas emanaban sonidos armoniosos. Al cabo de un rato,

comencé a entenderlos, deduciendo que aquellos sonidos no eran otra cosa que un

lenguaje, que por cierto, era más complejo que el nuestro. A medida que pasaba más

tiempo con ellos, todas mis dudas mutaron en conocimientos.

Fueron diecinueve días y diecinueve noches, que estuvieron con nosotros, por lo menos

sus registros lo indican así. Al vigésimo día otros hombres nos visitaron. A diferencia

de los anteriores, eran oscuros y cargaban en sus brazos ramas que escupían fuego. A

pesar de que eran muy ruidosas, a mí no me atemorizaron. Quería saber qué significaba

aquel destello discontinuo que ahuyentaba a toda mi familia. Algunos escaparon de

3

Page 4: Barbú, el gorila escritor.

forma tan apresurada que tropezaron fuertemente sin conseguir levantarse. Otros

treparon a los árboles buscando que el cielo los ampare, pero fue la tierra la que toleró

los sucesivos golpes de sus caídas. Por mi parte permanecía inmóvil, contemplando

cómo mi familia enloquecía y cómo los dos seres humanos que nos observaron por

tantos días, de repente dejaron de hacerlo. Decidieron imitarnos, acostándose en la

tierra.

Mis sentidos parecían estar ausentes, recién cobraron vida cuando vi a mi madre

sacudirse. Fui hacia ella, que yacía boca arriba. Sus párpados continuaban abiertos, pero

sus ojos no me miraban. Sus brazos, que estaban extendidos con las palmas de sus

manos bien abiertas, no buscaron un abrazo como acostumbraban hacerlo. Ya no

advertía más aquella vibración que tan seguro me hacía sentir cuando ella me

aprisionaba contra su pecho. En ese momento era muy chico para entender que era lo

que había pasado, pero tengo la certeza que segundos antes de que mi padre me alzara,

alejándome de ella y de aquellas malvadas ramas, sentí que su presencia solamente

estaría en mis recuerdos. Sentí que por más que mi padre me pusiera a salvo, nunca

encontraría refugio.

Finalmente varios de nosotros logramos escapar, pero no por nuestras virtudes, sino

porque las ramas se cansaron de escupir tanto fuego y porque los hombres parecían estar

satisfechos con la hazaña.

A los dos días volvimos allí. Aquel era nuestro lugar, nuestro hogar, que tan cómodos

nos hacía sentir. Misteriosamente mi madre, junto a varios de mis tíos y primos,

desapareció. También los dos humanos. Solamente hallé lo que uno de ellos cargaba en

su espalda. Adentro de eso había muchos objetos novedosos para mí que me

entretuvieron un largo rato: un objeto chato que reflejaba mi rostro del mismo modo que

lo hacía el agua, algunas ropas, que en ese entonces creía que eran sus pieles, imágenes

mías y de mis familiares adheridas en hojas sin forma y acompañadas de otras imágenes

vacías pero repletas de dibujos diminutos que se repetían en forma desordenada pero sin

que una se encime sobre otra. En fin, muchas cosas las cuales llegué a entender varios

años después en mi cautiverio.

Los siguientes años no fueron otra cosa que revivir aquel día nefasto de mi vida. Las

malvadas ramas diezmaron mi familia. Además era dificultoso hallar un lugar propicio

para vivir ya que los árboles también desaparecían. Ni en los momentos de tranquilidad

conseguía paz. Tenía un defecto físico que me marginaba de mis “hermanos”. Mis

brazos eran tan largos como mis piernas y mi postura era mucho más erguida que la de

4

Page 5: Barbú, el gorila escritor.

ellos. Casi no precisaba usar mis nudillos como apoyo para desplazarme. Eso me hacía

lento y débil comparado con mis hermanos. Estos rasgos se evidenciaron durante mi

adolescencia. Por eso muchos comenzaron a ignorarme en los cotidianos escapes de los

hombres oscuros o porque no poseía las fuerzas necesarias para trepar hasta lo más alto

de un árbol. Inclusive mi padre, que por tanto tiempo me había protegido, optó por la

misma e injusta postura. No tenía a nadie que me acicalara la espalda. Nadie con quien

columpiarme. Por más que intentara acercarme a ellos, sólo conseguía que se

mortifiquen más por mí. Únicamente los recuerdos felices de mi madre eran el aliciente

para afrontar el destierro que por dentro sentía.

Sin la protección de mi padre, todos pensaron que mi destino estaba escrito. Que los

hombres oscuros me llevarían consigo. Sin embargo, me las ingeniaba para escapar,

despertando así el orgullo de mi padre porque a pesar de mis defectos físicos, siempre

lograba salir adelante, encontrando el atajo adecuado. Mi inteligencia compensaba mis

problemas. Por eso volvió a mi lado, para que partiera las cañas de azúcar que él no

podía quebrar. Mi padre creía que si mi familia me seguía cuando las ramas escupieran

fuego, todos lograríamos escapar. Si yo que tenía defectos físicos conseguía escapar,

cómo no lo harían los demás.

Al principio tuvo razón, yo no los defraude. Él se había encargado de convencer al resto

que me siguiera. Entonces anticipé las huellas que iban a imprimir los hombres en la

tierra. Adiviné sus corazonadas. Por años mantuve a mi grupo vivo. Sólo el Dios del

que hablan los hombres, decidía quién vivía y quién no. Comenzaron aceptarme con mis

defectos y mis virtudes, aunque lo más importante fue que yo empecé aceptarme a mí

mismo. Los defectos los transformé en virtudes perdurando como tales hasta que me

convertí en adulto. Cansado de escapar, creía que tenía la suficiente madurez para

afrontar la situación que nos venía hostigando desde que tengo memoria.

Había decidido que yo daría las órdenes, manteniéndome alejado del combate. No

porque fuera débil comparado con mis hermanos, ya que eso no me privaba de la

capacidad de doblegar a cualquier hombre, sino porque no quería mancharme las manos

con sangre. No obstante, me equivoqué terriblemente. Al haber comandado los ataques,

me ensucié hasta el cuello con sangre, pero mi cabeza se mantuvo limpia como castigo:

mis ojos se horrorizaron al ver cómo mis hermanos morían, dejando en mis oídos,

gemidos desgarradores.

El inicio de la emboscada fue exitoso, rápidamente redujimos a los hombres oscuros. La

naturaleza nos brindó el ambiente ideal. Nos ocultamos tanto que ni siquiera nosotros

5

Page 6: Barbú, el gorila escritor.

alcanzábamos a vislumbrarlos, aunque nuestro olfato marcaba la diferencia,

presintiendo el miedo que se les escurría por sus mejillas. Además, nuestra sensible

audición percibió como sus indecisos y temerosos pasos los delataban. Los

depredadores pasaron a ser los depredados. Gozábamos la victoria golpeando nuestros

pechos con los puños. Algunos escaparon, porque nosotros tuvimos piedad cuando

clamaron por sus vidas. El terror que se dibujó en sus rostros me enseñó que el acto de

arrodillarse juntando las manos a la altura de la cabeza, era un acto de súplica. Ese fue

un error imperdonable. Nunca debimos dejarlos en libertad. Volvieron con más

hombres, algunos blancos, semejantes a los que conocí antes de que mi madre fuese un

recuerdo. Poseían más que malvadas ramas. Traían otros artefactos que yo no conocía.

Inclusive había algunos que eran tan grandes que los llevaban tanto por tierra como por

aire. A los afortunados, entre los cuales estuvimos mi padre y yo, nos capturó una

telaraña gigante que nos elevó por encima de los árboles, alejándonos por siempre de

nuestro hogar.

