Los Zapatos de Ninguna Parte 1 al 11

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Les presentamos el capítulo 11 donde Tiburcio lo llevan sus zapatos a...

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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La página de patojos y patojas, chavalas y

chavalos

LOS ZAPATOS

DE NINGUNA PARTE

Capítulo 1

Tiburcio llevaba una semana buscando

desesperado una zapatería. No es que

faltasen zapaterías en la ciudad, pero las que

habían no tenían calzado para él. En unas

era muy caros, en otra demasiado baratos y

no se fiaba. En unas eran demasiado

estrechos y le hacían daño, en otras no tenían

de su medida. En unas tenían zapatos

puntiagudos que no le gustaban, en otras

eran tan chatos que le hacían daño en el dedo

gordo.

Tenía libre aquella tarde y decidió buscarlos

por toda la ciudad, hasta los barrios más

lejanos. Tenía piernas fuertes y caminó,

caminó, deteniéndose en toda tienda que

parecía vender zapatos. Hasta entró en una

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llamada “al paso, al trote, al galope”.

Preguntó si para dar pasos tendrían… Le

respondieron que sólo tenían herraduras.

Entonces se dio cuenta de que en esa tienda

sólo había sillas de montar, estribos, riendas

y todo tipo de herraduras a gusto de los

caballos y de sus dueños. Pensó que él había

sido un burro entrando allí. Salió

avergonzado.

Empezaba a anochecer. Un poco más

adelante, en un callejón algo oscuro vio un

extraño letrero. “TIENDA LA MISTERIOSA” .

En la vitrina, junto a la puerta, se

amontonaban cajas y objetos que no se

distinguían muy bien por la poca luz, pero

en un rincón descubrió varios pares de

zapatos, botas, caites… Entró y preguntó:

“¿Tienen ustedes zapatos para mí?, del

número 40?”

Se levantó de su banqueta una señora con

una pañoleta blanca en la cabeza. No era ni

muy joven ni anciana, sino todo lo contrario.

Se le acercó y le miró de pies a cabeza. Sí,

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así, empezando por los pies. Al llegar la

mirada a su cara la mujer le clavó unos ojos

pequeños, negros, que parecían leer su

corazón. “¿Está usted seguro de lo que

quiere?”.

- “Claro, ya le digo, unos zapatos para

andar bien por las calles de esta

ciudad con tantos baches y tropiezos”

- La mujer sonrió con gesto misterioso:

“pues si quiere caminar lejos y seguro,

le recomiendo estos… ¿del número

cuarenta me dijo? Son ciento quince

pesos”.

En la moneda de aquel país ( no les digo

cuál es) ciento quince pesos no eran

mucho.

Los zapatos que le enseñó la vendedora

eran un poco extraños en su forma y

colorido.

“Pruébeselos” - le aconsejó. Se sentó

Tiburcio, se quitó los zapatos viejos, y

se probó los nuevos. Movió algo los

dedos de los pies, se levantó y caminó

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un poquito. “¡Pues muy bien – exclamó

satisfecho – esto es lo que buscaba! Me

los, me losss…” Entonces se dio cuenta

de que la vendedora había

desaparecido.

-“¡Oiga señora, oiga!”. Miró por todas

partes en el comercio. .Nadie se asomó.

Ya estaba casi oscuro y su casa estaba

lejos. Decidió marcharse con los

zapatos nuevos.

Tiburcio era persona honrada. Dejó los

ciento quince pesos sobre el mostrador.

Gritó por última vez, por si ella estaba

en otra habitación: “¡gracias señora,

aquí le dejo el dinero!”. Agarró los

zapatos viejos bajo el brazo y se fue.

Estaba bastante oscuro. Al salir del

callejón ya en las calles más anchas de la

ciudad había farolas encendidas.

Aunque era un poco tarde, por el placer

de caminar con aquellos zapaos tan

cómodos volvió paseando a casa.

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Por el camino se cruzó con su prima

Carlota, que iba por la banqueta de

enfrente.

- “¡Adiós Carlota!”

La muchacha se detuvo y miró hacia

atrás.

- “¡Eh, que estoy aquí!”

Ella miró hacia donde él estaba. Pareció

que no lo veía. Tiburcio levantó la mano

saludando. “¡Muchacha que estoy

enfrente!”.

Ella miró a un lado y a otro, se encogió

de hombros y siguió adelante. Es verdad

que estaba un poco oscuro, pero no

tanto. “Esta chica necesita lentes”-

pensó Tiburcio- y siguió también su

camino de vuelta. Vivía en una casita de

un solo nivel, con sus padres y una

hermana más pequeña. Al llegar metió

la llave en la cerradura, abrió - “¿Hay

alguien?” – preguntó sin respuesta.

Habrían salido todos.

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Entro en su habitación. Dejó los zapatos

viejos en un rincón. Se acercó a su

armario que tenía un espejo de cuerpo

entero. Allí fue a ver qué tal le caían los

zapatos. Se puso enfrente del espejo,

miró… y ¡no vio nada! – “¿Eh? ¿Qué me

está pasando? ¿Estoy ciego?” -dijo en

voz baja. Pero él veía perfectamente

todo lo que le rodeaba. Veía el armario

y el espejo que reflejaba la habitación,

pero él mismo no se veía allí…

Temblando de nerviosismo volvió a su

cama y se sentó. El cansancio de la

tarde, el paseo y los nervios le dieron

ganas de tumbarse un ratito. Se quitó

los zapatos. Desde su asiento miró

hacia el espejo y dio un salto. ¡Ahora sí!,

allí estaba él reflejado en el espejo, con

cara de susto y… y descalzo.

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LOS ZAPATOS

DE NINGUNA PARTE

Capítulo 2

En el primer capítulo, ¿recuerdan?, dejamos

a Tiburcio, con la boca abierta viéndose en el

espejo cuando un rato antes no se veía.

También recordó entonces que, cuando pasó

cerca de su prima Carlota, tampoco ella le

había visto. Pues no le fue muy difícil sacar

consecuencias de lo que pasaba.

Para estar más seguro se sentó frente al

espejo, agarró los zapatos y empezó a

ponérselos. Se puso el primero y miró al

espejo. ¿Qué creen ustedes que pasó? ¿Se

veía?, ¿no se veía? Pues mita-mita, que dicen

en este pueblo. Se veía en blanco y negro,

como una película de las antiguas. Entonces

agarró el otro zapato se lo puso, y ¡zas! Lo

que ustedes están pensando. Había vuelto a

desaparecer totalmente del espejo porque él

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sí se veía y se tocaba. Estaba allí, pero

como en esas películas del hombre invisible,

nadie podía verle. No se lo acababa de creer.

O sea que esos zapatos eran

“invisibilizadores”, lo hacían invisible.

Miró el reloj. Eran las 9 de la noche. Estaba

cansado y nervioso de la impresión. Supuso

que sus papás y su hermana estaban en

alguna visita. Les dejó un aviso sobre la mesa

de la cocina. “Me acosté, hasta mañana”.

