EXHORTACIÓN APOSTÓLICA MENTI NOSTRAE

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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA MENTI NOSTRAE DE SU SANTIDAD PÍO XII SOBRE LA SANTIDAD DE LA VIDA SACERDOTAL.

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EXHORTACIÓN APOSTÓLICAMENTI NOSTRAE

DE SU SANTIDADPÍO XII

SOBRE LA SANTIDAD DE LA VIDA

SACERDOTAL.

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En nuestra alma1 resuena siempre aquella vozdel Divino Redentor cuando dijo a Pedro:«Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que éstos?...Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas» (cf.Jn 21, 15 y 17); y también aquella otra con que,por su parte, el Príncipe de los Apóstolesexhortaba a los Obispos y a los fieles de sutiempo, al decirles: «Apacentad la grey de Dios,que está entre vosotros..., haciéndoos modelo devuestra grey» (1P 5, 2. 3).

Meditando con atención, tales palabras,juzgamos que es oficio muy principal de Nuestroministerio el hacer todo lo posible cada día paraque sea más eficaz la labor de los sagradosPastores y sacerdotes, que como fin necesariotiene el conducir al pueblo cristiano para queevite el mal, venza los peligros y adquiera lasantidad y ello es más necesario aún en nuestrostiempos, cuando pueblos y naciones, a causa de lareciente cruelísima guerra, no sólo experimentangraves dificultades, sino que se hallan sometidos auna profunda perturbación espiritual mientras losenemigos del catolicismo, con mayor audacia acausa de las circunstancias de la sociedad, conodio criminal y con disimuladas asechanzas seempeñan por apartar de Dios y de su Cristo a loshombres todos.

Restauración cristiana, cuya necesidad todoslos buenos admiten actualmente, que Nos incita a1 AAS 42 (1950) 657-702.

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dirigir Nuestro pensamiento y Nuestro afecto demodo especial a los sacerdotes de todo el mundo,porque bien sabemos la humilde, vigilante yentusiasta actividad de ellos, pues viven entre elpueblo y, al conocer plenamente sus dificultades,sus penas y sus angustias, así espirituales comomateriales, pueden con las normas evangélicasrenovar las costumbres de todos y establecerdefinitivamente, en el mundo, el reinado deJesucristo, «reino de justicia, de amor y de paz»2.

Pero de ningún modo será posible que elministerio sacerdotal logre con plenitud alcanzaraquellos efectos que correspondenadecuadamente a las necesidades de nuestraépoca, si los sacerdotes no brillan, ante el pueblo,que les rodea, con el brillo de una santidadinsigne, y si no son dignos ministros de Cristo,fieles «dispensadores de los misterios divinos deDios» (cf. 1Co 4, 1), eficaces «colaboradores deDios» (cf. 1Co 3, 9), preparados para toda obrabuena (cf. 2Tm 3, 17).

Y por ello, pensamos que de ningún modopodremos manifestar mejor Nuestra gratitud a lossacerdotes del mundo entero –que, en ocasión delquincuagésimo aniversario de Nuestrosacerdocio, con sus oraciones al Señor dierontestimonio de su filial piedad hacia Nos– quedirigiendo a todo el Clero una paternalexhortación a la santidad, sin la cual no puede ser2 Praef. Miss. in festo Iesu Christi Regis.

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fecundo el ministerio que les está confiado. ElAño Santo, que hemos anunciado con laesperanza de que todos ajusten sus costumbres alas enseñanzas del Evangelio, deseamos que,como primer fruto, produzca éste: el de quetodos cuantos son guía del pueblo cristianoatiendan con mayor empeño a dirigirse hacia lacima de la santidad, pues sólo con tal espíritu ycon tales armas podrán renovarse en el espíritu deJesucristo a la grey que les está confiada.

Ciertamente que las necesidades actuales, hoytan crecidas, de la sociedad, exigen cada vez másla perfección de los sacerdotes; pero téngase bienen cuenta que ellos están ya antes obligados –porla misma naturaleza del santísimo ministerio queDios les ha confiado– a tender hacia la santidad, yello siempre en todas las circunstancias y portodos los medios.

Como han enseñado Nuestros Predecesores,y singularmente Pío X3 y Pío XI4, así como Nosmismo también lo hemos mostrado en lasencíclicas Mysticis Corporis5 y Mediator Dei6 elsacerdocio es, ciertamente, el gran don del Divinoredentor: pues éste, a fin de perpetuar hasta elfinal de los siglos, la obra de la redención, por élconsumada en su sacrificio de la Cruz, confió su

3 Exhort. Haerent animo; Acta Pii X, vol. IV, 237 ss.4 Enc. Ad catholici sacerdotii, AAS, 28. (1936), 5 ss.5 AAS 35 (1943) 193 ss.6 AAS 39 (1947) 521 ss.

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potestad a la Iglesia, a la que quiso hacer partícipede su único y eterno sacerdocio. El sacerdote escomo otro Cristo, porque está sellado con uncarácter indeleble, por el que se convierte casi enimagen viva de nuestro Salvador; el sacerdoterepresenta a Cristo, el cual dijo: «Como el Padreme envió, así yo os envío a vosotros» (Jn 20, 21),«el que a vosotros os escucha a mi me escucha»(Lc 10, 16). Consagrado, como por una divinavocación, a este augustísimo misterio, estáconstituido en lugar de los hombres en las cosasque tocan a Dios, para ofrecer dones y sacrificiospor los pecados (Hb 5, 1). Necesario es, por lotanto, que a él recurra todo el que quiera vivir lavida del Divino Redentor y desee recibir fuerza,consuelo y alimento para su alma; en él tambiénhabrá de buscar la necesaria medicina quienquieraque desee levantarse de sus pecados y tornarse alrecto camino. Por ese motivo, todos lossacerdotes con plena razón podrán aplicarse a símismos aquellas palabras del Apóstol de lasGentes: «Cooperadores somos... de Dios» (1Co 3,9).

Pero tan excelsa dignidad exige de lossacerdotes que con fidelidad suma correspondana su altísimo oficio. Destinados a procurar lagloria de Dios en la tierra, a alimentar y aumentarel Cuerpo Místico de Cristo, es necesarioabsolutamente que sobresalgan de tal modo porla santidad de sus costumbres, que por su medio

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se difunda por todas partes «el buen aroma deCristo» (2Co 1, 15).

El mismo día en que vosotros, amados hijos,fuisteis ensalzados a la dignidad sacerdotal, elobispo, en nombre de Dios, os indicósolemnemente, cuál era vuestro deberfundamental: «Comprended lo que hacéis, imitadlo que traéis entre manos; para que, al celebrar elmisterio de la muerte del Señor, procuréispurificar vuestros miembros de todos los vicios yconcupiscencias. Sea vuestra doctrina medicinaespiritual para el pueblo de Dios; sea el aroma devuestra vida el preferido de la Iglesia de Cristo,para que, con la predicación y con el ejemplo,edifiquéis la casa que es la familia de Dios»7.Totalmente inmune de pecado, vuestra vida –mucho más que la de los simples fieles– estéescondida con Cristo en Dios (cf. Col 3, 3) y asíadornados con la excelsa virtud que exige vuestradignidad, consagraos a llevar a cabo la obra de laredención, pues a ello os ha destinado laconsagración sacerdotal.

Esta es la decisión que espontánea ylibremente os comprometisteis a realizar; sedsantos, porque, como sabéis, sagrado es vuestroministerio.

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7 Pontificale Romanum, De ord. presbyt.

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Según las enseñanzas del Divino maestro, laperfección de la vida cristiana tiene sufundamento en el amor a Dios y al prójimo (cf.Mt 22, 37, 38, 39); pero este amor ha de serférvido, diligente, activo. Y, si así estuviereconformado, en cierto modo encierra ya en sítodas las virtudes (cf. 1Co 13, 4, 5 ,5, 7); y porello, con toda razón, puede llamarse «vínculo deperfección» (Col 3, 14). Cualesquiera sean lascircunstancias en que se encuentre el hombre,necesario es que dirija sus intenciones y sus actoshacia tal ideal.

A ello, pues, viene obligado de modoparticular el sacerdote. Porque todos sus actossacerdotales por su misma naturaleza –esto es, encuanto que el sacerdote ha sido llamado a tal finpor divina vocación, y para ello ha sido adornadocon un divino oficio y con carismas divinos– esnecesario que tiendan a ello: pues él mismo tieneque asociar su actividad a la de Cristo, único yeterno Sacerdote: y necesario es que siga e imite aAquel que, durante su vida terrenal, tuvo comofin supremo el manifestar su ardentísimo amor alPadre y hacer Partícipes a los hombres de losinfinitos tesoros de su corazón.

El principal impulso que debe mover alespíritu sacerdotal es el de unirse íntimamentecon el Divino Redentor, el aceptar íntegra ydócilmente los mandatos de la doctrina cristiana,y el de llevarlos a la práctica, en todos los

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momentos de su vida, con tal diligencia que la fesea la guía de su conducta y ésta, en cierto modo,refleje el esplendor de la fe.

Guiado por el esplendor de esta virtud,siempre tenga fija su mirada en Cristo; siga contoda diligencia sus mandatos, sus actos y susejemplos; y hállese plenamente convencido deque no le basta cumplir aquellos deberes a quevienen obligados los simples fieles, sino que ha detender cada vez más y más hacia aquella santidadque la excelsa dignidad sacerdotal exige, segúnmanda la Iglesia: «El clérigo debe llevar vida mássanta que los seglares y servir a éstos de ejemploen la virtud y en la rectitud de las obras» (CIC,can. 124).

La vida sacerdotal, del mismo modo que sederiva de Cristo, debe toda y siempre dirigirse aEl. Cristo es el Verbo de Dios, que no desdeñótomar la naturaleza humana, que vivió su vidaterrenal para cumplir la voluntad del eternoPadre, que difundió en torno a sí el aroma dellirio, que vivió en la pobreza, «que pasó haciendoel bien y sanando a todos»(Hch, 10, 38); que, enfin, se inmoló como hostia por la salvación de loshermanos. Ante vuestros ojos tenéis, amadoshijos, el cuadro de aquella tan admirable vida:empeñaos con todo esfuerzo por reproducirla envosotros, acordándoos de aquella exhortación:«Os he dado ejemplo para que vosotros hagáiscomo yo he hecho» (Jn 13, 15).

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El comienzo de la perfección cristiana está enla humildad. «Aprended de mí que soy manso yhumilde de corazón» (Mt 11 29). Pues si bienconsideramos la tan excelsa dignidad a la que porel bautismo y por la sagrada ordenación fuimosllamados, y si reconocemos nuestra propiamiseria espiritual, necesario es que meditemosaquella divina sentencia de Jesucristo: «Sin mínada podéis hacer» (Jn 15, 5).

El sacerdote no deberá confiar en sus propiasfuerzas, ni complacerse con desorden en suspropias dotes, ni andar buscando el juicio yalabanza de los hombres, ni aspirar ambicioso alas más altas dignidades, sino imitar a Cristo, queno vino «para ser servido sino para servir» (Mt 20,28); niéguese, pues, a sí mismo, según el mandatodel Evangelio (cf. Mt 16, 24)27, y no se apegue ensu ánimo a las cosas terrenales con demasía, paraasí poder seguir, más fácil y más libremente, alDivino Maestro. Todo cuanto él tiene, todocuanto él es, se deriva de la bondad y del poderde Dios; por lo tanto, si de algo quisiere gloriarse,recuerde bien las palabras del Apóstol: «Mas porlo que toca a mí mismo, no me gloriare sino demis debilidades» (2Co 12, 5).

Semejante espíritu de humildad, iluminadopor la luz de la fe, obliga al hombre a inmolar, encierto modo, su voluntad mediante la obligadaobediencia. Fue el mismo Cristo quien estableció,en la sociedad por él fundada, una legítima

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autoridad, encargada de perpetuar la de El parasiempre; por ello, quien obedece a los superiores,en la Iglesia, obedece al Redentor mismo.

