DETENCIÓN Y FUSILAMIENTO DE IGNACIO HERERA Y CAIRO

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DETENCIÓN Y FUSILAMIENTO DE IGNACIO HERERA Y CAIRO 7 Cuadernos de la Parota

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DETENCIÓN Y FUSILAMIENTO DE IGNACIO HERERA Y CAIRO

7

Cuadernos

de la Parota

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DETENCIÓN Y FUSILAMIENTO

DE IGNACIO HERRERA Y CAIRO 1858

Presentación de Leticia Lumbreras

Viñeta de Miguel Contreras

7

Cuadernos

de la Parota

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Secretaría de Cultura del Gobierno de México

Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca)

Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco

Dirección de Planeación Vinculación y Desarrollo Sectorial

Coordinación de Fomento Artístico

PECDA Jalisco 2020

Leticia Lumbreras Bautista

Coordinadora del proyecto editorial

Primera edición: 2020, Cuadernos de la Parota Herrera y Cairo 213, Ahualulco de Mercado, Jalisco C.P. 46730 Contacto: [email protected]

© Por el texto tomado de La Guerra de Tres Años de Manuel Cambre

© Por la viñeta de la portada Miguel Contreras

© Por el prólogo Leticia Lumbreras

Impreso y hecho en México.

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Índice

6 Una escena en el Teatro de la Guerra Leticia Lumbreras

13 Notas Preliminares

31 La Guerra de Tres Años (1904) Manuel Cambre 40 Y hubo música en la Plaza de Armas

44 Bibliografía Consultada

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UNA ESCENA EN EL TEATRO DE LA GUERRA

Leticia Lumbreras

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Los hombres ilustres tienen por tumba

la tierra entera.

Tucídides

e la posibilidad de aprehender espacios y tiempos, la Historia con mayúscula

presupone en muchos sentidos el escenario de un inmenso microscopio que

asoma el ojo público a la zona sombría de la guerra: los claroscuros del polvo

de los tiempos y los haces de luz para su entendimiento y legitimidad.

Abriendo el diafragma para regular la cantidad de luz incidental, observamos a detalle la

placa de tiempo del año 1858. Con un movimiento de los objetivos montados en el revólver

del microscopio a escala macrométrica, se jala la ristra de muestras y se observa una zona

de entrecruzamientos entre naciones: los británicos sofocan revueltas en la India, Rusia

dispone grandes reformas después del fracaso de Crimea y en asuntos mundanos se inicia

los primeros intentos de comunicación transatlántica.

En otra muestra, se observa imágenes en conflicto; las secuencias de láminas de

cubreobjetos incrustan con sangre la semilla del Estado laico en México: una sublevación

contra el gobierno constitucional demanda al presidente Comonfort poner los pies en

polvorosa rumbo a los Estados Unidos, mientras los rebeldes bombardean la capital y un

intricado juego de cartas, dispone un relevo de la silla presidencial a la figura del Benemérito

de las Américas, Benito Juárez.

D

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La Historia, en variadas ocasiones hace canjes con otros escenarios y admite con gracia y

encanto hacer vecindad con la literatura para comprender el pasado y aprehender el

presente. Confiando en la capacidad del teatro para acceder a los grandes temas,

proponemos al lector −en un juego de signos−, examinar el presente cuaderno con la mirada

diligente del teatro. Convencidos de que no hay espacio mejor para trasmitir el acopio de

memoria que aún queda en pie; herencia y legado en el trasvase de inquietudes, saberes y

belleza.

Regresamos al lugar de los hechos; en el teatro, en donde todo tiene lugar ante nosotros

una secuencia lineal de relojes y calendarios acude al auxilio para inquirir al mundo y para

clarear la fidelidad imantada de las primeras letras; al instante, emerge las tablas del

escenario de un teatro como pista de despeje. Se rompe la cuarta pared para que suceda el

acto dramático con su caja de juego, sus códigos y sus escasas reglas. Repasemos con ojos

alertas y palabras vivas la trama que teje el teatro después de anular el tiempo y romper las

duras leyes de la historia. Entonces el pasado nos hablará, nos seguirá sucediendo a través

del espejo turbio, para mostrar lo que fuimos y aún somos.

Seamos testigos e instalémonos cómodamente en una tarde de ensayo de un grupo de

teatro juvenil. Vamos revelando con afán y placer, en una lectura de atril los pormenores

de la obra para interpretar mejor el mundo. Vamos, con paso preciso repasando el

desarrollo de escenas, deshaciendo los hilos de la trama, exploremos con voz impostada el

color y el tono de una época. Y es entonces, cuando asoma el devenir escénico, concurren

hordas de personajes singulares al reparto: los improvisados, los trepadores y los logreros.

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En las representaciones de acción destacan los apóstoles, los mártires y los cientos de

siluetas detrás de las ráfagas de balas y cañones.

Y como todo drama formal y perfecto, dos bandos políticos irreconciliables se radicalizan

dispuestos a actuar en todos los terrenos, desatando la violencia y abriendo el telón a la ley

del Talión. Un héroe de las derrotas vs los jóvenes Macabeos; tirios y troyanos.

En las acotaciones escénicas, un calendario gravita en un ancho muestrario del teatro de

la guerra. Nos detenemos en los jirones de una nación: un escenario de extravíos, de

apasionadas disputas políticas y cruentas batallas entre los bandos de conservadores y

liberales −con su gama de degradados que van de moderados a radicales−; se resuelven

actos sangrientos y sombríos de una lucha civil.

En el espacio sonoro tintinea un ábaco tintinea dispuesto a sumar almas al catálogo de

crímenes en nombre de la religión y la libertad. Hay notas irresueltas y dispersas: se habitan

los silencios, cuelgan hilos mudos en los gestos y detalles; en sordina emerge el estruendo

de la descarga de disparos sobre un cuerpo que yace inerte al toque del alba.

En el proscenio de las demarcaciones de la Villa de Ahualulco, entonces cabecera del 5º.

Cantón, corre un agorero mes de mayo del año 1958. En esa cuadrícula de días cruciales, se

olisquea represalias que cargan el ambiente de tensión dramática. Como un juego de

ajedrez, las piezas del tablero se mueven y posicionan en celadas, trampas y trucos: avanza

en diagonal Rey negro montado en el vapor Tennessee hacia la casilla de Nueva Orleáns;

caballo blanco macabeo toma la casilla del puerto de Tampico. Al centro del tablero, un

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sacrificio táctico de Rey blanco sirve para reorganizar la Junta de Crédito Público como

movida a corto plazo.

En la platea y tras bambalinas pisan el terreno cerca de quinientos hombres a las ordenes

de Manuel Piélago. En polvorienta lontananza se perciben los rumores de pasar las armas

irremisiblemente a Herrera y Cairo. Después de su detención, la madrugada siguiente

nuestro personaje tiene el tiempo contado. Manuel Cambre (1904) nos maquilla bajo una

apacible luz del alba una figura inmóvil e insensible al clamor de las balas. En esas líneas

culmen, nuestro personaje ilustre transita con semblante confuso, un camino que crece al

paso a rendir su cuota de sangre a la plaza de los mártires.

¿Qué pasajes de vida contemplara nuestro desventurado personaje? En un ensayo de

carrusel fugaz, su conciencia transita un tiempo pasado que pertenece a la muerte. Por un

segundo, su cuerpo habita aguaceros, tempestades y gozos; se anticipa un corazón

resguardado en formoles, que milagrosamente late al ritmo del paso de la vida: un bautizo

en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar, un patio sombreado en el Seminario Conciliar

de Guadalajara; un título de médico enmarcado con el brillo de la vanidad de las máximas

notas, el ejercicio de la docencia envuelto en un coro de alumnos; un paso de meteoro por

el Gobierno de Jalisco; un retiro idílico en una parcela de tierra como celda disfrazado de

callejón, trazado de intrigas.

