"CLAUDE FARALDO, el obrero anarquista" (2014) Julio Pollino Tamayo

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CLAUDE FARALDO El obrero anarquista © Julio Pollino Tamayo [email protected]

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CLAUDE FARALDO El obrero anarquista

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FARALDO POR FARALDO

Carezco de lo que se llama una cultura, una formación intelectual. Desde los trece años he trabajado. He sido camionero y militaba políticamente. Fue durante una huelga que decidí romper con el partido y más tarde dejé el trabajo. Anduve de un lado para otro, sin hacer nada, viviendo.

Nada presagiaba que me iba a dedicar al cine, ni tan siquiera tenía la vocación. Era repartidor de bebidas en Casa Nicolás con Reiser (dibujante). Conocí a una mujer que me dijo: «¿Por qué no dejas de hablar y todas esas cosas que estás siempre contando las pones en un guión? Yo tú ayudaré.» Así escribí mi primer guión. Mi primera película no quise que se viera porque me di cuenta de que era una película esteticista, en la que había intentado hacer arte, hacer bonitas imágenes. Y creo que no hay que hacer eso. Era “La joven muerta”, 1965, se pudo ver en Hungría, en Checoslovaquia, pero no se estrenó en Francia. Tuve tres muertos en la película, la script, la montadora y Jean-Claude Rolland, que era el actor principal. No era lo bastante profesional como para pasar por encima de todo eso y no quise saber nada de la película. Creí que el cine había acabado para mí. Después hice una obra de teatro en 1969, “Dulces pero trogloditas”. Hubo problemas con la sala y escribí “Themroc”, pero no llegué a montarla. Hice entonces “Bof..” y, de golpe, Piccoli se ofreció, y “Themroc” se hizo realidad.

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He hecho mis películas a partir del espíritu del mayo francés. Mayo del 68 me permitió hacerlas porque entonces hubo un gran período de crisis y confusión. Los empresarios del cine no sabían qué era lo que le gustaba a la gente, estaban confundidos, gracias a eso pude hacer un filme como “Themroc”, desgraciadamente eso pasó. Ahora sería imposible rodar un filme así en Francia, sin diálogos, sin música, etcétera.

No soy un cinéfilo, apenas voy al cine. De todas formas, hay películas que me gustan. Por ejemplo, Milos Forman, amigo mío desde hace muchos años, ha hecho una película estupenda en América –“Alguien voló sobre el nido del cuco”-, en la que la gente se detiene en el lado psicológico y clínico de la historia. Yo paso de eso completamente, lo que me gusta es que esa película es América, tal y como Forman la ve. Últimamente, muchas cosas han cambiado. Hace años, un obrero dejaba de trabajar y sentía vergüenza, ya no era nadie. Ahora te encuentras a un tipo que te dice: «Llevo dos años en paro y voy a intentar renovarlo por un año más», y esto está muy bien. En “Themroc” hablo de esto. También hablo de que hacer el amor con tu hermana está muy bien, si ella está de acuerdo. Hay que acabar con los viejos tabúes burgueses. Yo descubrí la libertad muy tarde. Me refiero a tu libertad individual, íntima, que es muy importante.

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En “Themroc” trabaja mucha gente, pero cobrando muy poco. La película costó 130 millones de francos viejos. Pero lo importante es otra cosa. En “Themroc” hay algunas escenas en el Metro; yo no podía pagar permisos para rodar allí ni pagar extras, así que tuvimos que entrar a la fuerza y rodar la escena en hora y media, el tiempo que tardaron en venir a prohibírnoslo. Rodábamos metiéndonos entre la gente con la cámara y un foco a las seis de la mañana. ¡Y ni siquiera miraban a la cámara! Estábamos en cierta forma forzando a la gente, era algo muy violento, nos arriesgábamos a que nos partieran la cara. No digo esto por contar una anécdota, sino para ilustrar el contexto tan duro en que se realizó la película. Todo ello marca el estilo del filme y supone un contacto muy real con la vida, sin los trucos del falso cine-verdad. Hay gente que me dice: «Claude, sabes escribir bonitos diálogos, ¿no estás ya un poco harto de tus historias de obreros que mandan todo a la mierda?» Me aconsejan que cambie de tema, que haga películas de aventuras... Quizá tengan razón. Pero creo que lo que hago no es fácil ni cómodo.