Todos nosotros, vivos y muertos, terminamos en un lugar donde habitaban más

hombres. Nos metieron en una cueva que la sellaron con una fila de dientes lo

suficientemente largos para que no pudiésemos escapar. Parecía ser una boca gigante

que nos masticaba lentamente. Antes del anochecer se acercaron cinco hombres. Tres

cargaban en sus brazos una rama y en sus cinturas una liana que sujetaba otra rama,

pero estas a diferencia de las otras que eran ruidosas y opacas, eran silenciosas y

brillantes. Dos hombres no paraban de intercambiar palabras, que lamentablemente yo

no entendía. Suponía que discutían qué hacer con nosotros. Parecían estar en

desacuerdo, hasta que uno calló, concediéndole la razón al otro, que con un solo gesto

ordenó a las ramas que nos apuntaran. Sabía que iban a rugir y que la muerte era nuestro

próximo destino. Tenía que evitarlo. Por eso me aproximé hasta los dientes que nos

separaban de ellos, suplicando por mi vida y por la de mi familia de idéntica forma que

lo habían hecho algunos de ellos en la selva. Los hombres quedaron estupefactos con mi

acto. Había acaparado su atención. Entonces seguí imitándolos logrando que su

asombro quedara en el pasado y que las risas fuesen el presente. Me liberaron, pero no

hicieron lo mismo con mi familia. Me di cuenta que a ellos no los iban a perdonar.

Volví a suplicarles, sin conseguir nada, solamente se detuvieron unos instantes

esperando por si alguno de mis hermanos actuaba como lo había hecho yo, pero nadie

tenía ese don. Mi padre, tampoco lo tenía. Aunque sabía que si me imitaba se salvaría,

optó por comportarse como un gorila.

6

Page 7: Barbú, el gorila escritor.

Varios días después estaba confinado en un reducido espacio, limitado por telarañas

rígidas que permitían a curiosos acercarse sin que los lastimara. Fue allí donde me

“domesticaron”, designándole dicha tarea a Keobe. Él fue determinante en mi vida,

Desde un primer momento supe que sus intenciones eran buenas conmigo. Notó que yo

era diferente al resto de mi familia, no sólo por mi aspecto sino también por mi

comportamiento, lo que determinó la insólita idea de enseñarme a leer y a escribir.

El idioma lo asimilé rápidamente ya que contaba con la ventaja de haber interpretado a

los hombres en la selva. No obstante, nunca podría entablar una conversación, debido a

que mis cuerdas vocales difieren de las de los humanos.

Después de aprender el lenguaje, fueron los números los que gobernaron mis

pensamientos. Sumar, restar, multiplicar y dividir, era lo que más asombraba a los

visitantes. Igualmente, no era mi materia preferida. La historia de la humanidad me

intrigaba más. Conocer el pasado ayudaba a reconstruir mi presente.

Las voces decían que era un simio especial, pero no tenían un nombre. Algunos me

chiflaban con el objetivo de acaparar mi atención y así sacarme una fotografía. Otros me

apodaban de distintas formas, hasta que un día el zoológico decidió realizar un concurso

para ponerme un nombre. Un concurso que quedó inconcluso cuando el día anterior a la

votación final escribí con crayones bien grande sobre una de las rocas que decoraban mi

hogar: “Mi nombre es Barbú”. La elección del nombre tiene un significado, pero lo

reservo para mí.

Al zoológico no se molestó mi actitud, es más, sacaron provecho de la misma

celebrando a lo grande. Por lo menos un día a la semana había fiesta donde yo siempre

era el eje de la atención. Si no era un día patrio, era el supuesto día de mi cumpleaños.

Recuerdo que en menos de un año festejé dos veces mi cumpleaños. Argumentaron que

para el primero se habían orientado por una fuente imprecisa, pero ya habían corregido

aquel error mediante un examen físico con elementos de última tecnología. Al

zoológico sólo le interesaba recaudar dinero y los cumpleaños atraían visitantes.

Así transcurrieron mis días en el zoológico como atracción principal. Si no había un

evento, pasaba los días con Keobe y con los libros. Sin embargo, durante las noches la

melancolía era mi compañía ineludible. Ella acostumbraba a visitarme sin pedir

permiso, proyectando en mi mente el fusilamiento de mi padre. Todas las noches mi

procreador moría frente a mi vergüenza. Me apenaba volver a escuchar el crujir de sus

huesos cuando era mutilado por aquellas ramas brillantes. Y no había alivio, cuando

7

Page 8: Barbú, el gorila escritor.

parecía que habían terminado, los bípedos siempre encontraban algo más por rebanar,

condenándome, por el resto de mi vida, a tolerar lo insoportable.

El paradero final del cuerpo de mi padre fueron los estómagos de quienes tanto

chillaban y sus trozos menos afortunados quedaron atrapados en las encías de aquellos

forajidos. El resto de mis familiares fueron intercambiados por papeles y piedras que se

destacaban por ser lisas y circulares.

Igualmente, de una forma u otra, siempre contaba con el recuerdo de mis padres. Eso

era algo bueno. No estar solo, era definitivamente algo bueno. El director del zoológico

pensó lo mismo y me presentaron a “Olivia”, mi nueva acompañante. Una hembra, de

figura envidiable, con tan solo unos ochenta kilogramos de peso y dispuesta a

conquistar al corazón más áspero. Ellos intentaron ampliar el negocio con un

casamiento, una luna de miel, un nacimiento, etc. Olivia a su vez buscaba afecto. Yo

imploraba para que esta pesadilla terminara lo más pronto posible. La libertad era lo

único que acaparaba mi atención.

Durante el medio año que estuve con Olivia nunca había logrado establecer un vínculo,

nuestras evidentes diferencias intelectuales nos distanciaban a tal extremo que tampoco

me atrajo físicamente. No obstante, en mi último día, cedí a sus pretensiones. Olivia

quería convertirse en madre a toda costa. No sé si le pude dar el hijo que tanto deseaba,

pero le di la esperanza de tener uno.

Si tuve un último día en aquella jaula fue por obra de Keobe. Desde hacía varios días

manejábamos la posibilidad de escaparme del zoológico. Él sabía que en el zoológico

estaba a salvo de cualquier amenaza, aunque también comprendía que no era una forma

grata de vida para mí. Por sobre todas las cosas, él deseaba verme feliz. Fue así, que

arriesgando su propio trabajo, se acercó con un mameluco blanco extra grande, los

mismos que usaba el personal de limpieza, para ocultar, por lo menos un poco, mi

pelaje, en la noche de mi huida. Dejó la reja como si estuviera cerrada, pero en realidad

sólo había que darle un pequeño empujón.

Afuera del zoológico me esperaba un auto de color negro que pasaba inadvertido en la

oscuridad. Al ver al chofer, su rostro me pareció familiar, pero no lo reconocí. Sus ojos

denotaban miedo, quizás nunca había tenido tan de cerca a un gorila. Se presentó como

un amigo de Keobe y antes de partir me alcanzó un paquete. Adentro del envoltorio

había un libro que pertenecía a los expedicionarios que conocí en mi infancia. Era el

mismo libro que había hallado después de que mataran a mi madre. No podía

imaginarme como Keobe lo había conseguido, solo atinaba aferrarme a él. Ahora podía

8

Page 9: Barbú, el gorila escritor.

volver a ver a mi familia y lograr leer lo que antes para mí significó un montón de

dibujos diminutos que se repetían de forma desordenada. Mientras el auto se alejaba lo

más rápido posible, yo detuve mi vista en un sello impreso en el frente del cuaderno.

