El pescado indigesto - Casa de las...

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119 E s la noche del 4 de abril del 2003, el Tea- tro de Cámara Hugo Carrillo está repleto. El VII Festival Nacional de Teatro abrirá, en pocos minutos, con El pescado indigesto, un clá- sico de Manuel Galich. 1 Docenas de personas que no alcanzaron boleto aguardan en taquilla, qui- zás, un golpe de suerte que les permita ocupar alguna de las 325 butacas. Quién sabe, siempre hay alguien que a última hora no llega. En la calle, antes de ingresar al Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, varios vehículos retroceden y se mar- chan por donde vinieron. El desafío, por lo tanto, es grande: una obra de Galich, a teatro lleno, inaugurando el festival tea- tral más importante del año y en un país que poco ha honrado a uno de sus mejores dramaturgos. A punto de iniciar, parte del público se sienta en el suelo, las luces se apagan, el telón se corre. La historia se desarrolla en la Roma de princi- pios de siglo I de la Era Cristiana. El director Gui- llermo Ramírez Valenzuela eligió una escenografía y un vestuario tradicionales, cercanos a la época. Hay una plaza con su foro, columnas, frontones, el 1 El pescado indigesto, de Manuel Galich, Compañía de la Uni- versidad Popular, director: Guillermo Ramírez Valenzuela. Elenco: Joam Solo, Alfredo Porras Smith, Raymundo Coy, Pablo Iriarte, Daneri Gudiel, Arturo Rodríguez, Rochy Arce, Félix Cabrera, Marisabel González, Anayancie Comparini, Martha Yonker, Elizabeth Marroquín, José Mario Marsella y Adolfo Portillo. Coordinación: Ingrid Mejía. Iluminación y so- nido: Christian Vega. Estreno en el Teatro de Cámara Hugo Carrillo, el jueves 4 de abril 2013, 19:30 horas. podio, todo es blanco. En ese lugar se congrega el pueblo, conformado por personajes estereotipos: la prostituta, el ladrón, el vendedor de perfumes, el pescadero, el esclavo, la mujer que ofrece par- tos, abortos o remedios para el mal de amores. Hay algarabía. Esa plebe integra, en una estruc- tura piramidal, la parte más baja de la sociedad romana y tiene por encima los poderes mediático (Artotrogus, dueño de un periódico), económico (Mamurra, comerciante rico) y político (el César, gobernante que no aparecerá en escena). El pescado indigesto critica la alianza de esos poderes que utilizan como herramienta de control el periódico de Artotrogus, esclavo de aspecto gro- tesco cuyo poder es tan grande como su fealdad. Debido a su capacidad de congregar a la comuni- dad, Mamurra lo soborna; le pide que ponga a su servicio el periódico, a cambio le ofrece el amor de Clodia. Y es que, para su infortunio, el joro- bado se enamora de esa mujer, la más hermosa de la región. Mamurra sabe que a los romanos les interesa el chisme noticioso y no el fondo polí- tico de su sociedad; por esa razón, pretende usar el medio de comunicación para destruir la ima- gen de los adversarios del César, con quien tiene negocios de armas. Una indigestión de Mamurra por comer pescado es la metáfora de la indiges- tión social, en la cual, el consumo de banalidades y traiciones políticas trae consecuencias morta- les. Antes de abordar detalles del montaje, con- viene resaltar que se trata de un drama escrito en plena madurez del autor. Manuel Galich ganó con esta obra, en 1961, el Premio Casa de las Amé- ricas en el género dramático. Para entonces, ya poseía larga trayectoria política y literaria; había ocupado diversos cargos diplomáticos durante el 118 El pescado indigesto RENCUENTRO DRAMÁTICO DE MEME GALICH CON EL PÚBLICO GUATEMALTECO J.C.L.