Volvió a su habitación y a dormir.

Seguramente esa noche soñó mucho, pero él

nunca se acordaba al despertar de sus

sueños.

Amaneció, sonó ese antipático aparato

llamado despertador y en cuanto Tiburcio

abrió los ojos, naturalmente, le volvió a la

cabeza la memoria de los misteriosos

zapatos.

- “Los tengo que probar, a ver si siguen

hoy como ayer”.

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Se los puso y salió a la cocina, donde estaban

sus padres desayunando. Doña Tina

preparaba los huevos revueltos. Don Toribio

estaba pasando las hojas del periódico

mientras se le escapaban exclamaciones:

¡Uff!... ¡huy!... ¡ah!... ¡qué bárbaro!... ¡menos

mal!...

- ¿Qué sucede? – le preguntó doña Tina.

- Sucede de todo – contesto Don Toribio-

y empezaron los dos a comentar las

noticias de la política nacional e

internacional y los problemas de los

emigrantes que estaban expulsando de

los “Estados” (unidos-de-Norteamérica,

se supone, pero los llamaban solo los

Estados, a secas).

- Tiburcio entró en ese momento,

despacito, procurando no hacer ruido

con los pasos, pero rozó con el codo

una cacerola vacía que se fue al suelo

estrepitosamente.

- Se volvió doña Tina - ¡huy!, la dejé al

borde y se habrá resbalado.

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- Tiburcio saltó silenciosamente y se

quedó en un rincón. Pensó que si los

padres sentían algo que no veían, el

susto podría ser tremendo. Doña Tina

recogió la cacerola y en aquel momento

entro Teresita, la pequeña de los “T”.

¿Se habrán dado ustedes cuenta?: eran

Tiburcio, Toribio, Tina y Teresita. La

broma de los amigos era: ¿Te vienes a

tomar el te a casa de los T?

- Teresita tenía10 años, ocho menos que

su hermano y era un rabo de lagartija,

traviesa y lista para todo menos para los

números, pues se le atravesaban las

matemáticas en la escuela.

- Mamá- preguntó la niña- , ¿dónde está

el dormilón de mi hermano?

- Déjale dormir; vendría anoche muy

cansado.

Entonces se dio cuenta Tiburcio de que

ya debía dar señales de vida.

Aprovechó que estaba la puerta abierta,

volvió a su habitación, se quitó los

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misteriosos zapatos y ya empezó a

volver al mundo visible; se lavó, se

peinó, se vistió, se puso los zapatos

viejos y entró haciendo ruido a la

cocina.

- Entre los saludos, los ¿qué tal te fue? y

los ¿qué tal amanecieron? , la pregunta

de Doña Tina: Pero hijo, ¿no fuiste ayer

a comprar zapatos y todavía andas con

esos medio rotos?

- Sí mamá, no encontraba en ningún

sitio… Sólo vi unos pero no sé si me

quedaré con ellos… volveré hoy a ver

qué hago…

- Esa era de verdad la idea de Tiburcio.

Aquellos zapatos estaban siendo un

problema para él. Ir de Invisible por la

vida está bien para los cuentos, pero

para la vida real creaba muchos

problemas. ¿Ustedes no han hecho

nunca la prueba de volverse invisibles?

Pues Tiburcio sí y estaba asustado.

Cuando desayunaron, el volvió a su

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habitación, metió en una bolsa de

plástico los zapatos misteriosos (es que

llamarlos in-vi-si-bi-li-za-do-res , es muy

complicado). Pues el muchacho, agarró

la bolsa y salió a la calle para devolver

esos zapatos invi… o hablar con la

señora que se los había vendido.

- Esta vez agarró un bus que pasaba cerca

de allí. Se bajó justo frente a la tienda

de las herraduras, la del “Paso, trote y

galope”, siguió hasta el callejón y buscó

la tienda de los zapatos. La buscó pero

no la encontró. En el sitio donde ayer

estaba la “tienda misteriosa” había un

edificio en construcción. Los albañiles

estaban levantando un segundo nivel,

con ayuda de una grúa.

- Tiburcio se acercó a uno de ellos:

“disculpe ¿aquí no había antes una

tienda de… de cosas?

- Pues no sé muchacho, hace tres

semanas que trabajamos en construir

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esta casa. No tengo idea de lo que

había antes aquí.

- Tiburcio se quedó lo que se dice

patidifuso, es decir, de piedra, hecho un

lío, balanceando la bolsa de zapatos en

la mano, mirando a todos lados sin

saber qué hacer. Estuvo a punto de ir a

la tienda para caballos y comprarse unas

herraduras; pero al final lo pensó mejor

y…

Ya les contaré en otro capítulo lo que

hicieron el pobre Tiburcio y sus zapatos

invi…

- Mientras tanto vayan aprendiendo a decir

sin respirar: Tiburcio está invisibilizado

quién lo desinvisibilizará, el

desinvisibilizador que lo desinvisibilizare

buen desinvisibilizador será.

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L0S ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 3

Tiburcio dejó de balancear la bolsa con los

zapatos misteriosos y empezó a caminar de

vuelta a casa. Ya no pensó en montar en

ningún bus. Necesitaba pensar. Se daba

cuenta de que con aquellos zapatos en su

poder se le iba a complicar mucho la vida,

para bien o para mal. Pensó tirarlos en

un cubo de basura, pero menudo conflicto se

podía organizar. Si los encontraba un ladrón,

se los ponía y dejaba toda la ciudad pelada,

levándose todas las cosas de todas las casas,

hasta los quesos. Sería un caso curioso.

Pero ya que tenía allí los misteriosos zapatos,

y sabía cómo utilizarlos, se dijo:

“Voy a ver lo que puedo hacer con ellos.

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Entró en un jardincillo solitario a aquellas

horas, se sentó en un banco, miró alrededor

por si venía alguien y se los puso. Volvió a

la calle y empezó a pasear. No sabía qué hora

era. Se acercó a una señora que caminaba

por y la preguntó: “Buenos días, ¿me puede

decir por favor qué hora es? “La señora se

volvió hacia la derecha, hacia la izquierda.

Hacia atrás, se quedó pálida de susto, volvió a

mirar alrededor… dijo temblorosa:” laaas

dieez y veeeeinteee” y siguió caminando, casi

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corriendo, mirando hacia atrás de vez en

cuando.

-“Ya metí la pata – se dijo Tiburcio – a ver si

me convenzo de que aunque estoy, no estoy”

y siguió su camino procurando que nadie

tropezase con él. Al principio le fue fácil

porque a esa hora y en esa calle pasaba poca

gente.

Pero al cabo de 10 minutos, escuchó a lo

lejos gritos que se acercaban. Al llegar a la

esquina cercana, se dio cuenta del origen de

las voces-

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Por allí venía, ocupando toda la calle, con una

manta desplegada en primera fila, una

marcha, manifestación de campesinos. En la

manta estaba escrito con grandes letras el

motivo:

LA MINERÍA DESTRUYE NUESTRA TIERRA.