Decía donde estuvo secuestrado los últimos dieciocho meses. El lugar era un reducto

militar. Deduje que allí también estarían los carniceros que se comieron a mi familia.

El auto se detuvo en un lugar que no parecía ser un complejo militar. Era un edificio de

tres pisos, allí se encontraban las personas que exterminaron a mi familia. Era un

hospital. Me explicó que casi todos los soldados que asesinaron y posteriormente

comieron a mi familia estaban internados en aquel hospital. Los más afortunados ya

habían perecido. El resto, agonizaba. Según el chofer, varios de mis familiares eran

portadores de un virus de inmunodeficiencia, que está estrechamente emparentado con

una enfermedad letal para el hombre ya que ataca sus defensas, dejándolos

desprotegidos ante el menor resfrío. Al parecer se contagiaron todos aquellos que

probaron algo de mis parientes, sumándose así a otros treinta y nueve millones de

personas infectadas en el mundo.

Sin embargo, no era todo, el chofer agregó que otros hermanos míos padecían otra

enfermedad, cuyos orígenes se remontan a mediados de los años ’70 en un río del

Congo. La enfermedad es conocida por provocar elevadas temperaturas y hemorragias

gastrointestinales ocasionando un sangrado constante en la boca, oídos, ojos e inclusive

en el recto. La forma de transmisión del virus de gorila a hombre era la misma que la

anterior.

Para cuando terminó de hablar, ya lo había reconocido. Era el hombre que calló el día

que mi familia pereció. Su actual ayuda era un modo de disculparse. El odio me

confundió: miedo de ser portador de alguna de aquellas enfermedades; remordimiento

por el pasado y compasión por el presente.

Fuimos al puerto. Al salir del auto, el cielo empezó a tornarse anaranjado, pero todavía

estaba demasiado oscuro como para que me identifiquen. Mi objetivo era encontrar un

barco que me lleve a un lugar que pueda ingresar sin restricciones, donde las leyes

estuviesen cubiertas con el polvo del olvido, tanto para el pueblo como para sus

dirigentes. Una tierra cuya belleza me hiciera olvidar tantas angustias. Mi destino era

Argentina.

Me escondí en un container. Por el apuro me olvidé de los suministros alimenticios para

el viaje. El hambre pudo haber deshecho mis esperanzas de un mañana distinto, pero la

suerte me acompañó. Viajé junto a dos desertores que contaban con gran cantidad de

9

Page 10: Barbú, el gorila escritor.

comida. En ningún momento tuvieron miedo de mí. Al parecer mi popularidad en el

zoológico me ayudó a conocerlos más rápido de lo esperado. Había conocido a dos

grandes amigos. Romarin y Salomon, eran oriundos de Camerún. Lamentablemente la

aduana argentina los descubrió, enviándolos de regreso. No contaron con la fortuna de

los asiáticos que viajaron como polizones en el container vecino. Por mi parte me

escabullí de la seguridad portuaria, simulando estar dormido. Permanecí en aquel estado

por el sencillo razonamiento de que es más fácil manipular a un gorila dormido que a

uno despierto. Temía que entraran en pánico y cometieran un acto descabellado, como

confundirme con una mula contrabandeando cocaína y tuvieran que abrirme para

comprobarlo.

Se necesitó la fuerza de muchos hombres para depositarme en una carretilla en la cual

me trasladaron hasta el departamento de aduana. Un empleado recibió la orden de

contactarse con el departamento de protección de animales. Al no obtener una respuesta

inmediata decidió dejarme solo, circunstancia que aproveché para huir, intentando

buscar un sitio donde los árboles se impusieran ante los edificios.

Antes de llegar a cualquier zona poblada de mástiles verdes, en una de las

intersecciones de la avenida, había tres disfrazados de animales promocionando una

sopa instantánea. La cebra, la jirafa y el rinoceronte acompañaban a una joven

repartiendo volantes y muestras gratis a los transeúntes. Me uní a ellos como si yo

también participara del elenco.

Mantuve la boca cerrada. Si veían el interior de mi boca, sabrían que en realidad era un

gorila. Uno del grupo me preguntó dónde había conseguido el disfraz de gorila,

mientras que los otros parecían estar demasiado ocupados sosteniendo el traje que los

envolvía. La joven me dio panfletos y me puse a trabajar. Al finalizar la jornada nos

levantó una camioneta que nos llevó al depósito. Allí teníamos que devolver los trajes.

Evidentemente, los problemas no cesaban de arrinconarme. No quería volver a una jaula

ni tampoco ser considerado como un fenómeno. Quería una vida normal. Vivir

nuevamente en la selva o probar suerte con el estilo de vida que llevan los hombres.

Como me rehusaba a despojarme del supuesto traje, vino a verme el gerente que tenía el

entrecejo fruncido de lo enojado que se encontraba por mi exasperante reacción. Sin

embargo su mirada desorientada demostraba que no recordaba la tenencia de un disfraz

de gorila tan realista. Agotado de lidiar con su inocencia, aparte a un lado la actuación,

exhibiéndoles el tamaño de mis colmillos. Se fueron despavoridos del lugar, excepto

uno. Se trataba de una de las tantas personas que recibió en mano el sobre de la sopa en

10

Page 11: Barbú, el gorila escritor.

polvo. Curioso, había seguido el rastro de la camioneta. “Barbú” me dijo, allí supe que

historias provenientes de otro continente habían arribado a sus oídos. Me ofreció un

techo y su amparo, pero mi futuro no era una decisión sencilla. “Quiero ser escritor”, me

dijo, Quiero ser escritor, es tiempo que las cosas cambien, que exista otra perspectiva.

Creo que precisamos que la ficción distorsione el pasado, que maraville el presente y

que idealice un futuro impensado. Una ficción que acapare el interés del lector

introduciéndolo en un mundo de personajes sólo conocidos a través de sus sueños.

Escribir relatos que tallen los enredos de diferentes vidas, sembrar la intriga y el

desconcierto. Esa es mi meta.

Después de unos meses encerrado en un cuarto presionando teclas para que varias

historias se desarrollen en una viva pintura cibernética, decidí vivir como un hombre

común: ir al supermercado, pagar las cuentas, disfrutar de una película en el cine, llorar

o reír por una obra teatral, gozar la noche porteña. Pero, principalmente, canalizar mis

impresiones como escritor.

Yo les enseñaré mi mundo. Espero ser bien recibido por todos ustedes. La fantasía está

dando sus primeros pasos. Yo puedo escucharlos. ¿Ustedes pueden?

http://www.laguaridadebarbu.com.ar/

11

Page 12: Barbú, el gorila escritor.

12

Page 13: Barbú, el gorila escritor.

Sinopsis

El tiempo marca nuestras vidas, gobierna nuestra ansiedad. Vivimos condicionados por él. Un minuto puede ser la delgada línea de una llegada tarde al trabajo. Un segundo puede ser determinante para cambiar un resultado en un deporte. El tiempo es un señalador en un libro. Él es nuestro reflejo en un espejo. Sin él no podemos desarrollar nuestros sentidos. Sí él no existiera, el hambre no sería una preocupación. El tiempo nos regala momentos felices que recordar y nos castiga con momentos tristes que no podemos olvidar. El tiempo nos da espacio para pensar: ¿El tiempo envejece junto con nosotros? ¿El tiempo se detiene cuando morimos? ¿Existe la muerte sin un cuerpo? El tiempo siempre está presente y no hay religión en el mundo que le rinda culto. "La Fuga del Tiempo" esta compuesto por cuatro narraciones donde el tiempo es el protagonista y el hombre la víctima. El tiempo se escapa. ¿Qué hará el hombre sin él?

13

Page 14: Barbú, el gorila escritor.

