Capítulo X ESTADIA EN COSTA RICA (Julio a Octubrede 1882)

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Capítulo X ESTADIA EN COSTA RICA (Julio a Octubre de 1882) PUNTA ARENAS, EL GOLFO DE NICOYA Durante mi estadía forzada en Panamá utilicé mi tiempo en hacer una inspección de mis colecciones y empacarlas, ya que habían crecido de nera tan importante que ocupaban 14 grandes cajones. La ciudad era de nuevo un lugar de estadía poco agradable, porque la fiebre amarilla y la casi más temida "fiebre de Panamá" hacía cada día varias víctimas y entre ellas debí contar desgraciadamente a mi enérgico marinero Isidoro, el único que durante mi último viaje habia resistido el clima favorable a las fiebres de la boca del Río San Carlos. Ya tenía todo en orden para comenzar el viaje hasta Punta Arenas en el "City of Panamá", un vapor de la "Pacific Steam Navigation Company", cuando caí con un ataque de fiebre, el más severo que haya tenido. S610 a los solícitos cuidados de mis amigos en Panamá, el Cónsul y la Señora Gillych y el Ingeniero Rothe, debo dar gracias del término feliz de la enfer- medad. Cuando pude ponerme en pie de nuevo, ya había el vapor desde mucho tiempo atrás dejado la ciudad y debí esperar el siguiente, el "Hon· duras", que debía salir e112 de Julio. A través del Director Ejecutivo de la Compañía, el Capitán Dow, desde mucho tiempo conocido por su libera- lidad y su buena voluntad incansable con los investigadores de la natura· leza en estas regiones, pude obtener no sólo importantes comodidades a bordo, sino también cartas de recomendación para el Agente de la Com- pañía en Punta Arenas. Como el Cónsul GyIlich me había provisto con valiosas recomendaciones a varios lugares de COflta Rica, podía ver venir mi estadía en la pequeña República con mucha calma. Esta vez no tenía yo otro acompañante que Nerón, porque tuve que dejar a Bostrüm, todavía convalesciente, en Panamá: debía seguirme tan pronto como su salud se lo permitiese. En la noche pasamos ütoque y un rato después la bahía afuera de Pueblo Nuevo, nombres que no despertaban en mí recuerdos puramente agradables. La mañana siguiente pasamos frente a Punta Mala, la punta Suroeste de la costa sin islas ni puertos de la ancha Península Azuero, y más tarde en el día pasamos Ceiba, la isla más grande de la costa Oeste de América entre Chiloé y Vancouver. La isla, que es -99-

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Capítulo X

ESTADIA EN COSTA RICA (Julio a Octubre de 1882)

PUNTA ARENAS, EL GOLFO DE NICOYA

Durante mi estadía forzada en Panamá utilicé mi tiempo en hacer unainspección de mis colecciones y empacarlas, ya que habían crecido de ma~

nera tan importante que ocupaban 14 grandes cajones. La ciudad era denuevo un lugar de estadía poco agradable, porque la fiebre amarilla y lacasi más temida "fiebre de Panamá" hacía cada día varias víctimas y entreellas debí contar desgraciadamente a mi enérgico marinero Isidoro, el únicoque durante mi último viaje habia resistido el clima favorable a las fiebresde la boca del Río San Carlos.

Ya tenía todo en orden para comenzar el viaje hasta Punta Arenas enel "City of Panamá", un vapor de la "Pacific Steam Navigation Company",cuando caí con un ataque de fiebre, el más severo que haya tenido. S610a los solícitos cuidados de mis amigos en Panamá, el Cónsul y la SeñoraGillych y el Ingeniero Rothe, debo dar gracias del término feliz de la enfer­medad. Cuando pude ponerme en pie de nuevo, ya había el vapor desdemucho tiempo atrás dejado la ciudad y debí esperar el siguiente, el "Hon·duras", que debía salir e112 de Julio. A través del Director Ejecutivo dela Compañía, el Capitán Dow, desde mucho tiempo conocido por su libera­lidad y su buena voluntad incansable con los investigadores de la natura·leza en estas regiones, pude obtener no sólo importantes comodidades abordo, sino también cartas de recomendación para el Agente de la Com­pañía en Punta Arenas. Como el Cónsul GyIlich me había provisto convaliosas recomendaciones a varios lugares de COflta Rica, podía ver venirmi estadía en la pequeña República con mucha calma.

Esta vez no tenía yo otro acompañante que Nerón, porque tuve que dejara Bostrüm, todavía convalesciente, en Panamá: debía seguirme tan prontocomo su salud se lo permitiese. En la noche pasamos ütoque y un ratodespués la bahía afuera de Pueblo Nuevo, nombres que no despertaban enmí recuerdos puramente agradables. La mañana siguiente pasamos frentea Punta Mala, la punta Suroeste de la costa sin islas ni puertos de la anchaPenínsula Azuero, y más tarde en el día pasamos Ceiba, la isla más grandede la costa Oeste de América entre Chiloé y Vancouver. La isla, que es

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rica y da muchas frutas, tiene una población sumamente escasa, tan sólode algunos centenares; al Sur se encuentra un par de islas menores, Jicaróny Jicarita, las cuales a pesar de ser los lugares más avanzados en el OcéanoPacífico, están cubiertas de selvas de la cima al borde del agua. Todasestas islas pertenecen a la Provincia de Chiriquí, que durante el dominiode los españoles era una de las regiones más pobladas y mejor cultivadasde la actual República de Panamá. La provincia es ahora conocida poriener bastante ganado y por su riqueza en antigüedades, que so consiguende viejas tumbas indígenas en las partes Norte y Central de la provincia.

Nos acercamos ahora a Punta Buriea, frontera entre Costa Riea y losEstados Unidos de Colombia, de los cuales Panamá es uno. A distanciavimos la entrada del Golfo Dulce, la más al Sur de las dos enormes bahiasque adornan y sirven la costa Oeste de Costa Rica. Las montañas de lacosta se levarüan hasta 1.000 metros de altura. El golfo se mostró fiel asu reputación: estaba cubierto de nubes negras y nos recibió con una lluviaabundante. Nos alejamos ahora más y más de la tierra y 10 último quevimos antes de la caída de la noche fue el Cabo Moreno, en la costa Nortede la ancha península que fonna el Golfo Dulce.

A la salida del sol, al día siguiente, no teníamos tierra a la vista, perodespués de un par de horas se levantó en el horizonte una ancha y boscosacadena de montañas, el Monte Herradura; y cuando la brisa marina pudoalejar las nubes, se alzó detrás una imponente cadena de montañas, el CerroTurubales, de 1.300 a 1.400 metros de alto. Después de haber pasado laPunta Herradura, vimos la montaüa alejarse hacia el interior de la tierrafirme y alli abajo una costa relativamente baja, con grandes cantidades depalmeras y otros altos árboles y entre ellos varias desembocaduras de ríos,que brillaban al sol. Al otro lado teníamos la Península de Nicoya, anchay montañosa, a veces barrida por nubes azul-negras de tempestad, a vecesbien definidas por la luz brillante del sol, con sus numerosas islas y ense­nadas, sus valles, sus colinas recubiertas de bosques. Pronto tuvimos a lavista la baja punta de arena, que se avanza largamente en el mar, que hadado su nombre a la ciudad de Punta Arenas. Del mar no parece el lugarparticularmente imponente, pero si ordenado y próspero y las casas de colorcafé oscuro con sus barreras verdes de cactus y sus palmeras de cocos resal·tan de manera llamativa contra la arena blanca deslumbrante.

Un bote de fuerte construcción me tomó con mis compañeros de viaje através del oleaje hasta un muelle largo y alto, al cual tuvimos que subirpor una escalera de hierro: por lo tanto era a la vez molesto y peligrososubir el equipaje. En el muelle me salió al encuentro el primer impuesto,bajo la forma de un "derecho de entrada" por mi equipaje a un centavopor libra de poso. Subió por lo tanto a 5 dólares y como el botero pidiesela misma suma por el viaje a tierra, debe admitirse que cuesta demasiadocaro el honor de poner los píes sobre tierra costarricense. Además, se debepagar un alto derecho de aduana por el equipaje, de cualquier naturalezaque sea, libros, instrumentos, lo mismo que tabaco y ropa. Es absoluta·mente prohibido introducir armas. Por 10 tanto tuve que dejar todas mis

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propiedades en la aduana y agradecer que después de pagar el impuestopudiera llevar conmigo las ropas más necesarias y mis libretas de notas.

El sefíor Rohrmoser, Agente de la Compañía de Vapores, me consiguió,sin embargo, al cabo de algunos días, con el Consejo de la República, liber­tad de derechos de aduana para la mayor parte de mis cajones e instru­mentos, de manera que pudiese comenzar mis excursiones por tielTa y pormar. En el Hotel American me dieron un cuarto aireado y agradable yuna cocina que no dejaba nada que desear. El anfitrión, un antiguo capi~

tán de los Estados Unidos con el nombre de Mastel's, hizo todo lo que pudopara hacerme agradable mi estadía en la ciudad y debo reconocer, agra­decido, que tuvo completo éxito en su tentativa.

A pesar que la ciudad tÍene una extensión bastante importante, su pobla­ción es apenas de 1.500 habitantes. Las calles son excepcionalmente an­chas, iluminadas o más bien indicadas en el medio por una línea de linter~

nas de kerosme. Las casas, de estilo español-americano corriente, cons­truidas de maderas y de tablas, con una gran parte de ellas de dos pisos,con anchas verandas cubiertas. Gracias a las bellas huertas, que rodeanla mayoría de las casas, adquiere la ciudad, a pesar de sus edificios sin pre­tensiones, un aspecto muy atractivo. La iglesia es un edificio grande, enforma de caja, pintado de blanco, sin torre ni otro signo de ornamentación.Está construida con tan grandes dimensiones que puede admitir más gentede la que hay en toda la ciudad. En el interior la iglesia está pobrementedecorada, a pesar que una cantidad de decorados, más parecidos a juguetespara niños, un poco toscos, que adornos de iglesia, están amontonados enel coro. AlIado de la iglesia hay una tOlTe con reloj, más baja que la igle­sia misma; sus campanas, cuya forma y aspecto señalan su antigüedad, sedistinguen por un sonido especialmente melodioso. El edificio que llamamás la atención es, sin embargo, el viejo faro, ahora en desuso (Fig. 23a);construido con tablas, tiene la forma de una airosa torre, formada por pla­taformas, la que, al pie de la letra, se inclina hacia su caída. De arriba setiene una de las vistas más maravillosas sobre la ancha bahía, el mar y lastierras de Nicoya.

Mi primera excursión fue un paseo a caballo a lo largo de la larga yestrecha lengua de tielTa, en cuya extremidad se encuentra la ciudad. Elllamado "Camino Real", como también todas las calles de la ciudad, es dearena muy fina en espesas capas, lo que hace que sea cansado caminar,para hombres y animales. Y así continúa el camino más o menos seis kiló­metros, hasta el comienzo de la lengua de tierra, donde inmediatamentese llega a la tielTa firme, que de allí sube rápidamente. Toda esta largapenínsula es por lo tanto un producto del trabajo del mar por un lado ypor el otro del de los ríos, que desembocan en el lado Norte de la lenguade tierra.

El ancho más grande es apenas de medio kilómetro, el menor cerca de50 metros. Está cubierta por una vegetación lujuriante y variada, pocohabitual, a pesar que el suelo es sólo de arena fina, sin montículos ni arra-

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yos que podrían contribuir a reunir y retener alguna tierra más fértil. Pe~

queños ranchos se encuentran pegados los unos a los otros a lo largo delcamino, con pequeñas parcelas bien cercadas y bien cultivadas. Es el exactoopuesto de lo que se ve en el Istmo. Allá, en Panamá y sus alrededores,una población negra, perezosa y fea, con sus casas y terrenos en ruinas;aquí, habitantes en quienes predomina el color blanco, activos, ordenadosy prósperos, con cultivos bien cuidados.

Varias especies de palomas (Chamoepelia, Zenaidura, Chloroenas, Geotry~

gon), grandes y pequefla.s, se encuentran a sus anchas en los plantíos y semuestran poco tímidas. Pequeñas bandadas de cotorras verdes (Conurus),munidas a veces en una sola gran bandada, que con ruido y chirridos toma~

ban posesión de un enorme mango o se desparramaban sobre una hilerade guayabas de escasa altura. Como un rayo pasó un brillante colibrí através del camino, se detuvo en el aire sobre una enorme flor para cazarinsectos, que allí buscaban- su alimentación; con un ruido fuerte vibrantebatía tan rápidamente sus alas que para el ojo parecían dos brillantes me­dio círculos. Chichuris, golondrinas, pájaros carpinteros, y garzas contri­buían a hacer el cuadro más vívido. El buitre de cabeza gris se veía poraquí y por allá en las ramas nudosas de algún árbol sin hojas o en el troncocaído de un cedro, medio sumergído en el agua. En la ciudad también seencontraban por todas partes y son tolerados libremente en su calidad deempleados municipales, encargados de la limpieza (Cathartes atratus). Elbuitre de cabeza roja (Cathartes aura) no lo encontré nunca en la costaOeste del país. Cerca de la tierra firme misma vi en un espeso bosquecillode guayabas y palmeras una bandada de lapas rojas y azules (Ara milita­ris), sin duda una de las decoraciones más brillantes de los bosques tropi­cales. Brillaban como flores de color rubí violento entre el follaje verdede las palmeras y trepaban, usando su enorme pico como una tercera pata,la cabeza baja, arriba de las ramas más finas.

En una de mis excursiones pasé un par de horas en el mismo lugar obser~

vando las hormigas acarreadOl'as de hojas (Oecodema Sp.) motivado porlas observaciones del célebre víajero inglés y geólogo Belt (Thomas Belt,The Naturalist in Nicaragua, London, 1874). A menudo acarreaban pe~

dazos de hojas, tres o cuatro veces más grandes y mucho más anchas queellas mismas, y entienden bien cómo defender sus cargas cuando están obli­gadas a pasar debajo de palos u otros obstáculos en su camino. Belt supo~

ne que emplean estos pedazos de hojas para preparar, al interior de ciertosrincones de sus espaciosas cavernas una especie de banco para hongos, des­pués que las hojas han comenzado a pudrirse debido a la humedad atmos­férica que existe en estos hoyos. Cavé tres de sus cuevas y encontré exac­tamente una cantidad de estos pedazos de hojas arrumbados a lo largo delas paredes de un hoyo de 4 centímetros de alto, más o menos a un terciode metro bajo la superficie. Esta pieza tenía 3 a 6 entradas o respiraderosy no había la menor traza de humedad. Las hojas estaban secas, una can~

tidad de ellas comidas en los bordes y encima de ellas había una cantidadde pupas de hormigas, pero ninguna larva. También en las prolongacionesde los túneles se encontraban montones de pedazos de hojas, pero no había

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pupas. Aqui no había ninguna razón para suponer un crecimiento de han·gas, lo que no impide que éstos puedan hacerse en otras partes de la colo­nia, por ejemplo donde las larvas se encuentran amontonadas. Sin embar­go otra circunstancia habla contra el uso de pedazos de hojas para hacercrecer hongos: una gran parte de los restos de hojas venían de una especiede Ficus y estaban ahora casi enteramente convertidas en una especie depergamino. Si hubieran sido destinadas para hacer crecer un hongo, el ma­terial debería haber sido tomado más bien de árboles y arbustos de hojasmás finas.

A mi regreso tuve la compaiíía de una caravana de carretas, tiradaR porbueyes, los vehículos que mantienen el tráfico entre la costa y las tierrasaltas, donde habita la mayor parte de la población y donde se encuentrala riqueza mayor del pais, las plantaciones de café. Estos vehículos secomponen de un marco groseramente tallado al hacha, sobre dos masivasruedas de tablas de 4 pulgadas de grueso, mantenidas por aros tallados dela mísma manera tosca. Un yugo largo de casi dos metros, de 1/3 de me­tro de ancho y de un decímetro de grueso, con convacidades para la cervizde los bueyes, está firmemente amarrado a sus cuernos y arrastran el pe­sado vehículo. La "cama" misma de la carreta consiste en una caja uetablas gruesas de un metro y medio de largo por de un metro de alto y delmismo ancho. Una de estas carretas no puede recibir mucha carga y esclaro que el precio del acarreo de las mercaderías trasladadas de esta ma­nera debe ser bastante caro. Ka se usa riendas: un palo puntudo y conun chuzo de hierro, y un pesado látigo son los únicos medios de conducción.Se puede asegurar con entera certeza que estos vehículos son del mismomodelo de los que se utilizaban ya en el país hace más de 200 años.

La parte de Costa Rica que tiene Punta Arenas como ciudad principalo la comarca de Punta Arenas está bastante poco poblada. Tenía en elcenso de 1874 menos de 5.000 habitantes, de los cuales 1.520 en la ciudad.El clima, a pesar de ser caliente, es bastante saludable: ciertamente con­tribuye a eso, en lo que se refiere a la ciudad, su situación sobre un sueloporoso de arena y sobre todo a las refrescantes brisas marinas. De PuntaArenas sale un ferrocarril, pero desgraciadamente no va más lejos que Es­parta, a 22 kilómetros. En el futuro se espera que el Océano Pacífico es­tará unido con el Atlántico con un ferrocarril entre Punta Arenas y PuertoLimón. Además de este trecho de ferrocarril, se encuentran ya otros dosen pleno tráfico, uno en las tierras altas, el otro en el Atlántico: más ade­lante tendremos oportunidad de hablar más largamente sobre este sistemade comunicaciones.

El Golfo de Nicoya es uno de los más bellos que se puedan ver, con susacantilados altos, montañosos, variados, sus numerosas bocas de ríos, y susbellas islas, a veces densamente cubiertas de vegetación, a veces excesiva­mente rica, a veces alzándose en formaciones curiosas de rocas. En nume­rosos viajes de investigación, dragando el fondo del mar, tuve la oportu w

nidad de aprender a conocerlas.

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La primera vez que allí ensayé mi suerte, había arrendado un esquifeinglés y tres, digámoslo así, marineros. De la larga, espaciosa ensenadaque se encuentra al Norte de Punta Arenas nos dirigimos a remo por elancho golfo directamente al Oeste hacia la Isla San Lucas, que en su playaNorte ofrece un puerto especialmente bueno y es la estación naval de laRepública en la costa del Pacífico. La escuadra del Pacífico no era cierta­mente grande, consistía en una pequeña goleta, un navío a vapor de menostamaño y algunas chalupas. El puerto, al contrario, tenía capacidad parala Real Flota Sueca. En la isla se encuentra un pequeño castillo con unaguarnición y dos cañones. Después pasamos el Pan de Azúcar, una pe­queña isla en forma cónica, de mucha vegetación y alta. En Gechuava,inmediatamente al Sur de la isla, comenzamos a dragar con buen éxito,aunque bajo un calor opresivo, que al principio disminuyó un poco, cuandola esperada brisa marina o "virazón" comenzó a soplar. De allí se pro­longó la excursión hacia la tierm firme de Nicoya y un pequeño pueblo,Estero de Gigante, situado al borde de un pequeño riachuelo del mismonombre. La costa de Nicoya es particularmente bella con montañas trasmontañas, algunas abundantemente dotadas de bosques, otras cubiertasde pasto lozano. La ganadería es la principal industria de Nicoya. Ensus playas se abren muchos valles lujuriantes, cada uno irrigado por un ríoo por un riachuelo. La extremidad Sur de la peninsula está bordeada dealgunas islas de mayor o menor tamaño, que con sus pintorescas forma­ciones montañosas contribuyen a realztlr la belleza del panorama.

Del otro lado del golfo levantan las cordilleras de Costa Rica sus inmen­sas cimas y miran aristocráticamente hacia abajo las montañas de Nicoya,más bajas. Masas de nubes poderosas, tan oscuras y amenazadoras queparecen en cada instante estar dispuestas a dejar caer truenos y lluvia, cu­bren muchas de estas cimas y a veces bajan a los valles, creando un fondomagnífico para las montañas de la costa, ante ellas. A su pie se extiendela larga lengua baja de tierra que lleva la ciudad de Punta Arenas, tan bajaque las casas desde la distancia, parecen bañarse en el agua. Al Suroestese abre el océano infinito, por algunos segundos sin la sombra de una nube,fulgurando y resplandeciendo a la luz cálida del sol. El Golfo de Nicoyaes por su tamaño y por los magníficos puertos que ofrece de una impar·tancia inmensa para la República. Su largo de la boca en el Cabo Velahasta el fondo de la desembocadura del Río Tempisque alcanza a 60 kiló­metros. Entre Punta Arenas y la Punta de la Hoz, el punto más estrechodel golfo, algo más de 12 kilómetros. Su ancho más grande encima dePunta Arenas es de unos 20 kilómetros y aproximadamente lo mísmo enla boca.