En tiempos como los nuestros, cuando elprincipio de autoridad es quebrantado conaudacia y temeridad, es absolutamente necesarioque el sacerdote, además de mantener firmementeen su espíritu los principios de la fe, reconozca yen conciencia admita tal autoridad no sólo comoobligada defensa del orden religioso y social, sinotambién como fundamento de su propiasantificación personal. Y puesto que los enemigosde Dios, con cierta astucia criminal, ponen todosu empeño en excitar y seducir las desordenadasambiciones de algunos para que se rebelen contrala Santa Madre Iglesia, deseamos Nos elogiar,como es merecido, y sostener con paternal ánimoa ese tan gran ejército de sacerdotes que,precisamente por proclamar abiertamente suobediencia y por guardar incólume su más íntegrafidelidad hacia Cristo y hacia la autoridad por Elconstituida, fueron encontrados «dignos de sufrircontumelia por el nombre de Cristo» (Hch 5, 41),y no sólo contumelia, sino tambiénpersecuciones, cárceles y hasta la misma muerte.

La actividad del sacerdote se ejercita en todocuanto al orden de la vida sobrenatural se refiere,pues le corresponde fomentar el crecimiento de lamisma y comunicarla al Cuerpo Místico de Cristo.Por ello ha de renunciar a todas las ocupaciones

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«que son del mundo», cuidarse tan sólo de «lasque son de Dios» (1Co 7, 32, 33). Y porque ha deestar libre de las solicitudes del mundo yconsagrado por completo al divino servicio, laIglesia instituyó la ley del celibato, para que cadavez se pusiera más de relieve, ante todos, que elsacerdote es ministro de Dios y padre de lasalmas. Y gracias a esa ley de celibato, el sacerdote,lejos de perder por completo el deber de laverdadera paternidad, lo realza hasta lo infinito,puesto que engendra hijos no para esta vidaterrenal y perecedera, sino para la celestial yeterna.

Cuanto más refulge la castidad sacerdotal,tanto más viene a ser el sacerdote, junto conCristo, «hostia pura, hostia santa, hostiainmaculada»8.

Mas para conservar con todo cuidado y entoda su integridad esta castidad sacerdotal, cualtesoro de valor inestimable, necesario es de todopunto atenerse con toda fidelidad a aquellaexhortación del Príncipe de los Apóstoles, quetodos los días repetimos a la hora de Completas:«Sed sobrios y vigilad» (1P 5, 8).

Sí, mis amados hijos, estad muy vigilantes,porque vuestra castidad ha de enfrentarse contantos peligros, así por la plena ruina de lamoralidad pública, como por los atractivos de losvicios, que hoy con tanta facilidad os asedian, ya8 Missale Rom., Canon.

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finalmente por aquella excesiva libertad derelaciones entre personas de distinto sexo, tancorriente en la actualidad, y que a veces llegaaudaz a querer penetrar aun en el ejercicio delministerio sagrado. «Vigilad y orad» (Mc 14, 38),acordándoos de que vuestras manos tocan lascosas más santas; acordaos asimismo de queestáis consagrados a Dios, y de que sólo a Elhabéis de servir. Hasta el habito mismo quelleváis os advierte, que no debéis vivir para elmundo, sino para Dios. Empeñaos, pues, conardor y valentía, confiando en la protección de laVirgen Madre de Dios, en conservaros cada día«nítidos, limpios, puros, castos, como conviene aministros de Cristo y dispensadores de losmisterios de Dios»9.

Y a este propósito juzgamos oportunoexhortaros de modo especial para que, en ladirección de asociaciones y cofradías femeninas,os mostréis tales como corresponde a lossacerdotes: evitad toda familiaridad; y, siempreque fuere necesaria vuestra actuación, sea éstacomo de ministro sagrado. Y en la mismadirección de tales asociaciones encerrad vuestraactividad en aquellos límites que vuestroministerio sacerdotal exige.

Pero no juzguéis que sea bastante el que porla castidad hayáis renunciado a todos los placeresde la carne, y que por vuestra obediencia hayáis9 Pontificale Rom., In ordin. diacon.

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sometido plenamente vuestra voluntad a vuestrossuperiores; necesario es, asimismo, que vuestroespíritu se halle cada día más alejado de lasriquezas y de las cosas terrenales. Una y otra vezos exhortamos, amados hijos, a que no améisdemasiado las cosas caducas y perecederas de estemundo; procurad, más bien –con sumaveneración–, tomar como modelos a los grandessantos de tiempos pasados y de los nuestros; puesellos, uniendo la renuncia necesaria de los bienestemporales a una suma confianza en la divinaProvidencia y al más ardiente celo sacerdotal,realizaron las obras más admirables confiados tansólo en Dios que nunca niega los medios quesean necesarios. Aun los mismos sacerdotes"seculares", que no hacen profesión de pobrezapor voto especial, deberán conducirse por unamor a la pobreza, que se muestre claro, así en suvida –sencilla y modesta–, como en su habitación–sin suntuosidad– y en su largueza generosa paracon los pobres. Y, sobre todo, se abstengan departicipar en las empresas económicas, que lesapartarán del cumplimiento de sus deberespastorales, y harán disminuir la consideración delos fieles hacia ellos. Porque el sacerdote,obligado como está a procurar por todos losmedios la salvación de las almas, debe considerarcomo suya aquella sentencia del apóstol SanPablo: «No busco vuestras cosas, a vosotrosbusco» (2Co 12, 14).

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Si ahora fuera oportuno el tratardetalladamente de todas aquellas virtudes, por lascuales el sacerdote ha de reproducir en sí, en lamejor forma posible, el divino ejemplar deJesucristo, iríamos desarrollando muchas cosasque en Nuestra mente están presentes; hemosquerido, sin embargo, inculcar de modo especial avuestra mente tan sólo todo aquello quesingularmente parece necesario en estos nuestrostiempos; cuanto a las demás virtudes, basterecordar esta sentencia del áureo libro de laImitación de Cristo: «El sacerdote debe estaradornado de todas las virtudes y dar a los demásejemplo de recta vida. Su conversación no seasegún las vulgares y comunes maneras de loshombres, sino como de ángeles y hombresperfectos»10.

Nadie ignora, mis amados hijos, que no esposible a ningún cristiano –y de modo especial, aningún sacerdote– el imitar, en la práctica de lavida cotidiana, los admirables ejemplos delDivino Maestro, sin el auxilio de la divina gracia ysin el uso de aquellos instrumentos de la graciamisma, que El nos ha puesto a nuestradisposición. Y ello es tanto más necesario cuantomayor es la perfección que nosotros hayamos deconseguir, y cuanto mayores son las dificultadesderivadas de nuestra naturaleza, inclinada al mal.Movidos por esta razón, juzgamos Nos oportuno10 De imit. Christi, IV, c. 5, v. 13, 14.

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el pasar a la consideración de otras verdades, tansublimes como consoladoras, en las que apareceaun más claramente cuán excelsa ha de ser lasantidad sacerdotal y cuán eficaces son lasriquezas que Jesucristo nos ha comunicado paraque podamos llevar a la práctica, en nosotros, losdesignios de la divina misericordia.

Como toda la vida del Salvador fue ordenadaal sacrificio de sí mismo, así también la vida delsacerdote, que debe reproducir en sí la imagen deCristo, debe ser con El, por El y en El unaceptable sacrificio.

En efecto, la oferta que el Señor hizo en elCalvario no fue sólo la inmolación de su propioCuerpo; pues El se ofreció a sí mismo, hostia deexpiación, como Cabeza de la Humanidad, y poreso, al encomendar su espíritu en las manos delPadre, se encomendó a sí mismo a Dios comohombre, para recomendar todos los hombres aDios11.

Lo mismo ocurre en el sacrificio eucarístico,que es renovación incruenta del sacrificio de lacruz: pues, en él, Cristo se ofrece a sí mismo alPadre por su gloria y por nuestra salud. Mas,como quiera que El, sacerdote y víctima, obracomo Cabeza de la Iglesia, se ofrece e inmola, nosolamente a sí mismo, sino también a todos losfieles, y en cierto modo a todos los hombres12.

11 S. Athanas. De Incarnatione, n. 12: PG 26, 1003 ss12 Cf. S. Aug. De civitate Dei 10, 6; PL 41, 284.

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Ahora bien: si esto vale de todos los fieles,con mayor razón vale de los sacerdotes, que sonministros de Cristo principalmente por lacelebración del sacrificio eucarístico.Precisamente en el sacrificio eucarístico, cuandorepresentando a la persona de Cristo consagran elpan y el vino, que se convierten en cuerpo ysangre de Cristo, pueden beber, en la fuentemisma de la vida sobrenatural, los tesoros de lasalvación y todos aquellos medios que les sonnecesarios, no sólo para sí mismosindividualmente, sino también para cumplir sumisión.

Porque el sacerdote, al estar en tan estrechocontacto con estos divinos misterios, no puedemenos de tener hambre y sed de justicia (cf. Mt 5,6) ni dejar de sentir los estímulos de ajustar suvida a aquella tan excelsa dignidad, con que estáadornado, y de encuadrarla en su afán desacrificarse, pues en cierto modo debe inmolarsea sí mismo junto con Cristo. Por lo tanto, no secontente con celebrar la santa misa: necesario esque la viva íntimamente; y tan sólo así podráencontrar aquella vida sobrenatural que habrá detransformarle, haciéndole participar –en ciertomodo– de la vida sacrificial del mismo DivinoRedentor.

San Pablo pone como principio fundamentalde la perfección cristiana el precepto «revestíos denuestro Señor Jesucristo» (Rm 13, 14). Este

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precepto, si vale para todos los cristianos, vale demodo especial para los sacerdotes. Mas revestirsede Cristo no es sólo inspirar los propiospensamientos en su doctrina, sino entrar en unavida nueva que, para resplandecer con losfulgores del Tabor, debe conformarse a los delCalvario. Pero esto exige un arduo y continuotrabajo, por el que nuestra alma se conviertacomo en víctima, a fin de participar íntimamenteen el sacrificio mismo de Cristo. Trabajo arduo yconstante que no ha de tener como principio unavoluntad ineficaz, ni ha de limitarse tan sólo adeseos y promesas, sino que ha de ser un ejercicioincansable y continuo que lleve a una fructíferarenovación del espíritu; debe ser ejercicio depiedad, que lo refiere todo a la gloria de Dios;debe ser ejercicio de penitencia, que refrene ymodere los desordenados movimientos del alma;debe ser acto de caridad, que inflame nuestrasalmas en el amor hacia Dios y hacia el prójimo yque nos estimule a promover todas las obras demisericordia; debe ser, finalmente, voluntad activapara empeñarse y luchar por hacer lo másperfecto.

Necesario es, por lo tanto, que el sacerdoteprocure reproducir en su alma todo cuanto sobreel altar ocurre. Como Jesucristo se inmola a símismo, también su ministro debe inmolarse conEl; como Jesús expía los pecados de los hombres,así él, siguiendo el arduo camino de la ascética

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cristiana, debe trabajar por la propia y por la ajenapurificación. De esta suerte lo amonesta SanPablo Crisólogo: «Sé sacrificio y sacerdote deDios; no pierdas lo que te dio y concedió la divinaautoridad. Revístete de la estola de la santidad;cíñete con el cíngulo de la castidad; sea Cristovelo sobre tu cabeza; esté la cruz como baluartesobre tu frente; pon sobre tu pecho el sacramentode la ciencia divina; quema siempre el olorosoperfume de la oración; empuña la espada delespíritu; haz de tu corazón como un altar y ofrecesobre él tu cuerpo generosamente como víctima aDios... Ofrece la fe de modo que sea castigada laperfidia; inmola el ayuno, para que cese lavoracidad; ofrece en sacrificio la castidad, paraque muera la pasión; pon sobre el altar la piedad,para que sea depuesta la impiedad; invita a lamisericordia, para que se destruya la avaricia; ypara que desaparezca la necedad, convienesiempre inmolar la santidad; así tu cuerpo será tuhostia, si no está herida por ningún dardo depecado»13.