Días Tristes. Días Alegres: Una isla donde el tiempo no transcurre, con un habitante que no recuerda ni su nombre, le dará la bienvenida a un millonario perdido entre sus indecisiones de volver o no al mundo materialista del que había huido. Tan sólo unos días de convivencia con aquel habitante cambiará para siempre el destino de Michael Saravakos, arrastrando, quizás, consigo el de la humanidad.

Eternamente Joven: Aislada durante décadas la isla Devoción decidió abrir sus fronteras. Un reportero llevará la difícil tarea de investigar que misterios esconde.

El Cuarto: Nueve personas encerradas en un cuarto. Ninguna ventana, ninguna puerta, ninguna escapatoria. Solamente una mesa, dos velas encendidas y un reloj detenido a las tres horas, cincuenta y tres minutos.

El divorcio entre los vivos y los muertos: ¿Qué sucedería si los cuerpos sin vida desaparecen?

14

Page 15: Barbú, el gorila escritor.

Cuentos Cortos de Barbú.

1. Génesis

El hombre no fue expulsado del paraíso por “comer del fruto prohibido”. El hombre

vive en el Paraíso, sólo que no lo ve por tantos edificios, sólo que no lo huele porque se

ahoga con el humo industrial, sólo que no lo pisa porque centenares de civilizaciones

apilaron estratos de vergüenzas, sólo que no lo escucha porque minerales como el acero

cobraron vida y producen gran estruendo, sólo que no lo paladea porque los besos

tienen el gusto del interés y no del amor. El hombre vive en el Paraíso, porque Dios no

decidió expulsarlo como se creía; por el contrario, lo premió dándole un poder incapaz

de controlar. Un poder que se disfraza de palabra para convencer y de entendimiento

para hacer. Un poder que acogió a la fabulación como su hija. Un poder que lo

engrandece y lo esclaviza. Gracias a ese poder, el hombre hizo cosas y más cosas, y

construyó y construyó más, hasta reducir a polvo las raíces del paraíso.

2. El Velorio

Cuando muere un hijo, no hay parámetros que puedan medir el dolor. Sí es asesinado, la

angustia y la rabia se incrementan. Pero en el caso de Cecilia, velar a su hijo, fue

además, espantoso, repulsivo; fue un ritual asqueroso. José no sólo había sido

asesinado, había sido metamorfoseado. El recuerdo de aquel hedor, que no pudo ser

sofocado por los pañuelos, todavía me doblega. Fue impactante y desagradable que

juraría haber sentido gusto a nausea.

Su asesino no dejó al José que conocíamos, lo transformó. Su asesino era un caníbal.

Por respeto a José, no jalamos la cadena y velamos sus restos a cajón cerrado, pero aún

así, nadie se animo a acercarse y mucho menos a besarlo. Solamente se benefició el

cementerio, porque gracias a José ahora hay un hermoso jardín.

15

Page 16: Barbú, el gorila escritor.

3. El Pendiente

En la entrada, Eleonora aguardaba a su prometido. Irradiaba un costoso vestido y un

delicado maquillaje. No le agradaba que la hicieran esperar. Cuando vio llegar al

retrasado, quiso recriminarle su falta de atención, pero se contuvo al advertir en sus

manos un estuche forrado con terciopelo negro. En el interior afloró un pendiente de

cristal, que con suavidad colocó en su oreja derecha. Él le pidió disculpas, no por la

demora, sino porque la había engañado con otra mujer. Una que era caprichosa,

envidiosa, altanera y fea. Le dijo que estaba arrepentido de haberle regalado el

pendiente izquierdo y que sí quería, podía buscarla porque también estaba en la fiesta.

Eleonora le propino un sopapo y fue en busca de la otra mujer. Frenética y desencajada,

recorrió el salón durante horas despeinando a las mujeres con el objeto de hallar el

pendiente. Nadie lo tenía; fue al baño para recuperar aire. Abrió la canilla, se llevó agua

fresca a la cara y fue justo allí cuando vio el pendiente izquierdo. Su prometido tenía

razón: el rubor natural de sus mejillas carecía de humildad y el maquillaje corrido

mostraba cuan fea era. El espejo le dijo la verdad. El espejo le dijo porque él la había

dejado.

4. Si supiera

Si supiera cantar te recitaría una serenata. Si supiera bailar te invitaría a un boliche. Si

supiera de tu diabetes no te hubiera traído bombones. Si supiera de tu credo nunca

hubiera contado ese chiste. Si supiera que rendías mañana un final, hubiera venido otra

noche. Si supiera que le tenés terror a los perros, no me hubiera acercado a rascarle la

oreja a ese doberman. Si supiera el camino más corto al hospital, te hubiera evitado la

infección contra la rabia. Si supiera mentir, te diría que soy el hombre perfecto para vos.

Si supiera tu exacta dirección, jamás hubiera tocado el timbre del departamento de tu

hermosa vecina.

16

Page 17: Barbú, el gorila escritor.

5. Una sola palabra. Me pagan por cambiar. Estoy cambiando constantemente. Tanto cambio que hay veces

que ni recuerdo cómo me llamo. Los políticos prometen el cambio, pero yo soy el único

que hago el cambio. Una palabra me diferencia del resto y es el cambio. Una palabra

que repito como disco rayado. En la esquina estoy. Es la esquina podes encontrarme con

mi cambio de ese instante. ¿Si te preguntas cuánto cambiaré hoy? Hoy el dólar bajó, así

que te conviene cambiar, porque mañana puede cotizar más. Te lo dice el arbolito, que

no para de cambiar. “Cambio. Cambio. Cambio. Cambio…”

6. El Aire que ella respira

Sin noción del tiempo perdido, arrinconado en la desoladora oscuridad, camino por la

vereda de la plaza con la tímida esperanza de que nuestros destinos converjan otra vez.

Ella solía leer en el banco donde la plaza terminaba, donde los asmáticos motores, las

perturbadoras bocinas y los estrepitosos neumáticos destruían la paz. Ella acostumbraba

vestirse de blanco, como una novia a pie del altar, un blanco que hacía contraste con mi

soledad, un blanco puro que siempre regresaba a mis sentidos. Ella estaba sentada tal

cual la recordaba. Las palpitaciones hicieron despegar mis zapatos de la húmeda vereda.

Caminé por las descuidadas baldosas. Guié mis pasos deseosos de volver alcanzar su

fragancia a rosas. Me senté a su lado. Ella no notó mi presencia, estaba abstraída por la

lectura. Me pregunté si sus carnosos labios tendrían dueño. Tendría que averiguarlo.

Afirmé en voz alta que era un hermoso día de sol y una voz masculina a mi lado

respondió que lo había sido, cayeron gotas sobre mi rostro y abrió el paraguas

protegiéndome de la lluvia mientras me ayudaba a cruzar la calle. La oscuridad manda.

7. Microcuento La sirena no entendió el cuento de cenicienta

17

Page 18: Barbú, el gorila escritor.

8. El Vocero El pueblo quería saber del presidente. Demandaba una pronta explicación

respecto de la crisis. Demandaba una respuesta. Sin nada que esconder, el

ministro más allegado al presidente le entregó el discurso al flamante

vocero presidencial para que lo leyera por cadena nacional. Luego de las

presentaciones de rigor, lo dejó solo frente a las cámaras y a los

inquisidores periodistas. La incertidumbre del mensaje presidencial

silenció al país. Con determinación y esfuerzo leyó el primer párrafo. El

discurso apenas había empezado, pero el tartamudo fue tan claro que el país

no necesitó escuchar más.

