Tangurria ebook

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Fecha de catalogación: 23/02/2012

Marcela Minakowski: [email protected]

Auspiciado porOficina Municipal de Letras de Tres de [email protected]

Tirada de la presente edición: 300 ejemplaresDiseño interior y de tapa: Marcela MinakowskiColaboración en arte de tapa: Lucía Drocchi y Antonio ScuderiTraducción de Mamy blue: Mirta Kocjancic

ISBN: 978-987-1718-11-5Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Minakowski, Marcela Roxana Tangurria. - 1a ed. - Caseros : Municipalidad de Tres deFebrero. Oficina Municipal de Letras de Tres de Febrero, 2012. 128 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-1718-11-5

1. Narrativa Argentina . I. Título. CDD A863

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Marcela Minakowski

Auspiciado porOficina Municipal de Letras de Tres de Febrero

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Al Tano y Luli(mis padres)

A Facundo(mi también padre)

in memoriam

A su generación

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Agradecimientos

*A Julio Vivas, mi compañero, por su caminar lado alado, siempre.

*A Jimena, Pedro y Lola, porque este libro, como todolo demás, es para ellos.

*A Michi, testigo de toda mi vida, por toda esa vida juntos.

*A Antonio Scuderi, por unas palabras que no quisofirmar, por otras que sí y por todas las que compartimos.

*A Lila Ferro, por dos versos que nunca le agradecí ypor la lectura crítica de Tangurria.

*A Roberto Surra, porque sin su estímulo no hubierallegado a este lugar ni a muchos otros.

*A mis talleristas, por su enseñanza de todos estos años yporque soy mejor gracias a ellos.

*A Roberto Martínez, de Grupo Cautivo Editor, enamistad.

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Tangurria: una novela de Estados que dará Hambre de leerPor Cecilia Propato

Cuando se piensa en el tango, se piensa en el enarbolamiento delo romántico: aquello que rompe lo clásico pero recuperando lastradiciones pasadas, las que tienen que ver con lo arquetípico y lonacional; en la contraposición de lo cotidiano frente a loextracotidiano que puede aparecer en la dicotomía día-noche,pasado-presente; la búsqueda de lo ideal ya sea tanto en cuantoal amor como en cuanto a una situación deseada; el sentimientode choque entre lo que se piensa de la realidad y lo que la realidades y, por tal motivo, la aparición de la melancolía. El elementoromántico del tango tiene algunas características del movimientoque nació en Alemania e Inglaterra pero, a su vez, tiene laparticularidad de ser una creación a imagen y semejanza de BuenosAires con todos los detalles del Grotesco Rioplatense que se edificóde la mano del dramaturgo Armando Discépolo a través de susmaravillosas obras Babilonia, Stéfano, entre muchas otras. Eltango siente la realidad como un puñal que está escondido y, queen los momentos de felicidad, aparecerá con todas las fuerzaspara clavar los corazones débiles y llenos de esperanzas frente alamor. El tango es nostalgia. Es espera. Es bandoneón. La autorade Tangurria, Marcela Minakowski, cita en su nouvelle a EnriqueSantos Discépolo, el hermano de Armando: “El tango es unpensamiento triste que se puede bailar”.

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Tangurria es como unos pasos de tango, tiene esa estructura y esamúsica interna. A García Márquez le costó casi diez años encontrarla música interna de Cien años de Soledad pero la espera valió lapena. La música interna de una novela sería la forma en que cuentany piensan los personajes pero como si ese modo se pudiera dibujaren un pentagrama. Minakowski encontró en esta nouvelle la bellezade su propio pentagrama que está edificado en cinco capítulos ytiene un epílogo. La tristeza es la nota que más aparece.

El texto de M.M. está atravesado temáticamente por el tango aunquesemánticamente la escritora lo usa con gran inteligencia, en formaincidental, como fondo y como entramado, para hablar de la historiadel personaje Paloma y su entorno en el transcurso de la últimadictadura militar que padeció la Argentina entre 1976 y 1983, aunquela nefasta Triple A había comenzado con los métodos de “chupar”gente en 1974 que hicieron de escuela para el llamado Proceso deReorganización Nacional, como si organizar significara secuestrar,torturar y matar. Hay muchas palabras que en la Argentina y enalgunos países de Latinoamérica tienen otro sentido que el deldiccionario universal. Por ejemplo, la palabra Desaparición. Ladesaparición es made in Argentina. Lamentablemente es bienautóctona como el mate. Desaparecer para los argentinos es algotan cercano pero innombrable al mismo tiempo. Es siniestro comodiría Freud, es familiar, conocido, próximo pero al mismo tiempo esun hecho que de solo pensar es intolerable y se lo pretende alejar,distanciar porque la verdad hiere demasiado. Desaparecer no esmorir, no es estar presente, no incluye la despedida ni tampoco

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implica dar señales de vida. Es la suposición que carcome el espíritu.Desaparecer es el peor interrogante, la duda, el escalofrío, lomonstruosamente inexplicable, es la intención de hacer perder laidentidad, el flagelo para el sujeto pensante.El no poder tener un sepelio, el no poder enterrar a los propiosmuertos –pilar fundamental en todas las culturas que celebran elciclo del final de la vida– significa la mayor pérdida de lasubjetividad y un insulto a la historia particular y social.Nos podríamos preguntar por qué este tema de los Desaparecidosno cesa en todas sus voces, escritores, músicos, pintores, por quélas Madres de Plaza de Mayo siguen caminando en círculo, cualcoro griego que reclama justicia o por qué las abuelas buscan a susnietos expropiados a manos de los dictadores, dispuestos en hogaresque no son los suyos y engañados. Y la respuesta es: porque es undeber ético, porque la verdad tiene que salir a la luz y porque es undeber humano reclamar lo que es de la propia sangre y con estoanteponer la equidad a la delincuencia de estado. Hasta que no sesepa y no se encuentre el cuerpo del último desaparecido, las Parcasde esta enorme tragedia que sucedió en la Argentina no dejarán derondar y clamar. La otra pregunta es por qué sucedió la dictaduraen este país, qué pasaba con el pueblo ante los militares, pero lasposibles respuestas las dejamos para otro prólogo.

Tangurria fluctúa entre estas dos preguntas y plantea una tercera:cómo quedó la vida de los familiares de los desaparecidos y de unpersonaje en particular: Paloma. Ella ha sido dañada en susubjetividad. Extraña por sobre todos sus afectos a Patricio, Pato,

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Patito, su hermano desaparecido y va construyendo su vacío através del tango, a través de la búsqueda del amor que nunca lacompleta y que aparece a través de Abelardo, Oliver y Ernesto.Tal vez detalles de cada uno de ellos le devuelven el recuerdotibio de su hermano pero ninguno de ellos la completa. Su vidaestá fragmentada, partida y trata de construirla de a poco. Elladice no ser apta para armar una familia tradicional, para tener unhogar y esas cosas. Cómo poder armar un hogar si siendo muyjoven le desarmaron el propio por la fuerza. Cómo poder armarun ovillo si parte de la madeja está cortada y partida.De alguna manera, la nouvelle plantea la pregunta acerca de quéqueda luego de la desaparición del ser querido, cuántas piezas delrompecabezas de la vida de los que esperan se han perdido ydeformado. Cómo se vive con esa herida que no cerrará nunca ycómo se recompone una persona cuando aparece la desolacióndel no saber cómo, dónde, cuándo y por qué…

En la nouvelle se usa un lenguaje ágil pero muy poético a la vez.Inclusive hay poesías escritas por la propia autora y en esa búsquedaestilística aparece el quiebre de las bases de la narrativa clásica paraque nazca un lenguaje tan variado y diferente como lo son lospersonajes entre sí. Aparece el tópico de la Capital y sus eleganciasfrente al Gran Buenos Aires y la dialéctica del barrio y sus códigos.Esto equivale un poco a la temática recurrente del realismo social dePayró o de Florencio Sánchez que plantea la contraposición campo-ciudad y los enfrentamientos entre los personajes de un lugar y deotro. Junto a esto surge el choque de clases sociales como por ejemplo

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la del personaje Abelardo que es vendedor y vive en una pensión enCaseros, en la parte Oeste del Gran Buenos Aires y Oliver o Ernestoque son de clase media acomodada en ascenso. En cambio, Palomapertenece a una clase inclasificable, los bohemios, quienes generancuriosidad de todos los sujetos llamados “normales” o “comunes”.

Dentro de estos universos planteados, nos encontramos con unajoya en el texto que es la descripción del cuarto de pensión deAbelardo y su rutina de ir a las milongas que provoca una empatíaque fluctúa entre la ternura y la sensación de que todos, aunqueno hayan vivido de ese modo o esas situaciones, conocen eseandar y pueden identificarse. Se pueden sentir sonidos, olores,presentir colores a través de la narrativa que elabora M.M.

Otro de los hallazgos, entre tantos, es la definición de Tangurria,como además se llama el libro. La creación de definiciones propiaspara las ansiedades y necesidades emocionales de los personajes,es parte de esta característica romántica y de esta nouvelle quepodríamos llamar de Estados. Estados de ánimo. Algo melancólicos,como el tango o como el argentino medio, sobre todo el que vive enBuenos Aires y Capital Federal, que no puede destrabar su historiadolorosa, le cuesta seguir adelante pero la lucha, despacio comouna hormiga va para adelante aunque a veces, con una vaga nocióndel futuro.Tangurria dará hambre de leer. Se lo devorarán. Sentirán que sonalgo misteriosos, sentimentales y tristes como Paloma. Pedantes,algo neoliberales, negadores y seductores como Oliver.

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Contradictorios, con doble moral pero románticos como Ernesto.Opacos, comunes pero al mismo tiempo apasionados como Abelardoy, en definitiva, sentirán que también velan por algún desaparecidoporque aunque no tengan esa historia en vuestra familia, la tendráel vecino de enfrente, de la otra cuadra o de la vuelta. Y no hay quecerrar más la puerta con doble cerrojo, callarse y decir que no sevio nada. Hay que dejar que el miedo lo tengan los represores ydenunciar, hablar y sacar a la luz cada injusticia porque una migajade nieve se puede convertir en una avalancha.

Como los mejores libros, Tangurria de Marcela Minakowski seconvertirá en esa nouvelle que se tiene en el estante más cercanoa la cama. Lo ojearán una y otra vez luego de haberlo leído variasveces y se lo pasarán a otros seres queridos para que lo lean ysepan, sobre todo las nuevas generaciones, que la libertad es underecho que debe estar dado, no un bien a conquistar.

*Lic. Cecilia Propato: es dramaturga, guionista de cine, directora deteatro, ensayista y docente. Es artista multimedia. Escribió más de30 obras, entre ellas Romancito, En lo de Chou, y La 45. Sus piezasteatrales están traducidas a diferentes idiomas y publicadas endiversos países. Ha ganado varios premios nacionales einternacionales y sus obras se ponen en escena en Argentina, España,México, EEUU, Inglaterra, Portugal, Brasil, entre otros países.

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El tango es un pensamiento triste que se puede bailarEnrique Santos Discépolo

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AménTrasluz de confitería.

Vos: cosas... tu menta. ¡Un tango,tan seis de la tarde y rubia!

Yo –menos–: tal vez, teníaun poco de frío. Un mango.

Y en medio: un cristal con lluvia.

Horacio Ferrer (de Romancero canyengue)

***

Questa bambina ha uno sguardo triste

Doña María

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Mujer que espía el pasado a través de una ventana

y las anotaciones menores

que pueden volverse tesoros

Lila Ferro

Jueves. Tal vez sombra.Él fuma lentamentey entre el humose desplazan silentes geografías(fiordos de mujer,islas de vidrio).Ella es niña:acerca los pies hasta la estufay espanta con la manolos países que quedaron en el aire.Él le cuentahistorias de aparecidos,fantasmas que destrozansu última pesadilla.Ella sueña fácilmentemientras imploraverdades que no quemen.

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Entonces,la mujer que espía, desdoblada,descubre un mueble alto,de madera,en el instanteen que el cajón del mediodespliega su fantástica mandíbulay le arrojaalgunas cartas,unas cuantas fotos desteñidasy las anotaciones menoresque pueden volverse tesoros:

una vieja lista del mercado,un recado en la heladera,un papel con cuentasy una hoja en la que nadangarabatos, letras sueltasy dibujos de casasy caminos.

Marcela Minakowski

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Capítulo cero

5 de abril de 1976.Lunes. 17.30

–¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplasPatricio, que los cumplas feliz! ¡Dale, Patito, soplá las velitas,dale!–¡Mirá, sopla para arriba! Es hermoso, Pablo, mirá qué hermosoes…–Sí que es lindo el pendejo… Dale, preguntale cuántos añostiene. Me encanta.–Sos un fanático vos.–¡Es que hace la “V”!–Cumple dos años, cómo querés que ponga los deditos…–El pibe sabe, Paula, sabe. No es casual. Ya sé que cumple dos.Pero que el pibe hace la “V”, hace la “V”…–Vení Paloma, dale un beso a Patito.Está todo lleno de mocos y baba. Yo no sé qué le ven…–Feliz cumple Patito.–Dale Paloma, dale el regalito.Se lo voy a hacer pelota el regalito. Yo tuve que esperarcinco años para la bici y a éste le compran el triciclo. Más

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vale que para los nueve me regalen una cama nueva, yo enla de arriba no duermo más.–Tomá Pato, el triciclo. Mirá qué lindo. Te voy a enseñar a andar,¿querés, querés con la hermana? Vení con la hermana Patito.Vení con la hermana…–¡Patricio, no le pegues a Paloma! Andá con papá que corto latorta.–Mami, ¿por qué no viene nadie al cumple de Patricio?–Cómo nadie, Paloma, ¿y nosotros qué somos?–Sí, pa, pero al mío vinieron mis amigos y los abues y hasta eltío… Hoy no viene nadie.–Es que pasan cosas, Palomita, papi ya te explicó algo. Pasancosas y la gente tiene miedo.¿Por qué sacaron los libros de la biblioteca?–Me quiero ir el fin de semana a lo de los abues. Pero sola, sinPatricio.–Bueno, Palomita. Igual Patricio es muy chiquito y no se queda enotro lado. Andá si querés. Después le pido el teléfono a Nené yllamo al abuelo Carlos y le pregunto si pueden, ¿querés? Ahoracomé torta con tu hermano.

23 hs.–¿Los tapaste bien?–Sí Paula, siempre los tapo bien. Igual si querés revisá.

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–Che no te pongas así. Sabés cómo soy con los chicos. Másahora.–La frazada no los va a proteger de nada.–No hables así que me asustás. ¿Quemaste los volantes y losdiarios?–…–Pablo, ¿los quemaste?–Sí Paula, los quemé. Igual…–¿Igual qué, Pablo? ¿Qué pasa?–Raúl. No sabemos dónde está Raúl.–…

23.30–Hice un pozo debajo del banco. Los papeles están ahí. Y cambiéde lugar el revólver. Los papeles los va a venir a buscar Rodolfo.El revólver…–¡El revólver nada, Pablo! Te dije que no quiero armas en casa.Los chicos…–¡¡¡Quién los va a defender a los chicos, eh, quién!!! Ya teexpliqué y te enseñé todo lo que tenés que saber. No me digasmás nada, querés.–Pero…–Perdoname…

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9 de abrilViernes. 18 hs.–Dale Paloma, ponete el montgomery, abrochate hasta arribaque hace frío.–Y juntá los juguetes. ¿No te llevás nada a lo de los abues?–El muñeco de tres caras y la ropa.–No, toda la ropa del muñeco no, Paloma, la casa de los abueses chiquita y dejás todo hecho un lío.–Con el abuelo vamos a ir al Ital Park. Voy a ir a los autitoschocadores y al cinema 180 y seguro que el abuelo me compragarrapiñadas. Y nos vamos a sacar fotos…–Dale Paloma, ahí vino el abuelo. Abrochate te dije. Dale unbeso a Patricio y a papá.–Chau, pa, chau ma. Chau Patón. Basta, Pato, soltame. Nollorés, el domingo vuelvo. Chau.

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Capítulo I

AbelardoTu frente triste de pensar la vidatiraba madrugadas por los ojos.