Recordó que la radio había anunciado la

marcha el día anterior. Decidió ir con los que

protestaban el pero ¿dónde se colocaría?,

¿entre todos? ¿detrás del gran grupo? “Iré

delante de los manifestantes -pensó-

donde llevan la manta desplegada.

Los campesinos portaban también banderas,

o pequeños afiches. Iban gritando consignas

como:”¡ ¡La tierra es nuestra vida y nadie nos

la quita!!”... o ”¡¡ Comemos maíz, no

comemos oro!!”. Tiburcio también empezó a

gritar. Su voz se perdía entre las demás y

nadie se daba cuenta de que el sonido salía

“de ninguna parte”.

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El grupo de varios cientos de campesinos,

mujeres y hombres se dirigía al ministerio de

energía y minas.

Tan animado iba Tiburcio que se decidió

mezclarse con los manifestantes. Aunque no

lo vieran no lo notarían, como iban todos

apretujados, hombro con hombro, codo con

codo. Se mezcló en el grupo, sin decir

siquiera “con permiso” y siguió caminando y

gritando consignas.

Así fueron llegando al ministerio. Pero allí se

encontró nuestro hombre invisible algo que

no se esperaba. Cerrando la calle, delante del

ministerio: una barrera de policía.

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¡Los “timotines” exclamó un viejito que

caminaba a su lado. No entendía lo que

quería decir “anti” ni “motines” sólo le

sonaba “Timotines”.

Los campesinos se detuvieron y uno de sus

líderes se adelantó a hablar con los policías.

- No pudo hablar mucho. Se notó que el

oficial tenía órdenes demasiado

concretas y sin hacer caso al dialogante

dio una orden. Los antimotines

levantaron las estacas, se protegieron

con sus escudos de plástico fuerte y

avanzaron sobre los manifestantes.

- El grupo de inconformes, pacíficamente

se sentó en el suelo manteniendo

delante la pancarta. Algunas mamás que

venían con sus niños, y hasta con el

tiernito a la espalda se apartaron

rápidamente y se echaron hacia atrás.

Tiburcio también se iba a sentar cuando

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recordó que a él no lo veían los polis.

Entonces se quedó parado esperando

reacciones.

- El grupo antidisturbios (aunque

disturbios allí no había) entró en las filas

de manifestantes como un rebaño de

elefantes en una cacharrería. Pisoteó la

manta y las banderitas, empezó a patear

y golpear a los manifestantes.

- Tiburcio se dio cuenta de que allí tenía

él trabajo. Se puso a la espalda de los

policías y con movimientos rápidos

empezó a quitarles garrotes y escudos

a los que podía, a poner a otros la

zancadilla, a empujar a quienes iban a

golpear a los caídos en el suelo y a

apartar a algún manifestante herido.

- El desconcierto fue grande, tanto entre

las fuerzas del orden que habían

empezado el desorden, como entre los

campesinos sintiendo que allí pasaba

algo raro pero no sabían qué.

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- En ese desconcierto, algunos de los

líderes de la manifestación entraron en

el ministerio con gesto pacífico y seguro.

Nadie les impidió el paso. Los

“timotines” se replegaron

desconcertados, sin saber qué estaba

pasando. También el grupo de

manifestantes se retiró por una de las

calles, a atender a los heridos, a

reunirse con sus esposas e hijos y a

comentar intrigados aquello tan extraño

que había sucedido. Los golpes habían

sido escasos para lo que se temieron.

Una extraña fuerza había dispersado a

los antidisturbios.

¿Y Tiburcio?

Tiburcio, contento, pensando que el

estar invisibilizado, sin que nadie lo

desinvisibilizase podía ayudarle, bien

panificado, a hacer buenas obras. Pero

en ese momento se dio cuenta de que

¡no tenía los zapatos viejos!. Los había

olvidado en el jardín!… Echó a correr

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para buscarlos. Pero en el jardín donde

los dejó tampoco estaban.

- “¿Y ahora qué hago yo? “– se preguntó

Tiburcio.

- Y ustedes se preguntarán también…

Pues esperen hasta el próximo capítulo

que se lo contaremos.

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LOS ZAPATOS

DE NINGUNA PARTE

Capítulo 4

O sea que nos encontramos con Tiburcio,

sentado en un banco del parque, allí donde

había perdido sus zapatos viejos, pensando…

¿y ahora qué hago yo?

Mientras pensaba no se dio cuenta de que se

acercaba por el paseo una señora con dos

niños. La señora, la mamá sin duda, iba

regañando a los pequeños.: “Les tiene que

dar vergüenza sacar esas malas calificaciones.

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Yo cuando era pequeña tenía muy buenas

notas.

- “Pero mamá, si tú nos dijiste que de

pequeña, en tu aldea no había escuela ni

maestro”…

La mamá se mordió los labios…

- “Bueno no había escuela, pero cuando fui

mayor aprendí a leer y a hacer cuentas, y

ahora en el mercado no me engaña nadie

cuando compro”.

- Los pequeños se quedaron un poco

avergonzados. La maestra había dicho a la

mamá que sus hijos leían muy mal y así no

podrían estudiar bien.

- “Ahora - siguió diciendo la mamá - en vez

de jugar se van a sentar ustedes en ese

banco y van a ponerse a leer”.

- Tiburcio seguía sentado en el banco,

pensativo, cuando sintió que alguien se

sentaba encima de él.

- “¡Aaaay mamá que no me puedo sentar!

– gritó uno de los hermanos saltando

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fuera del banco,- aquí hay un fantasma o

no sé qué!”

- Naturalmente, en ese momento Tiburcio

también se levantó rápidamente y se puso

detrás de un árbol.

- “Niño no digas payasadas - le regañó la

mamá-, ven aquí a sentarte”. Claro, ya

estaba el terreno libre. Se sentó la mamá

en el banco e hizo sentarse a los

pequeños, que lo hicieron con mucha

precaución, aunque ya no había nadie

ocupando el lugar.

- Tiburcio no quiso saber más de los

pequeños estudiantes y con cuidado para

no tropezar con nadie, siguió caminando

por la calle. A los pocos pasos encontró

una zapatería: ZAPATOS LOS INVENCIBLES.

“¿Cómo? -pensó Tiburcio…- ¡ah

invencibles! no invisibles” Entonces se

decidió a entrar con cuidado, a ver qué

encontraba.

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- En una estantería a la izquierda había

muchos pares de zapatos. Todos tenían

una etiqueta con el número del tamaño y

el precio. Allí había varios pares del

número cuarenta. El precio 120 pesos.

Más caros que los invisibles y la verdad no

le gustaban mucho, pero no estaba para

elegir. Miró hacia los lados. Nadie se

fijaba en aquella estantería. Entonces

rápidamente agarró los zapatos y dejó en

su lugar los 120 pesos. Luego rápidamente

salió a la calle. Verán que Tiburcio seguía

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siendo persona honrada y no se

aprovechaba de su invisibilidad para no

pagar. ¡Qué ejemplo para la humanidad!

