Guenon, Rene - La Crisis Del Mundo Moderno

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    Abd al-Wahid Yahia

    (Ren Gunon)

    LA CRISIS DEL MUNDO

    MODERNO

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    Indice

    Prlogo

    Captulo Primero: LA EDAD SOMBRACaptulo Segundo: LA OPOSICIN DE ORIENTE Y OCCIDENTE

    Captulo Tercero: CONOCIMIENTO Y ACCIN

    Captulo Cuarto: CIENCIA SAGRADA Y CIENCIA PROFANA

    Captulo Quinto: EL INDIVIDUALISMO

    Captulo Sexto: EL CAOS SOCIAL

    Captulo Sptimo: UNA CIVILIZACIN MATERIAL

    Captulo Octavo: LA INVASIN OCCIDENTAL

    Captulo Noveno: ALGUNAS CONCLUSIONES

    LA CRISE DU MONDE MODERNE, Bossard, Pars, 1927. Gallimard, Pars, 1946 (con algunasvariaciones), 1956, 1968, 1994, 1995.

    Traduccin italiana: La Crisi del Mondo moderno, Hoepli, Miln, 1937. Ed. dell'Ascia, Roma,1953 (Trad. de Julius Evola, con introduccin y notas). Edicin autorizada: EdizioniMediterranee, Roma, 1972, 1981. Arktos, Carmagnola, (trad. de Calogero Cammarata), 1991.

    Traduccin espaola: La Crisis del Mundo moderno, Huemul, Buenos Aires, 1966. Obelisco,Barcelona, (trad. de M. Garca), 1982, 1988 (116 pp.). Paids, Barcelona, 2001 (trad. de A.Lpez y M. Tabuyo).

    Trad. inglesa: The Crise of the modern World, Londres, 1942, 1962, 1965, 1976. Indica Books,Benares, 1999.

    Trad. hngara: A modern vilg vlsga, Szigeti, Budapest, 1995 (trad. de Baranyi Tibor Imre).Antes de la edicin del libro, algunos captulos se publicaron en las revistas shagyomnyyHunnia.

    Traduccin portuguesa: A Crise do Mundo moderno, Livraria Martins, Sao Paulo, 1948(traduccin y apndice de Fernando Guedes Galvao). Vega, Col. Janus, Lisboa, 1990.

    Traduccin alemana: Die Krisis der Neuzeit, Cologne, 1950, 1963 (traduccin de Martin Otto).

    Traduccin rumana en Editura Humanitas, Bucarest.

    Marco Pallis public en lengua tibetana una traduccin-adaptacin de La Crise du Monde

    moderney de Le Rgne de la Quantit et les Signes des Tempsbajo el ttulo El Kali-Yuga ysus peligros.

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    PREFACIO

    Cuando hace algunos aos escribimos Oriente y Occidente (*), pensbamos haberdado, sobre las cuestiones que constituan el objeto de ese libro, todas las indicaciones tiles,para el momento al menos. Desde entonces, los acontecimientos han ido precipitndose con

    una velocidad siempre creciente, y, sin hacernos cambiar, por lo dems, una sola palabra de loque decamos por entonces, hacen oportunas algunas precisiones complementarias y nosllevan a desarrollar puntos de vista sobre los cuales no habamos credo necesario insistirprimero. Estas precisiones se imponen tanto ms cuanto que hemos visto afirmarse de nuevo,en estos ltimos tiempos, y bajo una forma bastante agresiva, algunas de las confusiones queya nos habamos dedicado a disipar precisamente; aunque abstenindonos cuidadosamentede mezclarnos en ninguna polmica, hemos juzgado bueno volver a poner las cosas en supunto una vez ms. En este orden, hay consideraciones, incluso elementales, que parecen tanextraas a la inmensa mayora de nuestros contemporneos, que, para hacrselascomprender, es menester no dejar de volver de nuevo a ellas en muchas ocasiones,presentndolas bajo sus diferentes aspectos, y explicando ms completamente, a medida quelas circunstancias lo permiten, lo que puede dar lugar a dificultades que no era siempre posibleprever desde el primer momento.

    El ttulo mismo del presente volumen requiere algunas explicaciones que debemosproporcionar ante todo, a fin de que se sepa bien cmo lo entendemos y de que no haya a esterespecto ningn equvoco. Que se pueda hablar de una crisis del mundo moderno, tomandoesta palabra de crisis en su acepcin ms ordinaria, es una cosa que muchos ya no ponenen duda, y, a este respecto al menos, se ha producido un cambio bastante sensible: bajo laaccin misma de los acontecimientos, algunas ilusiones comienzan a disiparse, y, por nuestraparte, no podemos ms que felicitarnos por ello, ya que hay ah, a pesar de todo, hay unsntoma bastante favorable, el indicio de una posibilidad de enderezamiento de la mentalidadcontempornea, algo que aparece como un dbil vislumbre en medio del caos actual. Es ascomo la creencia en un progreso indefinido, que hasta hace poco se tena todava por unasuerte de dogma intangible e indiscutible, ya no se admite tan generalmente; algunos entrevnms o menos vagamente, ms o menos confusamente, que la civilizacin occidental, en lugarde continuar siempre desarrollndose en el mismo sentido, podra llegar un da a un punto de

    detencin, o incluso zozobrar enteramente en algn cataclismo. Quizs esos no venclaramente dnde est el peligro, y los miedos quimricos o pueriles que manifiestan a veces,prueban suficientemente la persistencia de muchos errores en su espritu; pero en fin, ya esalgo que se den cuenta de que hay un peligro, incluso si le sienten ms de lo que lecomprenden verdaderamente, y que lleguen a concebir que esta civilizacin de la que losmodernos estn tan infatuados no ocupa un sitio privilegiado en la historia del mundo, quepuede tener la suerte que tantas otras que ya han desaparecido en pocas ms o menoslejanas, y de las cuales algunas no han dejado tras de ellas ms que rastros nfimos, vestigiosapenas perceptibles o difcilmente reconocibles.

    Por consiguiente, si se dice que el mundo moderno sufre una crisis, lo que se entiendems habitualmente por tal es que ha llegado a un punto crtico, o, en otros trminos, que unatransformacin ms o menos profunda es inminente, que un cambio de orientacin deberproducirse inevitablemente en breve plazo, de grado o por fuerza, de una manera ms o menos

    brusca, con o sin catstrofe. Esta acepcin es perfectamente legtima y corresponde a unaparte de lo que pensamos nosotros mismos, pero a una parte slo, ya que, para nosotros, ycolocndonos en un punto de vista ms general, es toda la poca moderna, en su conjunto, laque representa para el mundo un perodo de crisis; parece por lo dems que nos acercamos aldesenlace, y es lo que hace ms posible hoy que nunca el carcter anormal de este estado decosas que dura desde hace ya algunos siglos, pero cuyas consecuencias no haban sido antan visibles como lo son ahora. Tambin por eso los acontecimientos se desarrollan con esavelocidad acelerada a la cual hacamos alusin primeramente; sin duda, eso puede continuaras algn tiempo todava, pero no indefinidamente; e incluso, sin poder asignar un lmitepreciso, se tiene la impresin de que ya no puede durar mucho tiempo.

    Pero, en la palabra misma crisis, hay contenidas otras significaciones, que la hacentodava ms apta para expresar lo que acabamos de decir: en efecto, su etimologa, que se

    (* ). Oriente y Occidente, publicado en 1924. La presente obra se public por vez primera en 1927 (Nota

    del T.)

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    pierde de vista frecuentemente en el uso corriente, pero a la que conviene remitirse como esmenester hacerlo siempre cuando se quiere restituir a un trmino la plenitud de su sentidopropio y de su valor original, su etimologa, decimos, la hace parcialmente sinnimo de juicioy de discriminacin. La fase que puede llamarse verdaderamente crtica, en no importaqu orden de cosas, es aquella que desemboca inmediatamente en una solucin favorable odesfavorable, aquella donde interviene una decisin en un sentido o en otro; por consiguiente,

    es entonces cuando es posible aportar un juicio sobre los resultados adquiridos, sopesar lospros y los contras, operando una suerte de clasificacin entre esos resultados, unospositivos, otros negativos, y ver as de qu lado se inclina la balanza definitivamente. Bienentendido, no tenemos en modo alguno la pretensin de establecer de una manera completauna tal discriminacin, lo que sera adems prematuro, puesto que la crisis no est todavaresuelta y puesto que quizs no es siquiera posible decir exactamente cundo y cmo loestar, tanto ms cuanto que es siempre preferible abstenerse de algunas previsiones que nopodran apoyarse sobre razones claramente inteligibles para todos, y cuanto que, porconsiguiente, correran el riesgo de ser muy mal interpretadas y de aumentar la confusin enlugar de remediarla. As pues, todo lo que podemos proponernos, es contribuir, hasta ciertopunto y tanto como nos lo permitan los medios de que disponemos, a dar a quienes soncapaces de ello la consciencia de algunos de los resultados que parecen bien establecidosdesde ahora, y a preparar as, aunque no sea ms que de una manera muy parcial y bastante

    indirecta, los elementos que debern servir despus al futuro juicio, a partir del que se abrirun nuevo perodo de la historia de la humanidad terrestre.Algunas de las expresiones que acabamos de emplear evocarn sin duda, en el

    espritu de algunos, la idea de lo que se llama el Juicio Final, y, a decir verdad, no ser sinrazn; ya sea que se entienda por lo dems literal o simblicamente, o de las dos maneras a lavez, pues no se excluyen de ningn modo en realidad, eso importa poco aqu, y ste no es ellugar ni el momento de explicarnos enteramente sobre este punto. En todo caso, estacolocacin en la balanza de los pros y los contras, esta discriminacin de los resultadospositivos y negativos, de la que hablbamos hace un momento, puede hacer pensarciertamente en la reparticin de los elegidos y de los condenados en dos gruposinmutablemente fijos en adelante; incluso si no hay en eso ms que una analoga, hay quereconocer que es al menos una analoga vlida y bien fundada, en conformidad con lanaturaleza misma de las cosas; y esto demanda todava algunas explicaciones.

