Gabilondo, Angel (El discurso en accion. Foucault y una ontología del presente)

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  • Este texto es, en primer lugar, una presentacin (ni una exposicin Sistemtica, ni un resumen, ni una explicacin) de Foucault filsofo. En esa medida, se ve en la necesidad de cuestionarse qu cabe entender por filosofa. Imposible hacerlo sin atender al propio pensar. Es hora de leer a Foucault, una vez abierto el debate sobre si ha de ser o no considerado como un clsico contemporneo. El texto vertebra sus escritos, en respuesta a su materialidad, por lo que se ve forzado a proseguir desde la arqueologa del saber, por una genealoga del poder, a una tica y esttica de la existencia. Pero, en ocasiones, fascinados por la labor de Las palabras y las cosas, se olvidan los vericuetos que conducen a sus lneas. Entre otros, aquellos escritos del propio Foucault que a partir de 1962 hacen del lenguaje y la literatura cuestin permanente. La conformacin de este trabajo pide un desplazamiento en esa direccin. El lenguaje y la historia son ya de otra manera (tambin desde los escritos de Foucault) como presente de lo que hay. Pero el presente mismo es una cuestin filosfica. Pensar el presente hace que, con Foucault, pensar no sea lo que estamos habituados a creer, ni siquiera que ya quepa pensar igual. Se trata de poner manos (cursivas, discursivas y extradiscursivas) a la obra del propio discurso. Este ejercicio y experiencia de liberacin reestablece su adecuada materialidad y propicia su funcionamiento y efectos. La ontologa siempre lo es de nosotros mismos.

    ngel Gabilondo, natural de San Sebastin, se doctor en Filosofa por la Universidad Autnoma de Madrid, donde actualmente es profesor titular de Metafsica. A partir de una lectura abierta de Hegel, ha publicado diversos trabajos sobre el problema del lenguaje y la historia, y la experiencia de sus lmites. Entre sus textos ms recientes cabe sealar Dilthey: vida, expresin e historia (1988).

    ISBN 84-7658-239-0

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    EL DISCURSO EN ACCIN FOUCAULT Y UNA ONTOLOGA DEL PRESENTE

    ngel Gabilondo

    IIIIUHIAl DEL HOMBRE Ediciones de la Universidad Autnoma de Madrid

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  • EL DISCURSO EN ACCIN

  • AUTORES. TEXTOS Y TEMAS F I L O S O F A

    Coleccin dirigida por Jaume Mascar

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    ngel Gabilondo

    EL DISCURSO EN ACCIN

    F o u c a u l t y u n a on to log a del p r e s e n t e

    EDITORIAL DEL HOMBRE

    Ediciones de la Universidad Autnoma de Madrid

  • El discurso en accin : Foucault y una ontologa del presente / ngel Gabilondo. Barcelona : Anlhropos ; Cantoblanco : Universidad Autnoma de Madrid, 1990. 206 p. ; 20 cm. (Autores, Textos y Temas / Filosofa ; 33) Bibliografa p. 189-203 ISBN 84-7658-239-0

    1. Ttulo II. Coleccin 1. Foucault, Michel Filosofa 2. Anlisis del discurso 1 Foucault, Michel 130.2

    Primera edicin: noviembre 1990

    ngel Gabilondo, 1990 Editorial Anlhropos, 1990 Edita: Editorial Anthropos. Promat, S. Coop. Ltda.

    Va Augusta, 64. 08006 Barcelona En coedicin con Ediciones de la Universidad

    Autnoma de Madrid ISBN 84-7658-239-0 Depsito legal: B. 39.168-1990 Fotocomposicin: Seted, Sant Cugat del Valls Impresin: Indugraf. Badajoz, 147. Barcelona

    Impreso en Espaa - Printed in Spain

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumi-co, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin e) permiso previo por escrito de la editorial.

    PRESENTACIN

    Ms que tomar la palabra, hubiera prefe-rido verme envuelto por ella y transportado ms all de todo posible inicio. Me hubiera gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me preceda una voz sin nombre desde haca mucho tiempo: me habra bastado entonces con encadenar, pro-seguir la frase, introducirme sin ser adverti-do en sus intersticios, como si ella me hubie-ra hecho seas quedndose, un momento, in-terrumpida. No habra habido, por tanto, ini-cio y en lugar de ser aquel de quien procede el discurso, yo sera ms bien una pequea laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su desaparicin posible.

    L'ordre du discours, pp. 7-8

    Pretender saber lo que somos es lo que nos insta a pensar ya de otra manera. Ms exactamente, lo es el no ser capaces de hacerlo o, lo que es tal vez lo mismo, el no ser capaces de soportarlo. Y no slo porque ensanchar los l mites de lo decible ser ampliar los mrgenes en que lo denominado real sea tolerable, ni siquiera porque una modif icacin de lo que l lamamos presente es ya una mo-dificacin de la ley del presente, s ino porque es en su diagnstico donde se nos exige hacer ya una nueva expe-riencia de nosotros mismos que no se deje recoger sin ms en lo dicho.

    En este sentido la lectura de Foucault, si cabe siquiera pensar algo as, muestra una voluntad en primera instan-cia radical de dejar hablar al lenguaje, y de crear las condi-ciones de posibilidad para que sean factibles nuevos pro-nunciamientos, para que acceda no slo la palabra a la voz s ino incluso la voz a la palabra. Este dar al decir, en

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  • vez de hablar en lugar de, replantea no slo la tarea del intelectual sino la del pensar mismo. Pero llevar al lmite las posibilidades de este pensar implica un autntico to-mar la palabra, en el que el anlisis estricto del decir como discurso resulta insuficiente. La tarea se encamina ya a lo que condiciona, limita e institucionaliza el decir mismo. Los procedimientos, ahora, no son nicamente discursivos. El estudio lo ser, por tanto, tambin de toda una serie de prcticas.

    No cabe por ello sino definir las condiciones en las que el hombre problematiza lo que es y lo que hace, y el mundo en el que vive. En definitiva, no se trata de legiti-mar lo que ya se sabe y saciarse con lo supuestamente pensado, ignorando el autntico sentido que para Fou-cault tiene la actividad filosfica: el trabajo crtico del pensamiento sobre s mismo.1 Pero subrayar los lmites de aquel decir no pretende un modo de proceder ilimita-do, sino ms bien llevar radicalmente hasta las ltimas consecuencias tal decir, esto es, hacerse cargo de sus lmi-tes. Queda claro que no cabe identificar lo dicho con el decir mismo, que no se trata tampoco sin ms de obsesio-narse pretendiendo decir lo no dicho sino de crear el es-pacio y subrayar las condiciones para que de hecho sea siquiera como no dicho legible y soportable. Cmo hacer que el hombre piense lo que no piensa, habite aquello que se le escapa en el modo de una ocupacin muda...?2

    Decir soportable es reconocer que, si bien la verdad disloca, tal dis-locacin acontece en ese tenerse en los l-mites, los del propio cuerpo como sujeto de enfermedad y de muerte, sujeto de deseo, los de los juegos de verdad en los que el hombre se da a pensar su ser propio; tenerse en los lmites como cuidar y ocuparse del gobierno de s y de los otros (del tipo de relacin que se tiene con ellos), tenerse en los lmites como hacerse cargo de una poca..., es una restitucin del decir en su carcter de aconteci-miento, una recuperacin del decir como lugar de emer-gencia de una verdad posible. Este decir verdadero, ame-nazado por el discurso qe se satisface en lo dicho, es un

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    decir activo, un discurso en accin. Antes an de prescri-bir, de esbozar un futuro, de decir lo que hay que hacer, antes an de exhortar o slo de dar alerta, el pensamien-to, al ras de su existencia, de su forma ms matinal, es en s mismo una accin, un acto peligroso.3 El discurso as ledo no impone la unidad de la gramtica general, sino que se desparrama de la mano del hombre que, des-pren-dido, se muestra ocupado en el gobierno de s y de los otros.

    Acercarse desde esta perspectiva a los textos es reco-nocer en todo momento que ellos no son tenidos, sino ms bien mostrar que algo de ese decir siempre fracasado queda en ellos retenido. No cabe duda de que Foucault nos ha dado pie para re-copiar, fragmentar, repetir, imitar..., incluso para desdoblar y hacer desapare-cer sus trabajos.4 Pero, en cualquier caso, consideramos que no cuidaramos suficientemente de nosotros mismos y de nuestra poca utilizndolos sin ms. Si Foucault ha de considerarse algn da como un clsico siquiera en el modo de la ausencia es an momento, tal vez en la direccin antes sealada, de atender a lo que en l se dice y de inscribirse en ese decir. En este sentido hemos eludido la trampa de los grandes adjetivos, clasificaciones y valoraciones, no entrando en refutaciones, argumentos (lo que dice, lo que dicen que dice) ni comparaciones, ni bsquedas de un origen (esto ya lo dijo...).5 Ni un nico sentido duerme esperando ser liberado por nuestra genia-lidad, ni la atencin al decir es tan des-pistada que no lea lo dicho. Ciertamente la labor de este cartgrafo de nuevo cuo (en expresin de Deleuze) no es reflejar el terreno, pero nos ofrece planos destinados a orientarse en este por ahora incipiente pensar.

    No hemos temido por ello seguir sus propias sugeren-cias. El trabajo que ofrecemos se articula segn los tres ejes o mbitos de genealoga que Foucault seala como posibles: el eje saber-verdad, la praxis del poder y la rela-cin tica;6 ejes que, asumiendo el tipo de confrontacin que los textos firmados por Foucault tienen consigo mis-inos, posibilitan el alumbramiento de aquello que a su vez

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  • b r i l l a p o r s u a u s e n c i a . E n e s a m e d i d a s e f u n d a n u e s t r o p r e s e n t e e n l a s r e g i o n e s q u e e s t a a c t i v i d a d p o t e n c i a . Contar a F o u c a u l t e n e s e e s q u e m a e s n o s l o contar c o n l , s i n o a s i m i s m o dar cuenta d e l o d i c h o p a r a q u e r e t o r n e el d e c i r . E n e s t e n u e s t r o j u e g o , n a d a i n o c e n t e p o r c i e r t o , e s e n el q u e s e e s t a b l e c e n u n a s e r i e d e e s t r a t e g i a s d e r e l a -c i o n e s q u e f u n c i o n a n t a m b i n c o m o u n d i s p o s i t i v o . P r e c i -s a m e n t e e s c o m o c o n t a r d n d e , e n el c u i d a r d e n o s o -t r o s m i s m o s , d i c h a s r e l a c i o n e s s e o f r e c e n e n s u a p e r t u r a . L a e x i s t e n c i a c o m o a r t e y c o m o e s t i l o q u e d a a n p o r h a -c e r . . . p e r o s e a b r e c o n e l l o el e s p a c i o e n el q u e c a b e h a c e r s e ; el e s p a c i o p a r a lo i m p e n s a d o .

    NOTAS

    1. L'usage des plaisirs, Histoire de la sexualit, vol. 2, Paris, Galli-mard, 1984, p. 14 (trad, cast.: Mxico, Siglo XXI, 1986, p. 12).

