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LIBRO TERCERO DE LA «MITOLOGIA» DE NATALE CONTI Cuan claramente se dicen las cosas pensadas por los antiguos sobre los inferiores Verdaderamente fueron muy sabios e inmejorables, Serenísimo y Óptimo rey Carlos, aquellos hombres que los primeros introdujeron entre los mortales esta opinión de que, al ser inmortal nuestra alma, después de que ha sido liberada de las ataduras del cuerpo llega junto a los jueces severísimos y allí, en razón de sus méritos, obtiene por suerte o grandes premios o los más graves suplicios. En efecto, si no hubiera ningún conocimiento de la verdadera religión, si ninguno de la verdad cristiana, podría sin embargo esta razón condu- cir a la honradez a los hombres de manera que se mostraran dignos de premios más que para que intentasen evitar los suplicios, verdad ésta que Jesucristo explicó después a todas las naciones que querían comprenderlo con claridad. Pues, ¿qué puede apartar tanto los ánimos de los hombres de todos los crímenes como si se han persuadido todos de que hay que devolver la medida de la vida llevada anteriormente, cuando no se les permita ni mentir ni buscar subterfugios, sino que todas las acciones cometidas injustamente en vida aparecerán ante toda la gente claras como manchas o corrompidas pústulas en el cuerpo? ¿Qué leyes civiles, qué costumbre de las ciudades, qué severidad de los juicios, tiene tanto poder sobre los ánimos de los hombres? Efectivamente, despreciando esto, pueden come- terse abiertamente muchos delitos y algunos subestiman los tormentos y soportan la muerte, si la situación lo exige, con el ánimo más resignado. Pero ni siquiera cuando se dan cuenta entonces de que llega el fin de los trabajos y calamidades, es admirable cuánto se retrasan por la misma conciencia y por el miedo de los suplicios eternos. De que esto es así fue fácil convencer a los hombres buenos y moderados, pero a la multitud que no es llevada o impelida a no ser de un modo más tosco, no eran suficientes estas razones para convencerla, sino que se inventaron muchas cosas terribles en los infiernos e incluso horribles de decir, muchas cosas pensadas para delectación, mediante las cuales los hom- bres más ignorantes pudieran ser conducidos a la honradez. Pues, ¿quién no se conmove- ría en gran manera cuando supiera que después de su muerte tiene que ir a la laguna de Aqueronte, la primera que recibía a las almas que le salían al paso, cuando el terfible barquero Caronte, sucio y de larga barba y con centelleantes ojos condujera la negra barquilla y navegase con una sombría antena unida a un negro mástil, cuando abarcase con 163

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LIBRO TERCERO DE LA «MITOLOGIA»

DE NATALE CONTI

Cuan claramente se dicen las cosas pensadas por los antiguos sobre los inferiores

Verdaderamente fueron muy sabios e inmejorables, Serenísimo y Óptimo rey Carlos, aquellos hombres que los primeros introdujeron entre los mortales esta opinión de que, al ser inmortal nuestra alma, después de que ha sido liberada de las ataduras del cuerpo llega junto a los jueces severísimos y allí, en razón de sus méritos, obtiene por suerte o grandes premios o los más graves suplicios. En efecto, si no hubiera ningún conocimiento de la verdadera religión, si ninguno de la verdad cristiana, podría sin embargo esta razón condu­cir a la honradez a los hombres de manera que se mostraran dignos de premios más que para que intentasen evitar los suplicios, verdad ésta que Jesucristo explicó después a todas las naciones que querían comprenderlo con claridad. Pues, ¿qué puede apartar tanto los ánimos de los hombres de todos los crímenes como si se han persuadido todos de que hay que devolver la medida de la vida llevada anteriormente, cuando no se les permita ni mentir ni buscar subterfugios, sino que todas las acciones cometidas injustamente en vida aparecerán ante toda la gente claras como manchas o corrompidas pústulas en el cuerpo? ¿Qué leyes civiles, qué costumbre de las ciudades, qué severidad de los juicios, tiene tanto poder sobre los ánimos de los hombres? Efectivamente, despreciando esto, pueden come­terse abiertamente muchos delitos y algunos subestiman los tormentos y soportan la muerte, si la situación lo exige, con el ánimo más resignado. Pero ni siquiera cuando se dan cuenta entonces de que llega el fin de los trabajos y calamidades, es admirable cuánto se retrasan por la misma conciencia y por el miedo de los suplicios eternos. De que esto es así fue fácil convencer a los hombres buenos y moderados, pero a la multitud que no es llevada o impelida a no ser de un modo más tosco, no eran suficientes estas razones para convencerla, sino que se inventaron muchas cosas terribles en los infiernos e incluso horribles de decir, muchas cosas pensadas para delectación, mediante las cuales los hom­bres más ignorantes pudieran ser conducidos a la honradez. Pues, ¿quién no se conmove­ría en gran manera cuando supiera que después de su muerte tiene que ir a la laguna de Aqueronte, la primera que recibía a las almas que le salían al paso, cuando el terfible barquero Caronte, sucio y de larga barba y con centelleantes ojos condujera la negra barquilla y navegase con una sombría antena unida a un negro mástil, cuando abarcase con

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su ánimo a Flegetonte rodeado de olas de llamas que braman, cuando sube el Cocito, el más pesado y triste de los ríos, cuyo bratíiido imitaba las voces de las quejumbrosas almas, cuando Cerbero de tres cabezas, cuando los más severos de los jueces, cuando llegaban a las mentes las Furias, que obligan a cada uno, por medio de distintos tormentos, a confesar los crímenes cometidos, quién emprendería alguna mala acción con ánimo intrépido? Se sumaba al terror el rostro terrible del tirano de los infiernos y el estrépito de las rechinantes cadenas arrastradas por las almas encadenadas; sonaban los azotes de los flagelos, que se infli­gían a los criminales; por todas partes se oían los lamentos de las almas atormentadas. Aunque estas cosas fueron estimadas en poco y motivo de burla para algunos, sin embargo no había nadie que sintiera que le llegaba el último día de la vida, que no tuviera un gran temor y que no deseara, si podía hacerlo, que estuviera preparadísima la razón de toda su vida para no temer estas cosas. Pues hay para los que van a morir una buena provisión de inocencia y el recuerdo de la vida pasada rectamente, lo único que nos conduce sin temor a la presencia de todos los jueces y a todos los peligros. De otra parte, nos exhortaban los sabios a la honradez con grandes y los más alegres placeres presentados en los Campos Elisios. Pues cualquiera de los hombres buenos que haya observado las reglas y haya vivido santamente, éste era conducido a la compañía de los felices, donde la tierra era productora de toda clase de frutos; y las aguas manaban de las fuentes más limpias y los prados, produciendo una primavera perpetua, se vestían de variadas flores. Alh estaban las asambleas de los filósofos, allí los teatros de los poetas, allí los coros en círculo, allí los placeres de la música, allí los armoniosos y elegantes banquetes y el placer no unido a molestia alguna, pues no se sentía ni calor inmoderado ni frío, sino que el aire era siempre saludable y templado, y no estaba inflamado por muy ardientes rayos del sol. Pues, ¿qué clase hay de las más suaves avecillas que allí no ejercite su admirable canto, o qué árboles olorosos hay que no vistan siempre de las más deliciosas flores? De aquí las luchas, de aquí las enemistades, de aquí los odios, de aquí las bandas de ladrones, de aquí los engaños, de aquí los perjurios, de aquí las envidias estaban desterradas. Aquí la vida más feliz y libre de toda molestia se desarrollaba sin miedo a la muerte o a la enfermedad, según decían. Esta clase de felicidad estaba destinada sólo a aquéllos que hubieran vivido piadosa y santa­mente o que hubiesen cometido algunos pecados, pero curables y leves, que en otro lugar no lejos de éste eran expiados. Con estas razones, (que tienen que ver con los placeres del cuerpo (pues el vulgo no comprende otro tipo de placer),] y otras semejantes los antiguos intentaron atraer los ánimos de la multitud, en parte por la esperanza de los goces, en parte por miedo a los suplicios, a la justicia y a la integridad de la vida. Pero, puesto que fue Pintón el primero de todos los mortales que pensó estas razones, según opina Recateo (Jac. lF35bis), creyeron que éste era el rey de aquellos lugares, así como Eolo de los vientos, porque había observado el primero los cambios de los vientos, y Endimión amigo de la Luna porque se había documentado el primero acerca del curso de la Luna. Y, ya que hemos hablado sobre Plutón, ahora investiguemos qué cosas fueron consideradas que eran temi­bles en su reino y hablemos en primer lugar sobre Aqueronte.

Cap. 1: Sobre Aqueronte

El divino Platón dejó escrito en Axíoco (371a), si ciertamente el diálogo es con

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legitimidad de este escritor '"*, que Opis y Apolo llevaron desde los Hiperbóreos unas tablas de bronce, en las que estaba escrito que el alma, después de que fuera liberada del cuerpo, llegaba a un desconocido retiro subterráneo, donde está el palacio de Plutón, que no es en absoluto menor que el palacio de Júpiter. En efecto, puesto que la tierra ocupa la parte media del orbe del globo, Júpiter y sus hijos gobiernan la parte alta de los hemisfe­rios, mientras que Plutón, hermano de Júpiter, y sus descendientes dominan la inferior. Pero, antes de llegar al vestíbulo del palacio de Plutón, donde una puerta de hierro reforzada con segurísimos cerrojos y llaves recibe a los que se acercan, está el primero el río Aqueronte, después del cual está el Cocito y otros más adelante según se explicará. Así pues, de este río Aqueronte, que recibe el primero a las almas que van a los lugares inferiores, y ha de ser pasado, algunos cuentan que es hijo de Ceres, otros de la Tierra; éste unos dijeron que por otra razón fue enviado a los lugares inferiores Que Aqueronte es un río que fluye hacia la laguna Aquerusia lo escribe así Platón en el Fedón (112e-113a): Enfrente de éste, corriendo en sentido inverso, el Aqueronte, que además fluye por otros lugares desiertos y pasando bajo tierra llega a la laguna Aquerusia, a donde van a parar las almas de los más de los muertos y, tras pasar allí el tiempo determinado, unas más tiempo, otras menos, de nuevo son enviadas a las generaciones de los vivos. Otros, por el contrario, pensaron que el río Aqueronte no entra sino que sale de la laguna Aquerusia, según opinó Estrabón en el libro VIII (3,15,C344), quien escribe que Aqueronte entra, habiendo recibido muchos ríos, en el agradable puerto de Quimera y que allí forma un suave golfo que dista no mucho de Efira, ciudad de los Tesprotios; dice también que llegan al Alfeo el Aqueronte y el Daulio. Dicen algunos que a este río se le dio este nombre porque corría cerca de los templos de Ceres, Prosérpina y Plutón, que fueron tenidos en gran honor en Hispana de Trifilia. Realmente conviene saber que hubo dos ríos en lugares distintos llamados con el mismo nombre: hubo un río Aqueronte en el campo Brutio, cerca de Pandosia, donde Alejandro, el rey de los Molosos, engañado por el oráculo de Dodona, fue asesinado, como dice Estrabón en el libro VI (1,5,C256), porque se le ordenó evitar el Aqueronte y Pandosia y creyó que aquellos lugares estaban en el campo de Tesprotia, los que eran muy célebres por aquel tiempo con este nombre. Además hubo otro Aqueronte, río del Epiro, que, fluyendo de la laguna Aquerusia hasta la ciudad de Pandosia, aumen­tado por muchos ríos, como se dijo, se deslizaba hasta el golfo Ambracio. Además estaba la laguna Aquerusia, por la que se dijo que, bajo tierra, el Aqueronte fluía en la región de los Mariandinos, como dice Apolonio en el libro II (351-6): Desde allí, no mucho más lejos a través del mar, llegaréis a la tierra de enfrente, la de los Mariandinos. Allí hay un camino que baja al Hades; la altura de la ribera Aquerusia se eleva a lo alto y el turbulento Aqueronte, cortando hasta la base, lanza chorros por una gran garganta. Esta laguna Aquerusia no distaba mucho de la ciudadela de Ciquiro, según dice Pausanias en Los asuntos del Ática (I 17,5) y Estrabón en el libro V (4,5,C243) escribe que estaba próxima al promontorio Miseno, la cual, retirándose luego, abría un profundo litoral en el golfo de Bayas y ofrecía unas aguas apropiadas para sanar las enfermedades. Al existir dos

106 Está considerado, en efecto, apócrifo y en este lugar aparece Apolo bajo la advocación de Hekaerge, uno de sus epítetos.

107 a. Od. X 513 y Paus. I 17, í . 108 Según la tradición que lo hace hijo de Gea, Aqueronte es castigado a permanecer en los infiernos por

haber dado de beber a los Gigantes en su lucha contra los Otimpicos.

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Aquerusias, una en el campo Brutio, otra junto a Pandosia en el campo de Tesprotia o en el Epiro junto a la ciudad de Heraclea, no lejos de Sinope, los antiguos escribieron que junto a esta Aquerusia del Epiro fluía el Aqueronte, río de los lugares inferiores, el que consi­deraron que estaba sumergido bajo tierra y que llegaba hasta los infiernos y que allí formaba una laguna profundísima. Cerca de esta Aquerusia estaba el descenso a los Infier­nos, como escribió con estas palabras Aretades de Gnido en el libro II de Los asuntos de Macedonia y repitió el muy sabio comentarista de Apolonio (II 729): La llamada Aqueru­sia, que está cerca de Heraclea, por todas partes sobresale mucho del mar y es escarpada, y estaba vuelta hacia Oriente, hacia el mar de Bitinia. Y, al lanzarse sobre ella la ola, produce fuertes bramidos. Y nacen plátanos en su parte más alta y en su llanura, y parece que allí está la bajada al Hades. Lo que también escribió Ninfis de Samos en el libro I de Heraclea (Jac. 432F3=Schol. Ap. Rh. II 729). En efecto, se creyó que junto a aquel río hubo una cueva que conducía a los infiernos, según escribió Apolonio, con la opinión de los escritores antes mencionados, en el libro II (734-8) de los Argonáutica: Tras éste, hacia el interior, se inclinan hacia el río por los lados de una zona boscosa cóncava, donde está la cueva del Hades, cubierta de bosques y piedras, en doride un soplo glacial, que brota de la espantosa profundidad, siempre alimenta la escarcha blaquecina. De esta laguna fluye el río Aqueronte hacia el mar que está hacia el oriente, de lo que ahora hablamos; éste, al ocultarse bajo tierra, luego a través de alguna roca y valle emerge como de los infiernos, a los que se cree que llegaba a través de un gran espacio, según está en el mismo poeta (Arg. II 743-5): Allí están también las fuentes del río Aqueronte, que, lanzándose desde la cumbre al mar oriental, ruge. Una profunda garganta lo atrae hacia arriba. Se cuenta que desde aquí, y por esta cueva, condujo Hércules a Cerbero a la luz del día, según escribió con estas palabras el comentarista de Nicandro (Alex. 13e): El río Aqueronte en Heraclea Póntica; por allí condujo Hércules al perro del Hades y se llama la colina Acónitos. Que el agua de este río era muy desagradable, así como también la del Cocito, lo escribió Pausanias en Los asuntos del Ática (I 17,5), del cual se alimenta el álamo blanco, así como el acebuche del Alfeo, el álamo negro del Erídano; puesto que, como hubiese llevado Hércules a Cerbero por aquella puerta se dice que fue coronado con álamo blanco, aunque sin embargo, a causa de las tinieblas de los infiernos, se convirtió después en negra aquella corona de la que, plantada junto al Po, nació el álamo negro, según cuentan las fábulas. Se dice que este Aqueronte tuvo de Gorgira un hijo, Ascálafo, [al que sin embargo algunos sostuvieron que lo había tenido de Orfne, ninfa del Averno,] quien acusó a Proserpina de haber roto el ayuno en los infiernos; sobre el que escribió así Apolodoro, el gramático, en el libro I (5,3): Testificando en contra de ésta Ascálafo, hijo de Aqueronte y Gorgira. [Por esta razón Ascálafo, incluso acusador justo, por el odio de la acusación fue convertido en sapo.] Fue llamado Aqueronte apo tou rein acheos, a saber porque las olas fluyen de las molestias, porque, como dice \%&c\o, fluyen los dolores y las penas de los muertos nacidos, a saber porque los dolores y las tristezas de los parientes se devuelven a los muertos en grandes olas. Sin embargo, yo me acercaría más bien a la opinión de aquéllos que pensaron que fue llamado Aqueronte por el Aqueronte que reinó en aquellos lugares, según escribió Andro de Teo en su Navegación (Jac. 802Fl=Schol. Ap. Rh. II 354). Y de estas cosas es evidente que el Aqueronte solía recibir el primero las almas que descendían a los lugares inferiores y que fue hijo de Ceres o, según les pareció mejor a otros, de la Tierra. Creyeron que éste fue arrojado a los Infiernos porque había ofrecido bebida a los Titanes que luchaban contra Júpiter, que fluía desde la 'Aqueru-

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sia por lugares subterráneos y a través de un profundo valle emergía de nuevo a la luz y tenía un agua muy desagradable.

Estas son aquellas cosas que se encuentran escritas sobre Aqueronte a modo de fábula. Investiguemos ahora por qué se haii creado estas ficciones. ¿Por qué recibe Aqueronte, el primero las almas de los muertos? Porque cuando las almas van a morir se introduce deslizándose en la mente y el ánimo un cierto embotamiento, de modo que se siente con facilidad que la muerte está cerca; así pues, entonces la conciencia y el recuerdo de las cosas realizadas perturba el ánimo, que es la laguna que ha de ser atrave­sada por todos en primer lugar, según inventaron a modo de fábula los poetas; pues en la investigación de la vida pasada el ánimo no puede conmoverse en pequeña medida. Se dice que este río es hijo de Ceres o de la Tierra porque toda molestia o perturbación del ánimo nace o bien del afán de adquirir o conservar riquezas. Este río ofreció de beber a los Titanes que luchaban contra Júpiter, ya que surgen muchos pensamientos impuros contra los sagrados mandatos de Dios y el ánimo, si los alimenta durante mucho tiempo, se aparta de la verdadera ley de Dios y se precipita a la naturaleza de las bestias. Pero cuando un hombre bueno, o incluso malo, coloca toda esperanza en la clemencia de Dios y en su benignidad después de esta reflexión de la vida pasada, entonces aquella tristeza que era llamada Aqueronte es sacada a través del profundo valle del pecho a la luz y de buen grado se dirige a la presencia de Dios, el óptimo juez. Se dice que este río tiene un agua muy desagradable porque la razón de nuestra vida, si es considerada con cuidado, tiene muchas cosas desagradables. Y, para explicar el asunto en pocas palabras, por medio de estas cosas, que han figurado que están en los infiernos, no han querido los antiguos señalar otra cosa sino que conviene preparar nuestra vida de modo que el recuerdo del tiempo pasado consuele lo más posible nuestros ánimos en la muerte, debido a la inocencia e integridad, y nos conduzca sin miedo a la total severidad de los jueces. Así pues, bajo estas fábulas se expresan todos los pensamientos del hombre que va a morir. Y ahora hablemos sobre la Estige.

Cap. 2; Sobre Estige

La Estige, igualmente río de los Infiernos, se presenta después del Aqueronte a los que llegan a los lugares inferiores; diferentes autores creyeron que ella nació de distintos padres. Así, Hesíodo en la Teogonia (776-9) cuenta que la Estige nació de Océano en estos versos: La terrible Estige, hija mayor de Océano, que fluye en sí mismo. Lejos de los dioses habita un espléndido palacio, con techo de grandes rocas, con columnas de plata alrededor de toda ella fijadas hasta el cielo. Y Pausanias en Los asuntos de Arcadia (VIII 18,1) escribe que esta misma fue la opinión del poeta Lino. Unos creyeron que fue hija de Aqueronte, otros que de la Tierra. Apolodoro el Gramático dice que la Estige brota en los Infiernos de una piedra, en el libro I (2,5): Pues el agua de la Estige fluye de una piedra en el Hades. Algunos pensaron que ésta se casó con Palante, algunos que con Pirante, como dice Pausanias (VIII 18,2), de quien tuvo a la Hidra. De su padre

109 Pausanias recoge el testimonio de Epiménides de Creta (Jac. 475F5) en lo referente a la unión de Estige con Pirante.

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Aqueronte tuvo una hija, la Victoria, según contaron algunos Como sus hijos Victoria, Violencia, Fuerza y Gloria hubieran prestado ayuda a Júpiter contra los Titanes, Júpiter le concedió el siguiente honor y dignidad: que los dioses tuvieran como muy santo el juramento por la Estige, lo que atestigua Homero en el libro V (184-6) de la Odisea: Ahora sepa esto la tierra y el ancho cielo desde arriba y el agua que huye de la Estige, éste es el mayor y más temible juramento para los dioses bienaventurados. Así también Apolonio en el libro II (291-2) presenta a Iris que jura por el agua de la Estige: Habiendo hablado así, juró por el agua de la Estige, que es temida y muy venerada para todos los dioses. [Los antiguos creaban la ficción de que su hija Victoria era una mujer que estaba de pie sobre otra esfera, pero no alada, como insegura, a la que se dice que le añadió alas por primera vez el padre de Búpalo y Atenide, aunque otros dicen que hizo esto por primera vez el pintor Aglaofonte, otros que Pegrameno Caristio.j Se impuso además para aquéllos que jurasen en falso por el agua de la Estige el castigo de abstenerse por un cierto espacio de tiempo de los banquetes de los dioses y de toda costumbre de los dioses, según atestigua Hesíodo en la Teogonia (792-805): Esta brota sólo de aquella roca, como gran castigo para los dioses. El que de los inmortales que habitan la cumbre del nevado Olimpo, vertiéndola, hace un falso juramento, yace tendido sin aliento hasta que se cumple un año; y no puede acercarse a la ambrosía, néctar ni alimento alguno, sino que yace sin respira­ción y sin voz en revestidos lechos, le cubre un sopor maligno. Luego, cuando termina la gran enfermedad al cabo de un año, otra prueba más difícil sucede a la anterior. Está apartado de los dioses que siempre existirán durante nueve años, y no asiste nunca al consejo ni a los banquetes durante nueve años; al décimo, de nuevo interviene en las asambleas de los inmortales, que habitan las mansiones del Olimpo. Pues tal juramento lo hicieron los dioses por el agua imperecedera de la Estige. AUí también el mismo poeta puso de manifiesto qué ritual se observaría en los juramentos de los dioses, y dice que Iris acostumbraba a dar un vaso lleno de agua de la Estige a los dioses que mentían, puesto que Júpiter lo ordenaba así, como está en estos versos (Theog. 783-9): Y si cualquiera de los que habitan las mansiones del Olimpo miente, entonces Zeus envía a Iris a traer, de lejos, el gran juramento de los dioses en un áureo recipiente, el agua helada de mucho renombre que se desliza de una alta y escarpada roca; abundantemente fluye del río sagrado bajo la anchurosa tierra a través de la negra noche, cabeza de Océano; la décima parte se entrega a la Moira. Otros dijeron que se le concedió este honor a la Estige porque puso al descubierto las insidias de los dioses conjurados contra Júpiter cuando quisieron encade­narlo, según opinó Isacio (Schol. Lyc. 706). Hubo mucha discusión entre los escritores acerca de dónde estuvo la Estige verdaderamente. Pues unos pensaron que estuvo no lejos del puerto Lucrino y en el lago Averno, en el golfo de Bayas, lo que se hacía por engaño de los sacerdotes, quienes, para conseguir los fictos del lugar más agradable y sembrando muchos árboles frutales, decían que aquél estaba consagrado a los dioses de abajo y que a nadie, a no ser después de aplacar a los manes mediante sacrificios solemnes, se le consideraba digno de ir al lugar. Como allí mismo había una fuente que abundaba en aguas

110 Este error genealógico aparece ya en Bocc. G. D. III 10 y en Gyraldi Mult. hist. I 10, quien también dice según algunos.

111 Conti da la traducción latina de los nombres griegos de las hijas de la Estige, a saber: Nice, Bia, Crato, mientras transcribe el de Zelo.

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de río y que fluía hasta el mar, todos se abstem'an de su agua porque, por la opinión de los sacerdotes, se creía que era agua de la Estige. Pero Heródoto, cuando en Erato (VI 74) habla sobre la ciudad de Nonacris, escribe así sobre el agua de la Estige: Pues los Arcadios dicen que en esa ciudad está el agua de la Estige y es esto: se muestra un poco de agua que brota de una roca y cae a un estanque, al estanque lo rodea un muro en circulo. Nonacris, en donde se muestra esta fuente que allí está, es una ciudad de Arcadia cerca de Féneo. Pausanias, en Los asuntos de Arcadia (VIH 18,4) trae a la memoria que, desde una escarpada roca junto a Nonacris, esta agua cae gota a gota a un elevado peñasco y desde allí fluye hasta el río Gratis, cuya bebida es perjudicial para todos los animales. Pero no sólo es perniciosa para ellos el agua sino que también se decía que por obra de ella se destruía todo tipo de metales y no había vaso que pudiera sostener la fuerza del agua. Platón en el Fedón (113b-c) demostró no sólo de qué modo fluye la Estige en los infiernos sino también qué color tiene; El cuarto cae primero en un lugar terrible y agreste, según se dice, con un color en total como el lapislázuli al que llaman Estigio; y a la laguna, que forma el río al desembocar, Estige. Este río, puesto que fluye bajo tierra y tiene un agua muy desagradable, se consideró que bajaba hasta los infiernos y que era el río de los lugares inferiores, el que por lo desagradable fue llamado Estige, como si fuera stygeros, lo que para los griegos significa odioso. Se dice que en este río así como había otros muchos seres mostruosos, así también peces delgados hasta tal punto que parecían seme­jantes a sombras de peces más que peces, según dice Pausanias en Los asuntos de Fócide (X 28,1) Aquí eran negros todos los animales y negras las ranas, como dice el poeta (Juv. II 149-51): Hay algunos manes y los reinos subterráneos y la pértiga y negras ranas en el torbellino estigio y tantos miles atraviesan el vado en una sola barquilla. Así pues, los poetas, al hablar sobre cosas de fábula, les añadieron todas estas cosas que suelen explicarse como cosas verdaderas para que parecieran más probables. [Estas son las cosas que sobre Estige se han traído a la memoria.] Ahora desentrañemos la verdadera opinión sobre éstas.

Cuando más arriba hablamos de Aqueronte, dijimos que Aqueronte era aquel pesar y tristeza que nace en la mente del hombre que va a morir al examinar los asuntos pasados, en cambio la Estige es aquel odio contra los crímenes cometidos, que alcanza la penitencia; pues, cuando comenzamos a odiar los pecados pasados, entonces se dice que las almas atraviesan la laguna Estige, que surge del Aqueronte. Pero los que volvieron su discurso al nacimiento del propio río, éstos, concediendo toda la fuerza de las aguas al Océano, creyeron que en él confluían todos los ríos y que de aquél manaba la causa de las fuentes y lluvias. Por el contrario, los que pensaron que la fuerza de las aguas dulces surgía en los lugares cóncavos bajo tierra del aire solidificado y convertido en agua, aquéllos creyeron que la Estige, como los demás ríos, era hija de la Tierra. Por esto no es absurdo si esta situación determinó por suerte en los inventores de fábulas distintos nacimientos por otras causas. El hecho de que la Estige obtuvo aquel honor porque ayudó a Júpiter contra los Titanes o descubrió a Júpiter las insidias, quisieron los antiguos que no significara otra cosa a no ser que sus príncipes han de ser retenidos por cada pueblo en el poder según sus

112 En este lugar Pausanias, al comentar una pintura que representa el descenso de Ulises al Hades, dice que en ella hay un río, sin duda el Aqueronte, en donde las formas de los peces son tan confusas que más bien parecen sombras. Vemos, pues, que no habla Pausanias de la Estige y Conti atribuye aquí a la laguna lo que Pausanias al río.

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fuerzas, sobre todo si son hombres buenos; y conviene que los propios príncipes sean dadivosos con aquéllos que les revelan las traiciones e insidias de los criminales; por esta razón, nada puede ser más santo y adecuado para conservar las ciudades. Pero suficiente sobre la Estige, hablemos ahora sobre el Cocito.

Gap. 3: Sobre el Cocito

Los antiguos contaron mediante fábulas que también el Cocito debía ser atravesado por la muchedumbre de las almas muertas, antes de que llegara a los lugares inferiores. A dónde llega y de dónde surge este río lo manifestó así Platón en el Fedón (113c): Después de haberse precipitado aquí y habiendo adquirido en su agua terribles fuerzas, hundién­dose en la tierra, avanza girando en dirección opuesta al Piriflegetonte y enfrente de él está toda la laguna Aquerusia. Y el agua de este río no se mezcla con ninguna sino que, habiendo avanzado en círculo, desemboca en el Tártaro frente al Piriflegetonte; su nombre es, según dicen los poetas, Cocito. (Los antiguos contaron en sus fábulas que Minte, una hermosísima ninfa, fue hija del Cocito, la cual, después de que la hubiera sorprendido con Plutón Prosérpina, disimuló durante largo tiempo la indignación hasta que Plutón se apartó. Luego, después de una grave acusación, la convirtió en la hierba de la menta y la llamó por el antiguo nombre"^. Como esto ocurriese en el cercano monte Pilo, también el monte recibió el nombre por ello, según dice Sostrato en el libro II de la introducción de la Historia fabulosa. También a un hermano bastardo que, conocedor del rapto, dio su conformidad o por miedo o por respeto a Plutón, lo convirtió en una hierba silvestre, semejante casi en el olor y el aspecto.] Homero, en el libro XI (X 513-4) de la Odisea, escribió que el Cocito y el Piriflegetonte fluyen al Aqueronte, puesto que el Cocito es como un río de la Estige, según se ve en estos versos: Allí fluyen hacia el Aqueronte el Pirifle­getonte y el Cocito, que es un brazo que surge de la Estige. [Y los antiguos no traen a la memoria casi nada más sobre el Cocito; ahora desentrañemos la verdad de estas cosas.]