Cátulo Castillo (A Homero)

¿Que dónde conocí a Paloma? Mire, no es tan simple. Paracontarle eso tengo que retroceder más de lo que usted cree. Talvez hasta mi nacimiento... pero no quiero fastidiarlo. Volverésimplemente a mi infancia y sólo para demostrarle por qué aveces me siento un vagabundo espiritual, un eterno disconforme.Entonces, soñaba con ser cantor de tango. Claro, nadie sueña conel oficio de vender medias y cinturones, o almanaques. Yo solamentequería cantar y, tal vez, bailar. Mi viejo me hacía escuchar a losgrandes de ese momento, pero el que más me gustaba era el Polaco.No me sentía diferente de los otros chicos, porque compartíamosjuegos, aventuras, algún pucho robado y, además, me gustabanlas pibas y ese sí que era un punto de contacto con ellos(solamente con ellos, porque lo que menos había con las chicasera contacto). Ahora que le digo esto... anote, hágame caso...nunca voy a olvidar la primera vez que rocé la cintura deMagdalena... Teníamos trece años y estábamos sentados en la

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casa de ella, esperando que la abuela nos sirviera la leche. Yoquise alcanzar mi portafolios, uno de esos marrones que teencajaban antes, usted se debe acordar... Bueno, el portafoliosestaba una banqueta más allá de Magda y al pasar el brazo pordetrás de ella, sin querer, juro que sin querer, mi mano rozó todala extensión de su cintura. Un fuego inexplicable trepó desde misdedos… me llenó todo el cuerpo de un dolor desconocido… oítruenos, pero no recuerdo que hubiera tormenta. Creo que mepuse rojo, como ella. No sé qué buscaba en mi valija, pero todose cayó al piso y Magda tiró una taza y nos salvó doña Gina,diciendo qué barbaridad, mirá el lío que hicieron, en quéestarán pensando ustedes. No volví a merendar en la casa deMagda. Unos años más tarde, completamos el juego iniciadosin darnos cuenta, pero esa es otra historia, ya que usted quieresolamente que le cuente sobre Paloma.Yo era un romántico. Incurable era. Mis amigos se volvían locospor visitar las geografías de las chicas; yo también quería, claro,pero me acercaba a ellas con cartas, flores que sacaba del jardínde mamá, alguna pulserita que le robaba a mi hermana. Ellas sederretían y siempre ligaba lo único que podíamos ligar en aquellostiempos: promesas.Un día fuimos todos a un parque de diversiones que habíaninstalado junto a la estación del tren, en un terreno que se usabasolamente para picaditos entre muchachos y recorridas alatardecer de parejitas de no más de quince años. Era increíble,

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pero en dos días lo habían montado. Nos subimos a todos losjuegos. Alfredo casi se muere en el tren fantasma y yo, que letengo pánico a las alturas pero no dije nada, advertí lo pequeñosque éramos, mirando a mis amigos desde La vuelta al mundo.Cuando se hicieron las diez, hora pactada con los viejos paravolver, descubrimos a la gitana.¡Dale, Abelardo, andá vos, a ver qué te dice!, me empujabanlos pibes. Yo no quería. ¡Ah, sos un cagón, tenés miedo de quete diga que la Magda no te quiere! Ahí, me tocaron el orgullo.O el corazón. Y fui.A ver si me entiende: yo tenía quince, dieciséis años. Rara vezhablaba con mujeres, menos si no las conocía. Ni en la más locade mis fantasías hubiera imaginado tener frente a mí a semejantehembra, y para colmo, adivina: el solo hecho de suponer quepodía adivinar el pensamiento invadía mi mente de obscenidades,de deseos sin nombre, de confesiones. No sabía qué decir, niqué hacer; frotaba las manos contra el pantalón de pana azul ymovía rítmicamente la pierna derecha, como siempre que mepongo nervioso.Se llamaba o se hacía llamar Caridad. Me miró desde unasuperioridad insoportable y sin saludar siquiera me pidió que lemostrara las manos. Yo las extendí. Palmas arriba, moreno,me dijo. Las di vuelta. Estaban húmedas y frías.–Veo... un árbol de hojas amarillas... –me dijo–. Un puente... untren... una ilusión cortita como tu pelo, moreno... Un auto negro

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y un pariente que se va a la sombra... se va porque quiere irse...vas a tener miedo, moreno, pero te servirá...Ahí empecé a prestar más atención. Las monedas que le colgabandel cinturón hacían un sonido... amargo... áspero. No supe porqué. Ella siguió hablando:–Vas a querer irte... pero no será el momento... llegará entoncesla mujer de los ojos tristes.La gitana permanecía a una distancia prudente: nos separabauna mesa vieja, de madera. De golpe, se incorporó, soltó mismanos y extendiendo el índice lo acercó hasta mi cuerpo,trazando con la uña pintada de violeta un surco invisible desdemi pecho hasta el nudo que tenía en la garganta.–El corazón, moreno, y la palabra, te rescatarán de lo oscuro...y la mujer de los ojos tristes te hundirá su puñal de rosas. Ahorano entiendes... pero entenderás... Son cincuenta centavos...Me aparté y hurgué en el bolsillo del pantalón. Le dejé setenta ycinco.

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Oliver...qué raro fue tu adiósde espina y de jazmín,

como una cruz y una caricia...Héctor Stamponi (Un momento)

Sacudió el attaché. Las gotas salpicaron la alfombra azul de laoficina y los costados de su escritorio. No importaba: despuésvendría Josefina y se encargaría de todo. Se sacó el piloto y locolgó en el perchero de madera y bronce.El día se había planteado diferente; acostumbraba ir al trabajoen su auto, pero un cansancio repentino lo hizo cambiar de planes:dejó el auto en la cochera, le avisó a su mujer que podría usarlosi lo necesitaba y decidió tomar el subte.Llegó a la estación y una vez en el vagón pudo elegir su asiento yver cómo las anillas se balanceaban acompasadamente, hundidobajo la tierra, tranquilo y dejándose llevar. Eso le hacía bien, dejarsellevar, aunque rara vez podía darse el gusto. La empresa, Alicia, elauto. Por eso disfrutaba plácidamente de esa sensación.No viajaba mucha gente. Dos o tres chicos se le acercaronvendiendo estampitas y lapiceras. Los ignoró. Llevaba el diario yun libro con novedades de diseño gráfico, pero rechazó la idea deocupar siempre el tiempo en algo útil; se dedicó, en cambio, aobservar a través de las ventanillas el paisaje de pared y oscuridad

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que se le ofrecía. Entre Dorrego y Malabia una fosforescencia enlos costados del túnel lo sorprendió; prestó atención y pudo verque alguien había pintado imágenes que, a la velocidad que llevabael tren, daban la impresión de movimiento. Qué ingenio, se dijo,es como un dibujo animado. Lo que vio fue un joven vestido denegro, cara imprecisa, que corría. Un poco más adelante, entreMedrano y Gardel, otro dibujo: un hombre con traje azul, como elsuyo, también corría, mirando hacia atrás.Llegó a Florida. Al salir a la superficie, la tormenta. En la editorial,no comentó a nadie lo que vio desde el subte. Se lo reservó ysecretamente decidió que al día siguiente tampoco llevaría el auto.El día transcurrió como cualquier otro: habló con Águeda y latranquilizó: el libro estaría terminado para el viernes; discutió conel personal de imprenta y con el encuadernador; hizo sushabituales retoques personales al diseño de un libro de ensayos;finalmente, buscó en internet alguna información sobre FlorencioPérez. No encontró nada.Esa noche regresó a su casa en colectivo, porque eran más delas once. Alicia lo esperaba con su ritual de petit fours y cafécon una sola cucharadita de crema, bien batida y sin azúcar.Miranda dormía en la cuna.Repasó la lista de recuerdos de los últimos dos años: conoció aAlicia, cuatro meses de novios, casamiento y Miranda. Listo.Dos años.Y tres sin Paloma.

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ErnestoSólo y triste por la acerava este corazón transidocon tristeza de tapera...

Enrique Cadícamo (Garúa)

Consultoriodeldoctorfuentesbuenastardes... Ah, sos vos... sí, quéhacés... sí, todo bien, tranquila, no hay pacientes ahora... No,no, Ernesto no está, por suerte salió a hacer un domicilio, estácon un humor de perros... no, conmigo no, pero algo le debeestar pasando porque está insoportable... qué sé yo, no sé muybien, pero algo con la mujer o con la mina esa que te conté elotro día... sí, ésa, la que llama los viernes... sí... no pude pescarmucho porque cuando llama tengo que poner mi mejor cara deotaria y hacer cualquier cosa con la compu o revisar las historiasclínicas mientras trato de cazar algo, pero habla desde elconsultorio y de acá mucho no se escucha... se fue a las dos ytodavía no volvió ni llamó, y eso que siempre llama cuando va ademorar, pero ya ves, son las cuatro y media y ni noticias... paramí es mentira lo del domicilio de hoy, yo no tomé ningún llamadopidiendo una visita, dijo que lo recibió él, pero qué querés que tediga... no, no escuché nada, para mí es mentira y se fue aencontrar con la mina... una tumba soy, y él lo sabe... no, nena,cómo me va a contar, soy una tumba pero no es idiota, esas

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cosas no se cuentan, menos a la secretaria... nada que ver... sí,la mujer llamó hace un rato y le dije eso, que fue a hacer undomicilio, me preguntó si era lejos y le dije que no sabía, que escierto, pero creo que no me creyó... sí, es muy celosa, pero noes para menos, con la pinta que tiene Ernesto... conmigo jamás...en serio, mirá si no te contaría algo así, además a mí no meimporta lo que hace o deja de hacer, lo único que me importa esque no se la agarre conmigo cuando tiene algún lío con las minas...claro que sí... está triste, como ido, no sé, me parece que estamina le debe haber pegado fuerte... ayer, por ejemplo, puse lamúsica esa que me grabó Hernán, los temas en francés, y mepidió que apague el equipo un rato... no, re bajito estabaescuchando, pero le molestaba... algún recuerdo quizás... quésé yo, mirá lo que me preguntás, eh... no sé, la cosa es quesaqué la música y no volví a poner más nada, pero me dio unabronca, ahora aprovecho que no está y estoy meta Jacques Brel,Delon, y también puse a los tanos, que me encantan... también lemolestan los tanos... de tango ni hablar, con las pálidas que tiranen una de esas se tira por la ventana si pongo Los mareados...no, el nombre no te lo pienso decir, ya te dije que soy una tumba...sí que confío, pero para qué lo querés saber si igual no laconocés... y si la conocés, es mejor que no sepas... cómorompés, te digo que no... más tarde te llamo y te cuento si hayalguna novedad... no, hoy no, me viene a buscar Hernán y vamosa ir al cine... todavía no sé, veremos... por Lavalle... qué risa, me

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acuerdo la última vez que anduvimos por Lavalle, llovía, despuésse vino una tormenta tremenda y no encontrábamos ningunapelícula que nos gustara, así que nos fuimos a nuestro hotelucho...je, je, claro que la pasé bomba... a ver... esperá que me tocan eltimbre... uy, carajo, es la mujer... ¡a ver si se enteró de Paloma!,ay, se me escapó el nombre... sí, sí, así se llama la mina... no sé,nunca viene la esposa al consultorio... sí, sí, después te llamo, sise arma te cuento... sí, un beso, chau, chau...

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Capítulo IIA yuyo de suburbio

su voz perfuma...Homero Manzi (Malena)

Eran cerca de las once cuando llegaron a sus casas. Durante eltrayecto tus amigos se habían reído a carcajadas de laspredicciones de la gitana y corrían burlándose.–¡Ay, moreno! ¡Si sigues así te crecerán pelos en las manos!–¡Uy, sí, mírate!, ¡adivino que tendrás que afeitarte!Vos, a pesar de reír con los muchachos, no podías apartarte delas predicciones de Caridad. Pero no dijiste nada.Unos días más tarde te internabas con Magda en el territorio delque no se vuelve: la búsqueda constante, intensa, de tu otra mitad,el mito del alma gemela. Pasarían años hasta obtener, apenas, unacercamiento a la promesa.Magda era una adolescente jugosa, inspiradora. Tenía quinceaños y era su primera vez; vos también cumplirías esa tarde conel rito de pasaje. Te habías resistido a las invitaciones de losamigos de tu padre a que te estrenaras con “profesionales”, sobretodo después de comprobar que él mismo, Leopoldo, o donPolo como lo llamaban en las mesas de billar, de vez en cuandoy a pesar de los años que llevaba casado con Marta, seguíaasistiendo a esas casas misteriosas y prohibidas.

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No elegiste a Magda únicamente porque te gustaba, sino porqueexperimentabas un rechazo casi animal hacia la idea de compartirmujeres con tu padre y un secreto apoyo hacia tu madre. Magdaera la mujer sin pasado y sin futuro (en algún sitio, vos sabíasque sin futuro).Hicieron el amor sin saber bien a dónde iban, sin conocer carasprecedentes, ni presentir las palabras y los sonidos que debíandejar escapar. Hicieron el amor en silencio, algo avergonzados.Investigaron olores sin saber que lo hacían y fundaron una patriacuyas raíces serían siempre eso: raíces. Tu instinto trató dedesenredar los rulos de Magda, al tiempo que ella hundía losdedos en tu pelo corto y ondulado, con una suave torpezairrepetible. Se quitaron la ropa a medias, sólo a medias, al igualque la inocencia, que fugaba despacio y silenciosa.Varias veces más se encontraron a escondidas en la pieza dearriba de la casa de su abuela. Doña Gina creía que estudiaban,y no estaba tan equivocada: se recorrieron las breves historias,plantearon teorías de conjuntos trazando intersecciones, rodaronsobre los misterios del lenguaje, viajaron cada uno de sus islotes,sus montañas, sus valles y adivinaron los países que el sudordibujaba en sus remeras. Después, en un callado recorrido, sebuscaron las miradas en la muda complacencia, en la silenciosafrustración: ella, un tanto avergonzada; vos, sintiéndote hombre.

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Don Polo no había sido siempre un padre distante. Todo locontrario: cuando eras chico solía sentarse con vos a escuchartangos por la radio. A vos te gustaba, más que cualquier otro,Goyeneche. Don Polo lo sabía, así que cada vez que podía tecompraba algún disco. Esperaba a que volvieras del colegio y tedecía las palabras con que siempre iniciaba esa ceremoniacómplice que los acercaba: ¿A que no sabés? Entonces, vosjugabas a no saber, intentando falsas opciones: ¿Vamos al cine,papá? ¿Viene el tío Alejandro? ¿Este año nos vamos a SantaClara de vacaciones? Don Polo respondía jugando, le encantabadecirte una y otra vez que no, y al final, los dos, en un solo gritovociferaban: ¡Disco del Polaco! Marta asentía, siempre asentíasonriendo, como aceptando, dando una aprobación que nadiepedía. Los días sonaban distinto con disco nuevo…Vos no prestabas mucha atención a los devaneos de tus padres.A quien sí escuchabas con deleite era al tío Alejandro. Mepusieron así por Dumas, te decía. Alejandro, poeta, rezongóny carpintero, solo posponía el rezongo cuando se encontrabacon vos, y esgrimía la poesía con entusiasmo, macerándoladespacio con sus memorias de la fábrica de ataúdes.–Por eso, creo, elegí la poesía. O ella me eligió a mí. ¿Sabés loque es trabajar todos los días construyendo sobretodos demadera? La muerte andaba todo el tiempo ahí, cerca, y la poesíame rescataba como a mis compañeros el vino, las mujeres o latimba. Ah, no quiere decir que no me haya agarrado una buena

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curda de vez en cuando, por una mina, por un amigo o por nada.Sabés, me imagino, que un hombre a veces necesita ponerse encurda porque sí, porque no hay lugar para otra cosa. Bueno, yoa veces me ponía en curda porque sí, y me salían unos poemas...que ni te cuento. Algunos los tengo, en la carpetita negra, ¿viste?,esa que te dije que agarres el día que el sobretodo de maderame lo pongan a mí.A vos te corría un frío desconocido cuando el tío hablaba de sumuerte. Por eso, el día que Alejandro te citó en el bodegón deCiudadela para hablarte del asunto del sobretodo (y te lo dijoasí para que Leopoldo y Marta no entendieran), aquella tardeen que te esperó, solemne como nunca, con un vaso de fernetpara cada uno, vos sentiste que ese viento helado presagiabaalgo. Porque sí, en verdad era frío lo que sentías, como si untémpano con dedos te tocara el hombro y te invitara a conocercosas o caminos nuevos, como si el rumbo se torcierairremediablemente. En algún sitio de tu memoria comenzaron asacudirse la modorra las predicciones de la gitana.–Mirá, Abe... me gusta decirte Abe, porque al decirlo la “b”larga no se nota y adquirís dimensión de pájaro... Te decía, tecité acá porque es tranquilo. Vos no mirés la mugre, viste, ni losmamados. Son como figuritas y no joden a nadie, así que no vana escuchar lo que tengo que decirte. Ni siquiera el mozo va aescuchar, porque está acostumbrado a todos estos borrachos

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tristones. Es más, me parece que es sordo, porque ya lo llamétres veces para repetir la vuelta y no me da bola. ¡Eh, jefe!El mozo se acercó arrastrando los mocasines; a vos, ni te miraba.–Qué.–Me trae otro fernet. Y vaya preparando un cuarto, que mi sobrinodentro de un rato seguro va a querer chuparse otro. Dale,Abelardo, entrale a ése, que te va a hacer falta.–¿Qué te pasa, Dumas? –cuando estaban solos, te gustaballamarlo así.El mozo trajo el fernet.–Má sí, dejá la botella, querés.Te preocupaste: Alejandro no era de tomar demasiado, ni seestiraba el bigote tan seguido, ni se acomodaba una y otra vez elpantalón, ni solía mover rítmicamente la pierna derecha.–¡Eh, Dumas, vas a tirar a la mierda los vasos! ¡Dejá la gambaquieta, que me asustás!Alejandro tomó lo que le quedaba del segundo vaso. Sabía quela curda de esa tarde era inevitable: no había nadie en el mundocon quien quisiera o pudiera hablar de esto más que vos, así queel alcohol lo ayudaba un poco a soltarse.–Mirá, Abe, yo soy anarquista, ¿sabés lo que es un anarquista,no? Bueno, no pienso responder a ciertas leyes y entre esasciertas leyes están las de lo alto. Estoy un poco enfermo y...bueno, en fin... eso es lo que te quería decir.–No entiendo, Dumas.

