LIBRO OCTAVO DE LA «MITOLOGIA» DE NATALE...

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LIBRO OCTAVO DE LA «MITOLOGIA» DE NATALE CONTI Cuan sabiamente se reúne en un solo Dios la muchedumbre de los dioses antiguos Realmente digna de admiración y casi divina fue la sabiduría de nuestros antepasados, cristianísimo rey Carlos, quienes fueron los primeros en introducir entre los hombres la religión y el temor a los dioses inmortales, no sólo porque ninguna ciudad, ninguna reunión de hombres, ninguna casa puede mantenerse durante largo tiempo sin religión, sino también porque, a través de esta múltiple variedad de fábulas, demostraron que no existe ninguna parte del mundo ni ningún lugar que pueda estar libre de la presencia de los dioses. Pues, aunque no pudieron ser partícipes de la verdad cristiana porque Cristo, suma luz de la verdad, todavía no había transmitido los preceptos de la religión verdadera, sin embargo, según sus propias fuerzas y cuanto pudieron contemplar con la agudeza del humano inge- nio, intentaban demostrar que nadie puede emprender ocultamente alguna acción vergon- zosa o digna de honor que no sea observada continuamente por los dioses. Y demostraban que éstos se preocupaban por los asuntos humanos, puesto que habían instituido ritos de sacrificios, ceremonias, preces y el culto propio de cada uno, bien para aplacarlos o para pedir algo. Pues fue de tal clase el buen sentido de aquellos que inventaron las fábulas que mostraban que Dios veía todas las cosas y oía todas las cosas; y yo considero que éstos fueron con mucho más sabios que Pitágoras, o Sócrates, o todos aquellos que después fueron llamados filósofos. Pues, aunque no era perfecta aquella religión de los antiguos ni realmente organizada para la honradez, sin embargo no conviene imputarle culpas, puesto que nada suele nacer acabado y totalmente perfecto. Así pues, ellos, para demostrar que ninguna parte del mundo ni ningún lugar privado o público estaba libre de Dios, para que ningún criminal pensase que él podía estar oculto ante los dioses, dijeron que había dioses propios de los navegantes, agricultores, soldados, pastores, cazadores y de los que hacían cualquier otra cosa, porque el vulgo y la muchedumbre inexperta no podía percibir de qué modo puede suceder, ya que hay un solo Dios, que éste vea al mismo tiempo todas las cosas que se hacen por todas partes y se dice que en un número casi infinito de hombres. Pues el vulgo, la mayoría de las veces, mide según su propia inteligencia la naturaleza divina y las cosas que le parecen excesivamente dignas de admiración, aunque no se aparten de la naturaleza divina, las rechaza y las tiene por falsas; porque, como un estómago afectado 577

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LIBRO OCTAVO DE LA «MITOLOGIA»

DE NATALE CONTI

Cuan sabiamente se reúne en un solo Dios la muchedumbre de los dioses antiguos

Realmente digna de admiración y casi divina fue la sabiduría de nuestros antepasados, cristianísimo rey Carlos, quienes fueron los primeros en introducir entre los hombres la religión y el temor a los dioses inmortales, no sólo porque ninguna ciudad, ninguna reunión de hombres, ninguna casa puede mantenerse durante largo tiempo sin religión, sino también porque, a través de esta múltiple variedad de fábulas, demostraron que no existe ninguna parte del mundo ni ningún lugar que pueda estar libre de la presencia de los dioses. Pues, aunque no pudieron ser partícipes de la verdad cristiana porque Cristo, suma luz de la verdad, todavía no había transmitido los preceptos de la religión verdadera, sin embargo, según sus propias fuerzas y cuanto pudieron contemplar con la agudeza del humano inge­nio, intentaban demostrar que nadie puede emprender ocultamente alguna acción vergon­zosa o digna de honor que no sea observada continuamente por los dioses. Y demostraban que éstos se preocupaban por los asuntos humanos, puesto que habían instituido ritos de sacrificios, ceremonias, preces y el culto propio de cada uno, bien para aplacarlos o para pedir algo. Pues fue de tal clase el buen sentido de aquellos que inventaron las fábulas que mostraban que Dios veía todas las cosas y oía todas las cosas; y yo considero que éstos fueron con mucho más sabios que Pitágoras, o Sócrates, o todos aquellos que después fueron llamados filósofos. Pues, aunque no era perfecta aquella religión de los antiguos ni realmente organizada para la honradez, sin embargo no conviene imputarle culpas, puesto que nada suele nacer acabado y totalmente perfecto. Así pues, ellos, para demostrar que ninguna parte del mundo ni ningún lugar privado o público estaba libre de Dios, para que ningún criminal pensase que él podía estar oculto ante los dioses, dijeron que había dioses propios de los navegantes, agricultores, soldados, pastores, cazadores y de los que hacían cualquier otra cosa, porque el vulgo y la muchedumbre inexperta no podía percibir de qué modo puede suceder, ya que hay un solo Dios, que éste vea al mismo tiempo todas las cosas que se hacen por todas partes y se dice que en un número casi infinito de hombres. Pues el vulgo, la mayoría de las veces, mide según su propia inteligencia la naturaleza divina y las cosas que le parecen excesivamente dignas de admiración, aunque no se aparten de la naturaleza divina, las rechaza y las tiene por falsas; porque, como un estómago afectado

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por la enfermedad, no puede admitir las cosas más sanas. Esta misma causa, según pienso, hizo que los antiguos introdujeran tan gran cantidad de dioses, puesto que intentaban demostrar que Dios estaba en todas partes y que todas las cosas eran gobernadas con su consentimiento, a quien, según la variedad de los asuntos, le atribuyeron diferentes nom­bres. Pues a la fuerza divina que gobierna el cielo y todas las paites superiores del mundo la llamaron Júpiter, padre de los dioses; a la fuerza de aquél que está bajo tierra la llamaron Plutón y dijeron que era hermano de Júpiter. Pero cuando se tomaba en consideración esta misma fuerza en las aguas, de las que pensaban que en absoluto podían carecer de la divina providencia, la llamaron Neptuno y creyeron del mismo modo que éste también era her­mano de Júpiter; al haber penetrado a través de los aires, de nuevo a esa misma fuerza la llamaron Juno y pensaron que ella era hermana de Júpiter. Y, finalmente, consideraron que todas esas fuerzas, difundidas a través de los propios elementos desde los lugares superio­res, llevaban y suministraban la creación. Y todas esas fuerzas las canalizaron como de una única fuente a muchos riachuelos explicando la naturaleza de ellas. Y, para decirlo en pocas palabras, si investigamos el asunto con más atención encontraremos que casi todos los dioses de los antiguos son hermanos de Júpiter, o hijos, o nietos, o unidos por algún parentesco. De lo que se deduce que los antiguos no pretendieron poner de relieve ninguna otra cosa a no ser que existe un único Dios y que rige todos los asuntos, cuya fuerza está difundida en todas las cosas, el único que ve, oye y gobierna todas las cosas. Pero acerquémonos ya a la obra emprendida y en primer lugar tratemos acerca de Océano.

Cap. 1: Sobre Océano

Se dice que Océano, que fue llamado por los antiguos padre de los ríos, de todos los seres vivos y de los dioses, fue hijo del Cielo y de Vesta, a la que algunos llamaron Tierra, según atestigua Hesíodo en la Teogonia (126-33): Gea engendró en primer lugar al estrellado Urano, igual a ella, para que la contuviera en toda su extensión, a fin de poder ser sede siempre segura para los dioses bienaventurados. Y dio a luz las grandes monta­ñas, agradable morada de diosas, de las ninfas que habitan en los montes boscosos. Y ella también parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, privada de amoroso comercio; y luego, acostada con Urano, parió al Océano de profundas corrientes. Atestigua Ho­mero, en el libro XIV (200-2) de la Ilíada, que junto a éste se crió Juno: Pues voy a ver los remotos confines de la muy nutricia tierra, a ver a Océano, padre de los dioses, y a la madre Tetis, los cuales me criaban felizmente en sus mansiones y me alimentaban. Parece que Orfeo pensó que los dioses de los antiguos y todas las cosas tuvieron su origen en este mismo Océano, puesto que todas las cosas, antes de nacer o de morir, carecen de hume­dad, sin la que nada puede corromperse ni ser engendrado, según opinó Tales. Y así escribe Orfeo en los Himnos (83,1-4): Invoco a Océano, padre imperecedero, que siempre está presente en los nacimientos de los inmortales dioses y de los hombres mortales, que rodea con sus olas en derredor el círculo de la tierra, de quien surgen precisamente todos los ríos y todos los mares. Pensaron los antiguos que éste tenía cabeza de toro, por lo que lo llamó tauroltranon así Eurípides en Orestes (1377-9): Al que Océano, de cabeza de toro, arremolina rodeando con sus brazos la tierra. Dejó escrito Esquilo que Océano fue muy amigo de Prometeo en estos versos (PTom. 296-7): Pues nunca dirás que hay un amigo más fiel para ti que Océano. Confió a la memoria Isacio (Schol. Lyc. 1284) que,

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además de Tetis, tuvo Océano dos esposas: Parténope y Ponfolige. Y de Ponfolige tuvo a Asia y Libia, de Parténope a Europa y Tracia, cuyos nombres fueron dados después a las regiones. Se dice, además, que fueron hijas de Océano Fílira, Calíiroe, Perseide, [Jante,] Daira*'^ Efira, Leucipe, Melóbosis, lante, Electra, Feno, Tique, Ocírroe, Eurínome, Etra, Pleíone, Clímene, Doris y Tritón. Y, para no ser excesivamente extenso al recordar a cada una, se dice que Océano tuvo tres mil hijas, según dice Hesíodo en la Teogonia (362-6): Y éstas son las jóvenes más antiguas que nacieron de Océano y Tetis; y aún hay otras muchas, pues son tres mil las Oceánides de finos tobillos, las que, repartidas por igual, por todas partes protegen la tierra y las profundidades de las lagunas, gloriosas hijas de diosas. Puesto que Océano y los ríos que de él nacen están en perpetua carrera, se dice que son tlieion genos, como linaje no divino sino que corre realmente, fue por esta misma razón por lo que el Sol, la Luna y los astros, que corren continuamente, fueron llamados dioses. En efecto, dice así Teocrito en Los cantores bucólicos (VIII 33-4): Oh, cañadas y ríos, linaje divino, si Menalcas alguna vez, tocando la zampona, canta un canto agradable. Así pues, se dice que los ríos son theion genos no porque tengan en sí una divinidad peculiar más que las restantes partes del mundo, sino porque de casi todos los cuerpos naturales es especialmente visible el movimiento de las aguas y entre éstas el de los ríos. Pues, aunque el movimiento de los cielos se hizo dudoso para algunos, que pensaban que no se movían los cielos sino la tierra, según afirma Ptolomeo [y Aristóteles en el libro III de Sobre el Cielo], parece que nadie pudo dudar rectamente que se movían también los ríos y toda la mole de las aguas. Pues no es menos continuo el movimiento de Océano que el de los ríos, ya que unas veces avanza en su marea y otras retrocede, lo que algunos piensan que tiene lugar según el curso de la Luna, de tal manera que cuando la Luna sube desde el Océano y llega al centro del cielo, las aguas avanzan, y retroceden cuando baja. Y este movimiento no es siempre igual a sí mismo, pues retrocede más en los plenilunios, ya que con la luna nueva apenas se percibe y cuando el cielo está sereno también aumenta el movimiento de tal manera que las aguas se quedan más bajas. Con esto también tienen algo que ver las uniones y oposiciones de los restantes planetas y en algunas estaciones del año esto se produce más y es mayor là variedad en estos movimientos, pues cerca de la estación veraniega aumenta la subida y la bajada y se hace menor en el tiempo del equinoccio y de nuevo crece en la época invernal y desde ella hasta el equinoccio de la primavera disminuye. Se aumenta esto también con la fuerza de aquellas constelaciones en las que la Luna ha estado durante sus fases. Pues en los más tranquilos se producen unos movimientos más iguales y en los más agitados más desiguales, lo que también aumenta la fuerza de las lluvias y el ímpetu de los vientos. Esta variedad tan grande de causas ha hecho que ni siquiera por los más expertos navegantes pueda onecerse ninguna razón segura de estos movimientos de aguas. Por otra parte, el Océano es toda aquella mole de agua que rodea la tierra por todas partes, pues a quien se acerca a cualquier lugar, hasta las extremas regiones de la tierra, le sale al encuentro el vastísimo mar, que ciertamente en oriente recibe el nombre de [Eoo o] Indico, en occidente Atlántico, donde separa Hispania de Mauritania. En el septentrión y en la región opuesta a éste se le llama mar Póntico y glacial [y Rojo o Etiópico]. Sin duda, muchos han intentado llegar con sus navegaciones a

692 Posiblemente sea la laneira del catálogo hesiódico. 693 Con una falsa etimología lo pone en relación con el verbo theo o theio: correr.

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la última región del Océano e hicieron un viaje de muchos días, pero a aquéllos les faltaron antes los víveres y las cosas necesarias para su alimento que el espacio de las aguas y una llanura navegable, según atestigua Estrabón y Riano en La navegación del cartaginés Hanón.

Pero ahora investiguemos por qué se han inventado estas cosas sobre Océano. Creyeron que Océano era hijo del Cielo y de la Tierra porque, al haber nacido el amor antes de la materia informe y haber mezclado éste toda la masa, nació el cielo, el mar y la tierra y pululó todo tipo de dioses, según dice Aristófanes en las Aves (700-2): En principio no existía ningún linaje de inmortales antes de que Eros mezclara todas las cosas y, mezcla­das unas cosas con otras, nació Urano, Océano y Gea y el linaje imperecedero de todos los dioses inmortales. Así pues, a partir de estos versos está claro que Océano nació después de Cielo. Pues, tras haber dicho Dios, el sumo artífice, al crear este mundo Hágase la luz, al punto nacieron los instrumentos de la luz, esto es del cielo, y los cuerpos de los planetas, razón por la que antes nació Cielo; después Dios separó toda la naturaleza de las aguas que estaban por encima del cielo y ordenó que se separaran de la tierra en un solo lugar. Así pues, por esta razón, el Amor, que es la divina bondad, mezcló todas la cosas y las empujó a la procreación, por lo que Océano nació del Cielo y de la Tierra. Se dice que Juno fue criada junto a Océano porque el agua, al hacerse más escasa, se disuelve en el aire cercano y el aire, hecho más denso, desciende convertido en agua hacia el Océano, que lo ha alimentado, según es la generación de los elementos entre sí. Orfeo (Hymn. 83) y todos los teólogos de los antiguos contaron que este mismo Océano era el principio del nacimiento para los dioses y cosas porque, según opinó Tales, nada nace o se corrompe sin la humedad y todas las cualidades de los elementos, que llamaron con nombres de dioses, nacen de la humedad. Por otra parte, los antiguos atribuyeron a Océano cabeza de toro a causa de la fuerza de los vientos, por los que es puesto en movimiento / empujado, o porque produce un rugido semejante a los toros o porque, como un furioso toro, se lanza contra las costas, con cuyo aspecto también imaginan a los ríos. Cuentan, además, mediante fábulas que Océano fue muy amigo de Prometeo porque es preciso para los que navegan a través del Océano la máxima prudencia y pericia, no sólo para que lleguen a donde desean guiándose por las estrellas sino que también es necesaria la expe­riencia para observar y evitar los escollos, para conocer con mucha antelación las tempes­tades y las señales de los vientos, para evitar todas las cosas que pueden llevar a los navegantes al mayor peligro. Y estas cosas, aunque son muy útiles en el mar Mediterráneo, sin embargo no parecen tan necesarias. Dijeron que su esposa fue Tetis, sobre la que se hablará poco después. Dicen que fueron tan numerosos los hijos e hijas de Océano porque de los vapores, que se elevan a lo alto debido al calor del Sol, se producen las aguas de los ríos y las fuentes, según pensaron algunos de los antiguos. Pues aunque Aristóteles (Met. II 8,365b) sostuvo que las fuentes surgen del aire convertido en agua en lugares caverno­sos, sin embargo, si durante largo tiempo hay sequedad del cielo y no se producen lluvias, vemos que se secan absolutamente los ríos y las fuentes o quedan reducidos a un caudal muy insignificante, por lo que, si bien no toda, con todo la mayor parte de los ríos y de las fuentes se produce tal como parece. Se enumera entre los hijos de Océano a Tique, que es la Fortuna, porque conviene que sean afortunados los navegantes y todos aquellos que se confían a los vientos. Y, para decirlo en pocas palabras, mediante el Océano de las fábulas pusieron de relieve la generación de las cosas naturales y que es necesaria la prudencia para los navegantes. Pero ahora hablemos acerca de Tetis.

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Cap. 2: Sobre Tetis (Téthys) y Tetis (Thetis)

Tetis, que fue la esposa de Océano, fue también ella misma hija de la Tierra y del Cielo, según dice Hesíodo en la Teogonia (133-6): Acostada con Urano parió al Océano de profundas corrientes, a Ceo, a Crío, Hiperíon, lápeto, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, y Febe de corona dorada y la amable Tetis. A ésta la llamaron madre de los dioses, ya que el padre de ellos era Océano. En cambio Tetis, la que se lee con la primera aspirada y breve, fue hija de Quirón según dice Epicarmo en las Bodas de Hebe: Con dificultad escapó de éstos corriendo Tetis, la hija de Quirón. Sin embargo Homero, en el Himno a Apolo (III 319-20), señaló que fue hija de Nereo en estos versos: Pero la hija de Nereo, Tetis la de pies de plata, lo acogió. Lo que también atestiguó Anaxandrides de Rodas, donde presenta a Tetis hablando de sí misma en estos versos: Entre las marinas, no sin gloria me llaman Tetis, hija de Nereo. Y Eurípides en Ifigenia en Aulide (948-9): Por el que vive en las húmedas olas, Nereo, padre de Tetis, la que me engendró. Esta fue esposa de Peleo y se dice que tuvo la más bella figura de todas las mujeres, sobre cuyas bodas escribió así Apolodoro (ap. Schol. Lyc. 178*'*): Dice que Zeus y Posidón fueron los únicos en rivalizar por la boda de Tetis pero que Tetis, como había sido criada por Hera, no quiso unirse a Zeus, por lo que Zeus, encolerizado, la unió a un mortal, según está en el libro XI (217 ss.) de las Metamorfosis de Ovidio. Otros dijeron que Apolo, junto con Júpiter y Neptuno, rivalizaron en casarse con ella, pero que todos desistieron por las palabras de Prometeo o, según plugo más a otros, de Temis, porque de ella habría de nacer un hijo muy poderoso. [Otros dijeron que Tetis soportó a duras penas que una de las diosas marinas estuviera destinada a ser esposa de un hombre, por lo que, para evitar la boda, se transformaba en diferentes figuras, de la que escribió así Homero (D, XVIII 432): De entre las otras ninfas marinas me dio como esposa a un hombre. Pues, aunque se convertía en fuego y en león como Proteo, sin embargo no pudo hacer desistir a aquél de las bodas ni con la fuerza de las llamas ni con la fiereza de sus garras o dientes.] Dejó escrito Isacio (Schol. Lyc. 178) que Peleo, por consejo de Quirón, tuvo abrazada a Tetis mientras se transformaba en diferentes figuras y que ella finalmente se convirtió en sepia. Como esto tuvo lugar en Magnesia, un lugar de Tesalia, este lugar recibió el nombre de Sepia, según dice Tzetzes en la liistoria 46 (656) de la II Quilíada. [Sin embargo, otros dicen que Tetis fue esposa de Peleo no por la fuerza ni abrazada mientras lo eludía bajo diferentes figuras, sino que por propia iniciativa se entregó en matrimonio, según escribió Piteneto en el libro I de Los asuntos de Egina (Jac. 299F2b=Schol. Lyc. 175).] Por otra parte, se celebraron las bodas de Peleo y de Tetis en el monte Pello, y a éstas acudieron todos los dioses a excepción de la Discordia, que arrojó una manzana de oro al lugar de las bodas: he kale labetó Todos los dioses le llevaron regalos: Plutón una gran esmeralda, Neptuno los caballos Janto y Balio, Vulcano un cuchillo y los restantes dioses otras cosas. Pues fue costumbre de los antiguos el acudir con regalos a las bodas. Después, con el paso del

694 Pese a que la transcripción castellana es idéntica para lunbas divinidades el propio contexto clarifica si se trata de la Titánide Tetis (Téthys) o de la Nereida (Thetis).

695 Tetis como hija de Quirón aparece en Tzetz. Pro. all. II. 426, 443, 441 . Para más fuentes véase en el Lexikón de Roscher Tbetis.

696 Se parafrasea en el escolio el texto de Apollod. III 13, 5. 697 Cf. notas 558 y 48.

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tiempo, Tetis dio a Peleo otros hijos y a Aquiles; y, como los metiera a escondidas durante la noche bajo el fuego para quitarles lo que de mortal tenían, murieron. Pero se dice que Aquiles, ungido durante el día con ambrosía y metido bajo el fuego durante la noche, sobrevivió un poco más hasta que, tras haber sido descubierto el asunto por Peleo, Tetis se retiró encolerizada a engrosar el número de las Nereidas. Y en aquella época Aquiles fue llamado Pirisoo, como salvado del fuego, y fue entregado a Quirón para que lo criase, y después Aquiles por la siguiente causa, a saber porque carecía de un labio quemado, según dice en estos versos Agaméstor en el Epitalamio de Tetis (en Schol. Lyc. 178): Al niño le puso como nombre Pirisoo, pero Peleo lo llamó Aquiles a causa de un labio, pues privó a éste que estaba tendido en la ceniza polvorienta, en el fuego, de uno de los labios quemado de modo imprevisto. Hubo quienes dijeron que Tetis no solía poner la llama a los hijos tenidos de Peleo, sino arrojarlos a un caldero de agua hirviendo para comprobar si habían nacido mortales. Y estas cosas sobre Tetis, hija de Nereo.

Tetis, esposa de Océano y hermana de Titano, dio a luz a Efira, que después se casó con Epimeteo, y a Pleíone, esposa de Atlas, de la que habla así Ovidio en el libro V (81-4) de los Fastos: Había desposado en otro tiempo a la Titánide Tetis Océano, que con sus límpidas aguas rodea la tierra, por donde se extiende. Pleíone, hija de éstos, se une a Atlas, que lleva el cielo según es fama, y pare a las Pléyades. [Se recuerdan, además, muchas hijas de Océano y Tetis: Acasta, Admeta, Asia, que dio nombre a Asia, Clímene, Idía, Efira, Eudora, Eurínome, lanina, Liríope, Melóbosis, Metis, Plexame, Primno, Ro-dia, Tea, Toe, Tique, Jante, Zeuxo, Clitia, que era amada por Apolo. Esta, al haber hecho, por celos, la delación del rapto de Apolo a Orcamo, padre de Leucótoe, fue abandonada por Apolo e impaciente de amor se privaba de comida y de bebida porque contemplaba por dónde avanzaba Apolo; finalmente, por compasión de los dioses fue convertida en la hierba del heliotropo.j

Pero, bien hablemos de una Tetis o de otra Tetis, ambas fueron diosas marinas y Tetis ha de ser considerada la propia masa del agua que ayuda para la procreación, y Tetis el elemento del agua, según se deduce del Folión (Buc. IV 31-3) de Virgilio: Sin embargo, permanecerán algunas huellas del fraude primitivo, las que tentar a Tetis con barcos, las que ceñir con murallas las ciudades. Pues, si Océano no fuera la totalidad del agua y Tetis la materia condensada para la procreación, seria ridículo que el mar también tuviera esposa. Así pues, cuando esa materia, de la que nacen todas las cosas, se desarrolla, se dice que ella es la madre de todos los dioses y animales.

En lo que respecta a las bodas de Peleo, dejó escrito Estáfilo, en el libro Sobre Tesalia (Jac. 269F4=Schol. Ap. Rh. IV 816), que Quirón, muy experto en los asuntos de astro­nomía, quiso hacer ilustre a Peleo, por lo que observó el tiempo en el que habrían de producirse grandes lluvias y extendió entre los hombres la fama de que Peleo, por conce­sión de Júpiter, habría de casarse con Tetis y a estas bodas habrían de llegar los dioses con lluvia y grandes tormentas. Así pues, al haber llegado un tiempo de este tipo. Peleo se casó con Filomela, hija de Actor el Mirmidón, pero sin embargo se hizo más fuerte con respecto a Tetis. [Otros mediante estas cosas pusieron de relieve el furor de los lujuriosos, quienes buscan todas las vías con las que atraerse a las mujeres y no temen los engaños de las mujeres, puesto que, despreciada la preocupación por el honor, las facultades y la salud.

698 La primera es la Titánide Téthys y la segunda la Nereida Thet is .

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miran sólo aquello para colmar su pasión. Pero, puesto que entre mortal e inmortal, por su propia naturaleza, hay poco comercio, no son duraderas las bodas ni la salud de aquellos que tratan de alcanzar simplemente el placer como si fuera un bien. Pues, de hecho, conviene que un hombre sabio, como un experto navegante, no sólo se sirva del viento presente o de la figura presente, sino que también contemple con mucha anticipación lo que ha de ocurrir.] Pero sobre estas cosas se ha hablado con mayor abundancia en otro lugar. Bastan estas cosas acerca de Tetis; pero ahora hablemos de lo referente a Tritón.

Cap. 3: Sobre Tritón

No hay acuerdo entre los escritores en lo tocante a de quiénes fue hijo Tritón, dios marino. Hesíodo, en la Teogonia (930-3), dice que fue hijo de Neptuno y de Anfitrite en estos versos: De Anfitrite y del Enosigeo, de resonante ruido, nació el muy fl^erte y grande Tritón, que en las profundidades del mar, junto a su madre y a su padre soberano, habita palacios de oro, el terrible dios. Pero Acesandro (Jac. 469Fl=Schol . Pínd. Pytli. IV 57) dejó escrito que Eurípilo y Tritón fueron hijos de Neptuno y de Celeno y que Estérope, hija del Sol, se casó con Eurípilo, para quien dio a luz a Leucón y Leucipo. Pero Numenio, en el libro de Sobre la pesca, dice que Tritón fue hijo de Océano y de Tetis. Licofrón (884-7) lo consideró hijo de Nereo, según se ve claramente en estos versos, en los que dice que a Tritón le fue regalado por Medea una copa porque éste guió a los Argonau­tas cuando llegaron a las Sirtes: Pedestal roto, posesión de los infernales, donde la corriente del Cínifo, que fluye, fecunda con sus aguas Ausigda y donde a Tritón, hijo de Nereo, la mujer de Coicos le dio como regalo un ancho cratero forjado en oro. Por otra parte Tritón fue trompetero y cometa de Océano y de Neptuno, como atestigua Ovidio en el libro I (333-8) de las Metamorfosis, donde se describe también la forma de esta misma trompa: Llama al azulado Tritón y le ordena que sople en su sonora concha y haga volver ya, dada la señal, a las olas y a los ríos. Es tomado por él el cóncavo cuerno, retorcido, que aumenta en anchura desde la voluta de abajo; cuerno que, cuando en medio del mar recibe el aire, llena con su sonido los litorales que están bajo uno y otro Febo. La parte superior de su cuerpo hasta el ombligo fue de hombre y la inferior hasta la cola de delfín, y se dice que tuvo las dos patas anteriores de caballo y cola doble en forma de luna, según puso de relieve Apolonio, en el libro IV (1610-6) de los Argonautas, en estos versos: Y su cuerpo, desde lo alto de la cabeza, por la espalda y los flancos hasta el vientre era de un terrible aspecto, semejante de modo claro a los inmortales. En cambio de la cintura para abajo se extendía por un lado y por otro una larga cola doble de gran monstruo marino; y surcaba la superficie del agua con sus aletas, las que con sus curvas espinas se separaban en el extremo, semejantes a los cuernos de la Luna creciente. Esta misma figura de Tritón la expresó así Virgilio en el libro X (209-12): Le transporta el gigantesco Tritón, aterrorizando con su concha los azulados mares, y la velluda frente de éste, que está sumergido hasta el costado, manifiesta que es un hombre; su vientre acaba en monstruo marino, las espumosas aguas murmuran bajo su pecho medio salvaje. Cuentan mediante fábulas que éste solía ser llevado en un carro arrastrado por caballos, según dice Ovidio en la Epístola de Dido (VII 49-50): Ya se calmarán los vientos y, con las aguas allanadas uniformemente. Tritón correrá a través del mar en sus azulados caballos. Dicen que él tenía los hombros color de púrpura y que estaban teñidos de un color semejante al del

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salmonete muerto, de lo que habla así Ovidio en el libro I (331-3): Y llama al azulado Tritón, que sobresale por encima del abismo y cubre sus hombros con la púrpura nativa. Dicen que Tritón tuvo voz de hombre, según atestigua Pausanias en Los asuntos de Arcadia (VIII 2,7). Cuentan las fábulas que éste llevó la concha descubierta por él a la guerra que fue emprendida contra los Gigantes y, al haberla soplado y haber producido un sonido no escuchado con anterioridad, pensando que era una bestia enorme y temible, se dieron a la fuga con lo que concedieron una fácil victoria a los dioses. De Tritía, hija de Tritón, hace mención Pausanias en Los asuntos de Acaya (VII 22,8), la cual, mientras era doncella, fue sacerdotisa de Minerva pero después, tras tener relaciones con Marte, dio a luz a Melanipo. Este mismo atestigua, en Los asuntos de Beocia (IX 20,4), que Tritón solía llevar a Tanagra cualquier tipo de rebaños que eran conducidos al mar y éste incluso atacaba los navios más ligeros. Al haber dejado allí los de Tanagra un cratero de vino para calmarlo, él, atraído por el olor, bebió el vino; después cayó de cabeza en un sueño profundo en un túmulo del litoral y un hombre de Tanagra le cortó la cabeza con un hacha; pero algunos creyeron que éste fue muerto por Baco. Quienes intentaron describir con mucho cuidado la figura de Tritón, dijeron que Tritón tiene los cabellos semejantes al apio de pantano, mientras se cubre el resto de su cuerpo con pequeñas escamas de una dureza semejante a la lima. Tuvo branquias un poco más abajo de las orejas y narices de hombres, aunque la abertura de la boca, sin embargo, es un poco más ancha y los dientes semejantes en mucho a los dientes de las panteras; los ojos azules, las manos, uñas y dedos eran semejantes a la concha de múrice; por debajo del vientre y del pecho plumas como las que se ven en los delfines, según fue escrito por Sostrato en el libro III de Sobre los anima­les*". Es llamado también Tritón Neptuno, según dice Licofrón, quien también en estos versos (33-4) llama al cetáceo en cuyo vientre estuvo Hércules tres días perro de Tritón y a Hércules león: Del león de tres días, a quien en otro tiempo con sus mandíbulas destruyó el perro de Tritón de agudos dientes. Pues como Hércules empujado por la generosidad de Laomedonte, quisiera liberar a Hesíone, hija del propio Laomedonte, regiamente engala­nada y expuesta al cetáceo, de aquel peligro, se dice que levantó un terraplén, según sostuvieron unos, o un muro de repente y, armado, se colocó en la parte más estrecha de aquel terraplén. Peto cuando se acercó con la boca abierta. Hércules corrió dentro de su boca, de donde salió, después de haber estado allí durante tres días, tras haber destrozado al cetáceo, habiendo perdido todos los cabellos de su cabeza, según dejó escrito Andretas de Ténedos en la Navegación de la Propóntide Ciertamente, pienso que esta fábula no significa ninguna otra cosa sino que habría de suceder, según fue contarlo por los sabios, que la manera cristiana de vivir rompería toda la maldad primitiva, puesto que se contaron muchas cosas sobre Hércules que parecían tener que ver con la profecía de la vida de Cristo, muy valerosa y muy saludable para todos. Fue llamado Tritón el río Nilo de Egipto [porque en él apareció muerto Tritón, según pensaron algunos; y, aunque era considerado un dios por los antiguos, sin embargo no pudo escapar a la violencia de la muerte, del mismo modo que los hijos de los restantes considerados dioses, según nosotros compusimos en estos versos en griego: ¡Ay, ayi ¿A dónde huye el linaje de los mortales, en triodo alguno imperecedero?. Pues la Muerte destruye todas las cosas con su aguda hoz. Y no existe

699 Cf. Paus. IX 2 1 , 1. 700 Cf. sin citar autor Schol. Lyc. 34.

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ninguna piel invulnerable para las armas de ésta y fácilmente la diosa terrible domina todas las cosas. No es capaz de alejar de sus hijos a la Muerte el león con sus curvas garras, ni las vacas con sus cuernos; ¿cómo ocultarían las profundidades salinas del mar el linaje escamoso?, ¿cómo escaparían de la divinidad los seres alados? Y no pudo la tierra madre, que concede muchos dones, apartar de las plantas la corrupción o la muerte de los seres vivos. Murió Aristóteles, muy querido de los hombres por su modo de ser. Murió, pues no le fue útil la sabiduría. Y murió el divino Homero, guía de los poetas, Calíope no supo salvar a Orfeo. Y no enviaron de nuevo al sol el rey de los muertos y Perséfone las almas que recibieron. A aquéllos a quienes guía la Muerte invencible en grupos de miles les toca en suerte una carrera eterna. Pues cuantas hojas caen a tierra por el soplo del Bóreas y cuantas bandadas de pájaros se lamentan del invierno y cuantas arenas agita el viento que produce espuma con las olas, tantas almas se precipitan junto a las divinidades subterráneas. No escucha las súplicas de los mortales ni las peticiones de los bienaventurados, pues no ama a nadie ni se deja comprar. Murió Hércules, el ilustre hijo del gran Zeus; no pudo liberar a su amado la diosa nacida de la espuma; Artemis, cubierta de lágrimas, dejó al pálido Hipólito al sabio soberano, al Zeus subterráneo. Inflexible es la ley de la diosa, pues ninguno huye de la muerte y sólo la domina el único Dios, versos que, no sin elegancia, tradujo a la lengua latina Lorenzo Gotio, joven ador­nado con múltiples artes egregias según se ha dicho: ¿A dónde huye el linaje humano? Nada hay seguro. Pues la Muerte cruel corta todas las cosas con su guadaña. Nada hay duro, nada impenetrable para los dardos de la Muerte. La Muerte, diosa violenta, domeña con su fuerza todas las cosas. No pudo alejar la peste de sus hijos con sus cuernos el buey, no con su erizada garra el fogoso león. ¿Qué saladas profundidades ocultarían a los pueblos escamosos del ponto? ¿Qué ligera brisa llevará las aves? No pudo la tierra nutricia prestar sus auxilios a plantas o animales; todas las cosas sucumben vencidas. Murió, y de nada le sirvió de ayuda ta sabiduría; murió Aristóteles, grato a la naturaleza. Murió también el adivino Homero, guía de vales, y no salvó Calíope al insigne Orfeo. Las almas que arrebató Prosérpina no permite el dios que vuelvan de nuevo a los aires de arriba del Sol. Por todas partes empuja la Muerte hasta el horrible Tártaro a las almas que, nadando, se precipitan allí sin ley. Cuantos pájaros se entristecen heridos por el primer frío, cuantas hojas caen al soplar el helado Aquilón o cuantos vientos revuelven las olas hacia las espumeantes costas, tantas almas muertas fluyen a las profundidades del Tártaro. La Muerte no escucha los deseos de los hombres o las órdenes de los dioses. Esta no ama a nadie, no acepta don alguno. Venus no hizo volver a su querido Adonis con artificio alguno y los amarillentos reinos de Júpiter retienen al Alcida. Y Diana, entriste­cida y cubierta de lágrimas, dejó al pálido Hipólito junto a Júpiter, rey infernal. Se mantiene inquebrantable la ley de la diosa, que nadie doblegó. Pues sólo ha podido vencerla el único Dios. Fue llamado Tritón también el Nilo, rio de Egipto,] puesto que cambió tres veces de nombre, ya que primero fue llamado Océano, después Egipto y luego, finalmente, Nilo, según dice el mismo Licofrón (576): Los que fueron al agua egipcia de Tritón. También recibieron el nombre de Tritones algunas ciudades de Beocia, Tesalia y Libia.

Y, finalmente, los Tritones fueron considerados dioses, que servían de ayuda a los navegantes, para que ningún lugar o ninguna acción de los hombres pareciera carecer de la garantía divina de una divinidad. Que Tritón fue hijo de Neptuno y de Anfitrite, o de Neptuno y de Celeno, o de Océano y de Tetis, o de Nereo, yo creería realmente que no

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tiene otro significado que el que fue un monstruo marino, pues de todos los elementos el agua es la más fértil para procrear diferentes tipos de monstruos. Y, puesto que la muche­dumbre inculta fácilmente cae en la admiración de las cosas desconocidas, por ello lo que aparece en raras ocasiones se considera que es incluso algo divino o que realmente no sucede sin una causa divina y muy importante. Dado que esto fue así, no fue difícil convencer a los mortales de que eran algo divino los Tritones y que eran dioses bajo cuya potestad estaban los navegantes; algunas veces empujaba a creer esto la grandeza de los peligros, pues los espíritus de los que tienen miedo y de los que están en peligro se hacen muy proclives a la superstición. Y, al haber sucedido que entre muchos suplicantes uno llegara a conseguir su deseo, extendida la noticia de esto, después fue celebrado el nombre de los Tritones como de dioses. Y no he de pasar por alto que en Roma sobre el templo de Saturno estuvo colocado un Tritón de enorme tamaño, que soplaba su trompa cuantas veces se levantaba viento, y ocultaba su cola dentro de la tierra. Contaron que a través de él se ponía de relieve que habían sido envueltas en el silencio las hazañas anteriores a Saturno, pero que, después del gobierno de Saturno, habían sido celebradas por la clarísima voz de los historiadores, aunque yo creería que mediante estas cosas se ha señalado que antes de Cristo la verdadera religión estaba oculta pero que, después de la llegada de Cristo, tras el brillantísimo mensaje de los Santos Apóstoles a todas las gentes, se habría de celebrar la verdadera, santa y muy saludable ley de todos los que creyeran en Cristo, el Altísimo Hijo de Dios. Pues, por otra parte, parecía ser necio que los sabios antiguos tuvieran también dioses con cola. Pero ahora hablemos acerca de Palemón.