La marea subía cuando quisimos navegar a vela dentro de la laguna Nortedel puerto: la entrada estaba defendida por una ancha barra o banco dearena, que incluso botes pequeños apenas pueden pasar por un solo lugary a menudo con riesgo, cuando el viento es del S.O. Las olas en la barrerase alzaban altas y puntudas en una guirnalda larga en forma de medialunacomo el parapeto de un castillo. l\Hentras nos acercábamos a la barra, saca·ron los hombres de mi tripulación a relucir las historias más espeluznantes

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de accidentes, que aquí habían pasado, en los cuales tiburones, desespera­das novias y tempestades de NOviembre jugaban un papel importante. Sinembargo, pasamos la barra sin aventuras y continuamos en la laguna Nortedel puerto nuestro trabajo de dragar el fondo marino.

Otro día hice una excursión de caza arriba del Río Ciruela, uno de lostres ríos que desembocan en el puerto al Nort.e de Punta Arenas. Mi em­barcación era un bote de 8 a 10 metros de largo con tres remeros indios.La primera presa de la caza fue un cocodrilo, que en compaftía de un parde camaradas hacía su siesta al sol encima de un banco de arena afuerade la desembocadura del Río Seco, un pequefio río que corre inmediata­mente al Oeste del Ciruela. Era el cocodrilo más largo que hasta enton­ces había visto en América Central, medía de la nariz a la punta de la cola4.6 metros. Pertenecía a la misma especie (Cocodrilus acutus) que habíaencontrado antes en las bocas del Río San Carlos, Caymito y Chepa en laBahía de Panamá. El banco de arena se prolongaba de una pequeña islabaja y cubierta de vegetación, que lleva el nombre orgulloso de Panteóny era el cementerio de la ciudad.

Remamos con la marea que subía en el brazo más al Este del Ciruela,el Santa Rosa, que serpenteaba en innumerables curvas a través del suelosuelto y plano. Eran tan pronunciadas estas sinuosidades que en ningunaparte pudimos ver de una sola vez 150 metros de largo del río y que enuno o dos lugares el largo del bote hacía casi ímposihle nuestro avance. Lavegetación de mangle se extendía río arriba tan lejos como llegaba la co­rriente: en algunos pocos lugares alcanzaba esta vegetación una altura im­portante, pero en general crecía baja y detrás de ella se levantaba el granbosque de altos árboles. Cuando habíamos subido 3 ó 4 kilómetros ríoarriba, el bote se detuvo en seco. Los indios se quitaron sus pocas piezasde ropa y saltaron al agua. Empujaron el bote entonces por más de 2 kiló­metros sin molestarles el sol, que perpendiculannente enviaba sus rayossobre sus cabezas descubíertas. Cuando el calor se hizo excesivo, se detu­vieron, se acostaron en todo su largo en el fondo del río y se mantuvieronmás de un minuto bajo el agua, después siguieron empujando.

A mediodia llegamos a la hacienda Ciruela, donde fuimos recibidos concortesía por el propietario, un imponente mestizo, después que se hubo he­cho la más ceremoniosa presentación. Sillas de altos respaldos cubiertasde pieles de tigre fueron sacadas de la casa y colocadas bajo la sombra deun inmenso aguacate y con estas frutas (Persea gratísima) nos reanimamosdurante una profunda discusión sobre la situación política en Europa yCosta Rica. De repente me empujaron los tonos profundos de un monoululador a interrumpir el debate y decir adiós al hospitalario anfitrión ya su dama. Después de 20 minutos de marcha forzada tuve la suerte detirar a los animales que se moVÍan más rápidamente en las ramas que noso­tros en el suelo. Un VÍejo macho de barbas blancas fue mi presa, pero me­dio muerto trató aún de escaparse, porque con su fuerte cola prensil, laquinta mano de los monos americanos, había hecho un lazo tan fuerte, queel cuerpo quedó colgando después que la vida se le hubo escapado. Dcs-

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pués de haber esperado en vano casi una media hora tuve que permitir queuno de los indios subiese en el alto árbol y cortase la rama de la cual elmono colgaba. Cuando la rama hubo sido bajada al suelo tuve que emplearbastante fuerza para desenrollar la cola y soltarla de la rama. El monoululador ha recibido su nombre del potente grito, que despierta sorpresay temor en los que lo oyen por la primera vez en los bosques tropicales. Elgrito es tan fuerte que uno está inclinado a creer que se trata de un animalde mucho mayores dimensiones. El mono ululador también está dotadode un aparato especial para producirlo: uno de los huesos de la parte nltade la laringe es de un tamaño bastante grande y se ha vuelto una cápsulade hueso en forma de ('.asco, que sirve como una especie de caja de reso­nancia.

Dos lapas rojas y azules aumentaron nuestro botín, después de lo cualahnorzamos en un pequeño rancho al borde del río, donde una matronamuy habladora. Yo fui servido sobre una pequeña mesa con mantel, man­tel que era irreprochablemente blanco, los indios en otra mesa sin mantel.Yo tuve huevos fritos con bananos fritos; los indios esto mismo, pero coci·dos. Vea Ud. la diferencia entre un caballero y los peones, según el enten­dimiento de la vieja dama.

Algunos días más tarde tuve a orillas del Río Tocosca!, más o menos a20 kilómetros de Punta Arenas, un día de caza particularmente con suerte.Había descubierto un tapir y lo había herido. Nerón siguió la huella hastala orilla de un pequeño afluente del Tocoscal, donde había desaparecido:el tapir había después atravesado el río o lo había seguido por algún trecho.Después de buscar un rato a lo largo de ambas riberas, encontró por finNerón la huella y a un kilómetro del río encontró muerto al tapir. Era unejemplar joven del tapir de Baird (Tapirus bairdi). Como tenía dos horasde camino hasta el lugar donde me esperaba mi bote y mi tripulación, nopodía tomar conmigo sino el cráneo, y comencé con mucho cuidado a deso·llar la piel de la cabeza, cuando Nerón dio un corto y fuerte ladrido entrelos matorrales a alguna distancia de mí. Me apresuré a ir allí y lo encon­tré agazapado, como para saltar, con el pelo erizado. En los matorrales,apenas a 20 pasos de mí se oía un susurro y pude apercibir un gato atigra­do, que a toda velocidad desapareció en la dirección del pequeño riachueloque habíamos cruzado poco antes. Con evidente goce siguió Nerón la hue­lla, yo corrí derecho a la ribera del río donde el terreno era más abierto yapenas habia dado 50 pasos cuando, entre los árboles, vi a la fiera pasandoel río sobre un tronco angosto caído a través de la corriente. La distanciaera larga, pero enteramente libre. Tiré -el tigre dio un salto y desapa­reció entre los matorrales, antes que yo pudiese hacerle otro tiro, pero vique estaba seriamente herido, porque arrastraba la parte trasera. CuandoNerón trató de pasar por el tronco, que el tigre babía usado como puente,perdió el equilibrio y siguió la corriente río abajo por algún trecho. Bus­qué un lugar para vadear, por el cual yo había hacía poco pasado el río yavancé con cuidado hacia el puente o tronco, y allí. encontré un buen charcode sangre: cuando levanté los ojos del suelo, vi a mi presa acostada a lolargo de una rama gruesa y baja de una ceiba. Sólo veía la espalda izquier-

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da y una parte del lado izquierdo de la cabeza, con un ojo amarillo-verdeque me miraba con ferocidad. Traté de cambiar de lugar para tener me·jor oportunidad de tirar, pero como al mismo tiempo oí que el perro se apro­ximaba y temí que podria ser despedazado, si venia bajo el árbol, tiré yen una pesada caída cayó el tigre y quedó tendido en el suelo boca arriba,haciendo vanos esfuerzos cada vez más débiles para pararse. No le podiadar el golpe de gracia porque Nerón se dirigía hada la presa, arrastrándosecon el hodco abíerto y el vientre contra tierra, como un puma. El tigrehizo un esfuerzo para darle un zarpazo al perro con la garra sana, pero cayó

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Fig. 24. - Mapa antiguo de Tierra Firme (1691).

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de lado pesadamente, Nerón lo cogió entonces del pescuezo y termi·nó con su vida. Era un ejemplar adulto, particularmente bello: dela punta de la nariz a la base de la cola medía 75 centímetros, la cola eramá... o menos la mítad de larga. Esta especie se llama en Costa Rica "Cau­celo" y a pesar que jamás ataca humanos a menos que esté herido, es muytemido por los estragos que hace entre los animales domésticos. No seencuentra en las tierras altas, las regiones más templadas de Costa Rica,sino que prefiere mantenerse en las regiones de valles con vegetación másdensa, en los ríos de las regiones de "tierras calientes" y especialmente enla región de la costa. El tapir al contrario sube bien arriba en las tierrasaltas y he visto sus huellas tan alto como a 1.500 metros sobre el nivel delmar, Los disparos habían atraído a mi gente y demostraron su alegría porel delicioso asado de tapir, tomando consigo todo lo que podían acarrear.La caTIle de tapir, especialmente la de animales jóvenes es un buen y fuertealimento: su color es mucho más oscura y es más jugosa que la caTIle debuey que habitualmente se consume en los trópicos.

El viaje de regreso, afuera de Tocoscal, fue maravilloso. El sol habiabajado desde hacía mucho rato, el cielo era azul negro profundo y las estre­llas brillaban con una luz más intensa de lo que estamos habituados aver en el Norte de Europa. En el río tenían las riberas, cubiertas por den·sos bosques, un color oscuro, tan sólo interrumpido por la brillante espumacreada por los remos o por el brillo blanquecido de uno que otro insectofosforescente que cruzaba nuestro camino. Y a pesar que la luz era escasaa nuestro alrededor, no faltaba la vida: sobre todo un concierto de muchasvoces de grillos, ranas, chotacabras y lechuzas que se quejaban, a veces mez­clados con los aullidos enojados de los monos, que todo lo dominaban. Cercade la boca del río, en un lugar donde el bosque había retrocedido un pocoy había dejado lugar a una vegetación de arbustos, echamos pie a tierrapara cazar insectos. Se encendió una linterna y se colocó sobre un mantel,su superficie blanca se aumentó con nuestras camisas y pronto se reunieronalrededor de la luz una cantidad de insectos y se les clasificó sobre un tuboy en rollos de papel. La laguna del puerto estaba tranquila y lisa comoun espejo, una estela fosforescente mostraba el recorrido del bote sobre lasuperficie del agua. De repente apareció la luna detrás de las cimas delas montañas y cambió el mar sombrío y también la bahía en una super­ficie vibrante que brillaba plateada, tan lejos como el ojo podía alcanzar.(Fig.24).

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Capitulo XI

LAS TIERRAS ALTAS DE COSTA RICA

Un día de Julio dejé Punta Arenas para dar una vuelta arriba en lastierras altas hasta la capital de la República, San José. El motivo de miviaje era la dificultad para obtener infonnación en Punta Arenas sobre loslugares y circunstancias en la Costa Atlántica que deseaba visitar para estu­diar algunos importantes problemas zoológicos. Por ferrocarril debía llegarhasta Esparta y de allí a caballo hasta Alajuela, un recorrido de 45 kiló­metros. El tren se componía de una locomotora, un vagón para pasajerosy un vagón abierto para mercancías, cargado de sacos y encima de ellosalgunos pasajeros que no pagaban. El viaje hasta Barranca fue sin aven­turas, ciertamente lento y prudente, porque se necesitaba más prudenciaque complacencia, ya que la vía estaba construida de una manera descui~

dada poco frecuente, a veces uno u otro lado de la vía se hundia bajo elpeso de la locomotora. El viaje se hace a través de uno de los recorridospor ferrocarril más bellos que se pueda recorrer. En la primera parte tieneuno el mar abierto inmediatamente al pie de la línea del ferrocarril y contraésta el oleaje se rompe tonante y amenazador; del otro está la rica vege­tación tropical del bosque joven, de arbustos en flor y de bejucos, bordean~

do un camino sinuoso bajo la arboleda, aquÍ y allá interrumpido por plan­tíos cercados no menos exhuberantes. Pronto dejamos el mar y entramosen el bosque, húmedo y de inmensos árboles en la boca del Río Barranca.Las riberas del río son pintorescas, la ribera Norte, la más alta, cubiertapor grandes árboles, la Sur sube rápidamente en colinas suaves y verdean~

tes. El río se pasa por un puente colgante, liviano y sólido, de hierro. Estepuente es sin comparación el mejor de todo el ferrocarril Punta Arenas-Es­parta y es también de fecha mucho más posterior a todo el resto del tra­bajo. La línea misma del lado Sur era todavía más defectuosa que la quehabíamos recientemente pasado. No habíamos hecho más de un kilómetrodel puente cuando la locomotora se descarriló y se necesitó el trabajo duro deuna hora para colocarla de nuevo sobre los rieles. Felizmente había fuerzade trabajo abundante. El camíno hace curvas más o menos atrevidas ycorta varios monticulos de arena bastante altos. Pero todo el trabajo deexcavación y de construcción de túneles está hecho de manera tan super~

fidal que uno tiene pleno derecho a estimar que éste es uno de los ferroca~

rriles más peligrosos que se pueda recorrer. También todas las autorida-

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des ilustradas y competentes piensan que es necesaria una reconstruccióncompleta. Llegamos, sin embargo, en buen estado a Esparta.

A pesar que la pequeña planicie sobre la cual se encuentra la ciudad selevanta apenas un poco más que 230 metros sobre el nivel del mar, se dis­tingue, sin embargo, de manera notable de la tierra baja vecina de PuntaArenas por su temperatura y por su vegetación. Lozanos prados llamanla atención y los árboles de hojas son más numerosos que las palmeras. Enel "Hotel Lacoste" se encuentra el viajero con un lugar de estadía agrada­ble, en todos sus aspectos: el propietario es un honorable viejo francés. Laciudad, que contando las haciendas vecinas tiene unos 1.500 habitantes,hace buena impresión por su limpie7..a, que por todas partes impera y porlos numerosos plantíos y jardines ah'ededor de las casas. El camino a SanJosé, el camino real, es la calle principal. Una plaza grande cubierta depasto rodea la iglesia, que está construida en un estilo poco común. Latorre está situada en medio de la fachada, y no, como es habitual, en sucostado izquierdo. Algunos ensayos de arcos sobre las ventanas y unasacristía de construcción separada la hacen menos parecida a una caja delo que es corriente.

Esparta goza de un clima delicioso, "como el clima de verano en el Surde Francia", decía el viejo francés, y después suspiró profundamente, conlo que tal vez queria decir que todas las ventajas no están aquí en la costadel Pacifico. Bananos, caña de azúcar, maíz, batatas y frutas de toda espe­cie se cultivan aquí: también se practica la ganadería aunque en menorescala.

Temprano a la mañana siguiente dejé la pequeña ciudad sobre el lomode un miserable caballo, que sufría mucho de la edad y del mal trato. So­bre montañas y valles, sobre arroyos apacibles y torrentes de montaña re­tumbantes nos esforzamos en seguir adelante por un camino, donde a me­nudo el caballo se hundía hasta la panza en el barro, mientras que yo teníaque bajar de la silla hasta el borde del camino para encontrar un punto entierra firme, desde el cual lo pudiese sacar del lodo. Por cortos trechos seencontraba aquí y allá un pequeño sendero apisonado en modio del anchocamino y entonces dejé que mi caballejo, cansado hasta la muerte, trotaraun poco, con el resultado que al menor paso en falso me daba un baño delodo. Por algunos trechos se encontraba trazas de un antíguo camino depiedra, pero como no estuviese del todo mantenido en buen estado, contri­buía más bien a empeorar el camino que a hacerlo transitable. Construc­ciones de mayor o menor tamaño, la mayoría de troncos de palmera conplantaciones de caña de azúcar, maíz, frijoles y plantas de tubérculos seseguían una tras otra a lo largo del camino, alternando con grandes potre­ros cubiertos por un pasto lozano lujuriante, todo cuidadosamente cercadode estacas de cactus o por cercos de estacas de madera. Todos los imple­mentos de trabajo agrícola y todos los utensilios caseros mostraban un sellode vejez y mostraban que la gente, por lo menos en este respecto no habiadado muchos pasos adelante "desde que el yugo español había sido derri­bado". (Fig. 25).

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CARD BOVALLlUS

En un ranchito me detuve para descansar al caballo. La dueña de casame invitó con café y tortillas de maíz y pronto entré en animada conver­sación con los miembros de la familia. Se quejaron amargamente de lostiempos difíciles y de la pobreza del país. Pero si un país como Costa Rica,con sus recursos naturales, es pobre, eso debe provenir de la mala adminis­tración o de que el pueblo es sin iniciativa o tal vez de ambas situacionesreunidas. Hace treinta años tuvo Costa Rica, bajo la larga presidencia delhábil comerciante Rafael Mora, finanzas florecientes y paz política. Desdeentonces el país ha sido agitado por las convulsiones·revoluciones tan freocuentes en los países centroamericanos, y para colmo, el café, principal pro­ducto del país, ha bajado ahora (J882) tanto en su precio que su posiciónes débil dentro de los recursos del país.

El viaje continuó pasando un arroyo o riachuelo tras otro, la mayoríadotados de puentes de madera que se cimbraban; uno de ellos, el de JesúsMaría, podía sin embargo vanagloriarse de un magnífico puente de piedra,sencillo y sólido, alzándose más de 15 metros sobre la superficie del agua,con fuertes pilares de apoyo, el todo en piedra canteada. Seguramente esun recuerdo del antiguo "Camino Real". Después de mediodía llegué alpueblo de San Mateo: la nitidez y la elegancia que caracterizan Espartahacían completamente falta aquí. Las casas eran pocas y poco cuidadas,la mayoría de tablas. La iglesia era pequeña y sin importancia alguna,situada fuera del recinto de las casas y a cierta distancia de ella se enconotraba una pequeña torre de madera de forma cuadrada. No había plaza,si uno no honra con este nombre a un gran prado que rodea a la iglesia.San Mateo tiene apenas unos 500 habitantes, pero la.,: vecindades alrededordel pueblo tienen una población densa y hay más de 1.500 habitantes. Alo largo de la calle principal o camino real crecían palos de naranjas, ago~

biados de frutas maduras. Eran, a la vez por su gusto y por su aroma, lasmejores naranjas que yo haya jamás comido, antes y después, y tambiénSan Mateo tiene una cierta reputación por ellas, pero la producción de na·ranjas es tal que muchas veces es más grande que la demanda. Para des~

cansar el caballo descansé aquí todo el resto del día e hice una excursiónal Río Concepción, un afluente del Río Grande.

Ya a las 5 de la mañana del día siguiente había montado en silla y tro­taba sobre el camino, confiando en el instinto del caballo, porque yo mismoapenas podía vagamente percibir el camino. Fue un espectáculo imponente"ver al sol dorar la cima de las montañas". Nos encontrábamos entoncesen el lado Oeste de uno de los ramales principales de la cordillera, 108 Cerrosdel Aguacate, una cima al lado de la otra, no altas cimas cónicas de volca­nes, sino cerros redondeados más apacibles, alzándose lentamente sobre laalta cresta de las montañas. Por todas partes ofrecia aquí el camino exal·tantes panoramas de valles y mesetas, riachuelos rientes o campos de maízverde-claros por aquí y por allá cortackJs por un torrente de montaña sonoroo rodeado por un bosque de variados aspectos. La cresta de montañas antenosotros era escarpada y el camino subía en zig-zag, pero con una pendientebastante fuerte. El sol no había aún subido en alto tanto que se pudiesemirar por encima de las cimas de las montaüas; por lo tanto subí a la som-

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bra hasta arriba, donde me detuve algún tiempo en un rancho grande -omás bien una tienda- casa de huéspedes, para descansar. De aquí, delpaso donde el camino real cruza la cresta de los Cerros del Aguacat.e, a unos1.500 metros sobre el nivel del mar, se goza de un maravilloso panorama:hacia el Oeste baja la tierra en amplias terrazas hacia el mar, con la lenguade arena de Punta Arenas y el ancho Golfo de Nicoya y sus tierras altas,como olas verdes en la distancia, y atrás una cinta del mar brillante-doradobajo los rayos del sol. Del otro lado se extendía la alta planicie densa­mente cultivada, en hondonadas de montes y valles y cercada por la impo­nente cordillera, cuya poderosa cadena de volcanes se había revestido deamenazadores festones de nubes.

La bajada al término Este de los Cerros del Aguacate era fácil y prontoestábamos alojados en el llamado hotel de la pequeña ciudad de Atenas,donde los tres, Nerón, el caballo y yo encontramos desayuno.

Atenas se encuentra a menos de 800 metros sobre el nivel del mar y goza,según el decir de sus mismos habitantes, del mejor clima de la República.La ciudad es bella e invitadora, pues se encuentra sobre un terreno bast.antequebrado. Entre dos pequeños afluentes del Río Grande, pasamos el ríosobre un puente de piedra construido alto sobre el nivel del agua. Al ladomente empinada de la ladera Este del valle, llegamos a Las Garitas, antespuesto de Aduana, ahora parecida a un fuerte en ruinas. Los impuestosde Aduana se pagan ahora al lado del Pacífico en Punta Arenas y al delAtlántico en Puerto Limón. En un rancho grande o más bien en una ha­cienda, a cierta distancia de la Garita, descansamos un momento y conti­nuarnos después nuestro viaie. Algunos kilómetros al Oeste de Alajuelapasamos a través de un pueblecito con una gran iglesia, enteramente nueva,dedicada a San José, cuya estatua estaba, además, encima de la fachada.Cuando nos acercamos a Alajuela encontramos grupos del beau monde dela ciudad a caballo. Cabalgaban, tanto damas como caballeros, al galopetendido, pero como los caballos eran sin excepción pequeños y flacos, lacabalgata no hacía impresión alguna.

