Revista Pastoral Popular Nº327

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1 Pastoral Popular Editorial E n estos últimos meses hemos estado recordando el acontecimiento grande que fue para la iglesia católi- ca de los años 60 - y pensamos que también para todas las demás iglesias - el Concilio Vaticano II. En efecto, se cumplen 50 años, dos generaciones bien crecidas. Los tiempos son otros hoy. Está claro. Para la gran mayoría de los adultos católicos activos el Concilio no es objeto de recuerdo personal, sino meramente his- tórico: han oído hablar, o han leído sobre él. En el presente número de esta revista volvemos hacia ese acontecimiento pasado desde tres ángulos de nuestra realidad presente, para asomarnos a un posible futuro. El primer ángulo es la visión que de sí misma tiene una juventud que crece y vive en La Legua Emer- gencia. Lo describe Paulo Álvarez. En la desolación en que se encuentra y en el asolamiento al que la somete la arbitrariedad y violencia policial, esta juventud ni si- quiera se pregunta ya dónde está la Iglesia del Vaticano II, sino simplemente dónde está el cabro que nació en una cueva (en Belén), y que murió preguntándole a su padre (Dios) por qué le hacía sufrir tanto abandono. Y hace suyo, sin saberlo, ese grito desesperado. El segundo ángulo es el de un movimiento fe- minista católico. Lo representa Loreto Fernández. No se imaginaron los 2.500 varones participantes y Padres Conciliares que cincuenta años más tarde iban a ser cuestionados tan radicalmente por mujeres que, siendo las más numerosas entre los feligreses, no llegaron a configurar un uno entre ciento de quienes algo pudie- ron decir, no en las aulas, sino apenas en los pasillos conciliares. El tercer ángulo de visión es el de una herma- nita de Jesús, Donata Cairo, perteneciente a una congre- gación que ve y busca a su Dios en las personas y los grupos más pobres en todo el orbe – entre artistas de circo, entre gitanos y gitanas trashumantes, entre tra- bajadores de temporada en Copiapó, mujeres y hombres – una congregación religiosa de hermanas universales, sin límites en su amor, que más pertenece al futuro de una iglesia del espíritu que al presente tan terrenal , organizado y publicitado, para mal y para bien, de nues- tras instituciones. Desde tres ángulos distintos, son tres críticas a nuestra iglesia del presente, partiendo de lo que el Espí- ritu pareció haberle dicho a las iglesias en tiempos del Vaticano II. En el cuarto artículo, Oscar Beozzo cuenta algo de lo que se urdió, muy políticamente en la trastienda y en los grandes escenarios, para que se produjeran los dos documentos mayores del Concilio: el que vincula el destino de la Iglesia con el del mundo, Gaudium et Spes, y el que define a la Iglesia más bien como un pueblo que camina que como jerarquía con báculo… En el quinto, Manuel Ossa describe a grandes trazos el ambiente social, político y cultural que pre- cedió y acompañó al Concilio, dando a entender así, desde abajo, algunos de los hilos que se enhebran en el tejido doctrinal y pastoral de la trama conciliar. Termina este número con un fraternal llamado de Pablo Fontaine, en nombre del Jesús que entre no- sotros fue pobre, a no olvidarnos de los pobres – bien material y concretamente - nosotros todos quienes, por el mero hecho de tener algún mejor pasar, podemos ser interpelados por otros como ricos. PP Un pasado y un futuro Un pasado y un futuro

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Revista Ecuménica de Teología y Social que acompaña la reflexión de las comunidades de fe

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Pastoral Popular

Editorial

En estos últimos meses hemos estado recordando el acontecimiento grande que fue para la iglesia católi-

ca de los años 60 - y pensamos que también para todas las demás iglesias - el Concilio Vaticano II. En efecto, se cumplen 50 años, dos generaciones bien crecidas.

Los tiempos son otros hoy. Está claro. Para la gran mayoría de los adultos católicos activos el Concilio no es objeto de recuerdo personal, sino meramente his-tórico: han oído hablar, o han leído sobre él.

En el presente número de esta revista volvemos hacia ese acontecimiento pasado desde tres ángulos de nuestra realidad presente, para asomarnos a un posible futuro.

El primer ángulo es la visión que de sí misma tiene una juventud que crece y vive en La Legua Emer-gencia. Lo describe Paulo Álvarez. En la desolación en que se encuentra y en el asolamiento al que la somete la arbitrariedad y violencia policial, esta juventud ni si-quiera se pregunta ya dónde está la Iglesia del Vaticano II, sino simplemente dónde está el cabro que nació en una cueva (en Belén), y que murió preguntándole a su padre (Dios) por qué le hacía sufrir tanto abandono. Y hace suyo, sin saberlo, ese grito desesperado.

El segundo ángulo es el de un movimiento fe-minista católico. Lo representa Loreto Fernández. No se imaginaron los 2.500 varones participantes y Padres Conciliares que cincuenta años más tarde iban a ser cuestionados tan radicalmente por mujeres que, siendo las más numerosas entre los feligreses, no llegaron a configurar un uno entre ciento de quienes algo pudie-ron decir, no en las aulas, sino apenas en los pasillos conciliares.

El tercer ángulo de visión es el de una herma-nita de Jesús, Donata Cairo, perteneciente a una congre-gación que ve y busca a su Dios en las personas y los grupos más pobres en todo el orbe – entre artistas de circo, entre gitanos y gitanas trashumantes, entre tra-bajadores de temporada en Copiapó, mujeres y hombres – una congregación religiosa de hermanas universales,

sin límites en su amor, que más pertenece al futuro de una iglesia del espíritu que al presente tan terrenal , organizado y publicitado, para mal y para bien, de nues-tras instituciones.

Desde tres ángulos distintos, son tres críticas a nuestra iglesia del presente, partiendo de lo que el Espí-ritu pareció haberle dicho a las iglesias en tiempos del Vaticano II.

