Tácito y El Ocio

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Sobre el Diálogo de los Oradores. Cuestiones de la prosa tacitea

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  • CulturalesISSN: [email protected] Autnoma de Baja CaliforniaMxico

    Korstanje, MaximilianoEl ocio como elemento de construccin identitaria y uniculturalismo en el Imperio Romano

    Culturales, vol. IV, nm. 7, enero-junio, 2008, pp. 101-150Universidad Autnoma de Baja California

    Mexicali, Mxico

    Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=69440705

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    El ocio como elementode construccin identitaria

    y uniculturalismo en el Imperio RomanoMaximiliano Korstanje

    Vatel. Escuela Internacionalen Administracin Hotelera y Turstica

    Resumen. En este trabajo intentamos abordar las prcticas de ocio ms representati-vas en la conformacin de la Roma imperial (sobre todo en los inicios de la dinasta Julia) y su relacin con la mitologa grecolatina. Tambin contrastaremos esas prcticas con secciones de las provincias de Hispania, Galia y Germania. En parte, el ocio fundamentaba toda una cosmovisin religiosa y poltica que representaba la forma en que el romano entenda el mundo fuera de sus lmites. La manipulacin poltica de los espacios rituales dedicados al ocio y la confi guracin de la otredad con relacin a la nocin griega de oikoumene son claves para comprender la asi-milacin cultural que Roma pretenda en las provincias pacifi cadas.

    Palabras clave: 1. Roma, 2. Alto Imperio, 3. ocio,4. construccin de la alteridad, 5. asimilacin cultural.

    Abstract. The most representative leisure practices in Imperial Rome (particularly at the beginnings of the Julian dynasty) and their relationship to Greco-Roman mythology are described. These practices are also contrasted with those of sec-tions of the provinces of Hispania, Gaul, and Germania. In part, leisure practices supported an entire religious and political Weltanschauung representing the way in which the Romans saw the world outside their borders. The political manipu-lation of ritual spaces used for leisure practices and the shaping of the other in relation to the Greek notion of oikoumene are key to understanding the cultural assimilation that Rome sought to impose on the pacifi ed provinces.

    Keywords: 1. Rome, 2. High Empire,3. leisure practices, 4. otherness, 5. cultural assimilation.

    culturalesVOL. IV, NM. 7, ENERO-JUNIO DE 2008

    ISSN 1870-1191

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    Introduccin

    Corra el ao 14 d.C., y tras la muerte del emperador Octavio Au-gusto caa lo que se conoce como la dinasta Julia. Sin embargo, tanto el mismo Augusto como su to, el ya clebre Cayo Julio Csar, haban incursionado en las extensiones de los lmites del imperio. Se estima que a la muerte de Augusto Roma tena bajo su ala una gran extensin de territorio, que iba desde Hispania hasta parte de Egipto, pasando por Galia, Britania, Germania, Illyrium, entre otros. Sin lugar a dudas, los Julios (con sus acier-tos y sus desaciertos) han pasado a la historia como una de las dinastas ms prolfi cas de Roma.

    Los triunfos y las conquistas militares romanas implicaron una extraccin de riquezas de la periferia hacia Roma, diversas mo-difi caciones en la forma romana de cultivo, numerosos esclavos o clientes empobrecidos que engrosaban los alrededores de las grandes ciudades, dndose de esta forma una doble migracin centro-periferia entre las provincias y Roma (Gelormini, 2004). Se estima que la Roma de Augusto haya sido una de las capi-tales ms densamente pobladas del mundo antiguo, en la cual convivan personas provenientes de diferentes lugares, credos, y etnias (Grimal, 2002).

    En este contexto de diversidad cultural, nos proponemos describir la relacin que existe entre la mitologa grecorromana y las prcticas ms comunes del ocio, y consecuentemente, su funcin en los procesos culturales de asimilacin en las provincias de Hispania, Galia y Germania. En este sentido, han sido tiles las obras clsicas de diversos autores, aunque tres de ellos son de capital importancia. Para Hispania nos hemos servido de Nuevos estudios sobre la romanizacin (1989), obra del profesor Jos Mara Blzquez, y para Galia, los Comentarios sobre la guerra de la Galia, de Julio Csar (2004), han permitido reconstruir en parte lo que fueron las costumbres culturales de galos y germanos. Asimismo, Cornelio Tcito, en su obra De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania (1952), ha hecho

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    lo propio sobre los patrones culturales de los pueblos germanos a orillas de ro Rin.

    El trabajo se divide en tres partes: la primera hace una breve referencia al papel de la mitologa como mecanismo de construc-cin de la otredad. En segundo lugar se hace una breve introduc-cin sobre las formas (ms comunes) como se practicaba el ocio urbano. Por ltimo, en una tercera fase construiremos el vnculo que el orden poltico y el otium tenan en las provincias (fuera de Roma) y el papel que ste jug en la asimilacin cultural de las tribus iberas, clticas y germanas.

    Mitologa y otium

    Comprendemos el mito como una historia fabulada, la cual relata un acontecimiento atemporal que ha tenido lugar en un pasado mejor. Como tal, ste adquiere una complejidad que puede adap-tarse e interpretarse en perspectivas mltiples. La funcin del mito es ordenar por medio de un sistema taxonmico la realidad social, infl uyendo sobre las prcticas presentes y condicionando la cosmovisin del mundo (Eliade, 1968).

    La civilizacin romana, entre el II y el I a.C., fue construida tomando varios aspectos de la cultura helnica occidental, sobre todo aquellos basados en una estructura jerrquica. La organizacin social estaba confi gurada alrededor de la nocin de civitas (Grimal, 2002). En este sentido, Jimnez de Guzmn seala que

    en ella coexistan dos clases sociales: el civis o ciudadano romano, sujeto de todos los derechos, que a su vez poda ser noble (nobilis) o plebeyo (profanum vulgus), y el servus o siervo, quien no tena la ciudadana pero s la posibilidad de obtenerla, de comprarla (liberto). Al igual que en la sociedad griega, para cada una de estas clases ro-manas existan una serie de actividades que las caracterizaban. Es as como al civis le estaban reservadas dos actividades: la occupattio, que era la actividad normal y corriente, donde se dedicaba al comercio,

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    al manejo administrativo, al cuidado de sus bienes; y el otium, algo as como la aschol griega pero con implicaciones fi losfi cas menos profundas (1986:25).

    De esta manera, defi nimos al otium como una institucin social basada en el tiempo no obligado de los ciudadanos romanos y que interactuaba con estructuras de diversa ndole, como la poltica, la econmica y la religiosa. Empero, cmo vincular a la mitologa con las prcticas del otium latino?

    Si bien diferentes etnias han conformado la etnognesis lati-na, la Roma quadratta parece haberse asentado sobre una base geogrfi ca de 28 kilmetros desde el Tber hasta el mar Tirreno (Martnez Pinna, 2002:174; Grimal, 2002:82). En la mitologa romana, as como en sus versos y en el trabajo de los poetas, se encuentra referencia constante al papel que la agricultura jugaba para la economa antes de la consolidacin del proceso imperial (Grimal, 1985; Sol, 2004). La comunicacin del ciudadano con sus dioses tena una doble funcin: por un lado, un intercambio de favores en lo que se podra llamar la frmula te doy para que me des (Sol, 2004:6); pero tambin, por el otro, la prediccin y el consentimiento divino ante las futuras empresas. As, cada tipo de actividad, como la cosecha o la siembra, posea un dios particular. Cualquier empresa, sin interesar su naturaleza, deba ser inaugurada. Es decir, antes de realizar una empresa el romano invocaba a los dioses en bsqueda de aceptacin. Aque-llas personas encargadas de interpretar los designios divinos se llamaban a s mismos augures (Sol, 2004:18).