Cumple bien ahora el repetir, con las mismaspalabras, pero de modo particular a lossacerdotes, todo cuanto Nos propusimos comodigno de meditarse a todos los fieles en laencíclica Mediator Dei: «Jesucristo, en verdad, essacerdote, pero sacerdote para nosotros, no paraSí, al ofrecer al Eterno Padre los deseos y13 Sermo 108: PL 52, 500, 501.

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sentimientos religiosos en nombre de todo elgénero humano: igualmente, El es víctima, peropara nosotros, al ofrecerse a Sí mismo en vez delhombre sujeto a la culpa. Pues bien; aquello delApóstol, habéis de tener en vuestros corazoneslos mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en elsuyo, exige a todos los cristianos que reproduzcanen sí, en cuanto al hombre es posible, aquelsentimiento que tenía el Divino Redentor cuandose ofrecía en Sacrificio, es decir, que imiten suhumildad y eleven a la suma Majestad de Dios laadoración, el honor, la alabanza y la acción degracias. Exige, además, que de alguna maneraadopten la condición de víctima, abnegándose a símismos según los preceptos del Evangelio,entregándose voluntaria y gustosamente a lapenitencia, detestando y expiando cada uno suspropios pecados. Exige, finalmente, que nosofrezcamos a la muerte mística en la Cruzjuntamente con Jesucristo, de modo quepodamos decir como San Pablo: estoy clavado enla Cruz juntamente con Cristo»14.

Sacerdotes y amadísimos hijos, en nuestraspropias manos tenemos un tesoro grande, unamargarita, la más preciosa: esto es, las riquezasinagotables de la sangre del mismo Jesucristo;usemos de ellas con mayor largueza, para que, pormedio del sacrificio total de nosotros mismos,ofrecido junto con Cristo al Eterno Padre, en14 AAS 39 (1947) 552, 553.

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verdad lleguemos a ser mediadores de justicia «enaquellas cosas que tocan a Dios» (Hb 5, 1), y asísean aceptadas benignamente nuestras plegarias,logrando impetrar aquella lluvia de gracias tanabundantes que renueven y enriquezcan a laIglesia y a las almas todas. Y sólo entonces,cuando hayamos llegado a ser como una sola cosacon Cristo, mediante su inmolación y la nuestra, ycuando hayamos unido nuestra voz a la del corode los habitantes de la celestial Jerusalén «illicanentes iungimur almae Sionis aemuli»15, sóloentonces, fortalecidos con la virtud del Salvadorserá cuando, desde la altura de la santidad, quehayamos conseguido, podremos bajarseguramente y sin peligro, para llevar a todos loshombres la luz sobrenatural de Dios y la vidasobrenatural.

La santidad perfecta requiere también unacontinua comunicación con Dios: y para que esteíntimo contacto que el alma sacerdotal debeestablecer con Dios no fuese jamás interrumpidoen la sucesión de los días y de las horas, la Iglesiaimpuso al sacerdote la obligación de recitar eloficio divino. De ese modo, ella recogió fielmenteel precepto del Señor: «Es preciso orar siempre yno descansar» (Lc 18, 1). La Iglesia, del mismomodo que nunca cesa de orar, deseaardientemente que sus hijos hagan lo mismo,repitiendo las palabras del Apóstol: «Por medio,15 Brev. Rom., Hymn. pro off. Dedic. Eccl.

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pues, de El [Jesucristo] ofrezcamos a Diosperennemente el sacrificio de alabanza; esto es, elfruto de los labios que confiesan su nombre» (Hb13, 15). Pues a los sacerdotes les confió esepeculiar oficio, el de que, orando aun en nombredel mismo pueblo, consagren a Dios en ciertomodo el correr y las vicisitudes de todo el tiempo.

Y el sacerdote, al conformarse con tal deber,no hace sino continuar, a través de los siglos,aquello mismo que Cristo hizo, pues «en los díasde su carne, habiendo ofrecido plegarias ysúplicas con grandes gritos..., fue oído por sureverencia» (ibid., 5, 7). Esta oración, tiene unaeficacia, porque está hecha en nombre de Cristo,esto es, por medio de Nuestro Señor Jesucristo, elcual es nuestro mediador junto al Padre ypresenta a él incesantemente su satisfacción, susméritos y el precio sumo de su Sangre. Ella es la«voz de Cristo», el cual «ora por nosotros comonuestro sacerdote, ora en nosotros como nuestraCabeza»16. Es igualmente siempre la «voz de laIglesia», que recoge las ansias y los deseos detodos los fieles que, asociados a la voz y a la fedel sacerdote, alaban a Jesucristo, y por medio deEl dan gracias al Eterno Padre del que, cada día ya cada hora, impetran los auxilios necesarios. Asíes como viene a repetirse lo que en otro tiempohizo Moisés, cuando –en lo alto del monte, y conlos brazos extendidos hacia el cielo– hablaba con16 S. Aug. Enarr. in Ps. 85, 1: PL 37, 1081.

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Dios y le suplicaba misericordia para su puebloque tantas penas sufría en el valle adyacente. Nootra cosa es lo que los sacerdotes reiteran cadadía.

Pero el oficio divino es también un medioeficacísimo de santificación. No es, en efecto, tansólo una recitación de fórmulas ni de cánticos quehayan de cantarse según cánones del arte: no setrata sólo del respeto de ciertas normas, llamadasrúbricas, o de ceremonias externas del culto, sinoque se trata más bien de la elevación de la mentey del alma a Dios para que se unan a la armoníade los espíritus bienaventurados que cantan susalabanzas eternamente17. Por ello, el oficio divinose ha de rezar, en todas sus horas, según lo que enel principio del mismo se hace notar: «Digna,atenta, devotamente».

Pero es necesario que el sacerdote ore con lamisma intención del Redentor. Es casi la mismavoz del Señor que, por medio de su sacerdote,continúa implorando de la clemencia del Padrelos beneficios de la Redención; es la voz delSeñor, a la que se asocian los coros de los ángelesy de los santos del cielo y de todos los fieles en latierra, para glorificar debidamente a Dios; es lavoz de Cristo, nuestro abogado, por medio de lacual se nos obtienen los inmensos tesoros de susméritos.

17 Cf. enc. Mediator Dei: AAS 39 (1947) 574.

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Meditad, por eso, atentos y solícitos, aquellasverdades fecundas que el Espíritu Santo nospropone por las palabras de las SagradasEscrituras y que los escritos de los Padres y de losDoctores comentan. Mientras vuestros labiosrepiten las palabras dictadas por el Espíritu Santo,cuidad bien de no perder nada de tesoro tangrande; y, para que vuestra alma sea el eco vivode la voz de Dios, alejad sin cesar y con cuidadotodo cuanto pueda distraeros y recoged vuestraatención y vuestros pensamientos de modo queos consagréis más fácilmente y con mayor fruto ala contemplación de las verdades eternas.

En la encíclica Mediator Dei hemos explicadoampliamente por qué fin el ciclo litúrgico anualevoca y representa de modo ordenado losmisterios de Nuestro Señor Jesucristo y celebratambién las fiestas de la Santísima Virgen y de losSantos. Estas enseñanzas, que hemoscomunicado a todos los fieles, porque sonutilísimas a todos, deben ser meditadasespecialmente por vosotros, los sacerdotes; porvosotros, que por el Sacrificio eucarístico y por elOficio divino tenéis parte tan importante en eldesarrollo del ciclo litúrgico.

Para que avancen cada vez másexpeditamente por el camino de la santidad, laIglesia recomienda con todo empeño a lossacerdotes, además de la celebración del Sacrificioeucarístico y la recitación del Oficio divino,

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también otros ejercicios de piedad. Sobre ellosNos place tocar ahora algunos puntos yproponerlos a vuestra consideración.

Ante todo, la Iglesia nos exhorta a lameditación que eleva la mente hacia el cielo, lasolicita a la contemplación de las cosas divinas yque, asimismo, conduce a nuestra alma, inflamadaen el amor de Dios, hacia El. Meditación de lascosas sagradas, que es la mejor preparación paracelebrar la Santa Misa y para, luego, dar a Dios lasdebidas gracias; que nos arrastra también apenetrar y gustas las bellezas de la liturgia, y,finalmente, nos hace contemplar las verdadeseternas así como los admirables ejemplos yenseñanzas del Evangelio.

Ejemplos del Evangelio y virtudes delRedentor, que por necesidad habrán dereproducir en sí mismos los sacerdotes. Mas, asícomo el alimento material no alimenta la vida, nila sustenta y aumenta, sino convenientementedigerido y transformado en sustancia nuestra, asíel sacerdote, si no meditare y contemplare losmisterios del Redentor divino –que es el modelosupremo y perfecto de la vida sacerdotal y lafuente inagotable de su santidad– y no viviere suvida, no puede adquirir el dominio de sí mismo yde sus sentidos, ni purificar su alma, niencaminarse a la virtud –como él debe– ni, en fin,cumplir con fidelidad, entusiasmo y fruto sussagrados deberes.

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Estimamos, por lo tanto, ser grave obligaciónNuestra exhortaros a la práctica de la meditacióndiaria, práctica recomendada a todo el clerotambién por el Código de Derecho Canónico (cf.can. 125, 2º). En efecto, así como el estímulo a laperfección sacerdotal es alimentado y reforzadopor la meditación diaria, así el descuido y olvidode esta práctica es origen de la tibieza del espíritu,por lo que la piedad disminuye y languidece, y nosólo cesa o se retarda el impulso de lasantificación personal, sino que todo el ministeriosacerdotal sufre no menos daño. Por ello debeasegurarse fundadamente que por ningún otromedio se puede lograr la eficacia particular de lameditación, y que su práctica cotidiana, por lotanto, es insustituible.

De la oración mental no debe separarse laoración vocal; ni falten tampoco otras formas deoración privada, que, en las condicionesparticulares de cada uno, ayudan a realizar launión del alma con Dios. Pero téngase muypresente que, más que las múltiples oraciones,valen la piedad y el verdadero y ardiente espíritude oración. Este ardiente espíritu de oración,necesario en todos los tiempos, lo es muysingularmente hoy, cuando el llamado"naturalismo" ha invadido las mentes y las almas,y la virtud está expuesta a peligros de todogénero, peligros que a veces se encuentran en elejercicio del mismo ministerio. ¿Qué cosa podrá

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defender mejor de estas insidias, qué cosa podráelevar el alma a las cosas celestiales y tenerlaunida con Dios mejor que la asidua oración y lainvitación de la ayuda divina?

Y como los sacerdotes pueden ser llamadospor título singular hijos de María, no podránmenos de alimentar una ardiente devoción haciala Virgen, de invocarla con confianza, de implorarcon frecuencia su poderosa protección. Todos losdías, como la Iglesia misma recomienda18, rezaránel santo rosario, que, al poner ante nuestrameditación los misterios del Redentor, nosconduce «a Jesús por María».

El sacerdote, antes de cerrar su jornada detrabajo, se dirigirá al tabernáculo y allí se detendrásiquiera algún tiempo, para adorar a Jesús en susacramento de amor, para reparar las ingratitudesde tantos hacia sacramento tan grande, paraencenderse cada vez más en el amor de Dios ypara permanecer de algún modo, aun durante eltiempo del reposo nocturno, que recuerda a sumente el silencio de la muerte, en la presencia delCorazón de Cristo.

