ORTEGA Y GASSET EN SU LABERINTO: LIBERAL Y EXPATRIADO

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ORTEGA Y GASSET EN SU LABERINTO: LIBERAL Y EXPATRIADO Jorge Novella Suárez Universidad de Murcia 1. Ser liberal La biografía intelectual y política de José Ortega y Gasset constituye una larga navegación que perseguirá con afán la aventura que se torna en desafío de convertir a España en una nación moderna. Su concepción del liberalismo, del ser liberal, le ha acompañado en todas sus actuaciones políticas que siempre coinciden con momentos graves y difíciles de la realidad española: Semana Trágica, Gran Guerra, Golpe militar de Primo de Rivera, Caída de la Monarquía y advenimiento de la República, la Guerra… y siempre Europa como meditación, metáfora y continente de la integración entre razón vital y razón histórica. Liberalismo se identifica con modernización del país a través de la nueva política. Un quehacer y un tema que le acompañará a lo largo de su existencia. Los instrumentos que el joven Ortega tiene para su incorporación a la vida intelectual y política no están al alcance de cualquiera de la España de su tiempo, proceden de su biografía: los Ortega y los Gasset, un periódico, una cátedra y una editorial que fundaría para poder divulgar la filosofía y la ciencia. Herramientas precisas con que darse a conocer e influir en la toma de decisiones, para finalmente, participar de un modo activo en política a través de las múltiples empresas que como publicista desarrolló a lo largo de su vida. A la hora de abordar la obra del filósofo madrileño nos topamos con esas dos hermenéuticas que finamente desvela Pedro Cerezo: la veneradora y la de la impostura. Los ineptos entusiastas lo han considerado únicamente como aquél que ya-lo-había-dicho-todo-antes-que- Heidegger, un visionario de su tiempo; otros han categorizado su obra como la propia de un torero de salón, de un “filósofo para princesas” con buenas dosis de vanidad y soberbia cargando las tintas hasta la desfachatez y la injuria de hacerle decir lo que fuere. Ninguna de ellas son las propias que requiere nuestro menester. El ser liberal es la nervadura y la matriz que recorre el pensamiento orteguiano desde sus inicios, decir que es un liberal es situarlo en un horizonte de significados

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ORTEGA Y GASSET EN SU LABERINTO: LIBERAL Y EXPATRIADO

Jorge Novella Suárez

Universidad de Murcia

1. Ser liberal

La biografía intelectual y política de José Ortega y Gasset constituye una larga

navegación que perseguirá con afán la aventura que se torna en desafío de convertir a

España en una nación moderna. Su concepción del liberalismo, del ser liberal, le ha

acompañado en todas sus actuaciones políticas que siempre coinciden con momentos

graves y difíciles de la realidad española: Semana Trágica, Gran Guerra, Golpe militar

de Primo de Rivera, Caída de la Monarquía y advenimiento de la República, la

Guerra… y siempre Europa como meditación, metáfora y continente de la integración

entre razón vital y razón histórica. Liberalismo se identifica con modernización del

país a través de la nueva política. Un quehacer y un tema que le acompañará a lo

largo de su existencia.

Los instrumentos que el joven Ortega tiene para su incorporación a la vida

intelectual y política no están al alcance de cualquiera de la España de su tiempo,

proceden de su biografía: los Ortega y los Gasset, un periódico, una cátedra y una

editorial que fundaría para poder divulgar la filosofía y la ciencia. Herramientas

precisas con que darse a conocer e influir en la toma de decisiones, para finalmente,

participar de un modo activo en política a través de las múltiples empresas que como

publicista desarrolló a lo largo de su vida. A la hora de abordar la obra del filósofo

madrileño nos topamos con esas dos hermenéuticas que finamente desvela Pedro

Cerezo: la veneradora y la de la impostura. Los ineptos entusiastas lo han

considerado únicamente como aquél que ya-lo-había-dicho-todo-antes-que-

Heidegger, un visionario de su tiempo; otros han categorizado su obra como la propia

de un torero de salón, de un “filósofo para princesas” con buenas dosis de vanidad y

soberbia cargando las tintas hasta la desfachatez y la injuria de hacerle decir lo que

fuere. Ninguna de ellas son las propias que requiere nuestro menester.

El ser liberal es la nervadura y la matriz que recorre el pensamiento orteguiano

desde sus inicios, decir que es un liberal es situarlo en un horizonte de significados

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de todo tipo, el liberalismo español ofrece una variedad de registros a lo largo de los

últimos siglos que hace necesario poner un adjetivo (doceañista, doctrinario,

exaltado, conservador, armónico, radical, democrático, socialista, etc.) tanto por sus

distintos componentes filosóficos como por sus diferentes modos de plasmación

política. Se trata de mostrar cómo esa matriz liberal ha ido mutando a lo largo de su

obra y de su participación en la política española. La pregunta emerge por sí misma:

¿Qué liberalismo? Liberalismo como una idea radical de la vida, como ethos, un

carácter y forma de vida que se tiene como vocación y destino. Es más un ideario

ético que político, una “emoción radical”, hay que predicar el liberalismo “como un

deber moral”.

Llamo liberalismo a aquel pensamiento político que antepone la realización del

ideal a cuanto exigía la utilidad de una porción humana, sea esta una casta,

una clase o una nación.1

Dejando a un lado sus veleidades y escarceos juveniles con el liberalismo

identificado como “sistema de la revolución” y socialismo, su visión política alberga

elementos que hacen que sea liberal lo sustantivo, los adjetivos que se añadan a éste

dependerán de las lecturas de cada cual. Al igual que Gregorio Marañón2 o Ramón

Pérez de Ayala3, todos ellos profesan ese liberalismo ético, entendido como modo de

ser, como talante, como ethos. Es la autonomía del individuo aquello que constituye

al hombre como un ser responsable y digno. El hombre como responsable de sus

actos y de su vida, que ejerce su libertad de conciencia por encima de cualquier

religión que de modo heterónomo quiera condicionar sus acciones. Vivir es convivir,

dialogar con las circunstancias, pues para Ortega y Gasset el ethos de la filantropía y

1 ORTEGA Y GASSET, J., “La reforma liberal”, en Obras Completas, (12 volúmenes), Alianza, Madrid, 1983,

X, 34-35. 2 “Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro

modo, y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que por el contrario, son los medios los

que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por tanto, es mucho más que una política”, en

MARAÑÓN, G., Ensayos liberales, Austral (Espasa Calpe), Madrid, 1979, p. 9. 3 “Esa libertad, en efecto, no sirve para nada. Ni la libertad escéptica del para qué, según Lenin. O nuestra

libertad proverbial de pedirle peras al olmo. Mas la auténtica libertad consiste no tanto en la ausencia de

impedimentos externos, sino, mejor aún, en la suma de circunstancias favorables, a fin de que cada

potencialidad individual cumpla su destino pleno y obtenga su máximo rendimiento social” (sic.)[…] El

liberalismo, digo, ha realizado una de las más nobles misiones históricas, a la cual no debe renunciar, antes al

contrario, ha de esmerarse en mantenerla incólume: la libertad de espíritu y la tolerancia de las ideas, en suma, el

respeto a la personalidad, en medio de las más enconadas luchas sociales y políticas”. Están fechados en Marzo

de 1931, PÉREZ DE AYALA, R., Escritos políticos, Ed. Paulino Garagorri, Alianza, Madrid, 1967, pp. 225 y

244.