Fue llamado Cocito por las quejas y lamentos, según expresa el propio nombre, [y como atestigua Platón en el libro III (387b) de la República,] ya que los que van a morir en su mayoría se lamentan después de la penitencia de lo cometido, porque han cometido aquellas cosas contra las leyes de Dios, el mejor padre de todos. Otros prefirieron que se llamó asi porque se lamentan y soportan con difícultad el tener que alejar las cosas más queridas; otros creen que recibió este nombre por los lamentos de los parientes este río que ha de ser atravesado por los que van a morir. Y nadie puede llegar a los lugares inferiores, a no ser a través de este río o, para decirlo más verdaderamente, a través de estas turbulentísimas reflexiones del ánimo, las que pusieron de relieve los antiguos por medio de estas fábulas. Los cuales, en efecto, mostraban mediante estas ficciones que ha de vivirse de modo que los valientes, después de la muerte, lleguemos a toda fortuna. Ahora se hablará sobre Caronte.

113 Miiithê es el nombre griego de la menta. Cf. para todo lo relativo a esta ninfa Ov. Met. X 729, Estrabón VIII 3, 14.C344 y Focio Mintha.

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Cap. 4: Sobre Caronte

En cuanto a Caronte, cuyo nombre significa alegría, que fue hijo del Erebo y la Noche, como opinó Hesíodo, quien en la Teogonia ' afirmó que casi todos los monstruos del infierno nacieron de aquéllos, era considerado el barquero de las almas y el marinero de estos tres ríos. Ciertamente, además de éstos estaba el Regetonte o Piriflegetonte, del cual, puesto que la fábula recayó en él junto con el Cocito, pensé que no debía decirse nada más. Este Caronte fue llamado por los antiguos de gran edad, y como un anciano era represen­tado por el pintor Polignoto, el cual quizá siguió el poema Miniada, en el que había acerca de Caronte una opinión de este tipo: Y aquí el pálido y anciano barquero atraviesa las sombras en una amplia barca Así también Virgilio en el libro VI (298-301) muestra que Caronte es un anciano cuando describe su figura: Un horrendo barquero guarda estas aguas y ríos. Caronte, de terribe suciedad, en cuyo mentón reposa una abundante y descuidada barba blanca, sus ojos de llama están fijos, de sus hombros cuelga con un nudo un sucio manto. Se decía que éste era cruel para todos aquéllos a los que transpor­taba, y pensaba que no había diferencia entre los reyes y príncipes de las ciudades y el resto de la muchedumbre, puesto que veía a todos desnudos y sin ningún orden y despoja­dos de todos los bienes, como atestiguan estos versos: Muerto igual el hombre sin tumba, el que obtuvo la tumba por suerte; en el mismo honor iro, el poderoso Agamenón; igual a Tersites el hijo de Tetis, de hermosa cabellera. Igualmente están todos los muertos con débil cabeza. Desnudos mojados en la pradera de asfódelos. Atestigua Luciano en el diálogo Sobre el luto (10) que hubo la siguiente costumbre entre los antiguos: introducían en la boca de cada muerto una moneda de poca cantidad, porque pensaban que era el flete de Caronte, cuando escribe así: De este modo, cuando muere uno de la casa, llevando en primer lugar un óbolo lo colocan en la boca, que sirva de paga de la travesía al barquero. Pero esta pequeña moneda era llamada Danaké por los griegos, según atestigua Calimaco en estos versos en la Hécale (fr. 278 Pf.): Por ello los muertos sólo en esta ciudad no llevan el flete, el cual es ley que los demás lleven en sus resecas bocas; van al asiento de la nave aquerusia y al ir no necesitan de danaké Por su parte Aristófanes escribió en las Ranas (139-40) que después el flete de éste fueron dos óbolos, en estos versos: Un barquero, hombre anciano, te pasará, tomando como pago dos óbolos, en una pequeña embarcación. Pero no estuvo siempre contento con tan pequeña dádiva, sino que, algunas veces, se aumentó el pago de Caronte por los generales atenienses para no estar obligados a igualarse con la muchedumbre y se llegó a tres óbolos. Fue tanta la locura de algunos de

114 Hesíodo no habla de Caronte en la Teogonia. En los versos 123 ss. dice que de la Noche y el Erebo nacieron Éter y Día y en los vv. 7S8 ss,, al hablar del Tártaro, que en este horrible lugar tienen su morada los hijos de la oscura Noche: Hipno y Tánato (Sueño y Muerte) pero no menciona más hijos del Erebo y la Noche. Caronte no aparece con una genealogía determinada en los textos mitográficos. Cf. Ruiz de Elvira, Mit. Cías., p. 99,

115 Conti parece basarse en Paus. X 28, 2, donde el historiador habla de que Polignoto pudo haberse inspirado en la Miniada y ofrece dos versos que no son exactamente los que Conti traduce, sino que rezan así: Entonces la nave sobre la que van embarcados los muertos, la que conduce el anciano barquero Caronte, no la encontraron en el fondeadero.

116 Pfeiffer solamente recoge en este fragmento dos versos y el comienzo de otro, de los cuatro transmitidos por Conti, faltando justamente el que contiene el término danaké, la moneda utilizada para pagar al barquero Caronte. Cf, además Jac, 689F3= Et. Gen. s.v. danakés,

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los antiguos que pensaron que eran transportados hasta los infiernos por avaricia y deseo de dinero. Se dice que Caronte hizo pasar a algunos vivos a los Infiernos; pues se recuerda que descendieron allí Hércules, Ulises, Orfeo, Eneas y Teseo; cosas todas éstas que se inventaron según se explicará cada una en su lugar. Unicamente los de Hermíone, de entre todos los hombres, no ponían en su boca a los muertos ningún flete, porque decían que su descenso a los infiernos era muy breve, aunque dice el poeta que por todas partes hay otro camino igual a los Infiernos: El descenso al Hades es derecho, bien si vas desde Atenas o si muerto desde Méroe, no te aflijas al morir lejos de la patria, llevándote desde todas partes el viento al Hades.

Ahora expliquemos qué significan estos relatos de fábula. Se dice que Caronte es hijo del Erebo y la Noche porque transporta las almas a través del Aqueronte, la Estige, el Cocito y el Flegetonte, puesto que de aquella mente de los hombres, que antes estaba confusa e inmersa en la tiniebla de los pecados y la conciencia no examinada en absoluto, aquellos movimientos que más arriba fueron citados salen antes a través de aquellos ríos; luego, cuando se ha levantado la opinión de la inocencia o la deliberación próxima a la inocencia que ha de conservar la honradez para la posteridad, la que se consigue por la penitencia de los crímenes pasados, cuando avergüenza haber ofendido la voluntad del sumo Dios por avaricia, crueldad o impiedad, de la bondad de Dios surge la esperanza y luego la alegría, que nos transporta a través de aquellos turbulentos ríos y es llamada Caronte. Esta nos conduce sin temor ante los severos jueces: ésta nos consuela y ayuda en los más graves peligros, ésta nos sirve de viático a donde quiera que vayamos. Por ello, si alguien lo considera rectamente, encontrará que todos los antiguos abarcaron bajo estas ficciones de los ríos aquellos movimientos de los ánimos que nacen en el hombre en el momento de su muerte. Pues el que Caronte sea un anciano, ¿qué otra cosa significa que la decisión recta y la alegría que surge de aquella decisión bien tomada? o ¿qué otra alegría surgirá en el hombre que va a morir que aquella que nace de la opinión de la inocencia o de la esperanza del perdón? En cambio, lo que se refiere a los óbolos y al flete del barquero, yo considero que es ridículo e inventado según las opiniones de simples mujerucas y pensado por los sabios como para la probabilidad de la fábula inventada, si esto surgió de aquello. Ahora hablemos sobre Cerbero.

Cap. 5: Sobre Cerbero

Cuando hubieran atravesado las almas de los muertos aquellos ríos de los que habla­mos antes, entonces Cerbero, el más atroz perro del Infierno, se recostaba en una cueva ante las puertas de Plutón; este perro lisonjeaba muy humanamente a todos los que iban a entrar y no permitía salir a nadie, sino que a todos los que intentaban salir los aterrorizaba con muy altos y enormemente horribles ladridos. Este Cerbero nació de Tifón y Equidna, según escribió Hesíodo en la Teogonia (311). Por otra parte, que custodiaba el palacio de los Infiernos lo atestigua así Virgilio en el libro VI (417-8): El enorme Cerbero atruena estos reinos con el ladrido de su triple boca, recostándose temible en la parte delantera de la caverna. Decían que la forma de su cuerpo fue muy semejante a un perro, de cuya cabeza, sin embargo, colgaban numerosísimas serpientes en lugar de pelos, como dice Horacio en el libro III (11, 15-20) de las Odas: El temible portero del palacio, Cerbero, cede ante ti que lo acaricias, aunque su cabeza, como la de las Furias, la fortifican cien

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serpientes y un hediondo aliento y una baba mana de su boca de tres lenguas. Finalmente, que todo su lomo tiene serpientes en lugar de pelos y está atado por una cadena de serpientes, parece haberlo manifestado Tibulo en el libro III (4,87-8): A ; el perro ceñido en su lomo por una caterva de serpientes, que tiene tres lenguas y triple cabeza. Que aquél tuvo tres cabezas lo atestigua así Sófocles en las Traquinias (1098): Al guardián de tres cabezas del Hades, monstruo irresistible, lo que también afirmó Cicerón en el libro I (5,10) de las Discusiones Tusculanas; en cambio, Hesíodo le atribuyó cincuenta cabezas en la Teogonia (310-3), según se ve claramente en estos versos: En segundo lugar parió un prodigioso hijo que no se puede nombrar. Cerbero, el sanguinario, el perro del Hades, de broncíneo ladrido, de cincuenta cabezas, despiadado y cruel. Sin embargo Isacio (Schol. Lyc. 698) escribe que tenía cien cabezas aquél al que llama perro de los infiernos y describe así su cuidado: Allí dicen que estaban las almas de los hombres a los que custodia el perro de Hades, que tiene cien cabezas, y dicen también que a las almas que llegan las recibe con halagos y a las que quieren salir no lo permite; si alguno se atreve, rápida­mente se apodera de él y lo devora. Del mismo modo, también Horacio escribe que aquél tiene cien cabezas en el libro II (13,34-5) de los Poemas: La bestia de cien cabezas baja sus negras orejas. Acerca de su forma, recuerda así Apolodoro en el libro II (5,12): El duodécimo trabajo impuesto es traer a Cerbero del Hades. Este tenía tres cabezas de perros, la cola de dragón, en el lomo tenía cabezas de serpientes de todas clases. Hesíodo en la Teogonia (769-73) dice así que este lisonjea a los que entran, [como dijimos,] y devora las almas que salen: Guarda la entrada un terrible perro, cruel y que actúa con malas artes: a los que entran los saluda alegremente con la cola y a la vez con ambas orejas, pero no les permite salir de nuevo sino que, acechando, devora al que coge en el momento de atravesar las puertas. Pero, como algunos de los antiguos pensaron que no había ningún infierno, dejó escrito Pausanias en Los asuntos de Laconia (III 25,5-6) no sólo que no hubo ningún reino subterráneo, a donde llegaran las almas cuando salían de esta vida, sino que Cerbero fue una terrible y cruel serpiente que tenía su morada en una cueva junto a Ténaro; después de morder ésta a alguien, al punto la fuerza del veneno lo mataba, según explicó Hecateo de Mileto, por lo que fue llamada perro de los infiernos. A esta serpiente la llamó perro el primero de todos Homero (II. VIII 368), según dice Pausanias, quien no relató sin embargo nada de su forma, aunque los posteriores lo llamaron Cerbero y le añadieron tantas cabezas de bestia. Otros contaron que aquél fue sacado de los Infiernos por Hércules, a través de aquella cueva que no dista mucho de Ténaro, el cual, al conocer por ver primera la luz, vomitó; de este vómito y de la baba de su boca nació el acónito, según afirma Estrabón en el libro VIII (5,1,C363) Lucrecio, filósofo epicúreo, puesto que estas cosas parecían hacemos retirar de los placeres, no sólo quitó a Cerbero de en medio siguiendo la opinión de los epicúreos, sino que a su vez todas aquellas cosas que amenazaban con algún suplicio en el infierno a los hombres malvados, cuando escribe así en el libro III (1011-13) de su poema: Pero Cerbero y también ya las Furias y la carencia de luz, el Tártaro vomitando por sus fauces llamas que causan terror, los que ni existen en ninguna parte ni pueden existir de hecho. Hubo quienes intentaron hacer pasar estas fábulas a historias y a verdaderas narraciones. Pues dicen que, al haber

117 Estrabón dice que cerca de Ténaro estaba la cueva a través de la cual Hércules sacó a Cerbero del Hades, pero no dice nada del acónito. Sí explica, en cambio, el origen de esta planta el comentarista de Nicandro AJex. 13b.

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raptado Teseo y Pirítoo a Helena, que le tocó en suerte a Teseo, Teseo fue obligado a jurar que prestarla ayuda a Pirítoo cuando éste raptara para sí también a una hermosa mujer. Al oir entonces que en el Epiro había una hija de Aidoneo, rey de los Melosos, de bella figura, se dirigen allí para raptarla. Por otra parte, este Aidoneo fue llamado también Hades, Orco y Plutón; el nombre de la hija fue Prosérpina, el de la madre Ceres, y tuvo un perro crudclísimo que era llamado Cerbero. Se les ordenaba luchar antes con Cerbero a quienes deseaban casarse con Prosérpina; los vencidos eran despedazados. Teseo y Pirítoo intentaron raptar a ésta mediante emboscadas; cuando Aidoneo se dio cuenta de que éstos venían no como pretendientes sino como raptores, los encadenó, y expuso a Pirítoo ante el perro para ser devorado al punto, a Teseo, al conocer que no venía por propia iniciativa, lo perdonó y lo entregó a los guardias, según escribió Tzctzes (Chil. IV 8,892-923) y Plutarco en la vida de Teseo (35,2). Después contaron los poetas que Teseo y Pirítoo descendieron a los Infiernos y que quisieron raptar a Prosérpina, esposa de Plutón, lo que toca así Virgilio en el libro VI (392-7): Pero ni me alegré yo de recibir en el lago al Alcida cuando vino, ni a Teseo y Pirítoo, aunque habían sido engendrados por dioses y eran invencibles por sus fuerzas. Aquél buscó con sus manos para encadenarlo al guardián del Tártaro en el trono del propio rey y lo arrastró tembloroso; éstos intentaron sacar del tálamo de Dite a la dueña. Y éstas son las fábulas que contaron sobre Cerbero los poetas. Ahora ha de ser explicada la opinión de aquéllos. Por qué fue llamado Cerbero hijo de Equidna y Tifón. Pues si trasladamos esta situación a las fuerzas de la naturaleza. Cerbero no será otra cosa que la generación de las cosas naturales, pues, ya que Tifón es ardiente y un animal muy frío Equidna, que significa víbora, por la mezcla de estas cualidades existe el nacimiento de las cosas naturales. De aquí se deduce que Cerbero halaga a los animales que descien­den del cielo a los infiernos, esto es a los que nacen; pero, por el contrario, aterra a los que se esfuerzan, esto es a las almas que van a morir, porque la naturaleza los reclama y no pueden soportar la muerte con ecuanimidad. Quienes consideraron que Cerbero es la tierra, intentan igualmente atribuirle estas mismas fuerzas. Dijeron que éste habitaba en una obscura cueva, por desconocimiento de sí y por las cosas sórdidas, de las que nace cada cosa; otros a causa de las tinieblas de los sepulcros, pensaron que este animal al que atribuyeron víboras en lugar de pelo se encontraba con frecuencia en los sepulcros. Pero, por la fuerza oculta de la tierra que consume los cadáveres sepultados y por razón de las estaciones, que llevan la mayoría de las veces a la rapidez o la lentitud de la corrupción, le añadieron tan gran número de cabezas; ciertamente significa el propio nombre que Cerbero es sepulcro, porque Creas es carne y Boro, por su parte, devoro. Y estas cosas según la fuerza de la naturaleza. Hércules sacó a éste porque el valor por la perpetuidad de su nombre rompió las fuerzas del sepulcro y de la muerte y se vengó de las injurias de todos los tiempos. Quienes trasladaron estas cosas a las costumbres y a la regla de la vida humana piensan que Cerbero es la avaricia y el deseo de riquezas, que no surge a no ser de los malos pensamientos, puesto que ningún hombre bueno se hace rico en poco tiempo. Porque es propio de la avaricia el lisonjear a las riquezas cuando llegan, pero el gasto ha de hacerse para cosas necesarias, es propio de la avaricia tolerarlo de mala gana, atormentarse y casi enloquecer por la tristeza. Porque si alguna necesidad saca las riquezas a la luz, entonces el avaro las reclama y, sin ninguna dignidad o juicio, las derrama; por esta razón se dice que al ver la luz Cerbero vomitó. Tiene numerosas cabezas bien porque la avaricia es la fuente de muchos crímenes y acciones deshonrosas, bien porque conduce a los mortales a muchas miserias, dado que unos son aniquilados por la espada, otros por

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veneno, otros por otra clase de insidias a causa de las riquezas. Efectivamente, puesto que no hay ningún avaro que los hijos, la esposa y todos los parientes no deseen que muera lo más rápidamente posible. Se dijo que Cerbero habitaba en una obscura cueva ya que la avaricia es el más necio de casi todos los defectos, puesto que no beneficia ni a sí ni a los demás, ni se preocupa en preparar la gloria para sí o para los descendientes, sino que siempre reside entre hombres sórdidos y obscuros. Por otra parte, Hércules, que es la virtud de la grandeza de ánimo, sacó a la luz a Cerbero y se preparó una gloria perpetua. Pues, ¿quién afirmará que sin riquezas tuvo fácil camino para la perpetuidad de su nombre? Aquellas cosas, en verdad, no han de ser consideradas por los sabios como otra cosa que como las razones más adecuadas para realizar notablemente todo. Ahora ha de hablarse sobre las Parcas.

Cap. 6: Sobre las Parcas

Y, puesto que nada de esto puede hacerse sin la orden y voluntad de las Parcas, según creyeron los antiguos, el momento exige que hablemos sobre ellas. Bien, las Parcas fueron tres hermanas, de tal modo de acuerdo que no se ha oído que hubiera disensión alguna entre ellas nunca, como entre los demás dioses. Que éstas fueron hijas de Júpiter y de Temis lo dejó escrito Hesíodo en la Teogonia (901-6) de este mdo: En segundo lugar se unió con la brillante Temis, que dio luz a las Horas, Eunomia, Dice y la floreciente Irene, las cuales protegen las acciones de los hombres mortales, y a las Moiras, a las que Zeus dio la mayor gloria, a Cloto, Láquesis y Átropos, las cuales conceden a los hombres mortales tener el bien y el mal. Pero el mismo poeta, en el mismo librito (217) escribe que las Parcas y las Muertes, o si prefieres llamarlos Hados, fueron hijas de la Noche, puesto que las enumera entre las hijas de la Noche, según queda patente en este verso: Y parió a las Moiras y a las Ceres, implacables vengadoras. A cuya opinión se acercó también Orfeo, quien escribió así en el Himno a las Parcas (59,1): Infinitas Moiras, hijas queri­das de la negra Noche. Otros creyeron que las Parcas«ran hijas de la Necesidad o, como dicen los griegos, anagké. Orfeo (Hym. 59,2-5) escribió que éstas habitaban en una elevada cueva y que desde allí solían escapar de las obras humanas cuando les placía: Escuchadme a mí que suplico, divinidades de varios nombres que estáis sobre el estanque del cielo, donde el agua blanca que se rompe por el nocturno calor, que habitáis en la cueva sombría recóndita formada de bellas piedras y resbaladiza, que habéis volado sobre los mortales en la inmensa tierra. Otros pensaron que éstas nacieron a la vez que Pan, el dios de los pastores, de aquella materia confusa e informe que fue llamada Caos por los antiguos, y que se habían refugiado en aquella cueva desde donde volaban fácilmente a donde les placía. Se creyó que las propias Parcas [fueron escribas de los dioses y que] distribuían lo que iba a suceder a los hombres desde el momento de nacer, según atestigua Homero en el libro VII (196-8) de la Odisea: Después allí sufrirá cuantas desventuras, lo que le corresponde, le tejieron con el hilo las graves Hilanderas, cuando lo parió su madre. No faltaron quienes creyeron que las Parcas tenían este don y que no habían nacido de ninguna necesidad, sino que eran hijas del mar, como afirma Licofrón (144-5) en estos versos: Las hijas nacidas de la esposa del anciano mar hilan con tres hilos. A estas Parcas las llama de tres formas Esquilo en el Prometeo (516), las que eran veneradas con gran religiosidad en Sicíón y casi con el mismo rito con el que las llamadas Euménides, según

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atestigua Pausanias en Los asuntos de Corinto (II 11,4). Varios fueron los nombres de estas Parcas, pues, según escribe Pausanias en Los asuntos del Ática (I 19,2), la Venus Celestial fue una de aquellas que recibieron el nombre de Parcas. El mismo escribe en Los asuntos de la Elide (V 18,1) que entre los Eleos fue esculpida una mujer de afilados dientes y uñas, más cruel que cualquier fiera, cuya inscripción ponía de manifiesto que una de las Parcas tenía por nombre Muerte. Nuevamente él mismo en Los asuntos de Aca-ya (VII 26,8) dice que la Fortuna excedía en poder a todas las hermanas Parcas. Luego, en Los asuntos de Arcadia (VIII 21,3) consideró que Lucina Eulinon como si yo dijera la Lanífica, era una de las Parcas, que fue llamada Peprómene la cual fue mucho más antigua que Saturno, lo que también advirtió el muy antiguo poeta Licio Delio que compuso tanto himnos en honor de otros dioses como en honor de Lucina. Queda claro, según estas cosas, de quiénes nacieron las Parcas y cuántas y cuál era su oficio y cuáles fueron sus nombres. Ahora investiguemos qué se ocultó bajo esto.

Consideraron los antiguos, para quienes todavía no era conocida la semilla de la sabiduría Cristiana, que todo lo que nacía, bien fueran animales, bien fuesen plantas o edificios o ciudades, no sólo tenían un genio propio por el que se regían eternamente, sino que también estaban situados bajo la potestad de la Parcas y el Hado, de manera que cuantas veces nacía algo había de perecer después de un determinado número de días, según la orden de los hados, bien por la espada, o el fuego, o la enfermedad, o la posición de los astros, o por otro tipo de muerte, pensaron que esta necesidad no podía evitarse por ninguna razón o sabiduría del hombre y que esta fuerza se extendía a todas las cosas. A esta fuerza los escritores latinos la llamaron Hado o Parca y los griegos Moira o Aisa; sobre la necesidad de este Hado escribió así Esquilo en el Prometeo (103-4): Es preciso que se cumpla la ley marcada por el destino. Que este mismo Hado es inevitable lo dijo así Eurípides en el Ion (1387-8): Hay que abrirlo y hay que tener valor, pues las cosas marcadas por el destino no se pueden sobrepasar. Pero esto lo explicó más abiertamente Homero en el libro VI (488-9) de la Ilíada, quien no sólo atribuyó mucho a los Hados, sino que creyó que había una Parca propia de cada uno, la que determinaba qué sucedería a cada uno cuando nacía: Digo que ningiín hombre puede escapar a la Moira ni malo, ni bueno, una vez que ha nacido. Y Apolonio en el libro I (1035-6) de los Argonáutica: Cumplió su Moira; nunca es posible a los mortales evitarla, pues nos envuelve por todas partes como una gran cerca. Heródoto pensó que el Hado no sólo domina a los hombres sino también a los propios dioses; éste escribió así en Ciío (I 91): Incluso para un dios es imposible escapar a la moira marcada por el destino. ¿Qué otra cosa han de significar las tres Parcas que tres tiempos, a saber el instante, el pasado y el que ha de venir? Pues, según está en el libro Sobre el mundo (7), sea de Aristóteles o de otro cualquiera: Pues tres son las Moiras, que se han repartido según los tiempos; la hilatura del huso es: una lo pasado, otra lo futuro, otra lo que se está hilando; en lo que se refiere al pasado está colocada una de las Moiras, Átropos, cuando todas las cosas están sin regreso; en lo que se refiere al futuro Láquesis (pues lo que permanece por naturaleza para todo es la parte asignada como lote) y en lo que se refiere al presente Cloto, que elabora e hila para cada

118 Literalmente la que hila bien, pero Pausanias se lo atribuye a Ilitía. 119 Marcada por el destino • 120 Se trata del licio Olen, antiguo poeta que compuso Himnos Delios, según Paus, VIII 21, 3. 121 AIsa: ley, lote que corresponde a cada uno. Como personificación: Destino.

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uno lo que es propio. Se dice que las Parcas sacan de la rueca los hilos para los que nacen, en los que se contiene toda la fortuna de la vida; porque creyeron los filósofos que, según la primera proporción de aire que beben los niños al nacer, se tienen y agotan las costumbres, fortunas, acciones y fuerza vital. Al resultado y fin de todas estas cosas lo llamaron Hado o Parca. [Atestiguó que esto es así Juvenal en la Sátira VH (194-6) en estos versos: Pues hay diferencia en qué astros te reciban a ti que comienzas a lanzar los primeros gemidos y que aún estás rojo al salir de tu madre.] Ciertamente no diré que podía ser en nosotros sobre todo la fuerza del aire aquello de lo que al nacer somos llenados, tanto en lo que respecta a las fuerzas del cuerpo, al temperamento y a la benignidad de la fortuna, que imprime en nosotros la oculta fuerza de los astros, incluso en lo que se refiere a la honestidad de costumbres y a la grandeza de ánimo, lo que expusimos también así en nuestro librito Sobre la caza: A saber, mucho se refiere a los cuerpos, a las fuerzas y a las costumbres, al suelo patrio, cosas que atañen a los astros. Sin embargo, consideramos que ninguna fuerza de los astros es tan grande que pueda imbuirnos fuerza, bien a los que no queremos, o bien pueda apartar el poder de razonamiento y de decisión, si ciertamente el espíritu prepara y refrena al cuerpo con las ataduras del ánimo, pero no al contrario con las del cuerpo. Pero no se me oculta lo que resulta de las cosas dichas antes, que la mayoría de los sabios tuvieron por costumbre llamar Hado a lo que otros llamaron Fortuna, ya que me parece que en modo alguno todas las cosas son gobernadas sin un orden divino y que nada ocurre en vano ni sin ningún principio que le antecede.

Pero ahora discutamos a partir de esto qué opinaron los antiguos [ que se ocultaba bajo esto para la integridad de las costumbres]. Al decir que las Parcas eran hijas de Júpiter y de Temis, que es la equidad quisieron significar lo que le toca a cada uno, y que ello cae en suerte por derecho y según los méritos y el valor de las cosas llevadas a cabo y por la decisión del altísimo Dios. Pero los que eran menos avispados y no veían claro en estas cosas, aquéllos consideraron que las cosas buenas y malas tocan a los hombres no por los méritos de cada uno, sino según la desordenada carrera de la fortuna; por ello dijeron que las Parcas nacieron de aquella confusa materia primitiva. Los que pensaron que los males suceden por la ignorancia de los hombres, éstos llarfiaron a las Parcas hijas de la Noche. Pero aquéllos que fueron de más obtusa inteligencia todavía, pensaron que los asuntos humanos no eran gobernados por la providencia divina y que nada era regido por la decisión de la divinidad, sino que, considerando solamente la crueldad de los suplicios y no tomando en cuenta la gravedad de los crímenes, puesto que todos los hijos del mar fueron crueles y desordenados, pensaron que las Parcas eran hijas del mar. Además, el divino Platón llamó a las Parcas hijas de la Necesidad en el diálogo duodécimo de la República (X 617c), dado que los suplicios, que se destinan a los hombres según sus acciones, necesariamente han de sufrirse y ningún hombre malvado puede huir, por tanto, de la justa venganza de Dios. Se dice que éstas solían morar en una obscura cueva porque los juicios de Dios están ocultos y al punto no vuelan los suplicios a los hombres criminales sino que, cuando llega el momento oportuno de la venganza de Dios, ninguna fortaleza por bien fortificada que esté, ni una legión de infantería o una guardia de jinetes acorazados pueden

122 Themis significa norma, equidad y Conti lo traduce por iustitia y una de las acepciones del término latino es, precisamente, equidad, por lo que así lo hemos traducido con el fin de evitar la confusión con Dice: Justicia.

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alejar o retrasar la venganza de Dios de un hombre impío. Y se dijeron estas cosas sobre las Parcas, según cuyo juicio pensaban que llegaban las almas al infierno. Ahora hablemos sobre los jueces del infierno.