    2. Les mots et les choses, Paris, Gallimard, 1966, p. 334 (trad, cast.: 9.a d., Mexico, Siglo XXI, 1978, p. 314).

    3. Ibid., p. 339 (trad., p. 319). 4. Cfr. Histoire, de la folie l'ge classique, Parts, Pion, 1961, p. 10

    (trad, cast.: t. I, 2.a d., Mxico, FCE, 1976, p. 8). 5. En realidad, explicar algo por su origen en otro, en lugar de contar

    con ello, no pasa de ser un contar cuentos (Platn, Soph., 242c). 6. Los tres mbitos de genealoga estaban presentes de un modo

    confuso en mi libro Historia de la locura en la poca clsica. He estudia-do el eje de la verdad en El nacimiento de la clnica: una arqueologa de la mirada clnica y en El orden del discurso. He estudiado la praxis del poder en Vigilar y castigar y la relacin tica en la Historia de la sexuali-dad (M. Foucault, On the Genealogy of Ethics: An Overview of work in Progress, en Dreyfuss, H. y Rabinow, P., Michel Foucault: Beyond Struc-turalism and Hermeneutics, 2.a ed Chicago, The University of Chicago Press, 1983, p. 237 (trad. cast, en parte en: Saber y verdad, Madrid, Edi-ciones de la Piqueta, 1985, p. 185).

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    LOS LMITES DEL LENGUAJE

    L a p a l a b r a y s u t r a n s g r e s i n

    Cuando comenzamos a escribir, o no co-menzamos o no escribimos: escribir no va junto con comienzo.1

    E n l a p a r f r a s i s d e u n t e x t o d e M a u r i c e B l a n c h o t i r r u m p e el p r o p i o d e c i r d e M i c h e l F o u c a u l t c o m o d i s c u r s o :

    All donde las palabras parecen haber huido de las co-sas y se nos presentan c o m o algo normal, natural, inmediato... expresan la f iccin del mundo humano, desprendido del ser; nos ofrecen ms una ausencia que una presencia.

    Las palabras ya no designan algo, no expresan a nadie, t ienen su fin en s mismas. Ya no es un yo quien habla, es el lenguaje quien se habla, el lenguaje c o m o obra, y c o m o obra del lenguaje. Signo derruido c o m o signo. Hue-llas de huellas... sin presencia. Huellas que instauran sin origen el juego de las diferencias y de la diferen-cia. Es el t iempo de la desposesin. Y de empezar una escritura que, sin embargo, ya viene escribindose.

    N o pensamos, s o m o s pensados por el pensamiento. So-m o s pensamientos sin nadie que los piense: s o m o s signos.

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  • No hay comienzo ni final, no hay ninguna manera de ga-nar o perder.

    Cmo dar con la presencia de un sentido? En qu lugar? Es la desconstruccin del sentido, la desconstruc-cin del sistema?...

    La irrupcin es del yo hablo que deja surgir su em-plazamiento vaco. Lejos as del yo pienso...

    Cmo leer la ausencia del libro?

    En este clima y este contexto ha de encuadrarse ese camino que en Foucault ha sido acotado por algunos como una empresa de la literatura a la literatura, en un proceso definido y cruzado por unos nombres (Claude Ollier, Roger Laporte, Jules Verne, Raymond Roussel, Ro-land Barthes, Maurice Blanchot, Gustave Flaubert, mile Artaud, Georges Bataille, Pierre Klossovski, Franz Kafka, el Marqus de Sade, Robbe-Grillet, Stphane Mallarm, Jorge Luis Borges, Friedrich Hlderlin...), en una lista sin orden ni prioridades, sin autores ni obras.

    Todo ello marcado por la prdida, a partir del siglo xvri, del ser del lenguaje en su enigmaticidad, en su uni-formidad con las cosas. Slo el abandono de su evolucin significativa, a fin de reintegrarlo en su puesto en el mundo para que logre ser una entidad entre otras, podr recuperar el espacio perdido. La expectativa se abre con el umbral de existencia de lo que rigurosamente puede denominarse literatura. Foucault lo sita a finales del siglo XVIli, cuando aparece un lenguaje que consume en su relmpago todo otro lenguaje, haciendo nacer una fi-gura oscura pero dominadora en la que juegan la muerte, el espejo, la imagen, el cabrilleo al infinito de las pala-bras.2 Dicha expectativa coincide, aproximadamente, con el momento en el que el lenguaje ha llegado a ser lo que es ahora para nosotros, es decir, literatura.3

    Ello no expresa sino la grieta en la que se suspenden preocupaciones que posibilitan la confeccin de listas he-terogneas acogedoras de diversos campos. Nos situamos sencillamente ante una cierta incapacidad y desproteccin del lenguaje para mantener cierto tipo de figuras y per-

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    manecer en ellas, con la consiguiente seduccin de ceder la palabra a sus formas extremas, encuadradas en el marco sealado por los nombres dados.

    Ante esta impotencia, tal vez no queda sino reconocer un da la soberana de esas experiencias, y tratar de aco-gerlas: no se tratara de liberar su verdad pretensin irrisoria, a propsito de esas palabras que son para noso-tros lmites, sino de, al fin, liberar a partir de ellas nuestro lenguaje. Sera suficiente hoy con preguntarnos cul es ese lenguaje no discursivo que se obstina y se rompe desde hace dos siglos4 en nuestra cultura, de dn-de proviene ese lenguaje que no es acabado, ni sin lugar a dudas dueo de s.5

    El filsofo queda envuelto por el hecho de no habitar la totalidad de su lenguaje como un dios secreto y todo-parlante. Descubre que hay, a su lado, un lenguaje que habla y del que no es dueo... y sobre todo que incluso l en el momento de hacerlo no se halla siempre en el inte-rior de su lenguaje de la misma manera expresin de su escisin.

    Nos topamos de este modo con el lmite de dicho len-guaje que designa su lnea de espuma, dada la imposi-bilidad de aadirle impunemente la palabra que sobrepa-sara todas las palabras colocndose en las fronteras de todo lo decible. Se dibuja as una experiencia singular: la de la transgresin, como gesto que concierne a ese lmite.

    No quedan, por tanto, las puertas cerradas a todo len-guaje. De ah que ante el interrogante de si sera una gran ayuda sealar, por analoga, que habra de encontrarse para lo negativo un lenguaje que sera lo que la dialctica ha sido para la contradiccin, Foucault estima que es mejor, sin duda, intentar hablar de esta experiencia y ha-cerla hablar en el vaco mismo del desfallecimiento de su lenguaje, all donde precisamente las palabras le faltan, donde el sujeto que habla viene a desvanecerse.6 De este modo no slo no se muere y se pierde el lenguaje sino que, por el contrario, se introduce la experiencia filosfica en l y a travs de este movimiento se dice lo que no puede ser dicho: as se da la experiencia del lmite. Qui-

  • zs la filosofa contempornea ha inaugurado, descu-briendo la posibilidad de una afirmacin no positiva, una dislocacin cuyo nico equivalente se encontrara en la distincin hecha por Kant del "nihil negativum" y del "ni-hil prvativum", distincin que como se sabe abre el cami-no del pensamiento crtico. Esta filosofa de la afirmacin no positiva, es decir, de experiencia del lmite, es, en m opinin, la que Blanchot ha definido mediante el princi-pio de contestacin. No se trata all de una negacin ge-neralizada sino de una afirmacin que no afirma nada: en plena ruptura de transitividad. La con testacin no es el esfuerzo del pensamiento para negar existencias o valo-res, sino el gesto que reconduce a cada una de ellas a sus lmites, y mediante ello al lmite en que "se cumple" la decisin ontolgica; contestar es ir hasta el corazn vaco donde el ser alcanza su lmite y donde el lmite define al ser.7

    Es esta perspectiva precisamente en la que Foucault llega a hablar, a partir de los fenmenos de autopresenta-cin del lenguaje, de una ontologa de la literatura, dada la presencia repetida de la palabra en la escritura, lo que confiere a una obra un estatuto ontolgico.8 Se trata de lograr, en concreto, una perspectiva indita de lo real me-diante un nuevo ejercicio de descripcin, ahora minucio-sa, objetiva y cosista,9 La "descripcin" aqu no es re-produccin sino ms bien desciframiento: empresa me-ticulosa para desenmascarar esa maraa de lenguajes di-versos que son las cosas, para reponer cada una en su lugar natural y hacer del libro el emplazamiento blanco donde todas, tras descripcin, puedan reencontrar un es-pacio universal de inscripcin. Y est sin duda ah el ser del libro, el objeto y lugar de la literatura.10

    Es en el espacio donde el lenguaje se desplega y desli-za sobre s mismo, donde determina sus elecciones y di-buja sus figuras y traslaciones, aquello en lo que nos es dado y viene hasta nosotros, lo que hace que hable. Ya no es, como para Blanchot, escribir para no morir. Es el hablar para no morir. Sigue habiendo, con todo, una instancia, no slo al espacio, sino asimismo al lugar.

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    Hoy el espacio del lenguaje no es definido por la Retri-ca, sino por la Biblioteca, mediante el parapeto al infinito de los lenguajes fragmentarios." Se recobra as, inespe-rada y materialmente, el punto ciego del que nos vienen las cosas y las palabras en el momento en el que van a su lugar de reencuentro.

    El lenguaje queda, de este modo, cosificado, mien-tras las cosas son, de nuevo, texto. Se trata, por trasmu-tacin (y no slo por transformacin), de hacer aparecer un nuevo estado filosofal de la materia del lenguaje; este estado inslito, este metal incandescente fuera del origen y de la comunicacin es entonces "parte del" lenguaje y no "un" lenguaje, aunque fuese excntrico, doblado, ironi-zado.12 Lejos, pues, de toda mstica del texto. Por el contrario, todo el esfuerzo consiste en materializar el pla-cer del texto; en hacer de l un objeto de placer como cualquier otro.13

    La experiencia del lmite y el permanecer en l sin de-fraudar ni abandonar el lenguaje la transgresin no es, por tanto, un proceso de espiritualizacin inte-riorizante que conduzca a un xtasis silencioso ante lo inexpresable. De hecho, el acontecimiento que hace na-cer lo que en sentido estricto se entiende por "literatura" no es del orden de la interiorizacin ms que para una mirada superficial; se trata ms bien de un paso al "exte-rior": el lenguaje escapa... a la dinasta de la repre-sentacin.14

    El acceso a la epidermis supone la posicin en el m-bito en el que lo que se dice queda como dicho, con una contundencia y persistencia tales que incluso lo no dicho se hace patente en ese decir. Se trata de lo que Barthes ha calificado como el paraso de las palabras: todos los sig-nificantes estn all pero ninguno alcanza su finalidad (una suerte de franciscanismo convoca a todas las pala-bras a hacerse patentes, darse prisa y volver a irse inme-diatamente).15

    Sera errneo, con todo, considerar que se trata de in-teriorizar lo exterior, de reconducirlo al interior. No es cuestin de buscar una confirmacin, sino una extremi-

  • formaciones a ese mismo nivel y en ese momento la transgresin ser ms bien una fidelidad. En este sentido, camina hacia lo impensado, que es la apertura misma del pensamiento, un camino sin trmino ni promesa. Se tratar de un pensar no verdadero, sino justo (pensar justamente lo que ha de pensarse, lo que puede pensar-se): mantener el pensamiento a una distancia adecuada respecto a lo impensado. Hacerlo venir mediante un pro-ceso regular y posibilitar su emergencia. No puede pen-sarse, reconocerse y prestarle palabras sino una vez que ha venido el da plenamente y la noche ha retornado a su incertidumbre. De manera que no podemos pensar ms que esta disposicin pasin de nuestra estupidez: no pensamos todava.23

    Foucault y la sospecha

    La decisin de Foucault es ahora clara. Se trata de llevar al lmite las posibilidades del pensamiento, de resol-ver los problemas desde el interior.24 No es suficiente, por tanto, con analizar las condiciones de posibilidad de nues-tro pensamiento. No es suficiente con aceptar lo dado, lo inmediato, como algo natural. Concretamente, no es suficiente siquiera con pensar. Foucault considera que la pregunta tradicional "Qu es pensar?" ha sido sustitui-da por la pregunta "Qu es hablar?".25 Se trata de mos-trar, ms que de decir.26 El objetivo no ser que surja lo que pensamos, sino que se creen las condiciones para que sea posible pensar otra cosa. Ello obliga a producir efec-tos y, como veremos, stos se producen precisamente en la superficie. El objetivo queda as bien perfilado: a la bsqueda de lo superficial: en un espacio de proyeccin sin profundidad.27 Slo de este modo es posible percibir.