    Ciertamente, no es por azar que tantos espritus estn hoy da obsesionados por laidea del fin del mundo; uno puede deplorar que as sea en algunos aspectos, ya que lasextravagancias a las que da lugar esta idea mal comprendida, las divagaciones mesinicasque son su consecuencia en diversos medios, todas esas manifestaciones surgidas deldesequilibrio mental de nuestra poca, no hacen ms que agravar an este mismodesequilibrio en proporciones que no son desdeables en absoluto; pero, en fin, no por es esmenos cierto que hay ah un hecho que no podemos dispensarnos de tener en cuenta. Laactitud ms cmoda, cuando se comprueban cosas de este gnero, es ciertamente la queconsiste en descartarlas pura y simplemente sin ms examen, en tratarlas como errores odelirios sin importancia; sin embargo, pensamos que, incluso si son en efecto errores, valems, al mismo tiempo que se denuncian como tales, buscar las razones que los han provocadoy la parte de verdad ms o menos deformada que puede encontrarse contenida en ellos apesar de todo, ya que, puesto que el error no tiene en suma ms que un modo de existencia

    puramente negativo, el error absoluto no puede encontrarse en ninguna parte y no es ms queuna palabra vaca de sentido. Si se consideran las cosas de esta manera, uno percibe sinesfuerzo que esta preocupacin del fin del mundo se relaciona estrechamente con el estadode malestar general en el cual vivimos ahora: el presentimiento obscuro de algo que estefectivamente a punto de acabar, agitndose sin control en algunas imaginaciones, produce enellas naturalmente representaciones desordenadas, y lo ms frecuentemente groseramentematerializadas, que, a su vez, se traducen exteriormente en las extravagancias a las queacabamos de hacer alusin. Esta explicacin no es una excusa en favor de stas; o al menossi se puede excusar a aquellos que caen involuntariamente en el error, porque estnpredispuestos a ello por un estado mental del que no son responsables, eso no podra sernunca una razn para excusar el error mismo. Por otro lado, en lo que nos concierne,ciertamente no se nos podr reprochar una indulgencia excesiva con respecto a lasmanifestaciones pseudoreligiosas del mundo contemporneo, como tampoco con respecto a

    todos los errores modernos en general; sabemos incluso que algunos estaran ms biententados de hacernos el reproche contrario, y lo que decimos aqu quizs les har comprender

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    mejor cmo consideramos estas cosas, esforzndonos en colocarnos siempre en el nicopunto de vista que nos importa, el de la verdad imparcial y desinteresada.

    Eso no es todo: una explicacin simplemente psicolgica de la idea del fin delmundo y de sus manifestaciones actuales, por justa que sea en su orden, no podra pasar anuestros ojos como plenamente suficiente; quedarse ah, sera dejarse influir por una de esasilusiones modernas contra las que nos levantamos precisamente en toda ocasin. Algunos,

    decamos, sienten confusamente el fin inminente de algo cuya naturaleza y alcance no puedendefinir exactamente; es menester admitir que en eso tienen una percepcin muy real, aunquevaga y sujeta a falsas interpretaciones o a deformaciones imaginativas, puesto que, cualquieraque sea ese fin, la crisis que debe forzosamente desembocar en l es bastante visible, y yaque una multitud de signos inequvocos y fciles de comprobar conducen todos de una maneraconcordante a la misma conclusin. Sin duda, ese fin no es el fin del mundo, en el sentidototal en el que algunos quieren entenderlo, pero es al menos el fin de un mundo; y, si lo quedebe acabar es la civilizacin occidental bajo su forma actual, es comprensible que aquellosque estn habituados a no ver nada fuera de ella, a considerarla como la civilizacin sinepteto, crean fcilmente que todo acabar con ella, y que, si ella llega a desaparecer, eso serverdaderamente el fin del mundo.

    As pues, para reducir las cosas a sus justas proporciones, diremos que pareceefectivamente que nos aproximamos realmente al fin de un mundo, es decir, al fin de una

    poca o de un ciclo histrico que, por lo dems, puede estar en correspondencia con un ciclocsmico, segn lo que ensean a este respecto todas las doctrinas tradicionales. Ha habido yaen el pasado muchos acontecimientos de este gnero, y sin duda habr todava otros en elporvenir; acontecimientos de importancia desigual, por lo dems, segn que terminen perodosms o menos extensos y que conciernan, ya sea a todo el conjunto de la humanidad terrestre,ya sea solamente a una o a otra de sus porciones, una raza o un pueblo determinado. En elestado presente del mundo, hay que suponer que el cambio que ha de intervenir tendr unalcance muy general, y que, cualquiera que sea la forma que revista, y que no entendemosbuscar definir, afectar ms o menos a la tierra toda entera. En todo caso, las leyes que rigentales acontecimientos son aplicables analgicamente a todos los grados; as, lo que se dice delfin del mundo, en un sentido tan completo como sea posible concebirlo, y que,ordinariamente, no se refiere ms que al mundo terrestre, es verdad tambin, guardadas todaslas proporciones, cuando se trata simplemente del fin de un mundo cualquiera en un sentido

    mucho ms restringido.Estas observaciones preliminares ayudarn enormemente a comprender lasconsideraciones que van a seguir; ya hemos tenido la ocasin, en otras obras, de hacer alusincon bastante frecuencia a las leyes cclicas; por otra parte, quizs sera difcil hacer de esasleyes una exposicin completa bajo una forma fcilmente accesible a los espritus occidentales,pero al menos es necesario tener algunos datos sobre este tema si uno quiere hacerse unaidea verdadera de lo que es la poca actual y de lo que representa exactamente en el conjuntode la historia del mundo. Por eso comenzaremos por mostrar que las caractersticas de estapoca son realmente las que las doctrinas tradicionales han indicado en todo tiempo para elperodo cclico al que ella corresponde; y eso ser mostrar tambin que lo que es anomala ydesorden desde un cierto punto de vista es, no obstante, un elemento necesario de un ordenms vasto, una consecuencia inevitable de las leyes que rigen el desarrollo de todamanifestacin. Por lo dems, lo decimos desde ahora, en ello no hay una razn para

    contentarse con sufrir pasivamente el desorden y la obscuridad que parecen triunfarmomentneamente, ya que, si ello fuera as, no tendramos ms que guardar silencio; antes alcontrario, es una razn para trabajar, tanto como se pueda, en preparar la salida de esta edadsombra cuyo fin ms o menos prximo, cuando no del todo inminente, permiten entrever yamuchos indicios. Eso est tambin en el orden, ya que el equilibrio es el resultado de la accinsimultnea de dos tendencias opuestas; si la una o la otra pudiera dejar de actuar enteramente,el equilibrio ya no se recuperara nunca y el mundo mismo se desvanecera; pero estasuposicin es irrealizable, ya que los dos trminos de una oposicin no tienen sentido sino eluno por el otro, y, cualesquiera que sean las apariencias, se puede estar seguro de que todoslos desequilibrios parciales y transitorios concurren finalmente a la realizacin del equilibriototal.

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    Captulo I:LA EDAD SOMBRA

    La doctrina hind ensea que la duracin de un ciclo humano, al cual da el nombre deManvantara, se divide en cuatro edades, que marcan otras tantas fases de un oscurecimientogradual de la espiritualidad primordial; son esos mismos perodos que las tradiciones de la

    antigedad occidental, por su lado, designaban como las edades de oro, de plata, de bronce yde hierro. Actualmente estamos en la cuarta edad, el Kali-Yugao edad sombra, y estamosen l, se dice, desde hace ya ms de seis mil aos, es decir, desde una poca muy anterior atodas las que son conocidas por la historia clsica. Desde entonces, las verdades queantao eran accesibles a todos los hombres han devenido cada vez ms ocultas y difciles dealcanzar; aquellos que las poseen son cada vez menos numerosos, y, si el tesoro de lasabidura no humana, anterior a todas las edades, no puede perderse nunca, sin embargo serodea de velos cada vez ms impenetrables, que lo disimulan a las miradas y bajo los cualeses extremadamente difcil descubrirlo. Por eso, en todas partes, bajo smbolos diversos, sehabla de algo que se ha perdido, al menos en apariencia y con relacin al mundo exterior, yque deben reencontrar aquellos que aspiran al verdadero conocimiento; pero se dice tambinque lo que est as oculto se tornar visible al final de este ciclo, que ser al mismo tiempo, envirtud de la continuidad que liga todas las cosas entre s, el comienzo de un ciclo nuevo.

    Pero, se preguntar sin duda, por qu el desarrollo cclico debe cumplirse as en unsentido descendente, que va de lo superior a lo inferior, lo que, como se observar sinesfuerzo, es la negacin misma de la idea de progreso tal como la entienden los modernos?Es porque el desarrollo de toda manifestacin implica necesariamente un alejamiento cada vezmayor del principio del cual procede; partiendo del punto ms alto, tiende forzosamente haciael ms bajo, y, como los cuerpos pesados, tiende hacia l con una velocidad sin cesarcreciente, hasta que encuentra finalmente un punto de detencin. Esta cada podracaracterizarse como una materializacin progresiva, ya que la expresin del principio es puraespiritualidad; decimos la expresin, y no el principio mismo, pues ste no puede ser designadopor ninguno de los trminos que parecen indicar una oposicin cualquiera, ya que est ms allde todas las oposiciones. Por lo dems, palabras como espritu y materia, que tomamosaqu para ms comodidad al lenguaje occidental, apenas tienen para nosotros ms que unvalor simblico; en todo caso, no pueden convenir verdaderamente a aquello de lo que se trata

    ms que a condicin de descartar las interpretaciones especiales que les da la filosofamoderna, de la cual filosofa, el espiritualismo y el materialismo no son, a nuestros ojos,ms que dos formas complementarias que se implican la una a la otra y que son igualmentedesdeables para quien quiere elevarse por encima de esos puntos de vista contingentes.Pero, por lo dems, no es de metafsica pura de lo que nos proponemos tratar aqu, y por eso,sin perder de vista jams los principios esenciales, podemos, tomando las precaucionesindispensables para evitar todo equvoco, permitirnos el uso de trminos que, aunqueinadecuados, parezcan susceptibles de hacer las cosas ms fcilmente comprehensibles, en lamedida en que ello puede hacerse sin desnaturalizarlas.

    Lo que acabamos de decir del desarrollo de la manifestacin presenta una visin que,aunque es exacta en su conjunto, no obstante est muy simplificada y esquematizada, puestoque puede hacer pensar que este desarrollo se efecta en lnea recta, segn un sentido nico ysin oscilacin de ningn tipo; la realidad es mucho ms compleja. En efecto, hay lugar a

    considerar en todas las cosas, como lo indicbamos ya precedentemente, dos tendenciasopuestas, una descendente y la otra ascendente, o si uno quiere servirse de otro modo derepresentacin, una centrfuga y la otra centrpeta; y del predominio de una o de la otraproceden dos fases complementarias de la manifestacin, una de alejamiento del principio, laotra de retorno hacia el principio, que frecuentemente se comparan simblicamente a losmovimientos del corazn o a las dos fases de la respiracin. Aunque estas dos fases sedescriban ordinariamente como sucesivas, hay que concebir que, en realidad, las dostendencias a las que corresponden actan siempre simultneamente, aunque en proporcionesdiversas; y ocurre a veces, en algunos momentos crticos donde la tendencia descendenteparece a punto de predominar definitivamente en la marcha general del mundo, que una accinespecial interviene para reforzar la tendencia contraria, y de esta manera restablecer un ciertoequilibrio al menos relativo, tal como pueden conllevarle las condiciones del momento, y de

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    operar as un enderezamiento parcial, por el que el movimiento de cada puede parecerdetenido o neutralizado temporalmente1.