    Si bien el mito fundador del mundo romano comienza en parte con Rmulo y Remo, existe uno (helnico) ms antiguo an que a nuestro modo de ver explica adecuadamente la forma en que el romano conceba su estar en el mundo. Desde una perspectiva exegtica, el mito (entre otros) de Prometeo destaca la visin que se tena sobre el trabajo y, consecuentemente, sobre el ocio tam-bin. Recordemos que, castigado por haber otorgado al hombre el dominio sobre el fuego, Prometeo (hijo del titn Jpeto) fue

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    condenado por Jpiter a que sus entraas fueran devoradas por un guila durante el da, mientras se regeneraban por las noches para ser comidas nuevamente al da siguiente. Luego, Hrcules libera a Prometo matando al ave y dndole al hombre el fuego. Los elementos analticos que surgen de este relato son claros a grandes rasgos. Por un lado, esta visin concuerda con mitos de diversas civilizaciones en cuanto a que existe un proceso cclico de creacin y destruccin para una nueva creacin. Anlogamente, este proceso obedece a una lgica existente entre trabajo y ocio (Eliade, 2006; Korstanje, 2007). En el mito de Prometeo, el hecho de estar encadenado y la desagradable sensacin de ser picoteado por un guila simbolizan el trabajo durante el da, en tanto que la regeneracin de los rganos daados simboliza el descanso. Producto de esa relacin cclica y de la ayuda de Hrcules (ser so-brenatural) surge el fuego, el cual hace clara referencia a la avidez de conocimiento y manejo en la tecnologa. Hrcules otorga esas facultades al hombre en contra de la voluntad del dios Jpiter.

    Este hecho marca la diferenciacin del hombre con respecto a los animales y su superioridad como administrador y domina-dor de ella. No era extrao, en aos posteriores, observar en los espectculos de gladiadores (ludi gladiatorii) el enfrentamiento de stos con animales salvajes. El discurso apunta a que Roma como civilizacin dominante no slo tena acceso a la tecnologa, sino que adems se confi guraba como administradora del orden natural (Duby y Aries, 1985; Veyne, 1985).

    No obstante, el ocio y el placer parecan no ser exclusividad de los humanos y tambin los disfrutaban sus propios dioses. En efecto, durante sus ratos de ocio los romanos crean que sus deidades tambin se relajaban y distendan. Con caractersticas muy similares a las humanas, el dios Momo (o dios de la locu-ra) era aquel cuya funcin consista en divertir a los integrantes del Olimpo. La fi gura de los bufones en los reyes medievales deriva en gran medida de este mito (Sol, 2004:80).

    Las diversas aventuras amorosas de Jpiter llevan a una com-pleja y difusa descendencia. En una de sus incursiones, Jpiter

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    se le presenta a Alcmena como el rey Anfi trin (su marido) y juntos engendran a Hrcules. El punto es que Alcmena tard un tiempo en darse cuenta de la farsa. Anfi trin se convirti en un buen padre para Hrcules; se ocup de su educacin y de indu-cirlo al mundo de las armas. El dios Ismeno le ense literatura y ciencias. Con una exima disciplina, que lo distanciaba bastante de su padre biolgico, Hrcules es adoptado por los romanos dndole ciertas caractersticas latinas. La historia de este hroe mitolgico estuvo plagada de combates (12) contra el orden im-perante (incluyendo los deseos de su propio padre al privar del fuego a Prometeo); pero se le agreg otra hazaa ms (latina en su forma). Tras asesinar al ladrn Caco, Hrcules es invitado por el hospitalario rey Faunus, quien buscaba la gloria a expensas de ste. La idea era simple, y consista en sorprender y dar muerte al legendario hroe mientras era husped del codicioso rey con el objetivo de fi gurar como aquel que venci al invencible. Este mito demuestra la naturaleza ambigua que los antiguos le daban a la hospitalidad. Por un lado, sta ofreca un aspecto sensual y agradable, y por el otro, se haca expresa referencia a la farsa, la mentira y la traicin. En realidad, lo que se deduce de la lectura es la fascinacin que experimentaban los romanos por la sensualidad (ostentacin) y la autoridad. Por otra parte, si imaginamos por un momento, Roma habra sido un centro cosmopolita en donde confl uan personajes de diversos mbitos del mundo entonces conocido. El calendario religioso romano refl ejaba una mezcla de jovialidad, divinidad y hospitalidad. Si bien en sus orgenes eran pocas las festividades religiosas, lo cierto es que en un momento de su historia llegaron a contarse ms das festivos que laborales. Las fi estas religiosas ocupaban 45 das del calendario, a las que haba que agregar las particula-res, barriales y de otra ndole. As, encontramos juegos pblicos con arreglo a las fi estas Saturnales, Lupercales, las Equiria y las Seculares (Sol, 2004:33; Bringmann, 1994).

    Las fi estas religiosas pueden entenderse como grandes rituales multitudinarios con los que se recordaba al pueblo la supremaca

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    tecnolgica y econmica de Roma sobre el resto del mundo brbaro. Pero no slo eso; adems, evocaba una naturaleza jerrquica basa-da en elaborados cdigos de estatus, prestigio e intercambio entre cuyos eslabones estaba la forma en que se llevaba a cabo el otium. A lo largo de los aos, y a medida que Roma se transformaba en un imperio, las costumbres y los mitos fueron cambiando. As como los romanos colonizaban lejanas y distantes tierras, diversos objetos, mitos y leyendas eran incorporados en una especie de sincretismo religioso. sta fue la manera como se fueron modifi cando sus cos-tumbres, tornando las relaciones sociales cada vez ms complejas. El apego por la tierra y el trabajo comenz a ser mal visto por cier-tos grupos privilegiados, dando origen a lo que Thorstein Veblen denomin una clase ociosa (Veblen, 1974).

    Sin embargo, podran considerarse como unidades analticas similares el ocio y el placer en ese entonces? La leyenda de voluptuosidad y Psych no hace ms que recordarles a los fi l-sofos romanos y griegos la naturaleza entrpica que implica la satisfaccin del placer constante y la diferencia con la felicidad autntica. Y este mito va a ser invocado una y otra vez por todos aquellos que critiquen los lujos desmedidos y las prcticas de los ciudadanos urbanos, resumiendo el triste fi nal de Psyqu, que perdi a su amor (desconocido) como producto de su curiosi-dad y la intriga que supieron en ella despertarle sus envidiosas hermanas (Robert, 1992:43).

    El crecimiento de Roma como civilizacin fue dndose lenta y paulatinamente, y sus consecuencias fueron notndose tambin en su mitologa y en sus costumbres morales. El profesor Jean Noel Robert nos introduce (por la segunda guerra pnica) en la paulatina incorporacin de la Venus del monte Eryx (lugar en donde se dio la exitosa ofensiva romana contra Cartago). Una forma de demostrar agradecimiento era la veneracin y el tri-buto a Venus. Asimismo, esta diosa, conformada en Sicilia por costumbres orientales que los antiguos romanos de la repblica consideraban escandalosas, trajo no pocos problemas al senado. Como bien seala el autor,

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    este culto siciliano, de carcter fuertemente oriental, estaba servido por esclavas de la diosa que se entregaban a la prostitucin. Introducir en Roma un culto tan poco moral espantaba a las autoridades, que, sin embargo, en estos inciertos tiempos, consideraron que la victoria no tena precio, ni siquiera el de la virtud (Robert, 1992:17).

    De esta forma, el senado intent por todos los medios aceptar a la Venus Erycina, la cual simbolizaba el desenfreno, el amor, la pasin y la lujuria, oponiendo una fi gura totalmente contraria a sta: la Venus Verticordia, orientada a la virtud, la castidad, el amor como signo de belleza y pureza. Esta inevitable rivali-dad, sostiene Robert, la del placer, la Venus Erycina, y la de la virtud, la Venus Verticordia, constituye una buena imagen de la evolucin de las costumbres en Roma y de la lucha del placer contra la moral (Robert, 1992:17). Esto nos lleva a suponer que entonces hubo una era en la historia latina en la que ocio y placer parecen no haber sido la misma cosa. Aunque por otro lado, si bien la mayora de los romanos (de poca instruccin) confundiera placer con ocio, exista un grupo de individuos cuya visin sobre el placer adquiere caracteres negativos: los fi lsofos. El fi lsofo aconseja a su discpulo que no siga estos preceptos... el pueblo no es apto para la ascesis intelectual. Lucha contra la muerte, que se presenta como nada, quiere huir y aturdirse... nicamente la moral puede servir de pantalla para los impulsos del deseo (Robert, 1992:15).