Entre los libros escasos sobre la violenta Guerra de Tres Años proponemos al lector un

ángulo de páginas que pueblan este cuaderno para hablar de esta guerra civil,

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remontándonos al episodio de desenlace del doctor Herrera y Cairo, exgobernador de

Jalisco en las demarcaciones de nuestro terruño; nos situamos en el corazón de la historia

en los instantes en que es hecho prisionero en la hacienda La Providencia, es conducido a

Ahualulco y fusilado al día siguiente.

El rescate bibliográfico forma parte de la obra La Guerra de Tres Años, de Manuel Cambre

(1904); fragmento del capítulo VII, fechado en mayo de 1958. Parte de hechos narrados con

intensidad y rigor sobre un río profuso de páginas escritos en clave liberal que corre

caudaloso el devenir de la evolución de la guerra fratricida entre liberales y conservadores:

sus peripecias, sus embestidas e inercias y sobresaltos en la región Occidente de México, a

mediados del siglo XIX.

Y en el rigor del castillo de la ciencia, la Historia ordena y busca explicar el pasado. En los

paredones de fusilamiento y campos de batalla, la Historia lleva a cuesta hatillos de

memoria: con sus estaciones de fiesta y algarabía, con sus cortejos de llanto y duelo. En esta

tarea de sacar del olvido temas de nuestra historia que estaba al descuido en zonas de

olvido, fruto de una bibliografía árida de la historiografía mexicana de los grandes hitos de

la historia nacional.

En este tenor, hemos seleccionado un fragmento de nuestro pasado para pasar testigo a

las nuevas generaciones sobre los peligros de las posturas radicales que deambulan cada

tanto en las regiones del mundo, sobre sus avatares y derroteros de las naciones divididas

que se desgarran en dos visiones radicalmente opuestas.

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Finalmente, hemos seleccionamos varios fragmentos de las diferentes ediciones que

abonan al propósito del presente rescate bibliográfico: lectura crítica de Félix L. Maldonado

(1892); además, de dos prólogos de la pluma de Rafael de Alba para la edición del año de

1904 y la de Eugenio Tena Ruiz, escrita para la reedición hecha en la época del Gobernador

González Gallo (1947-1949). Incluimos con intensiones sentimentales el desenlace del

general Piélago, como constancia de los horrores de la guerra sin diques de razón para

reflexionar cuando el odio avanzan en despoblado. En conjunto, son valiosos testimonios

del trabajo historiográfico que revela datos acerca del autor y del contexto histórico y social

del teatro de la Guerra de Tres Años.

Llegada la hora, querido lector, nuestra lectura asoma un silencio. Un acto colectivo nos

convoca a cargar el cuerpo frágil de un mártir a lo largo de un tramo del trayecto del teatro

de la guerra. En los días sucesivos al 20 de mayo del año 1858, nuestra villa seguramente

fue escenario de actos públicos de dolor traducidos en lágrimas y rabia. Las circunstancias

demandaban guerra a muerte y sin cuartel. La lectura avanza mientras urdimos desenlaces

posibles.

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NOTAS PRELIMINARES

*Fragmentos de tres textos de las diferentes ediciones

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«Que la verdad se conozca, que la verdad resplandezca,

que la verdad mueva». San Agustín

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Leyendo “La Guerra de tres años en el

ESTADO DE JALISCO”

S.C. en Guadalajara, Diciembre 25 de 1892

Sr. D. Manuel Cambre.

Presente.

Querido amigo y antiguo compañero:

Leí su valiosa obra, La Guerra de tres años en el Estado de Jalisco, de que se sirvió

regalarme un ejemplar con honrosa dedicatoria, y estoy satisfecho del libro y de U. Del

primero, por que es una riquísima colección de documentos pertenecientes á la época más

importante de la Historia Jalisciense y de la Guerra de Reforma en México, de esa guerra

gloriosa, de principios salvadores, hija segunda, en nuestra Patria, de la Revolución Francesa,

que ha redimido ya á medio mundo y puesto en vía de salvación á lo restante: de Ud., porque

no ha desaprovechado sus muchos años de servicio en el Archivo del Gobierno que recibió

como por herencia de su ilustre padre, también mi compañero y amigo, quien ha de haber

sido premiado en la eternidad, porque llevo sus méritos y se fue junto con el Sr. D. Ignacio

Aguirre.

Tengo la costumbre de leer despacio y como rumiando, digamos así, el sabroso pasto de

los libros: de aquí que aunque en mi vida he leído poco, he aprovechado más que si de prisa

hubiera pasado mi vista por muchas obras; porque conviene advertirle que soy rudo de

cabeza, y sólo á fuerza de atención logro aprovechar algo cuando leo. Suelo también hacer

acotaciones.

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Al margen de las páginas de su obra las hice, y si no le he de causar una molestia voy á

consignarlas aquí, á fin de que se sirva aclarar, explicar ó corregir, lo que fuere de su agrado,

ya para complemento de su trabajo, ya para provecho de sus numerosos lectores. Protesto á

Ud. que no es otro ni menos noble mi objeto.

1858

Abril y Mayo. (Capít. V). Al hablar del asesinato de Herrera y Cairo, pág. 63 y siguientes,

verificado la mañana del 20 de Mayo, no dice Ud. cómo fue combinado, y que Piélago obró

por sugestiones del clero y orden de Casanova; á fin de que se comprenda por qué el primero

fue ahorcado en los balcones del Obispado, y por qué el segundo se disimuló cuando el

Presidente Zuloaga le ordenó destituyera y procesara al asesino instrumento.

He terminado, querido amigo; y al finalizar la lectura de su obra, exclamé así:

¡Después de haber cantado el Magníficat la Patria el 27 de Septiembre de 1821, el 5 de

Febrero de 57 dio á luz una Constitución que el 22 de Diciembre de 1859 arrojó á los

mercaderes del templo. Faltaba todavía un Calvario; pero no el Calvario de Jesús, sino el de

Judas, porque después de crucificado el Redentor no queda más que castigar á los

criminales!... ¡Ese Calvario fue el Cerro de las Campanas!

Voy á concluir; pero antes permítame Ud. que le diga que ha hecho un gran servicio á la

Patria y á la santa causa de la Libertad: preciso, indispensable, era que esos hechos de la

Guerra de tres años, no se quedaran desatendidos, olvidados, porque son por sí solos las

palmas y coronas de la generación que está acabando, y la honra de todo un siglo de nuestro

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México. Sin embargo, creo que, ni es todo lo que escribió todo lo que es: empleado por una

parte, y por otra rodeado aun de mil apasionados, tuvo Ud. que disimular mucho, que cambiar

algo y que callar muchísimo; empero, día vendrá en que otro más afortunado, aunque menos

capaz que Ud., hable claro, más claro, tan claro y tan bien, como se necesita para no dejar

borrarse los significativos y heroicos esfuerzos de los mexicanos en favor de la luz contra las

tinieblas, de la libertad contra la esclavitud, de la reacción contra el progreso.

¡Ojalá y los pocos actores y testigos presenciales que quedan de aquella epopeya, se

asociaran para perfeccionar la obra que Ud. emprendió!

A Dios, Sr. Cambre; de hoy en más no sólo soy su amigo y compañero, sino su admirador.

Félix L. Maldonado

POST DATA:

Leí además el “Apéndice” que sirvió remitirme después, y le hice las anotaciones

siguientes:

1ª. El Señor Miravete no rectifica multitud de cosas, pues parece que sólo se ocupó en lo

relativo á Degollado por amistad, compañerismo ó gratitud.

2ª. Queda duda todavía respecto de lo de la herida del General Núñez, págs. 10 y 11.

3ª. En la pág. 13, lin. 10, dice: 120; debe decir 127.