Sí, era honrado, pero un poco torpe,

porque al salir deprisa, rozó su codo con

un jarrón que había de adorno junto a la

puerta y ¡zás! o mejor: ¡cras, cric, chinc!

Porque se hizo mil pedazos, o por lo

menos novecientos noventa y nueve. No

tuvo tiempo de contarlos. Salió a la calle y

respiró.

- Sólo le faltaba ahora a nuestro amigo

cambiarse de zapatos para visibilizarse, o

sea, no andar por la vida invisible.

- Le fue fácil volver al jardín de antes. Allí

seguía la mamá dando sermones a los

niños. Pues el hombre invisible se fue

detrás de unos rosales y se cambió los

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nuevos zapatos por los todavía más

nuevos. Ya visible tomó el camino de su

casa.

Al llegar entró haciendo ruido para que

todos lo viesen.: -“Hola, buenas tardes”.

- “Hola –dijo la mamá - ¿ya compraste los

zapatos?”.

Se quedó mirándole los pies, mientras él

zapateaba para que todos se fijasen en su

calzado. Pero la hermanita curiosa se fijó

que llevaba en la mano otros y empezó el

conflicto:

- “Mira mamá, si lleva otros en la mano! Y

son más bonitos”.

- Tiburcio se puso nervioso; enrojeció. –“

No, no, estos no son, bueno, sí son pero

no… Los voy a devolver, porque no sirven,

claro que sí sirven pero… “ Se dio la vuelta

y se metió deprisa en su habitación. Cerró

la puerta y empezó a buscar dónde

esconder los misteriosos zapatos

invisivilizadores.

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- Tenía miedo de que su traviesa hermana

se metiera en su recámara y se los

encontrase. Menudo problema si se les

volvía invisible la pequeña. No se le

ocurrió otra cosa a Tiburcio que volverse a

poner los zapatos conflictivos. Se los

puso, se quedó otra vez invisible, y

empezó a pasear por el cuarto mientras

pensaba: “Pues a ver qué puedo hacer yo

ahora para esconder esto. Aquí en casa

no es seguro. En menudo lío me he

metido. Me gustaría estar lejos, para no

complicarme la vida… Me gustaría estar

ahora… en la India…. En la India… y ¡zas!.

En ese mismo instante Tiburcio sintió que

su casa desaparecía.

Se encontró en un paisaje diferente.

Escuchó un sonido como de una trompeta.

Miró para atrás y allí, a dos pasos

levantaba su trompa un hermoso

elefante.

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Pues en su tierra no existían esos

animales, así que Tiburcio estaba… en

donde él había dicho:

- ¡En la mismísima India!

((Aquí nos quedamos, porque esto se pone

complicado. El próximo capítulo sabremos

qué pasa con esos zapatos misteriosos que,

además de hacer a la gente invisible,

también parecen una agencia de viajes

gratuitos. Hasta el próximo capítulo, en la

India))

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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LOS ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 5

Ya recuerdan, verdad? Por obra y gracia de

esos misteriosos zapatos, Tiburcio se

encontraba…

Bueno sí, se encontraba asombrado, a la

sombra de la trompa de un elefante, y

pensando: “O sea, que estos locos zapatos

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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además de hacerme invisible me hacen

turista. Si yo digo el nombre de un país, allí

me voy sin pagar pasaje de avión”.

Le dieron ganas de hacer la prueba y

empezar a decir a toda velocidad: “quiero

estar en….” Y nombrar todos los países del

mundo. Pero se aguantó las ganas porque

imagínense el mareo de saltar de un país a

otro. Además en el aterrizaje le podía fallar el

motor a alguno de los zapatos y darse un

golpe contra una palmera o caer al mar, o…

Se apartó prudentemente del trompudo y se

metió por las calles de aquella ciudad. No

sabía cuál era.

La India es muy grande,

con 1250 millones de

habitantes. No sabía si

estaba en Nueva Delhi,

Bombay, Calcuta o…

Bueno, que no sabía.

Tuvo que hacer un esfuerzo para darse

cuenta de que seguía invisible y además no

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podía hablar con nadie, porque tampoco

conocía el idioma indio, o hindú como dicen

otros. De todos modos, ya que estaba allí

pensó : “me gustaría tomar contacto con la

gente, pero cómo?. Para eso me tienen que

ver”.

Se le ocurrió una idea. Aunque era un

muchacho honrado consideró que en caso de

necesidad… y la necesidad ahora era buscar

unos zapatos. La calle estaba llena de gente y

de puestos de venta, como en el mercado de

su ciudad (que sigo sin decirles cuál es). No le

fue difícil encontrar un puesto donde vendían

calzado.

Lo que encontró

por allí fue eso que

se llaman babuchas,

zapatillas sin

cordones ni nada y

con un pico como de

pajarito. El clima era

bueno; pensó que

eso le bastaría para no clavarse algún clavo

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

35

en la planta del pie. Calculó a ojo el tamaño

de unas babuchas de esas y se las guardó.

Nadie lo vio. Buscó un rincón apartado e hizo

el cambio de calzado. “¿Y ahora qué hago con

mis zapatos?” En aquel mercado había de

todo. Cerca del puesto de zapatos encontró

un sitio donde vendían bolsas, se acercó y

eligió una sencilla donde le cupieran los

zapatos. Ya tenía experiencia de llevarse

cosas desde su invisibilidad… Despacito la

agarró. Pero en ese momento volvió la cabeza

el vendedor y: ”¡Socorro que me roban!”.

Tiburcio no se había dado cuenta de que ya,

sin los zapatos, no era invisible. ¿A ustedes

no les sucede que no se fijan cuando son

invisibles y cuando no? Varias personas del

mercado se echaron a por él. El muchacho

tenía buenas piernas y mucho miedo. Salió

corriendo por las callejuelas, tropezando con

gente, con carros, con latas, con perros.

Metiéndose por los lugares más estrechos y

retorcidos que veía… hasta que se encontró

en un callejón sin salida.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Se quedó temblando pegado a la pared. Pero

miró hacia atrás y respiró. No había rastro de

los perseguidores. Metió los zapatos en la

bolsa y se la colgó al cuello. – “¿A dónde

puedo ir ahora, si no conozco nada de aquí?”.

Miró alrededor. Cerca de él pasaban algunos

hombres y mujeres. Eran, ancianos y

enfermos. Tenían aspecto de ser muy pobres.

Unos cojeaban, otros medio se arrastraban

apoyados en ramas como bastón. Sus ropas

estaban sucias y desgarradas o iban casi sin

ropa. Llamaron a una puerta que se abrió

enseguida.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

37

Allí se asomó una mujer vestida con una

túnica blanca, limpia aunque no demasiado.

“Este vestido – pensó Tiburcio – lo he visto yo

en algún sitio; mmm…¡ sí!, en un documental

de la tele que hablaba de”… - Le entró un

escalofrío por el

cuerpo -

“¡Ya recuerdo…

esas son monjas

de la madre

Teresa, la que

nombraron santa

hace poco.”

Pensó que lo mismo estaba en Calcuta,

aunque en toda la India y en otros países ya

había hermanas de esas por muchos sitios.