    Es fcil comprender que estos datos tradicionales, a los que debemos ceirnos paraesbozar una consideracin muy resumida, hacen posibles concepciones muy diferentes detodos los ensayos de filosofa de la historia a los que se libran los modernos, y mucho msvastos y profundos. Pero, por el momento, no pensamos remontarnos a los orgenes del ciclo

    presente, ni tampoco ms simplemente a los comienzos del Kali-Yuga; nuestras intenciones nose refieren, de una manera directa al menos, ms que a un dominio mucho ms limitado, a lasltimas fases de ese mismo Kali-Yuga. En efecto, en el interior de cada uno de los grandesperodos de los que hemos hablado, se pueden distinguir tambin diferentes fasessecundarias, que constituyen otras tantas subdivisiones suyas; y, puesto que cada parte es encierto modo anloga al todo, estas subdivisiones reproducen por as decir, en una escala msreducida, la marcha general del gran ciclo en el que se integran; pero, ah tambin, unainvestigacin completa de las modalidades de aplicacin de esta ley a los diversos casosparticulares nos llevara mucho ms all del cuadro que nos hemos trazado para este estudio.Para terminar estas consideraciones preliminares, mencionaremos solamente algunas de laltimas pocas particularmente crticas que ha atravesado la humanidad, aquellas que entranen el perodo que se tiene costumbre de llamar histrico, porque es efectivamente el nicoque sea verdaderamente accesible a la historia ordinaria o profana; y eso nos conducir de

    modo natural a lo que debe constituir el objeto propio de nuestro estudio, puesto que la ltimade esas pocas crticas no es otra que la que constituye lo que se llaman los tiemposmodernos.

    Hay un hecho bastante extrao, que nadie parece haber observado nunca comomerece serlo: y es que el perodo propiamente histrico, en el sentido que acabamos deindicar, se remonta exactamente al siglo VI antes de la era cristiana, como si hubiera ah, en eltiempo, una barrera que no es posible traspasar con la ayuda de los medios de investigacinde que disponen los investigadores ordinarios. A partir de esa poca, en efecto, se posee portodas partes una cronologa bastante precisa y bien establecida; para todo lo que es anterior,por el contrario, nadie obtiene en general ms que una aproximacin muy vaga, y las fechaspropuestas para los mismos acontecimientos varan frecuentemente en varios siglos. Inclusopara los pases donde no se tienen ms que simples vestigios dispersos, como Egipto porejemplo, eso es muy llamativo; y lo que es quizs ms sorprendente todava, es que, en un

    caso excepcional y privilegiado como el de China, que posee, para pocas mucho msremotas, anales fechados por medio de observaciones astronmicas que no deberan dejarlugar a ninguna duda, no por ello los modernos califican menos de legendarias a aquellaspocas, como si hubiera ah un dominio donde no se reconoce el derecho a ninguna certeza ydonde se prohiben a s mismos obtenerlas. As pues, la antigedad llamada clsica no es, adecir verdad, ms que una antigedad completamente relativa, e incluso mucho ms prximade los tiempos modernos que la verdadera antigedad, puesto que no se remonta siquiera a lamitad del Kali-Yuga, cuya duracin, segn la doctrina hind, no es ella misma ms que ladcima parte de la del Manvantara; Y as se podr juzgar suficientemente hasta qu punto losmodernos tienen razn para estar tan orgullosos de la extensin de sus conocimientoshistricos! Todo eso, responderan sin duda para justificarse, no son ms que perodoslegendarios, y por ello estiman no necesitar el tenerlos en cuenta; pero esta respuesta no esprecisamente ms que la confesin de su ignorancia, y de una incomprehensin que es lo

    nico que puede explicar su desdn de la tradicin; en efecto, el espritu especficamentemoderno, no es, como lo mostraremos ms adelante, nada ms que el espritu antitradicional.En el siglo VI antes de la era cristiana, cualquiera que haya sido su causa, se

    produjeron cambios considerables en casi todos los pueblos; por lo dems, estos cambiospresentaron caracteres diferentes segn los pases. En algunos casos, fue una readaptacinde la tradicin a otras condiciones que las que haban existido anteriormente, readaptacin quese cumpli en un sentido rigurosamente ortodoxo; esto es lo que tuvo lugar concretamente enChina, donde la doctrina, constituida primitivamente en un conjunto nico, fue dividida entoncesen dos partes claramente distintas: el Taosmo, reservado a una lite, y que comprenda lametafsica pura y las ciencias tradicionales de orden propiamente especulativo, y elConfucianismo, comn a todos sin distincin, y que tena por dominio las aplicaciones prcticas

    1

    Esto se refiere a la funcin de conservacin divina, que, en la tradicin hind, es representada porVishn, y ms particularmente a la doctrina de los Avatras o descensos del principio divino al mundo

    manifestado, que, naturalmente, no podemos ni pensar en desarrollar aqu.

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    y principalmente sociales. Entre los Persas, parece que haya habido igualmente unareadaptacin del Mazdesmo, ya que esta poca fue la del ltimo Zoroastro2. En la India, se vionacer por entonces el Budismo, que, cualquiera que haya sido por lo dems su carcteroriginal3, deba desembocar, al contrario, al menos en algunas de sus ramas, en una rebelincontra el espritu tradicional, rebelin que lleg hasta la negacin de toda autoridad, hasta unaverdadera anarqua, en el sentido etimolgico de ausencia de principio, en el orden

    intelectual y en el orden social. Lo que es bastante curioso es que, en la India, no se encuentraningn monumento que remonte ms all de esta poca, y los orientalistas, que quieren hacercomenzar todo con el Budismo cuya importancia exageran singularmente, han intentado sacarpartido de esta comprobacin en favor de su tesis; no obstante, la explicacin del hecho esbien simple: y es que todas las construcciones anteriores eran en madera, de suerte que handesaparecido naturalmente sin dejar rastro4; pero lo que es verdad, es que tal cambio en elmodo de construccin corresponde necesariamente a una modificacin profunda de lascondiciones generales de existencia del pueblo donde se ha producido.

    Acercndonos al Occidente, vemos que, entre los Judos, la misma poca fue la de lacautividad de Babilonia; y lo que es quizs uno de los hechos ms sorprendentes que hay quecomprobar, es que un corto perodo de setenta aos fue suficiente para hacerles perder hastasu escritura, puesto que despus debieron reconstituir los Libros sagrados con caracteresdiferentes de aquellos que haban estado en uso hasta entonces. Se podran citar todava

    muchos otros acontecimientos que se refieren casi a la misma fecha: notaremos solamente quefue para Roma el comienzo del perodo propiamente histrico, que sucedi a la pocalegendaria de los reyes, y que se sabe tambin, aunque de una manera un poco vaga, quehubo entonces importantes movimientos en los pueblos clticos; pero, sin insistir ms en ello,llegaremos a lo que concierne a Grecia. All igualmente, el siglo VI a.C. fue el punto de partidade la civilizacin llamada clsica, la nica a la que los modernos reconocen el carcterhistrico, y todo lo que precede es lo bastante mal conocido como para ser tratado delegendario, aunque los descubrimientos arqueolgicos recientes ya no permiten dudar deque, al menos, hubo all una civilizacin muy real; y tenemos algunas razones para pensar queaquella primera civilizacin helnica fue mucho ms interesante intelectualmente que la que lasigui, y que sus relaciones no dejan de ofrecer alguna analoga con las que existen entre laEuropa de la Edad Media y la Europa moderna. No obstante, conviene destacar que la escisinno fue tan radical como en este ltimo caso, ya que hubo, al menos parcialmente, una

    readaptacin efectuada en el orden tradicional, principalmente en el dominio de los misterios;y con esto es menester relacionar el Pitagorismo, que fue sobre todo, bajo una forma nueva,una restauracin del Orfismo anterior, y cuyos lazos evidentes con el culto dlfico del Apolohiperbreo permiten considerar incluso una filiacin continua y regular con una de lastradiciones ms antiguas de la humanidad. Pero, por otra parte, pronto se vio aparecer algo delo que todava no se haba tenido ningn ejemplo y que, a continuacin, deba ejercer unainfluencia nefasta sobre todo el mundo occidental: nos referimos a ese modo especial de

    2 Es menester destacar que el nombre de Zoroastro no designa en realidad a un personaje particular,

    sino una funcin, a la vez proftica y legisladora; hubo varios Zoroastros, que vivieron en pocas muy

    diferente; y es verosmil incluso que esta funcin debi tener un carcter colectivo, del mismo modo que

    la de Vysa en la India, y del mismo modo tambin que, en Egipto, lo que se atribuy a Thoth o a Hermesrepresenta la obra de toda la casta sacerdotal.

    3 En realidad, la cuestin del Budismo est lejos de ser tan simple como podra dar a pensar esta breve

    ojeada; y es interesante notar que, si los Hindes, bajo el punto de vista de su propia tradicin, han

    condenado siempre a los Budistas, muchos de entre ellos no por eso dejan de profesar un gran respeto por

    el Buddha mismo, respeto que en algunos llega incluso hasta ver en l el noveno Avatra, mientras que

    otros identifican a ste con Cristo. Por otra parte, en lo que concierne al Budismo tal como se conoce hoy,

    es menester tener buen cuidado de distinguir entre sus dos formas del Mahyna y delHnayna, o del

    Gran Vehculo y del Pequeo Vehculo; de una manera general, se puede decir que el Budismo fuera

    de la India difiere notablemente de su forma original india, que comenz a perder terreno rpidamente

    despus de la muerte de Ashoka y desapareci completamente algunos siglos ms tarde.4 Este caso no es particular a la India y se encuentra tambin en Occidente; es exactamente por la

    misma razn por lo que no se encuentra ningn vestigio de las ciudades celtas, cuya existencia no

    obstante es incontestable, puesto que est atestiguada por testimonios contemporneos; y, ah igualmente,los historiadores modernos han aprovechado esta ausencia de monumentos para describir a los Celtas

    como salvajes que vivan en los bosques.

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    pensamiento que tom y guard el nombre de filosofa; y este punto es lo bastanteimportante como para que nos detengamos en l algunos instantes.