4ª. Tiene razón el Señor Miravete en las págs. 14 y 15, observación á la 215 de la obra

principal.

5ª. En todo lo demás el Sr. Cambre obtuvo las palmas.

VALE.

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P R Ó L O G O

Manuel Cambre, encargado del Archivo del Gobierno de Jalisco y uno de los que mejor

conocen la historia de ese Estado, reimprime su «Guerra de Tres Años», tan justamente

aplaudida en toda la República. Y dije mal al decir que la reimprime, porque ha añadido á su

primera obra, en esta, de la que acabo de leer gran parte, tal copia de documentos nuevos, de

hechos no narrados en la otra, que más que de una 2.a edición trátase de un trabajo original é

inédito hasta hoy que hará, á no dudarlo, la delicia de los aficionados á este género de

estudios.

Hizo muy bien Manuel en revisar, corregir y amplificar su «Guerra de Tres Años» que él

sólo pudo escribir, pues él sólo cuenta con el acopio de documentos y noticias que consultó,

y él sólo en Guadalajara tiene, con Santoscoy, esa paciencia de benedictino que le permite

ocupar sus ocios hojeando rancio papelorio: colecciones de periódicos viejos, de leyes

derogadas y de folletos casi siempre tontos y á muchos de los que no les da interés otras cosas

más que lo descolorido de su forro −prueba de su venerable edad− y el recuerdo y la poesía

que en ellos palpita de lo que fué y ya es ido, que se extraen de su literatura indigesta como

del montón de heno se saca un perfume delicioso.

Hizo bien Manuel en emplear tan noble y últimamente como las emplea esa su paciencia y

con ella sus demás indisputables dotes de escritor é historiógrafo, la claridad de su estilo

sobrio y de su lenguaje sencillo, propios á mi ver para los trabajos tales; su talento de

selección para escoger, dado el tamaño de su libro y la multitud de hechos históricos que en

los tres años de que se ocupa, ocurrieron en Jalisco, los dominantes, tomando de los menudos

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los que sirven para ilustrar mejor que largas disertaciones ó pinturas, el carácter de la época

ó el de un personaje.

Pero en lo que ya no hizo bien mi excelente amigo, fué en elegirme para que escribiera un

prólogo. Si él hubiera podido conocer, al pedirme que le enviase estas líneas, el estado de

postración física é intelectual porque atravieso, el honor de construir un pórtico al edificio

que á la historia patria levanta, hubiera recaído en otro, para ventaja del libro, autor y lectores.

En cuanto á mi, pude, no con fútiles pretextos, sino con fundadas razones, declinarlo y aun

creo que debí hacerlo, y que es sobrada jactancia en mi exigir un esfuerzo, por mínimo que

sea, á mi cerebro cansado y enfermizo. ¿Pero cómo desoír el llamamiento cariñoso de una

voz amiga, hecho á través de más de cincuenta leguas de distancia y después de ocho años

de ausencia?

Además, obras como esta me son altamente simpáticas. Siempre he creído que los estudios

históricos regionales, ó de determinadas épocas son no solo útiles sino absolutamente

indispensables para formar nuestra historia nacional completa, de la que hasta ahora no

tenemos sino ensayos, felicísimos sí, tales como «México á Través de los Siglos» y los breves

pero admirables capítulos de D. Justo Sierra en «México y su Evolución Social», pero

ensayos al fin.

La obra definitiva paréceme que no esta hecha aún, ni lo estará en mucho tiempo porque

grandes obstáculos se oponen á su realización. Se tropieza con la falta, sino total, sensible al

menos de datos fidedignos.

Hay además en la mayor parte de nuestros historiadores cierto desdén para ocuparse de

muchos hechos no despreciables acaecidos fuera de la ciudad de México. Hablan sí de

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aquellos que por su importancia capital no podrían ni omitir ni tratar á la ligera, pero ignoran

ó no conceden interés á otros que sin embargo lo tienen y muy grande. Así, y para no

mencionar sino algo de lo que conozco, algo de la población en que ahora vivo, empéñanse

en no ver en Lozada sino un bandido vulgar, y no lo fué. Lozada, bandido y todo, tiene una

importancia histórica y desempeñó en el país un papel que no desempeñaron otros bandidos

como él, Juan Chávez por ejemplo en el partido conservador y Antonio Rojas en el liberal.

En cuánto error, en cuánta falsedad incurren hablando de este cabecilla, autores aun tan

concienzudos como el mismo á cuyo libro consagro estas líneas.

Otro acontecimiento obscuro, pero que debía aclararse es el de la aquí célebre conspiración

de un personaje que se hacía llamar «Máscara de Oro» y que pretendió lo mismo que Lozada

después, encender una guerra de castas. Creo que en «México á Través de los Siglos» Riva

Palacios le dedicó unas cuantas líneas, y he oído hablar vagamente de documentos que algo

se relacionan con esto, publicados por el Sr. Santoscoy. Y estoy seguro de que en cada Estado

hay así cosas apenas de unos pocos curiosos sabidas, y que es preciso que el historiador futuro

conozca, aunque no sea sino para rectificarlas y ponderarlas, adoptándolas ó desechándolas

ya en su totalidad, ya en parte.

Por eso aplaudo sin reserva á los que se dedican á estos estudios regionales, y veo con

profundo regocijo que su número aumenta de día en día. Así Cambre, Santoscoy, el Sr. Dr.

Rivera, el Sr. Pérez Verdía en Jalisco1; el Sr. Muro en San Luis Potosí han escrito de su

Estado meritísimas obras. En Coahuila publicanse (en un periódico de Saltillo) efeméridas

muy interesantes, igual cosa se hace (en El Progresista) en C. Victoria y ya Tamaulipas había

1 NOTA.−A Victoriano Salado Alvarez no lo menciono aunque sus “Episodios Mexicanos” enseñan más que copiosos volúmenes de historia, porque se ocupan en ellos de toda una época y habla de personajes y hechos de toda la República.

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tenido su historiador en el Sr. Ingeniero Prieto. Michoacán cuenta con los libros del Sr. Lic.

Don Eduardo Ruiz, y con un trabajo no muy leído hoy, pero que contiene datos preciosísimos

del Sr. Canónigo D. José Guadalupe Romero que al escribir su “Estadística de la

Arquidiócesis de Michoacán”, historió al Estado de ese nombre y al de Guanajuato, que le

estaba sujeto en lo eclesiástico. De Guanajuato se ocupó también abundantemente el P. Lucio

Marmolejo. De Sinaloa los Sres. Buelna y Gaxiola. En fin, largo sería mencionarlos todos, y

para mí extraordinariamente difícil, imposible casi, supuesto que carezco de todo libro de

consulta, y omitiría por no conocerlos ó por no acordarme de ellos, á muchos.

Pero aun sobra tarea bastante á ocupar á quien como Cambre, con aptitudes para estos

estudios, sienta amor á ellos y posea los documentos de que puede mi amigo aprovecharse.

Y lo que acabo de decir, llévame á excitar á Manuel para que nos dé la historia de la

Intervención y el Imperio en Jalisco. Me parece que la obra sería para él tentadora, dadas sus

ideas políticas, su amor ardiente á su Estado natal y su culto por los héroes que allí nacieron.

Y ya que hablé, incidentalmente, de las ideas políticas de Cambre, debo decir en conciencia,

que el acendrado liberalismo de mi amigo −cualidad muy apreciable en el hombre de partido

ó en el político −su liberalismo, digo, que no llega á las exageraciones jacobinas ni á la manía

clerófoba, perjudica no poco al historiador, porque le quita sin que él mismo á veces lo

advierta, algo de la serenidad con que debería apreciar los acontecimientos, si bien es cierto

que su relato resulta en cambio, más elocuente y animado.