    Ser preciso ver en qu medida una opcin por la lo-calizacin elimina toda profundidad y todo desarrollo. Di-rigirse a esa regin en la que las cosas y las palabras no estn an separadas, all donde todava se pertenecen, a nivel del lenguaje, manera de ver y manera de decir.

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    Ser necesario cuestionar la distribucin originaria de lo visible, en la medida en que est ligada a la divisin de lo que enuncia y de lo que calla; entonces aparecern en una figura nica las articulaciones de los lenguajes y de sus objetos. Har falta dar con este espacio lleno, en el hueco del cual el lenguaje toma su volumen y su medida.28

    Foucault busca de este modo introducir el lenguaje en esta penumbra en la que la mirada no tiene palabras. Descubrir no ser leer bajo un desorden una coherencia esencial, sino llevar algo ms lejos la lnea de la espuma del lenguaje, hacerle morder esa regin de arena que est an abierta a la claridad de la percepcin, pero que no lo est ya a la palabra familiar.29 Las distancias abiertas anteriormente para mantenernos en el filo de la grieta del lenguaje nos conducen a un ms all presente en su superficie. Ya no es suficiente siquiera con verlo, ni si-quiera con escucharlo. Cobra con ello vigencia aquello en lo que se convierte la filosofa hegeliana, en la frmula de la general obligacin de no ser ingenuo.30

    La atencin es, as, una suerte de tensin que insta a hacer la experiencia y a no dejarse prender por la insis-tencia de las hiptesis, diluyendo toda obstinacin e im-permeabilidad que nos instalara en la ficcin.31

    De este modo, Foucault ha sido encuadrado en la hete-rognea lista heredera de la era del recelo, con una sim-blica referencia delimitada por el tringulo Marx-Nietz-sche-Freud, y que han venido a denominarse artistas de la suspicacia y maestros de la sospecha, configurado-res de la detentacin de fuerzas (bien sea socioeconmi-cas, bioqumicas o axiolgicas) que producen efectos de superficie. Si bien a lo largo del texto emergern, siquiera puntualmente, las conexiones y las distancias de Foucault respecto a estos autores, conviene destacar, desde un principio, lo especial de estas relaciones aparentemente subterrneas. Baste con sealar, a modo ilustrativo, el funcionamiento de ellos en su trabajo.

    La singular presencia de Marx: Hay tambin por mi parte una especie de juego. A menudo cito conceptos, fra-ses, textos de Marx, pero sin sentirme obligado a adjuntar

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  • la pequea pieza autentificadora que consiste en hacer una cita de Marx, poner cuidadosamente la referencia a pie de pgina y acompaar la cita con una reflexin elo-giosa. Por medio de esto, uno es considerado como al-guien que conoce a Marx, que respeta a Marx y que se ver honrado por las revistas "marxistas". Cito a Marx sin decirlo, sin poner comillas, y, como no son capaces de reconocer los textos de Marx, paso por aquel que no cita a Marx. Acaso un fsico, cuando hace fsica, experimenta la necesidad de citar a Newton o a Einstein? Los utiliza, pero no tiene necesidad de comillas, notas a pie de pgina o aprobacin elogiosa que muestre hasta qu punto es fiel al pensamiento del Maestro.32

    La decidida utilizacin de Nietzsche: Yo, a la gente que quiero, la utilizo. La nica seal de agradecimiento que se puede testimoniar a un pensamiento como el de Nietzsche es precisamente utilizarlo, deformarlo, hacerlo chirriar, gritar. Que los comentadores digan que uno es o no fiel no tiene ningn inters.33

    Y el decisivo papel de Freud en el tema que nos ocupa: Comprendi mejor que nadie que la fantasmagora del sueo esconda an ms que lo que mostraba y no era sino un compromiso poblado por completo de contradic-ciones.34

    Ciertamente, la situacin que se ha creado hoy al len-guaje implica est'a doble posibilidad, esta doble solicita-cin, esta doble urgencia: por un lado, purificar el discur-so de sus excrecencias, liquidar los dolos, ir de la ebriedad a la sobriedad, hacer de una vez el balance de nuestra pobreza; por otro, usar el movimiento ms nihilista, ms destructor, ms iconoclasta, para dejar hablar lo que una vez, lo que cada vez se dijo cuando el sentido apareci de nuevo, cuando el sentido era pleno; la hermenutica me parece movida por esta doble motivacin: voluntad de sospecha y voluntad de escucha.35

    Ello nos conduce, en una primera instancia, a la de-construccin de la forma concreta de la institucionaliza-cin de los valores, deconstruir las modalidades de co-nocimiento dominantes mediante como ms adelante

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    sealaremos la puesta entre parntesis metdica de los presupuestos y verdades comnmente aceptados y su sus-titucin por una investigacin de la historia efectiva de las condiciones de su emergencia. Sospechar para crear condiciones que posibiliten el acceso a la palabra de ins-tancias silenciosas y silenciadas. "Deconstruir" la filoso-fa sera as pensar la genealoga estructurada de sus con-ceptos de la manera ms fiel, ms interior, pero al mismo tiempo, desde un cierto exterior incalificable por ella, in-nombrable, determinar lo que esta historia ha podido di-simular o prohibir, hacindose historia por esta represin interesada en alguna parte.36 (Con la salvedad de que 1(5 innombrable aqu puede encontrar las condiciones para su presencia en el lenguaje y hacer que esa alguna parte se evidenciae, como espacio de un discurso.)

    Sospechar es, por tanto, deconstruir la representa-cin, las astucias de lo Mismo, buscando mediante una labor controlada ir no slo contra el presente, sino con-tra la ley del presente,37 no slo contra lo que se mani-fiesta como todo y lo autntico que hay, sino contra lo que imposibilita que emerja lo real.

    La deconstruccin se presenta as como pensamien-to diferencialista. Precisamente como veremos ms ade-lante la arqueologa en Foucault no tiene como pro-yecto sobrepasar las diferencias, sino analizarlas, decir en qu consisten exactamente, diferenciarlas.38 De nuevo la descripcin es desciframiento, el arte de iluminar las su-perficies. Posibilitar la diferencia es, en esta misma medi-da, la creacin-recreacin de las condiciones para con-templarla en su diferenciar. El objetivo no es centrarla ni sistematizarla, sino desplegar una dispersin. No hay tal sistema nico de diferencias ni unos ejes absolutos de re-ferencia, sino un mero desparramamiento. Se trata de ha-cer las diferencias, constituirlas como objetos, analizarlas y definir su concepto. Se produce as en Foucault el cruce de los temas tpicos de la filosofa de su tiempo con los procedimientos que la literatura descubre en su seno.39

    Con ello, no damos, por fin, con la definitiva respuesta queda por ver en qu medida no la hay que nos sita

    14

  • en la tierra prometida de las palabras. Es preciso incluso sospechar de la sospecha misma. El vaco de la eviden-cia, la ficcin de lo verdadero, la duplicidad de lo nico, el alejamiento de la presencia, la carencia del ser... esto es poco, es necesario sospechar de la sospecha40 a fin de no caer en la fe segunda del hermeneuta, fe razonable, puesto que interpreta, pero fe, porque busca, por la inter-pretacin, una segunda ingenuidad.41

    Resulta problemtica, con todo, la lectura de los efec-tos de la deconstruccin desde una perspectiva no cons-tructiva. Concretamente, parece claro que se trata de ad-vertir el proceso de reconstruccin que ello supone. De-construir la filosofa nos conduce como ya hemos sealado con anterioridad a pensar la genealoga es-tructurada de sus conceptos. Se tratara de ver en qu medida esa deconstruccin es una destructuracin.42

    No cabe sino inscribir esta sospecha en la perspectiva de un proyecto ontolgico, cuyo alcance puede ser discu-tido pero cuya dimensin resulta innegable. En definitiva, se trata de ensanchar ese marco dentro de lo que lo real es tolerable, como expresin de posibilidad efectiva. Hay una instancia a hacer emerger no, aparecer lo real.

    No faltan quienes han ledo esta dimensin insistiendo en que la actitud ontolgica de la filosofa de la sospe-cha resulta patente por cuanto el significado de la con-ciencia se configura como un mero "producto" de la meta-conciencia, o sea, como ideologa.43 Desde su pun-to de vista, fuerzas inconscientes en recproca dialctica con la conciencia la configuran como instrumento para ocultar el pensamiento. La realidad no est por ello dada, sino construida, producida; hasta el punto de que la reali-dad experimental es tanto dada como producida y el sig-nificado del ser dado est en el ser producido. El fenme-no es concebido como un producto ontolgico de otra realidad, por lo que no cabe la neutralidad. As, el pen-samiento no se limita a revelar el ser, sino que vela el ser. Por consiguiente, no es suficiente con plantear el pro-blema en trminos de ser-pensamiento, sino que ha de hablarse de inconsciente-consciente, desconocido-mostra-

    100 14

    do. De ah que a la concepcin del saber como revela-cin ha de oponerse el saber como ideologa, con lo que la teora de la verdad se transforma en teora de la ideologizacin.44

    Hay, sin embargo, otras preocupaciones no menos ontolgicas y que responderan ms a las propias claves de Foucault. El punto de ruptura sobrevino el da en que Lvi-Strauss, en cuanto atae a la sociedad, y Lacan, por cuanto concierne al inconsciente, mostraron que el "senti-do" no era probablemente sino una especie de efecto de superficie, una centella, una espuma; pero lo que atrave-saba profundamente, lo que exista primariamente, lo que se sostena en el tiempo y en el espacio, era el "siste-ma".45 Queda as perfilada toda forma de saber como producto de una estructura inconsciente y heterognea. Se tratar de ver en qu medida la instancia del sistema juega asimismo como espuma, en un efecto superficial, ya que tal vez la sospecha nos induzca precisamente a hacer del sistema espuma, a incorporar su lenguaje a la superfi-cie mediante la habilitacin del marco adecuado definido por el hecho de posibilitar su enunciacin.

    La elaboracin por Freud de la categora hermenuti-ca de sntoma (no es el sueo soado lo que puede ser interpretado, sino el texto del relato del sueo [...] de nin-gn modo es el deseo como tal lo que se halla en el cen-tro del anlisis, sino su lenguaje)46 nos sita cuanto me-nos ante una referencia clsica para encuandrar el asunto, ya que nos remite al problema de la interpreta-cin.47 Ello reabre la grieta de la distancia entre el texto y lo que acontece y nos obliga a situarnos en el lmite cuya experiencia vendr asumida por un discurso. El problema ya no es tanto si dicho discurso precisa ser interpretado sino si puede serlo. Quizs su materialidad nos imponga simplemente hablar y escribir de l. Pero, ante el prota-gonismo del texto, por qu no interpretar? y, adems, cmo hablar sin hacerlo?

    La pregunta nos remite ahora a la emergencia: De qu modo viene la palabra al discurso? Cmo llega el deseo? Cmo frustra el deseo a la palabra y a su vez

  • fracasa l mismo en su intento de hablar?48 Hay en todo ello un serio esfuerzo por recuperar la lgica del reino ilgico, por liberar la conciencia mediante una adecuada toma de conciencia, por establecer una nueva relacin en-tre lo patente y lo latente... con lo que el problema nos sita ante una exgesis del sentido, un desciframiento y, de nuevo, una intepretacin; requerida, en definitiva, por una expresin lingstica de doble sentido49 que nos co-loca en un espacio simblico.