Cap. 7: Sobre Minos

Pero, puesto que la masa de ignorantes comprendía con dificultad que todos los rinco­nes de nuestro espíritu y todos los pensamientos eran evidentes para Dios, por esta razón atribuían premios o castigos a cada uno según sus méritos, y por ello fue necesario persuadir a los hombres de algún modo de que esto se hacía con un razonamiento tosco y plebeyo. A causa de ello se colocaron en los infiernos jueces y torturadores de las almas después de la muerte, los cuales obligaban a que cada uno confesase sus crímenes, para que se destinaran después a cada uno premios o suplicios, según la opinión de los severos jueces. Entre estos jueces tuvo un lugar muy importante Minos, rey de Creta, hijo de Júpiter, sobre el que escribió así Homero en el libro XI (568-71) de la Odisea: Y bien aquí vi a Minos, ilustre hijo de Zeus, que tiene cetro de oro, administrando justicia a los muertos, sentado. Estos, unos sentados y otros en pie a su alrededor, exponían sus causas al soberano en la casa de amplias puertas de Hades. Pues Minos nació de Europa, a la que unos consideran hija de Fénix, otros de Agénor, y de su unión con Júpiter, la cual dio a luz también a Sarpedón y a Radamantis, como dice Isacio (Schol. Lyc. 1284). Como éste fuera considerado nacido de un parto ilegítimo, tras la muerte de Júpiter Asterio le fue impedido por los cretenses suceder en el trono paterno. Por esta razón, al esforzarse en convencer a los Cretenses de que él había de recibir el reino por voluntad divina, prometió inmolar un toro a Neptuno, si se le mostraba un indicio favorable. Al haber aparecido repentinamente un enorme toro saliendo del mar, le fue entregado el trono por los Creten­ses, según escribió Tzetzes en la Historia 19 de la Primera Quilíada (473-84). Las cosas restantes, que se refieren al Laberinto y a Dédalo, las explicaremos en Dédalo. Hubo quienes dijeron que Minos fue huésped de la isla de Creta, otros pensaron que fue un nativo, pero no hijo de Júpiter. Pero pienso que es muy difícil encontrar la verdad de este asunto, tanto por las diferentes opiniones de los escritores como también por la distancia del tiempo. Por su paite Eforo (Jac. 70F143=Strab. X 4,8) escribe que Minos fue imitador de un tal Radamantis muy antiguo, hombre muy estimado por su justicia y equidad, el cual luego por su justicia fue considerado hijo de Júpiter. Homero en el libro XIX (179) de la Odisea no llama a Minos hijo de Júpiter sino solamente oaristés, es decir discípulo, del cual escribe que reinó en Creta durante nueve años, según se ve en estos versos (XIX 172-9): Existe una tierra en medio del vinoso ponto. Creta, hermosa y fértil, rodeada de mar; allí hay muchos hombres, innumerables, y hermosas ciudades; una lengua mezcla de otras; allí hay aqueos, los magnánimos indígenas cretenses, los cidones, los dorios dividi­dos en tres tribus y los Pelasgos; entre éstas, Cnoso, la mayor ciudad, donde reinó durante nueve años Minos, que conversa con el gran Zeus. Aunque Eusebio (Chron. 49b,6-7) y otros escritores disienten no poco entre sí acerca de los años que Minos reinó en Creta. Minos se sirvió, según dicen, de la ayuda de Radamantis, hombre ciertamente bueno, pero que sin embargo no había sido instruido totalmente en el arte de reinar; a éste lo tuvo Minos en la ciudad como guardián de las leyes, puesto que fuera de la ciudad se servía de la ayuda de Taláis, que fue llamado de bronce porque divulgaba las tablas de bronce por

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los pueblos. Se cuenta que Minos dominó el mar a lo largo y a lo ancho y que en la guerra llevada a cabo contra los atenienses a causa de la muerte de Andrógeo los hizo tributarios, según escribió Plutarco en Teseo (15, 1-2) y nosotros expondremos en su lugar. Tuvo Minos como hijos a Andrógeo, Glauco, [)eucalión y Fedra y Ariadna. Tzetzes, en la Historia 19 de la Primera Quiliada (509-12), cuenta que Minos fue muerto a traición por las hijas de Cócalo; como, siguiendo a Dédalo que había huido, llegase a Sicilia, fue recibido por Cócalo con favorable hospitalidad, entonces rociado en el baño con agua hirviente [por arte de Dédalo, constructor de artesonados, y hundida repentinamente la casa por los altos techos con agua caliente casi hirviendo] fue muerto por las hijas de éste. Fue también hijo de éste y de Acacálide Oaxo, el que dio nombre a una ciudad de los cretenses. Realmente, bien si fue hijo de Júpiter y de Europa, bien si por sus virtudes mereció ser llamado hijo de Júpiter, fue considerado juez en los Infiernos, como escribió Platón en Gorgias (523e-524a): Pues yo, conociendo estas cosas antes que vosotros, os di como jueces a mis hijos, dos procedentes de Asia, Minos y Radamantis, y uno de Europa, Eaco. Y, para escribir aquí todas las cosas, esta es la opinión: en efecto éstos, después de que llegan allí los hombres muertos, los juzgan en el prado y en la encrucijada, de donde salen dos caminos, uno hacia el Tártaro, otro a las Islas de los Bienaventurados. A los asiáticos los juzgará Radamantis, en cambio a los que llegan de Europa los juzgará Eaco. Minos tendrá la prerrogativa de juzgar si hubiera algo ambiguo, para que se haga un juicio lo más justo posible y las almas sean enviadas con justicia a lo que resulte. Estas son las cosas que fueron transmitidas por los antiguos acerca de Minos, juez de los infiernos, que se refieren a este oficio sobre el que se trata. Ahora sigamos con los restantes jueces.

Cap. 8: Sobre Radamantis

Contaron los escritores antiguos que Radamantis, hijo también de Júpiter Asterio y de Europa, por su singular sabiduría y justicia fue juez de las almas. Dicen que éste fue el más moderado de todos los hombres de su tiempo; admirando su mesura cantó estas cosas sobre él Teognis (701-2): Ni aunque poseas la moderación del mismo Radamantis y seas más astuto que Sisifo, hijo de Eolo. La sentencia de estos versos es ésta: Ni aunque haya para ti la moderación del mismo Radamantis y sepas más cosas que el Eólida Sisifo. Así pues, fueron, según consta, los legisladores más antiguos de los Cretenses, hombres intachables y muy justos, entre los cuales se dice que sobresalieron éstos. Radamantis era especialmente el prefecto para investigar los crímenes que cada uno había cometido en vida, según atestigua Virgilio en el libro VI (566-9): Posee estos muy crueles reinos el Gnosio Rada­mantis, y castiga y oye los crímenes, y obliga a confesar los delitos que cada uno, cuando estaba entre los hombres, alegrándose por la vana astucia, dejó para expiar en la tardía muerte. Este y Eaco solían sostener una vara mientras juzgaban, como dice Platón en Gorgias (526b). Cicerón relata en el libro I (41,98) de las Disputas Tusculanas lo que dijo también Platón en la Apología de Sócrates (41a), que no fueron éstos los únicos jueces en los infiernos, sino que también se les añadió Triptólemo. Pues escribe así Cicerón: Esto ya es con mucho una felicidad mayor. Que tú, cuando te hayas escapado de aquéllos que pretenden ser tenidos en el número de jueces, llegues junto a aquéllos que pueden ser llamados con razón jueces. Minos, Radamantis, Eaco, Triptólemo, y te reúnas con los que han vivido según la justicia y con lealtad. Pero Isacio (Schol. Lyc. 50) escribe

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que Radamantis huyó exiliado de su patria por haber dado muerte a su hermano, pues dice así: Después de la muerte de Anfitrión, .Radamantis, que había dado muerte a su hermano y había huido de Creta estableciéndose en Ocáleas de Beoda, se casa con Alcmena. Es propio de la virtud el hecho de que los hombres buenos encuentren dondequiera una patria; y no hay ningún lugar digno de honor que no esté abierto a la virtud; por esta razón, quien piensa que puede estar encerrado en algún lugar como la propia patria, o quien piensa que él ni puede vivir a no ser donde ha nacido, éste está totalmente falto de ánimo o de decisión, puesto que la naturaleza ofrece la patria sólo a las plantas donde las plantó. Ahora hablemos sobre Eaco.

Cap. 9: Sobre Eaco

Se dice que Eaco, también él juez de los muertos, fue hijo de Egina, hija de Asopo, y de Júpiter, a la que se unió convertido en fuego, según afirmó Ovidio en el libro VI (113) de su mayor obra en estos versos: Cómo siendo oro engañó a Dánae y como fuego a la Asópide. Así se unió a ella en la isla de Egina, que de ella recibió su nombre. Se cuenta que en cierta ocasión todos los habitantes de Egina fueron de tal modo consumidos por una enfermedad que sólo Eaco fue superviviente; como éste, según dicen, soportase mal la soledad de la isla, suplicó a Júpiter, como hijo de Júpiter, para que de algún modo renovara los hombres, puesto que dice así en el libro VII (615-8) de Ovidio: «Oh Júpiter», dije, «si no son falsos los relatos que hablan de que tú acudiste a la unión con la Asópide Egina y no te avergüenza, padre poderoso, ser mi progenitor, o devuélveme a los míos o también a mí enciérrame en un sepulcro». Júpiter, conmovido por las súplicas de aquél, cambió en hombres las hormigas que paseaban en una añosa y vacía encina, según atestigua el mismo poeta (622-51) y también Hesíodo en la Teogonia (Fr. 205 = Schol. Pínd. Nem. III 21): Se afligía al estar solo; mas el padre de hombres y de dioses a cuantas hormigas había dentro de la encantadora isla los hizo hombres y mujeres de profundo talle. Estos fueron los primeros que formaron naves de cóncavos costados. [Estos fueron llamados Mirmidones, porque los Griegos llaman myrmicas a las hormigas. Por lo demás,] Eaco tuvo tanta autoridad y estima que, como toda Grecia sufriera de una continua sequía, le fue respon­dido por las Pitias a aquellos que fueron como legados a Delfos por esta causa, que Júpiter sería aplacado, lo que podían conseguir con facilidad si se servían de Eaco como supli­cante; por esta razón, conseguido todo, fue erigido un templo a Júpiter Panhelenio, como hemos dicho Se dice que éste tuvo tres hijos de dos mujeres. Foco de Psámate, hija de Nereo; Telamón y Peleo de Endeide, hija de Quirón a la que convirtió en su esposa, según atestigua Isacio (Schol. Lyc. 53).

Ahora investiguemos qué significan estos jueces. Cuando las Parcas han completado los hilos de uno y llega el día de la muerte, entonces el ánimo del hombre que va a morir, según decía, presagiando lo que va a suceder, examina todo el modo de su vida y trae a presencia y al juicio de la conciencia, por así decirlo, todos los antiguos pecados. Pues, ya que los sabios dicen que en parte la razón domina sobre nuestra alma y en parte aquélla en

123 Cf. Conti, Myth. 11 1. 124 El padre de Endeide es Escirón, no Quirón.

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muy poco obedece a la razón, a su vez la parte desprovista de razón es propensa a la cólera, la otra parte es conducida al desenfreno. Así pues, estos jueces juzgan los primeros si algo se ha realizado por cólera o por inclinaciones de este tipo del alma o ilegítimamente por desenfreno. A éstos se acerca como Minos la razón misma, que a su vez examina si algo no ha sido discutido por los jueces anteriores o si algo es ambiguo. Por ello, si alguno descubre que él ha cometido crímenes muy graves contra la santa religión de Dios o contra la salvación de la patria, o contra aquéllos a los que debía mucho por los beneficios recibidos, bien por ira o por avaricia, o por calmar algún deseo, o a causa de la ambición, éste necesariamente, antes del último día de su vida, está atormentado por los más graves pensamientos de su alma y se considera merecedor de los más graves suplicios por su juicio o el de aquél. Si, por el contrario, se entristece su ánimo al enfrentarse a los pecados más leves que ha cometido, porque ofendió la voluntad de Dios o porque recuerda la divina clemencia, al punto para él surge la esperanza del perdón. Pero quien descubre que ha vivido piadosa y santamente durante todo el curso de su vida, a éste lo domina una alegría mayor que la que pueda explicarse con alguna clase de palabras. Pues, ¿qué puede ser tan alegre, qué tan deseable o tan glorioso para alguien, qué viático tan ilustre ante el tribunal del sumo Dios, que la conciencia libre de todo crimen? O, ¿qué riquezas, qué nobleza, qué honores pueden compararse con la felicidad del que no conoce ninguna vergüenza en su ánimo o del que recuerda, además, las acciones honestas? Para aquél las tristezas que surgen por el conocimiento de muchos crímenes, para aquél, diré, son los Tártaros, para aquéllos los Flegetontes, las Estiges, los Aquerontes. Pero la alegría que nace del recuerdo de la integridad e inocencia, para aquél son los Campos Elisios, las Islas de los Afortuna­dos, la suma felicidad de las almas, que los antiguos sabios ofrecían a los hombres buenos. Todas estas cosas presagian la futura venganza de Dios o la compensación. Estas son todas las cosas que los antiguos sabios pensaron acerca de los lugares inferiores para castigar a la multitud por todas sus acciones vergonzosas. Esa gravedad de los suplicios que en los libros sagrados se imponen a los criminales; o la grandeza de los premios que se imponen a los hombres buenos han sido impuestas no de manera principalmente de fábula sino realmente por Cristo, Hijo del sumo Dios, y esto no es explicable por ninguna fuerza humana. Dijeron los antiguos que los jueces de los Infiernos fueron hijos de Júpiter porque nuestra alma, en la que están las facultades de juicio antes mencionadas, es divina y, como sostuvieron los antiguos, llevada a estos cuerpos procedentes del alma del mundo como una porción de aquélla. Pero, ¿qué es esta alma del mundo a no ser Dios onmipotente, que cuida todas las cosas, gobierna todo, reparte y distribuye todas las cosas que llegan a nacer? Por qué contaron que con las súplicas de Eaco las hormigas se convirtieron en hombres, qué señalaron los antiguos mediante esta fábula, lo explicó Teágcnes en lo que escribió en el libro III de los Eginetas: que los Eginetas andaban errantes algunas veces en la isla porque eran atacados por frecuentes incursiones de piratas y de otros pueblos; como no supieran resistir, como las hormigas, se escondían en cuevas. Pero Eaco les enseñó a construir naves y atraía a los pueblos para el ejercicio del arte militar; por esta razón, abandonado el temor y habiendo aprendido a resistir a las fuerzas extranjeras poco a poco, salieron de las cuevas al aire libre; por ello se dice que de hormigas se convirtieron en hombres, como escribió Tzetzes en la Historia 133 de la Quiliada VII (302-17). Pero Estrabón en el libro VIII (6,16,C375) dice que surgió la fábula porque, cavando la tierra según la costumbre de las hormigas para tener lugar para la agricultura, se trasladaban junto a las rocas y habitaban hoyos para no gastar en edificios. [Otros dicen que antes aquéllos, según la costumbre de

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las hormigas, se alimentaron de los frutos que nacían espontáneamente, reunidos en las cuevas, desconocedores además de la agricultura y la navegación y de todo alimento más cultivado; se dice que instruidos en todo esto por Eaco se convirtieron de hormigas en hombres.] Los griegos se sirvieron de éste como suplicante porque las súplicas de los hombres buenos, justos y moderados pueden conseguir de Dios el perdón y el fm de las calamidades incluso para todas las ciudades. Y ya se ha hablado bastante sobre los jueces de los Infiernos. Ahora se hablará sobre las Euménides.

Cap. 10: Sobre las Euménides

No obstante, puesto que podía engañar a algunos la opinión de que, al descender a los Infiernos, podían ocultar sus crímenes, dado que pocos hombres se presentan como testi­gos de muchos pecados y, si algunos fueron tetigos, de que aquéllos no iban a morir en ese momento, ya que son juzgados los muertos antes de que lleguen los testigos, fue necesario convencer a la masa de ignorantes, a los que habían impresionado estos jueces en su ánimo, de que había torturadores y que los ministros de los suplicios ayudaban a estos jueces, los cuales de modo admirable y con diferentes suplicios obligaban a los reos a confesar qué acciones vergonzosas habían cometido en vida. En efecto, se añadieron aquéllas a las que llamaron por varias razones bien Furias, Erinies o Euménides. Estas ejecutan las órdenes del Júpiter del cielo y del infierno para castigar a los hombres con las calamidades merecidas, y son servidoras de los jueces antes citados, para arrancar de cada uno los crímenes. Fueron llamadas Furias del furor con el que los hombres culpables son agitados a causa del conocimiento de sus crímenes. Erinies de erinyo, que significa indignarse y estar turbado en demasía; Severas por algunos a causa de la crueldad. Son llamadas Euménides por Orestes, porque por consejo de Palas, yendo a Argos, las aplacó, por su benevoleticia y mansedumbre, puesto que antes eran llamadas por su indignación Erinies, según escribió Sófocles en Edipo en Colono (486-7): Porque las llamamos Eumé­nides que con bondadoso corazón acojan al suplicante que es un medio de salvación. Licofrón, en Casandra (437-8), atestigua que las Euménides fueron hijas de la Noche en estos versos: Cuando las hijas de la Noche habían incitado a los que eran hermanos de un mismo padre a desearse recíprocamente la muerte, y Esquilo en Euménides (416): Pues nosotras somos hijas de la cruel Noche. Otros creyeron que las Euménides fueron hijas de la Noche y de Aqueronte. Pero Orfeo en el Himno que escribió a las Euménides (70,1-3) dijo que éstas eran hijas de Plutón, el Júpiter terrestre, y de Prosérpina en estos versos: Escuchadme, Euménides de gran nombre, con decisión benévola, castas hijas del gran Zeus Ctonio y de la amable Perséfone, la hija de la diosa de bellas trenzas. Hesíodo en el libro que escribió Sobre el origen de los dioses (183-5) pensó que las Erinies habían nacido de la Tierra y de la sangre de Saturno, cuando Júpiter cortó a su padre los genitales y cayeron a tierra gotas de sangre, según está en estos versos: Pues cuantas

125 Eymenon: bondadoso corazón. 126 Hesíodo no dice en ningún momento que Zeus cortara los genitales de Crono. Los versos de Hesíodo

aluden a la mutilación de Urano por Crono. Conti ha extendido la versión, que arranca de Fulgencio, de la mutilación de Saturno por Júpiter y de la cual nace Venus al nacimiento de las Furias (Erinies o Euménides), lo que ya no tiene precedente alguno. Al nacer Venus de las gotas de sangre y al ser las Furias sus hermanas. Conti

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gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea; y, pasado un período de un año, dio a luz a las poderosas Erinies y a los enormes Gigantes. El poeta cretense Epiménides (Jac. 457F7=Schol. O .C . 42=DK3F19) dejó escrito que éstas fueron hijas de Euonime y Saturno, según se ve en estos versos El astuto Crono se unió a la floreciente Euonime; de éste nació la dorada Afi-odita de bella cabellera, las Moiras inmortales y las Erinies de variados presentes. Pero Sófocles en Edipo en Colono (39-40) escribe que éstas son hijas de la Tierra y las tinieblas en estos versos: Pues las diosas terribles las poseen, las hijas de Gea y las Tinieblas de la muerte. Hesíodo, en el librito Sobre los días (Op. 803-4), dice que eran hijas de la Discordia y que castigan a los perjuros, a los que por orden de Plutón atacan, y que nacieron en el día quinto de la Luna: En un quinto dicen que las Erinies atendieron a Juramento en su nacimiento, al que parió Eris como azote para los perjuros. Y Virgilio en el libro 1(277-8) de las Geórgicas: Huye de la quinta, el pálido Orco y las Euménides nacieron. Y esto, sin duda, siguiendo la opinión de los Pitagóricos, que cuentan que aquel número en los días lunares es el día de la justicia y la equidad. Pues el que se excede pierde y lo que falta lo restituye la equidad, una y otra es el don del juez. Esto mismo lo hace el día quinto, que se añade el primero al que falta, puesto que el otro quinto del mes que transcurre y pasa quita lo que sobra.

Se decía que las Euménides tenían en lugar de cabellos serpientes retorcidas a la manera de rizos, como afirmó Horacio en el 11(13,35-6) de los Poemas: Y reposan las serpientes enroscadas en los cabellos de las Euménides. Y Catulo en los Argonáuti-ca (LXIV 192-4); Por ello, vosotras que perseguís con vengativo castigo las acciones de los hombres, Euménides, cuya frente coronada de serpentinos cabellos anuncia las iras que respira vuestro pecho. Y en el 1(3,69-70) de las Elegías de Tibulo: Y Tlsífone, que peina fieras serpientes en lugar de cabellos, se enfurece y aquí y allá huye su maldita muchedumbre. [Los antiguos contaron en fábulas que ni siquiera estas diosas severísimas pudieron evitar la fuerza de Cupido, ya que dejó escrito Menandro en Los asuntos de fábulas que Tisífone se enamoró de un hermoso muchacho, de nombre Citerón, y, al no poder realizar su deseo, procuró hacer llegar a él las palabras sobre su unión. Pero él, temiendo el terrible aspecto, ni siquiera la consideró digna de respuesta, por lo que ella arrojó contra aquél una de sus serpientes arrancada de los cabellos; la serpiente, apretándolo entre los nudos, lo mató en el lugar en que, por misericordia de los dioses, el monte que antes se llamaba Asterio recibió su nombre de aquél.] Además Sófocles en Elec-t ra (489-91) llama a la Erinis de pies de bronce, así: La oculta por terribles emboscadas la Erinis de pies de bronce. Debe conocerse, por otra parte, según el libro XIX(87) de la litada, que estas Furias fueron llamadas por los poetas aves que atraviesan los aires, porque volando acuden raudas a los suplicios ordenados a los criminales: Pero Zeus y Moira y Erinis que atraviesa los aires Los poetas dijeron que éstas habitaban en el vestíbulo de los Infiernos; sobre éstas Virgilio cantó en el libro VI(273-80): Delante del

hace que también nazcan de esta castración de Saturno que, proveniente de Fulgencio a través de ios Mitógrafos Vaticanos, de Neckam, de Bersuire y de Boccaccio, ha llegado hasta él.

127 Jacoby ofrece dos de los tres versos que Conti presenta y que provienen del Schol. O.C. 42, mientras que el primero que Conti da es considerado falso por Jacoby. También está recogido el testimonio de Epiménides en Schol. Lyc. 406.

128 Tradicionalmente el adjetivo aerophoitis, que significa literalmente que vaga por los aires, se ha traducido por que vaga por las tinieblas.

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mismo vestíbulo y en la primera entrada del Orco establecieron su morada el Luto y las Vengadoras Preocupaciones, y habitan las pálidas Enfermedades y la triste Vejez, y el Miedo, y el Hambre, mala consejera, y la vergonzosa Necesidad, formas terribles para ser vistas, y la Muerte, y el Trabajo y el Sopor, pariente de la Muerte, y las Malas Alegrías de la mente, y en el umbral opuesto la Guerra portadora de muerte y los tálamos férreos de las Euménides. Pero este mismo poeta en el XII(845-50) escribe que éstas están junto al trono de Júpiter y observan sus movimientos de cabeza si alguna vez quiere enviar calami­dades a los mortales; Se dice que hay dos pestes, de nombre Dirás, a las que alumbró la intempestiva Noche, en un mismo parto y a la Tartárea Meguera, y las peinó con iguales espirales de serpientes y les añadió alas de viento. Estas aparecen junto al trono de Júpiter y en el umbral del cruel rey y agudizan el miedo a los míseros mortales. Sus nombres y el lugar que ocupaban en los Infiernos y su oficio los declaró Orfeo en el Himno que escribió 8 las Euménides (69,1-5): Escuchad, diosas honradas por todos, de ruido retumbante, muy generosas, Tisífone y Alecto y divina Meguera. Nocturnas, profundas, que tienen la morada bajo tierra en una cueva sombría junto al agua sagrada de la Estige, que no vuelan nunca en las deliberaciones sagradas de los mortales. Y después (14-5): Las que siempre lleváis los ojos de la justicia, siendo siempre administradoras de justicia, a la inmensa raza de los hombres mortales. Al ser consideradas las Euménides las más graves vengadoras de los crímenes, todos los pueblos les tuvieron gran respeto y de tal manera que casi nadie se atrevía a pronunciar su nombre, por lo que dice estas cosas Electra en el Orestes (38-9) de Eurípides: Pues no me atrevo a nombrar a las diosas Euménides, las que cazan a éste por el temor. Por este motivo, al hablar Orestes en Iflgenia entre los Tauros (942-4) de sus calamidades, las que había sufrido a causa del asesinato de su madre, cuando llega a hablar de las Euménides las llama theas anonymas, esto es diosas a las que no está permitido nombrar, porque, a causa de su severidad, nadie se atrevía a nombrarlas. Pues así escribe Eurípides en aquella tragedia: Luego dirigió mi paso hacia Aterms, Loxias, para ofrecer expiación a las diosas que no tienen nombre. En efecto, fue tan grande el temor a aquéllas que como Edipo ciego fuese conducido al Ática y entrase en el bosque de las Diosas Erinies, ignorando a qué dios había sido dedicado o cuál era la religión del lugar, un nutrido grupo de colonos Áticos fue junto al mismo Edipo, admh-án-dose de que aquél hubiera entrado allí, puesto que ellos mismos no se atrevían ni siquiera a mirarlo cuando pasaban por allí, según está en Sófocles en el Edipo en Colono (124-30): Un vagabundo, un anciano, no es del país; pues nunca atravesaría el bosque sagrado no hollado dedicado a las furiosas doncellas, a las que tememos nombrar y pasamos de largo sin mirar. Sin duda esto no es una injuria, puesto que eran tan graves y desapacibles que, si alguno entraba para mirar manchado por una muerte o por algún tipo de incesto o de impiedad en aquel templo de las Euménides que les dedicase Orestes en la ciudad de Cerinía de Acaya, al punto se enloquecía y agitaba con crueles terrores, según dice Pausanias en Los asuntos de Acaya (VII 25,7). Los antiguos pensaron que éstas estaban vestidas con negros ropajes, como dice Isacio (Schol. Lyc. 1137), y a los vestidos de las Erinies los llamaron negros vestidos, a los que llamó Licofrón (1137) Erinyón esthètas. Se les rendía culto con una importante religión a las Erinies en Telfusia, ciudad de Arcadia, como dice Isacio (Schol. Lyc. 1040); a éstas se les sacrificaba una oveja negra preñada y era quemada entera en Carinea del Peloponeso, como dice el comentarista de Sófocles (O.C. 42). Pero aquellos sacrificios se hacían calladamente y en tiempo de descanso y ninguno de entre los nobles podía tomar parte en estos sacrificios por derecho de religión,

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según dejó escrito Polemón (F49 Preller=Schoi. O.C. 489). Entonces aquellos sacerdotes que hacían estos sacrificios eran llamados Hesíquidas. Desde entonces también era inmo­lado un camero sagrado al taciturno Héroe antes de las solemnidades, al que llamaban para buen augurio; hubo un pequeño santuario de éste entre los Cidones fuera de las nueve puertas, Pero que en estos sacrificios utilizaban también hidromiel [en lugar de libaciones de miel] lo atestigua Calimaco en estos versos (Fr. 681): Las que no beben vino, las sacerdotisas Hesíquides, siempre tienen por costumbre quemar frutos dulces como la miel-[Además los de Sición utilizaban flores como coronas, rito con el cual también fue costum­bre hacer sacrificios solemnes a las Parcas, según dice Menandro en el libro II de los Misterios y Pausanias en Los asuntos de Corinto (II 11,4).] Generalmente, era un gran tabajo invocar a éstas y había necesidad de mujeres hechiceras que las atrajeran hacia sí con gran multitud de sacrificios, pues consideraban que éstas sobre todo eran beneficiosas para la facultad de hechizar, lo que es evidente en estos versos de Orfeo en los Argonáuti-ca (962-71), donde Medea hace sacrificios en favor de la salvación de Jasón e intenta dormir a un dragón con hechizos. Pues aquellos sacrificios no admitían cualquier madera de la que surgiera el fuego sino solamente cedro y aliso y enebro y aladierna, con los que se hacía una pira ante un hoyo excavado en tres órdenes; entonces, la sangre de las víctimas, que se reunían para estos sacrificios, se derramaba en el hoyo, pero los miembros de los cuerpos ardían en la pira, con los que se mezclaban muchas cosas y muchas clases de hierbas con súplicas, de las que una gran parte se contiene en estos versos: Sacrificando tres cachorros completamente negros de perras jóvenes, mezclé entonces con la sangre sulfato de cobre y también membrillo y pétalos de azafrán con maloliente hierba pulguera y tintura roja vegetal y púrpura y crisantemo. Luego, después de llenar las entrañas de los cachorros, los puse sobre tizones; mezclándolos entonces con agua, vertí las libaciones en un hoyo. Vistiéndome con un negro manto y golpeando la horrenda espada, hice las súplicas. Ellas me escucharon prontamente, rompiendo los vientres del abismo que no sonríe, ellas, Tisífone y Alecto y la divina Meguera. Se pensaba que cl vino no les agradaba a aquéllas en los sacrificios, por lo que a Edipo (según dijimos), como se hubiera acercado al bosque sagrado de éstas, se le ordenó por los habitantes de aquel lugar que trajera agua de una fuente que siempre manaba, después que coronara algunos vasos preparados para este uso y vasijas y asas con lana de oveja joven, según escribe Teocrito en Farmaceutria (Id. 11 2). Después de situarse mirando hacia el sol naciente, se ordena derramar como ofrenda hidromiel y no traer en modo alguno vino, sino que, después de derramar las ofrendas, se ordena doblar y derribar con preces a tierra por tres veces nueve ramos de olivo con ambas manos. [Fue costumbre entre los hombres de Sición sacrificar en honor de éstas, consideradas diosas, ovejas preñadas y utilizar hidromiel como libación y flores en lugar de coronas, según contó Menandro en el libro II de los Misterios.] Se hacían coronas de narciso, con las que se coronaban los que ofrecían sacrificios a estas diosas, a las que se había dedicado esta planta, bien porque nacía junto a la mayoría de los sepulcros, bien porque aquéllas fueron las diosas de la languidez y el temor, que está de acuerdo con el nombre de narciso. Que esta planta juntamente con el azafrán fue dedicada a las coronas de las Euménides lo atestigua Sófocles en el Edipo en Colono (682-5): Día tras día el narciso de bellos botones, orgullo antiguo de las grandes diosas, y el azafrán de dorado resplandor. Dejó escrito Pausanias en Los asuntos de Arcadia (VIII 25,4) que Ceres fue llamada una vez Erinis porque Neptuno, al enamorarse de aquélla cuando buscaba a su hija, intentó violarla. Pero, como Ceres se convirtiera en yegua y pastase

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entre los rebaños junto a Onquio, conocida por Neptuno fue abrazada después de que éste adoptase la forma de caballo. Como ella soportase esto muy mal, dado que los arcadios llaman al enfurecerse erinyein, fue llamada con este nombre. Entre éstos fue erigida una estatua de la Erinis que llevaba en la mano izquierda una cesta, en la derecha una antorcha. Plutarco, en el librito que escribió Sobre la tardía venganza de la divinidad (564c), pensó que la Erinis era una solamente, Adrastea, que era hija de Júpiter y de Necesidad, vengadora y ejecutora de los crímenes y que apresa a todas las almas que corretean y se escapan de un lado a otro, las coge para el suplicio y las sumerge en las eternas, inauditas y muy profundas tinieblas.