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–Pero mirá que sos boludo, eh. Las leyes de lo alto, las leyes delo alto, nene, no las pienso respetar. Bastante tengo con habernacido sin haberlo pedido, como para ahora pensar en irmecuando al hijo de puta ése de Dios, Alá, Jehová, Buda o la SantaColisión se le cante. Estoy enfermo, pibe, y no quiero ver midegradación a la altura de mueble, objeto, plantita que regar,mascota con cables y frasquitos. No, no, no. A mí no me van aver así. Yo no me voy a ver así. Ahora mismo me miro y todavíame reconozco: las canas, las arrugas, vaya y pase, hasta la miopíatolero. Pero lo otro, no. El médico me dijo que no hay muchasesperanzas, pero que si yo quiero se pueden probar unostratamientos nuevos, químicos y esas cosas. Yo no quiero.Entonces, palpaste el otro frío, el de adentro, el de los huesos.Empinaste el fernet y te serviste otro, hasta el borde. Te limpiastecon la manga.–¿Qué pensás hacer?–Mirá, nene, te lo voy a decir clarito: voy a manejar las riendasy en el momento justo, ni un minuto más, voy a hacer mutis porel foro.–...–Colgar el saco, pibe, pedir pista, aterrizar, plantar bandera,pasar a mejor vida...Ahí escupiste el buche de fernet que te navegaba la boca.Alejandro irrumpió en carcajadas lacrimosas, se reía con unsonido hondo mientras se sacudía la camisa y repetía:

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–Pero mirá que sos boludo, eh. Mirá que sos boludo, pibe...Alejandro siguió hablando. Sólo Alejandro. Vos escuchaste conuna atención que jamás se repetiría, ni siquiera al escuchar a lamujer de los ojos tristes. Entendiste todo, y esa comprensión tedolía más que pensar en la muerte de Dumas. ¿Cómo podíasestar ahí, sentado y entendiendo todo? ¿Cómo podías no resistirtea la idea de que Dumas se suicidara? ¿Desde qué lugar te llegabala comprensión? Porque vos jamás te habías detenido siquiera apensar en tu propia muerte: eras adolescente y los adolescentesno mueren. La vejez, el desgaste eran “cosas” que les sucedíana otros, lejos, muy lejos.Y a lo largo del monólogo, la creciente inquietud: ¿cuánto tiempo?,¿cuánto falta, cuánto te quedaba de Dumas?, ¿podías impedirlo,querías impedirlo?Dumas expuso, tan tranquilo como pudo, su teoría. No te diodetalles perversos ni vos los pediste. No lloraron. La adultezte llegó en ese momento y descubriste qué pequeño habíassido al creer que Magda, al creer que el secundario, al creerque el cigarrillo. En ese instante recordaste aquella pequeñezque habías percibido en tus amigos desde La vuelta al mundo.Descubriste que ser hombre era, en realidad, estar donde teníasque estar, en el momento necesario, diciendo o callando,asistiendo, y esa enseñanza, esa compleja urdimbre del espíritu,te colocaba en un sitio cierto y a la vez misterioso, te dejaba a

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la vera de un camino que debías recorrer solo, frente al futurorecuerdo de Dumas.

***

El velatorio fue extremadamente silencioso. Unos pocosparientes, muchos amigos de la fábrica, del boliche y algunosamores de Dumas. Nadie habló del tren. Nadie mencionó lospapeles y documentos que Dumas había dejado prolijamentesobre la mesa de luz. Muchos se hicieron preguntas que no seatrevieron a exponer. Solo vos buscaste adentro las respuestasy no en la ropa que Dumas dejó en el ropero. Solo vos tuvisteacceso a la carpetita negra, escondida entre los zapatos, y solovos la tomaste y leíste, la recorriste en una lenta bienvenida, enuna lenta despedida. Solo vos comprendiste que tal vez esepudiese ser también tu destino.Y fuiste un hombre nuevo que nacía desde la muerte. Descubristesin poder razonarlo que se muere y se nace de muchas maneras,y que Dumas ya había nacido y muerto lo suficiente. No pudisterezar. No creías. Sin embargo y por primera vez en tu vida,deseaste intensamente creer en Algo para poder pedirle, parapoder imaginar a Dumas en otro lado, para no tener que sentiresa especie de piedad, de horror, de lástima hacia el cuerpo quese hundía sin retorno en el estómago de la tierra. Aunque, enrealidad, ¿era hacia Dumas la compasión? Porque sentías una

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tristeza tan inabarcable que parecía pena por vos mismo, solo,abandonado, despojado, hundido en un lamento sin sonidos,negro, como la tierra negra que tapaba a Dumas.¿Quién estaba muerto? Por primera vez quisiste acompañar aDumas y, por primera vez, no te atreviste. Por primera vez teinterrogaste con esas preguntas que todo hombre se hace enalgún instante del recorrido. Así como ahora descendían a Dumas,algún día te descenderían a vos: ¿quiénes?, ¿cuándo, por voluntadde quién?, ¿volverías a ver a Dumas?, ¿descendían o ascendíanlos muertos?Pensaste en Caridad.

***

Durante los primeros años que siguieron a la muerte de Dumas,lo soñaste bastante. Uno de esos sueños te había impresionado:Dumas caminaba por un parque muy verde, muy hermoso; voste acercabas a él y durante el recorrido pisabas dos o trescharcos. Pensaste que había llovido recientemente, pero al prestaratención comprobaste que el agua estaba podrida. Te dio ascoel olor y la sensación en tus pies mientras los zapatos seablandaban. Cuando se enfrentaron, Dumas sacó de un bolsillosu cédula de identidad, la levantó hasta la altura de tus ojos(pudiste verla con claridad) y la rompió en cuatro pedazos.

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–¿Ves? –te dijo mientras los restos de la cédula caían en uno delos charcos–. Este no soy yo, no me busquen, no me llamen, yosoy mucho más que esto. Andá y deciles a todos.Después se alejó perdiéndose en un horizonte anaranjado.No le contaste el sueño a nadie. Estabas peleado con todos.Cuando terminaste el secundario no encontraste ninguna carreraque te gustara y vagaste por distintos trabajos temporarios hastaque comenzaste a vender almanaques en los negocios. Ni locotrabajarías en la obra con tu papá. Ni muerto. Preferías venderalmanaques toda tu vida. Preferías mendigar.Solías pasar mucho tiempo en el puente de la estación de SantosLugares. Te sentabas y veías pasar debajo los trenes quebramaban en los dos sentidos. El puente temblaba y ese temblorse fundía con el tuyo. De a ratos estirabas los ojos hasta alcanzarla zona de los eucaliptos, de los galpones del ferrocarril. Una deesas veces divisaste una chica con uniforme de colegio que subíapor las escaleras de madera. Se miraron brevemente. Ellatendría... quince, dieciséis años. Pollera escocesa, medias trescuartos color azul, camisa blanca, libros y unos ojos color mieltan tristes como una valija abandonada en el andén.

***

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Miraste desde el tren las casitas de la villa. Subió un vendedorde almanaques. Ese soy yo, pensaste, este flaco, medio sucio,quizás con hambre soy yo.Llegaste a La Paternal. Era nueva la milonga. Siempre ibastranquilo cuando te disponías a visitar un lugar nuevo, porquepensabas que, como los nuevos eran los otros, debíanconquistarte de algún modo. Si la milonga estaba armada, no: elnuevo eras vos y te sentías observado, casi escrutado por lasparejas que, sobre los pisos de madera, se desplazaban, unoscon sensualidad, otros agresivos, algo torpes la mayoría. Además,en estos sitios las parejas ya estaban formadas y vos siempreibas solo. Eso, hasta que conociste a Gladys, una psicóloga detítulo humeante que no dejaba de analizarte.–Yo no estoy todo el tiempo tratando de endosarte unalmanaque –le decías, molesto–. Y eso que los hay lindos, nena,mirá éste por ejemplo: ¿no son lindos los gatitos? ¿Y este? Miráqué parejita más tierna, descalzos por la playa y con una palmeritaque les hace sombra. Los de las minas en bolas por ahora no telos muestro, pero si me seguís jodiendo con Freud te juro que tepego uno en la espalda sin que te des cuenta, te juro.Cuando llegaste a la milonga Gladys te esperaba en la vereda.Llovía y el pelo rubio se le había pegado a las mejillas. Laviste hermosa y frágil, con sus senderos de rimel, con sucarterita marrón colgada en bandolera, con todos sus librosaprendidos como recetas de cocina, tan fervorosa, Gladys,

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tan intelectual, tan flaquita y blanca, con su ropa de colores ylos zuecos azules, tan...Esa tarde desertaron de la milonga. Vos le quitaste aplicadamentela ropa de colores, la despojaste lentamente de sus teorías porun par de horas, supiste de los silenciosos secretos que ellaguardaba en su piel casi inexplorada y la llevaste a los sectoresde su cuerpo que rugían, que ladraban como animales peligrosos.Habías aprendido el idioma de la piel de las mujeres, el dialectode los ojos: la piel, los ojos, conducían a ese silencio, a laspalabras que se callan y ceden su sitio. Esa sabiduría te dotabade una seguridad infalible. Después, mientras fumaban, ellaconfesó que era la primera vez que lloraba luego del amor y vostrataste de ver allí los ojos tristes, pero no los encontraste. Sólohabía una especie de emotiva gratitud ante el sendero abierto,frente al paisaje de siembra que se le ofrecía y que ella intentóleer como una promesa de cosecha. Pero no lo era, vos lo sentías,lo sabías, y esa sospecha era algo que siempre te atormentabaen tus relaciones. Antes de empezar estabas seguro de queterminaría, tarde o temprano. Y que ellas llorarían, con ese llantoparecido al de después del amor de Gladys, porque esas lágrimastenían que ver con el final, con ése y con el que sobrevendría.Vos no llorabas. Sólo una vez lo hiciste y fue al ver una chica enla calle que rescataba un perro caído en un pozo: el perro gemíacon el miedo pintado en la mirada de vidrio, con el temor en las

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uñas que arañaban los costados del pozo y provocaban unacascada de terrones y piedras sobre su cabeza. Después, al salir,el perro había lamido las manos de la chica, le había movido lacola, la había mirado fijamente, y la chica lo acarició, lo levantó(era sólo un cachorro) y se lo llevó, quién sabe adónde. Y voslloraste como sólo habías llorado al nacer, sin pausa, ocultandola cara, limpiándote furiosamente con la manga, con una rabiaque te hacía llorar más, hasta que ya no te quedaron lágrimaspor llorar y te vaciaste, te secaste, se esfumó el rojo y dejó lugara un pálido moreno, rogando por unas manos salvadoras.

***

La mujer de los ojos tristes apareció el día menos pensado. Vosestabas atravesando un período de hostil aburrimiento hacia eltango y las mujeres que conocías en las milongas. En los últimosaños cinco o seis mujeres, tres de ellas psicólogas, te habíanfastidiado sin remedio.Trabajabas vendiendo medias y cinturones, alguna corbata. Vivíassolo, en una pensión de Caseros, y allí tenías todo lo que creíasnecesitar: una cama, una mesa, dos sillas, un silloncito que tehabía prestado Marta, dos estantes con libros y un radio-grabador. El dinero que ganabas te alcanzaba para pagar la pieza,comer (mal) y milonguear.

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Ahora que te habías rebelado contra el tango, habías decididotomar clases de teatro. Finalizaban los ’80 y encontraste un tallerde artes en Belgrano, por donde andabas vendiendo. Te acercastea la cartelera: talleres de literatura coordinados por Ercilia Gauna;tango, en manos del prestigioso Alberto Peña; teatro para niños,jóvenes y adultos. ¿Qué eras vos?, ¿joven o adulto? ¿Quiénestablece los límites? Tenías treinta años, eras soltero, no teníashijos… Te acercaste a la mesa de informes.–Ah... tengo un taller que es justo para usted –una mujer delentes gruesos trataba de ubicarte en el tiempo.–¿Con los jóvenes o con los adultos?–Bueno... este del que le hablo está compuesto por gente de suedad... Ninguno preguntó la categoría. El profesor es GerardoPalma y se reúnen los viernes a las siete de la tarde hastaaproximadamente las diez. ¿Usted no anduvo la semana pasada?–No.–Ah, qué lástima, hubo un espectáculo... maravilloso, La típicaen leve ascenso, teatro y tango con Miguel Ángel Solá y esteotro... ¿cómo se llama?... Bueno, ya me voy a acordar. Losalumnos vinieron a presenciarla y juraría que a usted lo vi.–No, es la primera vez que ando por acá. Bueno, me voy aanotar, a ver qué tal es.Informaste tus datos personales para completar una solicitud.Cuando dijiste que vivías en Caseros la de los lentes te mirócomo si vinieras desde el fin del mundo.

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–Caseros, señora, provincia de Buenos Aires, queda cerca de...Santos Lugares... donde está la iglesia, ¿conoce?–No, no.–Queda cerca de... de Devoto, por ejemplo.–Ah... sí, Devoto conozco, Devoto conozco. Es lindo, Devoto.–Sí, pero yo vivo en Caseros, que también es lindo. PongaCaseros, eh.Pagaste la matrícula. La primera cuota te la cobrarían si tegustaba el taller. Tomaste unos cuantos folletos del mostradory saliste a la calle. Justo cuando ibas a trasponer el umbral, lade los lentes gritó:–¡Juan Leyrado!–¿Qué?–¡El otro actor de La típica...! ¡Es Juan Leyrado!El viernes siguiente te preparaste para ir a la clase. Estabasnervioso. No sabías qué ropa ponerte. Resolviste ir cómodo yoptaste por un jean, un suéter y zapatillas. ¿Tendrías que llevaralgo? Habías olvidado preguntar. Te decidiste por una libretausada y una lapicera, por las dudas, pero las guardaste en unbolsillo interior de la campera. Viajaste en tren hasta Chacarita ydespués tomaste el 65 hasta Cabildo y Juramento. Llegastetemprano así que entraste en el bar de enfrente y pediste uncortado. En la mesa de al lado cuatro jóvenes conversabanmientras tomaban café. De espaldas a vos una chica de cabellorojo fumaba. Te llamó la atención el color de su pelo. Desde tu

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lugar sólo podías ver su espalda y sus manos, que se movíanmientras hablaba. Tenía las uñas cortas y varias pulseras plateadashacían un sonido que te traían un recuerdo impreciso. Sólo esanoche, en tu cama, recordaste las monedas que colgaban de lacintura de Caridad, la gitana del parque de diversiones. Teesforzaste por escuchar lo que decían. Alguien llamó a la chicadel pelo rojo por su nombre.–Dale, Paloma, brindemos.Paloma, pensaste, Paloma es un nombre hermoso, a Dumasle gustaría.Todos alzaron las tazas de café y las hicieron chocar, entre elhumo de los cigarrillos y las risas que se desparramaban portodo el espacio del bar.–Brindo por mis deseos y por los de ustedes.Como llamada por tu mirada, la chica del pelo rojo se dio vuelta.Fue un instante, un soplo, una breve marea, una tempestad. Eranlos ojos más hermosos y tristes que habías visto en toda tu vida.No recordaste a la chica del puente. Ahora, a la distancia, pensásque la vida tendría que tener un costado un poco más benévoloy permitir una especie de vislumbre, emitir una señal, algo queindique como un faro que uno está en el camino. Si hubieraexistido esa anticipación, el día del puente hubieses sabido queaños más tarde volverías a encontrar a los ojos tristes en un barsin nombre de un barrio elegante.

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Sin decir nada, levantó su taza invitándote a brindar. Te sentistesorprendido por su entusiasmo y su ausencia de timidez. Ahoraeran tus ojos los que desde una profunda tristeza innombrable ledecían cosas, se le acercaban oscuros, y vos imploraste a todoslos seres en los que no creías unas palabras justas. Al menos, ungesto apropiado.Elevaste también tu taza al tiempo que inclinabas levemente lacabeza.–Es la hora –dijo Paloma, aunque no usaba reloj. Más tarde vosaprenderías de sus relojes interiores, los que le marcaban lostiempos adecuados, los instantes precisos, los que le permitíanuna extraordinaria puntualidad. Los cuatro se levantaron, pagaronla cuenta y cruzaron la calle. Eran alumnos del taller de teatro deGerardo Palma.

***

Ay, Abelardito, mirá que voy a ser yo la mina de los ojostristes que te predijo la gitana aquella. Tal vez vos y yonunca seamos más que compañeros de tangurria. Cómo tereíste el día que escuchaste por primera vez esa palabra...Yo estaba enojadísima porque vos llegabas tarde a clase yya sabés que no puedo empezar sin vos; entonces entrastey te dije menos mal que viniste, porque me estaba entrando

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una tangurria... Vos me miraste y tu media risa me pidióuna explicación. Tangurria: hambre, apetito voraz ydesmedido de tango que te asalta en plena calle, al pisaruna baldosa floja y el agua (siempre sucia) te salpica laspiernas y te quedás así, salpicado, y lo único que querés escorrer hasta tu casa y poner a Julio Sosa, al Polaco, y seguíscorriendo y pareciera que tu casa se aleja como en laspesadillas, mientras los dientes de la lluvia te muerden lacara, la tangurria crece y modifica el paisaje, tantoamarillo, y las carteras de las señoras parecen bandoneonesabsurdos y la bolsa marrón que lleva el croto aquél pareceun violín recién parido, cruzás la calle y te enfrentás conuna pareja que quiere alcanzar la vereda opuesta, amaganpor su izquierda, vos por tu derecha, después al revés y asíestán un buen rato, mirándose alternadamente los ojos ylos pies hasta que acuerdan los caminos sin palabras, lapareja se pierde y a vos la tangurria te pica el pecho, saltásel cordón, falta una cuadra, la urgencia pone destrezas quetus pies desconocían y usás los brazos como un nadador enun río de permanentes y canas y paraguas y sombreros,esquivás la gente, los pozos, los postes de luz y por fin lapuerta, los dos pisos y tu reducto especial, volvés a correr,agarrás el primer disco que encontrás sin mirar la etiqueta,lo ponés, te tirás al piso y mientras tu cuerpo húmedo sefunde con la frescura de los mosaicos blancos, de los

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mosaicos negros, desde el equipo de música brota elalimento que saciará por un rato la tangurria y quedáscasi gordo, hinchado, globoso, y entonces “qué ganas dellorar en esta tarde gris...”