    No es, sin embargo, el objetivo primario de Foucault una labor hermenutica de desciframiento (por otra par-te, a todas luces necesaria), ni siquiera la emergencia de sentido: ... lo que para m era importante y quera anali-zar era, ms que la aparicin del sentido en el lenguaje, los modos de funcionamiento de los razonamientos en el interior de una cultura determinada: Cmo es posible que un razonamiento pueda funcionar en determinado perodo como patolgico y en otro como literario? Lo que me interesaba era el funcionamiento del razonamiento, no su significacin.50 La voluntad de sospecha y la vo-luntad de escucha son ahora desciframiento y diagns-tico.

    Hay, en el proyecto de Foucault, por consiguiente, una opcin por una suerte de etnologa, analizando las condi-ciones formales, y el funcionamiento de los razonamien-tos en la cultura. No le es suficiente con encontrarse ante ellos y aceptar su prepotente presencia. La crtica es aho-ra una pregunta por su surgimiento, una cuestin acerca de la profundidad de los signos, siempre que no enten-diramos por esto interioridad, sino, por el contrario, ex-terioridad, secreto absolutamente superficial.5 ' Su sospe-cha tiene, por tanto, la profundidad de los problemas superficiales y afecta con una radicalidad que hiere direc-tamente a lo real. Es una sospecha acerca de la regulari-dad y su funcionamiento, que induce a hablar.

    F.Adems, al analizar las condiciones de nuestra ra-cionalidad juzgo nuestro lenguaje, mi lenguaje, analizan-do la manera cmo ha podido surgir.

    24

    C.En una palabra, usted hace una etnologa de nues-tra cultura.

    F.O, al menos, de nuestra racionalidad, de nuestro razonar.52

    NOTAS

    1. Blanchot, Maurice, L'absence du livre, L'Ephmre, 10 (trad. cast.: Buenos Aires, Caldn, 1973, 67 pp., p. 30).

    2. Foucault, Michel, Le langage l'infini. Tel Quel, 15, otoo (1963), 52.

    3. Ibid., 48. 4. Foucault considera que esta imposibilidad nos viene de la apertu-

    ra practicada por Kant en la filosofa occidental, el da en el que articu-l, de modo an bien enigmtico, el discurso meta'sico y la reflexin sobre los lmites de nuestra razn. Tal apertura ha terminado Kant por encerrarla en la cuestin antropolgica a la que, a fin de cuentas, ha referido toda cuestin crtica, ibd., 757. (En el momento de hacer esta consideracin Foucault trabajaba en la traduccin de Kant, I., Anthropo-logie du point de vue pragmatique, Paris, J. Vrin, 1964, 176 pp.)

    5. Foucault, M., Prface la transgression (en Hommage Geor-ges Bataille), Critique, 195-196, agosto-septiembre (1963), 758.

    6. Ibd. ,759. 7. Ibd., 756. 8. Cfr. Foucault, M., Le langage l'infini, a.c., 46. Se ha trabajado,

    sin embargo, ms en una perspectiva de genealoga que olvida, por mo-mentos, el alcance de este proyecto. Cfr. Prete, Antonio, Per una genea-loga della letteratura, Aut Aut, 167-168, 245 pp., 175-187.

    9. La propuesta coincide con la de Robbe-Grillet, Pour un Nouveau Roman, Pars, Gallimard, 1963. All se sealan como superados el Perso-naje (cfr. p. 36), la Historia (cfr. p. 37), el Compromiso (cfr. p. 46) y la Forma y Contenido (cfr. p. 51); superacin cuya influencia en Michel Foucault es evidentemente decisiva. Foucault manifesta dicha influencia en Distance, aspect, origine (dedicado a Robbe-Grillet), Critique, 198, noviembre (1963), 931-946.

    10. Foucault, M., Le langage de l'espace, Critique, 203, abril (1964), 382.

    11. Foucault, M., Le langage l'infini, a.c., 44. 12. Barthes, Roland, Le plaisir du texte, Paris, Seuil, 1973 (trad. cast.:

    Madrid, Siglo XXI, 1974, 85 pp., p. 43). 13. Ibd., p. 75. 14. Foucault, M., La pense du dehors, en Maurice Blanchot,

    Critique, 229, junio (1966), 524. 15. Barthes, R., El placer del texto, o.c., cfr. pp. 15-16.

    2.S

  • 16. Foucault, M., La pense du dehors, a.c., 528. 17. Foucault, M., La mtamorphose et le labyrinthe, La Nouvelle

    Revue Franaise, 124, 1 de abril (1963), 638. 18. Es interesante al respecto recordar el excelente estudio de Hegel

    sobre lo interior en la Fenomenologa del espritu, 2.a reimp., Mxico, FCE, 1973, 484 pp., cfr. pp. 88 ss.

    19. Foucault, M., Raymond Roussel, Paris, Gallimard, 1963, p. 19 (trad, cast.: Buenos Aires! Siglo XXI, 1973, p. 20).

    20. Foucault, M., La mtamorphose et le labyrinthe, a.c., 638. 21. Foucault, M., Les mois et le.s choses, Paris, Gallimard, 1966,

    p. 317 (trad, cast.: 9." d., Mxico, Siglo XXI, 1978, 375 pp., pp. 297-298).

    22. Ibid., p. 59 (trad., p. 52). 23. Foucault, M., Guetter le jour qui vient, La Nouvelle Revue Fran-

    aise, 130, 1 de octubre (1963), 711. 24. Proyecto que, cuanto menos como tal, se sita en lnea con el

    mtodo interno hegeliano. 25. Canguilhem, Georges, Mort de l'homme ou puisement du cogi-

    to?, Critique, 242, julio (1967) (trad. cast, en: Anlisis de Michel Fou-cault, Buenos Aires, Tiempo Contemporneo, 1970, p. 125).

    26. Foucault marca as sus distancias respecto a la configuracin de los planteamientos de Deleuze, realizada ms desde la perspectiva del pensar: Pensar ni consuela ni hace feliz. Foucault, M., Thatrum phi-losophicum, Critique, 282, noviembre (1970), 904 (trad, cast.: Barcelo-na, Anagrama, 1972, 41). Sin embargo, hablar es hacer algo, algo distinto a expresar lo que se piensa. Foucault, M., L'arquologie du sa-voir, Paris, Gallimard, 1969, p. 272 (trad, cast.: 5." d., Mxico, Siglo XXI, 1978, 355 pp., p. 351).

    27. Foucault, M., Naissance de la clinique. Une archologie du regard mdical, Paris, PUF, 1963, p. 4 (trad, cast.: 4." d., Mxico, Siglo XXI, 1978, 293 pp., p. 20).

    28. Ibid., p. VII (trad., p. 4). 29. Ibid., pp. 240-241 (trad., p. 173). 30. Adorno, T.W., Tres estudios sobre Hegel, 2." d., Madrid, Taurus,

    1974, 195 pp., pp. 89-90. 31. Aristteles, Metafsica, 1, 1082 b3. 32. Foucault, M., Entretien sur la prison: le livre et sa mthode, Le

    Magazine Littraire, 101, junio (1975), 58 pp., 27-33 (trad. cast, en: Micro-fsica del poder, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta, 1978, 189 pp., pp. 100-101).

    33. Ibid., 27-33 (trad., pp. 100-101). 34. Foucault, M., Introduccin y notas, en Binswager, Ludwig, Le

    rve et l'existence, Brujas, Descle de Brouwer, 1945, 193 pp., p. 123. 35. Ricoeur, Paul, De l'interprtation. Essai sur Freud, Paris, Seuil,

    1965 (trad. cast, en: Freud: una interpretacin de la cultura, 4.a d., Mxi-co, Siglo XXI, 1978, 483 pp., p. 28).

    36. Derrida, J., Implications (entrevista con Henri Ronse), Les Let-tres Franaises, 1.211, 6-12 de diciembre (1976); y en Positions, Paris,

    100

    Minuit, 1972, p. 15 (trad. cast. en: Posiciones, Valencia, Pre-Textos, 1977, p. 12).

    37. Foucault, M., Au del du bien et du mal (declaraciones recogi-das por M.A. Burnier y Philippe Graine), Actuel, 14, noviembre (1971) (trad. cast. en: Conversaciones con los radicales, Barcelona, Kairs, 1975, 173 pp., p. 44; y en Microfsica del poder, o.c., p. 44).

    38. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.c., p. 223 (trad., p. 287). Cfr. asimismo Foucault, Michael, Thatrum Philosophicum, a.c., 889:

    cmo no reconocer en Hegel el filsofo de las diferencias ms gran-des frente a Leibniz, pensador de las ms pequeas diferencias.

    39. Ibd., p. 268 (trad., p. 345). 40. Blanchot, M., Nietzsche y la escritura fragmentaria, Buenos Aires,

    Caldn, 1973, pp. 41-66. 41. Ricoeur, P., De Vinterprtation. Essai sur Freud, o.c., Irad., p. 29. 42. Ello nos remite al problema de la situacin de Foucault respecto

    al Estructuralismo, objeto de una reflexin posterior. 43. Corradi, Enrico, Filosofa dlia morte dett'uomo. Saggio sul pen-

    siero di M. Foucault, Miln, Vita e Pensiero, Publicazioni dlia Universit Catlica, 1977 (Collana Filosofa e Scienze Umane, 14), 288 pp., p. 23.

    44. Cfr. ibd., pp. 21-28. Encontramos excesivas lagunas en esta plan-teamiento, pero sirva como expresin siquiera no del todo proceden-te de un intento de leer en clave ontolgica el proyecto.

    45. Foucault, M., Entretien avec M. Chapsal, IM Quinzaine Littrai-re, 15 de mayo (1966), 14.

    46. Ricoeur, P., De l'interprtation. Essai sur Freud, o.c., trad., p. 9. 47. Ello ser objeto de un apartado posterior, por lo que aqu es

    simplemente aludido. 48. Ricoeur, P., o.c., trad., p. 9. 49. Ibd., trad., p. 9. 50. Consideraciones en torno a Raymond Roussel y en cuya perspec-

    tiva situaremos nuestro posterior anlisis sobre el lenguaje y la locura. Caruso, Paolo, Conversazioni con Lvi-Strauss, Foucault y Lacan, Miln, U. Mursia & C 1969 (trad. cast.: Barcelona, Anagrama, 1969, p. 73).

    51. Foucault, M., Nietzsche, Freud, Marx, Paris, Minuit, 1965, Cahiers de Royaumont. Philosophie, 7 (trad. cast.: Barcelona, Anagrama, 1970, 57 pp., pp. 29-31).

    52. Caruso, P., Conversazioni con Lvi-Strauss, Foucault y Lacan, o.c., trad., p. 73.

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  • 1

    UNA ESCUELA PARA FOUCAULT

    Construir la razn. De Bachelard a Canguilhem

    La aritmtica no est fundada en la ra-zn. Es la doctrina de la razn la que est fundada en la aritmtica elemental. Antes de saber contar apenas sabamos qu era la ra-zn. 1

    Hay afirmaciones que posibilitan tal cantidad de refu-taciones, abren tantas vas de distanciamiento y merecen tales puntualizaciones que habran de ser felicitadas por su imprecisin. Tal es el caso de la que sigue: Michel Foucault, un historiador del pensamiento cientfico, se ha convertido en profeta.2 El tono poco convencional que a continuacin se atribuye a lo dicho justifica la conside-racin, pero no por ello deja disuelto el problema que nos interesa.