Ahora investiguemos qué significa esto. Ningún estímulo o más dura o vehemente conciencia puede empujar a los hombres a confesar que la que se presenta sin testigo es por esta razón ella la más diUgente criada de los jueces de los infiernos. Estos temores, que se cuentan en las fábulas, son observados ante sus propios ojos por los hombres infames continuamente. Pues, como dice Cicerón en el discurso En defensa de Roscio Amerino (24,67): No quieras juzgar de qué modo ves en las fábulas muy frecuentemente que aquéllos que han cometido alguna acción impía y criminal son agitados y aterrados por las ardientes teas de las Furias; a cada uno lo atormenta su engaño y su terror sobremanera; a cada uno lo lleva de un lado a otro su mala acción y lo debilita la locura; lo aterran sus malos pensamientos y la voz de la conciencia. Estas son para los impíos las continuas y familiares Furias, que noche y día castigan por los pecados del pasado a los criminales hombres. Y Orestes no recuerda otra cosa que la conciencia en Eurípides, en la tragedia de su nombre (395-6), la cual, en lugar de las Furias, continuamente lo atormenta y agita, como se ve en estos versos: Men. ¿Qué te ocurre? ¿Qué enfermedad te destruye? Or. La Conciencia, porque tengo conciencia de haber realizado terribles actos. Pues, ¿qué otras cosas son las Furias que las vengadoras de las pasiones, o mejor las pasiones a causa de los crímenes cometidos? Pues todas las infamias de las que nosotros tenemos conciencia se cometen bien por envidia o por odio, o a causa de la esperanza de algún bien. Por ello tisis es venganza, phonos es la muerte, porque el crimen nace por ira o por odio, por lo que Tisífone se venga. Megairein, en cambio, significa envidiar, Meguera es la que castiga los pecados cometidos por envidia. En cambio. Alectos significa la que nunca cesa, que es el cosquilleo de los placeres, con los que Alecto advierte a los que pecan. Se dice que son hijas de la Noche a causa del desconocimiento de los mortales y la ignorancia de las cosas futuras. Pues, ¿qué mortales hay de entre todos que no considere infamia, si considera con cuidado el asunto, que él comete por deseos pequeñísimos, las cosas que luego traen consigo estos suplicios? O, ¿quién no se da cuenta de que es deshonroso para el hombre ser llevado de un lado a otro como si fuera una bestia, por placeres impuros? Estas pasiones, en efecto, nacen del desconocimiento de sí, las cuales, cuando han empujado a los hombres a algún crimen, el ánimo se atormenta, surge el recuerdo de aquéllos como los más crueles y per­judiciales atormentadores en el alma. Otros contaron que éstas eran hijas del Júpiter terrestre y de Prosérpina, y esto ciertamente con el mayor derecho: pues, ya que Plutón está al frente de las riquezas y Prosérpina es la fuerza de los frutos, como se verá, ¿de qué dioses surgen con más razón las furias que de las riquezas, o de dónde tomaron más claramente su origen? Porque, en efecto, todos los crímenes y todos los placeres brotan de la abundancia de riquezas como de una ubérrima fuente. Pero, si éstas llegaran abundantemente junto a un hombre bueno y moderado, de ningún modo podrían apañar de sus normas de vida a aquél; por esta razón me parece que el sapientísimo Dios a los mejores moderadores de aquéllas les ha concedido unas facultades

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como viático para la honradez, o a los impuros ladrones unas como jefes para los eternos suplicios. Así pues, es necesario o que un hombre rico sea especialmente bueno y amigo de Dios o criminal en gran manera y que sea odiado para los dioses y hombres el que posee muchas cosas, puesto que ninguna superioridad en riquezas o bondad o maldad admite la mediocridad. Me parece que han opinado lo mismo quienes creyeron que las Erinies nacieron de los partos obscenos de Saturno y de la Tierra. Pues, ¿qué es Saturno sino cl tiempo? o, ¿qué las partes pudendas a no ser las obscenidades que se cometen en el mismo momento? La Tierra es la madre de todas las riquezas de los que nacen. En efecto, ellas son las preocupaciones del alma que se animan por el poder de la riqueza con la oportunidad del momento. Quienes pensaron que fueron hijas de Saturno y Euonime no pensaban nada diferente de éstos. Estas y las razones que se han dicho más arriba recaen en lo mismo. Pues los que pensaron que las Erinies son hijas de Saturno, los que de la Noche, los que de la Tierra, los que de las Tinieblas, sólo se diferenciaban entre sí en el nombre; pensaron lo mismo sobre el mismo asunto. Algunos creyeron que se llamaron Erinies porque aceptaban las súplicas; pues dicen que aras significa súplicas, anyein, por su parte, cumplir y aceptar. Otros porque habitan en la tierra, puesto que era es tierra y naiein es habitar. Se dice que las Erinies nacieron en el quinto día de la Luna por la razón que se ha dicho más arriba: Son llamadas Aeripedes porque, ya que son siervas de dios y vengadoras de los crímenes, son enviadas con lentitud a los suplicios de los impíos, pues Dios no castiga repentinamente a los criminales, sino que la mayoría de las veces compensa por la lentitud del tiempo la gravedad de las penas. Son llamadas Aerívagas porque acuden lo más rápidamente posible a los castigos de los impuros, una vez que Dios ha decidido castigar a algunos bien pública o privadamente. Pero yo creo que se inventó que son errantes por el aire por esta causa, porque, cuando la peste o el hambre invade a los hombres o se excitan los movimientos de guerras en los ánimos de los mortales, esto proviene del aire afectado así de algún modo por orden de Dios. Pues hay estos tres tipos de enfermedades unidos entre sí, según han nacido de los mismos padres y en un único parto, lo que así expresó Virgilio en el libro XII (849-52): Estas aparecen junto al trono de Júpiter y en el umbral del cruel rey y agudizan el miedo a los míseros mortales, si alguna vez el rey de los dioses trama la muerte y causa horror y las enfermedades y aterroriza a las ciudades que lo merecen con la guerra. Decían que habitan en el vestíbulo de los infiernos porque los ánimos de los moribundos se agitan especialmente y muy gravemente son atormentados por el recuerdo de los crímenes pasados, lo que también pensaron los que dijeron que ellas habitaban en una cueva junto al agua de la Estige. ¿Qué otra cosa es esta cueva a no ser el lugar retirado y obscurísimo del corazón y la conciencia, en donde se ocultan estos pensamientos e inquietudes de los espíritus? Lo que quisieron señalar por estas cosas los antiguos, que sólo están seguras todas las cosas para un hombre bueno y que sólo la integridad y la inocencia conducen a los hombres valientes y tranquilos en todo cambio de fortuna, ya lo hemos explicado anteriormente. Y es suficiente sobre las Furias; ahora ha de hablarse sobre la cárcel de los impíos.

Cap. 11: Sobre Tártaro

Cuando las almas de los criminales manchados por muchos y muy graves pecados son conocidas, gracias al tormento, por los jueces, porque han vivido entre placeres por las injurias de los restantes hombres, porque han traicionado a la patria, porque han engañado

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a muchos a causa de las riquezas, porque a causa de la avaricia han abandonado a los amigos, o a los hombres buenos, o a los padres, o a los que merecen el bien, porque han despreciado a causa del dinero la religión o el culto de los dioses inmortales, esas almas son arrastradas para ser conducidas por las citadas Furias al Tártaro, que es el lugar de los castigos, carente por completo de luz y de donde no está permitido salir nunca. Este Tártaro afirman todos que es un lugar muy antiguo y el cómico Aristófanes pensó que era coetáneo de la Noche y de la materia confusa del mundo, según está en Aves (693-4): El Caos, la Noche y el negro Erebo y el ancho Tártaro existen primero y no había Tierra, ni Aire ni Cielo en el seno infinito de Erebo. Hesíodo en la Teogonia (116-9) parece creer que Tártaro nació de aquella confusa mole que era llamada Caos, según se puede saber por estos versos: En primer lugar existió el Caos, luego Cea de amplio pecho, sede siempre segura para todos los inmortales que habitan la cumbre del nevado Olimpo, y en el fondo de la Tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Ciertamente, hubo gran distancia del Tártaro a la tierra, y cuanto la tierra dista del propio cielo tanto pensaban que distaba el Tártaro de la tierra, según expresa el mismo poeta en estos versos (720-7): Tan hondos bajo tierra cuanto está el cielo de la tierra; la misma hay desde la tierra al tenebroso Tártaro. Pues, si bajara desde el cielo durante nueve noches con sus días un yunque de bronce, al décimo llegaría a la tierra; igualmente un yunque de bronce que bajara desde la tierra durante nueve noches con sus días, llegaría al décimo al Tártaro. Alrededor de él se extiende un muro de bronce y en torno a él una noche de tres capas envuelve su entrada. Que este Tártaro es muy obscuro lo indica Homero en el libro VIII (13-6) de la Ilíada en estos versos: O cogiéndole lo arrojaré al tenebroso Tártaro, muy lejos, en lo más profundo del báratro, debajo de la tierra; allí las puertas son de hierro y el umbral de bronce, y su profundidad desde el Hades como del cielo a la tierra. Pero que este lugar era el Erebo y el Caos en el que eran atormentados los hombres criminales, lo declaró así el autor del Axíoco (371e): Pero, a cuantos pasaron la vida con malas accio­nes, éstos son llevados por las Furias al Erebo y al Caos a través del Tártaro, donde está el lugar de los impíos y los frustrados acarreos de agua de las Danaides y la sed de Tántalo. Y Platón, puesto que en el Fedón (112a) comprendió que el Tártaro era el lugar que fue llamado por Homero antes báratro, consideró que este lugar era casi el centro bajo tierra del cual y hacia el cual se deslizan todas las aguas. Luego, al final del diálogo sobre la Retórica (Gorgias 523b), la llamó cárcel de los criminales con estas palabras: Pero quien vivió injustamente e impíamente es llevado a la cárcel de la justicia y del castigo, a la que llaman Tártaro. Allí son retenidas también las almas encadenadas, según declaró en estos versos Esquilo en Prometeo (152-5): Pues, si me precipita bajo Tierra, más bajo que el Hades hospitalario para los muertos bajo el impenetrable Tártaro, poniéndome con fiereza en cadenas que no se pueden desatar.

Pero estas son las cosas que hemos encontrado escritas por los antiguos sobre el Tártaro. Algunos de los antiguos creyeron que el Tártaro era un lugar junto a uno de los polos, según decía Crates, bien por la dureza del frío, bien por la gran duración de las tinieblas. Pero éstos, a mi juicio, se engañan, porque son mucho mayores las tinieblas nocturnas para lös que habitan junto al círculo igual que junto a los polos. Pues, aunque los seis meses seguidos son una sola noche en el Polo Artico, mientras el Sol recorre los signos del mediodía desde el comienzo de Libra hasta Pisces, sin embargo no es hasta tal punto la noche obscura que no puedan leerse las cartas. Por esta razón, no parece poder ser llamado este lugar Tártaro a causa de su obscuridad. Yo más bien me sumaría a la opinión de

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Tzetzes, que creyó que el Tártaro era un incendio subterráneo, porque allí se engendran los vapores y por esta razón aparecen gritos y estrépitos desconocidos y temores, por lo que es llamado Tártaro por los griegos, porque allí existen muchas tarachai o perturbaciones. Y este lugar no obtuvo por suerte este nombre, porque allí especialmente y en ningún otro sitio además hay cosas de este tipo. Pero hay distintos lugares llamados con distintos nombres, puesto que cuando esto surge en lo alto se le llama Éter, cuando es bajo tierra Tártaro. Pero, ¿qué diremos nosotros que es el Tártaro, al que son conducidos los muertos, de donde no se concede ningún retomo? Ciertamente que es la propia tiena bajo la que se ocultan los cadáveres que una vez que han caído a la perpetua cárcel nunca pueden levantarse de nuevo. Allí dicen que hay lagos que se queman con mucho fuego y otros, por el contrario, helados, en los que por tumo son sumergidos por los démones las almas de los criminales, como dice Plutarco en el librito Sobre la tardía venganza de la divinidad (567C). Dieron credibilidad a estas cosas los lugares que tiemblan con los fuegos subterrá­neos y que están calientes a causa de los distintos vapores que se contienen bajo tierra. En efecto, se inventaron estas cosas sobre los lugares inferiores para apartar a los hombres de la perversidad: si se hubiesen creído así estas cosas, habría habido muy pocos hombres criminales, pocos asesinos y pocos ladrones en todos los tiempos. Y ojalá se creyese no a las fábulas ni a las vanas invenciones ni a las ficciones de los poetas, sino al único verdadero, al único sabio, al único autor de todos los bienes, a Cristo, al menos por aquellos que confiesan que son imitadores de Cristo. Si se creyera a éste que amenaza a los hombres con suplicios eternos, ¿quién juraría en falso? ¿quién robaría? ¿quién atacaría o engañaría a su hermano o a un hombre bueno? ¿qué hombre más inepto y más tosco que todo el populacho y más impuro juzgaría las disputas de otros con ánimo valiente, si creyera que alguna vez la medida de sus juicios se le iba a devolver? Puesto que no se tiene ninguna fe ni en las palabras de los antiguos ni tampoco en Cristo, Hijo del sumo Dios, por ello sucede que todas las cosas están llenas de engaños, todas de insidias, de disputas, todas llenas de peligros y hay más poder en los juicios de un hombre rico que en la autoridad de las leyes humanas o divinas. Pero fmalmente perderá a los malos el mal. Hasta aquí se ha dicho bastante sobre Tártaro; ahora hablemos sobre los restantes ministros de los lugares inferiores, y en primer lugar sobre la Noche.

Cap. 12: Sobre Noche

Y tampoco la Noche tuvo un honor pequeño entre los antiguos, que la consideraron la más antigua de todos los dioses, puesto que ocupó un lugar antes del nacimiento de todos los dioses y la informe materia que se llamó Caos. Algunos pensaron que ella nació de esa misma materia informe, según atestigua Hesíodo en la Teogonia (123): De Caos nació Erebo y la negra Noche. Llamaron a ésta la más antigua aquellos poetas que creyeron que había nacido de Caos, puesto que piensan que ni siquiera aquélla había existido nunca antes que el mundo en el orden disgregado. Así pues, la llamó antigua Arato en los Astronómica (408-10): Pero junto a aquel Altar la antigua Noche, que llora el trabajo de los hombres, llega como la gran señal del invierno del mar. No sin motivo, en efecto, Orfeo en los Himnos (3,1-2) llama a ésta madre de dioses y hombres, porque se creía que todas las cosas nacían de ella, según se lee en estos versos: Te cantamos, Noche engendradora de dioses y hombres. Noche, origen de todas las cosas, a la que llamamos Cipris. Esta era

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transportada en carro, según contaron ios poetas, cuyas amatistas decían que brillaban como astros y la precedían, como escribió en estos versos Teocrito (Id. II 165-6): Salud, otros astros que acompañáis el carro de la Noche de hermosos miembros. [Los antiguos crearon la ficción de que esta diosa se cubría con negros vestidos y con un negro velo en la cabeza, a la que también seguían los astros y no sólo la precedían, según atestigua Eurípides en Ion (1150-1) en estos versos: La Noche de negro peplo empujaba su carro, que no tenía caballo uncido a su yugo, y los astros la acompañaban.] Era transportada por bigas, según dice Virgilio en el libro V (721): La negra Noche, transportada por bigas, ocupaba el cielo. Por esto, Apolonio en el libro III (1193), al describir a la Noche que llega dice que ella pone el yugo a los caballos: La Noche echaba el yugo sobre sus caballos. Este tipo de caminar de la Noche es más reciente que los tiempos de Homero, pues hasta los tiempos de Homero ningún poeta dejó escrito que la Noche había sido transportada entonces en carro. Otros dijeron que fue alada, como Cupido y la Victoria, opinión que siguió Virgilio y escribió así en su libro VIII (369): La Noche se precipita y con sus obscuras alas abraza la tierra. Otros sostuvieron además que ésta surgió del Océano al caer el día como el mismo poeta en el libro II (250-1) de la Eneida: Entre tanto se vuelve el cielo y la Noche desde el Océano se precipita envolviendo con gran sombra la tierra y el cielo. Sin embargo, Eurípides invocó a ésta no saliendo del Océano sino del Erebo así (Or. 174-6): Venerable, venerable Noche, dadora de sueños a los desgraciados mortales, ver^ del Erebo, ven, ven alada. Y Orfeo escribe en el mismo poema (Hym. 3,10-11) que ésta envía luz a los infiernos y de nuevo va junto a ellos: Envías la luz bajo los infiernos y huyes de nuevo al Hades. Cuando se le ofrecían sacrifi­cios a ésta, fue costumbre inmolarle un gallo, como animal enemigo del silencio, tal como dice Teágenes en el libro 11 de Sobre ios dioses. Se recuerda que tuvo muchos hijos la Noche. Pues Eurípides en el Hércules loco (822-3) escribió que fue hija suya la Rabia: Ancianos, cobrad ánimos, ésta que veis aquí es Lisa, hija de la Noche. Del mismo modo, llamó hijas de ésta a la Discordia o Disputa y Envidia Hesíodo en Trabajos y días (17) diciendo: A la otra la parió la primera la Noche tenebrosa y las que siguen en esta frase. Además, el mismo poeta en la Teogonia (211-4) escribió que existieron muchos hijos de la Noche, como engendrados por el aire, según está en estos versos: La Noche dio a luz al maldito Moro y a la negra Cer y a la Muerte, parió también al Sueño y engendró la raza de los Ensueños, la obscura Noche, la diosa, los parió sin unirse a nadie. Pero Cicerón en el libro III (17,44) de Sobre la naturaleza de los dioses: Siendo esto así, también han de ser considerados dioses los padres del Cielo, Éter y Día, y sus hermanos y hermanas, quienes son llamados así por las genealogías antiguas: Amor, Engaño, Miedo, Labor, Envidia, Hado, Vejez, Muerte, Tiniebla, Miseria, Queja, Gracia, Fraude, Pertinacia, Parcas, Hespérides, Sueños, los que dicen que fiteron todos hijos de la Noche y el Erebo.

Pero ya es suficiente acerca de las cosas que se han dicho mediante fábulas sobre la Noche. Se dice que de ella nacieron las Pestes recordadas hace poco, porque la ignorancia y la malicia de los mortales, que es la Noche de la mente, de casi todas las calamidades que invaden el género humano es la madre y alimentadora, puesto que la equidad, como el Aquilón, puede expulsar de la vista de los hombres estas ligerísimas nubes. Pues todas estas cosas traen como consecuencia la ignorancia, puesto que también aquellas cosas que son de la naturaleza pueden retrasarse algo con la sabiduría o ciertamente hacerse más ligeras, como la vejez, el amor, el hado y otras de este tipo. Llamaron a la Noche antiquísima porque antes de que existieran el Sol y el Cielo no había ninguna luz, que

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inventaron que venía del Erebo y de los Infiernos, pues siempre rodea a la tierra, puesto que el Sol está ocultado en la parte inferior del Cielo bajo tierra; es necesario que junto a nosostros haya sombra de la tierra porque la Noche no es otra cosa que la sombra de la tierra. [Algunos dijeron, sin embargo, que esta misma Noche fue hija de Cupido, como atestigua Orfeo en los Argonáutica (14-6) en estos versos: Y al de doble naturaleza, al inflamado, al glorioso Eros, hijo famoso de la eterna Noche al que los bien armados mortales llaman Pañete, pues apareció el primero. Ciertamente, se creó esta ficción no por otra causa sino porque la razón del amor no puede darse la mayoría de las veces, o porque conviene ocultar su causa en la noche y en el silencio casi siempre.] Los antiguos crearon la ficción de que era transportada en un carro porque nada es duradero con trabajo y por el placer de la narración. Se dijo que ésta era la madre de todas las cosas porque antecede al parto de todas las cosas y es llamada Noche de nocendo según pretendieron algunos, porque la humedad de las noches es perjudicial para los hombres, o porque en los que trabajan se ve en la aspereza, o la fiebre o en otras enfermedades, que ciertamente son más graves y hacen más daño por la noche. Y ahora hablemos sobre la Muerte.

Cap. 13: Sobre la Muerte

Al ser la Muerte casi la única y la más potente compañera de todos los inferiores y al conducir a todos los mortales que debían ser llevados al río Aqueronte, casi nada oyó acerca de sí a manera de fábula, a no ser que era hermana del Sueño, según dejó escrito Homero en el libro XIV (231) de la Ilíada: Allí se unió con el Sueño, hermano de la Muerte, y que había sido criada por su madre la Noche. Por esta razón recordó Pausanias en Los asuntos de la Elide (V 18,1) que en un templo en Elea se representó a una mujer que sostenía unos niños dormidos, en la mano derecha uno blanco y en la izquierda uno negro y que éste era igual al que dormía; que ambos estaban con los pies deformes; las inscripciones de éstos indicaban que uno era el Sueño, el otro la Muerte y la mujer que los cuidaba era la Noche, [Era costumbre inmolar a la Mtjerte un gallo algunas veces, así como a Marte y a Esculapio, porque la Noche se alegra con estas víctimas como si perjudicase su silencio y lo turbase muy a menudo. Los antiguos contaron en fábulas que tenía alas negras, como dice Horacio en el libro II (1,58) de las Sátiras en estos versos; O si la Muerte vuela alrededor con negras alas y aquél: Y la negra Muerte vuela alrededor de la cabeza con obscuras alas.\ Esta misma Muerte fue dada por la bondad del santísimo Dios a los hombres como el mejor remedio de todos los males, de todas las calamidades humanas, de todos los dolores, lo que suavemente expresó Agatías en aquel epigrama (Anth. Gr. X 69): ¿Por qué teméis a la muerte, que genera el descanso, que calma las enfermedades y la penuria y la tristeza? Ella únicamente socorre a los mortales y nunca ninguno de los mortales sabe volver otra vez. Pero las enfermedades, muchas y cambiantes, de uno a otro lado de los mortales caminan y se transforman. Esta era considerada única, la más dura de todos los dioses y sobre todo implacable; como ésta no se doblegaba ante las súplicas de nadie, no consiguió ningún sacrificio, ni templos, ni sacerdotes, ni ritos de sacrificios.

129 Como se ve en el Himno se dice que la Noclie es madre y no hija de Eros. 130 De hacer daño.

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Orfeo puso de relieve su dureza e implacable voluntad en los Himnos (87,9) así; Pues ni con súplicas ni con dones se aplaca tu cólera. [Se cubría con un vestido estrellado que era de color negro.] Los antiguos sabios la ensalzaban con admirables loas como único puerto y sede segurísima para el descanso. Ella nos libera de muchas enfermedades del cuerpo; ella nos aparta de la crueldad de los tiranos, ella nos iguala a los príncipes, ella sobrevive como algo muy agradable para todos los hombres buenos, a no ser cuanto las leyes de la naturaleza rechazan, y no hay nadie que no la reciba con un ánimo muy alegre, a excepción de los criminales que auguran todavía vivos y casi presienten que ellos habrán de sufrir graves peligros después de lamentarse. Alcidamo, que compuso un discurso Sobre las alabanzas de la Muerte, ofreció un argumento muy amplio y extenso para su alabanza. [Plutarco, en la Consolatoria, demostró con muchos razonamientos que ésta debe ser soportada con ecuanimidad, y de hecho la vida no es otra cosa que el uso de la luz que nos ha sido concedido por Dios; si se busca ésta no ha de ser soportada con mucha pena, como si ordenásemos a los amigos que se fueron la víspera a su casa que volvieran a nuestra casa, o el instrumento aceptado mutuamente volviera al dueño; por esta razón, ciertamente no se nos hace ninguna injuria si es reclamado por Dios lo que es suyo.] Puesto que sobre ésta veo que nada se ha dicho místicamente por los antiguos, he decidido dejar de lado las restantes cosas que de ella se han dicho mediante fábulas y hablar sobre el Sueño.

Cap. 14; Sobre el Sueño

Que el Sueño nació del Erebo y la Noche se dijo ya más arriba; al que, además de las hermanas citadas, Orfeo le añadió la Muerte. [A éste le añadieron algunos de los antiguos las elpides o esperanzas como hermanas.] Pero que éste no desde los Infiernos sino desde el Cielo fue enviado junto a Palinuro, lo escribió así Virgilio en el libro V (838-40): Cuando el Sueño, deslizándose ligero desde los etéreos astros, hendió el tenebroso aire y cortó las sombras buscándote a ti. Palinuro. Los poetas contaron que éste era alado porque muy rápidamente recorría todo el orbe de las tierras y muy ligero y callado llegaba a los ojos de los que no lo esperan, como dice Tibulo en el libro II (1,89-90) de las Elegías: Y después viene callado, rodeado de obscuras alas, el Sueño y los negros Ensueños con pie inseguro. Pero no entiendo bien lo que escribió Homero en el comienzo del libro II (6-15) de la Iliada, a saber que es enviado por Júpiter el Sueño para excitar a Agamenón a fin de que ordene que se arme la multitud, puesto que es don del Sueño más bien oprimir a los abru­mados por el sueño que excitarlos; a no ser, sin embargo, que allí se entiendan los Ensueños, en lugar del Sueño. Este Sueño consigue, cuando está presente, que los mortales sopor­ten con ecuanimidad las heridas, cadenas, servidumbre, cárceles, todas las cosas incómodas, que se olviden de todos los males, que todas las preocupaciones e inquietudes del alma se alejen, como dice Eurípides en Orestes (211-4): ¡Oh encanto benéfico del Sueño, socorro contra la enfermedad, qué dulce y oportuno al acercarte a mí! Venerable Olvido de los males, qué sabiduría es la tuya y cómo los desgraciados dirigen votos a tu divinidad. Este Sueño, como el más cruel de los cobradores de impuestos, según solfa decir Aristón, se lleva para sí la mitad de nuestra vida; por ello también es llamado con razón por Orfeo hermano de Lete y descanso de todas las cosas, como está en el Himno al Sueño (85,1-8); Sueño, señor de todos los bienaventurados, mortales e inmortales, que disipa las preocu­paciones de los sufrimientos llevando un dulce descanso, haciendo un sagrado consuelo de

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toda desgracia. Y llevas el cuidado de la muerte salvando las almas, pues eres hermano de Lete y de la Muerte. Y también Ovidio en el libro XI (623-5) de los Cambios de forma [colocó a éste entre los dioses por su benignidad, puesto que proporciona tan grandes beneficios a los mortales, según se ve en estos versos]: Sueño, descanso de las cosas, placidísimo Sueño, paz del alma de los dioses, de quien huye la preocupación, que suavizas los cuerpos cansados por los duros oficios y das fuerza para el trabajo. Con admirable elegancia y suavidad poética describió el mismo poeta la casa de éste, a quien le atribuye mil hijos, o mejor una gran multitud de éstos, pero nombra especialmente a tres: Morfeo, ícelo y Fántaso. El sueño es, en efecto, el más dulce de casi todas las cosas naturales, el mejor y el más útil, si es moderado, a quien se someten todos los animales; por ello con razón fue llamado por Orfeo rey de los hombres y de los dioses. Cuan desgraciada es la condición de aquéllos que parecen más felices que los demás, que están al frente de la más aha de las situaciones, lo demostró Homero en el libro II (1-2) de la Ilíada, puesto que había empujado a dormir a todos los dioses excepto a uno, a Júpiter. El mismo poeta, en el libro XIV (231-91) presenta el Sueño sobornado por Hera con grandes presentes para que duerma a Júpiter, al que le recuerda que él había ido a hacerlo en otra ocasión, pero que el propio Júpiter, irritado por esto, lo arrojó al mar y, si no lo hubiera cuidado la Noche, dominadora de hombres y dioses, junto a la cual huyó, habría perecido; por este motivo insite en que él no se atreverá por ninguna razón. Es tan grande la felicidad de los reyes y de los más altos gobernantes que, puesto que parecen honrados como dioses, son los más desgraciados de todos los mortales. Describió la fabulosa ciudad del Sueño, en la que decían que vivían los Ensueños, de manera muy elegante Luciano en el libro II (32-3) de sus Historias verdaderas; éste dice que aquella ciudad estaba situada en una extensísima llanura, alrededor de la cual hay un bosque con muy frondosos y altos árboles que son adormideras y muy altas mandragoras, y allí mismo hay muchas hierbas cuyos jugos provocan sopor, todas las cuales florecen por doquier en la llanura. Hay gran abundancia de murciélagos que vuelan de aquí para allá junto a aquellos árboles, y lechuzas, buhos y aves nocturnas. Y ningún otro tipo de aves tuvo además la costumbre de estar alU. Baña esta ciudad un tranquihsimo río, que tiene el nombre de Lete al que otros llaman Nictíporo cuyo curso es silencioso y muy semejante a una balsa de aceite. Este nace de dos fuentes, que brotan en un lugar obscuro y para nadie conocido: una de ellas llamada Paniquia la otra Negreto Tiene esta ciudad dos puertas, una de cuerno construida con admirable arte, en la que están represen­tadas, como en una pintura, casi todas las cosas que se presentan a los que duermen como sueños verdaderos; la otra de blanquísimo marfil, en la que están los propios Sueños, pero no representados sino solamente bosquejados. En esta ciudad está el templo de la Noche más importante de todos, que es honrado con la más grande religión. Hay también otro santuario de la diosa Apates y otro de Aletia, en los que dicen que hay un sagrario y oráculos. Pero ninguno de los Sueños, por los que más frecuentemente es habitada la ciudad, tiene la misma forma; si bien unos son agradables y pequeños y semejantes a monstruos con piernas retorcidas y jorobas, otros son grandes y con rostro bondadoso y

131 Olvido. 132 Noctámbulo, adjetivo que como nombre propio de un rio solamente aparece en Luciano. 133 La que duerme toda la noche, alude a la duración de sueño. 134 El que no puede despertarse, se refiere a la profundidad del sueño.

