La Doctrina de La Armonía Preestablecida

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La doctrina de la armonía preestablecida "Cada estado actual de una substancia simple es la consecuencia natural de su estado anterior, de tal modo que el presente es siempre causa del futuro" ("Monadologie," tesis xxii). "El alma obedece sus propias leyes y el cuerpo tiene sus leyes. Ambos están hechos el uno para el otro en virtud de la armonía preestablecida entre todas las substancias, ya que ellos son representaciones del único y mismo universo" (op. cit., tesis lxxviii). De la doctrina de Descartes de que la materia es esencialmente inerte, Malebranche había sacado la conclusión (q.v.) de que las substancias materiales no pueden ser verdaderas causas, sino sólo ocasiones para los efectos producidos por Dios (Ocasionalismo). Leibniz quería evitar esa conclusión. Al mismo tiempo, había reducido toda la actividad de la mónada a actividad inmanente. En otras palabras, él había definido la substancia como acción y explicado que la acción esencial de la substancia es la representación. Vio entonces claramente que no podía haber interacción entre las mónadas. Dice que la mónada "no tiene ventanas" a través de las cuales pueda penetrarla la actividad de otras mónadas. Así, el único recurso que le queda a Leibniz es sostener que cada mónada desarrolla su propia actividad; sigue, por así decirlo, su carrera representativa independientemente de las demás mónadas. Esto hará de cada mónada un monarca. Sin embargo, si no se diera algún control de la actividad de las mónadas, el universo sería un caos y no el cosmos que es. Debemos entonces concluir que Dios desde el inicio arregló el mundo de tal modo que los cambios en una mónada corresponden perfectamente a los de las otras mónadas de su sistema. En el caso del alma y del cuerpo, por ejemplo, ninguno puede ejercer una verdadera influencia sobre el otro. Sin embargo, igual que dos relojes que estuviesen tan perfectamente construidos y tan precisamente ajustados que, independiente el uno del otro, marcaran empero exactamente la misma hora, así mismo está arreglado que las mónadas del cuerpo lleven a cabo su actividad de tal modo que a cada actividad física del cuerpo corresponda exactamente una actividad psíquica de la mónada del alma. Esta es la famosa doctrina de la armonía preestablecida. "Según este sistema- dice Leibniz-, los cuerpos actúan como si (suponiendo lo imposible) no hubiese ningún alma. Y las almas actúan como si no hubiese cuerpos. Sin embargo, ambos, cuerpo y alma, actúan como si uno estuviese influyendo en el otro" (op. cit., tesis lxxxii). .Visto así, la mónada no es un monarca en realidad, sino un súbdito del Reino de Dios, que es el universo, "la verdadera ciudad de Dios" Si aceptamos literalmente esta doctrina y negamos toda influencia de una mónada sobre otra, nos vemos inmediatamente forzados a preguntar: ¿cómo puede una mónada representar algo si no se actúa sobre ella? La respuesta de Leibniz será que él niega cualquier influencia externa, que él afirma que la mónada no tiene ventanas hacia fuera, pero que él nunca negó que en el corazón de la mónada hay una puerta que se abre hacia el infinito y que desde ahí se mantiene en contacto con todas las demás mónadas. Aquí Leibniz traslada el problema de la metafísica al misticismo. Si la armonía equivale a la unidad en la diversidad, en

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La doctrina de la armonía preestablecida

"Cada estado actual de una substancia simple es la consecuencia natural de su estado anterior, de tal modo que el presente es siempre causa del futuro" ("Monadologie," tesis xxii). "El alma obedece sus propias leyes y el cuerpo tiene sus leyes. Ambos están hechos el uno para el otro en virtud de la armonía preestablecida entre todas las substancias, ya que ellos son representaciones del único y mismo universo" (op. cit., tesis lxxviii). De la doctrina de Descartes de que la materia es esencialmente inerte, Malebranche había sacado la conclusión (q.v.) de que las substancias materiales no pueden ser verdaderas causas, sino sólo ocasiones para los efectos producidos por Dios (Ocasionalismo). Leibniz quería evitar esa conclusión. Al mismo tiempo, había reducido toda la actividad de la mónada a actividad inmanente. En otras palabras, él había definido la substancia como acción y explicado que la acción esencial de la substancia es la representación. Vio entonces claramente que no podía haber interacción entre las mónadas. Dice que la mónada "no tiene ventanas" a través de las cuales pueda penetrarla la actividad de otras mónadas. Así, el único recurso que le queda a Leibniz es sostener que cada mónada desarrolla su propia actividad; sigue, por así decirlo, su carrera representativa independientemente de las demás mónadas. Esto hará de cada mónada un monarca. Sin embargo, si no se diera algún control de la actividad de las mónadas, el universo sería un caos y no el cosmos que es. Debemos entonces concluir que Dios desde el inicio arregló el mundo de tal modo que los cambios en una mónada corresponden perfectamente a los de las otras mónadas de su sistema. En el caso del alma y del cuerpo, por ejemplo, ninguno puede ejercer una verdadera influencia sobre el otro. Sin embargo, igual que dos relojes que estuviesen tan perfectamente construidos y tan precisamente ajustados que, independiente el uno del otro, marcaran empero exactamente la misma hora, así mismo está arreglado que las mónadas del cuerpo lleven a cabo su actividad de tal modo que a cada actividad física del cuerpo corresponda exactamente una actividad psíquica de la mónada del alma. Esta es la famosa doctrina de la armonía preestablecida. "Según este sistema- dice Leibniz-, los cuerpos actúan como si (suponiendo lo imposible) no hubiese ningún alma. Y las almas actúan como si no hubiese cuerpos. Sin embargo, ambos, cuerpo y alma, actúan como si uno estuviese influyendo en el otro" (op. cit., tesis lxxxii). .Visto así, la mónada no es un monarca en realidad, sino un súbdito del Reino de Dios, que es el universo, "la verdadera ciudad de Dios"