Alajuela es una ciudad bastante grande, se dice que tiene más de 4.000habitantes, pero se compone en su mayor parte de casas de adobe de unpiso, a menudo con techo de tejas y a veces con ventanas de vidrio. En laplaza se alza un gran edificio de piedra, enteramente nuevo, elegante, des­tinado a ser un cuartel; al lado "el palacio municipal" atraía la atenciónpor su gran tamaño. La iglesia es grande, recién reparada, construida depiedra, con dos pequeñas torres de reloj al lado de la fachada y una grancúpula sobre el coro. Las personas interesadas han tenido, sin embargo,el mal gusto de cubrir la extremidad de la cúpula hasta el techo abajo dela iglesia con láminas de hierro corrugado. Las superficies planas de lasplacas entran en discordancia completa con las líneas redondas de la cúpulay la impresión del conjunto no es, por eso mismo, imponente. En el hotelmás importante de la ciudad, "La Unión", fui liberado de mi caballo que

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tanto puso a prueba mi paciencia. De Alajuela puede uno efectivamentecontinuar por tren el viaje hasta San José y Cartago.

En el patio del hotel había además de una caballeriza para 70 u 80 caba­llos, una gallera, un pequeño redondel, rodeado de una estacada de trozasde madera de un metro de alto. Al lado de ésta había contra la murallade la casa una ancha y abierta repisa dividida en más de SO secciones. Encada una de éstas había un arrogante gallo de pelea, tan pronto como unocantaba, haCÍa coro toda la compañía. Una pelea de gallos iba a comenzarahora y una colección de señoritas en flor, de padres gordos y rollizos, yotros propietarios de gallos de todas clases sociales rodeaban la arena. Unviejo padre, bien alimentado, tenía en sus brazos un viejo gallo veterano,flaco, lleno de cicatrices y tuerto, pero aparentemente no encontró el vete­rano un adversario a su altura en la repisa, parque el gallo continuó a gozarde su lugar contra el pecho del padre. Sólo un par pelearon, anuados delargas y filosas espuelas de acero, y como los dueños mismos entraran enpelea para decidir cuál de los gallos hahía ganado, se terminó todo el espec·táculo.

En la tarde tocó la banda de música del regimiento de la plaza, que sellenó de damas con sus atentos caballeros. El Presidente de la República,Don Tomás Guardia, había muerto la semana anterior y había sido orde­nado, como señal de luto, que las bandas de música no podían tocar sinomúsica fúnebre durante 40 días. Pero esto parece haber sido intolerablepara la sangre de fuego de estos sureños, porque ahora ya se oía salir me­lodías alegres y juguetonas de los instrumentos de los músicos, adornadoscon crespones de luto.

La línea del ferrocarril, construida por ingenieros alemanes y americanos,se encuentra en excelente condición y contrasta completamente con la líneade Punta Arenas, a pesar que las dificultades del terreno han sido aquí sincomparación alguna más importantes. La vía va sin interrupción a travésde una región densamente poblada y bien cultivada: es fácil de reconocerque uno se encuentra aquí en el corazón de la República. La vista desdeel tren es por tedas partes atractiva, rica y variada, pero también no tanimponente como se podría haber esperado, aquí donde se está rodeado porcinco o seis enormes volcanes. Eso se explica en parte porque la alta pla­nicie en la cual se levanta Alajuela se encuentra ya a una altura de unos1.000 metros sobre el nivel del mar, en parte a que los grandes volcanes,de los cuales el Poas y el Barba tienen unos 2.700 metros sobre el niveldel mar, el Turrialba y el Irazú unos 3.500, se alzan con laderas que subentan progresivamente que no dan la impresión de ser tan altos de lo queson en realidad. Ondulantes campos de maíz alternan con plantacionesde café cuidadosamente cercaLns y huertas de frutas. Las casas, debidoal clima son más sólidas que las que hemos visto antes, habitualmente deadobe o al menos de tablas cuidadosamente unidas, a menudo cubiertascon techos de tejas. Las plantaciones y las huertas están rodeadas inclusode barreras vivas, a menudo de árboles de naranjas y también de altos mu­ros de piedra.

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El primer lugar donde paramos es San Joaquín, un pueblecito con unaenonne iglesia nueva, aún sin terminar, de piedra tallada en estilo viejoespañol. Se oye decir que muchas de estas iglesias de grandes proporcio­nes recién comenzadas se encuentran en esta alta meseta, pero que el di­nero hace falta para terminarlas. Más o menos a medio camino entre Ala­juela y San José se encuentra Heredia, una pequeña ciudad bonita, ricaen jardines y desde mucho tiempo atrás célebres por sus bellas mujeres.Está habitada por una buena parte de las familias más antiguas y más pres­tigiadas y tiene ahora unos 5.000 habitantes. La pequeña iglesia con sumasiva torre cuadrada es digna y elegante. Entre Alajuela y Heredia lalínea del ferrocarril sube unos 250 metros, más o menos lo mismo que entrePunta Arenas y Esparta. Entre Heredia y San José, la diferencia es sinimportancia, pero debe haber sido difícil construir la vía a partir de aquí,porque el terreno está cortado por barranco tras barranco, por lo cual hasido necesario construir una cantidad de puentes, el uno más atrevido queel otro. Cuando nos acercamos a San José, teníamos desde el tren unavista encantadora sobre la ciudad. Esta vista no vale, sin embargo, delejos, la que se puede gozar desde las montañas de la costa sobre Caracas,a pesar que San José y sus alrededores recuerdan aquélla.

Cuando uno ha viajado a través de la vieja campiña de Costa Rica, quecon toda razón puede llamarse de las altas tierras quebradas, lo que incluyelas provincias de Cartago, San José, Heredia y Alajuela, debe hacerse no­tar una particularidad que crea una diferencia entre la población de losotros países hispanoamericanos y la de Costa Rica. En ésta, el mayor nú­mero de habitantes es de sangre blanca pura que los más o menos de color.Algunas cifras deberían mostrar estas diferencias de manera contundente:México tiene 35% de blancos, contra 65% de habitantes de color; Gua­temala 2.5-3.0% de blancos contra 97.5-97.9% de color; Salvador y Hon­duras 2.0% de blancos contra 98% de color; Nicaragua 5.0% de blancoscontra 95.0% de color. Costa Rica al contra¡jo tiene 84.0% de blancoscontra 16.0% de color. Esto se debe a diferentes circunstancias, que hancontribuido a crear esta situación. Costa Rica estaba, en parte, en el mo­mento de la invasión espanola habitada por tribus de indios más o menosn6madas sin ciudades, agricultura o caminos; éstos se retiraron ante losinvasores y la mezcla de razas, como se hizo en México, Guatemala y Ni­caragua, fue aquí completamente imposible. En parte, la tierra fue colo­nizada, sobre todo, por emigrantes pobres y alegres de GaBcia. que estabanacostumbrados a laborar sus tierras ellos mismos y que por lo tanto nodependían de una importación de esclavos negros o rojos. Y finalmenteera Costa Rica, en comparación con las tierras mencionadas, tan pobresen oro, que no condujo a su explotación en grandes cantidades, con los con­secuentes ejércitos de esclavos negros. Incluso su situación aislada y susdifíciles comunicaciones defendieron la tierra, desde el comienzo hasta tiem·pos posteriores, de activos intercambíos con los países vecinos.

Una ancha avenida conduce de la estación del ferrocarril a la ciudad. Elprimer edificio grande que encuentra el ojo del extranjero, es el centro des­tilatorio del Estado. Efectivamente, la preparación de agua de vida o de

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Fig. 26. - Iglesia de la Merced, San José, C. R.

rum es un monopolio. La industria del tabaco ha sido recientemente de­jado en manos de diferentes empresas pero contra altos impuestos. SanJosé, que desde 1821 es la capital de la República -bajo el dominio espa­ñol era Cartago, capital de la Capitania General, situada al pie del Vol­cán Irazú- es la ciudad más grande de Costa Rica: tiene entre 12.000y 15.000 habitantes. Hay pocas casas de varios pisos, las principales sonel Palacio Nacional, el Palacio Municipal, la Universidad, el Teatro, el Pa­lacio del Obispo, el Cuartel y la casa del último Presidente, Don TomásGuardia, un bloque recién construido, feo, grande, pretencioso y pesado.La mayor parte de las calles son anchas y presentan en algunos lugareshuellas de capas de piedras. La más importante de las iglesias es la Ca·tedral, un edificio grande y sin estilo; de las tres iglesias restantes, la Mer·ced (Fig. 26) es la mejor. El cementerio consiste, como es habitual enestas regiones en largos y bajos edificios, o más bien murallas, donde losataúdes son colocados en nichos, en varias hileras. (Fig. 27). Hospedéen el Hotel de Victor. Para el hotelero, un francés, tenía recomendacionesde 1·1. Lacoste, de Esparta, y también me encontré muy bien allí. Con laayuda de un comerciante alemán, Herr Steimvorth, pude pronto procurar·me todas las informaciones que necesitaba para hacer el programa de la

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Fig. 27. - Nkhos en Cementerio, San José, C. R.

continuación de mi viaje, Decidí quedarme por algún tiempo en una ha­cienda con el nombre de "Caño Seco", cerca del Río Pacuare y del ferro­carril entre el Río Sucio y Puerto Limón, en la vertiente del At1ántico deCosta Rica. Primero tenía, sin embargo, que volver a Punta Arenas parabuscar a Bostrom y mi equipaje. Los días que pasé en la meseta central,los utilicé en excursiones y partidas de caza, entre ellas en comparlia delDr. José Zeledón, médico y ciertamente el ornitólogo más destacado deCosta Rica. De él conseguí muy valiosas informaciones sobre la fauna depájaros de Costa Rica y su modo de vida, en especial en las tierras altas.Utilicé un día en un viaje hasta Carlago, la ciudad más antigua de CostaRica y una de las más antiguas de toda América Central, ahora, despuésde haber sido dañada varias veces por terremotos, muy inferior a su rival,San José. Cuenta ahora bien unos 6.000 a 7.000 habitantes y tiene fuerade la antigua Catedral, apenas algunos edificios que merezcan mencionarse.Con un viejo y experimentado "cazador" como guía, hice algunas partidasde caza alrededor del pie del Irazú y pude formar una pequeña pero valiosacolección de pájaros.

Donde un viejo coleccionador y comerciante alemán, Carmiol, hice variasvisitas y no me cansé nunca de admirar su bella huerta, donde había colec-

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cionado una cantidad de plantas raras de todas las regiones de Costa Ricay además muchas especies de otras partes del mundo; éstas, sin embargo,no tenían para mí mucho interés. Tuve incluso la oportunidad de estu­diar allí algunos especímenes raros de la fauna centroamericana. Para losque estudian esta fauna y esta flora en los museos de Berlín y de Londres,el nombre de Carmiol, es bien conocido, porque muchas especies intere­santes han sido enviadas por él a sus colecciones.

Antes de salir de San José visité la plaza del mercado central. Era díade mercado y por eso, particularmente animado. La plaza del mercadoconsiste en dos grandes galpones un poco demasiado recargados de cons­trucciones alrededor y en ciertas partes, provistos de una gran cantidadde productos extranjeros y nacionales. Estos últimos no eran, si se haceexcepción de los alimentos, de una calidad especialmente rica y variada.Objetos de paja, como tapices y sombreros, trabajos en madera de la formamás sencilla y siempre sin arte, gruesos textiles, sencillos recipientes debarro, píeles y sus más sencillos artículos ya hechos y poquísimos trabajosde metal, eso era todo lo que se podia atribuir a la industria nacional. Be­llos y fuertes tipos, tanto hombres como mujeres, había en cantidad. Eranen gmeral de corta estatura, pero bien proporcionados y ágiles.

La ciudad se encontraba rodeada de haciendas y ranchos, que en mayo·ría están decidadas al cultivo del café. Visité varias de estas haciendas yme quedé asombrado de las costosas construcciones que allí se encontra­ban para el cultivo del café y su explotación. El café de Costa Rica gozade buena reputación en el mercado mundial y ha sido desde hace muchotiempo una fuente de riqueza para el país; ahora (en 1882) el precio delcafé está tan deprimido, que se oyen muchas quejas sobre los malos tiem­pos y sobre la política poco cuerda de colocar la fuerza de producción másimportante del país sobre un solo producto.

Un domingo en la maijana, dejé San José de nuevo hacia el Oeste. Losvagones del ferrocarril estaban llenos de cantidad de personas, vestidas consus mejores trajes, que iban a hacer visitas del domingo en las vecinas ciu­dades de Heredia y Alajuela. En esta última ciudad obtuve una magní­fica mula y continué mi viaje, a pesar que ya era totalmente oscuro. Laoscuridad no causó inconvenientes, porque la mula encontraba el camino.Pronto me encontré con un viejo padre, que me ofreció compafiía hastaAtenas "porque", me dijo, "la distancia es más corta para dos que parauno". Y así fue, gracias a sus descripciones llenas de humor de la vidade familia en Costa Rica y a sus quejas sobre los extranjeros en el país,que infectaban sus rebafios, antes de tan buena voluntad, con su ateísmo,de manera que el pobre padre tenía muchas dificultades para seguir ade­lante con los escasos sacrificios que ahora en estos tiempos se hacían: deotra manera había sido en su juventud. A las 8 subió la luna sobre la crestade la montaña y alumbró claramente nuestro camino de la Garita, arribay abajo del valle del Río Grande. Pronto nos encontramos sentados elpadre y yo ante el fuego en la pequefia pensión de Atenas y con una bote­lla de vino rojo de California se soltó aún más la amarra que él tenía en

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la lengua y temo que con un oyente menos discreto que yo, podría haberpenetrado profundamente en los secretos picantes de algunas nobles da~

mas. Me retiré para tomar algunas horas de reposo y continuar el viajehasta San Ivlateo antes de la salida del sol. Poco después de las 4 de lamañana monté y a las 6 me encontró el sol pasando la cresta de los montesdel Aguacate; por lo tanto tuve así sombra en buena parte del camino alo largo de la empinada ladera de la montaña. Llegué a San Mateo bajouna fuerte lluvia y me detuve allí algunas horas esperando mejor tiempo.

Como la lluvia se detuviese un momento, monté de nuevo, pero exacta·mente en el encantador valle que forma el Río Jesús 1'1aria, nos alcanzóuna de las lluvias más torrenciales que yo haya enfrentado en mi vida.Busqué refugio bajo un ficus de espeso follaje; Nerón se agazapó debajode la mula y se colocó entre sus piernas, donde encontró alguna protecciónde mi capa, que colgaba, por ambos lados. En menos de 5 minutos la llu­via penetró en torrentes a través de nuestro techo y en un instante estuveenteramente empapado, con mis botas llenas de agua. Ya que no teníanada que perder me puse de nuevo en camino. El camino se había ahoraconvertido en un rápido riachuelo y sólo con sumo cuidado podía la mulaavanzar lentamente.

Fue peor cuando tuvimos que pasar el río. Como ya lo dije anterior­mente, encima de él pasaba un puente masivo de piedra canteada con unparapeto o muralla de piedra de un metro de alto; del otro lado sube elcamino empinado, al borde de paredones casi cortados a pique. Por esocaía el agua en una sola masa sobre el puente y allí se encontraba con lacorriente creada por la lluvia a lo largo del camino del lado opuesto. Elpuente estaba por lo tanto lleno, hasta el borde de los parapetos laterales,de agua arremolinada y espumosa. Como la vez anterior que por aquí paséel fondo del puente tenía una capa profunda de lodo, la travesía era unpoco critica y la mula rehusó obstinadamente hacer la tentativa de pasarel puente. Para defender en caso necesario mis colecciones tomé mis alfor­jas bajo el brazo, le puse a la mula un pañuelo amarrado sobre los ojos yla conduje con las espuelas y la fusta en el agua: subía hasta el arzón dela silla, pero llegamos felizmente al otro lado.

Muchas veces resbaló mi pobre bestia en la correntada de agua mezcladade lodo, que caía a torrentes de la ladera de la montaña y ansiosamentecomencé a buscar un rancho para tener una protecci6n contra la lluvia,que en espesas, implacables correntadas me bañaba de los pies a la cabeza.Por fin, al cabo de otra media hora de camino divisé una casita gris y lamula, tan deseosa como yo de tener un techo sobre su cabeza, hizo algu­nos vanos ensayos de trote. Los tres fuimos amistosamente recibidos porlos dueños del rancho. El hombre cortó zacate para la mula, su esposapreparó café para mí y tortillas tostadas para Nerón y 8U pequeña hija secoIUÍó todo el chocolate con azúcar que había traído de San José. Aquíme quedó un par de horas conversando con la contenta pareja, que erandueños de un pequeño lote de tierra, donde cultivaban un poco de maízy fiame y tenían un viejo caballo y una vaca, que "el año próximo les daria

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leche para el café". Sus bienes consistían además de un gallo y cuatro ga­llinas y sus implementos de agricultura, en dos machetes y un enormemortero de madera donde machacar maíz. La lluvia penetraba a travésdel techo por varios lugares y fOffi1aba en el suelo, que era de pura tierra,lagunas. El hogar era hecho, como de costumbre, de una tabla, con arenaencima y tres piedras para sostener la marmita. Los camastros de cañablanca eran duros para que allí pudiera dormir alguien que no estaba acos­tumbrado.

Cuando la lluvia se hubo calmado un poco, nos pmnmos de nuevo encamino, refrescados por el descanso en casa de los amistosos anfitrionesde la pequeña y solitaria choza. Después de una hora de cabalgata lalluvia se volvió tan recia que de nuevo tuvimos que buscar asilo en unranchito al borde del camino, aún molS chico y más pobre que el que había­mos dejado, pero aún aquí encontramos lugar suficiente y buena voluntad}Jara el extranje1'O. Cuando la luna salió fue posible seguir el camino yfinalmente a las 9 de la noche llegamos rendidos y empapados a Esparta.:M. Lacoste estaba desesperado de mi llegada tan tarde: no tenía níngunabuena comida que ofrecenne. Yo lo calmé prontamente dándole la pruebaque pan y queso y una buena botella de Bordeaux podían consolar hastaa un viajero hambriento y en estado lamentable. En la mañana siguientellegué a Punta Arenas y comencé a equipanne para dejar definitivamenteel Océano Pacífico y dirigirme alIado del Atlántico. Corno tenía que espe­rar que llegase el vapor de Panamá, con el cual tenía que venir Bostrom,empleé mi tiempo en partidas de caza y en operaciones de dragado delfondo del mar. Entre otros tiré 5 cocodrilos, entre la alegría de los ribc~

reños, porque los glotones anfibios les mataban a veces una gallina, a vecesun perro. Una pequeña manita muy bonita -"mono cara blanca"- comolos llaman los costarricenses, fue incluso una de mis presas. Iba en esemomento a darse una banqueteada de grandes larvas de escarabajos, cuan­do la tiré y la libré para siempre de preocupaciones de comida. En conse­cuencia de su inclinación hacia el alimento animal no es considerado comouna golosina. La especie Ateles, sín embargo, que vive exclusivamente defrutas, es considerada como especialmente agradable al gusto y recuerdamucho al pavo y al capón.

Bostrüm llegó por fin, sano y alerta. Salimos hacia San José despuésde una despedida, manifestándole nuestro agradecimiento al Capitán Mas­ters, y a Herr Rohnnoser y a otros. El equipaje más pesado habia sidoenviado antes por carretas, los vehiculos pesados de que ya hablé anterior­mente, que son tirados por bueyes y mantienen las comunicaciones con lacosta y las tierras altas.

Antes de dejar la costa Oeste de Costa Rica, a la cual desgraciadamenteno tuve la oportunidad de volver, dejaré aquí algunas notas cortas sobrelos habitantes antiguos de esta tierra y sobre la colonización por los espa·ñoles.

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Si la costa fue descubierta y visitada ya por Colón en Octubre de 1502en su cuarto viaje, la costa Oeste del país, con los dos grandes golfos deNicoya y el Dulce, fue descubierta en 1516 por Fernando Ponee y Barlo­lomé Hurtado, enviados por el gobernador de Panamá, Pedrarias Dávila.No hicieron, sin embargo, ningún desembarco en el Golfo de Nicoya, quefue llamado por ellos Golfo de Lúcar. Merece crédito la suposición quelas dos carabelas, en las cuales hicieron su expedición eran las primerasque fueron construidas por europeos en la costa del Pacífico; el construc­tor era nada menos que el descubridor del Océano Pacífico, Vasco Núñezde Balboa, su astillero se encontraba en una de las Islas de Perlas. Pedra­rias no sacó inmediatamente beneficio del descubrimiento que sus "tenien­tes" habían hecho, pero un noble español, Gil González de Avila, que habíatomado a su servicio al piloto de la expedición anterior, Andrés Niño, ob­tuvo de la Corona Española el derecho de conquistar las tierras al Noroestede Panamá. Construyó también en las Islas de Perlas, dos navíos y desem­barcó en 1521 en la Punta Burica, de donde en parte por tierra y en partepor mar subió a lo largo de toda la costa Oeste de Costa Rica, bautizóindios y se apoderó de sus tesoros. (Durante su viaje bautizó a 32.264indios y consiguió 112.523 pesos de oro y además 145 pesos de perlas. Unpeso de oro es más o menos el equivalente de 12 coronas de moneda sueca).