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rojizos y dorados, por así decirlo. Otros son de un aspecto terrible y alados, y parecen aumentar constantemente con alguna calamidad; otros están vestidos con pompa real y lujo. Si algún mortal entra en esta ciudad, al punto le salen al encuentro los Sueños domésticos, que reciben con lisonjas a los que llegan y se presentan ante ellos como algunas de las figuras citadas, sea anunciando algo alegre, sea algo triste, formas que mantienen alguna vez verosimilitud, lo que ocurre muy raramente, pues la gran muchedumbre de esta ciudad es en gran parte falsa y engañosa, alguna vez hablan también al contrario y refiexionan en el alma.

Hasta aquí sobre el Sueño, ahora expliquemos qué se ha inventado sobre aquél. Se crea la ficción de que el Sueño no se atrevió a dormir a Júpiter porque no conviene que duerma aquél a quien se le ha encomendado el cuidado y administración de todas las cosas, y la naturaleza divina necesita al Sueño para, mediante él, recuperar fuerzas o tomar aumento, puesto que no soporta ni el trabajo ni lo incómodo. Presenta a Lete como hermana del Sueño por esta causa, porque gracias al Sueño olvidamos todas las tristezas y los males. Dado que éste llega en el mismo momento a muchos animales, se cuenta que es rápido y alado e hijo de la Noche. Puesto que, en efecto, la humedad de la noche aumenta los vapores que suben a las partes más altas del cuerpo, los que después más fríos por el frío del cerebro descienden más abajo y así engendran el Sueño, con toda razón el Sueño es llamado hijo de la Noche. Por él se produce sobre todo el crecimiento de las plantas y animales, a los que se les concede esto por la edad, lo que sucede por la benignidad de la humedad nocturna, ya que la fuerza del calor del día entretanto se oculta en los cuerpos como una oculta fuerza de fermento hasta que llegue la noche. Así pues, de estos vapores nacen muchas formas de sueño, según la variedad de alimentos, regiones, momentos, negocios impresos en la mente, y según la variedad de los tiempos de cada uno; todas estas cosas han de ser tenidas en cuenta para explicar los Sueños. [Pues los sueños son como jefes y exploradores algunas veces de los médicos para explicar las enfermedades, puesto que son distintos según los vapores, aunque a veces los sueños son formas de las cosas más deseadas, que son suministradas por la propia fantasía, según dice efectivamente Artemi-doro en el libro I (2) de Sobre los sueños: El sueño es el movimiento o ficción multiforme del alma, que significa las cosas buenas o malas que van a ocurrir. Por razón muy semejante se le añadieron las esperanzas como hermanas, puesto que muy a menudo están colocadas en los asuntos dudosos y que tienen diferentes salidas, por lo que se desvanecen como sueños.] Pero otros sostuvieron que los sueños eran humanos, otros que divinos. Por otro lado, aquella ciudad de los sueños que se ha descrito anteriormente, a causa de la abundancia de humedad, de la que nacen los sueños, se dice que estuvo junto al Océano, según se ve en estos versos (Od, XXIV 11-2): Se dirigieron junto a la corriente del Océano y a la roca de Léucade y junto a las puertas del Sol y al pueblo de los Sueños. Se dice que hay dos puertas del Sueño, como hemos dicho, y que por la de cuerno salen los sueños verdaderos, lo que se contó así porque, asi como el fuego encerrado en una linterna, si es de cuerno y de sutil materia, transmite fácilmente la luz y de algún modo se ve, así, si el cuerpo de los hombres fuese limpiado por medio de la templanza de todo el aluvión de sórdidos humores, fácilmente recibe el alma mediante esto la verdad y los espectros que le son ofrecidos divinamente, sueños que ek dios estin, son de dios. Pero, si los cuerpos están gordos y repletos de muchos alimentos o de sucios humores por la continua borra­chera, estos cuerpos no permiten entonces que el alma encerrada como en una linterna cuyas paredes son de marfil o de una materia muy grasa, vea la verdad de los sueños, lo

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que explicó mediante las puertas del Sueño Homero (Od, XIX 562-7) y también Virgilio (Aen. VI 893-9). En cambio Didimo pensó que la primera película de los ojos tenía forma córnea y que significaba lo visto; los dientes son marfil, que comen falsos sueños; pues son más verdaderos y seguros los vistos que los oídos y contados por otros. Y hasta aquí sobre el Sueño; ahora hablemos sobre Hécate.

Cap. 15: Sobre Hécate

Pero de qué padres nació Hécate no lo afirmaré fácilmente; ciertamente, varios cuen­tan que nació de varios. Baquílides (FlBl =Schol. Ap. Rh. III 467) afirmó que fue hija de la Noche, puesto que dice: Hécate hija de la Noche de amplio pecho, portadora de antor­chas. Museo (DK2B18= ibidem) creyó que era hija de Júpiter y de Asteria. Ferecides (Jac. 3F44= ibidem) que de Aristeo hijo de Peón; Orfeo, en los Argonáutica (978-80), que del Tártaro, de la que escribe que ésta se acercaba a los sacrificios de las Euménides así: Y con ellas llega la de forma cambiante, de tres cabezas, el funesto monstruo, de ningún modo amarga, Hécate, hija del Tártaro. [El mismo Orfeo escribe en otro lugar (F41K=Schol. Ap. Rh. III 467) que esta misma Hécate fue hija de Ceres y de Júpiter, según está en estos versos: Y entonces Dea parió a Hécate de padre noble, de Zeus portador de la égida. ] Hesío­do (Theog. 409-11) escribió que Hécate fue hija de Asteria y de aquel antiquísimo Perses que fue también hijo de Cielo: También dio a luz a la renombrada Asteria, a la que un día Perses llevó a su gran palacio para llamarla querida esposa. Esta, embarazada, parió a Hé­cate, lo que también atestigua Ovidio en el libro Vil (74-5) de su mayor obra en estos versos: Iba Hécate a las antiguas aras de Perses, a las que protegía un umbroso bosque y una escon­dida selva. Y Apolodoro, en el libro I (2,4), creyó que esta misma era Prosérpina y Hécate y Luna ^" por lo que fue llamada Lucífera por Eurípides en Helena (569): Oh Lucífera Hécate, envía benignos fantasmas. Dijeron que ésta, terrible por su aspecto y por el tamaño de su cuer­po llegó incluso a las medida de medio estadio y que tuvo los pies en forma de serpiente puesto que el rostro y la forma de su aspecto la hacía muy parecida a la naturaleza de las Górgonas. En lugar de cabellera, se veían muchas serpientes y víboras, unas enroscadas a manera de rizos y silbantes; otras abrazaban el mismo cuello, otras colgando, se derrama­ban sobre los hombros, como astestigua Luciano en el Filopseudes (22). Fue llamada Brimo de bramido, puesto que bramó en la caza contra Apolo cuando intentaba violarla, o mejor contra Mercurio, según opinó Isacio (Schol. Lyc. 1176). Por otra parte, Apolonio atestigua que fue llamada Brimo, en el libro III (1209-11) de los Argonáutica, así: Prendía los tizones aplicando el fuego por debajo, y por encima vertió las libaciones mezcladas, invocando a Hécate Brimo como auxiliadora de sus pruebas. Se creía que era reina de los infiernos, como atestigua el mismo poeta en el mismo libro (861-2): Después de haber invocado siete veces a Brimo, la criadora de jóvenes, a Brimo, la noctámbula, la ctonia, la soberana de los infiernos. Le seguían muchos perros, como se ve en estos versos (III 1216-7): A su alrededor los perros ctonios la aclamaban con agudos aullidos. [Pero otros manifestaron que aquélla aparecía coronada con una rama de encina; que ésta también tenía

135 Apolodoro habla de Hécate como hija de Perses y Asteria, pero no de su idemificación con Selene y Perséfone.

136 Aproximadamente 92,50 m.

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enormes serpientes alrededor de su cabeza lo señaló Sófocles en estos versos en la tragedia titulada Las raíces que caen o Rizotoihis (Nauck F492=Schol. Ap. Rh. III 1214): Oh Sol, soberano y sagrado fuego de Hécate, protectora de los caminos. La lanza que lleva por el hermoso Olimpo y habita las sagradas encrucijadas de la tierra coronada con encinas y con muchas serpientes esparcidas en el hombro.] Por esto, al hablar Tibulo sobre una mujer hechicera en el libro I (2,53-4) de las Elegías, dijo que Hécate domesticó las perras con su conocimiento de la hechicería y del arte mágica, porque siempre la seguían los perros rabiosos: Dice que ella sola posee las maléficas artes de Medea, que ella sola ha domeñado por completo las fieras perras de Hécate. Por ello fue llamada también diosa canicida y canívora, porque le eran sacrificados canes, según escribió Sofrón en los Mimos (F4 Kaibel,154) y Licofrón (77): El antro Cerinto de la canívora diosa. Algunos pensaron que se le inmolaban perros porque este animal es odioso, con cuyo ladrido se disuelven los fantasmas que son enviados por Hécate, pues, ya que el aire es agitado por el tintineo del bronce o por el estrépito de otra cosa, aquéllos son muy gravemente ofendidos; por esta razón no pueden mantenerse durante más tiempo. A esta diosa se le hacían sacrificios en las encrucijadas, por lo que también fue llamada Trivia, lo que surgió porque Hécate es la misma que Luna y Diana, sobre la que dice así Virgilio (IV 511): Y a la triple Hécate y los tres rostros de Diana virgen. Otros pensaron que fue llamada Trivia porque son la misma Juno, Diana y Prosérpina. Otros la consideraron de tres formas, porque ora surge en los cuernos y casi vacía, ora está dividida, ora con la esfera llena. Otros porque tiene la cabeza derecha de caballo, la izquierda de perro, la del centro de hombre o, como prefieren otros, de cerdo salvaje. No faltaron quienes pensaron que Hécate fue llamada Trivia porque fue expuesta en las encrucijadas y encontrada y criada por los pastores. Otros porque tiene poder en el cielo, en la tierra y en los infiernos; otros porque hace cien granos de trigo de cada uno; otros la llamaron Hécate porque es aplacada con cien víctimas; otros porque hace que vaguen durante cien años los insepultos. A esta diosa en Atenas se le hacían sacrificios en las encrucijadas cada mes, en la luna nueva, en el tiempo en que aquéllos que eran ricos exponían en la encrucijada la cena y los pobres, que se reunían allí por la noche, la devoraban y decían que Hécate la había comido; esta costumbre la señaló así Aristófanes en Pluto (594-7): Por Hécate está permitido conocer esto: si es mejor ser rico que tener hambre; pues ella misma dice que los que tienen y son ricos cada mes le ofrecen una comida, los más pobres de los hombres la arrebatan antes de que esté servida. Era llamada también sórdida por este tipo de cena y parca porque, además, se creía que las sombras se alimentaban de malva, maenidibus y triglis y que era venerada principalmente en las encrucijadas porque allí (según hemos dicho) fue expuesta, como pensaron algunos, por sus padres Eolo y Ferea y fue criada por los vaqueros de Feres. Pensaban que ésta vigilaba los vestíbulos de las casas, por eso ante las puertas levantaban altares, según dice Esquilo (Nauck F388=Schol. Theocr. II 36) en estos versos: Soberana Hécate, que va delante de los palacios de los reyes. Sus fuerzas y arte las recordó así Hesíodo en la Teogonia (411-4,419-22): A ésta la honró Zeus Crónida sobre todos, y le procuró espléndidos regalos, la suerte de participar en la tierra y en el mar estéril... muy fácilmente aquél a quien la diosa complaciente acepta las súplicas y le concede prosperidad, pues tiene esa fuerza; pues de cuantos nacieron de Gea y Urano y obtuvieron honor, posee el lote de todos éstos. Participaba en las hechicerías también, acostumbraron a invocarla junto a la Luna los que ejercitaban artes mágicas, según escribió Teócrito en los Farmaceutria (Id. II 12-4): A la ctonia Hécate, ante quien tiemblan los perros incluso, cuando se pasea por los túmulos

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de los muertos y la negra sangre. ¡Salud, horrible Hécate; hasta el fin ayúdame! Por esta razón dice la hechicera Medea que ella le rendía culto sobre todos los dioses en estos versos (Med. 395-7) de Eurípides; No por la venerable a la que yo honro por encima de todos y la tengo como auxilio, a Hécate. Además, era invocada siete veces, luego se le hacían aquellos sacrificios con ritos determinados y propios, los que casi todos fueron expresados así por Apolonio en el libro III (1029-40) de los Argonáutica: Entonces, aguardando a la mitad misma de la noche, tras haberte bañado en las corrientes del río incansable, solo, lejos de los otros, con vestidos obscuros cavas un hoyo circular; sobre éste has de degollar una oveja y sacrifícala sin repartir, haciendo bien una hoguera sobre el mismo agujero. Derramando desde una copa miel de las abejas colmeneras, ojalá ablandes a la unigénita Hécate, hija de Perses. Después de que, acordándote, hagas propicia allí a la diosa, retrocede lejos de la hoguera; que ni el retumbar de los pies te empuje a volver hacia atrás o el ladrido de los perros, para que no estropees cada cosa. Por medio de estos sacrificios hechos así aparecían al punto algunos fantasmas, a los que tenían por costumbre llamar Hecateos, y se convertían en distintas figuras. Se consideraba que el móly que algunos consideraban que era la ruda silvestre, y el laurel, la hierba pulguera, el ramno y el sauce, la estrella marina y el jaspe resistían con las artes mágicas, y también otros muchos tipos de plantas, animales y piedas preciosas, todas las cuales no es necesario enumerar ahora, sobre las que escribió Alberto Magno y Orfeo en el libro Sobre ias piedras (265 ss.). Hécate tuvo un especial honor entre los Eginetas y Beocios, según nos transmitió Pausanias en Los asuntos de Corinto (II 30,2-4). Por qué fue considerada Hécate diosa de los infiernos lo contó Sofrón en una fábula de este tipo, según dice el comentarista de Teocrito (II l l-12b): Después de haberse unido una vez Júpiter a Juno, nació una muchacha, de nombre Angelus, que fue entregada a unas ninfas para que la criasen; tras haber crecido ésta, ocultó el ungüento con el que Juno se perfumaba cuando quería estar resplandeciente; ésta lo entregó en un frasco a Europa, hija de Fénix. Al darse cuenta Juno de esta fechoría y al querer ir contra aquélla, en primer lugar Angelus huyó a casa de una mujer que acabajja de dar a luz y, desde allí, junto a los que enterraban a un muerto, de donde se apartó Juno. Júpiter ordenó que los Cabamos la purificaran, los cuales la purificaron llevándola a la Aquerusia; luego fue considerada diosa de los muertos y terrestre; ésta, por lo dicho anteriormente, fue llamada en adelante Hécate, Pero no faltaron quienes creyeron que ésta fue hija de Júpiter y de Ceres, la cual, al sobresalir por la fuerza de su cuerpo y por tamaño, fue enviada en busca de Prosérpina; y luego, puesta ella al frente de los reinos subterráneos, fue llamada Hécate desde aquel momento, según pensaron algunos, porque está lejos de nosotros. Otros, porque ha de apartarse uno de ella, otros porque ejercía cien cargos en los asuntos de la naturaleza. Pero hasta aquí sobre cosas fabulosas.

[Algunos de entre los escritores antiguos transmitieron a la posteridad que Hécate fue hija de Perses y una importante cazadora, pero también cruel, la cual, si no podía conseguir las fieras, lanzaba sus flechas contra los hombres. Esta descubrió de qué modo se componen los fármacos portadores de muerte y entre los primeros halló el acónito, razón por la que fue considerada la temible diosa de los infiernos. Experimentaba las propiedades

137 Móly, especie de ajo que se utilizaba en los encantamientos. Cf. Od. X 305. 138 Cf. Diod. Sic. IV 45, 2 ss.

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de cada una de las hierbas en los alimentos que ofrecía a los huéspedes. Primeramente, quitó de en medio a su padre con un fármaco, obtiene el poder, luego erigió un pequeño santuario a Diana, donde le inmolaba a la diosa los navegantes. Posteriormente casada con Eetes, tuvo dos hijas. Circe y Medea, y un hijo, Egialeo. Circe encontró por sí misma distintas propiedades de las hierbas para preparar fármacos y, muerto su padre mediante un veneno, se apoderó del reino, pero se dice que, a causa de la crueldad, se fue de él y huyó al Océano a una isla desierta o (como prefirieron otros) a Italia, al promontorio llamado por ella Circeo. Dicen que el plan de Medea fue distinto; puesto que ésta, de forma extraordi­naria, era conocedora de la salud de los peregrinos, dado que había conocido muchos medicamentos de su hermana y de su madre. También fue muy a menudo reprendida por el padre porque, a causa de una excesiva aptitud, estaba a punto de lanzar el reino paterno a un gran peligro, pues, al estar su padre moribundo, le fue respondido por un oráculo que un hombre extranjero se apoderaría del vellocino de oro. Como no consiguieran nada sus súplicas, dicen que Eetes, temeroso, la entregó para ser custodiada en las islas; al haber huido ésta a un bosque consagrado al Sol, junto al mar, luego contó a los Argonautas, que llegaban, todos los peligros impuestos y la crueldad paterna, y cómo solía asesinar a todos los huéspedes mediante emboscadas. Luego, llevada por los Argonautas, prestó ayuda a Jasón para superar los peligros, porque Jasón juró que él se uniría a la doncella con un matrimo­nio estable. Pues a los extranjeros se les proponían enormes y terribles peligros antes de apoderarse del vellón de oro, y Eetes, mediante la fama de su crueldad, procuraba alejar de aquellos litorales a todos los hombres extranjeros y advenedizos. Así pues,] ¿qué quisieron señalar los antiguos bajo estas fábulas? O, ¿por qué se dice que Hécate es hija de la Noche? Porque el orden y la fuerza de los hados de cada uno es Hécate, según se deduce de los versos anteriores de Hesíodo, la cual, por arte divina, es infudida en los cuerpos mortales; aquélla es hija de Júpiter o de Perses; y porque ese orden no es claro o manifiesto para ninguno de tos mortales, por esta causa se dice que es hija de la Noche. Aquellos que consideraron a Júpiter el moderador de todas las cosas, puesto que pensaron que todas parten de él, a aquella fuerza que ocultamente desciende a través de los astros a los cuerpos inferiores como algo activo, la llamaron Hécate hija de Júpiter y de Asteria. Pero quienes contaron que el Sol contempla todas las cosas y oye todas las cosas y rige todo, aquéllos pensaron que Hécate era hija de Perses, a saber aquella fuerza antes citada. Consta que ésta fue llamada Lucífera porque desciende por aquellos eternos fuegos de los astros. Además, esta misma fue considerada reina de los infiernos porque todos los hombres obedecen la necesidad de los hados, esto es la voluntad de Dios. ¿Qué otra cosa son los perros rabiosos que la acompañan que las calamidades y molestias que. por decreto del hado, continua­mente atacan a los hombres? Es más, su figura tan terrible presenta ante sí la variedad de los infortunios. Además, ella puede, como patrocinadora de las hechicerías, cambiar el curso de los ríos, llevar las cosechas a otro lado, arrojar los montes a las profundidades, bajar los astros del cielo, [lo que se decía que hacían las hechiceras,] porque nada hay que no obedezca la necesidad de los hados y la voluntad divina. Así pues, como los antiguos quieren señalar que todos hemos de morir y ninguno puede escapar de la voluntad de Dios o pasar por aho el día establecido por aquéllos y todas las cosas agradables y desagradables salen del juicio y voluntad de los dioses, pensaron que estas cosas se referían al nacimiento y la forma de Hécate. Pero ahora hablemos sobre Prosérpina.

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Cap. 16: Sobre Prosérpina

Unos sostuvieron que Prosérpina era la misma Hécate, [a la que también llamaron Daeira, según escribió Demóstenes Otros, aunque afirmaron que Hécate nació de los padres anteriores, insisten en que Ceres fue la madre de Prosérpina, las cuales, si han nacido de padres diferentes, ciertamente no pueden ser la misma. Que ésta fue hija de Ceres lo puso de manifiesto Hesíodo en la Teogonia (912-4): Luego llegó al tálamo de Deméter de muchos nutricia, la que parió a Perséfone de blancos brazos, a la que raptó Aidoneo de junto a su madre; el prudente Zeus se la entregó. Apolodoro de Atenas, en el libro I (3,1), contó que Prosérpina era hija de Júpiter y Estige. Dejó escrito Estrabón en el libro VII (VI 1,5,C256) que Valencia, que en otro tiempo era llamada Hiponio, era una ciudad de Sicilia en un lugar muy agradable, donde acostumbraba a haber prados extraor­dinariamente floridos, lugar en el que cuando recogía flores, Prosérpina fue raptada por Plutón. Pero, puesto que Cicerón explicó muy brillantemente todo el asunto y pintó admi­rablemente en un discurso la amenidad del lugar, no pondré dificultades en escribir aquellas cosas, que, referentes a este lugar, están en la acción sexta (II 4,48,106-7) Contra Verres: Vieja es, jueces, esta opinión que consta desde las más antiguas letras y monumentos de los griegos: que la isla de Sicilia está consagrada en su totalidad a Ceres y a Libera. Cuando el resto de los pueblos consideraba esto así, entonces se convenció a los propios Sículos tanto que esto está grabado en sus ánimos y es algo innato. Pues piensan que estas diosas nacieron en este lugar y piensan que fueron inventados en aquella tierra los cereales y que fue raptada Libera, a la que llaman también Prosérpina, del bosque de Henna; en este lugar, porque está situado en medio de la isla, es llamado el ombligo de Sicilia. Como Ceres pretendiera ir en busca de ella y buscarla por todas partes, se dice que encendió antorchas con aquellos fuegos que violentamente salen del cráter del Etna; como ella los llevase ante sí, recorrió todo el orbe de las tierras. Pero Henna, donde recuerdan que se llevaron a cabo los asuntos que digo, está en un lugar muy elevado y escarpado, en la cima del cual hay una lisa llanura de campo cultivado y de agua corriente, pero inaccesible por todas las entradas y cortada a pico. En torno a ésta hay un lago y muchos bosques y las más selectas flores en cualquier época del año, de modo que el lugar parece declarar él mismo aquel rapto de la doncella que conocimos desde la infancia. En efecto, hay muy cerca una cueva vuelta hacia el Aquilón, de enorme profun­didad, por donde dicen que el padre Dite salió de repente con el carro y, arrebatando de aquel lugar a la doncella, la llevó consigo; y súbitamente penetró bajo tierra no lejos de Siracusa, y que al punto surgió un lago en aquel lugar, donde hasta este tiempo los Siracusanos celebran días festivos de aniversario con muy concurridas reuniones de hom­bres y mujeres. Pero Pausanias en Los asuntos del Ática (I 38,5) dice que hay un lugar junto al río Cefiso (de Eleusis), cuyo nombre es Caprifico, por donde se cuenta que Orco descendió a los infiernos con Prosérpina tras raptarla. Este mismo dice en Los asuntos de Corinto (II 36,7) que junto al río Quemarro hubo un cercado de piedras desde donde Plutón llegó a los lugares subterráneos con Prosérpina tras raptarla. Pero por esto sucedió

139 En Aesch. Fr. 277Nauck=Schol. Ap. Rh. III 847 se habla de que este nombre se lo da a Perséfone Timóstenes en Exégetico, no Demóstenes. Daeira o Daira es hija de Océano en Paus. I 38, 7; hermana de la Estige en Ferécrates Fr. ll=Eusth. H. 648, 33-42.

