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VÉRTICE PREHISPÁNICO EN OCTAVIO PAZ

Marta Piña Zentella Universidad Autónoma de Baja California Sur, México

En la parte central de México se desarrolló la cultura mesoamericana, una

civilización originaria que si bien recibe una fuerte influencia tolteca, es una de las culturas mayores en el continente, junto con los mayas y los incas; a esta organización humana asentada de la meseta central mexicana se le conoce como aztecas o mexicas.

Desde la perspectiva antropológica y arqueológica ser una civilización originaria significa ser un pueblo que evolucionó sin la influencia de otros pue-blos. De acuerdo con León-Portilla, las civilizaciones originarias han sido esca-sas en la historia de la humanidad (10).

Uno de los poetas y ensayistas mexicanos que desde muy joven sintió atracción por la herencia cultural prehispánica es Octavio Paz. A raíz de su tendencia humanística desbordada y pluricultural, rasgo de su pensamiento universalista, y gracias a las condiciones de vida que le permitieron pasar largas temporadas fuera de México, pudo confrontar la diversidad, conocer distintas religiones, escribir sobre otros pueblos, pero nunca se alejó de la presencia precolombina que emana de la nación mexicana. Su afán por revelar en su poesía y ensayo el vínculo indisoluble y profundo que nos liga a los mexicanos contemporáneos con las razas precortesianas es constante y se localiza disperso a lo largo de su obra. Vínculo que existe aunque a muchos no les interese verlo o incluso pretendan negarlo.

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No obstante, en cuanto al ensayo paziano, éste se ha leído como texto his-tórico, texto con fines antropológicos, como texto social o político, sin tomar en cuenta las bases teórico-literarias que fundan y fincan el ensayo como parte del género argumentativo1.

No es el asunto a tratar aquí; sin embargo, al indagar sobre la percepción del mundo precolombino por parte de Octavio Paz, detecté de nueva cuenta un juicio inexacto hacia la obra de Paz en relación con el tema prehispánico tratado en sus ensayos; no así en su poesía.

En un texto titulado “Octavio Paz y su percepción del México Prehispánico” Guillermo Marín manifiesta que la visión de Paz sobre el México precolombino “es muy superficial” y eurocéntrica. En efecto, Paz no fue especialista en esa ma-teria, pero el aspecto relevante en la obra del ensayista mexicano es la capacidad de síntesis, análisis y construcción de nuevas tesis, es decir, el cómo interpreta, aplica y relaciona esa “visión superficial” del mundo prehispánico con su pre-sente individual y nacional, y también el cómo escribe o poetiza sobre el tema.

Por otro lado, el modelo eurocentrista ni es exclusivo de Paz ni es un modelo que deteriore la capacidad personal para apreciar lo propio, lo autóc-tono y lo nativo. Aunado a lo anterior, me pregunto cómo seguir a pie juntillas y devotamente los principios básicos de una civilización cuyo momento cultural hegemónico se dio hace más de 500 años y que, además, fue destruida en un alto porcentaje. ¿Qué sabe un mexicano promedio de la educación, el derecho o la salud entre los aztecas? Pero ese también es tema para otro momento.

La caída del imperio azteca se inició desde el primer momento del contacto entre ambas razas, fue paulatina, confusa y, finalmente concluyó el 13 de agosto de 1521 con la derrota indígena. La transición histórica de ese hecho está delimitada por fechas precisas, pero los efectos, la onda expansiva del encuentro de dos mundos continúa hasta la fecha. Como apunta Arturo Uslar Pietri en el breve ensayo “Todo lo que amaneció el 12 de octubre” de aquel 1492 fue

1 Ver Ma. Elena Arenas Cruz, Hacia una teoría general del ensayo; constitución del texto ensayístico, Cuenca, Universidad Castilla-La Mancha, 1997, capítulo uno.

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mucho, pero muchísimo más que el Nuevo Mundo, tanto que todavía hoy nos esforzamos por entender.

Mexicanos como Miguel León-Portilla, Fernando Benítez, Alfredo López Austin y muchos más, entre ellos, Octavio Paz, lo que hacen con su obra es promover justamente el diálogo intercultural entre el lector y una civilización de la que quedaron visibles e intrigantes muestras arquitectónicas. De acuerdo con la terminología de René Jara, esta correspondencia entre la plasmación del pasado mítico mexicano y la obra de un autor del presente, como lo es Octavio Paz, responde a una estructura intramitológica, en tanto sigue “en su construc-ción un mito procedente del área cultural de elaboración de la obra” (Gras 75). Lo que fomentan en realidad los autores con amplia mirada hacia el pasado es la posibilidad de descubrir −aunque sea fragmentariamente− esos vínculos a través de una mirada personal hacia una historia de la cual hay múltiples inter-pretaciones.

