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Capitalismo y subdesarrollo en América Latina Andre Gunder Frank ÍNDICE DE CONTENIDOS PREFACIO PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN Capítulo Primero: EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN CHILE A. Tesis del subdesarrollo capitalista. 1. La contradicción de la expropiación-apropiación del excedente económico; 2. La contradicción de la polarización metrópoli-satélite; 3. La contradicción de la continuidad en el cambio B. Las contradicciones capitalistas en América Latina y en Chile C. América Latina, colonial y capitalista D. El capitalismo del siglo XVI en Chile: colonización de un satélite E. El capitalismo del siglo XVII en Chile: desarrollo capitalista "clásico" F. El capitalismo del siglo XVIII en Chile: resatelización, polarización y subdesarrollo. 1. La polarización internacional a través del comercio exterior; 2. La polarización interior; 3. La polarización latifundio-minifundio; 4. La polarización propietario-trabajador dentro del latifundio; 5. Polarización y subdesarrollo industrial G. El capitalismo del siglo XIX en Chile: consolidación del subdesarrollo. 1. Tentativas de independencia y desarrollo económico: Portales, Bulnes y Montt; 2. El librecambio y el subdesarrollo estructural; 3. La revolución industrial frustrada: Balmaceda y el salitre; 4. La consolidación del subdesarrollo 1 CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile

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Capitalismo y subdesarrollo en América Latina Andre Gunder Frank ÍNDICE DE CONTENIDOS PREFACIO PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN Capítulo Primero: EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN CHILE A. Tesis del subdesarrollo capitalista. 1. La contradicción de la expropiación-apropiación del excedente económico; 2. La contradicción de la polarización metrópoli-satélite; 3. La contradicción de la continuidad en el cambio B. Las contradicciones capitalistas en América Latina y en Chile C. América Latina, colonial y capitalista D. El capitalismo del siglo XVI en Chile: colonización de un satélite E. El capitalismo del siglo XVII en Chile: desarrollo capitalista "clásico" F. El capitalismo del siglo XVIII en Chile: resatelización, polarización y subdesarrollo. 1. La polarización internacional a través del comercio exterior; 2. La polarización interior; 3. La polarización latifundio-minifundio; 4. La polarización propietario-trabajador dentro del latifundio; 5. Polarización y subdesarrollo industrial G. El capitalismo del siglo XIX en Chile: consolidación del subdesarrollo. 1. Tentativas de independencia y desarrollo económico: Portales, Bulnes y Montt; 2. El librecambio y el subdesarrollo estructural; 3. La revolución industrial frustrada: Balmaceda y el salitre; 4. La consolidación del subdesarrollo

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H. El siglo XX: amarga cosecha de subdesarrollo. El sector "externo"; El sector "interno" I. Conclusiones e implicaciones Capítulo Segundo: EL "PROBLEMA INDÍGENA" EN AMÉRICA LATINA A. El problema B. La historia C. La estructura D. El trabajador E. El mercado F. El capitalismo Capítulo tercero: EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN BRASIL A. El modelo, las hipótesis B. El desarrollo del subdesarrollo. 1. El azúcar y el subdesarrollo del Nordeste; 2. Inglaterra y el subdesarrollo de Portugal; 3. El oro y el subdesarrollo de la Región Central; 4. La guerra y el subdesarrollo del norte; 5. El monopolio y el subdesarrollo de la industria; 6. El librecambio y la consolidación del subdesarrollo del Brasil; 7. Resumen: involución pasiva y subdesarrollo C. El subdesarrollo del desarrollo. 1. El café y la satelización externa; 2. La industria y la satelización polar interna; 3. Las inversiones extranjeras y el subdesarrollo; 4. Crisis en la metrópoli e involución activa en el satélite; 5. La recuperación de la metrópoli de Brasil y la resatelización; 6. El desarrollo colonialista interno y el subdesarrollo capitalista; 7. Desarrollo imperialista y subdesarrollo capitalista D. Conclusión Capítulo cuarto: EL CAPITALISMO Y EL MITO DEL FEUDALISMO EN LA AGRICULTURA BRASILEÑA A. EL MITO DEL FEUDALISMO. 1. La tesis burguesa; 2. Las tesis marxistas tradicionales; 3. Crítica del mito del feudalismo B. LA AGRICULTURA CAPITALISTA. 1. Capitalismo y subdesarrollo; 2. Los principios organizativos;

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3. Determinación de la producción, la organización y el bienestar en la agricultura; 4. Conclusiones teóricas y políticas; 5. Post scriptum: más pruebas Capítulo quinto: LA INVERSIÓN EXTRANJERA EN EL SUBDESARROLLO LATINOAMERICANO A. El problema B. Del colonialismo al imperialismo. 1. Explotación y acumulación originaria en la colonia; 2. Industrialización, libre comercio y subdesarrollo; 3. Expansión imperialista y subdesarrollo latinoamericano C. El neoimperialismo y más allá. 1. Crisis en la metrópoli y desarrollo latinoamericano; 2. Expansión de la metrópoli y subdesarrollo de América Latina D. Sumario y conclusiones APENDICES * APENDICE: LA DEPENDENCIA HA MUERTO. VIVA LA DEPENDENCIA Y LA LUCHA DE CLASES * CRITICAS DE OBRAS DE ANDRE GUNDER FRANK BIBLIOGRAFÍA Este libro es una selección de textos escritos en diversas fechas. La primera edición impresa en forma de libro se hizo en el año 1965. La segunda edición se hizo en 1968. La presente edición electrónica está realizada en junio 2005, dos meses después del fallecimiento de Andre Gunder Frank, por eumed●net,

basada en la traducción de Elpidio Pacios, con revisión de Inés Izaguirre y del propio autor. Para citar este texto puede utilizar el siguiente formato: Andre Gunder Frank (1965) Capitalismo y subdesarrollo en América Latina. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/textos/

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Capítulo I: EL DESARROLLO DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA EN CHILE

"El comercio de este Reino es una paradoja de tráfico y una contradictoria de opulencia no experimentada hasta su descubrimiento, floreciendo con lo que otro se arruina, y arruinándose con lo que otros florecen, por consistir su abundancia en la

negociación de tratos extranjero y sus decaimientos en la libertad de otros y es que se ha mirado no como comercio que es necesario mantener abierto, sino como heredad

que es necesario mantener cerrada..."

JOSÉ ARMENDÁRIZ Virrey del Perú, 1736

A. TESIS DEL SUBDESARROLLO CAPITALISTA

Este ensayo sostiene que el subdesarrollo de Chile es el producto necesario de cuatro siglos de desarrollo capitalista y de las contradicciones internas del propio capitalismo. Estas contradicciones son: la expropiación del excedente económico a los más y su apropiación por los menos; la polarización del sistema capitalista en un centro metropolitano y en satélites periféricos, y la continuidad de la estructura fundamental del sistema capitalista a lo largo de la historia de su expansión y transformación, a causa de la persistencia o reproducción de estas contradicciones en todas partes y en todo tiempo. En mi tesis que estas contradicciones capitalistas y el desarrollo histórico del sistema capitalista han generado subdesarrollo en los satélites periféricos expropiados, a la vez que engendraban desarrollo en los centros metropolitanos que se apropiaron el excedente económico de aquéllos; y además, que este proceso continúa.

La conquista española incorporó e integró de lleno a Chile en el expansivo sistema capitalista mercantil del siglo XVI. Las contradicciones del capitalismo han engendrado un subdesarrollo estructural en Chile desde que éste comenzó a participar en el desarrollo de ese sistema universal. Contrariamente a la tan difundida opinión, el subdesarrollo de Chile y de otros países no es un atado de costes original o tradicional, ni una etapa histórica del crecimiento económico por la cual han pasado los países capitalistas hoy desarrollados. Antes bien, el subdesarrollo de Chile y de otros países, no menos que el desarrollo económico mismo, vino a ser a lo largo de los siglos el producto necesario del proceso, plagado de contradicciones, del desarrollo capitalista. Este mismo proceso continúa engendrando subdesarrollo en Chile, y este subdesarrollo no puede ser ni será eliminado con más desarrollo capitalista. En consecuencia, el subdesarrollo estructural continuará siendo engendrado y profundizado en Chile hasta que los chilenos mismos se liberen del capitalismo.

La interpretación que aquí se ofrece difiere no sólo de las interpretaciones generalmente aceptadas de la naturaleza y las causas del subdesarrollo y el desarrollo en general, sino también de las opiniones de importantes comentaristas y analistas de Ia sociedad chilena de ayer y de hoy. Por ejemplo, durante la campaña electoral de 1964 tanto el candidato presidencial democristiano-liberal-conservador como el candidato socialista-comunista dijeron que la sociedad chilena

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contemporánea contiene elementos "feudales"; en su comentario posterior a esas elecciones, Fidel Castro se refirió también a los elementos "feudales" de Chile, y G. M. McBride, en su libro de bien merecida fama Chile, Land and Society, escrito en los años 30, sostuvo que todo Chile adolecía del "dominio de una pequeña clase de aristócratas terratenientes del viejo orden feudal".

El marxista Julio César Jobet, en su Ensayo crítico del desarrollo económico-social de Chile, sugirió que el siglo XIX había presenciado la formación de una burguesía que se levantó "sobre las minas de la economía exclusivamente feudal de la primera parte del siglo XIX (citado por Pinto, 1962)¹. Aníbal Pinto, en su fundamental Chile: Un caso de desarrollo frustrado, que desde su aparición en 1957 ha influido en todos los trabajos históricos y económicos acerca de Chile, retrocedió un poco más para sugerir que "la independencia abrió las puertas", no obstante lo cual sostiene que el "comercio exterior pasó a ser la fuerza motriz del sistema económico doméstico" sólo posteriormente, y que hacia finales del siglo XVIII Chile era y continuó siendo una "economía reclusa". Max Nolff, ampliando el análisis de Pinto, formula su teoría del desarrollo industrial chileno en el supuesto de que Chile tuvo durante todo el período colonial una "economía de subsistencia cerrada". Hasta el marxista Hernán Ramírez (1959), cuyos Antecedentes económicos de la Independencia de Chile proporcionen amplia prueba de que los anteriores juicios acerca de Chile en el siglo XVIII y siguientes no están bien fundados, se refiere a una supuesta "tendencia autárquica" en la economía chilena antes de ese tiempo.

De acuerdo con lo que he leído de la historia de Chile y de la de América Latina en general, tales referencias a una economía de subsistencia autárquica, cerrada, reclusa y feudal no representan cabalmente la realidad de Chile y de América Latina desde la conquista del siglo XVI. Además, el no reconocimiento y la incomprensión de la naturaleza y el significado de la economía exportadora capitalista, abierta y dependiente, qua ha caracterizado y plagado a Chile y a sus hermanos a lo largo de la historia posterior a la conquista, conducen inevitablemente e una mala interpretación y comprensión de la verdadera naturaleza del capitalismo de hoy, de las verdaderas causas no sólo del subdesarrollo pasado sino del todavía más profundo del presente, y de los caminos de acción necesarios para eliminar ese subdesarrollo en lo futuro. El esclarecimiento de esas cuestiones es el objeto de este ensayo.

Específicamente, no puedo aceptar los supuestos fundamentos empíricos y, por ende, las formulaciones del problema y de la política para el desarrollo de Chile expuestas por Aníbal Pinto, Max Nolff (este último, principal asesor económico de Allende, candidato presidencial en 1964 de la coalición socialista-comunista), y otros autores vinculados a los principios del análisis de la Comisión Económica para la América Latina de las Naciones Unidas. Estos analistas, partiendo del criterio inexacto de que Chile tuvo en los siglos anteriores a la independencia política una economía de subsistencia cerrada y reclusa, atribuyen el posterior subdesarrollo de la economía chilena al supuesto error de desarrollarse "hacia afuera" en vez de "hacia adentro", una vez que la independencia, según ellos, abrió la puerta en el siglo XIX. De haber escogido entonces Chile el desarrollo capitalista hacia adentro, hoy estaría desarrollado, sugieren dichos autores, quienes asimismo arguyen que Chile podría desarrollarse todavía si se apresurara y por fin se dedicara al desarrollo (todavía capitalista) hacia adentro.

Mi interpretación de la historia chilena y mi análisis del capitalismo me obligan a rechazar tanto la premisa como la conclusión. Por causa, precisamente, del

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capitalismo la economía de Chile estaba ya subdesarrollándose durante las tres centurias anteriores a la independencia. Y si las innatas contradicciones del capitalismo continúan operando hoy en Chile, como mi análisis sostiene y mi observación confirma, ninguna forma de desarrollo capitalista, hacia afuera o hacia adentro, podrá salvar a Chile del continuo subdesarrollo. En verdad, si el desarrollo hacia afuera dependiente e incompleto ha estado en la entraña de la economía chilena desde la conquista misma, la supuesta opción al desarrollo capitalista, independiente y nacional hacia adentro no existió siquiera en el siglo XIX. Mucho menos existe hoy.

1. Todas las fuentes entre paréntesis se refieren a la bibliografía citada.

1. La contradicción expropiación-apropiación del excedente económico

La primera de las tres contradicciones a las que atribuyo el desarrollo y el subdesarrollo económico es la expropiación-apropiación del excedente económico. Fue Marx, en su análisis del capitalismo, quien identificó y destacó la expropiación de la plusvalía creada por los productores y la apropiación de la misma por los capitalistas. Cien años después, Paul Baran subrayó el papel del excedente económico en la generación de desarrollo económico y también de subdesarrollo. Baran llamó excedente económico "real" a esa parte de la producción que se ahorra y se invierte en realidad (por lo que sólo es una parte de la plusvalía). Baran distinguió también y puso aún más en relieve el excedente económico "potencial" o potencialmente invertible, el cual no está a disposición de la sociedad, porque la estructura monopolista de ésta impide su producción o (de ser producido) es objeto de apropiación y derroche en usos suntuarios. La diferencia entre quienes perciben ingresos altos y bajos y gran parte de la incapacidad de los primeros para canalizar sus ganancias hacia inversiones productivas, puede atribuirse también al monopolio. Por tanto, la no realización y el desaprovechamiento del excedente económico "potencial" en inversiones se debe, esencialmente, a la estructura monopolista del capitalismo. Yo investigo en este trabajo cómo el subdesarrollo de Chile ha resultado de la estructura monopolista del capitalismo mundial.

La contradicción de la expropiación-apropiación monopolista del excedente económico en el sistema capitalista es ubicua, y sus consecuencias, en cuanto a desarrollo y subdesarrollo económico, múltiples y diversas. Para investigar el desarrollo o subdesarrollo de una parte determinada del sistema capitalista mundial, como es Chile —o una parte de Chile— debemos situarla en la estructura económica de todo el sistema mundial e identificar su propia estructura económica. En este estudio veremos que Chile ha estado sometido siempre a un alto grado de monopolio exterior e interior. Por competitiva que pueda haber sido la estructura económica de la metrópoli en cualquier etapa dada de su desarrollo, la estructura del sistema capitalista mundial total, así como también la de sus satélites periféricos, ha sido sumamente monopolista en toda la historia del desarrollo capitalista. Por ende, el monopolio exterior ha llevado siempre a la expropiación (y, por consiguiente, al desaprovechamiento para Chile) de una parte importante del excedente económico producido en Chile y a la apropiación del mismo por otra parte del sistema capitalista mundial. Específicamente, yo reseño los hallazgos de dos estudiosos de la economía chilena que trataron de identificar el excedente

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económico potencial contemporáneo de que se apropian otros y que no está a disposición de Chile.

La estructura capitalista de monopolio y la contradicción entre la apropiación y la apropiación del excedente impregnan toda la economía chilena, tanto la anterior como la presente. En verdad, es esta relación explotadora la que, a modo de cadena, vincula las metrópolis capitalistas mundiales y nacionales a los centros regionales (parte de cuyo excedente se apropian), y éstos a los centros locales, y así a los grandes terratenientes o comerciantes que expropian el excedente de los pequeños campesinos o arrendatarios y, a veces, de éstos a los campesinos sin tierra a Ios cuales explotan a su vez. En cada eslabón de la larga cadena, los relativamente escasos capitalistas de arriba ejercen un poder monopolista sobre los muchos de abajo, expropiándoles su excedente económico en todo o en parte, cuando a su vez no son expropiados por los aún menos que están encima de ellos, para su propio uso. El sistema capitalista internacional, nacional y local genera así en cada punto desarrollo económico pera los menos y subdesarrollo para los más.

2. La contradicción de la polarización metrópoli-satélite

La segunda y, para nuestro análisis, más importante contradicción capitalista fue introducida por Marx en su examen de la centralización inminente del sistema capitalista. Esta contradicción del capitalismo se manifiesta en la existencia de dos polos: un centro metropolitano y varios satélites periféricos, y fue eso lo que describió el virrey Armendáriz del Perú cuando en 1736 observó que el comercio del imperio capitalista mercantil de España, de su virreinato del Perú dentro de él, y de la capitanía general de Chile dentro de éste, a su vez, era "una paradoja de tráfico y una contradictoria de la opulencia [...] floreciendo con lo que otro se arruina, y arruinándose con lo que otros florecen". Paul Baran observó esta misma contradicción dos siglos después, cuando comentó que "el precepto de la íntima relación entre el capitalismo e imperialismo monopolista de los países adelantados y el atraso económico y social de los países subdesarrollados no constituye más que diferentes aspectos de lo que es, en realidad, un problema global" (Baran, 1957).