Mientras recordaba todo eso, vio cómo los

pobres que habían llamado a la puerta, iban

entrando en la casa acogidos cariñosamente

por la monjita. Entonces sin penarlo dos

veces se puso en la cola, detrás de los

mendigos. No tuvo que hacer mucho esfuerzo

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

38

para cojear un poco después de su huida. Iba

despeinado y sucio, pero la hermana lo

detuvo a la puerta. Le puso la mano en el

hombro : “Muchachito, ¿tú no eres de aquí

verdad?

El muchachito se quedó otra vez de piedra,

pro no de susto, sino de asombro. Resulta

que la hermana le hablaba en hindú ¡pero él

lo entendía todo!. Al mismo tiempo sentía en

su bolsa, donde tenía los zapatos guardados,

un temblor, igual que cundo le llaman a uno

por celular y el aparato vibra.

En ese momento Tiburcio ya no resistió más.

Entre la sorpresa de estar en otro país con el

elefante trompudo, el buscar y rebuscar en el

mercado, el susto de sentirse descubierto

robando, el cansancio, los nervios de la

carrera frenética huyendo y el descubrir

aquel maravilloso y a la vez miserable lugar

con la hermana que lo recibía, cayó redondo

al suelo, desmayado y agotado, aunque sin

perder del todo el conocimiento.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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La hermana llamó a otras compañeras que lo

recogieron y pusieron sobre una pobre y no

muy limpia colchoneta. A su alrededor, en un

ambiente de olor a enfermedad y miseria,

otra pobre gente también acostada.

Tiburcio, con los ojos entornados y sin

fuerzas, se dejó atender. Pero su cerebro

funcionaba a toda velocidad: “Lo que me

faltaba: Estos zapatos me sorprenden a cada

minuto. Primero me hacen invisible, luego me

llevan de viaje por el mundo y, encima, tienen

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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traducción simultánea. Pero esto no se lo

puedo contar a las monjas porque no me

creerían y lo mismo me echan a la calle.

Mejor será hacerme el mudo. Sí, eso, aquí soy

mudo”

Cerró los ojos y se quedó dormido de verdad.

Buena ocasión para también hacernos

nosotros los mudos y no contarles más

aventuras de Tiburcio hasta el próximo

capítulo.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

41

LOS ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 6

Cuando Tiburcio se despertó no sabía cuánto

tiempo había dormido. Vio que empezaba

lentamente a amanecer. Eso no le orientaba

nada, porque entre la India y su país había

una diferencia de algunas horas (al muchacho

no se le daba bien calcular las diferencias

horarias ente los países de la tierra)

Abrió los ojos y

miró a su

alrededor.

Todo estaba en

silencio. Los

acogidos a la

caridad de las

hermanas dormían. En un rincón alumbrado

por una luz pequeñita un monja leía. A veces

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

42

echaba una mirada vigilante a la sala. Todo

tranquilo.

Tiburcio tuvo que hacer el esfuerzo de

siempre para recordar cuenta si estaba visible

o no. Claro, Los “invis”, como empezaba a

llamar a los mágicos zapatos, colgaban de su

cuello en la bolsa de la que no se había

separado. Allí, descansado en esa colchoneta,

estaba muy bien pero tenía que hacer algo.

Se acurrucó bajo las sábanas, se fue quitando

las babuchas y poniéndose su maravilloso

calzado. Guardó las zapatillas indias en la

bolsa y se puso de pie. Despacito caminó por

la sala de aquel hospitalito. Se acercó al

rincón donde estaba la hermana e hizo un

poco de ruido. La monja levantó la vista, miró

a un lado y a otro y siguió leyendo.

Entonces nuestro amigo, caminando de

puntillas, se acercó a la puerta que sólo

estaba cerrada con una cadena, la

desenganchó con cuidado abrió y salió a la

calle. Dejó sin cerrar pero el viento se ocupó

de eso y la puerta sonó: ¡click!.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Él dio un salto y, aunque no le hacía falta, se

escondió detrás de un árbol. Lo que esperaba:

Enseguida apareció la cara asustada de la

monja. Volvió a mirar a todos lados de la

calle varias veces y al fin cerró.

En ese momento a Tiburcio le entró en el

pellejo el espíritu turista. Con su bolsa de

zapatillas al cuello salió del callejón y

empezó a pasear. Hacia la derecha vió que el

camino se metía entre grandes árboles.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Será algún Jardín pensó. Se acercó más y vió

que los árboles seguían cada vez más grandes

y más apretados entre ellos. Tenía que ir

apartando las ramas más bajas. Ya no había

camino sino zarzas y maleza. “Esto no es un

jardín – pensó – esto es ¡la selva! Un

escalofrío de emoción le recorrió el cuerpo.

Miró a todos lados. Selva por todas partes.

Oyó gritos por encima de él. Varios monos

saltaban entre las ramas. Quiso volver hacia

atrás… pero, ¿dónde estaba “atrás”? Ya no

había camino, solo grandes plantas y

enormes troncos. Había clareado y el sol se

metía entre las hojas mezclando luces y

sombras. Otro escalofrío, este de miedo, le

volvió a recorrer el cuerpo que ya lo tenía

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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escalofriado (¿se dice así?) pero en aquel

momento el pobre Tiburcio se quedó

escalo…helado de terror) porque a pocos

metro de él se escuchó un enorme rugido

que dejó en silencio a los monos y temblando

a Tiburcio.

La cabeza y las patas de un tigre con sus

garras, sus colmillos y sus rayas, el uniforme

completo del tigre de Bengala, aparecieron

en la espesa jungla.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

46

“¡Estoy perdido -dijo en vos baja - Esto me

sucede por no estar donde debía, ¡en mi

casa!”.

Sintió como si alguien le agarraba del pelo

(¿un mono?). Sintió luego como un viento

fuerte que azotaba su rostro y le cerraba los

ojos… y ya no sintió más que un suave golpe

en sus espaldas que rebotaban sobre un

mullido colchón. Abrió los ojos y se vió de

espaldas y patas arriba sobre su cama, en su

habitación, en su ciudad que sigo sin decirles

cómo se llama.

Se quedó un rato tumbado mientras se le

pasaban los escalofríos hindúes y hacía un

recuento de lo

sucedido.

Cuando se miró en el

espejo y vio… que no

se veía, lo primero

que pensó fue:

“¡Qué tonto he sido!

Podía haberme

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

47

paseado al lado del tigre que tampoco me

podía ver! Claro que no me veía, pero ¿y si

me olía?, que esos bichos tienen muy buen

olfato. Sí, sí, mejor estoy aquí en casita”.

Se quitó los zapatos “invi” y se puso las

babuchas de la India.

En ese momento tocaron en la puerta. La voz

de su hermanita le gritaba: “¡Tiburcio,

Tiburcio llevas durmiendo 15 horas! ¿No te

vas a levantar? En la cabeza de Tiburcio se

enroscó una duda como una serpiente: “Y

ahora qué les cuento, para que no piensen

que estoy loco?”