No omita el diario examen de conciencia, quees el medio más eficaz así para darse cuenta de losprogresos de la vida espiritual durante el día,como para remover los obstáculos queentorpecen o retardan el progreso en la virtud,como, finalmente, para conocer los medios más18 Cf. CIC can. 125, 2.

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idóneos de asegurar al ministerio sacerdotalmayores frutos e implorar del Padre celestialperdón para tantas debilidades.

Esta indulgencia y el perdón de los pecadosnos son concedidos de modo especial en elsacramento de la penitencia, obra maestra de labondad del amor de Dios, para socorrer nuestrafragilidad. Que no ocurra nunca, amados hijos,que precisamente el ministro de este sacramentode reconciliación se abstenga de él. La Iglesia,como sabéis, dispone en esta materia: «Vigilen losordinarios para que los clérigos limpienfrecuentemente las manchas de su propiaconciencia con el sacramento de la penitencia»19.Aunque ministros de Cristo, somos, sin embargo,débiles y miserables: ¿cómo podremos, pues,subir al altar y tratar los sagrados misterios, si noprocuramos purificarnos lo más frecuentementeposible? Y en verdad que con la confesiónfrecuente «se aumenta el justo conocimientopropio, crece la humildad, se desarraigan lasmalas costumbres, se hace frente a la tibieza eindolencia espiritual, se purifica la conciencia, serobustece la voluntad, se lleva a cabo la saludabledirección de conciencias y aumenta la gracia envirtud del Sacramento mismo»20.

Y aquí es oportuna también otrarecomendación: que, al trabajar y avanzar en la

19 Cf. CIC can. 125, 1º.20 Enc. Mystici Corporis: AAS 35 (1943) 235.

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vida espiritual, no os fiéis de vosotros mismos,sino que con sencillez y docilidad, busquéis yaceptéis la ayuda de quien con sabia moderaciónpuede guiar vuestra alma, indicaros los peligros,sugeriros los remedios idóneos, y en todas lasdificultades internas y externas os puede dirigirrectamente y llevaros a perfección cada vezmayor, según el ejemplo de los santos y lasenseñanzas de la ascética cristiana. Sin estosprudentes directores de conciencia, de modoordinario, es muy difícil secundarconvenientemente los impulsos del EspírituSanto y de la gracia divina.

Deseamos ardientemente, en fin, recomendara todos la práctica de los Ejercicios Espirituales.Cuando nos retiramos por algunos días de lasocupaciones habituales y del ambiente ordinario ynos apartamos a la soledad y al silencio,prestamos oído más atento a la voz de Dios y éstapenetra más profundamente en nuestra alma. LosEjercicios, a la vez que nos llaman a uncumplimiento más diligente de los deberes denuestro ministerio, con la contemplación de losmisterios del Redentor, refuerzan nuestravoluntad, para «servirle a El en santidad y justiciatodos nuestros días» (Lc 1, 74, 75).

II

En el Monte Calvario le fue abierto alRedentor el costado, del que fluyó su sagrada

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sangre, que se derrama en el curso de los sigloscomo torrente que inunda, para purificar lasconciencias de los hombres, expiar sus pecados yrepartirles los tesoros de la salvación.

A cumplir ministerio tan sublime estándestinados los sacerdotes. En efecto, ellos no sóloconcilian y comunican la gracia de Cristo a losmiembros de su Cuerpo Místico, sino que sontambién los órganos del desarrollo del mismoCuerpo Místico, porque deben dar a la Iglesiacontinuamente nuevos hijos, formarlos,cultivarlos, guiarlos. Ellos son «dispensadores delos misterios de Dios» (1Co 4, 1); deben, por ello,servir a Jesucristo con perfecta caridad yconsagrar todas sus fuerzas a la salvación de loshermanos. Son los apóstoles de la paz; por esodeben iluminar al mundo con la doctrina delEvangelio y ser tan fuertes en la fe que puedancomunicarla a los demás y seguir los ejemplos ylas enseñanzas del divino Maestro, para poderconducirlos a todos a El. Son los apóstoles de lagracia y del perdón; deben por eso, consagrarsetotalmente a la salvación de los hombres yatraerlos al altar de Dios para que se nutran delpan de la vida eterna. Son los apóstoles de lacaridad; deben, por ello, promover las obras decaridad, hoy tantos más urgentes cuanto que lasnecesidades de los pobres han crecidoenormemente.

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El sacerdote debe, además, cuidar que losfieles comprendan bien la doctrina de laComunión de los santos, la sientan, y la vivan; ypara promoverla, sírvase de obras como elApostolado litúrgico y el Apostolado de laoración. Debe, además, promover, todas aquellasotras formas de apostolado que hoy, por lasespeciales necesidades del pueblo cristiano, sonde tanta importancia y de tanta urgencia.Aplíquese, por lo tanto, con toda diligencia a laenseñanza catequística, al desarrollo y a ladifusión de la Acción católica y de la Acciónmisional, y asimismo, a que –valiéndose de laactividad de seglares seriamente formados ypreparados– todo cuanto se refiere a la rectaordenación del problema social reciba unincremento cada día mayor, según lo requierennuestros tiempos.

Recuerde, además, el sacerdote que suministerio será tanto más fecundo cuanto másestrechamente esté él unido a Cristo y se guíe enla acción por el espíritu de Cristo. Entonces, suactividad sacerdotal no se reducirá a unmovimiento y a una agitación, puramentenaturales, que fatigan cuerpo y espíritu y queexponen al mismo sacerdote a desviacionesdañosas para sí y para la Iglesia; sino que sustrabajos y sus fatigas serán fecundados ycorroborados por aquellos carismas de gracia queDios niega a los soberbios, pero que concede en

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abundancia a quienes, trabajando con humildaden la viña del Señor, no se buscan a sí mismos nisu propia vanagloria (cf 1Co 10, 33), sino la gloriade Dios y la salvación de las almas. Por lo tanto,fiel a las enseñanzas del Evangelio, no confíe ensí mismo ni en sus propias fuerzas, ponga másbien su confianza en la ayuda del Señor: «Nada esel que planta ni el que riega, sino Dios que da elcrecimiento» (1Co 3, 7). Si el apostolado está asíordenado e inspirado, no podrá menos de ocurrirque el sacerdote atraiga hacia sí, con fuerza comodivina, los ánimos de todos. Reproduciendo él ensus costumbres y en su vida la viva imagen deCristo, todos los que se dirijan a él como maestroreconocerán, llevados por una interna persuasión,que él no dice palabras suyas, sino palabras deDios, y que no obra por propia virtud, sino por lavirtud de Dios: «Si uno habla, sean como palabrasde Dios; si uno tiene un ministerio, sea como poruna virtud comunicada por Dios» (1P 4, 11). Aúnmás; mientras se afana por ascender a la santidady ejercer con la mayor diligencia su ministerio,cuide de representar, en sí mismo, tanperfectamente a Cristo, que pueda con todahumildad repetir las palabras del Apóstol de lasGentes: «Sed mis imitadores, como yo [lo soy] deCristo» (1Co 4, 16).

Por estas razones, mientras alabamos acuantos, en el fatigoso trabajo de esta posguerra,guiados por el amor hacia Dios y por la caridad

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hacia el prójimo, bajo la guía y ejemplo de susObispos, han consagrado todas sus fuerzas alalivio de tantas miserias, no podemos menos deexpresar Nuestra preocupación y Nuestraansiedad por aquellos que, por las especialescircunstancias del momento, se han engolfado enel torbellino de la actividad exterior hasta el puntode olvidar el principal deber del sacerdote, que esla santificación propia. Hemos ya dicho en undocumento público21 que deben ser llamados amás recto sentir todos cuantos presumen que sepuede salvar al mundo a través de aquello quejustamente se ha llamado la herejía de la acción,de aquella acción que no tiene sus fundamentosen la ayuda de la gracia y no se sirveconstantemente de los medios necesarios para laconsecución de la santidad que Cristo nos dio.Del mismo modo juzgamos oportuno excitarles ala actividad propia de su sagrado ministerio aaquellos que, desentendiéndose por completo delas cosas exteriores, y como desconfiando de laeficacia del divino auxilio, no ponen todo suempeño, cada uno en la medida de susposibilidades, para lograr que el espíritu cristianovaya penetrando en la vida cotidiana, mediantetodos aquellos recursos que nuestros tiemposexigen22.

21 Cf. AAS 36 (1944) 239: Epist. Cum proxime exeat.22 Cf. Orat. die 12 sept. 1947.

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A todos, pues, os exhortamos con todasveras a que, estrechamente unidos al Redentor,con cuya ayuda lo podemos todo (cf Flp 4, 13), osdediquéis con toda solicitud a la salvación deaquellos que la Providencia ha confiado avuestros cuidados. ¡Cuán ardientementedeseamos, amados hijos, que emuléis a aquellossantos que, en los tiempos pasados, con susgrandes obras demostraron a cuánto llega en estemundo el poder de la gracia divina! Que todos ycada uno, con humildad y sinceridad, podáissiempre atribuiros –siendo testigos vuestrosfieles– el dicho del Apóstol: «Con mucho gustogastaré y me desgastaré a mí mismo en bien devuestras almas» (2Co 12, 15). Iluminad las mentes,dirigid las conciencias, confortad y sostened a lasalmas que se debaten en la duda, y gimen en eldolor. A estas principales formas de apostoladounid todas aquellas otras que las necesidades delos tiempos exigen. Pero que a todos sea bienmanifiesto que el sacerdote, en todas susactividades, ninguna otra cosa busca fuera delbien de las almas; y que su único ideal es Cristo, alque ha de consagrar sus fuerzas todas y su propiapersona.

Y, del mismo modo que para alentaros a lasantificación personal os hemos exhortado areproducir en vosotros mismos como una vivaimagen de Cristo, así ahora, para lograr lasantidad y la santificadora eficacia de vuestro

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ministerio, os conjuramos una y otra vez a quesigáis siempre las huellas del Divino Redentor; elcual, lleno del Espíritu Santo, «pasó haciendo elbien y sanando a todos los que estaban oprimidospor el demonio, porque Dios estaba con él» (Hch10, 38). Corroborados por el mismo Espíritu yempujados por su fuerza, vosotros podéisejercitar un ministerio que, alimentado einflamado por la caridad cristiana, no sólo serárico con la virtud divina, sino que podrácomunicar la misma virtud a los demás. Quevuestro celo esté vivificado por aquella caridadque todo lo soporta con ánimo sereno, que no sedeja vencer por la adversidad y que abraza atodos, pobres y ricos, amigos y enemigos, fieles einfieles. Esta larga fatiga y esta cotidiana pacienciala exigen de vosotros las almas por cuya salvacióntantos dolores y angustias sufrió nuestroSalvador, y con tanta paciencia que llegó a losmáximos tormentos y aun a la misma muerte,porque así quiso restituirnos a la divina amistad.Es éste, lo sabéis, el mayor de los bienes. Así,pues, no os dejéis llevar de un inmoderado deseode éxito, ni os desaniméis si, después de unasiduo trabajo, no recogéis los frutos deseados,porque «uno siembra y otro recoge» (Jn 4, 37).

Que, además, todo este vuestro celoapostólico resplandezca con una gran caridadbenigna. Porque, si es necesario combatir loserrores y oponerse a los vicios –deber, al que

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todos venimos obligados–, el ánimo del sacerdoteha de estar, sin embargo, movido siempre a lacompasión: pues preciso es combatir con todaslas fuerzas el error, pero amar intensamente alhermano que yerra y mediante una eficaz caridadconducirlo a la salvación. ¿Cuánto bien no hanhecho, cuántas admirables obras no han llevado acabo los santos gracias a la benignidad, y ello aunen ambientes corrompidos por la mentira ydegradados por el vicio? Faltaría ciertamente a sudeber quien, por complacer a los hombres, noatacase las malsanas inclinaciones, o quien semostrare indulgente con ideas y obras no rectasde los mismos, y ello en perjuicio de la doctrinacristiana y de las buenas costumbres. Pero,cuando quedan totalmente a salvo las enseñanzasdel Evangelio, cuando el que yerra se hallamovido por un sincero deseo de volverse al buencamino, entonces el sacerdote acuérdese de larespuesta dada por el Divino Maestro al Príncipede los Apóstoles, cuando éste le preguntabacuántas veces habría de perdonar a los hermanos:«No te digo hasta siete veces, sino hasta setentaveces siete» (Mt 18, 22).