En el cuarto artículo, Oscar Beozzo cuenta algo de lo que se urdió, muy políticamente en la trastienda y en los grandes escenarios, para que se produjeran los dos documentos mayores del Concilio: el que vincula el destino de la Iglesia con el del mundo, Gaudium et Spes, y el que define a la Iglesia más bien como un pueblo que camina que como jerarquía con báculo…

En el quinto, Manuel Ossa describe a grandes trazos el ambiente social, político y cultural que pre-cedió y acompañó al Concilio, dando a entender así, desde abajo, algunos de los hilos que se enhebran en el tejido doctrinal y pastoral de la trama conciliar.

Termina este número con un fraternal llamado de Pablo Fontaine, en nombre del Jesús que entre no-sotros fue pobre, a no olvidarnos de los pobres – bien material y concretamente - nosotros todos quienes, por el mero hecho de tener algún mejor pasar, podemos ser interpelados por otros como ricos.

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Un pasado y un futuroUn pasado y un futuro

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En octubre de 2011, en el contexto de uno más de los encuentros teológicos de las comunidades del sur

argentino-chileno1, realizado en la población La Legua, el ex poblador y vecino de siembra de esa población, -ahora jubilado cura obrero y actual misionero itineran-te- Mariano Puga, comenzaba la liturgia callejera afuera de la capilla de Legua Emergencia con estas palabras:

“Yo creo que este es lugar de todo Santiago donde mejor se sentiría Jesús de Nazaret. Aquí viviría y aquí vive, aquí habría sido escupido (…) aquí hubiese sido excluido del sistema porque toma-ba o porque andaba con borrachos, drogadictos y putas, porque andaba y se metía con los impuros (…) este Jesús, el desprestigiado, el tomador, el mujeriego, el que andaba rodeado de maleantes (…) es como cuando le decía a Bartolomé –¿se acuerdan ustedes no?-. Aquí de Nazaret de Ga-lilea, puede salir algo bueno. Como se ha dicho muchas veces, de La Legua puede salir algo bue-no. De La Legua sale lo mejor que hay en Chile, lo mejor que hay en Chile, de aquí sale algo úni-co por eso que es tierra santa. Padres y madres, abuelos y abuelas que son protagonistas de su historia (…) Cristo metido en la mierda.”

Cuando el CEDM me invitó a participar del conversatorio titulado “Experiencias, testimonios, ex-pectativas, decepciones y sueños a 50 años del Conci-lio Vaticano II ¿Qué iglesia estamos construyendo?” me daba cuenta que, a pesar de haber leído y oído algo sobre el tema, poco sabía de su sentido, pero fundamen-talmente que si escasamente palpaba su vivir y opción, más allá del arrojo casi heroico de algunas y algunos comprometidos con ser iglesia del Nazareno, es por la tibieza que sus inspiraciones y dimensiones tienen en una porción importante de la iglesia actual.

La pregunta del CEDM era invitada a contes-tarse desde la experiencia personal; desde ahí pedí a algunos amigos2 que me dieran pistas sobre el Concilio Vaticano II. Entonces me hablaron de hombres que se atrevieron a pensar/hacer distinto, de una iglesia donde las esperanzas y las angustias de los hombres de hoy son las alegrías y las tristezas de los discípulos de Cris-to, de la incorporación inculturada de la fe. Resaltaron que parte vital de su significancia pasa por meterse en los signos de los tiempos. Finalmente, me recordaban su carácter ecuménico, celebrativo y un declarado compro-miso con la pobreza. Releí a Ronaldo Muñoz, ese flaco como Jesús, “teólogo aprendiz de poblador”, y di con un epígrafe que él escoge para hablar sobre lo que el espíri-

Desde La Legua Emergencia preguntan ¿dónde está Dios?

tu dice a las iglesias (cap 4, p. 29; 2002) donde el Conci-lio declaraba el compromiso del pueblo de Dios y sobre todo de los pastores y teólogos de auscultar, discernir e interpretar las múltiples voces de nuestro tiempo.

¿Qué iglesia estamos construyendo? Contes-to como poblador, como compañero de vida de Legua Emergencia.

En muchos sentidos, continuamos edificando la iglesia del y para el poder, por cierto no exclusiva de una realidad social o territorial única. Una iglesia que mira y no ve o no quiere ver que el narcotráfico (esa tragedia social que condena al ser humano a la tiranía de la droga) es causa última de las condiciones de pobreza y empobrecimiento que la sociedad y el sistema han provocado en unos sobre otros.

Una iglesia que es, pero que no siente. En la angustia, impotencia, fracaso, desprecio del Otro, al-teridad (en los chicos marcados por la pasta base por ejemplo). Ser-poder, utilizarlo sin sentir su pretendida omnipotencia ciega y muda ante sus propias perversio-nes, ante la falta de poder de la mayoría y el exceso de poder de pocos. El reflejo de la vida de los Otros podría

Concilio y Actualidad

Paulo Álvarez

Conversatorio CEDM, junio 13 de 2012.

Editorial

Un pasado y un futuro Pág 01ConCilio y aCtualidad

Desde La Legua Emergencia preguntan ¿dónde está Dios? Pág 02 Paulo Álvarez

Mirada feminista al Concilio Vaticano II: 50 años después Pág 06 Loreto Fernández

La hermanita Magdalena y el Vaticano II Pág 10 Donata Cairo

El Concilio Vaticano II y su época Pág 15 Manuel Ossa

Vistazos sobre el Concilio Pág 18 Oscar BeozzoPágina dE Pablo

Carta a los (católicos) ricos Pág 22 Pablo FontaineCartas a la rEdaCCión Pág 24

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Los artículos firmados no reflejan necesariamente la opinión de la revista.Se autoriza la reproducción siempre que se indique la fuente y se envíe un ejemplar a la redacción

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Pastoral Popular

Editorial

En estos últimos meses hemos estado recordando el acontecimiento grande que fue para la iglesia católi-

ca de los años 60 - y pensamos que también para todas las demás iglesias - el Concilio Vaticano II. En efecto, se cumplen 50 años, dos generaciones bien crecidas.

Los tiempos son otros hoy. Está claro. Para la gran mayoría de los adultos católicos activos el Concilio no es objeto de recuerdo personal, sino meramente his-tórico: han oído hablar, o han leído sobre él.