Cap. 4: Sobre Ino y Palemón

También consideraron los antiguos que Ino, junto con su hijo Palemón, era protectora de los navegantes y fue incluida en el número de los dioses marinos. Esta fue hija de Cadmo y de aquella Harmonía cuyo poema nupcial cantaron las Musas, según dice Hesíodo (Theog. 975-7): A Cadmo Harmonía, la hija de la dorada Afrodita. Ino, Sámele y Agave, de hermosas mejillas y Autónoe, con la que se casó Aristeo de abundante cabellera. Fue después Ino esposa de Atamante, rey de Tebas, la que, según se ha dicho, perseguía a los hijos de Néfele con un odio singular, puesto que era su madrastra, y, quemadas las semillas, señaló por mediación de adivinos que convenia inmolar uno de los hijos de Néfele a los dioses. Después, a causa del odio de Juno contra todos los tebanos porque Baco había nacido allí, Atamante enloqueció y dio muerte a su hijo Learco, que había tenido entre otros de Ino. Entonces Ino agarró a Melicertes y por miedo a Atamante se arrojó al mar cercano. Hubo quienes dijeron que la locura le había sido introducida a Ino porque las hijas de aquél habían dado a luz y habían criado a Dioniso. Pero Ninfodoro de Siracusa, en el libro Sobre la navegación de Asia (Jac. 572F18), escribió que se actuó cruelmente contra sus hijos no por parte de Atamante sino por la enfurecida Ino, que mató a Learco y Melicertes y después, presa de desesperación y no pudiendo soportar el dolor, se arrojó al mar para morir allí ahogada. Pero Dorion, en el libro Sobre los peces, escribe que Learco fue atravesado con una flecha por Atamante y Melicertes estrangulado por Ino, y que

701 A saber Cadmo.

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después de este suceso Ino se arrojó al mar. [Por otra parte, hubo otro con el sobrenombre de Melicertes a causa de la suavidad de sus poemas, aunque antes se llamaba Simónides, quien fue el primero en inventar el arte de la memoria y los elementos largos y dobles y añadió el tercer sonido a la lira, del que unos escribieron que floreció en la quincuagésima Olimpiada y otros en la sexagesimosegunda.] Otros dijeron que Ino escapó del ataque de Atamante junto con su hijo Melicertes porque a Learco, al que Atamante había dado muerte, lo arrojó a una marmita de agua hirviendo [Pero Polizelo, en Los asuntos de Rodas, escribió que Atamante atacó al hijo de Ino porque había sabido que por los engaños de aquélla, tras haber quemado los agricultores los granos, se había preparado la muerte para los inocentes hijos de Néfele y había tenido conocimiento de que fraudulentamente se había enviado el hambre a los de Orcómeno.] Así pues, huyó a través del monte Gerania del territorio de Mégara y se arrojó al mar desde la roca llamada Molúride, como dice Pausanias en Los asuntos del Ática (I 44,7), con su hijo Melicertes, según es la opinión más común, y así se deduce de estos versos en el libro IV (525-30) de las Metamorfosis de Ovidio: Una roca avanza sobre la llanura marina; la parte inferior está horadada por las olas y protege de las lluvias las ondas que cubre, la de arriba está erizada y alarga su frente hacia el mar abierto; Ino la alcanza (la locura le había dado fuerzas) y no detenién­dose por temor alguno se lanza sobre el mar y también su carga; la ola golpeada blanqueó de espuma. Otros cuentan mediante fábulas que ocurrió en la época en que las Nereidas danzaban en aquel lugar, por lo que dijeron que ellas saltaban en honor de Melicertes para agradar a Sísifo. Sin embargo, no faltaron quienes pensaron que su cuerpo fue llevado a Sísifo desde Exenuntia, a donde había sido transportado por las olas, y que entonces fueron instituidos en su honor los juegos ístmicos. [Pero los megarenses dicen que el cadáver de Ino fue arrojado por el mar a la costa de su territorio y que, recogido, fue enterrado por Cleso y Taurópolis, hijas de Clesón.] '" ' ' Esta Ino fue llamada después Leucotea y consi­derada diosa del mar, según dice Homero en el libro IV (V 333-5) de la Odisea: Pero lo vio la hija de Cadmo, Ino de hermosos pies, Leucotea, la que antes era mortal dotada de voz y ahora en las profundidades del mar participa de los honores de los dioses. Después ésta fue llamada Matuta por los latinos, porque sale por la mañana, según dice Cicerón en el libro de las Discusiones Tusculanas (I 12,28): ¿Acaso Ino, la hija de Cadmo, llamada Leucotea por los griegos, no es considerada Matuta por nosotros? Y que es la Aurora aparece así en el libro V (656-7) de Lucrecio: Igualmente, en un tiempo fijado Matuta extiende la rosada aurora a través de las regiones del éter y despliega la luz- Se empezó a llamarla Leucotea en una aldea no lejos de la ciudad de Corona y entonces fue incluida en el número de los dioses, según dice Pausanias en Los asuntos de Mésenla (IV 34,4). Se consideró que el poder de ésta era muy grande para salvaguardar a los navegantes y aplacar el mar, según dice Orfeo en los Himnos (74,1-5): Invoco a la Cadmeide Leucotea, augusta divinidad, muy poderosa, nodriza del bien coronado Dioniso. Óyeme, divinidad que te cuidas del mar de profundo seno, que te deleitas con las olas, gran salvadora de los mortales, pues cuidado tuyo es el viaje errante en alta mar de las naves. Se consiguió de Neptuno, gracias a las súplicas de Venus, que Ino se convirtiera en una diosa marina, como dejó escrito Ovidio en el libro IV (531-6; 539-42) de las Metamorfosis: Pero Venus,

702 Cf. Schol. Lyc. 229. 703 Cf. Paus. I 42, 7.

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compadecida de los sufrimientos inmerecidos de su nieta, habló zalamera así a su tío: «Divinidad de las aguas, a quien correspondió el poder próximo al cielo, Neptuno; ciertamente pido grandes cosas, pero tú compadécete de los míos, a los que ves agitarse en el inmenso Jónico, y añádelos a tus dioses. También para mí hay alguna influencia sobre el mar...». Neptuno accedió a la que suplicaba y les quitó lo que de mortal hubo, les dio una respetable majestad, les renovó el nombre a la vez que la figura y llamó al dios Palemón y a su madre Leucotea. Dejó escrito Pausanias, en Los asuntos del Ática (I 44,8), que Melicertes fue recogido por un delfín, después de haber caído desde la roca Molúride y que, depositado en el Istmo de Corinto, tras serle cambiado el nombre, fue llamado Palemón y que, entre otros honores, le fue consagrada la roca Molúride y en su honor fueron instituidos los juegos ístmicos por Sisifo, hijo de Eolo, que entonces reinaba en Corinto, puesto que Melicertes era hijo de su hermano; y alh' en primer lugar fueron coronados los vencedores con pino, después con apio seco. Museo, en aquel libro que escribió Sobre los Juegos ístmicos (en Schol. Ap. Rh. III 1240), escribió que en el Istmo se solían celebrar dos clases de certámenes, uno en honor de Neptuno, otro en honor de Melicertes. Que también se celebraban los ístmicos en honor de Neptuno parece atesti­guarlo Apolonio en estos versos del libro IH (1240-1): Tal como va Posidón al certamen ístmico montado en su carro. Después, el propio Palemón fue considerado dios del mar, según dice Orfeo en los Himnos (75): Compañero de Dioniso, que conduces los coros de las Bacantes, que alegras mucho, que habitas las profundidades bañadas por las olas del Ponto, sagradas, te invito. Palemón, a ir de buen grado a las ceremonias rituales, alegrándote con nuevo rostro, y a proteger a los iniciados en los misterios en tierra y mar. Pues muéstrate visible a las naves siempre errantes al aparecer el invierno, como único salvador para los mortales, reteniendo la cruel ira sobre las olas del ponto. Así también Eurípides, en Ifigenia entre los Tauros (270-1), llamó a Palemón guardián y salvador de las naves: Oh hijo de la marina Leucotea, guardián de las naves, soberano Palemón, sé para mí propicio. [Y Luciano, el poeta de epigramas (Anth. Gr, VI 164), escribe en estos versos que fue costumbre que cumplieran los votos a los dioses marinos, gracias a los cuales los marineros habían conseguido salir sanos y salvos del embravecido mar: En honor a Glauco y a Nereo y a Ino y a Melicertes y al Crónida de las profundidades y a los dioses de Samotracia, yo, Lucilio, salvado del mar, he cortado aquí las trenzas de mi cabeza, pues no tengo otra cosa. ] Este no era transportado en carro, sino que se consideraba muy experto en el arte de nadar, según dice Ovidio en la Epístola de Leandro (XVIII 159-60): Y sería capaz de vencer nadando al joven Palemón, al que una hierba prodigiosa convirtió de repente en dios. Palemón fue llamado también Portuno, al que imaginaron llevando en la mano derecha una llave, puesto que protegía los puertos de los enemigos. A éste solía inmolársele un niño y sobre todo en Ténedos se le veneraba con honores divinos. Este dios de los navegantes fue enterrado en el Istmo, según dice Pausanias en Los asuntos del Ática (I 44,8); pero Ino no fue, en cambio, en la costa del territorio de Mégara por Cleso y Taurópolis, hijas de Clesón y nietas de Lélege, según se ha dicho. Estas son las cosas que sobre Ino y Palemón fueron confiadas a la memoria por los antiguos, de las que ha de sacarse la verdad. Que Ino fue hija de Cadmo y de Harmonía y esposa de Atamante no se aparta de la historia, y que un hijo fue estrellado contra una roca por su padre y que Ino, empujada por el miedo o la locura, se precipitó en el mar con su hijo. Pero que ella misma y su hijo Melicertes fueron convertidos en dioses, esto no tiene nada en común con la verdad.

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Pero, ¿qué quisieron señalar los antiguos mediante estas cosas? Se ha dicho más arriba que fue tanta la ambición de algunos príncipes antiguos que crearon altares, sacerdotes, ceremonias a algunos de sus antepasados como si fueran dioses inmortales. Así Sísifo los juegos ístmicos, que antes se celebraban en honor de Neptuno, los cambió en honor de su pariente, por lo que se dijo que Neptuno compartió con éstos el dominio de las aguas y después fueron considerados dioses marinos. Pues también entre los romanos se organiza­ron, según la costumbre de los griegos, juegos fúnebres, y se cuenta que éstos también incluyeron a sus propios príncipes entre los dioses. Pues, así como la avaricia, el más sórdido de todos los vicios, se había apoderado de casi todos los príncipes de nuestra época con excepción de unos pocos, así la ambición se había apoderado de la mente de los antiguos. Leucotea, que es llamada Matuta por los romanos, es la Aurora; Palemón o Portuno es la fuerza de la tempestad, pues palein significa agitar, por lo que fue llamado Palemón. Se dice que fue hijo de Matuta porque los vientos la mayoría de las veces comienzan a soplar desde la aurora y, porque entonces caen al mar, se dice que se precipitaron al mar como conviene más a la razón, porque la aurora es la más segura mensajera de los vientos y de las tempestades así como de la bonanza futura. Estos fueron considerados dioses de los navegantes porque los vientos en realidad ayudan a los nave­gantes; y, si éstos soplan benignos, a las naves les corresponde un viaje feliz, y por ello dice Virgilio en el libro II (I 436-7) de las Geórgicas: Y los marineros a salvo cumplirán sus votos en la costa a Glauco y Panopea, y a Melicertes, hijo de Ino. Por esta razón, mediante esta fábula pusieron de relieve que se confiaban a la ligereza de los vientos aquellos que navegaban por el mar. Por esta razón, no hay que lamentarse de la divina clemencia si ocurre algo adverso, sino de nuestra ligereza e imprudencia. Y, cuando estamos en un lugar seguro, sin embargo espontáneamente y a propósito nos precipitamos en aquellos peligros. Esta fábula es también adecuada para apaciguar las perturbaciones del espíritu y para exhortar a la benevolencia y a la generosidad, puesto que Ino, así enloque­cida por Juno por haber criado generosamente al Padre Líber, escapó después a tan grande felicidad. Pues, aunque los hombres buenos son oprimidos durante algún tiempo en razón de sus buenas acciones y soportan calamidades domésticas, sin embargo ningún hombre bueno puede ser infeliz durante largo tiempo. Pues, ¿qué calamidad tan grande puede existir, qué infortunio tan desmesurado, que no pueda convertir en la mayor felicidad la clemencia divina? Por consiguiente, los antiguos contaron así que ha de confiarse en la divina bondad, puesto que ningún justo permanece despreciado por Dios, ya que es tan grande la clemencia divina que incluso supera la esperanza de los mortales al ayudar a aquellos que sufren desgracias injustamente. Ahora hablemos acerca de Glauco.

Cap. 5: Sobre Glauco

Glauco, que, también él, fue convertido de hombre en dios marino, consiguió una ficción no menos absurda y la causa de su apotheóseós. Dejó escrito Estrabón, en el libro IX (2,13.C405), que éste fue hijo de Antédone, un hombre de Beocia^'*'', aunque Teofrasto, sin embargo, en el libro V de Los que viven en seco, escribe que él fue hijo de

704 Estrabón dice que Glauco era de Antedón, ciudad de Beocia, no que fuera hijo de un Antedón.

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Pólíbo, hijo de Mercurio, y de Eubea, y Promátidas de Heraclea (Jac. 430F7=Ath. VII 296b [lo consideró hijo de Forbo y de la ninfa Panopea y] antedonio por su patria, ya que Antédone fue una importante ciudad de Beocia. Otros dicen que el padre de Glauco fue Copeo'"*, al que presentó hablando de sí mismo así Teolito de Metimna (Jac. 478F2 = CoU. Alex. Powell, p. 9, fr. l = A t h . VII 296a-b) en estos versos báquicos: Existe ahora un Antédone en un lado del mar, enfrente de Eubea, cerca de las corrientes del Euripo, donde yo nací, y mi padre fue Copeo. Se dice que éste raptó a Ariadna de la isla de Día y que después fue atado por Baco con una ligadura de vid, pero finalmente liberado. Puesto que él era un experto nadador, fue llamado Pont io"" . Pero Evantes (en Ath. VII 296c), el autor de epopeyas, escribió en un himno que aquél fue hijo de Neptuno y de una ninfa Náyade. Cuentan mediante fábulas que éste llevó hasta Asia a la raptada Sima, hija de Iclemis y de Dótide que después él se enamoró de Hidna, hija de Escilo, buzo de Esquione. Otros dicen que éste fue un pescador de Antédone, según está en Ovidio en el libro X (XIII 920-3) de las Metamorfosis: Sin embargo, antes yo era mortal, pero, evidentemente destinado a las aguas profundas, ya entonces me ejercitaba en ellas, pues unas veces arrastraba las redes que traían peces, otras, sentado en una roca, dirigía el hilo con la caña. Algunos dicen que éste fue el constructor de la nave Argo y que fue su timonel en la época en que Jasón luchó contra los tirrenos y que fue el único que escapó sin haber sido herido, según escribió Posis en el libro III de la Amazona (Jac. 480F2=Ath. VII 296d). Otros escriben que éste vivía en Délos y que, con las diosas Nereidas, solía hacer vaticinios y que Apolo fue adoctrinado por Glauco en el arte de vaticinar, según dice Nicandro en el libro I de las Geórgicas (Aetii. I en Ath. VII 296f). Relatan mediante fábulas quienes contaron que fue pescador que éste en una ocasión capturó una gran cantidad de peces y que, al llevarlos a la ciudad y haber depositado la carga cansado por el excesivo peso en el camino, uno de los peces, tras haber probado una hierba, revivió; admirándose de esto. Glauco también probó él mismo aquella hierba, por lo que al punto se convirtió en inmortal Pero en cambio Ovidio, en el libro XIII (930-9), escribe que esto tuvo lugar mientras contaba los peces en la playa cercana al mar de donde había capturado los peces y recuerda que estos mismos peces se refugiaron en el mar no después de haberla comido sino después de tan sólo haberla tocado, en estos versos: Yo, el primero, me senté en aquel césped, mientras pongo a secar los húmedos hilos; y, para contar los peces cautivos en orden, puse encima los que o la casualidad había empujado a las redes o su propia credulidad hacia los ganchudos anzuelos. El asunto es semejante a una ficción, pero ¿de qué me sirve a mí inventar? Nada más tocar la hierba, mi botín comenzó a moverse y a cambiar de postura sus miembros y a apoyarse en la tierra como en el mar; y, mientras me quedo inmóvil y me admiro al mismo tiempo, toda la muchedumbre huye

705 Según Ateneo, Promátidas decfa que Glauco era hijo de Pólibo, hijo de Hermes, y de Eubea, hija de Larimno, dato que Conti atribuye a Teofrasto.

706 A pesar de que Conti lecoge el nombre de Nópeus como padre de Glauco tomándolo de Teófilo de Metimna a través de Ateneo, tanto la edición de Gulíck de Ateneo, como los Coli. Alex, de Powell dan Kópeus, nombre que nosotras mantenemos.

707 Cf. Ath. VII 2%b . 708 Cf. Ath. VII 296c, donde al padre de Sima se le da el nombre de laliso si se acepta la conjetura da

Casaubon o lélimo si se sigue la lectura de A. 709 Cf. Alh. VII 297a.

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hacia las aguas que les son propias y abandona a su nuevo dueño y la playa. Tras haber visto esto Glauco, también él mismo, después de haber comido la hierba, convertido en dios se arrojó al mar, como dice un poco después el mismo poeta (XIII 940-68). Sin embargo, otros dicen que en el tiempo en que Jasón luchó con los tirrenos, aquél por decisión de Júpiter se sumergió en el mar profundo y, convertido en dios marino, se apareció solamente a Jasón. Otros sostienen que Glauco persiguió una liebre en el Oria, el monte más alto de Etolia, y que, al haberla llevado, una vez capturada, a una fuente porque estaba debilitado a causa del continuo esfuerzo, recuperó sus fuerzas comiendo una hierba que estaba cerca y, tras haberla comido, se convirtió en un dios marino. Otros dicen que se arrojó al mar hastiado de la vida. Cuentan las fábulas que éste fue intérprete de Nereo, según opinó Eurípides en Orestes (362-4): Sobre las olas me anunció el adivino de los navegantes. Glauco, el intérprete de Nereo, dios infatigable. Por otra parte Apolonio, en el libro I (1310-4), lo llamó así vate de Nereo en estos versos; Pero del rugiente mar apareció a su vista Glauco, el muy sabio intérprete del divino Nereo, alzando hacia arriba su cabeza cubierta de pelo y su pecho desde el fondo del abismo; trató de alcanzar con su robusta mano el costado de la nave y gritó a los agitados héroes. Pero Estrabón, en el libro IX (2,13.C405), escribe que no se convirtió en dios marino sino en ballena. Aunque Teolito de Metimna (Jac. 478F2=Ath, VII 296a) escribe en los versos báquicos que se unió a Ariadna, así como con Europia, hija de Mireo, con Hidna, hija de Escilo, y con Sima, hija de Iclemis, sin embargo no recuerdo que naciera de él ningún hijo. Pero Clearco de Sola, en el libro VII de sus Vidas, contó una fábula muy distinta de éstas, que también relató Isacio (Schol. Lyc. 8 1 1 ) ' " . Pues dice que Glauco fue un hijo de Pasífae que, al perseguir un ratón, cayó en una vasija de miel y se ahogó allí. Al buscarlo su padre Minos y no encontrarlo, recibió la respuesta de que encontraría a su hijo y le devolvería a la vida el hombre que hubiera dicho a qué cosa era semejante el buey de tres colores de Minos que pastaba en el campo. Poliido dijo que era semejante al fruto que produce la zarza. Por esta razón Minos ordenó que fuera apresado y que le indicara dónde estaba su hijo; pero Poliido, por el arte de la adivinación, dijo que aquél se había ahogado en una tinaja de miel. Por consiguiente, tras haber sido econtrado Glauco muerto, Poliido fue encerrado con él en una casa para devolverle la vida. Este, tras haber visto que una serpiente se acercaba al cadáver, queriendo provocarla para ser matado él mismo por ella, accidentalmente la mató; entonces otra serpiente, acercándose a la serpiente muerta, llevó una determinada hierba, tocada con la cual aquella serpiente resucitó. Poliido, cogiendo esta misma hierba, la puso sobre Glauco y lo devolvió a la vida. Después Minos obligó a Poliido a enseñar el arte de la adivinación a Glauco antes de que partiera hacia su patria. Argos. Hubo, además, otro Glauco hijo de Sísifo que, como tuviera unas yeguas que se alimentaban de carne humana, fue destrozado él mismo por éstas, enamoradas y excitadas por los aguijones de Venus, según señaló Virgilio en el libro III (267-8) de las Geórgicas: Y la propia Venus íes dio la locura en la época en que las cuadrigas Potnias devoraron con sus mandíbulas los miembros de Glauco. Esto mismo tuvo lugar no lejos de la fuente Dirce en la ciudad de Potnia, según dice Estrabón en el libro IX (2,24.C408-9) [lo que ocurrió, según dice Pausanias en Los primeros asuntos de la Elide (El. II, VI 20,19) en medio de aquellos

710 Cf. Ath. VII 297a. 711 Cf. también Apollod. Ili 3 , 1.

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juegos fúnebres que había instituido Acasto en honor de su padre. Por otra parte, cuentan que soh'a introducirse en los caballos el terror en el mismo lugar en el que fue despedazado Glauco por el genio de aquél, por lo que fue llamado con el sobrenombre de Taraxipo. Aunque otros atribuyen esto mismo a Alcátoo, hijo de Partaon, que fue uno de los pretendientes de Hipodamía muertos por Enómao y quien, enterrado en este mismo lugar, recordando su injuria, ejercía su crueldad contra todos los que cabalgaban por este mismo lugar]. Hubo también un Glauco espartano, hijo de Epicides famoso por la considera­ción de su valor y de su carácter. Y Glauco de Quíos fue el primero de todos los mortales en inventar el hierro colado y el arte de soldar el hierro, según escribió Heródoto en Clío (I 25). Hubo otro Glauco de Caristo que, como vencedor, consiguió dos coronas en los Juegos Píticos, ocho en los Ñemeos y otras tantas en los ístmicos, cuyo padre fue Démilo, descendiente del Glauco dios marino, según dice Pausanias en Los segundos asuntos de la Elide (VI 10,1-3).

Pero ahora extraigamos la verdad de estas cosas. Fue Glauco un buzo muy experto, por lo que dicen que éste, a la vista de los de Antédone, nadaba desde el puerto hasta llegar, ocultándose bajo el agua de la vista de todos, a un lugar desde donde ya no podía ser visto por nadie. Permaneciendo allí durante algunos días, esperándolo muchos hasta un día determinado, volvió al puerto diciendo que él había vivido durante tanto tiempo bajo las aguas. Se añadía a esta maravilla el hecho de que en invierno, cuando los pescadores no podían capturar nada, a cualquiera de sus conciudadanos que le pedía peces le proporcio­naba inmediatamente los que él había guardado mucho antes para este uso. Luego, ya que murió atrapado por una bestia marina, se confió a la memoria que él se había convertido en dios marino tras haber comido una hierba. Otros dijeron que Glauco, hastiado de la vida, se arrojó al mar, unos a causa del amor de Palemón y, al no haberlo visto más, se creyó que, arrebatado quizá por una bestia marina, se había ido a engrosar el número de los dioses marinos. Pero, ¿qué tiene de admirable esta fábula? ¿Por qué era celebrada por los poetas, hombres muy sabios? ¿O qué tiene esto que ver con la formación de la vida humana? Mediante estas cosas los antiguos quisieron poner de relieve que no hay ninguna condición de los hombres hasta tal punto baja y sórdida que no pueda ensalzar y hacer brillar con mucha facilidad la voluntad de Dios, puesto que no hay ninguna condición de los hombres que Dios contemple sin honradez, dado que éste se fija solamente en la inocencia e integridad del ánimo pero no en otra cosa. Al imaginar que éste era experto en el arte de la adivinación, demostraban que, como hombre experto en la navegación, veía con mucha anticipación las tempestades que iban a producirse. Pero ahora hablemos acerca de Nereo.

Cap. 6: Sobre Nereo y las Nereidas

En verdad se creyó que Nereo fue hijo del Ponto, o de Océano y de Tetis, según dice Hesíodo en la Teogonia (233-6): El Ponto engendró al infalible y veraz Nereo, el mayor de sus hijos; y además lo llaman anciano a causa de que, infalible y benévolo, no se le ocultan las leyes divinas sino que conoce justos y sabios designios. Pues también Apolo-

712 Cf. Paus. IV 18, 2.

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doro, en el libro I (2,6) de su Biblioteca, enumeró como hijos del Ponto, pero no de Tetis sino de la Tierra, a Forcis, Taumante, Nereo, Euribia y Ceto. Así pues, creyeron que éste era veraz y profeta, porque también anunció las calamidades a Paris, según dice Horacio en el libro I (15,1-8) de los Poemas en estos versos: Mientras el pastor arrastraba a través de los mares a Helena, en naves del Ida, el pérfido a su anfitriona, encerró los rápidos vientos en una desagradable inactividad Nereo para cantar crueles destinos: «Con mal agüero conduces a tu patria a la que reclamará con un gran ejército Grecia, juramentada para romper tus bodas y el antiguo reino de Priamo». Se dice que éste tuvo su morada sobre todo en el mar Egeo, según dice Apolonio en el libro IV (770-2): Así habló; al punto Iris salía presurosa del Olimpo desplegando sus ingrávidas alas y se sumergió en el mar Egeo, precisamente donde están las moradas de Nereo. Se dice que Hércules, enviado a recoger las manzanas de oro de las Hespérides, llegó junto a las Ninfas que vivían en unas grutas del Eridano para saber de ellas en qué lugar estaban aquellas manzanas de oro. Entonces Hércules fue enviado hasta Nereo al que, mientras intentaba escaparse con dife­rentes formas, mantuvo sujeto el tiempo necesario hasta que volvió a su figura primitiva y le indicó el asunto. A éste lo llamó el dios más antiguo Orfeo en los Argonáutica (336): En primer lugar invoco a Nereo, el más antiguo de todos. Que éste era protector del mar, que solía viyir en el mar y se alegraba con los coros de las doncellas y que era el principio y el fin de las aguas y todas las facultades de éste las abarcó así Orfeo en un Himno (23,1-4); Oh tú, que tienes el principio del mar, un palacio color azul sombrío y brillante, que te alegras con las cincuenta muchachas en coros de hermosas hijas en las olas, Nereo, divinidad gloriosa, fundamento de las aguas, fin de la tierra, principio de todas las cosas. Puso de relieve Eurípides, en la Ifigenia en Anude (948-9), que éste fue criado y alimen­tado por las aguas: Por el que vive en las húmedas olas, Nereo, padre de Tetis, la que me engendró. Que este mismo fue llamado padre de las Nereidas lo atestigua asi el mismo poeta en la misma tragedia (Iph. Taur. 272-4): Tanto si se sientan en las playas los Dióscuros o las prendas de Nereo, quien engendró el noble coro de las cincuenta Nerei­das. [Tuvo también Nereo de la ninfa Doris como hijas a Halio, Espío, Pasitea y Ligia.] Pues fueron cincuenta las llamadas Nereidas, hijas de Nereo y de Doris, según dice Hesíodo en estos versos de la Teogonia (240-2): En el estéril ponto nacieron adorables hijas divinas de Nereo y de Doris, de hermosos cabellos, hija de Océano, río perfecto. Por otra parte, Doris fue hermana de Nereo. Pensaron los antiguos que éstas tuvieron la cabellera verde, por lo que dijo así Horacio en el libro IH (28,9-10) de los Poemas: Nosotros cantaremos alternativamente a Neptuno y las verdes cabelleras de las Nereidas. Se pensaba que les eran muy gratas a éstas las aves alciones, según dice Teocrito en los Tallsia (VII 57-60): Y los alciones calmarán las olas y el mar y el Noto y el Euro, que agita las más profundas algas, los alciones, que fueron las más queridas de las aves para las glaucas Nereidas. Dejó escrito Orfeo, en el Himno a las Nereidas (24), que ellas daban saltos en las aguas y corrían como bacantes y, como peces muy alegres, correteaban de acá para allá sobre todo akededor del carro de Tritón, y entre otras cosas está aquel verso (24,4): Deleitándose con los carros de los tritones en la superficie del mar. Los nombres de muchas de estas Nereidas los reseñó así Homero en el libro XVIII (37-49) de la Uiada: Y después comenzó a sollozar; las diosas se reunieron alrededor de él, tantas cuantas Nereidas estaban en la profundidad del mar. Pues allí estaban Glauce, Talia,

||¡^,, Cimódoce, Nesea, Espío, Toe, Halía, la de ojos de ternera, Cimótoe, Actea, Limnoría, ' Mélite, lera, Anfitoe, Agave, Doto, Proto, Ferusa, Dinámene, Dejámene, Anfinome, Ca-

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Uanira, Doris, Pánope, la ilustre Galateo, Nemertes, Apseudes y Calianasa; alli estaban Clímene, lanira, lanasa. Mera, Oritía y Amafia de hermosas trenzas, y las restantes Nereidas que estaban en lo profundo del mar. Pero todavía muchas más que éstas reciben el nombre de Nereidas, de las que se enumeran hasta cincuenta por Hesíodo en la Teogo­nia (243-62), que se llaman así: Proto, Eucrante, Sao, Anfitrite, Eudore, Tetis, Galene, Glauce, Cimótoe, Espío, Talia, Mélite, Eulímene, Agave, Pasitea, Erato, Eunice, Doto, Ferusa, Dinámene, Nisea, Actea, Protomedia, Doris, Pánope, Galatea, Hipótoe, Hipónoe, Cimódoce, Cimatolegue, Cimo, Eíone, Halimeda, [Glaucónome, Pontoporía,] Liágore, Evágore, Laomedía, Pulínoe, Autónoe, Lisianasa, Evame, Psámate, Menipe, Neso, Eu-pompe, Temisto, Prónoe, Nemertes. Pero Apolodoro de Atenas, además de las citadas, también enumeró a éstas en el libro I (2,7): Glaucótoe, Nausítoe, Halía, Pione Ple-saure, Calipso, Cranto, Neomcris, Deyanira Polinome, Me l l e "* , Dione, I sea"* , Dero, Eumolpe, Ione, Ceto, Limnorea. Además, éstas eran consideradas todas bellísimas, por lo que, según se ha contado en las fábulas, como Casiopea, esposa de Cefeo el rey de Etiopía, se jactara de aventajar en hermosura a todas las mujeres de su época, se atrevió incluso a considerarse superior a las Nereidas, razón por la que atrajo contra sí la indigna­ción de aquéllas. Por tanto ellas, enfurecidas por la arrogancia de esta mujer e irritadas por su temeridad, enviaron contra el territorio de aquélla un monstruo marino de un tamaño increíble y digno de admiración; por este motivo después le fue ordenado por un oráculo que expusiese encadenada a una roca a su hija Andrómeda, la única que tenia, para que fuese devorada por el monstruo marino. Andrómeda, sin embargo, fue liberada por el valor de Perseo y, con la ayuda de éste, para ejemplo eterno de que debe ser evitada la temeridad, Casiopea fue incluida entre los astros, según se deduce de los versos de Arato traducidos así al latín por Cicerón (Arat. 442-7): Aquélla, Casiopea, se desliza al mismo tiempo, cubierta de lágrimas, buscando a su hija y se dice que es expulsada del cielo no dignamente, pues se desliza tocando, en verdad, con su cabeza la tierra, después con sus hombros, al tener invertida su posición. Le proporcionan este castigo las nutricias Nerei­das con las que, según cuentan, se atrevió a rivalizar en belleza. Y casi no hay más cosas que éstas confiadas a la memoria sobre Nereo y las Nereidas. Ahora extraigamos de éstas la opinión de los antiguos.

Se dice que Nereo fue hijo de Océano y de Tetis y éste realmente no es otra cosa que la decisión y la pericia en gobernar las naves, puesto que esa pericia nace del Océano y de las olas. Este engendró muchas hijas, que son las invenciones y los cambios de decisión que tienen que ver con la navegación. Y a esta pericia le dieron el nombre del muy antiguo Nereo debido a la antigüedad de la navegación. Contaron que este mismo era un adivino, porque el conocimiento en cada una de las disciplinas hace que adivinemos muchas cosas que van a ocurrir y las veamos con mucha antelación. Y no ha de ser considerado experto en el arte de la navegación ninguno a no ser quien, con mucha antelación, prevea los cambios de los vientos y los signos de las tempestades, como desde las más altas atalayas. Crearon los antiguos la ficción de que este dios se convertía en diferentes figuras puesto

713 Debe ser Efone, según aparece en Apolodoro. 714 Tal vez lanira. 715 Sigue la lectura de A ftente a Melite. 716 Debe ser Nesea.

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que es propio del sabio adaptarse a las múltiples variedades y momentos favorables'en la realización de las cosas. Por consiguiente, para que nadie piense que falta la clemencia de los dioses inmortales sino que mueren por su locura todos y cada uno de los que se introducen en las más crueles tempestades del mar, no teniendo en consideración aquellos versos (Vg. Georg. I 353-4) que dicen: El propio padre determinó qué podía aconsejar la Luna en su órbita mensual, con qué constelación amainaban los austros. Estas cosas han sido dichas.

Por otra parte, es lo mismo haber inventado esta fábula, para decirlo en pocas palabras, que si los antiguos dijeran: Sé prudente al realizar tus negocios, no acuses a Dios cuando, por imprudencia o temeridad tú mismo hayas concitado peligros contra ti, puesto que Dios sirve de ayuda para cualquier hombre bueno y cumplidor. Otros, sin embargo, llamaron a Nereo agua del mar, según está en la Deyanira (Her. IX 13-4) de Ovidio: Contempla el orbe apaciguado con tus fuerzas vengadoras, por donde el azulado Nereo rodea la extensa tierra. Y de Nereo bastante se ha dicho. Ahora hablemos acerca de Forcis.

Cap. 7: Sobre Forcís

Forcis, al que los latinos también llamaron Forco, fue, también él, hijo del Ponto o Mar y de la Tierra, según atestigua Hesíodo en la Teogonia (237-9): Luego, unido con la Tierra, también al gran Taumante, al altanero Forcis y a Ceto, de hermosas mejillas, y a Euribia, que tiene en su pecho un corazón de acero. Sin embargo Varrón (en Serv. Aen, V 824) escribe que fue hijo de Neptuno y de la ninfa Toosa quien tuvo de Ceto como hijas, además de las recordadas antes, a saber las Fórcides y Górgonas, a Toosa, que unida a Neptuno dio a luz al cíclope Polifemo, del que escribe así Homero en el libro I (68-72) de la Odisea: Pero Posidón, que rodea la tierra siempre sin cesar, está irritado por causa del Cíclope, al que privó de un ojo, Polifemo, semejante a un dios, que es el más fuerte de todos los cíclopes y lo tuvo la ninfa Toosa, hija de Forcis, el que dohtina el mar estéril. También engendró una serpiente, que custodiaba las manzanas de las Hespérides, según dice Hesíodo (Ttieog. 333-5): Y Ceto, unida en amoroso abrazo a Forcis, engeruiró, como su vastago más joven, una terrible serpiente que en grutas de la sombría tierra, en los grandes confines, custodia manzanas totalmente de oro. Tuvo también otra hija, Escila, como diremos después. Y casi no se lee más sobre Forcis entre los antiguos.

Fue Forcis hijo del Ponto o de Neptuno y de la Tierra y dios del mar, del que algunos creyeron que fue el movimiento circular de las aguas, que toma su comienzo del Océano y de la humedad que existe en la tierra. Se dice que esposa de éste fue Ceto, es decir la evaporación que se produce por el calor y los rayos del Sol, humedad que, cuando se alza debilitada durante el muy pesado verano, se convierte en una serpiente, pues es temblorosa y oblicua la evaporación que se eleva debido al calor del Sol. Otros prefirieron trasladar este asunto a la historia y dijeron que Forcis gobernó las islas de Cerdeña y de Córcega y, vencido en combate naval por Atlas, se hundió en aquella lucha y ya nunca fue encontrado, por lo que se creyó que se habla incorporado al número de los dioses marinos Pero las

717 Cf. Bocc. G .D . X 6 que cita a Servio. 718 Cf. Bocc. G.D.X 6 que sigue a Vanón, tomándolo de Servio.

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demás cosas que a modo de fábula se dicen sobre él fueron fingidas para favorecer a aquél y hacer más verosímiles las cosas pasadas. Y ahora acerca de Proteo.