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la tolerancia contagiaban “el vivo afán de comprender”. Y de eso se trata, comprender

los problemas que tiene España y emprender esa tarea digna de un héroe de nuestro

tiempo. ¿Cómo calificar hoy las peripecias, aventuras y desventuras de Ortega en la

política? Para ello tenemos que abordar que entiende por liberalismo nuestro filósofo

en cada una de las etapas de su evolución intelectual y política.

2. Liberalismo y empresas políticas

Resulta arriesgado hacer una periodización4 rígida de la obra de Ortega para ir

desentrañando qué concepto de liberalismo opera en estas fases, en esas

“navegaciones” que tanto le gustaban, aunque se distinguen tres ciclos a lo largo de su

obra, además del periodo de los últimos años tras su vuelta a España (“naufragio”).

En primer lugar la que podemos denominar Liberal–socialista (1908-1914) que

corresponde al Ortega joven que admira el rigor ético y la austeridad de Pablo Iglesias

y de los socialistas de su tiempo (pero poco más).En la revista Faro afirma: “Luego no

es posible hoy otro liberalismo que el liberalismo socialista”, estamos en 1908 y ya el

liberalismo “señala dónde hay que ir; el partido liberal busca y proclama el camino,

pero arbolando en todo instante aquella exigencia última, categórica, que da una

dirección y un oriente a sus pasos.”5

Los socialistas eran muy reacios y desconfiados de los intelectuales, siempre lo

fueron, incluso de los propios, véase Fernando de los Ríos o Julián Besteiro como

muestra. El influjo de las ideas Paul Natorp y Hermann Cohen sobre pedagogía

social, el socialismo de Eduard Bernstein que lo consideraba una continuación de la

Ilustración y del liberalismo están presentes en nuestro filósofo, en su concepción del

ideal moral, en una idea de justicia, de una ética que tiene que alentar a la política.

Es el liberalismo entendido como justicia social que se convierte en el ideario

modernizante para acabar con los efectos de la vieja política tal cual expone en su

4 Sobre esta cuestión, CEREZO, P., José Ortega y Gasset y la razón práctica, Biblioteca Nueva,/F. Ortega-

Marañón, Madrid, 2011, p 365-380; DÍAZ ÁLVAREZ, J. M., “Cuestión de libertad. Ética y filosofía política,

Guía Comares de Ortega y Gasset, ed. Javier Zamora, Comares, Granada, 2013, p 251-286; VILLACAÑAS

BERLANGA, J. L., “Hacia la definición de un nuevo liberalismo. El pensamiento tardío de Ortega y Gasset”,

ARBOR, Vol. 187-750 julio-agosto (2011), pp. 741-754; ZAMORA BONILLA, J., Ortega y Gasset, Plaza &

Janés, Barcelona, 2002. El profesor CEREZO las denomina: liberalismo social, liberalismo de la vitalidad y

liberalismo esencial, posteriormente se produce el “naufragio y silencio de Ortega”. GAOS, J., “Los dos

Ortegas”, en Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de la ideas en España y la América española, O.

C., IX, UNAM, México, 1992, pp. 131-32, distingue entre Mocedades 1902-1914; Primera etapa de plenitud

1914-1924; Segunda etapa de plenitud, 1924-1936 y Expatriación desde 1936 a 1955. 5 O. C., X, 37-38.

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conferencia La pedagogía social como programa político6, sintetizado en una

brillante frase: “Las matemáticas, juntamente con la filosofía son el centro de la

cultura europea”. El problema de España es un problema educativo que consiste en

ser capaz de poseer un ideal moderno. Son los ecos de Joaquín Costa, regeneración,

europeización, España como problema y Europa como solución. Ciencia y moral son

precisas en una España que se caracteriza por la ausencia de ciencia, de filosofía, en

definitiva, de ideales. Para llevarlos a cabo se precisa de un Estado capaz de conducir

las reformas económicas para combatir la desigualdad social y alcanzar ese ideal de

justicia. No sólo en el ámbito social, también en la educación, aquí aparece una

constante de nuestro filósofo, su concepción laica de la sociedad pues no corresponde

a la Iglesia la formación de los españoles; también encontramos aquí ecos de su

admiración por Giner de los Ríos. Para ello se precisa “un Estado fuerte y educador,

activo y beligerante, baluarte de las libertades civiles y los nuevos derechos sociales”.

No es el liberalismo manchesteriano de la época.

Crisis de España, crisis de Europa, agotamiento, falta de ideas directrices, de

ideas-fuerza, en definitiva de convicciones vitales para construir el porvenir de

España. Se aproxima su segunda singladura, (1914-1932). 1914 marca un hito de la

filosofía en España con la publicación de Meditaciones del Quijote, interesa dejar

atrás el lamento (¡tan del 98!) y afrontar la misión que señala en su conferencia Vieja

y nueva política (marzo 1914), donde establece la diferencia entre la España vital y la

oficial, y ataca las prácticas políticas del caciquismo. La vieja política, simbolizada por

la Restauración y el canovismo ha impedido el desarrollo de la vida cultural y

científica. Alemania representa el ideal a seguir: ciencia, ética y estética.