    La palabra filosofa, en s misma, puede tomarse ciertamente en un sentido muylegtimo, que fue sin duda su sentido primitivo, sobre todo si es verdad que, como se pretende,fue Pitgoras quien la emple primero: etimolgicamente, no significa ms que amor de lasabidura; as pues, designa primero una disposicin previa requerida para llegar a la

    sabidura, y puede designar tambin, por una extensin completamente natural, la indagacinque, naciendo de esta disposicin misma, debe conducir al conocimiento. Por consiguiente, noes ms que un estadio preliminar y preparatorio, un encaminamiento hacia la sabidura, ungrado que corresponde a un estado inferior a sta5; la desviacin que se ha producido despusha consistido en tomar este grado transitorio por la meta misma, en pretender substituir lasabidura por la filosofa, lo que implica el olvido o el desconocimiento de la verdaderanaturaleza de sta ltima. As tom nacimiento lo que podemos llamar la filosofa profana, esdecir, una pretendida sabidura puramente humana, y por tanto de orden simplemente racional,que toma el lugar de la verdadera sabidura tradicional, supraracional y no humana. Noobstante, subsisti todava algo de sta a travs de toda la Antigedad; lo que lo prueba, esprimero la persistencia de los misterios, cuyo carcter esencialmente inicitico no podraser contestado, y es tambin el hecho de que la enseanza de los filsofos mismos tena a lavez, lo ms frecuentemente, un lado exotrico y un lado esotrico, pudiendo ste ltimo

    permitir el vinculamiento a un punto de vista superior, que, por lo dems, se manifiesta de unamanera muy clara, aunque quizs incompleta bajo ciertos aspectos, algunos siglos ms tarde,en los Alejandrinos. Para que la filosofa profana se constituyera definitivamente como tal,era menester que permaneciera slo el exoterismo y que se llegara hasta la negacin pura ysimple de todo esoterismo; es en esto precisamente en lo que deba desembocar, en losmodernos, el movimiento comenzado por los Griegos; las tendencias que ya se habanafirmado en aqullos deban llevarse entonces hasta sus consecuencias ms extremas, y laimportancia excesiva que haban concedido al pensamiento racional iba a acentuarse tambinpara llegar al racionalismo, actitud especialmente moderna que ya no consiste simplementeen ignorar, sino en negar expresamente todo lo que es de orden suprarracional; pero noanticipamos ms, ya que tendremos que volver de nuevo sobre esas consecuencias y ver sudesarrollo en una parte de nuestra exposicin.

    En lo que acaba de decirse, hay que retener una cosa particularmente desde el punto

    de vista que nos ocupa: y es que conviene buscar en la Antigedad clsica algunos de losorgenes del mundo moderno; as pues, ste no carece enteramente de razn cuando seremite a la civilizacin grecolatina y se pretende su continuador. No obstante, hay que decirque no se trata ms que de una continuacin lejana y un poco infiel, ya que, a pesar de todo,en aquella antigedad, haba muchas cosas, en el orden intelectual y espiritual, cuyoequivalente no se podra encontrar entre los modernos; en todo caso, en el oscurecimientoprogresivo del verdadero conocimiento, se trata de dos grados bastante diferentes. Por lodems, se podra concebir que la decadencia de la civilizacin antigua haya conducido, de unamanera gradual y sin solucin de continuidad, a un estado ms o menos semejante al quevemos hoy da; pero, de hecho, la cosa no fue as, y, en el intervalo, hubo, para el Occidente,otra poca crtica que fue al mismo tiempo una de esas pocas de enderezamiento a las quehacamos alusin ms atrs.

    Esta poca es la del comienzo y de la expansin del Cristianismo, que coincide, por

    una parte, con la dispersin del pueblo judo, y, por otra parte, con la ltima fase de lacivilizacin grecolatina; y podemos pasar ms rpidamente sobre estos acontecimientos, apesar de su importancia, porque generalmente son ms conocidos que aquellos de los quehemos hablado hasta aqu, y porque su sincronismo ha sido ms destacado, incluso por loshistoriadores de miras ms superficiales. Tambin se han sealado bastante frecuentementealgunos rasgos comunes a la decadencia antigua y a la poca actual; y, sin querer llevardemasiado lejos el paralelismo, se debe reconocer que hay en efecto algunas semejanzasbastante llamativas. La filosofa puramente profana haba ganado terreno: la aparicin delescepticismo por un lado, el xito del moralismo estoico y epicreo por el otro, muestransuficientemente hasta qu punto se haba rebajado la intelectualidad. Al mismo tiempo, lasantiguas doctrinas sagradas, que casi nadie comprenda ya, haban degenerado, por el hechode esta incomprehensin, en paganismo en el verdadero sentido de esta palabra, es decir,

    5 La relacin es aqu casi la misma que la que existe, en la doctrina taosta, entre el estado del

    hombre dotado y el del hombre transcendente.

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    que ya no eran ms que supersticiones, cosas que, habiendo perdido su significacinprofunda, se sobreviven a s mismas nicamente por manifestaciones completamenteexteriores. Hubo intentos de reaccin contra esta decadencia: el helenismo mismo intentrevivificarse con la ayuda de elementos tomados a las doctrinas orientales con las que podaencontrarse en contacto; pero eso ya no era suficiente, la civilizacin grecolatina deba acabar,y el enderezamiento deba venir de otra parte y operarse bajo una forma diferente. Fue el

    Cristianismo el que cumpli esta transformacin; y, anotmoslo de pasada, la comparacin quese puede establecer en algunos aspectos entre aquel tiempo y el nuestro es quizs uno de loselementos determinantes del mesianismo desordenado que sale a la luz actualmente.Despus del perodo turbulento de las invasiones brbaras, necesario para acabar ladestruccin del antiguo estado de cosas, se restaur un orden normal para una duracin dealgunos siglos; fue la Edad Media, tan desconocida por los modernos que son incapaces decomprender su intelectualidad, y para quienes esta poca parece ciertamente mucho msextraa y lejana que la Antigedad clsica.

    Para nosotros, la verdadera Edad Media se extiende desde el reinado de Carlomagnohasta el comienzo del siglo XIV; en esta ltima fecha comienza una nueva decadencia que, atravs de etapas diversas, ir acentundose hasta nosotros. Es ah donde est el verdaderopunto de partida de la crisis moderna: es el comienzo de la desagregacin de la Cristiandad,a la que se identificaba esencialmente la civilizacin occidental del Medioevo; es, al mismo

    tiempo, el fin del rgimen feudal, bastante estrechamente solidario de aquella mismaCristiandad, el origen de la constitucin de las nacionalidades. As pues, es menesterhacer remontar la poca moderna cerca de dos siglos antes de lo que se hace ordinariamente;el Renacimiento y la Reforma son sobre todo resultantes, y no se han hecho posibles ms quepor la decadencia previa; pero, bien lejos de ser un enderezamiento, marcaron una cadamucho ms profunda, porque consumaron la ruptura definitiva con el espritu tradicional, unoen el dominio de las ciencias y de las artes, y la otra en el dominio religioso mismo, que era noobstante aqul donde una tal ruptura hubiera podido parecer ms difcilmente concebible.

    Lo que se llama el Renacimiento fue en realidad, como ya lo hemos dicho en otrasocasiones, la muerte de muchas cosas; bajo pretexto de volver de nuevo a la civilizacingrecorromana, no se tom de aqulla ms que lo que haba tenido de ms exterior, porquenicamente eso haba podido expresarse claramente en textos escritos; y esta restitucinincompleta no poda tener por lo dems ms que un carcter muy artificial, puesto que se

    trataba de formas que, desde haca siglos, haban dejado de vivir de su vida verdadera. Encuanto a las ciencias tradicionales de la Edad Media, despus de haber tenido todava algunasltimas manifestaciones hacia esta poca, desaparecieron tan totalmente como las de lascivilizaciones remotas que fueron aniquiladas antao por algn cataclismo; y, esta vez, nadadeba venir a reemplazarlas. En adelante no hubo ms que la filosofa y la ciencia profanas,es decir, la negacin de la verdadera intelectualidad, la limitacin del conocimiento al ordenms inferior, el estudio emprico y analtico de hechos que no son vinculados a ningn principio,la dispersin en una multitud indefinida de detalles insignificantes, la acumulacin de hiptesissin fundamento, que se destruyen incesantemente las unas a las otras, y de visinfragmentaria, que no pueden conducir a nada salvo a esas aplicaciones prcticas queconstituyen la nica superioridad efectiva de la civilizacin moderna; superioridad pocoenvidiable por lo dems, y que, al desarrollarse hasta asfixiar a toda otra preocupacin, hadado a esta civilizacin el carcter puramente material que hace de ella una verdadera

    monstruosidad.Lo que es completamente extraordinario es la rapidez con la que la civilizacin delMedioevo cay en el ms completo olvido; los hombres del siglo XVII ya no tenan la menornocin de ella, y los monumentos suyos que subsistan ya no representaban nada a sus ojos,ni en el orden intelectual, ni en el orden esttico; por esto se puede juzgar cunto se habacambiado la mentalidad en el intervalo. No emprenderemos buscar aqu los factores,ciertamente muy complejos, que concurrieron a ese cambio, tan radical que parece difciladmitir que haya podido operarse espontneamente y sin la intervencin de una voluntaddirectriz cuya naturaleza exacta permanece forzosamente bastante enigmtica; a esterespecto, hay circunstancias muy extraas, como la vulgarizacin, en un momentodeterminado, y presentndolas como descubrimientos nuevos, de cosas que eran conocidas enrealidad desde haca mucho tiempo, pero cuyo conocimiento, en razn de algunosinconvenientes que corran el riesgo de rebasar sus ventajas, no haba sido difundido hasta

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    entonces en el dominio pblico6. Es muy inverosmil tambin que la leyenda que hizo de laEdad Media una poca de tinieblas, de ignorancia y de barbarie, haya nacido y se hayaacreditado por s sola, y que la verdadera falsificacin de la historia a la que los modernos sehan librado haya sido emprendida sin ninguna idea preconcebida; pero no iremos ms adelanteen el examen de esta cuestin, ya que, de cualquier manera que se haya llevado a cabo estetrabajo, por el momento, es la comprobacin del resultado la que, en suma, nos importa ms.