9. Segundas oportunidades

Vacío. Estoy vacío. Josefina está enamorada de Ezequiel y Ezequiel

siente mi corazón. Estoy saqueado. Rodrigo aspira el aroma del rosedal.

Mi alma hace eco dentro de mí. A Julián ya no lo empujan más. Te

extraño. Juanita pudo ver a su madre. Te amo. Un espejo mío camina

sonriente por la calle. Te amo, pero esto ya termina. Jerónimo ya no va a

diálisis. No puedo dar más segundas oportunidades. Lo nuestro fue algo

único, pero tengo que dejarte partir. Facundo salió de la operación con

vida. Cuídenla porque la amo.

10. El Músico

El dedo no daba en la tecla. Tenía un piano y no sabía como tocarlo. Me sentía pequeño.

El silencio impaciento al público y cuando todo empezó a girar, recordé la partitura que

nadie se cansaba de escuchar. Por más que lo intentara, por más cuerda me dieran, la

frustración de no poder cambiar la melodía me arrebataba la vida.

18

Page 19: Barbú, el gorila escritor.

11. La Novia Marina contenta se colocaba los aretes mientras pensaba repetir el fantástico paseo que

vivió con Ramiro el fin de semana pasado. Imaginaba a Ramiro ayudándola a empujar

el cochecito de su hija María Mercedes a través del zoológico y agotando la memoria de

la cámara digital exclusivamente con ellos tres. Planeaba también comer bizcochos y

jugar al bingo en la kermés vecinal hasta el anochecer. Luego de acostar a María

Mercedes, sorprendería a Ramiro llevándolo de la mano a la peña como si fueran dos

adolescentes. Marina siempre quiso formar una familia y Ramiro era su oportunidad.

“Tan sólo te vi una vez y caí perdidamente en tus brazos”.

Tanto fantaseó que ya era la hora, pero el retraso inesperado de Ramiro le dio más

tiempo en preguntarse qué pollera vestir: la larga que le llegaba hasta los tobillos o la

corta que le llegaba hasta las rodillas. “Creo que me conviene usar la corta, pero la larga

combina con el conjuntito rosa que tiene María Mercedes. Mejor me pongo la larga.”

Ansiosa, miró la hora: Ramiro llevaba más de media hora de retraso. Lo llamó al celular

pero nadie contestó. No se resignó y probó varias veces más. No había respuesta. “Debe

estar viajando en el subte y seguro que no tiene señal”. Sin saber que hacer, volvió a

pintarse los labios.

Pasó una hora y Ramiro no llegaba. Por otro lado el celular de Ramiro no respondía.

Angustiada, consultó al subte sí la líneas funcionaban con normalidad y la respuesta

tranquilizadora de la operadora la alteró más. “Pero no puede ser, la línea H debe estar

interrumpida”.

Los nervios crispados de Marina alteraron el sueño de María Mercedes. El llanto

demandaba atención, pero Marina estaba muy ocupada con la computadora, navegando

en Internet, buscando un teléfono alternativo en el perfil de Ramiro en el sitio “Nunca

más sola”. No lo encontró. Ramiro la había eliminado de sus amistades.

La traición presionaba con fuerza su pecho. Desconsolada y sorda al llanto de María

Mercedes, fue por el teléfono y marcó de memoria el teléfono del instituto de

inseminación artificial. La operadora cortó la comunicación al reconocer su voz.

Furiosa, sin saber la identidad del padre de María Mercedes, levantó bruscamente el

teléfono, pero antes de arrojarlo contra el piso, respiró hondo y lo colocó suavemente en

la mesa. Con sus ojos inundados de lágrimas, recordó que era madre y fue a ver como

estaba María Mercedes.

19

Page 20: Barbú, el gorila escritor.

12. Gloria Dirían afectuosamente en otro pueblo que Gloria era una abuela sin nietos. Dirían

porque no la conocen. A Gloria en el pueblo dónde vive la llaman bruja. La odian. Un

odio que no se manifiesta, el insulto siempre se atora en la garganta del pueblo. El

respeto a una persona mayor los silencia. Por eso los encargados se abstienen de mojar

con la manguera a su perro pekinés que felizmente ella pasea sin cadenas. ¡Cuanto ama

Gloria a su perro! Y claro, en el pueblo no tiene amigas, las demás abuelas todavía le

tienen envidia por aquella belleza que la llevó al trono del concurso; tampoco tiene

familiares cercanos, sus sobrinos están todos en el exterior, todos exitosos y qué

alegremente los evoca cuando brinda sola por alguna festividad. Sí, brinda en soledad,

después de todo el pueblo la odia.

El sacerdote también la odia, y una vez reveló una confesión de ella a las monjas y éstas

no se demoraron en agravar y difundir su pecado frente al resto de los fieles. Y allí

estaba recibiendo el cuerpo de Cristo de manos de un cura que intentaba ocultar una

sonrisa cómplice que compartía con el pueblo que espera su turno de animarse y

expresar su odio. Tanto odio se respiraba que una noche secuestraron a su padre.

No hay día que falten flores y laureles sobre la tumba de José, pero a los criminales no

les importó que estuviera muerto, sabían que ella pagaría una fortuna por recuperar a su

padre. Y si los agarraban, ¿cuál era la pena por profanar una tumba? Seguramente al

amanecer estarían libres. Cometido el delito: la policía de oficio los capturó y la justicia

de oficio los liberó. La policía no sabía que se trataba de su padre, sino los hubieran

dejado escapar y pedir rescate. Los oficiales estaban cansados de recibir llamados por

parte de “la vieja neurótica” como así la llamaban.

Como directora retirada, fue invitada con cierta reticencia por su antiguo colegio para

celebrar el acto del día de la independencia, que justo coincidía con el día de su

cumpleaños. Los padres que acompañaban a sus hijos se lamentaban de haber asistido,

ahora se sentían otra vez alumnos de aquella malvada y exigente directora que a más de

uno hizo repetir “O juremos con Gloria morir; o juremos con Gloria morir”.

20

Page 21: Barbú, el gorila escritor.

13. Desidia El timbre impertinente del teléfono separó la mano de Graciela de la humeante taza de

té. Provenía del comedor y el sólo hecho de cruzar el pasillo la fastidiaba. Entre el

llamado y ella, se interponía un campo minado de crayones, marcadores y cartulinas.

Tomás, abstraído por su imaginación, no notó la presencia de su madre que buscaba

sortear los obstáculos. Sin aminorar la marcha, en el instante que pasó a su costado, lo

retó ligeramente por no jugar en su cuarto. El instante fue tan fugaz que apenas advirtió

que Tomás tenía un marcador que sangraba tinta azul en su boca. Pero, insistente el

teléfono, se apoderaba de sus sentidos y en consecuencia de sus preocupaciones. Eran

los de la compañía telefónica para informarle que le cortarían momentáneamente la

línea por unos arreglos. Esbozó un improperio.

Al regresar encontró el pasillo vacio. Tomás la había obedecido. Ahora era la televisión

quien le hablaba. Una mujer en dos dimensiones batía una masa blanca pegajosa, con

una sonrisa que nacía de una oreja y terminaba en la otra. Era una sonrisa contagiosa,

una que sólo podía sintonizar buenas vibraciones. Entonces, ya relajada y sonriendo

alzó la taza de té sin apartar la vista de la pantalla. Sin embargo, antes que pudiera

probar el té, su nariz encontró un objeto extraño en el interior de la taza. Se trataba de

un ahogado marcador sin capuchón.

_ ¡Tomas! Gritó desencajada.

