Escrito 10: Una escapada de fin de semana

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Belgrano, Alberdi y su gente

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u Texto:

Emilio Cuitiño. Nació por cesárea en Córdoba un miércoles de verano de 1982. Intentó estudiar dos carreras que no eran

para él; en la tercera se recibió, pero tampoco era para él.

Es redactor publicitario, escribe con cierta regularidad, por eso se dice que sus escritos son ciertamente

regulares. Dirige una revista humorística denominada Molinete, cuya frecuencia deja mucho que desear,

pero también escribe textos oscuros y perturbados que guarda sólo para ser publicados en alguna oca-

sión especial, como el matrimonio… o el divorcio.

u Ilustración de tapa:

Fabián DuprazNace en 1987 en San Vicente, Provincia de Santa Fe. A los 14 años cursa estudios de dibujo en el taller de

Martín Molinaro.

A los 19 se muda a Córdoba. Cursa dos años de la carrera de Cine y Tv, y materias de la carrera de Artes

Plásticas, como alumno vocacional.

Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador en una empresa de comunicación y diseño.

Mail: [email protected]

Escritos al primer amor: Belgrano, Alberdi y su genteLibros coleccionables - Número 10.Tirada de 5000 ejemplares gratuitos.

Barrio Alberdi, Córdoba, Argentina, 2011.

Idea y coordinación general:Pablo Iván y Gringo Ramia.

Diseño Gráfico:Martín Cardo ([email protected])

Con el aporte y patrocinio del

Club Atlético Belgrano.

Impreso en Cooperativa La Gráfica,

empresa recuperada.

Mandanos tu opinión o sugerencias a:

[email protected]

Le hace el

aguante a los

Escritos:

Chacabuco 150, Loc. 18

¡¡Entrá al blog!

escritosalprimeramor.blogspot.com

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Emilio Cuitiño

Una escapada de fin de semana

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No voy al Gigante desde hace 6 años, no miro los partidos portelevisión, no tengo televisor, casi no sigo las campañas desdeque Belgrano estaba en primera, a menos que haya serias

posibilidades de ascender, no hablo en primera persona del pluralcuando ocasionalmente se me da por hablar de Belgrano, ni siquierabusco en el diario los resultados de la fecha; de más está decir queBelgrano no es mi primer amor, ni siquiera soy hincha de Belgrano, loque se dice hincha. Pero entonces ¿qué hago escribiendo, después devolver cansado del trabajo, un texto de 1680 palabras sobre este Club,al que usted ama y yo no? Posiblemente no haya respuesta a esa pre-gunta, o la respuesta carece de toda lógica. Tiene toda la libertad dedejar de leer. Es más, debería dejar de leer si su idea es encontrarse conalguien que comparta el sentimiento y relate acaso la primera vez quefue a la cancha, el efecto que ha dejado en su retina el color celeste, elnombre de jugadores históricos que le dieron identidad al club. Pero siinsiste en leer, tengo que seguir siendo honesto conmigo y con usted,tengo la obligación de decir que soy hincha del Club AtléticoIndependiente. Sí, un club de Buenos Aires, un club al que sólo he idoa ver de local un par de veces cuando era adolescente. El amor no tieneexplicación, qué quiere que le diga. Suena cursi pero es así. Ya nirecuerdo por qué soy de los Diablos de Avellaneda, siendo que mipadre es hincha de Racing de la misma ciudad y también de Belgrano.Él sería el más apto para escribir este texto, estoy seguro de eso.