    Hay una palabra que recibi todos los honores en el Renacimiento, y que resuma deantemano todo el programa de la civilizacin moderna: esta palabra es la de humanismo. Setrataba en efecto de reducirlo todo a proporciones puramente humanas, de hacer abstraccinde todo principio de orden superior, y, se podra decir simblicamente, de apartarse del cielobajo pretexto de conquistar la tierra; los Griegos, cuyo ejemplo se pretenda seguir, jamshaban llegado tan lejos en este sentido, ni siquiera en el tiempo de su mayor decadenciaintelectual, y al menos las preocupaciones utilitarias jams haban pasado en ellos al primerplano, as como eso deba producirse pronto en los modernos. El humanismo, era ya unaprimera forma de lo que ha devenido el laicismo contemporneo; y, al querer reducirlo todo ala medida del hombre, tomado como un fin en s mismo, se ha terminado por descender, deetapa en etapa, al nivel de lo ms inferior que hay en ste, y por no buscar apenas ms que lasatisfaccin de las necesidades inherentes al lado material de su naturaleza, bsqueda bienilusoria, por lo dems, ya que crea siempre ms necesidades artificiales de las que puede

    satisfacer.Llegar el mundo moderno hasta el fondo de esta pendiente fatal, o bien, como haocurrido en la decadencia del mundo grecolatino, se producir, esta vez tambin, un nuevoenderezamiento antes de que haya alcanzado el fondo del abismo a donde es arrastrado?Parece que ya no sea apenas posible una detencin a mitad de camino, y que, segn todas lasindicaciones proporcionadas por las doctrinas tradicionales, hayamos entrado verdaderamenteen la fase final del Kali-Yuga, en el perodo ms sombro de esta edad sombra, en eseestado de disolucin del que no es posible salir ms que por un cataclismo, porque ya no es unsimple enderezamiento el que entonces es necesario, sino una renovacin total. El desorden yla confusin reinan en todos los dominios; han sido llevados hasta un punto que rebasa conmucho todo lo que se haba visto precedentemente, y, partiendo del Occidente, amenazanahora con invadir el mundo todo entero; sabemos bien que su triunfo no puede ser nunca msque aparente y pasajero, pero, en un grado tal, parece ser el signo de la ms grave de todas

    las crisis que la humanidad haya atravesado en el curso de su ciclo actual. No hemos llegadoa esa poca temible anunciada por los Libros sagrados de la India, donde las castas estarnmezcladas, donde la familia ya no existir? Basta mirar alrededor de s para convencerse deque este estado es realmente el del mundo actual, y para comprobar por todas partes esadecadencia profunda que el Evangelio llama la abominacin de la desolacin. Es menesterno disimular la gravedad de la situacin; conviene considerarla tal como es, sin ningnoptimismo, pero tambin sin ningn pesimismo, puesto que como lo decamosprecedentemente, el fin del antiguo mundo ser tambin el comienzo de un mundo nuevo.

    Ahora, se plantea una cuestin: cul es la razn de ser de un perodo como ste en elque vivimos? En efecto, por anormales que sean las condiciones presentes consideradas en smismas, no obstante deben entrar en el orden general de las cosas, en ese orden que, segnuna frmula extremo oriental, est hecho de la suma de todos los desrdenes; esta poca, porpenosa y turbulenta que sea, debe tener tambin, como todas las dems, su lugar marcado en

    el conjunto del desarrollo humano, y, por lo dems, el hecho mismo de que estaba prevista porlas doctrinas tradicionales es a este respecto una indicacin suficiente. Lo que hemos dicho dela marcha general de un ciclo de manifestacin, que va en el sentido de una materializacinprogresiva, da inmediatamente la explicacin de un tal estado, y muestra bien que lo que esanormal y desordenado bajo un cierto punto de vista particular no es sin embargo ms que laconsecuencia de una ley que se refiere a un punto de vista superior o ms extenso.Agregaremos, sin insistir en ello, que, como todo cambio de estado, el paso de un ciclo a otrono puede cumplirse ms que en la obscuridad; en eso hay tambin una ley muy importante y

    6 No citaremos ms que dos ejemplos, entre los hechos de este gnero que deban tener las ms graves

    consecuencias: la pretendida invencin de la imprenta, que los chinos conocan anteriormente a la eracristiana, y el descubrimiento oficial de Amrica, con la que haban existido comunicaciones mucho

    ms seguidas de lo que se piensa durante la Edad Media.

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    cuyas aplicaciones son mltiples, pero, por eso mismo, una exposicin algo detallada de ellanos llevara demasiado lejos7.

    No es eso todo: la poca moderna debe corresponder necesariamente al desarrollo dealgunas de las posibilidades que, desde el origen, estaban incluidas en la potencialidad delciclo actual; y, por inferior que sea el rango ocupado por estas posibilidades en la jerarqua delconjunto, no por eso deban menos, tanto como las dems, ser llamadas a la manifestacin

    segn el orden que les est asignado. En este aspecto, lo que, segn la tradicin, caracteriza ala ltima fase del ciclo, es, se podra decir, la explotacin de todo lo que ha sido desdeado orechazado en el curso de las fases precedentes; y, efectivamente, es eso lo que podemoscomprobar en la civilizacin moderna, que no vive en cierto modo ms que de aquello que lascivilizaciones anteriores no haban querido. Para darse cuenta de ello, no hay ms que vercmo los representantes de esas mismas civilizaciones que se han mantenido hasta aqu en elmundo oriental, aprecian las ciencias occidentales y sus aplicaciones industriales! No obstante,estos conocimientos inferiores, tan vanos a los ojos de quien posee un conocimiento de otroorden, deban ser realizados, y no podan serlo ms que en un estadio donde la verdaderaintelectualidad hubiera desaparecido; estas investigaciones de un alcance exclusivamenteprctico, en el sentido ms estrecho de este trmino, deban llevarse a cabo, pero no podanserlo ms que en el extremo opuesto de la espiritualidad primordial, por hombres inmersos enla materia hasta el punto de no concebir nada ms all, y que se vuelven tanto ms esclavos

    de esta materia cuanto ms quisieran servirse de ella, lo que les conduce a una agitacinsiempre creciente, sin regla y sin meta, a la dispersin en la pura multiplicidad, hasta ladisolucin final.

    Tal es, esbozada en sus grandes rasgos y reducida a lo esencial, la verdaderaexplicacin del mundo moderno; pero, declarmoslo muy claramente, esta explicacin nopodra tomarse de ninguna manera como una justificacin. Una desgracia inevitable, no poreso deja de ser una desgracia; e, incluso si del mal debe salir un bien, eso no quita al mal sucarcter; por lo dems, entindase bien, no empleamos aqu estos trminos de bien y demal ms que para hacernos comprender mejor, y fuera de toda intencin especficamentemoral. Los desrdenes parciales no pueden no ser, porque son elementos necesarios delorden total; pero, a pesar de eso, una poca de desorden es, en s misma, algo comparable auna monstruosidad, que, aunque es la consecuencia de algunas leyes naturales, no por ellodeja de ser una desviacin y una especie de error, o a un cataclismo, que, aunque resulta del

    curso normal de las cosas, es del mismo modo, si se considera aisladamente, un trastorno yuna anomala. La civilizacin moderna, como todas las cosas, tiene forzosamente su razn deser, y, si es verdaderamente la que termina un ciclo, se puede decir que ella es lo que debeser, que viene en su tiempo y en su lugar; pero no por eso deber ser juzgada menos segn lapalabra evanglica muy frecuentemente mal comprendida: Es menester que haya escndalo;pero ay de aqul por quien el escndalo llega!.

    7 Esta ley estaba representada, en los misterios de Eleusis, por el simbolismo del grano de trigo; los

    alquimistas la figuraban por la putrefaccin y por el color negro que marca el comienzo de la Gran

    Obra; lo que los msticos cristianos llaman la noche obscura del alma no es ms que su aplicacin aldesarrollo espiritual del ser que se eleva a estados superiores; y sera fcil sealar todava muchas otras

    concordancias.

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    Captulo II: LA OPOSICIN DE ORIENTE Y DE OCCIDENTE

    Uno de los caracteres particulares del mundo moderno, es la escisin que se observaen l entre Oriente y Occidente; y, aunque ya hayamos tratado esta cuestin de una manerams especial, es necesario volver a ella de nuevo aqu para precisar algunos de sus aspectos y

    disipar algunos malentendidos. La verdad es que hubo siempre civilizaciones diversas ymltiples, cada una de las cuales se ha desarrollado de una manera que le era propia y en unsentido conforme a las aptitudes de tal pueblo o de tal raza; pero distincin no quiere deciroposicin, y puede haber cierto tipo de equivalencia entre civilizaciones de formas muydiferentes, desde que todas reposan sobre los mismos principios fundamentales, de los cualesellas representan solamente aplicaciones condicionadas por circunstancias variadas. Tal es elcaso de todas las civilizaciones que podemos llamar normales, o tambin tradicionales; no hayentre ellas ninguna oposicin esencial, y las divergencias, si existe alguna, no son ms queexteriores y superficiales. Por el contrario, una civilizacin que no reconoce ningn principiosuperior, que no est fundada en realidad ms que sobre una negacin de los principios, est,por eso mismo, desprovista de todo medio de entendimiento con las dems, ya que esteentendimiento, para ser verdaderamente profundo y eficaz, no puede establecerse ms que porarriba, es decir, precisamente por aquello que falta a esta civilizacin anormal y desviada. As

    pues, en el estado presente del mundo, tenemos, por un lado, todas las civilizaciones que hanpermanecido fieles al espritu tradicional, y que son las civilizaciones orientales, y, por el otro,una civilizacin propiamente antitradicional, que es la civilizacin occidental moderna.

    No obstante, algunos han llegado hasta contestar que la divisin misma de lahumanidad en Oriente y Occidente corresponde a una realidad; pero, al menos para la pocaactual, eso no parece poder ponerse seriamente en duda. Primero, que existe una civilizacinoccidental, comn a Europa y a Amrica, tal es un hecho sobre el que todo el mundo debeestar de acuerdo, cualquiera que sea por lo dems el juicio que se haga sobre el valor de estacivilizacin. Para Oriente, las cosas son menos simples, porque, efectivamente, no existe una,sino varias civilizaciones orientales; pero basta que posean algunos rasgos comunes, rasgosque caracterizan lo que hemos llamado una civilizacin tradicional, y que stos mismos rasgosno se encuentren en la civilizacin occidental, para que la distincin e incluso la oposicin deOriente y de Occidente est plenamente justificada. Ahora bien, ello es efectivamente as, y el

    carcter tradicional es en efecto comn a todas las civilizaciones orientales, para las cuales, afin de fijar mejor las ideas, recordaremos la divisin general que hemos adoptadoprecedentemente, y que, aunque algo simplificada quizs si se quisiera entrar en el detalle, noobstante es exacta cuando uno se atiene a las grandes lneas: el Extremo Oriente,representado esencialmente por la civilizacin china; el Oriente Medio, representado por lacivilizacin hind; el Oriente Prximo, representado por la civilizacin islmica. Convieneagregar que esta ltima, en muchos aspectos, debera considerarse ms bien comointermediaria entre Oriente y Occidente, y que incluso muchos de sus caracteres la acercansobre todo a lo que fue la civilizacin occidental de la Edad Media; pero, si se considera conrelacin al Occidente moderno, debe reconocerse que se opone a l del mismo modo que lascivilizaciones propiamente orientales, a las cuales conviene asociarla bajo este punto de vista.