***

–¿Vamos al cine? Hoy se estrena Cortázar, el documental deBauer.–Vos y Julio, nena, cómo escorchás con el quía.–Dale, Abelardito, acompañame, no me gusta ir sola al cine, yasabés, la oscuridad y todas esas cosas que me asaltan. Además,después podemos ir a tomar café y terminar con el ritual del cineque tanto te gusta. Charlamos, comentamos la película y despuéste dejo tranquilo. El café lo invito yo.–Mirá, Palomita, cuando me decís Abelardito no puedo resistirmey vos lo sabés. Lo más gracioso es que no soporto que nadiemás que vos me llame así. ¿A qué hora la dan?–¡Ay, gracias! Te prometo que un día de estos te acompaño auna milonga. La dan a las siete, a las nueve y media y en trasnoche,aunque no te recomiendo la de trasnoche conmigo: por más quela película sea excelente, me duermo sin remedio. Y no sabéscómo ronco.Vos quisiste que Paloma se durmiera a tu lado. Quisiste mecerla,retirarle el mechón de la frente, taparla y velar su sueño.

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–Además, si querés cuando vamos a tomar el café me contás detu psicóloga nueva.–No me jodas, esta no es psicóloga.–¿Ah, no? ¿Decidimos innovar? ¿Y qué es?–Alemana.–¿Y eso es una profesión? –dijo Paloma sonriendo–. Vas a verque te cuenta que comió papas fritas con cerveza a orillas delRin y en el momento menos pensado... zas, te interpreta unsueño.–Ojalá. Si viniera alguna que supiera interpretar mis sueños...–Dale, contame alguno y probamos. Pero primero contame dela alemana.–Te cuento a la noche, después del cine.

***

–¿Te gustó?–¿Qué decís, Abe? ¡Me encantó! Me quedó dando vueltas esode los tiempos, el presente y el futuro, y la cinta del grabador,girando sola hasta que ya no hubo más sonido. ¿Y a vos?–Me quedo con el Tata Cedrón y su manía de cantar poniéndole“emes” adelante a los versos, ¿viste?, mmm... de pibes lallamamos la vedera / mmm... y a ella le gustó que laquisiéramos / mmm... en su lomo sufrido dibujammmmos /mmm... tantas rayuelas.

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–¿Te agarró la tangurria? Mirá que me prometiste contarme dela alemana...–Qué sé yo... Es linda, rubia, claro, y tiene los ojos azules. Esflaca, demasiado, y medio fría, ¿viste que los alemanes son fríos?–Nene, parece que te obligaran a salir con ella, ¿te gusta o no?–Sssí... creo... Pero estoy tan cansado a veces de salir con lasminas. Tienen todas unos rollos... Y yo no me quedo atrás, claro.No sé muy bien lo que quiero, Palomita, o a lo mejor sí.–Vos lo que querés es que te quieran mucho y si es posible quete lo digan.–¿Y vos me querés a mí?–Claro que te quiero, tonto. Pero vos necesitás alguien que teemparche un poco. Yo no puedo emparchar a nadie, Abe,además soy tu amiga. Y además, está Ernesto. Siempre estáErnesto.–Puta, cómo pesa el Tordo ése... No puedo creer que lo amestanto...–No sé si lo amo mucho o poco, no sé si se puede medir. Creoque uno ama o no ama, no se ama un poquito o un rato. Faltapoco para fin de año, Abelardito, y a este paso me parece quevos y yo vamos a brindar juntos, como buenos hermanos, en tupieza o en la mía.–Qué más quisiera, princesa. Pero yo podría elegir a la alemana,no tiene compromiso, en cambio vos...–Ya sé, no me vengas otra vez con esa historia que ya la conozco.

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–No, lo que te quiero decir es que vos me elegirías por descarte,porque el Tordo va a estar con su familia, seguro.–¿Qué decís? Yo jamás te elegiría por descarte, justo a vos...Pero me parece que vos no querés pasar la última noche del añocon la alemana... No sé... digo...–¿Querés que te diga la verdad?–Por favor.–Existe una sola persona en todo el mundo con la que yo no meaburro jamás, ni en silencio, ni con música, ni en el cine mirandouna película que yo solo... jamás. Existe una sola persona con laque quiero empezar el año, en la más acompañada de lassoledades.–No te ilusiones conmigo, pajarucho. Hay demasiada tristeza,demasiada culpa, te haría daño algún día. Y te quiero demasiadocomo para pensar siquiera en lastimarte.–¿Cuándo me vas a contar esa historia?–Algún día, pajarito, algún día y con unos vinos te voy a contarde mis papás y de mi hermano. Pero ahora no me lo pidas. Nopuedo. Todo está siempre muy fresco, muy presente. No puedo.Pero no te ilusiones conmigo, a veces creo que me enamoro detipos imposibles porque me dan la certeza de que nunca pasaráde allí. Andá y contáselo a la alemana, que seguro que espsicóloga. Amiguito. Pajarón.

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Es como esta cicatriz de quemadura de cigarrillo que tengoen la mano, ¿ves? Hoy a la mañana me puse a pensar enmarcas, en señales quiero decir, y recordé un lunar que yotenía entre la nariz y el labio, del lado izquierdo y que ya notengo, se me fue como a los catorce, creo. Entonces, sinmirarme la mano, me dije: yo antes tenía un puntito rojo,porque sin querer mi papá me quemó con el cigarrillo, peroahora el puntito no está más. Me miré la mano y ahí estabael ojito colorado, ¿ves?Mi cicatriz creció conmigo y la asumí (o la negué) de talmanera que la creí borrada.Así, igual, pasa con otras cicatrices. Hay dolores que dejanhuella y esa especie de pisada del tiempo es como una fotodel dolor. Entonces, elijo no verla, ¿entendés?, no ver lafoto que me devuelve al sufrimiento. Es mejor pensar queno está la cicatriz. Si no hay cicatriz, no hay aquello que laoriginó.Si no hay cicatriz, no hubo una tarde tomando mate cocidohelado debajo del árbol de manzanas amarillas, no haycigarrillo de papá cayendo en mi mano, no hay invitaciónde mi abuela a quedarme yo sola a dormir en su casa, nohay mi hermanito Patricio llorando porque yo me iba y élno, no hay milicos llevándose a papi, a mami, a Patricio, nihay una estúpida Paloma de nueve años contenta porque se

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iba sola a disfrutar a los abuelos, ella sola, yo sola, Palomasola y sin nada, siendo nada, una nada con cara y cuerpo ysin alas, una cáscara, un capullo hueco, nada, nada, nada...

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CAPÍTULO III

...tu lágrima de ron me llevahacia el hondo bajo fondo

donde el barro se subleva...Cátulo Castillo (La última curda)

Se llevaron a Claudia, primero. Después a Marcelo. Yo losupe muchos años más tarde, me lo contó el abuelo cuandohacía rato que yo había dejado de preguntar por los amigosde papá. Los había conocido como Marcelito y a Claudine.Marcelito era diabético desde los doce años. Claudine teníasecuelas de polio. Igual se los llevaron. Nunca supe detallesde los secuestros. Marcelito seguía viviendo en Miramar, selo llevaron de ahí y sólo sé eso, que vino la muerte y le comiólos ojos, las manos de apretar manubrios y los piecitos decorrer rápido para gastar energías y poder comerse unsándwich de milanesa. A Claudine la arrancaron de VillaBallester, donde estudiaba con su novio. Estaba de cuatromeses.Los papás de Marcelo lo siguen buscando. La mamá deClaudia no la busca a Claudia porque sabe que no la va aencontrar, pero busca a la nieta, y la nombra Victoria comoClaudia quería. Victoria, la reina que Claudia tanto quería,tiene ahora treinta y pico. Dondequiera que esté tiene treinta

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y pico, eso no te lo pueden quitar, por ejemplo. La edad esde ellos, les podrán haber mentido o modificado la fecha decumpleaños pero no puede haber demasiada diferencia. Otracosa que no pueden quitarles es el parecido con sus familias.Dondequiera que estén se parecen a sus padres o a susabuelos o a algún tío.Mi duda es: ¿el buscado percibe que lo buscan aunque nosepa que lo buscan? ¿Hay algún órgano invisible que detectala búsqueda? Porque si esto es posible, también es algo queno pueden quitarles: el vislumbre de la esperanza, la ternuraque arrecia, la caricia que empuja…

¿Y si lo hiciera? Ocho pisos, no debe sentirse más que vértigo ydespués... zas... a otra cosa o a nada. Todos van a asombrarse,por supuesto, tan exitoso, tan buena gente, ay, pobrecita la nena,y Alicia, se los veía tan bien, ocho pisos...Encendió un cigarrillo, esta vez uno de los comunes. Leperdonarían el suicidio pero no encontrarlo fumando marihuana.“La vida: gelatina”, pensó. “El amor: más gelatina, los amigos, lafamilia, gelatina, gelatina, gelatina”.Regresó a la oficina. Una sudoración intensa y fría le habíabiselado la cara. Allí, todo en orden: la agenda, los diseños sobreel escritorio, la pecé esperándolo, los vidrios relucientes; todo loque era de vidrio brillaba, la superficie del escritorio, los

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portarretratos, las ventanas, los ceniceros, el pisapapeles.Observó los objetos que parecían observarlo: eligió la piedra decuarzo. La tomó y la lanzó hacia arriba para volver a atraparlapara volver a lanzarla para volver a atraparla.¿Cuánto hacía que estaba así? ¿Tres años? ¿Tenía todo esto suorigen en el abandono de Paloma? Era posible, porque Oliverse había sentido recién nacido al verla entrar por primera vez ala editorial buscando un libro de investigación teatral, y muertodefinitivamente después de la última conversación en la pizzería.Entonces, había comprendido todo, y hasta le agradeció lasinceridad, la franqueza de decirle que no lo amaba, que eso noera lo que ella quería para su vida, tal vez no estaba hecha parael matrimonio y además... la historia de Patricio, vos necesitáshijitos y que tu mujer te espere con carne al horno y heladode vainilla, yo no puedo esperar a nadie, no soy así, aparteno sé cocinar y... ¿me imaginás a mí con hijos?, no, al menosahora no, el único niño en mi vida es ese que no está y vossabés la presencia que tienen los ausentes, ¿no, Oliver?, ¿losabés o no? Eso también me pasa con vos, entendés, no puedocreer que te quedes ahí mirándome y no digas nada, ¿asíhiciste con Florencio?, ¿cómo pudiste?, ¿no te das cuentade que si te olvidás de él se muere del todo?, ¿cómo no lobuscaste, cómo no lo extrañaste, cómo no te hizo falta? Eratu amigo, grandísimo hijo de puta, era tu amigo, y por tuculpa y de todos los que son como vos estamos como estamos,

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ojalá que Florencio Pérez te esté mirando y se cague bien derisa de vos...Y se había ido Paloma, para siempre, arrastrando demasiadasvalijas, demasiadas culpas, enarbolando la frente y corriendo.

***

–Hola... sí, por favor con la señora Rosita...–No, señor, acá no vive ninguna Rosita. ¿Con qué número quierehablar?–Mire, yo viví hace muchos años en la casa de enfrente, porIgualdad, y era amigo del hijo de Rosita y Julio, que vivían allí,¿usted no sabe nada de ellos?–No, señor, pero le puedo preguntar a mi tía, la casa la compróella. Si quiere vuelva a llamar a la noche, ella vuelve a eso de lasocho.

(Once años: él y Florencio tienen once años. Están sentados enel cordón de la vereda. En los bolsillos de atrás de los pantalonescortos duermen gomeras y bolitas. Están sucios. Ya treparon elárbol de moras. Ya le robaron mandarinas al ruso Anatolio. Ahora,van a esconderse, porque en cualquier momento los vendrán abuscar para ir a bañarse. Esconderse. Vendrán a buscarlo. Habráotras suciedades, habrá hambre y a Florencio no lo bañarán conagua caliente. Pero ellos no lo saben y se esconden, y demoran

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el regreso a casa y Florencio le grita: ¡dale Gordo! y él ¡Gordola puta que te parió!, y se suben al árbol más frondoso paraespiar desde allí a sus madres que saldrán a la vereda con delantalde cocina y secándose las manos, las dos buscan, una buscarápor siempre, pero no lo sabe, desde veredas opuestas las madresse ríen y finalmente ellos bajan, se rinden, se separan hasta el díasiguiente, chau, Gordo, chau, Fideo, chau...)

–Hola, señora, yo hablé hoy con su sobrina, llamé preguntandopor Rosita.–Ah, sí, qué tal. Mire, Rosita y Julio nos vendieron esta casa amí y a mi esposo en el ochenta y ocho.–¿Y no sabe nada de ellos?–Me parece, no estoy segura, que se mudaron a Mar del Plata.¿Por qué no se fija en la guía?–Porque se llaman Pérez, señora...–Ah, es cierto. ¿Por qué no me deja su teléfono y veo qué lepuedo averiguar en el barrio? El almacén de Carmela todavíaestá...–¿Carmela vive allí todavía?–No, Carmela falleció en el noventa, está su hija, Carmen, ¿laconoce?–Sí, claro que la conozco...

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(–Mirá Gordo, hagamos así: si vos me hacés pie, yo alcanzojusto a la ventanita del baño.–¿Y si mejor traemos algo para trepar?–Gordo, encima que nos metemos en el fondo de su casa novamos a entrar con una escalera... Vos haceme pie y yo la espío.–¿Y yo cuándo miro?–Y... la próxima, Gordo, para hacerte pie a vos hay que venircon refuerzos.Agachados y en silencio, caracoleando entre las plantas del jardín,llegaron hasta el final de la casa y se escondieron detrás de unoscajones de vino. Allí esperaron: sabían que Carmen se bañaba aesa hora porque le habían hecho un seguimiento de dos semanas.–Fideo, me pican las hormigas...–¡Callate, Gordo, o querés que salga Carmela o el viejo!Primero, las hormigas. Después, el Cuqui.–¡Salí, perro de mierda, que me hacés cosquillas!–¡No hablés fuerte, gil, que se van a avivar!Por fin, un chorro de luz se escapó por la ventanita del baño quedaba al patio de atrás. Enseguida, el sonido de la ducha y a lospocos minutos el vapor brotando de la ventana entreabierta. Oliveracomodó sus manos entrelazándolas con las palmas hacia arriba yse afirmó con fuerza en el pasto, separando bien las piernas. Florenciose apoyó en los hombros de Oliver para tomar impulso y trepó;después se sostuvo de la pared y finalmente del marco de la ventana.Los ojos de Florencio entraron al paraíso).

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–Hola, ¿Carmen?–No, Celeste, ¿quién habla?–¿No está Carmen?–Sí, mi mamá está, pero, ¿quién habla?–Un amigo. Oliver, decile. Yo vivía ahí, enfrente de tu casa...

(–¡Mocosos de mierda, mirá que andar espiándome! ¿Cuántohace que me miran cuando me baño?–...–¡Si no me contestan le digo a papá!–¡Y si vos no dejás de gritarnos yo le digo lo que hacés con eljabón!)

Se encontraron en un bar de Suárez, a pesar de que,interiormente, Oliver prefería otro sitio. Un shopping, porejemplo, algo más... edulcorado. Los sonidos artificiales, lasestridencias, cierto tipo de música desinfectada. Pero el bar deSuárez... tanto silencio, tanta mugre; la nostalgia se respiraba y,quizás, él era la fuente. Para colmo, en el fondo del bar, en losbillares, lo vio a don Mauro tomándose una ginebra y esperandosu turno con el taco en la mano. “Siempre igual don Mauro”.–Estás cambiado –Carmen interrumpió sus pensamientos,mientras el mozo les dejaba el pedido: cortado para ella, lágrimapara Oliver.

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–Y... son tantos años... ¿cuánto hace, Carmen, cuándo vine porúltima vez?–Nunca volviste, Gordo.–¿Cómo que no? Una navidad, no sé, por el ’85...–Gordo, nunca volviste. El que vos eras no volvió nunca. Aquellanavidad (y fue en el ’86, me acuerdo porque se cumplían diezaños de lo de Florencio) mandaste una mala copia tuya. Yo te vide lejos. Me acuerdo de que me saludaste con la cabeza y terespondí igual. Después, me fui adentro y le pedí a mi vieja quesi venías te dijera que yo estaba durmiendo o cualquier otra cosa.Pero no viniste. Le ahorraste la mentira a la vieja.

(–¡Dele, doña Carmela, déjela venir a la Carmen al baile!–¡Qué baile ni que ocho cuartos! ¿No saben lo que hizo la turrade mi hija? ¡Se cortó el pantalón nuevo por arriba de la rodilla!¿Sabés cuándo va a salir? ¿Sabés todo lo que le decían losmuchachos por la calle? Encima, la vio el padre, que si soy yosola... en fin, no pasa del sopapo...)

–¿Te acordás de cuando te cortaste los pantalones?–Uy, sí, qué quilombo... Ya me había olvidado. Pensar que pocotiempo después andábamos todas con la mini. Pero yo fui laprecursora de la bermuda...–Florencio estaba loco por vos.