Por supuesto que no asiento que Manuel sea parcial, ni mucho menos consciente de esa su

inclinación á uno de los bandos en pugna. De serlo, su obra ya no fuera historia.

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No, no es parcial. No oculta la impericia, la falta de cohesión y de unidad, las frecuentes

derrotas de los constitucionalistas −entusiastas y abnegados caudillos que amaban con frenesí

á la libertad pero que entendían poco de táctica y estrategia. Concede á Miramón y á algunos

de su bando méritos de su indiscutible talento militar y de su valor heróico. No esconde

tampoco los crímenes de un Rojas, monstruo humano cuya sola cooperación en la defensa de

otra causa menos grande que la que él seguía, casi á ciegas, hubiera bastado á deshonrarla.

Pero admira demasiado á personajes nulos, y aun ponderando las hazañas de Rojas, hazañas

que igualaron Heraclio Bernal y Demetrio Jáuregui, parece como que trata de atenuar sus

horrorosos delitos. Y no tienen atenuación alguna, porque ni del hecho mismo de que en el

partido conservador hubiera bandoleros como él, se puede deducir un solo argumento que lo

disculpe.

Rojas −que fué liberal por interés puramente pecuniario− el mismo Cambre nos lo dice-

por conservar un rancho adquirido en la desamortización de bienes eclesiásticos− había

nacido tigre y como tal se portó durante toda su vida, sin que en ella hubiese un rasgo noble,

pues reputo fábulas algunas anécdotas que á este respecto se me refirieron alguna vez en

Guadalajara supuesto que escaparon el ojo investigador de Manuel. Su muerte misma no me

parece tan heróica como se nos quiere hacer creer. Así han muerto en todas las naciones del

mundo los bandidos célebres y así mueren por lo general las fieras.

Pero llegado á este punto, deténgome en lo anterior y me pregunto: primero, si en un

prólogo caben todas estas observaciones críticas, y segundo, si es posible exigir del

historiador que prescinda de su carácter humano que se eleve á la categoría de un dios sin

simpatías ni piedad, ajeno á todas las pasiones y á todas las debilidades de los hombres. Si

aun tratándose de historiar la vida de pueblos que no son nuestros, todavía más de pueblos

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desaparecidos de la faz de la tierra, no se puede tener esa suma imparcialidad, ¿cómo ha de

ser posible que la hallemos en quien escribe sobre hechos acaecidos ayer, en nuestra patria,

hechos de los que si no el escritor, sus padres ó sus deudos fueron ó testigos ó actores? He

oído decir que los grandes historiadores germanos que de Grecia se ocupan, manifiéstanse

parciales en favor de los pueblos de raza dórica, mientras que los autores latinos lo son en

igual ó mayor grado de los pueblos jónicos.

Para formarse, pues, un juicio lo más exacto posible de los sucesos que pasaron, sería

preciso, como ya D. Justo Sierra lo dijo hablando del tomo V de «México á Través de los

Siglos», obra inmortal de mi sabio y excelente amigo el Sr. D. José Ma. Vigil, oír el pro y el

contra. Tener á la vista la requisitoria y la defensa. Que los conservadores sensatos é

ilustrados escriban la historia de sus luchas armadas con los liberales, y no nosotros, los de

la actual generación, ni quizá los de la venidera, pero si los de alguna más remota, formularán

acaso un fallo justo.

Entre tanto no neguemos á quien como Manuel Cambre las merece tan dignamente,

nuestras felicitaciones más entusiastas y nuestros aplausos más sinceros.

Tepic, enero de 1904

Rafael de Alba

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P R Ó L O G O

Con la reedición de la bien documentada obra, “LA GUERRA DE TRES AÑOS EN EL

ESTADO DE JALISCO”, de Don Manuel Cambre, inicia la administración del licenciado J.

Jesús González Gallo, la divulgación de una serie de libros que debemos considerar

definitivos para la historia de Jalisco pero que, por una u otra causas, han permanecido

ignorados o son poco conocidos de los estudiosos de nuestra historia local.

Trata el texto, de aquel período de la Reforma, no sólo fértil por cuanto a sucesos de

trascendencia política y social, sino por cuanto contribuyó a modelar las personalidades más

recias, más puras y más definitivas de nuestra historia en el siglo pasado. Todo lo que éstas

habrían de producir después en nuestro entonces bien delineado horizonte histórico se plasmó

en aquellos duros años en que el liberalismo enraizaba, mejor que en la Constitución de 57,

en las almas de su partido y en la conciencia cívica de los mexicanos de aquella época con

justicia llamada creadora y nacional. De ahí la importancia, en el cuadro social de nuestro

tiempo, de un libro que, como el de Cambre, nos descubre un mundo nuevo; nuevo, no sólo

por su redescubrimiento, sino por la luz que arroja sobre el futuro inmediato de México y

sobre los aspectos más crudos, más descarnados y vivos del Imperio, del Porfirismo y de la

propia Revolución Mexicana de 1910.

La Reforma fue una época de forja y, tanto fue así que, aunque en lo fundamental ha

cambiado la ideología política de nuestras instituciones y es otro el sentido social de nuestro

tiempo, los hombres que hicieron la Revolución Mexicana heredaron un firme, indestructible

sentido y pureza liberales. Por ello toda noticia sobre la Reforma adquiere no sólo el valor de

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un dato para la estructura de la historia, sino, esencialmente, el de un antecedente que nos

hace comprender el sentido y dinamia de nuestra vida política y social.

La Reforma tuvo sus orígenes, indudablemente, en las ideas que informaron la

“Declaración de los Derechos del Hombre”. El impacto que la Revolución Francesa imprimió

en las ideas políticas de los pueblos de cultura occidental presenta los perfiles de una rotura

definitiva con toda la tradición unitaria y exiológica del cristianismo, en que empezaba a

resquebrajarse desde el Renacimiento. Del aspecto de magia que ofrecían los conocimientos

científicos, se pasó a la rígida concepción de la Ley y de sistemas cerrados de conocimientos;

de la significación divina del poder político, se pasó a la afirmación de los derechos

individuales y a un concepto del Estado, nacido en virtud de las determinaciones de la

voluntad humana, libremente expresada. El liberalismo fue, en este sentido, una liberación

auténtica; un escape a los derechos del Gobernante o Soberano, vinculados estrechamente a

la herencia, o a la sangre y que gravitaban ominosamente sobre más de 15 siglos de historia

europea.

La renovación debía venir −y vino−, como un rompimiento definitivo de las formas

arcaicas en el pensar, en el creer, en el gobernar; al mismo tiempo que el concepto del mundo

se pulverizaba, por medio de la crítica y el análisis, y se volvía a estructurar en las ciencias

independientes respecto de un principio y una fatalidad de orden divinos. El hombre,

prisionero de sus creencias; fatalmente determinado al bien o al mal; pobre y esclavo, en

virtud de un fatum, o rico y poderoso, cumplía un destino, realizaba un propósito

indeclinable: mágico o divino. El iluminismo fué la filosofía del liberalismo y el liberalismo

la fuente de la democracia, del capitalismo y de los movimientos sociales de nuestra época,

en un verdadero contrapunto.

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Como una renovación, cristalizó aquél en la Revolución Francesa, que a la vez que una

revolución de clases y de privilegios, fue una revolución de principios filosóficos, científicos,

vitales y sociales. Por ello nos explicamos que el liberal sincero haya sido un laico de sus

principios: un hombre penetrado de un fervor místico, al que nada arredraba. Las tinieblas

del mundo misterioso que heredaba de la Edad Media se le aparecían ahora como cruzadas

de ráfagas de luz: caminos llenos de fe, en un mundo que, a su paso, se le entregaba

esplendoroso. La fe liberal estaba penetrada de ese infantil entusiasmo; de esa juvenil energía

propia de todo lo que nace; de un idealismo sin límites: la fe liberal era una fe científica,

inalterable, era a la vez, una convicción ciudadana indestructible, creadora de una concepción

moderna del Estado.