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En el cine francés no me siento ubicado en ningún lugar. No conocía el cine. No era director de cine ni tan siquiera cinéfilo. Había visto algunas películas, nada más. Jamás me había aproximado a una cámara y no sabía ni que se podían cambiar los objetivos. Era otra época de la sociedad y quizás otro cine. Yo era repartidor, lo que cuento en “Bof..”, película que podría mentir pero que no miente.

“Bof..” fue retirada de los cines y Langlois la pasó en la Cinemateca, así conocí a ese hombre corpulento que parecía conocer y amar el cine. Me presentó a gente. Hay que decir que estaba en contra del parisanismo. En mi casa, éramos comunistas, amábamos a Montand y a Aragon. El resto, eran intelectuales que no hacían más que hablar. El cine, no era razonable. Con “Themroc”, quise hacer una película desnuda que no tuviera ninguna analogía, porque no estaba dentro del lenguaje. Jamás he sentido que tenía un lugar en el cine.

¿Libertario? Sí, sobre todo los directores me han dicho que mi cine aportaba cierta libertad. Me desenvolvía en la inconsciencia total. No creía mucho en el conocimiento. Ahora creo en él, pero entonces, pensaba que la ignorancia era propicia a la creación y buscaba una forma de soledad. No existencialista pero pensaba que era necesario partir de los sentimientos, de sus impulsos y sus reacciones. No conocía ni tan siquiera a las personas que hacían cine al mismo tiempo que yo. Conocí mayo del 68 pero tampoco estaba preparado.

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Si se juzga por el número de películas se me puede calificar de profesional. Pero para ser profesional hay que sentir la profesión, tener conocimientos, contactos. No estaba en el mundillo. La gente que admiraba, no era porque estuvieran en el cine. Cuando comprendí que aprender iba a ser muy complicado, que me harían falta diez años, decidí que no lo haría. Tenía razón porque era factible, porque se trabaja con un equipo. Lo que hace falta es tener las ideas muy claras. Una película es dar indicaciones a quienes ruedan y miran por la continuidad del ritmo que se ha escogido. De las artes técnicas, el cine es ciertamente la única en la que se puede trabajar así. Era una época en la que había técnicos muy interesantes. Eso ahora se ha perdido con la falta de continuidad en el trabajo.

Antes se podía elegir. Yo prefería técnicos confirmados, sentir que me seguían bien, eso me empujaba. En “Bof..”, mi operador de cámara era Sacha Vierny, que había hecho “El año pasado en Marienbad”, era un hombre epatante, gentil, modesto y lleno de talento. Era muy importante tenerlo, para nada pesado. Buscaba alejarse de sus películas anteriores. Eran los demás los que creían que no podía hacerlo. Ahora, la técnica es totalmente diferente, con el combo al lado y el etalonaje numerado en vídeo. No se tenía en cuenta el raccord de la fotografía, eso venía después. Rodábamos a ciegas y no veíamos el resultado hasta unos días después. Amaba eso. Nunca he sido un buen técnico ni un buen director pero tenía el don geométrico de saber desplazarme por el espacio, de ver los techos sabiendo que la mesa iba a ocupar el espacio y no las cabezas, porque elegía los emplazamientos de la cámara. También sabía que si el actor miraba en una dirección y no en otra las cosas no funcionarían después en el montaje. Mis puntos fuertes han sido siempre la preparación del guión y la dirección de actores. He dejado a los demás la labor de hacer bien la película.

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Después las cosas han cambiado. La llegada de la televisión a la producción me ha molestado mucho. Que cualquier persona a sueldo te venga a discutir sobre el final de una película o la elección de los actores me fastidia.

Hace tiempo que digo que la sociedad debe ser sacudida. En este momento veo sacudidas torpes y temblorosas pero no lamento el temblor. Hace años que espero el caos. Las sociedades que se creen sólidas son las más propicias al caos.