Estas tres palabras significan la cultura para Ortega. Este joven filósofo

arrincona el individualismo por ser mitológico y acientífico, ataca obsesivamente la

desidia y el atraso que domina a la nación. Son circunstancias nuevas que conducen a

Ortega a integrar Europa (ciencia, razón) y España (vida, pasión). Integración de la

razón en la historia, esa es “la manera española de ver las cosas”, el sentido jovial de

la vida, entendida ésta como voluntad de aventura. Identificándose con la figura del

arquero que con la tensión de su inteligencia (arco) dispara la flecha para aprehender

la realidad, es la representación de él mismo como filósofo. A modo de insignia o

emblema de su quehacer afirma: “Liberalismo y nacionalismo propondría yo como

6 O. C., I, 503-521. Pronunciada en la Sociedad El Sitio, Bilbao, 1910.

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lemas de nuestro movimiento” y aparece la misión política de las minorías

intelectuales.

Esa es la tarea que propone para “que nuestra generación se preocupe con toda

conciencia, premeditadamente, orgánicamente, del porvenir nacional”; partiendo de

un “sentido deportivo y festival de la vida” frente al “sentimiento trágico de la vida”

de Unamuno y del autor del Idearium Español. En la interacción del binomio

Europa-España está la apuesta orteguiana para afrontar la crisis del país, para poner

fin a “esa detención de la vida nacional” que significó la política de la Restauración.

Hay cierta continuidad con las ideas de su periodo formativo y de su primera

singladura, pero ya se manifiesta esa alergia a las masas con su alejamiento de un

PSOE que promueve acciones revolucionarias, huelga general, etc. Aquí también se

asiste a un cambio de paradigma filosófico: del neokantismo a la fenomenología como

han estudiado, entre otros, Philip Silver, Pedro Cerezo o Javier San Martín.

Después de la Gran Guerra Ortega cambia de modelo y de espejo en el que

proyectar sus empresas políticas, España puede ser la salvación de Europa. No mas

dependencia cultural de Francia y Alemania, se precisa una filosofía, una ciencia, una

cultura propia. Quiso adoptar soluciones y sólo se han agravado los problemas, ni la

ciencia alemana, ni la cultura europea resuelve los déficits que padecemos, es en la

vida española donde está el problema y la solución. Si en las Meditaciones del Quijote

se presentaban los gérmenes de la crisis de racionalidad, en España Invertebrada

(1922) y en Historia como sistema (1935) ya están presentes todos los elementos para

comprender el viraje de la filosofía orteguiana hacia la razón histórica, a la necesidad

de que la razón vital sea razón histórica. La manifestación de esa crisis del mundo

moderno por causa de la entronización de la razón físico-matemática desde el

Renacimiento, reforzada con el racionalismo cartesiano y el modelo kantiano de la

ciencia newtoniana, es el naturalismo: todo aquello que no pueda ser reducido a

hechos queda al margen del conocimiento científico, incluido el ser humano. Y la vida

de éste. La meditación sobre el hombre no es reducible, no se puede objetivar.

No sólo se ha producido un cambio en su paradigma filosófico sino también en

su concepción del liberalismo. Afloran su doctrinarismo7 presente en él por sus

fuentes francesas (siempre se habla de las germánicas), de Constant, Renan, de

Roger-Collard, Guizot, con toques del viejo socialismo de cátedra y de Lassalle. Son

7 Ver el análisis clarificador sobre el doctrinarismo en Ortega de VILLACAÑAS BERLANGA, J. L., “Hacia la

definición de un nuevo liberalismo. El pensamiento tardío de Ortega y Gasset”, ARBOR, Vol. 187-750 julio-

agosto (2011), pp. 748-750.

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los elementos de ese proyecto de ilustración, regeneración y modernización que la

generación del 14 pensó para España. En las Notas de vago estío (1925) nos ilustra

sobre democracia y liberalismo:

La democracia responde a esa pregunta: ¿Quién debe ejercer el Poder público?

La respuesta es: el ejercicio del Poder público corresponde a la colectividad de

los ciudadanos (…) El liberalismo… responde a esta otra pregunta: ejerza quien

quiera el Poder público, ¿cuáles deben ser los límites de éste (…) Es, pues, la

tendencia a limitar la intervención del Poder público.

De esta suerte aparece con suficiente claridad el carácter heterogéneo de

ambos principios. Se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy

demócrata y nada liberal.8

Este es el problema, la libertad es algo más que un modo de vida, y la

realización y plasmación de lo que representa y defiende ofrece múltiples problemas.

Este es el Ortega que lee a Werner Sombart, Wilfredo Pareto o a Maurice Barrés, pero

que sigue siendo crítico del tradicionalismo menendezpelayista, mientras que sus

ideas laicas chocan una y otra vez con su enemigo constante y presente: la Iglesia

católica y sus representantes más conspicuos.

Ya en España invertebrada9 (1921) diagnosticó los males de la patria:

desorganización, carencia de cerebro (ausencia de minorías rectoras), exclusividad

del corazón, pasión, populismo, pueblo (masa dirigida). Un afán de excelencia es lo

que a su juicio precisa España:

La misión de las masas no es otra que seguir a los mejores, en vez de pretender

suplantarlos. Y esto en todo orden y porción de la vida […] En España ha

llegado a triunfar en absoluto el más chabacano aburguesamiento. Lo mismo

en las clases elevadas que en las ínfimas rigen indiscutidas e indiscutibles

normas de una atroz trivialidad, de un devastador filisteismo […] La gran

desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el

imperio imperturbado de las masas.10

8 O.C., II, 541-542.

9 O.C., III, 35-128. A juicio de MORÓN ARROYO está presente “la concepción aristocrática que el

perspectivismo impone”, El sistema de Ortega y Gasset, Alcalá, Madrid, 1968, p. 262. 10

O. C., III, 126 y 128.

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Antonio Elorza11 identifica esta postura orteguiana con un proceso de

pesimismo y conservadurismo creciente, especialmente a partir de 1919, cuando

constata la imposibilidad de llevar adelante su tarea política para la construcción de

una España moderna. Ortega se manifiesta como conciencia orientadora de la nación,

que conlleva la necesidad de una minoría rectora que dirija al país, en la tradición de

esos pensadores “constructores de la identidad nacional”, a decir de Marichal. Esa es

su misión generacional, ser un intelectual orgánico para la formación de una elite

gobernante que, a juicio de Elorza se puede inclinar peligrosamente hacia un poder

autoritario. Si a ello unimos el constante desfase entre sus proyectos de modernizar,

reformar y las nulas realizaciones, Ortega es ejemplo del intelectual que quiere influir

en política pero sin implicarse para nada en la política de partidos; de ahí que

propugne otro tipo de asociacionismo político de cuño coyuntural donde la minoría

egregia es manifiesta frente al paradigma del hombre masa. Esta es la causa por la

que crea siempre ligas o agrupaciones. Pedro Cerezo atempera la tesis del autor de La

razón y su sombra al considerar que España invertebrada es más una muestra de su

genuino proyecto político que de un inicio de repliegue ideológico por parte de

Ortega; dado que es el ámbito en que está fundado “su proyecto de nacionalización de

la política, superando los particularismos y secesionismos, y vinculándola a la función

directiva de las elites intelectuales.”12

La rebelión de las masas13 es un diagnóstico de la época en clave sociológica

de los muchos que se hicieron en esos años, desde La crisis del humanismo de

Ramiro de Maeztu o El sentido humanista del socialismo de su amigo Fernando de

los Ríos, en la senda spengleriana que motivó las reflexiones de Stephan Zweig, Paul