Eso se preguntaba. Yo en este momento no

me acuerdo lo que contestó, así que

paciencia. Buscaré en mis archivos y en el

próximo capítulo se lo cuento.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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LOS ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 7

Ya me acordé de sigue la historia:

Pues cuando sonó el toc toc! Y la voz de su

hermana Teresita resonó llamándolo,

Tiburcio contestó poniendo voz de sueño:

“Hooola ahora voy, en cuanto me bañe”. Y

de verdad le hacía falta quitarse el sudor y el

polvo acumulado en sus correrías asiáticas. Se

duchó, se peinó, se echó un poco de colonia

para no oler a tigre, se vistió y se puso los za…

¡Ay no! Las babuchas bengalíes. Tenía que

estar visible.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Salió a la sala, comedor, cocina donde hacía

la vida la familia.

Estaban viendo la televisión pero en cuanto

entró, Doña Tina echó la vista a sus pies. Ya

se los tenía controlados: “Qué zapatillas tan

curiosas ¿ dónde las has conseguido?”

Tiburcio ya tenía preparada la respuesta:

“Ayer estuve en una reunión en que se

trataban temas de la India y había una venta

de recuerdos típicos” (no mentía) – “Denme

algo de comer que tengo hambre”.

Mientras desayunaba, comía y cenaba, todo a

la vez - le cayeron preguntas de toda la

familia: “¿y de qué trataban en esa reunión

tan larga?

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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- “¿Qué reunión? Ah sí, Nos han estado

presentando la selva, la situación de los

bosques y animales que está en peligro

de extinguirse, por la caza y la

destrucción porque”…

- Aquí le cortó el papá, don Toribio: Para

eso no hace falta hablar de la India. En

nuestro país nos están dejando sin

bosques por los madereros abusivos y

las minas de oro que han descubierto.

Vamos a tener que comer en vez de

papas y pollo, churrasco de oro.

- Don Toribio trabajaba en su

abarrotería. El hijo se daba cuenta de

que le iba aumentando la preocupación

por los temas sociales. Antes sólo se

preocupaba por el precio de los frijoles

y por los triunfos de su equipo de fútbol.

- Mientras hablaban, Teresita se había

sentado en el suelo y le iba quitando

poco a poco las babuchas a su hermano.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Cuando lo consiguió se las puso y

empezó a caminar por la habitación

diciendo: “¡soy una cazadora india y voy

a cazar leones !”

- “Niña no sabes nada , en la india no hay leones, sólo tigres”

- “¿Y tú cómo lo sabes? ¿Acaso has visto algún tigre?”

- “¡Claro que lo he visto! (ya metí la pata- pensó)… lo, lo, lo vi en uuun libro que tengo de ciencias naturales.

- Teresita era la consentida de su hermano mayor.

- En los días de esta historia tenían una semana de vacaciones por ser las fiestas de San Epafrodito, patrono de aquella pequeña ciudad de… (sigo son decirles de que país).

- Teresita estaba en primaria. - Tiburcio, (esto tenía que habérselo

dicho antes) estudiaba periodismo en la facultad estatal.

- “Teresita –intervino Doña Tina– devuélvele las chancletas a tu hermano”

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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- “Déjaselas mamá. Tengo que salir y me pondré los zapatos, pero tú, Tere, cuídamelas. Son recuerdo de un viaje… ejem, de un viaje del avión que las trajo hasta aquí”

- Tiburcio siempre estaba a punto de descubrir sus aventuras.

- Volvió a su habitación se puso los zapatos feos que había comprado. Metió los “invis” en la bolsa india y se la colgó del hombro.

- “Al salir dijo: “No sé si vendré a cenar, a lo mejor vengo tarde”

- No les extrañó. Estaba acostumbrados a las extrañas aventuras de hijo mayor. Él no sabía si volvería tarde o pronto, pero por si acaso…

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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- Mientras se duchaba había recordado que tenía reunión con algunos compañeros de estudio. Con ellos habían fundado una asociación para acoger emigrantes. En esos días llegaban muchos a su país camino de otras naciones con más posibilidades de trabajo. Se llamaba la asociación “TODOS UNO”

- Llegas tarde- le dijeron los amigos al entrar

- Sí. Perdonen, es que me dormí porque ayer estuve en la In… ejem… en la cama un poco enfermo”.

- En la reunión estaban hablando de las dificultades de comunicación para ayudar a la gente. Aquellos días habían acogido a una familia, papá mamá y dos niñas refugiadas de Siria. Dos reporteros les habían encontrado, escondidos, amenazados de muerte. El papá era también periodista. Habían conseguido traerlos en avión hasta aquel país.

- - “El problema es, -comentaban en aquella reunión- que no tenemos

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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medios para conectar con la familia, recoger sus documentos, avisar a sus compañeros. Les ha cortado todas las comunicaciones”.

- A Tiburcio se le encendió una lucecita: - ¿Tienen ustedes alguna dirección donde

se pueda ir?. - “¿Ir hasta Siria? “, - “Yo conozco a alguien que podría pero

no les puedo decir quién”. - Los compañeros le dieron la dirección

de un lugar en la capital Damasco. Se guardó el papel en el bolsillo.

- Cuando la reunión terminó, nuestro amigo que iba tomando ánimo con las

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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posibilidades transmisoras de su calzado, se dirigió a un parque con árboles y plantas altas. Buscó un lugar solitario. Hizo el cambio de zapatos. Metió los otros en la bolsa. Se sentó en el suelo y dijo como en un suspiro: “Pues, qué se le va a hacer; ¡vámonos para Damasco!”

- ……………………

- El lugar donde aterrizo sentado, era una calle con algunos edificios en pie y otros con señales de destrucción - En aquel momento estaba sembrado de escombros de las casas cercanas, con arboles tronchados y algunas

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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humaredas por las calles que lo rodeaban.

- Aquí dejamos a Torcuato sentado, que descanse un poco, mas que del viaje, de la sorpresa en el nuevo campo de aterrizaje y de servicio social.

- En el próximo capítulo les informaremos cómo se manejó el joven aprendiz de periodista en aquel trágico lugar.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

57

LOS ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 9

Vámonos para Jerusalén – había dicho

Tiburcio.

De Siria a Israel, como ven en el mapa, no

hay más que un paso, sobre todo con ese

maravilloso calzado que salta fronteras y

aduanas.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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En cuando dijo

en Damasco

esa frase, el

muchacho

apareció

sentado en el

suelo, a la

puerta de un templo. No era grande y en el

muro se veía una inscripción. Cuando se iba a

acercar para leer lo que ponía, vio venir

detrás de él un grupo de personas, turistas,

seguro, cargados casi todos con sus cámaras

de fotos, siguiendo a alguien que parecía el

guía de la expedición. Tiburcio se apartó

deprisa. Recordó que estaba calzado de

invisible y podían tropezar con él.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Escuchó al guía comentar, entre los “clic,”

de las cámaras: “como les decía: este es el

santuario de Dominus flevit, que en latín

quiere decir: “el Señor lloró”. (Afortunada-

mente los visitantes y el guía hablaban su

mismo idioma y se enteraba bien de la

explicación) Miren hacia abajo y admiren la

vista de Jerusalén. Esa misma que Jesús

contempló y se le saltaron las lágrimas,

pensando en que no quedaría de aquella

ciudad piedra sobre piedra”.