Que esta actividad vuestra tenga siempre porobjeto no las cosas terrenales y caducas, sino laseternas. Ideal de los sacerdotes, que aspiren a lasantidad, debe ser éste: el trabajar únicamente porla gloria de Dios y la salvación de las almas.Muchísimos son los sacerdotes que, aun entre las

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graves dificultades y angustias de nuestro tiempo,han tenido como norma los ejemplos y avisos delApóstol de las Gentes, cuando, contentándosecon un mínimum indispensable, y tan sólobuscando lo estrictamente necesario, afirmaba:«Teniendo alimentos y con qué cubrirnos,contentémonos con ello» (1Tm 6, 8)

Gracias a este despego de las cosas terrenales,que va unido a una gran confianza en laProvidencia divina, y que Nos parece digno de lamayor alabanza, el ministerio sacerdotal ha dado ala Iglesia frutos ubérrimos de bien espiritual y aunsocial.

Esta vuestra solícita actividad debe, en fin,estar iluminada con la luz de la sabiduría y de laciencia e inflamada por la llama de la caridad.Todo el que se propone eficazmente lasantificación propia y de los demás, debe estaradornado con sólida doctrina, que no solamenteha de comprender la teología, sino que tambiéndebe extenderse a los conocimientos científicos yliterarios de nuestra época; y pertrechado contales estudios, el sacerdote, como buen padre defamilia, podrá sacar «de su tesoro cosas nuevas yantiguas» (cf. Mt 13, 52), de tal suerte que suministerio sea siempre muy estimado por todos, yresulte fructuoso. Ante todo, esta vuestraactividad ministerial debe ajustarse con absolutafidelidad a las prescripciones de esta SedeApostólica y a las normas de los Obispos. Y

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nunca ocurra, amados hijos, que dejen de usarse,o por defectuosa dirección no respondan a lasnecesidades de los fieles, todas aquellas formas ymétodos de apostolado que hoy son de tantautilidad, especialmente en aquellas regiones dondeel clero es extraordinariamente escaso.

Que cada día, pues, crezca más este vuestrocelo activo, que consolide a la Iglesia de Dios, quebrille ejemplar para los fieles y que constituya unfirme baluarte contra el que se estrellen, inútiles,los ataques de los enemigos de Dios.

Y ahora deseamos que esta Nuestraapostólica Exhortación tenga un especialrecuerdo para aquellos sacerdotes que, con granhumildad, pero con caridad encendida, dedicantodo su empeño a procurar y a aumentar lasantificación de los demás sacerdotes, ya comoconsejeros suyos, ya como directores espirituales,como confesores. El bien incalculable que elloshacen a la Iglesia queda la mayor parte de lasveces oculto durante toda su vida; pero un día semanifestará con toda claridad en la gloria del Reycelestial.

Nos, que no hace muchos años, con granconsuelo Nuestro, decretamos el máximo honorde los altares al sacerdote de Turín, José Cafasso–que en tiempos muy difíciles, según bien sabéis,fue guía espiritual, tan sabio y tan santo, de nopocos sacerdotes, que les hizo avanzar en lavirtud y les hizo particularmente fecundo su

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sagrado ministerio–, alimentamos la plenaconfianza de que, por su válido patrocinio, elDivino Redentor suscite numerosos sacerdotes deigual santidad, que sepan conducirse a sí mismosy guiar a sus propios hermanos a tan excelsaperfección de vida, que todos los fieles, alcontemplar sus luminosos ejemplos, se sientaninterior y espontáneamente movidos a imitarlos.

III

Hemos expuesto hasta ahora, en esta NuestraExhortación, las principales verdades y normasfundamentales sobre las que se basa el sacerdociocatólico y el ejercicio de su ministerio. A estasverdades y a estas normas se conformandiligentemente en su práctica diaria todos lossantos sacerdotes; pero, por lo contrario –yhemos de dolernos de ello– todos cuantosabandonaron o rehuyeron las obligacionesaceptadas en su sagrada ordenación,desgraciadamente se apartaron de aquéllas.

Ahora bien: para que esta Nuestra paternalExhortación sea más eficaz, estimamos oportunoindicar con mayor detalle algunas cosas que serefieren de modo peculiar a la práctica de la vidadiaria. Esto es tanto más necesario cuanto que enla vida moderna se dan algunas situaciones y sepresentan de modo nuevo algunas cuestiones querequieren por Nuestra parte un examen másdiligente y un más atento cuidado. Queremos, por

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eso, exhortar a todos los sacerdotes, y de modoparticular a los Obispos, a que con toda solicitudpromuevan todo cuanto se crea necesario ennuestros tiempos; y que, asimismo, haganvolverse a la verdad, a la rectitud y a la virtud,todo cuanto se hubiere desviado del recto caminoo, lo que fuera peor, fuese plenamente depravado.

Bien sabéis cómo, después de las largas yvariables alternativas de la reciente guerra, elnúmero de los sacerdotes –así en las nacionescatólicas como en las tierras de misión– esplenamente insuficiente para las necesidadescrecientes sin cesar. Por lo cual exhortamos atodos los sacerdotes, bien del clero diocesano,bien pertenecientes a órdenes y congregacionesreligiosas, a que, apretados por los vínculos de lafraterna caridad, procedan en unión de fuerza yde voluntades hacia la meta común, que es el biende la Iglesia, la santificación propia y la de losfieles. Todos, aun aquellos religiosos que pasan suvida escondida en el retiro y en el silencio, debencontribuir a la eficacia del apostolado sacerdotalcon la oración y con el sacrificio; y, cuantostambién puedan hacerlo con su actividad, lohagan con entusiasmo y alegría.

Pero es también necesario reclutar, con laayuda de la gracia divina, otros colaboradores ycompañeros en el apostolado. Llamamosespecialísimamente la atención de los Ordinarios,y de cuantos tienen cura de almas, sobre este

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importantísimo problema, que está íntimamenteunido con el porvenir de la Iglesia. Es cierto quela Iglesia no carecerá jamás de los sacerdotesnecesarios a su misión; pero todos hemos de estarvigilantes, trabajar, acordándonos de aquellaspalabras del Señor: «La mies es mucha, pero losoperarios son pocos» (Lc 10, 2), usar de todadiligencia para dar a la Iglesia numerosos y santosministros.

Ya nuestro mismo Divino Redentor nosindica el camino más seguro para tenernumerosas vocaciones: «Pedid al Señor de la miespara que mande operarios a su mies» (ibíd.). Por lotanto, mediante una oración humilde y confiada,hemos de pedirlo así a Dios.

Pero es también necesario que las almas delos que por divina vocación son llamados alestado sacerdotal sean preparadas al impulso y ala acción invisible del Espíritu Santo; y a este finse precisa la contribución que puedan dar lospadres cristianos, los párrocos, los confesores, lossuperiores de seminario, los sacerdotes y todoslos fieles que vivamente se preocupan de lasnecesidades y el incremento de la Iglesia. Losministros de Dios procuren, no sólo en lapredicación y en la instrucción catequística, sinotambién en las conversaciones privadas, disiparlos prejuicios tan difundidos contra el estadosacerdotal, mostrando su dignidad excelsa, subelleza, su necesidad y su alto mérito. Todos los

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padres y madres cristianos, a cualquier clase sociala que pertenezcan, deben pedir a Dios con todosu fervor que les haga dignos de que, al menosuno de sus hijos, sea llamado a su servicio. Todoslos cristianos, en fin, deben sentir el deber defavorecer y ayudar a todos cuantos se sientenllamados al sacerdocio.

La selección de los candidatos al sacerdocio,que el Código de Derecho Canónico (cf. can.1353) confía y tanto les recomienda a los Pastoresde almas, ha de constituir también el empeñosingular de todos los sacerdotes, que no sólodeben dar humildes y generosas gracias a Diospor el don inestimable que ellos recibieron, sinoque deben no tener nada por más querido yagradable que encontrar, y ayudarle por todos losmedios, un sucesor entre aquellos jóvenes quesepan hallarse adornados de las dotes necesariaspara tan alta dignidad. Para conseguir más eficazéxito en ello, todo sacerdote debe esforzarse porser y mostrarse ejemplo de vida sacerdotal que,para los jóvenes en cuya proximidad vive y en loscuales halle signos del divino llamamiento, puedaconstituir un ideal que imitar.

Esta selección vigilante y discreta hágasesiempre y en todas partes, no sólo entre jóvenesque están ya en el seminario, sino aun entrequienes en otras escuelas e instituciones realizansus estudios, y de modo particular entre los quecooperan con su ayuda a las diversas formas y

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empresas del apostolado. Estos, aunque lleguen alsacerdocio en edad avanzada, están confrecuencia adornados de mayores y más sólidasvirtudes, porque ya hubieron de luchar con lasmás graves dificultades y así reforzaron su espírituentre las agitaciones de la vida y porque, además,colaboraron ya en obras de apostolado,estrechamente relacionadas con el ministeriosacerdotal.

Pero es preciso examinar siempre con sumadiligencia a cada uno de los aspirantes alsacerdocio para ver con qué intenciones y porqué causas han tomado esta resolución. De modoespecial, cuando se trate de niños, es precisoindagar si están adornados de las necesarias dotesmorales y físicas y si aspiran al sacerdocioúnicamente por su dignidad y por la utilidadespiritual propia y ajena.

Vosotros sabéis, Venerables Hermanos,cuáles son las condiciones de idoneidad moralque la Iglesia requiere en los jóvenes que aspiranal sacerdocio, y creemos superfluo detenernos enexponer esta materia. Llamamos, en cambio,vuestra atención sobre las condiciones deidoneidad física; y esto tanto más cuanto que lareciente guerra ha dejado huellas funestas y haperturbado en las más variadas formas a lasgeneraciones jóvenes. Examínense, pues, conparticular atención las cualidades físicas del

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candidato, recurriendo, si es necesario, aun alexamen de un médico prudente.

Con esta selección de las vocaciones hechascon celo y prudencia, confiamos Nos que portodas partes surgirá una escogida y abundantepléyade de candidatos al sacerdocio.

Si muchos sagrados pastores estángravemente preocupados por la disminución delas vocaciones, no menos preocupación lessobrecoge cuando se trata de la formación de losjóvenes que han entrado ya en el Seminario.Reconocemos, Venerables Hermanos, cuán arduoes vuestro trabajo y cuántas dificultades presenta;pero, del cumplimiento obligado de tan gravedeber, tendréis grandísimo consuelo en cuanto,como recuerda Nuestro predecesor León XIII,«de los cuidados y de las solicitudes puestas en laformación de los sacerdotes, recibiréis frutossumamente deseables y experimentaréis quevuestro oficio episcopal será más fácil de ejercitary tanto más fecundo en frutos»23.

Estimamos, por lo tanto, oportuno darosalgunas normas sugeridas por la necesidad, hoymás que nunca sentida, de educar santossacerdotes.