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BOF.. (Anatomía de un repartidor) (1971)

“Hay que hacer películas que demuestren a la gente que ellos también pueden hacerlas, que hacer cine no es tan difícil y que no se necesita ninguna cultura ni preparación especial para hacer una película. [...] Hay que hacer un cine que sirva a la gente para algo. Las películas de Bergman no sirven ni siquiera a los intelectuales, puesto que les cuentan historias que ellos conocen de sobra. Historias mezquinas del tipo «Te quiero, luego, ¡me debes algo! », es un cine burgués, sobre culpabilidades cristianas desfasadas, un cine que va contra la libertad del individuo. Y Bergman tiene talento, es un gran técnico, pero trafica con viejas ideas, que ya no tienen sentido. Sus películas tienen una factura considerable. Bergman no hace cine para que los demás puedan hacerlo o imitarle, el cine de Bergman, me dice: «Usted ocúpese de cargar cajas, que el cine ya lo hago yo.» [...] Yo hago películas por una necesidad muy poderosa de conectar con la gente y mostrar determinadas cosas. Mis películas son reacciones vitales, no funcionan por referencias a otras películas o a la cultura en general. Son parte de mi vida. No me gusta la gente que hace películas de una manera y luego vive de otra. Hay que ser sincero, contar las cosas que realmente vives y crees. Con mis películas intento cambiar la vida. [...] Para no quedar esterilizado, la ignorancia tiene sus ventajas." Claude Faraldo

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¿A qué dan unas ganas terribles de ver sus películas, de qué te gusten?

Comprensible que con este radical alegato la estrechita, pacata, crítica francesa y española nunca le hayan tenido muy en cuenta, tomado en serio, eso de que un obrero (empezó a trabajar a los 13 años, fue repartidor de los 18 a los 26) se meta por las bravas a hacer películas sin formación previa, ni técnica ni intelectual, tira por tierra la noción del cine como elite, como casta, como profesión. Vamos que es mearse en la política de autores, en la historia del cine, en la cultura con mayúsculas, desde el púlpito, desde las universidades, desde las escuelas y revistas de cine, algo muy saludable, recomendable, y más en el delicado, exquisito, cine francés, tan correctito él, salvo el gamberro Moullet, el eremita Medveczky, y poquitos más. Siempre que pienso en el cine francés la primera imagen que me viene a la mente es la de un niño de marinerito el día de su primera comunión, prefiero la imagen con la que asocio mentalmente al cine español, un paisano con boina montado en un burro. A pesar de todo Claude Faraldo, director francés de origen siciliano, es bastante conocido por la cinefilia española más bizarra, aquella que reivindica una película por el único mérito, criterio cinematográfico, formal, de que la película es rara. Y a extraña pocas películas le ganan a “Themroc”, la historia, sin diálogos, reconocibles, es un idioma inventado, farfullado, y música, de un empleado que de repente decide renunciar a ser un gris ciudadano ejemplar para convertirse en un cavernícola, literalmente, que se deja llevar por sus instintos más primarios. Una especie de “Caída y auge de Reginald Perrin” a la francesa, de un simbolismo bastante de superficie, chusquero, y del que tomó buena cuenta, o no, Ferreri para “La gran comilona”, del mismo año, no casualmente interpretadas por Michel Piccoli, que ya tenía el culo pelado de surrealismo buñueliano, la evidente referencia, influencia, de “Themroc”, de todo lo que huela a surrealismo en cine. La que ya no es tan conocida ("Themroc" se llegó a estrenar en España en 1979 y tuvo ni más ni menos que 129.466 espectadores) es su película anterior “Bof... Anatomía de un repartidor”, que al ser menos estrafalaria, en la superficie, y mucho mejor, menos tosca, de hecho los 10 primeros minutos son profundamente bressonianos (salvo los flash-forward), toda ella, ha dejado más indiferente al cinéfilo freakie, casposo, español. El hecho de que tuviera un pequeño estreno en España en salas de versión original en 1981 (a pesar de todo tuvo 29.080 espectadores, algo impensable en la actualidad, directamente no se hubiera estrenado) puede haber influido, al cinéfilo español le da mucha pereza no ver películas dobladas, se le caen los ojos, y el cerebro.

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Para evitar semejante holocausto, resumiré brevemente su contenido: un joven repartidor de vino (marca “Noé”, que cada cual lo interprete como quiera) que se pasa el día trabajando a destajo mientras el resto, su padre, su mujer, su amigo, la novia del padre, se dedican descaradamente, plácidamente, sin remordimientos judeo-cristianos, al dolce far niente, a rascarse la barriga, y el higo. Una apología del placer, de la diversión, del hurto deportivo, un sentido elogio al derecho inherente de todo ser humano a la pereza, a la vagancia, a no ser útil ni a uno mismo ni a los demás, sobre todo a un empresario, a un burgués. Así que interprétese el “Bof” del principio como lo que es, una sonora muestra de desgana, de pachorra, de humanismo pre-expulsión del Paraíso.