Cap. 8: Sobre Proteo

Proteo fue, también él, dios del mar, hijo de Neptuno y de la ninfa Fenice, según dejó escrito Tzetzes en la historia 44 (26-7) de la II Quiliada. Este vivió en el Faro de Alejan­dría y, yendo desde Egipto a Flegra de Falene, se casó con Torone. Tuvo como hijos de Torone a Tmolo y Telégono, de los que hace mención Eurípides en su Helena Se dice que como éstos, al llegar a la edad viril, mataban cruelmente a los extranjeros, al no poder soportar su crueldad con espíritu resignado. Proteo consiguió de su padre Neptuno ser trasladado de nuevo a Egipto; tras haber oído sus ruegos Neptuno, de una abertura de Falene hizo una cueva bajo el mar, dentro de la cual lo llevó a Egipto a un lugar seco. Después, tras haber dado muerte Hércules a Tmolo y Telégono debido a la crueldad de la que hacían uso contra los huéspedes, conocida la muerte de sus hijos no derramó lágrimas, porque eran hombres criminales, ni se rió, porque eran sus hijos, según escribió Teopompo en el libro VIII de Los asuntos de Grecia. Pero Janto escribió, en Los asuntos de Lidia, que Proteo fue considerado por algunos hijo de Océano y de Tetis. Eurípides, además, escribe (Hel. passim) que se casó con Psámate, de la que tuvo a Teónoe y a un hijo, Teoclímeno. Tuvo también como hijas a [Cabiro,] Retía e Idotea, la que a Menelao, que estaba indeciso sobre el regreso a su patria, después de estar detenido mucho tiempo en Egipto, le adoc­trinó para que, revestido juntamente con sus compañeros con pieles arrancadas de las focas, como focas simulasen dormir entre las focas en el momento en que Proteo solía dormir entre las focas saliendo a lo seco, y lo apresara mientras dormía y retuviese al que se cambiaba en distintas figuras hasta que recuperase su forma primitiva, pues entonces les vaticinaría finalmente todas las cosas que habrían de ocurrir. Pues dicen que solía meta-morfosearse bien en agua, en fuego, en fieras, en árboles, pájaros, serpientes, según dice Homero en el libro IV (394-418) de la Odisea, donde explica el consejo de Idotea, versos que, al ser muchos, no los escribiré sino que, en razón de la brevedad, los pondré en latín. En efecto, así empiezan los griegos: Pues así habló, y yo le contesté diciendo: «Ahora tú misma aconséjame la emboscada». Y así en latín: Había dicho. Yo a ésta a mi vez comencé con tales palabras: «Ahora cuéntame, diosa, las asechanzas del divino anciano, para que avisado no huya de mí. Pues vencer a los dioses con la fuerza es una cosa muy difícil para los humanos». Así hablé yo. Pero, a su vez, la diosa comenzó a hablar así después: «Extranjero, te digo cosas verdaderas, las reconocerás como muy verdaderas. Cuando ya el Sol ha encendido el calor del mediodía con sus rayos, el veraz anciano del mar suele ir a la playa. A este anciano lo protege un alga marina empujada por el Zefiro; alrededor de éste las focas, saliendo del profundo mar, en una cueva caen presa de un plácido descanso a través de todos sus miembros, respirando y oliendo con sus narices

719 Tmolo y Telégono aparecen como hijos de Proteo y Torone en Schol. Lyc. 124, y de Proteo, sin mencionar a la madre, en Tzetz. Chil. 11 36, 320-321, mientras que en Apollod. II S, 9 reciben el nombre de Polígono y Telégono. En la Helena de Eurípides los hijos de Proteo son Teónoe y Teoclímeno, como más adelante dirá Conti, aunque nacidos de Psámate.

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saladas aguas. Allí te conduciré yo tan pronto como la Aurora, al salir, haya puesto en fuga las estrellas; acuérdate de elegir tú mismo o tres compañeros de entre todos, que sobresalgan por su mente y por su ánimo. ¡Ea!, ahora te contaré los engaños y las artimañas del anciano. En primer lugar, cuenta las focas y comprueba su número y, cuando ve que están todas, él mismo se acuesta junto con ellas, como en otro tiempo el pastor de ovejas en el monte. Cuando lo hayáis visto acostado y pesado por el sueño, que sea vuestra preocupación atarlo estrechamente con fuertes cadenas y retener al dios que intenta burlar las manos. Al punto se convertirá en todas las cosas, en serpiente qu? con su pecho barre la tierra; éste se hará de nuevo agua y chisporroteará como fuego». Pensó Orfeo que este mismo dios era el principio de todas las cosas y el más antigvfo de los dioses, y dijo que tenia las llaves del mar y protegía a todos, como principio de toda la naturaleza, según se deduce de este Himno (25,1-5): Invoco a Proteo, que tiene las llaves del mar, nacido el primero, que produjo el comienzo de toda la naturaleza, que cambia su sagrada materia en figuras de muchas formas, honrado por todos, prudente y que conoce cuantas cosas fueron antes, cuantas son y a su vez serán después. Pensaron los antiguos que éste era transportado en un carro que era tirado por focas, a las que Virgilio llamó caballos de dos patas en el libro IV (387-9) de las Geórgicas: En el torbellino carpato de Neptuno está el azulado adivino Proteo, que recorre el extenso mar con los peces y con un carro tirado por caballos de dos patas. Y casi no han sido contadas por los antiguos más que estas cosas sobre Proteo, cuya opinión explicaremos. Imaginaron que Proteo fue hijo de Neptuno o de Océano y consideraron que éste era la fuerza del aire, quien, según la opinión de los estoicos, fue llamado Júpiter y pasaba a través de todas las cosas y estaba en todas partes, según ha quedado claro anteriormente cuando hemos hablado sobre Júpiter. Pues el aire está muy cercano al agua que se debilita en él. Que éste era la naturaleza del aire, gracias a cuya templanza nacen todas las cosas y de donde surge el principio para todos, para las plantas y para los animales, parece haberlo señalado Homero en el libro IV (456-8) de la Odisea en estos versos: Pero primeramente se convirtió en un melenudo león, luego en una serpiente, en una pantera y en un gran jabalí. Y se convirtió en líquida agua y en un árbol de frondosa copa, y fuego Pues de esta misma materia, según una oculta proporción del aire o del calor, nacen los árboles, o los animales, o la propia materia se convierte en elementos, lo que los antiguos pusieron de relieve por medio de tantos y tan múltiples cambios de forma, puesto que Proteo es casi to proton on, esto es lo que existe lo primero, ya que toda materia existe antes como una forma en el intelecto [y busca formas siempre distintas por el impulso de la naturaleza; por esta razón se dijo que Proteo se cambió en tantas formas]. Pues, ciertamente, pensar que hubo un hombre que se cambió en tantas figuras es propio de un hombre totalmente estúpido. Y Luciano, en el diálogo que se titula Nave (6), parece haberlo considerado el hombre más experto en la navegación, pues dice así: Admirable en su arte, según dicen los que navegaban con él, y sabio por encima de Proteo en los asuntos de navegación. Diodoro Siculo, en el libro II, escribe que fue costumbre de los reyes de Egipto llevar en la cabeza la parte delantera de un león, o de una serpiente, o de un árbol, y alguna vez se cincelaban en forma de fuego las diademas, lo que era un adorno insigne del principado. Por ello después se creó la ficción de que Proteo se cambiaba en diferentes figuras. Se dice

720 Ese fuego (kai pyr) está sacado del v. 418.

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que fue guardián y pastor de focas porque gobernó en lugares marítimos, pues a los reyes y a los príncipes de los pueblos los antiguos los llamaron poimenas laón, esto es pastores de pueblos, pues el príncipe debe preocuparse no menos de la salud que de la utilidad de sus pueblos, ya que el que suele preocuparse tan sólo de esquilar el ganado y de matarlo, no debe ser llamado pastor sino lobo y ladrón. Pues las riquezas de los pueblos son casi rehenes que por miedo al gasto mantienen en la fidelidad a los ciudadanos, y la opulencia de las ciudades es en último término la opulencia del príncipe, si la situación así lo reclama [y toda ciudad en la que las riquezas recaigan en unos pocos está más expuesta a la violencia de los enemigos porque, además de la envidia y los odios internos, está muy lejos de luchar en defensa de las facultades ajenas y de las suyas, ya que todos son sobre todo acérrimos defensores de su propia utilidad, perezosos de la de otros y nadie piensa que es suya una patria en la que no tiene más bienes que los extranjeros]. Fue llamado pastor de focas porque su población era marítima y experta en la natación. Pero Luciano pensó que Proteo fue un histrión, sobre el que escribió así en el diálogo Sobre la danza (19): Pues me parece que el antiguo mito dice que Proteo el egipcio no fue otra cosa que un bailarín, un hombre imitador y que tenía la capacidad de imitarlo todo y de cambiarse en todo y así imitaba la liquidez del agua, la intensidad del fuego en la violencia del movimiento, la ferocidad del león, la ira de una pantera, la agitación de un árbol y en general lo que quisiera. Y, sin embargo, esta facultad de convertirse en todas las cosas no la tuvo solamente Proteo, sino también Tetis y Mestra, hija de Erisicton, el tesalio hijo de Eton, la cual, al haberse comido su padre todos sus bienes debido a una permanente hambre enviada por la divinidad, se cambiaba en diferentes formas tantas veces cuantas era vendida por su padre para socorrer su hambre [y después, inmediatamente, volvía a escondidas junto a su padre]. Así también Periclímeno, hijo de Neleo y de Polimela y hermano de Néstor, consiguió de Neptuno el don de poder convertirse en todo lo que deseara; por esto se dice que como m o s c a f u e matado por Hércules, que asediaba Pilos, pues convertido en esa figura fue delatado por Palas; así lo indicó Euforión (fr. 69 v. Gron.=Schol. Ap. Rh. I 156): [y también dio muerte a Periclímeno, hijo de Neleo, como una abeja.] Pues éste se hacía semejante a todas las cosas, como el marino Proteo, lo que también explicó con mayor extensión Hesíodo (fr. 33a, 11-19 M - W = i b i d . ) e n estos versos: T al noble Periclímeno, feliz, al que le dio regalos de toda clase Posidón, el que mueve la tierra, pues urms veces se parecía a un águila entre las aves, otras veces, maravilla verlo, de nuevo se convertía en hormiga y otras en espléndido enjambre de abejas, otras en terrible y dura serpiente; tenía dones de todo tipo que no pueden decirse, los que también después lo engañaron por voluntad de Atenea. Tuvo también esta misma capacidad de metamorfo-searse en cualquier cosa que quisiera Empusa, acerca de la cual escribió así Aristófanes en las Ranas (288-93): Y he aquí que yo veo, por Zeus, un gran monstruo. ¿De qué clase? Terrible, ya que se cambia en todas las formas, pues es unas veces buey, ahora mulo o de nuevo una mujer muy hermosa. ¿De dónde es? Ea, yo voy junto a ella. Pero ya no es una mujer, sino que ahora es un perro. Ciertamente es Empusa. Así también Epicarmo, en Las bodas de Hebe: Empusa se convierte en árbol, en roca, en víbora y en piedra, en abeja y en una encantadora mujer y en todas las cosas que desea y cuantas le conviene.

721 Musca traduce el myia: mosca o abeja. 722 El fr. 33a, recoge 36 versos procedentes de Pap. Oxy. 2481 fr. 2 , 2485 fr. 1, col. II 2486, ed. Lobel,

que ha confirmado los versos que Schol. Ap. Rh. I 156 atribula a Hesiodo.

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Otros, entre los que estuvo Antigono de Caristo, contaron que Proteo fue un varón muy sabio, que escribió muchas cosas sobre filosofía natural, sobre las plantas, piedras, sobre la naturaleza de las fieras, sobre el cambio mutuo de los elementos, de qué modo son aquellos principios de todos los que nacen, principios que, según cada uno coge sus fuerzas, así se convierten en árboles, en hierbas, en animales, por lo que se dijo que Proteo se convertía en todas esas cosas. Consideraban a este mismo adivino porque predecía muchas cosas a partir de la observación de los astros y por el recuerdo de las cosas pasadas. Otros creyeron que, a través de artes mágicas. Proteo se cambiaba en las figuras anteriormente dichas. Otros dijeron que fue un hombre muy versado en la palabra, que fácilmente podía empujar a los hombres a cualquier emoción del espíritu, por lo que se dijo que adoptaba dichas formas. Yo pensaría que Proteo fue un hombre prudente (si efectivamente fue alguien) y muy hábil para conciliar y conservar amistades y para moderar las emociones del espíritu o para formar las costumbres cuidadosamente para todos los acontecimientos o ciertamente que los antiguos demostraron mediante estas ficciones de qué clase conviene que sean los hombres sabios. Pues, ¿quién ignora que no hay nada más necesario en la administración de las ciudades o en la vida cotidiana que la variedad de ingenio, que sirve de mucha ayuda en todos los momentos favorables, o desfavorables? Así pues, conviene que el hombre prudente, puesto que no todos se deleitan o son atraídos por las mismas aficiones, se introduzca con diferentes formas en la amistad de los hombres y haga uso de diferentes decisiones en la administración de las ciudades, puesto que unos acontecimientos requieren la clemencia, otros la severidad del juez. Y así ha de entenderse que Proteo se convierte unas veces en fuego, [otras en aguas, otras veces en árbol frutal, otras en una fiera muy cruel, según los premios y los castigos de la justicia.] Sin embargo, esta fábula no tiene que ver sólo con las amistades y la adminstración de las ciudades, sino mucho más con toda la razón de la vida humana, puesto que ni siempre conviene ser complaciente con el carácter ni siempre ha de ser mantenida la propia severidad de la vida, sino que han de conocerse los momentos de una y otra cosa, puesto que nada violento es duradero. Así pues, me parece que mediante estas ficciones no dijeron otra cosa que aquello que fue también dicho por el oráculo: Nada en demasía, ya que toda la salvación y constancia de todas las cosas se basa en el justo medio y en la moderación. [Pero aquellas cosas que se dicen a manera de fábula sobre Periclímeno han de ser entendidas acerca de un inmenso abismo de avaricia. Pues, aunque la avaricia esconda las inmensas riquezas domésticas, sin embargo se contenta muy poco con éstas o a través de todo tipo de fraudes y de asechanzas codicia ardientemente los bienes ajenos.]

Cap. 9: Sobre Castor y Pólux

Todos los antiguos consideraron a Castor y Pólux divinidades favorables para los navegantes, si aparecían los dos, y también los llamó así una expresión única de todos los marineros, aunque con los nombres cambiados, en nuestra época. Para que digamos algo del origen de éstos, se contó que Júpiter, presa de deseo por Leda, la esposa del rey Tindáreo, se convirtió en cisne y se unió a ella. Así convertido en cisne, cantó tan agradablemente que Leda se enamoró de él y lo abrazó a causa de la suavidad de su canto. Se dice que más tarde, grávida por aquel cisne, parió un huevo, del que nacieron Castor, Pólux y Helena, según dice Ovidio en estos versos de la Epístola de Helena (XVII 55-6):

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Leda, engañada por eì cisne, me da a Júpiter como padre, la cual, confiada, calentó en su regazo un ave impostora. [Sin embargo, otros dicen que un cisne asustado por un águila voló junto a Leda y, tras haber engañado a Leda bajo aquella apariencia, Júpiter trasladó al cielo la figura del cisne, según dice Marco Manilio en el libro I (337-9) de Los asuntos de astronomía: El siguiente lugar le correspondió al Cisne, a quien el propio Júpiter colocó en el cielo como recompensa a la figura con la que se adueñó de su amante cuando el dios descendió convertido en blanco cisne.] Sin embargo, otros creyeron que de aquella unión nacieron dos huevos, de uno de los cuales nacieron Castor y Pólux y del otro Helena y C l i t e m n e s t r a [ A l g u n o s añadieron como hermana a Timandra.] No faltaron, no obs­tante, quienes creyeron que nacieron Pólux y Helena solamente de un huevo que Leda había concebido de Júpiter, puesto que pensaban que Castor y Clitemnestra eran hijos de Tindáreo. Por consiguiente, éstos fueron considerados mortales, como concebidos de un hombre, aquéllos inmortales, como de un dios. Pero todos fueron llamados Tindáridas y nacieron en Lacedemonia junto al monte Taígeto de Laconia, según dice Homero en los Himnos (XVII 1-4): Canta, Musa de clara voz, a los Tindáridas, que nacieron de Zeus Olímpico; a éstos los parió la venerable Leda al pie de la cumbre del Taígeto, sometida en secreto por el Cronión cubierto de nubarrones. Teocrito, en los Dióscuros (XXII 1-2), llamó a Castor y Pólux hijos de Júpiter, pero no de Tindáreo: Cantemos un himno a los hijos de Leda y de Zeus, portador de la égida: a Castor y a Pólux, temible de provocar en el pugilato. Tras haber nacido éstos en Pefno, que era una ciudad marítima en la isla del mismo nombre de la jurisdicción de Lacedemonia, según fue la opinión de los talamatas y había escrito Alemán (PMG 23=Paus. III 26,2) en un cántico, fueron llevados al punto por Mercurio a Pelana para que fueran alimentados, [aunque es muy grande la controversia entre los mesenios y lacedemonios sobre de cuál de los dos territorios eran nativos Castor y Pólux, ya que unos y otros los reivindicaban como dioses patrios.] Después, al tener que navegar Jasón hasta el vellocino de oro y al reunirse con él jóvenes elegidos de todas partes, entre otros llegaron Castor y Pólux, como dice Apolonio en el libro I (146-9): Y, cierta­mente, la etolia Leda envió al fuerte Pólux y a Castor, diestro en los caballos de rápidas patas, desde Esparta; y a éstos, muy queridos, los parió en un solo parto en el palacio de Tindáreo. Estos llevaron a cabo muy destacadas hazañas en aquella navegación, pues, cuando atracaron en la costa de los Bébrices y de Amico, hijo de Neptuno, Pólux entabló una lucha contra Amico que había retado a todos los Argonautas, y le dio muerte. Pues Amico solía dar muerte a todos los extranjeros de este modo, a saber obligándolos a luchar con él con los puños, y también entonces, acercándose Amico a la nave Argo, invitó a todos a la lucha de este modo (Ap. Rh. II 11-5): Escuchad, los que andáis errantes por el mar, os conviene saber estas cosas. No está permitido a ningún hombre extranjero que se acerque a los Bébrices que salga de nuevo a navegar antes de que enfrente sus manos con mis manos. Por ello, presentadme al mejor, a uno solo escogido del grupo, para pelear en una lucha con los puños. Por otra parte Teocrito (XXII 27-74) escribe que Pólux fue a buscar agua y encontró junto a la fuente a Amico, por el que fue obligado a luchar con los puños. Sin embargo, todos afirman que Amico fue muerto por Pólux junto con muchos Bébrices. Estos mismos hermanos, después de la expedición a la Cólquide, volvieron a su patria y, como Teseo hubiese raptado a Helena,

723 Hasta aquí Conti sigue a Bocc. G .D . XI 7-9. Para todo lo referente a los hijos de Leda, cf. nota 59.

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guerrearon contra los atenienses para recuperar a su hermana; entonces, asediada Afídnas, tomada la ciudad y recuperada Helena, perdonaron a todos los atenienses a excepción de a una sola, a Etra, la madre de Teseo, a la que se llevaron cautiva. Consecuencia de esto fue que, a causa de su eximia clemencia, los Dióscuros fueron invocados después por los atenienses como reyes y salvadores. Después de haber recuperado a su hermana, se ena­moraron de Febe y Talaíra '^*, hijas de Leucipo y hermanas de Arsínoe, y no dudaron en cometer contra otros las mismas cosas que ellos habían reprobado en Teseo. Pero Tzetzes, en la historia 48 (689) de la II QuiUada, llama a una de las hijas de Leucipo no Febe sino Ilaíra ''^*, a la que otros Naeira; [otros la llamaron Elaira; algunos añadieron a estas cosas que de Febe y Pólux nació después Mnesibo, al que otros llamaron Mnesínoo, otros Asineo. De Castor e Ilaíra nació Anogon y, según plugo más a otros, Anaxis, según otros Autolo.] Habían sido ellas prometidas a Linceo e Idas, hijos de Afareo, por lo que sus maridos, atacando con las armas a los Dióscuros sus raptores debido a la injuria recibida, emprendieron una importante lucha al pie del monte Taígeto y finalmente Castor fue muerto por Linceo y Linceo después murió golpeado por Pólux con una columna de piedra, de la que Pólux levantó un trofeo. Hubiera ocurrido que al poco tiempo Pólux muriera a consecuencia de las heridas recibidas de Idas, si Júpiter, en defensa de su hijo, no hubiese fulminado a Idas, según dice Teocrito en estos versos (XXII 207-11): Pues, ciertamente, el mésenlo Idas, arrancando rápidamente la estela que sobresalía por encima de la tumba de Afareo, se disponía a herir al asesino de su hermano gemelo; pero Zeus acudió en su ayuda y le quitó de las manos el mármol labrado y a este mismo lo abrasó en las llamas de su rayo. Otros dijeron que también murió Pólux y que, como uno y otro se hubiesen ocultado dentro de una ancha encina hueca, fueron vistos por Linceo, el de vista más aguda de todos los mortales, según se deduce de estos [versos de aquel Estásimo (=Schol. Lyc. 511) que escribió en un poema Los asuntos Ciprios] '^*: Y al punto Linceo subió al Taígeto, confiado en sus rápidos pies. Y, habiendo llegado a lo más alto, contempló toda la isla del Tantálida Pélope y al punto el ilustre héroe los vio, con sus terribles ojos, a ambos dentro de una hueca encina, a Castor, domador de caballos, y a Pólux, vencedor en las competiciones. [Y no es admirable que fueran tan fuertes los hijos de Afareo, o de aguda vista Linceo, puesto que tuvieron como antepasado, a través de la ninfa Gorgófone, a aquel Perseo que mató a Medusa. Se cuenta que ésta fue la línea genealógica de éstos '^ ' : Hubo dos hermanos, Jacinto y Cinortas. Hijo de Cinortas, Perie-res; de éste y de Gorgófone, hija de Perseo, nacieron Leucipo, Icario y Afareo; de Leucipo y Filódicc, hija de Inaco, nacen Febe e Hilaíra; de Icario y Peribea, una náyade, nacen cinco varones y Penèlope, que después fue la esposa de Ulises; de Afareo y de la ninfa Arene, hija de Ebalo, según escribió Estesícoro (PMG 227=Apollod. III 10,3=Schol. Lyc. 511), o según plugo más a otros Ame, hija de Eolo, nacen Linceo c Idas, por lo que todos parecen proceder de un mismo origen. Sin embargo Didimo (en Schol. Pind. Nem. X 114) dice que sólo Castor fue visto por Linceo. Pero Pindaro, en las Nemeas (X 49-61), dice que se luchó a causa de unos rebaños robados, pero no a causa de las hijas de

724 En la tradición común el nombre de e s u Leucfpide es Hilalra. 725 Tzetzes habla de ambas: Febe e Ilaíra. 726 Los versos de los Cipria fr. 11 Alien, aparecen también en Schol. Pind. Nem. X 114, pero no se habla

de Estásimo, sino del autor de los Cipria. 727 Cf, Schol. Lyc. 511.

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Leucipo.] Tuvieron como aurigas a Recas y Anfistrato, hombres muy valerosos, de los cuales uno fue jefe de aquellos de la Ftiótide que habitaron Acaya, el otro de los lácenlos que vivieron en la llamada Henioquia, según dice Estrabón en el libro XI (2,12.C495-6). Se dice que los Dióscuros fueron los primeros en inventar el arco y en enseñar a los perros lo concerniente a la caza y la lucha con guanteletes, según escribimos nosotros en el libro II de las Cazas: ¿Qué puedo decir de los hijos de Leda? Este descubrió el arco e inventó la doma de las fieras con la carrera de caballos. Aquél fiíe el primero en enseñar a los perros el cuidado de las huellas y a los hombres el luchar con las fieras con el insensible guantelete. Así pues, al haber sido muerto Castor por Linceo, cuentan las fábulas que el inmortal Pólux pidió a su padre Júpiter que Castor alcanzara la inmortalidad y, al no haber podido obtenerlo, consiguió finalmente que pudiera compartir la mitad de la suya, por lo que dicen que cada uno vivía en días altemos, según está en el libro VI (121-2) de Virgilio: 5/ Pólux redimió a su hermano con una muerte alterna y tantas veces hace y deshace el camino. Se cree que éstos solían ser transportados por caballos blancos, por lo que escribió así Pindaro en la Pitica a Hierón (I 65-7): Y felices ocuparon Amidas, atacando desde el Pindó, muy gloriosos vecinos de los Tindáridas, que son llevados por blancos caballos. Y después de la muerte de Castor se creó una danza llamada Castórea en honor de Castor, de la cual hace mención Pindaro en la oda Pitica II (69); en ésta danzaban los jóvenes armados. Sin embargo, algunos dijeron que esta danza fue inventada por los propios Dióscuros después de haber vencido a los Gigantes y que Palas acompañó con la flauta el ritmo de la danza armada, entre los que estuvo Epicarmo (fi. 75K= Schol. Pytli. II 127), ritmo que después los laconios, formados en orden de batalla, utiliza­ron con las fiautas contra los enemigos; sin embargo, algunos dicen que ésta fue inventada por los Curetes. [Pues dijeron que los cretenses no sólo inventaron el ritmo castóreo sino también el pírrico, que algunos, entre los que estuvo Sosibio (Jac. 595F23=ibid.), atribu­yen al cretense Pírrico. Otros atribuyen esto a Pirro, hijo de Aquiles, que hizo uso de él armado en la victoria sobre Eurípilo y Télefo. Aristóteles (=ibid.) dice que Aquiles fue el primero en hacer uso de la pírrica ante la pira de Patroclo.] Con todo, Castor y Pólux, debido a sus brillantes hazañas fueron incluidos en ,el número de los dioses, como la mayoría de los antiguos, aunque eran mortales como los restantes hombres, según dice Pausanias en Los asuntos de Arcadia (VIII 2,4). Se cuenta que éstos fueron considerados dioses de los navegantes y por esta causa saludables para todos los marinos. Al sobreve­nirles una gran tempestad a los Argonautas que salían del Sigeo, y al haber hecho Orfeo votos en favor de la salvación de aquéllos, aparecieron sendas llamas alrededor de las cabezas de Castor y Pólux. Siguió poco después una sorprendente tranquilidad del mar, por lo que se creyó que había una cierta divinidad en estos jóvenes, y, al aparecer después aquellos fuegos a los navegantes, se creía que aparecían por decisión de Castor y Pólux. [Se pensaba que éstos cuidaban a los navegantes que estaban en peligro extremo de su vida, según se deduce del idilio de Teocrito A los Dióscuros (XXII 17-22), donde dice que es un signo de futura tranquilidad cuando aparece el Pesebre ante los Asnos, en estos versos: Pero, aun así, vosotros incluso sacáis del abismo las naves con todos sus marinos, que pensaban que iban a morir. Y de pronto cesan los vientos y una esplendorosa calma existe a lo largo del mar; y las nubes corren en distintas direcciones por todas partes y aparecen diáfanas las Osas y, en medio de los Asnos, el indeciso Pesebre, que señala una total bonanza para la navegación.] Si aparecen estas dos llamas, se consideran favorables para los navegantes; pero si sólo una, es peligrosa para los navios, y aún más si aquella

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terrible y cruel peste, que los marineros llaman Helena, con su llegada pone en fuga las dos llamas. Aunque Eurípides escribe en el Orestes (1629-37) que Helena junto con sus hermanos es también favorable para los navegantes, según está en estos versos: En cuanto a Helena, a la que tú, estando dispuesto a destruirla, no alcanzaste, queriendo hacer efectiva la cólera contra Menelao, es ésta que ves en los desfUaderos del éter, salvada y no muerta por ti. Yo la salvé y la arrebaté lejos de tu espada por orden del padre Zeus. Pues es preciso que ésta viva inmortal siendo hija de Zeus y junto a Castor y Pólux, en los desfiladeros del éter, tendrá su morada, siendo propicia para los navegantes. A estos fuegos los llamó Horacio estrella en el libro I (12,25-32) de los Poemas: Hablaré también de Alcida y de los hijos de Leda; éste famoso por vencer con los caballos, aquél con los puños, cuya blanca estrella brilló para los marineros al tiempo que el mar agitado se aleja de las rocas: los vientos se aplacan y huyen las nubes y la ola amenazadora, porque así lo han querido, se tiende en el mar. Se sacrificaba a estos dioses corderos blancos, como a dioses buenos, saludables y prósperos, según se deduce del Himno Homérico (XXXIII 1-11) donde se describe el poder de los Dióscuros: Cantad, Musas de ojos negros, a los hijos de Zeus, los Tindáridas, ilustres hijos de Leda, de hermosos tobillos, a Castor, domador de caballos, y al irreprochable Pólux; a éstos, bajo la cumbre del gran monte Taígeto, unida en amoroso abrazo al Cronión amontonador de nubes, los parió como hijos, salvadores de los hombres que viven en la tierra y de las naves de rápida carrera, cuando las tempestades del invierno se desencadenan sobre el Inexorable Ponto; y los navegantes desde las naves invocan a los hijos del gran Zeus, ofreciéndoles blancos corderos subiendo a la parte alta de la popa. Fueron honrados por encima de todos los dioses Castor y Pólux por los cefalenses y fueron invocados por ellos como grandes dioses y por ellos acostumbraron a jurar entre ellos y en otras naciones los hombres, como en otras partes las mujeres, según atestigua Teognis (1087-90): Castor y Pólux, que habitáis en la divina Lacedemonia junto al Eurotas, río de bella corriente, si alguna vez yo planeara un mal para un amigo, que yo mismo lo reciba; pero si planeara algo contra mí, que él mismo lo reciba doblado. Se cuenta que cuando en otro tiempo fueron instaurados por Hércules los Juegos Olímpicos, fue declarado vencedor Pólux en los cestos y Castor en la carrera y el arte del pugilato, pues, aunque nacieron ambos en un mismo parto y de un mismo huevo, sin embargo tuvieron diferentes aficiones cada uno, según dice Horacio en el libro II (1,26-8) de las Sátiras: Castor se goza con los caballos, el nacido del mismo huevo con los puños. Tantas miles de aficiones cuantas cabezas viven. Fue confiado a la memoria por Pausanias, en Los asuntos de Laconia (III 13,1), que no lejos de Escide, lugar de Laconia, estuvo el sepulcro de Castor, quien sucumbió desgraciadamente junto con Pólux en un combate entablado con los hijos de Leucipo, que invadían Esparta y, sin embargo, no antes de cuarenta años después de aquella guerra, fueron incluidos en el número de los dioses. Otros pensaron que no murieron a manos de los hijos de Leucipo sino de otros. Quienes dijeron que Idas ftie fulminado porque había matado a Castor, dicen que le fue dado a Pólux por Júpiter, que deseaba consolarlo de la muerte de su hermano, la oportunidad de elegir lo que prefiriese: si quería no convertirse él mismo en inmortal o más bien vivir seis meses con su hermano y morir alternativamente otros seis; entonces Pólux prefirió morir y vivir con su hermano. Fueron contadas sobre éstos por los antiguos todas estas cosas a manera de fábula; extraigamos de ellas el verdadero significado.

Se dice que Castor, Pólux y Helena nacieron de un solo huevo, siendo Júpiter su padre. ¿Qué monstruosidad es esta, dioses buenos? Realmente, de ningún modo pudo suceder que

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tan gran multitud haya nacido en un mismo parto, puesto que la naturaleza no permite en modo alguno superar el número de mamas; porque, si el número de hijos es mayor que el de las mamas, ellos después no pueden vivir. Por consiguiente, es ridículo que hayan nacido huevos de una mujer y que hayan vivido tantos hombres nacidos de los huevos en un mismo parto y todos. Así pues, se imaginó, según pretendieron algunos, que Leda parió un huevo porque, al estar grávida, tenia un vientre redondo a semejanza de un huevo o, según prefirieron otros, porque crecieron los fetos en una membrana muy semejante a un huevo. Dicen que ésta se unió a Júpiter convertido en cisne, dado que todos los reyes se llamaban Júpiter; y puesto que un Rey la violó, no en blancos cojines y con pompa regia sino junto al Eurotas, río de Lacedemonia, en lugares húmedos a manera de los cisnes, se dio lugar a la fábula de que Júpiter se unió a ella convertido en cisne. Fueron sus hijos llevados de Pefno a Pelana para ser criados porque los nacidos de un adulterio son enviados a otros lugares a escondidas para que sean criados. Las cosas que se recuerdan sobre sus hazañas no se alejan de la historia, a no ser el hecho de que Idas fue fulminado; y sin embargo Tzetzes, en la historia 48 (69S) de la II Quilíada, escribió que esto mismo ha sido dicho de acuerdo con la historia, puesto que el nombre de Cerauno dio lugar a la fábula, ya que vino en auxilio de Pólux, pues los griegos llaman cerauno al rayo. Contaron mediante fábulas que Linceo tenía una vista tan penetrante que incluso veía las cosas que estaban bajo tierra, porque fue el primero que encontró los metales de oro, plata y hierro; pues, al haber dejado bajo tierra una antorcha y sacar los metales, se creyó que veía también las cosas que estaban bajo tierra. Así pues, tras haber ordenado el padre dar sepultura a sus hijos muertos, como hombre muy experto en la astrología convenció a la multitud de ignorantes de que Castor y Pólux habían sido incluidos entre los astros. Algunos pensaron que esto se hizo debido a la dulzura de carácter y a la humanidad de Pólux, pues se llama deukos al mosto y a todo lo dulce y polys es mucho, de donde proviene el nombre de Pólux entre los griegos, llamado así por la dulzura de su carácter y su clemencia para con todos. Al haber aparecido por primera vez aquellos fuegos alrededor de la cabeza de éstos cuando navegaban, creyeron los ignorantes que aquellos fuegos eran enviados por Castor y Pólux en las tempestades como señales favorables para los marinos. Y las dos llamas aparecen unas veces en los campamentos, en la punta de las lanzas o en la parte más aha de las tiendas y otras veces en las naves, en las cercanías de las antenas o en la parte más alta del mástil o junto a la gavia, y los marineros, al ver esta señal, tienen una gran esperanza de salvación y tranquilidad futura. Si solamente aparece una llama, piensan que es únicamente Castor, el mortal, y que, por esta razón, presagia peligro para todos; si dos, son favorables; si con la llegada de una tercera, la llama de Helena, aquéllas huyen y ésta se sitúa cerca del mástil, se interpreta como una muerte segurísima para los navegantes o un indudable naufragio. A estas dos llamas ahora le dan los navegantes el nombre de los divinos Nicolao y Hermo; y acerca de qué son éstas o de qué modo aparecen hubo siempre una gran discusión entre los escritores. Creyó la masa de navegantes de nuestra época que cuando se pide a los dioses su ayuda de uno en uno, esas llamas son los dioses cuyos nombres han pronunciado. Otros quisieron investigar más profundamente el asunto, éntre­los que estuvo Jenófanes, y creyeron que, a causa del temor, se ofrecen a los ojos de los mortales ciertos espectros, como sueños de ancianos enfermos [que son suministrados por la fantasía]. Pues, ¿qué impide que en una gran agitación de los espíritus se perturben de manera admirable los sentidos y aparezcan algunos monstruos prodigiosos? Porque compa­ñeras de los sentidos turbados son la mayoría de las veces las visiones horrendas y maravi-

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llosas. Yo, ciertamente, pensaría que no es nada de esto sino algunos vapores que, a consecuencia del aire, se han condensado en muy débiles fuegos que por su propia naturaleza buscan la parte más alta de los mástiles y las antenas, puesto que algunas veces se ven tantas cuantas naves hay y no sólo dos. Pues si sólo fueran espectros que aparecen según las perturbaciones de los sentidos, consecuencia de ello necesariamente sería que no sólo aparecieran más pequeños para unos, más grandes para otros, muchos para unos, pocos para otros, sino también, según los cuerpos afectados y las humedades que dominan, a unos les parecerían fuegos ardientes, a otros hombres armados y que luchan, a otros bestias terribles y con formas maravillosas, puesto que estas cosas les aparecen en sueños a los cuerpos que sufren y están enfermos y algunas veces incluso a los que están despiertos. Por consiguiente, cuando aparecen aquellos fuegos dobles, significan la materia agotada casi condensada de las tempestades; cuando en un solo fuego, todavía no condensada; cuando varios, que sobra una gran abundancia de materia. Estos fuegos, si hay un aire muy pesado y lleno de vapores, por la abundancia de la materia condensada, son puestos en fuga por Helena, la cual no surge a no ser de una gran abundancia de vapores. Se dice que Castor y Pólux fueron incluidos en el número de los dioses por los beneficios que propor­cionaron a los hombres, porque quitaron de en medio a muchos hombres criminales e hicieron uso de una singular clemencia hacia aquellos pueblos que habían sometido. ¿Y de qué modo los antiguos, mediante estas cosas, intentaron corregir las costumbres de los hombres? Demostraron que la benevolencia y la generosidad para todos, especialmente la concordia de los parientes, es muy grata a los dioses, por lo que mediante esta fábula nos exhortaban a estas virtudes. Y ahora, acerca de Eolo.

Cap. 10: Sobre Eolo

Eolo, rey o mejor, según pensaron algunos, administrador de los vientos, fue hijo de Hípotes, según dice Ovidio en la Epístola de Leandro (XVIII 45-6): ¡Ten consideración, te lo suplico, y empuja con moderación una suave brisa! ¡Ojalá el Hipótada no te ordene nada funesto! Así Apolonio en el libro IV (778) de los Argonáutica: A Eolo ilustre hijo de Hípotes. Confió a la memoria Eutidemo de Atenas, en el libro Sobre los salazones, que la madre de Eolo fue Menacla, hija del liparense Hilo. Pero Eudoxo de Gnido, en el libro II de Viaje alrededor de la t ierra , sostuvo que la madre de Eolo fue Ligia, hija de Actor de Caristo, aunque algunos dijeron que no solamente el hijo de Hípotes fue el único Eolo llamado con este nombre, sino también el hijo de un Helén nieto de Júpiter. Sin embargo, todas las cosas que se dicen acerca de los Eolos se reúnen en el hijo de Hípotes solamente. Y no faltaron quienes lo consideraron hijo de Júpiter Vivió Eolo en una de aquellas siete islas que fueron llamadas Eolias por su nombre, en la que se llamaba Estróngile, según dice Estrabón en el libro VI (2,11.C276), y es llamada Estróngile por su redondez y también se llamaba Didima. Es también llamada la Gran Lípara y Termesa; se

728 Cf. Bocc. G .D. XIII 20 quien da como fuente a Plinio VII 56, 203, diciendo que él fue hijo de un cieno Helén.

729 Cf. también Bocc. G .D. XIII 20, quien inicia el capítulo presentando a Eolo como hijo de Júpiter, siguiendo a Teodoncio y Paulo.