Las consecuencias de la contradicción capitalista metrópoli-satélite en cuanto al desarrollo y al subdesarrollo económico están resumidas en los Fundamentos del marxismo-leninismo:

Caracteriza al capitalismo el hecho de que el desarrollo de ciertos países se realiza a costa del sufrimiento y la adversidad de los pueblos de otros países. Por el creciente desarrollo de la economía y la cultura del Ilamado "mundo civilizado", o sea de unas pocas potencies capitalistas de Europa y América del Norte, paga un precio terrible la mayoría de la población del mundo, esto es, los pueblos de Asia, África, América Latina y Australia. La colonización de estos continentes hizo posible el rápido desarrollo del capitalismo en Occidente, pero significó ruina, miseria y una opresión política monstruosa para los pueblos esclavizados. El carácter en extremo contradictorio del progreso donde el capitalismo impera es aplicable incluso a diferentes regiones del mismo país. Al desarrollo comparativamente rápido de las ciudades y los centros industriales acompañan, por regla general, el atraso y la decadencia de los distritos agrícolas (Kuusinen, sin fecha: 247-248).

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Así pues, la metrópoli expropia el excedente económico de sus satélites y se lo apropia para su propio desarrollo económico. Los satélites se mantienen como subdesarrollados por falta de acceso a su propio excedente y como consecuencia de la polarización y de las contradicciones explotadoras que la metrópoli introduce y mantiene en la estructura económica interior del satélite. La combinación de estas contradicciones, una vez firmemente implantadas, refuerza los procesos de desarrollo en la cada vez más dominante metrópoli, y los de subdesarrollo en los cada vez más dependientes satélites, hasta que se resuelven mediante el abandono del capitalismo por una o ambas partes interdependientes.

El desarrollo y el subdesarrollo económico son las caras opuestas de la misma moneda. Ambos son el resultado necesario y la manifestación contemporánea de las contradicciones internas del sistema capitalista mundial. El desarrollo y el subdesarrollo económico no son simplemente relativos y cuantitativos porque uno representa más desarrollo que el otro; estén relacionados y son cualitativos por cuanto cede uno es estructuralmente diferente del otro, pero uno y otro son causados por su mutua relación. No obstante, desarrollo y subdesarrollo representan lo mismo, porque son producidos por una sola estructura económica y un proceso capitalista dialécticamente contradictorios.

Por tanto, no se les puede considerar como productos de estructuras o sistemas económicos supuestamente diferentes, o de supuestas diferencias en las etapas de crecimiento económico dentro de un mismo sistema. Un único proceso histórico de expansión y desarrollo capitalista en todo el mundo ha generado simultáneamente —y continúa generando— desarrollo económico y subdesarrollo estructural.

No obstante, como sugieren los Fundamentos del marxismo-leninismo, la contradicción metrópoli-satélite no sólo existe entre la metrópoli capitalista mundial y los países satélites periféricos, pues se encuentra también entre las regiones de esos mismos países y entre "el desarrollo rápido de las ciudades y los centros industriales y el atraso y la decadencia de los distritos agrícolas". Esta misma contradicción metrópoli-satélite penetra aún más hasta caracterizar a todos los niveles y las partes del sistema capitalista. Esta contradictoria relación entre el centro metropolitano y el satélite periférico, como el proceso de expropiación-apropiación del excedente, recorre todo el sistema capitalista mundial al modo de una cadena, desde su alto centro metropolitano mundial hasta cada uno de los diversos centros nacionales, regionales, locales y empresariales. Una consecuencia obvia de las relaciones externas de la economía del satélite es la pérdida de una parte de su excedente económico a manos de la metrópoli. La apropiación por la metrópoli del excedente económico de este otros satélites tiende a generar desarrollo en la primera, salvo que, como ocurrió en España y Portugal, la metrópoli sea a su vez convertida en satélite y otros se apropien de su excedente antes de que pueda iniciar firmemente su propio desarrollo. En todo caso, la metrópoli tiende a dominar cada vez más al satélite y a hacerlo todavía más dependiente.

Para la generación de subdesarrollo estructural, aún más importante que el drenaje del excedente económico del satélite, después de la incorporación de éste al sistema capitalista mundial, es el infundir a la economía nacional del satélite la misma estructura capitalista y sus contradicciones fundamentales. Esto es, tan pronto como un país o un pueblo es convertido en satélite de una metrópoli capitalista externa, la expoliadora estructura metrópoli-satélite organiza y domina rápidamente la vida económica, política y social de ese pueblo. Las contradicciones del capitalismo se reproducen internamente y generan tendencias al desarrollo en la

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metrópoli nacional y el subdesarrollo en los satélites internos de éste, como ocurre a nivel mundial, pero con una importante diferencia: el desarrollo de la metrópoli nacional adolece, necesariamente, de limitaciones, entorpecimiento o subdesarrollo que la metrópoli capitalista mundial no conoce, porque la metrópoli nacional es al mismo tiempo satélite, mientras que la metrópoli mundial no lo es. De modo análogo, las metrópolis regionales, locales o sectoriales del país satélite ven limitado su desarrollo por una estructura capitalista que las hace depender de toda una cadena de metrópolis situadas sobre ellas.

Por consiguiente, a menos que se liberen de esta estructura capitalista o que el sistema capitalista mundial sea destruido totalmente, los países, regiones, localidades y sectores satélites estén condenados al subdesarrollo. Esta faceta del desarrollo y del subdesarrollo capitalistas, o sea la penetración de toda la estructura económica, política y social interior por las contradicciones del sistema capitalista mundial, recibe atención especial en este examen de la experiencia chilena, porque plantea el problema del análisis del subdesarrollo y la formulación de un enfoque político y económico que le ponga fin, de modo muy diferente de —y, a mi juicio, más realista que— otros enfoques de la cuestión.

La disertación precedente sugiere una tesis subsidiaria que envuelve ciertas implicaciones importantes con respecto al desarrollo y el subdesarrollo económico: si la condición de satélite es la que engendra el subdesarrollo, un grado más débil o menor de relaciones metrópoli-satélite puede engendrar un subdesarrollo estructural menos profundo o permitir una mayor posibilidad de desarrollo local. El ejemplo de Chile ayuda a confirmar esta hipótesis. Además, desde una perspectiva mundial, ningún país que haya estado firmemente atado como satélite a una metrópoli, a través de su incorporación al sistema capitalista mundial, ha alcanzado nunca la categoría de país económicamente desarrollado sin abandonar el sistema capitalista. Ciertos países, notablemente España y Portugal, que fueron parte en un tiempo de la metrópoli capitalista del mundo, se convirtieron sin embargo en naciones subdesarrolladas por haberse convertido en satélites comerciales de la Gran Bretaña a partir del siglo XVII¹. Es también significativo, para la confirmación de nuestra tesis, el hecho de que los satélites, característicamente, han disfrutado de sus temporales auges de desarrollo durante guerras o depresiones en las metrópolis, que momentáneamente debilitaron o aflojaron su dominio sobre la vida de aquéllos. Como más adelante veremos, el mayor aislamiento en que estaba Chile de la metrópoli española, con relación a otras colonias, y su menor grado de interdependencia con España y de dependencia de ella en tiempos de guerra o depresión, contribuyeron materialmente a fortalecer los intentos chilenos de desarrollo a lo largo de los siglos.

1. El desarrollo de las ex colonias británicas en América del Norte y en Oceanía fue posible porque los nexos entre ellas y la metrópoli europea no igualaron nunca la actual dependencia de los países subdesarrollados de América Latina, África y Asia. La industrialización del Japón después de 1868 debe atribuirse al hecho de que era entonces el único país importante no incorporado aún al sistema capitalista mundial; no había empezado, por ende a subdesarrollarse. De igual modo, el hecho de que Tailandia esté hoy menos subdesarrollado que otros países del sureste de Asia se debe a que, a diferencia de los otros países, no fue nunca colonia, hasta que el reciente advenimiento de Ia "protección" de los Estados Unidos inició allí también el subdesarrollo.

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3. La contradicción de la continuidad en el cambio

Las dos contradicciones precedentes sugieren una tercera contradicción del desarrollo y el subdesarrollo económico capitalista: la continuidad y ubicuidad de sus elementos estructurales a lo largo de la expansión del sistema capitalista en todo tiempo y lugar. Como lo dijo Engels, "hay contradicción en que una cosa siga siendo la misma pese a cambiar constantemente". Aunque la estabilidad y continuidad estructural puede haber caracterizado o no al desarrollo capitalista "clásico" en la metrópoli europea, el sistema capitalista, a través de su expansión y desarrollo en escala mundial, mantuvo en conjunto su estructura esencial y engendró las mismas contradicciones fundamentales. Y esta continuidad de la estructura y las contradicciones del sistema capitalista mundial son los factores determinantes que tenemos que identificar y comprender si queremos analizar y combatir eficazmente el subdesarrollo de la mayor parte del mundo actual.

Por esta razón hago hincapié en la continuidad de la estructura capitalista y en su generación de subdesarrollo más que en los muchos cambios y transformaciones históricos, indudablemente importantes, por los cuales Chile ha pasado dentro de esta estructura. Mi propósito general es contribuir a la formulación de una teoría general más adecuada del desarrollo económico capitalista y, particularmente, del subdesarrollo, no acometer el estudio detallado de la realidad chilena pasada y presente.

Mi insistencia en la contradicción del cambio continuo implica que la misma no se ha resuelto en Chile. Lo que no quiera decir que no pueda resolverse. Mi revisión de la historia del desarrollo capitalista en Chile revela que en el transcurso del tiempo se han resuelto varias contradicciones imponentes. Aunque pueda haberse creído, en la época de la independencia, por ejemplo, que los acometimientos habían llevado o llevarían a la resolución de la contradicción fundamental que determina el curso de la historia chilena, no ha sido este el caso. Es importante, por ende, comprender las verdaderas contradicciones menores que se resuelven más fácilmente y a menor costo, pero que en última instancia no cambian nada esencial y a la larga hace más costosa y/o más distante lo resolución de las contradicciones fundamentales. Creo que varios caminos de acción contemporáneos para la "liberación" de los países subdesarroIlados y la eliminación del subdesarrollo, por bien intencionados que sean quienes los proponen, empeoran las cosas a la larga (y a menudo a la corta también). La comprensión de las realidades del capitalismo y el subdesarrollo no basta, desde luego, pero es sin duda esencial; no puede tener éxito ninguna revolución que carezca de una teoría revolucionaria adecuada. He ahí lo que me propongo.

Con la continuidad se relaciona también la discontinuidad. Mi análisis de la experiencia chilena sugiere qué puede haber habido oportunidades en que incluso ciertos cambios estructurales dentro de la estructura capitalista de Chile podían haber alterado materialmente el curso de la posterior historia del país. Cuando tales cambios no se efectuaron, o los esfuerzos por llevarlos a cabo no se realizaron como las circunstancias del momento requerían, esas oportunidades —como la inversión del excedente económico producido por las minas de salitre de Chile— se perdieron para siempre. La experiencia de Chile sugiere que la historia de la evolución del subdesarrollo en muchas partes del mundo fue —y todavía es—

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probablemente jalonada por desaprovechamientos semejantes de las oportunidades de eliminar o reducir los sufrimientos creados por el subdesarrollo.

B. LAS CONTRADICCIONES CAPITALISTAS EN AMÉRICA LATINA Y EN CHILE

El proceso histórico de la expansión y desarrollo del capitalismo sobre la faz del globo creó toda una serie de relaciones metrópoli-satélite eslabonadas entre sí como la cadena de la apropiación del excedente que antes se mencionó, pero también en las más complejas y diversas formas que adelante se indicarán. No es este el lugar para inquirir acerca de los orígenes históricos, en la Europa medieval, del sistema capitalista que en siglos recientes se extendió desde allí a todos los rincones de la tierra, aunque tal pesquisa es importante sin duda pare comprender el carácter esencial del sistema capitalista-imperialista del mundo contemporáneo y los problemas de desarrollo y subdesarrollo económico que engendró y sigue engendrando. Tal vez baste observar que desde ciudades de Italia, como Venecia, y después de Iberia y del noroeste de Europa, se extendió una red comercial que en el siglo XV abarcó el mundo mediterráneo, partes del África subsahariana y las islas atlánticas adyacentes, las Indias occidentales, América y parte de las Indias orientales y de Asia en el siglo XVI, los otros abastecedores africanos del centralizado comercio de esclavos y la economía de la Europa occidental —y posteriormente de la América del norte también—, en los siglos XVI a XVIII, y el resto de África, Asia, Oceanía y la Europa oriental en las centurias siguientes, hasta que toda la faz del globo quedó incorporada en un solo sistema orgánico, mercantilista o mercantil-capitalista, y después también industrial y financiero, cuyo centro metropolitano se desarrolló en la Europa occidental primero y en la América del norte después, y cuyos satélites periféricos se subdesarrollaron en todos los demás continentes.

Los indígenas y los negros de la América del norte evidentemente sufrieron la misma relación de dependencia, mientras que los inmigrantes blancos —pero no, naturalmente, la población indígena— de Oceanía y hasta cierto punto de África del sur puede decirse que en cierta medida quedaron incluidos en la metrópoli capitalista mundial.

La América Latina se convirtió en un satélite o conjunto de satélites periféricos de la metrópoli ibérica y europea. En alianza con sus aprovechados monarcas, el capital mercantil español, el portugués, como también el italiano y el holandés, partiendo de la península ibérica en busca de rutas comerciales hacia las Indias y el oro, conquistaron algunas avanzadas en las Antillas y en la costa americana y las convirtieron en satélites comerciales suyos por medio de la guerra, la toma de esclavos, el pillaje, la creación de empresas de exportación minera y agrícola alimentada, por esclavos y, gradualmente, también por medio de las relaciones mercantiles. Estos satélites militares, productores y mercantiles de la metrópoli ibérica sirvieron luego de trampolines para la conquista y el establecimiento de nuevas avanzadas satélites en la tierra firme americana, las que a su vez se emplearon pare conquistar e incorporar a los que habían de convertirse en satélites continentales aún más distantes (en parte, de los satélites antes citados, que llegaron a ser sus metrópolis, y en parte de la metrópoli europea directamente). Así pues, al igual que otros pueblos y continentes, todo el continente latinoamericano y sus pueblos quedaron convertidos en una serie de constelaciones económicas menores, cada una con su propia metrópoli menor y sus propios satélites menores,

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componiéndose éstos a su vez de todavía más metrópolis y satélites; pero todos ellos dependiendo directa o indirectamente del centro metropolitano europeo. Éste se trasladó primero a los Países Bajos y luego a Inglaterra (la cual se apropiaba del excedente hispanolusoamericano y de otros excedentes económicos para su propia acumulación de capital y su posterior industrialización), convirtiéndose así España y Portugal en satélites del centro metropolitano británico.

Al principio, la metrópoli final de Chile fue España. El hecho de que la misma España se convirtiera luego en satélite de la Europa noroccidental, particularmente Inglaterra, influye en mi análisis; pero en un ensayo dedicado específicamente a Chile sólo necesito tener en cuenta ésta y otras transformaciones del sistema capitalista mundial en la medida en que influyen directamente en el proceso chileno. La estructura económica de Chile, tanto nacional como internacional, ha sido profundamente afectada, incluso determinada, por la estructura y las transformaciones del sistema capitalista mundial en su conjunto. Dentro de los límites de este ensayo debemos, sin embargo, tomar estos últimos cambios principalmente como "datos". Las mismas consideraciones valen, desgraciadamente, para la aparición y la desaparición de Lima como centro metropolitano también satélite dependiente de la metrópoli europea, y del cual Chile dependía más directamente.

Chile llegó a tener su propia metrópoli en Santiago y en el puerto de Valparaíso. Expandiéndose desde este centro, los intereses mineros, agrícolas, mercantiles y estatales incorporaron al resto del territorio y del pueblo chilenos en la expansiva economía capitalista y los convirtieron en satélites periféricos de Santiago. En relación con el centro metropolitano nacional, podemos considerar como satélites periféricos a los centros mineros, los centros comerciales, los centros agrícolas y, a veces, los centros militares de la frontera. Pero éstos, a su vez, se convirtieron (a veces permanentemente) en metrópolis o micrometrópolis de sus respectivas regiones interiores, poblaciones, minas, valles agrícolas o latifundios todavía mas pequeños, que fueron a su vez micrometrópolis de sus periferias.

Una de las tesis principales de este ensayo es que esta misma estructura se extiende desde el centro macrometropolitano del sistema capitalista mundial hasta los obreros agrícolas más supuestamente aislados, los cuales, mediante esta cadena de relaciones metrópoli-satélite están atados a la metrópoli mundial y, por ende, incorporados al sistema capitalista mundial en su conjunto. La naturaleza y el grado de estas ataduras difieren en tiempo y lugar, y estas diferencias producen disimilitudes importantes en las consecuencias económicas y políticas a que dan origen. Tales diferencias deben ser finalmente estudiadas caso por caso. Pero estas disparidades entre las relaciones y sus consecuencias no salvan su similaridad esencial, por cuanto todas ellas, en una u otra medida, se fundan en la explotación del satélite por la metrópoli o en la tendencia de la metrópoli a expropiar y hacer suyo el excedente económico del satélite.

Son varias las relaciones metrópoli-satélite de este tipo. Tenemos, por ejemplo, la relación entre la fértil e irrigada tierra llana de un valle cultivable y la de las colinas que lo circundan, menos productivas agrícolamente o menos valiosas comercialmente; entre las tierras de la cabecera de un río, favorecidas por un sistema de irrigación gravitacional, y las tierras menos favorecidas de la parte baja del río; entre los latifundios y los minifundios que los rodean; entre la empresa latifundista manejada por su propietario o por un administrador y las empresas aparceras o arrendatarias que dependen de ella; incluso entre el campesino (o

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empresa) arrendatario y los asalariados permanentes u ocasionales qua pueda emplear; y, por su puesto, entre cada serie de metrópolis y cada serie de satélites de una a otra parte de esta cadena. Fundamentalmente, las mismas relaciones operan entre la gran firma industrial (a menudo "moderna" o "eficiente") y las empresas más pequeñas que le suministran elementos para su proceso de fabricación, o productos para sus agencias de venta; entre los grandes comerciantes y financistas y los pequeños comerciantes y prestamistas, entre los comerciantes urbanos y los terratenientes traficantes y los pequeños productores o consumidores rurales que dependen de aquéllos para venderles sus productos o para setisfacer sus necesidades de producción, consumo, crédito y otras.