Si aceptamos literalmente esta doctrina y negamos toda influencia de una mónada sobre otra, nos vemos inmediatamente forzados a preguntar: ¿cómo puede una mónada representar algo si no se actúa sobre ella? La respuesta de Leibniz será que él niega cualquier influencia externa, que él afirma que la mónada no tiene ventanas hacia fuera, pero que él nunca negó que en el corazón de la mónada hay una puerta que se abre hacia el infinito y que desde ahí se mantiene en contacto con todas las demás mónadas. Aquí Leibniz traslada el problema de la metafísica al misticismo. Si la armonía equivale a la unidad en la diversidad, en la armonía preestablecida la unidad no es unidad de origen sino unidad de destino final. Todas las cosas "cooperan" en el universo no tanto porque Dios es la fuente de la que todo procede, sino sobre todo porque Él es el fin al que todo tiende y la perfección que todo busca alcanzar.

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MÓNADAS

    En su obra “Monadología”, el filósofo racionalista y matemático alemán Wilhelm Leibniz (1646-1716) utiliza la palabra “mónada” (del griego “monás, monadós”,  unidad) para referirse a los componentes últimos de la realidad. Podríamos entenderlas como “átomos metafísicos” pues, como los átomos físicos, las mónadas son substancias indivisibles; por ser simples y carecer de partes son indivisibles y como tales ni se han formado a partir de otros elementos más básicos ni podrán destruirse (des-componerse), su existencia y posible desaparición se deberían a la creación o aniquilación de Dios.      El universo está compuesto de infinidad de estas substancias independientes, todas ellas diferentes unas de otras y con distinto nivel de perfección y grado de actividad. Las entendió como substancias inmateriales, al modo de mentes o almas, dotadas de capacidad para representarse el mundo y unas a otras, en una concepción que algunos autores no dudan en llamar panpsiquismo. En función de su mayor o menor perfección, así cada mónada representa o refleja las cosas de diferente modo: la mónada increada o Dios representa total y perfectamente todo lo real, la mónada humana (el alma humana) representa conscientemente (lo que Leibniz llamará “apercepción” ) pero de forma imperfecta y así hasta los seres inferiores como los minerales cuyas fuerzas y tendencias serían simples representaciones obscuras de las cosas.       Las mónadas son sujetos independientes activos y sus actividades y cambios no están determinados causalmente por las demás pues la actividad de cada una descansa en sí misma. Dado que son simples y nada puede entrar o salir de ellas  (Leibniz expresó esta idea con la famosa frase “las mónadas no tienen ventanas”), entre ellas no hay comunicación real y directa. Sin embargo, la experiencia parece sugerir el orden en el Universo y que las cosas interactuan unas con otras; para resolver este problema propuso su famosa teoría de la “armonía preestablecida”: desde el comienzo de la creación, Dios ha establecido una coherencia entre las actividades que disfrutan todas ellas, por lo que los cambios en una mónada corresponden perfectamente a los de las otras mónadas. Este es el caso por ejemplo de las mónadas alma y cuerpo, que realmente no pueden interactuar pero parece que lo hacen (a mi deseo de mover el brazo le sigue el movimiento de esta parte de mi cuerpo): su funcionamiento es de aparente coherencia y compatibilidad de modo semejante al que ocurriría con dos relojes perfectamente construidos y ajustados que, independientemente, sin embargo, pueden marcar exactamente la misma hora. Así también, Dios habría dispuesto de tal modo las cosas que a cada actividad corporal le corresponda cuando sea el caso una actividad psíquica de la mónada-alma.  

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