    Las formas generales del ocio en la antigua Roma

    Imaginar las formas que los antiguos conservaban para el ocio (otium) exige un esfuerzo particular, ya que si bien ciertos con-ceptos pueden sonar anlogos, su sentido era hartamente diferente al conservado por las modernas sociedades occidentales. Uno de los placeres ms codiciados por los romanos era el banquete. La cena nocturna era considerada un premio al esfuerzo matutino. En ese ritual se dejaban a un lado las convenciones y las obliga-

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    ciones de estatus. Por lo general, lo llevaban a cabo recostados sobre ciertos lechos, ya que alimentarse en una mesa era seal de un bajo escalafn social.

    Las ciudades romanas eran sinnimo de placeres, comodidad y ostentacin. El trabajo en el campo era desdeado por los arist-cratas, recurriendo a ste slo en pocas de verano. La caza pareca ser la actividad de ocio ms representativa de esa clase privilegiada en el campo, y se divida en venatium, la destinada a los animales de cuatro patas, y aucupium, para las aves o similares.

    De las dos maneras que los hombres usan para matar, la venatio re-presenta la violencia; el aucupium, el engao; de la una son vctimas predestinadas los animales que corren; de la otra, los que vuelan; la primera es un enrgico ejercicio de hombres fuertes; la otra es agradable y sedentaria ocupacin que requiere nicamente habilidad (Paoli, 2007:355).

    Dentro de la estructura urbana encontramos, entonces, ver-daderas obras de ingeniera, como los baos pblicos y los edifi cios, el coliseo y los anfi teatros, entre otros (Veyne, 1985). Recordemos que los baos tenan para los romanos la misma o anloga signifi cacin y uso que los gimnasios para los grie-gos: la prctica del ocio. Especfi camente, los individuos que asistan a estos lugares acostumbraban untarse con aceites y leos especiales, distenderse y disfrutar de la compaa de otros ciudadanos (Grimal, 2002:226). Los tipos de baos iban desde los ms restringidos hasta los populares, de todos los tamaos y colores. Los primeros estaban orientados hacia una parte de la sociedad romana que no deseaba el bullicio sino una tranquilidad ms privada. Por el contrario, el bao pblico era un lugar de concurrencia masiva en donde se paseaban tenderos o posaderos ofreciendo sus mercaderas (Paoli, 2007:321-329). Las thermae o baos pblicos eran parte del Estado, pero ste ceda el arriendo a un empresario (conductor), quien exiga una mdica suma de dinero por el ingreso (balneaticum). En ocasiones, algn poltico o ciudadano rico pagaba durante un tiempo el valor de todas

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    las entradas, ofreciendo as al pueblo el acceso gratuito (Paoli, 2007:321-329).

    Las secciones de los baos estaban determinadas, en su ma-yora, en cuatro partes principales: a) el apodyterium, espacio destinado a desnudarse antes de ingresar a las aguas; b) el frigi-darium, el cual se destinaba para el bao fro; c) el tepidarium, formado por una sala de paso en donde los individuos se habi-tuaban al paso del frigidarium al calendarium, y por ltimo, d) el calendarium, cuya funcin era emanar calor para que el baista sudara y se relajara. Especfi camente, los romanos acostumbra-ban alternar calor y fro en sus baos. Se introducan primero en el calendarium hasta que los poros de la piel se abrieran y luego se sumergan en tinas de agua fra (Paoli, 2007:324-326). La temperatura del agua era regulada por un horno llamado hipo-causis. En efecto, estima el autor que las termas en Roma abran alrededor del medioda y cerraban al caer la noche. Los modos de baarse eran muy variados, dependiendo del contexto social en el cual se desenvolviera el baista. Muchos asistentes llevaban sus propias botellas de unciones, aceites, paos, etctera. En el caso de los patricios, aparecerse en un bao no era un hecho casual y aislado. Por lo general, estos personajes eran acompaados por todo un squito de sirvientes, los cuales tenan asignada una funcin muy especfi ca: el balneator asista a su amo durante el bao, el unctor le haca masajes y el alipilus pona todo su cuidado y esfuerzo en hacerle una buena depilacin.

    Otras formas de ocio y esparcimiento de la poca eran los jue-gos o espectculos pblicos. Los ludi (as los llamaban) estaban fi jados por el senado y eran controlados por los magistrados (Nieto, 2006). Ahora bien, el mundo de los espectculos es de por s un mundo que puede ser abordado desde varias perspectivas. Segn la tesis doctoral de Jimnez Snchez (1998:6), los espec-tculos se hicieron todava ms intensos durante la decadencia del imperio y no en los inicios de ste.

    Los anfi teatros congregaban tambin un gran nmero de per-sonas de todas partes de la ciudad. En ellos se llevaban a cabo

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    combates entre gladiadores (algunos ciudadanos libres), que eran de gran aceptacin para el pueblo romano. Etimolgicamente, su nombre derivaba del trmino gladius, nombre otorgado a la espada con la cual peleaban. Esta tradicin es heredada de los etruscos, quienes fomentaban estos combates como un rito reli-gioso entre prisioneros de guerra. El Circo Mximo concentraba la gran mayora de los espectculos de gladiadores. Situado en la Vaillis Murcia, entre el Palatino y el Aventino, el Circo se constitua como un lugar de reunin de todas las clases sociales. Los viajeros y visitantes que tanto desde el Foro como del Circo dan vuelta la mirada hacia el Palatino no dejaran de admirar una sucesin de bvedas, restos de edifi cios y rgidas series de arcos, que lo constituira en todo un espectculo (Paoli, 2007:27).

    Uno de los primeros juegos de gladiadores se dio por el 490 a.C., por Valerio Mximo (munus gladiatorium). Pronto, esta tradicin comenz a extenderse por toda Roma, hasta las pro-vincias. Los gladiadores gozaban de alto prestigio y honores; a su disposicin estaba toda la medicina romana. Se estima que existan varias casas de entrenamiento para estos combatientes, en donde los lanistas comerciaban vendindolos y comprndolos. Toda esta estructura haca a los gladiadores poseer gran valor, por lo cual se evidencia que excepto algunos casos los combates no llegaban a la muerte (Suetonio, 1985). Sin embargo, en oca-siones y siguiendo los designios del Imperator, el circo romano funcionaba como un mecanismo de control social y ejecuciones pblicas, arrojando en l a minoras religiosas, como el caso de los cristianos (Nern Csar), o a criminales sin distincin de penas (Cayo Calgula) (Suetonio, Calgula, XXVII). Para una mejor comprensin del fenmeno, es necesario mencionar que las autoridades romanas tenan la facultad de nombrar a cierto grupo o individuo bajo el mote de enemigo de Roma. De tal suerte, ellos eran ajusticiados en forma histrinica en esta clase de sitios, lo cual explica la pasin que sentan los ciudadanos por estas ejecuciones. El ejemplo deba ser claro a grandes rasgos y aleccionador. Este tipo de entretenimiento o forma de ocio serva,

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    adems, como mecanismo de disuasin para todos aquellos que atentaran de alguna u otra manera contra los intereses del poder poltico imperial. Aunque tambin las multitudes usaban estos lugares en forma reaccionaria, por lo general vitoreando a los enemigos polticos del emperador.

    En otros casos, lo sucedido tanto dentro de los espectculos pbli-cos como en teatros (ludi scaenici) o arenas (ludi circensi) era tema de conversacin obligada durante los das sucesivos. Por lo menos, as lo testimonia Tcito con respecto a Druso (hijo del emperador Tiberio) y su tendencia a disfrutar los combates violentos:

    Druso presidi unos juegos de gladiadores que ofreci en su nombre y en el de su hermano Germnico, dando muestras de excesivo dis-frute ante la sangre, aunque sta fuera vil. Esto inspiraba miedo en el pueblo y se comentaba que su padre le haba reprendido. Circulaban mltiples explicaciones de por qu no haba acudido el propio Tiberio al espectculo: decan unos que por su aversin a las aglomeraciones, otros que por la tristeza de su carcter y por temor a las comparaciones, ya que Augusto haba tomado parte de buen grado. No me inclino a creer que pretendiera dar ocasin a su hijo de hacer ver su crueldad y provocar los odios del pueblo, por ms que eso tambin se ha dicho (Tcito, Anales, I, 76).