Podemos apuntar sucintamente algunas de las condiciones de control monopólico relacionadas con la expropiación de los más por los menos que encontramos una y otra vez en nuestro examen de la historia chilena. Las fuentes del poder monopolista ejercido sobre el excedente económico chileno que se transfiere al extranjero son más evidentes, quizás, que las de sus semejantes nacionales. Aunque el producto principal de la exportación de Chile ha cambiado varias veces durante le historia del país, cada vez ha sido este sector exportador la fuente principal del excedente económico potencialmente invertible, y cada vez este sector exportador ha estado bajo el dominio de intereses extranjeros. Extranjeros han sido los propietarios de las minas que producían el excedente. Y cuando no eran los dueños de las minas o de la tierra que daban el producto de exportación, los extranjeros se apropiaban gran parte del excedente mediante el ejercicio de un poder de compra monopólico sobre el producto en cuestión, y el monopolio de su venta en otra parte. Por añadidura, los extranjeros han poseído o controlado una gran proporción de los almacenes, el transporte, los seguros y otros servicios relacionados con la exportación de la principal mercancía productora de plusvalía. En ocasiones los extranjeros han monopolizado o controlado el abastecimiento de los factores de producción que requería la mercancía exportable. Los extranjeros se han valido e menudo de su poder financiero y de su mayor integración mundial vertical u horizontal, de la industria de la que el producto chileno formaba parte. Similar posesión o control monopólico ha existido sobre otras industrias chilenas, además de la primaria de exportación.

Por medio del monopolio colonial o del "librecambio" basado en la superioridad tecnológica y/o financiera, los extranjeros han disfrutado también a menudo de posiciones monopolistas, en la esfera de la exportación de mercancías a Chile. Estas relaciones de las empresas comerciales extranjeras con sus socios chilenos, de las que resulta la explotación de los últimos por las primeras, permitieron a los intereses extranjeros controlar a los diversos intereses chilenos, tanto en lo político como en lo económico. Cuando esta relación económica no fue suficiente para dar a los extranjeros el grado de control que deseaban, le completaron a menudo con la fuerza política y militar.

En el plan nacional se dan formas análogas y de otro tipo de dominio monopolista, y de ellas resulta asimismo la expropiación del excedente económico producido por los más en los niveles inferiores, y su apropiación por los menos en los altos niveles de la economía nacional chilena. Siempre ha habido un grado mayor o menor de concentración monopolista de la propiedad y dominio de los principales medios de producción de la industria y de la agricultura, de los servicios de transporte y almacenamiento de los canales del comercio y, lo que probablemente es más importante, de la banca y otras instituciones financieras, así como también de las principales posiciones económicas, políticas, civiles, religiosas y militares de la

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economía nacional y la sociedad chilena. En verdad, el grado de concentración monopolista, a lo largo de la historia de Chile y de otros países subdesarrollados, probablemente ha sido siempre mayor que en los países desarrollados, en épocas recientes.

En nuestro análisis de la historia chilena hemos encontrado una y otra vez que los exportadores e importadores extranjeros o nacionales, así como otros grandes comerciantes y financistas, dominan y se apropian el capital de los comerciantes relativamente menores de la capital de la nación y los de las regiones. Estos últimos, a su ves, se alzan sobre los comerciantes, los productores y los consumidores, a quienes explotan directa o indirectamente gracias a nuevas series de relaciones en las que un capitalista aniquila a muchos. Aparte la más obvia expropiación de los productores por los poseedores del capital, podemos distinguir también otros tipos de apropiación, por uno o varios capitalistas, del capital y el excedente de muchos. Esta contradicción existe asimismo entre una empresa industrial o agrícola relativamente grande y sus productores agrícolas, quienes dependen de la oferta de parte de lo que consumen o de la demanda de parte de lo que producen, o necesitan capital, crédito, canales de venta, intervención política y otros servicios en general. Todas estas relaciones económicas dentro del sistema capitalista internacional, nacional, local y sectorial se caracterizan de manera típica por la contradicción expropiación-apropiación vinculada a los elementos monopolistas de las relaciones mismas y a la estructura o red económica que éstas forman en su conjunto.

Cada una de estas relaciones o constelaciones metrópoli-satélite, cualesquiera sean los otros sentimientos o relaciones que puedan contener, se apoyan en una fuerte —y a la larga determinante— base económica comercial. Toda la red de relaciones metrópoli-satélite, o todo el universo de constelaciones económicas, surgió por razones esencialmente económicas y comerciales. Digamos lo que digamos de la metrópoli capitalista, primero comercial, luego industrial, después financiera, el carácter esencial de las relaciones metrópoli-satélite, en la periferia del sistema capitalista mundial, sigue siendo comercial, por más "feudales" o personales que parezcan estas relaciones. Es a través de estos nexos económicos y también, por supuesto, de los nexos políticos, sociales y culturales, que el asalariado ocasional se vincula, en la mayoría de lo casos de hecho, con el campesino arrendatario que lo emplea (o, con más frecuencia, directamente con el dueño de la tierra), el arrendatario con el terrateniente y con el comerciante (o ambas cosas), que está a su vez relacionado con el mayorista de la metrópoli comercial (o a veces a un gran comerciante nacional o internacional), que tiene vinculaciones con la metrópoli nacional industrial, financiera, comercial e importadora, finalmente vinculada con el centro mundial, de modo que el último miembro y el más "aislado" se conecta con la cúspide capitalista mundial.

Cada una de estas relaciones entre satélite y metrópoli es, en general, un cauce a través del cual el centro se apropia de una parte del excedente económico de los satélites. De este modo, aunque en parte es expropiado en cada peldaño de la escalera, el excedente económico de cada uno de los satélites menores y mayores gravita hacia el centro metropolitano del mundo capitalista.

C. AMÉRICA LATINA, COLONIAL Y CAPITALISTA

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Las tres contradicciones del capitalismo, la expropiación-apropiación del excedente, la estructura centro metropolitano-satélite periférico y la continuidad en el cambio, hicieron su aparición en América Latina en el siglo XVI y desde entonces han caracterizado a este continente.

América Latina fue conquistada y su pueblo colonizado por la metrópoli europea para expropiar el excedente económico de los trabajadores del satélite y apropiárselo para su acumulación de capital, iniciando con ello el presente subdesarrollo del satélite y el desarrollo económico de la metrópoli. La relación capitalista metrópoli-satélite entre Europa y América Latina fue establecida por la fuerza de las armas. Y por esta misma fuerza, así como por la fuerza de la creciente vinculación económica y de otro tipo, se ha mantenido esta relación hasta hoy. Las principales transformaciones ocurridas en América Latina en los cuatro últimos siglos han sido producto de sus respuestas a las influencias económicas, políticas y otras que, o bien partieron de la metrópoli, o bien surgieron de la estructura metrópoli-satélite. Excepto en la Cuba postrevolucionaria, todos estos cambios no han alterado las esencias de esa estructura.

Marx observó que "la historia moderna del capital comienza con la creación, en el siglo XVI, de un comercio y un mercado mundialmente expansivos". (Marx, I:146.) Después de Marx, la contradicción capitalista de la expropiación-apropiación fue subrayada, entre otros, por Werner Sombart y Henri Sée. Este último escribe en su Orígenes del capitalismo moderno:

Las relaciones internacionales constituyen el fenómeno principal que uno encuentra cuando trata de comprender la causa de la acumulación primaria del capital (...). La más fecunda fuente del capitalismo moderno se halla, sin duda, en los grandes descubrimientos marítimos (...). Los orígenes del comercio colonial consisten ante todo, como dice Sombart, en la expropiación de los pueblos primitivos, incapaces de defenderse contra los ejércitos invasores. Mediante verdaderos actos de piratería, los mercaderes europeos obtuvieron enormes ganancias (...). No menos lucrativas fueron las prácticas de trabajo forzoso que Ios europeos exigieron de los aborígenes de las colonias (...) y de los negros importados de África por los tratantes de esclavos, comercio criminal éste, pero que creó, no obstante, enormes riquezas (...). Debemos reconocer que esta fue una de las fuentes (...) del capitalismo. (Sée, 1961: 26, 40.)

La conquista y la incorporación a la estructura metrópoli-satélite del capitalismo fueron más rápidas y llegaron más lejos en la América Latina que en otras partes. ¿Razones? El oro, el azúcar y la expropiación de ambos a los satélites latinoamericanos y su apropiación por la metrópoli europea y, más tarde, también por la norteamericana. Así, Sergio Bagú escribe en su clásico Economía de la sociedad colonial-Ensayo de Historia comparada de América Latina:

"La revolución comercial, que se inicia en el siglo XV, al multiplicar el capital mercantil y estimular su vocación internacionalista, vinculó la suerte de un país con la de otro, intensificando su interdependencia económica". "La economía que las metrópolis ibéricas organizaron en América fue de incuestionable índole colonial, en función del mercado centro-occidental europeo. El propósito que animó a los productores luso-hispanos en el nuevo continente tuvo el mismo carácter. No fue feudalísmo Io que apareció en América en el período que estudiamos, sino capitalismo colonial... Iberoamérica nace para integrar el ciclo feudal". "Si alguna característica bien definida e incuestionable podemos encontrar en la economía

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colonial es la de la producción para el mercado. Desde los primeros tiempos del régimen hasta sus últimos días, ella condiciona toda la actividad productiva"... "Es así como las corrientes que entonces predominaban en el mercado internacional europeo constituyen elementos condicionantes de primera importancia en la estructuración de la economía colonial. Esto es, por otra parte característico de todas las economías coloniales, cuya subordinación al mercado extranjero ha sido y sigue siendo el principal factor de deformación y aletargamiento".

La penetración capitalista, además de convertir a la América Latina en satélite de Europa, introdujo pronto en ella esencialmente la misma estructura metrópoli-satélite que caracterizaba las relaciones latinoamericanas con Europa. El sector que explotaba las minas y exportaba los minerales fue el alma de la economía colonial, y aunque nunca dejó de ser un satélite de la metrópoli europea se convirtió en todas partes en un centro metropolitano del resto de la economía y la sociedad nacional. Surgió o se creó una serie de sectores y regiones satélites pera abastecer a las minas de madera y de combustible, a los mineros de comida y ropa, y a los ociosos dueños de minas, comerciantes, funcionarios, clérigos, militares y gorrones, de la parte de los elementos de su vida parasitaria que no importaban de la metrópoli con el producto del trabajo forzoso indígena e importado. Creció de este modo una economía ganadera, triguera y textil que no era menos comercial y sí más dependiente que la economía minera misma.

El ganado, que entonces era una fuente de bienes de consumo y exportación mucho más importante que ahora, y el trigo, renglón principal de la hacienda española, se produjeron desde el principio en grandes haciendas que españoles y criollos poseían y administraban. Los primeros trabajadores fueron, por fuerza, esclavos, después indígenes encomendados o sujetos a la mita; más tarde brazos alquilados, obligados a la servidumbre por deudas o por diversos contratos de aparcería que aseguraban su permanente disponibilidad. La tierra, al principio en gran parte inútil para los españoles, pero después progresivamente buscada y más valiosa a medida que el valor comercial de sus productos aumentaba, se adquiría por merced, por conquista, por expulsión de los indígenas de sus tierras comunales, y posteriormente de los mestizos y hasta de los pobladores blancos de sus predios, ocupándose primero la tierra secuestrada y legalizándose después la ocupación mediante soborno y falsificación de documentos, a menudo mediante compra o embargo por deudas del propietario anterior, o por diversos medios fraudulentos, pero nunca, debe observarse, por encomienda, pues ésta sólo otorgaba derechos sobre los indígenas y no sobre la tierra.

Los monarcas sólo concedían tierras a quienes se hacían acreedores a ello por vivir en la capital de la colonia o de la provincia. A menudo los propietarios de tierra no se distinguían de los poseedores de derechos exclusivos sobre el comercio internacional o interior, la explotación de minas, los medios de transporte, el capital usurario, los empleos civiles y religiosos y otras fuentes de privilegios.

La propiedad privada surge, pues, en circunstancias favorables para que cambie de manos; sus títulos se heredan, se negocian, se transfieren por compraventa; los compradores surgen entre Ios funcionarios (cuyos buenos sueldos les permiten disponer de dinero, tan escaso entonces) y entre quienes han logrado enriquecerse con rapidez gracias al comercio y, sobre todo, a las minas de oro y plata. Es lógico, por tanto, que encomenderos funcionarios fuesen los primeros propietarios rurales e iniciaran un lento proceso de acumulación de tierras que alcanzará su apogeo en el siglo XVII (Céspedes, 1957): III, 414).

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Fue el nexo monetario y la dura realidad económica en que se apoyaba, y no principalmente las tradiciones, los principios o las relaciones sociales aristocráticas o feudales, lo que rigió en América Latina desde el comienzo. Y fue la concentración estructural de la propiedad, del predominio y del capital la que también concentró la tierra, los brazos encomendados, el comercio, las finanzas y los empleos civiles, religiosos y militares en unas pocas manos¹. El poder del capital monopolista predominó desde el principio y continúa predominando. La sede geográfica, económica, política y social de esta apropiación y acumulación monopolista de capital fue, por supuesto, la ciudad y no el campo, por mucho que éste haya sido la fuente de la riqueza.

La ciudad colonial vino a ser el centro metropolitano interior predominante, y el campo el satélite periférico dependiente. Al mismo tiempo, el dominio y la aptitud para el desarrollo económico de la ciudad latinoamericana fueron coartados desde el principio, pero no por su región satélite o alguna supuesta estructura feudal de aquélla (antes bien, la estructura del campo fue y sigue siendo la fuente principal del desarrollo económico urbano), sino por su propia condición de satélite de la metrópoli mundial extranjera. En cuatrocientos años ninguna metrópoli latinoamericana ha superado esta limitación estructural de su desarrollo económico. Un investigador de la América Central observa:

"La posición privilegiada de la ciudad tiene su origen en la época colonial. Fue fundada por el conquistador para cumplir las mismas funciones que todavía cumple en la actualidad: las de incorporar al indígena en la economía traída y desarrollada por ese conquistador y sus descendientes. La ciudad regional era un instrumento de conquista y es aún en la actualidad de dominación". (Stavenhagen, 1963: 81.)

De dominación, empero, no sólo de su propio grupo gobernante sino también de la metrópoli imperialista, cuyo instrumento es la ciudad latinoamericana, con su disperso sector terciario "de servicios".

Una vez introducidas en la América Latina, en los niveles internacional y nacional, las contradicciones capitalistas de la polarización y la expropiación-apropiación, sus consecuencias necesarias, esto es, desarrollo limitado o subdesarrollo en las metrópolis del continente y desarrollo del subdesarrollo estructural, lejos de retardar su aparición varios siglos, hasta después de la revolución industrial inglesa, como con tanta frecuencia se sugiere, comenzaron a generarse y brotar desde luego. Bajo el subtítulo de "Dinámica de las economías coloniales", Aldo Ferrer confirma nuestra tesis en La economía argentina, las etapas de su desarrollo y problemas actuales:

"Si se pretende determinar cuáles fueron las actividades económicas dinámicas en la economía colonial, deben recordarse las características de la economía de la época y se concluye qua fueron aquellas estrechamente ligadas al comercio exterior. La minería, los cultivos tropicales, las pesquerías, la caza y la explotación forestal, dedicadas fundamentalmente a la exportación fueron las actividades expansivas que atrajeron capital y mano de obra. En estos casos, (economías coloniales) la producción se realizaba generalmente en unidades productivas de gran escala, sobre la base de trabajo servil. Los grupos de propietarios y comerciantes vinculados a las actividades exportadoras eran, lógicamente, los de más altos ingresos, conjuntamente con los altos funcionarios de la Corona y del clero (que muchas veces consiguieron sus puestos por la compra de los mismos). Estos

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sectores constituían la demanda dentro de la economía colonial y eran los únicos sectores en condiciones de acumular. Forzando el concepto, constituían al mismo tiempo el mercado interno colonial y la fuente de acumulación de capital.

En estas condiciones, al mismo tiempo que el sector exportador era muy poco diversificado, la composición de la demanda tampoco favorecía la diversificación de la estructura productiva interna. Cuanto más se concentraba la riqueza en un pequeño grupo de propietarios, comerciantes e influyentes políticos, mayor fue la propensión de adquirir los bienes manufacturados de consumo y durables (consistentes en buena proporción de bienes suntuarios de difícil o imposible producción interna) en el exterior, y menor fue la proporción del ingreso total de la comunidad gastado internamente... El sector exportador no permitía, pues, la transformación del sistema en su conjunto, y una vez que la actividad exportadora desaparecía, como ocurrió con la producción azucarera del noreste del Brasil ante la competencia de la producción antillana, el sistema en su conjunto se desintegraba y la fuerza de trabajo volvía a actividades de neto carácter de subsistencia. Independientemente de las restricciones que las autoridades solían imponer sobre las actividades que dentro de las colonias competían con las metropolitanas, poca duda cabe que tanto la estructura del sector exportador como la concentración de la riqueza constituyeron obstáculos básicos para la diversificación de la estructura productiva interna, la elevación consecuente de los niveles técnicos y culturales de la población y el surgimiento de grupos sociales vinculados a la evolución del mercado interno y a la busqueda de líneas de exportación no controladas por la potencia metropolitana. Este chato horizonte del desarrollo económico y social explica buena parte de la experiencia del mundo colonial americano y, notoriamente, de las posesiones hispano-portugueses". (Ferrer, 1963: 31-32).