Valery etc. Inequívocamente, Ortega considera a la democracia liberal como “el tipo

de vida superior hasta ahora conocido”; donde el principio liberal es “una idea radical

sobre la vida”. Ortega alerta así de los peligros que se ciernen sobre la sociedad si ésta

bascula por las presiones de las masas hacia los particularismos, el plebeyismo, la

democracia morbosa, la hiperdemocracia, etc. La dialéctica de la reacción y la

revolución está otra vez en marcha.

11

ELORZA, A., La razón y su sombra. Una lectura política de Ortega y Gasset, Anagrama, Barcelona, 1984. 12

CEREZO, P., “Razón vital y liberalismo en Ortega y Gasset”, Revista de Occidente, 120, Madrid, 1991, p 39

y 41; recogido en José Ortega y Gasset y la razón práctica, Biblioteca Nueva, Fundación Ortega/Marañón,

Madrid, 2011, pp. 271-286. 13

Aparece en 1927 en el diario El Sol aunque como libro no se publica hasta 1930. O. C., IV.

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Ciertamente, en el período de entreguerras no se había afianzado la

democracia liberal: la República de Weimar y la II República española son las

trágicas experiencias de esta afirmación, la razón por la cual rechazará el fascismo14,

el anarcosindicalismo, el comunismo y cualquier fenómeno político que tenga como

protagonista a las masas. No sólo es España; también es Europa la que está en crisis y

Nietzsche está más presente que nunca en la obra del filósofo madrileño.

El sujeto político emergente es el “hombre masa”, nuevo tipo humano que se

incorpora como producto de la época y de la sociedad dirigida por el fisicismo y la

técnica, siguiendo la psicología de las masas de Gustave Le Bon o Scipio Sighele para

quien las muchedumbres o masas eran las responsables de los problemas de la

sociedad. Y es que Ortega relaciona la falta de vertebración de las sociedades con la

aparición del hombre masa. La oposición entre hombre masa/hombre selecto se ha

vulgarizado, se ha entendido torticeramente, lo que singulariza al hombre masa es su

conformismo (es un hombre que ni siquiera se cuestiona cómo es), no se exige nada a

sí mismo (no tiene metas), carece de un proyecto personal de vida dada su inercia

mental. Esto es, se caracteriza por la conformidad social debido a su falta de

educación y cultura, entendiendo ésta como “la barbarie del especialismo”, de aquél

que sólo conoce el hecho y prescinde de cualquier otro tipo de reflexión. En realidad,

son dos formas de vida, dos clases o tipos de hombres que no se corresponden con

clases o grupos sociales, ya que en éstas hay elementos de ambos tipos. El hombre

masa carece de moral pues ésta siempre obliga a algo; es conformista, sin criterio

propio y se mueve por indolencia; en la entronización del individuo y del egoísmo,

desprecia lo desconocido y diferente; se considera únicamente con derechos y sin

ninguna responsabilidad, es hermético y vulgar, hostil hacia el liberalismo etc. Por el

contrario, el hombre selecto es intelectual y auténtico, no se abandona y es

autoexigente.

En La rebelión de las masas hay una denuncia del fascismo por su

primitivismo y violencia, así como una oposición al comunismo (“esa moral

extravagante”), pues el peligro es la ausencia y confusión de valores como

manifestación de la crisis detectada por Ortega. Bien es cierto que en el “Epílogo para

ingleses” apunta que el totalitarismo salvará al liberalismo y depurará al liberalismo,

destacando que “gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los

14

“Sobre el fascismo”, El Espectador, O. C., II, 497-505.

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regímenes autoritarios”15, un régimen liberal sin riesgos fascistas ni comunistas; pero

aquí Ortega está adoptando la lógica del retrovisor, mira hacia atrás sin darse cuenta

que el mundo que sale de esta crisis filosófica (modelo de razón), axiológica

(valores), política (ausencia de una elite directora) y del fin del Estado liberal será

otro bien distinto. Ante este magma afirma la preeminencia y prioridad del

liberalismo sobre la democracia, y afirma que no se pueden poner límites a los

derechos individuales. Es la crítica a lo que entiende por hiperdemocracia,

subrayando la primacía del liberal sobre el : es coherente con su ideario, pues siempre

abogó por la democracia liberal, si bien el parlamentarismo nunca llegó a

entusiasmarle. Desde su ethos liberal, teme que al final el poder del demos no respete

a los individuos.

3. República como quehacer y destino

En La redención de las provincias y la decencia nacional16, plantea la “gran

reforma” que se precisa para sacar a España de esa época retardataria en la que se

encuentra. Esa es la responsabilidad que demanda el filósofo español de aquellos

políticos que por negligencia, falta de honradez o generosidad no la llevaron a cabo

amparándose en que “el resto de la nación no percibía su urgencia”. Por eso es

perentorio “demostrar que se entiende y se quiere la gran reforma nacional. Todo lo

demás –como dice un personaje de Baroja – es carrocería”.17

La realidad impone la necesidad de un cambio de régimen político, en tanto

que

La República es por sí misma una institución inquieta. La Monarquía, por el

contrario, es una institución-freno […] España es un pueblo morbosamente

inerte en vida pública. Es el único europeo que no ha hecho nunca una

auténtica revolución […] La revolución es el síntoma de la gran capacidad de

inquietud.18

15

La rebelión de elas masas, Epílogo para ingleses, O.C., IV, 309 16

O. C., XI, 173-328, recopilan artículos publicados entre 1927 y 1930, publicado como libro en la Revista de

Occidente, 1931. 17

O. C., XI, 183. 18

O.C., XI, 190 y 191. Añade “Yo no quiero – y menos a destiempo, es decir, en el siglo XX- una revolución

para España. Dejémonos de revolucioncitas. Más, al propio tiempo, notemos con toda claridad el significado

grave de su ausencia en el pretérito. Un país sin revoluciones es un pueblo que lleva en su interior demasiados

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Esa solución necesaria no es un parche más. No es un arreglo circunstancial.