Con el marcador en la mano emprendió rumbo al cuarto de su hijo. La puerta

entreabierta le enseñó todo el panorama. Una reacción química paralizó sus ojos, el

temor la arrodilló cerca de él. El rostro de Tomas estaba azul y no por la tinta sino por

asfixia. La ausencia del capuchón en el marcador ensambló el rompecabezas. Un pedazo

de plástico atorado en su garganta estaba arrebatándoles simultáneamente la vida de los

dos poco a poco.

Convulsionada, levantó a su hijo como si fuera una pluma y lo cargó hasta el comedor.

Sin desprenderse de él, levantó el tubo del teléfono para llamar a emergencias pero la

línea ya estaba muerta.

21

Page 22: Barbú, el gorila escritor.

14. Haciendo las paces De Barbú,

para todos aquellas personas que escriben.

Las cosas con Florentina estaban mal. Digo cosas para resumir y no explayarme sobre

mis vaivenes en carreras universitarias, mi estancamiento laboral, mi pésima relación

con sus padres y la semana de retraso que su panza porta. Las cosas estaban mal, pero

como poeta de segunda que soy logré, gracias a fragmentos del pasado y promesas

carentes de argumentos, inducirla a olvidar el café y acercarla a una cantina ambientada

con luces que respetan la oscuridad.

Nos sentamos. A pesar de mirarla fijamente, no encontré sus ojos. Le tomé la mano

como un signo de amor, pero ella pretendía algo más que amor, demandaba

compromiso. No quería una caricia, fantaseaba con un anillo. El rechazo no se hizo

esperar. No le hizo falta levantarse e irse, el golpe fue certero e inesperado así como fue.

En la esquina del cuadrilátero, recuperando aire, me atacó la sospecha de que en

realidad había entrado sólo al bar. Sabiendo que la tenía enfrente, me abstuve de

vomitar lamentos y ocupé mis manos en el menú para fingir desinterés.

Antes que decidiera algo, ya tenía a una mesera de impecable delantal blanco

husmeando en mi vida. Tuve suerte de que aceptaran credenciales de obras sociales,

porque los sobreprecios de esa carta eran como para la internación. Mi garganta

necesitaba dos tabletas de paracetamol, pero los pulmones de Florentina preferían un

tanque de oxigeno y no me quedó otra que señalarle el precio. “Es una locura”, le

susurré. No obstante, y renuente a aceptar mi suerte financiera, insistió con la famosa

frase: “podemos compartirlo”. Siendo que la credencial tenía un límite que me impedía

estar de acuerdo, opté por un baño de eucalipto con suficientes muestras gratis de

perfume como para disimular.

De no ser por la distracción que provocó un jubilado que le exigía al cantinero que le

permitiera llevarse a su casa el sulfato de glucosamina que pedía, nos hubiéramos

rendido al silencio. El cantinero le respondió educadamente que podía consumirla

adentro, pero el anciano declinó la oferta y se fue con su artrosis a otra parte. Por

fortuna la mesera no se demoró y nos sirvió las dos tabletas de paracetamol y una

22

Page 23: Barbú, el gorila escritor.

cacerola humeante, diciendo: “ahora vuelvo con las muestras gratis”. Sin dirigirme la

palabra, Florentina comenzó a inhalar el vapor. Su cabeza agachada me brindo un mejor

panorama de la cantina, y me entretuve con las actividades mundanas del resto de los

pacientes mientras consumía las pastillas. Contemplé perplejo cómo un fémur

fracturado saciaba su sed con un vaso de clavos, al tiempo que un soldado hospedaba

insulina en su cuerpo. Sentí piedad al ver a una elefanta sin trompa llorar

desconsoladamente sobre una balanza, y luego escalofríos al distinguir entre el tumulto

a un ovíparo que me guiñaba un ojo con un toque de seducción. Un ojo que se

transformó en otro que me preguntaba en qué estaba pensando. Florentina se había

tomado un descanso de su refresco, y arrinconado le respondí con una mentira: “en

nosotros”. Ese era el problema, precisamente no estaba pensando en nosotros y ella lo

sabía bien; por más que le mintiera, por más que la quisiera, por más que la amara, sólo

me importaba vivir el presente, y el cruce no tardó en llegar.

Sólo que esta vez sí se marcho.

La depresión me llevó a buscar respuestas en el menú, pero para mi sorpresa éste había

cambiado. Repentinamente a mi lado, la mesera me sonreía con una expresión que

delataba el repentino cambio de dueños. “¿Qué libro desea leer?” quiso saber y le

respondí discretamente: “Uno vacío como mi alma”. Al rato me entregó un libro muy

liviano que en lugar de hojas tenía plumas. Al abrirlo una ráfaga de viento lo desplumó

e hizo que las plumas formaran nubes de palabras. Queriendo leerlas a todas, me subí a

la mesa para alcanzarlas, pero las plumas se escabullían de mis manos y adquirieron

tanta altura que me forzaron a saltar, aunque mis pesados zapatos ortopédicos me lo

hicieran imposible. Los usaba porque siempre alguien tiene que corregirme los pasos,

no puedo deambular sólo por la vida, porque correría el riesgo de tropezarme, y les

aseguro que no es lindo trastabillar cuando se está escalando una montaña.

El clima se tornó violento. El esfuerzo trabajoso de respirar me hizo lamentar mi pasada

avaricia de no pedir el tanque de oxigeno. Tarde o temprano, ella siempre terminaba

teniendo la razón.

Esta vez debía enfrentar la angustiante travesía yo sólo.

Aquella cumbre nevada que estaba a varios metros de mí despertó nostalgia por el

helado de burbujas que compraba mi abuelo. Un helado gasificado: el invento del siglo

23

Page 24: Barbú, el gorila escritor.

XX. Todavía hoy me salpica en la cara la ebullición de la crema. Con mi rostro

humedecido comencé a buscar respuestas, encontrando a mi lado una cascada de

canillas. Los grifos descendían velozmente, y para capturar uno de ellos liberé mi mano

izquierda mientras me aferraba a una roca con la derecha. Logré mi objetivo y prevenir

una caída, pero no evité que otro grifo me golpeara el antebrazo. Conteniendo las ganas

de gritar, me concentré en girar la perilla del grifo que había atajado, pero de allí no

salió ni una sola gota que me pudiera hidratar. Arrojé el grifo para que cayera con los

demás y me persigné antes de seguir mi ascenso. A medida que escalaba, la temperatura

disminuía y los vientos me desnudaban paulatinamente sin despojarme de ninguna

prenda. Al rato, el vértigo se hizo presente para abofetearme cada vez que me detuviera

a mirar el pasado. El pánico terminó por inmovilizar mis extremidades, sin dejarme más

alternativa que aguardar hasta que emergiera uno de esos recuerdos que no suelen

compartirse, que inspiran coraje. Con sólo pensar en él, ocultó mis ojos detrás de mis

párpados y me hizo trepar a ciegas por encima de todos mis temores, ignorando los

peligros latentes.

En la cima aguardaba mi destino. En la cima estaba ella, estaba la imaginación. Una

masa deforme de ideas sin sustento racional, tan deforme que en el momento previo a

nacer, a su madre le pusieron una rampa entre las piernas. Una masa porosa que se

arrastraba hacia mí como una serpiente al no poder caminar. La idea no me agradaba y

quería mi vida de vuelta, por lo que sin advertencia previa ni respuesta a sus súplicas la

golpeé, aunque no pude lastimarla ni mucho menos alejarla. Con cada golpe de mis

puños emanaba una creación que cobraba vida en mi cabeza y brincaba entre las demás

en busca de un padre.

Mi novia tiene una semana de atraso. No puedo abandonarla. No puedo.

24

Page 25: Barbú, el gorila escritor.