Poniendo en mis propios términos las observaciones y el análisis de Ferrer, se puede observar cómo el establecimiento de la estructura metrópoli-satélite entre Europa y las colonias latinoamericanas, y dentro de estas mismas, sirvió para fomentar desde luego un desarrollo limitado o subdesarrollo en la metrópoli colonial (nacional después) y un subdesarrollo estructural en los satélites periféricos de estas metrópolis coloniales. Bagu y Ferrer observan que la exportación del excedente económico de las colonias fue la causa y la fuerza motriz que las llevó a ser partes integrantes del expansivo sistema capitalista mundial. Como anota Ferrer explícitamente, el sector dinámico de las colonias o satélites fue el de la exportación, es decir, la metrópoli interior. Desde el principio mismo, esta metrópoli interior y más tarde nacional expropió el excedente económico de sus satélites periféricos y, sirviéndose de esta metrópoli interior como instrumento de expropiación, la metrópoli mundial se apropió a su vez de gran parte de ese mismo excedente económico. Algo de este excedente económico de las periferias provinciales quedó, por supuesto, en las diversas metrópolis latinoamericanas. Es decir, como señala Ferrer, el producto interno se concentró allí, como también, en consecuencia, la actitud nacional para el consumo y la inversión o la acumulación. Pero la misma estructura metrópoli-satélite, cuyo desarrollo, en primer lugar, dio existencia a la América Latina que conocemos, creó y sigue creando en estas metrópolis latinoamericanas (quizás aún más ahora) intereses que indujeron a sus grupos dirigentes a satisfacer por medio de importaciones gran parte de su concentrada demanda de consumo.

Esta estructura conspiró también contra la inversión por aquéllos del excedente económico apropiado de sus compatriotas, en fábricas para su propio consumo o

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para la exportación, y mucho menos, por supuesto, para el consumo de los expropiados. Las consecuencias de la estructura metrópoli-satélite del capitalismo internacional sobre la estructura y el proceso capitalista nacional no se resumen únicamente, por tanto, en la apropiación por la metrópoli mundial del excedente de los centros nacionales, que además de ser satélites de aquélla son metrópolis de sus respectivos satélites periféricos, de cuyo excedente económico se apropian a su vez. Los efectos del capitalismo mundial y nacional calan más hondo y conducen a la orientación errónea y el mal empleo hasta del excedente que queda a disposición del satélite.

Esta ha sido, pues, la regla del desarrollo económico y, simultáneamente, del subdesarrollo a lo largo de la secular historia del capitalismo. Si los grupos gobernantes de los países satélites han encontrado provechoso, de vez en cuando, adoptar un grado relativamente mayor de industrialización y desarrollo autónomos, como ocurrió en el siglo XVII y varias veces después, no fue porque hubiese cambiado la estructura esencial del sistema capitalista mundial sino únicamente porque el grado de dependencia de las metrópolis mundiales había menguado temporalmente, debido al accidentado desarrollo del belicoso sistema capitalista mundial. Durante las depresiones y las guerras, el desarrollo industrial y económico de los satélites latinoamericanos tomó impulso, sólo para ser cercenado de nuevo o reencauzado en el subdesarrollo por la subsiguiente recuperación y expansión de la metrópoli, o por el restablecimiento de la integración activa de ésta con sus satélites.

Vale decir que en el conjunto de América Latina, las tres contradicciones del capitalismo hicieron su aparición desde el principio y comenzaron a ejercer sus inevitables efectos. A despecho de todas las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales por las que han pasado la América Latina y Chile desde el período inmediatamente posterior a la Conquista, han retenido los elementos de la estructura capitalista que la colonización implantó en ellas. La América Latina, lejos de haber superado recientemente o de no haber superado aún el feudalismo (que, en realidad, nunca conoció), o de haber tomado hace poco un papel activo en el teatro del mundo, inició su vida y su historia posterior a la Conquista como parte integrante y explotada del desarrollo capitalista mundial. Eso explica su subdesarrollo de hoy.

1. Eduardo Arcila Farías escribe en El régimen de la encomienda en Venezuela (1957: 307):

"La encomienda y la propiedad territorial en América son instituciones que no tienen entre sí ninguna relación. Entre los institucionalistas no existe confusión alguna al respecto, y los historiadores especializados han puesto cada cosa en su sitio. En realidad no se justifica el hacer aquí esta aclaración sobre una materia muy clara, sino en razón del desconocimiento que existe en Venezuela tanto sobre la encomienda como sobre los orígenes de la propiedad territorial, sobre los cuales no se ha intentado aún estudio alguno.

"A menudo muchas personas que escriben sobre historia en nuestro país confunden ambos términos y atribuyen los orígenes de la propiedad a Ia encomienda".

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Silvio Zavala, en su New Viewpoints on the Spanish Colonization of America (1943: 80, 84), dice así : "La idea más generalmente aceptada al respecto de la encomienda es que las tierras y los indios fueron repartidos entre los españoles desde los primeros días de la Conquista [...]. Pero esta noción de que las encomiendas fueron el verdadero origen de la hacienda está expuesta a seria duda, a la luz de la historia de la tierra tanto como a la del pueblo [...]. En resumen podemos decir que la propiedad del suelo en Nueva España no era conferida mediante encomiendas. Dentro de los límites de una sola encomienda podían encontrarse tierras pertenecientes a indios individualmente, tierras poseídas colectivamente por las aldeas, tierras de la Corona, tierras adquiridas por el encomendero mediante una concesión diferente de la encomienda o relacionada con su derecho al pago de contribuciones en productos agrícolas, y, por último, tierras otorgadas a otros españoles, aparte el encomendero. Lo anterior demuestra que la encomienda no puede haber sido el antecedente directo de la hacienda moderna, porque no daba verdaderos derechos de propiedad [...]. En Chile, en cierto caso, el encomendero de una aldea despoblada, lejos de pretender que las tierras abandonadas le pertenecían por virtud de su encomienda original, acudió a las autoridades reales para que le diesen el derecho a ellas mediante una nueva y diferente concesión".

De las funciones capitalistas de la encomienda se trata en el capítulo sobre el "problema indígena", y los orígenes capitalistas de la propiedad de la tierra se examinan más adelante en este mismo capítulo.

D. EL CAPITALISMO DEL SIGLO XVI EN CHILE: COLONIZACIÓN DE UN SATÉLITE

Las mismas contradicciones capitalistas comenzaron a determinar el destino de Chile en el siglo XVI. Ya desde el comienzo de su existencia colonial Chile ha tenido una economía basada en le exportación. La estructura económica, política y social de Chile fue siempre determinada —y sigue siéndolo— en primer lugar por la realidad y la naturaleza específica de su participación en el sistema capitalista mundial y por la influencia de este sistema en todos los aspectos de la vida chilena. Mi tesis, desde luego, no es compatible con la imagen generalmente aceptada que presenta al Chile de ayer y aun al de hoy como una economía y sociedad "autárquica" o "feudal", "cenada" y "reclusa". Pero es compatible con la realidad histórica y contemporánea de Chile.

Es muy característico el hecho de que Chile iniciara su existencia colonial como exportador de oro. Pero sus minas (en Chile, lavaderos en la superficie) no eran muy ricas ni duraron mucho. Su explotación formal comenzó por el año de 1550 y su producción decayó rápidamente después de 1580. Empero, a diferencia de las colonias continentales españolas, aunque no, quizás, de Guatemala, ya en esa época Chile exportaba un producto de su país: el sebo de sus reses. Por cierto, el más atento estudioso de esa época chilena cree que el valor de las exportaciones de oro de Chile no excedió en ningún momento el de las de sebo (información personal de Mario Góngora). El grueso de las exportaciones de sebo chilenas iba ya entonces a Lima, el más cercano centro comercial grande del imperio colonial, y no a la metrópoli europea. AI mismo tiempo, la cría de ganado para venta y consumo local y la producción de lana para telas con que vestir a mineros, soldados y otros formaron la base de una creciente economía comercial, dependiente e interior.

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Capítulo quinto:

LA INVERSIÓN EXTRANJERA EN EL SUBDESARROLLO LATINOAMERICANO

A. EL PROBLEMA

La ayuda y la inversión extranjera parecen hoy plantear el problema de una benevola decisión voluntaria, por parte de los países desarrollados, de dar a los subdesarrollados un poco más o no. De parte de los países subdesarrollados, el problema parece ser el de decidir bajo qué términos ha de aceptarse la inversión y ayuda extranjeras. Para la opinión común, el problema parece relativamente nuevo y materia de una decisión voluntaria. Sin embargo, las inversiones extranjeras son tan antiguas como el comercio exterior; y el verdadero problema que plantean, lejos de estar sujeto a un acto de libre voluntad, ha sido siempre y sigue siendo resuelto por Ias realidades objetivas y Ias necesidades del desarrollo histórico: junto con la explotación y la acumulación de capital, las conquistas y el comercio exterior, la inversión extranjera ha sido durante siglos —y sigue siendo actualmente— parte integrante del desarrollo capitalista mundial; y toda ella ha sido resultado, no de la buena voluntad, sino de las necesidades y contradicciones del capitalismo, y de su desenvolvimiento histórico.

Para apreciar y comprender el problema de Ia inversión extranjera y su relación con el desarrollo y subdesarrollo económicos en Asia, África y América Latina, es, pues, necesario examinar como ha estado relacionado el capital extranjero con otros aspectos del desarrollo capitalista mundial en cada una de sus etapas históricas. Este ensayo analiza el papel de la inversión y el capital extranjeros en el desarrollo metropolitano colonial imperialista y neoimperialista y en el desarrollo simultáneo del subdesarrollo latinoamericano. El problema del capital extranjero, mejor iluminado por Ia historia, será resuelto por una más adecuada intervención de las hombres en esa misma historia.

B. DEL COLONIALISMO AL IMPERIALISMO

1. Explotación y acumulación originaria en la colonia

La propia conquista y colonización de América Latina fueron acciones de lo que hoy Ilamaríamos financiación o ayuda extranjera. Cristobal Colon, el descubridor de América, declaró: "La mejor cosa en el mundo es el oro... Sirve hasta para enviar las almas al paraíso..." Cortés, el conquistador de México, agregó: "Nosotros los españoles, tenemos una enfermedad del corazón para la cual el remedio indicado es el oro." Los frailes franciscanos confirmaron: "Donde no hay plata no entra el evangelio." Es decir que los viajes de descubrimiento y la inversión española en América Latina, gran parte de ella con capital mercantil holandés e italiano, fueron parte de la expansión capitalista mercantil y de un esfuerzo pare extraer recursos humanos y naturales del satélite colonial —en su mayoría trabajo y metales preciosos— y encauzarlos hacia el consumo y el desarrollo de la metrópoli. La afortunada combinación de plata, indígenas y organización social precolombina en

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las áreas altamente civilizadas de México y Perú, permitió una multiplicación inmediata de las limitadas inversiones en transporte de hombres y mercancías. Como en Europa se carecía del capital y trabajo necesarios para producir la acumulación de capital básico y el desarrollo que sabemos ocurrió, el capital inicial tenía que venir del trabajo y la financiación extranjera de los indios de América Latina y los negros de África, que costaron, primero, el exterminio del 89% de la población (en México), luego la destrucción de varias civilizaciones y por último el subdesarrollo.

Los portugueses en Brasil y luego los holandeses, ingleses y franceses en el Caribe, no encontraron la feliz combinación de plata, trabajo y civilización, y tuvieron que crear una economía colonial con recursos extranjeros. Indirectamente, fue la bonanza previa de España la que hizo posible, si no necesaria, esta financiación, por la concentración del ingreso y el alza de los precios del azúcar y otros artículos en Europa. Los países metropolitanos organizaron economías agrícolas en estas tierras tropicales, poniendo a trabajar a los negros de África en Ia producción de azúcar latinoAméricano para las masas europeas.

Si España y Portugal no se beneficiaron con este estado de cosas en Ia medida que era de esperarse, se debió en gran parte a su propia satelización a través del capital holandés y británico, colonización sin Ias molestias del coloniaje, como la llamó en 1755 el primer ministro de Portugal, marqués de Pombal.

Un resultado importante de esta combinación de capital extranjero y comercio doblemente triangular de esclavos, azúcar, ron, cereales, maderas y artículos manufacturados, es analizado por el primer ministro de Trinidad y Tobago, Eric Williams, en su obra Capitalismo y esclavitud: "Lo que la construcción de barcos para el transporte de esclavos significo para Liverpool en el siglo XVII, lo significó para Manchester en el siglo XVIII las manufacturas de algodón para la compra de esclavos. El primer estimulo para el nacimiento de Algodonópolis vino de los mercados de África y las Indias Occidentales. El crecimiento de Manchester estuvo íntimamente ligado al de Liverpool, su salida al mar y al mercado mundial. El capital acumulado en Liverpool por el comercio de esclavos irrigo el interior para fertilizar las energías de Manchester; las mercancías de Manchester para África eran Ilevadas a la costa en los barcos de Liverpool. El mercado exterior del Lancashire fueron principalmente las plantaciones de las Indias Occidentales y África ... Fue esta tremenda dependencia del comercio la que hizo a Manchester" (Williams, 68).

En verdad, sin contar con las corrientes menores de capital, difíciles de precisar durante los tres siglos anteriores, el comercio y el capital extranjeros generaron hacia la metrópoli una corriente de ingresos —desde América Latina, África y Asia—, de 1.000 millones de libras esterlinas aproximadamente (de las cuales alrededor de Ia mitad procedía de la primera), superior al valor total de las industrias movividas a vapor en toda Europa en 1800 y en una mitad a las inversiones de Gran Bretaña en su industria metalúrgica hasta 1790. Entre 1760 y 1780 solamente, el ingreso británico precedente de las Indias Occidentales y Orientales excedió en más del doble los fondos de inversión disponibles pare su creciente industria (Mandel II, 562-564).

Está claro, pues, que desde el principio el verdadero flujo de capital extranjero ha sido de América Latina hacia las metrópolis. Esto significa que América Latina ha tenido recursos o capital de inversión propio, pero que gran parte de él ha sido

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llevado al exterior e invertido allí, y no en América Latina. Esta transferencia de capital al exterior, y no su supuesta inexistencia en América Latina, ha sido evidentemente la causa principal de las necesidades latinoamericanas de más capital para inversión, tal como el aportado por extranjeros.

Pero el desarrollo de esta relación colonial entre las metrópolis y América Latina tuvo también consecuencias estructurales internas en el seno de esta última, que en lo esencial persisten en la actualidad: "Si se pretende determinar cuáles fueron Ias actividades economicas dinámicas en la economía colonial, deben recordarse las características de Ia economía de la época y se concluye que fueron aquéllas estrechamente ligadas al comercio exterior. La minería, los cultivos tropicales, la pesca, la caza y Ia explotacion forestal, dedicadas fundamentalmente a Ia exportación fueron Ias actividades expansivas que atrajeron capital y mano de obra... Los grupos de propietarios y comerciantes vincuIados a las actividades exportadoras eran, logicamente, los de más altos ingresos, juntamente con los altos funcionarios de la corona y del clero (que muchas veces consiguieron sus puestos por la compra de los mismos). Estos sectores constituían la demanda dentro de la economía colonial y eran los únicos sectores en condiciones de acumular. Forzando el concepto, constituían al mismo tiempo el mercado interno colonial y la Puente de acumulación de capital... Cuanto más se concentraba la riqueza en un pequeño grupo de propietarios, comerciantes e influyentes políticos, mayor fue la propensión de adquirir los bienes manufacturados de consumo y durables (consistentes en buena poporción de bienes suntuarios de difícil o imposible producción interna) en el exterior, y menor fue la proporción del ingreso total de la comunidad gastado internamente... El sector exportador no permitía, pues, Ia transformación del sistema en su conjunto... Poca duda cabe que tanto la estructura del sector exportador como la concentración de la riqueza constituyeron obstáculos básicos para la diversificación de la estructura productiva interna, la elevación consecuente de los niveles técnicos y culturales de la población y el surgimiento de grupos sociales vinculados a la evolución del mercado interno y a la búsqueda de líneas de exportación no controladas por la potencia metropolitana. Este chato horizonte del desarrollo económico y social, explica buena parte de Ia experiencia del mundo colonial americano y, notoriamente, de las posesiones hispanoportuguesas" (Ferrer, 1963: 31-32). La segunda causa de Ia inadecuada inversión domestica fue, pues, la estructura interna de subdesarrollo económico, político y social, provocada y mantenida por los intereses extranjeros; la estructura de subdesarrollo encauzó la mayor parte del capital restante potencialmente invertible a la minería, la agricultura, el transporte y empresas comerciales de exportación a Ia metrópoli, casi la totalidad del sobrante a importaciones de lujo de las metrópolis, y sólo muy poco a las manufacturas y el consumo relacionados can el mercado interno. Debido al comercio y el capital extranjeros, los intereses económicos y políticos de Ia burguesía minera, agrícola y comercial —o las tres patas de la mesa económica, como llamó Claudio Véliz a sus descendientes del siglo XIX— no contaron con desarrollo económico interno. (Para análisis más detallados, véase Frank, 1966c).

Hasta el imperialismo, la sola excepción a este esquema había sido el debilitamiento de los lazos del comercio y el capital extranjeros durante las guerras o depresiones metropolitanas, como la del siglo XVII, y la ausencia inicial de tales lazos entre la metrópoli y regiones aisladas de exportación no orientada hacia ultramar, que permitió una temporal o incipiente acumulación autónoma de capital y el desarrollo industrial para el mercado interno, tales como los de São Paulo en Brasil, Tucuman y otros en Argentina, Asunción en Paraguay, Querétaro y Puebla en México en el siglo XVIII y otros (Frank, 1966a),

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En la era colonial del desarrollo capitalista, pues, el capital extranjero fue ante todo un estimulo auxiliar del saqueo de recursos, la explotación del trabajo y el comercio colonial, que iniciaban el desarrollo de la metrópoli europea y simultáneamente el subdesarrollo de los satélites latinoamericanos.