    ... Qu son esos discursos que [Foucault]... se obstina en proseguir...: historia o filosofa?... mi discurso, lejos de determinar el lugar de donde habla, esquiva el suelo en el que podra apoyarse. Es un discurso sobre unos discur-sos.3 Hay en ello, como veremos, una instancia a la ma-terialidad. Se nos remite as ms a un saber cuya de-

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    limitacin ser objeto de posterior anlisis que a la ciencia.

    No nos parece ingenua la distincin. A travs de ella accedemos al trabajo de Foucault y ahora s abrimos la puerta a una consideracin ms atractiva de la afirmacin con la que dialogamos. Si... consiste en hacer sensible e inteligible a la vez la edificacin difcil, contrariada, reto-mada y rectificada del saber,4 entonces s cabe hablar de historia de las ciencias. Y esta perspectiva que Georges Canguilhem encuentra en la epistemologa de Gastn Ba-chelard, ser decisiva en los planteamientos de Foucault.

    Y es en tal historia de las ciencias, siempre en acto, en la que cabe comprometer asimismo su proyecto.

    Con el trasfondo de cierto mtodo5 que de modo simi-lar desea aplicar a discursos distintos de los relatos le-gendarios o mticos, reconoce la filiacin de su idea res-pecto de los historiadores de las ciencias y sobre todo Canguilhem; a l le debo haber comprendido que la histo-ria de la ciencia no est prendida forzosamente en la al-ternativa: crnica de los descubrimientos, o descripciones de las ideas y opiniones que bordean la ciencia por el lado de su gnesis indecisa o por el lado de sus cadas exteriores; sino que se poda, se deba, hacer la historia de la ciencia como un conjunto a la vez coherente y transfor-mable de modelos tericos e instrumentos conceptuales.6

    De este modo, Gastn Bachelard y Georges Cangui-lhem quien le sucedi en la direccin del Instituto de Historia de las Ciencias de la Sorbona configuran una perspectiva que consideramos clave para encuadrar con-venientemente la labor de Michel Foucault respecto al tema que nos ocupa.

    Ciertamente Bachelard fue maestro de Canguilhem y ste lo fue de Foucault, pero sera inexacto hablar de una escuela epistemolgica en la que difcilmente se si-tuara un arquelogo del saber. Se ha subrayado, sin embargo, el denominador comn que configura este nue-vo triedro, insistiendo en su "no-positivismo" radical y deliberado,7 como expresin de su comn posicin en filosofa.

  • Y no estamos con ello tan alejados del clebre tringu-lo Marx-Freud-Nietzsche que aglutinaba la era del recelo. El propio Bachelard se sita como perspectiva de un hori-zonte asediado por similares inquietudes. No faltan quie-nes opinan que, en cierta medida, es asimismo un filsofo de la sospecha por cuanto, para l, toda forma de teora depende de modo determinstico de factores infrafenom-nicos de naturaleza prctica, bien sea cientfica o no-cien-tfica (tales, por ejemplo, como la opcin inmotivada, la decisin injustificada, etc.), con lo que toda forma teo-rtica est determinada por una realidad "inconsciente" que tiene la cualidad de ser "Otro" y la de pertenecer al orden de la "Praxis".8

    No podemos hablar, por consiguiente, tampoco aqu de la ciencia como algo cerrado y definitivo. Se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conoci-mientos mal adquiridos. Se presenta as la labor como un proceso de construccin, de reconstruccin, en una suerte de rectificacin del pensamiento, con continuos reajus-tes hacia la superacin.9 Nada va de suyo. Nada est dado. Todo es construido.10

    De este modo, la objetividad no es posible de entrada. Ello justifica la clara oposicin a esta filosofa fcil que se apoya sobre el sensualismo ms o menos novelesco, y que pretende recibir sus lecciones de un "dato" claro, lim-pio, seguro, constante, siempre ofrecindose a un espritu siempre abierto.11 Se trata ms bien de considerar que la historia del objeto determina la historicidad del saber, con lo que las verdades producidas por las ciencias se es-tablecen a lo largo de un proceso.

    Lejos, pues, de toda Razn natural cuyo filosofar produce, en el mejor de los casos, una retrica de verda-des triviales,12 la llamada hegeliana asumida por Bache-lard toma cuerpo asimismo en Foucault y adopta el tinte, en cierto modo presuntamente ingrato, de la actividad seria. El esfuerzo es ahora por la regularidad. S lo que puede tener de un poco spero el tratar los discursos no a partir de la dulce, muda e ntima conciencia que en ellos se expresa, sino de un oscuro conjunto de reglas

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    annimas. Lo que hay de desagradable en hacer aparecer los lmites y las necesidades de una prctica, all donde se tena la costumbre de ver desplegarse, en una pura trans-parencia, los juegos del genio y de la libertad.13

    Esta opcin por el rigor es, por su parte, en Bachelard una opcin por la va cientfica que pasa fundamental-mente por la exposicin discursiva y detallada de un mtodo de objetivacin. De este modo, el objeto de la ciencia cobra el tono de materia producida por la tcni-ca. Se sustituye as toda una fenomenologa que se limi-tara a describir el fenmeno por la fenomenotcnica que trata de construirlo. En toda circunstancia, lo inmediato debe ceder el paso a lo construido.14

    El proyecto afecta a la propia razn, ya que este mate-rialismo tcnico se traduce en racionalismo aplicado, es decir, los objetos de la ciencia, los fenomenotcnicos, no son productos organizados slo de modo material, sino que adems son constructos definidos de modo teri-co. Aqu tambin la sospecha conduce a Bachelard a huir de toda ingenuidad. Una de sus finalidades ser precisa-mente dejar de lado esas generalidades epistemolgicas y llamar a reflexin filosfica sobre el espritu cientfico.15 Se trata de superar el impasse no slo de la oposicin abstracto-concreto, sino tambin de la pensado-real, razn-experiencia, sujeto-objeto, deduccin-induccin, etc., y Ba-chelard propone hacerlo situando el fundamento de la teo-ra en la praxis cientfica. La razn debe obedecer por tan-to a la ciencia, a la ciencia ms evolucionada, a la ciencia evolucionante.16

    Queda por ver en qu medida cabra en Bachelard identificar precisamente razn y ciencia. Canguilhem con-sidera que distinguir, como se ha hecho hasta aqul, razn y ciencia es admitir que la razn es potencia de principios independientemente de su aplicacin. Por el contrario, identificar ciencia y razn17 es esperar de la aplicacin que suministre un diseo de los principios. El principio viene al fin.18 Pero la ciencia no ha concluido... la razn queda sometida a sus avatares pero incidiendo en que sean tales.

  • Se perfila as el terreno desde el que poder plantear el problema que nos ocupa. No es cuestin simplemente de deconstruir la razn sino de reconstruirla,19 de formar-la; del mismo modo que hay que formar la experiencia20 e introducir una jerarqua en ella.21 La prueba cientfica precisamente si lo es tal reorganiza y construye. De nuevo, nos encontramos ante una voluntad de escucha: la mente debe plegarse a las condiciones del saber22 y de sospecha el espritu cientfico es esencialmente una rectificacin del saber,23

    Resulta ms clara ahora la inconsistencia de una valo-racin de Foucault como historiador de las ideas. Nada ms lejos de su centro de inters que ese juego de repre-sentaciones, estos tipos de mentalidad, aquellas opi-niones,... Nada ms distante de su punto de mira que dar con la experiencia inmediata que el discurso transcri-be o con reconstruir los desarrollos en forma lineal o incluso con describir todo el juego de los cambios. No es su perspectiva la de un notario que refleje el paso de la no-cientificidad a la ciencia. Hay en Foucault un evi-dente desmarque de los grandes temas de la historia de las ideas: gnesis, continuidad, totalizacin. Precisa-mente, lo que la arqueologa tratar de describir no ser la ciencia en su estructura especfica, sino el dominio, muy diferente, del saber.24

    Marcada claramente la distancia, el discurso de Ba-chelard contina ofrecindonos referencias-clave en el anlisis. Para un elaborador de diagnsticos no es sufi-ciente con concretar el marco en el que incidir. Necesita un instrumento para hacerlo. Y ahora, de nuevo, marco e instrumento no son dos mundos.

    Lejos ya, pues, Bachelard de todo realismo absoluto, asimismo insiste ahora en la inexistencia de un raciona-lismo absoluto.25 Con ello, una filosofa adecuada al pensamiento cientfico en constante evolucin nos sita, no frente a una razn arquitectnica, sino ante una razn polmica. La ciencia simplifica lo real y com-plica la razn. El trayecto queda entonces reducido, yen-do de la realidad explicada al pensamiento aplicado.26

    100 14

    Y esta razn polmica debe plegarse a las condiciones del saber.

    Pero resulta decisivo subrayar aqu un asunto sobre el que volveremos ms adelante. En Foucault no cabe iden-tificar, sin ms, saber y ciencia; y menos an aquella en cuya perspectiva se sita Bachelard. Antes bien, las cien-cias aparecen en el elemento de una formacin discursiva y sobre el fondo del saber,27 lo que deja abierta la cues-tin del lugar y el papel de una regin de cientificidad en el territorio arqueolgico en que sta se perfila.

    No cabe, con todo, para Bachelard, el reposo seguri-dad-simiente dogmtica. La razn queda definitivamente sometida al proceso dialctico de las ciencias. El doble mo-vimiento va de la razn constituida a la razn constituyen-te. Se implica as la realidad. Se trata de... un realismo en reaccin contra el realismo usual, en polmica contra lo inmediato, de un realismo hecho de razn realizada, de ra-zn experimentada.28 La razn debe ser, por tanto, aplica-da hasta el punto de que la objetividad del pensamiento debe medirse por su posibilidad de aplicacin. Es preciso lograr un racionalismo concreto, solidario de experiencias siempre precisas y particulares. Tambin es necesario que ese racionalismo sea suficientemente abierto para recibir de la experiencia determinaciones nuevas.29

    Esto implica que hay que proyectarse en el pensa-miento cientfico para configurar la razn, pero tambin, como consecuencia de la evolucin cientfica, aceptar que la misma razn modifica sus principios primeros y reor-ganiza sus leyes en funcin del desarrollo de la ciencia. Esta razn es inquieta, dialctica, espontneamente dis-puesta, ms activa que afectiva, insatisfecha con lo que es, porque es en su misma aplicacin donde la teora descubre la necesidad de su rectificacin: ante las dificul-tades que encuentra queriendo aplicarse, verificarse y am-pliar sus explicaciones, encuentra sus lmites, hechos no integrables sobre la base de sus conceptos de partida, y es entonces cuando "reacciona" sobre dicha base.30 Por ello, si la actividad cientfica experimenta, hay que razo-nar; si razona, hay que experimentar.31 Hay que apren-

  • der a actualizar la razn32 mediante un aprendizaje que influir en su propia configuracin.

    La objetividad es as algo a lo que ha de accederse, lo que obliga a exponer de una manera discursiva el objeto, demostrando, ms que mostrando, lo real. No se trata tanto de estudiar el determinismo de los fenmenos sino ms bien de determinarlos. Este racionalismo militante es un racionalismo discursivo, un racionalismo del detalle, de la invencin de cada caso particular.33

    Ha sido preciso este rpido recorrido a fin de posibili-tar el espacio desde el que poder valorar en su autntica dimensin dos consideraciones llaves en M. Foucault, con implicaciones decisivas en el problema de la razn, y que cobran especial relevancia precisamente a la luz del planteamiento de Bachelard en el que por otra parte y bajo mltiples aspectos se inscriben.