Mi primer recuerdo relacionado a Belgranotiene que ver con el ascenso del '91. Yo tenía 9años y fue la primera vez que mi viejo mepidió que lo acompañara a la cancha, que era

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un partido muy importante y que no quería ir solo. Habíamos terminadode almorzar en la casa de mi tía Mecha, yo estaba aburrido, sin nadie conquién jugar, y aun así le dije que no tenía ganas de acompañarlo. Cuandovolvió a mi casa, él estaba emocionado, me contó que había sido una gole-ada y que el estadio era un océano celeste que desbordaba por todoslados, no me lo dijo así pero imagino que lo pensó. De todos modos, yopodía sospechar que esa emoción estaba en parte diluida por un dejo dedolor, el dolor de que su hijo no haya querido compartir semejante felici-dad con él, un dolor perfectamente detectable, contagioso y del todoabsurdo, un dolor que seguramente no existió y que con el que yo fanta-seé, de alguna manera para convencerme de que mi padre me queríatanto que se sentía defraudado por mí. Ese día sufrí un profundo arrepen-timiento, tan intenso como puede experimentarlo un nene de 9 años queno ha tenido tiempo suficiente de padecer el estrujón del remordimiento.En esa época yo ya miraba algunos partidos de Independiente por televi-sión y realmente me había convertido en un fanático desquiciado, gritabalos goles como enfermo y lloraba de emoción cada tanto. Parece ser quemi historia futbolística comenzó con ciertos desórdenes, poco recomenda-bles en un niño.

Al año siguiente definitivamente sería el compañero infaltable de mipadre cada domingo por la tarde. Me aburría, no cantaba, no gritaba losgoles y odiaba el sabor de los palitos bombón helado que vendían en lacancha. A medida que pasaba el tiempo, yo fui cediendo un poco. Talvez por compromiso, tal vez por temor a volver a defraudar a mi viejo,o porque no tenía otra cosa que hacer en un estadio de fútbol, comencéa gritar tímidamente los goles y a cantar algunas canciones del Pirata.

Pese a todo esto decidí hacerme oficialmente sim-patizante de Belgrano por despecho. Ya cuento porqué: yo había ido con mi familia a ver a

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Independiente que jugaba contra Talleres en el mismo estadio dondetodos los domingos brindaba mi apoyo al Celeste. No sóloIndependiente perdió esa tarde, sino que cuando salíamos, un orangu-tán Tallarín le arrebató a mi madre unos gorritos y unas banderitas deIndependiente. Esa vez también me largué a llorar, pero por impotenciay bronca, grandote maricón, robarle a una señora. El tipo salió corrien-do y mi papá no tuvo tiempo de reaccionar.

Yo nunca fui a la Popular de Belgrano, no es para cualquiera, a mí megustaba estar junto a mi viejo y pararme cada tanto en un contragolpe,en un gol, en el balbuceo de una puteada, a mi viejo no le gustaba queinsultara, siempre fue un hombre muy correcto. Me ponía de pie sólopara eso, me encantaba que cuando pasaba el momento de tensiónalguien gritara "¡sentarse!", y todos obedecían la orden porque en la pla-tea hay que acatar ese dictamen. Me gustaba escuchar al Turco Wehbe,el señor de las palabras que sonaban como una melodía preciosa. Depaso me enteraba cómo iba Independiente. Eran días de radio, Al panpan y al vino Toro, Eveready una pila de vida. Pero yo no hubiera sobre-vivido en la Popular, no sobreviviría ahora, siempre tuve pánico al LocoTito, que decían que te cagaba a cintazos, y con la parte de la hebilla. No,eso nunca fue para mí, no puedo andar saltando todo el partido en lugarde apreciar las jugadas, cantar como tarado hasta deformarse mi voz,salir lleno de olor a vino, marihuana y chivo. Y ni hablar de las avalan-chas, ¡Dios me libre de las avalanchas! Pero tengo que reconocer quehabía largos minutos en que me abstraía de lo que sucedía en la canchay me quedaba mirando a la gente de la Popular alentando sin descanso,entregándose por completo a la liturgia de expresar el insólito amor porun club de fútbol con todo el cuerpo y elespíritu, como si la existencia dependieraexclusivamente de eso. Me dolía saber que la

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hinchada de Independiente no tiene ni una gota de sangre tibia, son másbien señores pretenciosos que quieren ver buen fútbol, ni siquiera lehacen honor al color, la puta madre. Pero aunque mi viejo haya queridoconvertirme al Belgranismo, yo ya estaba condenado al Infierno.