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que, puesto que todos piensan que Prosérpina fue raptada en Sicilia, los Sicilianos tuvieron por costumbre jurar por Prosérpina como por una divinidad que les era familiar, según está en las Avispas (1438) de Aristófanes: Por Core, esto es por Prosérpina. Sin embargo, Orfeo en los Argonáutica (1197-1201) parece señalar que Prosérpina no fue llevada a través de una cueva por Plutón sino sobre el mar, puesto que escribe así: Cómo cuando a Perséfone, que recogía tiernas flores con sus manos, la engañó su tío materno llevándola al ancho y vasto bosque, luego después cómo Plutón, enganchados los terribles caballos sombríos, subió a Core por decreto de la divinidad; raptándola la llevó por las olas estériles. Dejó escrito el comentarista de Sófocles (O .C. 681) que Prosérpina fue raptada por Plutón cuando recogía narcisos, con estas palabras: Que, antes de que Plutón la raptase, se deleitaba con esto: dicen que ésta, reuniendo narcisos, los cortaba. Más tarde, Prosérpina obtuvo [a causa de las muchas lágrimas y lamentos de su madre] que las quejas y el mesarse los cabellos y los golpes que se hacen en los funerales de los familiares y seres queridos, se hicieran en su honor como algunos sacrificios, lo que expresó así Eurípides en el Orestes (963-4): El golpe de la cabeza que obtuvo por suerte la señora de los infiernos de hermosas trenzas que está bajo tierra, Persefasa. Al ser ésta la reina de los muertos, se dice que todos son recibidos por Prosérpina en Horacio en el libro I (28,19-20) de los Poemas, en estos versos: Se condensan mezclados los cadáveres de viejos y jóvenes, ninguna cabeza escapa a la cruel Prosérpina. Así pues, tras haber sido raptada Prosérpina y al buscarla su madre Ceres hambrienta, fue acogida hospitalariamente por Hipotoonte, hijo de Neptuno y Alope, hija de Cerción, y por Meganira ''*°, su esposa, que cuentan otros que fue esposa de Céleo. Entonces Meganira le preparó la mesa y mezcló vino, pero la diosa, triste, lo rechazó, puesto que decía que no le estaba permitido beber vino en la desgracia de su hija, pero ordenó que se le preparara bebida de harina, que bebió. Había una mujeruca, Yambe, esclava de Meganira, según cuenta Filócoro (Jac. 328F103), hija de Pan y Eco, la cual, al ver triste a la diosa, exponía narraciones risibles y chistes en metro yámbico para mover a la diosa a reír y para calmar el dolor; por esta razón este tipo de poema no visto antes fue llamado por ella yámbico, según atestigua Nicandro en los Alexifarmaca (129-32): Dispo­niendo el ciceón totalmente en las copas, trae la bebida preparada con arte de la ham­brienta Deó; con la que una vez regó su garganta Deó en el pueblo de Hipotoonte después de las risueñas palabras de la tracia Yambe. Y, al no ser encontrada nunca Prosérpina por Ceres, se'dijo finalmente que fue raptada por Plutón de la ninfa Aretusa y llevada a los infiernos. Pero entonces Júpiter, a Ceres, que lloraba por su hija y acusaba la temeridad de su hermano, le prometió que él conseguiría que se le devolviera su hija si llegaba junto a ella con esta condición para ser recuperada: que no hubiera probado nada de las cosas que hay en los infiernos. Pero como aquélla, instigada por Ascálafo, hubiera comido tres granos de granada o nueve, según prefirieron otros, no pudo llevar nunca consigo a su hija libre. Mas, para mitigar el dolor de Ceres, Júpiter determinó que alternativamente estuviera Prosér­pina seis meses junto a su marido y otros tantos junto a su madre. Efectivamente, así fue transmitido por los que han escrito sobre la naturaleza de los dioses antiguos. Dejó escrito Teágenes (Jac. 774F18) y Apolodoro Cirenaico en el libro 1 de Sobre los dioses que Júpiter, para calmar a Prosérpina, le donó Sicilia. [Por esta razón se cuenta que le fue dedicada por los siracusanos la metrópoli de su isla, que llegaría a ser una ciudad de

140 El nombre de la mujer de Céleo es en la tradición raitográfica Metanira.

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grandes recursos. Así pues, como Arquías y Miselo preguntaran un oráculo sobre la fundación de las ciudades, obtuvieron como respuesta: Llegasteis los que guiáis la multitud que habita regiones y ciudades, preguntando a Febo a qué tierra llegabais. Pero ea, explicad cuál de estos bienes elegís: tener riquezas en ganados o la rñás agradable salud. Pero, al haber elegido Miselo la salud y Arquías mejor las riquezas, éste fundó Siracusa, regia ciudad de Sicilia, aquél Crotona, patria de muchos atletas.] Se cuenta que Pirítoo y Teseo, habiendo oído hablar de la belleza de Prosérpina, descendieron a los Infiernos para raptarla; pues habían hecho un juramento de modo que uno prestaría ayuda al otro para conseguir esposa. Echada a suertes, la primera recayó en uno, Helena raptada le corres­pondió a Teseo; pero, como Pirítoo ardiese en deseos de Prosérpina, tuvo como colabora­dor a Teseo ligado por el juramento, y los dos bajaron a los infiernos a través del Ténaro. Estos, tras sentarse en una piedra, no pudieron levantarse de allí hasta que Hércules, que llegó a raptar a Cerbero, liberó a Teseo, que había venido hasta allí obligado, y dejó allí mismo a Pirítoo, puesto que se había lanzado a estos peligros deliberadamente. Así descri­bió esta situación Apolonio en el libro I (101-3) de los Argonáutica: En cuanto a Teseo, que era el más notable sobre todos los descendientes de Erecteo, bajo la tierra del Ténaro en el Hades lo retenía una cadena invisible por haber seguido el mismo camino con Pirítoo. Y Virgilio, en el libro VI (392-7) presenta a Caronte que se queja acerca de éstos así: Pero ni me alegré yo de recibir en el lago al Alcida cuando vino, ni a Teseo y Pirítoo, aunque habían sido engendrados por dioses y eran invencibles por sus fuerzas. Aquél buscó con sus manos para encadenarlo al guardián del Tártaro en el trono del propio rey y lo arrastró tembloroso; éstos intentaron sacar del tálamo de Dite a la dueña. Existía la costumbre de inmolar en honor de Prosérpina o'bien perros o víctimas negras, por lo que escribió así Virgilio (VI 249-51): El propio Eneas hiere con su espada una cordera de negro vellón para la madre de las Euménides y su poderosa hermana, y para ti, Prosér­pina, una vaca estéril. Conviene observar que en este lugar no sólo hay varios ritos de sacrificios sino también que una es Hécate, otra Prosérpina, puesto que el poeta nombró a Hécate como hermana de las Euménides y a Prosérpina, cuando dijo que a ésta se le inmolaba una cordera, a aquélla una vaca estéril. Escribió Pausanias en Los asuntos de Beocia (IX 39,2 ss.) que siendo Prosérpina todavía una niña pequeña, para coger un ganso que se le había escapado de la mano sin que ella quisiera, habiendo entrado en un cavernoso antro, tras haberse quedado cubierto este ganso por una piedra bajo la que se había ocultado, al punto emergió de este lugar un río que fue llamado Hercina. Hubo en el campo fócense un templo de Prosérpina Cazadora y de Sotera o Servantis o Sóspite en Arcadia; entre los de Filea de la Primigenia. Así pues, por el desarrollo de los sucesos en tomo a esta diosa, los antiguos pensaron muchos nombres. Y, puesto que los poetas inventaron fábulas de este tipo a partir de historias de verdaderos sucesos, se añadieron entonces muchas para ornato y para dar visos de probabilidad. Dejó escrito Tzetzes en la Historia 41 de la Quilíada II (36,409-414) que Teseo fue junto con Pirítoo a la región de los Molosos; se decía que el rey de esta región era Aidoneo, su esposa Ceres, su hija Prosérpina (pues fue costumbre llamar Prosérpina a todas las mujeres hermosas de los Molosos) y Aidoneo tenía un perro de notable tamaño que era llamado Tricérbero. Como éstos intentaran raptar por medio de emboscadas a la hija del rey, puesto al descubierto el asunto, fueron encadenados y, ya que Pirítoo había sido el autor de estas asechanzas,

141 Véase Suidas Archias, donde se recoge este texto y cf. Aelian. Fr. 346, Platón Gorg, 451e y Schol. Ar. Eq. 1091.

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arrojado a Tricérbero fue despedazado y devorado por aquél; Teseo, por haber llegado allí no espontáneamente sino coaccionado y bajo la guía de otro, fue retenido encadenado hasta que lo liberó de las cadenas Hércules, que había sido enviado allí por Euristeo para conducir fuera de allí a Tricérbero.

Pero ahora expliquemos por qué se inventaron estas fábulas. Cicerón en el libro II (26,66) de Sobre la naturaleza de los dioses escribe que toda la fuerza terrena ha sido dedicada al padre Plutón; éste fue llamado Plutón y Díte porque todas las cosas revierten a la tierra y surgen de la tierra En efecto, éste raptó a Prosérpina, la que sostienen que es la semilla de los frutos e inventan que escondida fue buscada por su madre. Es llamada ella hija de Ceres, porque las semillas que se arrojan son sacadas de los frutos ante­riores. Pero, ¿por qué fue raptada por Plutón cuando recogía flores? O, ¿por qué al recoger el narciso precisamente? Porque mediante las flores los escritores demos­traron la fertilidad y la templanza del aire de Sicilia; es más, porque en Sicilia solía haber flores casi todos los meses del año; así escribió sobre Lusitania Ateneo en el libro VIII (331a) que allí no solían faltar las rosas y las violetas durante más de tres meses. Además, cuando la semilla está oculta bajo tierra, como una esponja atrae hacia sí el alimento y se llena durante el invierno porque es atraída hacia las raíces, puesto que con el frío de la parte de arriba la semilla oprimida crece hacia la cabeza y amplía las raíces en el lugar más tibio. Puesto que aquella semilla se llena de alimento, se recoge la semilla para la próxima estación, por ello es retenida Prosérpina bajo tierra por Plutón cuando recogía flores. Pero, ¿qué flores? Especialmente el narciso, cuyo nombre significa pereza y tar­danza. Pues la semilla no brota al punto cuando coge el alimento y la materia de las flores, sino que la retiene dentro de sí hasta que en el momento del año, poco a poco sea sacada aquella y se difunda por los tallos. Se dice que fue raptada en Sicilia porque esa tierra es la más abundante de todas las restantes en trigo, incluso se dice que ésta fue el granero de los Romanos. Esta es delatada a Ceres por Aretusa, que es la propiedad de la semilla, como el propio nombre indica, porque en el momento apropiado es expulsada por la propiedad que en ella hay. Esta está oculta seis meses junto a su marido, mientras el Sol está en los signos Australes por la siembra, hasta que poco a poco llevando los frutos a la madurez vuelve en los Boreales; entonces, pues, no está ya más la semilla bajo tierra durante seis meses sino en los hórreos de los agricultores y encima, en los lugares más elevados. Se le dio nombre, según algunos pensaron, por parte de los latinos de serpendo, porque la semilla se arrastra por la tierra; otros creyeron que fue llamada así porque es la luna y baja bien a la derecha, bien a la izquierda. Esta es hija de Júpiter y Ceres, a saber del calor y la tierra, pero opinó que esta misma era la Luna Orfeo en los Himnos (29,11-3), según aparece en éstos: Resplandeciente, cornígera, única deseable para los mortales, primaveral, que te compla­ces con los olores de las praderas, que produces el sagrado tallo de los retoños que producen verdeantes frutos. Así pues, los que pensaron que era la misma la Luna, Hécate y Prosérpina, dijeron que aquélla estaba alternativamente seis meses en los infiernos, porque la luna se mueve todo el año tanto bajo tierra como por encima de la tierra. Además, los físicos y los mitólogos antiguos honraron el hemisferio superior, que nosotros habitamos, con la invocación de Venus, al inferior lo llamaron Prosérpina; por esta razón contaron en

142 El texto ciceroniano, en relidad, reza así; Pero loda la fuerza terrena y la naturaleza está dedicada al padre Dite (que recibe el nombre de Rico, como entre los griegos Floutón) porque...

143 Recogiendo a Polibio XXXIV 8, 4.

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fábulas que Prosérpina fue trasladada bajo tierra por Plutón. Y bastante sobre Prosér­pina, ahora hablemos sobre la Luna.

Cap. 17; Sobre la Luna

Pero, en cambio, la cantidad de padres puso de manifiesto que la Luna fue considerada distinta a Hécate, puesto que unos creyeron que la Luna era hija de Hiperíon, otros de un Palante, entre los que estuvo Homero, que escribió así en el Himno a Mercurio (IV 98-100): Rápida llegaba la menestral aurora; la divina Selene hija de Palante, soberano de elevados pensamientos, acababa de subir a su atalaya. Pero Hesíodo en la Teogonia (371-4) juzgó que la Luna fue hija de Hiperíon y Tía, puesto que escribe así: Tea parió al gran Helio, la resplandeciente Setene y a Eos, que alumbra a todos los habitantes de la tierra y a los dioses inmortales que viven en el anchuroso cielo, entregada al amor de Hiperíon. Otros creyeron que fue hija y no hermana del Sol, como atestigua Eurípides en las Fenicias (175-8) en estos versos; Oh hija de Helio de resplandeciente cintura. Selene, brillante esfera de oro, cómo diriges los corceles llevando colmados y moderados aguijo­nes. Pero, puesto que la Luna recibe la luz del Sol, la llamaron Febe del mismo modo que al Sol Febo, y crearon la ficción de que era transportada en carro, según escribió Virgilio en el libro X (215-6): Y ya el día se había retirado del cielo y la nutricia Febe recorría la mitad del Olimpo en su carro noctámbulo. [Al haber nacido en la isla de Délos fue llamada Delia y, del mismo modo que el Sol tuvo por costumbre ser transportado por cuadrigas, así la Luna lo era en bigas, según atestigua Marco Manilio en el libro V(3) de los Asuntos de Astronomía con estas palabras: Febo en cuadrigas y Delia en bigas. Sin embargo, otros imaginaron que este carro era tirado por un mulo, otros por caballos de distinto color, blanco y negro, otros por novillos. Pero Ovidio dice que los caballos de la Luna fueron blancos en el libro I (258) de los Remedios del amor en estas palabras: La Luna es transportada, como acostumbra, en niveos caballos.] Pero el himnógrafo Homero, que escribió un Himno a la Luna (XXXII 7-9), escribe nò sólo que la Luna solía ser transpor­tada en carro sino también, con una poética dulzura, dice que solía ponerse y quitarse espléndidos vestidos según quisiera, puesto que es ora resplandeciente, ora obscura, según el resplandor de los vestidos, y dice también que ésta se lavaba en el Océano antes de ponerse los vestidos, tal como está en estos versos; Después de haber bañado en el Océano su hermoso cuerpo, ataviada con vestidos que resplandecen desde lejos, la divina Selene, tras haber uncido los resplandecientes potros de alto cuello. [Algunos contaron que la Luna fue esposa del Aire, por quien concibió y engendró como hijo al Rocío, según dice el mélico Alemán en este verso: El Rocío, hijo de la Luna y del Aire, nutre la grama.] '•"· Hubo quienes creyeron que hubo un tiempo en el que aún no había nacido la Luna, la cual era considerada más joven que el Sol, e incluso se creyó que antes que ella nacieron los Arcadios, que habitaron no lejos de Apidano, según atestigua Apolonio en el libro IV (262-5) de los Argonáutica: Y a los que preguntaban no se les contestaba nada

144 Este dato, sin duda, ha sido tomado por Conti de Bocc. G. D. IV 17, quien sigue a Macr. Sat. VII 16,31. Pero no sabemos de dónde ha podido extraer el verso que cita de Alemán ya que en PMG 57, donde se habla de los padres de Rocío, se ofrecen dos versos de Alemán transmitidos por Plut. Qaest. conv. 659B (versos que Conti transmite al final de este mismo capitulo) que son de un contenido y forma distintos al que en esta ocasión Conti transcribe.

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todavía sobre ta sagrada raza de los Dáñaos; existían sólo los Arcades del Apidano, los Arcades que se cuenta que vivieron antes de la Luna, comiendo bellotas en los montes. En efecto, Teodoro (Jac. 62F2=Schol. Ap. Rh. IV 264) escribe que la Luna hizo su aparición poco antes de que Hércules llevase la guerra contra los Gigantes en el libro XXIX. Aristo de Quíos (Müller IV, p. 393=ibidem) y Dionisio de Calcidia (MüUer IV, pp. 393-4, FI =ibidem) en el libro I de su Edificación confirmaron lo mismo. [En cambio Mnaseas dice que sobre los Arcades gobernó Proseleno, hijo de Orcómeno, lo que también afirmó Duris de Samos (Jac. 76F9) en el libro XV de Los asuntos de Macedonia, quien dice que Arcadia fue llamada así por él, y el río Orcómeno por el padre,] por lo que dice también Mnaseas que los Arcades nacieron antes que la Luna, según escribió el comenta­rista de Apolonio (IV 264), quien también escribió, siguiendo a Aristóteles, que los Arcades mismos fueron llamados Prose leños. Antelunares por así decirlo. Dicen, además, que la propia Luna está provista de cuernos, del mismo modo que era representado Baco por los antiguos, según está en el Himno (9,1-2) de Orfeo: Escucha, diosa soberana, divina Selene portadora de luz. Luna de cuernos de toro, noctámbula que atraviesas los aires. El mismo pensó que ésta era varón y hembra a la vez, según está en el mismo himno (4): Creciente y menguante, hembra y varón. Los poetas le atribuyeron flechas a ésta, a la que llamaron Cintia por el muy célebre y elevado monte de Délos, lugar en el que se cree que nacieron Diana y Apolo. Y Diana es la misma que la Luna, según se explicará en su lugar. Así pues, le atribuyó flechas Horacio en el libro III (28,11-13) de sus Poemas: Tti cantarás con curva lira a Latona y las flechas de la veloz Cintia; en nuestro último canto. Se creyó que la Luna era la patrona de las hechicerías, por lo que es invocada por Teócrito en los Farmaceutria (Id. II 10-12) junto con Hécate, de las que hay certeza de que fueron consideradas distintas aunque se invoca a una y otra. Creyeron los antiguos que ésta era bajada del cielo con artes mágicas, [puesto que, como se creyó que las antiguas hechiceras hacían desaparecer el Sol y la Luna, incluso hasta el tiempo de Demdcrates llamaron vulgarmente a los eclipses de Sol y Luna desapariciones, lo que fácilmente puede colegirse de estos versos de Sosífanes que están en el Meleagro (Snell 92FI=Schol. Ap. Rh. III 533b): Todos dicen que la hace desaparecer con cantos mágicos cualquier doncella de Tesalia y así pues es engañosa la bajada de Selene del cielo Y] según afirma este verso de la Egloga VIII(69) de Virgilio: Incluso los versos pueden hacer bajar a la luna del cielo. Y pensaban que especialmente eran expertas las mujeres de Tesalia en este arte y en ella sobresalían, según afirma Aristófanes en las Nubes (749-50) en estos versos: Si, comprando una hechicera de Tesalia, hiciera bajar de noche a Selene. Por ello los antiguos escribieron que surgió esta opinión de que se procuraban algunos espejos redondos de modo que la Luna aparecía en ellos como bajada del cielo. Y fue un chiste de Pitágoras que, al haber luna llena, uno escribía en un espejo con sangre lo que le agradaba y, diciéndolo a otro de antemano, se lo colocaba a la espalda mostrando a la Luna las cosas que había escrito y aquél, clavando la mirada en la Luna, leía todo lo que había sido escrito en el espejo como si estuviera escrito en la Luna. Por ello creo que se originó el artificio de Cornelio Agripa quien en su Filosofía oculta parece encontrar un argumento de que quienes distan en gran medida de nosotros pueden leer las cosas que queremos, escritas en la Luna. Por este tiempo se me contó, como estuviera en

145 El escolio da solamente los versos 1 y 3 de los transmitidos por Conti, quien es fuente única para el V. 2.

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Milán, en casa de algunos parientes (pues no mucho antes de que yo naciera mi padre, según dicen, a causa de los movimientos de guerras, junto con su familia se había ido de allí a Venecia, con la intención de volver a la patria, si a los hados le hubiese placido, después de normalizarse la situación. Y, para tocar por encima el origen de mi familia, según lo recibí de mis antepasados, mi bisabuelo Ludovico, de la ilustrísima familia de los Comités de Roma, abandonando Roma a causa de algunas enemistades, se dirigió a Milán junto a Maximiliano Sforza, cuyo valor después, en las guerras de aquella ciudad, brilló del mismo modo que su brillante consejo en la paz. Aunque me alegro mucho de haber nacido en aquella ciudad, que con facilidad aventaja en decisión, dignidad, justicia y honradez de las leyes a las restantes ciudades de Italia) en este tiempo en el que Francisco, el sapientísimo rey de las Gallas, forzados a la rendición muchos lugares del imperio Mediolano, y capturados muchos por la fuerza, finalmente se apoderó de Milán, [en el tiempo en que Francisco, eminentísimo Rey de las Galias, guerreaba contra Carlos V, Emperador de Roma, por el principado Mediolano cuando volvió a Milán. Pues siendo muy pequeño, desde Roma me fui a Insubria, de allí a Venecia con mi padre, por lo que acontece que muchos han creído que yo soy veneciano '**.] Pues no sólo una vez las cosas que durante el día se desarrollaban en Milán se decía que por la noche se mostraban en París. En efecto, pensaban que las mujeres de Tesalia sobresalían en la ciencia de la hechicería porque eran conocedoras de las cuestiones astronómicas, y se dice que sobresa­lía en esta ciencia sobre las demás Aglaónice hija del rey de Tesalia, la cual, cuantas veces amenazaba un eclipse de luna, confesaba que ella quería hacer bajar a la Luna del cielo. Y así, pues, porque engañaba a la muchedumbre de ignorantes, dado que Dios no tolera que se cometa impunemente ningún engaño, cayó en las más graves calamidades, razón por la que fue utilizado esto por la posteridad de modo que cuando alguno actuaba siniestramente se decía que hacía bajar a la Luna. Anaxágoras se atrevió, el primero de todos los mortales, a mostrar a los hombres el eclipse de Luna, según escribió Diógenes Laercio en la vida de aquél (II 3,8-9) y él el primero que puso al descubierto su camino, puesto que antes nadie admiraba ciertamente el eclipse de sol, pues todos sabían que esto sucedía así porque se interponía el cuerpo de la Luna; pero pensaban que el eclipse de Luna ame­nazaba alguna calamidad muy grave. Así pues, al ser su causa desconocida, los antiguos siempre pensaron que esto se hacía por medio de la divinidad, y sobre estas cosas no hay seguridad para los filósofos al hablar, porque creían que hablaban más para condenar las vanas religiones que para ilustrar la verdad, como dice Plutarco en Nicias (XXIII 2-3,538). Pero Anaxágoras, despreciadas las amenazas de las falsas religiones, declaró el primero que la tierra, colo­cada entre dos planetas muy notables, hace una sombra como una pirámide, cuya base está en la llanura, y en el dorso de la misma tierra, pero el cono se extiende de tal manera que atraviesa la región de la Luna. [Sin embargo, no faltaron quienes pensaron que la órbita y los cambios de la Luna fueron observados antes por Tifón, quienes que por Endimión, y quienes que por Atlas, entre los que estuvo Anaxágoras.] Cuando están enfrentados estos planetas, de modo que el centro de uno se opone al centro del otro y al centro de la tierra en línea recta, entonces, al caer la Luna en la sombra, queda^toda oculta y repentinamente falta la luz de aquélla, puesto que no puede recibir la luz de aquél como un espejo. Mas, cuando los centros de uno y otro planeta no están enfrentados, tanto menos se obscurece

146 Para lo referente a la vida de Conti cf. introducción y nuestra ponencia citada en nota 76. 147 Cf. Plut. De defectu oraculorum 416F.

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cuanto más dista el centro de aquél en línea recta del otro. Cuan grande era el terror de los antiguos y cuan grande el espanto cuando había eclipse de Luna lo declaró así Plutarco en Emilio Paulo (XVII 3-4,264): A menudo la Luna, que está llena y en su cénit, se obscurece y su luz, eclipsándose después de haber cambiado de color varias veces, desapareció. Los Romanos, como es su costumbre, procuran atraer su luz gol­peando vasos de bronce y elevando al cielo muchas antorchas y teas encendidas; no actúan de igual modo los Macedonios sino que el miedo y el espanto ocupa el campo. [Y Nielas, general de los Atenienses, rodeado por los enemigos, se llenó de tan gran espanto al haberse eclipsado la luna que, tras ordenar a los suyos que abandonaran el combate, fue muerto junto con cuarenta mil hombres, según dice Plutarco en el librito Sobre la supers­tición (169).] En efecto, pensaban los antiguos que con el tintineo del bronce y con las luces alzadas hacia arriba se ayudaba a la luz de la Luna en los eclipses; por esto Ovidio, en el libro IV (333) de los Cambios dijo que los bronces que se golpeaban eran auxiliares de la Luna: De la luna, cuando retumban inútilmente los bronces que le prestan ayuda. Otros intentaban hacer volver la luz de la luna con estruendo de trompetas y de instrumen­tos musicales, lo que escribe así Cornelio Tácito en el libro I (Ann. I 28): Así pues, producen estruendo con el sonido del bronce y con la música de trompetas y cuernos; según fuera más brillante o más obscura, se alegraban o se entristecían; y, cuando surgían unas nubes que la ocultaban a la vista y se creyó que se había escondido en las tinieblas, del modo que son propensos a la superstición las mentes una vez que han sido impresiona­das, se lamentaban de que se les anunciaba una eterna fatiga y que los dioses eran adversos a sus acciones. En efecto, los antiguos pensaban que no sólo era provechoso el tintineo del bronce en el eclipse de Luna, sino también en la muerte, puesto que era puro y a éste no podía acercarse ninguna víctima, causa por la que lo utilizaban en todas las purificaciones y expiaciones, lo que fue escrito por Apolodoro Cirenaico en el libro Sobre los dioses. Fácilmente comprendemos que las fuerzas de la Luna son muy importantes superando a todos los planetas, a excepción solamente del Sol, aunque es inferior a ellos en la magnitud de su cuerpo; pues la Luna, como demuestran los matemáticos, apenas es mayor que la mitad de la Tierra, mientras que dicen que hay otros importantes astros mayores que la Tierra en su totalidad. Y no sólo cambia su forma bien al crecer, bien volviendo al inicio, sino también su región, cuando declina ya al Aquilón, ya al Austro a partir del círculo de los animales; y en ella hay ora algunas brumas, ora es semejante al solsticio. Finalmente, de ella surgen y fluyen muchas cosas de las que se alimentan los seres animados y crecen y llegan a la juventud y consiguen la madurez, todos los cuales surgen de la tierra. Por ello, solían decir los Caldeos que la Luna regía los nacimientos, puesto que los astros señalan y advierten aquellas cosas que fueron añadidas a la Luna Pero pensé que debía escribir aquí algunos versos en los que se pone de manifiesto casi toda la naturaleza de la Luna en todos los cambios: Utilizándome a mí en adelante como maestro, escucha minuciosamente la naturaleza de Selene; que asigna por suerte la natu raleza de todos los alimentos; dividida en dos, es tierna la del principio, imitando exacta mente el crecimiento de los niños. Cálida hace una carrera en plenilunio; así pues, al crecer parece alguna vez inflada de jugo; luego, más adelante, hacia la segunda mitad, pequeña y seca, pues corre a su debilitamiento; después envejece y parece haber muerto Ocultándose estéril y deforme en las tinieblas y de nuevo en la obscuridad, surge nueva embelleciendo su rostro y llenándose. Así son las cosas, si alguno escribe más fanfarrona, superficial y vacía chachara. La Luna obtuvo por sorteo estos cambios por el sitio que

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tiene mirando al Sol, pues, al estar iluminada siempre la mitad de la Luna, sucede en las con­junciones que está iluminada aquella parte de la Luna que es la de arriba y no es visible para nosotros la que siempre se eleva sobre la tierra casi con el sol. Pero esto ocurre de muy distinto modo en la luna llena, puesto que sólo se ilumina la parte visible para nosotros, y se opone al sol, puesto que es media noche cuando llega al centro del cielo. Pero estas cosas suceden tanto más o menos cuanto más o menos se aparta la Luna del Sol. Pero, ya que el cuerpo de la Luna no es de una materia densa como es la tierra o compuesta de ella, parece admirable por qué Jenófanes se inclinó a decir que en la Luna se habitaba y que en élla habia sitio para muchas ciudades y montes. Yo, ciertamente, pienso que el motivo de por qué éste introdujo esta opinión fue porque, así como en las ciudades muy pobladas hay muchos deseosos de revoluciones, así ocurre en la filosofía que algunos, que parecen no saber nada, introducen algunos prodigios nuevos en la filosofía para aparentar que han sido los inventores de alguna cosa. Así también, Nicetas de Siracusa dijo que el Cielo, la Luna, las estrellas y finalmente todo lo que está arriba, está fijo y que nada se mueve en el mundo sobre la tierra; por donde decía que ah-ededor de su eje ocurrían todos aquellos cambios que se producirían si el cielo se moviese estando fija la tierra, según afirma también Cicerón en el 11 (39,123) de Cuestiones Académicas y Ptolomeo en el Almagesto. Se inventaron muchas fábulas sobre la Luna: se enamoró de Endimión, que dormía en el monte Latmo de Caria y se acostó con él, como puso de manifiesto Catulo (LXVI 5-6) en estos versos: Cómo dejando a escondidas a Trivio bajo las rocas de Latmo, un dulce amor la desvia de su aérea carrera. Así Ovidio, en aquella Epístola que escribe Leandro a Hero (Her. XVIII 59-63): La Luna me prestaba una temblorosa luí cuando me iba, como compañera servi­cial para mi camino. Yo, contemplándola, dije: «Favoréceme, resplandeciente, y acudan a tu ánimo las rocas de Latmo. Endimión no te permite ser de cruel corazón» y que fue cautiva por el amor de Pan convertido en camero, según señaló Virgilio en el libro III (391-3) de las Geórgicas: Así, si es digno de creerse. Pan, dios de Arcadia, a ti. Luna, te engañó cautivada por el don niveo de la lana, llamándote a lo más alto del monte, y tú no despreciaste al que te invocaba. Trae a la memoria Tiano en el libro XIII de Heraclea que la Luna durmió con Endimión en los montes de Traquis. Y Nicandro, en Los asuntos de Etolia (Jac. 271/2F6a=Schol. Ap. Rh. IV 57), dice que aquellos montes fueron llamados Aselenos porque durante este tiempo acostumbraron a carecer de la luz de la Luna, porque la Luna dormía con Endimión. Dejó escrito Pausanias en Los asuntos de la Elide (V 1,4) que Endimión tuvo de la propia Luna cincuenta hijos. (Y, además de otros varones, a Etolo que, habiendo dado muerte por imprudencia a Querón, hijo de Cleodoris, huyó a Hiante, que después por él recibió el nombre de Etolia, como atestigua Antigono de Caristu en Sobre la dicción.] Entre los Egipcios existía la costumbre de inmolar cerdos en honor de la Luna y de Dioniso, como dice Heródoto en Euterpe (II 47,2): Los egipcios, en fin, no consideraron apropiado sacrificar cerdos a ninguno de sus dioses; en cambio, sólo a Selene y a Dioniso, en un tiempo determinado, en el día de plenilunio, sacrificándoles cerdos, se comen la carne. En este lugar muestra Heródoto el rito múltiple de los sacrifi­cios en los que se inmolaban cerdos entre los egipcios. Sin embargo, entre otros pueblos existia la costumbre de no inmolar cerdos a ninguno de los dioses a excepción de Ceres; mientras que, al tener la Luna cuernos, se le inmolaba un toro, según dice Lactancio en el libro Sobre la falsa religión (Div. Inst. I 21,P.L. VI 238A).