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Es la noche del 4 de abril del 2003, el Tea-tro de Cámara Hugo Carrillo está repleto. El VII Festival Nacional de Teatro abrirá, en

pocos minutos, con El pescado indigesto, un clá-sico de Manuel Galich.1 Docenas de personas que no alcanzaron boleto aguardan en taquilla, qui-zás, un golpe de suerte que les permita ocupar alguna de las 325 butacas. Quién sabe, siempre hay alguien que a última hora no llega. En la calle, antes de ingresar al Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, varios vehículos retroceden y se mar-chan por donde vinieron.

El desafío, por lo tanto, es grande: una obra de Galich, a teatro lleno, inaugurando el festival tea-tral más importante del año y en un país que poco ha honrado a uno de sus mejores dramaturgos.

A punto de iniciar, parte del público se sienta en el suelo, las luces se apagan, el telón se corre.

La historia se desarrolla en la Roma de princi-pios de siglo I de la Era Cristiana. El director Gui-llermo Ramírez Valenzuela eligió una escenografía y un vestuario tradicionales, cercanos a la época. Hay una plaza con su foro, columnas, frontones, el

1 El pescado indigesto, de Manuel Galich, Compañía de la Uni-versidad Popular, director: Guillermo Ramírez Valenzuela. Elenco: Joam Solo, Alfredo Porras Smith, Raymundo Coy, Pablo Iriarte, Daneri Gudiel, Arturo Rodríguez, Rochy Arce, Félix Cabrera, Marisabel González, Anayancie Comparini, Martha Yonker, Elizabeth Marroquín, José Mario Marsella y Adolfo Portillo. Coordinación: Ingrid Mejía. Iluminación y so-nido: Christian Vega. Estreno en el Teatro de Cámara Hugo Carrillo, el jueves 4 de abril 2013, 19:30 horas.

podio, todo es blanco. En ese lugar se congrega el pueblo, conformado por personajes estereotipos: la prostituta, el ladrón, el vendedor de perfumes, el pescadero, el esclavo, la mujer que ofrece par-tos, abortos o remedios para el mal de amores. Hay algarabía. Esa plebe integra, en una estruc-tura piramidal, la parte más baja de la sociedad romana y tiene por encima los poderes mediático (Artotrogus, dueño de un periódico), económico (Mamurra, comerciante rico) y político (el César, gobernante que no aparecerá en escena).

El pescado indigesto critica la alianza de esos poderes que utilizan como herramienta de control el periódico de Artotrogus, esclavo de aspecto gro-tesco cuyo poder es tan grande como su fealdad. Debido a su capacidad de congregar a la comuni-dad, Mamurra lo soborna; le pide que ponga a su servicio el periódico, a cambio le ofrece el amor de Clodia. Y es que, para su infortunio, el joro-bado se enamora de esa mujer, la más hermosa de la región. Mamurra sabe que a los romanos les interesa el chisme noticioso y no el fondo polí-tico de su sociedad; por esa razón, pretende usar el medio de comunicación para destruir la ima-gen de los adversarios del César, con quien tiene negocios de armas. Una indigestión de Mamurra por comer pescado es la metáfora de la indiges-tión social, en la cual, el consumo de banalidades y traiciones políticas trae consecuencias morta-les. Antes de abordar detalles del montaje, con-viene resaltar que se trata de un drama escrito en plena madurez del autor. Manuel Galich ganó con esta obra, en 1961, el Premio Casa de las Amé-ricas en el género dramático. Para entonces, ya poseía larga trayectoria política y literaria; había ocupado diversos cargos diplomáticos durante el

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El pescado indigestoRencuentRo dRamático de meme Galich con el público Guatemalteco

J.c.L.

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gobierno revolucionario guatemalteco, entre 1944 y 1954; había publicado sus principales libros de historia: Del pánico al ataque (1949), Guatemala ante América (1956) y Por qué lucha Guatemala (1956); y casi treinta años habían transcurrido desde que escribiera, en tiempos del dictador Jorge Ubico, su primera obra de teatro, Los cons-piradores. Este breve vistazo a la vida del autor es útil solo para ofrecer un panorama de sus cir-cunstancias al momento de publicar El pescado indigesto, obra que critica las relaciones de poder y que está hilvanada con la jocosidad que carac-teriza toda su obra dramática.