El liberalismo pasó por el mundo occidental como un evangelio. como la verdad más alta,

como la conquista política más importante de todos los tiempos. Y así lo fue en cierto sentido.

Y como una mística laica, como una mística de la ciudadanía, como una religión social,

tuvo sus apóstoles, sus mártires y sus devotos. Entendido así, explica muchas cosas. Definido

así, tenía que producir, doquiera que floreciese, hombres de una reciedumbre ciudadana y

moral como la de Juárez, la de Ocampo, la de Zaragoza y la de todos los prohombres de la

Reforma: verdaderos sacerdotes de una idea y de una religión.

Por otra parte, es verdad que ninguno de los movimientos sociales de nuestra historia nos

han hallado sociológicamente preparados para su recepción y desarrollo. El liberalismo

tropezó en nuestro país con un desarrollo general fraccionado; con un mestizaje incipiente;

con una mentalidad general párvula y un índice industrial nulo, o casi nulo. Por ende, todas

sus derivaciones tuvieron que concentrarse en el aspecto político; en la afirmación de los

derechos del hombre; en el menoscabo de los tradicionales privilegios de sangre y de clase

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y, en un feroz ataque a las instituciones religiosas. Y aconteció esto último, porque el

liberalismo era, además, la doctrina religiosa de la verdad abstracta de orden racional; la

deificación de la razón, que por ello mismo habría de chocar contra los dogmatismos y las

fes emocionales.

Pero no debemos desentendernos de que en el fondo de la Reforma había, también, un

principio de lucha económica, es decir, de una lucha de clases. El jacobinismo liberal en

quienes lo practicaron, no llegó sin embargo de ello, a un ataque personal a la religión misma;

porque los hombres de la Reforma y la Reforma misma perseguían otras metas. Porque el

liberalismo era a la manera de un impulso juvenil ajeno a extremismos concentrados y

centrados en odios; era una alegría del espíritu, romántico en su fe. Su liberalismo

antirreligioso cristalizó sin embargo en aquellos solemnes Decretos de Veracruz −7, 12 y 23

de julio de 1859−, en que Juárez tajantemente, separó las esferas de acción de la Iglesia y del

Estado; suprimió las corporaciones religiosas − “manos muertas”−; declaró como patrimonio

de la Nación los bienes del Clero; suprimió las alcabalas; proclamó la libertad de expresión

y, para dar al Estado la intervención debida en las relaciones de familia, instituyó el registro

y el matrimonio civiles, que secularmente se hallaban en manos de la Iglesia. Estas medidas,

que los caracterizaron como verdaderos revolucionarios de su época, no amenguaban en

aquellos hombres de acero, sus maneras de verdaderos Señores, en quienes una severa

austeridad los alejaba de extremismos jacobinistas y venganzas ruines. Pero en cuestión de

principios, eran inflexibles, solemnes, penetrados de la augusta serenidad de los “Patricios”;

convencidos del poder de la Ley, la justicia y los principios liberales que sentían representar

y cumplir, en mérito a un orden racional exacto, equilibrado, fatal y, a la vez bueno.

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El liberalismo, en ese sentido, ha sido un movimiento aún no suficientemente explorado.

Fue una de esas épocas brillantes de la historia del hombre en que la “idea”, “el concepto”,

“la ley científica”, “las ciencias”, “la justicia”, “el derecho” …, en una palabra, el material

con que trabaja o produce la razón y la razón misma, alcanzaron una categoría de realidad

metafísica, a la que la realidad material y el hombre mismo debían acatamiento. Convertidos

en entidades de una superior realidad, los conceptos adquirieron caracteres de un “tabú”

inexorable, y sus servidores −los hombres que creyeron en la eterna existencia de las verdades

racionales−; en los creadores de un mundo nuevo, maravilloso, de posibilidades infinitas,

cargado de un dinamismo creador que haría más perfectos a los hombres, más felices: dueños

del Universo. Por ello, los hombres del liberalismo se sentían saturados de una fuerza interior

indestructible, de una fe ciega y, en el cumplimiento de sus propósitos, fanáticos de sus ideas;

pero con un fanatismo sereno, impasible, tranquilo, imperturbable e inmenso como el mar.

No eran hombres de sinuosidades, sino tajantes como aristas de prismas y, por ende,

creadores; porque todo entusiasmo y toda fe mística son creadores. Si, pues, en alguna época

el liberalismo plasmó de manera absoluta en nuestro País, fue en la época y en los hombres

de la Reforma −auténticos “protestantes”, auténticos reformistas de esa época venerable− y

así, en “La Guerra de Tres Años” −que terminó con la derrota de Miramón en Calpulalpam

y con la entrada del general González Ortega en la Ciudad de México el 1° de enero de 1861−,

como en la de la Intervención, se formaron esos formidables baluartes de la civilidad, sin

cuya existencia no es concebible la historia futura de México.

La relación parcial de esa guerra, entre el pasado y el futuro; entre conservadores y

liberales, permite comprender los caracteres más singulares del siglo pasado en nuestro País;

pero no precisamente a través de las peripecias de una guerra cruenta, larga, incierta; sino,

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esencialmente, a través del contenido de los profusos documentos que se cruzaban los

hombres de aquella admirable etapa de nuestra historia. Por esto, el libro de Cambre es de un

interés sin precedente.

Los manifiestos, las cartas y declaraciones, aun los pasquines, dibujan y corrigen retratos

con la mano firme y definitiva de un artista; como los de Santos Degollado y de Márquez; de

Juárez y Miramón; de González Ortega y Mejía; de Zaragoza, de Ocampo, de Lerdo, de

Doblado, del mismo duro Pedro Ogazón. Hombres que en una u otra orillas defendían con

tesón sin igual su causa, sus ideas, sus principios religiosos o ciudadanos; en suma, su

concepto de la vida y del hombre. Conformes o no; aceptando o difiriendo de las ideas de

aquella época, no podemos menos que convenir que sus forjadores tenían altísimo valor como

hombres y como ciudadanos. Ante ellos nos sentimos un poco empequeñecidos; incapaces,

no digamos de modificar el destino, pero ni siquiera de comprenderlo cabalmente. Y es que

al hombre de esta época lo han desvirtuado la infinita incitante variedad y multiplicidad de

la técnica. Su ciencia se ha atomizado en las especialidades y la cultura ha perdido esa noble

unidad que, como dijera Scheler, la hace asimilable y creadora. Aturdido ante un mundo

mecanizado siente que el destino ha salido fuera de sí y le es ajeno. Finalmente, ante una

variante explicación de los problemas fundamentales, se ha vuelto escéptico. No sabe; no

sabemos con exactitud a dónde vamos. Esta es una verdad fuerte y dura, pero es, al cabo, una

verdad. Zarandeados por nuevas ideologías −de las que el liberalismo fue la fuente y el

origen−, respecto de cuya eficacia y valor no estamos convencidos, resumimos en nuestro

espíritu un solo índice: el temor y, junto al temor, la duda y la desesperanza.

Jubilosos proclamamos, pues, el valor histórico que la reedición de esta pequeña grande

obra de Cambre representa en el desarrollo cultural de nuestro Estado y reclamamos todo el

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honor para quien, como el señor licenciado González Gallo, sabe entender que la

administración pública es obra de creación, de recreación y más creación en donde el

desarrollo de la cultura sigue ocupando su lugar preeminente.