El principal inconveniente, y grave, de la película, es que a pesar de su mensaje incendiario, libertario, anarquista, tiene un tufillo bastante machista, vamos que como sucedía con el movimiento surrealista francés, español, eso de la libertad absoluta, del sexo libre, estaba muy bien, pero para los hombres, las mujeres necesitaban ser tuteladas, apadrinadas, mantenidas. También puede interpretarse como una apología del amor no posesivo, de las despendoladas, orgiásticas, comunas del 68, o incluso como una crítica del salidismo machista por su evidente sarcasmo, pero eso de que un hombre comparta su mujer con su padre, asesino inconfeso de su esposa, pues por mucho humor negro que haya, y los hombres queden como patéticos, canta por soleares, y eso que la mujer consiente, sin el menor aspaviento, dilema moral, que ya es mucho consentir, será que los castellanos somos más estrechitos, moros, o como Dios manda que diría un castizo.

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Que nadie se espere un peliculón (que lo es, casi perfecta, tanto en contenido como en forma, en mi top-10 del cine francés, digna de Gerard Blain, del mejor Tanner, de un Bresson pichabrava, la secuencia de la marcha de casa es magistral, las delirantes, a la par que sobrias, conversaciones entre padre e hijo, esos frugales desayunos, esas opíparas comidas, el tono contenido, kaurismakiano, en general, la sublime actuación de Julian Negulesco (no es familia) y Paul Crauchet), ni un desfile de desnudos (que los hay, y muy bellos, fetichismo buñueliano de pies incluido), es una película diferente, original, transgresora, libre, anti-capitalista, anti-clasista, anti-racista, cosa que de vez en cuando se agradece, tanto encuadre de escuadra y cartabón, tanta filosofía de salón Ikea, tanto afrancesado curilla, monjita, del cine, tanta sangre de horchata, tanto papel de fumar, acaba cansando, estomagando. Que ñoños, burguesitos, resultan en comparación Rohmer, Truffaut, Rivette, Resnais e incluso Godard, la mejor película francesa de Buñuel con diferencia, la película más sobriamente desenfadada, y a la vez entrañable, de la historia del cine francés. Y ni tan siquiera estamos hablando de su obra maestra a nivel formal, "Les fleurs du miel" (1976), mejor que Pialat, y protagonizada por el propio Claude Faraldo, que tiene una presencia, un empaque, imponentes. “Bof... Anatomía de un repartidor” es un pequeño respiro de inmoralidad, de sana frivolidad, de hedonismo sin disimulos, sin complejos, un poco de ligereza y de estupidez que diría Battiato, o te doy dos ostias y se te quita toda la tontería de inmediato que diría, y haría, un padre, madre, comprensivos, psicólogos, de los de antes.

Los dos maravillosos póster dibujados por el gran SEMPÉ (Le petit Nicolas)

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P.D: Dos críticas y publicidad de periódicos de la época del estreno (1981), noten las "sutiles" diferencias cinematográficas entre un diario progresista (La Vanguardia) y uno conservador (ABC).

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“Bof...” (Anatomía de un repartidor) Cines Maldá

Filme inmediatamente anterior a su famoso "Themroc” Faraldo reivindica —con un irrefrenable sentido de la libertad personal— el derecho a la holganza. Sobre la película y su tesis pesan los diez años transcurridos desde su rodaje. Pero se agradece la intención. Claude Faraldo es una «rara avis» del cine francés y acaso del europeo; sus orígenes son obreros y los reafirma en cada película. Pero no intenta redimir con su cine a la clase trabajadora; ni siquiera hace filmes sociales de “carácter positivo”. Faraldo va por libre y reivindica cosas tan insólitas como el derecho a la pereza; el derecho a vivir la propia vida, sin ataduras ni convenciones. Faraldo ha prescindido de prejuicios culturales a la hora de hacer sus películas, porque «creo que el cine es el único medio de expresión al cual pueden dedicarse unos individuos desprovistos de cultura como yo». Autodidacta a mucha honra, Faraldo no sólo no oculta sus carencias, sino que se enorgullece de ellas y le han servido para convertirse en uno de los cineastas más rabiosamente originales del cine francés. Su primer largometraje lo rodó en 1966, pero nunca pudo estrenarlo. Cinco años después, «Bof..” es su tarjeta de presentación y el anticipo de «Themroc» (1972), su película más popular y conseguida. Ferozmente autobiográfico en su cine, Faraldo nos recuerda en «Bof..» algo de su propia historia «De los 18 años hasta los 26 trabajé como repartidor de vino. Subía las escaleras de los pisos con cuarenta kilos sobre mis espaldas. Pero un día dije basta y lo dejé todo». El protagonista de «Bof..» es un muchacho que acepta sin demasiada afición, pero con sentido del deber, el oficio de repartidor de vino, cargando y descargando cajas de un vetusto motocarro. Se esmera en el trabajo, logra que le confíen un camión y contrae matrimonio con una chica rubia preciosa. Faraldo subvertirá pronto los valores que otorgan ejemplaridad social a la vida de ese modesto y resignado trabajador. Al morir la madre, el padre decide vivir con su hijo y su nuera. También el padre viudo es ejemplar veinticinco años sin faltar un día al trabajo. Hasta que un día decide no fichar más. A partir de este momento vive a expensas del hijo e incluso conseguirá que éste le permita compartir el lecho de la nuera. A partir de aquí, Faraldo lo puede dinamitar todo. Tan sorprendente «ménage a trois» se amplía con la llegada de una joven cleptómana y un barrendero africano. . . El muchacho, único elemento «no liberado» de tan pintoresca comunidad, planta también su trabajo de repartidor de vino.