El PESCADO INDIGESTO EN ESCENAEl montaje es construido por un director

que cuenta con más de doscientos montajes de experiencia. De entrada, Guillermo Ramírez da carácter a la plebe, desarrollando historias breves que justifican cada presencia, cada objeto en el escenario. Se apropia de los límites textuales y los lleva más allá, pero sin alterar el contenido, como la escena de las mujeres que, cogidas del pelo, se disputan el aroma tras el paso de Catulo, el poeta; o cuando crea interacciones inaudibles entre la plebe, por ejemplo, la ramera coquetea y hace tratos con el joyero, el ladrón roba al joyero, el pescadero discute con un comprador, unas mujeres regatean con el negociante de perfumes.

Tales construcciones del director no son, sin embargo, su mayor logro, sino pormenores que lo llevarán a ofrecer una puesta en escena acorde con la madurez autoral. El verdadero logro del direc-tor es que ofrece un texto de Galich con el aplomo

crítico requerido, en la justa medida del tono jocoso y la denuncia social. En efecto, Ramírez Valenzuela crea un balance; provoca el interés sostenido del público, lo que se muestra por el asombro ante silencios y escándalos, la sensualidad, la risa y lo grotesco; al mismo tiempo, resalta el estruendo de la canalla política, económica y mediática señalada por el dramaturgo. Es decir, Ramírez traza la ruta sin abandonarse a la queja ni al chiste; en su direc-ción no hay experimento en falso ni rigidez con-ceptual política, sino equilibro. Para conseguirlo, cuenta con actores y actrices que evidencian horas de trayectoria y suficiente ensayo.

Joam Solo, que interpreta a Mamurra, el comer-ciante rico, aporta esa elegancia homosexual romana de su personaje. Enjoyado, rizado de los cabellos, con rostro de mueca perversa a la vez que dulce, habla con la seguridad de quien tiene en sus manos al mundo (Roma). Al gestar golpes contra sus enemigos finge confiabilidad, pero es malicioso, delicado y perverso, todo contenido en cada gesto. Es lo que consigue Solo: llevar a Mamu-rra de seductor a infame. Enlaza la saña política con una hipocresía de mercader.

Otro de los actores, quizá el más aplaudido, es Raymundo Coy, quien interpreta a Artotrogus, el esclavo que representa al poder mediático. A ratos tragicómico, a ratos conmovedor, mantiene el interés del público que lo adopta como uno de sus favoritos, lo que se manifiesta en los fre-cuentes aplausos. Coy cautiva porque lleva lo gro-tesco hacia la voz, la gesticulación; todo el actor se transforma en columna lúdica vertebral de la obra. Encorvado, rengo, astuto, pequeño, tierno,

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lujurioso, avaro, fiel como un perro y enamorado al mismo tiempo, es un personaje de difícil desa-rrollo porque, un gramo de risa más y llegaría a encarnar nada más que a un comediante, y uno menos sería nomás otro infeliz cautivo del amor en el vasto universo dramático.

Coy hace que lo lúdico y grotesco sea tomado muy en serio. El actor, sin embargo, y muy a nuestro pesar, se confía. Un paso más de memo-rización y habría ofrecido la actuación perfecta. Olvida sus parlamentos –no pocas veces– y la postura arqueada propia del jorobado necesitaría una curvatura permanente, pues a ratos el actor parece olvidar el grado preciso.

José Mario Masella interpreta a Cayo Valerio Catulo, personaje que ha escrito versos de amor inspirados en Clodia. No pertenece a la elite política ni a la económica ni a la plebe, es poeta. Sus ras-gos altivos son favorecidos por el maquillaje y tra-tamiento de cejas, flecos sobre la frente; lo demás, su prestancia y tenacidad, lo otorga el actor, bien asistido por su voz natural ronca, varonil; se pasea con altivez, sin llegar a la pedantería, porque sabe que es un personaje apetecido por el pueblo. A dife-rencia de Raymundo Coy y de Joam Solo, Masella tiene poca trayectoria sobre las tablas, pero ya se encuentra bien asentado en ellas.