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–Qué sé yo, Gordo, era la época. Estábamos todos juntos,escuchábamos los discos de los Beatles, no sé... Él fue el primeropara mí, ¿sabés?, era yo la que estaba loca por él.Una jauría de silencios, feroces, implacables, los amenazaba.Era imposible evitar la cercanía de los fantasmas. Había queenfrentarlos o huir.–Ahora... digo, ¿no?, qué raro vos acá y hablando de Florencio.Fuiste el único que no quiso saber nada de él, ni de la familia. Ysólo vos te alejaste hasta hoy.–Mirá, yo estoy vivo porque no hice nada, ¿qué iban a quererconmigo? Y me fui... qué sé yo... porque había tanto recuerdonegro por acá...–Todos tienen razón, son una porquería, Gordo. ¿No lo conocíasa Florencio acaso? ¿O me vas a decir como tanto hijo de putaque tenías miedo de que encontraran tu nombre en una agenda?¿O no sabés que estamos vivos por milagro? ¿Y él? ¿No merecíaotra cosa?, ¿un juicio, una tumba? Se lo llevaron por portaciónde pensamiento. Claro, si es por eso, sí, a vos no te llevaríannunca. Aunque… no sé… podrían haberte llevado por pelotudo.–Perdoname, Carmen. Estoy un poco mareado...–La boludez marea...–Mirá, Carmen, hace un par de años una mujer me pegó unsopapo ideológico y por eso estoy acá. Íbamos a casarnos,¿sabés?, y un buen día me dejó, creo que por otro tipo, pero

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eso no importa. Lo que importa es que Paloma es hija dedesaparecidos y todavía está buscando a su hermano. Cuandose llevaron a sus papás se lo llevaron a Patricio, que tenía dosaños. Ella me hizo pensar, ¿sabés?–Epa. ¿Te hizo pensar? Estabas enamorado.–Qué sé yo, supongo que sí, pero no pasa totalmente por eselado. Igual, después me casé, Alicia se llama, y hace poco tuvimosuna hija, Miranda. Acá te traje una foto de la nena, mirá... Ya séque estoy medio jovato, pero bueno...–Dale, seguime contando de Paloma.

(¿Por qué todos quieren siempre saber más sobre Paloma?Oliver estaba nervioso y asustado. No era fácil enfrentar el pasado.Había hecho todo mal: siguió el mandato de sus padres y no semetió; se convenció de que Florencio “algo habría hecho”; sefue de Suárez para siempre; cambió de amigos: los nuevos lepresentaron otros vicios, más caros y acordes a su posición;había pagado por sexo, buscando que lo quisieran, deseandoaprobación; había arruinado su única relación posible: quisoconquistarla con viajes, con ropa, con dinero, y no hizo más queagrandar la brecha; le contó a Paloma todo lo que pensaba deFlorencio; finalmente, ella lo dejó y él se casó con una diseñadorade su empresa, casi tan desesperada como él.Pero Paloma... Ay Paloma, tres años sin ella, ahora la extrañabatanto... Si estuviese allí se haría amiga de Carmen y hablarían de

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Florencio y de Patricio y ella preguntaría todo lo que tiene quepreguntar y sin dudas pediría una cerveza y después de morderel barro, de llorar lo suficiente podría por fin reírse con Carmen,un poco borracha, libre como él nunca lo sería).

–Paloma tiene el pelo rojo. Naturalmente rojo. Y los ojos verdesy tristes. Tiene una cicatriz en la rodilla, una en un dedo del pie yotra de quemadura de cigarrillo, chiquita y roja, en la mano. Ellaúnicamente me habló de las cicatrices de su cuerpo. De las otras,sólo un día de borrachera atroz. Yo la había ido a buscar a unensayo y la invité a tomar algo. Ese día habían empezado a ensayarEl acompañamiento, una obra de Gorostiza. Había ido unmédico porque a una de las actrices le había bajado la presión yPaloma estuvo hablando todo el tiempo de él. Yo me había puestoceloso y ella se reía con una risa extraña. Me acuerdo de que mecontó que el tipo ese se llamaba Ernesto y que ella le preguntó:¿como Guevara? y él le respondió: Sí, sólo que cagón... Ellase seguía riendo y a mí no me causaba tanta gracia. En realidad,casi nunca nos reíamos de las mismas cosas, pero a mí me gustabatanto verla divertirse. Paloma decía que a mí me gustaba ellaporque para mi vida monótona era “exótica”, empezando por elpelo y terminando en las constelaciones de pecas que le poblabanel cuerpo. Bueno, esa noche quiso tomarse un Alexander, quedespués fueron dos y luego tres, y yo la dejé, porque vi queempezaba a contarme cosas y porque en el fondo soy un hijo de

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puta. La llevé a dormir a mi casa. Al día siguiente, con un dolorde cabeza espantoso, me pidió disculpas y me dijo que jamásvolveríamos a hablar sobre Patricio. Y así fue, hasta el día enque me dejó... puteándome, porque me olvidé de Florencio.

(¿No tenés fernet? Ahora me tomaría un fernet, como tomabaDumas con Abelardo. O una ginebra, Oliver, vos tendríasque tomarte alguna vez una ginebra o una grapa. Cuandoyo pienso en mi hermanito Patricio, que ahora debe tenercomo treinta años, lo imagino tomando Toddy, qué querés,no puedo imaginarlo grande, para mí es chiquito, Toddy convainillas debe tomar. Yo le hacía la leche, sabés, y él se parabaa mi lado y trataba de decir mi nombre y no le salía y yoahora ando por la calle mirando a todos los pibes y metomarán por quién sabe, la mayoría no me da bola, claro,soy grande para ellos, no, Patricio no debe tener como treinta,tiene exactamente treinta y uno cumplidos el 5 de abril, ¿lehabrán hecho una torta, lo querrán donde está?, si al menosyo supiera que está bien, si supiera que está bien, si al menossupiera que está, que le han puesto la mano en la frentepara ver si tenía fiebre, si los ratones le dejaron plata debajode la almohada, si los Reyes le trajeron lo que pidió, a mínunca me trajeron lo que pedí, todavía hoy pido lo mismo,dejo los zapatos en el balcón, corto pasto fresco, les pongo

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agua a los camellos y pido saber de Patricio, Patito, Patuco,Patón, nene Patudo...)

–¿No la viste más?–No, pero me enteré de que el mes que viene estrenan en unteatro frente a la Plaza Cortázar, justo ella, mirá vos. Le vienejusto.–¿Vas a ir?–No sé, quizás. Es su debut. Tal vez debería estar. No sé todavía.Pero contame algo de vos, Carmen. ¿Cuántos años tiene tu hija?,¿cuándo te casaste?–Celeste tiene veintiocho y nunca me casé. Celeste es hija deFlorencio.

Los mellizos Sanjurjo siempre tenían olor a queso de rallar,fuerte y penetrante. Esto era algo así como un misterioinsondable para mí.Todos los días la combi me llevaba al colegio. Yo iba a la N.º 18;los otros chicos, a la N.º 1, así que ninguno de mis compañeros degrado viajaba conmigo. Casi siempre me caía en el trayectoque iba desde la puerta de casa hasta la puerta de la combi;me raspaba las rodillas y la vergüenza me trepaba hasta lacara. Entonces, subía a la combi donde los mellizos Sanjurjosiempre.

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Uno se llamaba Mario y el otro Ricardo. Mario olía más.Ricardo era más feo. Como la madre era la que manejaba lacombi a ellos les permitía viajar en una especie deportaequipaje que tenía el vehículo en la parte de atrás,parecido al del Falcon Rural que manejaba mi abuelo en los’80. Se sentaban en el piso alfombrado y jugaban a lasfiguritas. Eran figuritas de deportistas. Las apoyaban en elpiso y les pegaban con la palma ahuecada; esto las hacíasaltar y darse vuelta. No recuerdo cuál era el criterio por elcual se ganaba o se perdía. Sí recuerdo que frecuentementela victoria era para Mario, el menos feo.Nosotros, los pasajeros comunes que no éramos hijos de laconductora, nos quedábamos quietos en nuestros asientos.Los asientos estaban instalados en cuatro hileras, ubicadasen forma perpendicular al parabrisas. Los tapizados erancolor verde inglés y donde yo me sentaba había un agujeroque dejaba ver la punta de un resorte bastante grande.Entonces yo imaginaba que ese resorte era una catapulta yque algún día el techo de la combi se abriría como una latade sardinas y yo sería lanzada al espacio, para mirar desdeallí a la combi diminuta y los diminutos mellizos Sanjurjotan contentos con su mamá manejando la combi. Tambiénimaginé que arrancaba el resorte y se los arrojaba en lacabeza a los mellizos Sanjurjo; esta era una fantasía más

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posible: los mellizos lloraban porque el resorte había hechouna comba y les había pegado a los dos en el mismo viaje.Durante mucho tiempo no supe por qué odiaba tanto a losmellizos. Al principio creí que era por el olor a queso derallar, pero después comprobé que mi amiga Sarita, la hijade Amelia, la del almacén, también olía a queso y no laodiaba. Después pensé que porque eran feos; tenían una piellechosa y el pelo amarillo, las uñas cuadradas, las manosmuy filosas y llevaban los guardapolvos casi tan blancoscomo la piel. Pero yo no era así, tenía otros amigos que noeran un compendio de belleza. El Bichi Alderete, por ejemplo.Tampoco me convenció la teoría de que, en el fondo, todosqueríamos viajar en el portaequipaje alfombrado.Fue después, mucho después y luego de conversar largamentecon Laura, que comprendí. Laura me dijo que algunas personastienen una especie de percepción sobrenatural. Como undejavú pero más prolongado. Me dijo que cuando yo veía alos mellizos Sanjurjo con su mamá, automáticamente sedespertaba en mí una sensación de nostalgia, cuyo desplieguereal sucedería después del ’76. Como era chica no podíadescifrarlo y mucho menos manejarlo, entonces transmutabala nostalgia en odio a los mellizos que tenían mamá, no comoyo, que en poco menos de dos años, ya no tendría.

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Yo le pregunté a Laura por qué los mellizos y no cualquierotro chico que tuviera mamá, Liliana, Oscarcito o Sarita.Ella me dijo que la combi era algo así como un universocerrado, un espacio donde yo estaba sola y me dejaba llevarpor alguien desconocido para mí, a un sitio que por entoncesyo percibía ajeno. No había nada familiar allí. No había nadapropio.Años más tarde imaginé que la muerte debía ser como esacombi anaranjada que cada día me arrancaba del paraísode mi patio, donde cada tarde mi padre cantaba muy despacio“Te llegará una rosa cada día... que medie entre los dos unadistancia...”

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CAPÍTULO IV

¡Qué grande ha sido nuestro amor,y sin embargo, ay, mirá lo que quedó!

Enrique Cadícamo (Los mareados)

Entonces me acordé de algo que me había contadoEvangelina, una compañera de trabajo que prefería que lallamasen Eve porque en su familia eran todos peronistas y ledecían continuamente Eva y ella odiaba todo lo que veníade su familia, empezando por el nombre. Recordé tambiénque un día empezó a pedir que la llamasen Tangerina, y sereía mientras repetía: “yo me llamo mandarina enportugués”.Pero lo que yo iba a contar de Eve no era esta cuestión delnombre sino otra cosa que me vino a la memoria mientrascocinaba papas fritas para nadie. En la casa de Eve vivíandos hermanos varones (Fabián y Gerardo), Eve y los padres,que no tenían nombre. A todos les gustaban las papas fritasy cada vez que decidían cocinar papas fritas pelaban treskilos de papas y las cocinaban en una freidora. Pero estotampoco es lo que quería contar sobre la familia de Eve,sino que ella y sus hermanos tenían algunas tareasestablecidas en la casa, para ayudar a la madre sin nombre.Una de esas tareas era lavar y secar uno a uno todos los

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adornitos de porcelana que había en los estantes del modular.Los adornos eran muchísimos y tenían muchos detalles ygrietas por donde se metía la mugre. Un día estabanlimpiando los adornos con diminutos cepillitos de dientes endesuso y a Fabián se le rompió uno: el Buda azul-celeste.Eve odiaba ese muñeco desde una vez que vio a su madrerascarle la panza, porque ese era el rito para pedirle al Budaque no venga la miseria. Entonces, cuando lo vio roto y lospedazos de panza aquí y allá, empezó a reír y a reír sin parar,las carcajadas eran una especie de sonata infernal y prontose sumaron las de sus hermanos. La madre sin nombre seenfureció y empezó a golpearlos con una manguera. Y ellosno pararon en ningún momento de reír.

Durante mucho tiempo esta historia hizo ruido en mi cabeza.Imaginaba cuadro por cuadro la escena: lograba ver losadornos, el vasito con agua espumosa donde mojaban elcepillo, los pedazos de liencillo para secar. Y la carcajadainexplicable, redentora, de Eve y sus hermanos, bajo la lluviademencial de golpes de manguera.

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Había decidido que ya era suficiente para él: esa sería su últimaguardia. Pagaban bien, pero estaba agotado. El consultorio, elhospital, los domicilios... era demasiado. Además, ya habíacambiado el auto y refaccionado la casa de veraneo, y ese habíasido el motivo para aceptar las guardias que le ofrecieron en laempresa de emergencias médicas: necesitaba ahorrar. Lo hizodurante dos años, rememorando aquellos comienzos de sucarrera donde todos los trabajos eran bienvenidos. Ahora estabacansado. Había pasado los cincuenta. Había pasado (eso creíaél) las crisis más importantes.Ese miércoles de septiembre en el que todo comenzó Ernestohacía su última guardia real. Después vendrían otras (eso no losabía entonces, pero vendrían otras en las que montaría guardiajunto a ella, para velarle los miedos y también para alimentarlos).–¿No está harto, Fuentes, de hacer estas guardias de mierda? –lehabía dicho el chofer de la ambulancia–. Encima, cada dos portres son minas que no tienen nada, ¿no?, les agarra la soledaddominguera y llaman al médico. En el hospital le pusieron un nombrey todo al síndrome. Je, je... seguro que usted lo conoce...–Claro que lo conozco. Y sí, estoy harto. Pero hoy es la última,Cachito. Dale, metele que es la última visita, me invitaron aun concierto esta noche y ya me voy, me agarraron justo.¿Dónde es?–Una escuela de teatro, en Belgrano... Una mina... parece quele bajó la presión y se cayó redonda en el escenario.

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Ernesto intuyó un ataque de pánico. Últimamente habíanaumentado los casos. No era difícil diagnosticarlos: les faltaba elaire, sentían que el mundo se les alejaba como en las películas olas pesadillas, algunas se desmayaban. A veces les indicabaestudios, como a aquella chica que trabajaba en el geriátrico. Sellamaba Marcela y lo había impresionado porque desde la camillalo miraba con unos ojos que parecían venir de su propia historia.Ayúdeme le había rogado, no me deje sola usted también,siento que me estoy yendo, ahí vuelve, ayúdeme doctor. Temióalgo en el cerebro, así que le indicó una resonancia magnética yconsulta con un neurólogo. Después supo por un colega que lachica no tenía nada físico y que la habían derivado a psiquiatría ya los talleres de salud mental del Pirovano.–¿Qué te anda pasando? –preguntó rutinariamente a la mujerque yacía sobre el escenario.–Está a dieta, doctor –le contestó una compañera–. Seguro quehoy no comió nada y por eso se descompuso.Ernesto sacó el tensiómetro de su valija. Le había bajado lapresión y, en efecto, no había comido nada. Le recetó unmedicamento y mientras tanto ordenó que le dieran algo dulce.–Te voy a comprar una Coca –la voz surgió entre los cuerposque los rodeaban. Ernesto tuvo que volverse y la vio. Tenía elpelo asombrosamente rojo y los ojos tristes como los de aquellachica del geriátrico que le había pedido ayuda.

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Decidió esperar a que regresara del kiosco. Mientras tanto, salióa la calle y le dijo a Cachito que se quedaba allí, que estabacerca de su casa y que pasaría el informe después. Cuando laambulancia se retiró la chica del pelo rojo volvía con la gaseosa.Entraron juntos y ella le preguntó el nombre.–Ernesto.–¿Como Guevara?–Sí, pero cagón.Ella se rió francamente. Hacía mucho tiempo que Ernesto noescuchaba una verdadera risa. La miró y olvidó por completotodos los trucos de seducción que conocía y esgrimía con astuciacada vez que una mujer le gustaba. No podía. Ella poseía elantídoto. Sólo le restaba actuar sinceramente, pero ya habíanpasado varios segundos y ni siquiera sabía su nombre.–Paloma.–¿Cómo Picasso?–Sí, pero sin millones, ni portación de apellido, ni perfumes conmi nombre, ni mucho menos talento para la pintura.Él pensó que ella misma era un perfume, que ella misma era unapintura y que jamás necesitaría portar más que esos ojos paraque la gente la viera.La mujer de la presión baja se recuperó rápidamente. Antes dedespedirse Ernesto le preguntó por la obra que estabanensayando. Era El acompañamiento, de Gorostiza. Paloma lecontó de qué se trataba y lo invitó al próximo ensayo.

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Se despidieron. Ernesto faltó al concierto y se recluyó en la casade Víctor. Perla no lo esperaba temprano, así que decidiótomarse unos vinos con su amigo y contarle.¿Contarle qué?

Ay, Ernesto, linda forma de presentarte, dijeras lo que dijerasera lo mismo, porque cuando entraste al ensayo con la valijitanegra, yo ya sabía que detrás del ambo celeste, prolijito ypulcro, te morías por revolear la gomina, por dejar quecualquier hembra te hundiera los dedos en la masa de pelospegoteados y te despeinara, cualquier mina, pero no, enrealidad había que saber despeinarte, saber descifrartecuando decías que eras el prototipo del mediocre: ni rubio nimorocho, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni lindo ni feo,descifrarte entre todas las pendejas de la clase de teatro, aninguna se le ocurrió descifrarte, la gallega decía “me lotiro, tías”, las dos rubiecitas te miraban desde sus charquitosadolescentes, y yo, que sólo andaba en la grupa de la sombra,te ignoré mientras pude: dos minutos, Ernesto, ¿comoGuevara?, sí, pero cagón.Mi amigo Abelardo dice que cada vez que voy a decir algoimportante la primera palabra es siempre “ay” o “no”, mequejo, me niego, voy a decir lo importante que sos para mí ydigo “ay Ernesto”, voy a darte alguna explicación que

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seguramente no me pediste y digo “no... lo que pasa esque...”Abelardo tiene razón. No te enojes, pero creo que es el únicoque me conoce.A veces parecés un viejito, pequeño, blanco, arrugadito ytriste y yo imagino que vengo y te pinto el pelo con Koleston330, verde o violeta, y te tiro unas serpentinas. Después voyy te lo cuento y vos no entendés, y yo me río, de vos me río...porque sos un viejito, pequeño, blanco, arrugadito y triste yme das una risa que es una pena...Pero otras veces... otras veces me doy vuelta y te veo venirhacia mí y sos todo fluidos, todo líquidos trenzadosdesplazándose en un río de gorriones desteñidos. “No puedotomarlo”, me digo.Después casi siempre sos un faro.