    1. No existe una suerte de discurso ideal, a la vez lti-mo e intemporal.34

    2. El horizonte al que se dirige la arqueologa no es una ciencia, una racionalidad, una mentalidad, una cultura; es un entrecruzamiento de interpositivida-des... La comparacin arqueolgica no tiene un efecto unificador, sino multiplicador.35

    Se sientan as las bases, como seala el propio Fou-cault, para la descalificacin de una racionalidad discursi-va36 que fuera de hecho independiente de las estrate-gias, preexistente a ellas y en torno a la cual se configu-raran como elementos secundarios. La referencia vendr dada por el apriori histrico en el contexto del archi-vo, lo que constituir en cada poca y en cada situacin una episteme determinada. El horizonte ser, por tanto, el del saber.

    De ah la importancia de las dos claras consecuencias que se desprenden de los planteamientos de Bachelard. Por una parte, la segmentacin: racionalismo regional.37 Por otra, la socializacin: racionalismo colectivo.38 En este

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    contexto se comprende que, si se pretende hablar de ra-cionalizacin de la experiencia, si se busca que una expe-riencia sea verdaderamente racionalizada, debe insertarse en un juego de razones mltiples.

    Cabe hablar, por tanto, en Bachelard, de una filosofa de las ciencias dispersada y de un reconocimiento de di-versidad de racionalismos, a travs de la constitucin de racionalismos regionales, es decir, por las determinacio-nes de los fundamentos de un sector particular del saber. Quedar por ver en qu medida Foucault puede leerse en una perspectiva similar. Baste ahora con recordar una clave de sus resultados: la discontinuidad.

    Ahora, si bien Bachelard se ha dedicado a constituir un racionalismo de lo elctrico, adems un racionalismo de la mecnica y finalmente un racionalismo de la duali-dad electrismo-mecanismo, queda abierta la pregunta: la pluralidad de racionalismos regionales puede ser comprendida en la unidad de un racionalismo integral? No, si por generalidad se entiende un producto de re-duccin. S, si se entiende por ello una forma de integra-cin, pues ms que de racionalismo general hay que ha-blar de racionalismo integral y, mejor an, de raciona-lismo integrante. Este racionalismo (integral o integran-te) debera ser instituido "a posteriori", tras haber estu-diado racionalismos regionales diversos, tan organizados como fuera posible, contemporneos de la puesta en re-lacin de los fenmenos obedeciendo a tipos de expe-riencia bien definidos.39

    De ah que, aunque sin pretender tomar sin ms una condicin estructural por una condicin ontolgica, que-pa cuestionarse en qu medida el consenso que define so-cialmente un racionalismo regional es ms que un hecho; es el signo de una estructura. Con ello el racionalismo aparecera como una actividad de estructuracin. En este contexto se inscriben consideraciones acerca de una onto-loga de las estructuras. Y as cabe encuadrar el texto con el que iniciamos este apartado: el hecho de ser pensado matemticamente es el signo de una estructura orgnica objetiva. Veremos en qu medida Foucault comulga con

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  • tal consideracin y desde qu perspectiva cabe hablar de racionalizacin discursiva y compleja.

    Formar el concepto. De Canguilhem a Foucault

    Tal vez en la ruptura de las distancias marcadas por la afirmacin: No es una filosofa de la conciencia, sino una filosofa del concepto la que puede darnos una teora de la ciencia...;40 quizs en el .anlisis de sus aportacio-nes e imprecisiones, se encierre efectivamente el autnti-co alcance del tema que nos ocupa.

    Se tratar de ver en qu medida el esfuerzo y la labor del concepto,4' su camino, exige ser trazado por.mto-dos especficos, propios a cada campo epistemolgico, en las condiciones particulares de su historia electiva.42

    Marcado ya el carcter esencial de la historicidad para el objeto que pretendemos, es el propio Canguilhem quien sita, siquiera de modo polmico, las claves: la historia de las ciencias es la historia de un objeto, que tiene una historia, mientras que la ciencia es ciencia de un objeto que no es historia, que no tiene historia.43 Se produce de este modo la fundamentacin de la representacin del movimiento de las ciencias en la historia efectiva de los conceptos. En la materialidad histrica del acontecimien-to se estructura la pregunta que de alguna forma se recu-pera en el concepto.

    Y es ahora cuando cobra especial significacin el ya aludido reconocimiento de Foucault a Canguilhem, su maestro en hacer la historia de la ciencia como un con-junto a la vez coherente y transformable de modelos te-ricos e instrumentos conceptuales.44 De ah su considera-cin de lo preconceptual: en lugar de dibujar un hori-zonte que viniera del fondo de la historia y se mantuviera a travs de ella, es por el contrario, al nivel ms "superfi-cial" (al nivel de los discursos), el conjunto de las reglas que en l se encuentran efectivamente aplicadas 45

    Es en esta perspectiva en la que cobra su autntica dimensin el planteamiento inicial de Canguilhem. Desde

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    su punto de vista, la historia de la ciencia va a entenderse como una historia de la construccin de la verdad. Ello justifica el que si la verdad no est constituida por una historia de la verdad, sino por una historia de la ciencia, por la experiencia de la ciencia,46 la lgica del desarrollo cientfico no puede ser lgica pura, especulativa y formal de la razn, a no ser que sta se entienda desde la pers-pectiva del movimiento mismo de lo que hay. Se recono-ce, por tanto, que definir un concepto significa formular un problema. La atencin se concentra as en las condi-ciones de aparicin de los conceptos, es decir, en definiti-va, en las condiciones que hacen que el problema resulte formulable. ste es, por ello, el camino viable: la vuelta a los problemas a los que las ciencias intentan responder.47

    As, hablar del objeto de una ciencia significa afron-tar un problema que primero debe ser planteado y luego resuelto; hablar de la historia de una ciencia impone mos-trar de qu manera por qu motivos tericos o prcti-cos una ciencia se las arregl para plantear y resolver ese problema. La historia de una ciencia adopta as el as-pecto de una lucha o un debate.48

    Este nuevo camino implica a su vez una concepcin diferente de la historia49 y se concreta en la exigencia de ir del concepto a la teora y no a la inversa. Ello nos obli-ga a superar una serie de prejuicios. Uno concierne a todas las ciencias y consiste en pensar que un concepto no puede en principio aparecer ms que en el contexto de una teora o por lo menos en una institucin heurstica homognea en donde los hechos de observacin corres-pondientes sern interpretados.50

    Liberados de este prejuicio, reconocemos que el naci-miento del concepto es, por lo tanto, un comienzo abso-luto. Las teoras, que son algo as como su conciencia, slo vienen despus. La indiferencia del concepto nacien-te respecto del contexto terico de este nacimiento le da su primera determinacin, promesa de una historia am-plia: la de su polivalencia terica. Con ello, la historia de la ciencia concebida como historia de los conceptos pone de manifiesto filiaciones inesperadas, establece nuevas

    18

  • periodizaciones, hace surgir nombres olvidados, desorde-na la cronologa tradicional y oficial; en suma, esboza una historia paralela de la ciencia.51 La construccin de una epistemologa aparece as como la reflexin sobre la historia del saber, y su objeto, la inteleccin racional de la esencia de la historicidad.

    Es significativo sealar el alcance de esta historia de los conceptos. Baste subrayar cmo plantea y examina Canguilhem, por ejemplo, la nocin de medio: las etapas histricas de la formacin del concepto y las diversas for-mas de su utilizacin, as como los giros sucesivos de la relacin de la que es uno de los trminos, en geografa, en biologa, en psicologa, en tecnologa, en historia econ-mica y social, son, hasta hoy, bastante dificultosos de per-cibir en una unidad sinttica. Por eso la filosofa debe tomar aqu la iniciativa de una bsqueda sinptica del sentido y del valor del concepto.52 Se ofrece as un para-digmtico programa de trabajo en el que, 'por otra parte, se perfila prcticamente un proyecto.

    En cierto modo, de nuevo la filosofa se convierte a su viejo destino, a la pregunta por el saber y las ciencias.53 Pero ello con la decidida conviccin de que dicho saber no es un dato, sino el resultado de un proceso de trans-formaciones a travs del cual se va desplazando la fronte-ra epistemolgica que quizs ya es una pluralidad de mrgenes del no saber al saber, pero sin que en ningn momento podamos dar ni por terminado el proceso ni por definitiva la verdad producida.

    La tarea a realizar consiste en romper la identidad supuesta de la realidad, la verdad y el ser, y esto comien-za por el reconocimiento de la superioridad filosfica del principio de no-contradiccin sobre el principio de identi-dad.54 Es este principio el que establece la relacin au-tntica entre lo verdadero y lo falso, entre lo real y lo aparente. Se trata de recuperar, por tanto, el valor episte-molgico del error y su concepcin del valor racional, reconociendo la potencia portentosa de lo negativo.55

    Hay en ello un reencuentro con una vena filosfica profunda. Inmersos en la actual insuficiencia explicativo-

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    constructiva de ciertos ejes-base a) la universalidad de las categoras de la razn occidental, b) la concepcin del sujeto como substancia, y c) la historia orientada hacia un sentido, se propone: a) la genealoga y arqueologa56 de los conceptos, sin dar por supuesto un contenido y al-cance, ni inventarse un origen; b) concebir la historia de la ciencia como historia de los conceptos este trabajo reflexivo sobre la historia de los conceptos es la condicin necesaria para la realizacin de una historia epistemol-gica; ver la materialidad histrica del conocimiento; y c) la constitucin de una razn histrica.

    La propuesta es ahora mantenerse al nivel del discur-so mismo. Se renunciar, pues, a ver en l un fenme-no de expresin, la traduccin verbal de una sntesis efec-tuada por otra parte; se buscar en l ms bien un campo de regularidad para diversas posiciones de subjetividad. El discurso, concebido as, no es la manifestacin majes-tuosamente desarrollada de un sujeto que piensa, que co-noce y que lo dice: es, por el contrario, un conjunto don-de pueden determinarse la dispersin del sujeto y su dis-conformidad consigo mismo, es un espacio de exteriori-dad donde se despliega una red de mbitos distintos.57 Hay, pues, una instancia a ... la materialidad [...] que constituye el enunciado mismo.58 De este modo com-prenderemos que no hay signos que existan primariamen-te, originalmente, realmente, marcas coherentes, pertinen-tes y sistemticas...; por el contrario, no hay ms que in-terpretacin.59

    A la posicin clsica de la filosofa, recorrida por el eje conciencia-conocimiento-ciencia, se opone ahora el eje prctica discursiva-saber-ciencia60 como manera de supe-rar el ndice de subjetividad que acompaa necesariamen-te a todo proyecto fundador. As, al modo especfico de produccin de cada ciencia se llega mediante un anlisis que posibilita la relacin de lo implcito a lo explcito, de las condiciones formales a las materiales de produccin, en el encadenamiento histrico de los conceptos que, a su vez, constituyen el dominio en devenir de cada ciencia.

    As, mediante el reconocimiento de que la historicidad

    39

  • es esencial para el objeto de la filosofa de las ciencias, se perfila la ruptura que se expresa en la afirmacin de que toda ciencia particular produce, en cada momento de su historia, sus propias normas de verdad. Con esto [...] se lleva a cabo una ruptura casi sin precedentes61 en la his-toria de la filosofa y se sientan las bases para una teora no filosfica de la filosofa [...]. Al invalidar la categora absoluta de "verdad" en nombre de la prctica efectiva de las ciencias la misin de aqulla consista en "fundar" stas se niega a la filosofa el derecho a decir la verdad de las ciencias y se asume el deber decir la verdad de la "Verdad" de los filsofos.62

    Este tornar hacia la procedencia y emergencia del con-cepto concepto configurado en una episteme determi-nada, con una historia definida...; este dar con su mate-rialidad en el enunciado, en el discurso..., expresa una sospecha, pero no elude otra. Supongo que en toda so-ciedad, la produccin del discurso est a la vez controla-da, seleccionada y redistribuida por un cierto nmero de procedimientos que tienen por funcin conjurar los pode-res y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y es-quivar su pesada y temible materialidad.63 De este modo, la erosin de un concepto o de una nocin tan decisiva como la de racionalidad no revela nicamente su mera insuficiencia con la presente configuracin.