    Es en esto en lo que es esencial insistir: la oposicin de Oriente y de Occidente notena ninguna razn de ser cuando en Occidente haba tambin civilizaciones tradicionales; as

    pues, no tiene sentido ms que cuando se trata especialmente del Occidente moderno, ya queesta oposicin es mucho ms la de dos espritus que la de dos entidades geogrficas ms omenos claramente definidas. En algunas pocas, de las que la ms prxima a nosotros es laEdad Media, el espritu occidental se pareca mucho, en sus vertientes ms importantes, a loque es todava hoy el espritu oriental, mucho ms que a lo que este espritu occidental hadevenido en los tiempos modernos; la civilizacin occidental era entonces comparable a lascivilizaciones orientales, del mismo modo que stas lo son entre ellas. As pues, en el curso delos ltimos siglos, se ha producido un cambio considerable, mucho ms grave que todas lasdesviaciones que haban podido manifestarse anteriormente en pocas de decadencia, puestoque llega incluso hasta una verdadera inversin en la direccin dada a la actividad humana; yes en el mundo occidental exclusivamente donde ha tenido nacimiento este cambio. Porconsiguiente, cuando decimos espritu occidental, refirindonos a lo que existe en el presente,lo que es menester entender por tal es otra cosa que el espritu moderno; y, como el otroespritu no se ha mantenido ms que en Oriente, podemos, siempre en relacin a lascondiciones actuales, llamarle espritu oriental. Estos dos trminos, en suma, no expresan nada

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    ms que una situacin de hecho; y, si aparece muy claramente que uno de los dos esprituspresentes es efectivamente occidental, porque su aparicin pertenece a la historia reciente, nopretendemos prejuzgar nada en cuanto a la proveniencia del otro, que fue antao comn aOriente y a Occidente, y cuyo origen, a decir verdad, debe confundirse con el de la humanidadmisma, puesto que tal es el espritu que se podra calificar de normal, aunque slo sea porqueha inspirado a todas las civilizaciones que conocemos ms o menos completamente, a

    excepcin de una sola, que es la civilizacin occidental moderna.Algunos, que sin duda no se haban tomado el trabajo de leer nuestros libros, hancredo deber reprocharnos haber dicho que todas las doctrinas tradicionales tenan un origenoriental, que la antigedad occidental misma, en todas las pocas, haba recibido siempre sustradiciones de Oriente; nosotros no hemos escrito nunca nada semejante, ni nada que puedasugerir incluso tal opinin, por la simple razn de que sabemos muy bien que eso es falso. Enefecto, son precisamente los datos tradicionales los que se oponen claramente a una asercinde este gnero: se encuentra por todas partes la afirmacin formal de que la tradicinprimordial del ciclo actual ha venido de las regiones hiperbreas; hubo despus variascorrientes secundarias, que corresponden a perodos diversos, y de las cuales una de las msimportantes, al menos entre aquellas cuyos vestigios son todava discernibles, fueincontestablemente del Occidente hacia Oriente. Pero todo ello se refiere a pocas muylejanas, de las que se llaman comnmente prehistricas, y no es eso lo que tenemos in

    mente; lo que decimos, es primero que, desde hace mucho tiempo ya, el depsito de latradicin primordial ha sido transferido a Oriente, y que es all donde se encuentran ahora lasformas doctrinales que han salido de ella ms directamente; y despus que, en el estado actualde las cosas, el verdadero espritu tradicional, con todo lo que implica, ya no tienerepresentantes autnticos ms que en Oriente.

    Para completar esta puntualizacin, debemos explicarnos tambin, al menosbrevemente, sobre algunas ideas de restauracin de una tradicin occidental que han vistola luz en diversos medios contemporneos; el nico inters que presentan, en el fondo, esmostrar que algunos espritus no estn satisfechos de la negacin moderna, que sienten lanecesidad de otra cosa que lo que les ofrece nuestra poca, que entrevn la posibilidad de unretorno a la tradicin, de una u otra forma, como el nico medio de salir de la crisis actual.Desafortunadamente, el tradicionalismo no es lo mismo que el verdadero espritu tradicional;puede no ser, y frecuentemente no es de hecho, ms que una simple tendencia, una aspiracin

    ms o menos vaga, que no supone ningn conocimiento real; y, en el desorden mental denuestro tiempo, esta aspiracin provoca sobre todo, es menester decirlo, concepcionesfabuladoras y quimricas, desprovistas de todo fundamento serio. Al no encontrar ningunatradicin autntica sobre la que uno pueda apoyarse, se llega hasta imaginarpseudotradiciones que no han existido nunca, y que carecen de principio en la misma medidaque aquello a lo que se querra substituir; todo el desorden moderno se refleja en esasconstrucciones, y, cualesquiera que puedan ser las intenciones de sus autores, el nicoresultado que obtienen es aportar una contribucin nueva al desequilibrio general. En estegnero de cosas, mencionaremos de memoria la pretendida tradicin occidental fabricadapor algunos ocultistas con la ayuda de los elementos ms disparatados, y destinada sobre todoa hacer competencia a una tradicin oriental no menos imaginaria, la de los teosofistas;hemos hablado suficientemente de estas cosas en otra parte, y preferimos dedicarnos acontinuacin al examen de algunas otras teoras que pueden parecer ms dignas de atencin,

    porque en ellas se encuentra al menos el deseo de apelar a tradiciones que han tenido unaexistencia efectiva.Hacamos alusin hace un momento a la corriente tradicional venida de las regiones

    occidentales; los relatos de los antiguos, relativos a la Atlntida, indican su origen; despus dela desaparicin de este continente, que es el ltimo de los grandes cataclismos ocurridos en elpasado, no parece dudoso que restos de su tradicin hayan sido transportados a regionesdiversas, donde se han mezclado a otras tradiciones preexistentes, principalmente a ramas dela tradicin hiperbrea; y es muy posible que las doctrinas de los Celtas, en particular, hayansido producto de esta fusin. Estamos muy lejos de contestar estas cosas; pero que se piensebien en esto: la forma propiamente atlante ha desaparecido hace ya millares de aos, con lacivilizacin a la que perteneca, y cuya destruccin no puede haberse producido ms que aconsecuencia de una desviacin que era quizs comparable, bajo algunos aspectos, a la quecomprobamos hoy da, aunque con una notable diferencia teniendo en cuenta que la

    humanidad no haba entrado todava entonces en el Kali-Yuga; es as como esta tradicin nocorresponda ms que a un perodo secundario de nuestro ciclo, y cmo sera un gran error

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    pretender identificarla a la tradicin primordial de la que han salido todas las dems, y que es lanica que permanece desde el comienzo hasta el fin. Estara fuera de propsito exponer aqutodos los datos que justifican estas afirmaciones; no retendremos de ellos ms que laconclusin, que es la imposibilidad de hacer revivir actualmente una tradicin atlante, oincluso de vincularse a ella ms o menos directamente; por lo dems, hay mucha fantasa enlas tentativas de esta suerte. No por eso es menos verdad que puede ser interesante buscar el

    origen de los elementos que se encuentran en las tradiciones posteriores, siempre que se hagacon todas las precauciones necesarias para guardarse de algunas ilusiones; pero estasinvestigaciones no pueden desembocar en ningn caso en la resurreccin de una tradicin queno estara adaptada a ninguna de las condiciones actuales de nuestro mundo.

    Hay otros que quieren vincularse al celtismo, y, porque apelan as a algo que estmenos alejado de nosotros, puede parecer que lo que proponen sea menos irrealizable; noobstante, dnde encontraran hoy da el celtismo en el estado puro, y dotado todava deuna vitalidad suficiente como para que sea posible tomar ah un punto de apoyo? En efecto, nohablamos de reconstituciones arqueolgicas o simplemente literarias, como se han vistoalgunas; se trata de algo diferente. Que elementos clticos muy reconocibles y todavautilizables hayan llegado hasta nosotros por diversos intermediarios, eso es verdad; pero estoselementos estn muy lejos de representar la integridad de una tradicin, y, cosa sorprendente,sta, en los pases mismos donde vivi antao, se ignora ahora ms completamente an que

    las de muchas civilizaciones que fueron siempre extranjeras a esos mismos pases; no hayalgo ah que debera hacer reflexionar, al menos a aquellos que no estn enteramentedominados por una idea preconcebida? Diremos ms: en todos los casos como se, donde setrata de los vestigios dejados por civilizaciones desaparecidas, no es posible comprenderlosverdaderamente sino por comparacin con lo que hay de similar en las civilizacionestradicionales que estn todava vivas; y otro tanto se puede decir para la Edad Media misma,donde se encuentran tantas cosas cuya significacin est perdida para los occidentalesmodernos. Esta toma de contacto con las tradiciones cuyo espritu subsiste todava es el nicomedio de revivificar aquello que todava es susceptible de serlo; y, como ya lo hemos indicadomuy frecuentemente, ste es uno de los mayores servicios que Oriente pueda prestar aOccidente. No negamos la supervivencia de cierto espritu cltico, que todava puedemanifestarse bajo formas diversas, como lo ha hecho ya en diferentes pocas; pero cuando sellega a asegurarnos que existen todava centros espirituales que conservan integralmente la

    tradicin drudica, esperamos que se nos proporcione la prueba de ello, y, hasta nueva orden,eso nos parece muy dudoso, cuando no enteramente inverosmil.La verdad es que, en la Edad Media, los elementos clticos subsistentes han sido

    asimilados por el Cristianismo; la leyenda del Santo Grial, con todo lo que se relaciona conella, es, a este respecto, un ejemplo particularmente probatorio y significativo. Por oro lado,pensamos que una tradicin occidental, si llegara a reconstituirse, tomara forzosamente unaforma exterior religiosa, en el sentido ms estricto de esta palabra, y que esta forma no podraser ms que cristiana, ya que, por una parte, las dems formas posibles son desde hacemucho tiempo extraas a la mentalidad occidental, y, por otra, es nicamente en elCristianismo, decimos ms precisamente an en el Catolicismo, donde se encuentran, enOccidente, los restos del espritu tradicional que sobreviven todava. Toda tentativatradicionalista que no tenga en cuenta este hecho est inevitablemente abocada al fracaso,porque carece de base; es muy evidente que uno no puede apoyarse ms que sobre lo que

    existe de una manera efectiva, y que, all donde falta la continuidad, no puede haber ms quereconstituciones artificiales y que no podran ser viables; si se objeta que el Cristianismomismo, en nuestra poca, ya no se comprende apenas verdaderamente y en su sentidoprofundo, responderemos que al menos ha guardado, en su forma misma, todo lo que esnecesario para proporcionar la base de que se trata. La tentativa menos quimrica, la nicaincluso que no choca con imposibilidades inmediatas, sera pues aquella que apuntara arestaurar algo comparable a lo que existi en la Edad Media, con las diferencias requeridas porla modificacin de las circunstancias; y, para todo lo que est enteramente perdido enOccidente, convendra apelar a las tradiciones que se han conservado ntegramente, como loindicbamos hace un momento, y cumplir despus un trabajo de adaptacin que slo podraser la obra de una lite intelectual fuertemente constituida. Todo eso, lo hemos dicho ya; peroes bueno insistir an en ello, porque actualmente tienen libre curso muchos deliriosinconsistentes, y tambin porque es menester comprender bien que, si las tradiciones

    orientales, en sus formas propias, pueden ciertamente ser asimiladas por una lite que, pordefinicin, en cierto modo, debe estar ms all de todas las formas, jams podrn serlo sin

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    duda, a menos de transformaciones imprevistas, por la generalidad de los occidentales, paraquienes no han sido hechas. Si una lite occidental llega a formarse, el conocimiento verdaderode las doctrinas orientales, por la razn que acabamos de indicar, le ser indispensable paradesempear su funcin; pero aquellos que no tendrn ms que recoger el beneficio de sutrabajo, y que sern el mayor nmero podrn muy bien no tener ninguna consciencia de estascosas, y la influencia que recibirn de ellas, por as decir sin sospecharlo y en todo caso por

    medios que se les escaparn enteramente, no ser por eso menos real ni menos eficaz. Nohemos dicho nunca otra cosa; pero hemos credo deber repetirlo aqu tan claramente como esposible, porque, si debemos esperar no ser siempre enteramente comprendido por todos,aspiramos al menos a que no se nos atribuyan intenciones que no son de ninguna manera lasnuestras.