2. Industrialización, libre comercio y subdesarrollo

La primacía económica y política de Gran Bretaña y la independencia política de América Latina a raíz de las guerras napoleónicas, dejaron a tres grandes grupos de intereses la decisión del futuro de América Latina en su lucha tripartita: a) los intereses agrícolas, mineros y comerciales de América Latina, que aspiraban a mantener el subdesarrollo conservando la vieja estructura de exportación —y sólo deseaban sustituir a sus rivales ibéricos en sus privilegiadas posiciones—; b) los industriales y otros grupos de intereses de las regiones arriba mencionadas y otras del interior, que intentaban defender sus nacientes y aún débiles economías de desarrollo contra el comercio libre y el financiamiento externo, que amenazaban aniquilarlos; y c) la victoriosa Inglaterra, en expansión industrial, cuyo ministro de Relaciones Exteriores lord Canning anunció en 1824: "Hispanoamérica es libre; y si no manejamos mal nuestros asuntos, ella es inglesa". Las líneas de batalla estaban tendidas con la tradicional burguesía Iatinoamericana en natural alianza con la burguesía industrial-mercantil de la metrópoli, contra los débiles industriales nacionalistas de América Latina. El resultado estaba prácticamente predeterminado por el anterior proceso histórico del desarrollo capitalista, que de esta manera había dispuesto las cartas.

En 1824, siguiendo las pautas señaladas por Canning, Inglaterra comenzó —sobre todo por intermedio de Baring Brothers— a conceder empréstitos masivos a varios gobiernos latinoamericanos que habían iniciado la vida con deudas contraídas en las guerras de independencia a incluso con las heredadas de sus predecesores colonialistas. Los préstamos, por supuesto, fueron concedidos para abrir el camino al comercio con Inglaterra; y en algunos casos se les acompañó de inversiones en minería y otras actividades. Pero la hora no había llegado aún.

Analizando este episodio. Rosa Luxemburgo se pregunta con Tugan-Baranovski, a quien cita: "¿Pero de donde obtuvieron los países suramericanos los medios para duplicar en 1825 las compras de 1821? Los ingleses mismos Ies suministraron estos medios. Los empréstitos emitidos en la bolsa de Londres servían de pago por las mercancías importadas". Y comenta, citando a Sismondi: "Mientras duró este singular comercio, en el que los ingleses sólo exigían a los latinoamericanos ser tan amables para comprar mercancías inglesas con capital ingles, y consumirlas en su nombre, la prosperidad de Ia industria inglesa parecía deslumbrante. No había ingresos, sino que el capital ingles se empleaba para impulsar el consumo: los ingleses mismos compraban y pagaban por sus propias mercancías, las que enviaban a América Latina, privándose solamente del placer de consumirlas." (Luxemburgo, 422-424). En estas condiciones el comercio exterior no era en verdad suficientemente provechoso para Ia metrópoli y los empréstitos británicos a América Latina se agotaron alrededor de 1830 y no reaparecieron durante un cuarto de siglo. Pues el comercio exterior únicamente no ha sido nunca el principal interés de las metrópolis, y menos aún con países —como muchos de los latinoamericanos de entonces— cuya capacidad de exportación de materias primas había sido seriamente disminuida por el deterioro de las minas y el estimulo a los

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cultivos de subsistencia ocasionados por la guerra, y en los cuales los intereses nacionalistas e industriales habían comenzado a imponer tarifas proteccionistas tras Ias que (como en México) empezaban a levantarse fábricas textiles tan completas y modernas como las de la misma Inglaterra de entonces. (Y para la sola inversión en el exterior, tal como la de hoy, el capitalismo metropolitano no se había desarrollado aún lo suficiente). Esta situación había de remediarse en América Latina antes de que el comercio y el capital foráneos pudiesen jugar un papel más importante en el desarrollo capitalista. En las dos décadas siguientes, el comercio y el capital contribuyeron a los cambios que necesitaban en América Latina, pero solo en combinación con la diplomacia metropolitana y los bloqueos navales, tanto como con las guerras internacionales y civiles.

En el período, que va de mediados de la década de los años 20, hasta mediados de los años 40 ó 50, los intereses nacionalistas del interior eran todavía capaces de obligar a sus gobiernos a implantar tarifas proteccionistas en muchos países. Industria, marina de bandera nacional, y otras actividades generadoras de desarrollo evidenciaban señales de vida. Al mismo tiempo, los propios latinoamericanos rehabilitaban las minas abandonadas y abrían otras nuevas, y comenzaron a incrementar sus sectores de exportación agrícola y de otras materias primas. Para favorecer e impulsar el desarrollo económico interno, al igual que para responder a la creciente demanda externa de materias primas, los liberales lucharon por diversas reformas, principalmente la agraria, e impulsaron también la inmigración, que incrementaría la fuerza doméstica de trabajo y expandiría el mercado interno.

Las burguesías latinoamericanas, orientadas comercialmente hacia la metrópoli, y sus aliados nacionales de la minería y Ia agricultura, se opusieron a este desarrollo capitalista autónomo, ya que las tarifas proteccionistas interferían sus intereses comerciales; y lucharon contra Ios industriales nacionalistas y los derrotaron en las guerras civiles de Ios años 30 y 40 entre federalistas y centralistas. Las potencias metropolitanas ayudaron a sus socios menores de América Latina con armas, bloqueos navales, intervención militar directa e instigación de nuevas guerras dondequiera que fue necesario, como la de la Triple Alianza contra Paraguay, que perdió el 86% de su población masculina en defensa de su ferrocarril financiado nacionalmente y de su esfuerzo de desarrollo autónomo genuinamente independiente.

El comercio y la espada estaban preparando a América Latina para el libre comercio con la metrópoli, y para que así fuese había que eliminar la competencia del desarrollo industrial latinoamericano; y, con la victoria de los grupos de intereses económicos orientados hacía el exterior sobre los grupos nacionalistas, Ia economía y los estados latinoamericanos tenían que subordinarse aún más a Ia metrópoli. Sólo entonces se llegaría al libre comercio y regresaría el capital extranjero a sus dominios. Un nacionalista argentino de le época señalaba: "Después de 1810... la balanza comercial del país ha sido permanentemente desfavorable, en tanto que los comerciantes del país han sufrido perdidas irreparables. Tanto el comercio de exportación como el de importación y la venta al detalle han pasado a manos extranjeras. La conclusión no puede ser otra, pues, sino que la apertura del país a los extranjeros ha demostrado ser perjudicial a la balanza. Los extranjeros desplazaron a los nacionales no solo del comercio, sino también de la industria y la agricultura". Y otro añadía: "No es posible que Buenos Aires haya sacrificado sangre y riqueza con el solo propósito de convertirse en consumidor de los productos y manufacturas de los países extranjeros, pues tal situación es degradante y no

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corresponde a las grandes potencialidades que la naturaleza ha otorgado al país... Es erróneo suponer que la importación y la venta al detalle han pasado a manos extranjeras. Colocada bajo un régimen de libre comercio por espacio de veinte años, [la economía] está ahora controlada por un puñado de extranjeros. Si la protección desaloja a los comerciantes extranjeros de sus posiciones de preminencia económica, el país tendrá ocasión de felicitarse por haber dado el primer paso hacia la reconquista de su independencia económica... La nación no puede seguir sin restringir el comercio exterior, ya que sólo la restricción hace posible la expansión industrial; no debe soportar por más tiempo el peso de los monopolios extranjeros, que estrangula toda tentativa de industrialización". (Citado en Burgin, 234). Pero lo soporto.

Según el correcto análisis de Burgin en su estudio sobre el federalismo argentino, "el desarrollo económico de Argentina posrevolucionaria se caracterizó por un desplazamiento del centro de gravedad económico del interior hacia la costa, provocado por la rapida expansión de la última y el simultaneo retroceso del primero. El carácter desigual del desarrollo económico condujo a lo que fue en cierta medida una desigualdad que se perpetuaba a sí misma. El país resulto dividido en provincias pobres y ricas. Las del interior tenían que despojarse de grandes proporciones del ingreso nacional en favor de Buenos Aires y otras provincias del este". (Burgin, 811. En Brasil, Chile, México, en toda América Latina, los industriales, patriotas, y economistas de visión denunciaron este mismo proceso inevitable del desarrollo capitalista. Pero en vano: el desarrollo capitalista mundial, y la espada, habían puesto el libre comercio a la orden del día. Y con él llegó el capital extranjero.

El libre comercio, como lo advirtio Friedrich List, se convirtió en el principal producto de exportación de Gran Bretaña. No fue por casualidad que el liberalismo manchesteriano nació en Algodonópolis. Pero fue abrazado con entusiasmo, como lo ha señalado Claudio Véliz, por las tres patas de la mesa económica y política de América Latina, que habían sobrevivido a los tiempos coloniales, derrotado a sus rivales domésticos representantes del desarrollo nacionalista y capturado el estado en sus países y, ahora, se colocaban de aliados y sirvientes de los intereses extranjeros --a través del libre comercio exterior— para asegurar el cerrado monopolio nacional para ellos y sus socios extranjeros.

El libre comercio entre los fuertes monopolios y los débiles países latinoamericanos produjo inmediatamente una balanza de pago deficitaria para los últimos. Para financiar el déficit, por supuesto, la metrópoli ofreció, y los gobiernos satélites aceptaron, capital extranjero; y en los años 50 del siglo XIX los empréstitos extranjeros comenzaron de nuevo a hacer sentir su presencia en América Latina. No eliminaban los déficits, por supuesto; sólo financiaban y necesariamente incrementaban los déficits y el subdesarrollo latinoamericano. No era raro dedicar el 50% de las ganancias de la exportación al servicio de esta deuda y al fomento del continuado desarrollo económico de la metrópoli. Entre tanto, el déficit de la balanza y su financiación redundaron en sucesivas devaluaciones del patrón oro o del papel moneda, y en inflación. Esto trajo consigo un aumento del flujo del capital de América Latina a la metrópoli, ya que la primera tenía así que pagar más por las manufacturas de la segunda, y ésta menos por las materias primas de la primera. En América Latina, las devaluaciones y la inflación beneficiaron a Ios comerciantes y propietarios nativos y extranjeros, en tanto que expoliaban a aquellos cuyo trabajo producía riqueza, robándoles no sólo su ingreso real sino también sus pequeñas tierras y otras propiedades.

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El desarrollo del capitalismo industrial y el libre comercio implicaron, más que la apertura de América Latina al comercio, le adaptación de toda su estructura económica, política y social a las nuevas necesidades de la metrópoli. El capital extranjero compensatorio fue necesariamente uno de los instrumentos metropolitanos para la generación de este desarrollo del subdesarrollo latinoamericano.

3. Expansión imperialista y subdesarrollo latinoamericano

El período anterior prepara la irrupción del imperialismo y sus nuevas formas de manejo del capital, tanto en la metrópoli como en América Latina, donde el libre comercio y las reformas liberales habían concentrado la tierra en pocas manos, creando así una mayor fuerza ociosa de trabajo agrícola y fomentando gobiernos dependientes de la metrópoli, que abrían ahora las puertas no sólo al comercio sino a las nuevas formas de inversión del capital imperialista, que rápidamente tomaba ventaja de estos desarrollos.

La demanda metropolitana de materias primas y su lucrativa producción y exportación para América Latina, atrajeron el capital privado y público de esta última hacia la expansión de Ia infraestructura necesaria para esta producción. En Brasil, Argentina, Paraguay, Chile, Guatemala y México (hasta lo que sabe el autor, pero probablemente, también en otros países), el capital domestico o nacional construyó el primer ferrocarril. En Chile, dio acceso a las minas de nitrato y cobre, que iban a convertirse en las principales abastecedoras de fertilizantes y metal rojo del mundo; en Brasil, a los cafetales cuyo grano abasteció casi todo el consumo global, y así en todas partes. Solo después que demostraron ser negocios brillantes —como una y otra vez ha acontecido en la historia de América Latina— y después de que Inglaterra tenía que encontrar salida para su acero, entró el capital extranjero a estos sectores a hacerse cargo de la propiedad y administración de estas empresas inicialmente latinoamericanas, mediante la compra —a menudo con capital latinoamericano— de las concesiones de los nativos.

Un argentino, por ejemplo, pregunta: "¿Como se financió el desarrollo después de Caseros? ¿Con los recursos nacionales, o con el capital extranjero, según lo preconizaban todos los organizadores?... Pues, en efecto, el desarrollo posterior a Caseros se hizo entre nosotros con recursos nacionales y no con capital extranjero... entre 1852 y 1890 Argentina se procuró la mayoría de los elementos del progreso moderno, por sí sola: los restantes ferrocarriles que habían de integrar la red nacional (el nordeste de Entre Ríos, el central-norte de Córdoba a Tucumán, el Andino, etc.), el alumbrado a gas, los tranvías de tracción a sangre, en la capital y el interior, el puerto de Buenos Aires... Inicióse en 1877 un movimiento de traspaso de empresas nacionales a compañías extranjeras. Caso primero y típico, o modelo de operaciones posteriores, fue la venta de la Compañía de Consumidores de Gas de Buenos Aires... [que fue] vendida a The Buenos Aires Gas Company Limited, junto con el convenio que aquélla tenía con Ia municipalidad de la capital argentina, sin desembolsar un centavo. El pago se efectuó de este modo: la sociedad inglesa mandó imprimir acciones con títulos en inglés, por un valor igual al capital de Ia compañía de consumidores, más un paquete de actiones por cinco mil libras, para giro del negocio (porque hasta de eso carecía) y que emitió cuando tomó posesión de la fábrica que compraba tan cómodamente... El único capital británico invertido en The Buenos Aires Gas Company Limited era el papel y la impresión de

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los títulos que se entregaron a los accionistas de la compañía porteña traspasada, más bien que vendida, a la entidad radicada en Londres. Entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX Argentina traspasó en forma similar el Ferrocarril Oeste (cuya historia narrada por Scalabrini Ortiz ha quedado clásica), el de Entre Ríos, el Andino, a empresas británicas que en la mayoría de los casos no invirtieron sino el dinero necesario para promover el negocio, for promotion". (Irazusta, 71-74. Para una inversión extranjera semejante pero posterior, véase Frank, 1964).

En Chile, John N. North, trabajador británico carente de toda fortuna, llegó a ser el legendario "Rey del Nitrato" por la compra que hizo de los bonos de las minas y el ferrocarril —depreciados por la guerra del Pacifico,— por el 10% de su valor nominal, que pagó con 6 millones de dólares que le prestó el Banco Chileno de Valparaíso. Su verdadera inversión vino más tarde, cuando ya había hecho miIlones: 100.000 libras en la guerra civil que con la asistencia de Ia Marina Real de Su Majestad derrocó al presidente Balmaceda, cuyo programa de gobierno iucluía la nacionalización de Ias minas de nitrato y el empleo de sus beneficios en el desarrollo industrial y agrícola de Chile, en vez del de Gran Bretaña. (Frank, 1966).

Cálculos sobre "rendimientos del imperialismo", tales como el de J. Fred Rippy en su obra Inversiones británicas en América Latina, 1822-1949, tienen en cuenta valores aparentes como "inversiones", y los provechos registrados como "ganancias" probablemente deducen los pagos y gastos de orden político a título de necesarios "costos" de producción, en la exposición de Ia tesis de que el imperialismo realmente "no paga", que Strachey y otros tratan de demostrar.

No obstante, prosiguieron los empréstitos a América Latina. Pero las condiciones impuestas a los bonos comprados en Londres, París, Berlín y Nueva York eran tales, que las sumas de su pago representaban varias veces el valor del capital. Pero muchos de estos bonos no se pagaron, o su pago fue demorado y parcial. ¿Por que, entonces era ofrecido y aceptado este capital, y quién lo pagaba? J. Fred Rippy da parte de la respuesta: "Después de deducidos todos los honorarios, comisiones, descuentos y costos de impresión, y retenidos los intereses de los primeros 18 meses, los latinoamericanos se encontraban próximos al remate de la operación, con dinero en mano equivalente el 60%, más o menos de la deuda contraída. Por una suma neta de 12 millones de libras esterlinas, se habían obligado por más de 21 millones... Cuatro grupos son los beneficiarios más probables de tales inversiones: a) los banqueros y especuladores vendedores de bonos; b) los funcionarios y agentes de Ios países deudores; c) las compañías de navegación; d) los industriales, directivos y otros técnicos de los países inversionistas... Probablemente el beneficio fue el de los banqueros, corredores y exportadores ingleses, y los burócratas concesionarios de América Latina". (Rippy, 11- 22, 32, 173).

Los gobiernos latinoamericanos, además, traspasaron a manos extranjeras empresas y capitales nacionales. Si los gobiernos existentes no se mostraban inclinados a hacerlo, o estaban políticamente incapacitados, pronto un golpe militar con ayuda de la metrópoli instalaba un gobierno militar, que solo requería tres o cuatro años de existencia para dispensar a los monopolios extranjeros concesiones por 99 años, suficientes para que pudiesen operar también durante los gobiernos democráticos, tradición que las dictaduras militares de nuestros tiempos han moderado bajo la dirección del "tío Sam". Por todas partes, "el estado fue reducido a su verdadero papel de maquinaria política para la explotación de la economía campesina en favor de propósitos capitalistas, función real de todos los estados

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orientales [y latinoamericanos] en la etapa del imperialismo capitalista". (Luxemburgo, 445).

En una palabra, este capital extranjero fue y es aún en gran medida un instrumento que permite a las burguesías metropolitana y satélite enriquecerse y prosperar por la combinación de los ahorros, hoy los impuestos, del pueblo de la metrópoli con el trabajo del pueblo de los satélite. Esto explica la profusa propaganda burguesa alrededor de este capital.