En el presente número de esta revista volvemos hacia ese acontecimiento pasado desde tres ángulos de nuestra realidad presente, para asomarnos a un posible futuro.

El primer ángulo es la visión que de sí misma tiene una juventud que crece y vive en La Legua Emer-gencia. Lo describe Paulo Álvarez. En la desolación en que se encuentra y en el asolamiento al que la somete la arbitrariedad y violencia policial, esta juventud ni si-quiera se pregunta ya dónde está la Iglesia del Vaticano II, sino simplemente dónde está el cabro que nació en una cueva (en Belén), y que murió preguntándole a su padre (Dios) por qué le hacía sufrir tanto abandono. Y hace suyo, sin saberlo, ese grito desesperado.

El segundo ángulo es el de un movimiento fe-minista católico. Lo representa Loreto Fernández. No se imaginaron los 2.500 varones participantes y Padres Conciliares que cincuenta años más tarde iban a ser cuestionados tan radicalmente por mujeres que, siendo las más numerosas entre los feligreses, no llegaron a configurar un uno entre ciento de quienes algo pudie-ron decir, no en las aulas, sino apenas en los pasillos conciliares.

El tercer ángulo de visión es el de una herma-nita de Jesús, Donata Cairo, perteneciente a una congre-gación que ve y busca a su Dios en las personas y los grupos más pobres en todo el orbe – entre artistas de circo, entre gitanos y gitanas trashumantes, entre tra-bajadores de temporada en Copiapó, mujeres y hombres – una congregación religiosa de hermanas universales,

sin límites en su amor, que más pertenece al futuro de una iglesia del espíritu que al presente tan terrenal , organizado y publicitado, para mal y para bien, de nues-tras instituciones.

Desde tres ángulos distintos, son tres críticas a nuestra iglesia del presente, partiendo de lo que el Espí-ritu pareció haberle dicho a las iglesias en tiempos del Vaticano II.

En el cuarto artículo, Oscar Beozzo cuenta algo de lo que se urdió, muy políticamente en la trastienda y en los grandes escenarios, para que se produjeran los dos documentos mayores del Concilio: el que vincula el destino de la Iglesia con el del mundo, Gaudium et Spes, y el que define a la Iglesia más bien como un pueblo que camina que como jerarquía con báculo…

En el quinto, Manuel Ossa describe a grandes trazos el ambiente social, político y cultural que pre-cedió y acompañó al Concilio, dando a entender así, desde abajo, algunos de los hilos que se enhebran en el tejido doctrinal y pastoral de la trama conciliar.

Termina este número con un fraternal llamado de Pablo Fontaine, en nombre del Jesús que entre no-sotros fue pobre, a no olvidarnos de los pobres – bien material y concretamente - nosotros todos quienes, por el mero hecho de tener algún mejor pasar, podemos ser interpelados por otros como ricos.

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En octubre de 2011, en el contexto de uno más de los encuentros teológicos de las comunidades del sur

argentino-chileno1, realizado en la población La Legua, el ex poblador y vecino de siembra de esa población, -ahora jubilado cura obrero y actual misionero itineran-te- Mariano Puga, comenzaba la liturgia callejera afuera de la capilla de Legua Emergencia con estas palabras:

“Yo creo que este es lugar de todo Santiago donde mejor se sentiría Jesús de Nazaret. Aquí viviría y aquí vive, aquí habría sido escupido (…) aquí hubiese sido excluido del sistema porque toma-ba o porque andaba con borrachos, drogadictos y putas, porque andaba y se metía con los impuros (…) este Jesús, el desprestigiado, el tomador, el mujeriego, el que andaba rodeado de maleantes (…) es como cuando le decía a Bartolomé –¿se acuerdan ustedes no?-. Aquí de Nazaret de Ga-lilea, puede salir algo bueno. Como se ha dicho muchas veces, de La Legua puede salir algo bue-no. De La Legua sale lo mejor que hay en Chile, lo mejor que hay en Chile, de aquí sale algo úni-co por eso que es tierra santa. Padres y madres, abuelos y abuelas que son protagonistas de su historia (…) Cristo metido en la mierda.”

Cuando el CEDM me invitó a participar del conversatorio titulado “Experiencias, testimonios, ex-pectativas, decepciones y sueños a 50 años del Conci-lio Vaticano II ¿Qué iglesia estamos construyendo?” me daba cuenta que, a pesar de haber leído y oído algo sobre el tema, poco sabía de su sentido, pero fundamen-talmente que si escasamente palpaba su vivir y opción, más allá del arrojo casi heroico de algunas y algunos comprometidos con ser iglesia del Nazareno, es por la tibieza que sus inspiraciones y dimensiones tienen en una porción importante de la iglesia actual.

La pregunta del CEDM era invitada a contes-tarse desde la experiencia personal; desde ahí pedí a algunos amigos2 que me dieran pistas sobre el Concilio Vaticano II. Entonces me hablaron de hombres que se atrevieron a pensar/hacer distinto, de una iglesia donde las esperanzas y las angustias de los hombres de hoy son las alegrías y las tristezas de los discípulos de Cris-to, de la incorporación inculturada de la fe. Resaltaron que parte vital de su significancia pasa por meterse en los signos de los tiempos. Finalmente, me recordaban su carácter ecuménico, celebrativo y un declarado compro-miso con la pobreza. Releí a Ronaldo Muñoz, ese flaco como Jesús, “teólogo aprendiz de poblador”, y di con un epígrafe que él escoge para hablar sobre lo que el espíri-

Desde La Legua Emergencia preguntan ¿dónde está Dios?

tu dice a las iglesias (cap 4, p. 29; 2002) donde el Conci-lio declaraba el compromiso del pueblo de Dios y sobre todo de los pastores y teólogos de auscultar, discernir e interpretar las múltiples voces de nuestro tiempo.

¿Qué iglesia estamos construyendo? Contes-to como poblador, como compañero de vida de Legua Emergencia.