Los turistas leyeron el letrero, luego volvieron

la vista hacia el otro lado y exclamaron: ¡Oh,

ah!. También Tiburcio miró y no dijo nada.

Se quedó con la boca abierta.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Allí estaba la ciudad santa. El había visto

fotos de ella en un libro de viajes que tenía

en su casa. Ahora estaba allí delante de él en

carne y hueso, digo, en piedra y tierra.

Recordaba que delante estaba la muralla por

su parte oriental y detrás la cúpula de una

mezquita, cuyo nombre no recordaba, donde

antiguamente había estado el templo. Detrás

se veían grandes edificios modernos.

Mientras contemplaba todo aquello, Tiburcio,

sentado en una piedra de aquel mirador

empezó a recapacitar: “Bueno ¿por qué he

venido yo aquí?... Claro, fue porque estaba en

Damasco, en la oficinas de <la voz de Siria>,

cuando entraban soldados y el periodista me

dijo que nos fuéramos… ¡No me hubiera

hecho falta irme; con ponerme estos

zaparos!… Ya. Pero me entró miedo, y como

Israel está cerca de Siria fue lo primero que

se me ocurrió. Pues ya que estoy aquí, voy a

darme una vueltecita por la ciudad. Pero

¿cómo, visible o invisible? Invisible- decidió

- Nadie sabe lo que puedo encontrar por ahí

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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abajo” - Se levantó y empezó a descender

por el camino del valle de Josafat.

Vio ese lugar todo lleno de antiguas tumbas.

Dicen que cuando los muertos resuciten allí

nos vamos a juntar todos. Pequeño le

pareció aquel sitio para tanta gente.

Así llegó a la mismísima Jerusalén, a la parte

más antigua.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Empezó a recorrer las callejuelas. Pasaba

mucha gente con vestimentas diversas.

Algunos con traje y sombrero negro. Mujeres

con vestidos que le recordaban a las que

había visto en su corta visita por las calles de

Damasco. Recordó que en la prensa y la

televisión comentaban los enfrentamientos y

los problemas entre judíos y palestinos.

Dando vuelta por un lado y por otro volvió

junto a las murallas que había divisado desde

arriba y encontró a los mismos turistas o

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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peregrinos, como quieran llamarlos, que

encontró en el “Dominus flevit”.

Siguió detrás de ellos hasta entrar en un

amplio recinto que ya conocía por su libro de

viajes. En él había leído lo mismo que en ese

momento escuchaba explicar al guía: “Pues

ya ven que entramos en el símbolo más

solemne del antiguo templo de Jerusalén: el

muro de las lamentaciones, donde vienen a

hacer oración muchos creyentes. Hasta el

papa vino aquí. Pueden darse cuenta de que

arriba, detrás del muro está las mezquitas de

alAqsa y de la Roca donde antes estaba el

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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templo que los romanos destruyeron.

Tiburcio miró hacia arriba y allí vio la cúpula

dorada. Pero en aquel momento se fue

dando cuenta de que era tarde, de que no

había comido y ya iba siendo la hora de

cenar. Los peregrinos y judíos piadosos se

iban retirando y, poco a poco, aquella gran

explanada se iba quedando vacía.

Pues – pensó Tiburcio – a ver qué hago yo

ahora.

Eso digo yo. ¿A ver qué va a hacer ahora ese

muchacho?.

Si quieren saberlo espérense al próximo

capítulo de las aventuras de Tiburcio y sus

zapatos, esos que son de ninguna pare y de

todas las partes. Pero como es tarde, buenas

noches.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

65

LOS ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 10

Anochecía en Jerusalén. Tiburcio estaba allí

hambriento y cansado. Vio que los

peregrinos a quienes seguía salían también

del muro de las lamentaciones y los siguió.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

66

El grupo fue caminando otra vez por la vieja

Jerusalén llena de tiendas de comida, de

regalos y recuerdos para los turistas. No pudo

evitar la tentación de echar mano a una

naranja y empezó a pelarla, mientras el

vendedor que en ese momento miraba hacia

ahí se quedaba boquiabierto al ver que una

de sus frutas desaparecía misteriosamente.

Mientras comía con apetito la naranja israelí

pensaba que, seguramente donde ellos iban

encontraría un lugar para cenar algo y

dormir… tal como estaba, invisible.

En una de las callejuelas los peregrinos se

dirigieron a una puerta donde, bajo un

símbolo de cruces se leía: CUSTODIA TERRAE

SANCTAE. Aquello le sonaba, (aunque no

conocía el idioma,)

como

“Custodia – tierra-

santa. Debía de

ser portugués, o

latín o cualquiera

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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sabe.

A la puerta les recibió amablemente un

fraile. Entró con ellos y cerró, pero Tiburcio y

sus zapatos ya se habían colado también en

la casa.

Los peregrinos tenían allí sus habitaciones.

Llevarían alojados varios días. Imagínense al

muchacho invisible mezclado entre el grupo

de visitantes, procurando no tropezarse con

nadie. Por lo que escuchó en sus

conversaciones venían de varios lugares de

América Latina; eran mexicanos, colombia-

nos, peruanos… estudiantes de sociología

que habían ganado un concurso en una

universidad internacional de Estados Unidos.

El premio a todos los ganadores había sido

ese viaje a los “Santos Lugares”.

Recorriendo los pasillos encontró una sala

entreabierta con un letrero en su puerta:

“internet”. Entonces recordó que su familia

no sabía nada de él hacía dos días y, aunque

estaban acostumbrados a su espíritu

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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aventurero, supuso que se sentirían

inquietos. Aprovechó que no había nadie,

que todos se habían ido a cenar y

aguantándose el hambre se sentó y escribió

en la computadora un mensaje: “No me

esperen, estoy unos días fuera. Ahora no les

puedo decir por dónde ando”. Tampoco se lo

pensaba decir más tarde. Después de enviar

el mensaje, bajó al comedor. Cuidando de

que nadie notase que desaparecían platos,

cubiertos y comida de la cocina, se sirvió y se

sentó en un rincón, donde no podría tropezar

con nadie. Cenó y buscó una habitación

vacía para dormir. No le costó trabajo

encontrar la cama ni quedarse como un

tronco.

Le despertaron los

ruidos de los

peregrinos que ya

se preparaban

para salir. Iban

montando en un

microbús. Tiburcio

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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les escuchó que se dirigían a la franja de

Gaza. Le entró un escalofrío por el cuerpo.

Había visto en la televisión que ese era el

terreno del pueblo Palestino, en el que les

habían arrinconado los israelíes, pero que

tampoco les acababan de dejar en paz.