Precisa delinear y dirigir el país hacia “la iniciación de una época”, orientado a

planear un porvenir y no un mero cambio de costumbres. Para esta misión, se

“imponen la necesidad de movilizarnos”, “y ser de la derecha o de la izquierda no

puede servir de pretexto para desconocer la urgencia de esa tarea, primer capítulo,

postulado de nuestro porvenir histórico”; la necesidad de “hacer una Constitución

para España es, y debe ser, preformar todo el futuro de España. Si no es esto, no es

nada”.19

Y es así, de este modo, que aquél Ortega alérgico a la implicación directa en la

política da un paso adelante y entra en las Cortes de 1931 con su Agrupación al

servicio de la República que nació con dos propósitos exclusivos: “combatir el

régimen monárquico y procurar el advenimiento de la República en unas Cortes

constituyentes”.20 Ortega, como Giner de los Ríos y tantos otros de sus más jóvenes

compañeros de generación, es accidentalista en cuanto a las formas de gobierno, pero

la monarquía es el último vestigio de la Restauración. Por el contrario, el

advenimiento de la República es el “resultado ineludible de un profundo pasado” y un

“ansia de orden nuevo”21. Tras los desmanes de los amigos políticos de Alfonso XIII,

reaparece así - metamorfoseado por las circunstancias - el proyecto neo

regeneracionista que anhela llevar a la práctica desde su vuelta de Alemania. Frente a

este desorden de los resabios de la vieja política, la República representa “la

democracia de la juventud”.

Los enemigos de la República son los de siempre, esas fuerzas que

“acostumbradas a mandar sobre España, tascan el freno de su soberbia derrocada”.

Aquí tendrá Ortega unos enemigos tan implacables como lo fueron sus críticas: “El

monarca gerente de la sociedad”; la monarquía encarna “el poder público

desnacionalizado” y la Iglesia ayuda a perdurar-apuntalar el régimen desde un

tradicionalismo al que siempre criticó. No es extraño que entre sus peores enemigos

siempre estén los tonsurados. Su “daltonismo religioso” y su laicismo son los

responsables de los ataques despiadados que sufrirá este catedrático de Metafísica sin

Teodicea. Algo más que una paradoja para la España de su tiempo.

frenos. Lo más tragicómico de nuestro pasado es que se han forjado siempre las Constituciones con la idea fija

de evitar la revolución en España. ¡Frenos, más frenos! Al paralítico”. 19

O.C., XI, 193. 20

O. C., XI, 516. 21

O. C., XI, 516 y 533.

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En Rectificación de la República22 aborda cómo organizar una nación, alerta

sobre el “falso apasionamiento atropellado y pueblerino”, e incita a no tolerar “el

triunfo de la chabacanería”. La República es “agria y triste”, los responsables son “las

clases representantes del antiguo régimen, que ahora tan enconadamente combaten a

esos hombres”.23 Frente a la alternativa que se plantea: ¿República conservadora o

burguesa?, responde que ambas expresiones son falsas y nada felices puesto una

conllevará a la otra. Son “los usos y el carácter de la vida española” lo que es preciso

transformar. Para esta tarea es necesario modificar las formas de vida partiendo “de

los vicios y defectos nacionales... lo demás es utopía”. Es el cuerpo social, la vida

nacional lo que hay que acometer sin tener el vértigo, el miedo a lo nuevo como algo

desconocido. El español es morigerado, cauteloso, no somos emprendedores, ni

arriesgamos a la hora de iniciar proyectos, negocios o ideas; toda “reforma es

peligrosa”. Por estas razones

La República, durante su primera etapa, debía ser sólo República, radical

cambio en la forma del Estado, una liberación del Poder público detentado por

unos cuantos grupos, en suma, que el triunfo de la República no podía ser el

triunfo de ningún determinado partido o combinación de ellos, sino la entrega

del Poder público a la totalidad cordial de los españoles.24

Es aquí donde se muestra el proyecto de nacionalización de la política25 como

la oportunidad de construir España desde la nueva política, alejada de la República

de trabajadores y más cercana a una “república del pueblo”:

Nación es la obra común que hay que hacer... es el afán de los que conviven en

un destino histórico; es, pues, el sistema de posibilidad que hay en el presente

para construir el porvenir, Y es, al mismo tiempo, el compendio y la cifra de las

condiciones sin las cuales ese porvenir, esa vida de mañana, será imposible.

22

O. C., XI, 333-450. 23

O. C., XI, 402 24

O. C., XI, 406. 25

Véase DE BLAS GUERRERO, A., Sobre el nacionalismo español, Centro de Estudios Constitucionales,

Madrid, 1989, p. 59-75; también en Tradición republicana y nacionalismo español (1876-1930), Tecnos,

Madrid, 1991, p. 86; CEREZO GALÁN, P., “Razón vital y liberalismo en Ortega y Gasset”, Revista de

Occidente, 120, Madrid, 1991, pp. 39 y 41; ahora recopilado en José Ortega y Gasset y la razón práctica,

Biblioteca Nueva/Fundación Ortega/Marañón, Madrid, 2011, pp. 271-286.

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Esto es en todos los órdenes. La nación, pues, no es de los ricos ni de los

pobres.26

La nacionalización de la república la entiende como “un instrumento de todos

y de nadie para forjar la nueva nación”; frente a los particularismos (regionalismos,

nacionalismo catalán especialmente fuerte en ese momento,) “urge suscitar un

partido de amplitud nacional”.27 ¿Qué entiende por nación? Es el punto de vista en el

cual queda integrada la vida colectiva, por encima de cualquier tipo de interés de

clase, de grupo o individual; como algo que está más allá de los grupos particulares, la

unidad de nuestro destino y nuestro porvenir. El Estado “tiene que ser rigurosamente

laico”, donde laico “no significa ateo sino simplemente nacional”; nación significa

entender la República como “nación y trabajo”.28 Por eso negaba esa dicotomía entre

república burguesa o conservadora, y mucho más enérgicamente el entenderla como

“república de trabajadores”.