En la actual Nicoya y Guanacaste oyó hablar al Cacique Nicoya delgran mar interior Cocibolca -el Lago de Nicaragua- y de sus ricas y den­samente pobladas costas. De allí continuó su expedición por tierra haciaNicaragua y conquistó la tierra, pero por el momento no lo seguiremos aUí.Bautizó muchos indios y reunió mucho oro.

Esto despertó la envidia de Pedrarias Dávila, quien equipó una nuevaexpedición bajo el mando de Francisco Fernández de Córdoba, quien des­embarcó en la Península de Nicoya y fundó en 1523 la ciudad con el nomobre de Bruselas, en la vecindad del gran pueblo indio de Orosí. Esta fuepor lo tanto la primera ciudad de Costa Rica. Siguió su viaje hacia Ni­caragua.

Los indios que los dos conquistadores encontraron a lo largo de la costaOe3te de esta tierra y en la tierra entre el Golfo de Nicoya y el Lago deNicaragua -Chiruiras y OroUnas-- son descritos como apacibles y debuena voluntad, viviendo en mayor parte bajo caciques o jefes, a menudoen grandes pueblos e incluso en ciudades. Cultivaban la tierra, tenian joyasde oro y cobre fundidos y forjados y se encontraban en un alto grado decultura, aunque en este respecto inferiores a sus vecinos del NortE, losNiquiranos, que estaban establecidos en el estrecho istmo entre el Lago deNicaragua y el Pacífico.

Costa Rica entretanto quedó bastante olvidada de Pedrarias y sólo en1538·1540 por primera vez comenzó alguna colonización dp las tierras altasy se fundó Cartago. Bruselas dejó entonces de existir porque en las luchasentre Diego López Salcedo, heredero de los derechos de Gil González y Pe·drarias, fue la ciudad completamente destruida en 1527 y sus habitantes

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y los sobrevivientes fueron conducidos hasta la costa Este del Lago de Ni~

caragua, para fundar una nueva ciudad, Nueva Jaén.

En 1540 fue por primera vez separada Costa Rica como una CapitaníaGeneral aparte. Se le llamó al principío Veragua Real, después Capitaníadel Desaguadero, Provincia de Cartago y después, en 1560, Costa Rica.El primer Capitán General fue Diego Gutiérrez, quien fundó la ciudad deSantiago en los territorios de los indios Suarre (región alrededor del RíoPacuare). Pero ya en 1545 fue esta ciudad atacada y destruida por estosindios guerreros y don Diego y sus gentes fueron masacrados. Los Capi­tanes Generales que lo siguieron continuaron sin gran éxito a tratar de po­ner pie firme en el lado Este.

Así fundó Diego de Soja en 1605, cuando Juan de Ocón y Trillo era Ca­pitán General, la ciudad de Santiago de Talamanca y por eso recibió ade­más toda la región Sureste de Costa Rica el nombre de Talamanca. En1610 se alzaron los indios, destruyeron completamente la ciudad y mata­ron a sus habitantes. A pesar que varias expediciones se hicieron mástarde a Talamanca y a la parte Narte de la costa Este, se cansaron porfin los españoles de estas constantes guerras y derrotas y la población deCosta Rica se concentró de más en más en la magnífica tierra alta alrede­dor de Cartago. El último Capitán General, Tomás de Acosta, se ganócon justicia el derecho al agradecimiento del país por la introducción delcultivo del café.

La independencia tuvo lugar completa y pacíficamente el 15 de 8eptiem·bre de 1821 y desde entonces hasta 1857 ha tenido el país un desarrollorelativamente rápido. El primer presidente fue Don Juan Mora, 1821­1832, un noble patriota y un activo y hábil jefe de Estado, con quien CostaRica contrajo grandes deudas. Costa Rica no ha sido sacudida por lassangrientas revoluciones, que han ensangrentado sus repúblicas hermanasdesde 1821. Dos veces, sin embargo, durante este período, han tenido loscostarricenses que tomar las armas: en el año 1842 contra el General Fran­cisco l\Iorazán, quien quiso crear una Federación de Repúblicas Centro­americanas según el modelo de los norteamericanos y en el año 1856 paraliberar a Nicaragua y al mismo tiempo a Centroamérica del dominio delaventurero Walker. Desgraciadamente, en el primer caso el Concejo cos­t.arricense puso una mancha imborrable sobre su honor al ajusticiar al pa­triota y noble l\Iorazán. Después de 1859, cuando el moderado y alta­mente merecedor por el progreso del país Rafael Mora, fue derribado porJosé María Montealegre, la República ha sido sacudida por revolucioneso sufrido despotismo militar. El presidente, muerto poco antes de mi lle­gada a Costa Rica, Tomás Guardia, gobernó el país dictatorialmente, sos­tenido por un ejército considerable.

Costa Rica tiene una extensión de unos 60.000 kilómetros cuadrados conuna población entre 170.000 y 180.000 habitantes y está dividida en 5 de­partamentos: San José, Carlago, Heredia, Alajuela, Guanacaste y doscomarcas: Punta Arenas y Puerto Limón.

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Capítulo XII

SIQUIRRES

El domingo 8 de Agosto (de 1882) abandonamos Punta Arenas paradirigirnos hacia la Costa Atlántica de Costa Rica, pasando por San José.El tren para Esparta salió ese día más tarde que de costumbre, por mo­tivo de la huelga de los trabajadores del ferrocarril en el Río Barranca;reclamaban, en suma, el pago de su trabajo. En su mayoría eran negrosde Jamaica. Por fin salió el tren: antes de llegar a Barranca se pidió alos pasajeros tener sus revólveres listos, lo que tuvo como consecuenciaque algunos se bajaron y regresaron a pie a Punta Arenas. Los negros fUe­ron, sin embargo, bastante decentes, no tenían armas de fuego y nos deja­ron pasar sin detenernos. A las 5 llegamos a Espart,a, después de variasparadas para limpiar la vía de piedras y arena caídas por derrumbes. Nues­tras mulas nos esperaban y después de un almuerzo tomado a toda prisadonde M. Lacoste, comenzamos el viaje. Escapamos a la lluvia y el caminoestaba bastante bueno. Tarde en la noche llegamos a San Mateo. Tem­prano de la mafiana siguiente, desde las montañas del Aguacate, dijimosadiós al Océano Pacifico y llegarnos a las 4 de la tarde a Alajuela, dondetomamos alojamiento por la noche.

No nos detuvimos más largo tiempo en San José que lo que necesitába­mos para comprar nuestras provisiones y lo dejamos en una gran cabal·gata, que se componía de mi anfitrión en Caño Seco, Herr Müllner, HerrSteinworth, Herr Carmiol y Herr Hübsch, los que durante algunos días de­berlan ser los huéspedes de Herr MüIlner. Herr Hübsch era botánico, ori·ginario de Bohemia y hacía el viaje principalmente para coleccionar y estu·diar orquídeas.

Salimos temprano en la mañana; nuestra meta era el Río Sucio y de allíla línea del ferrocarril, de unos 50 kilómetros de largo, hasta Puerto Limón,el único puerto de Costa Rica en el Atlántico. Al comienzo el camino vahacia el Noreste y finalmente al Norte de San José sobre la planicie, inclusode este lado densamente poblada, a través de pequeños pueblos con gran­des iglesias, sobre arroyos pequei'ios pobres en agua, a través de profundashondonadas. El punto más alto del camino fue según mi barómetro unpoco más alto de 1.800 metros. Pronto comenzamos a bajar hacia la cal-

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zada ancha recién construida: tenia durante largos trechos una ft,erte pen­diente y pasaba a través de una tierra casi enteramente sin cultivos, unatierra que parecía ofrecer muy pocos y limitados lugares para la agricul.tura, tan a pico se levantaban a ambos lados las montañas del estrechovalle. También parecía curioso que se hubiese escogido construir un ferro­carril a través de esta abrupta garganta, ya que efectivamente se encuen­tra un poco más lejos un camino mucho más fácil, por Angostura. Pero elferrocarril no ha sido construido aún aquí y todavía pueden pasar algunosaños antes que el Estado, con sus créditos en mal estado por el momento,pueda tener los medios para su construcción. Al fondo del valle en estaprofunda grieta corre el Río Hondura, el que seguimos durante una par dehoras, después de haber descansado en la hacienda del mismo nombre. Norecuerdo haber visto nada parecido a la naturaleza del valle del Hondura,si no es en ciertas partes de la Rossdalen en Nomega. Durante todo esteviaje se tiene una bella colección de vistas majestuosas, a veces sin tomaren cuenta su vegetación rica más allá de toda descripción, casi melancÓ·licas debido a las fonnas sumamente parecidas de las montai':as y a susprofundas sombras. Bajo nosotros susurraba el río, a veces a través deinmensas arcadas entre los farallones, a veces a través de los matorralesverdi-negros del bosque, con troncos de árboles tan llenos de nudos y tancontorsionados como si fueran viejos y solitarios pinos enanos.

Detrás de nosotros y encima de nuestras cabezas, hasta cerca de cienmetros más arriba de nosotros serpenteaba el camino, que justamente ha­bíamos recorrido, como una cinta blanca. Cuelga al lado de los escarpa­dos paredones de la montaña, en curvas como serpientes y podíamos oirlos gritos de los conductores de mulas y de carretones, tanto arriba comoabajo de nosotros, a pesar que teniamos varios kilómetros de distancia, alo largo del camino, entre ellos y nosotros. La última vuelta del Honduralleva el nombre de Río Blanco: desemboca en el Río Sucio. La últimaparte del camino la cabalgamos a lo largo de este último río, que en todajusticia merece su nombre de Sucio; sus aguas amarillas, mezcladas delodo, resaltan en contraste con las aguas cristalinas del Río Blanco.

El camino de San José al Río Sucio es a la vez sumamente caro de cons­truir y difícil de mantener: una gran fuerza de trabajadores está casi con~

tinuamenre ocupada en reparaciones y después de las fuertes lluvias es pe­ligroso de pasar. A la estación del Río Sucio llegamos con buen tiempopara almorzar y asegurarnOs un hospedaje para la noche. Hay allí trespequeños hoteles y unas 40 a 50 casas de madera construidas con más omenos cuidado y chozas de hojas de palmera. El lugar tiene la única im­portancia de ser la estación final del ferrocarril.

En la mañana tuvimos que andar más de lo que habíamos pensado parallegar al tren. Después de la última fuerte lluvia el puente provisional parael ferrocarril sobre el Río Sucio se había dislocado tanto, que no se atre­vían ahora a dejar pasar una locomotora. En comparación con Esparta,esta vía del ferrocarril es sólida y está bien construida. Es de vía estre­cha. Durante el viaje paró el tren algunas veces para cargar leña para la

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locomotora, en lugares apropiados para ello. En Jiménez, la primera esta­ción después del Río Sucio, tuvimos una parada para el almuerzo. El ferro­carril corre a través de una región dotada por la naturaleza de manera ricay poco común, rica en frutas, y a través de una cantidad incontable dearroyos y ríos. El más grande de estos ríos es el Río Reventazón, quepasamos antes de llegar a nuestro destino, el Siquirres. El puente dehierro, de construcción americana, es ligero y elegante y mide algunos 100metros de largo.

En bellezas naturales esta línea de ferrocarril puede casi comparal'Re conla línea CoI6n·Panamá: una vegetación ricamente variada y lozana, conmuchos árboles gigantes muchas veces centenarios y con los inmensos vol~

canes y la cadena de montañas al fondo, elevándose a pique con sus cimasde variadas formas, coronadas de bosques. De Siquirres tuvimos apenasun cuarto de hora de camino hasta la hacienda Caño Seco, que sería nues­tra casa durante algunas semanas. Pertenece a dos alemanes, Herr MüIlnery Herr Schafer, que ambos han tenido altos puestos de confianza en lacompañía que ha construido el ferrocarril del Atlántico. Han formado aquíen medía de la selva una hacienda y pueden ya mostrar algunos centena­res de manzanas cultivadas con maíz, caña de azúcar, cacao, tabaco, bana·nas, ñames, yuca, batatas, etc. Además tienen grandes rebaños de ganadoen pastos naturales a lo largo del Río Pacuare. Más o menos en mediode un claro en la selva, se encuentra la casa, cerca del pequeño arroyo sinpretenciones del Caño Seco, del cual la hacienda ha tomado su nombre.(Fig. 28). La casa es, de acuerdo con las condiciones locales, grande, ligeray aireada, construida de madera y tablas ligeras. En el piso de arriba hayuna gran pieza y dos pequeños dormitorios. Los muebles en la pieza grandeson una gran mesa rectangular en el medio, rodeada de dos pesados bancosde madera y de un sill6n de cuero, una pequeña mesa en una de las venta­nas delante de la pared y otros utensilios reunidos a lo largo de la pared,entre las vigas del techado tres catres de campaña, y detrás de ellos unacantidad de cajas de clavos, pintura y todos los implementos necesarios enuna hacienda bien organizada. En cada dormitorio sólo una tosca camacon pilares y algunas repisas sujetas en la pared. Las ventanas, natura!­mente sin vidrios, se cierran con pesadas hojas. El ±echo está construidode una manera poco común, techado con astillas de una especie de árbol,aserrado por Herr Schafer, con su propia mano. En una veranda, o comose les llama aquí, corredor, hay una cantidad de barriles, con provisionesde toda clase, como carne salada, cerdo salado, pescado seco, frijoles, arroz,maíz, sal, azúcar, café, etc. El otro corredor está, como el vestíbulo delpiso, separado de la escalera s610 por una baranda.

El piso de abajo está abierto, el piso es de tierra. Allí se guardan sillasde montar, cinchas de cuero, cajones, carretones, y otras cosas. A un ladohay una casucha de troncos de palmera, con unas 10 tablas colocadas auna cierta altura del suelo, los dormitorios: éste es el campamento de lospeones. En otra pequeña casucha a su lado está la bodega para tasajo ocarne secada al sol. A algunos pasos de la casa principal hay una maspequeña, de troncos de palmera y con techo de hojas de palmera. Esta

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Fig. 28. - Hacienda Caño Seco.

no tiene sino tres paredes, el cuarto lado está abierto: ésta es a la vez la

cocina y el comedor. La cocina o el hogar es de la misma sencilla cons­trucción que hemos visto antes en los pequeños ranchos de las tierras altas o donde los negros de las Islas de Perlas: una tabla de madera descansa sobre cuatro patas fijas en el suelo, encima una capa de tierra y algunas piedras; en otra esquina hay un horno para hornear de la forma más sen­cilla y en medio de la pieza una mesa pesada y bancos de madera. La comida era sana y sólida, el café y el cacao excelentes.

Puesto que era necesario que tuviese siempre listo un medio de trans­porte para mis excursiones, compré un caballo. N o me costó más de 20 dólares y sin embargo se le llamaba a este caballo "un árabe" por su forma ágil y por el 1/10 de sangre árabe que debía correr en sus venas. Era un potro café, de patas fuertes, algo grandes, ancho pecho, ágil, con un cuello airoso y bien formado y con una cabeza particularmente bella. Había per-

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tenecido a un capitán de caballería, conocido por sus solitarias cabalgatasen las montañas en tiempo de su servicio en las fronteras de los indios,que el año anterior había muerto en un combate. El caballo me sirviómucho, porque aunque el terreno fuese difícil, siempre podía ir adelante,ya fuese que se tratase de escalar escarpados precipios o guiarse a travésde pantanos. Con respecto a terrenos pantanosos o tremedales y otrosterrenos tan desagradables mostraba una notable capacidad de reflexión.Las primeras veces que estos obstáculos aparecieron, buscó con mucha pru·dencia el terreno más sólido que hubiera; pero después que hubo hechomás amistad con Nerón, esperaba que el perro hubiese buscado el terrenoy después seguía su huella: de la misma manera en el vado de los muchosríos. Era un caballo como hecho especiabnente para un naturalista vagan­do a través de lo. selva. Había recibido el nombre de "El Culebrón".

En una de mis primeras excursiones üré un pajarito gris-verde, que noconocía y me entró la curiosidad de examinarlo entre las hojas secas enun rincán del tronco de un árbol viejo, un cedro, donde creí que habíacaído. Cuando comencé a buscarlo entre las hojas, encontré allí enrolladauna toboba (Trigonocephalus sp.) de dos metros y medio de largo, unavíbora particularmente peligrosa: apoyaba la cabeza contra el suelo y pa·recía dispuesta a huir. Yo dispuse no tirarla, porque esto dañaría de ma­nera irreparable la piel; no tenía conmigo ni varilla de acero con horqueta,ni aparato favorito para la caza de serpientes. Por lo tanto busqué mi ma­chete y lo enterré en la cabeza de la víbora hasta el suelo: de esta manero.quedó ella clavada. La lámina del machete no tenía más de 3 centímetrosde ancho, pero era cortante como un cuchillo. El cerebro de la víborahabia sido separado en dos mitades, pero esto no impidió que se lanzasecon tanta violencia que yo con toda mi fuerza tuve que enterrar el ma­chete en el suelo para impedir que el animal se alzase del suelo. Despuésde un par de minutos terminó de moverse. Retiré entonces el machete,pensando que la víbora estaba muerta; pero con nuevas fUerzas y a todavelocidad se arrastró del lugar donde estábamos y antes que yo hubierapensado en seguirla desapareció en un ancho campo de yerbas, más de 40metros del lugar donde la había descubierto. Una huella de sangre dibu­jaba el camino que había seguido, pero a pesar que Herr Hübsch y yo bus­camos durante una media hora a través de las hierbas, no pudímos encon­trar su Cuerpo. Lo que es una prueba de una fuerzo. vital muy grande,porque la cabeza, con el cerebro, estaban completamente seccionados, des­de el hueso nasal hasta la primera vértebra del cuello.

Uno. mañana monté a caballo, todo el grupO ero. de unos seis hombres,para visitar una hacienda, ahora abandonada, con el nombre de Esperanza,situada del otro lado del Río Paeuare. Pasamos a caballo un magníficocamino a través del bosque en el cual los caballos se hundían profunda·mente en el suelo empapado; ramas con espinas y bejucos amenazabanarrancar a los caballeros de la silla: pero la riqueza en animales y plantasy la agradable frescura bajo la cúpula de hojas verdes impenetrables nosrecompensaba de sobra de estas pequeñas molestias. Un magnífico adornode estos terrenos pantanosos es la Strelitzia con sus grandes flores rojo~

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oscuro. Callistoa (Callistoa elastica), aquí el árbol común del caucho,crecía en grupos en las laderas poco empinadas de los valles y daba vida,con su tronco gris-blanco, elegante y fino y con su copete amplio verde·claro a la selva vedna, más oscura, que nos l'Odeaba. "Palmitos", un parde especies de Arcea, varias especies o variedades de cacao salvaje se mez­claban las unas a las otras y juntas a veces con bejucos rectos, a vecesenrollados, a veces triangulares, muchos de ellos con sus grandes frutos defonnas curiosas. Y por todas partes sobre el suelo, sobre los troncos ysobre las ramas, e incluso sobre los mismos bejucos crecía una inmensacantidad de helechos, el uno más fino y más gracioso que el otro.

Vadeamos el estrecho Cafio Seco, después pasamos el Siquirres, ambosdesembocan en el Río Pacuare, que es la corriente de agua más importantede esta región de Costa Rica. Corre arriba hasta el Cerro Chirripó y luegocae al Atlántico a unos 40 kilómetros de Puerto Limón, después de unrecorrido de más de 100 kilómetros de largo. Es un río majestuoso deaguas cristalinas. En la vecindad de la hacienda Caño Seco lo pasa elferrocarril sobre un puente colgante de hierro. Cuando llegamos a la riberadel Río Paeuare, dejamos nuestros caballos al cuidado de un individuo decolor indefinido que vivía en una sencilla choza al borde de la ribera delrío. Pasamos el río a bordo de un bote viejo rajado. Desembarcamos cercade un ranchito, que pertenecía a un famoso cazador de esta región, con elnombre de Salvador. El motivo principal de mi excursión ese dia era con­seguir los servicios de este hombre para mis excursiones en la montaña yen la selva. Su casa era un cobertizo bajo abierto que daba cabida a cua·tro camastros, tan cercanos los unos a los otros como era posible. Se lepodía llamar más bien una cama para cuatro que una casa. Sobre loscamastros colgaban importantes cantidades de carne de cerdo salvaje queallí se secaba. Un pequeño cobertizo a un lado servía de cocina. Despuésde haber bebido un refresco agradable de cacao y después de haber mas­cado algunas pulgadas de tasajos de carne de cerdo salvaje, tomamos uncamino a través del bosque que subía un poco hacia la Esperanza. Lahacienda tenía una magnífica situación, encima de un cerro con vista sobreel Paeuare, pero todo lo que necesitaba la mano del hombre para su man­tenimiento estaba ahora en ruinas; en cambio había allí una gran riquezaen árboles frutales y plantas caras. Había 6 especies de diferentes cítri­cos, dos variedades de aguacates (Perses gratísima), cuatro especies dife­rentes de cacaos con enormes mazorcas, cuatro especies de bananos (Musaparadisiaca, M. guinensis, M. sapientum y M. africana) I dos especies decafetos, árbolea de fruta de pan, higueras, zapotes, almendros, pahnerasde cocos y otras, y maíz, arroz, ñame, yuca, frijoles, sandías, melones dul­ces, piñas, etc. En un solo lugar nunca he visto antes y después una tangrande cantidad de nobles y útiles plantas creciendo en libertad. Los enor­mes ejemplares mostraban también que este terreno era particularmentefértil, incluso para estas regiones. Aquí vivía ahora tan sólo un peón consu querida y ésta. una india gorda y bizca de la tribu Chirripó, era el mo­tivo de una enemistad a muerte entre Mariano, el peón y Salvador, el caza­dor; podian estar seguros de ser recibidos con certeros balazos si veníana la vecindad de la casa del otro. Vivían, más o menos, a medio kilóme-

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tro el uno del otro y la distancia a los vecinos más cercanos era de 12 a 15 kilómetros.