    As, Canguilhem no es slo una referencia clave para configurar el planteamiento de Foucault respecto al con-cepto, sino que marca decisivamente su perspectiva de una razn que se expresa en el discurso, al que por ahora slo nos hemos referido mnimamente, a fin de subrayar esta relacin.

    NOTAS

    1. Bachelard, G., La philosophie du non. Essai d'une philosophie du nouvel esprit scientifique, 4." ed., Paris, PUF, 1966 (trad, cast.: 1." reimp., Buenos Aires, Amorrortu, 1978, 121 pp., p. 119).

    2. Kurzweil, Edith, Michel Foucault, Ending the Era of Man,

    40

    Theory and Society, 4, 3 (1977), 395 (trad. cast.: Valencia, Cuadernos Teorema, 1979, 62 pp., p. 9).

    3. Foucault, M., L'archologie du savoir, Paris, Gallimard, 1969, 280 pp., 267 (trad. cast.: Mexico, Siglo XXI, 1970, 355 pp., p. 345).

    4. Canguilhem, G., L'Histoire des Sciences dans l'oeuvre pistmo-logique de G. Bachelard, en tudes d'histoire et de philosophie des scien-ces, Paris, Vrin, 1968, p. 178.

    5. Aqu las conexiones con Dumzil sern explcitamente saludadas como modelo y apoyo. Cfr. Foucault, M., L'ordre du discours, Pars, Gallimard, 1971, 82 pp., pp. 72-73 (trad. cast.: El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1973, 64 pp., p. 58).

    6. Ibid., pp. 73-74 (trad., p. 58). 7. Lecourt, D., Pour une critique de l'pistmologie (Bachelard, Can-

    guilhem, Foucault), Paris, Franois Maspero, 1972, 134 pp., p. 7 (trad. cast.: Mxico, Siglo XXI, 1973, 130 pp., pp. 10-11). Ello a pesar de: Le Bon, Sylvie, Un positivisme dsespr: Michel Foucault, Les Temps Mo-dernes, enero (1967), 1.299-1.319 (trad. cast. en: Anlisis de Michel Fou-cault, Buenos Aires, Tiempo Contemporneo, 1970, 272 pp., pp. 94-122).

    8. Corradi, E., Filosofa dlia morte dell'uomo. Saggio sul pensiero di M. Foucault, Miln, Vita e Pensiero, Pubblicazioni dlia Universt Cattolica, 1977, 288 pp., p. 207.

    9. Cfr. Bachelard, G., Le rationalisme appliqu, 3.a ed., Paris, PUF, 1976, 216 pp., p. 51: El yo racional es conciencia de rectificacin.

    10. Bachelard, G., La formation de l'esprit scientifique, 8." ed., Pars, Vrin, 1973, 257 pp. (trad. cast.: 3.a ed., Buenos Aires, Siglo XXI, 1974, 302 pp., pp. 15-16).

    11. Ibid., trad., p. 27. Estos planteamientos son una constante. En todas las ciencias rigurosas, un pensamiento curioso desconfa de las identidades ms o menos aparentes, para reclamar incesantemente ma-yor precisin, ipso facto, mayores ocasiones para distinguir [...]. El hom-bre animado por el espritu cientfico, sin duda, desea saber, pero es por lo pronto para interrogar mejor (ibid., p. 19).

    12. Hegel, G.W.F., Fenomenologa del espritu, 2.a reimp., Mxico, FCE, 1973, 485 pp., p. 45.

    13. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.e., p. 273 (trad., p. 353). 14. Bachelard, G., La philosophie du non, o.e., trad., p. 119. 15. Bachelard, G., Le matrialisme rationel, 3.a ed., Paris, PUF, 1972,

    224 pp., p. 208. 16. Bachelard, G., La philosophie du non, o.e., trad., p. 119. 17. Se considera ms correcta la formulacin de la identificacin de

    Bachelard en trminos de razn con espritu cientfico; en Vade, Mi-chel, Bachelard ou le nouvel idalisme pistmologique, Paris, Sociales, 1975 (trad. cast.: Valencia, Pre-Textos, 1977, 282 pp., p. 210).

    18. Cfr. Canguilhem, G., Dialectique et philosophie du non chez Gaston Bachelard, en tudes d'histoire et de philosophie des sciences, o.e., p. 207

    19. Cfr. Bachelard, G., Le nouvel esprit scientifique, 13.a ed., Pars, PUF, 1975, 184 pp., pp. 169-176.

    41

  • 20. Ibid., id. 21. Cfr. Bachelard, G., La philosophie du non, o.e., trad., p. 36. 22. Bachelard, G., La formation de l'esprit scientifique, o.e., p. 13. 23. Bachelard, G., Le nouvel esprit scientifique, o.e., p. 177. 24. Cfr. Foucault, M., L' archologie du savoir, o.e., pp. 179-183

    (trad., pp. 229-235). 25. Cfr. Bachelard, G., Le nouvel esprit scientifique, o.e., p. 6. 26. Ibid., p. 14 27. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.e., p. 240 (trad., p. 307). 28. Bachelard, G., Le nouvel esprit scientifique, o.e., p. 9. 29. Bachelard, G., Le rationalisme appliqu, o.e., p. 4. 30. Vadee, M., Bachelard ou le nouvel idalisme pistmologique, o.e.,

    trad., p. 204. 31. Bachelard, G., Le nouvel esprit scientifique, o.e., p. 7. En este mis-

    mo sentido Bachelard insiste en que El yo racional es conciencia de rectificacin {Le rationalisme appliqu, o.e. p. 51).

    32. Si la razn es el elemento dinmico y creador de la vida intelec-tual, no se nos ofrece as de golpe; es una potencia virtual cuya actuali-zacin est sometida a un riguroso aprendizaje, Denis, Anne Marie, El psicoanlisis de la razn de G. Bachelard, en Introduccin a Bachelard, Buenos Aires, Caldn, 1973, 96 pp., p. 88.

    33. Lacroix, J., L'Homme et l'Oeuvre, Cahiers de l'Institut de Scien-ce Economique Applique, serie M, 24, enero (1957), pp. 129-140 (trad. cast. en: Introduccin a Bachelard, o.e., p. 15). No podemos ignorar al respecto el papel central de la imaginacin en la obra de Bachelard: La imaginacin comienza, la razn recomienza (ibd.,, trad., p. 16). En este sentido asimismo el propio Bachelard habla de la filosofa del "re", "re", "re", "recomenzar", "renovar", "reorganizar" (L'engagement rationaliste, Pars, PUF, 193 pp., p. 50). De aqu su planteamiento de la cuestin Racionalista?: tratamos de "llegar a serlo" (Bachelard, G., El agua y los sueos, Mxico, FCE, 1978, 298 pp., p. 16).

    34. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.e., cfr. p. 93; pp. 208-209 (trad., cfr. p. 115 y p. 268).

    35. Ibid., id. (trad., cfr. p. 115; p. 268). 36. Ibid., p. 93 (trad., p. 115). El tema de las estrategias ocupar un

    lugar destacado en el problema de la razn en M. Foucault. 37. Para Bachelard, el progreso de las ciencias est hecho de ruptu-

    ras [...]. No hay evolucin sino revoluciones. Hay discontinuidad entre Naturaleza y Cultura (Lacroix, Jean, a.c., 14). Si el trabajo de raciona-lista debe ser tan actual debe ahora segmentarse. Y es as como pongo a debate la cuestin de lo que he llamado el racionalismo regional (Ba-chelard, G., L'engagement rationaliste, o.e., p. 55).

    38. Para Bachelard [...] corresponde a la esencia del racionalismo el ser colectivo [...]. A partir del momento en que se admite que [...] el racionalismo no est fundado, como en los clsicos, en un orden de verdades eternas, sino en el asentimiento de los miembros de una ciudad cientfica, los valores cientficos pasan a ser valores sociales (Ambacher, Michel, La filosofa de las ciencias de G. Gaston Bachelard, en La-

    100

    croix, Jean, Introduccin a Bachelard, o.c., pp. 53-54). El cogito se trans-forma en cogitamus. Cfr. Bachelard, G., L'engagement rationaliste, o.c., p. 59.

    La nocin de paradigma en Khun insiste en esta dimension socio-comunitaria (cfr., sin embargo, al respecto Lecourt, D., Ruptura episte-molgica y revolucin cientfica, en Bachelard o el da y la noche, Barce-lona, Anagrama, 1975, 153 pp., pp. 127-138).

    39. Canguilhem, G., Dialectique et philosophie du non chez Gaston Bachelard, en tudes d'histoire..., o.c., pp. 201-202.

    40. Cavailles, J., Sur la logique et la thorie de la science, Paris, PUF, 1947, p. 78. Texto escrito en prisin en 1942 y publicado cinco aos ms tarde, precisamente por G. Canguilhem, junto a Ch. Ehresmann.

    41. Cfr. Hegel, G.W.F., Fenomenologa del espritu, o.c., pp. 39 y 46. 42. Jarauta, F., La filosofa y su otro (Cavailles, Bachelard, Cangui-

    lhem, Foucault), Valencia, Pre-Textos, 1979, 137 pp., p. 33. 43. Canguilhem, G., tudes d'histoire et de philosophie des sciences,

    o.c., p. 16. 44. Cfr. Foucault., M., L'ordre du discours, o.c., p. 74 (trad., p. 58). 45. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.c., p. 83 (trad., p. 102). 46. Canguilhem, G., De la science et de la contre-science, en Hom-

    mage Jean Hyppolite, Paris, PUF, 1975, p. 175. 47. Una palabra no es un concepto una misma palabra puede re-

    cubrir conceptos diferentes. Un concepto es una palabra ms su defi-nicin; el concepto tiene una historia.

    48. Cfr. Lecourt, D., La Historia epistemolgica de Georges Cangui-lhem, Prlogo a Canguilhem, G., Lo normal y lo patolgico, Buenos Ai-res, Siglo XXI, 1971, 245 pp., p. XXIV. El texto se contiene asimismo en Lecourt, D., Pour une critique de l'pistemologie, o.c., p. 88 (trad., p. 87).

    49. Baste con remitir a ttulo indicativo a Foucault, M. Nietzsche, la Gnalogie, l'Histoire, en Hommage Jean Hyppolite, o.c., pp. 145-172 (trad. cast. en: Microfsica del poder, Madrid, Las Ediciones de la Pique-ta, 1978, 189 pp., pp. 7-29). Se niega el comienzo y el origen en favor de la procedencia y la emergencia.

    Vase asimismo Foucault, M., Rponse au cercle d'epistmologie, Cahiers pour l'analyse, 9, verano (1968), Gnalogie des sciences (trad. cast. en: Anlisis de M. Foucault, Buenos Aires, Tiempo Contemporneo, 1970, 271 pp., p. 224). Ahora las disciplinas histricas ponen en juego lo discontinuo.