    Si se analiza detenidamente el prrafo que precede, observamos el vnculo existente entre el espectculo como modo de ocio o entretenimiento y la presencia del poder poltico. Para el roma-no, la presencia, o mejor dicho la ausencia, de las autoridades durante los juegos o fi estas implicaba un mensaje especfi co que por s mismo trascenda los lmites de ese evento. El ejem-plo citado aduce a las diferentes especulaciones (chismes) que evocaban tanto el comportamiento de Druso como la ausencia de su padre. Aun cuando las causas sobre por qu Tiberio no asista a esos juegos permanecern desconocidas, el testimonio de Cornelio Tcito nos ayuda a comprender la funcin que cum-plan los espectculos como modo de construccin identitaria y de imagen poltica.

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    Con respecto a la vida pblica, podemos afi rmar que el Foro representaba el centro urbanstico de Roma. Su actividad iba desde la salida del sol a la hora dcima. Por otro lado, la cantidad de personas que se congregaban en este lugar era de tal magnitud que el paso de vehculos estaba restringido y algunas literas, las cuales quedaban mal estacionadas, eran remolcadas por un grupo de personas a depsitos especiales y confi scadas por el Imperio. Asuntos pblicos, empresas privadas, cambistas, prestamistas, abogados, pompas fnebres y causas de Estado se fundan en lo que indudablemente fue el corazn de la ciudad durante todo el Alto y el Bajo Imperio. El profesor Paoli nos explica que

    la vida matutina del Foro concentraba el movimiento y resuma todos los aspectos de Roma; los ms dispares y contrastantes. En los otros lugares, no era as; al contrario, cada uno de ellos tena su fi sonoma singular, segn el tipo de gente que ms lo frecuentaba o habitaba; haba las calles de los ricos y la de los pobres; los distritos suntuosos y los rincones sucios. Se podan encontrar las personas fi nas junto al templo de Diana en el Aventino, meta del paseo favorito de los romanos, o en la cercana de los Saepta, en el campo de Marte, por las tiendas de lujo; no ya en el Velabro o en la Susurra. Burdeles, encrucijadas, callejones, y las callejuelas bajo las murallas tenan por todas partes mala fama y eran poco seguras (Paoli, 2007:18).

    Hacia la octava hora, la actividad de las ofi cinas haba lle-gado a su fi n. Entonces de todas partes acuda al Foro una muchedumbre de ociosos, y all se estaba horas y horas dando vueltas por entre tantos monumentos hermosos, para divertirse y pasar el tiempo (Paoli, 2007:20). Durante la poca imperial, la Saepta se convirti en el lugar obligado de ostentacin y compra pecuniaria. Los ricos y los patricios se congregaban para adquirir esclavos de lujo, telas caras y chucheras varias. Su contracara eran las calles del barrio Susurra, en donde se ejerca la prostitucin. Se aconsejaba a los jvenes no asistir a estos burdeles hasta que no recibieran su toga, smbolo de madurez. Los visitantes extranjeros (peregrinos) seguramente quedaban

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    anonadados con el Templus Urbis, la ms ostentosa y grandiosa construccin dentro de Roma, con sus caminos decorados con extraos mosaicos, y cuyas 150 columnas de granito y prticos recordaban a los romanos y a los extranjeros la voluntad de los dioses de haber guiado a Roma por los caminos del imperium (Paoli, 2007:23).

    Otro sitio de visita obligada, tanto para el ciudadano como para el peregrino, era el Campus Martius, el cual se conformaba como una extensa llanura verde en donde los ciudadanos disfrutaban y se relajaban luego de una extenuante jornada de trabajo.

    La juventud masculina se reuna all para adiestrarse en los ejerci-cios deportivos; luego tambin fue de muy buen agrado la juventud femenina. Y todos iban a tomar aire, a calentarse, a ver. El paseo por el Campus Martius era el honesto, dulce atractivo que la metrpoli ofreca a su pueblo (Paoli, 2007:40-41).

    Aun cuando las prcticas del ocio hayan sido ms complejas y de mayor diversidad de lo que hemos podido mencionar y exponer, por una cuestin de espacio no nos ocuparemos de ellas (la litera-tura, el teatro, el ocio popular y los banquetes aristocrticos).

    Las diferentes conquistas contribuyeron a la formacin de un Estado inmenso, gobernable slo por medio de la mercantiliza-cin del placer, la manipulacin poltica del tiempo libre y la transformacin del trabajo en ocio codifi cado. La rgida moral de los primeros padres de Roma se tornaba insufi ciente para mantener pacifi cados a esos millares de ciudadanos y peregrinos que invadan las ciudades. Para ello contribuy en gran parte la tergiversacin de las doctrinas epicreas. El mismo Epicuro sostuvo que el placer era necesario para el sufrimiento de cuerpo y espritu. Sin embargo, pronto los dichos del fi lsofo griego iban a ser comprendidos acorde al contexto social y poltico que se viva en las puertas del I a.C. Los conductores de esta nueva moral de placer y deseo han sido el teatro y la comedia, de la que la cortesana, productora de placer y dinero, es la fi gura principal (Robert, 1992:25-27).

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    La moda y forma de vestir

    La forma de vestir romana, similar a la griega, exiga al hombre usar cabello recortado y a la mujer que lo llevara largo. Uno de los aspectos que mayor atencin parece haberle causado al gegrafo griego Estrabn, cuando visit el norte de Hispania, fue que las mujeres fueran a la batalla junto a los hombres, que la herencia se realizara por lnea femenina y que los hombres llevaran cabellos crecidos, evidente signo de feminidad (Blzquez, 1989:161). Ahora bien, en Roma y sus adyacencias la vestimenta era un smbolo de estatus que diferenciaba a los grupos sociales. La barba se llevaba afeitada a partir del siglo III a.C., en pocas de Escipin el Africano. Se asume que por defectos en su cara el emperador Adriano llevaba la barba crecida y que desde entonces hasta Constantino fue moda que los hombres la usaran. Pero ste parece haber sido un fenmeno especfi co que no trascendi.

    Las mujeres, por su parte, eran presa de todo tipo de peinados y vanidades. Pero haba exclusivamente una de la cual pocas patricias podan escapar; consista en teirse los cabellos de rubio con sapo o spuma batava, y en ocasiones colocarse exten-siones de cabellos rubios provenientes de las melenas nrdicas o germanas. En efecto, el pelo de los nrdicos era altamente codiciado en el mundo de la moda y las vanidades romanas (Paoli, 2007:169-174).

    Los senadores usaban una especie de zapato al que llamaban calceus. Al llegar a los 21 aos (adulescens),1 el ciudadano romano se dispona a vestir un manto de lana, que simbolizaba la libertad, al cual llamaban toga.2 Las mujeres, por su parte, llevaban una tnica acompaada de un manto rectangular tam-bin conocido como palla. Los colores de la toga variaban de acuerdo al estatus del ciudadano. Los emperadores y su familia real llevaban el color prpura, los conquistadores vestan la

    1 Si bien en su forma guardan cierta analoga el trmino moderno adolescente y el adulescens romano, nada en efecto tienen que ver entre s.

    2 En la toga el ciudadano se colgaba todo tipo de distinciones que hacan a su rango poltico y a su trayectoria.

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    toga blanca bordada con palmas de oro, los magistrados y los nios (por llamarlos de alguna forma) la llevaban adornadas con tiras prpuras.

    La asimilacin cultural en las afueras de Roma

    La cosmogona del mundo romano (orbis terrarum) est legiti-mada por la voluntad de los dioses. El objetivo de conquistar y dominar y el de pacifi car y equilibrar, a la vez, eran una de las tensiones y contradicciones de la ideologa romana como herra-mienta poltica. Los lmites (limes) del imperio no slo marcaban el fi n de la autoridad romana, sino que eran comprendidos como las fronteras de la civilizacin. Asimismo, el trmino imperium tena caractersticas ambivalentes. Por un lado, su acepcin haca referencia a la organizacin y relacin poltica entre dos pueblos de diferentes culturas que coexistan en paz e intercambio, mien-tras que, por el otro, esa relacin se ubicaba en un plano territorial especfi co y defi nido. La legitimacin de la conquista romana se basaba en estos dos principios diferentes pero que unidos cons-tituan un intento por conformar la comunidad universal entre los hombres racionales (Kaerst, 1929; Grimal, 2002).