En muchos sentidos, continuamos edificando la iglesia del y para el poder, por cierto no exclusiva de una realidad social o territorial única. Una iglesia que mira y no ve o no quiere ver que el narcotráfico (esa tragedia social que condena al ser humano a la tiranía de la droga) es causa última de las condiciones de pobreza y empobrecimiento que la sociedad y el sistema han provocado en unos sobre otros.

Una iglesia que es, pero que no siente. En la angustia, impotencia, fracaso, desprecio del Otro, al-teridad (en los chicos marcados por la pasta base por ejemplo). Ser-poder, utilizarlo sin sentir su pretendida omnipotencia ciega y muda ante sus propias perversio-nes, ante la falta de poder de la mayoría y el exceso de poder de pocos. El reflejo de la vida de los Otros podría

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Paulo Álvarez

Conversatorio CEDM, junio 13 de 2012.

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ayudar a palpar lo que siente aquél que está viviendo muerte.

Una iglesia que no pocas veces retrata la po-breza y a los empobrecidos como recurso estético, como conductora de un grupo inanimado, relativamente ca-paz y depreciado. Al retratar la pobreza desde la como-didad, desde el discurso, desde una artificiosa pero real estructura jerárquica, vertical y machista, las poblado-ras y pobladores entienden que iglesia es cualquier cosa menos comunidad. Iglesia es el cura, los religiosos, los ritos, el cuerpo santo, el templo, pero no ellos.

Una iglesia que no conoce su iglesia. No sabe ni se siente dispuesta a saberse ni a acompañarse. Mostrar hechos relativamente recientes podría ayudar a com-prender la realidad en la que la iglesia local requiere encaminarse. Nada asegura que cambie lo que la falta de mejores condiciones de vida no ha conseguido hacer, pero su debida atención sería una señal inequívoca del lugar que escoge la iglesia para servir.

He aquí tres testimonios:

En muchas casas de Legua Emergencia la fecha de navidad está abrazada de soledades diversas y dis-persas, soledad concreta de carne y hueso. La muerte ha marcado la psique de los pobladores.

Tres testimonios1 Disfrazado de viejito pascuero…

“Hace cinco años atrás, disfrazado de vie-jito pascuero para ganarse unos pesos extras, T recorría el mismo día de navidad las calles de la población sacándose fotos o llevándoles regalos a los niños y niñas. Casualmente se equivocó de casa e ingresó a una donde había tres hermanos solos, porque sus padres estaban presos en la cárcel, (él y otros vecinos conocían la situación, pero no tenían contemplado hacer nada tan ex-traordinario). El mayor no tenía más de 12 años; sin embargo, había preparado para sus herma-nos menores una cena que consistía en un pollo asado y nada más. Cuando él llegó disfrazado, simplemente quedaron con la boca abierta, pen-saban que efectivamente el viejito pascuero se había acordado de ellos y que venía a visitarlos; actuó en consecuencia. Se sentó a compartir con ellos, los abrazó, les habló con ternura y después de las 12 de la noche se fue a su casa donde su familia lo esperaba inquieta porque no llegaba, y sin un peso extra porque se los dejó al niño mayor. Luego, entre penas impotentes, le relató a su familia y a algunos amigos que su navidad habían sido las miradas incrédulas y desampara-das de esos niños”3.

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2 Antes pensaba que algo andaban haciendo,

“Me han detenido ocho veces desde que empezó la Intervención. Antes me ponía nervio-so porque con los pacos te puede pasar cualquier cosa. Bueno, igual ahora me pongo nervioso (…) Me obligaron a bajarme los pantalones y tener que sentarme en cuclillas tocándome el hoyo; eso me paso tres veces y me sentía pa’ la cagá, porque nadie merece ser tratado así. Hasta que empecé a decirme yo mismo que no iba a aguantar otra vez y que me les iba a parar. Al año siguiente, en otro control intentaron hacerme lo mismo y me negué firme, que estoy en mi derecho y la weá, pero me agarraron me echaron al furgón y al rato estaba en la comisaría (…) Nadie de ellos me respondió por qué hacían eso conmigo; siempre contestaban que estábamos intervenidos. De ahí que caché que lo que les pasaba a otros vecinos era lo mismo. Antes pensaba que algo andaban haciendo, como también la gente piensa eso de uno, pero después quedé claro que los que anda-ban en cuestiones raras eran ellos (…). Ya sabís lo que le ha pasado a algunos cabros aquí: han perdido pega, familia, aprecio por ellos mismos por lo que han hecho los pacos; les cagaron la vida. ¿Quién te saca estar en cana injustamente? (…). La cuestión aquí es un chiste: los pacos no hacen nada cuando se necesita que hagan algo, no se meten en las mochas, no paran los balazos, el tráfico no ha disminuido, los pasturris que lle-gan a vivir a la población son cada vez más. A lo más, para un rato y sigue la otra semana (…) La gente está sin pega, le pagan una weá de sueldo,

tiene varios hijos, esta marca y más encima tie-nen todos los días que comerse la violencia de la población. Mejor te tirái un tiro o te volvís loco, entrái en la pasta y te olvidái de tanta mierda, eso es lo que ha pasado con tanto cabro, hasta minas. Yo cacho que aquí o te enfermái de las balas o de la droga que tenís que echarte encima para olvidarte de las balas (…). Puta, cuando pienso la weá me da pena, porque yo quiero mi población y estos güeones mienten, los políticos mienten, se llenan la boca y la gente cree que todos somos malos. Vai a cualquier parte, decís que soy de La Legua y la weá es como si tuvierai lepra. ¿Hay cachao?, yo he cachao miradas cuáticas, aunque igual sirve cuando se pasan rollos con uno, por-que, sin necesidad de sacar ficha, yo digo que soy de La Legua y tenís mitad de la pelea ganá…” (R)4.