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llama así por el fuego que mana, y Euonime izquierda, porque para los que navegan de Lipari a Sicilia aparece a la izquierda, y Ericusa y Fenicusa por los arbustos e Hiera sagrada; algunos dijeron que ésta era la fragua de Vulcano, otros que Lípara por la abundancia de llamas que manaban. [Confió a la memoria Calías, en el libro X de los que escribió a Agatocles (Jac. 564F4b = Schol. Ap. Rh. III 41): Y hay allí una elevada colina, en la que hay dos cráteres, de los cuales uno tiene tres estadios de perímetro, del que sale mucho resplandor, de manera que la iluminación se extiende hasta un amplio lugar. Y desde aquella sima suben grandes piedras encendidas. Y se produce tan gran crepitación en el momento en que ocurre que trabaja Hefesto, según dice, que se oye el ruido más allá de quinientos estadios. Y, a consecuencia de la exhalación, las piedras incandescentes que han sido lanzadas por medio de la conflagración siempre son de color violáceo y, traspa­sadas por el calor, tienen un aspecto y fuerza como el Sol. Y por la noche todas las cosas realizadas por el trabajo del dios se muestran hermosamente; de día, en la cumbre de donde se lanza la llama, se ve como una negra tiniebla que cubre el lugar.] Dejó escrito Piteas, en su Viaje alrededor de la tierra (=Schol. Ap. Rh. IV 761), que los antiguos solían dejar allí hierro tosco y sin trabajar y prometían el pago de una espada, una segur o de otra cosa que quisieran y acercándose, al día siguiente, solían recogerla. Otros sostu­vieron que éste gobernaba en Regio de Italia A éste lo llamó moderador y administra­dor de los vientos Homero en el libro X (21-2) de la Odisea: Pues el Crónida había hecho a aquél administrador de los vientos, para apaciguar o excitar al que quisiera. Y describió todo el poder de Eolo Virgilio, en el libro I (52-4) de la Eneida, en estos versos: Aquí, en la inmensa cueva, Eolo domina con sus órdenes y refrena con cadenas y con la prisión a los vientos que luchan y a las sonoras tempestades. Así también Dionisio en Sobre la situación del mundo (461-5): Después de ésta están en el mar las redondas islas de Eolo, el Hipótada, rey amigo de los extranjeros, de Eolo, que recibió presentes mortales entre los hombres, el poder sobre los vientos que se agitan y se calman. Y tiene siete, llamadas por los hombres «errantes». [Y así Apolonio en el libro IV (765): A Eolo, el que gobierna los vientos nacidos del éter. Pues, antes de que Eolo gobernase sobre los vientos, se dice que hubo múltiples luchas de los vientos, que devastaron ciudades y regiones muy pobladas, como fueron aquellos que atacaron el mar de tal modo que separaron Sicilia de Italia y, aunque antes no había ningún mar Mediterráneo, la fuerza de la tempestad surgida en el Océano separó la tierra mediante un espacio por donde el agua, entrando por Calpe, formó el mar que está dentro de la tierra gracias a que se había hundido el territorio y separó Africa de Europa, como dice en estos versos Valerio Flaco en el libro I (583-90) de los Argonáutica: Mantienen estas moradas los nimbos, los vientos y la tempestad que hace naufragar. Desde aquí hay un camino amplio y profundo hasta las tierras; desde aquí en otro tiempo solían mezclar el cielo y el funesto mar (pues no tenían como soberano a Eolo entonces, cuando Océano, advenedizo, resquebrajó el Calpe de Libia, cuando Enotria, llorando, perdió los territorios sículos y las olas se adentraron en medio de los montes). Pues, hechos pedazos, por las tempestades del Océano, los montes que encerraban la tierra protegiéndola del ímpetu del Océano en Occidente junto a las Columnas de Hércules, surgió un mar, porque allí la tierra estaba más hundida, y los montes se convirtieron en islas. ¿Quién, realmente, puede negar esto a causa de su antigüedad?] Se dice que fueron

730 Cf. Schol. Lyc, 738.

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seis los hijos y otras tantas las hijas de Eolo, y entre ellos Magnes, Aetlio, locasto, [Canagra, Peñeres,] Ame, Ferea, y no recuerdo haber leído más nombres de los hijos de Eolo, el Hipótada; pero de los otros Eolos fueron: Macareo, Atamante, Sísifo, Miseno, Ificlo, Salmoneo, Cèfalo, Creteo, Alcione, Cánace. Por otra parte, los vientos fueron llamados tracios porque se pensaba que soplaban desde Tracia; pues fue opinión de Dioni-sófanes (Jac. 856F2=Schol. Ap. Rh. I 82) que había en Tracia una cueva desde la que irrumpían los vientos, por lo que imaginaron después los poetas que estaba en Tracia el domicilio de los vientos, y así dice Homero en el libro XIV (IX 5) de la Ilíada: Bóreas y Zefiro, y los dos soplan desde Tracia. Y Horacio en el libro I (IV 12,1-2) de los Poemas: Ya los compañeros de la primavera que apaciguan el mar, los soplos tracios, empujan las velas. [Algunos contaron que las islas Eolias fueron casi todas iguales y que la mayor tenía de perímetro ciento cincuenta estadios y que se separaban de Sicilia por un espacio semejante. Se dice que tienen fuentes de fuego y aberturas subterráneas que llegan hasta allí, y estuvieron desiertas durante algún tiempo hasta que llegó allí desde Italia, a conse­cuencia de una disputa con sus hermanos, Líparo, hijo de Ausón, con naves y una nume­rosa tropa de soldados, y habitó Lípara, llamada así por él. Dicen que, cuando ya era anciano, se casó con una hija de éste, de nombre Ciane, Eolo, hijo de Hípotes, y que llegaron colonos de todas partes, por lo que no solamente fue habitada Lípara sino todas. A estas cosas añadieron que Eolo fue benigno con los dioses y los extranjeros y justo con sus subditos, y no desconocedor de los asuntos estratégicos y partícipe de toda la prudencia humana, puesto que él incluso inventó la vela para uso de los navegantes. Tuvo como hijos a Xuto, Androclo, Feremon, locasto, Agátimo, Astíoco, según contaron otros; y, puesto que éste solía predecir los vientos por la variedad de los soplos de los fuegos, fue llamado administrador de los vientos, como hemos dicho.]

Todas estas son las cosas que han sido contadas por los antiguos sobre Eolo. Ahora investiguemos qué razón les empujó a inventar estas fábulas. En efecto, confió a la memoria Isacio (Schol. Lyc. 738) que Eolo fue un hombre muy versado en astronomía y que puso en práctica sobre todo esa ciencia que tiene que ver con la naturaleza de los vientos para que sirviera de ayuda a los navegantes. Y así predecía, por ejemplo, qué tempestad del mar habría cuando el Sol se acercara a Tauro, o qué benignidad del cielo, y en qué día o a qué hora del día; o cuánto tiempo duraría el Zefiro, si soplaba de tal manera o de tal otra, o si surgía otro viento bajo la aparición de la Canícula o bajo otro signo celeste, o incluso en qué días críticos, es decir, al quinto o al séptimo y otras cosas de este modo observadas desde su nacimiento. Consecuencia de ello fue que lo llamaron rey de los vientos, así como Amaclides, Protocles y Protocreontes, como dice Orfeo (fr. 318 Kem =Schol. Lyc. 738), pues se decía que éstos encerraban en un odre los vientos que ellos

querían y de nuevo dejaban libres los que querían que soplaran. Dejó escrito Estrabón, en el libro I (2,15.C23), que Eolo fue llamado rey de los vientos porque, por el flujo y el reflujo de las aguas, dado que habitaba en lugares muy escarpados y de difícil acceso, predecía con mucha anticipación a los navegantes las señales de la futura tempestad y de los vientos que se levantaban y, como sucedieran estas cosas en el momento predicho, el vulgo de los mortales creyó que los vientos estaban bajo el poder de Eolo, a los que podía dejar libre según le placiera. Pues parecía algo admirable y casi divino poder prever con

731 Cf. Diod. Sic. V 8.

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mucha anticipación los cambios de tiempo que iba a haber. Sin embargo, demostró que puede hacerse esto Tales de Mileto, cuando predijo la fertilidad de un año y la abundancia de aceitunas en el año siguiente, según dice Diógenes Laercio en su vida (Tales 4). Pues es grande realmente el poder y casi divina la sabiduría no sólo al predecir las cosas futuras sino también al hacer aquellas que parecía que no podían ser hechas por el ingenio humano. Sin embargo, puesto que son pocos los totalmente sabios y muchos los que desean ser tenidos por tales, al imitar mal a los sabios, llenan de reproches incluso a los más sabios, y así se da que se consideren dichas sin razón por Empédocles y que se escuchen no sin risa por los estúpidos aquellos versos en los que él explicó así el poder divino de la sabiduría (DK31Bl l l ,3 -9=Diog. Laer. VIII 59): Harás cesar el ímpetu de los viemos infatigables que, excitados con sus soplos sobre la tierra, destruyen los labrantíos. Y de nuevo, si lo quieres, harás soplar vientos favorables. Colocarás después de la sombría lluvia una sequedad oportuna para los hombres, así como después de la sequía estival prepararás las aguas que nutren los árboles y las procedentes del éter. Desde el Hades sacarás el alma del hombre muerto Pero este relato tiene que ver con la historia. [Otros que investigan las fuerzas ocultas de las cosas naturales, dicen que si alguien llega a hacer un odre de la piel arrancada de un delfín y lo mantiene en su poder, mediante algunas ceremonias podrá conseguir que sople cualquier viento que él quiera y soplará tan sólo ése; a partir de eso imaginó Homero (Od. X 19-23) aquellas cosas sobre los vientos entregadas por Eolo a Ulises.] En lo que respecta a las costumbres, Eolo es un hombre sabio que modera la ira según la oportunidad de los momentos y de los negocios presentes, puesto que es muy útil simular unas veces la ira y otras hacerla desaparecer. Y se piensa que esto es refrenar o dar suelta a los vientos a voluntad. Por otra parte, esta variedad de costumbres dio nombre a Eolo. Sin duda, todos los estados de ánimo han sido concedidos por la propia naturaleza a los hombres para su utilidad, puesto que la ira sirve de gran ayuda para corregir las costumbres si no se enciende en demasía; y, si no existiese, a veces soportaríamos con ánimo resignado todo tipo de injusticia y no expulsaríamos tan afanosamente lejos de nosotros los daños. Pero la más útil de todas las cosas es el término medio y a todas debe añadirse la moderación porque, si en modo alguno existe, entonces la ira es la peor de todas las emociones del espíritu y finalmente se convierte en furia. Por otro lado, así describimos nosotros la ira de los vientos de Eolo: si alguien no se opone desde el primer momento a ésta, en seguida es arrastrado como un ciego a muchas cosas poco convenientes, según está en el libro IV de la Caza: No ablandan a los espíritus salvajes las palabras dulces y ningún orador las acepta en ellos; las furias andan errantes con las riendas flojas. Cuando de la cueva de Eolo sale el poderoso viento totalmente enfurecido contra los labrantíos y cubre las sombrías selvas, el vasto éter ruge con los rápidos soplos. Entonces ni las naves que navegan a toda vela ni las nubes del cielo son capaces de permanecer firmes contra él y, derribando consigo todas las cosas, no es refrenado por ninguna fuerza del Hipótada y no lo retiene ninguna orden del rey; nada oye sino que en el corazón sólo tiene estruendo, devastación, rugido e iras. Así pues, es conveniente que el rey Eolo, o la razón, gobierne las emociones de los espíritus. Cierta­mente, si alguien no domina su ira, necesariamente tendrá que ser esclavo de la ira, no sin

732 El orden de Conti responde al texto de Teztz. Chl l . II 55-58, 908-914. 733 Cf. Schol. Lyc. 738, que también cita O d . X 19-23.

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arrepentimiento posterior. Además, estas cosas fueron imaginadas por los antiguos también por el siguiente motivo, a saber porque querían demostrar que nada ocurre sin la providen­cia divina porque incluso los vientos, los más ligeros y más inconstantes de todas las cosas, tienen su moderador. Otros pensaron que mediante estas cosas fueron instigados los nave­gantes a conocer de antemano la naturaleza de los vientos y de las tempestades, puesto que pueden dar con mucha anticipación un significado y comprender estas cosas, algunas de cuyas señales son precursoras de las tempestades, como lo son aquellas que escribió Arato y Teofrasto en Sobre las señales de las aguas y de los vientos. Pero ahora hablemos acerca de Bóreas.

Cap. 11: Sobre Bóreas

Por su parte, de qué padres nació Bóreas no lo contaron los inventores de fábulas que yo he leído, a no ser que tuvo su domicilio en Tracia. Contaron mediante fábulas los antiguos que Oritía, hija de Erecteo, rey de Atenas, fue una doncella muy destacada por su belleza; como Bóreas la hubiese visto cuando recogía flores junto a la fuente Cefiso, encendido de amor por ella la raptó y la llevó a Tracia, según fue escrito por Querilo (fr. 5K=Schol. Ap. Rh. I 211). Otros dijeron que fue raptada a las orillas del Iliso, famosísimo río del Ática, cuando jugaba con otras doncellas, según dice Pausanias en Los asuntos del Ática (I 19,5), lo que también atestigua Dionisio en Sobre la situación del mundo (423-5): Y, en efecto, debajo del Istmo, junto a la salida del Sol, la tierra ática, a través de la cual se desliza la corriente del divino Iliso, donde en otro tiempo Bóreas raptó a Oritía. Escribió Ovidio, en el libro VI (709-12) de las Metamorfosis, que Oritía fue transportada a la región de los Cicones y que allí se celebraron sus bodas con Bóreas y dio a luz gemelos, según está en estos versos: Y el raptor no tiró de las riendas de su aérea carrera antes de alcanzar los pueblos y las murallas de los Cicones. Allí la actea se convirtió en esposa del helado soberano y en madre, dando a luz dos gemelos. Sin embargo, el poeta Simónides (PMG 534=Schol. Ap. Rh. I 211) pensó que Oritía fue raptada no del Iliso sino del Briliso, y que fue trasladada a la piedra Sarpedonia de Tracia, no lejos del monte Hemo. Confió a la memoria Heródoto, en Polimnia (VII 189), que los atenienses, cuando Jerjes pasó a Grecia con una flota casi innumerable para destruirla, recibieron del oráculo la orden de invocar en su auxilio al yerno Bóreas, que irrumpió impetuoso contra la flota de los persas y sumergió muchos navios, con lo que se debilitaron las fuerzas de los enemigos. Al haber llevado a Oritía hasta Tracia y vivir allí, Bóreas es llamado tracio por Eurípides en el Ciclope (329-30): Y cuando el tracio Bóreas derrama nieve, envuelvo mi cuerpo con pieles de fieras. Escribió Calimaco, en el Baño de Délos (IV 63-5), que éste solía vivir en una cueva: Colocado sobre la elevada cima del Hemo de Tracia, el impe­tuoso Ares montaba guardia con sus armas y los dos caballos vivaqueaban en la cueva de siete recodos de Bóreas. Escribe Calimaco, en este mismo himno (IV 291-4), que las hijas de Bóreas fueron Upis, Loxo y Hecaergue: Y fueron las primeras en llevarle estas cosas, desde los rubios Arimaspos, Upis, Loxo y la dichosa Hecaergue, las hijas de Bóreas, y unos varones que eran los jóvenes más destacados. [Fue confiado a la memoria por Cleantes, en el libro I de Sobre las costumbres, que Bóreas también raptó a Cloris, hija de Arturo, y que la llevó a la colina Nifate, que después fue llamada techo de Bóreas, antes de que se le diera el nombre de Caucaso, de la que tuvo como hija a Hírpace.] Cuentan

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mediante fábulas que, además de Quíone, tuvo como hijos a Calais y Zetes, que navegaron junto a los demás Argonautas a Coicos, de los que se acuerda así Apolonio en el libro I (211-8): También llegaron Zetes y Calais, los hijos de Bóreas, a los que en otro tiempo parió para Bóreas Oritia, la hija de Erecteo, en un lugar apartado de la invernal Tracia. En efecto, hasta allí la había arrebatado el tracio Bóreas desde Cecropia cuando ella bailaba en coro a orillas del Iliso. Y llevándola lejos, al lugar que llaman la piedra Sarpedonia junto a la corriente del río Ergino, la sometió cubriéndola con oscuras nubes. Además, Bóreas tuvo de Oritía a Cleopatra que, casada después con Fineo, dio a luz para él a Crambo, a Orito y a Hemo o, según prefirieron otros, a Tino y Mariandino; y a ésta la llamaron Arpálice, pero no Cleopatra. Escribe Fanodico (Jac. 397Fl=Schol, Ap. Rh. I 211) que estos hijos de Bóreas llegaron junto a los Argonautas desde los Hiperbóreos, pero Herodoro (Jac. 31F46=ibid.) que desde Dáulide. Dicen, además, que los Boréadas fueron los más rápidos de todos y que tenían la facultad de volar, según atestigua Teognis (715-6) en estos versos; Y seas de pies más rápidos que las veloces Harpías y que los hijos de Bóreas, cuyos pies están prestos. Así pues, tras haber llegado, con los otros príncipes de la expedición a la Cólquide, a presencia de Fineo, pusieron en fuga a las Harpías de la mesa de Fineo y por ellos las islas Piotai fueron llamadas Estrófades. Después éstos fueron matados por Hércules en el reparto de los regalos [que fueron entregados por Jasón a los héroes que con él habían navegado, según pensaron algunos entre los que estuvo Estesím-broto (Jac. 107F9=Schol. Ap. Rh. I 1304); otros sostuvieron que fueron matados por Hércules porque no quisieron que la nave volviera a Misia. Semo (Jac. 396F19=ibid.) cuenta que fueron asesinados por Hércules por envidia, porque habían vencido en la carrera. Nicandro de Colofón ( = ibid.) pensó que fueron aniquilados por Hércules a causa de la ira porque Bóreas había enviado contra él una tempestad en la isla de Cos cuando regresaban] pero no por los yernos de Leucipo. Y no recuerdan los antiguos más cosas acerca de Bóreas. Escribió Herágoras, en Las hazañas de los megarenses (FHG, Müller, IV, p. 427, fr. 4=Schol. Ap. Rh. 1 211), que el Bóreas que raptó a Oritía no fue el viento sino un joven, hijo de Estrimón así llamado quien, al no poder conseguirla de sus padres en matrimonio, se aprestó al rapto y una vez raptada la llevó a Tracia. Aunque otros pensaron que no fue raptada por Bóreas sino por los pueblos de Tracia en nombre de Bóreas, según dice Ovidio en la Epístola de París (XVI 345-6): Los tracios cautivaron en nombre de Aquilón a la hija de Erecteo y sin embargo la ribera bistónide estuvo al resguardo de la guerra. Otros pensaron que Oritía se arrojó desde un precipicio al río Iliso y, como ella no fue encontrada después en ningún sitio, dio lugar a la fábula de que Bóreas, enamorado de ella, se la había llevado a Tracia. En cuanto a que expulsaron a las Harpías de la mesa del anciano Fineo, creyeron algunos que Harpía y Erasia fueron hijas de este anciano y que, al haber abrazado un tipo de vida poco honesta, agotaron sin moderación los bienes de su padre y arruinaron la casa paterna. Al habérselas llevado a ambas consigo los hijos de Bóreas, pensaron que habían librado a Fineo de la necesidad y del hambre. No encuentro qué se contiene en esta fábula fuera de la historia. Y dejo algún lugar también a los más doctos. Pero ahora hablemos acerca de Escila.

Cap. 12; Sobre Escila y Caribdis

Escila y Caribdis son consideradas monstruos enemigos de los navegantes que han de

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ser muy temidos y se dice de ellas que con anterioridad fueron mujeres. En efecto, Escila fue hija de Forcis y de Hécate, según opinó Acusilao (Jac. 2F42 = Schol. Ap. Rh. IV 828), pero, según Homero (Od. XII 124-5), su madre fue Gratéis, que sin embargo es la misma, tal como escribió Apolonio, quizás siguiendo a Acusilao, en el libro IV (827-9): O nave­gar cerca del abominable antro de Escila, de la ausonia Escila, la funesta, a la que parió para Forcis Hécate, la que se mueve durante la noche, y que llaman Gratéis. Sin embargo, Cariclides, en La cadena, contó que fue hija de Forbante y de Hécate Estesícoro (PMG 220=Schol. Ap. Rh. IV 828) que de Lamia. Timeo, en el libro de las Historias, afirma que fue hija no de Forbante sino de Tifón; otros que del río Grates. Hubo quienes dijeron que Escila fue en otro tiempo hija de Niso, el rey de Mégara y que ella, dominada por el amor a Minos, cortó a escondidas el cabello de púrpura de su padre: estando éste incólume, su padre no podía morir, según respondió el oráculo; lo cortó a escondidas y entregó a traición a su propio padre y la ciudad de Nisa a los atenienses. Pues, tras haber invadido con hostilidad los atenienses las fronteras de Niso, capturaron algunas ciudades con repentinas incursiones y encerraron al propio Niso en la ciudad de Nisa y lo asediaron, según dice Pausanias en Los asuntos de Ática (I 19,4) y Estrabón en el libro VIII (6,13. € 3 7 3 ) A s í pues, se cuenta que Minos, por odio a la traición, la arrojó a las profundi­dades del mar, por lo que se convirtió en un monstruo marino. Otros dicen que ella, presa de la desesperación porque, despreciada por Minos, se quedaba abandonada después de su traición, se arrojó al mar y que, a causa de la ira de los dioses, le fueron añadidos perros para que ininterrumpidamente la desganaran convertida en monstruo marino. Hubo, sin embargo, quienes dijeron que hubo dos Escilas, una la hija de Forcis, otra la de Niso y que esta última, como la persiguiera su padre después de haberle cortado el cabello, fue convertida en ciris y su padre en águila de mar, aves enemigas entre sí, según dice Virgilio en el libro I (404-9) de las Geórgicas: Aparece en lo alto, en el transparente aire, Niso y Escila paga sus culpas por un cabello de púrpura. Por cualquier parte por donde ella, al huir, corta el ligero aire con sus alas, he aquí que como atroz enemigo la persigue a través de las brisas con gran griterío Niso; por donde Niso se dirige a los aires ella, huyendo rápidamente, corta el ligero éter con sus alas. Pausanias, en Los asuntos de Corinto (II 34,7), escribe que Escila, la hija de Niso, no fue transformada en ave ni en monstruo marino y que a ella, que entregó su padre a Minos, no la hizo Minos su esposa, como le había prometido, sino que, por orden del propio Minos, fue arrojada al mar y fue zarandeada por las olas del mar hasta que fue llevada al promontorio llamado de Escila donde yació su cadáver insepulto durante mucho tiempo, hasta que fue devorado por las aves marinas. [De donde se dio lugar a la fábula, por lo que asi aludió a ello Ovidio (Ars. I 331-33 le): Se dice que la hija que robó el cabello púrpura de Niso, al caer de la popa del navio fue convertida en ave.] Zenódoto, en el libro III de Los compendios, dice que Escila fue colgada de la proa de la nave en la que era llevado Minos, y arrastrada por el mar hasta que así murió. Pero recuerdan que Escila, la que es llamada hija de Forcis, fue una mujer que destacaba por la hermosura de su cuerpo y que se unió amorosamente a

734 Esta genealogia de Escila se atribuye en Schol. Ap. Rh. IV 828 a las Grandes Eeas y corresponde a Hes. fr. 262M-W.

735 Naturalmente tanto Pausanias como Estrabón hablan de las incursiones y asedios de los cretenses, no de los atenienses.

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Neptuno; al conocerse este asunto, Anfitrite arrojó un fármaco en la fuente en la que solía lavarse Escila y que ella, enloquecida, tras haberse precipitado en el mar se convirtió en monstruo marino, según escribió Mirón de Priane en el libro V de Los asuntos de Mésenla. Otros contaron mediante fábulas que Escila tuvo relaciones con Glauco; al soportar esto muy mal Circe, que era presa de amor por Glauco, envenenó la fuente en la que Escila solía lavarse con pócimas, por las que ella se transformó en varias figuras hasta la ingle. Así pues, Escila, ateirorizada por su deformidad y llena de desesperación por la pérdida de su hermosura, se arrojó al mar, por lo que se dio lugar a la fábula, según dice Zenódoto de Cirene. Así describe la figura de Escila Isacio (Schol. Lyc. 650): Con seis cabezas: de oruga, perro, león, górgona, ballena, hombre, y doce pies. Este también, siguiendo la opinión de otros, le atribuye una figura distinta. Otros dijeron que Escila fue una mujer bellísima hasta los ojos, pero que tenía seis cabezas de perro y la restante parte del cuerpo era de serpiente. Homero, en el libro XII (85-92) de la Odisea, escribe que tuvo seis cabezas y doce pies y que cada cabeza tenía tres filas de dientes, según está en estos versos: Y allí dentro vive Escila, que aulla terriblemente; ciertamente su voz es como la de un cachorro recién nacido, y ella misma, a su vez, un monstruo perverso. Y nadie se alegraría al verla, ni aunque le saliera al encuentro un dios. Tiene doce pies, todos deformes, y seis cuellos muy largos, en cada uno una horrible cabeza y en ella tres filas de dientes apretados y numerosos, llenos de negra muerte. Pero Virgilio, en el libro III (424-8) de la Eneida, describió su figura de modo diferente en estos versos: Pero una gruta de negros rincones esconde a Escila, que deja sobresalir su rostro y atrae las naves hacia los escollos. La parte superior de su figura es humana y es una doncella de hermoso cuerpo hasta la ingle, la parte inferior una ballena de cuerpo inmenso que mezcla colas de delfin con vientre de lobos. Contaron, además, mediante fábulas que ésta tuvo ojos de fuego y unos cuellos tan largos que podía atraer hacia sí las naves por muy alejadas que estuvieran, por lo que escribió así Apolonio en el libro IV (830-1): Para que no destruya de algún modo a los escogidos héroes, atacándolos con sus temibles mandíbulas. Así pues, cuentan las fábulas que cualesquiera que se acercaran allí naufragaban y los hombres eran devorados por los perros que estaban alrededor de sus partes pudendas, según atestigua Virgilio en Sileno (Buc. VI 74-7): ¿Qué voy a decir de Escila, la hija de Niso, a la que persigue la fama de que, con sus blancas ingles ceñidas de monstruos ladradores, atacó las naves duliquias y con sus perros marinos destrozó, ¡ay!, a los temerosos marineros?

Así mismo, se dice que Caribdis fue una mujer muy voraz que, como hubiese robado algunas vacas de Hércules, que conducía los rebaños de Gerion, fue fulminada por Júpiter y convertida en ese monstruo marino. Sin embargo, otros sostuvieron que fue matada por Hércules y metamorfoseada en monstruo por Júpiter. Pero Isacio (Schol. Lyc. 46), si­guiendo la opinión de Mnaseas de Patras en su Navegación, atribuye este robo a Escila, de la que escribe que fue matada por Hércules pero que después, por obra de su padre Forcis, revivió tras ser cocida en un caldero bajo el que se colocaron antorchas. Estas son casi todas las cosas que sobre Escila y Caribdis, peligrosos escollos del mar Siculo, recuerdan los antiguos. Así son descritos esos escollos por Homero en el libro XII (73-8) de la Odisea: Aquí están los dos escollos; éste toca el anchuroso cielo con su aguda cima, lo envuelve una nube oscura, que nunca lo abandona, y el cielo despejado nunca se apodera de su cima ni en verano ni en otoño; y ningún hombre mortal podría subirlo ni bajarlo, ni aunque tuviera veinte manos y otros tantos pies. El otro escollo lo describe así el mismo poeta un poco después (XII 101-6): El otro escollo, más bajo, lo verás, Ulises, cerca de

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los otros, y podrías alcanzarlo con un tiro de flecha. En él hay una gran higuera silvestre de abundantes hojas. Bajo éste la divina Caribdis sorbe ruidosamente la negra agua. Pues la expulsa tres veces durante el día y tres veces la sorbe de nuevo ruidosamente; y tú no te encuentres allí cuando la sorba. Pero Virgilio describió este asunto con mucha elegancia y brevedad así en el libro III (420-5) de la Eneida: El lado derecho lo ocupa Escila, el izquierdo la nunca apaciguada Caribdis y tres veces, con el profundo remolino de su abismo, sorbe hacia el precipicio las enormes olas y de nuevo las lanza alternativamente hacia los aires y el agua golpea las estrellas. Pero una gruta de oscuros rincones esconde a Escila, que deja sobresalir su rostro y atrae las naves hacia su escollo. Estrabón, en el hbro I (2,10.C21), tal como parece haber pensado Homero, consideró que se producía un violento flujo y reflujo del mar alrededor de esos escollos en el mar Siculo, y, al producirse en esos lugares un enorme estrépito debido a las concavidades de las rocas, imaginaron los antiguos que había perros alrededor de los costados y de las partes inferiores de Escila que la devoraban. Este asunto lo escribe así Isacio (Schol. Lyc. 46): Escila es un promontorio cerca de Regio de Sicilia, que sobresale por encima del mar, bajo el que hay muchas y enormes rocas que tienen lugares huecos y cavernas, en los que viven monstruos marinos. Al ser lanzadas las naves contra estas piedras por el agua de Caribdis y ser destrozadas, devoran a los hombres. Escila y Caribdis están muy cercanas entre sí. Caribdis está frente a Mesina y Escila frente a Regio. Por tanto, se dice que éstas fueron mujeres porque fue tal la forma de los escollos que a quienes los miraban desde lejos les ofrecían la forma de mujeres. Pues, tal como se cuenta en óptica, según la distancia de los que miran y según la situación de la cosa colocada, son muchos los objetos que muestran una u otra figura, de planta, o de animal o de región. Por otra parte, declaró esto así con estas palabras el Comentarista de Apolonio (IV 825), cosa que también fue escrita por Agatárquides en el libro VII de Los asuntos de Europa: Escila es un promontorio que sobresale por encima del mar con figura y rostro de mujer. Y debajo de este promontorio hay muy abundantes y enormes rocas, que tienen lugares huecos y cavernas, en los que viven monstruos marinos. Y, para no escribir aquí todas las palabras griegas, solamente explicaré aquí su significado: Escila es un promontorio que sobresale en el mar, con figura y rostro de mujer. Bajo este mismo promontorio hay grandes y abundantes piedras, que tienen en su interior lugares huecos y cavernas, en los que habitan fieras marinas. Así pues, cualquier tipo de navios que haya sido empujado por las olas o ta tempestad hacia Caribdis, sumergido alli mismo es absorbido por ese mismo mar. Y las naves que, agitadas y lanzadas por las aguas de Caribdis, se lanzan contra las escarpadas y ocuhas rocas de Escila, son destrozadas y deshechas; después salen esas fieras y monstruos marinos y devoran a los hombres que recogen de las naves. [Algunos que explicaron con mayor cuidado el asunto, contaron que entre Sicilia e Italia hay un espacio de siete estadios, que fue llamado porthmos o estre­cho. Y de los tres promontorios de Sicilia, Lilibeo, Paquino y Peloro, el Peloro mira a Italia, bajo el que se dice que estuvo situada Caribdis; desde la región de éste, Escila estuvo situada en Italia, bajo un promontorio de aquella parte de Italia que sobresale por encima del mar, que tenía figura y rostro de mujer.] Dijeron los poetas que Escila tenía perros, que salían de sus costados y de su pecho y que mataban a los navegantes porque aquellas fieras, al salir de la parte inferior del lugar, es decir, de la concavidad de las rocas en la que se ocultaban, y levantarse por la parte de arriba desde su costado, parecían salir del pecho. Así pues, fue el escollo, la profundidad de las aguas y la forma de ese escollo lo que dio lugar a la fábula. Al haber navegado Hércules cerca de estos lugares y haber

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perdido una gran parte de las vacas que llevaba consigo, se dijo que mató a Caribdis, porque con algunas máquinas limpió aquel lugar y lo hizo navegable en lo sucesivo, de tal manera que para las generaciones posteriores no quedó ningún vestigio ni de Escila ni de Caribdis. Por otra parte, se la llamó Escila apo tou sylan, es decir de despojar, o de skyllein de maltratar, aunque algunos pensaron que apo ton skylakón, de los perros. Y Caribdis fue así llamada apo tou xaskein, de abrir la boca, y de roibdo, sorbo.

Yo creería que bajo esta fábula se contiene la naturaleza de las virtudes y de los vicios puesto que, cuando navegue entre dos peligros ese que de una parte tiene a Escila, de la otra a Caribdis, sólo saldrá finalmente seguro e incólume quien no se haya acercado más a ninguno de estos peligros. ¿Qué otra cosa significa esto que lo que fue escrito por Aristó­teles en la Etica, que la virtud es el centro de dos extremos que, ambos, han de ser evitados? Y así, para que evitemos los vicios extremos, le atribuyeron en parte a éstas formas femeninas, para que atrajeran hacia sí, y en parte figuras de muy crueles fieras, puesto que a los que se acercaban allí les proporcionaban calamidades y la pérdida de la vida y de sus bienes, puesto que les añadieron perros y diferentes monstruos horribles que devoraban a los que se acercaban. Pues, ¿qué otra cosa es la vida de los mortales que una continua navegación entre diferentes inquietudes y placeres ilegítimos? Porque solamente aquél que haya vivido santa y piadosamente y quien haya evitado los vicios que acechan en ambas partes, podrá llegar sano y salvo a la patria, que es la reunión de las almas felices después de esta vida, a cuyo frente está Dios. Pero, puesto que para todos es fácil deslizarse alguna vez a las equivocaciones y eso le ocurre a la mayoría, si alguien se acerca a esos escollos, debe apartarse de allí inmediatamente con todas sus fuerzas. Pues no hay nadie de entre todos los hombres que no sea estimulado por la propia naturaleza a los placeres. Por eso Homero, el más importante de todos los poetas, hizo que Ulises, después de perdidos muchos compañeros, navegase rápidamente lejos de allí, porque pocos son los hombres fuertes en los peligros y muchos menos los prudentes, cuando se han convertido una vez en cautivos de los placeres y no pueden liberarse fácilmente después de ellos. Se dice que Escila fue convertida por Circe en este monstruo, puesto que era una mujer muy bella, porque todos los que se apartan de la razón y del recto modo de vida revisten ánimos de animales. Pues, ¿qué decíamos que era Circe? ¿Acaso no el cosquilleo de la naturaleza que impulsa a los placeres? Así pues, para decirlo brevemente, como los antiguos quisieran demostrar que la vida humana está muy llena de dificultades y de peligros y que es muy parecida a la del que navega entre dos escollos muy peligrosos y que, si se gobierna poco sabiamente, los hombres, atenazados por los placeres, caen en las mayores desgracias, pensaron estas cosas acerca de Escila y de Caribdis, que revistieron con narraciones muy agradables y a manera de fábulas para que quienes, por otra parte, fueran poco cuidadosos de su propia salvación, al menos con la dulzura de las ficciones se vieran incitados a escuchar el modo de llevar una vida recta. Otros dijeron que esta fábula tiene que ver con la moderación en los gastos, puesto que los poco precavidos caen en el interés del usurero, a consecuencia de lo cual se produce en un momento la pérdida de todos los bienes, lo que parece haber afirmado Cicerón en el discurso En defensa de Publio Sestio. Pero ahora hablemos acerca de Orion.

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Cap. 13: Sobre Orion

Se dice que Orion, aquél que, según se ha contado en las fábulas, fue colocado entre los astros, fue hijo de Hirieo, hijo de Neptuno, y de Alcione, acerca del cual fue escrito así por Euforión (fr. 105 v. Gr=CoU. Alex. Powell, 101=Schol. AD II. XVIII 486): Hirieo, el hijo de Posidón y de Alcione, una de las hijas de Atlas, vivía en Tanagra de Beocia. Al ser benigno con los extranjeros, en una ocasión dio hospitalidad a dioses. Pues Zeus, Posidón y Hermes, tras pedirle hospitalidad y ser recibidos amigablemente, le exhortaron a pedir lo que quisiera. El, puesto que no tenía hijos, pidió un hijo. Entonces los dioses, cogiendo la piel de un buey que había sido sacrificado en su honor, arrojaron semen sobre ella y ordenaron que fuera ocultada bajo tierra y que se sacara a los diez meses. Pasados éstos nació Urión, así llamado porque los dioses habían orinado el esperma sobre ella, y después, por eufemismo, Orion. Así pues, no se dice, como pensaron algunos, que nació de la orina, sino del esperma. Y, puesto que se dice que nació del semen de tres dioses, Licofrón (327-8) lo llamó así de tres padres: Una terrible serpiente asesina destruirá el buey coronado con la espada de triple padre de Candaon. Pues primero fue llamado Candaon entre los beodos y más tarde Orion. Isacio (Schol. Lyc. 328) menciona no a Mercurio sino a Apolo con los dos padres de Orion. Y la esposa de Hirieo fue Colonia a quien fue entregada aquella piel para que la guardara. Dejó escrito Dorion, en el libro Sobre los peces, que Orion fue hijo de Neptuno y de Brile, hija de Minos, que fue también la opinión de Hesíodo Ferecides (Jac. 3F52) dice que fue hijo de Neptuno y de Euríale, según dice Apolodoro en el libro I (4,3) de su Biblioteca. Pero Tzetzes, que escribió los Comentarios a Hesiodo, dejó escrito que Orion fue hijo de Hirieo y de Eurile y que Burile fue hija de Minos. [Por otra parte, que Orion fue cazador lo atestiguan los nombres de sus propios perros, que alimentaba para la caza. Pues, si no hubiese sido cazador, probablemente nunca hubiera parecido loco si no lo estuviera, como Leucomelena, Mera, Dromis, Cisseta, Lampuris, Licoctono, Proófago, Arctófono y criaba otros muchos perros que se recuerdan de él. Añadieron a éste una hermana, Candíope.] Sin embargo, el comentarista de Nicandro (Ther. 15a) llamó al padre de Orion Or ieo ' ' * , no Hirieo. Contaron mediante fábulas que éste consiguió de su padre Neptuno el don de poder caminar por encima de las aguas como sobre tierra. [Otros, sin embargo, pensaron que fue de un tamaño tal que no había una profundidad tan grande que por ella al menos no pudieran sobresalir sus hombros por encima del mar y, siguiendo esta opinión, Virgilio escribió así en el libro X (763-5): Como el gran Orion, cuando camina a pie cortando el camino por en medio de los grandes estanques de Nereo y con su hombro sobresale por encima de las olas. ] Este, después de haber venido a Quíos junto a Enopión, intentó violar a Aérope^"", la esposa de aquél. Soportando esto muy mal Enopión, lo dejó ciego e inmediatamente lo expulsó fuera de su territorio; después éste llegó a Lemnos y fue

736 Según Schol. Lyc. 328, el nonibre es Clonia. 737 Tanto Eratosth. Cat. 32 (=Hes . fr. 148M-W) como Hyg. Poet. Astr. II 34 dicen que, según Hesíodo,

Orion es hijo de Posidón y de Euríale. Cf. también Schol. Nie. The r . 15a (=Hes . fr. 17Rz). 738 Esta es la lectura de los mss. K y p. 739 Cf. Eratosth. Cat. 32 y especialmente el ya citado Schol. Nic. Ther. 15a. 740 En la tradición mitográfica la mujer de Enopión se llama Mérope, no Aérope, que es el nombre que se

adopta en la edición Aldina de los escolios a Nicandro, ya que la fuente es el citado Schol. Ther. 15a.