El viernes siguiente Ernesto fue al ensayo, después de dudarostensiblemente entre un traje o algo menos estructurado. Jugabaa no darse cuenta pero lo que intentaba era representar el mejorpersonaje para ella. Decidió pantalón y saco color ocre.Durante la semana compró la obra de teatro de Gorostiza y se laleyó de un tirón en el café de la esquina Homero Manzi. Noencontró ningún personaje femenino y se preguntó qué papelrepresentaría Paloma.

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La clase empezaba a las siete, pero decidió ir más tarde paraevitar los primeros ejercicios y encontrarlos ensayando. Las lucesestaban apagadas. En el escenario apenas iluminado los dospersonajes de la obra, Tuco y Sebastián, discutían. Eran bastantebuenos. Recordó lo que había leído. Cuando volvió a concentrarse,Paloma había entrado en escena. Era parte de la adaptación. Lamujer era un personaje imaginario, que existía únicamente en laimaginación de Tuco, malogrado cantor de tangos que esperabael acompañamiento prometido por alguien que quiso jugarle unabroma. La mujer bailaba con Tuco, lo besaba, lo envolvía con suboa de plumas sin que Sebastián pudiese verla.Ernesto estaba sentado en una de las últimas filas, absorto,contemplando a la mujer de pelo rojo que iba y venía por elescenario en completo silencio, con un maravilloso desplieguegestual. Por momentos bailaban algún tango y ella se desplazabacon sensualidad. No era una mujer hermosa, pero era tanhermosa...Volvió de su ensimismamiento al oír los aplausos del resto. Seencendieron las luces, se puso de pie y se acercó al grupo. Laclase había terminado.Lo que vino después es algo que Paloma y Ernesto no olvidarían,ni siquiera si perdieran la razón. Llovía y la aromática humedadde los paraguas se filtraba entre la gente. Ellos no llevabanparaguas. Les gustaba la lluvia y a pesar de que Ernesto habíaido con su auto decidieron caminar hasta la plaza de Juramento

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y tomar un café en el barcito que todavía está junto a la iglesia.El pelo ondeado de ella había perdido forma, como el pantalóny el saco de él. Estaba oscuro. Empezaban a aparecer lospersonajes de la noche, con sus carros y sus bultos de ropa.Varios chicos se acomodaban para dormir junto a las vidrierasde los negocios cerrados, mientras los perros también buscabanrefugio. Años más tarde Paloma recordará que esa noche viotodo en blanco y negro, como en una película vieja, y que creyóescuchar un tango entre los zapatos apurados del viernes. Añosmás tarde Ernesto recordará el perfume de las plantas del MuseoLarreta, que atravesó las paredes, trepó por sus piernas hastallegar a la cabeza y le instaló un dulce mareo.El bar estaba repleto de adolescentes y de una músicaincomprensible. Se rieron desde la puerta comprendiendo queese no era el lugar. Encontraron el lugar una hora más tarde,luego de ir a buscar el auto y de que él la besara con lentitud deartesano bajo la llovizna de luces que entraba por el parabrisas.Hablaron muy poco. Ernesto dejó caer todas las estructuras quehabía conocido, mientras le sacaba los zapatos embarrados ylas medias húmedas, mientras le acariciaba los pies imperfectosy desprendía un cinturón de ausencias, al tiempo que olvidabalas lecciones de anatomía para inventarle a Paloma un cuerponuevo. La camisa de ella fugó más tarde, junto al pantalón deErnesto, el saco de Ernesto, la compostura de Ernesto, la valijita

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negra cómplice de Ernesto, la soledad de Ernesto. Él le contólas pecas y ella las arrugas. Él no terminó de contar, ella sí.

Yo vi las manadas de zapatos-caracoles horadando lasbaldosas, mientras un tango goteaba entre chinos y ofertas,arbolitos, carteleras, humedades y pobrezas.Entonces, el alero de tus brazos me dio amparo, horizontalcomo un presagio, mientras esquivábamos los meandros queviboreaban en las cunetas. Fuimos los amos de la moliendadel deseo: tormenta de ojos, un río hirviente de silencio entremurmullos.Cómo no íbamos a desertar del bar.Cómo no íbamos a buscar la ruta hacia el hotel y la puertacon alas de madera, la cara del conserje y el recorrido sininocencia de su mirada.Las medusas invadieron los restos de una alfombra, y elcubículo paredes rococó se abrió, todo crisálida.Fue entonces que tus manos articularon uno o dos prodigiosen mi pelo (que cascada y río a veces te laberintan, te hilan,te yuxtapueden), y tu pecho, montaña y puente, se izó, todoselva, entre un ejército de lianas y poleas, y un bramido selevantó de la sombra sin perfumes.Afuera, se oyó la respiración pausada de un hombre que yacecon su hembra.

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(Como si fuera tan fácil lidiar con el tiempo y el espacio.Como si fuera tan simple comprender las mañanas y losdesayunos y las siestas. Como si fuera posible domar por uninstante la tristeza, revolcarse en la alegría, una vez, sólouna, y exhalar un conjuro hecho con la materia de los sueños,mojando el índice en tu saliva, y salvarnos, salvarnos,salvarnos...¿Y si fuera posible?, me digo y me respondo yo, que latoentredormida entre las hilachas de un sueño que te tuvo yera así: yo estaba en un bar de Santos Lugares y vos entrabas,te sentabas a mi lado, me pasabas un brazo por detrás y conla mano libre me apartabas el pelo dejando mi cuello aldescubierto y allí me besabas, en el cuello, y después mesoplabas, como deshaciendo panaderos, y entonces yo medesperté, pero no me desperté, pero me desperté y vos noestabas, pero sí, pero estabas y yo me desperté pero no.Es posible.)

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La primera vez que Ernesto abandonó a Paloma fue la más triste,al menos para ella.Hacía varios días que la culpa manejaba a Ernesto como a untítere. Podía olerse la culpa desde lejos, como un perfume delator,fuerte, penetrante. Podía oírse la culpa, como un oleaje deremolinos espesos, algo así como un burbujeo de pantano. Podíaverse la culpa en los ojos de él que evitaban hundirse en el laguitoverde de ella.Pero el beso... ah, el último beso que ella le dio al despedirse, undía antes de que él la abandonara en el bodegón de Ciudadela,ese beso merece una consideración particular. Se habíanencontrado en una exposición de Jaime Valdés, en una pequeñasala de Tigre. No era la primera vez que iban. Se sentían bastanteseguros allí, sin embargo no llegaban ni se iban juntos. Ese díamiraban los cuadros sin hablar y sin rozarse. Ella miró coninsistencia la pintura de un lanchón anaranjado, casi sepia,parecido a los del puerto de Mar del Plata. El fantasma de laculpa imprimía un peso en los hombros de Ernesto y hasta la vozsonaba aplastada. En un pequeño recodo del salón se sentaron.Intentaron un diálogo, pero Paloma comprendía la dificultad delacercamiento. Ella le respiraba menta cerca de su cara, como aél le gustaba. Después le sopló suavemente el cuello, como siintentase deshacer un pequeño y solitario panadero. Al final lohabía observado con tristeza. Paloma miró hacia abajo antes deimpulsarse hacia arriba, como siempre. Se incorporó e

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inclinándose un poco hasta él (que seguía sentado) lo besósuavemente en los labios. Nunca olvidará Paloma ese beso y loevocará como “el beso equivocado”. Fue como si besara a unaaguaviva. Y los ojos de Ernesto diciéndole silencios, gritándoleadioses, y la boca que casi sin moverse deslizó un “después tellamo”. Paloma se fue y esa tarde, al regresar a su casa, tropezócon el cable del teléfono y nadie pudo comunicarse con ella.Al día siguiente Paloma comprendió que no se puede hacer nadapara torcer un destino que ya se ha presentado, que ha golpeadola puerta de casa y ha invadido nuestro territorio. A pesar de nohaber podido hablar con ella, Ernesto se las ingenió para verla ycitarla en el bodegón de Ciudadela. Llovía y a Paloma le entrabael agua por una grieta que se le había abierto en la suela de unzapato. Además, llevaba una bolsa con el cuadro que le habíacomprado a Jaime Valdés. Cuando tuvo frente a sí el bodegón,la bolsa resbaló de sus manos y cayó en el agua negra de lacuneta. Atrapó la manija de la bolsa casi milagrosamente, altiempo que el corazón se le aceleraba pensando en que podríahaber arruinado la pintura y mirando a Ernesto que llegaba en suauto en el mismo instante. Primero, el cable del teléfono, despuésel zapato inundado y ahora el cuadro. Demasiados accidentespara llegar al bodegón...Ernesto le pidió amistad, mientras la culpa caía sobre él con másintensidad que la lluvia sobre la calle (la mente pone enfuncionamiento mecanismos extraños, como ése que hizo que

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Paloma reparase en que esa calle de Ciudadela era de adoquines,una de las pocas que quedaban). Ernesto se liberaba de la culpade traicionar a Perla, pero el peso de los hombros no cedía.Paloma no dejó que el encuentro se extendiera, porque no queríallorar delante de Ernesto. Nunca lo había hecho. El orgullo hablóprimero. Cuando quiso el alma empezar a decirle cosas,simplemente Paloma dijo que no se sentía bien, que ya estaba,que se fueran de una vez. Ernesto pagó la cuenta y se levantócasi al mismo tiempo. Después la alcanzó a algún sitio y le dijoesa palabra. Ella sintió los dientes del amor lacerándole los oídos.Cuando Paloma bajó del auto, cuando lo vio doblar por la aveniday perderse de su vista, tuvo la sensación (que duró cuarenta ytres días) de que su cuerpo no le pertenecía. Siempre habíapensado que en momentos como ése el cuerpo pasaba a unplano secundario. Ahora toda su piel parecía vaciarse decontenido, de significado, presa de una libertad que no habíapedido, porque jamás se había sentido más libre que durante eltiempo que estuvo amarrada a las manos sin hogar de Ernesto.

Quién pudiera adueñarse del misterio de tu amordesmesurado, que de pronto y sin aviso se contiene, se retiene,se apoca y se opaca porque peca, porque pica y los peces sedisuelven entre mareas que se aquietan, sorprendidas, sedesarman remolinos, se desenroscan, quién pudiera. Yo nopuedo.

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Cómo bucear tu profundidad de océano con peces ciegos,sin ser otro pez ciego que te nada, sin rumbo y sin respuestas.Cómo sobrenadar la melancolía de las horas que pasan comobriznas de hielo, como azotes de espuma.¿Dónde está tu voz para rendirme? No recuerdo el tacto detu aliento.Yo conozco cada una de las anclas que han herido tu pielhasta enterrarse en el fondo mismo de tus años. Las he visto:caen como flechas, cavan túneles efímeros y espantan consus rugidos a los peces ciegos, como yo, que te nado.Así ha de ser la soledad: un pez ciego, el abismo y el horizonteque se pierde hacia lo alto, hacia esa luz que siempre, siempre,siempre, es para los otros, los que se animan, los que reman,los que miran.

Tenía un único amigo en todo el mundo, Víctor. A menudo solíanreunirse en el bar Rex a tomar una ginebra después del trabajo.Allí, Ernesto le contaba. Casi siempre empezaba hablando dePerla, de los chicos, del consultorio. Despacito, se iba acercandoa la orilla de Paloma. Víctor se daba cuenta y dejaba de participaren la conversación. Comprendía que Ernesto necesitaba hablarde Paloma.–A mí no me vas a venir a hablar de culpa, hermano. A mí no. Laculpa es otra cosa. La culpa es eso que te empuja para abajo,ese plomo en la espalda cuando no le comprás una estampita al

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mocoso del subte, o peor, cuando se la comprás y te quedásmascullando que esa no es la solución, ni siquiera un alivio, nipara un alfajor le alcanza. La culpa crece rápido ysilenciosamente, como esas enredaderas que un día llegan hastael borde del alero y a la mañana siguiente treparon las tejas. Temira en los ojos de esa mina que revuelve la basura y no escomo las demás, intuís que fue linda y joven, aunque no tienemás de treinta, le adivinás el color que habrán tenido sus dientes,es más, le adivinás los dientes. Y otra vez la mordedura de laculpa, al final no sabés qué hacer y te vas a tu casa, donde otrasmordeduras. Aparecen los disfraces de la culpa en las masasque le llevás a ella, en ese comentario sobre su vestido verde osobre el peinado. La culpa te baja el jopo, hermano, te juro quete lo baja, y ni te cuento otras cosas que te baja. Porque uno noes así, viste, uno se crió pensando en distintos paisajes, vio futurosmás... livianos, te diría. No éste. Este es un presente de mierdaque no se condice con ningún augurio. Y la rueda sigue, flaco,sigue. Menos mal que te tengo a vos para contarte, porque avos puedo decirte de la otra culpa, esa que me está cavando elpozo, esa que vos no te explicás. Porque las otras, vaya y pase,pero ésta es incomprensible para la mayoría. La culpa por lamujer-pájaro. Son los ojos de ella, sabés, no esperan nada, flaco,nada. Únicamente me miran como si yo fuera... y puta que no losoy. Ayer la invité a ir a Tigre y se puso tan contenta como si lallevara a no sé dónde. A último momento todo se complicó y la

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llamé para cancelar. Y ahí, la culpa, viejo, otra vez. No me dicenada, para colmo, es tan hermética, pero yo mismo debo haberlallevado a eso. Qué me va a decir. Sabe. Yo quisiera imaginarlafeliz, viste, verla un momento tranquila y hasta quisiera que seenamore de otro. Sí, sí, ya sé, soy un boludo, pero no soy ningúnboludo, hermano. En mi felicidad no pienso, ya estoy jugado yo.Ni Perla ni Paloma. Jugado. Eso es lo que soy. Un boludo. Tenésrazón.

Te lo cuento a vos porque sos vos, Ernesto. Recuerdoperfectamente el viaje al campo. La abuela hizo el bolso endos minutos. No me explicó mucho: que estaría más segura,que los tíos me cuidarían, que podía ir a la escuela y quecuando todo se calmara volverían a buscarme. Yo no sabíaqué era lo que tenía que calmarse. El abuelo no decía nada,pobre. Iba y venía de acá para allá y no me dejó llevar fotosal campo. Igual, a escondidas me llevé una, la única foto enla que estamos los cuatro. No sé quién la sacó. Estamos enla vereda de la casa de mis abuelos: mamá tiene el pelo largo,lacio y rubio, pantalones Oxford y un suéter blanco muyajustado; papá, bigotes anchos y una mano alzada comopidiendo tiempo; Patricio, enterito azul de piel de durazno ychupete; yo: minifalda a cuadros, pulóver rojo, zapatosguillermina, lindas piernas, como ahora.

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¿Sabés cómo escondí la foto? Bueno, yo tenía permiso parallevar únicamente mi muñeco de tres caras, pero no toda laropita porque era mucha. Entonces, le puse toda la ropa almuñeco, que se llamaba Juan Paco, prenda sobre prenda,entre saquito y saquito la foto y arriba de todo, para taparel tesoro, el ponchito de vicuña que había sido de Patricio yque mamá me había dado para jugar.

Contaba el cambio y le dejaba dos pesos al mozo. Después, selevantaba, se despedía de Víctor y se iba a su casa, donde Perlasiempre.

El barrio está igual, Ernesto, sólo que ahora sé que regresastede las vacaciones y caminar por ahí significa que puedocruzarme con vos en cualquiera de las esquinas secretas, lade la obra, la de la casa amarilla, la unidad básica, el puestode flores, todo en su sitio, y cuando llegué a la parada delcolectivo, resignada porque hoy no te vi, me puse a mirarhacia arriba: el cielo, los carteles, los edificios, y al volver ala vereda sentí la soledad entre miles de soledades, algo asícomo un alud, y pensé en vos otra vez, Ernesto, y te amé y teodié como casi todos los días y pensé que si me enfermoquién me cuidará, Ernesto, quién, no serás vos el que melleve el té a la cama, ni el que me traiga la revista que busco

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hace tres meses, ni el que aparezca entre la multituddesdibujada, a darme una sorpresa.