    Este concepto ltimo de civilidad conformaba el mundo de los hombres libres y a travs de l se confi guraba toda una serie de mecanismos que resaltaban y exacerbaban el etnocentrismo latino. En esta misma lnea, algunos investigadores han supuesto errneamente que los romanos aceptaban y toleraban al extran-jero en el seno de sus ciudades por causa de su organizacin familiar igualitaria (Todd, 1996) o, por el contrario, que por medio de la herencia griega el romano perciba al extranjero en forma elusiva y discriminatoria bajo el estereotipo de barbaroi o brbaro (Cioce Sampaio, 2005:293). Si bien esto puede llegar a ser verdico en parte, en realidad no es que los griegos asu-mieran que los extranjeros (barbaroi) no tenan derechos por el hecho de serlo (punto clave para comprender la discriminacin

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    moderna), sino que era el entendimiento aquel elemento cul-tural que marcaba la diferencia. Por otro lado, tambin existan grados y niveles de civilidad. Por consecuencia, no todos los extranjeros eran considerados brbaros, sino slo aquellos cuyos valores culturales diferan notablemente del mundo romano o no conceban el mundo bajo los parmetros del estoicismo (la razn como funcin ordenadora del mundo).

    Es decir, fue gracias a la infl uencia estoica, que ordenaba el mundo de acuerdo a la razn, que quienes se pensaban no po-seedores de esa facultad eran considerados de menor jerarqua. No obstante, esto no nos autoriza a afi rmar que las civilizaciones griega y romana consideraban en forma discriminatoria a los extranjeros. Con esta aclaracin de por medio, nos adentramos en el mundo de la Hispania Imperial y en el fascinante contraste de culturas que en ella habitaban.

    La provincia Hispania

    En su trabajo Nuevos estudios sobre la romanizacin (1989), el profesor Blzquez compila un conjunto de artculos (ya publicados en revistas especializadas) sobre la aculturacin que experimentaron las tribus autctonas tras la llegada de los romanos. Al respecto, cabe sealar que Hispania se divida en tres provincias: Hispania Ulterior Baetica, Hispania Citerior Tarraconensis e Hispania Ulterior Lusitania. En sus comienzos, los romanos dividieron (197 a.C.) la regin en dos provincias, Citerior y Ulterior. El proceso de conquista o romanizacin llev dos largos aos. Por ltimo, la pennsula ibrica se incor-pora poltica y territorialmente al imperio durante la regencia de Octavio Augusto. Los escritos de Estrabn demuestran que para el 27 a.C. la pennsula se encontraba totalmente romanizada (Estrabn, 1853-1877).

    Entre los teatros principales de Hispania se encuentran los de Cartagena (Augusto), Clunia (Tiberio), Segbriga (Nern),

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    Mrida (Augusto), Mlaga (Augusto), Cdiz y Zaragoza (Au-gusto). Como en todo el imperio, la funcin estaba vinculada al ocio. El material utilizado en principio era la madera, aunque paulatinamente se fueron usando otros, como la piedra y el mor-tero romano. Arquitectnicamente, los teatros se conformaban segn un modelo establecido: scanae frons (frente), orchestra (para las autoridades), aditus (pasillos laterales), porticus post scaenam (detrs de escena), entre otros. Existe aqu una paradoja por dems particular: si bien la mayora de las construcciones se llevaron a cabo durante las dinastas Julia-Claudia y Flavia, la mayor utilizacin de estas infraestructuras fue utilizada por los Antoninos y los Severios (Blzquez, 1989:393).

    Asimismo, Hispania posee ms de una veintena de teatros destinados a espectculos, como el de Emerita (Lusitania), con capacidad para 5 500 espectadores y unos 86.63 metros de dime-tro, con 13 puertas de ingreso y dos para la orquesta. En Btica se observan teatros en Belo, Casas de la Regina, Antequera, Cr-doba, Sevilla, Astigi e Itlica. En Tarraconense se construy un teatro en la ladera de la montaa con 85.99 metros de dimetro. Otros ejemplares se observan tambin en Barcelona (Blzquez, 1989:393). El teatro de Mrida, construido por Agrippa bajo el emperador Augusto, posea capacidad para unas seis mil perso-nas, dividido en imacavea, media y summa. Se estima que una de las modifi caciones ms importantes de su infraestructura se data en la regencia de Trajano (dinasta Antonina), por el siglo I d.C.

    De lo expuesto, deducimos que el ocio estaba no slo presente sino tambin extendido en la Hispania romana de la poca Julia-Claudia. Sin embargo, no queda todava bien claro qu papel ha jugado el ocio en el proceso de romanizacin. Precisamente, para un anlisis ms profundo y certero es menester realizar ciertas distinciones segn la divisin territorial de la misma provincia. As, en primer lugar nos ocuparemos de la Hispania Betica, para pasar a la Tarraconense y fi nalizar nuestro paseo por la arcaica Lusitania.

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    1. Baetica

    Principalmente, la zona toma el nombre debido al ro Betis, aunque algunos tambin llaman a sus habitantes turdetanos. Geogrfi camente, la Btica comprenda desde el ro Betis hasta el Guadalquivir. Su centro administrativo o capital era Hispalis (moderna Sevilla) y estaba mayoritariamente formada por tribus semitas como los turdetanos (aunque para ese tiempo tampoco se descarta la presencia celta). Ya antes de la llegada romana Btica era rica en historia y su industria reposaba en la minera y la ganadera. Tres prestigiosas civilizaciones se haban fundido dndole a la regin una identidad propia: los iberos, los fenicios y los griegos. Este hecho distingua a la Btica de las tribus cel-tberas del norte de la pennsula o de Lusitania. Sin embargo, se estima que para el siglo I a.C. este pueblo ya haba perdido las pautas culturales y su lengua autctona. Muchos de sus miembros ya eran ciudadanos romanos y se distinguan por un buen uso del latn en versos y poesas. El ingreso de los romanos en Baetica data del 214 a.C. y la declararon provincia en el 197 a.C.

    Segn Blzquez, a diferencia de algunas otras tribus de la zona, los turdetanos aceptaron rpidamente y en forma satisfac-toria los esfuerzos romanos de aculturacin. La reparticin de tierras ya en pocas de Julio Csar, la presencia de un elemento latino arcaico en la regin y una historia de comercio con la pennsula itlica fueron factores que indudablemente ayudaron a la instauracin de una estructura colonial (Suetonio, 1985; Blzquez, 1989:14). Luego de la guerra, los romanos acos-tumbraban realizar repartos de tierra entre los militares que intervinieron en batalla. Este mtodo, ya utilizado con xito durante la latinizacin de Italia, tambin garantizaba el orden poltico de la regin (Rostovtzeff, 1962). El grado de urbani-zacin y bienestar en Baetica era elevado en comparacin con otras colonias. Diversos poetas indgenas de Crdoba, como Asclepiades de Milea, son prueba del nivel cultural que tenan los habitantes.

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    En concordancia con lo expuesto, Jos Mara Blzquez seala que

    el lujo de las casas era grande, como se desprende de la narracin de los diversos historiadores, referente al paseo triunfal, a travs de la Btica, efectuado por Metelo durante la guerra sertoriana; attalicis aulaeis, escribir Valerio Mximo, y aludir a la existencia de estatuas y de representaciones escnicas en un pasaje que recuerda muy de cerca un prrafo de Petronio: exomatis aedibus per aulaza et insignia scenisque... Salustio tambin ofrece una nota verdaderamente impor-tante sobre el grado de refi namiento alcanzado por los romanos en la Btica (1989:21).

    La mayora de las ciudades bticas tena una infraestructura arquitectnica dotada para los espectculos y los festivales. Se-villa tena construido un importante prtico y un foro, Crdoba una baslica y Gades posea un teatro en donde se contemplaban juegos de gladiadores. Lo cierto era que en la poca augustea la Btica tena excelentes edifi cios pblicos en nmero ms elevado que los de la poca republicana, algunos de los cuales, quiz, pudieran datarse de los ltimos aos de la Repblica (Blzquez, 1989:24). Era comn en todo el imperio, pero sobre todo en las ciudades clticas, observar un juego llamado tabu-lae lusoriae, el cual sencillamente consista en arrojar fi chas o monedas desde una distancia considerable y embocarlas en hoyos destinados para ello. Lo cierto es que desconocemos en primera instancia cundo se instaur este juego, puesto que en la Itlica de las pocas antoninas ya exista, lo mismo que las reglas y procedimientos exactos para participar en l (Blzquez, 1989:333; Torre-Martn, 1985).