El primer contacto del poeta con el arte precolombino fue en su época de preparatoriano, cuando era alumno del Colegio de San Ildefonso. En “Repaso en forma de preámbulo”, recuerda el asombro ante la maravilla: “En la antigua Casa de Moneda −patio de arena roja, palmeras y grandes macetas con plantas verdes− habían instalado las antigüedades mexicanas. Allí pude ver por primera vez, con horror y pasmo, la escultura precolombina. La admiré sin entenderla: no sabía que cada una de esas piedras era un prodigioso racimo de símbolos. Poco a poco entreví sus enigmas.” (19)

En 1931, el joven Octavio Paz, de escasos 17 años, publicó “Nocturno de la ciudad abandonada”, poema que a juicio de Evodio Escalante resalta la “madurez” del joven como poeta y, además, es importante por las siguientes razones:

Es el primero en el que Octavio Paz elimina el Lozano adolescente (su apellido

materno) que había acompañado hasta este momento todas sus publicaciones

en periódicos y revistas. En este sentido podría decirse que con la publicación

de este texto Paz accede, por la vía de los símbolos, a su mayoría de edad como

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escritor. Ya no teme que se le confunda con su padre, que lleva su mismo

nombre. Es también el primero de una serie de nocturnos que Paz habrá de

escribir a lo largo de su carrera como escritor. Es el antecedente, hasta ahora

ignorado, de textos como “Vuelta”, “Nocturno de San Ildefonso”, “Noche en

claro” y otros de parecido calibre. (Escalante 343)

Y también lo coloca como el primer poema con sentido crítico en tanto

puntualiza un conflicto existencial. “En esta inflexión estriba el hálito crítico del poema. La ‘Ciudad del Silencio’ o de la ‘Desesperanza’ remite a una catástrofe originaria, esto es, que se remonta al tiempo del origen, y de la que no ha sido posible recuperarse.” (344)

En un plano poético, para Paz el presente de su ciudad, edificado sobre piedras en ruinas, sobre lagos desecados, oscila entre el mito de fundación de México-Tenochtitlan y los icnocuícatl –cantos tristes− contemporáneos, cuyo tema es la caída del imperio azteca. Para Claudia Comes, Octavio Paz aborda el tema prehispánico desde dos facetas: la histórico-social y otra que “posee una dimensión más estético-filosófica en la que lo prehispánico se articula como ve-hículo y forma de expresión poética” (Comes 65). En esa línea de pensamiento, la mitología indígena funciona como soporte idóneo para conectar al yo-poeta con el otro colectivo, el otro precolombino, el otro originario, el otro mítico filtrado hacia el presente; conexión articuladora de un vértice que ha mantenido viva de idea de pertenencia a una grandeza caída. He aquí el inicio del canto triste:

“Nocturno de la ciudad abandonada”2

Ésta es la ciudad del Silencio,

de la voz amarga de lágrimas.

2 Obras completas, Miscelánea I: México. FCE. 1999, pp. 38-40, tomo 13. La publicación original se publicó en Barandal 4, noviembre 1931. Barandal apareció entre agosto de 1931 y marzo de 1932. Consta de siete números. Sus editores fueron Rafael Malo, Octavio Paz, Salvador Toscano y Arnulfo Martínez Lavalle.

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Ésta es la ciudad de la Desesperanza.

Los enormes templos derruidos,

las columnas ya rotas, aplastando

serpientes y dioses labrados.

En efecto, “Nocturno de la ciudad abandonada” no sólo es –como afirma

Anthony Stanton3− el primer poema urbano y el primero donde incluye moti-vos prehispánicos claramente identificables, que subsistirán en creaciones pos-teriores; también sugiere a priori la revelación de un espacio físico que ha sido, desde la fundación de Tenochtitlán hasta nuestros días, un hito urbano: antes núcleo ceremonial mexica, ahora restos del Templo Mayor; antes y ahora centro político y religioso. En los alrededores del centro ceremonial se han encontrado múltiples piezas arqueológicas4 enterradas en el subsuelo de la gran ciudad5. Este espacio representado ahora principalmente por la Plaza de la Constitución posee un potencial connotativo inmenso tanto para los individuos como para la nación y es también el espacio del poema.