La periodicidad del capital fue —y es— otra pieza en el rompecabeza del desarrollo capitalista en su conjunto. Rippy (11) señala que "el flujo de capital fue muy irregular. La mayor parte del capital británico se traslado a América Latina en la década de 1880 y en el que siguió a 1902". Esto es, se suspendió en la década de depresión que siguió a la crisis mundial de 1893. Al igual que en Ia época del libre cambio, y luego en el siglo XX, el flujo de capital de la metrópoli hacia América Latina lógicamente aumentaba en los momentos de prosperidad, para decrecer durante las depresiones, muy al contrario de Ia teoría según la cual el capital internacional tendría una función equilibrante al escapar de la metrópoli cuando los beneficios son bajos. El capital imperialista fue y es desequilibrante, y contribuye por tanto a agudizar el desequilibrio interno del sistema capitalista. Por cierto que la teoría también sostiene que la función equilibrante automática de Ios mercados hace que el capital fluya de Ias balanzas comerciales favorables a los países deficitarios, y de los ricos a los pobres. El hecho es que operan en sentido contrario y sirven para incrementar el déficit y la pobreza de los satélites de América Latina, en tanto que aumentan el excedente y la riqueza de la metrópoli de Europa y América del Norte.

El significado y "rentabilidad" del capital imperialista no radica en las ganancias netas de las inversión, sino en su papel en el desarrollo y subdesarrollo capitalistas. Encauzó un enorme flujo de capital neto de los países pobres y subdesarrollados de América Latina hacía los ricos, y avanzados de la metrópoli, incluso en tiempos del imperialismo "exportador de capital" de que habla Lenin. Cairncross (180) calcula las exportaciones de capital de Inglaterra en 2.400 millones de libras esterlinas y el ingreso proveniente de su inversión en 4.100 millones entre 1870 y 1913. América Latina suministre a la metrópoli materias primas para la industria y alimentos baratos para sus obreros en condiciones aún más favorables -que Ies ayudaron a rebajar los salarios y sostener Ias utilidades y les abrieron mercados extranjeros para sus bienes de capital y de consumo—, contribuyendo así a mantener sus precios de monopolios y elevadas utilidades, en tanto que se ejercía mayor presión sobre los salarios reales.

En America Latina, este mismo comercio y capital imperialista hizo más que incrementar el valor de producción, comercio y beneficios por la acumulación de cerca de 10.000 millones de dólares de Estados Unidos de inversiones en esa zona. La metrópoli imperialista utilizó su comercio y su capital para penetrar en Ia economía de América Latina y utilizar su potencial productivo mucho más completa, eficiente y exhaustivamente en favor del desarrollo de la misma metrópoli, que de lo que fueron capaces Ias metrópolis colonialistas. Como anotaba Rosa Luxemburgo sobre un proceso similar, "despojadas de todos sus eslabones oscurecedores, estas relaciones consisten en el hecho simple de que el capital europeo ha absorbido totalmente Ia economía agrícola egipcia. Enormes extensiones de tierra, trabajo y producción sin número, afluyendo como tributos al estado, han sido convertido por último en capital europeo, y acumulados". (Luxemburgo, 438).

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En realidad, en América Latina el imperialismo fue más lejos. No solo se sirvió del estado para invadir la agricultura, sino que tomó posesión de casi todas las instituciones económicas y políticas para incorporar la economía entera al sistema imperialista: los latifundios crecieron a un ritmo y en proporciones desconocidos en la historia, especialmente en Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba, México y América Central. Con la ayuda de los gobiernos latinoamericanos, los extranjeros se adueñaron -casi por nada— de inmensas extensiones de sierra. Y donde no se apropiaron de la tierra, fueron dueños de sus productos, porque la metrópoli también tomó el control y monopolizó el intercambio de los productos agrícolas y de la mayoría de los demás. Tomó posesión de las minas latinoamericanas y aumentó su rendimiento, agotando a veces recursos económicos en pocos años, como los nitratos de Chile. Para exportar las materias primas de América Latina e importar sus equipos y mercancías, la metrópoli estimulo la construcción de puertos, ferrocarriles y otros servicios con recursos públicos. Las redes ferroviaria y eléctrica, lejos de ser verdaderas redes, irradiaban y conectaban el interior de cada país, y a veces de varios países, con el puerto de entrada y salida, que a su vez estaba conectado con la metrópoli. Hoy, 80 años después, permanece aún mucho de este esquema exportación-importación, en parte porque el ferrocarril todavía está orientado en esa forma, pero principalmente porque el desarrollo urbano, económico y político orientado hacía la metrópoli —que el imperialismo del siglo XIX generó en América Latina—, dio origen a intereses creados que, con el apoyo de la metrópoli, mantuvieron y expandieron este desarrollo del subdesarrollo latinoamericano durante el siglo XX.

Implantada en la era colonial y ahondada en la del librecambio, Ia estructura de subdesarrollo se consolidó en América Latina con el comercio y el capital imperialista del siglo XIX. Se convirtió en una economía monoexportadora primaria con sus latifundios y su proletariado rural expropiado y aun con un lumpen-proletariado explotado por una burguesía satelizada actuando a naves del estado corrompido de un antipaís: "México bárbaro" (Turner); las "repúblicas bananeras," de América Central, que no son sino "países compañía"; "la inexorable evolución del latifundio: superproducción, dependencia económica y crecimiento de la pobreza en Cuba" (Guerra y Sánchez); "Argentina británica", y "Chile patológico", del que el historiador Francisco Encina escribió en 1912, bajo el titulo Nuestra inferioridad económica: causas y consecuencias: "Nuestro desarrollo económico de los últimos años presenta síntesis que evidencian una situación realmente patológica. Hasta mediados del siglo XIX, el comercio exterior de Chile estaba casi exclusivamente en manos de los chilenos. En menos de 50 años, el comercio exterior ha asfixiado nuestra incipiente iniciativa comercial; y en nuestro propio suelo nos elimino del comercio internacional y nos desalojo, en gran parte, del comercio al detalle... La marina mercante... ha caído en triste dificultades y sigue cediendo campo a la navegación extranjera aun en el comercio de cabotaje. La marina de las compañías de seguros que operan entre nosotros tienen su casa matriz en el exterior. Los bancos nacionales han cedido y siguen cediendo terreno a las sucursales de los bancos extranjeros. Una porción cada vez mayor de bonos de las instituciones de ahorro está pasando a manos de extranjeros que viven en el exterior".

Con el desarrollo del imperialismo del siglo XIX, el capital extranjero vino a jugar un papel casi equivalente al del comercio exterior en Ia tarea de uncir a America Latina al desarrollo capitalista y de transformar su economía, sociedad y formas de gobierno hasta que Ia estructura de su subdesarrollo estuvo firmemente consolidada.

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C. EL NEOIMPERIALISMO Y MÁS ALLÁ

Con la primera guerra mundial, el sistema capitalista mundial inició una nueva etapa de su desarrollo. No consistió tanto, en el desplazamiento del centro metropolitano de Europa a Estados Unidos, como en la transformación conjunta de lo que había sido un capitalismo industrial —y luego financiero— en un capitalismo de monopolio. Iniciándose típicamente en Estados Unidos, pero apareciendo poco después en Europa y también en el Japón, la simple firma industrial o casa financiera de antaño fue reemplazada por Ia corporación monopolista gigante, de base nacional pero dispuesta en realidad para el dominio del mundo, que es una multindustria, productora colosal en serie de artículos estandarizados de nueva tecnología, que lleva adelante sus propias operaciones financieras, es su propio agente mundial de compras y ventas, y a menudo gobierno de facto en muchos países satélites y cada vez más en muchos países metropolitanos también. Para responder a las nuevas necesidades del estado y la corporación monopolista de la metrópoli, el desarrollo neoimperialista del siglo XX ha creado nuevos instrumentos de inversión y penetración del capital y los ha convertido en mayor medida que el mismo comercio exterior, en la principal relación internacional con que se afianza en la metrópoli el desarrollo capitalista en su etapa de monopolio, a costa del desarrollo de un subdesarrollo aún más profundo en América Latina.

1. Crisis en la metrópoli y desarrollo latinoamericano

La primera guerra mundial dio a las economías satélites de América una tregua respecto al capital y al comercio exterior, así como a otros lazos con la metrópoli. Como había ocurrido en otras oportunidades, los latinoamericanos impulsaron su propio desarrollo industrial, principalmente por el mercado interno de bienes de consumo. No bien terminó la guerra, cuando la industria metropolitana, ahora principalmente norteamericana, penetro precisamente en aquellas regiones y sectores, como Ios manufactureros de bienes de consumo en Buenos Aires y São Paulo, que los latinoamericanos acababan de industrializar con brillantes perspectivas. Después, apoyados en su poder financiero, tecnológico y político, las gigantescas corporaciones norteamericanas y británicas desplazaron y aun reemplazaron —esto es, desnacionalizaron— la industria latinoamericana. Las crisis de la balanza comercial que naturalmente siguieron, fueron remediadas con empréstitos externos, que cubrían los déficits, pero también servían para obtener del gobierno concesiones que intensificaban la penetración de la metrópoli en las economías de América Latina.

La crisis de 1929, en contra de la teoría del comercio internacional, pero de acuerdo con los precedentes históricos, redujo fuertemente el capital extranjero, así como el comercio, y por consiguiente la transferencia de recursos de inversión desde los satélites hacía la metrópoli. Este debilitamiento de los lazos económicos con América Latina y la reducción de la intromisión metropolitana en esa región se inicio con Ia depresión de 1930, se mantuvo con la recesión de 1937, y siguió con Ia segunda guerra mundial y la consiguiente reconstrucción hasta principios de Ia década de 1950. Creó condiciones económicas y permitió ámbitos políticos en América Latina que redundaron en el principio de su más fuerte política

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nacionalista y su más grande industrialización independiente desde las décadas de 1830 y 1840, y posiblemente de cualquier tiempo. En Brasil la revolución de 1930 dio a los intereses industriales una cuota de poder político, llevó a la presidencia al cada vez más nacionalista Getulio Vargas y permitió la industrialización de São Paulo. En México, la primera guerra mundial había estimulado el renacimiento y continuación de la revolución mexicana antiimperialista de 1910; la depresión ocasiono y favoreció la consolidación de la revolución bajo la presidencia del nacionalista general Cárdenas, que expropió todo el petróleo en manos de extranjeros, distribuyó las tiaras y sentó las bases para la industrialización de la década de 1940. En toda América Latina, la crisis en toda metrópoli fue la época de los entonces progresistas movimientos nacionalistas de Haya de la Torre en Perú; Aguirre Cerda en Chile; Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt en Venezuela; y Perón en Argentina. Ahora, la industrialización no se limito a la producción de bienes de consumo para el mercado de altos ingresos, sino que incluyó la provisión --con capital nacional público y privado, y no extranjero— de bienes de capital para la industria pesada, tales como acero, productos químicos, fuerza eléctrica y maquinaria.

2. Expansión de la metrópoli y subdesarrollo de América Latina

Con el fin de la guerra de Corea, también terminó esta luna de miel en América Latina. La expansión metropolitana neoimperialista —Ahora a través del capital y el comercio de la corporación monopolista internacional— entró de nuevo en pleno empuje, reincorporo totalmente a América Latina al proceso del desarrollo capitalista mundial, y renovó su proceso de subdesarrollo. Las tradicionales relaciones comerciales metrópoli-satélite de intercambio de mercancías manufacturadas por materias primas en condiciones cada vez más desfavorables para América Latina, las crisis y déficits de Ias balanzas de pagos de los satélites, y los incesantes empréstitos compensatorios de emergencia por parte de la metrópoli, recobraron su vieja importancia. Pero ahora estaban reunidos y agravados, y el subdesarrollo estructural de la América Latina ahondado, por el anhelo neoimperialista de los gigantescos monopolios de apoderarse de las industrias manufactureras y de servicios de América Latina e incorporarlas al imperio privado del monopolio. Entretanto, las grandes masas latinoamericanas empobrecían cada día más.

Los principios esenciales de Ias inversiones del monopolio metropolitano fueron ya analizados con agudeza y perspicacia hacia fines de los años 20, por J. F. Norman en su obra La lucha por América del Sur: "Comparemos la estructura del comercio y las inversiones extranjeras en América del Sur. Las exportaciones de Estados Unidos comprenden principalmente unos pocos artículos de la moderna producción en masa. Automóviles, radios, fonógrafos, máquinas, son unos pocos productos de las industrias en gran escala organizadas recientemente... ¿Quien produce estos artículos? Principalmente los mismos «treinta grandes»... Las importaciones de Estados Unidos desde América del Sur comprenden esencialmente productos de la tierra, minerales, materias primas como petróleo, estaño, café. ¿Quien los produce en América del Sur? En su mayor parte, las organizaciones afiliadas de Ios mismos «treinta grandes» de Estados Unidos. Sus inversiones radican virtualmente en factorías para el negocio de exportación. Gran parte del comercio exterior de Estados Unidos con América del Sur está dominado por las mismas firmas que

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invierten regularmente en las industrias locales. Estas empresas monstruosas parecen ser las primeras no solo en inversiones sino también en comercio exterior... Todo el intercambio económico con América del Sur parece ser en lo esencial un resultado de la incesante expansión de los gigantes de la industria... Las empresas de los «treinta grandes» operan en todo el mundo, pero tienen sus domicilios oficiales en Estados Unidos. Son ellas las qua manejan las inversiones, y a través de estas la exportación de materiales de producción tales come máquinas o instalaciones de varias clases. Son ellas las que supervisan Ia producción misma, y por ella la distribución de los artículos manufacturados... Tal expansión mundial es típica de la moderna mapa del capitalismo, porque las fronteras nacionales son demasiado estrechas para empresas mundiales". (Norman, 64-66, 61). Hacia 1950, 300 corporaciones norteamericanas aportaban mas del 90% de las inversiones directas de Estados Unidos en América Latina, y desde entonces "el grado de concentración se ha consolidado aún más". (Naciones Unidas 1964a: 233).

En Ia década de 1950, la corporación de monopolio internacional fue mas allá de la simple instalación de la industria extranjera en el recinto de la barrera tarifaria protectora de América Latina, que garantiza altos precios y beneficios. En primer termino, el taller de montaje y Ia organización comercial extranjeras organizan una especie de sistema subsidiario, en el que los medianos y pequeños industriales latinoamericanos producen partes para la ensambladura local por cuenta del monopolio de la metrópoli, que prescribe su proceso industrial, determina su producción, es el único comprador de Ia misma, reduce su propio desembolso de capital apoyándose en la inversión y crédito de sus contratistas y subcontratistas latinoamericanos, y traslada los costos de las superproducciones cíclicas sobre estos fabricantes, en tanto que reserva para si mismo la parte del león en los beneficios de este arreglo, para la reinversión y expansión en América Latina, para remitirla a la metrópoli y a otros lugares de sus operaciones mundiales.

En Ios últimos años, los monopolios metropolitanos han admitido un paso más en este proceso de integración metrópoli-satélite, asociándose con grupos industriales y/o financieros y aun con instituciones oficiales en las Ilamadas empresas mixtas. En América Latina este proceso es a menudo defendido como protector de los intereses nacionales y aun estimulado como inductor del proceso económico por quienes proponen --generalmente los socios de la "gran burguesía" latinoamericana que con él se benefician, o sus representantes— la participación de México o Brasil en la financiación y control de estas empresas o la "chilenización" (en lugar de nacionalización) del cobre mediante un 25, un 49, o en 51% de participación del gobierno en Ias minas norteamericanas de ese metal.¹ En Estados Unidos, este proceso acaba de ser consagrado en una Carta al pueblo norteamericano del Comité Coordinador Republicano, encabezado por un ex embajador en México, en la que se recomienda esta especie de "asociación" como la mejor Alianza para el Progreso, de "oportunidades verdaderamente iguales", así como las dictaduras militares que "pueden garantizar la estabilidad necesaria, para conjurar el peligro comunista en periodos de transición política y económica".

En esta nueva asociación con el capital y los gobiernos de América Latina los monopolios metropolitanos toman con gusto inicialmente una pequeña participación, que requiere menos capital propio. En realidad, la sociedad extranjera Ilega frecuentemente con poco o ningún capital, pero consigue su aporte en la localidad, respaldada en su reputación internacional y capacidad de crédito.

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Así, de acuerdo con el Departamento de Comercio de Estadus Unidos, un 26% del total del capital obtenido y empleado, teniendo en cuenta todas las fuentes de las operaciones de Estados Unidos en Brasil, en 1957, salió de Estados Unidos, y el resto se fomento en Brasil, incluyendo el 36% de fuentes brasileñas fuera de las firmas norteamericanas (McMillan, 205). Ese mismo año, del capital norteamericano de inversión directa en Canadá, el 26% procedía de Estados Unidos mientras que el resto fue también obtenido en Canadá. (Safarian, 135-241 para éste y demás datos sobre Canadá). Ya en 1964, sin embargo, la parte de inversión norteamericana procedente de Estados Unidos había descendido a un 5%, haciendo que el promedio de contribución norteamericana al capital total manipulado por Ias firmas norteamericanas fuese solo de un 15%, durante el período de 1957 a 1964. Todo el remanente de "inversión extranjera" fue obtenido en Canadá a través de ganancias retenidas (42%), reserves para depreciación (31%) y de fondos obtenidos por las firmas norteamericanas en el mercado de capital canadiense (12%). Según una encuesta realizada sobre las firmas norteamericanas de inversión directa que operaban en Canadá durante el periodo 1950-1959, el 79% de las firmas consiguió alrededor de un 25% del capital destinado a sus operaciones allí, el 65% de las firmas consiguió un 50% aproximadamente y un 47% de las firmas norteamericanas con inversiones en Canadá obtuvo todo su capital operativo canadiense en este propio país y no en Estados Unidos. Hay razones para creer que este aprovechamiento norteamericano del capital extranjero para financiar la "inversión extranjera" norteamericana, es mucho mayor aún en los países subdesarrollados, mucho más débiles o indefensas que Canadá.