    La Va Herclea atravesaba desde haca tiempo la Btica (124 a.C.); sin embargo, Julio Csar la prolong desde Saetabis hasta Cstulo. Augusto, por su parte, se vio involucrado en la construccin y mejoramiento de varios caminos y vas en todo el imperio. En el ao 7 a.C. Augusto construy una va por Bastetania, desde Ilici a Icci, que suba de la ciudad hasta Cs-

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    tulo para terminar en el ro Guadalquivir (Blzquez, 1989:25). Econmicamente, la estructura de Btica estaba destinada a la exportacin de productos provenientes de la agricultura hacia Roma y la pennsula itlica. Esta prosperidad en el sur de Hispania fue fomentada por Octavio, incentivando no slo las conexiones entre la capital y el resto de sus colonias, sino tambin los intercambios comerciales. El proceso de romani-zacin iniciado por Csar y sostenido por Augusto implicaba un consumo de bienes puramente romanos, que iban desde alimentos hasta sandalias, y una consecuente exportacin de materias primas (trigo, miel y aceite) bsicas para la subsisten-cia de Roma aunque la actividad minera y la venta de esclavos tambin tenan una gran presencia en Btica.

    Los romanos, sobre todo los aristcratas, mostraban un nota-ble apego a los metales preciosos. Tanto dentro como fuera de Roma, las casas estaban decoradas con adornos de oro y plata, as como los vasos y las vasijas. En efecto, cuenta Tito Livio que a los pueblos sometidos los generales los obligaban a en-tregar toda clase de tesoros, joyas y metales preciosos que eran inmediatamente enviados a las ciudades principales del imperio (Liv. XXI, 60, y Liv. XXXIV, 43).

    La circulacin de monedas funcionaba, a su manera, como una forma de propaganda poltica y nos permite inferir hasta qu punto las ciudades haban asimilado la infl uencia de Roma. En este sentido, la mejor propaganda poltica de Augusto fue la prosperidad material de todas sus colonias y ciudades satlites, como tambin la acuacin de varias monedas con su rostro (Estrabn, 1853-1877). Es posible que Cdiz (Gades) albergara a varias familias de nuevos ricos que lucraban con el comercio en la zona. El comercio trajo consigo las modas itlicas y ex-tendi considerablemente el vivir a la manera de los romanos (Blzquez, 1989:29).

    Asimismo, los comentarios del profesor Blzquez nos orientan sobre una hiptesis por dems particular. El desarrollo econ-mico (exportacin y circulacin de monedas) parece contribuir

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    favorablemente en el proceso de romanizacin de la Hispania Btica.

    Estrabn establece una escala en el estado de romanizacin de las gentes de la Btica al escribir que los ms romanizados son los de las orillas del Betis, que son precisamente los ms ricos, los que mante-nan relaciones ms estrechas de tipo comercial con Roma y los que habitaban la regin donde se asentaban varias ciudades romanas. El grado de romanizacin y de riqueza del sur de la Pennsula ha que-dado de manifi esto en un hecho importante: en haber sido declarada provincia senatorial (Blzquez, 1989:35-36).

    En esta lnea de investigacin y siguiendo los mismos comen-tarios, Garca y Bellido afi rma que

    de Turdetania se exporta trigo, mucho vino y aceite; ste adems no slo en cantidad, sino de calidad insuperable. Exprtase tambin cera, miel, pez, mucha cochinilla y minio mejor que el de la tierra sinptica. Sus navos los construyen all mismo con maderas del pas. Tiene sal fsil y muchas corrientes de ros saldos, gracias a lo cual, tanto en estas cosas como en las ms all de las Columnas, abundan los talleres de salazn de pescado, que producen salmueras tan buenas como las pnticas. Antes se importaba de aqu cantidad de tejidos; hoy mismo sus lanas son ms solicitadas que las de los koxaro, y nada hay que las supere en belleza (Garca y Bellido, 1945:88)

    El texto precedente no slo apoya la tesis de Blzquez al sealar que Btica y Roma tenan una relacin sostenida en lo comercial y econmico, sino que refuerza la idea de que paulatinamente el estilo de vida romano comenz a penetrar en las costumbres bticas por medio de la exportacin de telas y vestidos. En otros pasajes, Garca y Bellido resalta que la excelencia de las exportaciones de Turdetania manifi stase en el gran nmero y el gran tamao de las naves; los mayores navos de carga que arriban a Dikaircheia y a Ostia, puerto de Rhme, proceden de aqu, y su nmero es casi igual al que viene de Libe (Garca y Bellido, 1945:91-92).

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    2. Tarraconense

    En extensin, abarcaba las dos terceras partes de la pennsula Ibrica e inclua regiones que iban desde el ro Ebro hasta los l-mites con Lusitania. Su capital administrativa era la colonia Iulia Vrbs Triunphalis Tarraco. En su mayora, estaba compuesta por tribus de origen indo (celtberos) y no indoeuropeos (vascones e iberos). Algunos sugieren dividir la regin en dos: la cuenca del Ebro y el norte de la pennsula. Segn Blzquez,

    La primera cubre una amplia extensin de Hispania muy avanzada culturalmente, asiento de buenas colonias griegas, como Rosas, Ampurias, Hemeroscopion, Sagunto, etc., que favorecieron la causa romana; fue cuna de la civilizacin ibrica. Los romanos llegaron a esta regin en el 218 A. C., unos aos antes que a la Btica (Blz-quez, 1989:39).

    Por el contrario, en la segunda regin, tambin conocida como Citerior, de 293 estructuras poltico-administrativas contabi-lizadas por Estrabn, un total aproximado de 179 seguan un parmetro de organizacin cultural romano, alrededor del 61 por ciento del total de las unidades. Mientras que las restantes 114 mantenan una forma de organizacin indgena, con un 49 por ciento. Esta realidad iba a ser revertida lentamente para mediados del siglo I a.C. En este punto, las guerras civiles entre Pompeyo y Csar movilizaron gran cantidad de individuos a favor de unos y otros. La concesin indiscriminada de ttulos y tierras a ciertos grupos iberos como forma de alianza poltica explica el apego gradual de la Tarraconense a la cultura romana.

    Blzquez no duda en sealar que

    a partir del S. I. A. C., el nmero de hispanos que gozaba del privilegio de la ciudadana deba de ser elevado en la Tarraconense. En el ao 90 A. C., Pompeyo Strabo, padre de Pompeyo Magno, concedi la civitas romana a treinta caballeros ibricos de la Turma Saluitana, vascones,

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    ilergetes, edetanos y ausetanos, y despus de la toma de Asculum, en el Piceno, durante la guerra Mrcica (Blzquez, 1989:39).

    En lo que respecta a las artes y la escultura, las obras origina-rias de Tarraconense comienzan a competir directamente con las itlicas. La Fuente de Tarragona, al igual que los discos de mrmol, evidencian un refi namiento notable en el estilo de vida de los habitantes. El estilo de arquitectura romana se observaba en el diseo de las fortifi caciones, la estructura de las casas y los edifi cios pblicos. Como ya se ha mencionado en varias ocasiones, el reinado de Augusto trae consigo un aumento en la cantidad de construcciones, templos, foros, caminos y vas. Prueba de ello son los templos erigidos en honor a Augusto en Barcelona, Cartagena, el Templo de Iuno, los circos de Toledo, Sagunto, Calahorra y Tarragona. En estos aos se construye asimismo el acueducto de las Ferreas y el teatro de Celsa (Blzquez, 1989:41-43).

    Aun cuando el grado de romanizacin en Tarraconense fue elevado, a diferencia de Btica, los individuos escogan nombres exclusivamente indgenas ibricos. As lo demuestran las inscrip-ciones halladas en el valle del Ebro, a la altura de las cuencas del Duero y el Tajo, en Navarra o las Baleares, entre otras. Modas con respecto a la cermica se podan observar en una ciudad como Clunia, donde se exportaban hacia Numancia, Termancia y Madrid. Asimismo, otros elementos y costumbres se encontraban vigentes en Tarraconense en la era romana, tales como el derecho nativo, las vestimentas o tocados femeninos, equipos de guerra para los hombres y el baile de Bastetania (Blzquez, 1989:53-54). En este sentido, el profesor Blzquez sostiene que

    el derecho indgena se conservaba vigente; se desprende no slo de la existencia de gran nmero de ciudades no sujetas a un estatus jurdico romano, sino del hecho [de] que Hispania es particularmente rica en tseras de hospitalidad, institucin que parece remontarse a una prctica indgena anterior a la romanizacin, acreditada en pactos de hospitalidad, escritos en lenguas indgenas, cuya fecha debe ser rela-tivamente reciente y en tablas de hospitalidad y patronatos: Palencia,

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    2 A. C.; Cortijo de Calvito, Ronda, ao 5; Mrida, ao 6; Ituqui, ao 31; Galicia, ao 27 (Blzquez, 1989:54).