Salvador vive de su escopeta: puercos salvajes (Dicotyles labiatus y D. tacaju) y venados son su habitual botín y alguna que otra vez un tapir y cuando hace falta, un mono. La carne la vende él cruda o como tasajo a las haciendas vecinas y al personal del ferrocarril. Ha sido antes "ulero", pero no se encuentra bien viviendo con los negros de Jamaica, que más y más comienzan a establecerse en estas tierras para recoger caucho. Sal­vador no ha olvidado tampoco el arte de preparar perfectos "impermea­bles" capas de hule o sacos y bolsas del mismo material; se les usa aquí, en general, para viajes, y alcanzan un alto precio. De regreso, tiramos varias valiosas especies de pájaros y entre otras un halcón muy raro, blan­co, grande y con manchas grises en las alas y algunas de las "Cacas" (Hypnomorphus nitidus), que viven en bandadas, pájaros de rapiña gran­des, blanco y negro, que hacen estragos en los gallineros y que son perse­guidos, por lo tanto, ardientemente.

Un día hice un viaje con Salvador arriba del Pacuare y en la región de los bosques, fuertemente quebrada entre este río y el Reventazón. Hici­mos un muy rico botín de caza y descansamos en un pueblecito, Chirripó, de cuatro pequeñas y pobres chozas. Tanto los hombres como las mujeres tenían un tipo de cara raramente ancho (Fig. 29) y en comparación una

Fig. 29. - India de Chirrip6.

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forma tosca del cuerpo. Tenían plantíos de maíz y bananas sin impor­tancia, pero vivían sobre todo de la venta de sombreros toscos tejidos y de tapices de fibras de palmera. Sobre el Río Pacuare pasamos sobre un puente colgante hecho con un cuidado excepcional de bejucos: estaba do­tado de barandas o más bien de guías de finos bejucos y con un trabajo entretejido a ambos lados. (Fig. 30).

Fig. 30. - Puente de bejucos sobre el Río Pacuare.

Ya que Her Müllner y Herr Schafer compraban también caucho, entré pronto en relación con los huleros, en su mayor parte negros, los induje contra la promesa de un buen pago a coleccionar algunos animales para mí. Un día vinieron dos de estos mis negros aliados, con una boa (Boa constrictor) todavía con vida, casi de cuatro metros de largo y 43 centí­metros de ancho a medio metro de la punta de la cabeza. Estaba medio ahorcada con una soga. Para no dañar la piel la maté entonces con cloro­formo, pero fue un trabajo muy dífícil. También me trajeron algunos insectos y un par de lagartijas y quedaron muy contentos con los elogios, que además de pagarles, les di por su celo en este trabajo.

Día tras día crecían mis colecciones con interesantes novedades, pero por mucho tiempo había perseguido la caza de un pájaro misterioso, que aquí recibía el nombre de "paloma blanca", aunque era más parecida a un halcón, que se mantenía sobre las cimas de los árboles más altos: era tan cuidadoso, que era imposible llegar a distancia de tiro de él y tan raro que

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Fig. 31. - Paloma blanca (Carpodectes nitidus).

no se mostraba en este trecho del Río Pacuare que una vez cada cinco afios. Naturalmente esto despertó mucho mi curiosidad y puse un premio de cuatro dólares para ese de mis huleros que pudiese tirar un ejemplar. Grande fue mi alegria, por lo tanto, cuando un día, al regreso de una excur­sión, encontré la mencionada paloma blanca sobre mi mesa. Había sido tirada por Her Schütt en Pacuarito, un afluente del Río Pacuare. Era en realidad uno de los pájaros más raros (Carpodectus nitidus, Fig. 31), antes conocido sólo por algunos ejemplares. Es uno de los más bellos pájaros que se pueda ver: todo el plumaje blanco brillante, con tonos azul-claro en la cabeza y espalda: grandes ojos con iris azul-claro, un pico bastante corto, fino, encorvado en la punta, un poco más corto pero más ancho que en los tordos cantores, las alas negras, ligeramente curvas y blancas bri­llantes, con la cola blanca, las patas negras. Me dirigí tan pronto que el pájaro fue preparado a la hacienda de Herr Schütt para buscar más detalles sobre su género de vida y tal vez poder ver uno yo mismo y tirar otro ejemplar.

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La pequeüa hacienda en Pacuarito tiene una posición sedudora en laribera del río, rodeada de palmeras y de árboles frutales y frente se alzauna alta montaña con selva virgen. La casa se encuentra apenas a unos100 metros del ferrocarril. Como nuestros pájaros blancos no se enconotraban en el lugar donde Her Schtitt los habia observado antes, nos diri­gimos a la selva entre Pacuare y Pacuarito. Nerón pronto encontró untapir y la caza comenzó inmediatamente a todo galope. Tratamos de tirarel animal al borde del Río Pacuare, porque el tapir huye siempre haciael agua más cercana, donde se encuentra a salvo. Nos colocamos, sin em­bargo, demasiado alto y tuvimos la mortificación de ver el animal algunoscentenares de metros más abajo, nadando a través del río con su pequeñacorta trompa levantada hacia arriba encima del agua. A esa distancia nues­tras balas no podían hacerle ningún daño. Un venado, que Nerón trajo adistancia de tiro, nos consoló, sin embargo, de nuestra mala suerte y fuenuestro asado en el almuerzo.

Antes que el sol, ya estábamos nosotros levantados en la mañana siguientey nos pusimos al acecho al lado del inmenso árbol, donde Herr Schütt ha­bía tirado algunos dias antes el ejemplar de Carpodectes, que me habíaenviado. El árbol, para mí desconocido, tenía muchas frutas que eranpequeñas bayas azul rojo. Quién puede pintar mi alegría cuando más omenos una hora después de la salida del sol vi un pájaro plateado brillante,con un vuelo ligero y poderoso, posarse, viniendo de las cimas de las monotañas que se alzaban ante nosotros. Se posó en la cima de un árbol demás de 100 metros de alto; nos deslizamos hacia allá y tiramos los dos-pero, tiro errado: la distancia era demasiado grande. Cargué de nuevocuidadosamente algunos cartuchos, con más carga de pólvora y menos perodigones. Al cabo de medía hora vinieron dos de los pájaros al mismo árbol,que era ciertamente el lugar de su desayuno: tuve la suerte de tirar unode ellos y al cabo de un rato otros dos más. Mi expedición había tenidopor 10 tanto un éxito completo y contento me regresé de nuevo a Cabo Seco,para preparar y conservar mi botín.

Ya había estado aquí más de tres semanas en el corazón de Costa RicaOriental y había hecho grandes colecciones naturales. Con Salvador habíahablado de un viaje por río, bajando el Río Parasmina, tan grande comoel Río Pacuare, porque cerca de su desembocadura o un poco más lejosal Norte, en uno de sus numerosos esteros y lagunas, que son el borde deesa parte de la costa de Costa Rica, ha habido casos en que se ha podidotirar y probablemente estudiar el manatí o "Comantín", un animal marí·timo grande que pertenece a la especie Sirenios y por lo tanto tiene algocomún con el Dug6n o Halicore de la costa Oeste de Australia y con laRhytina del Mar de Behring, especie desde hace mucho tiempo extinguida.

Esta excursión que tanto prometía no se realizó nunca, porque una cartade mi amigo Herr Hübsch, quien un par de semanas antes ya había regre­sado a San José, cambió enteramente mis proyectos de caza. ConteIÚaefectivamente una llamada del Obispo de Costa Rica, el Dr. Bernardo Au­gusto Thiel, para que lo acompañara en un viaje de misiones en Talamanca,

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una región poco conocida desde el punto de vista geográfico y etnográfico y nunca visitada antes por un zoólogo o botánico. Era una llamada dema­siado tentadora para rehusarla: pero como no podía dejar mis valiosas colec­ciones en Caño Seco abandonadas, llegué a un acuerdo con el Obispo de llegar dos días más tarde. Portadores de mi equipaje deberían encontrar­me en Puerto Viejo, el lugar de desembarque más conveniente en la región de los Talamancas.

En la hacienda tuve ahora un trabajo muy arduo para poner en orden y empacar los objetos reunidos, que deberían quedarse en Caño Seco bajo la guardia de Herr MüIlner hasta mi regreso de Talamanca. Mis amistosos anfitriones me ayudaron de todas maneras posibles con consejos y actos y en el día fijado me dirigí por tren de Siquirres a Puerto Limón. Esta

Fig. 32. - Río Matina.

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parte del recorrido por ferrocarril no ofrece tantos panoramas variados co­mo el trayecto del Sucio: aquí. no hay grandes fonnaciones montañosas:viajábamos sobre una planicie, tierra aluvial que bajaba lentamente haciael mar. Pero la tierra es rica, una de las más ricas del mundo por su capa­cidad de producción y cada vez que el tren pasaba uno de los numerososríos o riachuelos, se le ofrecían al viajero a veces bonitas vistas, a vecesalgunas dignas de admiración. El Río Matina (Fig. 32) es probablementeentre éstas la más importante. Del puente del ferrocarril con sus 130 me­tros de largo, se tiene una imponente vista sobre el río que se desliza pací­fica y majestuosamente. La estación de Matina, una futura ciudad, con­siste ahora de dos largas hileras de casas: la mayoría de las casas son cho­zas de negros hechas de troncos de palmera y de montones de cajones yotro material similar; sólo dos casas más grandes se encuentran aquí, un!'.,la Estación del Ferrocarril, la otra el Hotel San Blás, con su tienda. Laregión de Matina es una de las más fértiles en toda la república. Es espe­cialmente favorable para el cultivo del cacao y muchas haciendas grandesy pequeñas se encuentran aquí. Estas cambian a menudo de dueño o per­manecen largo tiempo abandonadas, porque los colonos mueren rápida­mente y es sólo la posibilidad de grandes ganancias que puede atraer genteaquí. MaUna es conocido por ser el lugar menos saludable de todo el país,porque está rodeado y atravesado por pantanos de aguas estancadas. Lapróxima estación es Moin, un pueblo pequeño, relativamente antiguo, habi­tado por negros que en sus huertas cultivan frutas de muchas especies. EnPuerto Limón tienen un buen lugar para la venta de sus productos. DeMoin sigue la línea cerca de la playa del Océano Atlántico, apenas a algu­nos metros del agua, casi hasta la estación. Cuando llegamos a la ciudadla línea pasó entre dos hileras de bellas colinas, en parte desmontadas,hasta la pequeña península o punta, que oeupa Puerto Limón.

La primera casa, que se pasa a la entrada de la ciudad, es el hospital"Casa de Caridad", es grande, pero también es necesario que lo sea, por­que la ciudad es apenas más saludable que Colón. La calle principal estácompuesta por la linea del ferrocarril, que corre actualmente cerca de laplaya Sur de la península. Algunos centenares de metros al Norte de laciudad, en una bella colina lujuriante, se encuentra una quinta de buengusto, casa elegante, donde reside el cónsul inglés. Puerto Limón no tieneciertamente más de 500 habitantes, de los cuales la mayoría son negros,trabajadores del ferrocarril o antiguos trabajadores del ferrocarril.

Después de muchas molestias y después de muchas discusiones, por finpude arrendar un bote grande para el viaje hasta Puerto Viejo y a las 8y media dejamos el último puesto de la civilización costarricense para explo­rar la regién donde vive una tribu salvaje auténtica.

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del interior enviados por Mr. Lyon y pronto cogieron el camino directa­mente en la selva por un pequeño sendero, donde a menudo el machetetuvo que ser puesto en servicio para dar lugar a los paquetes un poco másanchos: naturalmente el orden en que avanzábamos era en hilera. Así fuenuestra hilera arriba, sobre cimas de cerros, abajo a través de valles y que­bradas profundas, a veces entre arroyos que gracias a que era ahora el pe·ríodo seco del año, raramente nos llegaban más arriba de la rodilla. A pe­sar que la temperatura era alta, 27 centígrados a la sombra, y que mi pro­pio equipaje era importante, la marcha era tolerable debido al follaje tupi­do del bosque, que s610 raramente dejaba llegar hasta nosotros un rayo desol. Los indios eran alegres y de huena índole y se comunicaban conmigocon vivacidad, a pesar que estábamos obligados a hablarnos por señas, por·que ninguno de ellos podía hablar una sola palabra de español.

Después de seis horas de marcha llegamos a la ribera del Río Tilire, elmás grande de Talamanca, donde tres botes nos esperaban, el más grandede ellos manejado por seis remeros y un "capitán": éste hablaba algo deespañol. De aquí debíamos seguir el viaje río arriba hasta Sebouve, 10kilómetros río arriba, donde deberíamos encontrar alojamiento.

El bote, grande, era en su clase un bello ejemplar, de 5.5 metros de largoy de 0.60 de ancho, cuidadosamente labrado de un tronco de ceiba, conextremidades de proa y popa altas. En la proa tenía una sencilla cabezade dragón o de serpíente tallada y pintada, en la proa algunas líneas espi­raleR, todo en color azul intenso.

Nuestro equipaje se cargó en el medio del bote y nosotros tratamos decolocarnos tan cómodamente como lo permitía el espacio restante. Ade­lante y en la popa se colocó la tripulaci6n y el capitán de pie en la extre­midad de la popa, annado de un palo de tres metros de largo, "la palanca",con la que dirigía el bote. Los otros hacían avanzar el bote con "canale­tes", pequeños remos de hoja ancha en forma de paleta. Cantaban casisin ínterrupción cantos quejumbrosos, en un sólo tono, con una cantidadinfinita de versos.

El ancho del río variaba entre 100 y 200 metros; las riberas brillabanen la gloria de una vestidura en los tonos más variados del verde, aveces hundiéndose hasta la superficie del agua en pantanosos cenegales,donde la brillante plateada garza de penacho y la ibis roja pálida se des­tacaban contra la vegetaci6n azul negra de las plantas de anchas hojas delos charcos, a veces alzándose hasta las colinas empinadas e imponentes,coronadas de palmeras y de árboles de caucho de blancos troncos, dondelos bejucos cubiertos de flores bajaban hasta la ribera del río, como flexi­bles guirnaldas, fonnando una magnifica glorieta. Una bandada de papa­gayos parlanchines daba vida por aquí y por allá a este cuadro y cubríancon sus chirridos el triste canto monótono de los indios. Sobre los bancosde las riberas del río yacían muchos cocodrilos, cuyo largo iba de 2 a 5 me·tras. A medida que nos acercábamos se lanzaban, cabeza adelante, conestrépito y remolinos en el agua, para sacar la nariz después de algunos

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minutos, espiando con cuidado al intruso que destruía su paz. Grandesbandadas de patos graznando volaban de los remansos rodeados de plantasde anchas hojas; pero pronto se posaban, con poco temor de nuestra cer­canía. Por aquí y por allá desembocaban pequefios riachuelos o ríos enel Tilrre; en los bancos que se habían formado, cubiertos de lodo, pulula­ban las pequeffas zancudas, entre las viejas conocidas especies de Totanusy Tringa. En las cimas de los más altos árboles se podía ver a menudoun solitario gavilán, inmóvil en acecho de una víctima o hundido en el sueflode la siesta. La corriente no era particularmente fuerte contra nosotrosy después de 3 a 4 horas de remar llegamos a la caída del sol a Sebouve.Las chozas en el pequeño pueblo no eran todavía del tipo indio puro, mos­traban en su estilo de construcción un gran parecido con los ranchos deCosta Rica, habitados por los campesinos blancos mós pobres o por los Chi­rripós y otros indios sumisos.

Fuimos recibidos por los habitantes con la mayor amistad y reC1Dlmosuna casa ent.era a nuestra disposición. En el piso hecho de troncos depalmera hasta un metro encima del nivel de la tierra, encontramos exce­lentes lugares para dormir y la tripulación del bote, sobre un fuego encen·dido a toda prisa, puso a asar afuera un cerdo, sacrificado a nuestra llega­da y bananos asados sobre cenizas; y pronto tuvimos ante nosotros unacena digna de Lúculo.

Temprano la mañana siguiente continuamos nuestro viaje río arriba, quese volvía más y más estrecho y que a menudo por sus caídas, aquí llama­das "quebradas", ponía obstáculos en el camino a nuestro progreso. Alpasar estas quebradas salt.aban los indios en el agua y tiraban, a veces congrandes dificultades, el bote a través de las aguas arremolinadas. Admi­rable era, sin embargo, su capacidad para mantener el bote inestable enequilibrio y como quiera que la corriente se dirigiese, hacerle frente en ladirección apropiada. Cuando el sol comenzó a quemar con mayor inten­sidad, desembarcamos en Gmokul, una pequefia plantación en la riberaizquierda del río, donde fuimos recibidos por los bondadosos habitantes conun rico desayuno, hecho de bananos maduros asados entre brasas y pes­cado secado al sol. Las chozas, que eran tres, eran tan pequeñas que eradifícil comprender cómo el grupo total de más de veinte personas podíaen el mismo momento encontrar un lugar tolerable para acostarse bajosus techos. Eran muy bajas, hechas de manera miserable de troncos depalmera y cubiertas de hojas de palmeras de cocos. El mobiliario consistíaen algunas sillas groseras, recubiertas de piel de jaguar o de mapache, lomismo que varias camas o mejor dicho camastros de troncos de palmera.No había ningún hogar sino que la comida se cocinaba en el suelo, fuerade la choza. Poco después del mediodía dejamos el Tilire y seguimos ha­cia uno de sus afluentes, el Urén. Este era bastante más angosto, menosprofundo y más rápido que el Tilire, sus riberas eran verdes de la más exhu­berante vegetación de la selva virgen y a menudo pasábamos bajo bóvedasde hojas tan densas que el sol no podía hacer penetrar sus rayos a travésde ellas; en un banco de arena, así protegidos, tomamos media hora dereposo bien necesario y continuamos después, pero sólo lentamente avan-

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zamos hacia nuestra meta, Sipurio. Cuando por fin desembarcamos allí,nuestros indios, ciertamente no habituados a viajes tan forzados, estabancompletamente exhaustos.

En la ribera nos esperaba nuestro futuro compañero de viaje, el Obispode Costa Rica y 111'. Lyon, un americano antiguo Oficial de Marina, quehabía vivido cerca de veinte años, aquí en la frontera de la comarca de losindios y ganado su confianza gracias a su amistoso y cortés trato. Desdeaños atrás casado con la "hija de un rey" de Talamanca, había él apren­dido a dominar completamente el idioma de los indios y podía, por lo tanto,sernas de gran ayuda en nuestras futuras excursiones entre los naturalesde Talamanca, independientes y desconfiados. En Sipurio encontramosbuen alojamiento en la casa de la misión, apenas de un año de construc·ción, una casa bastante espaciosa, constnrida de troncos de palmera, comotodas las chozas de las que hemos tenido conocimiento antes; pero aquíhabía piso de madera y la casa estaba dividida en cuatro piezas, de lascuales la más grande servía de capilla. Una pequeña pieza con justo unasuperficie de tamaño necesario para nuestras camas, fue nuestro aloja­miento y en poco tiempo se llenaron las paredes y el techo y un tabancocolocado sobre nuestras cabezas con una tal cantidad de objetos zoológi­cos y botánicos que sólo con las mayores precauciones podía uno moversealli adentro.

La región vecina de Sipurio está bien desmontada y hay varios grandesplatanales o plantíos de bananos. Los indios que aquí viven, cuatro fami·lias, son relativamente civilizados y algunos de ellos comprenden el caste·llano; se mostraron de especial buena voluntad y serviciales y me fueronde mucha ayuda durante las excursiones que hice por agua y por tierradesde Sipurio. La tierra entre Urén y Tilire es poco quebrada, con altasceibas, especies de Ficus, ricas en caucho, finas palmeras o "palmitos",y espinosas palmeras de coyol, estas dos últimas altamente apreciadas porlos indios como material de construcción. Los pájaros son aquí especial­mente numerosos: magníficas aras rojo y azul, cuatro especies de papaga­yos de cola corta, variando en verde, amarillo y azul, más de 12 especiesdiferentes de halcones, gavilanes y halietos, tanagridas en los más belloscolores, especies de Cassicus, muscipapídeos, cuatro especies de pájaros car­})\n\e't~'2., g~'tnmeí1> máí1> ~ men~í1> gl.ano.eí1>, 'Pa\~maí1>, e'iO'P~~1.e'b o.~ '1:mamu'iO 'j

Crypturus -aves sin cola- y sus grandes parientes de las especies Craxy Penélope, fueron mi botín. La fauna de insectos también contribuyó demanera muy rica a mi colección.