3 Anthony Stanton. Las primeras voces del poeta Octavio Paz (1931-1938). México D.F.: Conaculta. 2001. 4 Algunos de los hallazgos arqueológicos más importantes que se lograron en el perímetro de las calles de Guatemala, 5 de Mayo, Madero, Corregidora, Moneda y Seminario en el Centro Histórico capitalino son: Piedra de Sol (1790), Coatlicue (1790), Piedra de Tizoc o Cuauhxicalli (1791), cerámica y restos de una escalera (1900), escalinata, cabeza de serpiente y cuauhxicalli (1901), esquina sureste del Templo Mayor (1913) plataforma, cerámica y relieve (1913), Teocalli de la guerra sagrada (1913), Piedra de Axayácatl (1913), Yolotlicue (1933), Monolito de las cuatro edades (1939), adoratorio al norte del Templo Mayor decorado con mascarones de Tláhuac (1965), Coyolxauhqui (1978), Teocalli de Tezcatlipoca y Piedra Roja (1988), restos prehispánicos y coloniales como pisos, drenajes, plataformas (1983), entierros, cerámica colonial (2005), entre muchos más. Fuente: Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH, portales de Internet y <http://www.mexicodesconocido.com.mx/espanol/historia/prehispanica>. 5 El más reciente descubrimiento fue en febrero de 2010: en un predio de la calle de Guatemala número 16 se encontró el templo más importante dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl. Cfr.<http://dti.inah.gob.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=4157&Itemid=329>.

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Noche, cada vez más pura, se torna

quinta esencia de sombra luminosa.

El espanto se quedó en el umbral de la llanura.

Y aúlla…

En la calzada del hastío:

Persecución de los rumores, que se esconden,

prisioneros, en el martirio de las piedras.

Un grito se quedó petrificado en el Silencio.

(¿Dónde estará la voz de esta ciudad?)

El reino del silencio es tratado en esta segunda parte como visión especular

de la primera, los rumores se esconden en el martirio de las piedras, el grito pretérito quedó petrificado, la ciudad no tiene voz, porque no tiene habitantes, se trata de un silencio mortuorio frente a la muerte no sólo de los pobladores de esa ciudad, sino frente a la muerte de toda una cosmovisión.

Aunque en este primer nocturno el autor no menciona la palabra Tenoch-titlan, se sobrentiende por la atmósfera creada el contexto del poema y los hechos históricos. Escalante ve como antecedente de este nocturno la Urbe estridentista de Maples Arce, ya por la temática, ya por algunas imágenes simi-lares. Sin embargo, desde mi óptica, otro de los impulsos genésicos para crear poemas con temas prehispánicos es la obra de Carlos Pellicer. En Primeros poemas (1913-1921), Pellicer publica “Tríptico azteca” y “Tríptico de la tristeza heroica” dedicado –siguiendo a Concepción Reverte– al momento de la Con-quista. Reverte ve en el corpus del tabasqueño una línea de poesía heroica a la cual se suman alrededor de veinte poemas (Reverte 67-97). En piedra de sacri-ficios (1924) resaltan textos como “Uxmal” y “Oda a Cuauhtémoc”. En general, la poesía de Pellicer, maestro de Paz, permea una influencia inicial en el alumno.

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No obstante, el leitmoiv de la ciudad derruida, particularmente la derrota de México-Tenochtitlan ha estado presente en la poesía nacional desde mucho antes con un tono de lamento y una estética de la ausencia. Observa José Carlos Rovira: “La estética global de la ciudad prehispánica es la estética de lo desa-parecido. La arqueología nos anima a contemplarla. La literatura nos guía de una forma sensorial hacia ese lugar que existió. Es una poética de lugares posi-bles basada en lugares desconocidos que existieron.” (Rovira 197)

En la recopilación preparada por Miguel León-Portilla de Visión de vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista (1959) se encuentra el “Manus-crito de Tlatelolco” (1528), conjunto de textos anónimos escritos por los tlate-lolcas testigos del asedio a Tenochtitlan por las tropas de Hernán Cortés. Un proxy�es del asedio a Tenochtitlan reza:

Y todo esto pasó con nosotros

Nosotros lo vimos,

nosotros lo admiramos.

Con esta lamentosa y triste suerte

nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

en las paredes están salpicados los sesos.

Rojas están las aguas, están como teñidas,

y cuando las bebimos,

es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos en tanto, los muros de adobe,

Y era nuestra herencia una red de agujeros.