    Segn Ramos y Loscertales, los celtas (antes que los romanos) manejaban dos signifi caciones totalmente diferentes para el hospi-tium. La primera de ellas se vincula al hecho de recibir a un pere-grino y aceptarlo como enviado de los dioses. Se comprenda que el viajero deba ser asistido y hospedado ya que este acto derivaba de un mandato divino; la raz de este ritual era puramente religiosa. Por el contrario, la segunda signifi cacin era netamente jurdica y slo poda pactarse por convenio entre las partes. En este caso, el hospicio representaba y aseguraba el equilibrio poltico de los pueblos celtas, y por medio de estos convenios constitua un pacto de no agresin entre ellos (Ramos y Loscertales, 1948).

    El patronatum y el hospitium eran dos instituciones que repre-sentaban culturas diferentes. En las zonas de mayor penetracin cultural romana el patronatum comenz a desplazar al hospitium como forma de organizacin poltico-social. Se estructuraba, no por pactos establecidos por medio de la solidaridad y la recep-cin, sino por el nombramiento de protectores en las diferentes ciudades. Por el contrario, como ya hemos visto en Ramos y Los-certales, el hospitium celta obedece a una dinmica de alianzas preestablecidas en forma pblica. Segn Humbert, el hospitium tena un carcter pblico (entre comunidades), el cual permita ciertos derechos al viajante que representaban una ciudadana temporaria, y el hospitium privado, que se celebraba slo entre grupos familiares o sujetos (Humbert, 1978).

    Al respecto, Blzquez nos advierte:

    Dors ha deducido del estudio de las tablas de hospitalidad y patronazgo que el hospitium fue la forma ms prontamente adoptada en Hispania para revestir un tipo de alianzas pblicas que eran tradicionales entre los celtas. En las zonas ms romanizadas, en cambio, precisamente las menos clticas, no exista tal tradicin y fue preferida la forma del patronato, como forma puramente romana, para nombrar protectores de las ciudades, verdaderos patronos. Con el tiempo, la vieja institucin cltica, revestida

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    de hospitium, fue perdiendo terreno a favor de la institucin romana del patronato. El hospitium pierde su pureza a medida que nos acercamos al Levante y a medida que pasan los siglos (Blzquez,1989:55).

    El patronazgo posea una presencia mayor en tribus como pe-lendones, carpetanos, vetones, cntabros y astures, mientras que el hospitium se encuentra todava muy arraigado en los galaicos.

    En cuanto a las costumbres de las tribus astures, tanto en la gas-tronoma como en los deportes, Estrabn se esmera en notar que

    todos estos habitantes de la montaa son sobrios: no beben sino agua, duermen en el suelo, y llevan cabellos largos al modo femenino, aunque para combatir se cien la frente con una banda. Comen principalmente carne de cabrn, a Ares sacrifi can cabrones, y tambin cautivos y caballos; suelen hacer hecatombes de cada especie de vctima, al uso griego, y por decirlo al modo de Pindaros, inmolan todo un centenar. Practican luchas gymnicas, hoplticas e hpicas, ejercitndose para el pugilato, la carrera, las escaramuzas y las batallas campales. En las tres cuartas partes del ao los montaeses no se nutren sino de bellotas, que, secas y trituradas, se muelen para hacer pan, el cual puede guardarse durante mucho tiempo. Beben zythos, y el vino, que escasea, cuando lo obtienen se consume enseguida en los grandes festines familiares... comen sentados sobre bancos construdos alrededor de las paredes, alinendose en ellos segn sus edades y dignidades; los alimentos se hacen circular de mano en mano; mientras beben, danzan los hombres al son de fl autas y trompetas, saltando en alto y cayendo en genufl exin (Garca y Bellido, 1945:134).

    Seguramente, como describe nuevamente Estrabn, las cos-tumbres cntabras habran de parecer extremadas y brbaras a los ojos de Roma; sobre todo, algunas vinculadas a la herencia y los matrimonios. As, entre los kntabroi es el hombre quien dota a la mujer, y son las mujeres las que heredan y las que se preocupan de casar a sus hermanos; esto constituye una especie de gynaikokrata, rgimen que no es ciertamente civilizado (Garca y Bellido, 1945:180).

    He aqu un aspecto que presenta o suscita cierta controversia. A nuestro modo de ver, no existe una correlacin tan exacta en

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    afi rmar que los pueblos clticos o indoeuropeos celtas se afi anza-ran al hospitium mientras que los no indoeuropeos se vincularan al patronazgo. De hecho, los cntabros y astures poseen una raz indoeuropea celta al igual que los galaicos, empero, mientras unos se abrazan a una institucin, los otros no. Por otro lado, tambin hay indicios que presuponen que tanto hospitium como patronatus coexistieron durante algn tiempo.

    Otras instituciones nativas que tambin persistan entre los nativos eran la devotio y la clientela (ya presentes en pocas de Valerio Mximo). Con el advenimiento al poder de Octavio y afi anzado el culto al imperio, ambas decaen progresivamente en su uso y aplicacin. Sin embargo, se estima que para el siglo I a.C. ambas an estaban presentes en las tribus de la regin (aunque el proceso no se da en toda Hispania con la misma intensidad).3

    En resumidas cuentas, luego del material expuesto podemos afi rmar que, a diferencia de Btica, Tarraconense, si bien observaba cierta romanizacin, su grado de aculturacin era notablemente menor. Es posible que el rgimen de Augusto con respecto a la construccin, el mejoramiento de caminos y el manejo de imgenes hayan dado gran publicidad a favor de Roma entre los pueblos hispnicos no romanizados, aunque con una notable lentitud.

    Todos estos smbolos externos, as como la vestimenta romana, sirvieron como mecanismos de aculturacin y construccin de imperium. Tambin parece factible afi rmar que paulatinamente los usos y costumbres celtas (lo mismo que sus instituciones) fueron cayendo en desuso. Los cultos especfi camente romanos en la regin comenzaban a propagarse y en los poblados algunos alfareros indgenas adoptaron las modas romanas. En poca

    3 Jos Mara Blzquez nos explica: los pueblos de Tarraconense, salvo la costa, donde principalmente se asentaban las ciudades que gozaban del estatus jurdico romano, se encontraban en un proceso de romanizacin mucho ms retrasado que los habitantes de la Btica. Daban los primeros pasos, que se manifestaban en vestir toga y en haber logrado ya un cierto aire de itlicos. Este texto estraboniano es de una importancia excepcional, pues prueba cmo los indgenas comienzan a romanizarse primeramente por signos externos, como el vestido; poco a poco cam-bian sus costumbres, su gnero de vida; adoptan las modas romanas y, fi nalmente, el estatus jurdico romano y la religin romana (Blzquez, 1989:57).

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    augustea comienza a acusarse levemente en casas y necrpolis la presencia romana (Garca y Bellido, 1945:61).

    Empero, particularmente nos inclinamos a pensar que existi una fusin entre la cultura celta, ms precisamente la institucin del hospitium, y la cultura romana. Como sea el caso, luego de un largo viaje imaginario hemos llegado a la ltima de nuestras estaciones: la regin de Lusitania.4

    3. Lusitania

    La Lusitania se ubicaba geogrfi camente al oeste peninsular. Tambin conocida por Hispania Ulterior Lusitania, su capital administrativa era Emerita Augusta (Mrida). Para el 27 a.C., su lmite se extenda desde el ro Tajo y el Guadiana hasta el Cantbrico. Su nombre se le debe a una tribu que habitaba la regin y que opuso una tenaz resistencia a la romanizacin: los lusitani, de origen indoeuropeo celta (II a.C).