Aquí en Sipurio pudimos conocer al actual Rey de Talamanca, Antonio,un indio joven, bien desarrollado de casí seis pies de alto, que había sidobautizado en la misión del año precedente. Había aprendido algo de espa·ñol y mostraba tener gran interés por las ropas y otros productos de la vidacivilizada. Esta avidez suya fue de mucha ayuda para mis colecciones etno­gráficas. Antonio había sido declarado rey sólo después de una guerra san­grienta entre los partidarios de su padre fallecido y los de su tío: 1,a victo-

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ria de los primeros se debía en gran parte a la ayuda obtenida del Gobierno de Costa Rica a través de Mr. Lyon.

La vivienda del rey, la "capital", como era llamada cortésmente por los religiosos, se encontraba sólo a 5 kilómetros de Sipurio y debía ser la pri-

Fig. 33. - Indios Talamancas.

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mera meta de nuestro viaje. Para transportar nuestro equipaje el rey ha­bia llamado unos 30 indios, de ahí una buena ocasión para estudiar suaspecto. Eran en general de pequeña estatura, de 5 a 5 Y:? pies de alto, deanchas espaldas, delgados alrededor de la cintura, con líneas del cuerposuaves y agradables, los brazos y las piernas con músculos desarrollados,las manos y los pies pequeiíos. El pecho era alto y bien desarrollado, lacabeza bastante grande, redonda, el pelo suave, liso, negro y habitualmentecolgando largo. La cara era bastante ancha, con una frente recta, anchapero no alta, una nariz pequeña, sin fosas particularmente fuertes. La bocapequeña, con labios llenos, algo protuberantes, las mejillas llenas pero nosalientes. Las orejas pequeñas, los ojos dirigidos enteramente de frente,con un iris café oscuro y conjuntivas enreramente blancas. La mirada eralibre y tranquila, por lo tanto indiferente y no penetrante. Toda la expre­sión de la cara mostraba buen talante y amistad, y estas cualidades mos­traron tener en alto grado los talamancas, durante todo el tiempo que per­manecí entre ellos. Su piel era de color café oscuro profundo. (Fig. 33).

Desde que entraron en relaciones con los españoles cerca de 1540, se handistinguido por su gran bravura y por su amor a la libertad y han sabidoconservar su independencia, aunque durante cortos períodos los españolespudieron establecerse en su territorio. Ahora que las guerras han termi·nado y que están amenazados por una invasi6n pacífica, parece que hanperdido una gran parte de su fuerza de resistencia y ciertamente prontotendrán que abandonar partes cada vez más grandes de sus fértiles tierrasa colonos costarricenses.

Era una escena animada la que renía lugar afuera de la casa de la mi·sión, de donde se haria la salida y el equipaje debía ser dividido. Se lepesaba y se le cambiaba, se gesticulaba, antes que los interesados pudiesendecidirse cuál carga era la más deseable. La última carga tomada era elpesado altar, que debía ser llevado para celebrar la misa en medio de laselva. Por fin nos pusimos en marcha. Los indios llevaban sus cargas conuna ancha banda de pita sobre la frente y un par de tirantes sobre las espal·das, trotando a un paso bastante rápido. Para nosotros, "los caballeros",la primera parte del viaje fue bastante agradable. porque Mr. Lyon y An­tonio nos habia dejado sus caballos. Yo recibí "el potro de batalla del rey".un caballo inglés. grande, restarudo y de largas piernas, que por algún cu·rioso capricho del destino se había extraviado aquí. El Obispo prefirió untranquilo caballo con paso de andadura. Pronto tuve que reconocer quemi alta situación no me garantizaba gozar de una cabalgata a través de laselva virgen, porque repetidas veces estuve muy cerca de ser arrancado dela silla por inmensas ramas de ceiba o por bejucos indómitos. El estrechosendero a través del bosque era limpio y cortado regularmente hasta unaaltura de hombre, pero a pesar que la velocidad no era grande, pronto secansó mi brazo de enarbolar el machete contra los recios bejucos.

Pronto estuvimos en Tounsela, la residencia de Antonio; aquí se hizouna parada y fuimos invitados a visitar su residencia. Ni esta casa ni nin­guna de las otras cinco que fonnaban la "capital" hizo en mí una impre-

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Fig. 34. - MoliniUo. Fig. 41. - Cerbatanas.

Flechas de Biter.

Arco y flecha de Dululi.

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slOn agradable: tenían demasiadas marcas de la civilización centroameri·cana, cuando yo había esperado encontrar algunos de los tan discutidos"palenques". Después que la casa y "la ciudad" habían sido debidamenteinspeccionadas y que la "chicha" (la bebida favorita de los indios, se pre­para con bananos dulces maduros yagua de manera que las frutas se des­menuzan con las manos en una calabaza o se baten allí con un molinillo,ver Fig. 34), en enonnes cantidades había sido distribuida, seguimos ade·lante y pasamos el Río Lari, lo mismo que el Urén, un afluente del Tilire;

Fig. 35. - Collar de dientes de mono.

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no tenía más de 100 metros de ancho, pero el lugar para vadearlo no erade los mejores, porque el agua subió hasta el arzón de la silla. A travésde una región de bosques más o menos densos, decorados por pasiflorascubiertas de flores, cabalgamos unos 5 kilómetros hasta Najvla y fuimosrecibidos hospitalariamente por el cacique, un hombre jovial, corpulento,vestido con una pieza de pita habitual entre los talamancas, "giparova", yde una camisa abierta de lino grueso azul.

Ya que esta "giparova" es habitualmente la sola pieza de ropa de losindios, merece una corta descripción: Está tejida de paja de la palmerallamada "palmito", sobre un telar sumamente sencillo, en este caso, uncuadro con cuatro varillas; el ancho habitual de la pieza varía entre 16 y20 centímetros, su largo de 2.5 a 3.0 metros: es de un color amarillo páli·do natural y se siente suave y agradable. Cuando los indios se la ponen,toman en la boca una de las extremidades y la otra la enrollan entre laspiernas y luego también hacia atrás: luego es enrollada 2 Ó 3 veces de ma­nera apretada alrededor de la cintura, la extremidad anterior cae y formaun delantal cuadrado, con lo cual el atavío está listo. En las mujeres, eladerezo es aún más simple: se compone de un pedazo de tejido cuadrado,más cuidadosamente tejido que el "giparova", de fibras de hierbas --el"karkul"- habitualmente teñido en azul o en rojo. El ancho de la piezaes de 40 ó 50 centímetros, su largo de 1.5 6 2.0 metros. Este tejido seenrolla una o dos veces alrededor de las caderas y forma una falda quellega hasta las rodillas. Aparentemente ésta era la única pieza de ropa delas damas, pero a veces llevaban también una corta blusa de lino o unacamisa de hombre, "el pajo". Sus adornos consistían casi siempre de floresrojas o amarillas en el pelo. El adorno más preciso que llevaban era sinembargo el "namouka", un collar de dientes de mono y perlas coloreadas.Cuando un collar como éste se compone de cuatro o cinco hileras de dientescon perlas y además pequeños caracoles, ocupa un lugar considerable ydebería ser llamado más bien adorno de pecho que collar. (Fig. 35).

También los hombres y los guerreros llevan estos collares, pero de dien­tes de jaguar o de tigrillo; los primeros son altamente preciados y son lleva­dos solamente por jefes importantes. Que uno de éstos deba ser conside­rado precioso, se puede deducir del hecho que para uno de estos collares,el "namouka", particularmente elegante, que más tarde pude adquirir acambio de un revólver, no menos de 12 jaguares adultos tuvieron que per­der la vida. (Fig. 36).

La casa de Najvla es un gran cobertizo abierto, con el techo cortado, des­cansando sobre doce troncos de palmera, principalmente ocupado como de­pósito de bananos y otros víveres: también sirve de dormitorio para lasmujeres jóvenes sin casar. Debajo de la casa se encuentra en una esquinaun lugar para dormir, más grande que los otros y rodeado de cortinas omosquiteros; éste era ocupado por el jefo y sus dos esposas -vivía de hechoen bigamia. Además vivían tres hombres más jóvenes con sus mujeres, elgrupo de los niños alcanzaba a una docena. En medio del piso, que erade tierra apisonada, estaba el hogar, tres grandes piedras chatas y colgan-

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Fig. 36. - Collar de dientes de jaguar.

do sobre el fuego, una gran cazuela de barro, sostenida por cordones de paja, que estaban amarrados a tres palos cruzados en cruz; aquí se cocina, cuando es necesario, una sopa, o más bien, un caldo de bananos verdes y pescado.

Después de haber gustado de la cocina, obedeciendo al deber, y de haber conseguido cambiar con una de las dueñas de casa, un magnífico collar de dientes de mono, continuamos el viaje, pero ahora a pie ;dejamos de hecho aquí el Talamanca civilizado para penetrar en el corazón de la tierra de los indios, a través de la selva virgen y pasando espumosos ríos, y si posi­ble llegar hasta el pueblo o aldea más importante, Koktu, el lugar de la vieja colonia española de misiones y uno de los teatros de la sangrienta administración de la justicia para los indios por los religiosos españoles.

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A través de matorrales de caña blanca, --caña de azúcar salvaje- difí­ciles de cruzar, de bambúes y palmeras de coyol armadas de espinas, llega­mos por fin al Río Couen, que siendo aquí de 150 metros de ancho, teníaque ser vadeado inmediatamente después de una caída de agua en cata­rata. Se mandó a un indio a buscar el lugar del vado, que finalmente con·siguió encontrar, después de haber perdido pie varias veces y de haberestado muy cerca de ser arrastrado por la violenta corriente más allá dela catarata. Se deshizo los paquetes y los indios más fuertes los acarrea­ron sobre sus cabezas, en partes, hasta el otro lado. Después de esto pasa­mos nosotros, los blancos, cada uno sobre las espaldas de un indio y soste­nido por otros dos, que estaban armados de largos palos para sostenersecontra las piedras en el fondo del no.

La travesía se hizo felizmente, sin embargo, no sin que un par de caba­lleros se diese un bafio involuntario: pero puesto que esta manera de viajarera aventurada y no enteramente agradable, decidí en el futuro confiar sola·mente en mis piernas. La travesía completa necesit6 más de dos horas.

A un kilómetro de la ribera se encuentra Dikoblinjak, donde debíamospasar la noche. Aquí pude por la primera vez ver un verdadero palenque,pero construido de troncos de árbol y ramas y no de piedra, como en lasviejas crónicas de los misioneros en el Sur de Méjico y en el Norte de Cen­troamérica. Este palenque (Fig. 37) era una construcci6n bastante consi­derable y era habitado por 5 familias, con un total de 19 miembros. Tenía30 metros de largo, 18 metros de ancho, y más o menos 15 metros de alto.En el suelo formaba una elipse; la construcción estaba hecha de finas ramasde ceiba, amarradas las unas a las otras hasta arriba con finos bejucos,sobre las cuales había largos palos colocados horizontalmente, probable·mente de alguna palmera pariente de la palmera de coyol, y a distanciaregular del vértice del techo hasta el suelo. Esta construcción en formade carpa estaba cubierta con muchas capas de hojas de palmera o "pal­mito", que formaban un techo completamente impenetrable a la lluvia ya la tempestad. Para salida de humo se encontraban algunos hoyos casiinvisibles en medio de las paredes y la luz del dia no tenía otra entradaque la apertura de la puerta, apenas alta de un metro cincuenta sobre unode los lados del palenque.

A lo largo de las paredes había ocho camastros de un metro de ancho,de dos metros de largo, de varas de palmera partidas ° de caña de azúcar,reunidas juntas, que descansaban sobre cuatro postes enterrados en el suelo.Después de una noche de descanso sobre uno de estos camastros nos des­pertamos en la mañana, rayados, debido a las varas de "palmito" de bor­des afilados. En el futuro preferimos, por lo tanto, el suelo como lugarpara dormir.

En medio del palenque, en el que había una sola pieza, estaba el hogar,de la misma construcción del que ya he descrito en Najvla, pero algo másaristocrático, porque allí colgaba sobre el fuego una vieja y usada marmitade barco, de hierro. Alrededor del fuego estaban mujeres ocupadas en la

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preparaclOn del almuerzo, todas vestidas con el sencillo traje que he des­crito: dos de ellas eran jóvenes y bellas, pero sus caras no ganaban enencanto con las pinturas. Se habían pintado bajo los ojos figuras simé­tricas negras o rojas, a menudo rectangulares y pareCÍan no poco orgullo­sas de estos adornos. Gracias al ínterés admírador que les mostré por suexperiencia artística en los misterios más finos del aderezo de las damas,pude obtener de una de ellas no sólo el recipiente para la pintura, una cala­baza (Fig. 38) y el colorante, sino también, el pincel, una pequeiía y bo­nita brocha.

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Fig. 38. - Recipiente parCl cosméficos. Fig. 39. - Bolso.

Después de haberme ganado de esta manera la buena voluntad de lasdamas no tuve ninguna dificultad para obtener en cambio arcos, flechas,sacos (Fig. 39), collares y otras cosas, de manera que mi colección etno­gráfica aumentó aquí considerablemente.

A unos tres metros del suelo, cerca del fuego, se extendía un techo detroncos, una especie de tabanco; aquí se guardaba la provisión de la casaen víveres, que eran bananos, ñame, maíz y largas tiras de carne secadaal sol. La escalera al altillo consístía en un tronco de palmera con algunasmellas talladas.

Aquí en el palenque se hospedaba ahora toda nuestra caravana, com­puesta de más de veinte indios y de cinco blancos; pero a pesar de eso noestábamos apretados. Afuera de la entrada se alzó un altar, decorado con

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palmeras y flores y en completos ornamentos sagrados del Obispo dijo unamisa, aparentemente para la edificación de nuestros anfitriones, que no en­tendían una palabra de español. Sin embargo, no se mostraron dispuestosa dejarse bautizar, a pesar que Antonio con toda su autoridad trató deinducirlos.

Ya que Antonio me había contado, que la manera habitual de pescarera de coger los peces con un "sulé" o flecha de pescar, estaba yo curiosode ver cómo era posible coger los veloces habitantes del río con la frágilflecha, larga, de 1.5 a 2.5 metros de largo.

Por señas y con tabaco conseguí convencer a dos indios de seguirme hastael río, armados de arcos y flechas (Fig. 40). Uno de ellos pasó vadeandohasta una piedra, un poco lejos en el río y dentro de 20 minutos habíacogido tres peces, grandes "sábalos" de 20 a 25 centímetros de largo. Te­nía el arco casi horizontal, con más de los dos tercios de la larga flechafuera del arco; cuando la flecha atravesaba el pez, lo tomaba gracias a lolargo de su equilibrio y daba vuelta al pez con el vientre hacia arriba. Elotro indio, que se había colocado un poco más lejos río abajo, vadeaba ytomaba a toda velocidad el asta de la flecha y sacaba en seco la presa. Unaflecha para pescar como ésta se compone de un caño de junquillo rodeadoen la extremidad inferior de fibras de paja enceradas: en la extremidad dearriba se encuentra fijada la punta de la flecha. El asta de una de estasflechas lo tengo ahora ante mí (Fig. 40, g), es más de un metro de largo,la punta lo mismo de larga, se encuentra incisa con muchas cortaduras yla misma extremidad es puntuda, por lo cual se le podría llamar una flechacon mellas.

La útil palmera llamada "palmito" da material para las puntas de la ne·cha y también para los arcos. El arco en el dialecto Bribi se llama "Sche­kemé". Las cuerdas del arco son de paja de palmera retorcida. Flechaslargas sin mellas (Fig. 40, f) se usan para matar aves más grandes (lasespecies Crax y Penélope están aquí representadas por géneros, que no sonmenores que el urogallo en tamaño); para la caza de pájaros menores, losque se matan sólo por el valor decorativo de las plumas, se usan flechasmás cortas, terminadas con un grueso botón o también cerbatanas. (Fig. 41,ver pág. 143), el "Kamokro" con proyectiles de barro, "makrobo", redondea­das gracias a un hueso de mono diagonalmente inciso. Para matar jaguares ocelotes se emplea la flecha de guerra "kukabita", que está provista de unapunta en forma de lanceta de 9 a 10 centímetros de largo de hierro aplas~

tado o de cobre (Fig. 40, e, d. k, 1). Es sorprendente ver con qué seguri­dad los indios pueden tirar incluso a larga distancia con estos relativamentedébiles arcos y frágiles flechas.

En la noche mostraba el interior del palenque, iluminado por tres antor4chas de paja de palmera impregnadas de cera, un cuadro peculiar. Loscuerpos desnudos de los indios, acostados en los camastros o sentados, conlas rodillas alzadas contra el pecho, en los bancos groseramente tallados,en troncos de cedro partidos, las mujeres aún ocupadas alrededor de la

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CARL BOVALLlUS

Arco y Flechas.

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marmita o preparando enonnes cantidades de chicha, niños de todos lostamaños, gordos y fuertes, un contraste agradable con los perros esquelé­ticos, hambrientos, todos estos seres alternativamente iluminados por laluz fantástica de las antorchas flameantes, a veces rodeados por una espesanube de hUITlO, fOrInaban un conjunto de una naturaleza tan extrana, que

no la olvidaré fácilmente.

Cuando el apetito y la sed fueron satisfechos prontamente, juzgué queera el momento de tratar de soltar la lengua de un viejo indio de Koktu,de ojos vivos, que pertenecía a nuestro grupo de cargadores. Desde el co­mienzo de nuestra marcha había atraído mi atención por su aspecto inte­ligente y digno; además podía hablar algO de español y ya me había mos­trado su simpatía, como consecuencia del interés que le había mostrado yodurante el viaje. Durante un par de horas de interrogatorio, llevado a cabocon perseverancia, pude obtener de él interesantes ínformacions sobre lavida actual en libertad de los Talamancas y sobre el brillo en épocas pa­sadas de su tierra y de sus nobles luchas. Pude anotar la mayoría de ellasen una forma condensada y puedo dejar aquí algunos cortos resúmenes,comenzando por lo sucedido en la celebración de su acontecimiento, comotodavía se puede ver en Talamanca.

Cuando el jefe de un palenque o uno de los hombres más viejos muere,se lleva su cuerpo vestido en traje de ceremonia, acompañado de toda lapoblación, bajo incesantes lamentos hasta un lugar bastante alejado en laselva; allí se coloca en un lugar a un medio metro de tierra, encerrado enuna fuerte caja de tronco de palmera o bejucos, para defensa contra losanimales de presa, para que se seque dentro de un período de dos semanaso para que sea liberado por la lluvia y los insectos de las partes podridas.Cuando el cadáver está "listo", se le lleva de nuevo con gran ceremonia alpalenque, donde 10 reciben las mujeres, y lo recubren con una manta devivos colores, tejida de "karkul" o de "pita". Se le coloca después en unligero ataúd, que se cuelga bajo el techo del palenque. Vecinos de cercay de lejos son ahora invitados a una fiesta de funerales y comienza unaruidosa celebración en la cual se festeja con una chicha hecha de maíz yde bananos aunque también con alimentos más sólidos, que sin embargo,son considerados de importancia secundaria. Si la chicha se somete a lafermentacíón durante dos o tres días, se vuelve bastante rica en alcohol ycausa una intoxicación considerable, especialmente si se consume en gran­des cantidades, como es común en estas fiestas. Una fiesta de funeralescomo ésta dura dos, a veces, tres días.

Los invitados interrumpen el consumo de chicha sólo para entonar can­tos fúnebres de vez en cuando, en los que se elogia al muerto, se cuentansus bondades, se celebran sus proezas como cazador y como guerrero, seensalza su generosidad como anfitrión, se invoca al dios que vive en el somobrío lago de las montañas para que no lo atormente con hambre y sed enla nueva tierra donde ha emigrado con la muerte. Algunos informes másprecisos sobre lo que los indios entienden sobre la tierra más allá de lamuerte o sobre la vida que se lleva allí no pude ni ahora ni entonces reci­bir. Para ellos, como para muchos otros, éste era un reino misterioso. Pero

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sin embargo, de lo que he dicho se puede concluir que tienen una repre·sentación de una vida después de ésta.

Cuando se ha tenninado de cantar un cierto número de cantos, marchatoda la asamblea con el cadáver hasta un lugar del bosque, abierto y colo~

cado en alto, donde se construye un sarcófago de troncos y hojas de palomeras que descansa sobre cuatro postes cuyas extremidades están ente­rradas en el suelo. Sobre esto se coloca ahora el cadáver, lo mismo quealgunos adornos y armas o artículos caseros y al mismo tiempo y sobretodo, amuletos; uno de ellos está compuesto de cráneos de "zorrillo" (Di­delph-ys) , amarrados con un fino bejuco (Fig. 42). El todo se cubre con

Fig. 42. - Amuleto de cráneos de zorrillos.

un techo cuidadosamente tejido con hojas de palmera y al mismo tiempose le amarra y asegura con toda precisión con bejucos finos y fuertes ycon cuerdas de paja de palmera, de manera que cuando el sarcófago estálisto es enteramente impermeable al agua y está en condición de escapara todos los ataques de los animales del bosque. La asamblea regresa des~

pués de ejecutar bien su función a la casa del difunto y la borrachera con­tinúa. El padre de familia más viejo es el nuevo jefe del palenque, a me­nos que el muerto haya dejado un hijo casado, en este caso ese hijo se vuelove de su propia autoridad el nuevo jefe.