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Faraldo parece rodar siempre la misma película, sin por ello resultar menos apasionante. En su último filme, “Deux lions au soleil” (1980), inédito aquí, dos trabajadores cuarentones deciden no volver a la fábrica y se automarginan. «Bof..» es una alegoría que a estas alturas tal vez parezca algo simplista. Los diez años transcurridos desde su realización pesan sobre un filme a la vez cotidiano e irreal —como los sueños—, en el que no ocurren grandes cosas. Sus personajes son anodinos, sin relieve aparente, a los que su rebeldía les confiere una heroicidad inalcanzable para nosotros. Faraldo se permite una sola cita erudita y acude e Paul Lafargue (1842-1911) para reivindicar el derecho a la pereza. Su «Bof..» es una especie de «Vive como quieras» de los años sesenta y tras la Revolución de Mayo. Quiere demoler todas las convenciones y nos depara un filme en el que late una profunda ansia de libertad. El mensaje es discutible. Pero se agradece la intención. Ll. Bonet

Mojica

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“Bof... (Anatomía de un repartidor) de Claude Faraldo No hay cosa más antigua que aquello que estuvo recientemente de moda. La ironía escandalosa de “Bof”, su capacidad de provocación social, su amoralidad caústica, tiene hoy, con diez años a las espaldas, perdido en la memoria de los libros el estallido del “mayo del 68”como una capa de espeso polvo que difumina sus aristas, embota el filo de su daga anarquista y caricaturiza, en definitiva, distanciándola, la intención crítica, que presidía, en origen, la película. En ésta nos cuenta Claude Faraldo un “ménage a quatre”: el que componen un padre, perezoso de vocación y de ejercicio; su hijo, que trabaja de repartidor, la mujer de este último, y una amiguita que el primero trae a casa para mejor alterne y, también, para compensar el hecho de que la nuera atiende complacida los requerimientos sexuales del suegro. Faraldo discurre por el camino de la comedia de costumbres eróticas, aun sin caer en los “excesos” de las películas “sorprendentes” o simplemente “S”, para atacar desde esa vía a la sociedad, a sus convencionalismos y a sus principios. En el juego del padre, que se acuesta de vez en cuando con su nuera; de la “amiga” ratera –hija de un antiguo jefe- que se trae a casa, con la que yacen unas veces él y otras su hijo, en tanto que ambas mujeres se hacen amigas y comparan sus respectivos encantos, Faraldo intenta incluir alegóricamente no sólo a la familia como institución, sino a la empresa y, por elevación, a los instrumentos del Estado y al propio Estado. Es la pulga que se pavonea delante del elefante. La película es menos que mediana, resulta pretenciosa y un tanto ingenua y tan solo “funciona” cuando la “acción” incide en la demagogia barata, en el “mal gusto” con aspiraciones “escandalosas”. No tiene elementos ni recursos el “original” Faraldo para proponer, siquiera desde unos planteamientos anarquistas, una nueva moral, una nueva sociedad. Así, “Bof” queda, sin más, como una película “verde”, tan cuajada de sobrentendidos baratos como lo están estas líneas de entrecomillados. Marie Dubois, como Germaine, la esposa-nuera, pese a las incongruencias de su personaje, parte del encanto que le es habitual. Junto a ella, Julian Negulesco –el hijo-, Paul Crauchet –el padre- y Marie-Helene Breillat –la amiga ladrona- integran, sin mayores esfuerzos ni lucimientos, el cuarteto protagonista. La fotografía, de Sacha Vierny, es correcta, e insignificante la música, de Jean Guerin. Pedro Crespo