    50. Ver nota anterior. 51. Cfr. Lecourt, D., Pour une critique de l'pistmologie (Bachelard,

    Canguilhem, Foucault), o.c., p. 82 (trad., p. 81). 52. Canguilhem, G., La connaissance de la vie, 12.a ed., Pars, Vrin,

    1971, 200 pp., p. 129. 53. Canguilhem muestra hasta qu punto el problema de la relacin

    filtre el concepto y la vida vuelve a lo largo de toda la historia de la filosofa. Y son las tesis de Aristteles y Hegel, antes que las de Kant y Ik-rgson, las que resultan aqu sancionadas: el descubrimiento del DNA por Watson y Crik en 1953 sera una cierta confirmacin del aristotelis-

    21

  • mo, que por medio de la nocin de forma descubra en el propio ser vivo el concepto de ser vivo. (Para Aristteles, el concepto de ser vivo es el propio ser vivo.) Y tambin una confirmacin de Hegel, para quien la vida es la unidad inmediata del concepto con su realidad, sin que ese concepto se distinga de sta. De aqu que esa unidad entre epistemolo-ga e historia de las ciencias pueda fundarse sobre otra unidad que des-cubre al cabo de su trabajo: la del concepto y la vida (cf. Lecourt, D., Prlogo a Canguilhem, Lo normal y lo patolgico, o.c., pp. XXVIII v XXX). Las consideraciones se contienen asimismo en Lecourt, D., Pour une critique de ipistmologie, o.c., p. 94 y n. 20 (trad., p. 92 y n. 20).

    54. Canguilhem, G., De la science et de la contre-science, en Hom-mage Jean Hyppolite, o.c., p. 175.

    55. Hegel, G.W.F., Fenomenologa del espritu, o.c., p. 20. 56. Lase como anlisis histrico que elucida la estructura v la for-

    macin de la especificidad actual del saber. 57. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.c., pp. 66 y 74 (trad., pp.

    80 y 90). 58. Ibid., p. 133 (trad., p. 169). 59. Cfr. Foucault, M., Nietzsche, Freud, Marx, Paris, Minuit, 1965,

    Cahiers de Rovaumont. Philosophie, 7 (trad. cast.: Barcelona, Anagrama, 1970, 57 pp., p. 41).

    60. Foucault, M., L'archologie du savoir, o.c., p. 239 (trad., p. 307). 61. Se indica que "casi" sin precedente, porque Spinoza y Marx

    cada cual a su manera se adelantaron por este camino (cfr. Le-court, D., Prlogo a Canguilhem, Lo normal y lo patolgico, o.c., p. IX). Texto contenido asimismo en Lecourt, D., Pour une critique de l'episte-mologie (Bachelard, Canguilhem,Foucault), o.c., p. 67 (trad., pp. 67-68).

    Le normal et le pathologique tesis de doctorado en medicina de Georges Canguilhem publicada en 1943 y enriquecida desde esa fecha con nuevas reflexiones, despierta inters tanto en el ambiente mdico como entre los filsofos y abre un autntico debate en el que han de encuadrarse las preocupaciones iniciales de Foucault.

    Maladie mentale et psichologie, Pars, PUF, 1955 (reeditado en 1966 con el titulo Maladie mentale et personalit [trad. cast: Buenos Aires, Pai-ds, 1961], su primer libro, marcado decisivamente por los planteamien-tos de la tesis de Canguilhem, se inscribe en dicho debate y anuncia las vas ms tarde descifradas en Histoire de la folie y Naissance de la clini-que).

    62. Se hace referencia a la labor de Gaston Bachelard. 63. Foucault, M., L'ordre du discours, o.c., pp. 10-11 (trad., p. 11).

    114 44

    1

    FOUCAULT: DE LA FENOMENOLOGA A UN ESTRUCTURALISMO

    dejenios, si lo tiene usted a bien, las polmicas a propsito del cstrucluralismo que sobreviven penosamente en unas regio-nes abandonadas ahora por los que trabajan; esa lucha que pudo ser tecunda no la sostie-nen va ms que los historiadores v los ferian-tes.1

    Foucault no es estructuralista.2 Afirmaciones simila-res, que encontramos incluso en los textos del propio Foucault, nos remiten a una serie de interrogantes cuyo alcance desborda no slo nuestras pretensiones en este momento sino incluso, en cierto sentido, el inters del trabajo que nos ocupa. Afirmaciones que, por otra parte, esconden en su misma superficie dos preguntas: Quin es el autor Foucault?, qu es aquello que denominamos estructuralismo? Consideraciones de las que depende cuanto podamos decir al respecto. Y de modo demasiado decisivo.

    De sus textos se deduce la necesidad de disolver los conceptos de autor y obra como sujeciones antropo-lgicas del discurso ms adelante lo analizaremos. En su lugar, se nos habla de un campo complejo de discur-sos. Pero tal vez sta ya sea una declaracin estructuralis-ta. Algo ha variado. Sin embargo, introducimos un tono condicional: si eso es serlo... los textos firmados por un tal Michel Foucault lo son. Ms de uno como yo, sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quin soy, ni me pidan que permanezca invariable.3

    Si a la pregunta quin habla y quin acta? slo

  • cabe responder que es siempre una multiplicidad, inclu-so en la persona que habla o acta; si somos todos gru-psculos; si no existe ya la representacin, no hay ms que accin, accin de prctica en relaciones de conexin o de redes...,4 entonces no cabe sino abordar el asunto en una doble perspectiva. Se tratar de ver, por un lado, qu auditorio produce en su encuentro con los propios tex-tos de Foucault no slo el efecto de que nos hallamos ante un autor y una obra determinados, sino en qu medida caben ser calificados de lo que para dicho audito-rio se denomina estructuralismo. Por otro, qu condi-cin-definicin posibilita una respuesta mnimamente coherente en los citados textos.

    No es difcil adivinar el horizonte cultural cuando Foucault realiza sus estudios (1950-1955). La Fenomeno-loga es la filosofa escolar francesa. La preocupacin por la descripcin de los fenmenos, por su carcter de apa-recientes a la conciencia, la identificacin del ser y el sentido configuran como funcin de la reduccin el que la cosa precisamente se reduce al sentido que ofrece a la conciencia. Se trata de mostrar, en un segundo mo-mento, cmo la conciencia constituye, a partir de lo que le es dado (a saber, las impresiones), un objeto que tiene justamente ese sentido.5

    [...] hacia 1950, como todos los de mi generacin, si-guiendo el ejemplo de nuestros nuevos maestros, me ha-ba preocupado por el problema de la significacin. Todos nosotros nos hemos formado en la escuela de la fenome-nologa, en el anlisis de las significaciones inmanentes en lo vivido, de las significaciones implcitas en la percep-cin y en la historia. Adems, me interesaba por la re-lacin que poda existir entre la existencia individual y el conjunto de las estructuras y de las condiciones histricas en las que aparece la existencia individual; el problema de las relaciones entre sentido e historia e incluso entre m-todo fenomenolgico y mtodo marxista.6

    Sern los estudios posteriores de Foucault los que ma-nifiesten en qu medida y a pesar de las apariencias,

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    una red apretada liga [...] los pensamientos de tipo posi-tivista o escatolgico (sindolo el marxismo en primera fila) y las reflexiones inspiradas en la fenomenologa.7 Ello, a pesar de que el anlisis de lo vivido se instaura en la1 reflexin moderna como una contestacin radical de ese positivismo y de dicha escatologa. En definitiva, no se hace sino satisfacer, con mucho cuidado, las exigencias prematuras que se plantearon desde que se quiso hacer valer, en el hombre, lo emprico por lo trascendental. Pre-cisamente, la descripcin de lo vivido es, a su pesar, em-prica.8

    As, la fenomenologa no escapa al peligro que amena-za toda empresa dialctica y la hace derivar siempre, por propio deseo o a la fuerza, en una antropologa. Ello, aunque intenta anclar los derechos y los lmites de una lgica formal en una reflexin de tipo trascendental y, por otra parte, ligar la subjetividad trascendental con el conte-nido implcito de los contenidos empricos, que por cierto slo ella tiene la posibilidad de constituir, de mantener y de abrir por medio de explicaciones infinitas.9

    Se tratara de ver en qu medida se hace justicia de este modo a la autntica dimensin de la fenomenologa y en qu aspectos la lectura se cie excesivamente a su dimensin francesa. Pero, en cualquier caso, el proble-ma que lo es no es ahora nuestro problema. La pers-pectiva, en este caso, es la del auditorio y la cuestin que-da reducida a ver de qu modo en l se produjeron estas reacciones, expectativas y conclusiones.

    No parecera posible dar un valor trascendental a los contenidos empricos ni desplazarlos del lado de una sub-jetividad constituyente sin dar lugar, cuanto menos silen-ciosamente, a una antropologa, es decir, a un modo de pensamiento en el que los lmites de derecho del conoci-miento (y, en consecuencia, de todo saber emprico) son, a la vez, las formas concretas de la existencia, tal como se dan precisamente en este mismo saber emprico.10

    De ah que el inters de las pginas que Foucault consagra a la fenomenologa en este contexto radica en mostrar que, en definitiva y a pesar de sus esfuerzos,

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  • Husser] no ha podido sustraerse al crculo antropolgico, ni salir del juego por el cual con el nombre de hombre (ahora de sujeto constituyente) lo finito resurge vestido de fundamento. Buscar en la inmediatez de lo "vivido" algo concreto que sea tambin lo "originario", exigir a la "constitucin" que nos haga pensar la presencia inmedia-ta de las "formas puras" en la "experiencia", no equivale, una vez ms, a desdoblar todo lo dado, para trazar en l segn un surco que lo recorta, en este caso de su inti-midad la parte correspondiente a lo emprico (lo fctico y lo natural) y la correspondiente a lo trascendental?."

    Es de esa fenomenologa de la que se alejara en gran parte el pblico filosfico francs; de esa fenomeno-loga que no pudo conjurar jams la vecindad y el paren-tesco con los anlisis empricos del hombre; de esa feno-menologa que es mucho menos la retoma de un viejo destino racional de Occidente, cuanto la verificacin, muy sensible y ajustada, de la gran ruptura que se produjo en la episteme moderna a fines del siglo XVJl y principios del XIX.1 2 Y no ser Foucault insensible al alejamiento.

    Y creo que, como en todos los de mi generacin, entre 1950 y 1955, en m se produjo una especie de conversin que al principio pareca no tener importancia y que luego ha llegado a diferenciarnos profundamente. El pequeo descubrimiento, o la pequea inquietud, si se quiere, que la ha determinado ha sido la inquietud ante las condicio-nes formales que determinan la aparicin de la significa-cin. En otros trminos, hemos examinado de nuevo la idea husserliana segn la cual todo tiene sentido, que el sentido nos rodea y nos embiste antes de que comence-mos a abrir los ojos y a hablar. Para los de mi generacin, el sentido no aparece solo, no existe ya, o mejor, s existe ya, pero bajo cierto nmero de condiciones que son condiciones formales. Y de 1955 en adelante nos he-mos dedicado principalmente al anlisis de las condicio-nes formales de la aparicin del sentido.13

    La convulsin es ciertamente seria y afecta no slo a la fenomenologa sino a todo el pensamiento comn-

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    mente aceptado en los crculos intelectuales franceses. La vida cultural no es insensible a un proceso en el que, por otra parte, ha jugado un decisivo papel. Los maestros hegemnicos de 1930 a 1960 son destronados. Se asiste al paso de la generacin de los "3H" como se deca tras 1945 (Hegel, Husserl, Heidegger), a la gene-racin de los tres "maestros de la sospecha" como se dir en 1960 (Marx, Nietzsche, Freud).14

    Esta ltima, sin embargo, es incubada y educada en el primer contexto.'5 Hegel sigue siendo una referencia inevitable, siquiera para marcar los alejamientos... ese camino por medio del cual uno se encuentra llevado de nuevo a l pero de otro modo, para despus verse obliga-do a dejarle nuevamente,'6 en el reconocimiento de que toda nuestra poca, bien sea por la lgica, o por la epis-temologa, bien sea por Marx o por Nietzsche, intenta es-capar a Hegel.17