Con el matrimonio se procede, al contrario, sin tantas ceremonias. Alpadre de la mujer, si no es el jefe de su palenque y también al jefe, el pre~

tendiente da un par de cerdos y si esto no es considerado suficiente, tejidosy algunos utensilios de casa; entre ellos las marmitas de hierro son los másestimados y un machete hace al pretendiente irresistible. El matrimoniose hace habitualmente a una edad muy temprana: la edad de las mujeresvaria entre 10 y 14 años. Un hombre se casa raramente antes de los 14años. Las pocas ceremonias que tienen lugar se resumen generalmente enuna borrachera.

Los recién casados se quedan habitualmente allí mismo en el palenque,al cual pertenecia el hombre antes de su matrimonio, si no está completa­mente lleno de gente, o si lo está se construye una choza de menor tamafíoen algún lugar abierto en la vecindad del palenque de su ancestro.

Las madres llevan a los chicos enganchados en la cadera. Los niños an­dan hasta los 8 ó 9 años enteramente desnudos; entonces reciben un "gi-

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parova" O un "pajo" -les gusta mucho pasar su tiempo en el agua y por10 tanto se vuelven buenos "canoeros" y nadan como peces. Que los tala­mancas viven en bigamia es evidente, a pesar que ahora con la visita delObispo se les veía muy dispuestos a negarlo. Al mismo tiempo que el ma­trimonio en la pubertad contribuye esta situación a la rápida disminuciónde la población, que por ahora tiene lugar en Talamanca.

En general tiene cada mujer uno o dos niftos, pero éstos están en buenasalud y son muy cuidados por las madres. Las niñas aprenden muytemprano a hilar, tejer, y trenzar bolsas de "karkul" y de pita. Desdelos 6 años de edad los chicos pueden seguir a sus padres a la caza, arma·dos de pequeños arcos largos, de un tercio de metro y pronto adquierengran destreza para cazar pequeños pájaros, iguanas y también, en parti­cular, peces. Una cantidad de pequeños pájaros, como tanagrides y tro­gonidas, hacen un botín muy buscado, pues sus plumas son usadas parahacer las diademas o adornos de cabeza que usan los jefes particularmenteen las batallas o con motivo de solemnidades.

Con los primeros rayos del sol de la mañana siguiente muchos estabanseguramente muy contentos de dejar los camastros de filosas cañas. Des·pués de haber tomado un desayuno sencillo de bananos asados, nos pusi­mos en marcha seguidos en parte del camino por nuestros bondadosos anfi·triones. Debíamos seguir el curso del Couen por unos 16 kilómetros, avuelo de pájaro, antes de llegar al próximo lugar habitado. Aquí no seencontraba nada parecido a un camino, sino que teníamos que abrirnospaso con el machete o vadear al borde del río. Por lo tanto se abrió entonoces nuestra columna con dos indios que libres de equipaje, abrían paso apaso un estrecho sendero en los espesos matorrales que llenaban el espa·cio entre los gigantes del bosque, ceibas, cedros, y especies de Ficus. Losbejucos eran aquí, como siempre, los peores enemigos de nuestra marchay causaron más de una caída a la vista de todos. Pero pronto se vio queera imposible avanzar más lejos por la ribera izquierda del río, donde noshallábamos ahora, porque nos encontramos con quebradas infranqueables.Debimos por 10 tanto buscar un lugar dónde vadear para llegar a la riberaderecha del río. Lo pudimos también hace¡o, después de una cruzada difí·cil del río -más difícil debido a la corriente violenta que a la profundidaddel agua- y de un medio kilómetro de marcha en el agua a la orilla desu ribera, llegamos al pie del Cerro de Lotsé, una alta cresta montañosa,que separa las aguas del Río Couen de las del Río Dueri.

Cuando llegamos arriba a la cresta misma, nos encontramos a unos 4S0metros sobre el nivel del mar y gozamos de la más maravillosa vista sobreel paisaje fuertemente quebrado, con valles profundos en los que los árbo·les se agrupaban los unos con los otros y escondían los riachuelos en elfondo del valle, bajo un techo impenetrable de vegetación y alturas escar­padas, tan cortadas a pico que entre los árboles que se encontraban en susladeras, alguno parecía tener sus raíces sobre la cima de la arboleda delotro. Al Sureste se alzaba un inmenso volcán, algo gris hacia la cima: erael Volcán de Lyon, así llamado en honor de nuestro amistoso compañeroMr. Lyon. Entre otros árboles interesantes vimos aquí en las alturas del

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Cerro de Lotsé, cacao salvaje con mazorcas grises-rojas y pesadas y árboles de caucho, que por el momento dan el producto más deseado de esta tierra. Después de una caminata de 5 a 6 kilómetros sobre la cima de las monta­fías, bajamos de nuevo para volver a buscar nuestro antiguo conocido, el Couen. La bajada fue todavía más difícil que la subida de la montaña y de una manera exacta nos deslizamos por largos trechos; después tuvimos que pasar hondonada tras hondonada y nuestros pobres indios dieron a conocer su cansancio por su respiración jadeante.

Vadeamos ahora de nuevo el Río Couen hasta su ribera izquierda. En ésta era el agua tan profunda, que subía hasta el pecho y no era ninguna cosa fácil defender a la vez la escopeta y mantener equilibrio contra las fuerzas de la corriente, que sin cesar trataba de falsearnos las piernas. Avanzamos unos 7 kilómetros sobre la ribera izquierda, pero tuvimos que vadear de nuevo el río hacia la derecha. Después de dos nuevas cruzadas del Río Couen, cada vez más estrecho, pero también más y más rápido, llegamos a las cinco de la tarde, rendidos, a Kukuti, donde fuimos bonda­dosamente recibidos por los habitantes y pudimos gozar de los últimos ra­yos del sol para secar nuestros equipajes y nuestras ropas.

Había sido un día sumamente difícil: habíamos andado a través de la selva virgen y del agua más de veinte kilómetros, un largo camino digno de consideración por terrenos como estos! En Kukuti pude cambiar varios arcos, collares, etc., pero no dieron resultado mis esfuerzos para llegar a poseer un pequeño instrumento musical de madera, algo entre un tambor y un cascabel. El instrumento era, efectivamente, sagrado, y esto quiere decir que se utilizaba sólo en las fiestas religiosas y no podía ser manejado sino por el gran sacerdote. Tenía la forma de un cubo, era de unos veinte centímetros de alto, arriba dotado de un mango de madera, las extremi­dades de arriba y de abajo estaban unidas, pero los cuatro lados eran redon­deados, pegados a los lados de abajo sólo por un par de centímetros de dis­tancia. Manejado con un palillo de tambor corto, se ponen los lados en vibración más o menos fuerte y produce un ruido suave susurrante. Fácil­mente, al contrario, me dejaron los indios adquirir un tambor, "Sabek", con una piel de serpiente estirada (Fig. 43), hecho de una rama de árbol

Fig. 43. - Tambor.

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excavada, cerrado en una extremidad, en la otra con la piel de serpienteestirada; el tambor tenía por lo tanto algo bastante parecido en la formaa una botella de cuello ancho. No se utilizaban palillos, tan s610 las ma­nos. Encontramos aquí un artículo de lujo: un salero (Fig. 44) colgandocomo una lámpara del techo. Todo el mundo tomaba sal de él con un pa­lito, tanto como deseaba. La casa de Kukuti era llamada palenque por loshuéspedes corteses, pero no tenía mucho en común con el imponente pala­cio-palenque de Dikoblinjak. Era además más bajo, abierto en sus extre­midades y tenía un plan rectangular. Había aquí seis camastros, de loscuales dos, en honor a las damas, tenían cortinas colgantes de tejido. Enel tabanco había también lugares para dormir y de esos eran los del medio,encima del fuego, los más deseados, no por amor al calor, sino por miedoa los mosquitos.

Temprano la mañana siguiente recomenzamos nuestro viaje y nos dimosun baño matutino vestidos al vadear el inevitable Río Couen. Rápida­mente llegarnos a una altura de más de 600 metros sobre el nivel del mary ahora tuvimos las altas montañas más cercanas a nosotros. En Akbeta,lugar de residencia de dos familias descansamos y desayunamos. Todoslos habitantes, con la excepción de una anciana, habían huído al anunciode nuestra llegada. Aquí no había nadie para quien decir misa, con todo,también se dijo una misa. La anciana era sin embargo una anfitriona amis­tosa; pero entonces me entró el terror al pensar que probablemente meinvitaría con la chicha que estaba preparando con sus dedos nudosos. Sinembargo, pronto entré en buenas relaciones con ella y conseguí no sólo unarueca (Fig. 45), sino también ella me enseñó cómo usarla. Se coloca enuna calabaza y se pone en rotación gracias a la pequeña rueda cerca de

Fig. 44. - Olla para ,la sal.

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•Fig. 45. - Rueca.

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la base del huso; en muy corto tiempo preparó con este simple torno dehilar una cantidad enteramente usable de paja rajada en tiras.

Como en las casas de los indios que habíamos visitado antes, los utensi·lios caseros eran muy sencillos. Consistían en "huacales" y jícaras de lafruta del árbol de la calabaza (Crescencia cujete) (Fig.s 46 y 47), rara­mente adornados de decoraciones grabadas, una o dos mannitas de barro,groseras, y lo más importante de todo, "la piedra" de los criollos, una pie­dra ligeramente cóncava, plana, sobre la cual se machaca el maíz para la"tortilla", antes de colocarla sobre el fuego para cocerla. Como recipientesde agua servían grandes "tinajas", de 40 a 50 litros de capacidad, de fonnaredonda, hechas de barro ligeramente cocido, sin barniz.

Fig. 46. - Huacal. Fig. 47. - Jícara.

Después de una hora de marcha de Akbeta llegamos a la planicie, fuer·temente quebrada, que había sido el lugar de la estación de misiones espa·fiolas, de San José de Cabeceras, fundada al lado de la primitiva capitalde los talamancas, Koktu. La planicie se encuentra a 650 Ó 700 metrossobre el nivel del mar y de allí se goza de un clima agradable, sin grandesvariaciones de temperatura. Ya una mirada sobre el terreno mostraba quehabía sido el lugar de viejos cultivos. La selva había, desde mucho tiempoatrás, retrocedido, y cedido el lugar a una riente flora, caracterizada sobretodo por plátanos salvajes, plantaciones de bananos, ahora salvajes y casitan difíciles de penetrar que las bocas de los ríos o los matorrales a los bor­des de la selva. Entre los platanales se extendían colinas ricas en pastos,sombreados por los árboles frutales más variados, tales como zapotes, agua­cates, con grandes frutas en forma de pera, de un fino gusto de almendra,cinco especies diferentes de cítricos, una de ellas naranjas grandes, deli­ciosas; marafiones, mameyes con frut.as grandes como la cabeza de un nifto,la deliciosa guayaba dulce, y más lejos en las laderas más abruptas, gran·des pifias y pequeños árboles de cacaO. Las montmlas que al Norte y alOeste limitaban la planicie, mostraban aquí y allá las inmensas formas delárbol de la caoba y cedro, de muchos siglos, donde los cultivos no habíanpenetrado.

De la vieja colonia, por lo demás, no se veía traza e incluso el mismoKoktu desilusionaba mucho de 10 que se había esperado; 10 que vimos desdeun montículo que lo dominaba, eran 10 ó 12 palenques, de los cuales nin­guno de tamaño importante, desparramados encima o alrededor de las coli-

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nas vecinas. Continuamos nuestro camino -por el momento un paseo deplacer, comparado con las pasadas dificultades- hasta una de las casasmás grandes, que Antonio dijo pertenecer al jefe principal del lugar, el queal mismo tiempo era el gran sacerdote. Nuestra marcha había sido forza·da, para que la noticia de la llegada del Obispo no llegase antes que noso­tros o que no fuese posible que los indios se uniesen para resistirnos conarmas; nuestros esfuerzos habían sido, sin embargo, vanos, porque en lacasa, un palenque abierto, como el de Kukuti, encontramos solamente dosancianos, que nos recibieron con una impasibilidad resignada. Toda pro­visión de víveres, armas y los utensilios caseros más importantes, habíansido llevados y la perspectiva era sombría de que pudiésemos conseguiraquí provisiones para nuestro grupo que alcanzaba a unas 30 personas. Lasexplicaciones que Antonio pudo recoger rápidamente de nuestros anfitrio­nes taciturnos, nos dieron poca esperan:.;o:a de que los habitantes del pueblovolviesen mientras aquí nos quedásemos, porque el gran sacerdote les ha­bía dicho que dejasen sus casas y sus hogares, explicándoles que el sacer·dote blanco avanzaba hacia su pueblo, delante de un pelotón armado, paraobligarlos a casarse y cuando ya estuvieran casados, para llevarse a su tie·rra sus jóvenes esposas, lo mismo que sus gallinas, sus cerdos y dejar allísólo las mujeres viejas.

A pesar que el viaje de misiones del Obispo resultaba en gran parte inú·til, decidió éste quedarse aqui, en parte para ganarse los pocos indios queaquí quedaban, en parte para completar sus notas sobre el idioma de lostalamancas. En algunas de las casas vecinas encontramos además otrosancianos, pero todas las mujeres habían sido como arrastradas por el viento:por qué las ancianas no se habían quedado, no lo puedo comprender. En·tre los viejos se encontraba un "vidente", que gracias a la fuerza mágicadel tabaco y al obsequio de una pipa sueca curva de madera pronto se vol­vió mi amigo y me dio muy interesantes informaciones durante los díasque aquí nos quedamos.

Una noche cantó para nosotros un largo himno, una especie de cantoépico en unos 200 versos de cuatro estrofas, que sin embargo en su mayorparte era una lista de nombres y no daba ninguna posibilidad de juzgarde la época de los datos históricos que allí figuraban. Pero, por otra parte,el "vidente" podía darnos buen material para estudios de su idioma y elObispo le quedó obligado por una parte bastante grande de su léxico depalabras en la lengua Cabecras, que él ha reunido y publicado más tardeen una obra científica (Dr. B. A. Thiel, "Apuntes lexicográficos de las len­guas y dialectos de los indios de Costa Rica", Parte 1, Lengua y dialectosde los Talamancas, San José de Costa Rica, 1883). En vano traté de con­vencer al anciano indio de conseguinne un guía que me llevase al "lagonegro", que se encontraba, decía él, apenas a un día de viaje, más lejos,alto, arriba en las montañas. El lago no podía ser visitado sino por aque­llos que el gran sacerdote conducía allí, porque poderosos dioses vivian enél y debían ser tratados con respetuosas ceremonias: de otra manera ellago se desbordaría e inundaría toda la planicie de Koktu. Probablementehay a la base de esta tradición alguna erupción antigua.

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Buscamos en vano alguna traza de la antigua misión de monjes españo­les, sobre y bajo tierra, pero encontramos en cambio varias tumbas indí­genas, como las de que ya he hablado y viejos palenques abandonados, quemostraban que no hacia mucho tiempo atrás Koktu había sido un lugarmucho más importante que lo que era ahora.

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Capítulo XIV

TALA MANCADUERI, ESTRELLA

De Koktu decidirnos tomar el camino de regreso después de dos días deestadía allí, porque evidentemente nuestra espera era en vano y los indiosparecían estar firmemente decididos a evitar todo trato con nosotros. Lamisma variada caminata nos esperaba, subiendo y bajando cimas de mon­tañas, a través de ríos y de pantanos cubiertos de malezas llenas de espi­nas: pero ahora se iba con mayor rapidez, porque el camino ya estabaabierto al machete y nosotros acostumbrados a él, En Akbeta, Kukuti,Dikoblinjak, Schinubrinjak, Najvla, en todas partes fuimos recibidos conalegría y con gritos de bienvenida por esta gente amistosa y confiada, queya nos consideraban como viejos conocidos y amigos. Regalos de parte denuestros anfitriones no faltaban tampoco y a pesar que el viaje fue rápido,mi colección etnográfica recibió aumentos de valor. Tratamos en la me­dida de nuestras posibilidades de corresponder a su amistad y los objetosmás diversos debieron servir para regalos o para intercambios. Cuando lle~

gábamos a nuestros lugares de hospedaje por la noche no me quedaba unasola hoja de tabaco y apenas algunas prendas de vestir indispensables. EnNajvla encontramos nuestros caballos y en la noche oscura salimos al trotetendido para pasar la noche en casa de Antonio, en Tounsela, obedeciendoa su propio ruego. El Río Lari nos refrescó nuestro ardor con un bañofrío, para caballos y caballeros, y empapados y helados -a pesar de la tem­peratura de veintidós grados- llegamos a la espaciosa casa de Antonio,donde después de una cena de bananos asados y de pescado seco, prontopudimos gozar de un descanso muy necesario.

Al día siguiente llegamos de nuevo a nuestra casa talamanca de Sipurio.Gracias a los esfuerzos pertinaces de Mr. Lyon y de Antonio y gracias talvez a las buenas relaciones que habíamos tenido con grupos de indios du­rante el viaje a Koktu, se pudo reunir algunos días después de nuestroregreso un gran número de ellos --de 200 a 300- en Sipurio, para oir lanueva doctrina, pero ciertamente ante todo con la esperanza de recibir rega~

los. Después de misas y de prédicas, que se traducía a los oyentes de ma­nera muy resumida, se bautizó de manera igualmente sumaria a unos 100indios, sobre todo niños y mujeres. Después se comenzó un banquete, en

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el cual cerdos, gallinas, bananos y chicha se consumieron en enonnes can­tidades.

Puesto que esta era la reunión más grande de indios Talamanca que vio que habría podido ver, saqué partido de la ocasión con medidas, fotogra~

fias y sobre todo estudios de su idioma y no puedo suficientemente elogiarla amistad y la buena índole con que ellos se prestaron a mis deseos.

Mostraron además el más alto interés por mis colecciones zoológicas ytan pronto como yo estaba ocupado en la preparación de algún pájaro oen la tarea de investigar algún pequeño animal de agua o de tierra, siem­pre me rodeaba una turba curiosa, que jamás se cansaba de preguntar. Na­turalmente que yo sacaba provecho de su inclinación hacia el conocimientocientífico de la naturaleza y los estimulaba a coleccionar animales por micuenta y muchos ejemplares de valor llegaron de esta manera a mi colec­ción. Entre otros animales me trajeron también dos ejemplares de un hor·miguero raro, pequeño y trepador, con un pelaje más suave que la seda másfina y una larga y fuerte cola prensil. Como más tarde pude encontrar estemismo animal en Siquirres, escribiré más extensamente algunas observacio­nes sobre este animal. Al mismo tiempo coleccioné, gracias a la ayuda demis amigos indios, una lista de nombres talamancas de los animales y plan­tas en mi colección, de los cuales ellos conocían el nombre. Y sólo eranunos pocos los que ellos no conocían.

Los indios permanecieron dos día,;: en Sipurio: la mayoría dormían bajoel cielo, en lechos de hojas de palmera o en pequeñas hamacas de paja depalmera. Entre ellos se encontraban muchas mujeres jóvenes con faccio~

nes particulannente bellas y regulares y a pesar que eran generalmente debastante menor talla que los hombres, se les veía, sin embargo, formas ver­daderamente elegantes. Como se ha dicho arriba, el matrimonio a temoprana edad es uno de los mayores obstáculos al aumento en fuerza y aldesarrollo de la raza. Entre otros ejemplos puedo citar: una joven madrede once años, a penas núbil, con una cría de casi un año, enganchada sobrela cadera.

Después que nuestros amigos indios, alegres y conversadores, se hubie·ron ido de Sipurio, todo se mudó en silencio y desierto y nos preparamospara una nueva expedición, esta vez hacia las fuentes del Río Dueri, unaverdadera expedición de buscador de oro, porque Mr. Lyon creía que laregi6n era rica en oro y deseaba que yo lo buscase en las arenas del río. Elviaje duró tres días. Pasamos a lo largo del Río Leri hasta Beskide, dondeen un gran palenque encontramos una amistosa acogida. Nuestro cam­pamento se hizo en otro gran palenque, a unos veinte kilómetros más arribahacia la montaña: llevaba el nombre Dueri, por el río en cuya ribera seencontraba. A pesar que fuimos recibidos con especial amistad y festeja­dos, era evidente, sin embargo, que el motivo de nuestro viaJ'e no era gratopara los indios. Algunos de ellos nos sirvieron entretanto de guías, perohicieron cuanto pudieron para apurar la expedici6n y dijeron no saber nadaabsolutamente sobre la presencia de oro, o c6mo eran las montañas o las

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fuentes del río. SU-'l experiencias con buscadores de oro explicaban tam­bién sus antipatías. La siguiente historia puede justificarlas. Fue contadauna noche a la luz de una hoguera por un viejo indio, con comentarios deMr. Lyon.