    Pero dejemos ahora de lado todas las anticipaciones, puesto que es el presente estadode cosas el que debe ocuparnos sobre todo, y volvamos todava un instante sobre las ideas derestauracin de una tradicin occidental, tales como podemos observarlas alrededor denosotros. Una sola precisin bastara para mostrar que estas ideas no estn en el orden, sies permisible expresarse as: y es que casi siempre se conciben en un espritu de hostilidadms o menos confesada frente al Oriente. Esos mismos que querran apoyarse sobre elCristianismo, es menester decirlo, estn a veces animados por este espritu; parecen buscarante todo descubrir oposiciones que, en realidad, son perfectamente inexistentes; es as como

    hemos odo emitir esta opinin absurda, de que, si las mismas cosas se encuentran a la vez enel Cristianismo y en las doctrinas orientales, expresadas por una parte y por otra bajo unaforma casi idntica, no tienen sin embargo la misma significacin en los dos casos, y quetienen incluso una significacin contraria! Aquellos que emiten semejantes afirmacionesprueban con ello que, cualesquiera que sean sus pretensiones, no han ido muy lejos en lacomprehensin de las doctrinas tradicionales, puesto que no han entrevisto la identidadfundamental que se disimula bajo todas las diferencias de formas exteriores, y puesto que, allmismo donde esta identidad deviene completamente patente, an se obstinan endesconocerla. Esos tambin, no consideran el Cristianismo mismo ms que de una maneracompletamente exterior, que no podra responder a la nocin de una verdadera doctrinatradicional, que ofrece en todos los rdenes una sntesis completa; y es que les falta elprincipio, en lo cual estn afectados, mucho ms de lo que pueden pensar, por ese espritumoderno contra el que no obstante querran reaccionar; y, cuando les ocurre que emplean la

    palabra tradicin, no la toman ciertamente en el mismo sentido que nosotros.En la confusin mental que caracteriza a nuestra poca, se llega a aplicarindistintamente esta misma palabra tradicin a toda suerte de cosas, frecuentemente muyinsignificantes, como simples costumbres sin ningn alcance y a veces de origencompletamente reciente; hemos sealado en otra parte un abuso del mismo gnero en lo queconcierne a la palabra religin. Es menester no fiarse de estas desviaciones del lenguaje,que traducen una suerte de degeneracin de las ideas correspondientes; y no porque alguiense titule de tradicionalista es seguro que sepa, siquiera imperfectamente, lo que es latradicin en el verdadero sentido de esta palabra. Por nuestra parte, nos negamosabsolutamente a dar este nombre a todo lo que es de orden puramente humano; no esinoportuno declararlo expresamente cuando uno se encuentra a cada instante, por ejemplo,una expresin como la de filosofa tradicional. Una filosofa, incluso si es verdaderamentetodo lo que puede ser, no tiene ningn derecho a ese ttulo, porque est toda entera en el

    orden racional, incluso si no niega lo que la rebasa, y porque no es ms que una construccinedificada por individuos humanos, sin revelacin o inspiracin de ningn tipo, o, para resumirtodo eso en una sola palabra, porque es algo esencialmente profano. Por lo dems, a pesarde todas las ilusiones en las que algunos parecen complacerse, no es ciertamente una cienciacompletamente libresca la que puede bastar para enderezar la mentalidad de una raza y deuna poca; y para eso se precisa otra cosa que una especulacin filosfica, que, incluso en elcaso ms favorable, est condenada, por su naturaleza misma, a permanecer completamenteexterior y mucho ms verbal que real. Para restaurar la tradicin perdida, para revivificarlaverdaderamente, es menester el contacto del espritu tradicional vivo, y, ya lo hemos dicho, esnicamente en Oriente donde este espritu est todava plenamente vivo; no es menos verdadque eso mismo supone ante todo, en Occidente, una aspiracin hacia un retorno a este espritutradicional, aunque no puede ser apenas ms que una simple aspiracin. Por lo dems, lospocos movimientos de reaccin antimoderna, muy incompleta en nuestra opinin, que se

    han producido hasta aqu, no pueden ms que confirmarnos en esta conviccin, ya que todoello, que es sin duda excelente en su parte negativa y crtica, est muy alejado no obstante de

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    una restauracin de la verdadera intelectualidad y no se desarrolla ms que en los lmites deun horizonte mental bastante restringido. Sin embargo, ya es algo, en el sentido de que es elindicio de un estado de espritu del que se habra tenido mucho trabajo en encontrar el menorrastro hace muy pocos aos; si todos los occidentales ya no son unnimes en su contento conel desarrollo exclusivamente material de la civilizacin moderna, eso es quizs un signo deque, para ellos, toda esperanza de salvacin no est todava enteramente perdida.

    Sea como fuere, si se supone que Occidente, de una manera cualquiera, vuelve denuevo a la tradicin, su oposicin con Oriente se encontrara por eso mismo resuelta y dejarade existir, puesto que ella no ha tomado nacimiento sino por el hecho de la desviacinoccidental, y puesto que no es en realidad ms que la oposicin del espritu tradicional y delespritu antitradicional. As, contrariamente a lo que suponen aquellos a los que hacamosalusin hace un instante, el retorno a la tradicin tendra, entre sus primeros resultados, hacerinmediatamente posible un entendimiento con Oriente, como ese entendimiento es posibleentre todas las civilizaciones que poseen elementos comparables o equivalentes, y entre esascivilizaciones solamente, ya que son estos elementos los que constituyen el nico terrenosobre el que este entendimiento puede operarse vlidamente. El verdadero espritu tradicional,de cualquier forma que se revista, es por todas partes y siempre el mismo en el fondo; lasformas diversas, que estn especialmente adaptadas a tales o a cuales condiciones mentales,a tales o a cuales circunstancias de tiempo y de lugar, no son ms que expresiones de una

    nica y misma verdad; pero es menester poder colocarse en el orden de la intelectualidad purapara descubrir esta unidad bajo su aparente multiplicidad. Por otra parte, es en este ordenintelectual donde residen los principios de los que todo el resto depende normalmente a ttulode consecuencias o de aplicaciones ms o menos alejadas; as pues, es sobre estos principiosdonde es menester estar de acuerdo ante todo, si debe tratarse de un entendimientoverdaderamente profundo, puesto que eso es todo lo esencial; y, desde que se comprendenrealmente, el acuerdo se hace por s mismo. En efecto, es menester destacar que elconocimiento de los principios, que es el conocimiento por excelencia, el conocimientometafsico en el verdadero sentido de esta palabra, es universal como los principios mismos, ypor tanto enteramente libre de todas las contingencias individuales, que intervienen por elcontrario necesariamente desde que se desciende a sus aplicaciones; as, este dominiopuramente intelectual es el nico donde no hay necesidad de un esfuerzo de adaptacin entrementalidades diferentes. Adems, cuando se cumple un trabajo de este orden, ya no hay ms

    que desarrollar los resultados para que el acuerdo en todos los dems dominios se encuentreigualmente realizado, puesto que, como acabamos de decirlo, es de eso de lo que dependetodo directa o indirectamente; por el contrario, el acuerdo obtenido en un dominio particular, almargen de los principios, ser siempre eminentemente inestable y precario, y mucho mssemejante a una combinacin diplomtica que a un verdadero entendimiento. Por eso esteentendimiento, insistimos an en ello, no puede operarse realmente ms que por arriba, y nopor abajo, y esto debe entenderse en un doble sentido: es menester partir de lo que hay mselevado, es decir, de los principios, para descender gradualmente a los diversos rdenes deaplicaciones observando siempre rigurosamente la dependencia jerrquica que existe entreellos; y esta obra, por su carcter mismo, no puede ser ms que la de una lite, dando a estapalabra su acepcin ms verdadera y ms completa: es de una lite intelectual de lo quequeremos hablar exclusivamente, y, a nuestros ojos, no podra haber otras, puesto que todaslas distinciones sociales exteriores carecen de importancia desde el punto de vista donde nos

    colocamos.stas pocas consideraciones pueden hacer comprender ya todo lo que le falta a lacivilizacin occidental moderna, no solamente en cuanto a la posibilidad de un acercamientoefectivo a las civilizaciones orientales, sino tambin en s misma, para ser una civilizacinnormal y completa; por lo dems, la verdad sea dicha, las dos cuestiones estn tanestrechamente ligadas que no constituyen ms que una, y acabamos de dar precisamente lasrazones por las que ello es as. Ahora tendremos que mostrar ms completamente en quconsiste el espritu antitradicional, que es propiamente el espritu moderno, y cules son lasconsecuencias que lleva en s mismo, consecuencias que vemos desarrollarse con una lgicadespiadada en los acontecimientos actuales; pero, antes de llegar ah, se impone todava unaltima reflexin. Ser resueltamente antimoderno, no es ser antioccidental, si se puedeemplear esta palabra, puesto que, al contrario, es hacer el nico esfuerzo que sea vlido paraintentar salvar a Occidente de su propio desorden; y, por otra parte, ningn Oriental fiel a su

    propia tradicin puede considerar las cosas de diferente modo a como lo hacemos nosotrosmismos; ciertamente, hay muchos menos adversarios del Occidente como tal, lo que por lo

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    dems apenas tendra sentido, que del Occidente en tanto se identifica a la civilizacinmoderna. Algunos hablan hoy da de la defensa de Occidente, lo que es verdaderamentesingular, cuando, como lo veremos ms adelante, es Occidente el que amenaza con sumergirlotodo y con arrastrar a la humanidad entera en el torbellino de su actividad desordenada;singular, decimos, y completamente injustificado, si entienden, como as parece a pesar dealgunas restricciones, que esta defensa debe dirigirse contra Oriente, ya que el verdadero

    Oriente no piensa ni en atacar ni en dominar nada, y no pide ms que su independencia y sutranquilidad, lo que, se convendr en ello, es bastante legtimo. No obstante, la verdad es queOccidente tiene en efecto gran necesidad de ser defendido, pero nicamente contra s mismo,contra sus propias tendencias que, si se llevan al extremo, le conducirn inevitablemente a laruina y a la destruccin; as pues, es ms bien reforma de Occidente lo que sera menesterdecir, y esta reforma, si fuera lo que debe ser, es decir, una verdadera restauracin tradicional,tendra como consecuencia completamente natural un acercamiento a Oriente. Por nuestraparte, no pedimos ms que contribuir, en la medida de nuestros medios, a la vez a estareforma y a este acercamiento, si no obstante hay tiempo todava, y si puede obtenerse un talresultado antes de la catstrofe final hacia la que la civilizacin marcha a grandes pasos; pero,incluso si fuera ya demasiado tarde para evitar esta catstrofe, el trabajo cumplido con estaintencin no sera intil, ya que, en todo caso, servira para preparar, por lejanamente que estosea, esa discriminacin de la que hablbamos al comienzo, y para asegurar as la

    conservacin de los elementos que debern escapar al naufragio del mundo actual paradevenir los grmenes del mundo futuro.