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recibido benignamente por Vulcano. Entonces, compadecido de él, Vulcano dio a Orion como guía de su camino a uno de sus esclavos, Cedalión; él, dirigiéndose gracias a éste hacia oriente junto al Sol, obtuvo la curación y recuperó la vista. Después tomó las armas contra Enopión, al que ocultaron los ciudadanos bajo tierra tras haber conocido su llegada. Como no esperaba que pudiera encontrarlo ya más, se dirigió a Creta, donde se dedicaba a la caza. Sin embargo, no quiso experimentar sólo en Aérope, la esposa de Enopión, qué disfrute había en atentar por la fuerza contra el pudor de mujeres ajenas. Cuentan mediante fábulas que él persiguió durante cinco años sin interrupción en Beocia a las Pléyades, hijas de Atlas y de Pleíone, juntamente con su madre; y se hubiera apoderado de ellas si, por compasión de Júpiter cuya ayuda suplicaron, no hubiesen sido incluidas entre los astros. También dicen que quiso violar a Diana, junto a la que cazaba, por lo que fue matado por orden de ella, según atestigua Euforión (fr. 105 v. Gr.=Schol . AD II. XVIII 486) con estas palabras: Este mismo, cazando juntamente con Artemis, intentó cometer violencia con ella. Pero la diosa, enfurecida, hizo salir un escorpión de la tierra, que lo mató golpeán­dolo en el talón. Pero Horacio, en el libro III (4, 70-2) de los Poemas, escribe en estos versos que él fue matado por la propia Diana con una flecha por atentar contra su virgini­dad: Y Orion, que atentó contra la virginal Diana, vencido por una flecha de doncella. Cuentan en fábulas otros, entre los que estuvo Diocles en Los fármacos que producen la muerte, que Orion fue un joven de destacada belleza amado por Diana, que había decidido casarse con él, aunque también se dice que la Aurora, raptándolo a causa de su belleza, lo llevó a Délos. Al soportar esto muy mal Apolo y tras haber censurado muchas veces y en vano a su hermana, encontró un momento bastante propicio para matar a Orion. Y, al haber visto Apolo desde muy lejos la cabeza de Orion, que se acercaba, sobresaliendo por encima del agua, tras proponer un premio a su habilidad, retó a su hermana a que con sus Hechas no alcanzaba aquella estrella, pero ella, afanosa por demostrar su habilidad, clavó una flecha en la frente iluminada de Orion. Después, conmovida por el dolor al conocer la verdad, consiguió de Júpiter que él fuera colocado entre los astros. Por otra parte, Corino de D é l o s ( P M G 673=Schol. Nic. Ther. 15) dice que Orion fue natural de Tanagra y que domesticó muchos lugares y los limpió de animales venenosos y que murió por el siguiente motivo, a saber, porque mientras cazaba con Latona y Diana se jactó de que ningún animal fiero podía evitarlo; se dice que, irritadas las diosas por este asunto, hicieron salir un escorpión por el que fue matado; éste se ocultó bajo una piedra hasta que Orion se acercó a él. Pues es costumbre de los escorpiones permanecer ocultos bajo las piedras, según dice Sófocles en Las cautivas (fi-. 34 Nauck=Schol. Ther. 18c): Pues en cualquier piedra monta guardia el escorpión. Pero en el momento en que, por casualidad, el pie de Orion se hubo acercado a la piedra, murió atacado por este escorpión y por último, por compasión de Diana, fueron colocados entre los astros él mismo y el escorpión. Algunos sostuvieron que fue matado por Diana porque la había retado a competir con él en el lanzamiento del disco. Otros pensaron que fue atravesado con flechas por Diana porque intentó violar a Opis, una de las doncellas que había seguido a Diana desde los Hiperbó­reos, según dice Apolodoro en el libro I (4,5). Pero no fue sólo muy grande la arrogancia de este Orion, sino que se dice que también Side, su esposa, se había atrevido a rivalizar con Juno en hermosura, por lo que fue arrojada a los infiernos por ella''''^. Escribió

741 Se trata de Corina de Tanagra (Beocia). 742 Cf. Apollod. I 4 . 3.

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Nicandro, en los Theriaca (13-8), que el escorpión fue enviado a Orion por Diana porque él se atrevió a agarrar el peplo de Diana con sus manos impuras, porque intentaba violarla, según se deduce de estos versos: La joven Titánide hace brotar el Escorpión, que está afilado por el aguijón, frío como el hielo, mientras ataca preparando una mala muerte contra Orion de Beocia, porque con sus manos agarró el peplo sin mancha de la diosa. Pero, arrastrándose, hirió el robusto tobillo este escorpión, que acechaba invisible bajo una pequeña piedra. [Y se dice que por ello, para eterno recuerdo, fue colocada entre los astros la figura del escorpión.] Que Orion no fue colocado después entre los astros sino que esto se imaginó y fue estimulado en agradecimiento de alguien lo atestigua Pausanias en Los asuntos de Beocia (IX 20,3), quien confió a la memoria que el sepulcro de Orion estuvo en Tanagra. Estas son todas las cosas que fueron transmitidas acerca de Orion por los antiguos. Extraigamos de ellas su significado.

Orion fue hijo de Neptuno, Júpiter y Apolo, nacido del semen de éstos encerrado, ciertamente, en la piel de una vaca. ¿Qué es esta monstruosidad, dioses buenos? ¿Acaso uno solo puede ser hijo de muchos padres? Estas cosas pueden ser verdad en la generación de los elementos, puesto que todos están en todos. En efecto, es el mar, en el que se encierra el semen, un toro, unas veces a causa del rugido, otras también por su ímpetu cuando es agitado por los vientos; y él es evidentemente el semen de todos los elementos, ya que con toda claridad el agua sufre una mutación a causa del calor del Sol. Así pues, la fuerza de Apolo hace salir los vapores del agua y, debilitándolos no sin un cierto soplo natural, los eleva al aire; y, puesto que Júpiter es el aire y Neptuno es el soplo difundido en el agua, la dynamis zóousa se hace evidente. Así pues, de las fuerzas mezcladas de estos tres dioses nace la materia de los vientos, las lluvias y los truenos, que recibe el nombre de Orion. Y, puesto que es más delicada la parte del agua, que se debilita y nada por encima, dijeron que Orion había obtenido de su padre el poder caminar sobre las aguas. Cuando esa materia debilitada se dilata en el aire y se derrama, se dice que Orion ha venido a Quíos, lugar que recibe su nombre de derramar, ya que cheein significa derramar. Y como intenta violar allí a Aérope, es arrojado fuera del territorio privado de la vista, porque es necesario que esos vapores atraviesen el aire y lleguen a la parte más alta y la materia, difundida por este lugar, siente que de alguna manera se destruye la primera fuerza del fuego. En efecto, la fuerza de todas las cosas que se mueven con un movimiento no natural es muy grande al principio y muy pequeña al final, puesto que insensiblemente se debilita en el camino. Orion es recibido benévolamente por Vulcano y, dirigiéndose junto al Sol, recobra la salud, por lo que vuelve a Quíos. Esto, ciertamente, no es otra cosa que la recíproca y cíclica generación y corrupción de los elementos entre sí. Cuentan las fábulas que éste fue matado con fiechas por Diana porque se atrevió a tocarla, dado que, cuando los vapores han ascendido a la parte más alta del aire, de tal manera que nos parece que tocan la Luna o el Sol, la fuerza de la Luna condensa éstos y los convierte en lluvias o vientos, y así los mata con sus flechas y los envía hacia abajo, puesto que la fuerza de esta Luna es como el fermento para hacer estas cosas. Dijeron después que Orion fue muerto y convertido en una constelación del cielo porque a la salida de Orion son frecuentes las lluvias, los vientos y los truenos. Se dice que esta constelación, puesto que está* de tal manera configurada que con la espada desenvainada se alza contra Tauro y sigue a las cercanas Pléyades, saliendo al encuentro de las Pléyades cayó en un gran amor por ellas y las persiguió. Indudablemente, éstas reciben el nombre de Pléyades apo tou pleiónos, es decir del año, porque con sus nacimientos señalan el comienzo del verano y del invierno.

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En verdad, puesto que Orion tiene como signo opuesto a Escorpión, parece que siempre huye de él en el mismo hemisferio, por lo que se inventó la fábula acerca de él. Y éstas son, brevemente, las cosas que tienen que ver con la razón física. Al decir los antiguos que Orion sufrió muchas cosas a causa de su lujuria, quisieron poner de relieve que nada ilegítimo dejaba de ser productor de calamidades. Otros prefirieron que mediante esta fábula se señalaba que todo tipo de arrogancia es odiosa y poco agradable para los dioses inmortales, puesto que únicamente a Dios, si nos distinguimos en alguna cosa, debe atribuírsele honor y gloria por esa preeminencia. Pues de hecho Orion murió atacado por el escorpión por orden de los dioses porque se jactó, incluso en presencia de los dioses, de que no había ninguna fiera tan cruel que pudiera evitarlo. Pero ahora hablemos acerca de Arión.

Cap. 14: Sobre Arión

De qué padres nació Arión, metimneo por su patria, no se sabe; yo creería que ellos fueron muy poco conocidos, puesto que tan sólo el resultado de la fortuna y el arte de pulsar correctamente la citara hicieron ilustre a este mismo Arión. [Algunos, sin embargo, pensaron que éste fue hijo de Neptuno y de la ninfa Oncea. Otros sostuvieron que nació de Autóloe, otros que de la Tierra.] Por otra parte, floreció Arión en el tiempo en que Periandro gobernó en Corinto, según dice Heródoto en Clío (I 23-4). Escribe Heródoto que éste estuvo mucho tiempo en Corinto junto al tirano Periandro y que después deseó navegar a Italia y a Sicilia; después de haber obtenido allí gran cantidad de riquezas por lo sobresaliente de su arte, quiso volver de nuevo a Corinto. Como estuviese en Tarento, prefirió no confiar su persona y sus bienes a otros marineros que a los corintos; así pues, negoció y se puso de acuerdo acerca del flete con unos hombres de Corinto; al darse cuenta de que éstos, ya muy alejados de la costa, disponían asechanzas contra él para, una vez muerto él, apoderarse con toda seguridad de su dinero, rogó que al menos se le permitiera entonar su canto fúnebre, según es costumbre de los cisnes, y repartió dinero entre ellos para experimentar con este método si podía aplacar sus ánimos. Y ellos, en abso­luto convencidos con esas cosas, le ordenaron que o se matara a si mismo, con lo que obtendría una sepultura, o se arrojara lo más rápidamente al mar. Pero Arión, frustrada su esperanza, como se diera cuenta de que ellos no se ablandaban con ninguna dulzura de su canto, una vez que hubo cantado la ley Ortia, con todos los adornos que había cogido para cantar se arrojó al mar desde la proa de la nave; después los marineros se dirigieron a Corinto. Se dice que lo depositaron en Corinto unos delfines a los que, mientras lo transportaban, deleitaba con la dulzura de su canto como recompensa. Pues bien, todo el asunto lo contó con no menos brillantez, al igual que Plutarco en El banquete (Mor. 161B-162B), Ovidio en el libro II (83-100; 102-16) de los Fastos, según está en estos versos: ¿Qué mar no lo conoce, qué tierra no sabe quién es Arión? El, con su canto, detenía las aguas que corrían. A menudo, el lobo que perseguía a la oveja fue retenido por su voz, a menudo se quedó quieta la oveja que huía del hambriento lobo; o a menudo los perros y las liebres se tumbaron bajo una misma sombra y se quedó de pie en una roca la cierva cercana a la leona y la locuaz corneja se posó, sin riña, con el ave de Palas y la paloma estuvo junto al gavilán. Se dice que muy a menudo Cintia se quedó asombrada por tus melodías, elocuente Arión, como si fueran las de su hermano. El renombre de Arión

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había llenado las ciudades de Sicilia y la costa de Ausonia estaba cautivada por los sonidos de su lira; volviendo desde allí a su patria, Arión subió a una nave y llevaba las riquezas así ganadas con su arte. Quizá, desdichado, temías los vientos y las olas, pero el mar era más seguro para ti que tu propia nave. Pues se detiene el timonel con la espada desenvainada y el resto del grupo es cómplice, con sus manos armadas... El, paralizado por el miedo, dice: «No trato de evitar la muerte con súplicas sino que, tomando mi lira, se me permita contar unas pocas cosas». Le dan permiso y se burlan de la tardanza. El coge una corona que podría ser apropiada para tus cabellos, oh Febo; había vestido un manto teñido dos veces con púrpura de Tiro; la cuerda, golpeada por su pulgar, emitió los sonidos que le eran propios, como el cisne, atravesadas sus blancas sienes por una cruel flecha, canta con lastimeros versos. De repente, se arroja con todos sus adornos en medio de las aguas; se rocía la azulada popa con el agua desplazada; cuentan que entonces (algo más grarule que lo creíble) un delfin de curvado lomo se puso debajo de ese nuevo peso; él, sentándose, sujeta la citara, canta en pago a la travesía y con sus versos apacigua las aguas del mar. Así pues Arión, yendo con estos adornos a Corinto, puso al descubierto toda la situación a Periandro quien, como al principio no lo hubiese creído, puso bajo custodia a Arión y, llamando a su presencia a los navegantes, les preguntó qué habían oído sobre Arión. Al contestar ellos que él estaba sano y salvo en Italia y que lo habían dejado en Tarcntó, se presentó allí Arión tal como se había arrojado al mar; entonces los marineros guardaron silencio y ni siquiera se atrevieron a negar su fechoría, por lo que fueron condenados al último suplicio. Fue Arión un citaredo sin duda brillante y un noble poeta autor de ditirambos que no le iba a la zaga a ninguno de los mortales de aquel tiempo en el arte de tocar la cítara [y ni siquiera fue inferior en cosa alguna a Filoxeno de Citerà cuyo nombre fue muy famoso a causa de esta misma arte]. Que éste fue el primero de todos en descubrir los coros cíclicos lo escribió Helanico en Cranaicos (Jac. 4F86=Schol. Ar. 1403), Dicearco y Demarco en el libro Sobre los certámenes dlonisíacos, aunque Antípatro y Eufronio en sus Comentarios (ibid.) atribuyeron este invento a Laso de Hermíone Cuentan, además, los antiguos mediante fábulas que aquel delfín que salvó a Arión fue colocado, para eterno recuerdo de aquella buena acción, entre los astros, según dice Ovidio en el mismo lugar (Fast. II 117-8): Los dioses ven las acciones piadosas. Júpiter acogió al delfin entre los astros y ordenó que tuviera nueve estrellas. Sin embargo, otros sostuvieron que el delfín fue colocado entre los astros porque reconcilió a Anfitrite con Neptuno, pero Hermipo (en Schol. Arat. 318) porque fue quien guió a los cretenses a Delfos a honrar a Apolo. Luciano, en el Diálogo de los dioses marinos (8,2), dice que él reunió esa fortuna en Corinto cuando estaba en la corte de Periandro, y que esto ocurrió cuando navegaba a Metimna, hacia su patria. Y éstas son todas las cosas contadas por los antiguos acerca de Arión. Para nadie es oscuro que son fabulosas. Pues yo pienso que las cosas que dijeron los antiguos acerca de los delfines y sobre que hubo hombres salvados por ellos son muy semejantes a sueños, habida cuenta de que la naturaleza de los animales es siempre la misma y sin embargo no se cuenta que ninguno haya sido salvado por delfines hasta esta época y no obstante es casi infinito el número de aquellos que han

743 Poeta citado por Paus. I 2, 3. 744 Todos los autores citados aparecen en el mencionado Schol. Ar. Av. 1403. 745 Cf. Eratosth. Cat. 31 e Hyg. Poet. Astr. 11 17.

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muerto en el mar. Por el contrario, es más probable que, después de haberse precipitado al mar, Arión nadase y fuera sostenido por sus ropas, que fuera recogido por unos marineros de Ténaro y que fuera llevado a Ténaro en una nave que tuviera pintados en una y otra parte de la proa delfmes, según dejó escrito Antiménides en el libro I de sus Historias.

Pero, para que de estas cosas saquemos por último la opinión de los antiguos, mediante esta fábula quisieron poner de relieve que los dioses son los vengadores de todos los crímenes, puesto que alguna vez los animales, dotados también de razón y de voz según la voluntad de los dioses, suelen ser acusadores de los criminales y llevan su ayuda a los hombres inocentes, y que sucede que es grato a los dioses toda buena acción que se realice con un hombre bueno. Pero suficiente sobre Arión. Ahora hablemos acerca de Anfión.

Cap. 15: Sobre Anfión

A Anfión, igualmente citaredo, lo hizo famoso no sólo la destreza de su arte musical sino también la inconstancia de la fortuna y el cúmulo de desgracias. Cuentan las fábulas que éste y su hermano Zeto fueron hijos de Júpiter y de Antiope; pues Antiope, hija de Nictco y de Andrótoe, se unió a Júpiter convertido en sátiro y cuando estaba embarazada, aterrori­zada por las amenazas de su padre Nicteo, huyó a Sición junto a Epopeo. Tras haber dado a luz allí a Zeto y Anfión, los entregó a un pastor de bueyes del Citerón para que los alimentase. Nicteo, que llevó muy a mal la fuga de su hija, tras haber exhortado a su hermano Lieo para que no descuidase el asunto, murió, pero Lieo, en una llegada repentina con un escogido grupo de soldados, mató a Epopeo, se apoderó de la ciudad y se llevó cautiva a Antiope, a la que entregó bajo custodia a su esposa Dirce. Y no mucho después, reclutada una tropa de pastores, tras haber sabido por su ayo quiénes eran, Zeto y Anfión capturaron a su propio tío y a Dirce, llegando también ellos en un asalto repentino y, tras ser destrozada cruelmente Dirce, [pues se afanaron en que fuera destrozada atada a un toro salvaje,] recibieron de Mercurio el consejo de que permitieran que Lieo gobernase según fue escrito por Nicócrates en Los asuntos de Ciiipre. Por otra parte, de esa Antiope que fue objeto de odio para su padre se acuerda así Apolonio en el libro IV (1090): Cuántas cosas maquinó Nicteo contra Antiope, la de hermosos ojos. Otros creyeron que Antiope, la madre de Anfión, fue hija de Asopo, según escribió Apolonio en el libro I (735-7): Allí estaban los dos hijos de Antiope, hija de Asopo, Anfión y Zeto; y cerca estaba Tebas, todavía sin murallas. Diofanto en el libro I de las Historias del Ponto (Jac. 805Fl=Schol. Ap. Rh. III 242), donde escribe acerca de Antiope, la madre de Eetes, dice que Anfión y Zeto fueron hijos no de Júpiter sino de Teoboonte, lo que también atestigua Tzetzes en la historia 13 (316-9) de la I Quilíada. Epiménides de Corcira escribió que Anfión utilizó a Mercurio como maestro en el arte de pulsar las cuerdas de la lira y fue hasta tal punto digno de admiración su canto que lo seguían las fieras y las piedras no menos que a Orfeo, el hijo de Calíope, como dice Pausanias en Los asuntos de Beocia (IX 5,8), pues dejaron escrito que recibió por primera vez esta lira de las Musas Arménidas

746 Sin mencionar autor, este dato se encuentra en Schol. Ap. Rh. IV 1090. 747 Conti, que sigue la lectura del ms. L de Schol. Ap. Rh. III 242, llama a este autor Dlophwiés. Esta

lectura fue cambiada por MUUer, FHG, p . 396. Ahora bien, el escolio sólo dice que Antiope es madre de Eetes y no hace mención de Teoboonte ni de Anfión y Zeto.

748 También aquí Conti sigue la lectura de L y llama al autor Antiménides.

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en el libro I de las Historias (Jac. 378F2=Schol. Ap. Rh. I 740) y Ferecides en el libro X (Jac. 3F41a=¡bid.). En cambio, Dioscórides de Sición (Jac. 594F12=ibid.) re­cuerda que le fue dada la lira por Apolo. Por otra parte, consiguió Anfión tanta fama de su nombre entre los músicos porque, debido a su parentesco con Tántalo, fue instruido por los lidios en sus ritmos y fue el primero que añadió tres cuerdas al tetracordio inventado por los músicos anteriores según dice Aristocles en el libro I de Sobre la música. Pues d i c e n q u e éste inventó la cuerda «nete» delante de la que después seria una puerta de Tebas, de donde obtuvo la puerta su nombre. Se dice que Zeto y Anfión, antes de que Tebas fuera fundada, vivieron en una pequeña aldea de Tespias llamada Eutresis, según atestigua Estrabón en el libro IX (2,28.C411). Pero, como Anfión y Zeto tuvieran sospechas de las fuerzas de los de Flegia, sus enemigos por esta época según dice Ferecides (Jac. 3F41c=Schol. Ap. Rh. I 735), fortificaron Tebas con muros y torres, para estar más protegidos de las incursiones de los enemigos, pues no se atrevían a vivir sin murallas y torres, como dice Homero en el libro XI (260-5) de la Odisea: Después vi a Antíope, la hija de Asopo, que se ufanaba de haber dormido en los brazos de Zeus y que dio a luz dos hijos. Anfión y Zeto, los primeros que levantaron los cimientos y construye­ron las torres de Tebas, la de siete puertas, pues no hubieran podido habitar sin torres la espaciosa Tebas, por muy valientes que fuesen los dos. Así pues, contaron mediante fábulas que los sillares cambiaban de sitio por su propia iniciativa y que se levantó la muralla mientras Anfión tocaba delicadamente la lira, según dice Horacio en su Arte poética (394-6): Se dice también que Anfión, fundador de la ciudad de Tebas, movía las rocas con el sonido de su lira y las conducía a donde quería con su dulce plegaria. Se dice que esta ciudad tuvo siete puertas, que se llamaban: Electrida, Prétida, Neítide, Crenea, Hipsieta, Ogigia, Homoloide Recibió el nombre de Tebas, según opinó Tzetzes (Chil. 1 13,322), por el padre de sus fundadores, o, lo que complace más, de la ninfa Tebe, hija de Prometeo, que estuvo unida a ella por parentesco, según escribió Pausanias en Los asuntos de Beocia (IX 5,6). Dicen que Tebas, después de muchos combates infaustos que le sucedieron a aquella ciudad, fue destruida por Alejandro, rey de Macedonia, en el tiempo en que los tebanos tomaron las armas contra el propio Alejandro que disponía sus ejércitos contra los persas. Puesto que la ciudad, que había sido levantada gracias al canto, no podía ser destruida a no ser por un canto, la Ismenia de otro tiempo fue arrasada con una fiauta que entonaba melodías fúnebres, según fue escrito por Calístenes Sin em­bargo, el propio Alejandro, que había ordenado que Tebas fuera arrasada hasta igualar el suelo, la volvió a restaurar como gracia a una atleta, que había sido coronado por él al ser tres veces vencedor, lo que había puesto de manifiesto así el oráculo (=Tzet. Chil. Vil 139, 421-2): Hermes, el Alcida y Pólux, que lucha con el guantelete, compitiendo los tres te restaurarán, Tebas. Dicen que Anfión ñie el primero de todos los mortales en dedicar un altar a Mercurio, porque había recibido de él la lira Pero, puesto que no es menos difícil sobrellevar la felicidad con ánimo resignado que los sucesos adversos de la fortuna, por esto sucedió que Anfíon se vanaglorió en demasía por la importancia de su arte y lanzó

749 Cf. sin citar autor Paus. IX 5, 7. 750 Cf. Paus. IX 8, 4. 751 Cf. Paus. IX 8, 4-5. 752 Cf. Tzetz. Chil . I 13, 325-329. 753 Cf. Paus. IX 5. 8.

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injurias contra Latona y sus hijos, diciendo que la diosa en modo alguno se preocupaba de los hombres y que sus hijos debían ser considerados toscos e inexpertos si se comparaban con él, puesto que él era con mucho más experto que Apolo. Dicen que las diosas, encolerizadas por estos ultrajes, provocaron una peste contra la casa de Anfíon, con la que él mismo fue destruido junto con toda su familia. En cuanto a Zeto, tras haber dado muerte la madre misma al hijo de ellos debido a una determinada falta, murió a causa de la tristeza de su espíritu Acerca de Anfíon recuerdan estas cosas a modo de fábula.

Se dice que Anfíon es hijo de Júpiter y de Antíope porque la música se obtiene la mayoría de las veces mediante el ejercicio y todos los hombres importantes fueron llama­dos por los antiguos hijos de Júpiter, según hemos explicado con anterioridad. Que éste y Orfeo fueron egipcios y que sobresalieron en la ciencia de los magos lo dice Pausanias en Los segundos asuntos de la Elide (VI 20,18). Dicen que éste fue experto en música y que solía conducir las piedras y las fieras a donde quería, puesto que suavizó, con la dulzura de su conversación, a los hombres crueles y salvajes y los sedujo para que construyeran ciudades y para que se sometieran a las leyes de las ciudades. Pero el mismo que había conducido a los demás a la humanidad y a la civilización, al haberse vuelto demasiado insolente debido a felices acontecimientos y haber menospreciado incluso a los propios dioses, fue sometido a la última pena, puesto que nadie considera en poco el culto de los dioses y mucho menos los desprecia. Pero háblese ahora acerca de los alciones.

Cap. 16: Sobre los Alciones

Fue Alcione hija de Canobe y Meólo ^ " [o de Eolo, según dice Luciano en el diálogo titulado Alcione (1)], tal como atestiguó Alejandro Mindio (=Schol. Theocr. VII 57a) y fue esposa de Ceix. Y Ceix fue un rey de Traquis quien, al sobresalir por su nobleza, riquezas y la belleza de su cuerpo, se atrevió incluso a equipararse a los dioses inmortales y a los nombres de los dioses, pues el propio Ceix se dio el nombre de Júpiter y a Alcione la llamó Juno. Júpiter, soportando muy mal esta arrogancia, envió contra Ceix, que navegaba hacia Delfos, una tempestad tan encarnizada que Ceix y todos los que con Ceix navegaban, sufriendo el naufragio, perecieron, como lo atestigua Polizelo en aquellas cosas que escri­bió Sobre Rodas. Cuentan mediante fábulas que después el cadáver fue llevado por las olas hasta la costa y depositado ante aquella cueva a la que muy a menudo venía Alcione para mirar si llegaba Ceix; y, al haberlo visto, se quejó tristemente y se dice que, por compasión de Júpiter, fue metamorfoseada en el ave de su nombre cuando se arrojó desde la cueva al mar. Entonces también Ceix fue convertido en kerylos, pues así se llaman los machos de aquellas aves, según dice Antigono de Caristo (23=Schol. Ar. Av. 299). Algunos dicen que esto se realizó por compasión de Lucífero y de Tetis pero no de Júpiter. [Este asunto lo abarcó así, brevemente, Eurípides en Ifigenia entre los Tauros (1089-1093): Pájaro que junto a los rocosos acantilados del mar, Alcione, cantas un lúgubre lamento, grito comprensible para quienes comprenden que sin cesar, con tus cantos, celebras a tu esposo.] Se dice que estas aves son del tamaño de un pájaro, según dice

754 Cf. Paus. IX 5, 9, para todo lo referente a la muerte de los dos hermanos. 755 La lectura del ms. K de los escolios a Teocrito ofrece: Maiolou, corregida por Reiske como men

Aiolou: y los códices dan Kanobes corregida por Wilamowitz en Kanakés.

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Plinio (N.H.X, 47, 89-90), de color azulado, de cuello delgado y esbelto, y que los machos, cuando han envejecido, son llevados por las hembras sobre las alas. En verdad, dado que Alcione había sido convertida en ave y que los huevos que ponía sin interrupción se precipitaban en el mar, porque había surgido una gran tempestad, Júpiter, compadecido le concedió catorce días en medio del invierno, en los que, gracias a la tranquilidad del mar, pudiera poner los huevos y hacer salir los polluelos y a esos días los llamaron alcionios o alciónidas, según escribió Teocrito en Los que celebran las flestas de los cereales (VII 57-60): Y los alciones calmarán las olas y el mar y el Noto y el Euro, que agita las más profundas algas, los alciones, que fueron las más queridas de las aves para las glaucas Nereidas. Fueron llamadas alciones porque dan a luz en el mar, puesto que hals es mar y kyein parir. Dicen que los alciones hacen sus nidos en tomo al solsticio de invierno y que construyen el nido con una estructura admirable en forma de red de pesca y de tanta dureza que no puede romperse ni con el hierro ni con las piedras, y lo constmyen con ramas de agujas de pino, [que llaman belonas y que los hacen tan pronto como se dan cuenta de que se acerca la pesadez de su vientre.] Una vez que está acabado y dispuesto lo lanzan al mar, para observar si se resquebraja por alguna parte, y con admirable artificio le dejan tan sólo un orificio del tamaño de su cuerpo, según escribió Clearco de Sola en aquel libro que compuso Sobre el pez torpedo y Plutarco en el librilo Sobre el amor de los padres hacia sus hyos. Se dice que entre estas aves los machos son hasta tal punto lascivos qe mueren envejeciendo incluso con el propio coito, según escribió el propio Clearco en Terror e Isacio en sus Comentarios a Licofrón (387). Sin embargo, no debe pasarse por alto aquello que fue escrito por Hegesandro sobre los alciones en sus Comentarios (Anecdota Graeca Becker, 377, 30): que las Alciones fueron hijas del gigante Alcioneo que, después de la muerte de su padre, se arrojaron al mar y fueron convertidas por Anfitrite en las aves de su nombre, según se ve claramente en estas palabras: Eran hijas del gigante Alcioneo Ftonia, Ante, Metone, Alcipa, Falene, Drimo, Asterie. Estas, después de la muerte de su padre, se arrojaron al mar desde el Canastreo, que es un promontorio de Falene. Pero Anfitrite hizo que se convirtieran en aves y, de su padre, recibieron el nombre de alciones.

Estas son las cosas que a modo de fábula recuerdan los antiguos acerca de los alciones. Las cosas que se han dicho sobre las aves deben ser entendidas como si lo fueran acerca de la naturaleza de aquellas aves, puesto que concíemen a las costumbre de aquéllas. Las que se han dicho sobre los días alcionios realmente no deben ser motivo de admiración, ya que durante la época de los solsticios casi no se produce ningún cambio del aire. Pues cuando todas las cosas han llegado a lo más aho son más débiles y se detienen un poco, lo que se ve claramente con las fiechas y piedras lanzadas hacia lo alto, pues entonces inician el comienzo de otro movimiento. Así pues, para reprimir la arrogancia de los mortales, se dice que Ceix cayó en aquella desgracia, ya que no fue capaz de sobrellevar durante mucho tiempo tan gran felicidad con espíritu resignado. Pues a menudo Dios ha hecho caer, debido a su temeridad, de la primitiva felicidad a los hombres temerarios y poderosos y ha ensalzado por encima de todos los demás a los hombres pmdentes y pacíficos. Así pues, los antiguos imaginaron esta fábula para que no nos vanagloriáramos en exceso con las riquezas presentes, con la nobleza, las fuerzas o la belleza del cuerpo, ya que todas estas cosas nos han sido dadas recíprocamente por Dios, autor de todos los bienes, y para que todos comprendieran que ninguna felicidad es tan grande o tan duradera que Dios, si a causa de los pecados lo ha querido, no pueda destruirla muy rápidamente y arrojarla a lo más hondo. Pero ahora hablemos acerca del Asopo.

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Cap. 16 (sic): Sobre el Asopo

En verdad el río Asopo, a cuya hija Egina raptó Júpiter, fue hijo de Océano y Tetis, según pensó Acusilao (Jac. 2F21); otros que de Neptuno y Pero, según dice Apolodoro de Atenas en el libro III (12,6) de su Biblioteca Pero Nicanor de Samos, en el libro II de Sobre los ríos, dijo que fue hijo de Júpiter y de Clímene. Por otra parte Sesóstenes, en el libro IX de Los asuntos de Iberia, contó que fue hijo de Himero y Cleódice. Pausanias, en Los asuntos de Corinto (II 12,4), recuerda que fue considerado hijo de Neptuno y de Celusa. [Fanodemo, en Los asuntos del Ática, que de Salamine y de un tal Panopeo.] La mayor parte de los escritores aseguran que éste fue tebano por su patria y que se casó con Metope, hija de Ladón, de la que tuvo a Pelagonte e Ismeno y veinte hijas, entre las que estuvieron [Tespia, Pero, Tebe, que dio su nombre a la ciudad, y Combe, de sobrenombre Calcis, que fue la primera que inventó la armadura de bronce de Eubea, que por ella fue llamada Calcis,] Salamina, [Platea,] Harpina, Corcira, [Egina, que dieron nombre a las islas, puesto que con anterioridad se llamaban una Esqueria, la otra Enone,] Tebe, Ismena, Antíope, Aeroe, Cleone, Nemea, [a la que, como Júpiter la amara perdidamente, prometió que habría de concederle lo que ella deseara; y se dice que ella pidió la virginidad perpetua; Tanagra,] Sinope, [quienes, tanto ellas mismas como incluso sus hijos, dieron nombre a muchas ciudades. Pues la que antes se llamaba Esqueria no sólo recibió el nombre de Corcira, llevada allí por Neptuno, sino que también, al nacer allí su hijo Feax, por él fue llamada Feacia; acerca de Sinope hay una no pequeña controversia, pero no obstante la mayoría] afirman que [ella] fue raptada y llevada al Ponto por Apolo, de quien dio a luz a Siro, que dio su nombre a Siria, según dice Filostéfano (FHG, Müller, III, p. 29, fr. 3=Schol. Ap. Rh. II 946). Pero Dionisio, en Sobre la situación del mundo (775-8), escribe así que Sinope fue raptada por Júpiter: Quien en otro tiempo cogió a la errante Sinope, hija de Asopo y triste la hizo vivir más allá de su región de acuerdo con el encargo de Zeus, pues éste, anhelando su agradable amor, se la robó por la fuerza a su padre. Pero otros, entre los que estuvo Andro de Teos (Jac. 802F3=Schol. Ap. Rh. II 946), contaron que Sinope fue una de las Amazonas, otros que fue hija [de Marte y de Pamasa, otros que] de Marte y de Egina. Fue también Egina, a la que raptó Júpiter, hija del Asopo. Y como la buscase afanosamente el Asopo y no la encontrara en ninguna parte, la encontró gracias a Sísifo, tras haber acordado que como recompensa de la informción obtendría agua continua en el Acrocorinto. Algunos contaron que Sísifo pagaba el castigo de su delación en el infierno y que el propio Asopo cuando perseguía a Júpiter fue fulminado por un rayo, según dice Calimaco (Hym. IV 78). [Posidipo, en el libro Sobre los dioses y los héroes, escribió que también fue hija del Asopo Tespia, a la que Apolo concedió tres dones: que una ciudad de Beocia junto al monte Helicón fuera llamada con su nombre, que estuviera como doncella en el cielo entre los astros, y que vaticinara.] Pues el Asopo fue un río de Tebas, que tuvo su nacimiento en Aretirea y bañaba la Traquinia llamada Escolo; y él, tras haber sido fulminado, volvió a su cauce y después, durante largo tiempo, solía arrastrar carbones, según dice Apolodoro en el libro III (12,6). Por este río fue llamada

756 Para Apolodoro Asopo es hijo de Océano y Tetis y transmite la versión de Acusilao de que es hijo de Posidón y Pero.

757 Cf., sin citar a Posidipo, Schol. Arat. 223.

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Asopia toda la región del territorio tebano junto al monte Citerón, según está en el libro IX (2,23.C408) de Estrabón. Escribió Pausanias, en Los asuntos de Corinto (II 5,2), que el rio Asopo tuvo su nacimiento en las fronteras de los fliasios y que éste, deslizándose a lo largo del territorio de Sición, desemboca en el mar junto a Corinto. Pues bien, como hubo muchos Asopos, está de acuerdo con la razón que le fueran asignados diferentes regiones y diferentes nacimientos. Y los antiguos crearon la ficción de que el Asopo fue un hombre, al que le atribuyeron estas actuaciones. Otros creyeron que realmente fue un hombre, quien, dado que al excavar la tierra encontró por casualidad las fuentes del río Asopo, consiguió que el río fuera llamado con su nombre

Dicen que éste fue hijo de Júpiter, o de Neptuno, o de Océano, porque del aire convertido en agua nacen los ríos, según dice Aristóteles en los Meteoros, o porque el mar es el principio de todos los ríos. Se dice que fueron muchas las hijas de éste, que son o ríos o propiedades del agua, que obtuvieron muchos nombres. Cuentan mediante fábulas que él, tras haber sido raptada su hija, fue fulminado mientras perseguía a Júpiter, porque la sequía del cielo y el calor ya había desecado los ríos; y como el propio río, debilitado, se convertía en vapores, perseguía a Júpiter y estaba casi seco a causa del calor, se dice que fue fulminado. Pues en cierta ocasión hubo una gran sequía en el territorio tebano y en Egina, por lo que se dio lugar a la fábula. Pero ahora hablemos acerca de Deucalión.