“Pues vamos allá”- pensó. Sentado dentro

del bus no podría ir. ¿O sí podía? En la parte

de detrás estaban amontonados los

equipajes. Se puso como equipaje

privilegiado encima de las maletas. El busito

arrancó. El guía comenzó una explicación que

le interesó mucho de cómo el pueblo

palestino sufría en esa zona la agresividad

de los israelíes que no querían convivir con

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

70

los árabes. Era un problema muy antiguo que

se había agudizado cuando el pueblo Judío

que había sido diezmado por los nazis en

Alemania, consiguió de la ONU, al fin de la

guerra mundial, un territorio en aquella

tierra donde entonces estaban los árabes.

Pero fueron los israelíes ensanchando sus

fronteras… Poco a poco les iban empujando

hacia la orilla del mar Mediterráneo…Seguía

hablando el guía cuando llegaron a una alta y

fuerte muralla. Allí estaba encerrado el

pueblo palestino.

El guía de los estudiantes, se bajó en la

aduana y enseñó unos documentos. Ya les

habían explicado que con una petición de la

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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embajada norteamericana tendrían paso

libre, donde los palestinos encontraban

grandes dificultades para entrar y salir. Entró

el bus ante la mirada triste e indignada de

los palestinos que hacía cola para poder

entrar o salir, controlados por soldados

israelíes.

Cuando entraron en Gaza a Tiburcio le

entraron deseos de tomar contacto con

aquella gente y sus problemas. Se bajó del

bus, en un rincón se cambió de calzado

recordando que en su bolsa, al cuello,

mientras él ya era visible, sus zapatos le

servían de traductor automático, para

entender y hablar cualquier idioma.

Empezó a caminar por una ciudad con signos

de destrozos, bombardeos… Encontró a una

familia sentada a la puerta de su casa medio

en ruinas y se acercó a platicar con ellos. Se

presentó como un joven estudiante

latinoamericano. Lo de latino tranquilizó a

aquellas personas y empezaron a hablarle de

sus problemas, algo de lo que ya había

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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escuchado al guía de la expedición

estudiantil.

“Pues hablas muy bien nuestro idioma”- le

dijo la mamá de esa familia.

- “Si les cuento por qué hablo así su lengua no me lo creerían-contestó Tiburcio, sin saber qué otra explicación dar, y siguió haciéndoles preguntas sobre su vida y el conflicto de los dos pueblos.

Pero poco después se escuchó ruido de aviones.

Toda la familia, mayores y pequeños se levantaron de un salto.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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“¡Al refugio – gritó el padre de la familia. La mamá agarró en brazos a la pequeñita. Salieron todos corriendo diciendo a Tiburcio que les siguiera. Tiburcio hizo ademán de

seguirles pero se sentó en el suelo, se cambió de zapatos y en el mismo momento que cerca de aquel barrio caía una bomba, exclamó con voz temblorosa:

¡Deprisa , zapatos, vámonos volando a…….!

…. ¿Que a dónde dijo que se iba? Pues

fíjense que no me acuerdo… Tendré que

consultar mis archivos.

En el próximo capítulo se lo cuento.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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LOS ZAPATOS DE

NINGUNA PARTE

Capítulo 11

Como les contaba en el capítulo anterior, cuando cerca de aquel barrio caía una

bomba, Tiburcio exclamó con voz temblorosa:

“¡Deprisa , zapatos, vámonos volando a……

(En un primer momento iba a decir ¡a mi

casa!, pero su espíritu aventurero pudo más y

dijo casi sin pensar)…” ¡a Egipto!.”

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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¿.Ven como una nubecita blanca en lo alto

de esas rocas? Pues exactamente ahí apareció

sentado el atrevido muchacho en alas de sus

zapatos caprichosos: “¿pero donde me han

traído ustedes, zapatos locos?”.

A los zapatos solo les faltaba hablar, así que

no le contestaron. Él se puso de pie sobre el

peñasco más alto y miró alrededor. Todo

desierto de arena y rocas. Se puso a recorrer

aquel lugar por si encontraba alguna señal del

paraje egipcio donde estaba. Después de

trepar y descender por varias peñas y

barrancos volví a quedarse con la boca

abierta.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Sobre una gran piedra había encontrado unas

palabras grabadas. Algunas no las entendió

pero algo de la inscripción fue claro: MOUNT

SINAI: ¡El monte Sinaí!. El mismo monte

donde Moisés recibió las tablas de la ley.

Primero le invadió la emoción, luego el

hambre… Desde Jerusalén no había probado

bocado. Sin dejar de contemplar admirado

aquel imponente paisaje, se puso a buscar

alguna pista de lugares habitados. Al

atravesar un desfiladero descubrió este

edificio de altos muros.

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Cuentos de chavalas y chavalos patojas y patojos, … Los zapatos de ninguna parte

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Enseguida hizo planes. Lo primero hacerse

visible, cambiarse de calzado, colgarse el

cuello los zapatos que le servirían de

traductor y descender poco a poco entre

aquel enorme pedregal. Llegó a la puerta y

llamó. Tardaron un poco, pero al fin se abrió

el portón y apareció un anciano de largas

barbas. Llevaba un hábito oscuro y enseguida

Tiburcio empezó a sospechar dónde se

encontraba. Confiado en sus zapatos t.s

(traducción simultánea) se presentó: “Padre,

soy un turista solitario. Estoy un poco

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desorientado, buscaba un sitio donde comer

y por aquí…

El monje se sonrió, claro, aquí no hay

hoteles pero sí hay algo de alimento. Lo llevó

a una sala pequeñita, donde le ofreció una

comida sencilla: pan de cebada, carne de no

sabía qué, pero que sació su hambre y una

jarrita de leche de camella según le dijo

(seguramente la carne era de lo mismo).

Luego se lo llevó a conocer el monasterio. Allí

Tiburcio volvió a quedar con la boca abierta.

Lo que por fuera

parecía casi ruinoso

por dentro era un

centro de arte y

cultura. Una gran

biblioteca de

antiquísimos docu-

mentos y unas pinturas que según le explicó

su amigable guía eran iconos pintados por

artistas de su iglesia, la ortodoxa.

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Le tuvo que

explicar a Tiburcio

qué era esa

iglesia. Yo ahora

no se lo cuento,

porque seguro

que ustedes lo

saben, pero en ese momento, el monje se

quedó mirando al muchacho y le dijo en voz

baja: “Oye Tiburcio”… El joven visitante se

quedó de piedra, como el Sinaí:”¿Y cómo

sabe usted que me llamo Tiburcio?”

-“Y también sé cómo has venido hasta aquí;

volando con sos zapatos que llevas en la

bolsa”.

Tiburcio entonces no quedó con la boca

abierta sino a punto de desmayarse.:

“peee…pero, usted…”

El monje tranquilo, lo agarró por el brazo y le

ayudó a sentarse en una banca cercana. Le

dio unas palmaditas en el hombro y le

explicó…………………………………….

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*** *** ***

Ustedes perdonen. Se terminó la gasolina de

este capítulo. Si quieren saber más, paciencia

y hasta el próximo que será el 12.