148 Cicerón habla de Hicetas (no de Nicetas) de Siracusa, teniendo como fuente a Teofrasto.

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Y se ha dicho suficiente sobre las cosas que se han contado a modo de fábula sobre la Luna. Ahora expliquemos a partir de éstas la opinión de los sabios. Se dijo que fue hija de Hiperíon porque los cuerpos celestiales vuelan sobre nosotros en un movimientto continuo y muy rápido. Otros pensaron que surgió este asunto no por etimología del nombre sino por el varón Hiperíon, porque Hiperíon observó el primero el movimiento de los astros; éste fue también llamado padre de los astros y especialmente de la Luna y del Sol, lo que parece resaltar Homero en el libro I (7-9) de la Odisea así: Pues de su propia insensatez murieron víctimas, locos ellos comieron de los bueyes del Hiperíonida Helio. Puesto que recibe la luz del Sol, fue llamada hija del Sol. Pero también hermana, porque se cree que nació de Hiperión junto con el Sol, [o porque nació en el mismo tiempo del mismo padre, Dios creador de todas las cosas,] o porque el Sol como a una hermana le proporciona luz, o porque dividen entre sí fraternalmente el tiempo, puesto que la Luna rige la noche, el Sol el día. En efecto, ya que el Sol es luminoso por sí mismo, la Luna no tiene luz propia, sino que al ser un cuerpo diáfano transmite a la tierra la luz que ha recibido del Sol como un espejo. Se dice que es transportada en un carro a causa de su rapidez, lo que cl vulgo no podía entender sin un vehículo, cosa que también se utiliza no de un modo pequeño para adornar poéticamente el discurso. Que se cubría de vestidos de varios colores se inventó para explicar los múltiples cambios. Y se dijo que se lavaba en el Océano según la opinión del vulgo, puesto que dista por todas partes lo mismo de la tierra y de las aguas. Es ciertamente ridículo que hubo un tiempo en el que no existiera la Luna; pero no se presenta ningún arquitecto o herramienta a partir del cual se empezara a fabricar la Luna. [Para explicar la naturaleza de la Luna o el ingenio de muchos mortales que se cambian en horas, contaron los antiguos mediante fábulas que la Luna rogó a su madre que le tejiera una túnica apropiada, la cual le respondió que no podía hacerse esto con ninguna medida, ya que tan pronto era llena, tan pronto curvada en cuernos, ora convexa por ambas partes; por esto, o bien se rompería la túnica al crecer o se le caería de su gracioso cuerpo. Ella misma fue llamada Lucina porque la Luna, semillena por el aumento de la humedad, hace más fácil el parto y trae a la luz lo parido. Por ello sabiamente dice Timoteo (PMG 803=Plut. quaest. conv. 659B) '^': Por el cerúleo de los astros, por la Luna que procura un parto fácil. Los antiguos recuerdan que ella tuvo una hija de nombre Ersa, a la que concibió de Júpiter, pues así fue llamado el Rocío por los griegos, el cual cambia de humedad según el poder de la Luna, y delicadamente escribió Alemán (PMG 57=Plut. quaest. conv. 659B): Tales cosas alimenta Ersa, hija de Zeus y de Selene " " . ] También fue considerada ella misma varón y hembra, porque ofrece humedad y alimento a los seres animados y porque el lugar del varón ofrece calor nocturno, con el que la mayoría de las cosas son llevadas a la descomposición y a la generación, según dice Ptolomeo en su gran composición; por ello, los hombres le ofrecían sacrificios con vestidos de mujer, las mujeres vestidas de hombre, según escribió Filócoro (Jac. 328Fl84=Macr. Sat. III 8,3). Además, los antiguos le atribuyeron a la Luna flechas, bien a causa de los rayos que envía para la corrupción, o bien por los dolores de las parturientas, puesto que aquéllos no son muy distintos a los dolores de las heridas, expresando la dureza de aquéllos. Por esta razón, la invocaban las parturientas para aliviar los dolores, para así dar a luz más fácilmente a los niños, llamán-

149 Cf. Macr. Sat. VII 16,23. 150 Cf. nota 144.

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dola Lucina. Y, aunque era una sola, le tocaban por suerte nombres distintos según sus distintas propiedades. Se creyó que tenia una gran actuación en las hechicerías, puesto que muchas son las admirables fuerzas de los planetas colocados según un orden determinado. Pues una es la fuerza de los enfrentados, otra la de los que están en conjunción, otra la de los planetas que existen en otras regiones, puesto que los círculos distan por una tercera o cuarta o sexta parte. Y no parecerá admirable si alguno conoce que Mercurio Trismegisto acostumbró hacer llegar a los démones a las estatuas colocados en un orden determinado, con ciertas medidas de tamaño conservadas, de modo que aquéllas después hablaban. Y, ya que ésta es también llamada Diana, ahora hablemos sobre Diana.

Cap. 18. Sobre Diana

Aunque es la misma la Luna, Hécate y Diana, sin embargo no todas estas fuerzas que por ellas se entienden son llamadas con el mismo nombre, aunque manan de una única fuente. Puesto que se dice que Hécate es hija ya de Júpiter, ya de Aristeo, ya de Tártaro o de Perses; la Luna bien de Hiperíon, bien de Palante, porque ella es la fuerza de los hados que parte de Dios, como hemos dicho; ésta es el más rápido de los planetas cuyo poder es múltiple en los asuntos inferiores, la cual, puesto que se mueve sobre todo por la fuerza del primer movimiento, utiliza sobremanera su naturaleza. Que ésta es la misma que Hécate lo puso de manifiesto Calimaco en el Himno a Diana (III 259), quien la llama Ferea; consta que Hécate tuvo esa ciudad, según está en estas palabras: Venerable Muniquia, protectora de puertos, y también Ferea. Se sabe que fue hija de Latona y del Titán Ceo, a la que Nicandro en los Tlieriaca (13-5) llamó así Titánide: La joven Titánide hace brotar el Escorpión, que está afilado por el aguijón, fi-ío como el hielo, mientras ataca preparando una mala muerte contra Orion de Beocia. Otros dijeron que fue hija de Júpiter y de Latona, sobre lo que escribe así Cicerón en el libro III (23) de Sobre la naturaleza de los dioses: Del mismo modo varias Dianas; la primera, hija de Júpiter y Prosérpina, la que se dice que engendró al alado Cupido; la segunda, más conocida, que sabemos que es hija del tercer Júpiter y de Latona; se cuenta que el padre de la tercera es Upis y la madre Glauca; a ésta muy a menudo los Griegos la llaman Opis por el nombre paterno. Entre todas éstas fue la más famosa la hija de Júpiter, porque se le atribuyen a ella sola por los poetas todos los atributos de las otras. A ésta la llamaron Delia porque nació en Délos, pues así la llamó Ovidio en la Epístola de Fedra a Hipólito (Her. IV 39-40); Ya Delia, insigne por su curvado arco, es para mí la diosa primera, yo misma sigo sus preferencias. A ésta Orfeo no sólo la llamó en los Himnos hija de Júpiter, sino también ctonia o terrestre, según se dijo en sobre Hécate. Virgilio puso de manifiesto que es la misma que la Luna en el libro IX (403-5): Dirigiendo su mirada a la alta Luna y le suplica así con estas palabras: «tú, diosa, tú, ven a ayudarnos en este trabajo, tú, ornato de los astros, tú, Latonia, guardiana de los bosques». Así Ovidio en el libro XV (196-8) de las Meta­morfosis: Y no puede ser igual a la misma la figura de Diana nocturna y siempre al seguir la de hoy, si crece, es más pequeña, mayor si reduce la esfera. Del mismo modo Cicerón en el libro II (27,68) de Sobre la naturaleza de los dioses: Piensan, además, que Diana y la Luna es la misma. Como ésta hubiera nacido antes que Apolo, pero sin embargo en el mismo parto, junto a su madre desempeñó el oficio de comadrona al nacer Apolo. Que fue muy famosa aquélla que fue hija de Júpiter y de Latona se deduce de aquel Himno

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Homérico que se hace en honor de Apolo (III 14-6): Salud, bienaventurada L·to, porque pariste ilustres hijos, Apolo soberano y Artemis flechadora, a una en Ortigia, a éste en la pedregosa Délos. Y Cornelio Tácito en el libro III (Ann. III 61): Los primeros de todos se presentaron los de Efeso, recordando que no habían nacido, como creía el vulgo, Diana y Apolo en Délos; que había en su país un río, el Cencreo, y el bosque sagrado de Ortigia, donde Latona, llegado el final de su embarazo y apoyada en un olivo, que todavía entonces existía, había dado a luz a estas divinidades; y que por consejo divino se había consagrado el bosque, y que allí el mismo Apolo evitó la cólera de Júpiter tras haber dado muerte a los Cíclopes. Que esta misma fue hija de Ceres y de Dioniso, y también Apolo, lo escribe Heródoto siguiendo la opinión de los egipcios, y cuenta que Latona fue la nodriza de aquéllos, según se ve en estas palabras (II 156): Dicen que Apolo y Artemis son hijos de Dioniso y Deméter, en cambio que Leto fue su nodriza y cuidadora. Heródoto dice que después Esquilo, siguiendo esta opinión, llamó a Diana hija de Ceres, puesto que Ceres es llamada Isis por los egipcios, según atestigua Pausanias en Los asuntos de Arcadia (VIII 37,6). Otros la consideraron hija del titán Ceo y de Febe. Como Diana despreciara a los varones, porque había visto lo que sufrió su madre, puesto que fue su comadrona, consi­guió de su padre Júpiter poder conservar eternamente su virginidad, según aparece en estos versos de Calimaco (Hymn. III 6): Concédeme, padre, guardar una eterna virginidad. Además Júpiter, al pedírselo, le regaló el arco, las flechas y como compañeras sesenta jóvenes Occánides y otras veinte que se cuidaran del arco, los coturnos y los perros; y le concedió ser la protectora de la caza, caminos y puertos, lo que es evidente en CaUmaco (III 38-9) en estos versos: Y serás protectora de los caminos y de los puertos. Esta, dado que se complacía en la caza, fue llamada Dictina por las redes, pues en griego dictyon es red. Pues así dice que es llamada por las Ninfas Calimaco en el Himno al baño de Diana (III 198) y Ovidio en el libro II (441-3) de los Cambios: He aquí que, entrando Dictina acompañada de su séquito por el alto Menalo y orgullosa por la matanza de las fieras, ve a ésta. También fue un sobrenombre suyo iociieaira entre los Griegos, porque se compla­cía con las flechas con las que hería a las fieras, según la llamó Hesíodo en la Teogonia (918-20): Leto parió a Apolo y a Artemis fiechadora, prole más deseable que todos los Uránidas, unida en abrazo amoroso con Zeus, portador de la égida. [Se cuenta que ésta en la caza, por imprudencia, mató a Cencrias, hijo de la ninfa Pirene, por esto Pirene, al llorarlo, derramó tan grande cantidad de lágrimas que se convirtió en la fuente de su nombre " ' . ] La causa de por qué Diana fue considerada protectora de la caza es recordada por los antiguos de este modo: Una Ninfa, Britomartis, o, según prefirieron otros, Breti-martis, cayó en una red cuando cazaba, por lo que, al no poder desligarse al llegar la fiera, prometió si salía con vida un santuario a Diana, fundamentalmente, que después erigió y le dio el nombre de Diana Dictina por estas redes, por lo que fue llamada la diosa protectora de los cazadores, según escribió Dicearco y el comenarista de Aristófanes (Ranas 1356). [Sin embargo, otros prefirieron que fue la propia Diana la protectora de los cazadores porque de modo admirable se complacía en la caza, por lo que fue siempre costumbre poner su imagen en los arcos, según escribe Melanio en el libro Sobre las imágenes de los dioses. Otros dicen que Britomartis, hija de Júpiter y de Carme fue muy querida a

151 Cf. Paus. II 3,2. 152 Así en Paus. II 30,3.

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Diana por su afición a la caza, la cual, al Jiuir de Minos que la perseguía por amor, se arrojó al mar en una red, que había sido arrojada al mar para capturar peces, y fue llevada por Diana al número de los dioses. Se le rindió culto bajo el nombre de Dictina y Alfea por los Eginetas y los Cretenses, según dice Apolodoro Cirenaico en el libro Sobre los dioses.] Se cree que esta misma diosa solía deleitarse con coros e instrumentos musicales, según dice Homero en el Himno a Venus (V 16-20): Tampoco a Artemis la de flechas de oro, a la ruidosa, la somete bajo el yugo del amor la risueña Afrodita. Pues le agrada el arco y cazar fieras en los montes, las forminges, los coros y los penetrantes gritos de invocación y los sotos umbríos y la ciudad de hombres justos. Al haber conseguido de Júpiter conser­var eternamente la virginidad, cuidar los caminos y puertos, ser cuidada por tantas ninfas compañeras suyas, casi continuamente pasaba el tiempo en las selvas para evitar la cos­tumbre de los hombres, por lo que fue llamada Cazadora y considerada guardiana de los bosques y de los montes, como dice Horacio en el libro III (22,1-4) de los Poemas: Guardiana de montes y bosques, virgen que invocada tres veces oyes a las jóvenes que se esfuerzan con su útero y las arrancas de la muerte, diosa de triple forma. Y Virgilio en el libro XI (557): Nutricia, que habitas los bosques, virgen Latonia, a ti ésta. Además, fue protectora de las parturientas, para comprender cuan gran número de males evitó cuando pidió la virginidad, según se puede entender en estos versos de Calimaco (III 20-2) cuando dice que ella no ha de ir nunca a la ciudad a no ser cuando sea invocada por las parturien­tas: Sólo tomaré contacto con las ciudades de los hombres cuando me llamen en su ayuda las mujeres atormentadas por los vivos dolores del parto. Fueron múltiples las atribuciones de Diana, puesto que las doncellas hastiadas de su virginidad, para evitar la cólera de su diosa, bajo cuya tutela habían estado hasta entonces, acostumbraban a llevar al templo de la diosa sacrificios en canastillos pidiendo el perdón de su divinidad, lo que se decía en griego lianephorein, y no llevaban esos canastillos sino aquéllas que habían llegado a la edad nubil, sobre cuya costumbre habla Teócrito en los Farmaceutria (II 66-7). Luego, como a las doncellas grávidas les hubiera crecido el vientre de modo que no podían utilizar más el cinturón acostumbrado, fue costumbre dejar pl cinturón en el templo de Diana, con el sobrenombre de lysizonos, esto es de la que desata el cinturón, que hubo en Atenas; por esta razón se dijo después que desataba el cinturón, que es equivalente a quedarse grávida, lo que se deduce de estos versos de libro I (288-9) de Apolonio: La primera y última vez desaté el cinturón. Pues la diosa Ilitía me negó claramente más descendencia. [Esta costumbre de dedicar el cinturón, del mismo modo que en las bodas las coronas a Venus, la puso así de manifiesto Agatías en estos versos (Anth. Gr. VI 59): Calírroe a la de Pafos le ofreció coronas, a Palas la cabellera rizada, a Artemis el cinturón; pues halló el marido que quería y obtuvo por suerte la casta juventud y fue madre de un linaje masculino de hijos.] En efecto, al haber desempeñado el oficio de comadrona, fue llamada por los griegos Eilelthyia, por los latinos Lucina, porque traía a la luz todo lo que nacía. Pero qué cuidado del cuerpo tenia cuando salía a cazar se expresó asi en aquel epigrama (Anth. Gr. XVI 253): Artemis, ¿dónde está tu arco, y la aljaba cercana al cuello? ¿Dónde está el calzado de correr cretense, y el broche de oro, y el peplo de púrpura que se enrosca en el borde de la rodilla? Me armo con estas cosas para la caza; a los sacrificios voy como soy, participando del incienso sagrado. A esta diosa le atribuyeron los antiguos un carro de oro tirado por niveos ciervos, como dice Calimaco (III 110-2) en estos versos: Artemis Partenia, matadora de Titio, de oro son tus armas y tu cinturón; has uncido un carro dorado y has puesto a las ciervas, diosa, frenos de oro. [Se

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creyó también que Diana fue protectora de los pescadores, como atestigua en estos versos Apolónidas (Anth. Gr. VI 105): Un salmonete pasado sobre carbones encendidos y un mújol cogido en el puerto a ti Artemis te ofrezco como regalo yo, Menis el pescador; y después de haber llenado totalmente esta copa de vino puro y haber roto este trozo de pan seco, una pobre ofrenda; en cambio, que se me entreguen siempre redes llenas de botín, pues a ti te pertenecen todas las redes, bienaventurada.] Presenta Pausanias (V 19,5) que hubo una efigie alada de Diana en la Elide, que llevaba en la derecha un leopardo, en la izquierda un león. Además, fue llamada diosa Ignífera o Lucífera por Eurípides en Ifigenia entre los Tauros (21), quien pensó también que era la misma que Luna, según dijimos. Por esto le atribuyó Calimaco a Diana la propiedad de producir a los que le place las más graves calamidades, según está en estos versos (III 124-7): Desgraciados aquéllos sobre quienes descargas tu cólera implacable: La peste consume sus rebaños, la helada sus cam­pos, los ancianos se cortan el cabello por sus hijos, las mujeres parturientas mueren súbitamente. En efecto, la facultad de todas estas cosas le fue concedida a la Luna. Dejó escrito Plutarco en la vida de Arato (32) que hubo una admirable estatua de Diana en Pelene, que yacía despreciada en otros tiempos, pero cuando era levantada por el sacerdote no miraba a nadie, sino que hacía huir la mirada de todos clavada en el rostro. Pues su rostro no sólo era digno de temor y grave para los hombres, a los que volvía locos, sino que también hacía infecundos a los árboles o les quitaba los frutos por donde quiera que estuviese extendida. Y Estrabón, en el libro XII (2,7,C537), escribe que Castabola fue un santuario de la Diana persa donde las mujeres consagradas andaban sobre las brasas siempre con los pies ilesos. Escribe Heródoto en Melpòmene (IV 103) que hubo entre los Tauros la ley de que todos los griegos que llegaran allí náufragos fuesen inmolados a la Diana virgen.o (según prefirieron otros) fuesen arrojados de cabeza desde un elevado lugar. Otros dicen que existió la costumbre de golpear la cabeza de aquéllos y que, una vez muertos, eran levantadas en una cruz sus cabezas, las que otros, sin embargo, pensaron que se enterraban. Hubo quienes pensaron que la Diana Táurica fue Ifigenia, la hija de Agame­nón; sobre esta Diana relata Pausanias la siguiente fábula en Los segundos asuntos de la Elide (VI 22,8-10): Se cuenta que el Alfeo, cautivado por el amor de Diana, cuando comprendió que nada la empujaba a la boda ni con gracia ni súplicas, se volvió a la violencia y ella, al huir, llevó a Alfeo que la perseguía junto a los Letrinos, a los coros nocturnos donde tenía por costumbre estar en los juegos de las ninfas. Allí la diosa manchó su cara y la de sus compañeras con barro; como no pudiera distinguirla, Alfeo burlado se fue. Entonces los Letrinos dedicaron un templo a Diana Alfea. Era costumbre inmolar en honor de esta diosa vacas, razón por la que escribe Plutarco en Loculo (24,6) que en Persia, al atravesar el Eufrates, salían al encuentro de Diana Pérsica las vacas que en manada vagaban por la región, teniendo grabada como marca de la diosa una antorcha. Aunque Horacio dice que se le ofrecía en sacrificio un verraco en estos versos (Od. Ili 22,5-8): Que sea tuyo el pino que domina la villa, al que yo alegre cada año honré con la sangre de un verraco, que se ejercita en golpes oblicuos. Otros dicen que solían ser ofrecidas a esta diosa las primicias de todo lo que nacía de la tierra, según aparece en estos versos de Eurípides (Iph. T. 20-1): Pues lo mejor que produce cada año he prometido ofrecérselo a la diosa Lucífera. Así, como fuese despreciada por Eneo, quien había ofrecido a los restantes dioses del campo las primicias, ella excitó a causa de la indigencia al jabalí de Calidón, de notable tamaño, el cual arrasaba todo el campo de Eneo, lo que expresó Ovidio en el libro VIII (270-8) de los Cambios: Calidón también pidió suplicante

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la ayuda de éste, aunque tenía a Meleagro, con angustiada súplica. El motivo de la petición era un jabalí, siervo y vengador de la irritada Diana. Pues dicen que Eneo ofrendó a Ceres, por la prosperidad de un año pleno, las primicias de los frutos, a Lieo sus vinos, y a la rubia Minerva los jugos de Palas; empezando por los del campo llegaron a todos los dioses celestiales los honores a que aspiran; sólo los altares de la Latoide olvidada dicen que quedaron abandonados sin incienso. [Existió la costumbre de sacrificar una cierva blanca a Diana, la que se consideraba que era una víctima grata a ella porque la substituyó por Ifigenia. Por ello dice Ovidio (Fast. I 387-8): Una cierva blanca que una v£z fue inmolada en lugar de la joven a Diana, ahora también cae en lugar de virgen alguna.] Fue costumbre entre los de Platea, antes de celebrar las bodas, aplacar a Diana con el sobrenombre de Euclía, porque, al ser virgen, se pensaba que odiaba el matrimonio; sobre esta costumbre habla Plutarco en Arístides (20,6). Tuvo el templo de Efeso, que fue el más célebre y augusto de todos los templos, que por la suscripción de toda Asia durante doscientos veinte años había sido edificado por el arquitecto Quersifón; [tenía éste cuatro­cientos veinticinco pies de largo y doscientos veinte de ancho,] en el que hubo ciento veintisiete columnas erigidas por otros tantos reyes de admirable grandeza y belleza, pues llegaban a la medida de sesenta pies, de las que treinta y seis fueron cinceladas con increíble artificio y magníficamente, con unos epistilos adaptados a tan gran artificio de las columnas. Había también admirables pinturas y hermosísimas estatuas, que estaban de acuerdo con la magnificencia de este templo. Todo esto fue incendiado por un hombre de Efeso, Heróstrato, para con este motivo, como no podía mediante la excelencia de su inteligencia, conseguir para sí la eternidad de su nombre. Aquel incendio sucedió ab-ededor del primer día de junio, en el día en que nació Alejandro de Macedonia, por sobrenombre Magno, según dice Plutarco en la vida de aquél (3,5). Pero para que Heróstrato, conse­guido lo deseado mediante el crimen, no obtuviera nada, decretaron los de Efeso, tras haber impuesto muy graves penas, que nadie en adelante recibiera el nombre de Heróstrato. Y la preeminencia y admirable factura de este grandiosísimo templo la expresó claramente en aquel epigrama el poeta (Ant. Sid., Anth. Gr. IX 790) que llamó a este mismo templo Partenón o tálamo de doncellas: ¿Quién condujo algttna vez desde el Olimpo el Partenón, que en otro tiempo estuvo entre las mansiones celestiales, a la ciudad de Androcles, reino de los rápidos jonios y a la muy escarpada Efeso, dedicada a la milicia y a las Musas? En efecto tú, matadora de Titio, que amas como nodriza el centro del Olimpo, colocaste allí tu tálamo. Dejó escrito Estrabón en el libro XIV (1,22,C640) que, tras haberse incendiado aquel templo que con tanta habilidad y gran artificio había sido erigido por Quersifón, los Efesios construyeron, con la reparación de las columnas anteriores, otro no menos magní­fico, tras haberse despojado las mujeres de sus joyas de oro y con muchos recursos reunidos en uno de todas partes pública y privadamente. Acostumbraron a invocar a ésta cuando se hacían sacrificios de magia, según está en el libro de los Epodos (V 49-52) de Horacio en estos versos: Oh arbitros no infieles a mis asuntos. Noche y Diana, que reinas sobre el silencio cuando se realizan los arcanos sagrados. Diana obtuvo muchos sobre-

153 Este dístico ha,sido citado por Conti en I 15 [17] siguiendo la lectura de los manuscritos, aunque presenta la variante trìplici en lugar de geminac, que es la lectura comúnmente aceptada, pero aquf cambia totalmente el hexámetro y en lugar de quae semel est trìplici (o geminae) dice candida qiiae semel est ya que lo que le interesa es hablar de una candida cerva, de una cierva blanca, por lo que hemos traducido el texto que Conti ofrece.

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nombres de los lugares en los que fue honrada, por aquellos que le dedicaron los templos, por los acontecimientos, asi como se dijo sobre los otros dioses. Como Tauropola o Táurica, Pérsica, Mintia, Pergea, Efesia, Epione, Forense, Ortosia, Istria, Hegemaque, Isora, Limnea, Ucea, Lucífera, Patrona, Ferea, Propílea, Leucofrine, Ortia, Suadela, Sóspita, Sarónide, Salaminia, Hegemona, Hemetia, Calista, Cnacalissia, Agrotera, Elafíea, Condileatis, Alfea, Himnia, Agreste, Pironia, Lafría, Eudea, Estinfalia, Triclaria, Esciadi-tis, Filomirax, Criselacate, Sacrificula, Cordace, Licoatis, Limnea, laculatrix, Venatrix. Además, tomaron varios nombres de ésta distintos pueblos: así los cretenses la llamaron Dictina, los tracios Upis, los arcadios Ortosia, y las parturientas sólo Lucina.

Pero basten ya tantas cosas dichas sobre Diana; ahora expliquemos su significado. Pensaron que Diana fue hija de Júpiter y de Latona y hermana de Febo. ¿Por qué así? Porque Latona, la que Platón en el Cratilo (406a-b) dice que recibió su nombre de la mansedumbre, también de lanthano, que significa ocultar, puede sacar su nombre, dado que Apolo y Diana nacieron de las tinieblas, esto es de la confusa naturaleza de las cosas. El padre de éstos fue Júpiter, quien los hizo salir de aquella materia, a saber Dios, el padre y moderador de todas las cosas, como dijimos. Otros, refiriendo esto a las costum­bres, pensaron que Latona era el olvido de las injurias, según opinó el mismo Platón. Otros, puesto que aquéllos que tienen el temperamento de la Luna son olvidadizos, a saber los que tienen el cerebro húmedo en gran medida. Llamaron a ésta virgen porque el uso de Venus se opone el primero a los hombres de este tipo, puesto que la naturaleza de éstos se conserva y alcanza vigor especialmente con la caza y otros ejercicios que ayudan al calor natural. Otros la consideraron hija de Dioniso y de Ceres, otros de Ceo y Febe; pero, puesto que todos se referían a la naturaleza de la Luna y sabían que Dioniso y Ceo eran el Sol y que llamaban a la tierra Ceres o a los cuerpos más densos, del mismo modo que aparece el cuerpo de la Luna. Y, puesto que la Luna brilla con luz ajena, con toda razón se dice que es hija del Sol y de la materia más densa. Se dice que es la guardiana de caminos y montes, porque ofrece a los caminantes y a los cazadores la luz durante la noche, por lo que también es llamada Lucífera. Esta misma es útil a las parturientas porque, gracias a la abundancia de humedad, surgen con más facilidad los partos; por esto le atribuyen también flechas los antiguos a causa de la gravedad del dolor. Y, puesto que su naturaleza se adecúa a las cosas que humedecen y ninguna enfermedad puede surgir sin la abundancia de la humedad, con razón dijo que era autora de la enfermedad Calimaco (III 125). A ésta se le dedica merecidamente el pino, pues este árbol obtiene su fuerza de la luna. Los antiguos, admirando su velocidad, imaginaron que era alada y que era transportada en un carro por ciervas blancas, porque el color blanco principalmente se atribuye a la Luna. Por esta razón, de entre los metales, le fue consagrada la plata. Pero ya ha de hablarse sobre los Campos Elisios.