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THEMROC (El cavernícola humano) (1973)

De la lectura del texto sobre “Bof..” alguien puede sacar la errónea conclusión de que no me gusta “Themroc” o la considero una mala película, y nada que ver, los adjetivos tosco, estrafalario, para mí son virtudes, ojalá hubiera más películas toscas, estrafalarias, radicales, sobre todo en España, y que una película tenga un simbolismo de superficie, chusquero, equivale a decir que el símbolo se transforma en signo, que no hay lugar para interpretaciones, para metáforas, que el mensaje es cristalino para todo el mundo, con o sin formación intelectual. Como "El ángel exterminador" de Buñuel, punto de partida de "Themroc", con la radical diferencia, en favor de Claude Faraldo, que existe entre la teoría y la práctica, Buñuel se queda en la teoría, en la ensoñación, en solo es libre la imaginación, en haz lo que digo y no lo que hago, como buen español fantasma, y Faraldo cruza el umbral, el metafórico, el cinematográfico, "Themroc", y el real, su propia vida, como Diourka Medvecky, "Paul". Ambos son consecuentes con sus películas, con sus ideas, no hablan de oídas, no son diletantes intelectuales, inofensivos fabuladores, como Tati, hablan de sus propias vidas, Claude mandó su vida estable y reglada de futuro asegurado a la mierda, Diourka se convirtió en ermitaño, y no volvió a rodar nunca más.

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Que considere “Bof..” mejor sólo es un baremo subjetivo, y por lo tanto circunstancial, abierto a cambios, a evoluciones e involuciones personales y/o estéticas, su sutileza formal, su humor negro, su filosofía de fondo, su anarco-nihilismo me llegan más. Jamás podría considerar mediocre a una película que comienza con una imagen del propio director gruñendo, ladrando, como un animal, como un zombie, vamos que no se esconde, que se implica, compromete, hasta las cachas.

Claude Faraldo

Tengo la intuición de que Claude Faraldo con “Bof..” se quedó con la sensación de que no había sido suficientemente explícito, claro, radical. Que su mensaje libertario, contestario, anarquista, se había quedado demasiado diluido, intelectualizado, lo que yo he llamado más sutil. Que su provocación no había escocido, removido, lo suficiente. Que en el fondo había hecho una película que incluso los burgueses, los culturetas, masoquistas por vocación, como todas los estamentos de la sociedad con mala conciencia, podían disfrutar, valorar, lo que equivale a decir que su onda expansiva, su capacidad de destrucción, reacción, es menor. Que “Themroc” se haya convertido en una película de culto, que sea su película más conocida, demuestra que Claude Faraldo no se equivocaba, que no hay que hacer las cosas a medias, que hay que dejarse llevar por los instintos, por los extremos, que no existen las revoluciones tranquilas, ni las iluminaciones sin riesgo, sin bordear constantemente el ridículo, el desprestigio, tanto personal como artístico, la aceptación, crítica, es la antesala del estancamiento, de la mediocridad.

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Que su carga de dinamita, su capacidad de transgresión, siga intacta 40 años después, tanto en contenido como en forma, ya no era algo tan previsible, y en el fondo supone un fracaso, una derrota, porque como buen utópico, visionario, Claude Faraldo, en el fondo, albergaba la secreta esperanza de que sus atentados cinematográficos, sus cóctels molotov, caducaran al poco tiempo, cambiaran la sociedad, impulsaran una revolución, deseo lejos de cumplirse 40 años después, seguimos instalados en el eslogan, en el indoloro, incoloro, desahogo internero. No sólo eso, la involución es todavía más sangrante, hemos pasado de considerar el trabajo rutinario y mal pagado como alienante, como una condena, a bautizarlo como un privilegio, total el resto están peor, mal de muchos consuelo de borregos. La heroica acción del protagonista de mandar un trabajo estable, fijo, y todo, a tomar por culo, sin importarle las consecuencias ni la opinión de los demás, en la actualidad, en España, no sólo sería imposible, sino que sería considerado un gilipollas, no un revolucionario.