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    Captulo III: CONOCIMIENTO Y ACCIN

    Consideremos ahora, de una manera ms particular, uno de los principales aspectosde la oposicin que existe actualmente entre el espritu oriental y el espritu occidental, y que,ms generalmente, es la del espritu tradicional y del espritu antitradicional, as como lo hemos

    explicado. Desde un determinado punto de vista, que, por lo dems, es uno de los msfundamentales, esta oposicin aparece como la de la contemplacin y de la accin, o, parahablar ms exactamente, como la que recae sobre los lugares respectivos que convieneatribuir a uno y al otro de estos dos trminos. En su relacin, stos pueden considerarse devarias maneras diferentes: son verdaderamente dos contrarios como parece pensarse lo msfrecuentemente, o no seran ms bien dos complementarios, o no habra todava entre ellos, enrealidad, no una relacin de coordinacin, sino de subordinacin? Tales son los diferentesaspectos de la cuestin, y estos aspectos se refieren a otros tantos puntos de vista, por lodems de importancia muy desigual, pero de los que cada uno puede justificarse bajo algunosaspectos y corresponde a un determinado orden de realidad.

    Primero, el punto de vista ms superficial, el ms exterior de todos, es el que consisteen oponer pura y simplemente la una a la otra, la contemplacin y la accin, como doscontrarios en el sentido propio de esta palabra. La oposicin, en efecto, existe en las

    apariencias, eso es incontestable; y, no obstante, si fuera absolutamente irreductible, habrauna incompatibilidad completa entre contemplacin y accin, que as jams podranencontrarse reunidas. Ahora bien, de hecho no es as; no hay, al menos en los casos normales,pueblo, y ni siquiera quizs individuo, que pueda ser exclusivamente contemplativo oexclusivamente activo. Lo que es verdad, es que hay ah dos tendencias de las cuales una o laotra domina casi necesariamente, de tal suerte que el desarrollo de una parece efectuarse endetrimento de la otra, por la simple razn de que la actividad humana, entendida en su sentidoms general, no puede ejercerse igualmente y a la vez en todos los dominios y en todas lasdirecciones. Eso es lo que da la apariencia de una oposicin: pero debe haber una conciliacinposible entre estos contrarios o supuestos tales; y, por lo dems, se podra decir otro tanto paratodos los contrarios, que dejan de ser tales desde que, para considerarlos, uno se eleva porencima de un determinado nivel, aquel donde su oposicin mantiene toda su realidad. Quiendice oposicin o contraste dice, por eso mismo, desarmona o desequilibrio, es decir, algo que,

    ya lo hemos indicado suficientemente, no puede existir ms que desde un punto de vistarelativo, particular y limitado.

    Por consiguiente, al considerar la contemplacin y la accin como complementarios,uno se coloca en un punto de vista ya ms profundo y ms verdadero que el precedente, dadoque la oposicin se encuentra ah conciliada y resuelta, puesto que estos dos trminos seequilibran en cierto modo el uno por el otro. Se tratara entonces, parece, de dos elementosigualmente necesarios, que se completan y se apoyan mutuamente, y que constituyen la dobleactividad, interior y exterior, de un solo y mismo ser, ya sea que cada hombre se tome enparticular o ya sea que la humanidad se considere colectivamente. Esta concepcin esciertamente ms armoniosa y ms satisfactoria que la primera; no obstante, si uno se atuvieraexclusivamente a ella, se estara tentado, en virtud de la correlacin as establecida, a colocarsobre el mismo plano la contemplacin y la accin, de modo que no habra ms que esforzarseen mantener tanto como fuera posible el equilibrio igual entre ellas, sin plantearse jams la

    cuestin de una superioridad cualquiera de una en relacin a la otra; y lo que muestra bien quetal punto de vista es todava insuficiente, es que esta cuestin de la superioridad se plantea porel contrario efectivamente y se ha planteado siempre, cualquiera que sea el sentido en el quese haya querido resolverla.

    Por otro lado, la cuestin que importa a este respecto, no es la de un predominio dehecho, que es, sobre todo, asunto de temperamento o de raza, sino la de lo que se podrallamar un predominio de derecho; y las dos cosas no estn ligadas ms que hasta cierto punto.Sin duda, el reconocimiento de la superioridad de una de las dos tendencias incitar adesarrollarla lo ms posible, con preferencia a la otra; pero, en la aplicacin, no por eso esmenos cierto que el lugar que tendrn la contemplacin y la accin en el conjunto de la vida deun hombre o de un pueblo resultar siempre en gran parte de la naturaleza propia de ste, yaque ah es necesario tener en cuenta las posibilidades particulares de cada uno. Es manifiestoque la aptitud para la contemplacin esta ms extendida y ms generalmente desarrolladaentre los orientales; probablemente no hay ningn pas donde lo est tanto como en la India, ypor eso sta puede ser considerada como representando por excelencia lo que hemos llamado

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    el espritu oriental. Por el contrario, es incontestable que, de una manera general, la aptitudpara la accin, o la tendencia que resulta de esta aptitud, es la que predomina en los pueblosoccidentales, en lo que concierne a la gran mayora de los individuos, y que, incluso si estatendencia no estuviera exagerada y desviada como lo est hoy, subsistira no obstante, desuerte que la contemplacin jams podra ser ms que la ocupacin de una lite mucho msrestringida; por eso se dice de buena gana en la India que, si Occidente volviera de nuevo a un

    estado normal y poseyera una organizacin social regular, se encontraran en l sin dudamuchos kshatriyas, pero pocos brhmanes8. No obstante, si la lite estuviera constituidaefectivamente y si su supremaca fuera reconocida, eso bastara para que todo entre en elorden, ya que el poder espiritual no se basa de ninguna manera sobre el nmero, cuya ley es lade la materia; y por lo dems, obsrvese bien que, en la Antigedad y sobre todo en la EdadMedia, la disposicin natural a la accin, existente en los occidentales, no les impeda sinembargo reconocer la superioridad de la contemplacin, es decir, de la inteligencia pura; porqu es de otro modo en la poca moderna? Es porque los occidentales, al desarrollar enexceso sus facultades de accin, han llegado a perder su intelectualidad, y, para consolarse deello, han inventado teoras que ponen a la accin por encima de todo y llegan incluso, como elpragmatismo, hasta negar que exista nada vlido fuera de ella, o bien es al contrario estamanera de ver la que, habiendo prevalecido primero, ha conducido a la atrofia intelectual quecomprobamos hoy da? En las dos hiptesis, y tambin en el caso bastante probable donde la

    verdad se encontrara en una combinacin de ambas, los resultados son exactamente losmismos; al punto donde han llegado las cosas, es tiempo de reaccionar, y es aqu, lo repetimosuna vez ms, donde Oriente puede venir en ayuda de Occidente, si ste as lo quiere, no paraimponerle concepciones que le son extraas, como algunos parecen temerlo, sino ms bienpara ayudarle a reencontrar su propia tradicin cuyo sentido ha perdido.

    Se podra decir que la anttesis de Oriente y de Occidente, en el estado de cosaspresente, consiste en que Oriente mantiene la superioridad de la contemplacin sobre laaccin, mientras que el Occidente moderno afirma al contrario la superioridad de la accinsobre la contemplacin. Aqu no se trata ya, como cuando se hablaba simplemente deoposicin o de complementarismo, y por tanto de una relacin de coordinacin entre los dostrminos presentes, ya no se trata, decimos, de puntos de vista de los que cada uno puedetener su razn de ser y ser aceptado al menos como la expresin de una determinada verdadrelativa; pero, puesto que una relacin de subordinacin es irreversible por su naturaleza

    misma, las dos concepciones son realmente contradictorias, y por tanto exclusivas una de laotra, de suerte que, forzosamente, desde que se admite que hay efectivamente subordinacin,una es verdadera y la otra falsa. Antes de ir al fondo mismo de la cuestin, destacamos todavaesto: mientras que el espritu que se ha mantenido en Oriente es verdaderamente el de todoslos tiempos, as como lo decamos ms atrs, el otro espritu no ha aparecido ms que en unapoca muy reciente, lo que, al margen de toda otra consideracin, ya puede hacer pensar quees algo anormal. Esta impresin es confirmada por la exageracin misma donde, siguiendo latendencia que le es propia, cae el espritu occidental moderno, que, no contento con proclamaren toda ocasin la superioridad de la accin, ha llegado a hacer de ella su preocupacinexclusiva y a negar todo valor a la contemplacin, cuya verdadera naturaleza, por lo dems,ignora o desconoce enteramente. Por el contrario, las doctrinas orientales, aunque afirman tanclaramente como es posible la superioridad e incluso la transcendencia de la contemplacincon relacin a la accin, no por ello dejan de conceder a sta su lugar legtimo y reconocen de

    buena gana su importancia en el orden de las contingencias humanas9

    .Las doctrinas orientales, y tambin las antiguas doctrinas occidentales, son unnimesal afirmar que la contemplacin es superior a la accin, como lo inmutable es superior alcambio10. Puesto que la accin no es ms que una modificacin transitoria y momentnea del

    8 En efecto, la contemplacin y la accin son respectivamente las funciones propias de las dos

    primeras castas, la de losBrhmanes y la de los Kshatriyas; sus relaciones son tambin al mismo tiempo