La principal contribución de Ias corporaciones metropolitanas a la empresa mixta es, pues, un bloque tecnológico de patentes, diseños, procesos industriales, técnicos superpagados y, lo que no es menos importante, marcas de fábrica y campañas de propaganda, la mayor parte del capital de financiación es latinoamericano, como son los impuestos, licencias de exclusividad y otras concesiones y, tal vez lo más importante, la protección aduanera. La corporación internacional monopolista procede entonces a tomar plena ventaja de su monopolio tecnológico, su reserva financiera y su poder político directo o indirecto, para derivar de la empresa común cada vez mayores beneficios que sus socios latinoamericanos, reinvertirlos y ganar su mayor control sobre la empresa, la economía y el país en que opera. Entretanto, los socios latinoamericanos son políticamente castrados y luego utilizados para inclinar a sus gobiernos a crear o mejorar el clima de inversión para el capital "extranjero".

Esta asociación de los monopolios de la metrópoli con los negocios y gobiernos de América Latina —o, más exactamente, esta absorción de Ios últimos por los primeros— no se limita, en ningún caso a la industria manufacturera. Incluye la banca y negocios tales como los de seguros, por supuesto, y se extiende el comercio al por mayor, internacional y doméstico, y al comercio minorista, que se monopolizan cada vez más; a la producción agrícola para el mercado nacional y mundial, atendiendo a la financiación de sus gastos y al control de su producción; a toda clase de servicios, cine, música grabada, noticias para la prensa, radio, televisión y, lo que no es menos importante, a la propaganda (come cualquiera puede comprobar para su placer o su disgusto, ya que el 95% de los productos que se anuncian por las pantallas de televisión de México y otros países de América Latina son de marcas norteamericanas, empaquetados en programas del oeste, del FBI y de contraespionaje de contenido ideológico no precisamente incierto).

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La integración vertical y horizontal de una corporación que opera y aún controla varios de estos sectores del mercado latinoamericanos —para no hablar del mundial—, permite por supuesto mayores utilidades en cada uno de los renglones tomado individualmente y en el total de las operaciones. Lo mismo puede decirse de las firmas norteamericanas que operan en América Latina, ya qua los bancos de América del Norte Ies prestan los depósitos latinoamericanos a dichas corporaciones, que compran y venden entre sí y colocan sus avisos en agencias de publicidad norteamericanas, que utilizan su influencia sobre los medios masivos de comunicación de América Latina para presionar por la adopción de medidas económicas y administrativas favorables a Ios intereses de la metrópoli y contrarios a los intereses populares. El monopolio capitalista integrado genera de este modo en América Latina economías exteriores en varios sentidos: exteriores a cualquier sector económico, exteriores a cualquier monopolio metropolitano, y exteriores a cualquier economía latinoamericana, que por consiguiente se descapitaliza aún más en favor de la metrópoli.

Hoy, el desarrollo capitalista está dando un paso más. Habiendo ya evolucionado desde exportador de capital para inversión hasta monopolio que absorbe las economías nacionales de América Latina en el imperio de una corporación, está preparándose ahora para absorber el continente latinoamericano en su conjunto en el monopolio de las corporaciones metropolitanas. Estados Unidos ha comenzado recientemente a fomentar la integración económica latinoamericana, y trata de logrer la formación de un Mercado Común Interamericano, que incluiría a Estados Unidos y Canadá. Aún sin el ultimo, la mayor parte del comercio interlatinoamericano de manufacturas bajo el tratado de Montevideo, es de corporaciones norteamericanas tales como la Kaiser y la General Electric, que pueden así fabricar en un país latinoamericano para exportar a otro. Más allá de estos acuerdos multilaterales de comercio exterior, la metrópoli norteamericana esta entrando también en acuerdos bilaterales, que son una especie de subimperialismo. Estados Unidos parece haber escogido a Brasil en América del Sur —desde el golpe militar de 1964- y en menor grado a México en América Central, como una quinta columna o cabeza de playa económica y política en el continente Americano, desde la cual los monopolios norteamericanos y su gobierno se apropian de los mercados y gobiernos de los países menores, después que su tecnología, su capital y su influencia política han creado allí Ias condiciones expansionistas necesarias. Este desarrollo integracionista o subimperialista agrava, por supuesto, el desequilibrio económico y político, tanto en el interior de estos países como entre sí, tal como lo hace en su conjunto la expansión mundial de los monopolios. (Véase Marini.)

El principal impulso a estas formas neoimperialistas de desarrollo mundial desigual y de subdesarrollo latinoamericano desequilibrado, viene de la expansión y monopolización incesante de las corporaciones internacionales de base norteamericana y su nueva revolución tecnológica. Las consecuencias de este desarrollo capitalista en América Latina van macho más allá de una benévola inversión de capital y una provechosa introducción de adelantos tecnológicos.

La revolución tecnológica de la automatización, la cibernética y la unificación de todo el proceso industrial del monopolio, con el consiguiente y rápido envejecimiento de la maquinaria, su decreciente eficiencia relativa y el exceso de equipo industrial, conducen a la transferencia de equipo ocioso o recientemente obsoleto de la metrópoli a América Latina a menudo sin cambiar de dueño (pero que para efectos impositivos, se descarga de la casa matriz y se carga a las subsidiarias

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a exorbitantes precios de contabilidad, lo que aumenta artificialmente Ios costos, disimula sus ganancias reales, y ayuda a extraer capital del país receptor).

En América Latina, el monopolio internacional utiliza este equipo y tecnología para competir con los rivales locales y eliminarlos o absorberlos, pues carecen de fondos o proveedores para comprar de Ios mismos o no pueden obtener licencias para importarlos. A esto so le llama elevación del nivel tecnológico de la economía latinoamericana y eliminación de la ineficiencia.

De hecho en todas partes del mundo capitalista, la tecnología norteamericana se hace la nueva fuente del poder monopolista y la nueva base del colonialismo económico y del neocolonialismo político. Así la revista de negocios norteamericana, US News and World Report (69), informa: "De repente el temor es muy real que Europa —que se está quedando cada vez más atras de Estados Unidos en lo que a tecnología se refiere— terminará dentro de un decenio como una «región subdesarrollada»... El resultado, dicen los europeos, es que el continente se está trasformando, tecnológicamente hablando, en una "coIonia norteamericana"... Dice un destacado ingeniero alemán: «Como van las cosas, seremos una región atrasada dentro de 10 años. Entonces nos encontrarán golpeando la puerta de Estados Unidos pidiendo limosnas, igual que cualquier otro país subdesarrollado»".

La corporación internacional que controla esta tecnología aumenta así su poder monopolista sobre sus socios latinoamericanos en las empresas mixtas, sobre sus rivales en otras firmas y sobre la economía de América Latina en general. En Ia última, como resultado, la razón capital-trabajo se eleva, aumenta la superproducción y declina el nivel general de salarios. Por estas rezones y porque esta inversión se multiplica grandemente desde el extranjero sin incrementar correspondientemente el poder domestico de compra, es que se hacen más frecuentes y prolongadas las crisis periódicas de sobreinversión, en tanto que el desempleo estructural y cíclico aumenta en América Latina. Cuando ocurren, las firmas latinoamericanas débiles son devoradas por sus compatriotas más fuertes, y estas a su vez son absorbidas a precios reducidos por los monopolios de la metrópoli, aún más grandes y fuertes, para incrementar todavía más el grado de monopolio y de deslatinoamerización. En tanto que durante 1964 el ingreso nacional per capita bajó un 6% en Brasil, su más grande productora de acero fue absorbida por la Bethlehem Steel. (Frank 1965b.) De esta manera, el empleo del equipo existente en América Latina, la dirección de sus nuevas inversiones y la selección de sus importaciones estan determinadas aún más por las necesidades y conveniencias de la metrópoli; y corresponden cada vez menos a las necesidades del desarrollo de América Latina y a las necesidades sociales de su pueblo. (Frank 1966c.)

Este capital monopolista, a más de redituar los beneficios con que la economía latinoamericana es acaparada por la metrópoli, genera por supuesto una remisión aún mayor de utilidades por parte de estas firmas extranjeras y un mayor flujo de capital de América Latina hacia Estados Unidos.²

En efecto, las estimaciones conservadoras del Departamento de Comercio de Estados Unidos muestran que entre 1950 y 1965, el flujo total de capital destinado a inversiones salido de Estados Unidos hacia el resto del mundo, ascendía a 23,9 mil millones de dólares, mientras que la correspondiente entrada de ganancias ascendía a 37 mil millones, dejando una entrada neta, hacia Estados Unidos, de 13,1 mil millones. De este total, 14,9 mil millones afluyó de Estados Unidos a

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Canadá, mientras que 11,4 se dirigía en la dirección opuesta, con un flujo neto para Estados Unidos de 3,5 mil millones. No obstante, la situación existente entre Estados Unidos y todos los demás países en su mayoría los pobres y subdesarrollados, es totalmente opuesta: 9 mil millones de inversión fluye a esos países, mientras que 25,6 mil millones de ganancias de capital salen de ellos hacia Estados Unidos, con una entrada neta de los pobres hacia el rico de 16,6 mil millones.

El flujo correspondiente del capital de Estados Unidos hacia América Latina fue de 3,8 mil millones de dólares y el flujo desde América Latina hacia Estados Unidos fue de 11,3 mil millones, dejando un saldo desfavorable para América Latina de 7,5 mil millones de dólares. (Magdoff, 29.) Como las corporaciones internacionales evaden impuestos y restricciones cambiarias mediante la sobrefacturación regular de las ventas de la casa matriz y la subfacturación de sus compras a sus subsidiarias de América Latina, parte de sus utilidades quedan ocultas bajo el renglon de costos; y la remisión real de utilidades de América Latina a Ia metrópoli es mayor que la que se registra por los gobiernos latinoamericanos y el de la metrópoli.

Pero las operaciones en el exterior sobrepasan Ias inversiones correspondientes. La remisión de beneficios de inversiones directas de las corporaciones extranjeras le cuesta a América Latina (con la excepción de Cuba) alrededor del 14% de sus ingresos por concepto de exportación de mercancías y servicios. Pero otras transferencias de capital registradas y ocultas están representadas por otro 11% de sus ingresos en divisas, más un 15% adicional por el servicio de su deuda externa, lo que eleva al 40% de sus ingresos en divisas el escape anual de capital latinoamericano. Los pagos de América Latina por otros servicios exteriores, tales como trasporte (10%), viajes al exterior (6%) y otros, absorben un 21% más de su rendimiento, para un gran total de un 61% de las utilidades por comercio exterior de Ia América Latina —más de 6.000 millones de dólares por año, o sea el 7% de su producto nacional bruto, y casi la mitad de su inversión bruta (probablemente más que toda su inversión neta)— que se pagan a los extranjeros —casi enteramente de Ia metrópoli— por estos servicios invisibles prestados, que no incluyen un solo centavo de mercancías físicas para América Latina. No es de extrañar el déficit crónico de la balanza de pagos a pesar del hecho de contar con los recursos adecuados. (Frank 1965a.)

Las facilidades comerciales de pago en América Latina han declinado al mismo tiempo y en parte como resultado del capitalismo monopolista examinado arriba, ya que la política de precios de las corporaciones monopolistas internacionales y su determinación de la estructura económica de América Latina afecta negativamente las condiciones comerciales de la última. Entre 1950 y 1962, los precios de las importaciones latinoamericanas, se elevaron en un 10%, pero los precios de sus exportaciones cayeron en un 12%; de modo que, en tanto que sus importaciones se elevaban un 42%, sus exportaciones tenían que hacerlo un 53%. (Naciones Unidas, CONF.: 32.) En consecuencia, América Latina perdió el 25% del poder de compra que deriva de sus exportaciones, equivalente al 3% de su PNB. (Naciones Unidas, CEPAL 1964b: 33.) Esta pérdida del 3% de su PNB por concepto de comercio, agregada a Ia de 7% del PNB por concepto de servicios, o aun solamente el 5% (40% de utilidades sobre divisas) por concepto de pagos financieros a extranjeros, equivale del 8 al 10% de su PNB, que duplica o triplica probablemente el monto del capital que América Latina está dedicando a inversiones netas. Como base de comparación, el desembolso total para Ia educación desde el kindergarten hasta la

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universidad, pública y privada, asciende en América Latina a solamente 2,6% de su PNB. (Lyons, 63) Si se agrega, además, el porcentaje de PNB y el múltiplo de inversión neta que adicionalmente se pierde por concepto de mano de obra y recursos ociosos actualmente en América Latina —comparados con los que se hubieran obtenido con la continuación de su industrialización de los años 30 y 40 y el periodo de la guerra de Corea—, tenemos que las perdidas de exceso invertible de América Latina, causadas por el neoimperialismo, se elevan aún más, quizá duplicándolas otra vez. Y si pudiéramos edemas calcular la desviación y abuso del trabajo y capital latinoamericanos engendrados por la absorción neoimperialista de la economía de América Latina y su dedicación al desarrollo monopolista mundial de la metrópoli —en lugar de serlo al desarrollo económico propio—, tendríamos una medida más exacta del desvío que sufren los recursos latinoamericanos, de su desarrollo económico perdido y del subdesarrollo estructural que el capital monopolista del neoimperialismo ha generado en Ia América Latina de hoy.³

Este desarrollo neoimperialista de condiciones desmejoradas do comercio, déficits crónicos y crisis recurrentes en Ia balanza de pagos de América Latina, así como la creciente necesidad de carreteras, energía y personal técnicamente entrenado para el servicio de los establecimientos de la metrópoli en ella, la ha llevado a crear toda una sopa de letras con las instituciones financieras que manejan estas situaciones y atienden estas necesidades. Algunas de ellas son organizaciones de las Naciones Unidas, como el Banco Mundial (BIRF) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Otras son independientes, como el GATT; y varias, formal o efectivamente dependencias de Estados Unidos, como el Eximbank, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), etc. Aunque hay entre ellas alguna especialización de trabajo, todas ejecutan esencialmente las mismas funciones en América Latina: apoyar la incorporación de la inversión financiera de ese continente a la estructura del capitalismo monopolista de la metrópoli, sin pagar por ella, pero financiando los inevitables déficits resultantes, o las nuevas necesidades de infraestructura y personal técnico, atendidas por la Alianza para el Progreso en el desarrollo social del capital humano (última especulación económica de la metrópoli que ahora lo recomienda como lo más importante en todo desarrollo); y a menudo financiando también los costos de inversión en América Latina de las corporaciones que total o parcialmente pertenecen a Ia metrópoli, que reciben directamente estos empréstitos, o indirectamente a través de los gobiernos. Algunos observadores autorizados han caracterizado algunas de estas instituciones. La Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, dice: "Las operaciones de crédito del Eximbank [o del gobierno de Estados Unidos] y del BIRF [o Banco Mundial de las Naciones Unidas] siguen restringidas a empréstitos para proyectos concretos. Se sostiene que esto se debe al deseo de ambos bancos de combinar su conocimiento técnico con los de los prestatarios en la necesaria investigación y estudio previos..., también para posibilitar un control más estricto sobre el empleo de los fondos... En tercer lugar, el Eximbank y el BIRF han tratado por largo tiempo de evitar hacer préstamos que puedan competir con el capital privado extranjero. Esto redundó en un plan de créditos concentrado sobre todo en la infraestructura más bien que en la industria." (Naciones Unidas, CEPAL 1964a: 239-240.) En su obra Inversión privada y oficial de Estados Unidas en el exterior, Raymond Mikesell (477, 482) llega a afirmar que "el Banco [Eximbank] es fundamentalmente un instrumento de la política de Estados Unidas... Las consideraciones políticas pecan demasiado en la concesión de los empréstitos e incluso en las investigaciones iniciales u oficiales de los prestatarios extranjeros". Después de citar a Mikesell, Ias Naciones Unidas observan que "es por tanto evidente que el Eximbank debe ser considerado como un instrumento básico de la política exterior de Estados Unidas". (Naciones Unidas, CEPAL 1964a: 252.) Por muy diplomáticamente que quisieran,

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estos observadores calificados hablan muy claramente de como y por que estas instituciones metropolitanas controlan y dirigen la economía y la política de América Latina. Bajo la amenaza de suspender esta financiación creando balanzas de pago insostenibles y crisis políticas, estas agencias de crédito de la metrópoli literalmente chantajean a los gobiernos de América Latina, cada vez más dependientes, para obligarlos a adoptar políticas monetarias y fiscales y planes de inversión prescritos para ellas por la metrópoli, en beneficio de la última.

Ésta es la principal actividad en América Latina del Fondo Monetario Internacional de Ias Naciones Unidas. Durante dos décadas, el FMI ha impuesto en decenas de casos devaluaciones y políticas monetarias asfixiantes, estructuralmente inflacionistas, a los gobiernos latinoamericanos. Mientras el FMI se sirve de justificaciones basadas en la teoría clásica del comercio internacional y de la política monetaria, para oscurecer su política chantajista —a la que se llama exigir responsabilidad de los gobiernos latinoamericanos— los principales efectos evidentes de esta política en América Latina han sido las devaluaciones recurrentes de sus monedas que alteran en contra de América Latina Ias reglas comerciales del juego y rebajan para los monopolios de la metrópoli el precio del acaparamiento de la economía latinoamericana a través de la inversión; Ia convertibilidad forzosa de las monedas latinoamericanas, que permite a los monopolios internacionales convertir fácilmente sus utilidades en América Latina en dólares y oro; los obligados empréstitos de otra instituciones de la metrópoli, aparte de los empréstitos compensatorios a corto plazo del FMI y de los créditos que vienen atados con cuerdecitas económicas y políticas; simultáneamente, el desempleo y la inflación estructurales de la economía de América Latina que, con las devaluaciones, favorecen a los propietarios nacionales y extranjeros a costa de los obreros y empleados, cuyos ingresos reales se ven reducidos; y, por último, pero lo que no es menos importante, el consecuente deterioro de sus términos de intercambio y el empeoramiento de sus déficits de la balance de pagos, que hace repetir el ciclo y aumentar la dependencia del FMI y otros instrumentos de inversión y crédito de la metrópoli, acompañada de una más fuerte dosis de remedios del FMI y de política neoimperialista básica para América Latina, en una viciosa espiral interminable.