Cap. 17: Sobre Deucalión

Para nadie es desconocido el diluvio de Deucalión y la abundancia de aguas que hubo; pero pocos han contado por completo por qué se produjo así aquel diluvio; sin embargo, nosotros, como hemos tenido por costumbre en los demás casos, también explicaremos esto. Fue Deucalión hijo de Prometeo, según escribió Apolonio en el libro III (1086-7): Allí el lapetíónida Prometeo engendró al buen Deucalión. Pero Homero, en el libro XIII (451) de la Ilíada, dice que Deucalión fue hijo de Minos en estos términos: Minos, a su vez, engendró al ilustre Deucalión. Pero Helanico '" ' (Jac. 4F6a-b=Schol. Ap. Rh. Ill 1085) escribió que fue hijo de Prometeo y de Pandora. Hesíodo (fr. 2M-W=Schol. Ap. Rh. III 1086) que de Prometeo y Pandora, lo que también atestigua Estrabón en el libro IX (5,23.C443). Otros que de Minos y de Pasífae, otros que de Asterio y de Creta; pues son enumerados estos hijos de Minos por Apolodoro (III 1,2): Catreo, Deucalión, Glauco, Andrógeo, y como hijas Hécale, Jenódice, Ariadna, Fedra. Por otra parte, ocurre que se dice que hubo diferentes padres de Deucalión no sólo porque a causa de la antigüedad del asunto discrepan los escritores, sino también porque hubo diferentes Deucaliones, aunque, no obstante, se digan todas estas cosas sobre el hijo de Prometeo. Vivió éste en Cidno de la Lócride, según dice Estrabón en el libro IX (4,2.C425), donde hubo una llanura muy fértil entre Cidno y Opunte, según dice Apolonio en el libro III (1085-7): Hay una tierra rodeada de montañas escarpadas, muy abundante en rebaños y fértil; allí el lapetíónida

758 Cf. Paus. II 12. 4. 759 En la edición de 1616, en vez de Helanico aparece Heródoto, lo que prueba que Conti tenía ante sí,

también en la ampliación, los escolios a Apolonio, ya que en este lugar es citado Heródoto un poco ames que Helanico.

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Prometeo engendró al buen Deucalión. Luciano, en La diosa siria (12), dice que Deuca­lión fue aquel escita en cuyo reinado hubo un diluvio, con estas palabras: Pues, cierta­mente, muchos dicen que Deucalión, el escita, levantó este santuario, ese Deucalión bajo el cual hubo abundante lluvia. Pero Pausanias, en Los asuntos del Ática (I 18,8), escribe que en Atenas hubo un templo muy antiguo erigido por Deucalión y que el propio Deuca­lión vivió en Atenas, cuyo sepulcro estuvo también en Atenas no lejos de aquel templo. Se sabe que éste gobernó en Tesalia, al que también llamó rey Heródoto en Clío (I 56) de este modo: Pues bajo el reinado del rey Deucalión habitaba la Ftiótide. Este tuvo como esposa a Pirra, hija de Pandora y de Epimeteo, según dice Proclo, por cuyo nombre fue llamada Tesalia en principio Pirra, según testimonia en estos versos Riano de Creta (Coli. Alex. Powell, p. 13, fr. 25=Schol. Ap. Rh. III 1090): Pues, ciertamente, los más antiguos en otro tiempo la llamaron Pirra, por Pirra la antigua esposa de Deucalión; y de nuevo Hemonia por Hemón, el ilustre hijo que engendró Pelasgo, y por su parte Hemón engendró a Tésalo, por el que fueron llamados así los pueblos de Tesalia. Se dice que Deucalión tuvo como hijo a Helén, que dio su nombre a Grecia, [y a Protogenía de Pirra] y a Anfictión y Melanto; de ésta y de Neptuno fue hijo Delfo, que dio nombre a Delfos, según escribió Euforión [Con todo, hubo muchos Deucaliones, según se deduce de los testimonios de los antiguos escritores: uno, hijo de Prometeo y de Clímene, otro de Minos y de Pasífae, según dice Ferecides (Jac. 3F85=Schol. Ap. Rh. III 1087), otro de Abante y de Asopia, según escribió Aristipo en el libro I de Los asuntos de Arcadia (Jac. 317F2=ibid.); otro hijo de Halifrón y de la ninfa lofosa, del que hizo mención Helanico, otro de Asterio y de Creta, hija de Halimón, de la que se piensa que dio su nombre a Creta, sobre lo que habló Apolodoro de Cízico; y de nuevo el hijo de Prometeo y de Pandora, del que ya se ha hablado y al que se refieren casi todas las acciones de los demás. Tuvo, además, una hija, Protogenía, de Pirra, a Hemón, del que recibió su nombre Hemonia, y Melantia.] Confió a la memoria Andro de Teos que en la época de Deucalión hubo una gran cantidad de hombres criminales, puesto que eran muy numerosos los hombres en todas partes. De hecho, existe la costumbre de que, cuando se vive con mucha dificultad en medio de una gran muchedumbre, la escasez de víveres hace a los hombres más astutos y peores. Pues el hambre no respeta ni la religión de los dioses ni la majestad de las leyes ni la autoridad de los príncipes, razón por la que se produce todo tipo de crímenes a causa de la escasez de alimentos. De ahí nace la indignación de los dioses y la crueldad de las guerras, tales cuales las hubo, por decisión de Júpiter, en época de Edipo y de Priamo, cuando casi todo el orbe de las tierras se inflamó con aquellas guerras. Después, por decisión del mismo Júpiter, surgieron pestes muy asoladoras para destruir las naciones criminales, por lo que se dice que las Furias se sientan en el trono de Júpiter. Pues es la misma la naturaleza de las ciudades que la de los cuerpos de cada uno de los hombres, de manera que, cuando han estado llenas de muchos hombres malvados, como si fueran humores nocivos, se purgan, decidiéndolo así la providencia divina, valiéndose de algunas calamidades, puesto que nada humano puede permanecer durante largo tiempo en el lugar más elevado y la venganza divina está siempre próxima a los pecados de gran magnitud.

760 En Schol. Lyc. 207 se dice que Delfo es hijo de Posidón y de Melanto, hija de Deucalión, pero sin atribuir este dato a Euforión, quien es citado en el párrafo anterior. La autoría de esta versión es dada a Epañodas en Schol. Aesch. Eum. 2.

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Por otra parte, que fue muy grande la muchedumbre de hombres malvados lo señaló así Ovidio en el libro I (240-2) de las Metamorfosis: Una sola casa ha sucumbido, pero no fue la única digna de perecer; por donde la tierra se extiende, reina la cruel Erinis; pensarías que se han juramentado para el crimen. Pero, en verdad, fue considerado un hombre bueno y piadoso Deucalión, quien fue el primero en edificar templos a los dioses inmortales y en fundar ciudades, según dice Apolonio en el libro III (1087-9): El lape­tíónida engendró al buen Deucalión, que fue el primero en construir ciudades y en levantar templos a los inmortales y el primero también en reinar sobre los hombres. Así pues, Deucalión y Pirra se destacaron sobre los restantes hombres por la integridad y santidad de su vida y por el respeto hacia los dioses inmortales, acerca de los cuales escribió así Ovidio en el libro I (322-3): No hubo ningún hombre mejor que aquél ni más amante de la justicia, o ninguna más respetuosa para con los dioses que aquélla. Se salvaron en un arca, tras haber llevado allí las cosas necesarias, según les había sido aconsejado por Prometeo, arca que Luciano, en Timón (3), llamó kitMtion, pero Andró de Teos larnaka; por eta razón el monte Parnaso se llamaba antes Lamaso, porque allí había llegado aquel esquife; después, cambiada la primera letra, recibió el nombre de Parnaso. Como la tierra estuviera oculta bajo las aguas durante muchos días, se dice que Deucalión, para saber si las aguas habían bajado o si estaba lejos de la tierra, envió una paloma que llevaba consigo, según atestigua Plutarco en el librito Sobre la actividad de los animales (Mor. 968F). Como hiciese esto muy a menudo y aquélla volviera volando muy rápida­mente allí, porque no tenía dónde posarse, comprendía Deucalión que las aguas todavía no habían bajado lo suficiente. Pero como, por último, volase y ya no volviese más, se dio cuenta de que el suelo de la tierta estaba ya seco en alguna parte y que éste no estaba lejos, razón por la que Deucalión se dirigió hacia allí con la barquita; desembarcando allí con Pirra, escuchó el oráculo de Temis, que entonces daba las respuestas, para saber de qué manera, si así placía a los dioses, podía ser renovado el linaje humano [lo que algunos confiaron a la memoria que ocurrió junto al río Cefiso]. Y obtuvieron la siguiente res­puesta: que, con las cabezas cubiertas, lanzaran detrás de sí los huesos de la madre; reflexionando sobre estas cosas durante mucho tiempo, 1̂ respuesta de la diosa en parte les parecía muy difícil, puesto que todas las cosas estaban cubiertas por el barro, en parte incluso impío, si también se les ordenaba desenterrar y remover los huesos de los muertos, que ignoraban dónde estaban. Pero finalmente le vino a la mente a Deucalión que la madre común y nutricia de todos era la tierra, cuyos huesos con todo derecho podrían ser llamadas las piedras a causa de su dureza; y así describió el asunto Ovidio en el libro I (377-87): Y hablaron así: «Si las divinidades, vencidas, se ablandan con súplicas justas, si se do­blega la cólera de los dioses, di, Temis, con qué artificio puede repararse el daño de nuestro linaje y, muy benevolente, socorre a un mundo sumergido». La diosa se conmovió y dio esta respuesta: «Alejaos del templo y cubrid la cabeza; desatad los vestidos ceñidos y arrojad tras la espalda los huesos de la gran madre». Se quedaron atónitos durante algún tiempo y Pirra, la primera, rompió el silencio con su voz y rehusa obedecer las órdenes de la diosa, le pide perdón y le suplica con rostro aterrorizado y tiene miedo de ultrajar las sombras de la madre arrojando los huesos. Y, tras haberla escuchado Deucalión, al punto añadió después (Met. I 393-4): «La Gran Madre es la Tierra; pienso que las piedras son llamadas los huesos en el cuerpo de la tierra; se nos ordena que arrojemos éstas a nuestras espaldas». Pero abarcó este asunto muy brevemente Juvenal, en la Sátira 1 (81-4), con estos versos: Desde que Deucalión, al hacer cesar las nubes el agua, subió al

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moiiw con su barca y pidió las oráculos; y poco a poca Uis piedras, ciblundadas. se calentaron con un alma y Pirra mostró desnudas lus jóvenes a los varanes. Esto mismo lo contaron así los creadores de fábula, ya que los griegos llaman a los pueblos lai y a la piedra laus, según está en estas palabras ( = Schol. Pind. OÍ. IX 70c): De las piedras imcieron los mortales y reciben su nombre los pueblos. Sin embargo Arriano, en el libro 11 (3) de Los asuntos de Bitinia, dice que, a consecuencia de ese diluvio, Deucalión se refugió en una cindadela y en el lugar entonces más elevado de Argos, por lo que después de aquella inundación levantó un altar a Júpiter Afesio, es decir liberador; y este lugar fue llamado Nemea por el pasto de los rebaños que allí pastaban en gran número. [Y no se me pasa por alto que en ese templo de Júpiter Olímpico que hubo en Atenas, hubo un hundimiento del terreno de un codo de altura, abertura por la que recuerdan que corrían las aguas durante el diluvio de Deucalión, y en esta abertura todos los años solían arrojar polenta con miel y harina de trigo.] ' '* ' Después de aquella inundación, según dice Trasí-bulo en su Historia (=Steph. Byz. Dodone), tomando a los que habían quedado supervi­vientes, habitó Dodona, región que llamó así por una de las Oceánides, como escribió también Acestodoro en sus Comentarios (ibid.). [Fue confiado a la memoria por Pausa­nias, en Los asuntos del Ática (I 40,1), que Mégaro, hijo de Júpiter y de una de las ninfas Sítnides, escapó del diluvio en la cumbre de Gerania, aunque el monte todavía no tenía aquel nombre, pues, al haber llegado allí Mégaro siguiendo el grito de unas grullas que volaban, puesto que los griegos llaman a la grulla geranos, llamó al monte Gerania.] Estas son aquellas cosas que sobre Deucalión fueron inventadas por los antiguos; ahora investi­guemos por qué fueron así imaginadas. Deucalión fue un hombre bueno, justo y piadoso que, a causa de su justicia y religiosidad, no sólo fue considerado hijo de Prometeo o de la prudencia sino también salvado del ímpetu de las aguas con la protección de Dios, mientras todos los hombres malvados murieron al mismo tiempo. Pues es el comienzo de la sabidu­ría el temor del dueño, por lo que Deucalión fue hijo de la prudencia. Puesto que Dios no permite en absoluto que se hundan los hombres buenos, a los que permite fluctuar, por ese motivo Deucalión y Pirra, guardados en un arca, escaparon de esa tempestad. Y, dado que volvieron a nacer hombres incivilizados y desconocedores de la religión y del culto de los dioses, se dice que son piedras, que fueron modeladas por Deucalión y por Pirra para una vida mejor y se convirtieron en hombres. Así pues, esta fábula exhortaba a los hombres a la honradez y al culto de Dios, fábula que, según me parece ciertamente, ha sido sacada de las Sagradas Escrituras Y ahora hablemos acerca de lo.

Cap. 18: Sobre lo o Isis

lo, la que fue convertida en una vaca blanca por los celos de Hera, fue, según fue escrito por C é r c o p e ( = A p o l l o d . II 1,3), hija de Argos y de Ismene, hija del Asopo, pero por Acesodoro que de Neptuno y H a l í r r o e a la que sin embargo Acusilao (Jac.

761 Cf. Paus. I 18, 8. 762 Como vemos Conti tiene la convicción de que existe un paralelismo con el diluvio bíblico de Noé. 763 Cércope dice, tal como lo transmite Apolodoro, que el hijo de Argos e Ismene fue Argos Panoptes, no

lo.

764 Halírroe no aparece en las fuentes mitográficas, ni está recogida en el Lexikon de Roscher.

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2F26) consideró hija de Piren y que fue sacerdotisa de Juno, según escribió Apolodoro en el libro 11 (1,3) de su Biblioteca. Sin embargo, fue la opinión más común de los escritores que ella fue hija del río Inaco, según escribió Ovidio en el libro I (583-5) de las Meta­morfosis: Faltaba solamente ¡naco y escondido en lo profundo de su cueva aumenta con lágrimas sus aguas y, muy desdichado, llora a su hija lo como si la hubiera perdido. Quienes dijeron que ella fue sacerdotisa de Juno contaron que fue convertida por Juno en vaca cuando descubrió que había sido violada por Júpiter. Y entonces Júpiter juró que en modo alguno se había unido a ella. Sin embargo. Juno pidió a ésta como regalo a Júpiter y la entregó, para que la guardara, a Argos, hijo de Arestor, según dice Asclepíades Mirlea-no^*' (Jac. 12F16=Apollod. II 1,3), o de la Tierra, según opinó Acusilao (Jac. 2F27 = ibid.); éste la ató a un olivo en un monte de Micenas. Dejó escrito Andretas de Ténedos, en la Navegación de la Propóntide, que lo no sólo estuvo consagrada al sacerdocio de Juno, como pensaron algunos, sino que incluso fue una meretriz que intentaba enredar en su amor a Júpiter, según está también en el Comentarista de Teocrito (II 17) Y para este fin se valió de la ayuda de linge, hija de Eco, o mejor de Persuasión, y de Pan. Conocido este hecho, linge fue metamorfoseada por Juno en el ave de su nombre, ave que consideran también útil para los encantamientos y, puesto que ella siempre mueve la cola, fue llamada por los latinos caudatrémula'*'. [Por otra parte, es un ave pequeña y tiene las plumas moteadas y el cuello tan largo como el tamaño de su cuerpo, la lengua la mayoría de las veces fuera y muy a menudo ella misma se encorva y tuerce el cuello.] Cogiéndola, las mujeres hechiceras la tuestan y la queman atada a una rueda de cera sobre carbones con algunas imprecaciones; pero algunas magas no la atan entera a la rueda sino sólo sus entrañas. Hasta aquí Andretas. Cuentan mediante fábulas que ésta fue entregada a Jasón por Venus en la época en que navegaba a Coicos, para que pudiera atraer a Medea a su amor. Así, en efecto, Júpiter, llevado mediante el artificio de linge en una niebla para permanecer oculto, se unió a lo; tras haber conocido esto. Juno se dirigió allí presa de celos; pero Júpiter, dándose cuenta de ello, convirtió a lo en una vaca blanca, para, con esta artimaña, hacer desaparecer cualquier sospecha de Juno. Pero Juno, una vez que hubo visto aquella vaca, la pidió como regalo a Júpiter. Y Júpiter, temiendo que se hiciese evidente el engaño si no la entregaba, aunque de mala gana sin embargo se la regaló. Pero, como hubiera estado guardada bajo la custodia de Argos, que tenía cien ojos, Júpiter, compadecido finalmente de ella, envió a Mercurio para que se llevara a lo raptándola aunque tuviera que dar muerte a Argos. Entonces Mercurio, adoptando la figura de un pastor, intentó incitar a Argos al sueño con su zampona gracias a la suavidad de su sonido y lo durmió también tras tocarlo con el caduceo. Después, cuando intentaba robar la vaca. Argos fue despertado por Hierace, un joven imprudente Entonces, como Mercurio no pudiera mantener oculto por más tiempo el asunto, mató a Argos con una piedra [y metamorfoseó a Hierace en el ave de su nombre, que es llamada por los latinos halcón]. Muy turbada por este asunto. Juno convirtió en primer lugar a Argos en pavo real con

765 Según la edición de Aegius que Conti maneja, con toda probabilidad, es Asclepíades quien da este datp. Pero Heyne, de acuerdo con el testimonio de Schol. Eur. Phoen. 1116, cambió Asclepíades por Ferecides (Jac. 3F67).

766 Cf. también Schol. Pínd. Nem. IV 56 y Schol. Lyc. 310. Ninguno cita a Andretas de Ténedos. 767 Es la motaciUa que también aparece traducida como «tuercecuello» en otros lugares. 768 Cf. Apollod. II 1, 3.

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todos sus ojos, cuantos aparecen también ahora en sus plumas, después envió un tábano a la vaca, por el que ésta fue muy cruelmente acosada, según testimonia Virgilio en el libro III (152-3) de las Geórgicas: En otro tiempo con este monstruo puso en práctica su cólera temible Juno, maquinando la perdición de la novilla hija de Inaco. Por consi­guiente, se dice que ésta, atormentada por su locura, en primer lugar atravesó a nado el mar que por ella fue llamado Jónico, aunque Teopompo (Jac. 115F128a=Schol. Ap. Rh. IV 308), así como Arquídamo, afirma que por los jonios allí sumergidos en la travesía. Pero después, marchando a través de Iliria, subió al monte Hemo y atravesó el golfo de Tracia que por ella después fue llamado Bosforo. Pues hubo dos Bósforos, el cimerio y el Tracio. Que estos lugares fueron así llamados por ella lo puso de relieve Prometeo en Esquilo, cuando vaticina a la joven lo todas las cosas que le irían a suceder, entre las que también éstas (Prom. 840-1): Sábelo bien, será llamado Jonio, recuerdo para todos los mortales de tus correrías. Y aquello (732-3): Siempre habrá entre los mortales un gran recuerdo de tu viaje y será llamado como sobrenombre Bosforo. Pero, dirigiéndose a Escitia, después atravesó muchos mares de Europa y de Asia y finalmente llegó a Egipto, según dice Ovidio en el libro I (728 ss.) de las Metamorfosis. Y así, como lo hubiese conocido con anterioridad de Prometeo las fatigas que habría de soportar, casi cayó en la desesperación, por lo que habla así consigo misma (Prom. 747-51): ¿Qué ganancia es para mí la vida? ¿Pero por qué no me arrojo inmediatamente desde esta escarpada roca para, estrellándome en el suelo, librarme de todos mis sufrimientos? Pues es mejor morir solamente una vez que sufrir malamente cada día. Así pues, se dice que lo, una vez que hubo llegado a Egipto junto a las orillas del Nilo, recuperó su antigua forma humana, tal como señaló Mosco en Europa (II 49-52) en estos versos: Y observaban a la vaca que recorre el mar. Y estaba allí Zeus acariciando suavemente con la mano a la ternera marina y junto al Nilo de siete bocas, de vaca de hermosos cuernos la convirtió de nuevo en mujer. Y escribió Esquilo, en Prometeo (848-9), que lo recuperó su primitiva forma al tocar Júpiter el lomo de esta novilla. Dejó escrito Apolodoro, en el libro Sobre los dioses, que esto mismo otuirió junto a la ciudad de lope, que fue así llamada porr la propia lo, ya que había vencido a Argos con la ayuda divina: Y la ciudad recibe el nombre de lope porque allí lo, tras haber vencido a Argos, se volvió humana. Escribió Apolodoro (Bibl. II 1,3) que lo, recuperada su primitiva forma junto a las corrientes del Nilo, dio a luz, como producto de su unión con Júpiter, a Epafo, al que Juno entregó a los Curetes para que lo ocultaran. Se dice que Júpiter, una vez que hubo sabido esto, dio muerte a los Curetes en la época en que lo se dirigió a Siria para buscar a su hijo y, al haberlo encontrado, volvió a Egipto. Sin embargo Estrabón, en el libro X (1,3.C445), escribe que hubo en Eubea, en la costa del mar Egeo, una cueva que se llamaba Casa de la Vaca, donde se dice que lo dio a luz a Epafo. Así pues, se dice que después del parió fue convertida en diosa y honrada por los egipcios con el nombre de Isis como protectora de las tempestades y los navegantes, según atestigua Luciano en el Diálogo de Zefiro y Noto (Dial. deor. mar. 7)

Estas son las cosas que sobre lo, la hija de Inaco, han sido dichas por los antiguos escritores. Confió a la memoria Heródoto en Clio (I 1) que lo fue raptada por los fenicios y llevada hasta Egipto, lo que también fue escrito por Eforo (Jac. 70F156=Schol. Ap. Rh. II

769 Cf. también Lue. DiaL deor. 3 (Zeus y Hermes).

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168) y se creyó generalmente que por los fenicios. Pero muy diferente es la opinión de los persas ' ' ° , ya que pensaron que cuando lo se unió en Argos a un marinero de una nave fenicia, temiendo a sus padres, puesto que había sabido que ella estaba grávida, se embarcó de buen grado hacia Egipto con los fenicios. Por otra parte, que atravesó el mar convertida en vaca se considera totalmente falso, pero se dio lugar a la fábula porque navegó en una nave que tenía pintada en la proa la parte anterior de una v a c a ' " . Así pues, como en aquella nave atravesó el mar que separa Asia de Europa, en cuya costa se levantó Bizancio, el lugar fue llamado Bosforo porque hasta allí llegó la vaca. Otros creyeron que fueron construidas precipitadamente unas navecillas por los nativos que querían atravesarlo y, puesto que eran arrastradas por bueyes, el lugar fue así llamado. Otros sostuvieron que fue llamado Bosforo por aquel toro que el rey de los egipcios envió a Inaco por lo. Pero, al haber muerto, lo rodearon mostrándolo, porque aquel animal no había sido conocido antes ni visto en Grecia, segtín dice Sosífanes en Meleagro Puesto que a los que estaban lejos les pareció que aquel toro nadaba sobre las aguas, porque estaba sobre un suelo de maderos, aquel mar fue llamado Bosforo por el caminar del buey. De hecho, se represen­taba una estatua de Isis con cuernos, que tenia calzado de hojas de palma porque la luna es la causa de la fertilidad de Itfs palmeras. A ésta se le consagraron víctimas hembras, a saber también novillas, según escribió Heródoto en Euterpe (II 41): Y no les está permitido sacrificar hembras, sino que están consagradas a Isis. Efectivamente, la estatua de Isis es ¡a de una mujer con astas de buey, del mismo modo que los griegos representan a lo. Dicen que después Epafo, conseguido el imperio de Egipto, edificó la^ciudad de Menfís y ordenó que se rindiera culto a su madre, después de su muerte, con el nombre de Isis. Y éstas son las cosas que tienen que ver con la exposición histórica.

En lo que respecta a la física, lo fue o bien llamada Luna o bien considerada la tierra. Pues se dice que lo fue hija de Argos y de Ismene, o de Neptuno, o del río Inaco, o del agua en su conjunto, porque se creía que lo es el suelo de la tierra. Pues la tierra, a los que están lejos, les parece que surge poco a poco de las aguas. Júpiter se adueñó de ésta en la niebla porque Júpiter, ciertamente, se interpreta como el calor del éter, mediante el cual continuamente se alzan los vapores de la tierra. Cuentan mediante fábulas que lo se convirtió en vaca, animal dedicado a la fertilidad de la tierra, cuya actividad se desarrolla toda en el cultivo de los campos a causa de la riqueza de la propia tierra, pues cuando se acercó Juno, esto es el más suave calor del aire, entonces Júpiter le concedió aquella vaca, puesto que ni por el excesivo calor continuo ni por el filo la tierra se hace fértil. Juno la entregó para su custodia a Argos, que tenía cien ojos, porque el cielo, que tiene tantas estrellas como ojos, continuamente contempla la tierra y, cambiando continuamente las estaciones según su curso, sirve de mucha ayuda a la fertilidad. Una parte de estas estrellas o de estos ojos duerme, la otra vigila, porque parece siempre que la mitad del cielo está iluminada por el Sol, ya que en su mitad muestra numerosas estrellas; y se dice que las estrellas que se oscurecen con la luz del Sol duermen. Pero, ¿por qué Júpiter ordenó a Mercurio dar muerte a Argos? Porque la planificación tiene mucho poder en la agricultura. Se dice que esta vaca fue liberada una vez muerto Argos y que recorrió casi todo el orbe de

770 Esta opiftión, como ti natural y como dice Heródoto I S, ea la de los fenicios; la de los persas es la que expone Herod. I 1, a saber que Europa fue raptada por los fenicios.

771 Dato procedente de Bocc. G.D. Vn 22. 772 Esta versión, sin citar a Sosífanes ni su obra, aparece en Schol. Ap. Rh. n 168.

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las tierras y atravesó nadando todos los mares, porque la prudencia y la actividad de los agricultores parece superar incluso la bondad del aire o maldad de la fortuna, puesto que la tierra se hace fértil sobre todo con la actividad de los colonos. Esta misma planificación de la agricultura, extendida a todas las tierras, llegó finalmente a Egipto; y puesto que esta tierra, debido a su fertilidad y bondad, pone especialmente de manifiesto la fuerza y la riqueza de la naturaleza, se dice que allí la vaca recuperó su forma primitiva. Después de que Isis, la mujer más hermosa de toda su época, llegase junto a éstos, fue tomada como esposa por Apis, rey de Egipto. Algunos dicen que ésta, muerto Argos, anciano muy prudente rey de los argivos, acompañó a Mercurio, expulsado de Grecia, para apoderarse él mismo del poder, ya que las cosas le habían resultado muy poco prósperas. Allí, como Isis hubiera mostrado a los Egipcios la agricultura y muchas cosas útiles para la vida humana, fue honrada como diosa y le fueron decretados honores divinos. Ciertamente, yo pensaría que esta fábula en su conjunto está más acorde con la órbita de la Luna; y dijeron que ésta era hija de Inaco o de Neptuno porque la Luna imperceptiblemente produce humedad con la luz nocturna, según dice Ptolomeo en el Almagesto. Dijeron que esta hija de Inaco se unió a Júpiter en una niebla porque Júpiter algunas veces también se convierte en el Sol, dado que en la conjunción de estos planetas nacen la mayoría de las veces nubes o nieblas. Después, debido a la cercanía de Juno, lo se convierte en vaca porque casi siempre, al menos al tercer día de la conjunción, la Luna sale con cuernos e imita los cuernos de la vaca. Pues si ella antes del cuarto día no se ha despojado de las nubes y no se somete al aire más puro, se presagian lluvias continuas casi para todo el mes. Juno recibe a ésta, que ha salido de la conjunción y se aleja de las nubes, y se la entrega a Argos para que la custodie, porque ella está más baja que todas las restantes estrellas, por las que es contem­plada desde lo alto. Argos muere por orden de Júpiter y la vaca es liberada de Argos porque, al conceder el Sol a la Luna su luz y sus fuerzas, ella supera las fuerzas de todas las estrellas y son más notables las fuerzas de la Luna que las de todas las demás estrellas y mayores las acciones en los cuerpos humanos que produce la Luna cuando ha crecido un poco. Se dice que esta lo recorrió el orbe de las tierras, llegando bien a Escitia, que es una región en el norte, bien a Egipto, porque, al ser la Luna muy veloz y arrastrar consigo todos los mares, bien llega al Septentrión o bien llega hasta el Austro desde la elíptica. Allí fue convertida en diosa, a la que representan con cuernos, tras haber recuperado su forma primitiva, porque los egipcios fueron los primeros de los mortales que, al alzar sus ojos al cielo y ver que el cielo, el Sol, la Luna y los astros se movían en un continuo movimiento y que eran de gran provecho para los asuntos humanos gracias a su continua carrera, los llamaron dioses y veneraron con honores divinos especialmente al Sol y la Luna, como atestigua Eusebio en el libro II (88 B) de la Preparación evangélica, y Platón en el Cratilo (397 c-d). Otros recondujeron esta fábula a la vida humana y a poner de manifiesto las costumbres de los mortales y dijeron que lo era las almas de los hombres poco sensatos, las cuales, unidas en principio con Júpiter en la niebla y deslizándose desde el cielo a estos cuerpos llenos de tinieblas, se convierten en bestias y no desean observar la divinidad del sumo Dios o la inmortalidad recibida. Y así cambiadas son entregadas a Juno, puesto que la avaricia y el cúmulo de todos los placeres invade a los hombres, los cuales son con mucho más numerosos que los ojos de Argos. Poco después, cuando ha llegado la edad madura, es enviado por Júpiter Mercurio para dar muerte a Argos, porque la razón final­mente refrena los placeres y hay saturación de todas las pasiones. Después es enviado por Juno un tábano, aue es el aguijón de la conciencia y el recuerdo de las cosas pasadas y de

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la vida vivida inútilmente. Este hace que comprendamos que nos hemos apartado del cielo tiempo ha, según dicen, y que, convertidos en más prudentes, adoptemos la primitiva figura de hombres y finalmente nos hagamos como los dioses inmortales gracias a la santidad de la vida, la inocencia, la justicia y la humanidad para con todos los hombres buenos. Y suficiente sobre lo, ahora hablemos acerca de Vesta.

Cap. 19; Sobre Vesta

Y no sólo fije considerada por los antiguos la Tierra Isis, sino también Vesta, de la que creyeron los antiguos que era hija de Saturno y de Rea, según atestigua Diodoro Siculo (V 68,1) y Orfeo (Hym. 84,1) en estos versos: Hestia, soberana hija del poderoso Crono. Y el libro VI (285-6) de los Fastos: Recuerdan que nacieron de Opis y de la semilla de Saturno Juno y Ceres, la tercera fue Vesta. Algunos, entre los que estuvo Posidonio, opinaron que hubo dos Vestas, una la madre de Saturno, que también fue llamada Pales, otra la hija, que fue considerada siempre virgen. Pero, dado que todas las cosas hacen referencia a un solo nombre, no existiendo ninguna diferencia de nombres, explicaremos brevemente qué opinaron los antiguos acerca de Vesta. Así dijeron que Vesta fue la guardiana de todas las casas, y a ésta le eran ofrecidas las primicias de todas las cosas, según atestigua Homero en un Himno (XXIX 1-6): Hestia, tií que en las elevadas mansio­nes de todos los dioses inmortales y de los hombres que caminan por la tierra te ganaste un puesto perpetuo como honra de primogénita, obteniendo asi una bella recompensa y honor; pues sin ti no hay banquetes entre los mortales donde el que los comienza no haga libación de vinis dulce como la miel en el primer lugar y en el último en tu honor, Hestia. Pues como Vesta, la hija de Saturno, hubiese sido la primera en descubrir la manera de construir casas, se la pintaba en el interior de las casas en todas partes, para que guardara las casas y fuera custodia de sus habitantes, según atestigua en estos términos Posidonio en Héroes y divinidades: Pues Hestia, la hija de Crono, fue la primera en descubrir la vivienda, a la que, a causa de este descubrimiento, pintaron en el interior de las casas, para que las conservara y fuera guardiana de sus habitantes. Por esto mismo, también la casa es llamada Vesta o Itestia, según dice Eurípides en Medea (395-7): A la que yo honro por encima de todos y la tengo como auxilio a Hécate. Pues fue costumbre en todos los sacrificios ofrecer las primicias a Vesta, según se ha dicho; la causa de esta costumbre la presentó de este modo Aristócrito en el libro II (Jac. 493F5=Schol. Ar. Vesp. 846): Pues, después de que le fue arrebatado el poder a los Titanes, habiendo recibido Zeus la soberanía, concedieron a Hestia tomar lo que quisiera y ella pidió en primer lugar la virginidad y, después de la virginidad, que le fueran asignadas a ella en primer lugar las primicias de los sacrificios por parte de los hombres. Y después de esto fue así costumbre en los sacrificios entregar las primicias de los sacrificios en primer lugar a Hestia. Esto mismo lo afirma también Aristófanes en las Avispas (845-6): Sino para que, comenzando por Hestia, irrite a alguien. [Se representaba a Vesta como una mujer que estaba sentada y llevaba corona, alrededor de la cual había múhiples clases de plantas y de acariciantes animales, según dice Hecateo de Mileto en las GÍenealogías.] Pues, al haber dos Vestas, mediante la más antigua, la madre de Saturno, señalaron la tierra y por la más joven el fuego puro del éter, según atestigua Ovidio en el libro VI (267-8) de los Fastos: Vesta y la tierra son la misma cosa. Bajo una y otra está situado el fuego que no se extingue; la

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tierra y el hogar significan su morada. Asi pues, dado que el fuego del éter es eterno, con toda razón fue llamada Vesta eterna, según está en Horacio en el libro III (5,11) de los Poemas. Homero dijo, en los Himnos (XXIX 1-2), que ésta poseía también las elevadas moradas de los dioses y las mansiones eternas. Pero Orfeo que la región central del fuego eterno en estos versos (Hym. 84,1-2): Hestia soberana, hija del poderoso Crono, que posees la región central del gran fuego eterno. Y como en el Pritaneo se hubiera erigido un altar en el que se conservaba un fuego perpetuo e inextinguible, Pólux (I 7) llamó este altar Vesta en estos términos: Sobre éstos hacemos sacrificios, o encendemos fuego; altar, incensario, Hestia, pues algunos lo llaman así; y así llamarías con todo derecho a la que está en el Pritaneo, sobre la cual arde un fuego inextinguible. Y Ovidio, en el libro VI (291-2) de los Fastos, piensa que la propia llama recibió el nombre de Vesta, según se ve claramente en estos versos: Y date cuenta tú de que Vesta no es otra cosa que la llama viva; y de la llama no ves que haya nacido ningún cuerpo. Prueba de que esta diosa fue honrada como fuego con especial veneración incluso desde el comienzo de Roma fueron todas aquellas cosas que tenían que ver con la perpetua virginidad de las Vestales que, puesto que son muy conocidas para todos, no las explicaré ^ o r a . Dado que una de estas Vestas fue madre de Saturno, con razón fue llamada antigua y venerable, según está en el libro IX (259) de la Eneida de Virgilio: Y el hogar de Asáraco y los santuarios de la venerable Vesta.

Que ésta fue sin duda la Tierra lo atestigua Plutarco en el VIII de los Problemas simposíacos, puesto que dice que las mesas de los antiguos eran redondas a semejanza de la tierra; éstas, al ofrecemos el alimento como la tierra, reciben el nombre de Vesta. Peto, según pienso yo ciertamente, esto lo manifestó también con toda claridad Platón en el Timeo (Phaedr. 246e-247a), cuando hace que se agiten todos los dioses, es decir los elementos, y las fuerzas de los cielos y tan sólo se mantiene inmóvil en medio de éstas la tierra, según se deduce de estas palabras: Pues Zeus, el gran auriga en el cielo, condu-cietuio el carro alado, avanza el primero a través del cosmos preocupándose de todas las cosas y a éste le sigue el ejército de los dioses y de las divinidades distribuido en doce partes y sólo Hestia permanece en la mansión de los dioses. Pues, como Júpiter es el supremo Dios, los dioses y los restantes démones son planetas y cuerpos celestes y ele­mentos, todos los cuales están contenidos dentro de las doce partes del Zodiaco. Y, dado que el primer cuerpo móvil arrastra consigo todos los restantes, por ello se dice que los dioses y démones siguen el carro alado y no es pequeño el ejército de éstos. Pero de éstos que son considerados dioses, Vesta es la única que, inmóvil, guarda la casa, puesto que ella es la tierra, según puso de manifiesto Eurípides (fr. 944 N=Macr . Sat. I 23,8) en estos versos: Y la madre tierra, a la que llaman Hestia los hombres sabios, que permanece en el éter. Pues la tierra es la única de todos los cuerpos naturales que es inmóvil y está quieta elevada en medio de todo el orbe, como en el aire, y no se inclina más hacia ninguna parte del mundo, por lo que con razón dice Ovidio en el libro VI (269-72) de los Fastos: La Tierra, semejante a una pelota, sin sostenerse en ningún punto de apoyo, cuelga en el aire que se extiende bajo ella tan pesada carga. Su propia rotación mantiene equilibrado el orbe y no hay ningún ángulo que presione sus partes. Así pues, dado que la tierra dista por todas partes lo mismo del cielo, se dijo que está sentada en el éter y que no se apoya sostenida por nada. A ésta, en calidad de divinidad que tiene a su cuidado la parte más alta del fuego, se le hacían sacrificios con perfumes. Pero, al considerarse que la Vesta más antigua era la Tierra, se le ofrecían fiores, como a la madre productora de ellas, según está en

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Virgilio en el libro V (743-5): Recordando estas cosas, aviva la ceniza y los fuegos adormecidos, y el lar de Pergamo y el santuario de la venerable Vesta y los venera suplicante con torta sagrada y un incensario lleno. Plotino ( V 5 , 5 y V I 2 , 8 ) y otros muchos sostuvieron absolutamente que Vesta era el alma de la tierra, que algunas veces fue también llamada Ceres. Otros, entre los que estuvieron los Platónicos, creyeron que Vesta era la ousia de las figuras separadas y el fundamento sólido de las cosas divinas. Por ello, en los sacrificios de todos los dioses solían ser ofrecidas por los antiguos las primicias a Vesta. Una Vesta fue considerada madre de Saturno porque, al no existir todavía el tiempo, la tierra permaneció oculta en la confusa mole del mundo. La otra su hija porque después del cielo y del tiempo Dios, el sumo artífice, creó los cuerpos de los elementos. Por consiguiente, al ser la tierra el fundamento de casi todos los cuerpos naturales, con razón fue llamada madre de los dioses por los antiguos, según atestigua Estrabón en el libro X. Dijeron que ésta, como protectora de los banquetes y de todos los sacrificios, solía coger las primicias, ya que sin los dones de la tiena o sin el calor del cielo no puede nacer nada apto para los festines; y, ya que ésta produce todos los presentes para los sacrificios, con razón se creyó que cogía las primicias de todos ellos. Pero qué es Vesta y el hecho de que fuera honrada por los antiguos, dado que todos los elementos y las fuerzas de los elementos eran llamados con nombres divinos por los antiguos, quienes pensaron que nada estaba exento de Dios, ya ha sido explicado suficientemente [Y ahora hablemos acerca de Iris.