Cap. 19: Sobre los Campos Elisios

Y, puesto que más arriba hemos hablado acerca de todos los monstruos por los que se cuenta que eran atormentadas las almas de los impíos, ahora queda explicar con brevedad qué premios se ofrecen a aquéllos que han vivido santa y piadosamente. Pues así los hombres podían ser conducidos finalmente a la honradez, si al castigar los pecados se demuestra que han vivido sin despreciar a Dios y generosos hacia aquellos que fueron

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hombres ilustres y se portaron óptimamente con la patria, los hombres buenos o con todo tipo de hombres, puesto que a los hombres inútiles y criminales y a los hombres buenos, después de la muerte, no les corresponde la misma medida. En efecto, cuando durante largo tiempo han dado castigo a las almas según la gravedad de los crímenes, para que sean purificadas de toda suciedad y contagio del cuerpo, entonces eran enviadas a los Campos Elisios, si hubo algunos pecados que de algún modo podían purificarse. Por ello, Virgilio, según la opinión de los antiguos, escribió así en el libro VI (739-44): Por tanto, reciben ios castigos y pagan los suplicios de los viejos males; unas se extienden suspendidas al viento vacío; para otras bajo el vasto remolino se lava su impuro crimen o es purificado el cuerpo (cada cual sufrimos los manes propios; después somos enviados por el amplio Elisio y unos pocos habitamos los felices campos). Pero, antes de que nos dirijamos a otras cosas, pareceremos tener en gran estima la obra si investigamos dónde se dice que estu­vieron los Campos Elisios, puesto que parecía que no estaban en los Infiernos, ya que allí eran trasladadas las almas purificadas. Así pues, unos contaron que los Campos Elisios estaban cerca de la esfera fija, de donde pensaban los más antiguos que las almas descen­dían a través de los tres elementos. Otros cerca del globo lunar, donde el aire es más puro, otros en medio de los Infiernos, otros en Híspanla y en las Islas Afortunadas. Isacio (Schol. Lyc, 649) pensó que los Campos Elisios estaban no lejos de las columnas de Hércules, donde está la isla de Cádiz, que antes se llamaba Cotinusa, y el río Betis donde el día cae no poco a poco sino de repente, lo que sucede en la parte más extrema y en el límite de Europa, pues allí estuvieron las Islas de los Bienaventurados, y en aquellas regiones que dominan el mar de Libia. Ciertamente, las columnas de Hércules, de las cuales una fue llamada Aliba y la otra Abina, fueron erigidas en occidente por el propio Hércules, en las que estaba escrito que no había de pasarse más allá, puesto que no estaba permitido encontrar ninguna playa tras estas columnas, según creyó él mismo, porque quedaba un amplísimo y casi infinito espacio del Océano para navegar. Pero, por orden de Carlos, el quinto emperador de los Romanos de este nombre, se navegó incluso más allá y se encontraron muchos y muy fértiles lugares en los que vivían hombres a modo de fieras, como antes de los tiempos de Orfeo. Sin embargo, no faltaron quienes pensaron que no fueron columnas sino montes las columnas de Hércules, de los cuales uno se presentaba a los que volvían del océano por la izquierda en el extremo de Europa, otro por la parte de la derecha en el extremo de Africa; como éstos fuesen muy altos, a aquéllos que entraban en el mar Mediterráneo les parecían desde lejos semejantes a columnas. Clearco Solense (Wehrli D .S .A. III fr.67=Zenobio Centurias V 48) dejó escrito que estas Islas de los Afortunados estuvieron cerca de las columnas de Hércules Briáreo, junto a las que llega a Cádiz Hércules Tirio y después el Griego. Dice Plutarco (Sertorio 8,1) que Sertorio llegó a la orilla extrema de Iberia trasladado no muy por encima de las bocas del río Betis junto a Cádiz, donde el Betis entra en el mar Atlántico; en este lugar le salieron al encuentro algunos que volvían de las Islas de los Bienaventurados. Estos contaban que había dos pequeñas islas divididas entre sí por el mar, y que soplaban allí ligeramente vientos muy suaves y que olían muy agradables, como si se pasara por entre una increíble variedad de flores y por una gran belleza. [Pues cual es el olor de muchas rosas, violetas, jacintos, lirios, narcisos, mirtos, laureles, cipreses, tal es la naturaleza de los vientos que se respi­ran.] Aquí, en los bosques, hay susurros muy agradables de las hojas que se mueven de modo apenas perceptible. El suelo es de tal modo fértil que no sólo puede ararse y plantarse con facilidad, sino que también produce mucho espontáneamente sin el cuidado

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del hombre y allí puede hacer crecer mucha cosecha sin la molestia de los hombres, pues produce tres cosechas cada año. Aquí siempre es primavera y ningún viento suele respi­rarse a no ser el Zefiro, y este mismo lugar se viste de todo tipo de flores y de dulces plantas, y las viñas dan fruto cada mes. El aire puro y templado, que casi no sufre ningún cambio de tiempo, pues el Aquilón y otros vientos muy duros se cansan por el espacio vacío antes de poder llegar allí a estas islas y mueren. Pero los que llegan provocan las muy suaves lluvias del Zefiro y el Argeste, algunas veces; pues el lugar no necesita abundancia de lluvias, ya que por la propia humedad del aire y su benignidad pueden casi sustentarse todos los animales y plantas. Dicen que allí hay cantos admirables de distintas avecillas que vuelan de un lado a otro a las ramas de los árboles domésticos; allí se oyen muy dulces canciones, y las doncellas con los niños forman coros, en los que cantan los más expertos cantores con instrumentos musicales, como dicen que fueron Arión de Me-timna, Eunomo Locro, Estesícoro de Hímera y Anacreonte de Teos. Los manjares que alh nacen son muy saludables y no provistos de jugos perjudiciales; y allí no se percibe la vejez ni la enfermedad ni ninguna perturbación de la mente. A las mentes de los hombres no las ocupan ni el deseo de oro, ni el de riqueza, ni la ambición de magistraturas; todos anteponen la vida privada que contiene las cosas necesarias al servicio público, pues el querer gobernar a muchos se considera allí servir a muchos. [En efecto, puesto que hay un prado muy hermoso, cerca de aquél hay situado un bosque con todo tipo de árboles frutales. Allí se hacen banquetes y el bosque ofrece sombra a los que se recuestan en el Campo Elisio, bajo quienes se extienden numerosas flores. Hermosísimas jóvenes sirven a los hombres y a su vez a ellas bellos adolescentes invitándose con copas.] Finalmente, se cree que es tan grande la tranquilidad del lugar y la bonanza del aire en las Islas Afortuna­das que no parece haber lugar más adecuado ni más apropiado en el que puedan habitar las almas de los hombres buenos después de la muerte, o donde se puedan colocar los Campos Elisios. Por ello dijeron que allí había otro mundo, otro Sol, no éste algunas Veces molesto, otro cielo, otros astros, según escribió Platón en Gorgias (533 ss.) y Virgilio en el libro VI (63%-4i): Llegaron a unos lugares alegres y a amenas praderas de los Bosques Afortunados y a las mansiones felices. Aquí un cielo más generoso y con una luz purpúrea cubre los campos y conocen un sol propio y sus propios astros. Hubo algunos que creyeron que el campo de los Tebanos tenía tanta felicidad como los antiguos atribuyeron a los Elisios, engañados por aquel epigrama en el que están estos versos: Son las Islas de los Bienaventurados; allí, en esta región parió Rea al más ilustre rey de dioses, a Zeus. Pues no fue una isla, como hemos dicho, el campo tebano, al que también este epigrama y después Licofrón (1203-4) llamó así Islas de los Bienaventurados donde habla de Saturno: Salvaje Centauro, que fue tumba de su prole. Y en las Islas de los Bienaventurados habitas grande. Pero, como el campo tebano ni siquiera fue en modo alguno una isla, ¿cómo pudo ser la Isla de los Bienaventurados? De modo más adecuado, en efecto, se creerá a Homero, quien escribió en el libro IV (563-8) de la Odisea que cerca de Britania, no lejos de las columnas de Hércules y en la región gaditana, estaban las islas de los Bienaventurados y los Campos Elisios: Sino que los inmortales te enviarán a los Campos Elisios y al extremo de la tierra, donde está el rubio Radamantis; allí la vida de los hombres es más cómoda, no hay nieve, no es muy largo el invierno ni tampoco hay lluvia, sino que Océano deja siempre paso al soplo del Zefiro, que sopla sonoramente para refrescar a los hombres. Además Tibulo, con una dulzura poética, abarcó todos los placeres de los Campos Elisios de modo conciso en pocos versos así en el libro I (3,57-64): Pero a mí, porque siempre

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soy fácil al tierno amor, la propia Venus me llevará a los Campos Elisios. Aquí, coros y cantos florecen y por todas partes errantes cantan su dulce canción los pájaros con suave gorjeo; una tierra no cultivada produce cinamomo y por todos sus campos florece la bondadosa tierra de aromáticas rosas; y un grupo de jóvenes mezclado con tiernas mucha­chas juega y muchas veces Amor mezcla sus guerras. Y como, según la opinión de casi todos los más insignes escritores, se decía que las Islas Afortunadas y los Campos Elisios estaban en aquella parte de Britania que está entre la Britania occidental y Tule hacia el este, cuentan que había algunos pescadores en la costa del mar Océano de esta Britania, los cuales eran inmunes a todas las cosas y tributos porque, según dicen, atraían allí a las almas de los difuntos que iban junto a ellos. Estos hombres oían durante la noche, cuando dormían, en su casa voces por las que eran llamados y sentían estrépito cerca de las puertas, pero al levantarse encontraban algunas barquichuelas que no eran las suyas llenas de viajeros, los que entrando rapidisimamente en Britania llegaban remando a donde apenas podían llegar, utilizando vientos muy propicios durante toda la noche, navegando en sus barquillas. Así pues, al llegar allí, conducían a los que llevaban no conociendo a los viajeros y no viendo a nadie; oían aquellas voces de los que escuchaban, quienes llamaban a cada uno por su nombre por tribus, según el parentesco y la técnica, y los oían responder igualmente. Después, al volver rapidisimamente a casa desde este lugar, sentían que sus navecillas se habían hecho más ligeras que cuando los llevaban. A esto añadieron los escritores que Gayo Julio César, a quien le sucedieron muchas cosas felizmente, llegó a estas islas con una trirreme en la que había cien soldados y, cautivado por lo agradable del lugar, decidió habitarlas, pero, odiado por aquéllos que habitaban la isla, fue expulsado. Luciano dejó escrito en el libro II (14-15) de las Historias verdaderas que las sombras que allí hay no tienen carne, ni huesos, ni cualquier cosa que resista al que lo toca, sino que son sólo forma de cuerpo, y algunas almas cubiertas por un velo muy semejante al cuerpo, que se mueven, comprenden, emiten palabras y hacen todas las otras cosas que suelen hacer los vivos, sin embargo no envejecen con ninguna duración de tiempo sino que mantienen siempre la misma edad y el mismo vigor y, como son los hombres mismos, son tales los tipos de todo fruto de los que dicen que se alimentan. Y no parecerá esto admirable a aquéllos a los que parece digno de fe aquello que fue escrito por Arriano en la Navegación líbica; consta que esta navegación de Hanón, general de los cartagineses que navegó más allá de las columnas de Hércules, descrita con mucho cuidado fue depositada en el templo de Saturno. Por otra parte, se escribió allí que Hanón llegó al gran golfo que se llamaba Cuerno de Occidente, según entendió de los intérpretes. En este golfo había una gran isla, en la que había un estanque semejante al mar; había en él una isla, llegando a la cual no veían nada a no ser una espesa selva, pero por la noche se encendían muchos fuegos y se oían sonidos de trompeta y estrépito de címbalos y tímpanos se mezclaba. Así escribió Arriano: En esta había otra isla, llegando a la cual de día no veíamos nada que no fuera una selva, de noche muchos fuegos encendidos, y escuchamos ruido de trompetas y estruendo de címbalos y tímpanos y un inmenso griterío; el temor se apoderó de nosotros. Así pues, aterrado Hanón y los que estaban con él, emprendiendo la huida dejaron cl lugar. Y no han de ser oídos los que cuentan que no hay Infierno, cuya opinión siguió Pausanias en Los asuntos de Laconia (III 25,5), [Cicerón en la Defensa de Cluentio] y Juvenal (II 149-52), quien escribe así siguiendo la opinión de aquéllos: Ni los niños creen que hay algunos manes y los reinos subterráneos y la pértiga y negras ranas en el torbellino estigio y que tantos miles atraviesan el vado en una sola barquilla, a no ser los que todavía no se

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han lavado con aire. [Y Lucrecio en el libro IV (III 1011-7): Pero ya Cerbero y las Furias y la carencia de luz y el Tártaro vomitando de sus fauces horrendos ardores, los que ni están en ninguna parte ni pueden realmente existir; pero en la vida existe un enorme miedo de los castigos por las enormes acciones malvadas, y la expiación del crimen y la cárcel y la horrible caída desde lo alto de la roca, azotes, verdugos, fuerza, pez, láminas ardien­tes, teas.] Pues, si bien no son hasta el último detalle las cosas que se cuentan sobre éstos, es necesario que sean castigados de alguna manera los crímenes de los impíos, puesto que, si no se imponen suplicios a los malvados y premios a los hombres buenos, ¿qué lugar habrá para la justicia?, o, ¿qué quedará en la vida de los mortales que nos exhorte a la honradez?, o, ¿qué premios más propios para empujar a la multitud a la honradez que aquéllos que son captados por los sentidos?, o, lo que es infausto decir, es necesario que no haya ninguna justicia del óptimo Dios o, puesto que sólo él puede hacer esto, conviene que vuelva su ánimo contra los hombres criminales y que a los hombres buenos, por sus acciones realizadas, les reparta premios. Pero no hay manera más fácil ni más verdadera que el que los malvados sean atormentados por demonios malignos como los más crueles terrores. Así, puesto que se dice que no son verdaderas las cosas que atañen a los suplicios de los Infiernos no son verdaderas aquellas que se refieren a la dulzura de los alimentos y de los restantes placeres, según escribió en estos versos Teognis (973-6): Ninguno de los hombres, después de que lo cubre la tierra y desciende al Erebo, mansión de Perséfone, siente el placer de escuchar la lira o al flautista o de recibir los dones de Dioniso. [Pero, ya que se creyó que la muerte es el término seguro de la vida, establecido según las fuerzas del temperamento de cada uno, no sólo es ella la causa de que los hombres buenos disfruten muchas cosas propicias después de la vida, sino también pueden evitar muchos males de la vida presente, según nosotros cantamos en estos versos griegos: ¿Por qué nos irritamos los hombres mortales con los regalos de los dioses, con la muerte? Esta con la hoz destruye las penas de los terrores y las crueles ataduras de los tirarws. Diosa compla­ciente, domina sobre todos de buen grado. Ella salva a los animales tendidos bajo las curvadas garras de los leones y bajo los cuernos de los bueyes. Esta substrae de los monstruos marinos a los húmedos pueblos. Y ella libera a las aves. Pero de ningún modo daña el último día a los sabios y a los poetas, y la tierra tan sólo tiene los cuerpos. Pues los cuerpos son tinajas y recipientes de las divinas almas, para las que la vida es la muerte y la muerte es la vida. La muerte es tranquilidad, calma y estrecho intocable para los vientos, y en ella no puede haber nada pesado; ella fijó en el cielo a Hércules. Esta hizo brillar también a los hermanos hijos de Zeus. La diosa nunca envía a las almas de los muertos muy afiigidas y queridas hacia los rayos del Sol, hacia las desgracias, a la fatiga, a las enfermedades y a las aflicciones y al mar de tristezas de toda clase, enteramente una lucha penosa. Decidme, débiles cabezas de hombrecillos, ¿qué es la vida de los mortales? ¿No es un hermoso juguete de la fortuna? Porque a la hermosura la apaga la tristeza, la vejez y la enfermedad y la riqueza no es inmutable durante mucho tiempo, y el débil vigor y la gloria envejece y nadie es enteramente feliz antes de que llegue la muerte. Versos que han sido traducidos así a la lengua latina por Lorenzo Gotio, al que considero el más destacado entre los amigos a causa de su singular rectitud de costumbres, moderación, estudio de la literatura, discernimiento, y lo amo de una manera especial: ¿Por qué soportamos con pesadumbre la muerte concedida por regalo de los dioses? Esta corta con su hoz todo lo odioso y a la vez quebranta las muy seguras cadenas de los tiranos. La diosa supo vencer según el rito todas las cosas. Esta protege los cuerpos tendidos bajo las

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duras garras de los leones y de los crueles cuernos de los bueyes. Esta sustrajo a los pueblos húmedos de los cetáceos y a las aves las libera de las jaulas y a las fieras de las cárceles. Pero la última luz no perjudica a los poetas divinos, cuyos cuerpos sólo los cubre la tierra. Los cuerpos son prisiones para las almas y vasijas para los dioses; para éstos la vida es la muerte y también para aquéllos la muerte es la vida. La muerte es un refugio seguro, al que no agitan ni los vientos ni las nubes del cielo: no suele tener nada pesado. Siendo ésta la guía, el Alcida brilla resplandeciente entre los astros; ésta dio lustre a los dos retoños de Júpiter. La diosa no permite que las almas difuntas o amadas vuelvan de nuevo a los aires del Sol, a los males, a las enfermedades y a las graves preocupaciones, otra vez a las tristes luchas, a los pesares, donde por todas partes hay dolor. Decid, mortales, si nuestra vida no ha de ser considerada como un vano juguete de la fortuna, ¿qué diré que es? O la enfermedad o la tardía vejez arrebató la belleza. No hay un uso eterno de estas riquezas. La gloria se hace vieja, así como el vigor, y nadie es llamado con exactitud feliz antes del último día.] Llegaban a otros placeres que les atribuían a los hombres buenos en los Campos Elisios los antiguos, porque muertos se deleitaban y se ejercitaban en las mismas aficiones que más les habían agradado mientras vivían. Así el vulgo, con la esperanza de los más agradables banquetes tras la muerte, evitaba muchos crímenes. De este modo Homero en el libro XI de la Odisea dice que la sombra de Aquiles anienazante lanzaba flechas contra las fieras. Y Virgilio explicó todo el asunto con muchas palabras y de qué modo se hacían en los Campos Elisios las mismas cosas con las que se deleitaba cada uno estando vivo en estos versos (VI 642-7): Una parte ejercitan los miembros en palestras cubiertas de césped, compiten en el juego y en la rubia arena luchan; otros dirigen los coros golpeando el suelo con los pies y cantan poemas; y del mismo modo el sacerdote tracio con larga vestimenta acompaña el ritmo con las siete notas de la lira y ya la pulsa con los dedos, ya con una púa de marfil. Y luego, unos pocos versos después (VI 651-5): De lejos admira las armas y los carros vacíos de los héroes; fijas en tierra están las lanzas y sueltos por todas partes pastan por el campo los caballos. El mismo amor de carros y armas fue para los vivos, la misma preocupación por apacen­tar los lustrosos caballos, esos mismos siguen a los puestos bajo tierra. Además, como los antiguos se esforzaron en pensar la suma felicidad para los filósofos, para los hombres mejores, encontraron que no había deleite mayor para aquéllos que la investigación de la verdad y que aquello que dejó escrito Cicerón en el libro V (19,53) de Sobre los fines, con estas palabras: Y ciertamente los antiguos filósofos en las Islas de los Bienaventurados imaginan cuál es la naturaleza de la vida de los sabios, a los que, libres de toda preocu­pación, no buscando ningún cuidado necesario o preparado de la vida, consideraron que no habrían de hacer otra cosa que consumir todo el tiempo en investigar y aprender en la investigación de la naturaleza.

Y han sido dichas tantas cosas por nosotros sobre los Campos Elisios. Pienso que está claro qué quisieron señalar los antiguos mediante estos Campos Elisios. Pues cuando la razón de nuestra vida haya sido cuidadosamente examinada, si hemos vivido santa y piadosamente, una increíble alegría se apodera de nuestras mentes en el último día de la vida; del mismo modo, si somos afligidos por la tristeza a causa del recuerdo de los muchos crímenes y somos arrastrados intrépidos a los ríos inferiores y nos libramos de todos los monstruos horrendos y terribles, ciertamente cuánto valor debe tener esta alegría para exhortar a los hombres a la honradez no puede explicarse con ningún discurso. Estas son las cosas que eran propuestas en los infiernos como bienes o males por los antigos,

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aunque una simple y más verdadera razón ha sido establecida por Cristo, autor de la suma verdad, a saber el fuego eterno para los ímprobos y un cúmulo de bienes imposible de explicar para los buenos, Y ahora hablemos sobre el río Lete.

Cap. 20. Sobre el río Lete

Después de la consideración de este tipo de vida examinada atentamente, surge poco a poco el olvido de todas las cosas y los sentidos se pierden, y no hay ningún recuerdo más de las cosas pasadas; por ello sucedió que los antiguos escritores comentaron muchas cosas sobre el río Lete. Pero nosotros, en primer lugar, investiguemos unas pocas que se refieren a este hecho y luego expliquemos qué opinaron sobre Lete los antiguos. [Hubo solamente cuatro ríos Leteos: el que está junto a Magnesia no lejos del Menandro; el de Cortina, ciudad de Creta; el que está junto a Trica, ciudad de Tesalia donde nació Esculapio, y el que está en la Libia de Hesperia.] La opinión de Pitágoras y de algunos filósofos fue que no existen almas inmortales tan sólo sino también que fueron eternas antes de llegar a los cuerpos de los seres animados. Afirmaban razones semejantes a esta opinión: pues si el alma es inmortal y nace de algo, necesariamente nace de lo inmortal o lo mortal; no nace de lo mortal, porque así todas las cosas podían ser inmortales, ni hay nada eterno mezclado con lo mortal en la naturaleza por su propio carácter, a no ser que alguna vez sea mezclado por Dios lo que debe estar separado. Por el contrario, de lo inmortal, nada engendra por si mismo aquello que es de tal modo. Y, puesto que las almas son inmortales y sin embargo nacen muchos seres animados, pensaban que aquello ocurría porque las almas realizan un recorrido de más de doce mil años y corren a través de todas las esferas y coros de los démones y los dioses, lo que escribió Platón en Fedón, Gorgias, Fedro y en otros lugares de diferente modo. Pues por el número duodécimo ha de entenderse en los antiguos el número de las esferas mundanas, éstos piensan que sobre los cuatro globos de los elemen­tos hay ocho cielos, a través de los cuales pensaban que las almas liberadas de los cuerpos y purificadas suficientemente van libres y revolotean hasta que concluyen sus círculos perfectamente; entonces pensaban que, por orden de Dios, eran enviadas así a los cuerpos en razón de las hazañas llevadas a cabo en la vida anterior. Sin embargo, algunos creyeron que el Año Grande, con cuya extensión el alma del hombre completa su recorrido y vuelve a lo mismo, debía estar comprendido por doce mil de estos años, ya que el Año Grande del mundo se concluye en tres años de este tipo; pues, si la propia alma del mundo concluye su recorrido en aquel espacio a través del movimiento del firmamento, ello se consigue en un período de treinta y seis mil años. Porque, si alguien entiende que el firmamento o aplanes, que recibe el nombre de esfera, avanza casi un grado, según la sucesión de los astros, cada cien años con movimiento propio contrario al movimiento diario del cielo y suma el número de años, fácilmente entenderá el Gran Año del mundo según la órbita del propio firmamento. Ya que esta situación no puede ser entendida por la muchedumbre de ignorantes, los poetas, para guiar a la multitud de una manera útil, pensaron muchísimas cosas con las que podían confirmarla en la opinión de que el alma es inmortal, para que soportara alguna vez, con la esperanza de una vida mejor, las calamidades presentes con ánimo resignado y valeroso, y para que no se ensoberbeciera excesivamente en las situa­ciones prósperas, al saber que a todos se les devolvería el modo de vida pasado y se preparara lo más posible para la integridad y la inocencia, puesto que le habrían de ser

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devueltos por Dios después de la muerte los más gozosos premios de estas virtudes. Por tanto, imaginaron que después de los duraderos placeres estaba la Lete, río de los Infier­nos, la cual significa el olvido, de cuya agua, si alguien la bebía, al punto le sobrevenía el olvido de todas las cosas pasadas. Pues ningún argumento podía disolver más fácilmente la duda de por qué las cosas tan admirables que las almas habían visto durante tantos miles de años no podían ser en modo alguno recordadas. En efecto, este río es considerado por Eurípides como un dios muy agradable y semejante al Sueño, puesto que Orestes, cuando encontró un poco de descanso de su locura, dio gracias a ambos, al Sueño y a Lete u Olvido, de este modo (Or. 211-4): ¡Oh encanto benéfico del Sueño, socorro contra la enfermedad, cuan dulce llegaste a mí en este apuro. Oh venerable Olvido de los males, qué sabiduría es la tuya y cómo los desgraciados dirigen votos a tu divinidad! Se dice que Etálides fue el único de todos los hombres que no perdió por completo el recuerdo de las cosas pasadas, según dejó escrito Apolonio en el libro I (644-5) de los Argonáutica: Y ni siquiera ahora, manteniéndose alejado de los torbellinos irresistibles del Aqueronte, se ha deslizado en su alma el olvido. Dicen que éste obtuvo de su padre Mercurio este don, a saber que unas veces estuviera con los dioses de arriba, otras con los infernales. Dicen los pitagóricos que éste, puesto que el alma es inmortal, volvió a vivir primero en los tiempos de Troya y que fue el troyano Euforbo, hijo de Pantoo; después el cretense Pirro, más tarde un tal Eleo, después Pitágoras, cuestión ésta que explicó con todo detalle Ovidio en el libro XV (153-61) de Los cambios: ¡Oh, género humano, paralizado por el terror de la gélida muerte! ¿Por qué tenéis miedo a la Estige, por qué a las tinieblas y a los nombres vanos/tema de los vates, y a los peligros del mundo imaginario? Los cuerpos, bien los haya destruido la pira con su llama, bien la vejez con su decrepitud, no penséis que pueden sufrir mal alguno. Las almas están libres de la muerte y siempre, abandonada su sede anterior, viven y habitan, siendo recibidas, en nuevas moradas. Yo mismo (pues me acuerdo) era Euforbo, el hijo de Pantoo, en los tiempos de la guerra de Troya. Además, Platón en cl Menón (81b-c) recuerda que no sólo las almas son inmortales sino que, después de un determinado espacio de tiempo y de haber cumplidlo algunas obligaciones, son devueltas a los cuerpos de los hombres por Prosérpina, y escribe así: En efecto, afirman que el alma del hombre es inmortal y que unas veces termina de vivir, a lo que llaman morir; y otras existe de nuevo, pero que nunca perece; y que por eso es necesario vivir con la máxima santidad toda la vida, porque aquéllos que hayan pagado a Perséfone el precio de su antiguo pecado, al Sol de arriba a los nueve años devuelve de nuevo las almas de ellos, de las que saldrán reyes ilustres y desbordantes de fuerza y los más grandes hombres en sabiduría; y para el tiempo venidero hombres santos los llaman los hombres Los físicos pensaron que los dos trópicos que cortan el círculo del Zodíaco son dos puertas por las que son llevadas las almas del cielo a la tierra y suben. Se considera a Cáncer como la puerta de los hombres y a Capricornio la de los dioses, porque a través de él ascienden a la inmortalidad. Por esto, Pitágoras creyó que el reino de Dite comenzaba en la Vía Láctea, porque, deslizándose desde allí, las almas se alejan de los dioses para deslizarse desde allí a los cuerpos. Durante todo el tiempo que éstas están en Cáncer se cree

1S4 Desde porque aquellos que hayan pagado a Perséfone hasta el final de la cita se trata de un fragmento de Píndaro 137 Turyn=127 Bowra=133 Snell. Acerca de a qué obra pertenece cf. Platón, Menón, ed, bilingüe por Ruiz de Elvira, A., Madrid 1958, p. 22, n. 20.

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que todavía no se han apartado de los dioses, pero que, al encaminarse a Leo, toman el comienzo de la vida, ya que fluyen hacia los cuerpos. Platón, en el Fedón, dice que el alma, temblorosa por la nueva embriaguez, fluye hacia el cuerpo, y entiende como una bebida el aluvión de la materia que está esparcida alrededor, pues, así como el olvido es compañero de la embriaguez, así también de este mismo aluvión de materia. Así pues, se dice que Lete es el olvido porque las almas, para deslizarse hacia los cuerpos, se olvida cada una de ellas de su origen divino, de su fuente y de su prestigio. Por tanto, una vez que han bajado las almas a los Inñemos y han estado durante mucho tiempo en los Campos Elisios, para inclinamos a la opinión más común, antes de ser trasladadas al Sol superior se dice que beben el agua del rio Lete para olvidarse de todas las cosas pasadas, según dice Virgilio en el VI (714-6): Las almas a las que se adeudan otros cuerpos por el Hado beben en el agua del río Leteo licores tranquilos y largos olvidos. Por otra, se bebía el agua del río Leteo por dos motivos, por una parte para que las almas olvidaran aquellos placeres de los que disfrutaban en los Campos Elisios y también para que se les borraran de la memoria aquellos sinsabores que habían soportado antes en vida: si hubiese permanecido el recuerdo de estas cosas, no se encontraría nadie que quisiera renacer o que, tan pronto como pudiese, no empujara su propia mano contra sí. Pero decían que los dioses ordenaban una de estas cosas, que se haga la otra lo rechaza la naturaleza. Pues, ¿quién de aquéllos que están muertos querría, si pudiera, volver a esta vida llena de sinsabores, a tantas perturba­ciones del espíritu e incomodidades del cuerpo, a no ser que esté acosado por los más graves suplicios en los infiernos? Pues, cuanto más duradera es la vida de los hombres, tanto mayor cúmulo de incomodidades se produce. Son las muertes de los hijos, amigos o parientes, la pérdida de facultades, el rechazo de honores, la infamia, las enfermedades, heridas, discordias, litigios, que es necesario ver en tanta mayor cantidad cuanto más largo tiempo hayamos vivido. Por consiguiente, eran necesarias dos cosas: una, que se purifíca-ran las almas antes de llegar a los Campos Elisios, y otra, que después de un muy largo espacio de tiempo se olvidaran todas las cosas pasadas tras haber bebido el agua de la Lete, por lo que se dijo (Verg. VI 743-51): Después somos llevados a través del anchuroso Elisio y unos pocos ocupamos los felices campos, hasta que un lejano día, completada la órbita del tiempo, las ha liberado de la peste contraída y ha dejado puro el sentido etéreo y el ardor del candido aliento. A todas éstas, cuando ya han girado las ruedas durante mil años, un dios las convoca en una gran fila junto al río Leteo, a saber para que, sin acordarse, vuelvan a contemplar de nuevo la bóveda celeste y comiencen a querer volver a los cuerpos. Pues, como decía, ¿quién de mente juiciosa elegiría venir a esta vida llena de miserias, llena de infortunios, llena de calamidades, a no ser que antes se haya olvidado de las antiguas miserias y esté obligado a obedecer la voluntad de los dioses y la necesidad? Ninguna situación de los hombres es tan feliz que no la atosiguen incomodidades mucho más numerosas que los bienes que la consuelan, según yo opino. Porque atormentan tantas pérdidas de facultades, tantas enfermedades, tantas muertes bien de hijos, de parientes o de los más queridos, tantas enfermedades debilitan el cuerpo y tantas preocupaciones apre­mian el alma, ya que, en último término, ninguna condición de los hombres es tan feliz y tan afortunada que no haya de ser eludida por todos los medios, si puede hacerse cómoda­mente. Aunque con poco firmes y fríos razonamientos escribió contra esta opinión Eurípi­des en las Suplicantes (196-200): Pues dijo alguien que hay más desgracias que venturas para los mortales; pero yo sostengo una opinión contraria a éstos, que hay más bienes que males para los mortales. Pues, si esto no fuera así, no estaríamos a la luz del día. Este

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razonamiento me parece totalmente absurdo, porque no es como la naturaleza del frío y del calor, cuya simetría es absolutamente necesaria para los cuerpos vivos, la de las calamida­des, sinsabores e incomodidades; pues, si bien la pérdida de los hijos, de los seres más queridos o de las facultades, o de los honores y los acontecimientos de este tipo perturban el espíritu, sin embargo no matan por completo; a no ser que, casualmente, Eurípides diga que éstos no son males o suceden rara vez. Pues a algunos les sobrevienen más de éstos que bienes en toda la vida y de ningún modo podrían ser guiadas para sufrirlos de nuevo las almas, de no ser llenas del río Leteo y casi ebrias. Así pues, estas cosas en parte fueron inventadas para convencer a la muchedumbre de que las almas volvían a los cuerpos de nuevo según sus méritos, en parte también ponen de manifiesto la condición del hombre que ya está a punto de morir, [para que ellos vivan más santamente,] cuando el vigor de los sentidos y del espíritu falta paulatinamente después de la consideración de la vida pasada y cesan todas las actividades del cuerpo y finalmente éste se extingue.

Fin del Libro Tercero

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