Lic. Eugenio Tena Ruíz

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LA GUERRA DE TRES AÑOS

Apuntes para la historia de la Reforma

(1904), Manuel Cambre

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Capítulo VII Mayo de 1858

Degollado manda hostilizar a la guarnición de Guadalajara por el Sur y por el Poniente, dividiendo la atención de la plaza.−Formación de la 1a. división del ejército federal.−Actitud del gobierno de Guadalajara con motivo de los fusilamientos de Zacatecas.−Expedición de Piélago y Monayo hacia el Poniente.−Fusilamiento de Herrera y Cairo.−Reprobación del gobierno de México por dicho fusilamiento,−Represalias y propósitos de venganzas.-Combinación de los liberales de Jalisco y los del Norte para atacar a Guadalajara.−Rifleros del Norte en marcha para Guadalajara.−Ocupación de 40.000 pesos del Santuario de San Juan de los Lagos.−Préstamo forzoso en Guadalajara.−Guadalajara en estado de sitio.−Se fortifica la plaza.−Aislamiento de voluntarios y leva.−Proclama del general Casanova, comandante militar de Guadalajara.

Degollado en Colima con fecha de cinco de mayo, dispuso que comenzaran a moverse las

fuerzas del Sur de Jalisco hostilizando al enemigo, mientras se podían emprender

operaciones contra las plazas de Guadalajara o de Guanajuato.

Al efecto, ordenó que con los cuerpos ya existentes se formase una división que se

denominara 1a. División del Ejercito Federal, de dos brigadas, 1a. y 2a. llevando también el

nombre de sus jefes superiores: la primera se puso al mando del general Juan Nepomuceno

Rocha y la 2a. al del general Francisco Iniestra. La brigada Rocha se organizó con el 5o.

batallón de línea, batallón “Hidalgo”, compañías auxiliares de Sayula, Ciudad Guzmán,

Atoyac, Zapotitlán y Cuyuacapán, y las caballerías, Lanceros de Jalisco, y piquetes de

Amacueca y Ciudad Guzmán, y guerrillas Rojas, Pineda y Contreras; y la brigada Iniestra con

el batallón Libres de Jalisco, compañía de Ciudad Guzmán, batallón de Ahualulco,

completándose con fuerzas que creara el gobernador de Jalisco.

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La brigada Rocha emprendería la marcha hacía el Sur de Guadalajara, ocupando las

poblaciones de dicho rumbo, y la brigada Iniestra, había de dirigirse a las poblaciones del

Poniente de dicha ciudad, ejecutando ambas brigadas sus movimientos de modo que fuera

practicable, llegado el caso de una retirada en regla a las fortificaciones practicadas en la

barranca de Beltrán. Tanto Rocha como Iniestra, quedaron autorizados para disponer, para

el sostenimiento de sus fuerzas, de las existencias de fondos de las oficinas públicas y para

contraer créditos en nombre de la Nación; previniéndose llevaran cuenta minuciosa de

todas las entradas ya fuera en dinero o en especie, debiendo otorgar, en cada caso, los

pagadores de las brigadas el recibo correspondiente, con el visto bueno de la brigada.

El cuartel general quedó establecido en Colima, teniendo a sus órdenes inmediatas el 4o.

batallón en línea; la artillería y municiones, situáronse en el mesón de San Marcos, hacienda

inmediata a la barranca de Beltrán, con un destacamento a las órdenes del coronel Domingo

Reyes, quien, con motivo de esa comisión fue relevado del mando político y militar del 4o.

Cantón de Jalisco.

Extendiéronse las fuerzas como antes se indica, Rocha por Ciudad Guzmán, hasta Zacoalco

y sus guerrillas hasta las garitas de Guadalajara, y el general Iniestra, por Ahualulco, Ameca,

Cocula y Etzatlán, dividiendo constantemente la atención de las tropas reaccionarias que

ocupan la plaza de Guadalajara, en términos que éstas no podían emprender operaciones

sobre un rumbo dado.

El periódico oficial del gobierno conservador Las Tres Garantías, en su número

correspondiente al día siete de mayo, publicó la noticia de la toma de Zacatecas y

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fusilamiento de los jefes prisioneros por los liberales; tales hechos exaltaron los ánimos en

el más alto grado; el órgano oficial cambió en agresivo y amenazante, el tono conciliador

que antes afectaba para con los liberales, y la Comandancia comenzó a perseguir de un

modo implacable a los constitucionalistas: en medio de aquel exaltamiento vino un hecho

a colmar la indignación de los liberales: el fusilamiento del Dr. Ignacio Herrera y Cairo,

consumado en Ahualulco de Mercado, y los pormenores de ese acontecimiento fueron los

siguientes:

Habiendo mandado el general Casanova saliese una columna de quinientos hombres de

infantería y caballería a las órdenes del teniente coronel Manuel Piélago, jefe del batallón

Activo de Toluca rumbo al poniente; el día veinte de mayo, entre una y dos de la tarde llegó

dicha columna a la villa de Ahualulco de Mercado, cabecera del 5o. Cantón. Poco antes de

llegar esa fuerza conservadora el jefe político liberal Tomás Ramírez Lazo, evacuó la

población en la misma tarde Piélago destacó el escuadrón de Seguridad Pública, al mando

de su comandante Aniceto Monayo, para la hacienda de la Providencia, distante de

Ahualulco unos doce kilometros, de la propiedad del diputado al Congreso constitucional

del Estado Ignacio Madrid. A la sazón administraba la finca rural el Dr. Ignacio Herrera y

Cairo, amigo y compadre de Madrid.

Al caer la tarde acababa de llegar al campo Herrera y Cairo, cuando se presentó en la casa

de la hacienda la caballería de Monayo; salió aquél a recibi al jefe, quien manifestó a Herrera

que iba a extraer de la hacienda un depósito de armamento que allí había, a aprehender al

mismo Herrera y Cairo y conducirlo a Ahualulco ante Piélago: procedióso en el acto a

verificar el cateo de la casa y no se encontró tal depósito, pues no lo había.

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Dispúsose luego el regreso de la caballería llevando preso a Herrera y Cairo: éste invitó a

Monayo a merendar antes, el jefe conservador aceptó el obsequio y terminada la merienda

se pusieron en camino, yendo Herrera en su propio caballo. A eso de las nueve de la noche

llegaron a Ahualulco.

Inmediatamente fue llevado el prisionero a presencia de Piélago y éste después de

increpar brutalmente a Herrera y Cairo por sus antecedentes liberales, le previno que si en

el término de diez horas no entrega diez mil pesos, sería pasado por las armas, quedando,

entretanto, encapillado en el cuartel a donde se le llevó enseguida. Herrera y Cairo no

poseía semejante suma ni era dable reunirla en aquel lugar por circunstancias de la guerra;

no obstante, los comerciantes y vecinos acomodados ofrecieron valores ó libranzas

pagaderas a la vista en Guadalajara, o que se ampliara el plazo para poder traer de fuera y

entregar el numerario: Piélago no acedió; y al fin, declaró que de todos modos, hubiera o

no dinero, había de fusilar a Herrera.

A las dos de la mañana del día veintiuno, el cura párroco y un oficial fueron a la botica del

profesor Antonio García Haro, pidiendo, con receta del preso, dos onzas de cloroformo,

dosis que acostumbraba tomar cuando le daban unas fuertes cafalalgías que con frecuencia

le atacaban y el farmacéutico ministró el narcótico.

A las seis de la mañana, una hora antes de expirar el plazo fatal, Piélago mandó se

efectuara la ejecución. A esa hora Herrera y Cairo estaba aún narcotizado, y fue preciso,

para conducirlo al lugar designado para fusilarlo, que lo alzaran en peso los soldados

llevándolo de las manos y de los pies. Al pie de un fresno, en la plaza principal, como a

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veinticinco pasos del mesón, donde estaba acuartelada la tropa, se le recostó sobre el

tronco del árbol y en tal posición le disparó la tropa, dándole dos balazos que destrozaron

el cráneo y otro que penetró en el pecho y le salió por la espalda; y como si Piélago no

hubiera llevado más objeto a Ahualulco, partió con toda su fuerza rumbo a Ameca para

regresar a Guadalajara, dejando abandonado el cadáver en el sitio de la ejecución y

profundamente consternado el vecindario.