Cap. 20: Sobre Iris

Iris fue hija de Taumante y Electra y hermana de las Harpías, según atestiguó Hesíodo en la Teogonia (265-7) en estos versos: Taumante se llevó a Electra, hija del Océano de profundas corrientes; ésta dio a luz a la rápida iris y a las Harpías de hermosa cabellera, Aelo y Ocípete. Fue Iris considerada muy celosa sierva de Juno, según dice Calimaco en el Baño de Délos (IV 232-9) en estos versos: Semejante a ésta, la hija d? Taumante se sentó al pie del trono; aquélla nunca abandona su sitio ni cuando el sueño extiende sobre ella las alas del olvido, sino que alli mismo, apoyando ligeramente la cabeza en el borde del gran trono, inclinada duerme y nunca se desata el cinturón ni la rápida sandalia, no sea que su señora le dé una orden de improviso. Pues, de hecho. Iris desempeñaba con relación a Juno la misma función que solía tener Mercurio para con Júpiter, ya que era misión de esta sierva acercarse hasta los que Juno quisiera y convocarlos, según demostró Apolonio de Rodas en el libro IV (757-9) de los Argonáutica, cuando escribe así; Iris querida, ve ahora, si alguna vez has cumplido mis ruegos, acercándote con tus veloces alas; ordena que Tetis venga aquí abandonando el mar. Además, se le dio también a ésta la función de preparar el lecho de Juno, según dice Teocrito en el Encomio a Ptolomeo (XVII 133-4): Un solo lecho prepara para que duerman Zeus y Hera, después de haberse lavado las manos con perfume. Iris todavía doncella. Finalmente, más que del servicio de todas las diosas. Juno hacía uso del de Iris en todos los asuntos, puesto que Ovidio hace que Juno sea purificada por Iris al volver de los infiernos, en el libro IV (479-80) de las

773 A partir de aquí y hasta el final del libro VIII es una ampliación de la ed. de 1616, no contenida en la de 1567.

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Metamorfosis, en estos versos: Vuelve alegre Juno, a la que, al disponerse a entrar en el cielo, purificó la Taumántide Iris con aguas de rocío. Valerio Flaco, sin embargo, hace a Iris también mensajera de Júpiter en estos versos del libro IV (75-7) de los Argonáutica: El, conmovido por las lágrimas de las diosas y por la gran gloria de Febo, envía a la veloz Iris en rosadas nubes. Y Homero en el libro VIII (397) de la Ilíada: Y llamó al punto a Iris, de doradas alas, que le sirviera de mensajera. Además, creyeron los antiguos que ningún alma de mujer podía liberarse de estos cuerpos humanos a no ser que, con la ayuda de Iris, se soltara, por orden de Juno, de estas muy molestas y suaves ataduras, de la misma manera que se pensaba que el propio Mercurio, por orden de Júpiter, liberaba a los varones de la cárcel del cuerpo. Por esta razón, así como en otras muchas ocasiones, Virgilio, sabia y brillantemente y de acuerdo con los preceptos de la teología antigua, no presenta a Mercurio sino a Iris en el libro IV (700-3) de la Eneida haciendo salir el alma de Dido de su propio cuerpo y no por orden de Júpiter sino de Juno, puesto que dice así: Pues Iris, mojada por el rocío, baja volando a través del cielo con sus alas azafi-anadas, arrastrando mil colores diferentes al reflejarse el Sol, y se detiene sobre la cabeza: «Yo traigo esta ofrenda para Dite, según se me ha ordenado, y te libero de este cuerpo». Pues a Iris, como a Mercurio, la representan los antiguos alada para expresar su velocidad.

Hubo también algunos que contaron mediante fábulas que ella solía sorber los ríos con cabeza de toro. Y casi no recordamos que hayan sido confiadas a la memoria por los antiguos más cosas sobre Iris. Pero ahora investiguemos qué se contiene digno de recuerdo bajo estos rodeos de palabras.

Contaron que Iris fue hija de Taumante y de Electra porque Taumante es hijo del Ponto; del Cielo, en cambio, Electra o Sol; pues este nombre significa la serenidad; en efecto, Helios es el Sol y aithrios es sereno. Así pues, nace Iris del agua y de la serenidad y de la refracción de los rayos solares, según sostuvo Aristóteles en Los asuntos de meteorología. Y se dijo sabiamente por parie de los antiguos que Iris está sentada bajo el trono de Juno, porque se forma en la parte inferior del aire, esto es debajo de las nubes. Pues su arco celeste, que se llama Iris, se produce a causa de un rayo de Sol enviado contra una nube cóncava y éste se refracta hacia el mismo Sol, una vez repelida su agudeza. Pues así se piensa que las nubes forman ese arco celeste, porque en una parte son más hincha­das, en otra son tan gruesas y tan densas que pueden atravesar el Sol y en otra tan delgadas que pueden rechazarlo. Así pues, mediante esta misma desigualdad, cuando la luz se mezcla con la propia sombra, se manifiesta esa variedad admirable que se llama hija de Taumante o de la admiración, puesto que thaumazein es admirar. Pues ciertamente vemos todas las cosas mediante líneas rectas o refiejas, que algunas veces se refractan, según dicen los ópticos, líneas que, privadas de cuerpo, solamente son comprendidas por la mente y tan sólo percibidas por la reflexión. Vemos rectas las cosas que están en el aire sin que se oponga ningún impedimento, o a través de gemas transparentes o un cuerpo diáfano, si la materia es muy sutil, o las restantes cosas de este tipo. Los remos se doblan en el agua debido a una materia más densa y los vemos refractados como espejos. Imaginaron los antiguos que aquélla era mensajera de Juno y hermana de las Harpías o de los vientos, según hemos dicho, porque son muy ciertas aquellas señales de que van a sobrevenir lluvias o serenidad, señales que solían seguir a Iris, por lo que Virgilio enumeró también entre los signos de lluvias el signo de Iris cuando escribió así sobre ella en el libro I (381) de las Geórgicas: Y bebe el enorme Arco; y Valerio Flaco escribió que el arco celeste es indicio de serenidad en el libro I (655-6) de los Argonautas: Brilló el día que había

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comenzado y el Arco despejó el cielo y las nubes volvieron a la cima de los montes. Pues se sabe que a consecuencia de la humedad y de la densidad del aire, como decía, al caer el Sol en ella, se produce aquella variedad de colores, y la primera parte de este aire, situada fuera de la región del Sol, aparece rojiza cuando es penetrada por los rayos. Pero hay una parte más negra porque el aire más oscuro y más denso no puede así ser penetrado por los rayos del Sol y así se hace todavía más oscuro con un tono rojizo debido a la mezcla de menor luz y de mayores tinieblas. Algunos dijeron que durante la noche también se produce Iris en las nubes debido a la luz de la Luna, pero esto puede suceder más raramente, porque el plenilunio no es muy duradero y porque la luz de ésta es mucho más débil que la luz del Sol. Y, en efecto, los sabios difieren mucho entre sí acerca de la causa de Iris, puesto que Aristóteles llevó toda la observación y la naturaleza de Iris a la ciencia óptica y pensó que en realidad no es nada y que esos colores no están en ningún sitio, aunque Metrodoro, opinando de manera diferente acerca de Iris, sostuvo que ocurria en realidad, y no sólo era aparente, cuando se condensaban las nubes frente al Sol. Pues entonces, cuando el Sol recae en las nubes se hace azulada, creyó él, a causa de la mezcla, pero se hace rojiza porque se opone directamente a su propio esplendor; lo que está más abajo parece blanco y pensó que ésta era la luz del Sol. Y, en efecto, la mayoría de los antiguos no sólo están en desacuerdo acerca de Iris, sino también acerca de cómo se produce la visión y sobre las líneas que tienen que ver con la visión. Unos contaron que ciertamente se produce la visión gracias a las figuras emitidas, otros que mediante las recibidas por los ojos, otros que por unas y otras. Y de nuevo unos que por la luz recibida, otros que por la luz emitida, entre los que estuvo Heliodoro de Larisa, quien escribió así en su Optica: Pues, ciertamente, puesto que desde nosotros enviamos algunas figuras a las cosas vistas, es claro que incluso la forma de los ojos no es cóncava ni está hecha para la recepción de algo, así como la de los otros sentidos, sino que resulta esférica. Y puesto que esto lanzado desde nosotros es la luz, los resplandores de los ojos muestran los destellos y algunos que ven por la noche no necesitan luz de fuera, ni siquiera los animales que buscan su alimento durante la noche, tal como fue aquel Tiberio emperador de los romanos. Y los ojos de los animales que buscan su alimento durante la noche aparecen brillantes en la noche como el fuego. Además, otros dicen que la visión se produce a través de una pirámide o un cono, cuya cúspide está en el ojo y la base es la cosa vista, según opinó Buclides en la Segunda liipótesis de los asuntos de Optica. Pues el cono es una pirámide redonda, según dice Apolonio Pergeo en el libro I de Sobre los conos y Vitelio en el libro IV de su Optica. Otros pensaron que esto se produce mediante el triángulo, otros que mediante la cuarta parte del círculo; y de nuevo dijeron otros que la visión puede acabarse fácilmente si se le opone rápidamente un cuerpo sólido, o si no puede llegar la visión a alguna cosa opuesta o si la cosa vista no está quieta, tal como ocurre en las profundidades de las oscuras hondonadas, cuya parte más baja parece no verse, o como ocurre en los ríos muy veloces, cuando los rayos de la vista son empujados muy rápidamente, o también, si alguno gira en círculo muy rápidamente durante mucho tiempo, dicen que por ello nacen los vértigos, lo que también dejó escrito Teofrasto en el libro ton iliggón o de los vértigos, pues no sólo el aire sufre una molesta agitación por este movimiento en las porciones alrededor del cerebro, sino que también los rayos de la visión se agitan sobre todo cuando no pueden mantenerse firmes. Además la visión, o los rayos emitidos desde los ojos, si de algún modo incide sobre algún cuerpo transparente o hasta cierto punto penetrable o ligero que, sin embargo, tenga alguna densidad, puesto que no

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puede llegar íntegra al final, o es reflejada al penetrar rectamente, porque no ve la superfi­cie opuesta sin refracción y por ello se produce que las imágenes se repitan, como se ve que ocurre en los espejos o en las aguas que tienen una superficie opuesta un poco más oscura. Pues es tan grande la fuerza de las cosas vistas algunas veces que parecen infundir color a la luz y a la visión, a partir de las cuales se refractan o se reflejan los rayos de la visión. Pues, según dice el mismo Lariseo en los Óptica: Si el Sol, al salir o al ponerse, brilla a través de una nube roja, es posible ver todas las cosas rojizas, y la tierra y el mar y sencillamente cuantas cosas brillan. Semejante a esto y de acuerdo con nuestra vista es la observación, pues cualquiera que fuera el color que tuviera algo diáfano, este mismo color parecería verse a través de la visión de aquél. Pues aparecerán todas las caracterís­ticas de ese color, color que ha sido el espejo a través del cual ellas serán contempladas. Consecuencia de esto fue que algunos creyeron que en realidad los colores estaban en Iris. Pero creyeron que no aparecían por una causa óptica o mediante los colores que se ve que se repiten por una mezcla de lo luminoso y oscuro según es mayor o menor, cosa que parece haber opinado Aristóteles en Los asuntos de meteorología. Por otra parte, está claro que cuando han aparecido dos o más Iris significa que va a haber abundancia de lluvias. Por esta razón escribió así sobre ella Arato en Los signos de aguas y de vientos (Hiaen. 940): La doble ¡ris puso su cinturón a través del extenso cielo. Pues cuando ha habido un encuentro pequeño de aire húmedo y de vapores, se produce solamente una Iris, pero cuando ha habido mucha y abundante materia condensada de lluvias, después de haberse formado la primera Iris se produce otra que está situada alrededor de la anterior y ciñe el cielo con un círculo semejante. Por otra parte, el hecho de que se considere que se ha confiado a Iris la función de liberar de su debilidad a las mujeres moribundas siguiendo las órdenes de Juno, esto, a mi juicio, no significa otra cosa que lo que ha sido dicho por los fisicos, a saber que las estaciones lluviosas y húmedas en exceso perjudican mucho a las mujeres, mientras que las secas en demasía perjudican a los varones que han llegado a una edad determinada. Pues, dado que en la total simetría de los elementos y cualidades o proporciones se basa también la de los seres animados, las estaciones firías o demasiado húmedas perjudican a aquellos que todavía no han llegado al término medio del calor o ya tienden a la carencia de éste, puesto que no pueden calentar sus humores sobrantes a causa del mal tiempo y de la baja temperatura. A consecuencia del exceso, imaginaron también que por orden no de Juno sino de Júpiter, esto es del excesivo calor. Mercurio acompañaba y conducía las almas de los hombres a los infiernos. Y, ciertamente, no pensaría yo que deba ser pasado por alto en este lugar que imaginaron que las almas de los mortales se liberaban de estos cuerpos por orden de los dioses pero no los abandonaban por propia iniciativa. Realmente se ha dicho esto porque, como somos, por así decir, predio y acémilas de Dios y animales casi divinos, nacidos por orden de Dios para el culto de la religión, para disfrutar de la generosidad de Dios, para conocer la naturaleza divina de Dios, para adorno de todo el orbe, para actuar bien, para preparamos la felicidad después de la muerte gracias a nuestra virtud, no nos está permitido matamos antes de tiempo, lo que es muy molesto para Dios, sino esperar la voluntad de Dios. Pues, ¿quién lo soportaría con ánimo resignado, si devastaran sus posesiones, árboles, las cosechas que hubieran producido? O, ¿quién no se irritaría si ellas, encolerizadas con su dueño y hastiadas de fertilidad, no produjeran nada o se destruyeran a sí mismas? ¿Quién, si pudiera, no las castigaría muy cruelmente? Por consiguiente, las almas de los mortales deben permanecer en estos cuerpos a los que fueron unidas por Dios tanto tiempo como le plazca retenerlas o

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encerrarlas a aquél que las ha encadenado y no han de ser liberadas de allí a no ser por orden del propio Dios. Y suficiente sobre Iris, háblese ahora acerca de Alfeo.

Cap. 21: Sobre Alfeo

En lo referente a Alfeo, del que unos creyeron que fue un hombre, otros que un río cuyas fuentes estaban en Asea, aldea de Arcadia, casi no sabemos nada seguro sobre quién fue o de qué padres nació, a no ser que dicen que fue hijo de Termodonte y de Amimone, una ninfa, y otros que de Partenia. Algunos pensaron que fue el auriga de Pélope, otros que de algún caudillo insigne cuyo valor brilló después de Leónidas en las Termopilas. Y casi todos éstos recordaron que después de su muerte fue convertido en el río de su nombre. Además, otros cuentan mediante fábulas que Alfeo fue un hombre admirablemente dedi­cado a la caza que en una ocasión se enamoró intensamente de Aretusa, también ella misma cazadora. Como Alfeo la hubiese pedido en matrimonio y ella rechazara continua­mente la boda con él, se dirigió a Ortigia, no lejos de Siracusa, y se dice que allí fue convertida en la fuente de su nombre en el lugar en donde suplicó a Diana, de la que era compañera, poder evitar de cualquier manera aquella boda, según atestigua Ovidio en el libro V (618-20) de las Metamorfosis en estos versos: Agotada por el esfuerzo de la huida, dije: «Me cogen, Diana, ayuda a tu escudera, a quien a menudo le concediste llevar tu arco y las flechas encerradas en la aljaba». Y poco después (636-8): Me trans­

formo en líquido. Pero el río conoce, en efecto, las aguas amadas y, abandonando la figura de hombre que había adoptado, se convierte de nuevo en sus propias aguas para mezclarse conmigo. Se dice que, como Alfeo llevase muy a mal esto, a saber que Aretusa, por compasión y voluntad de la diosa, se hubiera convertido en la fuente de su nombre, no pudiendo soportar su deseo y su amor por ella, también él mismo suplicó a los dioses el poder evitar de alguna manera tan gran molestia de su espíritu, razón por la cual él también fue convertido en el río de su nombre, y se dice que incluso después de esta metamorfosis ama a la misma fuente, puesto que bajo el mar fluye deslizándose hasta Siracusa donde, después de emerger, se mezcla con la fuente Aretusa, según se dice en estos versos: En Trinacria, en medio del mar, está situada una isla, que llaman Ortigia, donde el Alfeo vierte sus blancas corrientes y aquí se une con el agua de la siculo Aretusa. Otros dijeron que Alfeo se enamoró de Diana y la persiguió hasta Ortigia. Y, por haberse detenido allí, fue erigido un templo a Diana, con el sobrenombre de Alfea, para eterno recuerdo del peligro evitado. Otros contaron que Alfeo fue uno de aquéllos cuyo linaje remontaba al Sol, quien, tras haber competido con su hermano Cercafo por el valor, lo mató y hostigado por algunos pastores, presa de la desesperación, se arrojó al río Nictimo, que de él fue llamado después Alfeo; testigo de este asunto es Agatocles de Mileto, en el libro II de Sobre los ríos, y Agatón de Samos Sin embargo, hubo algunos que pensaron que el Alfeo fue siempre un río y no un hombre. Y Estrabón, en el libro VI (2,4. C270-271) de su Geografía, sostiene con muchas palabras, contra el filósofo Timeo y Pindaro, que no puede suceder que el agua del no Alfeo, fluyendo sin mezclarse a través de algunas

774 Sobre el cambio de nombre del río, la lucha con su hermano, etc. , habla, sin citar autor, Ps. Plut. De nuv . 19, 1.

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hendiduras, finalmente se una con Aretusa, puesto que dice que aquél tiene una desembo­cadura que abiertamente sale al mar y no hay nada próximo a su lecho que lo absorba. Por otra parte, esto quizá podría parecer absurdo, a no ser que lo confirmara también estos versos del oráculo de Apolo que se dirán poco después y se encontrara que otros grandes ríos hacen esto. Pues se cuenta que el Nilo solía penetrar en una laguna como desde el continente y que, deslizándose bajo tierra, fluía a través de la Etiopía inferior hasta Egipto y que iba a parar a ese mar que está junto a Faro, pues así lo recordó Nicanor de Samos en el libro I de Sobre los ríos y aquéllos que se han dirigido a Méroe por Siene Se dice, además, que en los confines de los Hebreos aquel río que recibe el nombre de Jordán suele introducirse en el lago Tiberíades y que, emergiendo de allí, llega a otro lago que se llama Mar Muerto y, de nuevo saliendo por algún espacio, finalmente desaparece absorbido por completo en una laguna. Y el Piramo, que fluye a lo largo de Cataonia, tiene sus fuentes en medio de la llanura; por otra parte, hay una fosa lo suficientemente amplia, a través de la cual fluye el agua transparente, llevada ocultamente bajo tierra a través de un gran espacio, y de nuevo sale al aire libre; después penetra a través del monte Tauro y fluye a tanta profundidad y estrechez que un perro puede atravesarlo allí donde arrastra sólo cieno, según fue transmitido por este oráculo (en Str. Xll 2,4. C536): Les ocurrirá a los que están cuando el Piramo, que fluye con aguas de plata, desembocando en la costa llegue a la sagrada Chipre. Y el Oronte, fluyendo desde Mesopotamia, al punto se oculta bajo tierra y después nuevamente sale en Apamea y desemboca así en el mar de Seleucia, según dice Crisipo en el libro II de Los asuntos de Escitia. Se cuenta que en el monte Micale estuvieron las fuentes de un río que era muy semejante al Alfeo pues, deslizándose en medio del mar, solía salir de nuevo en Branquidis cerca de un puerto, puerto que tenía el nombre de Panormo, según dice Timageto en el libro II de Sobre los puertos. Igualmente el río Melas, ciertamente grande y el único de todos los ríos de Grecia que permite la navegación desde su nacimiento y que, como el Nilo, aumenta su caudal durante el solsticio de verano, no corre muy lejos y en su mayor parte se pierde en lagos ocultos y su parte más escasa se mezcla con el río Cefiso, según dice Plutarco en la Vida de Sila (20). Puesto que se menciona tan gran variedad de los ríos en distintos lugares, ¿por qué hay que asombrarse de que aquello haya podido suceder también en el río Alfeo, puesto que muchos escritores lo han afirmado? Y fue contado también por los antiguos que éste fue el nacimiento y el curso del río Alfeo: Se dice que el río Alfeo tiene su nacimiento no lejos de Fílace, lugar de Esparta, donde está la cabeza de este río, lugar que fue llamado Simbola y que separa el territorio de Tegea de los confines de los lacedemonios, y es llamado Simbola porque symballein significa reunir y juntar, porque casi en un mismo lugar el río Ladón, desde la región de los clitorios, y el Erimanto, que fluye desde el monte Erimanto, y el Helison, que atraviesa el territorio y la ciudad de Megalopolis, y el Brenteates, que fluye por el territorio de los de Megalopolis, y el Gortinio, que baña la ciudad de Cortina, y el Fago, desde el territorio melanense, y el Celadon desembocan en el propio Alfeo. Se dice que nace en la aldea de Asea, donde también nace el Eurotas, Por otra parte, siempre fue considerada de algún modo peculiar la naturaleza del curso del Alfeo, ya que unas veces éste se ocultaba bajo tierra, otras desde ocultas cavernas, según decíamos, salía a la luz y esto lo hacía muy a menudo hasta que se mezclaba con el agua de Aretusa, asunto que dio lugar a la fábula de

775 Actual Assuan.

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que Alfeo, convertido en río, se quemaba en un increíble deseo por Aretusa. Pues, según se cuenta, tan pronto como brotó de Fílace y Simbola, se escondió en el territorio de Tegea y después, saliendo en Asea, junto con el agua del Eurotas se desliza en un cauce común por espacio de veinte estadios; entonces, nuevamente entrando en un pequeño lecho, se deslizaba bajo tierra hasta que el Eurotas salía en el territorio de Laconia, en cambio el Alfeo en los confines de Megalópolis, donde sus fuentes recibían el nombre de Arcadias; y, fluyendo desde allí a través del territorio de Pisa y Olimpia, desembocaba en el astillero de los eleos y penetraba en el mar Adriático. Y, por otra parte, era llevado con tanta fuerza de las aguas que ni siquiera el Adriático era capaz de detener su violento curso, de manera que, nadando en medio del agua del mar, conservando su propia agua y su propio nombre, llegaba a la isla de Ortigia y se mezclaba con la fuente Aretusa, según escríbió Nicanor en el libro III de Sobre los ríos. Además, contaron que la propia Aretusa solía tener este mismo curso, de manera que, deslizándose bajo las aguas, no mezclaba sus aguas con las saladas; aludiendo a la naturaleza de su curso, dice Virgilio en Galo (Buc. X 4-5): Así no mezcle contigo su agua la amarga Doris cuando te deslizas bajo las aguas de Sicilia. Se dijo que el agua del Alfeo era admirablemente adecuada para criar acebuches. Y realmente esto no es increíble, puesto que siempre fue variada la naturaleza de los distintos ríos para producir y hacer crecer diferentes tipos de hierbas, animales y árboles. Efectivamente, para pasar por alto la variedad y maravilla de los peces y aves que viven cerca de ellos, la planta propia del Alfeo fue el acebnche, del mismo modo que se decía que el árbol específico del río Aqueronte era el álamo blanco, así como el Asopo hacía crecer en el territorio de Beocia el junco con el tamaño de maderos, como se dijo que el Meandro era muy fértil para producir y alimentar los tamariscos, así como se dice que es producto del Po de la Galia Cisalpina especialmente el álamo negro. Se creyó que el agua del río Alfeo fue muy adecuada para los sacrificios, puesto que el río Alfeo era muy grato a Júpiter, pues como, en el día decimonono de febrero, cada año los adivinos llevaban la ceniza desde el Pritaneo al altar de Júpiter Olímpico y, diluida aquella ceniza con el agua del río Alfeo, impregnaban el altar de Júpiter, según la costumbre, se determinó después mediante las leyes de los sacrificios que no se introdujera ninguna otra agua a excepción de la del río Alfeo para este uso, según escribió Porfirio en el libro I de Sobre los sacrificios. Por esta razón se mantuvo mucho tiempo la costumbre de que el estucado del altar se recubriera sólo con lodo de éste. Con todo derecho después el Alfeo fue introducido en aquel uso de los sacrificios, puesto que se creyó que aquel río tenía un poder importante de purificación, de donde también obtuvo su nombre. Pues, dado que el riego de su agua limpia las pústulas, a las que llaman alfós, según dice Estrabón en el libro VHI (3,19. C347), fue llamado Alfeo por curar los sarpullidos, ya que antes recibía el nombre de Ariger. Algunos honraron a este río como a un dios y en su honor erigieron una estatua y un ara común con Diana, cosa que sucedió también a los ríos Aqueloo y Cefiso, en honor de los cuales fueron levantados altares, según fue confiado a la memoria por Pausanias en Los asuntos del Ática (I 34,3), También consiguió Aretusa más adelante honores divinos, según dice Nicanor de Samos en el libro III de Sobre los ríos; ciertamente fue costumbre de los egienses, que fueron un pueblo de Acaya, arrojar al mar las tortas tomadas del altar de la Salud para que testimoniaran que ellos las enviaban a Siracusa para Aretusa según dice Melantes en el libro Sobre los sacríñcios.

Estas son casi todas las cosas dignas de recuerdo que sobre el río Alfeo fueron transmi-

776 Sin citar autor, así en Paus. VII 24, 3.

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tidas por los escritores antiguos, y muy a menudo ha sido explicado por nosotros con anterioridad que los antiguos ocultaron los arcanos de la naturaleza bajo coberturas de fábulas y que mediante estos circunloquios explicaban la naturaleza y las fuerzas de los elementos y de todas las cosas que solamente eran evidentes para aquellos que habían participado en estos misterios. Además, para que el vulgo pensara que tenía los asuntos divinos siempre ante sus ojos, contaron que los montes, los ríos, las fuentes y los mares eran en parte dioses, en parte contenían una cierta divinidad oculta dentro de sí, que tenía el poder de ser testigo de los actos humanos. Y, puesto que se pensaba que la limpieza no sólo del alma sino también del cuerpo era muy grata a Dios, por ello determinaron que aquella agua tenía poder de purificación y era apropiada para los sacrificios, y también pensaron que este mismo río, que ponía su agua a disposición de los hombres para aquellos usos, era muy amiga y muy grata a Júpiter. Otros explicaron mediante una fábula de este tipo la fuerza divina de nuestro ánimo y la naturaleza de la virtud, ya que, del mismo modo que la materia desea tomar la forma como su propio bien, porque ella por sí misma es inútil y parece inactiva, nuestra alma busca la virtud como su forma. Esta es la razón de por qué se imaginaba que el Alfeo seguía a Aretusa, ya que alphos es pústula, según se ha dicho, o imperfección, y arete es el nombre de la virtud entre los griegos. Y suficiente sobre el Alfeo. Ahora hablemos acerca de Inaco.

Cap. 22; Sobre Inaco

Por su parte, se dice que Inaco fue hijo de Euridamante y de la ninfa Dóride, aunque algunos sostuvieron que su madre tuvo el nombre de Ifínoe. Otros pensaron que el padre de Inaco fue Éneo, por lo que fue llamado Enida así por Hesíodo en el Discurso sagrado (fr. 122 M-W): Inaco Enida, agua muy querida para el Crónida. Se dice que éste fue el primero de todos los mortales que gobernó sobre los argivos, que tuvo como esposa a Antíope, según pensaron algunos, pero según sostuvieron otros a Colaxe, de la que tuvo a Foroneo y una hija Micene, que después fue la esposa de Aréstor, según escribió Pausanias en Los asuntos de Corinto (II 16,4). Tuvo, además, una hija, Filódice, que de Leucipo engendró a Febe e H i l a í r a s e g ú n fue contado por Timageto. Es, además, muy conocido que lo, aquella que primero fue convertida en vaca y después en la diosa Isis, era hija de este mismo Inaco. Pues se sabe que Inaco, en la época en que gobernó en Argos, canalizó con muy amplio lecho el rio antes llamado Anfíloco, puesto que éste, a causa de las repentinas lluvias, sin contenerse en su cauce acostumbrado, muy a menudo se desbor­daba hacia la llanura y algunas veces arrasaba, arrastrándolos consigo, muchos edificios y cosechas de los argivos. Como después el lecho contuviera el río y no produjera daños a los argivos, fue llamado Inaco por el nombre del príncipe bienhechor, río que él consagró a Juno, según dice Pausanias (II 15,4). Y no es acorde con la razón que lo fuese hija de un río y no de un hombre que se llamara así Inaco. Fue confiado a la memoria por los antiguos que el río Inaco tuvo sus fuentes en el monte Artemisio, en la fuente llamada Lircea, lo cual no es en absoluto motivo de duda; se decía que la naturaleza de éste era tal que como algo usual tenía muy poca cantidad de agua pero con facilidad, debido a las lluvias, crecía

777 Cf. sin citar autor Schol. Lyc. 511.

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de tal manera que inundaba buena parte de la región de Argos, aunque durante el verano estaba casi seco. Por otra parte, cuentan las fábulas que esta escasez de aguas le cayó en suerte al Inaco por el siguiente motivo, porque Inaco, elegido junto con Foroneo, Cefiso y Asterion como juez entre Neptuno y Juno que rivalizaban por la región de los argivos, adjudicó la región a Juno Pues, al decir Juno que el país de los argivos le pertenecía y que debía determinarse que le fuera consagrado legalmente, Neptuno sostuvo que aquél le pertenecía a él debido a la abundancia de aguas que inundaban aquella región y que la hacían muy fértil. Pero puesto que después, tras dudar los jueces durante mucho tiempo, fue dictada por ellos la sentencia en favor de Juno y le fue adjudicado a Juno el territorio argivo, se cuenta que Neptuno, encolerizado, privó de toda abundancia de aguas a aquellos ríos que habían juzgado. Por esta razón, a no ser que durante el verano se vieran favoreci­dos con las lluvias del cielo, hubiesen perdido toda su agua junto con sus nombres, pero, por el contrario, se dice que en la época en que el territorio de Argos fue adjudicado a Juno, una gran parte de la tierra fue inundada por las aguas enviadas por Neptuno para que se supiera si Juno o Neptuno podía perjudicar más a la región. Pero sin embargo después, al suplicarle Juno que hiciera salir del territorio argivo aquella agua, finalmente se consi­guió aquello con dificultad y los argivos, en ese mismo lugar por donde se retiró el agua, erigieron, con cargo al erario público y de acuerdo con su promesa, un magnífico templo de Neptuno con el sobrenombre de Proschistio o inundador con una estatua del escul­tor Graniano de Sición hecha de mármol del Pentélico, con veintiocho columnas cuyos entablamentos eran alternativamente de factura dórica y corintia, según escribió Hermipo en el libro II de Sobre la magnificencia de los templos y las sagradas donaciones de ios reyes. Hecateo (Jac. lF102c=Str. VI 2,4.C271) escribió que Inaco fue un rio de los anfílocos que fluía desde Lacmo, desde donde desembocaba en Eas, que fue distinto del Inaco de Argos. Por otra parte, fue llamado Anfíloco por Anfiloco, rey de los argivos, río del que se cuenta que solía fiuir desde Lacmo hacia el sur bañando Argos, aunque desem­bocaba en Eas, en occidente, en el mar Adriático. Y, sin embargo, no me ha pasado desapercibido que hubo algunos que llamaron a la ciudad de Argos Anfilóquico y el motivo de este asunto se cuenta así: después de la expedición de los epígonos contra los tebanos, Alcmeón fue llamado por Diomedes a Etolia y con la ayuda y los refuerzos de Alcmeón Diomedes sometió fácilmente Etolia y Arcanania. Pero después, al ser convocado Diomedes por Agamenón a la guerra de Troya antes de que se alzara la ciudad de Argos, se quedó al menos Alcmeón en Acamania y fundó Argos, que llamó Anfilóquico por el nombre de su hermano, al que mató una piedra que rodó por casualidad contra su cabeza mientras se dedicaba afanosamente a la construcción en otra parte de la ciudad. Así pues, fue llamado Anfilóquico la ciudad donde, a consecuencia de la herida, había muerto Anfíloco después de cuatro días. Como a éste le hubiera sucedido Inaco, dado que la ciudad, todavía muy reciente, no estaba llena de muchos colonos, no obtuvo un nombre lo suficientemente conocido, puesto que los hombres vivían con más agrado en los campos. Pero Foroneo, hijo de este mismo Inaco, empeñó su ánimo en enriquecer la ciudad para reunir a los argivos, que vivían dispersos en los campos y separadamente, en el derecho y las murallas de una sola ciudad, y además fundó otra ciudad, que por él recibió el nombre

778 Cf. Paus. II 15, 5. 779 Cf. Paus. II 22, 4. 780 Cf. Strab. VI 2, 4.C271 y VII 7, 7.C325-326.

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de Forónico. Pero, dado que Anfilóquico se llenó en poco tiempo de gran cantidad de ciudadanos y comenzó a tener las características muy honestas de una ciudad muy rica y floreciente, le cambió el nombre y llamó a la ciudad Argos por su nieto Argos, nacido de la hija de Foroneo. Pues, al haber muerto poco antes Inaco, fue sepultado en el río llamado Inaco por él, puesto que se levantó un magnífico sepulcro en su honor allí bajo las aguas. Y no es admirable que muy a menudo se hayan cambiado los nombres y cursos de los ríos, puesto que alguna vez incluso la propia agua de los ríos casi ha desaparecido, según atestigua Luciano en Caronte (77): Y las ciudades, como los hombres, y, lo que es más raro, todos los ríos; pues de Inaco no queda ya ningún monumento funerario en Argos. Tanta es la fuerza de los tiempos. Pero hasta aquí sobre cuestiones fabulosas o históricas.

Yo, ciertamente, no encuentro qué otra cosa quisieron explicar los antiguos mediante esta fábula, a no ser que quisieran expresar la naturaleza física de los ríos y del aire. Pues, ¿qué otra cosa es que Juno y Neptuno rivalizaran acerca de la región a no ser que es tan grande el beneficio de las aguas y del aire para la fertilidad de la región que no se puede dilucidar fácilmente cuál de los dos es mayor? Se eligen los ríos como jueces porque ese juicio no es fácil para cualquiera a excepción de los ríos, que por sí mismos conocen cuánta es la bondad de sus aguas, es decir a excepción de los expertos en asuntos de física. Pero, según son la mayoría de las cosas humanas que se consideran buenas, esta misma cosa que solía llevar salud y fertilidad a las regiones, si es mayor o menor de lo debido, infesta y destruye toda la salubridad. Como consecuencia de ello, se dice que Neptuno, enfurecido, una vez inundó el territorio, otra le quitó casi todas sus aguas a los ríos. Pues la utilidad de las aguas para las regiones es la misma que la del vino y los restantes manjares para los hombres. Pues, habida cuenta de que el vino es útil para los que lo beben con moderación, es increíble cuánto perjudica su excesiva abundancia, como si inundase las partes internas del cuerpo y casi las ahogase y abrasase o extinguiese la fuerza natural, por lo que, de la misma manera que los ríos llevan con sus inundaciones las semillas de las hierbas, si el agua se mezcla con la tierta con la adición del calor, según opinó Teofrasto en el libro III de las Plantas, así también nacen muchas semillas de pestes y enfermedades a causa de la excesiva inundación de vino si el calor natural no puede digerir su abundancia. Pero lo más difícil de todas las cosas es juzgar si ayuda más a los territorios la bondad del aire o la abundancia de buenas aguas; por esta razón estuvieron los jueces dudosos durante largo tiempo. Yo, sin embargo, pensaría que, puesto que el uso del aire es tan continuo, tan útil, tan necesario que sin él no podemos vivir ni un poquito y en primer lugar ha de ser buscada su inmejorable bondad y su templanza, muy sabiamente fue dicho por los antiguos que en la adjudicación de la región de los argivos debía ser preferida Juno, que es el aire, según hemos explicado con anterioridad. Porque sin ríos o sin el regadío de los campos o con las lluvias celestes, únicamente o incluso sólo con el rocío pueden mantenerse los campos para la fertilidad y salud de los colonos, pero sin la bondad del aire ninguna ciudadela, ninguna ciudad, ningún territorio es habitable o ha de ser eminentemente deseado por los hombres en su sano juicio. Prueba de esto son los pantanos o los campos cercanos a los pantanos, en los que la buena salud de los colonos o de los que viven muy cerca no suele ser muy duradera, incluso aunque tuvieran antes una inmejorable constitución natural aquellos que se han acercado allí, puesto que diariamente se producen muchas enfermedades de los animales que allí habitan. Esta misma fue la causa, según pienso, de por qué Juno con sus ruegos consiguió con dificultad de Neptuno que retirara de la región de los argivos las aguas después de la inundación. Pues después de la inundación de los campos no se

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recupera fácilmente la salubridad de la región. Y esto se produce sobre todo si se han desbordado muchos ríos en aquella región. Y, puesto que los hombres pueden juzgar muy raras veces los asuntos divinos de acuerdo con el rito, no una sola vez en castigo a su arrogancia se ven imposibilitados para juzgar esos mismos asuntos de los dioses, que conviene solamente obedecer y respetar pero no juzgar. Por ello contaron mediante fábulas los antiguos que le fue quitada por Neptuno el agua a los ríos que habían sido jueces. Así Paris, juez temerario, adjudicó el incendio a su patria y las amenazas a toda Asia. Así Midas el cambio para él sólo de oro, pero por esta temeridad se convirtieron en montes, en ríos, en bestias otros que sería muy largo enumerar. Las restantes cosas, que han sido añadidas para adorno de esta misma fábula, no son todas útiles para las razones naturales y filosóficas, porque algunas suelen ser inventadas para la verosimilitud y adorno de las cosas primarias. Pues, así como en un campo muy fértil no puede suceder que nazca ninguna hierba inútil, así en las mejores y más hermosas ficciones de los antiguos no pueden ser llevadas todas las cosas a una segura utilidad de los mortales, sino que ha de pensarse que algunas han sido inventadas para placer, algunas para la verosimilitud. Porque si alguien considera que él puede llevar estas cosas a un resultado mejor y encontrar mejores explicaciones, debe hacer partícipe de esta utilidad a las generaciones venideras, pues todos hemos nacido para ser útiles también a los demás y hemos recibido de Dios la orden de ejercer según nuestras fuerzas el talento que nos ha sido concedido por la divina clemencia. Y suficiente sobre Inaco. Ahora háblese acerca de Europa.