La misión de la República es “elevar el nivel moral de nuestra vida pública”, de

“darle a España aquello que más le falta: moral”, “La República es el destino que hoy

se abre ante los españoles para hacer o rehacer una nación”.29 Un rearme moral cada

día más necesario frente a los embates que el fascismo y el nacionalsocialismo

realizan: una política de “halago a las masas, a cualquier masa, está terminando el

mundo”. Es el mismo Ortega el que critica y defiende a la República en sus discursos

parlamentarios, donde apoya la reforma del ejército impulsada por Azaña, que, por

otro lado, denuncia que España entera no es republicana sino antimonárquica, “Por

consiguiente: no se es, se anti-es”.30

Desde su conferencia Rectificación de la República del 6 de diciembre de 1931

al debate sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña en mayo de 1932 encontramos

la constante de su alejamiento, de su repliegue público; de su distanciamiento de

“una República triste y agria” cuyo planteamiento del problema catalán no acepta

26

O. C., XI, 440. 27

O. C., XI, 413. 28

O.C., XI, 438. 29

¡Viva la República!, O.C., XI, 534. 30

“Hacia un partido de la nación”, O. C., XI, 418.

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en términos de soberanía, porque entonces no nos entenderemos. Presentadlo,

planteadlo en términos de autonomía”. Y conste que autonomía significa, en la

terminología jurídico-política, la cesión de poderes.31

Aquí se recoge la visión orteguiana del problema, empezando por la

autonomía, palabra clave del ordenamiento territorial de España, según el título VIII

de la Constitución de 1978. Ortega resiste, no se calla: “No es esto, no es esto. La

República es una cosa. El radicalismo es otra”. En esta frase se sintetiza el profundo

desencuentro con las fuerzas políticas republicanas y las consecuencias que conllevan

para su actuación política, en tanto que

no aceptaba solidaridad ni responsabilidad respecto a lo hecho por los

republicanos gobernantes hasta la fecha, los cuales, por su parte, no han

contado para nada con quienes no eran sus amigos y contertulios.32

Pero sigue postulando y defendiendo el régimen de la República, incluso tras la

victoria de la las derechas, pues la monarquía era un “régimen añejo que se había

gastado contra las esquinas de la historia”. Por el contrario,

un Régimen naciente no se puede entregar, no tiene derecho a rendirse. Sobre

todo, un régimen que no ha sido <traído> por nadie, nadie tiene derecho a

entregarlo. ¡Amor fati! ¡España, por una vez agárrate bien a tu sino!33.

4. Parálisis política

A fines de agosto suspendí mi actuación política, no sólo la parlamentaria, sino

absolutamente toda, de suerte tal que nadie con verecundia puede sostener

que desde esa fecha haya yo ejecutado acto alguno político de organización ni

aún de simple opinión […] De la manera más rigorosa me he reducido a lo que

siempre he considerado como la negación de la política, que es la política de

café y tertulia. Política es responsabilidad, y la tertulia, sobre todo en España,

31

“Discurso sobre el Estatuto de Cataluña”, O. C., XI, 464. 32

“Estos republicanos no son la República”, O. C., XI, 490. 33

“En nombre de la nación claridad”, O. C., XI, 539.

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es la irresponsabilidad constituida, la irresponsabilidad en el hablar y, lo que

es peor, la irresponsabilidad en el oír y repetir.34

Diez meses antes de escribir esta carta, en agosto de 1932, había abandonado

la política y disuelto la Agrupación al servicio de la República. Son los efectos de su

devastador choque con Azaña en el debate sobre el Estatuto de Cataluña. El Estado

integral quería ser “desde la perspectiva de los constituyentes republicanos, una

alternativa tanto al Estado unitario como al Estado federal”35. Hoy contemplaríamos

la organización nacional (Título Primero) como una estructuración del Estado donde

éste mantiene la gran mayoría de los resortes políticos y dónde las regiones

autónomas acceden a la adquisición de competencias por un sistema muy gradual.

Recogía la tradición del liberalismo español, dando protagonismo a los municipios y

no a la comarca o a las regiones. Juan Pablo Fusi apostilla: “hacer del municipio

escuela de soberanía, recuperar la vieja tradición castellana –comunera- de las

libertades municipales”. Son los ecos del liberalismo gaditano, aquél que invocaba

Ortega y Gasset en La redención de las provincias36.

El desdén, la amarga ironía y el ensimismamiento serán su respuesta. Es el

silencio de Ortega del que se ha escrito tanto y que ha puesto en tela de juicio su

apoyo al régimen republicano. Se ha ido agotando, una vez más, su proyecto

reformador encarnado en una República que languidece por el radicalismo de los

actores políticos; de ahí que sea preciso resaltar las palabras de Laín Entralgo

ni es lícito, ni es posible poner en tela de juicio la adscripción mental y moral

de Ortega a la realidad y las posibilidades de la República de 1931, aunque

discrepe de la gestión política de sus gobernantes.37

34

ORTEGA Y GASSET, J., O. C., XI, 519. Carta al Director de la revista Luz, 1 de abril de 1933. 35

FUSI, J. P., España. La evolución de la identidad nacional, Temas de Hoy, Madrid, 2000, p. 249. Sigue

siendo esclarecedor el comentario clásico de don Nicolás Pérez Serrano, La Constitución española de 1931,

Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1932, especialmente el apartado 4, pp. 32-45. 36

“En 1812 hicimos una Constitución, que fue copiada por todo el Continente. No está dicho que no podamos

ahora ofrecerle otro modelo. Bastaría para ello que los españoles se resolviesen a sacudir su inercia y sus

prejuicios, y sobre todo, a ser lo que han sido algunas veces en su historia: magnánimos y fieles a las grandes

empresas. Una vez más pido que se lea todo esto como si lo pronunciase una voz anónima”. ORTEGA Y

GASSET, J., La redención de las provincias y la decencia nacional, O. C., XI, 184 y 290. 37

LAÍN ENTRALGO, P., “La España de Ortega”, en Historia y Pensamiento. Homenaje a Luis Díez del Corral,

vol. II, Eudema, Madrid, 1987, p. 180.

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Si leemos detenidamente los escritos de Ortega ¡Viva la República! y En

nombre de la nación, claridad (diciembre 1933) confirman que constató el cambio

que en la vida española se estaba produciendo y cómo la estructuración del llamado

Estado integral conducía a que España se deslice por el plano inclinado de la historia.