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Con los escudos fue su resguardo,

pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad. (166)

El tono de tristeza y desánimo es muy similar, casi el mismo al empleado

por Paz en “Nocturno de la ciudad abandonada” y algunas proxy�es muy próxi-mas se repiten en “Crepúsculos de la ciudad” y “Vuelta”; ya sea imágenes vi-suales o imágenes de sentido cuya función es reforzar la estética de la ausencia, como por ejemplo, este terceto de “Crepúsculos de la ciudad”:

Todo lo que me nombra o que me evoca

yace, ciudad, en ti, signo vacío

en tu pecho de piedra sepultado.

Sobre la derrota del pueblo azteca, Paz asienta, en “Conquista y Colonia”, en

El laberinto de la soledad, las razones por las cuales cae la gran Tenochtitlan: los aztecas interpretaron que los dioses les habían dado la espalda, es decir, si fueron motivos religiosos los que promovieron la guerra florida y engrande-cieron al imperio, también fueron asuntos de religión los que empequeñecieron a los guerreros mexicas ante el enemigo. La traición no fue de los tlaxcaltecas, sino la de los dioses que llevan al pueblo al desamparo frente a las profecías que anuncia su religión. “La llegada de los españoles fue interpretada por Mocte-zuma –al menos al principio– no tanto como un peligro ‘exterior’ sino como el acabamiento interno de una era cósmica y el principio de otra. Los dioses se van porque su tiempo se ha acabado; pero regresa otro tiempo y con él otros dioses, otra era.” (85)

Este tono de desesperanza se encuentra en los poemas de José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde y Pedro Reygadas, entre otros. Poemas que por la fecha de publicación son �eroic�do� a otro de Carlos Pellicer que mantiene el mismo leitmotiv y se �eroic�: “13 de agosto, ruina de Tenochtitlan”, publicado en 1965, texto en el cual se encuentran los siguientes versos:

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Estoy mirando la ciudad destruida,

flor aplastada por un pie sombrío.

Estoy mirando el agua en los �eroic,

Vacía, ciega de tanto ver

lo que jamás debió haber visto.

Es la enorme �eroic�do�e florida.

El Destino �eroic�do entre las ruinas

parece más presente en todas partes.

Hay un hedor de gritos

Entre la sangre �eroic de la fecha.

Concepción Reverte añade: “En ’13 de agosto, ruina de Tenochtitlan’, Pelli-

cer se lamenta de la caída del Imperio azteca con un nostálgico ‘ubi sunt?’ que resumen el estribillo de versificación pirameidal: ‘Me da tristeza, / no por mexicano, / sino sólo por hombre’” (75). Esta generalidad de humanizar el dolor por encima de nacionalidades y hechos pasados potencializa la tristeza pellicle-riana y fraterniza con la atemporalidad del mito; aspecto que Paz retoma en sus poemas.

Como ya dije, otros poetas también han sentido atracción por ese tema. En 1966 Pacheco publica El reposo del fuego en cuya tercera parte leemos:

Brusco olor del azufre, repentino

color verde del agua bajo el suelo.

Bajo el suelo de México se pudren

Todavía las aguas del diluvio.

...

Bajo el suelo de México verdean

eternamente pútridas las aguas

que lavaron la sangre conquistada.

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Mientras Lizalde retoma el tema hacia 1999 en un libro que desde el título predispone a la catástrofe: Tercera Tenochtitlan y escribe:

Miro hacia atrás contra la carne traslúcida

y la vista se sumerge en este pozo de sangres

cuelga seis siglos sin tocar el fondo

...

A mi espalda se extiende el seco osario

de puntas repulidas torvas lanzas arcabuces

hostiles pedruscos con ojeras de pólvora

armaduras vacías como cocos

...

Este osario es el mío

la populosa tumba de familia mis raíces

mis muertos enterrados los unos por los otros

...

mi tzompantli mis muertos con entrañas de

serpiente

Esta tendencia de poetizar el lamento y desesperación, con una intención de

enojo y rabia es particularmente clara en “Petrificada petrificante”, poema en el cual la ira simboliza la ruptura, el desconcierto frente al “signo vacío” mencio-nado en “Crepúsculos de la ciudad”:

Valle de México

boca opaca

lava de baba

desmoronado trono de la Ira

obstinada obsidian

petrificada

petrificante

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Ira

torre hendida

talla larga como un aullido

pechos embadurnados

frente enfoscada

mocosangre verdeseca

Ira

fijeza clavada en una herida

iranavaja cuchimirada

sobre un país de espinas y de púas

También se insertan en esta línea “Sueño de Tenochtitlán”, de Homero

Aridjis, incluido en Construir la muerte (1982), así como todo el apartado “Ciudad sitiada” (1992), del libro homólogo de Pedro Reygadas, mismos que no acaban de sacudirse los ecos de La raza de bronce (1902), de Amado Nervo.