15. El Hombre del Traje Rojo Los nervios me exasperan como nunca antes. La ansiedad me está matando. Una nueva

Navidad está por venir. Pronto tendré que ponerme el traje rojo. Los niños esperan mi

llegada y no los puedo defraudar. Sin embargo, los adultos impiden que les dé los

regalos deseados. Las pastillas quieren hacerme olvidar quién era yo, o mejor dicho,

quién sigo siendo. Una nueva Navidad está por venir y las paredes acolchadas me

separan del mundo.

Todo empezó cuando me di cuenta que mi hijo no recibía regalos de Navidad. En

principio le dije que al parecer no hizo suficientes actos buenos para que Papá Noel se

acordara de él. Luego entendí que me equivoqué, mi hijo sí había hecho actos buenos:

buenas notas en el colegio, siempre presente los domingos en la iglesia, y si algún

anciano necesitaba ayuda para cruzar la calle, él estaba para socorrerlo. Entonces

comencé a sospechar que Santa había muerto. Me enteré que muchos padres lo imitaban

para que sus hijos no se desilusionaran y así mantener vivo el espíritu navideño. Copié

el ejemplo y nunca más mi hijo se quedó sin un regalo.

Al pasar las Navidades, las emociones que recorrían mi cuerpo ya no eran las mismas.

Ya no me alcanzaba con ver feliz a mi hijo, tenía que esforzarme un poco más. Cada

vez que me ponía el traje rojo me sentía como si fuera el verdadero, así que en una

Navidad recorrí el vecindario golpeando puerta por puerta, dando regalos. A muchas

casas llegué tarde dado que no podía estar en varios lugares a la vez, perdiéndose el

encanto de regalar a la medianoche. Esa fue una frustración que me motivo a entrenar

mi cuerpo a fin de efectivizar mis tiempos. Un año de entrenamiento que mucho no me

sirvió, porque la mayoría de los padres no creían en mí, y por no abrirme las puertas,

dejaron sin regalos a muchos niños. Entonces decidí cambiar mi estrategia con respecto

a dar un aviso previo, pero por buscar la sorpresa me encontré con el pánico.

Recuerdo muy bien los gritos de las madres, que aún retumban en mis tímpanos. Yo

irrumpía en las casas para dar regalos, no para robar. Sin embargo, los hombres de azul

no entendieron lo mismo. Me confundieron con un ladrón y me esposaron. Luego,

gracias al señor del delantal blanco, conocí las pastillas, que por cierto eran muy

coloridas y feas de sabor. Como no las quería, el hombre del delantal blanco se fue, y

25

Page 26: Barbú, el gorila escritor.

vino otro con un gran mameluco celeste que me obligaba a quererlas.

Así transcurrieron los días en este aislado cuarto, alejado de los niños, sobre todo de mi

hijo. Un día me dijo el señor del delantal blanco: “Dada tu condición perdiste la

custodia de tu hijo”. Yo nunca custodié a mi hijo, yo nunca lo vigilé, simplemente lo

amé. ¿Por qué los adultos me separan de mi hijo? Lo extraño demasiado, quiero tenerlo

cerca de mí. La nostalgia de su flequillo colorado y sus hoyuelos me enloquece. Lloro

todas las noches y su ausencia despedaza mi corazón. Una vez hice un berrinche tan

grande que el señor del delantal blanco procedió a presentarme otras pastillas de su

repertorio. Me dijo que si las tomaba mis lamentos desaparecerían. No pasó nada, pero

me hice el tonto y me tranquilicé. Si continuaba con esta actitud, vendrían los

pinchazos. A un compañero lo pincharon tanto que dejó de hablar. Sólo abría la boca

dejando caer hilos de saliva. Yo no quería quedar así, a pesar que las pastillas lograron

dejar algunas lagunas blancas en mi memoria. Tal efecto estremecedor consiguió que

perdiera la noción del tiempo, hasta que olvidé la fecha de la última vez que vi a mi

hijo. De cualquier manera, debe haber pasado mucho tiempo; ahora mi cuerpo está viejo

y arrugado.

Reitero: la ansiedad me está matando. Sabía que pasada la medianoche una nueva

Navidad se celebraría. Ésta sería como las de antes. Tengo el traje rojo en mis manos

otra vez; eso me da razón suficiente para creer. Por eso estoy un poco inquieto, pronto

tendré que ponérmelo. No sé por qué el señor del delantal blanco me lo dio, si hasta

parecía enojado. No importa, soy yo nuevamente. Sin embargo faltan los regalos.

No es un detalle sin importancia: ¿Cómo demostraría ser quién soy sin los regalos?

¿Cómo animaría la fiesta con las manos vacías? ¿Cómo? Sin que nadie me responda,

con tristeza me pongo el traje rojo.

Soy un fracaso. Tan cerca estaba, pero ahora vaticino una Navidad sin regalos, sin

magia. Ni siquiera un pan dulce para compartir. Me siento abatido y sólo una brisa es

capaz de despertar la esperanza.

Una corriente fugaz proveniente del exterior de mi cuarto me vitalizó. Otra vez la puerta

de mi cuarto se abrió, y me dieron una bolsa llena de postales navideñas y algún que

otro pulóver tejido a mano por alguna abuela. No son los mismos regalos que

acostumbraba obsequiar, pero sirven. Peor es nada.

26

Page 27: Barbú, el gorila escritor.

Dejan la puerta abierta. Salgo del cuarto. Mis compañeros están reunidos alrededor de

un austero árbol navideño. Veo sólo rostros sintéticos, sin vida, que juntos comparten la

soledad. Pero el ambiente no me deprime y pienso en positivo. “¡Feliz Navidad!”.

Entonces volví... volvieron... volvimos. Sonrisas por regalos es el intercambio.

Comprobé que los verdaderos locos están afuera; aquí hay muchas personas buenas, que

creen en mí y que están dispuestas a festejar la Navidad.

Sobre todo una a quien no veía hacía bastante tiempo, y que ahora se me presentaba con

una apariencia diferente pero reconocible. Su flequillo colorado había desaparecido, se

lo notaba más maduro, pero sus hoyuelos se podían distinguirse a pesar de su barba. Mi

hijo es el artífice de este maravilloso presente navideño.

Esta noche cada uno tiene su regalo. Yo también tengo uno, el mejor de todos: el abrazo

con mi hijo al que tanto extrañé.

No se confundan, el verdadero regalo es siempre la acción y el sujeto, nunca el objeto.

¡Feliz Navidad! 16. El Beso El sobre estaba perfumado. El aroma a rosas despertó mi curiosidad sobre lo que Laura

pudo haber escrito. Lo abrí. Estaba escrito a mano y al pie de la carta brillaba el

desenlace: la huella roja de sus labios carnosos. Tuve el impulso de machacar el papel

de un beso, pero antes decidí leerla. El ritmo de las palabras describía rabia, dolor y

abandono. La última oración resumía su contenido: “Jamás serán tuyos”.

Eso lo veremos.

Por lo menos yo tengo un empleo. Memoricé la dirección del remitente para después del

recorrido y metí la carta en el morral.

27

Page 28: Barbú, el gorila escritor.

17. Enamorado Nunca es demasiado tarde para enamorarse.

De un sacudón, ella me despojó de la oscuridad. Me salvó de la miseria y con

delicadeza y en forma paulatina, como para que no sintiera un cambio abrupto, logró

que el frío circundante hirviera, abrasando a todos mis pecados. Su sonrisa candente

iluminó mi rostro acostado, vigorizando mis mejillas, devolviéndome mi vida profanada

por el fondo de una botella. Ni la madre de mi hija había sido capaz de brindarme esa

misma seguridad que sólo en la cuna pude palpitar.