(Lo que Ernesto se dice y nadie oye, ni siquiera él: He llegadohasta aquí luego de concertar varias citas con la incertidumbre,en diversos lugares, con distintos mecanismos de iluminación yde defensa.He llegado desnudo de prejuicios y portando un nombre que talvez no merezco, cansado de antemano porque algo de visionariosiempre me está marcando los pasos.He llegado con escasas pero imprescindibles herramientas: lapalabra, las deshoras, la memoria y una biblioteca que jamásdejará de procrearse –aunque una parte de sus entrañas espereen una antigua casa que vaya por ella, a rescatarla del polvo ydel tedio.Casi nunca hay consuelo para mí, porque veo demasiadas cosas.Mientras el verde estalla en el follaje, mi mente se obstina enseguir junto con la hormiga la ruta de la nervadura. Y en verdadla acompaño. La acompaño y la padezco porque realmentequisiera salirme de ella y dejarme tragar por el verde del follajecomo cualquier oficinista, un fin de semana en el campo.Pero no puedo. Y así como me le atrevo a los brazos de estesauce –y él me dará su sombra, agradecido y conciente de quevoy a dejarlo– soy un cobarde ante los ojos de la mujer-pájaro,

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que todo habrá de darme y me esperará, hasta que mi boca dejede pronunciar nombres en vano, me esperará hasta que puedaamarla, me esperará aunque sospeche que no voy a llegar nunca,porque es mentira que he llegado hasta aquí. Yo no he llegado aninguna parte. Son las alas de la mujer-pájaro las que meremontan. Aunque quizás nunca. Y también por eso.Yo he oído los gritos de los muertos. Juro que los he oído. Y aúnhoy los escucho: golpean las ventanas de mi casa, apedrean yechan humo por todas las rendijas. Después, vuelven a gritar. Yyo los he abandonado. Son Miguel, Paulina, Carlos, Gustavo yotros más que no conozco.Los muertos escupen mis recetarios, los sellos y diagnósticos, yse ríen de mí, que continúo escribiendo entre restos de dientes ycharcos de baba. Se ríen. A veces, muy de vez en cuando, meacuerdo de mí...Regreso rápidamente del ensueño: hay que juntar para lasvacaciones, hay que mantener al día la cuota del colegio deFernando y la universidad de Lucía, hay que renovar la heladera,pagar la cochera y además recordar que uno se casó enamoradoy para toda la vida. Porque uno se casó para toda la vida.Y no está mal. Pero es tan triste. Porque no me reconozco.Porque me pierdo de vista. Porque me ignoro.Un día de estos los voy a mandar a todos a la diez mil putamadre que los parió. Me voy a parar encima del escritorio y ahívan a saber lo que es la mierda. Me voy. Que me vayan a buscar

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si quieren. Y si no que se consigan otro estúpido. No va a serdifícil reemplazarme. Hay tantos.Y soy un egoísta. Ahora puedo verme con claridad. Y ella ya losabe. Se ha dado cuenta. Yo sabía que pasaría de este modo.Un día se revelaría la naturaleza de mi composición: barro. Ycualquier lluvia... se sabe... Soy un egoísta. Ahora me doy cuenta.Ojalá Paloma se animara un día y me pegara una buena patadaen el culo.La nervadura. La hormiga. El follaje.Paloma. La memoria.Paloma...)

Yo sabía que esto terminaría así, Ernesto. O de otro modo,pero que terminaría, ¿entendés? Vos lo dijiste con claridad:no era quién, ni cuándo; el problema era cómo.Ahora estoy viendo pasar los escasos autos del domingo. Esinteresante, sabés, ver las caras de los ocupantes. Casi todoslos hombres cargan con sus caras de fútbol, de fastidio. Ellasmiran distraídamente por la ventanilla, ignorando elalboroto que hacen los niños en la parte trasera. La mayorcitatrata de resolver un crucigrama y el menor le tirarigurosamente el cabello. O son dos varones que pelean porunas figuritas insignificantes. Pelean por figuritas decincuenta centavos. Después crecen, claro, y pelean por otrascifras, pero siempre se trata de figuritas.

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El fresno que planté en el verano está empezando a dar susprimeros brotes. “Parece que se va a morir”, me había dichoel loco que pasea al pony. Menos mal que no le hice casocuando me recomendó que lo corte, que no tenía sentido,que para qué ocupar ese lugar con un palo tieso y seco. Yoconfié en mi instinto y lo conservé. Ahí está, dando susprimeros brotes.Vos lo dijiste con claridad. El problema era cómo. Porqueyo también lo dije con claridad: el destino está trazado, esuna cuestión de tiempo. Y vos volviste a decir que el tiempono te preocupaba, que el problema era cómo.No me gustó que me dijeras eso. Me sentí triste de que eltiempo no te preocupara, de que te diera lo mismo un mesmás que un año menos. Y me molestó que eligieras el doloranticipado del cómo.Ahora están pasando los perros de Amalia. Se le escaparonotra vez. En unos minutos va a salir corriendo con una sogagruesa a recuperarlos. Quién sabe si esos pobres perrosquieren ser recuperados.Entonces, cuando me quedé sola, comprendí todo, Ernesto.Todo. Y recordé tantas cosas... Como el libro de Kunderaque solíamos leer y que yo tenía marcado con lápiz. Y unafrase, Ernesto, esa que dice “pero es precisamente el débilquien tiene que ser fuerte y marcharse cuando el fuerte esdemasiado débil como para ser capaz de hacerle daño al

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débil”. Y vos te reíste porque te parecía un juego de palabras.Y yo te dije: No te rías.Todo lo comprendí, Ernesto. Todo. Ahora sé que no vas adejarme porque tenés miedo de que me muera. Y yo no puedocontarte de todas las veces que estuve muerta. Y que nopasa nada finalmente, uno se cura despacio, con agua benditao con vinagre, pero se cura. En serio.Puede ser que llueva esta tarde. No esas lluvias finitas. No.Quisiera una lluvia bien espesa, y que casi no pasen autos yquizás ver algún sapo, como el otro día en la plaza del centro.Es tan raro ver un sapo en la ciudad, pero ése estaba feliz, selo veía saltando despreocupado y solo.Es como si viera ahora las palabras cruzándote la frente,Ernesto, como un buque de ideas, como un barco fantasma.Te voy a ahorrar el trance, Ernesto, para que no tengas quetratarme mal.

Hace muchos años un compañero de trabajo me contó estahistoria. Se llamaba Jorge y tenía un cocker spaniel dorado.Como era puro lo hizo cruzar con una perra de la mismaraza, para vender los cachorros. Al poco tiempo la hembraparió cinco perros, hermosos como los cachorros de cualquierespecie. A Jorge le correspondía quedarse con uno y eligióun macho. Es así que por un tiempo los dos perros, padre ehijo, convivieron. Pero Jorge vivía en un departamento y

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las cosas se le complicaron. Entonces decidió regalar a unode los perros. Al hijo. Jorge los quería mucho a los dos, perono había otra solución.Entonces, llevó a cabo el plan. Empezó a tratar mal al perrohijo. Acariciaba exageradamente al padre. Lo alimentabacon desgano y a deshoras. Lo retaba sin motivo. No lo sacabaa pasear.Después lo regaló. Dice que hizo todo eso para que al perrole costara menos separarse de Jorge y del otro perro, su padre.

Empezó a llover, finalmente. Una lluvia gorda como yoquería. Y granizo. Voy a poner la pava. Tengo tantas ganasde tomar unos mates, sin azúcar y con naranja. Mañana yano voy a verte. Así que, mientras me tomo estos amargos,voy a despedirme minuciosamente de vos. Ya lo dijiste. Loimportante era el cómo. Eso ahora no debe preocuparte.Después, voy a deslizar mi lenta carcaza hasta el dormitorioy voy a ladrar y a gemir y a aullar, hasta que la luna seconvierta en nueva y yo pierda definitivamente mi vocacióncanina.

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Capítulo VDe Paloma

Cosas / Lugares / Cartas

Pesadilla

En el tren, un solo pasajero, y sola yo en el andén. Esa esmi más frecuente pesadilla.

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Cosas que cambian en quince años

La última vez que nos vimos con C… nos besamoslargamente bajo un paraguas en la avenida. Pero de esohace quince años. Hay cosas que no regresan, pero otrasvuelven como pájaros, por ejemplo el olor de él, el pelo de ély la risa de él. En esa época nos escribíamos muchas cartas,con papel y lapicera, que nos dábamos en sobrecitosamarillos. Eran lindas cartas.Ahora, después de quince años, es impensado escribirse deverdad.Ahora uno se manda mails y elige los colores, los taMañOsde la letra (que en realidad se llama tipografía) y colocapreciosos dibujitos que se llaman íconos.

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Pero no entonces. Quince años atrás ni él ni yo teníamoscelular, mucho menos computadora. Durante mucho tiempome resistí al malón tecnológico, hasta que no me quedó másremedio que involucionar como el resto de mis congéneres.Ahora tengo computadora pero le puse nombre y apellido.También tengo celular y mando cartas por correo electrónico,pero mantengo el formato de las cartas antiguas, conencabezados, lugar y fecha y no menos de cuatro o cincopostdatas por cada una.Donde participo a gusto es en el Chat. (Ahora que lo pienso,¿digo donde porque el Chat es un lugar? ¿Dónde queda? ¿Adónde van a parar los cientos de mensajes que elimino cadavez que apago a…?).

***

Cosas que cambian en treinta años

…y después de todo y mientras tanto están las cosas quecambiaron en treinta años porque todo nos lo han quitadogeneración de huérfanos pobres pibes con música prestadaoh mamy oh mamy mamy blue oh mamy blue nos prestaronel jazz y los grandes éxitos de The mamas and the papas y lopoco lo escaso lo chiquito que sería nuestro nos lo quitaronnos lo arrancaron sin pausa nos dejaron huerfanitos solos y

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a la deriva con tíos abuelitos amigos de papá hogaresdesconocidos mamás de préstamo nos dejaron y nunca másnada volvería a ser nuestro y nuestras casas nuestras casitasoh mamy oh mamy mamy blue oh mamy blue…

Oh mamy, mamy (oh mamy, mamy)Dove sei mamy (dónde estás mami)Oh mamy, mamy, mamy blue (oh mamy, mamy, mamy blue)Oh mamy blue (oh mamy blue)

Finestre chiuse sulla via (Ventanas cerradas hacia la calle)ha spento gli occhi casa mia (ha apagado sus ojos mi casa)e da che parte andrò non so più (y a dónde iré no sé más.)A sedici anni ero già (A los dieciséis años ya)Ferita dalla realtà (estaba herida por la realidad)E mi sentivo sempre più giù (y me sentía siempre triste.)

Oh mamy, mamy…

Trovavo sempre in braccio a te (Encontraba entre tus brazos)risposta a tutti i miei perché (respuesta a todas mis preguntas)ma adesso non risponderai più (pero ahora no responderás más.)Incontro al mio destino andrò, (Iré en contra de mi destino,)

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la direzione non la so, (no sé hacia qué dirección,)il primo treno e saliro su. (subiré al primer tren.)

Oh mamy, mamy…

Un giorno tu mi hai detto sai (Un día tú me dijiste: ¿sabes?)col primo amore te ne andrai (te irás con el primer amor.)E invece sei fuggita tu, tu (En cambio, te has ido tú… tú…)Finestre chiuse sulla via (Ventanas cerradas hacia la calle,)ha spento gli occhi casa mia. (ha apagado sus ojos mi casa.)Neanche io ci tornerò più. (Ni siquiera yo volveré más.)

Oh mamy, mamy…

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Carta para Gustavo

Querido Gustavo: no sé si te acordarás de mí. Soy Paloma,tu compañera de la primaria. Hoy a la mañana me encontrécon tu papá en un pasillo de la municipalidad y lo reconocíinmediatamente. ¡Está igual tu viejo! Me acerqué y lo saludéy yo debo estar al menos parecida porque me recordó. Mecontó que estás viviendo en Miami, que te casaste y tenéstres chicos, y que te va muy bien por allá. Enseguida le pedítu dirección, y me animé a escribirte.Te cuento que al ver a tu papá fue inevitable recordaraquellos tiempos. Me acuerdo de que tu mamá te ponía unospantalones de terciopelo marrón espantosos y todos tecargábamos. A mí mi abuela me ponía una pollera verde, ytambién me cargaban. ¿Por qué los viejos nos hacían esascosas, Gustavo? Yo moría por tener una de esas pollerasbien amplias, plato se llamaban, para poder girar y parecerlas artistas de “Fama”. Mis amigas tenían y daban vueltasy vueltas en los recreos, y yo me quedaba mirándolas, conmi pobre falda, aburrida y quieta.También me acordé del día que la señorita nos hizo leer porturnos pasajes del “Martín Fierro” y a vos te tocó leer laparte que dice “prendido como huérfano a la teta”. Concuánta vergüenza nos reímos ese día, decir teta en el añosetenta y ocho, nosotros, tan chicos y tan reprimidos,

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limitados, y vos, todo colorado, pero igual lo leíste y yoescuché y sentí envidia de que pudieras decir teta en vozalta, si me hubiese tocado a mí me hubiese muerto o hubiesesalido corriendo. Teta. Qué tontos éramos todos...¿Te acordás de la maestra Zulema, la que nos enseñabafolclore? Me enteré de que se murió hace cuatro años. Ellanos enseñó a bailar una danza que se llama “Los amores” y anosotros nos tocó bailarla juntos. Era linda la danza, pero amí me hubiera gustado bailarla con Julio César Almirón. Note enojes, vos bailabas bien, pero yo estaba tan enamoradade Julio y por supuesto él no sabía siquiera que yo existía,porque era de séptimo y nosotros estábamos en cuarto.A propósito de Zulema, quisiera contarte algo que hasta hoyno le conté a nadie. Tal vez lo hago ahora porque sé queestás lejos y porque estamos grandes, y porque a lo mejorpodés comprender lo que siento. Como te dije, estábamosen cuarto grado y a la mayoría le costaba matemática. A míno, ¿te acordás qué buena alumna era yo? Hasta fuiabanderada... A vos tampoco te costaba, ni al otro Gustavo(que se recibió de ingeniero ¿sabías?), ni a Mercedes Carrizo.Pero el resto... todos bastante burros. Yo a veces le explicabaa Fabiana, pero era imposible, no agarraba una, pobre.Era bastante zurda, Zulema. No nos dejaban festejar laprimavera y ella no estaba de acuerdo. Entonces, hicimosla fiesta a escondidas. Llevamos jugo y galletitas y

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celebramos en silencio casi total; el pobre Chuli no pudotocar la guitarra... solo nos contábamos cosas, chistes, envoz muy baja y fue para muchos la primera trasgresión;mientras duró la fiesta, nos turnábamos para hacer decampana por si venía la vice (te acordarás de aquella viejaarpía que nos hacía tomar tres tragos de agua a cada unoen el bebedero del patio para que no nos amontonáramos,¡uno!, ¡dos!, ¡tres!, vociferaba y había que correrse y dejarpasar al próximo, muertos de sed aún).Era gordita Zulema: a veces, cuando hacía mucho calor, lohacía saltar a Rodrigo por la ventana para que le comprasehelado. Pero esto no es lo que te quiero contar, porqueseguramente recordarás lo de la primavera, lo del agua enel patio y lo de los helados tanto como yo. Éramos bastantelentos con las cuentas, entonces a Zulema se le ocurrióproponer un premio para el que resolviese correctamentelos problemas de matemática: un chocolate enorme, marca“Aero”, afuera negro y adentro blanco, lleno de burbujitasy envuelto en papel rojo. Todos nos esforzábamos porsolucionar los problemas, pero pasaban las horas y a ningunole salían. Eran tan difíciles...Yo me sentaba con Mauricio Cócaro. Mauricio me mirababuscando ayuda, porque yo siempre le soplaba las respuestas,pero esta vez me encontraba perdida en uno de los puntosde la prueba y no podía resolverlo.

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Entonces sucedió. La maestra Zulema se dio cuenta y sinque nadie la viera me dejó en el pupitre, debajo de lacartuchera, un papelito con la solución. Y yo la copié,Gustavo, y me gané el chocolate.Fue horrible, Gustavo, horrible, aún hoy siento en mi cabezalos pensamientos girando vertiginosamente, el bien y el maldesplazándose, arrugándose, mi señorita adorada tan buena,tan mala, tan fea, tan injusta, y yo que no dije nada, Gustavo,tenía diez años, y me comí el chocolate, amargo, asqueroso,salado como estas lágrimas que se me escapan ahora, ahoraque te lo cuento a vos, ahora que ella está muerta, ahoraque quisiera que alguien me deje la solución en mi mesa dela cocina y poder decir ¡no!, no la quiero, quiero resolveresto yo sola, ahora que ya sé la cantidad de personas que sehan ganado sus chocolates de esa manera, ahora que estoyverdaderamente cansada de esperar las respuestas de lasseñoritas y los señores.Bueno, Gustavo, me voy despidiendo. Disculpame por todasestas tonterías y si tenés ganas contestame. Ah, por favor,no le cuentes a nadie lo de Zulema. Hasta pronto. Paloma.