Este espiral se refleja en el hecho de que Ia cuota que América Latina debe dedicar al servicio de su deuda externa se eleva cada vez más, del 5% de sus ingresos de divisas en 1951-1956, al 11% en 1956-1960; al 16% en 1961-1963 (Frank 1965a.) Gracias a Ia Alianza para el Progreso, el servicio de Ia deuda latinoamericana es hoy indudablemente aún más gravoso, y se elevará inevitablemente en el futuro; aunque, de acuerdo con un comunicado de la Associated Press de 5 de abril de 1965, "el Eximbank está retirando anualmente de América Latina 100 millones de dólares más de los que presta".

Dondequiera que las contradicciones económicas y políticas internas de los países de América Latina, creadas por este desarrollo neoimperialista, no pueden ser sostenidas por más tiempo dentro de los límites del estado democrático burgués (en el que cada país se encuentra ahora ocupado por su propio ejercito y policía, que -con entrenamiento técnico, orientación política, asesores y equipos⁴ militares de Estados Unidos— reprimen las demostraciones de obreros, estudiantes y otros grupos contra la orientación económica y política del gobierno), o donde su solución lesione demasiado. Los intereses de la metrópoli, la misión de resolverlas se asigna a una dictadura militar. Ésta, invariablemente, procede a rebajar el ingreso de la mayoría y a ampliar aún más las concesiones a los intereses metropolitanos y los privilegios de sus socios comerciales y aliados políticos de América Latina y a

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contener la resistencia popular mediante el asesinato, el exilio o la prisión de sus lideres y el terror sobre el pueblo mismo. Que estas medidas económicas y políticas en América Latina son parte integrante del desarrollo y Ia política neoimperialista, queda atestiguado con las propuestas metropolitanas de ayuda militar a América Latina (que se duplicó por el presidente Kennedy en el primer año de su administración) y por las declaraciones de los funcionarios del gobierno norteamericano (tales como las de los expertos en asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado del presidente Johnson) de que no todos los golpes militares son iguales: unos son más iguales que otros.

El capitalismo monopolista neoimperialista ha penetrado o incorporado rápida y efectivamente la economía, el gobierno, la sociedad y la cultura de América Latina. Al igual que el colonialismo, y el imperialismo que le antecedieron, esta penetración neoimperialista en América Latina ha encontrado, ahora en mayor grado, viejos grupos de intereses creados, aliados y sirvientes de Ios intereses de la metrópoli. Monopolizan cada día más la economía latinoamericana y reparten entre si los despojos de la explotación del pueblo de América Latina, y en menor grado los del pueblo de la metrópoli. Pero el neoimperialismo ha ido más lejos. La satelización económica de la industria latinoamericana conduce inevitablemente también a la satelización de su burguesía. La política industrial nacionalista de los años 30 y 40 ya no existe, porque un numero creciente de industriales latinoamericanos son ya, o lo serán próximamente, socios, funcionarios, abastecedores y clientes de las empresas y grupos mixtos, que nublan y oscurecen los intereses nacionales de América Latina y —lo quo es más importante— atan cada vez más fuertemente sus intereses personales a la cola del perro neoimperialista, que Ia mueve. La mal llamada burguesía nacional latinoamericana, lejos de hacerse más fuerte e independiente, a medida que la industria se desarrolla bajo Ia dirección de Ia metrópoli, se hace más débil y más satelizada o dependiente cada año.

Sin embargo, el desarrollo del capitalismo monopolista no sólo ata económicamente a la metrópoli Ia burguesía de América Latina mediante Ia satelización de sus establecimientos industriales comerciales y financieros. El neoimperialismo, como vimos arriba, sateliza la economía latinoamericana en su conjunto y la hunde cada vez más en el subdesarrollo estructural. Como la metrópoli se apodera de una porción creciente de los más lucrativos negocios de América Latina y somete al resto a tremendas dificultades económicas, a la burguesía que vive de estos negocios menos lucrativos no le queda otra alternativa que luchar —aunque en vano— por su supervivencia, agravando en precios y salarios el grado de explotación de su pequeña burguesía, obreros y campesinos, con el fin de exprimir alguna sangre adicional; y a veces, tiene que recurrir a la coacción militar directa para lograrlo. Por esta razón, casi toda la burguesía latinoamericana se ve obligada a contraer alianzas políticas con la burguesía metropolitana, esto es, someterse: tienen algo más que un interés básico común en defender el sistema de explotación capitalista. Es que no puede ser nacional o defender intereses nacionalistas y oponerse a la usurpación extranjera en alianza con los obreros y campesinos de América Latina —como lo indica la idea del Frente Popular—, porque la misma usurpación neoimperialista está forzando a la burguesía latinoamericana a explotar aún más a sus supuestos aliados obreros y campesinos, obligándola así a privarse de este apoyo político. En tanto que la burguesía de América Latina persista en esa política de precios y salarios que explotan a los trabajadores y reprima sus Iegítimas demandas para alivio de esta creciente explotación, no podrá recobrar su apoyo para enfrentarse a la burguesía de la metrópoli así como la ineficiencia

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económica de esta explotación impide el ahorro domestico para inversión y obliga a la burguesía a mirar hacia el exterior en busca de capital.⁵

Por consiguiente, el neoimperialismo y el desarrollo del monopolio capitalista están empujando a toda la clase burguesa en América Latina a una alianza económica y política y a una dependencia aún más estrechas respecto a la metrópoli imperialista. La tarea política de invertir el desarrollo del subdesarrollo latinoamericano corresponde por tanto a los pueblos mismos, y la ruta del capitalismo nacional o estatal hacia el desarrollo económico está ya destruida para ellos por el neoimperialismo actual.

1. La revista Visión (89) afiliada a las norteamericanas Time y Life hace notar:

"En términos generales, las grandes empresas están más dispuestas que las pequeñas a dar la bienvenida al capital extranjero. Ciertas asociaciones de pequeños fabricantes, particularmente en México y Brasil, se manifiestan incansablemente contra la instalación de empresas competidoras con capital extranjero.

"No es esta la actitud de los industriales de mayor vuelo. Su idea es que Ias empresas de capital extranjero aumentan el empleo nacional, aumentando por consiguiente el mercado interno para toda clase de prodctos y ayudando a Ia vez a suavizar las presiones sociales. Al mismo tiempo reconocen que las firmas extranjeras traen consigo nuevas técnicas nuevos métodos que pueden asimilar."

2. La tasa de utilidades de los monopolios de la metrópoli en América Latina es desconocida, pero ciertamente superior al 5% que a menudo se pretende. Los siguientes hechos pueden darnos una idea: la ganancia media sobre eI capital invertido en manufacturas en Estadas Unidos es superior al 10%. Las 200 corporaciones más grandes de Estados Unidos poseen el 57% de los activos pero reciben el 68% de las utilidades; por consiguiente, ganan por encima de la tasa media de beneficio. Las corporaciones que operan en el exterior, que son las más grandes, ganan de dos a cuatro veces más con su capital en el exterior que con el mismo capital en casa; y obtienen un multiplo aún más alto de ganancias por sus operaciones en América Latina que el obtenido por sus operaciones en el exterior (incluidos Europa y Canadá) tomadas en conjunto. (Para fuentes véase Baran y Sweezy, 87, 194-199; Michaels, 48-49: Mandel 11, 86-87; Gerassi calcula las utilidades de las firmas a partir de Ias balances financieros que se publican. Véase también Magdoff.)

3. Novik y Farba han calculado las perdidas del excedente económico de Chile en razón de lo siguiente: a la metrópoli, por cuenta de producción y exportación de cobre solamente, 5% del ingreso nacional; por desempleo, 15%; capacidad industrial ociosa, 8%; producción agrícola inferior al potencial inmediato, 3%, más o menos el 30% del ingreso nacional sacrificado a estos factores de subdesarrollo estructural. Pero, con mucho, la pérdida mayor de exceso económico corresponde a Ia mala distribución del ingreso: la renta percibida por encima del ingreso anual media representa el 37% del ingreso nacional de Chile y, comparada con el nivel de los ingresos bajos, el 50%. Esta distribución del ingreso en Chile y América Latina, que se hace cada vez más desigual, es al mismo tiempo reflejo y causa del alto grado creciente monopolio económico y político, sostenido y generado por Ia

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presencia de Ia metrópoli en América Latina. Como todo monopolio, produce una vasta distorsión de Ia distribución de los recursos del todo económico, base de la concentración del ingreso de que gozan unos pocos. Esta torpe distribución de los recursos se extienden no sólo a Ia clase de mercancías que se producen —automóviles en vez de camiones, ómnibus y tractores— sino también al medio como se producen: tres docenas de fabricantes extranjeros producen ahora automóviles ensamblados en América Latina para un mercado anual de cerca de 500.000 automóviles, o sea, un promedio de 13.000 unidades anuales por fabricante. Doce firmas montaron ensambladoras en Venezuela, para un mercado nacional de automóviles de 30.000 unidades. En Europa, el mercado promedio por fabricantes es de 250.000 y en Estados Unidos, por supuesto, de una cifra aproximadamente diez veces mayor. (Visión 100.) El capitalismo monopolista que ocasiona esta clase de distribución de los recursos -12 firmas para producir 30.000 unidades en total— y una perdida del excedente que equivale al 50% del ingreso nacional, va ciertamente en interés de los supermonopolios de Ia metrópoli. Pero, contrariamente a lo que a veces se proclama, el mantenimiento y desarrollo de este subdesarrollo de América Latina por parte de los monopolios, es también evidentemente Ia base inmediata de Ia supervivencia económica y política de los más grandes sectores de la burguesía latinoamericana, que es la primera en defenderlo.

4. No puede pasarse por alto que el equipo norteamericano para la policía y las fuerzas antiguerrilleras de América Latina, encargadas directamente de reprimir los movimientos populares, es siempre el más moderno y eficiente dentro del modelo general obsoleto y aún consta de armas o aviones defectuosos, que Estados Unidos deja de emplear pero cuya venta a América Latina pesa en la balanza de pagos, como tan orgullosamente lo señala el secretario de defensa McNamara. (Para esta observación, estoy agradecido a mi esposa, Martha Fuentes de Frank.)

5. Como se observó arriba, la burguesía de Brasil ha estado tratando de encontrar una salida adicional, a través de Ia política exterior "independiente" de los presidentes Quadros y Goulart (que buscaron nuevos mercados en África, América Latina y Ios países socialistas) después que esto era imposible en un mundo ya imperializado, a través de Ia política exterior subimperialista "interdependiente" iniciada por el actual gobierno militar como socio menor de Estados Unidos. El subimperialismo brasileño requiere también bajos salarios en Brasil para que su burguesía pueda entrar en el mercado latinoamericano sobre una base de bajos costos, ya que además el único que tiene un equipo norteamericano obsoleto, aunque aún moderno. En los países subimperializados de América Latina, Ia inversión brasileña también conduce a la baja de salarios, ya que es la única reacción defensiva posible de la burguesía local. De este modo, el subimperialismo también ahonda las contradicciones existentes entre Ia burguesía y Ios sectores trabajadores de cada uno de estos países (Para mayores análisis, véase Marini.)

D. SUMARIO Y CONCLUSIONES

Lo esencial de la inversión y ayuda extranjera bajo el neoimperialismo, el subdesarrollo latinoamericano y la necesidad de sus implicaciones políticas arriba esbozadas, se sintetiza en las declaraciones autorizadas y en la conducta inequívoca de los más altos representantes de las burguesías en Estados Unidos y en América Latina como sigue: la Comisión Política Económica Exterior de Estados

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Unidos ha declarado que la inversión en el exterior "es un medio de abrir mercados para la industria y la agricultura norteamericanas, a la larga contribuye al crecimiento general del comercio exterior y a la prosperidad por su influencia en la elevación de la productividad y el ingreso en el exterior; es un instrumento de primera línea para fomentar la producción de materias primas en otros países, así como para satisfacer las crecientes necesidades civiles y militares de la economía norteamericana; y es, a la vez, un medio cuya importancia para elevar el ingreso nacional de Estados Unidos debe incrementarse, a través de las más amplias y lucrativas oportunidades de inversión para el capital norteamericano" (citado en Cámara Textil, 48).

El economista mexicano Octavian Campos Salas resume las consecuencias de la inversión extranjera para los países de América Latina: "a) El capital privado extranjero se apodera permanentemente de los sectores de altos rendimientos, expulsando el capital domestico o impidiéndole la entrada, apoyándose en los amplios recursos financieros de sus casas matrices y en el poder político que a veces ejerce; b) el apoderamiento permanente de importantes sectores de la actividad económica impide la formación de capital domestico y crea problemas de inestabilidad en la balanza de pagos; c) la inversión privada extranjera y directa perturba la política monetaria y fiscal anticíclica, afluye en las expansiones y se contrae en las depresiones; d) las exigencias de los inversionistas privados extranjeros para crear un 'clima favorable' a la inversión en los países receptores son ilimitadas y excesivas; e) resulta mucho más barato y consistente para las aspiraciones de independencia económica de los países subdesarrollados, contratar técnicos extranjeros y pagar derechos por el uso de patentes, que aceptar el control permanente de sus economías por parte de poderosos consorcios extranjeros; f) el capital privado extranjero no se ciñe al planeamiento del desarrollo" (citado en 48).

Arturo Frondizi fue sustancialmente de la misma opinión: "No sobra recordar que el capital extranjero actúa generalmente como agente perturbador de la moralidad, la política y la economía de Argentina... Una vez establecido gracias a concesiones excesivamente liberales, el capital extranjero obtuvo créditos bancarios que le permitieron expandir sus operaciones y por tanto sus utilidades. Estas utilidades fueron inmediatamente exportadas, como si todo el capital invertido hubiese sido importado por el país. De este modo, la economía domestica vino a fortalecer la capitalización extranjera y a debilitarse a si misma... La tendencia natural del capital extranjero en nuestro país ha sido, en primer termino, medrar en áreas de alta rentabilidad ... Cundo el esfuerzo, la inteligencia y la perseverancia argentinos crearon una oportunidad de economía independiente, el capital extranjero la destruyó e intento crearle dificultades... El capital extranjero tuvo y tiene una influencia decisiva en la vida social y política de nuestro país... La prensa es también generalmente un instrumento activo de este proceso de sumisión — El capital extranjero ha tenido especial influencia en la vida política de nuestra nación, aliándose con la oligarquía conservadora..., los que están atados al capital extranjero por lazos económicos (directivos, personal burocrático, abogados, periódicos que reciben propaganda, etc.), y los que, sin tener relaciones económicas terminan siendo dominados por el clima ideológico y político creado por el capital extranjero" (Frondizi, 55-76).

Todo el significado de estos análisis de la realidad de la inversión imperialista y neoimperialista y sus consecuencias para América Latina solo se hace enteramente claro si tomamos en cuenta algunas observaciones adicionales de Frondizi y seguimos su posición y conducta posteriores respecto a la inversión imperialista,

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así como las de Campos Salas. Frondizi siguió advirtiendo a sus compatriotas en su libro de campaña electoral atrás citado Política y petróleo: "En asuntos de política económica, las buenas intenciones —cosa subjetiva— no interesan; lo que cuenta son los resultados concretos de la política trazada, su aspecto objetivo... El capital extranjero mantiene un especial estado de conciencia que predispone a la entrega o a la sumisión. Este estado de conciencia invade todos los rincones del país, todos los sectores sociales actuantes económica y políticamente; se refleja en todos los aspectos de la vida nacional, como si fuese un fatalismo histórico frente al cual no hubiese otra alternativa que inclinarse. Se renuncia a las posibilidades nacionales. Lo más terrible en este proceso de captura sociológica creado por el imperialismo es que personas de buena fe, sean ellas conocedoras o ignorantes, a sabiendas o no, sirven al imperialismo por defender sus intereses y la necesidad de mantener su continuada presencia. Por esta vía, los individuos y el pueblo pierden la conciencia de su propia personalidad y de la misión que deberían cumplir como su obligación histórica" (Frondizi, 123, 76).

El aplastante peso de la realidad histórica objetiva sobre las buenas intenciones sujetivas, fue confirmado plenamente por el propio Arturo Frondizi cuando, como presidente de Argentina que había sido elegido sobre la plataforma expuesta, sucumbió a esta situación de captura económica, política y psicológica creada por el imperialismo, renunció a Ias posibilidades nacionales de Argentina, y pasó a la historia como el hombre que entrega a los monopolios norteamericanos todo el petróleo de su país y la mayor parte de lo que restaba de su economía. Por su parte, el atrás citado economista mexicano, Octavian Campos Sulas, ministro de industria del actual gobierno de México, ahora otorga al capital monopolista norteamericano las concesiones que una vez Ilamara "ilimitadas y excesivas" y preside —como lo observó entonces— sobre "el progreso y permanente apoderamiento por parte de Ia metrópoli de importantes sectores de la actividad económica, lo que impide la formación de capitales domésticos".

Dejando a un lado la propaganda y los buenos deseos, la tendencia real del aumento y descenso inicial del producto nacional bruto per capita (y del ingreso nacional per capita) en América Latina es: 1950. 1955: 2.2% (1,9%) de aumento; 1955-1960: 1,7% (1,4%) de aumento; 1961-1962: 0,8 % (0,0%.) de aumento; 1962-1963: menos 1.0% (menos 0,8%), esto es, una baja absoluta (Naciones Unidas, CEPAL, 1964h: 6).

En tanto que desde antes de Ia segunda guerra mundial la producción per capita de alimentos se elevó en un 12% en el mundo entero hasta 1963-1964, y un 45% en la Unión Soviética y Europa oriental (cuyos fracases agrícolas son conocidos universalmente), la producción latinoamericana de alimentos per capita descendió un 7% y su distribuión entre el pueblo es cada día más desigual: el nivel absoluto de vida de la mayoría de los latinoamericanos esta descendiendo (Frank, 19666). Para el pueblo latinoamericano la única salida del subdesarrollo es, se entiende, la revolución armada y la construcción del socialismo.

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