Sus ojos celestes reavivaron el mar perdido en mis recuerdos. El meneo de su cuerpo era

similar al de mi barcaza en el medio del Río de la Plata y su perfume a manzana

despertó mi apetito a la merienda que disfrutaba en el ocaso. Su peinado, que caía detrás

de su nuca, no fue lo suficiente intimidante para que algunos de sus rizos escandalosos

no huyeran del recato generacional, rejuveneciendo así a este marchito marino.

Ella tomó la iniciativa. Me destapó hasta los pies y sin desnudarse, quizás por pudor a

hacerlo o pretendiendo conservar el misterio para el final, sujetó una regadera y

comenzó a bañarme. El agua borró cada porquería del callejón que se pudiera haber

aferrado a mi cuerpo para distanciarme de la sociedad. Pero en ningún momento ella

sintió temor a conocerme.

Una vez bañado, con mucha ternura y una pizca de pasión, no tardó en acariciar todo mi

ser, mis entrañas. Sin palabras de por medio, sólo a través de sus manos, fue

descubriéndome. No le molestó que fuera alcohólico, es más: estaba dispuesto a dejar el

vicio si a ella le alteraba, pero sin decir nada me hizo entender que si tenía que dejar de

beber, lo tenía que hacer por mí y no por nadie más.

Sus intrépidas manos, definitivamente, robaron mi corazón. Al igual que cualquier

mujer, jugaron un poco con él y lo devolvieron a su propietario con esas marcas

incurables que solo el amor es capaz de lograr. Después de un masaje capilar, juzgó mis

ideas pesándolas en una balanza. Al parecer algo no le gusto de mi modo de pensar y

me dejó solo con el alma de su fragancia. No quería que me abandonara como lo había

hecho mi hija, aunque es verdad que yo también cometí méritos suficientes para

28

Page 29: Barbú, el gorila escritor.

perderla.

Cuando creí que nunca más iba a volver, que mi destino era regresar hacia aquel agujero

nauseabundo, apareció con el propósito de dejar todo en su lugar. Deseosa de limpiar

cualquier evidencia que la encontrara culpable de los celos de su marido, me cubrió por

completo con la sábana, dejándome sólo la tela blanca ante mis ojos y suponiendo que

yo sólo había sido un refugio temporario y prohibido.

Ella se equivocó en el diagnóstico final: dijo que la causa de mi descanso fue una

cirrosis acumulada sigilosamente durante años. En realidad la causa, la cual yo no

comprendí hasta conocerla, fue encontrarla.

No sé si volverá para presentarme su nombre. No sé si mis labios tendrán la oportunidad

de sofocarse con los suyos, como tampoco sé si esta vez podré desabotonarle el delantal.

Pero de algo estoy seguro: sea cual sea mi destino, ella será quien me empuje a él.

29

Page 30: Barbú, el gorila escritor.

18. Insomnio Cuando la madrugada agoniza, a menudo me pregunto de dónde vengo y de dónde nace

aquella inquietud por saberlo. Me revuelco en la cama con la intención de tumbar,

aunque sin éxito, aquellas dudas que comparto con el resto de la humanidad. Me

persiguen como si yo tuviera la culpa de su existencia. Surgen de aquellos pozos

racionales que me faltan rellenar y a los que con resignación, para sentirme completo,

remiendo provisoriamente con parches que demandan oraciones de cambio y perdón

hacia un ser que aún siendo difícil de imaginar, es fácil de sentir con sólo tocar sus

creaciones, con sólo dejar que se unan estrechamente con mis sentimientos, en vínculos

que al llorar se enredan hasta romperse, dejando que sus vestigios permanezcan por

siempre adornando mi soledad.

Por eso vuelvo a preguntarme tanto de dónde vienen como de dónde vengo, qué causa

sus apariciones en un determinado momento y espacio de la supuesta línea recta que

traza mi vida; como a su vez, qué hace que me entrometa en sus vidas, en las líneas que

ellas trazan, que con otras líneas que quizás nunca vaya a rozar, terminan por formar un

enrejado que atrapa mis deseos de saber dónde comienzan dichas líneas, dónde nacen

nuestras existencias, dónde hallar nuestros orígenes.

Mis ojos, que de tanto frotármelos están rojos, sólo quieren descansar, pero no pueden

porque me desespero por conocer quién plantó el primer árbol, qué sirvió de alimento al

primer pez, qué amamantó al primer bebé, quién oculta al sol de la luna todos los días y

qué permite que conserve mi aliento. La intolerancia ante la idea de ser un completo

ignorante atrofia cada músculo de mi cuerpo. El pánico surge de mis extremidades y

llega a mi corazón con el objetivo de paralizarlo de un susto. ¿Cómo no voy a tener

miedo? Sin conocimientos, estoy a la deriva, sin brújula que me mantenga en el camino

correcto.

El reloj despertador esta a punto de chillar, y me daré por notificado de la llegada del

nuevo día gracias a una máquina. Quizás dentro de un año, llegado este preciso instante,

el despertador se halle olvidado en un rincón de mi pasado, y quizás no sea un ruido el

que me despierte, sino la sensación de asfixia por el calor que abruma mis vías

respiratorias. Un calor que sólo se compara con el del desértico Medio Oriente. O quizás

me despierte por un desperfecto en aquella usina que mantiene caliente la tienda en el

30

Page 31: Barbú, el gorila escritor.

estéril suelo de Alaska. O acaso sea la luna llena, acompañada por los aullidos de una

jauría de lobos en lo alto de la montaña, la que me incite a estudiar el comportamiento

de estos fantásticos animales. O tal vez no necesite levantarlo, no porque ese día me

sorprenda descomponiéndome en un cajón tallado, ni porque esté trabajando de sereno,

sino porque me desvelé acunando a mi hijo.

Pensar en un futuro incierto mantiene mi moral elevada, porque son los misterios de la

vida los que me mantienen con vida, los que conservan mi aliento y los que me brindan

el regocijo de este tiempo conmigo mismo. Si bien es cierto que las dudas que aparecen

en la madrugada me privan de varias horas de sueño, fue mi humildad, que debo admitir

que no siempre consigo encontrar, la que me hizo aceptar este oficio que emprendo

desde que tengo uso de razón, con el fin de descubrir aquellos detalles que hacen de

nuestra existencia algo interesante.

Sin misterios por desvelar, sin secretos por desnudar, la vida no tiene intriga. Sin

misterios, la vida no puede sorprender a los inocentes ni asustar a los cobardes.

Sin misterios, la vida carece de sentido.

31

Page 32: Barbú, el gorila escritor.

19. Los diez mandamientos del gorila. HOMBRE:

1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.

2. No tomarás el nombre de Dios en vano.

3. Santificarás las fiestas.

4. Honrarás a tu padre y a tu madre.

5. No matarás.

6. No cometerás actos impuros.

7. No robarás.

8. No dirás falso testimonio ni mentiras.

9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

10. No codiciarás los bienes ajenos.

Bonus Track:

11. Que os améis unos a otros; como yo os he amado... (citando a Jesús)

GORILA:

1. Amarás a la naturaleza sobre todas las cosas.

2. No industrializarás usando el nombre de la evolución en vano.

3. No temerás a las supersticiones.

4. Honrarás al gorila de espalda plateada.

5. No imitarás la caza.

6. Cometerás adulterio, la mortalidad infantil es alta.

7. No leerás Adam Smith.

8. No revelarás al hombre la verdad sobre la teoría del Big Bang.

9. No reprimirás los deseos de cometer adulterio, estás en peligro de extinción.

10. No codiciarás los bienes del hombre.

Bonus Track:

11. Jamás amen a otras especies como el hombre las ha amado.

32