3 Aún sigo soñando con fantasmas

“A mí, hermano, me cagaron la vida; sentía que todo por lo que había luchado se iba en unos segundos. Fíjate que con el tiempo, después de lo que me pasó, he pensado que quizá no es lo peor, que también esto me ha ayudado a ver las cosas de otra manera, porque antes yo era un güeón que no estaba ni ahí con nadie más que con mi familia, y estaba preocupado de tener cosas, mi casa, que saliéramos una vez al mes a comer, que tuviéramos vacaciones. Estaba encalillado, bue-no, hasta ahora estoy encalillado, y quería ven-der mi casa y comprarme otra para irme de la población con mi señora y mis dos niños (…). Con el paso del tiempo creo que las cosas no eran tan así como las veía y hoy estoy más convencido que no se trataba sólo de un tema de la policía, sino más bien de una venganza por parte de los traficantes quienes, confabulados con los pacos, producto de la actitud de mi mamá con respecto a luchar, dar entrevistas y denunciar la situa-ción que la población vive, se pegaron el show conmigo (…) partí al Easy de Gran Avenida para comprar pintura; tomé el colectivo y a la cuadra siguiente tres pacos me bajan, me tratan como a un delincuente, me hablan con agresividad, garabatos. Yo me resistí y forcejeé con los tres; me querían pegar y yo no me dejé hasta que me echaron dentro del furgón y me llevaron a la co-misaria. Allá me dicen que me habían encontra-do 125 papelillos de pasta base de cocaína (…). Me puse nervioso, no podía hablar una frase, no

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podía sacar el habla, era como si la lengua se me hubiese pegado al paladar. Me dolía el estómago, me faltaba el aire y me volvía a preguntar qué ha-bía hecho mal o qué hemos hecho para que gente como ésta nos trate así (…). Llegó mi mamá, mi papá, mi señora, mis hermanos, algunos amigos, cuñados. Mi señora les grito de todo y yo, desde dentro del calabozo, les gritaba que me soltaran, pacos corruptos, conchesumadres, etc. Mi seño-ra les preguntaba gritando, ¿pueden saludar a sus hijos sabiendo que le están cagando la vida a una familia?, ¿pueden llegar tranquilos a sus casas después de un día de trabajo?, ¿cuánta pla-ta quieren? Ella pensaba que entregando los dos millones con que acabábamos de vender nuestra casa podía solucionar algo el tema como lo ha-cían en la calle, pero me metieron en la cárcel de San Miguel, donde estuve tres meses (…). Cuan-do salí y llegué a la casa no quería ni ver la calle por miedo a los pacos y la depresión. Perdimos la plata que teníamos porque mi señora le pago a puros abogados sinvergüenzas; perdí mi pega, quedé con un certificado de antecedentes en pro-ceso y con un juicio pendiente que duro más de tres años y en el que la Corte decidió por dos votos contra uno que era inocente. Siento mucho alivio, mucho cansancio, mucha angustia. Aún sigo soñando con fantasmas…” (T)5.

¿Dónde está Dios para los pobladores? ¿dónde está el cabro que nació en una cueva?

Pero en muchos otros sentidos, la construcción de iglesia ha sido experiencia de lucha, aprendizaje, do-lor, parido de amor y de vida. Por ejemplo la toma de Nueva La Legua (1947) se hizo de la mano del cura obre-ro Rafael Maroto. La construcción de organizaciones sociales, culturales, políticas, deportivas fue promocio-nada o albergada por la iglesia. La iglesia fue cobijo y rostro de los perseguidos, torturados, humillados por la dictadura militar y por los luchadores de justicia y verdad. Fue denuncia responsable, ante la indiferencia del estado y de parte de la sociedad civil chilena por las condiciones de pobreza, estigma y violentación provo-cada.

¿Que está pasando en los pobladores y pobla-doras de La Legua, ante la pregunta de qué se espera de la iglesia o qué iglesia se quiere? Los pobladores siguen viviendo desde hace dos décadas, un proceso de desa-filiación. Algunos, porque han visto en otras religiones sentido de Dios; otros, porque los sentidos de ayer de-

Notas:

1 Comenzadohacíafinesdel90enelsurdeambospaíses.Losencuentrostienenuncarácterecuménico,australydiversodehumano.Serealizandosvecesalañoparareflexionarybuscar,encomunidad,lateologíadesdeydelpueblo.

2 AndreaCastillo,MatíasValenzuelayNicolásViel.

3 Todaslascitassonextraídasdelainvestigación“Vidasintervenidas,prác-ticas e identidades en conflicto. La población Legua Emergencia (1949-2010)”realizadaporelautordeesteartículo.

4 Entrevistarealizadaenmarzode2010

5 Entrevistarealizadaenabrilde2010.Loshechosdeabusopolicialgravesemultiplicanconcrecesenlainvestigación,dandocuentadeprácticassiste-máticasdeviolacióndederechoshumanos,queenlosúltimosdosañossehanreducidoennúmero.

vienen vacios hoy, porque la constatación de su realidad genera la pregunta no solo de dónde está la iglesia sino de dónde está Dios. Algunos siguen esperando y que-riendo de la iglesia lo ritual, otros no esperan absoluta-mente nada.

La celebración/liturgia continúa negada. La iglesia-comunidad ignora qué celebrar. Los espacios están marcados por signos y simbolos ahistóricos, ali-neantes con una idea neoliberalizada de la vida. En ul-timo se piensa que no hay nada que celebrar.

No soy parte de está iglesia –dice Nacho-, tam-poco somos iglesia, no queremos iglesia. Porque esa iglesia habla el lenguaje de Dios rey y no del cabro que nació en una cueva, que se hizo último entre los últi-mos, pequeño entre los pequeños, hijo de un carpintero y una mujer como cualquiera y que por lo demás murió preguntando, con miedo, por qué su padre le quitaba la vida en pos de la vida de Otros.

Que la iglesia corte con la jerarquía y con la complici-dad de los ricos

Los pobladores de La Legua, que históricamen-te han visto a una iglesia local jugada por su vida, que mayoritariamente es creyente y quiere su iglesia, que instituyó de hecho, respeto y valoración por su iglesia más que ninguna entidad en la población, quieren que la iglesia corte con la jerarquía y con la complicidad de los ricos y poderosos. Quiere una iglesia que se conmue-va con y entre la muchedumbre, que hable nítida y ce-lebradamente. Una iglesia con buen humor, ecuménica, Nazarena y que de verdad se juegue por su opción pre-ferencial a los pobres, siendo pobre entre los pobres.