Cap. 23: Sobre Europa

Se dice que Europa fue hija de Agénor, rey de los fenicios, y de la ninfa Melia y que tuvo como hermanos a Cadmo y a Taso. Después Taso dio nombres a aquellos ta&os que vivieron en Tiro y Fenicia. Hermanas de Europa fueron Electra y Targete y, además, hermanos Cílix, de quien recibió su nombre Cilicia, y Fénix, de quien Fenicia. Sin embargo, otros pensaron que éstos nacieron de distintos matrimonios. En efecto, Ferecides en el libro IV de las Historias (Jac. 3F21=Schol. Ap. Rh. III 1186) cuenta que Cadmo fue hijo de Agénor y de Argíope, una hija del río Nilo, pero recuerda que de Damno, hija de Belo, fueron hijos Fénix e Isea, esposa de Egipto, quien dio nombre a Egipto, y Melia, esposa de Dánao. Cuentan que Europa fue de tanta prestancia y belleza de cuerpo que aventajaba fácilmente a todas las mujeres de su tiempo. Se dice que, como Júpiter amara muy perdidamente a ésta, se convirtió en un blanco y hermosísimo toro y llegó hasta la orilla del mar a la que Europa solía ir alguna vez con sus jóvenes compañeras. Se dice que Europa, admirando la maravillosa y extraordinaria belleza de este toro, lejos de sus compa­ñeras, se acercó en primer lugar a contemplarlo, después lo tocó incluso sin temor con sus manos y por último, como un juego, se subió al toro como si fuera un caballo. Y se dice que, engañada por éste, fue transportada a través del mar hasta Creta, según escribió Ovidio en el libro III (1-2) de Los cambios de forma: Y ya el dios, abandonada la apariencia de engañoso toro, habia confesado quién era y se encontraba en los campos dícteos. Cuentan las fábulas que cuando Júpiter, tras haber recuperado su figura primitiva, confesó que era un dios, colocó la imagen de este toro entre los astros para eterno recuerdo de este importante hecho, según fue escrito por Higino en las Fábulas de los astros (Poet. astr. II 21). Dicen que Agénor soportó tan mal la desgracia de Europa, porque, al no

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encontrarla en ninguna parte, pensaba que había sido raptada por unos piratas, que, hechos venir sus hijos Cadmo y Taso, construyó una flota que les dio dividida en dos partes. Ordenó que Taso, con una parte de la escuadra, examinara con mucha atención todas las regiones limítrofes de Fenicia y todos los puertos; que Cadmo, con la otra parte, se dirigiera a toda prisa incluso a las tierras del mar Sirio, por alejadas que estuvieran, y que apresaran a los fugitivos piratas si por casualidad llevaban a Europa, y que no volvieran antes de traer consigo a Europa. Pero puesto que Taso, sirviéndose de una muy rápida y cuidadosa navegación, no la encontró en parte alguna y no fue descubierta en absoluto ninguna huella de la raptada, se dice que llegó a una isla del mar Egeo cercana a Tracia, a la que en otro tiempo llamaron Píate, y que allí fundó una ciudad que llamó Taso por su nombre y después fue llamada por él Taso toda la isla, en la que decidió vivir con aquellos fenicios que le habían acompañado en la nave para recuperar a su hermana. Igualmente Cadmo, cuando hubo examinado, también él con cuidado, por tierra y por mar la huida de su hermana, tras haber perdido la esperanza de la salvación, la libertad y el hallazgo de aquélla, se dirigió al oráculo para saber de qué modo podría encontrarla o recibir el consejo de qué debería hacer en aquella dificultad. Recibió del dios la respuesta de que le convenía vivir, según dice Museo en la Titanografía (DK2B1 = Schol. Ap. Rh. III 1179) y Calí-maco en Sobre las islas habitadas, allí donde se detuviera a descansar la vaca que hubiese tenido como guía del camino y que, por otra parte, encontrar a la propia Europa no era propio de fuerzas humanas o de un ingenio humano. Después, al punto, apareció una vaca junto a la fuente Turio, lugar que fue así llamado porque los fenicios llamaban tur a la vaca; y sucedió no lejos del río Cefiso que la vaca descansara tumbándose en tierra. Así pues, Cadmo decidió vivir allí y fundó una ciudad que llamó Beocia, según dice Nicandro en el libro Sobre Europa, Calimaco en Sobre las islas fundadas, las ciudades habitadas y sus nombres y Ovidio en el libro III (6-27) de las Metamorfosis. Cuando Cadmo se disponía a hacer sacrificios a los dioses patrios de este lugar según la costumbre de los antiguos, antes de colocar los cimientos de la ciudad para tener a estos mismos dioses favorables y aplacados en adelante, envió a unos siervos para que le trajeran agua de una fuente cercana, fuente a la que daban el nombre de Aretiade. Pero, como no lejos de aquella fuente se ocultara en una cueva un dragón de enorme tamaño, hijo de Marte y de Venus, según creyeron algunos entre los que estuvo Apolodoro de Cirene en el libro Sobre los dioses, y Lisimaco, el que escribió muchas cosas sobre Europa en el libro IV de Los asuntos de Tebas y sobre la llegada de Cadmo a la ciudad de Tebas, se dice que los siervos enviados a buscar agua fueron devorados por aquel dragón. Como Cadmo esperase en vano durante mucho tiempo a los enviados a buscar agua y llevara muy a mal su tardanza, se dice que él mismo fue allí a la fuente y que al dragón, que encontró devorando los ensangrentados cuerpos todavía palpitantes de los siervos no lejos de la puerta tebana entonces llamada Homoloide, le dio muerte. Tras haber ocurrido esto así. Marte o, según plugo más a otros. Palas ordenó a Cadmo sembrar una parte de los dientes arrancados de la boca de la serpiente, y cuentan muchas fábulas que de éstos nacieron muchos hombres que se dieron muerte con muchas heridas por ingenio y arte de Cadmo. Ferecides dejó escrito en el libro V de las Historias (Jac. 3F22a=Schol. Ap. Rh. III 1179) que Marte y Palas entregaron la mitad de los dientes de este dragón a Cadmo, mientras la otra mitad fue reservada después para Eetes, rey de Coicos. Dicen que entonces Marte ordenó que Cadmo sembrase aquellos dientes, de los que nacieron hombres armados dispuestos a luchar con Cadmo, para vengar al dragón hijo de Marte muerto por aquél. Se dice que Palas, compa-

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decida de Cadmo, le aconsejó que golpease a escondidas con una piedra a uno de aquéllos. El que fue golpeado, al pensar que aquella injuria no había surgido de ninguna otra parte que de uno de sus hermanos, según están dispuestos los hombres belicosos a vengar cualquier injuria con las armas, olvidados toda humanidad y parentesco se precipitó veloz­mente contra aquel que juzgó autor de la injuria y le dio muerte. Vengando al punto los restantes aquella injusta matanza y defendiendo los otros a aquél como si hubiera sufrido injurias fuera de la ley, finalmente sucumbieron todos con heridas mutuas y uno a uno murieron en aquella lucha, a excepción de Udeo, Peloro, Ctonio, Equíon e Hiperénor, los cinco que únicamente sobrevivieron de aquellos numerosos hombres. Cadmo, después de haberse reconciliado aquéllos con él, se sirvió de su ayuda en muchas cosas que declaró así brevemente Apolonio de Rodas en el libro III (1176-82) de los Argonáutica: Pero cuando llegaron allí les entregó el poderoso Eetes los dientes difíciles para la prueba del dragón Aonio, al que en la Ogigia Tebas Cadmo, cuando llegó allí en busca de Europa, dio muerte y que era guardián de la fuente Aretiade. Y también se estableció allí en seguimiento de la vaca, que Apolo con sus vaticinios le proporcionó como guía de su camino. Después de que ocurrieron estas cosas y al no haber podido Agénor ver más a su hija ni a sus hijos de vuelta, se creyó que Europa había sido incluida en el número de los dioses, según dice Luciano en la Diosa siria (4), por este motivo, a saber para consuelo del propio Agénor, según se cuenta. Los fenicios la honraron con templos, altares y sacerdotes propios y divulgaron de ella la historia considerada sagrada de que Júpiter convertido en toro, según hemos dicho, la llevó raptada a Creta. Además los de Sidón acuñaron en su honor monedas con una mujer sentada a lomos de un toro y que atravesaba el mar. Fue también conlrado a la memoria que fue hijo de Júpiter y de esta Europa Carneo, del que recuerdan que fue criado por Apolo y Latona. Algunos añadieron como hermano de éste a Leotíquides y como hermanas a Hidame, Limera y Alagenia, quienes en su totalidad después dieron nom­bre a ciudades, según escribió Eudoxo en ViiUe alrededor de la tierra. Y hasta aquí han sido explicadas las cosas que sobre Europa y Cadmo fueron transmitidas por los antiguos a manera de fábula; ahora investiguemos qué quisieron poner de relieve a través de ellas.

Dejó escrito Heródoto, en el libro I (2) de sus Historias, que los hombres de Creta, al oír la extraordinaria belleza de Europa, lucharon por arrebatársela a su rey, cuyos nombres, sin embargo, dice que no se conocen, según está en estas palabras: Después de estas cosas dicen que unos griegos (pues no saben decir sus nombres), tras haber llegado a la Tiro de Fenicia, raptaron a Europa, hija del rey. Ciertamente éstos serían los cretenses. Se divulgaron aquellas cosas confiadas a la memoria acerca del toro e imaginadas a manera de fábula porque en la proa de aquella nave en la que fue transportada Europa había pintado un toro, según fue uansmitido por Agatárquides de Cnido en Los asuntos de Europa. Pues los antiguos solían pintar imágenes de animales no sólo en las monedas sino también en las pinturas de las casas y en las naves, por lo que Virgilio llamó a las naves Pistris, Quimera y Centauro por las formas de los animales que estaban representados en sus proas, según está en el libro V (114-23), y por ello se mantuvo después entre los latinos el nombre de pecunia y de peculio. Yo creeria que, además, bajo la envohura de esta fábula se contiene algo que tiene que ver con la moderación de los ánimos además de la explica­ción histórica, dado que permitieron a la posteridad que Júpiter, considerado el propio rey de los dioses, se metamorfoseó a causa de la lujuria en un vergonzoso animal. Pues querían poner de relieve que no hay ninguna acción vergonzosa hacia la cual no empuje la pasión y un cierto cosquilleo desenfrenado de Venus, a no ser que alguien, con su prudencia y su

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razón, recurra a la moderación, por lo que fue dicho brillantemente por Eurípides en Medea (330) que el amor es un gran mal para los mortales, según está en este verso: ¡Ay, ay, cuan gran mal es el amor para los mortales! Así pues, muy sabiamente escribió Aristofón, en el Pitagorista (Edmonds 2, p. 526, fr. l l = A t h . XIII 563b-c), que el amor fue arrojado del cielo a la tierra junto a los hombres, que eran más imprudentes que los dioses, puesto que allí era el autor de muchas desgracias y el fundamento de muchas calamidades, ya que producía discordias y enemistades entre los dioses, según está en estos versos: ¿Y no es justo que Eros haya sido expulsado por los doce dioses con razón? Pues los perturbaba lanzando querellas cuando estaba entre ellos. Hasta tal punto era atrevido e impetuoso; y cortándole las alas para que no vuelva al cielo, ahora lo han desterrado abajo junto a nosotros. Le entregaron a la Victoria, para que las llevara, las alas que tenia, despojo visible arrebatado a los enemigos. Pues hay dos escollos muy peligrosos hacia los que hay que evitar que se precipite la vida humana; así del mismo modo también, el enorme amor y deseo de una cosa, puesto que una y otra de estas emociones puede empujar a cualquiera, a no ser que sea moderado, a la más clara perdición como contra los dos escollos marinos, Escila y Caribdis, y destrozarlos. Pues así como es tan grande la fuerza de la ira que incluso empuja contra las cosas que carecen de alma y de sentido y encoleriza contra los instrumentos de hierro del trabajo si la obra de arte se termina poco felizmente a causa de la falta de pericia y los hombres no son prudentes en estos asuntos para injuriar a la piedra, al hierro, a la madera, del mismo modo actúa el amor, puesto que es un delirio del espíritu si es inmoderado, de manera que la mayoría no tienen en cuenta ni la nobleza de los antepasados ni la majestad del imperio, ni se comprende que deben ser motivo de risa y de desprecio para todos los demás los que están agitados por estas emociones. Pues así la virtud. Y aquella divinidad del ánimo que es la más preciada y grata a Dios de todas las cosas, es manchada y pisoteada y es arrastrada, cautiva por el amor, a donde quiera. Pues el amor hace que las cosas vergonzosas, deformes, tristes y perjudicia­les parezcan muy alegres, útiles, bellas, honestas y dignas de alabanza, porque a aquél que ama le conviene no menos que al ebrio y al loco lo que está en el Orestes (258-9) de Eurípides: Permanece sin movimientos, oh desgraciado, en tu lecho. Pues no ves nada aunque creas ver claramente. Por ello se imagina que el propio Júpiter se convirtió en un animal lascivo y furibundo, porque los antiguos querían poner de manifiesto mediante estas cosas la insolencia y obscenidad del amor. Pues casi todas las guerras, destrucciones de los reinos, arrasamientos de ciudades, incendios de las provincias descritos por los poetas y todos los delirios de los hombres acaecieron a causa de amores lascivos y de una pasión desen­frenada. Así pues, muy brillante y sabiamente el muy dulce poeta Eurípides escribió así en el Hipólito coronado (616-24) tras haber considerado cuántos males arremeten contra la vida humana á causa de las mujeres: Oh Zeus, ¿por qué sacaste a la luz del sol ese metal de falsa ley para los hombres, las mujeres? Pues, si querías sembrar el linaje humano, no era preciso haber recurrido a las mujeres para esto, sino que los mortales, depositando en sus templos ofrendas de oro, o de hierro, o un peso de bronce, habrían comprado la simiente de los hijos, cada uno según la proporción de su ofrenda, y vivirían en casas libres de mujeres. Y el alegre Monandro, en la Flautista o La portadora de objetos sagrados (Körte fr. 59=Ath. XIII 559d-e). No te cases, si tienes sentido, abandonando esta vida. Pues yo mismo estoy casado; por esta razón te aviso que no te cases. El asunto está decidido, la suerte está echada. Cumple, pero salvándote. Pues ahora te arrojas al verdadero mar de las dificultades, no al Líbico, no al Egeo, donde de treinta no desapare-

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cen tres naves. Pero, una vez casado, no se ha salvado ninguno. En efecto, si se considera con más profundidad el asunto, temo que toda aquella censura de las mujeres redunde contra los mismos hombres, porque ningún mal es cometido por las mujeres únicamente, dado que han tenido como ayudantes, aliados o consejeros de todos los males a los hombres. Pues no hay nada que por su locura sea arrojado por los hombres contra las mujeres. Pues las mujeres, animales imperfectos según las llaman algunos, no deben ser favorecidas o incluso impulsadas por hombres perfectos para todas sus fechorías, sino más bien aconsejadas y apartadas con un consejo saludable de las equivocaciones concebidas en su ánimo. Pues las mujeres tienen una cierta vergüenza imbuida por la naturaleza, más que los hombres, y temor y suavidad de carácter y de cuerpo para realizar las cosas, con las que se apartan más de toda acción vergonzosa y realmente es más fácil encerrar a las mujeres que a los hombres dentro de los límites de la honestidad. Es conveniente compadecerse de las mujeres desgraciadas, que en realidad soportan tantas incomodidades cuanto recuerda el más delicado de casi todos los poetas según me parece, Eurípides, en estos versos (Med. 230-47); De todo lo que tiene soplo de vida y pensamiento, las mujeres somos el ser más desgraciado; primeramente, es preciso que nosotras compremos un esposo con derroche de bienes y que tomemos un dueño de nuestro cuerpo; pues éste es el peor mal de los males; y la mayor prueba de esto es tomar uno malo o el mejor. Pues a las mujeres no les da buena fama separarse y no es posible repudiar al esposo. Y cuando una se encuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, es necesario que sea adivina, aunque no lo haya aprendido en casa, y se comporte bien con cualquier compañero de lecho. Y, si hemos concluido bien estas cosas y el esposo vive junto con nosotras no aplicando el yugo por la violencia, la vida es envidiable; pero si no, es mejor morir. En cambio el hombre, cuando le es molesto vivir con los suyos, saliendo fuera de casa calma a su corazón del disgusto yendo a ver a algún amigo o a algún camarada. Pero para nosotras es preciso mirar solamente a una persona. Dicen, además, que Cadmo, tras haber hecho la travesía desde Fenicia a Grecia, fue el primero que llevó el conocimiento de algunas letras, puesto que antes se transmitían los asuntos filosóficos de mano en mano a las generaciones posteriores por medio de narraciones fabulosas. También fue el primero que comenzó a escribir la historia en verso, lo que sin embargo algunos atribuyeron no al Cadmo fenicio sino al milesio. Este fue el primero que descubrió la piedra de bronce llamada cadmea, de la que solía fundirse y hacerse el bronce e hizo el propio bronce más puro, ya que antes de su época, por la inexperiencia de los artistas, el bronce solía tener muchas cosas inútiles mezcladas. Después Europa consiguió de Júpiter que la tercera parte del mundo llevara su nombre, de la que dicen que está situada de tal manera que para los que navegan a través del mar de las columnas hacia dentro en la parte derecha está Africa hasta la desemboca­dura del Nilo, en la izquierda Europa hasta el Tánais y los habitantes de la Meótide y los boristenes, ya que una y otra parte limitan con Asia. Ciertamente, toda Europa es habita­ble, a excepción de una pequeña parte limítrofe con la región del Tánais y de la Meótiode, la que, a causa de la abundancia del frío, no puede ser habitada con comodidad. Después un ciudadano de Taso, una vez que llegó a Olimpia, se preocupó de que fuera erigida en honor de Hércules, del que sostenía que era tirio, una estatua de bronce de diez codos sobre una base de bronce, estatua que sostenía en la mano izquierda un arco y en la derecha una clava'*' . Y tantas cosas han sido sobre Europa. Ahora disertemos acerca de Penèlope.

781 Cf. Paus. V 25, 12.

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Cap. 24: Sobre Penèlope

Penèlope, que antes se llamaba Amea, fue hija de Icario y de la náyade Peribea, y tuvo cinco hermanos, según dice Sileno de Quíos en las Historias fabulosas: Cauno, Palero, Nopsope, Filemon, Heloro. Se cuenta que Icario, en la época en que Peribea estaba grávida, fue hasta el oráculo a causa de algunas visiones en sueños para saber qué iba a dar a luz su esposa y obtuvo una respuesta de este tipo: Peribea tiene una deformidad, en su útero la fama de las mujeres. Tras haber escuchado esto Icario y no comprender rectamente la palabra del dios, pensando que de aquella que naciera habría de derivarse una gran desgracia contra su familia, al punto arrojó al mar a la recién nacida expuesta en una vasija y confió a la fortuna todo lo relativo a esta niña. Llamaron a esta niña Amea porque no la quisieron criar, puesto que ameisthai significa rechazar y rehusar. Por lo demás, como la vasija hubiera encontrado una admirable tranquilidad del mar y de los vientos y no se hubiera alejado de aquel lugar donde había sido colocada en principio a no ser cuanto la habia movido insensiblemente el natural reflujo de las aguas marinas, se dice que llegaron volando ante el llanto de esta niña unas aves, a las que llaman meleágrides, en las que cuentan las fábulas que se metamorfosearon las hermanas de Meleagro después de conti­nuas lágrimas, al no poder soportar el dolor, cuando fue arrojado al fuego el tizón que tenía la misma vida que aquél. Recuerdan que estas aves acercaron el pequeño recipiente a la costa, puesto que distaba poco del litoral, y criaron a la recién nacida durante algunos días. Conocido este milagro por los habitantes de este lugar y contado a Icario, movió su ánimo a la compasión hacia la niña, incitándole y suplicándole principalmente Peribea, de manera que, yendo él mismo junto al mar, llevó a casa la vasija encontrada junto con sus nodrizas, las aves. Por consiguiente, como aquellas aves por aquella época fueran llamadas por los griegos penélopes, pues penèlope es una clase de gallinas que ahora llaman lúdícas, después, cambiando el primitivo nombre de Amea, llamó a su hija Penèlope, según atestiguó Herodoro en aquellas cosas que escribió Sobre Perseo y Andrómeda. Después, al haber llegado Penèlope a la edad nubil, se dice que fue de tanta hermosura de cuerpo y de tanta elegancia de costumbres que provocó en los ánimos de los jóvenes admirables amores. Así pues, muchos de los príncipes de las ciudades griegas la pidieron en matrimo­nio. Pero como Icario todavía se acordase del oráculo y no deseara entregarla a nadie en matrimonio a no ser al hombre más destacado, que pudiera moderar con su pmdencia y su virtud los deseos de su hija, que hasta ahora había conservado ¡lesa y totalmente intacta su honestidad, propuso una carrera de carros en la vía llamada por esc motivo Afetaide, no lejos del santuario de Apolo Cameo en Lacedemonia. Pues, como alli fueran liberados los pretendientes de las cárceles, la vía fue llamada Afeta, porque aphienai es dejar libre. Que en estos juegos fue vencedor Ulises lo recuerda Pausanias en Los asuntos de Laconia (III 12,1), por lo que le fue concedida como premio prometido por la carrera (según dicen) la boda con Penèlope, y por este motivo Ulises dedicó una estatua a Minerva, a la que llamó Celeutea. Se dice que después Icario con muchos megos y promesas tanteó el ánimo de Ulises para si prefería vivir junto a él en Lacedemonia más que en Itaca y tener allí el domicilio usual. Cuando esta esperanza hubo engañado al propio Icario y no pudo conven­cer a Ulises con razón alguna, se dirigió a acosar el ánimo de su hija y comenzó a rogarle que no le abandonara a él en la extrema vejez, muerta ya Peribea, solo en la casa, con continuas lágrimas y llanto muy duradero. Y estos ruegos de su padre fueron también inútiles para su hija. Sin embargo, dicen que Ulises, movido a compasión hacia el anciano,

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concedió de manera inesperada a Penèlope la oportunidad de elegir qué prefería, si quería estar en Lacedemonia con su padre o, abandonado aquél, marcharse con él a Itaca. Pero se dice que ella no respondió nada ni a su padre Icario ni a Ulises sino que se quedó de pie con la cara cubierta en el carro en el que estaba. Cuando Icario se dio cuenta de que prefería seguir a su marido y que le avergonzaba decirlo, permitió que partiera junto con su marido hacia Itaca. Después, tras haber tenido de aquélla a su hijo Telemaco, Ulises fue arrastrado a la guerra de Troya, según se ha dicho en Ulises. Y se dice que en la época en que partió Ulises de Itaca, Penèlope conservó íntegramente durante veinte años su honesti­dad, la que, después de que todos los héroes volvieron a la patria de la guerra de Troya, tras haber arrasado e incendiado Troya (pues, tras los diez años de la guerra de Troya, Ulises vagó durante diez años), se dice que fue solicitada de nuevo por muchos príncipes de las ciudades vecinas para que se casara en segundas nupcias, porque pensaban que Ulises ya habia muerto. A este asunto sobre todo la empujaba la magnitud de] gasto doméstico, porque vivían de las riquezas procedentes de la propia Penèlope y cada vez se hacía más pequeña su hacienda. Parecía que esta incomodidad podía ser evitada única­mente por un medio, a saber si se casaba con alguno de aquéllos. Pero Penèlope burlaba mediante el engaño la esperanza de aquéllos a quienes había prometido que ella no espera­ría más a Ulises tan pronto como hubiera tejido la tela comenzada, sino que habría de tomar como marido a uno de aquéllos. Y hacía eso porque conocía la petulancia y temeridad de los jóvenes ensoberbecidos quienes, si no hubieran sido así burlados en su esperanza, hubiesen disipado en poco tiempo todos los bienes de Penèlope o incluso se hubiesen lanzado violentamente contra ella. Pero, puesto que deshacía durante la noche tanto trabajo cuanto había tejido durante el día, alargó la espera de aquéllos finalmente así hasta la llegada de Ulises, por quien, ya vuelto a casa, todos aquellos pretendientes fueron liquidados con astucia. Dicen, además, que no lejos del estadio llamado de Lada en el territorio de Orcómeno, Penèlope dio a luz un hijo a Ulises, cuando hubo vuelto de la guerta de Troya, a quien llamó, a causa de la importante actuación de su padre en aquella expedición naval, Ptoliporccs, esto es devastador o arrasador de ciudades '*^. Además, se decía entre los de Mantinea, según afuma Pausanias en Los asun tos de Arcadia (VIH 12,6), que Penèlope fue castigada y expulsada de su casa por Ulises debido a su culpa, es decir porque de buena gana había seducido y atraído a los pretendientes. Esta en primer lugar se dirigió a Esparta y, al no haber sido recibida allí ni por su padre, que ya había muerto, ni por los parientes, se vio obligada a retirarse a Mantinea, donde dicen que murió y que fue sepultada no lejos del estadio de Ladas y del templo de Diana. Estas son casi todas las cosas que se recuerdan acerca de Penèlope por los antiguos. Dicen que Icario arrojó a la niña por esta razón, a saber porque había creído que el oráculo señalaba que ella habría de ser alguna gran vergüenza, deshonra e infamia de las mujeres, aunque la opinión del oráculo era muy diferente, porque decía que aquel recato más honesto y la honra de las mujeres que se busca en las más honestas madres de familia habría de estar en aquella que naciera y que habría de ser una enorme gloria para el sexo femenino. Sin embargo, otros afirman que la más honesta mujer fue Dido y Penèlope una desvergonzada, que se unió a todos los pretendientes y engendró a Pan, pero, a pesar de que fueran consideradas buenas

782 Cf. Paus. VIII 12, 6.

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o malas según los estudios de los escritores sobre ellas, con todo prevaleció la opinión más extendida sobre la bondad de Penèlope, de la que escribió así Eubulo en Crisila (Edmonds 2, pp, 135-6, fr. 116-7 = Ath. XIII 559b-c): Oh Zeus muy venerable, ¿hablaré yo alguna vez mal de las mujeres? ¡Por Zeus, que me pierda antes! Son el mejor de todos los bienes. Y si Medea fue una mala mujer. Penèlope en cambio fue un gran bien; alguien dirá que Clitemnestra fue malvada, yo le opongo la virtuosa Alcestis. Y no es admirable que Penèlope, recién nacida, cayera en aquellas desgracias, puesto que casi nadie sabio o valeroso es también afortunado, pues hay siempre una cruel lucha de la virtud con la fortuna, por lo que los antiguos imaginaron que también Hércules y los restantes héroes de destacada virtud y los hombres buenos fueron desgraciados, y realmente las desgracias son un don de Dios quizá mayor que todas las calamidades y la más clara oportunidad y facultad ofrecida por Dios de mostrar y ejercer la fortaleza. Por ello Semíramis, la más ilustre de todas las mujeres de las que sabemos que sobresalieron por su ingenio y pruden­cia, conoció casi la misma fortuna que Penèlope, criada por las aves, y Dánae, encerrada con su hijo en un arca de madera y arrojada al mar, y se dice que después fue salvada por un dios, puesto que en realidad no es abandonado por Dios en los casos difíciles ningún hombre bueno que haya vuelto hacia él mismo su mente íntegra. Hubo muchos otros, a los que sería largo enumerar, que, arrojados de niños a las fieras, no burlaron la respuesta de los dioses sino que, por el contrario, fueron criados por las propias fieras y no sólo dejados libres. Se dice que fue prometida la boda de Penèlope a los vencedores de la carrera, según la antigua costumbre de las más hermosas mujeres, o porque así, según la respuesta de los oráculos, apartaban a los pretendientes de las bodas de algunas mujeres mediante los peligros que sobrevenían a los vencidos, como en los casos de Atalanta y de Hipodamía, o porque pensaron que las cosas importantes no deben ser prometidas a no ser a la virtud y al valor, puesto que a la pereza, a la indolencia y a la desidia se le ofrecen solamente penas, ya que es muy cierto lo que dice Hesíodo en los Trabaos y días (413): El hombre holgazán siempre lucha con la ruina. En efecto, puesto que se sabe que Ulises es la prudencia, con razón le concedieron en matrimonio a Penèlope, a la que celebraron por su sobriedad y pudor. Se dice que fue de tan gran sobriedad que, después de que Troya soportara un asedio de diez años, tras haber hecho venir muchos refuerzos de todas partes de Asia, favoreciendo también los propios dioses de una y otra parte la situación, y después de que Ulises, tras la guerra, anduviera errante un igual espacio de tiempo, ella no pudo ser vencida con ruegos ni con amenazas ni con la insolencia de los pretendientes, sino que los engañó con mucha astucia. Pues es más difícil empujar a un espíritu rectamente fortificado con la virtud y la templanza a una acción vergonzosa que arrasar Troya o empujar a la rendición a la más fortificada de las ciudades, puesto que no hay ninguna máquina que sea capaz de someter la virtud. En efecto, no es creíble que la virtud de Penèlope haya sido cantada por los antiguos a no ser que el modo de vida de Penèlope haya sido un importante modelo para la virtud. Aquellas cosas que se han contado en otro lugar sobre Penèlope, referente a que unida a todos los pretendientes dio a luz al dios Pan, pertenecen a la fábula y están muy lejos de la verdad, puesto que ni tienen muchos testigos ni está de acuerdo con la razón que una mujer pueda concebir de la semilla de muchos, puesto que el útero, cuando ha concebido por primera vez, está cerrado de tal manera que nada puede salir ni entrar. Por consiguiente, mediante aquellas cosas que se dijeron sobre la sobriedad de Penèlope, los antiguos exhortaban a las mujeres a la templanza, la sobriedad y la honesti­dad, a fin de que guardaran ilesa para sus maridos la fidelidad que les habían prometido

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para que no cedieran a los halagos de los lujuriosos, para que no pensaran que había algo más importante que permanecer invencible contra las tentaciones. Por otra parte, el hecho de que contaran que ella burló a los pretendientes tejiendo una tela, significaba que no hay nada más peligroso que la vida ociosa, puesto que a los que están ocupados no los capturan tan fácilmente los pensamientos depravados y los halagos de los placeres. Pues el ocio es, si no la madre, al menos la nodriza de todo tipo de lujuria y de cualquier insolencia. Y tantas cosas sobre Penèlope, ahora hablemos acerca de Andrómeda.

Cap. 25: Sobre Andrómeda

El ejemplo de Andrómeda demostró cuan funesto es ser pariente de los que desprecian el respeto a Dios; a ella la hizo famosa el peligro de su vida, en el que cayó no por su temeridad sino por la de su madre, mujer muy arrogante, que se atrevió a confesar que aventajaba en belleza incluso a las propias diosas. Pues no sólo es peligroso y está lleno de dificultades estar unido por parentesco con aquellos que menosprecian los honores a Dios y la justicia, sino que también es funesto la mayoría de las veces ser amigo de los que desdeñan a Dios. Se dice que Andrómeda fue hija de Cefeo, rey de los etíopes, y de Casiopea, doncella realmente distinguida y muy adornada con todos los dones del espíritu y del cuerpo, y digna de haber nacido de mejores padres. Pues dicen que Casiopea hasta tal punto sobresalía en la belleza de su cuerpo, con la que aventajaba a las demás mujeres, que se atrevió a retar a la propia Juno a una comparación y certamen acerca de la belleza. Se dice que Juno, soportando muy mal la temeridad tan grande de esta mujer, puesto que antes le había mostrado claramente que toda excelencia de belleza humana era una gran fealdad si se comparaba con las cosas divinas, pidió a Neptuno que reprimiera la temeridad de esta reina y vengara su injuria. Sin embargo, Sileno de Quíos, en las Historias fabulosas, dice que ella no retó a Juno sino a las ninfas Nereidas. Así pues, se dice que Neptuno, irritado por la arrogancia de aquella mujer, envió contra la región de Cefeo y Casiopea un cetáceo de tan gran tamaño y monstruo tan temible que devastaba todos los campos y demolía hasta los cimientos los edificios, y ni siquiera las ciudades estaban lo suficientemente fortificadas contra esta peste, puesto que incluso las aplastaba y las arrasaba con la gran dimensión de su cuerpo y su enorme mole. Cefeo, agitado por tan gran calamidad y consternado en su corazón, consultó al oráculo y preguntó por qué motivo sobrevenía tan gran cantidad de males y de dificultades y con qué acción podía liberarse de tan gran peligro. Después de realizados unos sacrificios de acuerdo con la costumbre de los que consultaban el oráculo, obtuvo como respuesta que aquella calamidad, que había provocado la arrogancia de Casiopea, no habría de cesar antes de que expusiera a Andrómeda, la única hija que tenía, para que fuera devorada por aquel monstruo marino, lo que se hizo junto a lope. Cefeo, tras haber recibido aquella respuesta, expuso a su hija Andrómeda, atada con cadenas de hierro, junto a la ciudad de Etiopía llamada lope. Sucedió que por aquella época pasaba por allí con la cabeza de Medusa Perseo, quien, compadecido de la inocente doncella, la liberó y esperó al cetáceo, según escribió Arístides (=Schol. Lyc. 836) y Libanio (=ibid.) y, enseñándole la cabeza de la Górgona, convirtió en piedra una parte del monstruo que se acercaba, la otra parte la destruyó él mismo con su espada. Después Perseo tomó como esposa a Andrómeda, así liberada, por su insigne virtud y la llevó consigo a Scrifos. También hay quienes dicen que Perseo tuvo de ella una hija, llamada Perse, a la que dejó

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junto a su abuelo Cefeo. Pues cuando Perseo se dio cuenta de que se preparaban asechan­zas contra él por parte de Fineo, hermano de Cefeo, quien pensaba que él podría tener como esposa a Andrómeda si daba muerte a Perseo, Perseo hizo que Fineo se convirtiera inmediatamente en piedras tras haber visto la cabeza de Medusa. Después, partiendo junto con Andrómeda y su madre Dánae hacia Argos, vivió allí hasta el úhimo día de su vida. Estas son las cosas que sobre Andrómeda fueron confiadas a la memoria por los antiguos. Investiguemos ahora por qué fueron imaginadas así.

Si alguien sopesa con atención las cosas que han sido escritas por nosotros en esta misma narración sobre Andrómeda, encontrará que en ellas no se contiene ninguna otra cosa a no ser la exhortación de los antiguos para tener en mucho la piedad y la moderación del espíritu. En efecto, puesto que Casiopea no supo llevar con ánimo resignado los impor­tantes dones de Dios, se atrevió a rivalizar incluso con las diosas, autoras de todos los bienes, y anteponerse incluso a ellas a causa de aquellos bienes que había recibido gracias a la generosidad y magnificencia de aquéllas. Pero, como justo juez de todos los crímenes, no permite que quede sin castigo tan gran locura de los hombres o arrogancia Dios, para quien son despreciables todas las cosas mortales, por brillantes que sean, si carecen de bondad y justicia y se atreven a compararse con las divinas. Por consiguiente, cuando Juno hubo arrebatado así la belleza del cuerpo a Casiopea, envió también aquella calamidad contra la región de los egipcios o etíopes. Y, aunque el castigo algunas veces perjudica a los parientes de los criminales por sus ignominias, sin embargo Dios no soporta que perezcan los hombres buenos, a los que permite que se les perjudique, puesto que es siempre defensor de la inocencia expuesta a los peligros. Por ello contaron mediante fábulas que Andrómeda, expuesta al máximo peligro de su vida a causa de la temeridad materna, finalmente, por beneficio de los dioses inmortales que desviaron a Perseo hasta allí, no sólo fue liberada sino que incluso fue conducida a la mayor felicidad, puesto que había soportado pacientemente la desgracia. El territorio de los etíopes y los subditos no pudieron evitar la devastación del monstruo y, muerto éste, volvieron a la primitiva felici­dad, porque, cuando los reyes han cometido faltas contra el culto de Dios, no sólo ellos mismos sino también sus pueblos o las naciones sometidos a ellos, como secuaces o favorecedores de esta misma impiedad, se afiigen juntamente con los propios reyes, ya que Dios tiene siempre causas muy justas de animadversión a causa de los pecados casi infinitos de muchos. Porque no queda impune ningún crimen que no haya sido vengado por el propio autor con el arrepentimiento. Pues o bien las naciones extranjeras, con el impulso de Dios, se levantan contra los reyes injustos, o bien los pueblos contra los magistrados poco ecuánimes o un magistrado contra otro, ya que Dios sólo tiene trato con la justicia, que es también la única alma de las ciudades y el vínculo firme de todas las repúblicas y los reinos. Y nadie debe pensar que esta variedad tan grande y tan admirable de fábulas han sido pensadas en vano por los antiguos o en vano transmitidas a las generaciones posterio­res, porque las que se presentan sin sustancia gozan de una vida muy corta, pero las que han sido sabiamente confiadas, ésas no se rompen o se debilitan con la fuerza del tiempo. Consecuencia de esto es que las fábulas que se han creado para corregir o formar las costumbres de los hombres han llegado hasta este tiempo nuestro sin discusión, mientras que las restantes maneras de filosofar han sido rechazadas a causa de las guerras civiles o a causa de las discusiones de los filósofos que litigaban entre sí, o, ciertamente, han sufrido numerosos cambios.]

Fin del Libro Octavo

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