Ante todo es preciso recordar que losalumnos de los seminarios menores, que sonformados en los primeros estudios, no son sino

23 Enc. Quod multum, ad Epp. Hungariae, 22 aug. 1886: Acta Leonis, vol.VI, p. 158.

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adolescentes separados del ambiente natural de lafamilia. Es necesario, por ello, que la vida queesos jóvenes lleven en el seminario correspondaen cuanto sea posible a la vida normal de su edad;se dará, por lo tanto, gran importancia a la vidaespiritual, pero en forma adecuada a su capacidady a su grado de desarrollo; y cuídese de que todoello se desenvuelva en lugares espaciosos ycapaces. Pero, también en ello, obsérvese la «justamedida y moderación», no sea que quienes han deser formados en la abnegación y en las virtudesevangélicas, «vivan en casas suntuosas, enrefinadas delicadezas y con todas lascomodidades»24.

En general, se ha de procurar la formacióndel carácter propio de cada niño; procúrese, demodo especial, el que se desarrolle cada vez mejorla conciencia de cada uno, examinando cómo seenfrenta con los peligros, cómo juzga de loshombres y de los acontecimientos, cómo,finalmente, se desarrolla en él el espíritu deiniciativa. Por esto, los que dirigen los seminariosdeberán ser muy moderados en las reprensiones,aligerando, a medida que los jóvenes crecen enedad, el sistema de la vigilancia rigurosa y de lasrestricciones, para así lograr que los jóveneslleguen a guiarse por sí mismos, a sentirseresponsables de sus propias acciones. No sólo lesconcedan cierta libertad de acción en24 Cf. Allocut. 25 nov. 1948: AAS 40 (1948) 552.

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determinadas iniciativas, sino que habitúen a losalumnos a la propia reflexión para que másfácilmente lleguen a asimilarse las verdadesteóricas y las normas prácticas; no teman tenerlosal corriente de los acontecimientos del día y,además de darles elementos necesarios para quepuedan formarse y expresar un recto juicio sobreellos, no rehúyan la discusión sobre los mismos,para así ayudarles y habituarles a juzgar y valorarcon equilibrio los hechos y sus causas.

Si estas normas se guardaren con prudencia,los jóvenes formados en la honradez y en lalealtad, al estimar –en sí y en todos los demás– lafirmeza y rectitud del carácter, llegarán al mismotiempo a sentir aversión hacia toda forma dedoblez y de simulación. Si se lograre esta rectitudy sinceridad, los superiores podrán ayudarles conmayor eficacia, cuando se trate de examinar siverdaderamente están llamados por Dios a lasagrada ordenación.

Si los jóvenes –especialmente los que hanentrado en el seminario en tierna edad– se hanformado en un ambiente demasiado retirado delmundo, cuando después salgan del seminariopodrán encontrar serias dificultades en lasrelaciones con el pueblo y con el laicado culto, ypuede así ocurrir o que tomen una actitudequivocada o falsa hacia los fieles o queconsideren desfavorablemente la formaciónrecibida. Por este motivo, es preciso disminuir

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gradualmente y con la debida prudencia laseparación entre el pueblo y el futuro sacerdote,para que cuando éste, recibidas las sagradasórdenes, inicie su ministerio, no se sientadesorientado; lo cual no sólo perturbaríagravemente su espíritu, sino que tambiéndisminuiría mucho la eficacia de sus actividadessacerdotales.

Otro grave cuidado de los superiores ha deser la formación intelectual de los alumnos.

Tenéis presentes, Venerables Hermanos, lasórdenes y disposiciones que esta Sede Apostólicaha dado a este propósito y que Nos mismohemos recomendado a todos desde el primerencuentro que tuvimos con los alumnos de losseminarios y colegios de Roma al comienzo deNuestro Pontificado25.

Aquí queremos recomendar, ante todo, que lacultura literaria y científica de los futurossacerdotes sea, por lo menos, no inferior a la delos seglares que asisten a análogos cursos deestudios. De este modo no sólo se asegurará laseriedad de la formación intelectual, sino que sefacilitará también, en cada caso, la elección de loscandidatos. Y, así formados, los seminaristas sesentirán con la más plena libertad, cuando tratendefinitivamente de su elección de estado; y nohabrá el peligro de que, por falta de una suficientepreparación cultural que pueda asegurarles una25 Cf. Orationem diei 24 iun. 1939: AAS 31 (1939) 245-251.

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colocación en el mundo, alguno se sienta encierto modo obligado a proseguir un camino queno es el suyo, haciéndose las cuentas deladministrador infiel: «Para cavar no valgo, demendigar me avergüenzo» (Lc 16, 3). Y siocurriese que alguno, sobre el que habíaconcebido buenas esperanzas la Iglesia, se alejaradel seminario, esto no debe preocupar, porque eljoven que ha conseguido encontrar su camino,más tarde no podrá menos de recordar losbeneficios recibidos en el seminario, y con susactividades podrá proporcionar una notablecontribución de bien en las obras del laicadocatólico.

En la formación intelectual de losseminaristas, aun no olvidando los demásestudios, entre los que debemos recordar lospertenecientes a los problemas sociales, hoy tannecesarios, dese la máxima importancia a ladoctrina filosófica y teológica, «según la normadel Doctor Angélico» (cf. CIC, can 1366, 2), quedeberá ir unida con un pleno conocimiento de losproblemas y errores de nuestros tiempos. Elestudio de estas cuestiones y doctrinas es de sumaimportancia y utilidad, lo mismo para el espíritudel sacerdote que para el pueblo. Y los maestrosde la vida espiritual afirman que tales estudios,con tal de que se enseñen del modo debido, sonuna ayuda eficacísima para conservar y alimentar

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el espíritu de fe, refrenar las pasiones, mantener elalma unida a Dios.

Añádase que el sacerdote, que es como la «salde la tierra» y la «luz del mundo» (cf. Mt 5, 13,14), debe entregarse con todo empeño a ladefensa de la fe, predicando el Evangelio yrefutando los errores de las doctrinas adversas,diseminados hoy entre el pueblo por todos losmedios. Mas no se pueden combatir eficazmentetales errores sino se conocen a fondo losinconmovibles principios de la filosofía y de lateología católica.

Y en ello no está fuera de lugar el recordarque el método de enseñanza que tiene ya tantoabolengo en las escuelas católicas, tiene particulareficacia así para dar conceptos claros como parademostrar que las doctrinas confiadas en sagradodepósito a la Iglesia, maestra de los cristianos,están entre sí orgánicamente conexas ycoherentes. No faltan, sin embargo, quienesactualmente, desentendiéndose de las másrecientes enseñanzas de la Iglesia, y descuidandola claridad y la precisión de las ideas, no sólo sealejan del sano método escolástico, sino queabren el camino a opiniones falsas o falaces,como una triste experiencia demuestra.

Para impedir, por lo tanto, que en losestudios eclesiásticos hayan de lamentarsevaivenes o incertidumbres, os exhortamos,Venerables Hermanos, a que vigiléis asiduamente

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para que las normas precisas dadas por esta SedeApostólica sobre tales estudios sean fielmenteacogidas y llevadas a la práctica en toda suintegridad.

Si con solicitud tanta, en virtud de Nuestrodeber apostólico, hasta aquí Nos hemos ocupadode la eficaz preparación intelectual que al clero hade darse, no es difícil entender cuánta es Nuestrapreocupación porque la formación espiritual ymoral de los jóvenes clérigos sea lo más rectaposible; pues si de otro modo sucediere, suciencia, por muy eminente que fuere, a causa de lasoberbia y de la arrogancia, que fácilmente seadueñan de los corazones, podría ocasionar lasmáximas ruinas. Por ello la Santa Madre Iglesiaquiere, sobre todo, que en los seminarios sepongan sólidos fundamentos de santidad aaquellos jóvenes; santidad, que el ministro deDios deberá luego ofrecer y practicar en todo eldecurso de su vida.

Como ya hemos dicho de los sacerdotes, asíahora insistimos en que todos los seminaristasdeben tener una plena convicción, sincera y muyprofunda, de la necesidad de una exquisita vidaespiritual, constituida por todas las virtudes, quecon todo empeño han de tratar de conservarluego con fortaleza y aun aumentarlas conentusiasmo durante su vida, una vez que antes lashubiesen adquirido.

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Cuando en el decurso de cada día, casisiempre a las mismas horas, los jóvenesseminaristas lleven a cabo las diversas prácticasreligiosas, puede temerse el que un movimientointerior de su alma no responda plenamente alexterior ejercicio de la piedad; lo cual, en virtudde la costumbre, pudiera resultar habitual y hastaagravarse cuando, ya fuera del seminario, elministro de Dios se encuentre como arrebatadopor la obligada necesidad de acción en eldesempeño total de sus ministerios.

Así, pues, póngase el máximo empeño ycuidado para que los jóvenes seminaristas seformen plenamente en una vida interioralimentada por un espíritu sobrenatural y movidapor el mismo espíritu sobrenatural que lagobierna. Que ellos lo hagan todo guiados por laluz de la fe y unidos íntimamente con CristoJesús, plenamente convencidos de que éste es ungrave deber de conciencia que se impone aquienes más tarde habrán de ser consagradossacerdotes y deberán, por lo tanto, representar ala misma persona del Divino Maestro en laIglesia. Ha de ser la vida interior, para losseminaristas, el medio más eficaz para que logrenadquirir las condignas virtudes sacerdotales, paravencer totalmente toda clase de dificultades, ypara llevar a la práctica plenamente los más altospropósitos.

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Quienes están consagrados a la formaciónmoral de los seminaristas han de tener siempremuy presente el hacerles conquistar todas aquellasvirtudes que la Iglesia exige a sus sacerdotes. Yahemos tratado de ellas en otra parte de NuestraExhortación; por ello no es necesario volvamos arepetir lo dicho. Pero, entre todas las virtudes quehan de adornar a los aspirantes al sacerdocio, nopodemos menos de incitarles singularmente a queprocuren aquellas sobre las cuales, como sobrefirmes fundamentos, se apoya toda la santidadsacerdotal.

Muy necesario es que los jóvenes adquierande tal modo el espíritu de la obediencia que seacostumbren a someter sinceramente su voluntada la voluntad de Dios, manifestada siempre pormedio de la autoridad de los superiores delseminario. Y así, en su modo de obrar nunca hayanada que no esté conforme a la voluntad divina.Obediencia, que debe siempre inspirarse, para losjóvenes, en el modelo perfecto del DivinoRedentor, que en la tierra tan sólo tuvo esteprograma: «que yo haga, Dios mío, tu voluntad»(Hb 10, 7).

Que los jóvenes seminaristas se dispongan, yadesde los primeros años a obedecer filial ysinceramente a sus superiores, de suerte que en sudía estén dispuestos a obedecer con la máximadocilidad a la voluntad de sus Obispos, según elmandato del muy invicto atleta de Cristo, Ignacio

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de Antioquía: «Obedeced todos al Obispo, comoJesucristo a su Padre»26. «Quien honra al Obispo,honrado es de Dios; quien obra algo a escondidasdel Obispo, al demonio sirve»27. »Nada hagáisnunca sin el Obispo, guardad vuestro cuerpo cualtemplo de Dios, amad la unión, evitad lasdiscordias, sed imitadores de Jesucristo como Ello fue de su Padre»28.

Suma diligencia y solicitud, además, ha deemplearse para que los seminaristas estimen,amen y defiendan en su espíritu la castidad,porque su elección del estado sacerdotal y laperseverancia en él dependen en gran parte deesta virtud. Y estando ella tan sujeta a peligros tangrandes, dentro de la humana sociedad, ha de sersólidamente poseída y largamente probada porquienes aspiran al sacerdocio. Por ello, en elmomento oportuno, sean bien instruidos losseminaristas sobre la naturaleza del celibatoeclesiástico y la consiguiente castidad que elloshan de guardar (cf. CIC, can. 132), así comosobre los deberes todos que lleva consigo, y nodejen de ser bien avisados acerca de todos lospeligros que en esta materia les pueden ocurrir.Asimismo, los seminaristas han de ser muy bienprevenidos, aun desde su edad más tierna, aguardarse bien de los peligros, recurriendo

26 Ad Smyrnaeos 8, 1; PG 8, 714.27 Ibid. 9, 1: 714, 715.28 Ad Philadelphienses 7, 2; PG 5, 700.

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fielmente a todos los medios que la ascéticacristiana aconseja para refrenar las pasiones;porque cuanto más firme y eficaz sea el dominiosobre éstas, tanto más podrá el alma avanzar enlas demás virtudes y tanto más abundantes seránen su día, los frutos de la actividad sacerdotal. Portodo ello, si en esta materia algún seminaristamostrare torcidas tendencias, y, dado algúntiempo para una prueba conveniente, se mostraraincorregible en tan perversa inclinación,absolutamente deberá ser despedido delseminario, antes de ser admitido a las órdenessagradas.