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¿Por qué una mirada feminista? No necesito justificar la nece-

sidad de plantearse desde un locus que ha sido considerado uno de los corpus teóricos y movimientos so-ciales, políticos y culturales más significativos del s. XX y que ha desencadenado una serie de trans-formaciones en todos los ámbitos, las cuales siguen en curso. Ahora bien, en lo concreto este escrito es feminista, porque no puedo imagi-narme pensar ni escribir nada que no lo sea. He sido feminista antes de que pudiese discursivamente reconocer y apropiarme de este re-lato específico que busca relaciones humanas completamente otras, dig-nas, justas, inclusivas, para todas y todos sin excepción. He sido femi-nista desde el saber intuitivo origi-nado en el malestar del cuerpo que me enseñó tempranamente que no era lo mismo ser niña que niño.

Escribo desde la concien-cia de que pobladoras, estudiantes, artistas, intelectuales, migrantes, cristianas, ateas, jefas de hogar, les-bianas, indígenas, jóvenes y viejas, trabajadoras todas, nos manifesta-mos de múltiples formas en diver-sas partes del mundo, por nuestras libertades, por la autonomía de nuestros cuerpos, por el derecho a nuestros derechos, por el reconoci-miento de la igualdad fundamental

Mirada Feminista al Concilio Vaticano II: 50 años después1

y de la expresión de nuestras dife-rencias.

Las mujeres católicas no hemos estado al margen de estos procesos, a pesar de las censuras y reprensiones al interior de la Igle-sia y la desconfianza que provoca fuera de ella en las militantes, que no conciben como posibilidad se-guir adhiriendo al cristianismo -en cuanto uno de los principales bas-tiones del patriarcado- y subvertir el orden imperante; pretensión que sí tenemos las feministas cristia-nas.

Por otro lado, ¿Por qué dar-nos el tiempo de pensar un aconte-cimiento eclesial que, más allá de las formas que hace que cualquier estudiante de teología u otra per-sona comprometida pastoralmente “conozca”, para muchas y muchos de dentro y fuera de la iglesia ca-tólico romana, no es más que “his-toria” de algo que pudo ser? De un algo: “para unos, desconocido; para otros, olvidado; para una notable mayoría, incomprendido”.

Lo hacemos justamente por eso, porque queremos mirarnos desde la historia, resistir y recrear-nos desde ella, o, parafraseando al gran pensador argentino Rodolfo Kusch, queremos poner en juego la

verdad del presente, explorando el pasado con conciencia de límite y de liberación.

Aclaro que esto no es un análisis detallado de lo que el Con-cilio puede representar, sino más bien un acercamiento que intencio-nadamente se hace desde un lugar interesado, a saber, interrogar el acontecimiento con ojos de femi-nista y creyente.

1) Contexto

El s. XX cristalizó una se-rie de avances en distintos campos del saber. El normal transcurrir evolutivo de la condición humana, siempre cambiando, se aceleró con la caída de los grandes imperios, los procesos de descolonización, las dos guerras mundiales, la irrupción de las mujeres en el ámbito público, los nuevos descubrimientos científicos, el desarrollo tecnológico, el impac-to de los medios de comunicación, enumeración a la que podríamos sumar una larga lista de otros ele-mentos de diversa índole y grado, enmarañados entre sí como causas y efectos, de una época que vino a coronar la modernidad, como reco-nocimiento fáctico de la autonomía humana, arrojada a su propio arbi-trio.

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Loreto Fernández Martínez

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El surgimiento del Conci-lio no es por tanto un hecho aislado, sino que viene a hacerse parte de los cambios mundiales en curso. Estos deseos venían pujando hace mucho al interior de la propia Iglesia como conciencia de que se necesitaban transformaciones profundas en el estudio de la Sagrada Escritura, las formas litúrgicas, la catequesis, el ecumenismo, el compromiso pas-toral, entre otros aspectos y que se expresaba tanto en la reflexión teo-lógica como en las prácticas ecle-siales (JOC, Acción Católica, curas obreros, etc.) Mención especial merece la Conferencia Episcopal de Río de Janeiro, en 1955 que dio paso a la creación del Consejo Epis-copal Latinoamericano, CELAM, y que por su espíritu de colegialidad episcopal es considerado como un acontecimiento precursor del Con-cilio. Para nosotrxs2, esto tiene ple-na consonancia con la fe, pues la experiencia cristiana se funda en la creencia de que Dios se hace carne humana y que actúa en la historia. Por lo mismo, la fe dice relación a la mirada con la que se aquilatan los hechos y el cómo se busca ubicarse en ellos mismos.

2) Metáfora: Juan XXIII, o cuando hacemos tiempo mientras nos

acomodamos…cuidado Dios nos puede sorprender.

La elección de Juan XXIII se efectuó después del largo pon-tificado de casi dos décadas de Pio XII (marzo de 1939 a octubre de 1958) “Razonablemente” los carde-nales escogieron un pontífice ancia-no, provisional, que diera tiempo de hacer una transición mientras se re-ordenaban las filas vaticanas. Pero a tres meses de su elección, Angelo Giuseppe Roncalli, quien pasaría a la historia como “el papa bueno” sorprendió a todxs, y molestó a mu-chos, anunciando el XXI Concilio

Ecuménico, el I Sínodo de la dióce-sis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. Anuncio que daría paso al Concilio Vaticano II.