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Alguien podrá decir que una película así, tan polémica, escandalosa, es fácil que consiga el aprecio instantáneo de un determinando sector del público, previsiblemente el más joven, ácrata, y que ese aprecio perdure en el tiempo, pero no es lo habitual, más bien lo contrario, la mayoría de las películas de la historia del cine que supusieron una bomba en su tiempo, por ejemplo “El último tango en París”, “Yo te saludo, María” o “W.R. Los misterios del organismo”, han envejecido a marchas forzadas, son completamente inofensivas, incluso entrañables en su ingenuidad, puerilidad. En España tenemos el caso de “El anacoreta”, directa consecuencia, traslación, de “Themroc”, o “Tamaño natural”, también del 73, y con Michel Piccoli, que directamente nacieron viejas, retrógradas.

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La contención formal de “Bof..”, de estirpe bressoniana, aquí se libera de corsés, del concepto qualité, calidad, francés, para derivar hacia presupuestos más libres, directos, a la manera de Cassavetes. La siguiente, de ficción, “Les fleurs du miel”, más depurada, es una síntesis de los dos estilos, una especie de “Una mujer bajo la influencia” con el freno de mano puesto. Lo que equivale a decir que Claude Faraldo en cada película sabe encontrar el tono justo, la forma apropiada. Que el concepto autoría, genialidad, es mucho más que una colección de tics, manías, formales. Que su universo, plenamente reconocible, es mucho más amplio, coherente, consecuente, creíble, que todo eso. Que cuando Claude Faraldo dice que quiere hacer siempre la misma película, no es una boutade, una ocurrencia simpática, es la estricta realidad, y como buen genio, un director que tiene cuatro grandes películas en su haber para mí ya lo es, a pesar de ser siempre la misma nunca es igual, no es un estirar por estirar por falta de ideas, sino la lógica consecuencia de tenerlas muy claras, como Bresson, Duras, Antonioni u Ozu.

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Para que el contraste sea más acentuado, Claude Faraldo comienza centrándose en la cotidianidad (magistral el primer desayuno, de una sutileza implacable, de un sobrio salvajismo), en las rutinas (más que magistral la secuencia de montaje repetitivo de la entrada al trabajo), así el paso del naturalismo, del costumbrismo, al surrealismo, al nihilismo, es mucho más chocante, sorprendente, y a la vez más comprensible. Porque no deja de ser la evolución lógica, no hay nada más dañino, cancerígeno, que las rutinas, que las convenciones, las normas, las reglas, una enfermedad silenciosa, cadenciosa, que te va minando por dentro, chupando la vida, la sangre, sin que apenas seas consciente de ello, y que tiene cuatro posibles salidas: la aniquilación de la personalidad, la adaptación social completa, ser un gris ciudadano, católico apostólico y romano, un zombie, la rebelión, insumisión, “Themroc”, “Distinti Saluti” de Alberto Cima, el suicidio o el magnicidio, “¿Por qué corre el señor R. poseído de una furia homicida?” de Fassbinder, o ni pa ti ni pa mí, ni chicha ni limoná, la vulgar depresión, el dejar de ser una molestia, un incordio, para la sociedad, para serlo en exclusiva de las personas que te rodean. Huelga decir que entre todas las posibles opciones me quedo con “Themroc”, la más individualista, egoísta, la que conduce al aislamiento, a la soledad, a la pobreza, a la ermita, a la coherencia, y por lo tanto la más honesta, la más sincera, la más humana, la más cinematográfica.

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Claude Faraldo

Dándole la vuelta al párrafo inicial, y contradiciéndome sin el menor embarazo ni sentimiento de culpa, afirmo, temporalmente, que “Themroc” es mejor, más bruta, en el sentido de visceral, esencial, que “Bof..”, que supone una evolución, una depuración por exceso, una variación sin repetición. Que las dos, que las tres, “Les fleurs du miel”, son tres películas cojonudas, diferentes, únicas, que redimen al cine francés de toda la basura convencional, aburguesada, pre y post nouvelle vague, de Renoir a Godard, y sin necesidad de sacarse la chorra como Genet, Celine o Houellebecq, con cara de palo. A todos los críticos franceses, y españoles, que han ninguneado, menospreciado, a Claude Faraldo, os dejo con este pensamiento, subiros en este dedo medio, y pedalead.