Esta y todas las demás virtudes que dignificanal sacerdote, y de las que hemos hablado, lasdeberán adquirir fácilmente los seminaristas, si yadesde jóvenes se alimentaren con aquella sincera ytierna piedad hacia Jesucristo, presente verdadera,real y sustancialmente, entre nosotros, en elaugusto Sacramento de su amor; y si al mismotiempo fueran movidos por el mismo Cristo ysólo en El vieran el fin de todas sus acciones, asícomo de sus aspiraciones y sacrificios. Y muygrande será la alegría de la santa Iglesia, si yadesde jovencitos, a la piedad hacia el SantísimoSacramento de la Eucaristía vinieren a unir unasingular devoción filial hacia la Santísima VirgenMaría; devoción y piedad decimos, en virtud de lacual su alma se abandone totalmente a la Madrede Dios, sintiéndose movida a imitar los ejemplos

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de sus virtudes, porque jamás podrá faltar el frutode un ministerio ardiente y celoso en unsacerdote, cuya adolescencia se haya nutridoprincipalmente del amor a Jesús y a María.

Y en este momento, Venerables Hermanos,no podemos menos de exhortaros a que tengáisun cuidado muy especial de los jóvenessacerdotes.

El paso, de la vida sosegada y tranquila delseminario a la actividad apostólica de susministerios, puede ser bastante peligrosa para lossacerdotes que entran en el campo abierto de suapostolado, si antes no estuvieran suficientementepreparados para semejante género de nueva vida.Por ello, oportunamente habréis de considerarmuy bien que todas las esperanzas puestas en losjóvenes sacerdotes pueden fallar por completo,sino se les introdujere poco a poco y con cuidadoen el trabajo, y si alguien prudentemente no lesvigilare y moderare paternalmente en su primeracceso a los trabajos en su ministerio.

Razón ésta por la cual Nos aprobamos debuen grado el que los nuevos sacerdotes, allídonde fuere posible, durante algunos años, seanacogidos en especiales colegios o institutos, en loscuales, bajo la guía de hombres de prudencia yexperiencia probadas, puedan ejercitarse másprofundamente en la piedad y en las sagradasdisciplinas, capacitándose, cada uno según suingenio, para los ministerios sacerdotales. Por este

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motivo quisiéramos Nos que semejantes colegiosse fundaran en todas y cada una de las diócesis o,si las circunstancias lo exigieren, uniéndose variasdiócesis para ello.

En lo que a Nuestra alma Ciudad toca, Nosmismo ya Nos hemos cuidado de ello pues, alcumplirse el quincuagésimo aniversario deNuestra ordenación sacerdotal, hemos erigido elInstituto de San Eugenio dedicado singularmentea los jóvenes sacerdotes29. Os exhortamos, pues,Venerables Hermanos, para que evitéis, cuantoposible sea, el lanzar hacia la plenitud de laactividad sacerdotal a sacerdotes todavíainexpertos o el mandarlos a lugares muyapartados de la capital de su diócesis o de lasciudades más importantes de ésta; porque si sehallaren en semejante situación, aislados,inexpertos, expuestos a los peligros, lejos deprudentes maestros, tan sólo se seguirán gravesdaños así para ellos como para su actividadministerial.

También aprobamos Nos de buen grado,Venerables Hermanos, el que estos jóvenessacerdotes vivan algún tiempo junto a algúnpárroco y sus coadjutores, porque de este modo,con el ejemplo y guía de personas más avisadas,podrán adiestrarse más fácilmente para cumplirlos deberes de su sagrado ministerio al mismotiempo que perfeccionarse más aún en el espíritu29 Cf. AAS 41 (1949) 165-167.

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de piedad. Por ello recordamos a todos losPastores de almas que el futuro éxito de estossacerdotes jóvenes está, en gran parte en suspropias manos. Porque el celo ardiente y elgeneroso entusiasmo de que se encuentran ellosanimados, cuando por primera vez inician suministerio, ciertamente puede disiparse, o almenos debilitarse por el ejemplo mismo de los yaancianos, si estos no brillan con el esplendor desus virtudes, o si, so pretexto de no cambiar lasviejas costumbres a que se hayan habituados, semuestran muy inclinados a un género de vida yaacostumbrado.

Cuanto deseaba la Iglesia ya hace tiempo (cf.CIC, can. 134), Nos lo aprobamos yrecomendamos vivamente, esto es, que seintroduzca y se extienda la vida común en lossacerdotes de una misma parroquia o deparroquias limítrofes.

Práctica esta de la vida común, queciertamente puede llevar consigo ciertasdificultades, pero que indudablemente tienegrandísimas ventajas: ante todo, alimentarcotidianamente, cada vez más y más, entre lossacerdotes el celo y el espíritu de caridad; además,el que den admirable ejemplo a los fieles en suseparación –la de los ministros de Dios– de suspropios intereses y aun de sus propias familias;finalmente, el que den testimonio, ante todos, de

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su escrupulosa solicitud por salvaguardar la virtudde la castidad sacerdotal.

Por lo demás, necesario es que los sacerdotesse consagren plenamente al estudio, según mandael Código de Derecho Canónico: «Los clérigos enningún modo interrumpan sus estudiosprincipalmente los sagrados, después quehubieren recibido el sacerdocio» (Can. 129).

Y el mismo Código, además de exigir que lossacerdotes jóvenes se sometan a examen «todoslos años en el decurso de un trienio completo»(Can. 130, 1º), manda que con la mayorfrecuencia, cada año, tengan ellos reunionesencaminadas a «promover la ciencia y la piedad»(Can 131, 1º).

Y para bien favorecer tales estudios, que aveces son difíciles a los sacerdotes a causa de lasprecarias condiciones económicas, sería muyoportuno el que los Ordinarios, siguiendo laantigua y luminosa tradición de la Iglesia, secuidaran de devolver su antigua dignidad a lasbibliotecas, catedrales, colegiales y parroquiales.

Bibliotecas estas eclesiásticas que, noobstante las muchas expoliaciones ydestrucciones sufridas, poseen con frecuencia unapreciosa herencia así de documentos como decódices manuscritos o de libros impresos,«testimonio muy preclaro, en verdad, de la granactividad y autoridad de la Iglesia, así como de lafe y piedad de nuestros mayores, de sus estudios y

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de su refinada distinción»30. Que jamás estasbibliotecas sean consideradas como abandonadosalmacenes de libros, sino que presenten más bienuna organización viva, de suerte que haya en ellasuna sala dedicada a la consulta y estudio de libros.Pero, sobre todo, que dichas bibliotecas se hallenpuestas al día, cuidando de proveerlas con todaclase de publicaciones, singularmente de las quetocan a las cuestiones religiosas y sociales denuestro tiempo. Y así, tanto los profesores comolos párrocos, y singularmente los jóvenessacerdotes, podrá buscar en ellas, la doctrinanecesaria ya para difundir las verdades delEvangelio, ya para combatir todos los errores.

Finalmente, Venerables Hermanos, juzgamosque pertenece a Nuestro oficio el dirigiros unaespecial advertencia sobre las dificultades propiasde nuestros tiempos. Bien habéis advertido, ytenéis muy comprobado, que entre los sacerdotes,singularmente entre los menos dotados dedoctrina y de una vida severa, cada día se vadifundiendo, más grave y más extenso, cierto afánde novedades.

Novedad, por sí misma, nunca es un criteriocierto de verdad, y tampoco puede ser laudable,sino cuando, al mismo tiempo que confirma laverdad, conduce a la rectitud y a la probidad.

30 Cf. Epist. Emmi. Card. Patri Gasparri, a publicis negotiis, ad ItaliaeEpiscopos datam die 15 mensis Aprilis anno 1923: en Enchiridion clericorum,Typ. Pol. Vat., 1937, p. 613.

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Ciertamente que son graves los errores de laépoca que vivimos: sistemas filosóficos, quenacen y mueren sin haber logrado mejorar ennada las costumbres de los hombres;manifestaciones artísticas verdaderamentemonstruosas, que pretenden mostrarse bajo elfalso nombre cristiano; sistemas de gobernaciónpública, que atienden más bien a las ventajas delos individuos que al bien común, y ello en nopocos lugares; organizaciones económicas ysociales, que maquinan mayores peligros para loshonrados que para los hombres sin escrúpulos.De donde necesariamente se sigue que no faltan,en estos nuestros tiempos, sacerdotesinficionados de alguna manera por semejantecontagio; que con frecuencia manifiestan talesopiniones y llevan un género tal de vida, aun ensu propio vestir y en el porte de su persona, queciertamente están muy ajenos así a su dignidadcomo a su ministerio; que se dejan llevar por elafán de novedad, así cuando predican a los fielescomo cuando combaten los errores de losadversarios; y que, finalmente, al obrar así, nosólo debilitan la fe de su propia alma, sino que,pisoteada su fama personal, aniquilan totalmentela eficacia de su ministerio.

Sobre todas estas cosas, VenerablesHermanos, llamamos vivamente vuestra atención,bien seguros de que vosotros, en medio deldesmesurado afán –que hoy se ha apoderado de

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no pocos–, de admirar ora los tiempos pasadosora los futuros, usaréis aquella prudencia, que,unida con la sabiduría y la vigilancia, sepaencontrar los nuevos métodos para la actividad yla lucha por el triunfo de la verdad. Estamos muylejos de pensar que el apostolado no debaadaptarse a las realidades de la vida moderna y deque las iniciativas actuales no deban correspondera las exigencias de nuestro tiempo. Pero comoquiera que todo apostolado, que en la Iglesia sedesarrolla, necesariamente ha de organizarse porlos grados de la dignidad legítima, no se han deintroducir nuevos métodos sino tan sólo con elbeneplácito del Ordinario. Que los sagradosPastores de una misma región o nación procurenen esta materia comunicar entre sí sus criterios,proveyendo de modo conveniente a lasnecesidades de sus regiones y estudiandoseriamente los métodos más idóneos y ajustadosal apostolado religioso. Y si todo esto se hicieracon orden y disciplina, nunca jamás podrá faltar lacorrespondiente eficacia a la acción sacerdotal.Pero que todos estén bien persuadidos de esto:que es preciso obedecer más bien a la voluntad deDios que a la de los hombres, y que la actividaddel apostolado no deberá regularse según lasopiniones personales, sino más bien según lasleyes y las normas de la Jerarquía. Vana ilusión escreer que cualquiera pueda ocultar su pobrezaespiritual y dedicarse eficazmente a la difusión del

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reinado de Cristo tan sólo porque empleareextravagantes y absurdos métodos de actuaciónexterna.

Y también juzgamos que se requiere unaposición igualmente recta, por parte de lossacerdotes, cuando se trata de las doctrinassociales, tal como se presentan en la épocapresente.

Porque no faltan actualmente quienes, frentea las maquinaciones de los comunistas, que, alprometer un perfecto bienestar temporal,intentan arrancar la fe a aquellos mismos aquienes prometen la plena felicidad temporal, nosólo se muestran temerosos sino que se hallanagitados; pero esta Sede Apostólica, en muyrecientes documentos, ha indicado con todaclaridad el camino que todos han de seguir y delque nadie puede apartarse, si no quiere faltar a laconciencia de su deber.