El que el Concilio fuera convocado por Juan XXIII quien falleciera ocho meses después de haberlo inaugurado (11 de octu-bre de 1962- 3 de junio de 1963), es un buen recordatorio de como Dios actúa, poniéndose siempre en los márgenes. De este papa que tan poco se esperaba, provino el Conci-lio que tantas esperanzas concitó. Para nosotrxs, que vivimos tiempos complejos, en que por un lado la innegable crisis de la iglesia católi-ca –en que la pedofilia es un triste síntoma de una grave enfermedad- y por otro, los nuevos escenarios culturales y sus cambios vertigino-sos nos hacen muchas veces andar a tientas sin saber qué rumbo se-guir, puede ser fuente de consuelo, ánimo y esperanza saber que com-prometiéndonos también con los procesos que se gestan desde abajo, aquello por lo que no apostaría nin-guna transnacional, solidarixs con los empobrecidos de un sistema que hace desechables a las personas, es-tamos siendo y haciendo parte de la Buena Nueva de Jesús, quien bende-cía el nombre de Dios, por revelarse a lxs pequeñxs (Cf. Mt. 11, 25).

3) Iglesia-pueblo de Dios-presencia de mujeres

No parece razonable ana-lizar el papel de las mujeres en la iglesia y particularmente en el Con-cilio, sólo por el número de parti-cipantes. De hecho, la mayoría de quienes concurren a las iglesias son justamente mujeres, y sin embargo, la estructura eclesial sigue siendo patriarcal, excluyente y hasta misó-gina en ocasiones. Justamente por lo mismo, es que el dato del número en espacios resolutivos adquiere un

ribete particularmente interesante. Los asistentes al Concilio eran alre-dedor de 2500, la mayor parte padres conciliares -obispos de los cinco continentes y superiores genera-les de las congregaciones religiosas masculinas. Había además asesores expertos elegidos por el Papa o los obispos que colaboraban en los tra-bajos de las comisiones; observado-res o delegados de otras confesiones cristianas que inicialmente fueron 31 y culminaron en 93, y finalmen-te auditores: 36 hombres y 23 mu-jeres, representantes del laicado o de congregaciones religiosas feme-ninas, que ingresaron recién en la tercera cesión del Concilio. Es de-cir, la representación de género que demográficamente en el mundo se mantiene alrededor del 50%, en el Concilio fue de 1 a 99...Respetable 1% de mujeres con derecho a “es-cuchar y a acatar” y que no estuvo exento de polémicas, por la moles-tia de algunos que no se resignaban a que féminas estuviesen presentes en tan magno acontecimiento. Sea como fuere, los complejos mecanis-mos que permiten la exclusión por medio de procesos a través de los cuales se reproducen y naturalizan determinados comportamientos, repercute en efectos directos sobre todo el colectivo asociado a dichas prácticas. En este caso, la continui-dad de la Iglesia, su presente y su futuro se juegan en buena medida en si se mantendrá la concentración de poder, tan ajena a la horizontali-dad de relaciones establecidas por Jesús o seriamente se buscarán me-canismos que aseguren relaciones democráticas y participativas.

En este sentido la categoría “Pueblo de Dios” del Concilio quiso afirmar el papel de todxs lxs bau-tizadxs, particularmente del laica-do, reconociendo su participación activa en todas las obras de evan-gelización de la Iglesia y afirmando

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que no somos de segunda catego-ría, pues todos somos llamados a la misma santidad y a compartir la misión que le da razón de ser a la comunidad eclesial. A pesar de las concesiones que dejaron en la Cons-titución L.G. vestigios de una ecle-siología preocupada de mantener el status de la jerarquía, como ejemplo parte del n°27: “Los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que se les han encomendado, con sus conse-jos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su auto-ridad y con su potestad sagrada, que ejercitan únicamente para edificar su grey en la verdad y la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el me-nor y el que ocupa el primer puesto como el servidor n° 28: “…Los pres-bíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los Obis-pos, con todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio…” n°29: “En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos..” y en el n° 30 se menciona, como podemos imaginar, a lxs laicxs: “El Santo Concilio, una vez que ha declarado las funciones de la jerarquía, vuelve gozosamen-te su espíritu hacia el estado de los fieles cristianos, llamados laicos. Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios se dirige por igual a los laicos, religiosos y clérigos; sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, en razón de su condición y misión, les corresponden ciertas particularida-des cuyos fundamentos, por las es-peciales circunstancias de nuestro tiempo, hay que considerar con ma-yor amplitud. Los sagrados pastores conocen muy bien la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia. Pues los sagrados pastores saben que ellos no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífi-ca de la Iglesia cerca del mundo,

sino que su excelsa función es apa-centar de tal modo a los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su modo, cooperen unánimemente a la obra común.” Ya sería interesante anali-zar en sí misma la tensión obvia de estos párrafos entre la mantención del clásico esquema piramidal obis-pos, presbíteros, diáconos y laicos y el que discursivamente en el mismo escrito se apele a relaciones amis-tosas e igualitarias; pero además de eso, en la Constitución Lumen Gen-tium el Concilio nos dejó como lega-do un documento, que apartándose de las primeras redacciones que partían hablando de la iglesia des-de su jerarquía, estableció un orden en que el primer capítulo habla del misterio de la iglesia, el segundo es dedicado al pueblo de Dios y recién en el tercero se refiere al ordena-miento jerárquico. De este modo, se impulsa una saludable y evangélica eclesiología –hoy en desuso en mu-chas partes- que con claridad esta-blece que el corazón de la iglesia no está en el poder sagrado de unos pocos que se ejerce sobre fieles ne-cesitados de guía, sino de la comu-nión en hermandad y amistad de un pueblo donde “no hay judío, ni griego, ni esclavo ni libre, ni hom-bre ni mujer” (Ga. 3, 28) Con la mi-sión de compartir gozosamente el mensaje de vida buena y abundante de Jesús. La “sacralidad” entonces, corresponde al Pueblo de Dios en su conjunto y el Vaticano II, hizo con-ciencia de que la Iglesia ha de ser sacramento de la unión de Dios con un mundo del que ella es parte, no centro. Un modelo de iglesia así, le-jos de la concepción quiriarcal que concentra el poder de algunos va-rones privilegiados sobre otros va-rones y sobre todas las mujeres, es plenamente compatible para las as-piraciones de feministas cristianas, si se establece de modo orientador hacia relaciones cada vez de mayor

igualdad, en que no se necesiten establecer jerarquías, sino ministe-rios entendidos como servicios, que pueden ser efectuados por todxs al interior de la comunidad, en proce-sos rotatorios y democráticos que permitan un discipulado de igua-les.