Atrás quedarán sepultados los intentos de regeneración e ilustración de España. Los

esfuerzos y desvelos iban encaminados a la reforma agraria, a afrontar la “sanjurjada”

-episodio premonitorio de la acción facciosa- y los jirones que dejó el debate sobre el

Estatuto de Cataluña. Todo ello revela el acoso y la fragilidad de la República. El

inicio de la revolución del 34 en Asturias y, su posterior represión, marcan el inicio

del fin; todo se precipitará y la dialéctica amigo/enemigo sustituirá al juego

parlamentario. Los esfuerzos de aquellos que pretendan mediar serán inútiles. La

guerra civil ha prendido entre los españoles.

Es la constatación de quien ve fracasadas – de nuevo – sus proyectos de

regeneración, europeización y modernización. Ni se nacionalizó la Monarquía ni la

República, objetivo principal de su concepción del liberalismo como nacionalización

política, que hemos descrito a través de sus singladuras filosófico-políticas. Ese élan

liberal, ese modo de ser ha ido escorándose hacia concepciones que podemos llamar,

sin ambages, conservadoras. Esa prevención sobre la democracia por mor de su ser

liberal, su aprensión al poder del demos se inscribe en una demofobia de cuño

nietzscheano más que platónica.

Ortega siempre ha creído y ejercido su papel de intelectual, de minoría

egregia, en definitiva, de orientador político. Esa es su misión como miembro de una

generación donde él ostenta esa visión de la burguesía liberal y sus permanentes

resquemores hacia la izquierda política y al tradicionalismo trasnochado,

permaneciendo, como cuenta Antonio Tovar, absorto de todo: “se aislaba en un

disconforme silencio olímpico”. Juan Marichal describe el liberalismo de Ortega, en

contraposición a Azaña de este modo:

Ortega era un liberal, sí, pero le resultaba difícil aceptar la democracia de

masas. O más precisamente no podía aceptar lo que sentó Jefferson como un

principio absoluto: <No hay que tener miedo del pueblo nunca>. Azaña, en

cambio, era un liberal demócrata pleno. Y, sin duda, la falta de entendimiento

con Ortega podía verse como la de dos maneras casi opuestas de ser liberales.38

38

LÁZARO PANIAGUA, A.: “Entrevista a Juan Marichal”, Alfa. Revista de la AAFI, nº 1, Granada, 1997.

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Sus liberalismos han estado en función de las empresas políticas que tenía que

acometer. Al final los diferentes modos de entender qué era la República, qué labores

tenía que desarrollar, etc., le conducen a ese progresivo endurecimiento de sus

posicionamientos liberales teniendo en cuenta los cambios sociales que por la acción

directa o por la movilización popular (de uno y otro sesgo) propugnaban

reaccionarios y revolucionarios. No se trata de dejar a don José Ortega en el limbo y

tampoco de hacerle un juicio sumarísimo; no es nuestra tarea ni ocupación. Pero se

va quedando solo encerrado en un presente que sólo tiene vistas al pasado… y ya

nada será como antes. José Gaos lo expresa nítidamente:

Ortega, el hombre que anheló ser de su tiempo como sin duda ninguno otro lo

ha anhelado más que él, no era, políticamente al menos, un hombre de nuestro

tiempo ni para nuestro tiempo.39

En sus quehaceres de espectador, de meditador de los problemas de España

para lograr una convivencia y mejora del país se ve sobrepasado por los conflictos.

No supo, pudo o quiso – como subraya Gaos – sentir “una auténtica imposibilidad de

estar ni con unos ni con otros”. Silencio y fracaso político. Las consecuencias, el

abstencionismo político, el no actuar ante una situación que no entiende y le supera

pues él no es un hombre de acción para tempore belli, sino para intentar construir en

tiempos de paz.

5. Años de peregrinaje. El filósofo expatriado

José Ortega y Gasset emprende su autoexilio, su destierro en los días finales de

agosto de 1936. Está convencido de que “los rojos le matan… o me matan los blancos.

Aún no sé quiénes me hubieran matado, pero de lo que estoy seguro es de que si me

quedo, me matan”, luego es una marcha impuesta por las circunstancias personales

(al igual que la de su amigo Gregorio Marañón). Tras salir por el puerto de Alicante

inicia una peregrinación que durará nueve años recorriendo Grenoble, Holanda,

Paris, Lisboa, Vichy, Paris, Buenos Aires, Estoril y Lisboa. Escasez económica,

39

GAOS, J., “Ortega en la política” (1956), en Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de la ideas en

España y la América española, O. C., IX, UNAM, México, 1992, p. 183.

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ayudado por los amigos argentinos y por sus ediciones y conferencias, hasta que en

1945 regrese a Madrid. El autor de Meditaciones del Quijote nos transmite lo que ha

sido su vivir en estos años:

He vivido esos cinco años errabundo de un pueblo en otro y de uno en otro

continente, he padecido miseria, he sufrido enfermedades largas de las que

tratan de tú por tú a la muerte.

La vida en Grenoble, acogido por Jacques Chevalier y, posteriormente, en

París no es tan fácil como la de Gregorio Marañón a quien se le permite ejercer la

medicina y tener consulta privada. Pero a don José que desde 1935 era Commandeur

de la Legión d´Honneur no le fue difícil conseguir un visado40, su hija tenía tarjeta de

refugiada, y nuestro protagonista está acuciado por penurias económicas, por lo que

tendrá que multiplicarse en sus trabajos, artículos, etc., pues llegó a tener a su cargo

dieciséis personas. Ortega no se relaciona con el resto de compatriotas que están en la

ciudad. Hay una voluntad de autoaislamiento para mantenerse alejado del delirio

colectivo, pretendidamente equidistante, aunque sus hijos luchan como falangistas al

lado de las tropas franquistas.

Señala Gaos que Ortega “no previó tal futuro, siendo quien era”41. Se conviertió

en un ser errabundo, aquél que va de una parte a otra sin tener un lugar fijo. Esa es la

condición del filósofo español. Son años duros, de dolencias, de su operación a vida o

muerte en Paris (1938), que nos ha narrado Gregorio Marañón, pero sobre todo de

sentir ese estremecimiento de “estar fuera de”, de ser arrojado fuera de tu patria. Se

40

Giustiniani, E., “El exilio de 1936 y la tercera España. Ortega y Gasset y los blancos de París. Entre el

franquismo y liberalismo”, Circunstancia, Año VII- Nº 19 – Mayo 2009, Fundación Ortega/Marañón,

http://www.ortegaygasset.edu/publicaciones/circunstancia/ano-vii---n--19---mayo-2009/articulos/el-exilio-de-

1936 Además hay que precisar que la figura del refugiado va ligada a los conflictos bélicos y sus consecuencias

(hoy se habla de “desplazados” para referirse genéricamente a aquellos que deben abandonar su país). Esta

definición fue sentada en 1951 en la Convención sobre el Estatuto de Refugiados de las Naciones Unidas.