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LES FLEURS DU MIEL (Las flores de la miel) (1976)

Partamos de dos premisas que a priori pueden resultar bastante descabelladas para muchos cinéfilos ignorantes, prejuiciosos. La primera que Claude Faraldo cuando se pone serio, sobrio, es mucho mejor, más depurado, que Pialat, que Cassavetes, la segunda que Claude Faraldo es el actor con más temple, con más cuajo, que ha pisado jamás una película francesa, ni un torero es capaz de permanecer quieto, impasible, con esa solvencia, falta de tensión corporal. Hay planos secuencia enteros, de más de cinco minutos, que son sostenidos únicamente con su increíble mirada, extraña mezcla de poder y desamparo. El control, dominio, que ejerce sobre su actuación, los matices, profundidad, que imprime en cada leve gesto, movimiento, partiendo del estatismo casi absoluto, rozan el trance, difícilmente se puede expresar más con menos, parece un actor de kabuki.

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La misma precisión formal existe en la duración de los planos, en los múltiples tiempos muertos, vacíos, en la concentración temporal por extensión, no por elipsis, en los silencios sostenidos, y en la afilada puesta en escena, de una contención extrema, extraña, que esconde, vislumbra, una pasión salvaje que no termina de romper, como si la película se corriera para dentro, lo que viene siendo cine tántrico, o sensualidad, fogosidad, al ralentí. Tan transgresora como “Bof..” o “Themroc”, pero con la delicadeza de un Bresson enamorado, asiático.

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DEUX LIONS AU SOLEIL (Dos leones al sol) (1980)

O si los humanos fueron creados por Dios, a su imagen y semejanza, para tocarse los cojones a dos manos en el Paraíso, para estar todo el día tirados a la bartola, porque coños tenemos que aceptar la vida en sociedad, el trabajo, el puto capitalismo. Esta misma reflexión se la hacen los dos protagonistas, dos curritos, y como son consecuentes, coherentes, inteligentes, deciden, con buen criterio, mandarlo todo a tomar por culo, trabajo, familia, y lo que se tercie. El habitual cagarse en el convento del libertario Claude Faraldo, de los pocos directores verdaderamente anarquistas, dentro y fuera del cine, no hablaba de oídas, era un obrero que decidió que la vida merecía la pena vivirse, en libertad, que sobrevivir no es vivir. Ese deseo, necesidad, de huir, Faraldo, y los dos leones al sol, lo llevan a cabo a rajatabla, por las bravas, como hay que hacer las cosas, sin pensarlas, sin negociarlas, pactarlas, si las piensas no las haces. Huyendo del constante pensar en los demás, en el daño, en la culpa, en las supuestas responsabilidades, normas sociales, que lo único que hacen es masacrar la personalidad, anular la capacidad de iniciativa, la imaginación, la sacrosanta individualidad, libertad. Una escapada de la frustración, de la hipocresía, de las ataduras, un intento, logrado, de recuperar la dignidad, la ilusión, y establecer una comunión perfecta con la naturaleza, con la vida. Una genial, contenida, negra, tragicomedia existencialista, panteísta, anarquista.

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Portada de la experimental Banda Sonora

Y la pregunta que os estaréis haciendo todos: ¿cómo se puede vivir sin trabajar, sin dinero? Pues la respuesta es bien sencilla, robando a los ricos, de manera amateur, educada, respetuosa, sin violencia, desde la bondad, o mejor dicho, restituyendo el dinero a sus legítimos dueños, los obreros, un acto de justicia poética, ya se sabe que quien roba a un ladrón, y todo burgués lo es, tiene cien años de perdón. A los mojigatos cristianos, contribuyentes, les parecerá algo inmoral, pero la moral no deja de ser un invento del poder, económico y religioso, para mantener a raya, doblegados, a los pobres. La moralidad solo es posible, aceptable, en una sociedad igualitaria, como eso está lejos de suceder, la moral es un lujo que ningún desheredado debería poder, querer, permitirse, de hecho a los poderosos les resbala, no queramos ser más papistas que el papa. La moral es una coartada para no cambiar las cosas, un simple freno cultural, un atavismo. Robar a un rico no es delito, no es pecado, es redistribución de la riqueza, solidaridad inducida. ¿Qué no hay dinero que robar? Pues siempre queda la opción suprema, trascendente, sublime, la del suicidio, la de ser fiel a uno mismo, y a tus ideas, sueños, sentimientos, la de preferir morir a sobrevivir, a vivir a medias, a dejarse vivir, morir, por aburrimiento, por inercia.

“Para mí hacer cine es un acto afortunado de libertad.” Claude Faraldo

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