Hay algo que nunca le dije a mi padre, y si él ha tenido la pacienciapara leer hasta aquí, se va a enterar ahora mismo. ¿Te acordás viejo, allápor el año '92 ó '93 cuando fuimos por primera vez a ver a Belgrano con-tra Independiente en el Chateau? Tal vez no te acuerdes pero yo jamáspodré olvidarlo, lo tengo grabado a fuego. Previamente hicimos unpacto: acordamos que iríamos juntos al sector de Belgrano y yo me ibaa bancar absolutamente todo lo que hace una hinchada local para infun-dir temor e inferioridad en el adversario, ese peso psicológico que pare-ce palparse en el ambiente. Me quise hacer el duro, ¿qué era lo peor quepodía pasar? Además, yo era muy chico para ir solo a la Popular deIndependiente y no quería permanecer lejos del viejo.

La cosa es que soporté toda vejación, excepto una: a los 20 minutosdel segundo tiempo Belgrano sentenció el partido con un 2-0 irremon-table para Independiente, y con una paliza futbolística de antología. Notardé demasiado en quebrar nuestro trato; se me estaban cayendo unpar de lágrimas que pretendí disimular con un súbito ataque de tos, yaprovechando una tormenta incipiente, con un viento furibundo y ame-nazante, te dije que nos fuéramos a casa porque tenía mucho frío. Quécagón. No te dejé disfrutar de un triunfo espectacular y contundente,alejándote del estadio cuando todavía faltaban 20 minutos para que ter-minara el partido. Mirá de lo que te venís a enterar, ¡sorpresa! Ahí tenésa tu hijo. Las cosas que son capaces de hacer los niños…

Más allá de este hecho, yo seguí yendo a ver aBelgrano, cuando de alguna manera ya había pres-cripto la causa que me sentenciaba a ir a la cancha

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para estar más cerca de mi padre. Y hubo un momento clave en mi histo-ria con Belgrano: el partido de vuelta contra Quilmes en el 2000. Sólo setrataba de conservar la categoría, y aun así fue clave. Con bastante decep-ción había visto por televisión el partido de ida, un 3-0 aplastante que laTota Medina logró acortar con un gol agónico. El fin de semana siguien-te, allí estaba yo, junto a mi viejo, pero esto último sólo era algo acciden-tal, porque Belgrano nos convocaba, era un fin en sí mismo, había queestar ahí, en ese preciso instante. El Luifa arrancó un grito de gol tempra-nero que tranquilizó a todo el estadio, porque quedaba el resto de parti-do para hacer el gol que faltaba. Pero pasaron 45 minutos sin otro gol, ytampoco contábamos con un empate sorpresivo en el segundo tiempo,con la ansiedad por las nubes y el reloj en contra. Después Belgrano hizoel segundo gol faltando muy poco para el final, pero era imposible soñarcon un tercero, eso pasa solamente en las películas norteamericanas,donde se ha invertido demasiada plata como para dejar un sabor amargoen el espectador, hasta que el Chiche Sosa hizo lo que estaba escrito en elguión más inverosímil del mundo, pero no era el mariscal de campo delos Dolphins, era el 10 de Belgrano, un viejito pelado y lento, clavandouna pelota imposible y exquisita en el infinito, haciendo explotar decenasde miles de gargantas celestes, haciendo llorar a todos, incluso al másduro del barrio, el que no deja escapar ni una lágrima por su hermano conperpetua en Bouwer, dejando sin aliento a un hincha fanático deIndependiente, quien no puede entender por qué está con las cuerdasvocales destrozadas y un llanto incontrolable, quien no concibe haberseenamorado de la amante, de la otra, cuando se suponía que sólo se trata-ba de un romance pasajero por despecho, unaescapada de fin de semana. Pero el amor notiene explicación, qué quiere que le diga.

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