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Versión de la soledad

ah soledad llena de candados diminutos pordonde el agua no entra nuncani una llaverepertorio de preguntasque paladeo despaciocomo si el sabor fuese lamás sobria compañíaah soledadsi pudieras comerme devorarmesi pudieras urdir un plan perfecto y llevartetodotodoy no dejar nada más que el capullola crisálida encantadala respuesta

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Botella al mar

tanto por decir y tan poco tiempo tanto silencio volcadodesde el pico hasta abajo hasta abajo donde dos peces dearena se pelean por roer el papelito el papelito que te escriboy pongo en la botella entonces adivino tu risa impenetrablepero la botella ya está casi lejos y boyando no hay manerade frenarla y qué remedio mientras viaja tu risa crece y crecedespiadadano debieras reírte de mí de mí que acabo de poner todami vida adentro de una botella

***Carta para Facundo

Te fuiste y me puse a buscar tus marcas. Tus señales. Ahí estabael libro de Confucio que me diste, con tus signos de preguntaen lapicera. Tus preguntas. ¿Elegiste irte para buscar esasrespuestas? Ahora yo me quedo llena de preguntas. ¿Por quéno me di cuenta? ¿Hubiese podido ayudarte? ¿Cuánto quedade la que fui, ahora que vos no estás?Sigo buscando tus marcas. Abro otra vez los mensajes queme mandaste hace dos semanas. Uno por uno. Mensajeslarguísimos. Me dijiste “sé feliz”. Me dijiste “te quiero desdeel momento en que naciste y así será hasta que cierre los

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ojos por última vez”. Y yo no me di cuenta. Tal vez porquesiempre me mandabas mensajes profundos, valiosos. Tal vezporque nunca te vi triste (porque, ahora lo sé, sabías ocultartu tristeza). Ahora, veo todo con más claridad. Y me sientotan cerca de Abelardo. Sabés, solamente puedo llorar conél. Por vos y por Dumas.Eras la imagen más perfecta de mis viejos. Ahora sigue otraorfandad. Una soledad casi absoluta. Un no poder imaginar.Un no sentir el cuerpo.Facundo… Facu… mi padre del alma, me decías sobrina,me decías hija, me ayudaste tanto a buscar a Patricio...Llegará el día Facu, llegará. Volveremos a encontrarnos y areírnos de las mismas viejas cosas. Vos aguantá un poco conlos viejos, tuyos y míos, con los tíos, con los nonos, conDumas. Porque tiene que haber un cielo para todos, comodice el poema de Roberto. Tiene que haberlo.Yo voy a hacer lo que me pediste. Voy a ser feliz. Pero hoyno. No todavía.

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Carta para papá

…pero papá, qué fanático que eras, mirá que ponernos alos dos nombres que empiezan con P, ya se lo habíasadelantado a mamá, cuando la conociste en los días demilitancia: Me llamo Pablo, ¿así que vos sos Paula? Bueno,Paula, te cuento que vos te vas a casar conmigo y cuandotengamos hijos sus nombres también van a empezar con P ymamá claro y van a andar por la vida con los dos dedos en“V” y cantando ya sabés qué… De vos recuerdo los recuerdos que siempre contabas. Comoéste de los nombres. Sobre todo los recuerdos, aunquetambién los días que pasábamos en el patiecito de casa,tomando sol, tirados en unos colchones viejos. Vos fumabasy hacías circulitos con el humo, así, y Patricio jugaba acazarlos, cazar el humo con su dedo, el humo como un anillofantástico que se quedaba un instante en el dedo de Patricioy después se desarmaba o simplemente subía y se abría. Aveces te salían cuatro o cinco circulitos seguidos y entoncesPatricio se reía como un loco tratando de ahuyentarlos, comocuando yo hacía burbujas de jabón y él me las espantaba.Yo me reía con mamá, que también fumaba pero no hacíacirculitos.También me acuerdo de la última vez que salimos los tres:vos, mamá y yo. Yo me había enfermado; en esa época tenía

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asma y recaía seguido. Entonces, me llevaron los dos almédico (Patricio se quedó con la abuela). Nuestra últimasalida fue al hospital. Yo iba en el medio de los dos, de lamano de los dos, y me acuerdo muy nítidamente de lo muchoque me gustó esa vez enfermarme, porque por todo eso quepasaba era cada vez más raro salir de casa, menos aún lostres. Entonces, yo estaba feliz de poder caminar con ustedes,me sostenían con firmeza y podría contarte cómo eran lasveredas antes de llegar a la puerta del hospital, y podríacontarte qué perfume había en el aire y qué música brotabade las ventanas de las casas, cómo se veía la luna esa noche,el color de pelo del vendedor que pasó a nuestro lado, ellazo que tenía en el pelo aquella chica que vos miraste ymamá se puso celosa, podría decirte el ruido que hacían loszuecos de mamá y el sonido de la sirena que pasó tan cerca,tan cerca, tan cerca, tan cerca…

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Lugar de ahora

Escribo esto un ratito antes de salir a escena. Hay bastantegente. De a poco se va llenando. No voy a espiar más, noquiero saber más nada de afuera. Ahora quiero serúnicamente la mina de Tuco. Me puse rimel y máscara enlas pestañas, bien negras y tupidas quedaron. Gerardo va yviene supervisando todo. Está nervioso, el pobre, sobre todopor mí, porque últimamente no he estado nada bien, laspesadillas y el dolor de espalda.Ahora no queda tiempo. Hay que salir. Como siempre, metiemblan las manos y las rodillas.

Todo este lugar está repleto de fantasmas. Aunque no estoysegura de que lo sean, porque los fantasmas suelen definirsecomo apariciones de seres muertos, y Florencio Pérez y mihermanito Patricio están desaparecidos, no muertos. Comotantos otros. De todos modos, este lugar está lleno de ellos.Están Amanda y Manuel, los amigos de Laura que se llevaronen el ‘77. Está la madre de Facundo, el amigo de papá quecasi se volvió loco al enterarse. Y está Facundo. Tambiénestá aquel cura.Ahí, en la primera fila, Patricio espera junto a Florencioque se abra el telón. En pocos minutos, cuando la sala sellene, cuando empecemos a actuar, ellos serán el motor y el

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destino. Por eso reservé las butacas doce y trece y pedí quelas señalaran con algo para que nadie las ocupe. Ya sé quepara todos es un ritual triste y sin sentido, como el de esaspersonas que siguen poniendo en la mesa el plato del muerto.Pero yo quiero tener esos lugares para ellos, para dedicarleslo que tengo y lo que me falta. Me cuesta imaginar la caraque tendrá Patricio y no vi siquiera una foto de Florencio.Pero al pensar en mi hermano se me ocurren las manos depapá, el pelo ondulado de mamá, y como dice el poema dePedroni “un poco de mis ojos, un poco, casi nada”. Veo unFlorencio morocho y delgado, con un Levi’s gastado y lamirada nueva.Si Oliver viniera me gustaría que se sentara junto aFlorencio, y conservo el deseo secreto de que Florencio lemuerda la oreja. Y claro, quisiera que Abelardo se sentara allado de mi hermanito Patricio. No creo que Ernesto venga,y es mejor.En realidad… sólo espero que vengan los ausentes…

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y un día se le ocurrió nacer

sin transición pasó a la lecturaoblicuaprincesas en ventanas con alfeizarniñas pobres hundidas en un gris de escaparatesmuchachos destinados a la guerra y la doncella ella no supo qué decir(boca afuera)de ese mundo tan andersen tan grimm boca adentrola historia era distinta puertas / pasillos clausurados no había princesitas de papálas pobres niñas se asomaban a ventanas tapiadasa un después de ladrillosy los héroes simplemente no estaban

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boca adentro la historia no teníabocano se soltabay el universo entero conspirabapara que alguienpudiese contar y nada más que esoespacios en blancoespacios en negrosu propia voz desfigurada

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CAPÍTULO VI

Decime bandoneón, qué tango hay que cantar...Cacho Castaña-Rubén Juárez (Qué tango hay que cantar)

Yo lo vi todo. Apenas abrieron la sala entró Abelardo, con aromaa colonia y un detrás de tabaco. Se sentó adelante, justo en elcentro. De algún modo supe que reservó esa ubicación coninsistencia, recalcando sobre todo lo del centro. Llegaron unoscuantos más, que se fueron dispersando. Hay gente que no sequiere sentar en las primeras filas, qué sé yo, les da vergüenza.Después llegó Oliver, mirando para todos lados y con puntillosavestimenta (olía a perfume importado, de los caros). Se sentó ados butacas de Abelardo, hacia su derecha. Los lugares que losseparaban estaban vacíos por indicación de Paloma.El bullicio crecía cuando entró Ernesto. Se quedó un instante enla entrada, como si dudara. Miró hacia atrás y finalmente recorrióel pasillo central y fue hacia la primera fila. Se sentó a la izquierdade Abelardo.No se miraron. Solamente prestaron algo de atención a los ramosde flores que cada uno llevaba. Abelardo, violetas; Oliver,orquídeas; Ernesto, rosas blancas. Hubo algo de competenciaimplícita entre ellos, por el asunto de las flores. Abelardo, untanto apocado por la humildad de las suyas, las acercó hasta sunariz y olfateó brevemente. Se sintió bien. Olían al jabón que

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usaba Paloma. Oliver conservaba un dejo de altanería. En elfondo, no aprendería nunca. Mirá que llevarle orquídeas... Sicon un ramito de margaritas hubiese sido suficiente. En cambiolas orquídeas... Ah, tan sofisticadas, tan caras, con su papelespecial lleno de frunces y de rulos en los bordes, y la tarjetitaescrita con letra inclinada y pareja, cursiva inglesa seguramente.Ernesto, por su parte, sabía que a Paloma le habían gustado lasrosas blancas desde que su padre le regaló media docena cuandoera chica; de modo que asestó un golpe bajo. Pareciera quejamás va a poder ser él mismo...Enseguida empezó la obra. No aparecía Paloma en las primerasescenas, pero la puesta era magnífica y los tres se sintieron agusto.Al fin irrumpió. No sé si es el modo de expresarlo. No sé siirrumpió. Tal vez se deslizó como si no tuviese pies por las tablaslustradas. Entendí por qué esos tres hombres la amaban. Palomaera un anticipo del paraíso, una promesa inconclusa, una pregunta.Paloma era un cuento con final abierto, la seguridad de que nadaera seguro, salvo el fondo parduzco de sus ojos y la certeza deldesconsuelo.Qué tango habría que cantar… El secreto es dejarla existirmansamente, comprender que para ella es sublime lo pequeño,no intentar conocer con el intelecto por qué puede estar horasmirando el nudo de una rama, o por qué le resultó maravillosaesa imagen que vio por televisión, en la que había un perro muerto

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en la puerta de una iglesia mientras desde adentro brotaban lasúltimas notas del Ave María de Gounod. Ésa era ella. Todamisterio teñido de un color sin nombre.

Decía, en fin, que Paloma irrumpió o se deslizó. Creo que si unomiraba con atención a ras del piso podía ver sus pies acariciandola madera. Podía oír el sonido de sus dedos.Yo no necesitaba estar en la primera fila. De todos modos, elegíuno de los dos lugares vacíos del centro: a fin de cuentas, Palomaquiso que ese lugar fuera mío, aún sin haberme conocido. Esperécómodo, libre de miradas, libre de todo, y sabiendo con absolutacerteza que esa noche, y por mucho tiempo, mi compañero debutaca no llegaría.Ella deberá seguir buscando.

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Epílogo

Volví a la casa.No pude entrar. ¿Qué diría a sus habitantes? Vi desde elpasillo la casilla del gas, el costado del cuartucho queconstruyó papá, ropa tendida. Ropa de otros.Me pareció que era una casa de gitanos. Que la habitabangitanos. No sé por qué. Tal vez algún color en alguna prendasuspendida en los alambres.No quise entrar.Me quedé en la vereda. La vereda es la misma. Y la puerta.La puerta pequeña es la misma.La misma puerta, cuarenta años más tarde. De madera muypesada. Y no pesada en el recuerdo: no. No fue como lo quesucedió con las dimensiones; la distancia desde casa a laesquina era… nada. Cuatro casas. No. Con la distancia fuedistinto: el pasillo corto, la vereda angosta. Con la puertano. La puerta es extremadamente pesada ahora. Tuve queesforzarme para cerrarla.Porque no la abrí.La puerta estaba entreabierta y yo no terminé de abrirla.No. Terminé de cerrarla. Una puerta entreabierta es tambiénuna puerta entrecerrada y eso hay que solucionarlo de

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inmediato. Por una puerta entreabierta se escapan las cosas.Por una puerta entrecerrada las cosas entran. Entran.Sentí que ya no había lugar para que entrara una cosa más,un recuerdo más. Y cerré la puerta.Pero antes, saqué una foto.

Es esta.La vereda, la puerta, el pasillocon sus costados blancos, hastaahí todo es igual. Desde la veredapuedo adivinar que han quitadolos árboles. No están. Ni el cerezoni el manzano. Seguramente siestuvieran yo vería las copasdesde afuera. Pero no las veo.

Volví a la casa.Di una vuelta a la manzana yme impresionó la vereda dondesolíamos jugar a las escondidascon los Marcelos, con Liliana,con la gorda Sarita. Es la misma

vereda, una de las pocas veredas amplias que por entoncesera nueva. Baldosas blancas y grandes, rectangulares. Las

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baldosas siguen siendo blancas y grandes. Eso no cambió.Sólo cambiaron las dimensiones. La distancia desde la puertahasta el lugar donde estaba la panadería (mi primermandado, medio de criollitos y la plata arrugada en un puñoy la mirada constantemente hacia atrás y el regreso corriendosudando corriendo criollitos al viento).Entonces, recordé las tres cuadras y aquello que me contó laabuela sobre el miedo de mamá:

Mamá había atravesado el pasillo como quien surca el últimocanal conocido antes de internarse en el océano. Se sintiólevemente protegida, por última vez, entre los costadosblancos, recién pintados, del corredor.Antes de cruzar la puertita que comunicaba con la veredasostuvo fuertemente mi mano, abrigadas las dos con guantesde piel. Cada vez que llegaba hasta esa puertita mamá sentíaque un viento de despedida le despeinaba el futuro. Sinembargo, como tantas otras veces, debía salir al mundo, enesta ocasión para llevarme al dentista.Pisó con el pie izquierdo la vereda de baldosas amarillas ymiró hacia ambos lados con insistencia, pero tratando de nollamar la atención (aunque era muy difícil), mientras memantenía un poco atrás; al mismo tiempo, me transfería elmiedo (eso ella no lo sabía, pero me transfería el miedo).

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De un tirón me arrancó de la seguridad del pasadizo y nosaventuramos a recorrer las tres cuadras que nos separabandel consultorio del doctor Villalba. Estaba oscuro. Aunqueeran las seis de la tarde, el invierno se hacía notaroscureciéndolo todo con sus fantasmas helados.La primera cuadra no fue tan difícil. Todas casas conocidas,los negocios, el almacén de Rosita, el quiosco de Nené, elfrente amarillo del caserón de Cleofé. Uno o dos perroscallejeros me ladraron. Encima eso, los perros, como si fuesepoco saber que a papá lo buscaban, encima eso, los perros,una y otra vez se lo repetía, los perros, encima. Empezó atemer de verdad al cruzar la treinta y nueve, porque miróhacia atrás y se le desdibujó la vereda amarilla y ya no divisóla tranquerita de casa, ni la copa del árbol del patio. Estabaya lejos, a una cuadra y ya lejos, difícil volver, si algo pasabano podría correr ni esconderse, a pesar de ser joven y ágilno podría correr hasta nuestra casita blanca y tibia.Sin embargo, siguió, debía seguir. La segunda cuadra larecorrimos ligero, más ligero que la anterior. Las casas yano eran tan familiares, ni los rostros. Un hombre de ropaazul, acodado en una columna de luz, nos miró fugazmentey ella apretó con fuerza el arma que escondía en el bolsillodel abrigo, como tomando la conciencia del arma, la fuerzay el poder del fuego silencioso y latente, el fuego intrínseco

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del arma tomada por primera vez, porque antes de tocarleun solo pelo a la nena ella los mataría, seguro los mataría,aunque después tal vez, pero qué importaba, si ella los mataríasi me tocaban. El hombre de ropa azul desvió la mirada,casi temeroso, y encendió un cigarro; después se metió enuna casa triste y cerró con un portazo.Nosotras seguimos y nos acercamos a la cuarenta y uno.Faltaba aún una cuadra para llegar a la avenida, cruzarla,treinta y cuatro pasos, la puerta, la escalera y el torno.Yo tenía frío y me retrasaba. Temblaba. Mamá percibía eltemblor, pero debía transmitirme una seguridad que hacíarato no tenía. Prometió caramelos de dulce de leche y alregresar, pantera rosa. Prometió “no dolerá” y aseguró “sosvaliente”.Llegarmos al consultorio. Siempre atento el doctor, café ypara ti. Después, el olor alcanforado de la pasta con la queconstruiría un molde, mi boca abierta y mis ojos... ah, misojos... siempre era feliz la expresión de mi hermano, en cambioyo... yo tenía algo en los ojos que la perturbaba, un misterio,un jamás saber qué estaba pensando o sintiendo, esos ojosque la estudiaban a mamá mientras barría el patio de sucasa, o antes de subir a la combi que me llevaba a la escuela,o ahora, en el sillón del dentista. Questa bambina ha unosguardo triste decía mi otra abuela, la nonna.

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El doctor Villalba concluyó su trabajo, me felicitó y me citópara el mes siguiente. Un mes, pensó ella, y le pareció queese lapso no entraba en su mente. Y aún faltaba lo peor: elregreso.Me calzó el montgomery, ajustó los botones de madera, mebesó la nariz. Ella no se había sacado el abrigo, así que sólolevantó las solapas, respiró hondo y salió.Estaba oscuro. Los relojes marcaban las siete de la tarde,pero ella leyó las doscientas de su noche.Otra vez a desafiar los fríos, el de afuera y el otro. Empezamosa desandar la primera cuadra. Los tacos de ella retumbabanen la soledad del barrio El Martillo y mis pasitos (seis o sietepor cada dos de ella) le dieron pena, tanta pena... Sin embargono debía retardar la marcha, mientras más rápido mejor,que terminara de una vez, y cruzamos la calle, la segunda yaún caras extrañas, dos o tres, nadie en la puerta del hombrede azul, miraba hacia atrás, todo el tiempo hacia atrás y unpoco hacia adentro, por fin la cuadra de casa, el almacén, elquiosco de Nené, lo de Cleofé y la puertita enana, el pasillo,la reja, la perra (que se llamaba Ula, como la esposa deAznavour), y el calor de nuestra casa, sosteniéndola,conteniéndole el llanto, y el flequillo del nene, y la cocina,donde dentro de un rato prepararía croquetas de papa, lacomida preferida de la nena.

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