Además del 1% de audi-toras, el Concilio dedicó algunos párrafos a las mujeres, particular-mente en la Constitución G. S: “Las mujeres reivindican, allí donde aún no lo han conseguido, la igualdad de derecho y de hecho con los hom-bres” (GS 9), “es lamentable que los derechos fundamentales de la per-sona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libre-mente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y una cultura iguales a las que se conce-den al hombre” (GS 29), “la activa presencia del padre contribuye so-bremanera a la formación de los hi-jos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar que necesitan principalmente los niños menores, sin dejar por eso a un lado la legítima promoción social de la mujer” (GS 52), “las mujeres actúan ya en casi todos los campos de la vida, pero es conveniente que pue-dan asumir plenamente su propio papel según su propia índole. To-dos deberán reconocer a la mujer la participación propia y necesaria en la vida cultural y promoverla” (GS 60).

Junto a ello, se dedicó pa-labras especiales a las mujeres en el punto 4 del Mensaje Final del 8 de diciembre de 1965, donde se llega a decir, sin ningún sentido de propor-ción ni autocrítica, que: La Iglesia está orgullosa, vosotras lo sabéis de haber elevado y liberado a la mujer,

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de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, en la diversidad de sus caracteres, su innata igual-dad con el hombre.

Tanto los números seña-lados como el mensaje final no pasan de ser actos de corrección y hasta buena voluntad, que sin em-bargo, mantienen una visión de las mujeres estereotipadas en su rol de compañeras y no como sujetas de su propia existencia, usando un tono anacrónico muy distinto al contex-to de revolución cultural mundial en el que se dieron y evidenciaron que tanto en las expectativas de apertura que suponía la iglesia de los 60´ como ahora, la jerarquía tiene serias dificultades para enten-der que el mundo cambió y sigue cambiando y que la real igualdad de participación para varones y mu-jeres, es un piso ético mínimo si se quiere ser, como se pretende, una voz autorizada como “experta en humanidad”.

4) ¿Qué podemos esperar? Escuchando voces de quienes

escucharon el Concilio

El pastor metodista argen-tino José Míguez Bonino, compar-tiendo en un Congreso en México en 1964 lo que estaba aconteciendo en el Vaticano II, al que asistía in-vitado como observador, comentaba con respecto a los padres concilia-res: “El contacto con la realidad los ha despertado.[…] Y así, llevados por una urgencia misionera y so-cial, se ven conducidos a estudiar y apreciar ideas más profundas de renovación[…] Me parece que este es el mayor signo de esperanza”.

Por su parte, la uruguaya Gladys Parentelli, quien asistiera como auditora, planteó en los 90’: “La Iglesia como institución debe-ría desaparecer porque es un mal

ejemplo. […] La peor de todas las jerarquías es la del Vaticano. Lo que le interesa es su propio poder. La Iglesia que queremos las mujeres no tiene que ver con la actual, autorita-ria en extremo, vertical, patriarcal, machista, que acumula riquezas y predica cosas de la boca para afue-ra. Hay poco espacio para la liber-tad, la compasión, la solidaridad y el amor pleno.”

¿Con qué quedarnos?¿Las grandes expectativas que se gene-raron en un primer momento y que dieron paso a cambios sustantivos en la Iglesia, o en el desengaño de quienes vieron frustrados sus an-helos al ver que al poco correr del tiempo se impuso un estilo que fue acallando el ímpetu renovador del Vaticano II?.

No estoy segura; pienso que la incertidumbre es un factor siempre presente en la historia, más allá de cualquiera de las leyes que pueden operar en los procesos so-ciales. Esta apertura a multiplicidad de escenarios, nos da un margen de libertad que tendría que ser alicien-te que nos anime a leer y re-leer el Concilio, apropiándonos creativa-mente de lo que fue, de lo que pudo ser y de lo que eventualmente pue-de dar. Al respecto les comparto dos inquietudes, que surgen de mis propias cavilaciones. La primera es que no pienso que avancemos si nos situamos desde ideas románti-cas cargadas de nostalgia. La iglesia cambió y el mundo también. Las esperanzas se tendrían que fundar en nuestra osadía de mirar el ayer para aprender, el hoy para ver don-de está pasando Dios y animarnos a actuar en consecuencia. Tendría-mos que afinar el oído y reconocer que la Ruah ocupa formas, lengua-jes y expresiones muy diferentes a nuestros archiconocidos discursos. Lo segundo: tampoco me parece

que podamos situarnos en una cri-ticidad desde el “no lugar”, la meta historia, con la pretensión de que superamos las contradicciones de los procesos históricos. ¿Y si dejaste la iglesia simplemente para repro-ducir las malas prácticas en otros espacios? ¿Después de la disidencia qué?.

El presidente Salvador Allende, nos decía en su ya míti-co discurso radial minutos antes de morir: “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Los deseos de cambio que favorecieran a todxs, particularmente a las clases trabaja-doras y a lxs empobrecidxs que ani-maron esa época en nuestro país, parecían completamente aniqui-lados por la dictadura y el modelo que impuso. Hoy, casi 40 años más tarde, volvemos a sorprendernos escuchando en boca de nuestrxs jóvenes las proclamas políticas de antaño, pidiendo justicia, igualdad y dignidad, pareciera que algo está cambiando, algo está por suceder… Entonces, ¿Por qué no parafrasear y decir “El Concilio es nuestro, lo hace el Pueblo”? ¿Es que Dios no hace nuevas todas las cosas? (Apoc. 21, 5) Puede que no lo veamos, que no nos demos cuenta, pero “Lo viejo y anticuado está a punto de desapa-recer” (Heb. 8, 13).

Notas:1 Adaptado de presentación en Escuela

Graduada de Teología, Universidad Cen-tral de Bayamón, Puerto Rico, 8 de marzo de 2012

2 En aquellas palabras cuya terminacióndenotagéneromasculinoofemenino,uti-lizaré [X] como una fórmula de lenguajeinclusivoqueasuvez,aligere la lecturadeltexto.

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