Tanto la derrota del 13 de agosto de 1521 y la heroicidad de los protago-nistas nacionales, así como el poder mítico de los dioses tutelares mexicas re-presentados en piedra, han sido tema literario, en prosa y en poesía, desde la época colonial ya para mexicanos, ya para extranjeros. Sin embargo, el rescate que hace Octavio Paz se inserta en lo que Liliana Weinberg llama el “humani-smo crítico” de Paz y esto lo quiero resaltar de manera particular, ya que es un punto clave. Esta autora puntualiza que un elemento existencial fundamental en el pensamiento paziano es: “la intuición primera de un desgarramiento hombre-mundo, de una separación entre el individuo y su comunidad de origen que él [Paz] luego extenderá a la condición humana toda y rearticulará en la dialéctica soledad-comunión, verdadera matriz de su pensamiento, y como constante bús-queda de reconciliación, de restauración de ese orden originario perdido, a tra-vés de la fiesta, el mito, la poesía.” (Weinberg 2006)

En los poemas en los que incluye temas o elementos prehispánicos Paz rein-tegra y reconfigura una organización simbólica que cumple con varias fun-ciones: reubica al autor dentro de una reinterpretación dramática de su mundo,

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comparte con sus lectores una inquietud de la conciencia presente en la historia nacional, restituye la grandeza épica del sitio de Tenochtitlán y sostiene el mito a través de un elemento muy próximo para sus coterráneos contemporáneos: la palabra.

Desde ese humanismo crítico, Octavio Paz indaga por la posibilidad de reflexionar sobre el origen individual y colectivo desde el hoy. El poeta opera co-mo un sujeto transculturizador que responde a una intuición interna que ne-cesita comunicar para seguir confirmando –como él mismo escribe– que el mito es un pasado y un futuro realizable en un presente.

“El mito es un pasado que también es un futuro, pues la región temporal en donde acaecen los mitos no es el ayer irreparable y finito de todo acto humano, sino un pasado cargado de posibilidades, susceptible a actualizarse... El mito es un pasado que es un futuro dispuesto a realizarse en un presente.” (El arco 62)

Hablar del mito, intentar desentrañar su misterio, su sentido, es aproxi-marlo a nuestro presente y el reubicarnos en torno a la existencia de tal o cual mito específico nos permite entender un poco mejor la historia pasada, nos fa-culta para entender el vértice dialéctica soledad-comunión de forma personal. Y al decir reubicarnos o recolocarnos en torno a un mito, lo pienso como la fusión de un acto de memoria voluntaria e involuntaria en la acepción de Marcel Proust.

Obras citadas Comes Peña, Claudia. “El pasado indígena en México o el instrumento de la

memoria”. América sin nombre 5-6 (dic. 2004): 60-67. Gras, Dunia. “Del espejo enterrado al Mictlán”. La palabra recuperada.

Mitos prehispánicos en la literatura Latinoamericana. Helena Usandizaga (ed). Madrid: Iberoamericana/Verveurt, 2006. 73-98.

Escalante, Evodio. “El tema del presente y de la presencia en la historia poética de Octavio Paz”. AIH: Actas XI (1992): 338-346.

León-Portilla, Miguel. Aztecas-mexicas: desarrollo de una civilización originaria. Madrid: Algaba, 2004.

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Marín, Guillermo. “Octavio Paz y su percepción del México Prehispánico”. <http://www.toltecayotl.org/tolteca/index.php?option=com>. 3 marzo 2010.

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México D.F.: SEP-FCE, 1984 (1950). ---. El arco y la lira. 1956. México D.F.: FCE, 2005. ---. “Repaso en forma de preámbulo”. Los privilegios de la vista III. México

en la obra de Octavio Paz 7. México D.F.: FCE, 1989. 17-26. Reverte, Concepción. “Poesía heroica de Carlos Pellicer”. ALH 16. Madrid:

Universidad Complutense. 1987. 67-97. Web. <revistas.ucm.es>. 4 marzo 2010. Rovira, José Carlos. “Emergen las ruinas en la ciudad y en la literatura”.

América sin nombre 5-6 (Dic. 2004): 196-201. Weinberg, Liliana, “El ‘humanismo crítico’ de Octavio Paz”. 2006.

<http.//ensayistas.org/crítica/generales/…/paz.htm>. 6 marzo 2010.