Luego que se alejó la fuerza, los amigos de Herrera levantaron aquellos restos mortales

para darle piadosa y humilde sepultura como se verificó, enterrándolos al costado Norte de

la Iglesia, fuera de ella. 2

Dada cuenta por el general Casanova al presidente Zuloaga de la expedición de Piélago,

afectó este funcionario que reprobaba el fusilamiento de Herrera y Cairo y dispuso se

separara a Piélago del mando y se le sujetara a juicio; pero no se hizo ni una ni otra cosa;

antes bien siguió disfrutando de toda la confianza de la Comandancia y dos meses después

recibió el empleo de coronel, al veteranizarse el Batallón de Toluca con el nombre de 1 er.

Batallón de Línea.3

2 Los amigos de Herrera y Cairo, con el fin de conservar una reliquia del mártir, hicieron que el citado profesor de farmacia señor G. Haro le hiciera la operación de extraer el corazón: esa entraña estuvo muchos años cuidadosamente guardada en Ahualulco, hasta que, por el año 1893, se la llevó la señora Rosalía Labastida de Coney a San Franccisco, California, donde está depositada en un templo masónico.

3 “Ministerio de Guerra y Marina.−Con el mayor sentimiento y desagrado se ha impuesto el Exmo. Sr. Presidente de la nota de V. S. fecha veintidós del actual, en que da parte de las operaciones militares de la sección del teniente coronel Don Manuel Piélago, por los pueblos de Ahualulco y Ameca, inmediatos a esa ciudad, comunicando que uno de los individuos de las partidas que perseguía y que cayó prisionero, fué pasado por las armas, y la ejecución de Don Ignacio Herrera y Cairo, que se hallaba en la hacienda de la Providencia, por las razones que expresa su citada comunicación.

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Ese fusilamiento, revestido de los caracteres más atroces del asesinato calculado, causó

la indignación en todos los círculos sociales, y los jóvenes estudiantes de medicina

significaron los sentimientos que les produjo, gritando a Piélago, al pasar con su tropa de

regreso por el Colegio de San Juan, ¡Asesino! y reuniéndose después y jurando vengar la

sangre de su maestro, por cuyo motivo Casanova pidió y obtuvo del gobernador Tovar se

“S. E. no puedo aprobar semejante conducta, y lamenta profundamente que uno de los jefes del Ejército Restaurador de las Garantías, se halla mostrado tan cruel é inhumano con los dos individuos de que se trata. El primero, cuyo nombre no se menciona, ha debido considerarse como prisionero, y perteneciendo probablemente a la clase de los enemigos del Gobierno, que son arrastrados, o por la ignorancia o por la seducción, a unirse con las gavillas que amenazan la seguridad pública en varios lugares de ese Departamento, ha debido por lo menos esperarse que un proceso seguido en forma, pudiese acreditar si merecía o nó la pena de muerte. En cuanto a Don Ignacio Herrera, la responsabilidad es mucho mayor, porque no constando por la nota de V. S. sino de que se tenían noticias de que en la hacienda de la Providencia, donde se hallaba, existían algunas armas y pertrechos de guerra, y que allí se reunían los enemigos del gobierno, el teniente coronel Piélago debió tomar informes más seguros y proceder con la justificación que es necesaria en estos casos. En ninguno pudo ordenar la ejecución, porque aprehendido aquel individuo, debió consultar a V. S. o ponerlo inmediatamente a su disposición, como la autoridad de que depende, procediendo como un jefe de honor y moralidad, que no quiere confundirse con los que desvastan pueblos y violan garantías personales. “El Exmo. señor Presidente me ordena diga a V. S. que la conducta del teniente coronel Piélago, y las ejecuciones que ha ordenado, han causado dolorosa impresión en el gobierno, que ni quiere ni puede permitir que el Ejército Nacional se manche con una gota de sangre que se derrame fuera del orden de la justicia; y que bajo el concepto, es preciso que V. S. mande separar inmediatamente del mando de la sección de tropas que tiene a sus órdenes, al expresado jefe, previniendo que se le instruya el proceso correspondiente, y ordenado al fiscal dé cuenta a V. S. del estado que tuviere cada cuarenta y ocho horas, para que sufra el castigo que merece por aquellos actos sanguinarios y deshonrosos para la miliacia y el buen nombre de la Nación. “Nada puede empañar más el lustre de sus armas y la bandera que ha levantado, como imitar la conducta bárbara de sus enemigos. Los sucesos de Zacatecas y algunos otros bien lamentables, lejos de autorizar una política sangrienta, deben excitar a todos los que defienden los principios que se han proclamado, a no buscar otro apoyo que el de una justicia que no tema el examen ni de los nacionales ni de los extranjeros; justicia que puede conciliarse muy bien con la energía y con la humanidad, y que es la única que puede consolidar la paz, el respeto al gobierno y la unión que éste desea establecer entre los mexicanos. “Reitero a V. S. etc. etc. Mayo 29 de 1958.−Parra."

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clausurara la Escuela de Medicina de Jalisco, lo que se verificó por acuerdo del Gobierno;

fecha veintiséis del mismo Mayo.

El doctor Ignacio Herrera y Cairo nació en Guadalajara en el año de mil ochocientos

veintiuno, por consiguiente tenía treinta siete años de edad; hizo sus estudios literarios en

el Seminario Conciliar, y en la Escuela de Medicina de Guadalajara obtuvo título de Médico

Cirujano; perteneció al cuerpo docente de la facultad, enseñando clínicas, el año del mil

ochocientos cincuenta y seis en los meses de Junio y Julio, estuvo a su cargo el Poder

Ejecutivo de Jalisco, en circunstancias extremadamente difíciles creadas por un conflicto

que existía entre el Gobierno del Estado y la Comandancia Militar del mismo, y por la

implacable oposición que hacía el clero a las instituciones políticas4 con motivo de la

expedición de la Ley Lerdo. En el corto pero azaroso período de su administración, se

singularizó por su probidad y la firmeza de sus principios políticos, lo que le ocasionó hondos

sinsabores; poco después de que entregó el Poder en manos del general Atanasio Parrodi y

quebrantada la salud, se retiró completamente de la política, dedicándose a la agricultura,

aunque ejercía su profesión gratuitamente entre los campesinos de la hacienda de la

Providencia y lugares de las cercanías de Ahualulco, donde, lo mismo que en Guadalajara,

se formo el aprecio, la consideración y el respeto de todos los que lo trataron, por su saber

y excelsos méritos personales.

4 El Doctor Rivera, en obra citada página 19, dice: Julio 11. El médico Herrera y Cairo, Gobernador de Jalisco, hizo llevar con soldados al palacio de gobierno al canónigo Don Juan N. Camacho y a los prelados de los conventos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, el Carmen y la Merced, los reprendió públicamente, diciéndoles que auxiliaban a los enemigos del gobierno con sus sermones, con sus juntas secretas y con su dinero; ellos negaron estos hechos y el Gobernador los dejó en libertad.

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El Gobierno liberal dió un decreto declarando Benemérito de Jalisco al Doctor Herrera y

Cairo; previniendo que mientras sus asesinos eran juzgados y castigados y se les obligaba a

hacer la justa reparación en favor de la familia, el Estado le pasaría dos mil pesos anuales, y

que los restos del mártir se trasladarían a Guadalajara de la manera más solemne.

La primera división del Ejército Federal que se formaba en el Sur, honró la memoria del

Benemérito formando dos cuerpos, uno de infantería que llevó el nombre de “Batallón

Herrera y Cairo” y otro de caballería que se llamó “Lanceros Herrera”.