Clodia es interpretada por Rochy Arce. El rostro natural de esta actriz es resaltado y enmarcado entre cabellos ensortijados, un collar de perlas y pestañas largas. Si el maquillaje y su naturaleza le dan un semblante seductor, al mismo tiempo destilan crueldad frente al jorobado. Clodia es el premio ofrecido a Artotrogus por corromper el periódico. Ella es, por lo tanto, un objeto de pago sensual; pero Arce, actriz versátil, evita que su personaje sea tan solo una putilla divertida. Antes bien, construye a una romana de carácter autó-nomo, disoluta, cruel, divertida o sincera, siem-pre con elegancia.

Indispensable es para este montaje la actuación de Alfredo Porras Smith como Vicenio, el esclavo, quien camina encadenado por la plaza. Es el actor más experimentado del elenco. Por su trayectoria en el teatro, como director y docente, lleva el grado de maestro de maestros y ha formado a genera-ciones de actores. Todo lo cual no vendría al caso si fuese mero dato curricular, pero su rol en esta obra, en apariencia secundario, es medular porque requiere de mucho temple. Sucede que Vicenio es analítico. Aun cuando es parte de la plebe, se dife-rencia de esta por su sensatez, porque reflexiona sobre los acontecimientos que los demás fabrican

o aceptan con sumisión bajo la hegemonía econó-mica y mediática. El esclavo es la voz filosófica, crí-tica; es esa acotación de narrador ficticio de gran importancia en el teatro de Galich.

Al elegir a Porras Smith para ese rol, se ha com-prendido a cabalidad el drama, en el sentido de que se necesita de una voz con autoridad tonal, a un actor de andar seguro, pues es la palanca que sostiene el mensaje. Se necesita a alguien que diga mucho con poco y que esté presente sin protago-nizar. Cuando habla, las escenas quedan deteni-das. Es entonces que ofrece reflexiones sobre el poder, la lucha de clases, y lo hace sin convertir el montaje en una herramienta didáctica, pues nada sería más ajeno al teatro de Galich, un autor que denuncia sin predicar y señala sin arengar. De nuevo, un equilibrado estudio de la dirección.

Por otra parte, en este montaje hay notorio cuidado del maquillaje y el vestuario. Es algo que no mencionaría si no fuera porque en los últimos años, en el teatro guatemalteco, han sido elemen-tos harto menospreciados. Se ha venido optando por lo simple, se argumenta pobreza económica, pero, en realidad, es falta de estudio y aplica-ción. El afeminamiento de Mamurra, el porte de Catulo, la belleza de Clodia, el atractivo de la ramera, la opacidad del ladrón o la serenidad del esclavo, todos tienen un tratamiento que el público agradece.

Útil resulta, además, la combinación de antor-chas con luces artificiales, el juego de pantallas traseras como filigrana de sombras, así como las luces ámbar. Hay un estudio de la luz que impide la monotonía escénica. Si acaso, la plaza, que, como decía al principio, incluye un foro y otros elementos de la arquitectura romana del siglo I d.C., habría merecido un tallado de las columnas, algo como labrarles estrías o capiteles con modes-tas volutas; quizás el friso y el frontón un tanto más elaborados. No se menciona esto como un gusto particular, sino porque la planicie arquitec-tónica no coincide con los detalles de vestuario y maquillaje tan elaborados. Sin embargo, hay que reconocer que la lisura decorativa, en general, provoca cierta imagen de relieve como de seres humanos sobre una página en blanco.

La función concluye y es largamente aplau-dida. Hay ovación de pie. Esta representación de El pescado indigesto muestra los resultados de una dramaturgia construida sobre la ciencia y la experiencia del autor, una dirección madura y un elenco dispuesto a ofrecernos a un Galich digno del público guatemalteco. m

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