La protección de estas personas ocurrió por primera vez en el marco de la Sociedad de Naciones, en la década de

1920 con la creación de órganos destinados a brindar apoyo a los refugiados rusos y alemanes. Actualmente la

figura de refugiado es más restrictiva según el Derecho Internacional un estatuto propio, así el artículo 1 de la

convención enmendado por el Protocolo de 1967 provee la definición de refugiado: “Una persona que, debido a

un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membresía de un grupo social o

de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo,

no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del

país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar

dispuesto a volver a éste”. El refugiado es, por tanto, alguien que ha sido expulsado a un territorio diferente al

de su país de origen; también es desterrado pues no puede volver a su tierra porque ha sido expulsado de ella. 41

GAOS, J., Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de la ideas en España y la América española, O.

C., IX, UNAM, México, 1992, p. 132.

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enfrenta a su propia circunstancia y si no la salva o afronta no puede salvarse a si

mismo e inicia su peregrinatio al experimentar su soledad e incomunicación

sintiéndose desalojado de su magisterio y despojado de su otrora liderazgo sobre la

juventud española. Ha vuelto concluida la guerra… y no puede hacer casi nada, salvo

con su fiel Julián Marías intentar poner en marcha el Instituto de Humanidades, se

siente desplazado, aunque muchos de sus antiguos discípulos sean falangistas de la

primera hora y constituyan parte de la intelligentsia del Nuevo Estado.

Incomprendido, no querido por sectores republicanos y exiliados y marginado por el

franquismo viaja a Aspen en 1949, a Darmstdat donde coincide con Heidegger (1951),

Doctor Honoris causa por las universidades de Marburgo y Glasgow, estancia en

Munich, conferencias en Londres y Edimburgo, vuelve a Darmstdat (coincide con

Adorno y con un joven Tierno Galván) en 1953, el año siguiente conferencias en

Munich y vuelve a Inglaterra. En la Fundación Cini de Venecia da su última

conferencia en 1955. Regresa a España y muere el 18 de Octubre.

Únicamente fuera de España le escuchan y atienden, en su país nada. El

nacional-catolicismo le ha aislado y utilizado en su primera conferencia en El Ateneo,

la manipulación le hará ser consciente de que no puede hacer nada dentro de España.

Ha medido mal la fuerza del contrario y ha sobrevalorado su astucia, es consciente de

que es una labor imposible. Viajes y viajes que en su fuero interno son un constante

estar fuera de, en un intento permanente de romper el cerco al que se ve sometido en

España debido a su propia reflexión. El filósofo madrileño ya no encarna el logos del

Manzanares y encara el desasosiego de las empresas fracasadas y el silencio impuesto

sobre su figura y obra, lo que le conduce al ensimismamiento, no ya propio del

filósofo, sino también de aquél que ha visto sus proyectos no realizados y

condenados al fracaso en su España.

Ahora bien, su vuelta a la España de Franco y del nacionalcatolicismo causó

estupor y estragos entre sus antiguos discípulos y amigos de Iberoamérica. Para

Guillermo de Torre es “un golpe en el corazón”, y para María Zambrano un “doloroso

estupor” de María Zambrano. En México ya no tiene a nadie y ante su silencio altivo a

las misivas mandadas por Alfonso Reyes, éste le escribe que “el Colegio de México no

es un nido de rojos vengativos, sino refugio de gran parte de quienes usted mismo

educó y embarcó en la aventura de cambiar España”.42 Se distancia de amigos

confinados y no trata con los círculos de exiliados, mientras su entorno, su círculo

42

GRACIA, J., José Ortega y Gasset, Taurus, Madrid, 2014, p. 593.

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más próximo, como indica Gaos, es cada vez más aristocrático y reaccionario. Ha

quedado preso de su propio tiempo, con un proyecto de regeneración de matriz ética

que pertenece a sus primeros años, y los nuevos tiempos demandan alternativas,

categorías nuevas para analizar la convulsa segunda mitad del siglo XX. Su mundo ya

pertenece al ayer y él es plenamente consciente de su circunstancia, así como de la

imposibilidad de salvarla. Sabe que su naufragio es parte de la salvación.

Continúa así ese carácter errante de su vida, ese vagar constante, convertido en

un conferenciante que peregrina hacia sí mismo y que manifiesta la soledad

intelectual en que se encuentra. Ese es su modo de ser y vivir. El nuevo liberalismo es

una vuelta al viejo liberalismo. Expatriado, autoexiliado, refugiado son adjetivos que

nos sirven para expresar esos distintos modos de estar en el mundo, son sus

existenciarios pues conforman su voluntad de estilo. No se trata de dar con la figura

jurídica a que Ortega se acogió durante su itinerario por varios países antes de

regresar a la España de Franco, sino de representar desde su marcha voluntaria de la

España conmocionada por los inicios de la guerra su modo de vivir, sus categorías

existenciales, esa Lebensform del permanente extrañamiento del expatriado; pero

que a su vez no tiene parangón con aquellos que vencidos tuvieron que abandonar

España tras la victoria franquista y en muchas peores condiciones.

Son situaciones trágicas diferentes. Pero ¿eso constituye el sentimiento del

exiliado? María Zambrano contesta con contundencia: “El encontrarse en el destierro

no hace sentir el exilio, sino ante todo la expulsión”.43 Pero ni en esas situaciones que

él describe como “desolado vivir” se rinde, es comprensible su abatimiento, sus

tribulaciones y zozobras por cómo tiene que vivir sus últimos años. Consciente de su

fracaso, hace de la necesidad virtud y gracias a ello retoma viejos esbozos y retoma las

tareas y quehaceres como filósofo.

No pienso ni por un momento que don José Ortega encerrado en su laberinto

se identificara – como su discípula María Zambrano – con el Niño de Vallecas,

emblema de “donde siempre han estado los dejados”, esperando “que alguien los

recoja”. Ni aún en estos malos tiempos don José Ortega y Gasset tendrá la

invisibilidad de los vencidos ni esa sombra prohibida que son los exiliados. Siempre

fue fiel, incluso hasta en los tiempos más duros e ingratos, a su divisa: “La vida es una

faena que se hace siempre hacia adelante”.

43

ZAMBRANO, Mª, Los bienaventurados, Siruela, Madrid, 1990, p. 31.

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BIBLIOGRAFÍA

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