Los fusilamientos de los prisioneros conservadores en Zacatecas y el de Herrera y Cairo,

fueron el toque a degüello para liberales y reaccionarios; siguieron las represalías, una

guerra a muerte, sin cuartel, y quedó abierto el enorme catálogo de crímenes que se

cometieron después en nombre de la religión y la libertad. Entre los liberales corría la

versión de que el asesinato perpetrado en Ahualulco de Mercado, en la persona de Herrera

y Cairo, había sido fraguado en el palacio episcopal de Guadalajara y los nombres del obispo

Espinosa,5 del canónigo Tovar, del general Blancarte y del licenciado Felipe Rodríguez,

quienes eran señalados como responsables, así como los de los ejecutores, quedaron

emplazados a la venganza.

⅏ Fuente: Manuel Cambre. (1904). La Guerra de Tres Años. Apuntes para la historia de la Reforma. Guadalajara, Jalisco: Gobierno del Estado de Jalisco.

5 El Obispo Dr. Don Pedro Espinosa en carta pastoral que expidió más tarde, de cuyo documento, en su oportunidad se insertará lo conducente, en el curso de esta obra, rechazó como calumnioso semejante cargo.

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Y HUBO MÚSICA EN LA PLAZA DE ARMAS

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Capítulo XI Octubre de 1958

Situación de conservadores y liberales.−Plata de la catedral de Morelia.−Operación del sitio de Guadalajara.−Muerte del general Núñez.−Sánchez Román y Coronado llegan a reforzar a los sitiadores de Guadalajara.−Asalto y toma de la plaza de Guadalajara.−Saqueo de algunas casas de comercio.−Impídese el saqueo y se devuelve lo robado.−Convenios entre Degollado y Blancarte.−Jefes y oficiales que se comprometen a no tomar las armas contra los liberales.-Aclaración a los convenios celebrados.−Aprehensión de Piélago y Monayo y suplicio de estos.−Significación que se dio al hecho de ahorcar a Piélago del balcón principal del obispado.−Proclama de Degollado.−Penas contra el robo.−Asesinato del Lic. Felipe Rodríguez.−Asesinato de Blancarte.−Diferencias entre Ogazón y Degollado.−Rojas se fuga protegido por Rocha.−Decreto declarando fuera de la ley a Rojas.−Apreciaciones de la prensa reaccionaria sobre la defensa de Guadalajara.−Lo que aparece en realidad contra esas apreciaciones.−Fuga de Casanova.

[…] Ogazón el mismo día veintiocho, autorizó la aprehensión de algunos reaccionarios y

se procedió a buscar a Casanova, a Piélago y a Monayo, inmediatos responsables del

asesinato de Herrera y Cairo, y presuntos reos de otros delitos cometidos en las personas e

intereses de los liberales. Encuéntrase en el convento de Jesús María, a Piélago, herido de

un balazo en el pecho, que había recibido en la defensa de San Felipe el día veinticinco, así

como también, hallan a Monayo; y ciegos de ira sus aprehensores los conducen a Palacio;

los encierran en unas piezas de la planta baja del edificio a los lados de la escalera principal,

y en el desenfreno de la cólera que difícilmente se aplaca, sino con la venganza satisfecha,

se deciden a sacrificarlos ahorcándolos.

Degollado está en Palacio y sabe la escena repugnante que se prepara y no trata de

impedirla, porque comprende que la autoridad en ciertos momentos es impotente para

contener el desbordamiento de las pasiones; sin embargo, manda se abra proceso a los

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presuntos reos y así se hace: el proceso se termina en catorce o quince horas y son

condenados a la última pena que se ejecuta en el acto.

He aquí dónde y cómo perecieron esos desgraciados:

La plaza de armas de Guadalajara, en aquel tiempo, no tenia el embaldosado interior que

en la actualidad está separado por una fila de naranjos del otro angosto que cierra el

cuadrado de la misma plaza; en interior estaba empedrada y al centro había una fuente de

grandes dimensiones; cerca de esa fuente se fijó una viga perpendicularmente en el suelo,

provista de un pie de gallo en el extremo alto de donde pendía una soga: era la horca

destinada a colgar a Monayo. El balcón que está sobre la portada del palacio episcopal,

situado en la plazuela de catedral inmediata a la plaza de armas, fue elegido para colgar a

Piélago. La plazuela era más amplia, pues no existía el enverjado que hoy cierra el atrio de

la Catedral; y se designó ese sitio para sacrificar al responsable del asesinato de Herrera y

Cairo, como manifestación de venganza, porque había entre los liberales la creencia de que

el obispado se determinó llevar a cabo la muerte de Herrera y Cairo.

El veintinueve de octubre, como a medio día, una compacta multitud ávida de presenciar

las ejecuciones, llenaba la plaza de armas, la plazuela de Catedral y las calles adyacentes:

llegado el momento sacáronse de palacio a las víctimas en medio de un tropel sin que, como

es costumbre en las ejecuciones, interviniera fuerza armada; llevándose a Monayo a

empellones, y a Piélago en silla de manos, pues no podía tenerse en pie por estar herido; y

así son conducidos al patíbulo. Monayo ruega que se le mate de otro modo: es inútil, le

trepan a un carro que se puso al pie de la horca; echárole la soga al cuello, retiran luego el

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carro para que el propio peso del cuerpo haga la extrangulación y así muere Monayo. A

Piélago lo conducen desfallecido hasta la puerta del obispado;6 sujétandole por la garganta

al extremo de una soga corrediza pendiente del balcón principal del edificio, levantándole

en alto, se revienta la soga cuando el cuerpo iba a una altura considerable y cae sobre el

pavimento vivo todavía: el comandante Florentino Cuervo que presencia la ejecución a

caballo, desata de su montura la reata y la da para que con ella se repita la maniobra, como

se ejecuta y así perece Piélago, quedando colgado, desnudo, deshonesto; pues se

desabotonaron y cayeron sus ropas. En los momentos de consumarse el bárbaro

procedimiento, un conocido artesano, Fermín Avelar, exclamó ¡infames! y apenas dice esa

palabra un tiro disparado por uno de los espectadores le destroza el cráneo matándolo

instantáneamente.

Al fin quedaron los cadáveres en tal estado a la expectación pública; por la noche se

pusieron cerca de los colgados, fogatas alumbrándolos, y hubo música en la plaza de armas.

6 Así desfallecido llevaron al suplicio a Herrera y Cairo los soldados de Piélago en Ahualulco por orden de éste.

Page 44: DETENCIÓN Y FUSILAMIENTO DE IGNACIO HERERA Y CAIRO

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

Cambre, Manuel. (1904). La Guerra de Tres Años. Apuntes para la historia de la Reforma. Guadalajara, Jalisco: Gobierno del Estado de Jalisco. Fowler, Will. (2020). La Guerra de Tres Años (1857-1861). México: Crítica.

Trueba, Alfonso. (1958). La guerra de tres años. México: Editorial Jus, S.A.

Vigil, José Ma.; Hijar y Haro, Juan B. (1874). Ensayo histórico del Ejercito de

Occidente. México: Imprenta de Ignacio.

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7

Cuadernos

de la Parota

La presente plaquette contiene anotaciones de la obra La Guerra de Tres

Años. Apuntes para la historia de la Reforma (1904) de Manuel Cambre.

La trama central es el fragmento del capítulo VII sobre la detención y

fusilamiento del doctor Ignacio Herrera y Cairo ocurrido el 21 de mayo de

1858 en Ahualulco de Mercado. Se complementan con prólogos de las

distintas ediciones respecto a la magna obra y al autor, que en conjunto

dan un marco al contexto histórico y social de la guerra civil.

Leticia Lumbreras