Pero otros se muestran no menos temerosose inciertos ante aquel sistema económico que sellama capitalismo; cuyas graves consecuencias laIglesia repetidas veces ha denunciado claramente.La Iglesia, en efecto, ha indicado no sólo losabusos del capital y del exagerado derecho depropiedad que semejante sistema promueve ydefiende, sino que ha enseñado también que elcapital y la propiedad han de ser instrumentosadecuados de la producción en beneficio así detoda la sociedad como del sostenimiento y

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defensa de la libertad y dignidad humanas. Losdaños consiguientes a ambos sistemaseconómicos deben persuadir a todos, perosingularmente a los sacerdotes, a que semantengan siempre fieles a la doctrina socialenseñada por la Iglesia, y a que la propaguenentre los demás y la lleven por todos los medios ala práctica. En efecto; esta doctrina es la únicaque puede curar los males que cada día crecen enmayor extensión; porque ella sola es la que une yperfecciona conjuntamente las exigencias todasde la justicia junto con los deberes de la caridad ypromueve un orden social que ni oprime a losindividuos, ni los separa mutuamente por losexagerados afanes de las propias ventajas, antesbien los une en admirable armonía de relaciones ycon el vínculo de la caridad fraternal.

Los sacerdotes, imitando los ejemplos delDivino Maestro, deberán ir por todos los mediosal encuentro de las necesidades de los pobres y delos trabajadores, y aun de todos aquellos quegimen en la angustia y la miseria, entre los cualeshan de contarse no pocos de la clase media y aundel mismo orden sacerdotal. Pero de ningúnmodo olviden jamás a aquellos que, abundandoen las riquezas, son muy pobres en su espíritu yque, por lo tanto, han de ser llamados a una plenarenovación de su vida, siguiendo el ejemplo deZaqueo, que dijo: «La mitad de mis bienes... ladoy a los pobres; y, si en algo he defraudado a

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alguno, le restituyo el cuádruplo» (Lc 19, 8). En elfervor de las disputas sociales, los sacerdotalesjamás deberán olvidar la finalidad de suministerio: con valor y sin temor alguno,propongan siempre aquellos principiosdoctrinales que, en las diversas clases sociales, serefieren ya al derecho de propiedad, ya a lasriquezas o a la justicia y a la caridad; pero cuidenbien de enseñar con su ejemplo, en la forma másperfecta, aquellos mismos principios.

Pero sean seglares quienes se encarguen deque semejantes principios sean llevados a lapráctica. Si aquéllos no estuvieran biencapacitados para ello, al sacerdote le correspondeel instruirlos y prepararlos.

Creemos ahora oportuno decir también algode las difíciles condiciones económicas queafligen a la mayoría de los sacerdotes después dela última guerra, principalmente en aquellasregiones que, o por causa de ella o por lostrastornos políticos, más han sufrido. Semejanteestado de cosas Nos angustia profundamente, ynada hemos omitido, en cuanto estuviera enNuestras posibilidades, para aliviar lossufrimientos, tristezas y extrema pobreza demuchos.

Bien sabéis vosotros, Venerables Hermanos,cómo Nos –en aquellos lugares en donde lanecesidad parecía sentirse mayor– por medio dela Sagrada Congregación del Concilio, hemos

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concedido extraordinarias facultades a losObispos y les hemos dado normas singulares, porlas cuales pudieran de algún modo eliminarse lasmás grandes diferencias, en la situacióneconómica, entre sacerdotes pertenecientes a unamisma diócesis. Nos consta muy bien que endeterminados lugares no pocos sacerdotes, dignosen verdad del mayor encomio, han obedecido a lainvitación de sus Pastores; pero en otras partes,por razón de ciertas dificultades, dichas normasno han surtido íntegramente los efectos deseados.Por ello os exhortamos a que, con un espírituverdaderamente paternal, prosigáis el caminoempezado, pues de ningún modo es admisibleque falte el pan cotidiano a los obreros enviados ala viña del Señor. Y en esta materia, asimismo, nodejéis de comunicarnos el éxito que hayan tenidovuestros intentos.

Alabamos, además, y recomendamos mucho,Venerables Hermanos, las iniciativas que toméisde común acuerdo para que no sólo no falteactualmente lo necesario a los sacerdotes, sinoque se provea también a lo futuro con aquelsistema de previsión –que celebramos que se hayaaplicado ya en otras clases de la sociedad civil–, yello principalmente cuando los sacerdotes sehallaren enfermos, o sufran enfermedades, odesfallezcan por vejez. De este modo aliviaréispor completo a los sacerdotes en todo lo que tocaa la incertidumbre de su porvenir.

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A este propósito Nos place el manifestarpaternal complacencia hacia todos aquellossacerdotes que, aun a costa de grandes sacrificios,han auxiliado y auxilian en las necesidades de sushermanos indigentes, especialmente si éstos sehallan enfermos o ancianos. Haciendo esto, danuna prueba luminosa de aquella caridad queCristo señaló como divisa clara de sus discípulos,para que todos los reconocieran: «En elloconocerán todos que sois mis discípulos, si osamareis los unos a los otros» (cf. Jn 13, 35). Ydeseamos Nos que los sacerdotes de todas lasnaciones se unan cada vez más con los vínculosmás estrechos de la caridad fraterna, para quecada vez se ponga más de manifiesto que ellos, alser ministros de Dios, Padre universal, se hallanunidos entre sí por el fuego de la caridad,cualquiera que sea la nación a que pertenezcan.

Pero bien comprendéis que este problematan grave no se puede resolver adecuadamente, silos fieles no se convencen de que estáníntimamente obligados a auxiliar al clero, cadauno según sus propias posibilidades, y si no seadoptan toda las medidas bien conducentes asemejante fin.

Por ello haced comprender bien a los fielesencomendados a vuestra pastoral solicitud laobligación que tienen de socorrer a los propiossacerdotes que se hallaren necesitados, porquesiempre mantiene su valor aquella palabra del

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Salvador: «El operario es digno de su paga» (Lc10, 7). ¿Cómo, pues, se podrá esperar unaentusiasta actividad de los sacerdotes en suministerio, si les faltare lo necesario? Por lodemás, los fieles que se olvidan de semejantedeber, sepan que preparan, aun sin quererlo, elcamino a los enemigos de la Iglesia, que en nopocos países buscan precisamente condenar alclero a la miseria para así mejor poder separarlode sus legítimos pastores.

También los poderes públicos, según ladiversa condición de cada nación, tienenobligación de proveer a las necesidades del clero,de cuyo ministerio bien cumplido recibe la mismasociedad muchos beneficios espirituales ymorales, así en los individuos como en sí misma.

Finalmente, antes de terminar NuestraExhortación, no podemos menos de resumir yreiterar todo cuanto deseamos que continuamentetengáis ante vuestros ojos, como normas que sonmuy principales de vuestra vida y de vuestraactividad. Siendo sacerdotes de Cristo, necesarioes que con todas nuestras fuerzas trabajemos paraque la Redención, por El llevada a cabo, tenga lamáxima eficacia en todas las almas. Al consideraratentamente las gravísimas necesidades de nuestraépoca, hemos de empeñarnos con todo esfuerzopara hacer que vuelvan a Cristo los hermanosdesviados del recto camino, o los cegados por laspasiones; para iluminar a los pueblos con la luz de

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la doctrina cristiana, formándoles en una másperfecta conciencia de sus deberes de cristianossegún las rectas normas de nuestra religión y,finalmente, para excitar a todos a que seentreguen con valentía a las batallas por la verdady por la justicia.

Pero tan sólo alcanzaremos la meta deseada,cuando antes hayamos llegado a tal grado desantidad que podamos comunicar a los demásaquella virtud y vida que de Cristo hayamosderivado hasta nosotros.

Así, pues, a todo sacerdote le repetimosaquellas palabras del Apóstol: «No descuides lagracia que está en ti, que te ha sido dada... por laimposición de las manos del presbiterio» (1Tm 4,14). «En todas las cosas muéstrate como modelode buenas obras, en la doctrina, en la integridad,en la gravedad; que el hablar (sea) sano,irreprensible, de tal suerte que los enemigosqueden confundidos, al no tener nada que decircontra nosotros» (Tt, 2, 7, 8).

Amados hijos: Tened en suma estima lagracia de vuestra vocación, y vividla de tal modoque se mantenga siempre fuerte y produzca losfrutos más copiosos así para la edificaciónespiritual de la Iglesia como para la conversión desus enemigos.

Y para que esta Nuestra Exhortación consigael fin que persigue, una y otra vez os avisamoscon estas palabras, que tan oportunas resultan

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sobre todo al declinar ya el Año Santo:«Renovaos... en el espíritu de vuestra mente yrevestíos del nuevo hombre, creado según Diosen la justicia y en la santidad de la verdad» (Ef 4,23, 24); «sed... imitadores de Dios, como hijosmuy predilectos, y caminad en el amor comoCristo nos amó y se dio a sí mismo a Dios comooblación y como hostia» (ibid., 5, 1, 2); «llenaosdel Espíritu Santo, hablando entre vosotros consalmos e himnos, con cánticos espirituales,cantando y diciendo salmos en vuestro corazón alSeñor» (ibid., 5, 18, 19), «velando con todaperseverancia y orando por todos los santos»(ibid., 6, 18).

Al meditar en el espíritu estas exhortacionesdel Apóstol de las Gentes, Nos parece oportunoel aconsejaros que antes de terminar este mismoAño Santo, hagáis un curso extraordinario deEjercicios Espirituales, de tal suerte que, movidospor una ferviente piedad, que allí lograréis, podáisconducir mucho mejor las otras almas a que segocen en los tesoros de la divina misericordia.

Y cuando experimentareis la gran dificultadde seguir por el arduo camino de la santidad y decumplir los deberes de vuestro ministerio, dirigidentonces confiadamente vuestros ojos y vuestroespíritu a aquella que es Madre del EternoSacerdote y que, por ello mismo, es la Madreamantísima de todos los sacerdotes católicos.Bien conocida os es la bondad de esta Madre; y

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en muchas regiones habéis sido instrumento de lamisericordia del Inmaculado Corazón de María enel despertar así la fe como la caridad del pueblocristiano.

Si María ama a todos con tiernísimo amor, demodo singular ama a los sacerdotes, que llevan ensí viva la imagen de Jesús. Y así, luego que congran consuelo de vuestra alma hubiereisplenamente considerado el singular amor y laespecial protección de la Bienaventurada VirgenMaría hacia cada uno de vosotros, sentiréisentonces cómo son mucho más llevaderas lasfatigas así de vuestra santificación como devuestro ministerio sacerdotal.

Y Nos con todo amor confiamos todos lossacerdotes del mundo entero a la Santa Madre deDios, medianera de todas las gracias celestiales, desuerte que, por su intercesión, Dios hagadescender una muy exuberante efusión de suespíritu, que a todos los ministros del altarempuje hacia la santidad y que renueveespiritualmente a todo el linaje humano.

Confiados en la poderosa intercesión y en elpatrocinio de la Inmaculada Virgen María para larealización de todos estos deseos, imploramos laabundancia de las gracias divinas para todos; perode modo singular para los Obispos y sacerdotesque en el cumplimiento de su deber, por defenderlos derechos y la libertad de la Iglesia, padecenpersecución, cárcel y destierro. Singular amor es

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el que les profesamos; y les exhortamospaternalmente a que continúen dando buenejemplo de la fortaleza y virtud sacerdotal.

Sea auspicio de estas gracias celestiales yprueba de Nuestra benevolencia la BendiciónApostólica, que con todo amor damos a cada unode vosotros, Venerables Hermanos, y también atodos vuestros sacerdotes.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 23 de septiembre de1950, año del gran jubileo y duodécimo de Nuestro Pontificado.

PIUS PP. XII

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