Hacía muchos años había venido a las orillas del Dueri un criollo, Felipe,con su mujer, Teresa. Traía consigo herramientas de trabajo y armas quepara los indios eran desconocidas. Pronto se aceptó que se instalase enlos palenques vecinos y fue considerado como un amigo, gracias a su bené­volo y amistoso trato y a los valiosos regalos, entre otros, de cuchillos, quedistribuía gratuitamente. El rey le permitió que se construyese una chozaa orillas del Dueri, en un lugar que Felipe había escogido después de variassemanas de búsqueda. Comenzó a excavar en la arena suelta del rio y alavar oro. Muchos de sus amigos entre los indios le ayudaron entonces ypronto llenó muchas calabazas de la arena amarilla brillante. En ese tiem­po Felipe se había enamorado de Lotsé, hija del jefe de la rama india delDueri, la muchacha más linda en un circulo de muchos días de viaje. Elpadre y la familia aceptaron la unión: que él tuviera antes en su choza unaesposa, pensaron que no era ningún obstáculo al matrimonio y se celebróuna brillante boda. Pronto las dos esposas no pudieron entenderse y pro­bablemente debido a este hecho en su vida Felipe se volvió bastante taci­turno. Para acortar, ya que su tesoro había crecido suficientemente, in­cluso a los ojos de un buscador de oro, decidió abandonar Talamanca poruna tierra donde el oro tuviese algún valor. Cuando Lotsé descubrió suplan entró en sospecha y trató de convencerlo de quedarse: su hijo seríajefe de la tribu. Nada tuvo éxito y finalmente consiguió ella solamenteque él la llevase consigo. El se lo prometió. Teresa, furiosa con esta con­cesión, trató de inducirlo a que retirara su promesa y a dejar allí a Lotsé.Cuando vio que él estaba demasiado ligado a ella para quebrar su promesa,decidió actuar por su propia iniciativa y asesinó a Lotsé, después de ha­berla llevado con engaños al bosque. Los indios descubrieron pronto elcadáver, presintieron el desarrollo de los acontecimientos y se quejaron alrey. Este vino en persona a la choza de Felipe y lo sentenció a matar porsu propia roano a Teresa o a morir. Felipe confió en sus armas de fuego,creyó en la bondad natural de los indios y se preparó tranquilamente parael viaje. En la tarde del segundo día su bote estaba listo, cargado de orohasta los bordes. Cuando Teresa subió al bote y cuando él hubo soltadola amarra para alejarse de tierra, cayó de repente una lluvia de flechas através del Dueri y Felipe cayó sin vida al fondo del bote. El rey y sus gue­rreros vinieron entonces en sus canoas, tiraron su cadáver en uno de loshoyos donde él había sacado su oro, la arena dorada se tiró en el fondo delrío y a Teresa se le colocó en el fondo del bote, que se soltó sin remos paraque se fuese río abajol con una corriente crecida y furiosa por las lluviasdel otofio.

Fuimos 15 a 20 kilómetros arriba del Dueri, pero no encontramos porninguna parte arena acarreando oro y fueron vanas todas las solicitudes deMr. Lyon para que nos mostraran algunos de los lugares donde antes sehabía sacado oro. Un poco más lejos, en laris, se encuentra una mina de

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cobre, que probablemente había sido trabajada en tiempos antiguos; perola situación es tal que tardará bastante todavía antes que sea remuneradortrabajar en ella de nuevo. Un poco más lejos, abajo del Tilire, en uno desus afluentes, hay ricos depósitos de carbón pero incluso éstos no podríanser trabajados con alguna ganancia. En lo que se refiere al oro los espa­ñoles encontraron alguno y abrieron algunas minas, pero las ganancias nofueron bastante grandes y como después comenzaron las continuas guerrascon los indios, pronto las minas fueron abandonadas y tan completamenteolvidadas que no se conoce el lugar donde estaban.

Volvimos a Sipurio para continuar nuestras investigaciones en la reglOnvecina y a mediados de Septiembre estábamos listos para comenzar nues­tra expedición a través de las tierras de los indios Estrella. Así se llamanlas ramas de los Talamancas que viven en las riberas del gran río Estrellay de sus numerosos afluentes.

Salimos de Sipurio, pero esta vez hacia el Norte, después de haber en­viado la mayor parte de nuestro equipaje por el Uren y el Tilire, para serconducido directamente a Puerto Limón. Necesitábamos estar lo menosembarazados qUe podíamos, ya que teníamos por delante de nosotros unlargo y cansado viaje.

Poco antes del mediodía llegamos, después de haber avanz<'ldo :l trflvésde un terreno relativamente abierto, a Suretko, un pueblo recién construi­do a orillas del Tilire; allí tomamos en el espacioso rancho una hora dedescanso y viajamos luego en tres botes río abajo. Seguimos durante unpar de horas sus orillas, vadenmos varios de sus numerosos afluentes y lle­gamos en la tarde, empapados y rendidos a Schedole, un pueblecito indioa orillas del río del mismo nombre. Allí pasamos la noche en la casa deun mestizo de San Salvador. A consecuencia de una de las revolucionestan comunes en su tierra este hombre había tenido que huir de su país yvivía desde muchos años atrás entre los indios. Se construyó un altarafuera a cielo abierto, decorado con hojas de palmera y flores: el Obispodebía, efectivamente, decir misa ante los naturales del lugar. Después quela misa se hubo celebrado, que algunos indios fueron bautizados y casadoscon sus mujeres, visitamos la choza de uno de los indios, donde fuimosobsequiados con chocolate y chicha y además con aguardiente: era la pri­mera vez que encontrábamos esta bebida entre los indios Talamancas. Yohice intercambios de todo lo que pude ver en materia de armas y utensi­lios caseros, fáciles de transportar.

En la mañana se dijo la misa de nuevo y allí consiguió nuestro enérgicoObispo reunir con los lazos de Himeneo a nuestro anfitrión salvadoreñocon una india, que ya era su mujer de acuerdo con los ritos de los indios.Continuamos nuestro viaje subiendo el río Schedole, de una pendiente sua­ve: el punto más alto de esta montaña cubierta de selva, el que pasamos,tiene una altura de 700 metros sobre el nivel del mar. De allí teníamosuna magnífica vista sobre la región vecina, fuertemente quebrada. Ba­jando unos 200 metros, llegamos al río Moy, donde tornamos el desayuno

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en una choza en ruinas de un par de negros que recogían caucho. Losnegros estaban annados hasta los dientes, porque vivían en continuo terrorde los indios; pero la ganancia por el hule recogido es tan grande, que un"uIero" que tiene buena suerte puede ganar más de 2.000 dólares en tresmeses. Eran también estos negros de Jamaica, individuos salvajes, listos,grandes y fuertes de constitución. Su grupo de seis hombres daba la im­presión de estar en capacidad de defender sus elásticos tesoros.

Después de una caminata de cinco horas a través de matorrales espesos,cuando era posible pasarlos, sobre pantanos sin fondo y por largos trechosa lo largo de pequeños ríos, arriba y abajo de quebradas y montes escar­pados y cubiertos de vegetación, llegamos hasta las orillas del río Duluúli.Continuamos nuestra marcha por las dm. riberas del río: vadeamos el ríounas veinte veces en trechos de un tercio a un medio de agua y recorrimosgrandes trechos por el río mismo. Nuestros cargadores indios eran en total14; comenzaron ahora a estar rendidos y dieron a conocer este estado desu manera habitual con prolongados silbidos. Por fin llegamos al lugarDuluúli, donde decidimos hacer el campamento pam la noche, porque toda­vía teníamos dos horas de luz y según las perspectivas apenas una horade caminata hasta Bitéi, el pueblo más importante de indios de esta región,habitada por indios Estrella.

En el rancho de Duluúli vivía sólo una familia en ese momento, pero elamoblado señalaba que había más habitantes. Pronto tuvimos una expli­cación de esta situación. De aquí, como de los pueblos de indios vecinos,la población había generalmente huido hacia las montañas más lejos aloeste, más inaccesibles, tan pronto como supieron que el Obispo se aproxi.maba. Su principal jefe, Biterio, como había sucedido en Koktu, habíaechado a correr el rumor que el Obispo venía a la cabeza de una fuerzaarmada, para bautizarlos y sacarlos a la fuerza, que tomaría consigo lasmás bellas de sus mujeres y de sus hijas y dejaría atrás las viejas y feas,que mataría todos sus cerdos y gallinas y otras cosas por el estilo. El Obis­po decidió entonces quedarse algunos días en Bitéi y por medio de la per­suasión y promesas de regalos traíar de conseguir que los indios volviesen.Entretanto hicimos entrar nuestra caravana en el palenque abierto y espa­cioso y pasamos una noche relativamente tranquila.

En la mal1ana comenzamos nuestro viaje hacia Bitéi con nuestro anfi.tríón como guía. En lugar de una hora necesitamos casi cuatro, antes dellegar a un pueblecito situado de manera muy bella sobre una altura. Máso menos a medio kilómetro de Bitéi corre el río del mismo nombre, conmuchas vueltas hasta el río Estrella.

Como en Duluúli aquí también habia huido lejos la mayor parte de losindios. Los que habían quedado eran una media docena de ancianos yancianas. Bitéi se compone de cuatro grandes casas o palenques. Perono habían sido construidos en el estilo auténtico, sino que tenían paredesrectas, un techo relativamente pequeño y un plano cuadrado en el suelo.Por lo demás tenían la misma disposición interior que las habitaciones delos Talamancas. Cada casa era el hogar de 3 ó 4 familias.

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Ya que nuestras prOV1SlOnes estaban casi terminadas tuvimos que con­seguimos nuevas: pero fue bastante fácil porque el pueblo era rico y teníaextensos platanales. Entre otros compramos un cerdo grande, pero el pro­pietario declaró que teníamos que llevarlo nosotros al monte a matarlo.Se le dio la orden a Nerón y pronto había agarrado fuertemente al delin·cuente por la oreja, lo había derribado al suelo y el cocinero de un ma·chetazo lo mató en un instante. A pesar que el cerdo en peso y en volu­men era algo más grande que Nerón -pesaba 130 libras inglesas- noalcanzó a alimentar más de dos días a nuestra numerosa caravana.

Después de una misa y que una comida abundante hubo reparado lasfuerzas de nuestro indios cansados, nuestro intrépido Obispo solo, seguidode un indio como guía, salió a tratar de encontrar a los indios en sus casas,en el pueblo de Estrella y a tratar de persuadirlos de juntarse con él enuna reunión. Este viaje se estimaba que debía tomar dos días. Entre­tanto se había enviado emisarios a los bosques para convencer a los indiosde Duluúli y de Bitéi a regresar. Después de un par de días comenzaronpronto a volver y después que el Obispo hubo regresado se reunió rápida­mente con unos 50 indios en BitéL

Entretanto Mr. Lyon había tenido un violento ataque de fíebre y comolas noches en Bitéi eran todo menos saludables, porque habitualmente unaneblina densa flotaba sobre el pueblo, levantándose del río próximo, y quelos altos montes vecinos impedían que fuese disipada, a menos que sopla­sen vientos fuertes, comenzó su estado a darnos inquietudes y comenza­mos a prepararnos para el viaje río abajo. Para transportar a Mr. Lyonhasta el lugar, distante unos 5 kilómetros, donde nuestros botes debíanesperarnos, se preparó una primitiva silla de manos, que debería amarrarseen las espaldas del indio más fuerte de nuestra tropa. Este era un ver·dadero ejemplar de tamaño y de fuerza entre los otros, se llamaba Muschko,que quiere decir "cerdo" y este era un nombre honroso, porque el cerdosalvaje que se encuentra en sus selvas es el animal más valiente, muchomás valiente que el jaguar, que el puma y que el tigrillo.

El Obispo regresó al tercer día; su viaje subiendo el río Estrella habíasido difícil. El pueblo entero estaba vacío a su llegada. Era dirigido porun mestizo hondureño emigrado, Segura, que había conseguido crearse unatal importancia entre los indios Estrella que había sido elegido caciquecon la completa condescendencia de Biterio. Como tanto él como Biteriovivían en poligamia era enteramente inoportuno que sus leales seguidoresse hiciesen cristianos y que un Padre visitase uno u otro pueblo. Por lotanto, Segura había ayudado a Biterio a sembrar diligentemente entre losindios terror por los sacerdotes blancos, ya que los jefes temían, no sinrazón, que el Obispo llamaría tropas de Puerto Limón para que lo ayuda­ran y opinaron que lo más cuerdo era retirarse con su gente a la selva, hastaque la misión hubiese terminado.

La madre de Biterio y una de sus muchas mujeres fueron encontradas,sin embargo, en una choza lejana y fUeron inducidas con promesas y ricos

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regalos a seguirnos hasta nuestro campamento. Allí el Obispo, ante los ojos encantados de los indios, exhibió sus tesoros de porcelana de Nüren­berg y más de una docena se dejaron bautizar. Un anciano cantó en la noche un largo canto, que fue traducido por nuestro intérprete habitual, un indio Tucurrique, que había ya seguido al Obispo en misiones anterio­res. Este fue anotado por el Obispo de manera tan exacta como posible.

Durante dos días continuamos nuestros estudios lingüísticos y enseñanza de la religión a los indios. Estos no se diferencian en nada en aspecto y en costumbres de los verdaderos indios Talamancas. Su lenguaje, en cam­bio, muestra algunas pequeñas diferencias pero no tan grandes que ambos no puedan ser considerados como dialectos del mismo idioma. Magnífi-

Fig. 48. - Adorno de plumas de garza.

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Fig. 49. - Adorno de plumas de tanagrida.

cas armas y adornos pude cambiar aquí y por esto quedé tan desprovisto de ropa europea y armas que ya no tenía ni un cuchillo para mi uso per­sonal.

Entre los objetos costosos que obtuve en esta región hay un magnífico adorno de cabeza hecho de plumas de garza (Fig. 48) digno compañero de una diadema similar de plumas de tanagrida que había conseguido en Koktu (Fig. 49). También merecen ser citados algunos collares de ani­llos pulidos de moluscos. Cada año o cada dos años un grupo más o me­nos grande de indios hace una expedición de varias semanas al Océano Pa­cífico. Entre las cosas preciosas que se traen de allí se encuentran mo­luscos de una cierta especie, seguramente algún Voluta, que a su regreso dividen en pedazos y pulen a mano contra piedras hasta formar discos o cuentas de 5 a 6 centímetros de diámetro. Sólo los anillos del molusco se usan para esto y solamente pueden ser usados por los jefes. (Fig. 50).

Pequeños plantíos de ñame, yuca y bananos se encontraban aquí y esta­ban bien cuidados. Los indios Estrella parecían tener un espíritu más in-

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clinado al arte que sus vecinos del sur, porque sus jícaras y huacales (he­chos de la fruta del Crecensia Cujete) eran a menudo labrados con mu-

Fig. 50. ~ Collar de conchas de cartlcol.

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Fig. 51. - Jícara. Fig. 52. - Colador para chicha.

cho gusto, a pesar que no emplean para esto otro instrumento que un ma­chete de medio metro de largo. La figura 51 muestra una jícara de cocoartísticamente labrada. La figura 52 una jícara cubierta de hoyos que seutilizaba como un colador de chicha.

Los entierros y otras ceremonias s'ln las mismas aquí que entre los in­dios de las orillas del Couen y del Lari. Los hechiceros parecen estar aquíen una posición más alta y a menudo reunían la dignidad real, en este casocompartida con Biterio, con la función de sacerdote y de jefe. Una tristesituación es que el aguardiente destruye a los indios Estrella. En la des­embocadura del río se ha, efectivamente, establecido un comerciante quea cambio de caucho y salsaparrilla suministra a los indios ron y aguardiente.El negocio es muy bueno.

Después de cinco días de estadía en Bitéi levantamos el campamentopara dirigirnos en botes por el río Estrella abajo. Dejamos a los Estrellascon menos pena de la que habiamos sentido al separarnos de los cariñososmuchachos de Talamanca. Necesitábamos un día entero para bajar el ríocon la ayuda de remos y de la corriente.

El río Estrella no es tan grande como el TUrre, pero puede ser llamadoun río importante. Pasamos cinco quebradas o caídas; en una de ellas sedio vuelta un bote que nos seguia; la tripulación, hombres, mujeres y niñosnadaron todos rápidamente hasta la ribera, el bote y los remos y lo másimportante del cargamento fueron recogidos por nuestra tripulación abajode la quebrada, después de lo cual los náufragos se embarcaron de nuevo,entre risas y burlas, como si nada extraordinario hubiese pasado. Al atar­decer llegamos a la desembocadura del río y fuimos donde el negocianteya mencionado, donde fuimos recibidos con generosidad y encontramosbuenas camas.

Como Mr. Lyon no estaba todavía bien de salud y no podía dejar la ca­ma, decidimos Herr Hübsch y yo quedarnos aquí en la boca del Estrellaun par de días, hasta que se hubiese mejorado suficient.emente para regre­sar a 8ipurio con la ayuda de sus indios. Consideramos que est.e era nues­tro deber, ya que Mr. Lyon durant.e nuestro viaje por Talamanca constan-

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temente sacrificando sus intereses había tratado de permitirnos hacer nues­tra labor científica. El Obispo debía continuar su víaje a Puerto Limónpara de allí comenzar un nuevo viaje de misiones hasta las partes noroestede Costa Rica. Por lo tanto, al día siguiente de nuestra llegada a la bocadel Estrella se embarcó en un gran bote.

El tiempo pasó muy rápidamente para los tres días que pasamos aquí,porque la naturaleza era exhuberante y generosa. Es cierto que tengo queanotar aquí tres cazas desgraciadas de manatí, una de las cuales me costóun baño y la pérdida de un revólver; pero tuve la oportunidad de echar unamirada sobre las costumbres poco usuales de este animal y por eso mástarde, en el río San Juan, tuve la oportunidad de un éxito completo.

Entre el botín botánico hubo semillas de un Hibiscus (Hibischus Abel­moschuz), semilla que los indios consíderan como el antídoto más segurocontra la mordida incluso de las víboras más venenosas. La semilla sequiebra o se muele hasta convertirla en un fino polvo, que con agua se con­vierte en una pasta: se coloca encima de la herida después de la mordíday se aplica fuertemente contra ella. Además se prepara una decocción dela semilla pulverizada y de ella el paciente bebe más o menos un medio litro.

Cuando Mr. Lyon, a pesar de estar débil, estuvo en condiciones de mon­tar a caballo, nos dirigimos a lo largo de la playa a una distancia de 15 ó20 kilómetros hacia el sur hasta la Punta Cahuita, para tratar de arrendarun bote para nuestro viaje a Puerto Limón. El camino era difícil, a pesarde no ser muy quebrado, porque teníamos a veces que vadear sobre la mis­ma playa, sobre una arena fina y suelta requemada por los rayos del solque le caían directamente, a veces teníamos que escalar un infierno de rocascortantes o pasar a través de malezas llenas de espinas, a veces teniamosque abrirnos paso a machete a través de la selva.

Allí nos salió al encuentro el aroma casi adormecedor de la vainilla (Va­nilla Planifolia) , tan fuerte que casi provocaba malestar. Finalmente, lle­gamos al lugar de nuestro destino: allí se alegraba el ojo al ver varios bo·nitos edificios, que se encontraban en medio de las huertas más encanta­doras, al borde mismo de la playa del Océano. Pasamos a lo largo de unaveintena de grandes tortugas (Chelonia Imbricata) vivas, que yacían enel suelo, vientre arriba. Durante días, tal vez semanas deberían, puestasen esta posición, esperar su terrible destino de ser puestas al fuego, o másbien ser colocadas sobre carbones ardientes hasta que la parte superior desu caparazón -llamada el carey legítimo- se soltase. Después de lo cuallos pobres animales serían soltados de nuevo en el océano, para tal vezsufrir de nuevo el mismo tormento en el futuro.

Cahuita es una gran colonia de negros, con a.lgunas 15 casas, despDrra­madas a lo largo de la playa. Los habitantes viven de la recolección delcaucho y de la pesca, entre ésta, la de las tortugas es su más preciado botín.El caucho y el carey se liquidan en Puerto Limón. Son marinos hábilesy esforzados, pero duros y salvajes como animales: por el menor malen­tendido el cuchillo es el único juez.

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Fuimos a la casa de uno de los negros más estimados, Samuel Brown,y a pesar que éramos sus huéspedes y que Mr. Lyon era conocido desdemucho tiempo atrás de estos negros, sólo gracias a nuestras buenas armaspudimos salir de su casa sin pagar dinero. Después de muchas dificulta­des encontramos finalmente dos negros que contra una fuerte suma nosprometieron conducirnos a Puerto Limón. Y tuvimos un suspiro de alivio,cuando después de haber visto a Mr. Lyon en buen estado, desaparecer enel bosque hacia Tilire, tarde en esa misma noche, nos hicimos a la vela dela bahía de la Punta Cahuita.

La noche en el mar fue deliciosa y a la mafiana siguiente desembarcamosen Puerto Limón, después de una expedición difícil, pero rica en recuerdosagradables, entre los indios Talamancas.

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