    A diferencia de las provincias anteriormente mencionadas, Lusitania posee un arcaico nivel de romanizacin, el cual no slo se refl eja en las modas, la vestimenta y los caminos, sino que tambin da lugar a otros fenmenos, como el bandolerismo y una evidente falta de orden econmico. El nmero de ciudades con estatus jurdico romano era menor en comparacin con Btica y Tarraconense. La cantidad de puestos militares romanos en Lu-sitania evidencia, por otro lado, que exista una fuerte resistencia al accionar imperial en esa parte de Hispania, as como poco era el caudal de monedas que circulaban como forma de intercambio (Blzquez, 1989:62). Augusto en Lusitania, como en el resto del imperio, dio un gran impulso a la construccin de caminos y acue-ductos con un fi n econmico e instrumental: aumentar el comercio

    4 Originalmente, la provincia se divide en Citerior y Ulterior (197 a.C.). La di-visin de Hispania en Btica, Tarraconense y Lusitania es producto de la divisin del general Agrippa (27 a.C.) y contina hasta el siglo III d.C., bajo la regencia de Caracalla. Luego, bajo la reforma de Diocleciano, se divide la antigua Tarraconensis en tres, dando lugar a Gallaecia, Cartaginensis y Tarraconensis. (284-305 d.C.).

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    y la comunicacin entre las ciudades, proveerse de agua y levantar los edifi cios pblicos destinados a la diversin y el entretenimiento del pueblo, como circos, teatros, etctera. Tambin se construan arcos para embellecer las ciudades y templos con motivos religio-sos. En Emerita Augusta se ubicaba uno de los teatros de mayor envergadura de toda la provincia. Nos explica Blzquez: el ms suntuoso de los construidos en Hispania y uno de los ms com-pletos del imperio romano (Blzquez, 1989:66).5

    En esta ciudad existan para el I a.C. una cantidad de talleres de arte que con sus piezas competan directamente con los de Roma. Todo un legado arqueolgico demuestra un gran nmero de esculturas proveniente de estos talleres; lo cual, en cierta for-ma, marca una diferencia entre la vida en Emerita con respecto al resto de Lusitania, sobre todo el sur. La presencia del latn entre los pueblos cltico-lusitanos era pobre:

    ...el bilingismo entre las poblaciones indgenas se manifi esta en el hecho de encontrarse en las lpidas romanas vocablos con la evo-lucin normal en la lengua cltica, como la sonorizacin y cada de las intervoclicas. Cicern escribe que los cartagineses e hispanos, cuando van al senado, usan intrpretes. La poblacin era toda ella prcticamente indgena y lo sigui siendo durante el Alto Imperio Romano (Blzquez, 1989:68).

    Por otro lado, para el fi nal de la repblica existan an luchas internas y rebeliones que llevaban a no recomendar a los colonos romanos su asentamiento en la regin. Este hecho nos lleva a suponer que la romanizacin en Lusitania ha tomado carriles totalmente diferentes, si comparamos el proceso que se sigui en Btica y Tarraconense. Los lusitanos emprendan saqueos, razzias y persecuciones a otros pueblos de la regin; como acertadamente advierte Garca y Bellido: dicen que los lysitano son diestros

    5 La comunicacin entre las provincias y Roma solapaba un marcado inters de explotacin econmica por parte del Imperio, ya sea por la minera o la importa-cin de trigo y telas. Este hecho nos lleva a pensar en la romanizacin, no tanto como un proceso de aculturacin, sino como uno de colonizacin econmica, imitada muchos siglos ms tarde por Europa (XVI-XIX) (Blzquez, 1989:108).

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    en emboscadas y persecuciones, giles, listos y disimulados. Su escudo es pequeo, de dos pies de dimetro, y cncavo por su lado anterior; lo llevan suspendido por delante con correas, y no tiene, al parecer, abrazaderas ni asas (1945:131-132).

    La presencia romana en Hispania estuvo caracterizada por una colonizacin militar y cultural que no se observa en otras regio-nes.6 A su vez, consideramos el trabajo del profesor Blzquez como de gran autenticidad y validez cientfi co-acadmica en el tema estudiado, aunque creemos que no existe una relacin directa entre aculturacin y grupo tnico. En otras palabras, no es que los grupos clticos resistieron la cultura y las instituciones romanas con relacin a los grupos no indoeuropeos. Existieron mediaciones, y dentro de la gama celta algunos se romanizaron rpidamente, como los galaicos, mientras otros no lo hicieron con la misma rapidez, sobre todo lusitanos y cntabros, entre otros. Los vascones, por un lado, proporcionaron grandes cantidades de hombres a las legiones romanas, pero, por otro, la parte baja de Vasconia opuso una tenaz resistencia, intentando por todos los mtodos escapar del control del imperio. El mismo Blzquez ter-mina reconociendo: hay que recalcar, para el contenido de este trabajo, que bajo Roma seguan funcionando perfectamente las viejas estructuras indgenas varios siglos despus de la conquista de esos territorios (1989:130). Esto demuestra, fi nalmente, que la aculturacin o romanizacin fue un proceso lento y desigual, que por su asimetra dio lugar a diversas dinmicas y tipos dife-rentes, al margen de la composicin tnica.

    6 Los pueblos celtas tenan un apego religioso muy especial con sus armas, y aun vencidos o fi rmada la paz con Roma se negaban a entregarlas a los nuevos colonizadores (Blzquez (1989:105). As en el ao 140-139 a.C. los numantinos se volvieron hacia atrs de lo pactado con Pompeyo cuando tenan que entregar las armas. Una de las maneras ms efectivas de ganar la confi anza de los celtas fue la distribucin equitativa de las tierras, que hasta ese momento se mantenan en pocas manos. Aunque tambin la entrega de ciudadana, el respeto poltico-administrativo con arreglo a un protectorado y el reclutamiento militar fueron mecanismos que ayudaron a la asimilacin cultural. Sin embargo, no todos los pueblos celtas aceptaron pasivamente la Pax romana; entre los ms rebeldes se encuentran los cntabros, los astures y los lusitani.

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    El ocio y el entretenimiento romano funcionaron tambin en Hispania como una forma de asimilacin cultural y colonizacin poltica. La presencia de infraestructura destinada para la concre-cin de tales eventos constituye una pieza probatoria del estilo de vida de la poblacin local. Ahora bien, si a mayor porte de la infra-estructura romana dedicada a los entretenimientos presumimos que mayor era el grado de penetracin, entonces suponemos por lgica que el otium en las provincias (al igual que en la misma Roma) se converta en un mecanismo efi caz, aunque en ocasiones costoso, de control social. Blzquez no se equivoca cuando afi rma:

    ...la no asimilacin de la cultura romana se observa tambin en la ausencia de edifi cios religiosos de tipo romano, de edifi cios de es-pectculos, como teatros, anfi teatros y circos, donde se celebraban rituales de la trada capitolina, de escultura y de bronces en nmero relativamente mediano (1989:111).

    Podemos sealar que incluso la institucin del hospitium co-exista en Hispania con otras de igual jerarqua, si bien es difcil precisar bajo qu contexto operaba una y otra, o por lo menos bajo qu rango jurisdiccional, salvo que, como advierte Blzquez,

    el fundamento de algunas instituciones indgenas bajo Roma queda claro en la Tessera hospitalis del ao 14, hallada en Herrera de Pisuer-ga. Al igual que la encontrada en Austurica Augusta, es doble. En el primer texto, la ciudad de los maggavienses otorga a Amparamos la ciudadana y concede a sus familiares los derechos de que gozaban los maggavienses. En el segundo, Amparamos hace un pacto de hos-pitalidad con los maggavienses, en virtud del cual, Amparamos, los suyos y los descendientes, recibieron a los maggavienses en hospicio, fe y clientela, otorgndole los mismos derechos que disfrutan l y los suyos. Las civitas maggaviensium recibi, a su vez, a un particular y ste acogi a sus componentes en hospicio, fe y clientela. Se da un hospitium, un patronatus y una adlectio in civitatem (1989:130).

    El excelente trabajo de Balbn Chamorro no poda comenzar de otra manera que sealando:

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    La pennsula Ibrica es el territorio integrado en el Imperio Romano donde ms tesserae y tabulae de hospitalidad y patronato han apa-recido, y a la documentacin existente se aade cada ao el hallazgo de nuevos textos que contribuyen a reavivar el debate historiogrfi co sobre su funcin social. Uno de los principales problemas que plantea la documentacin epigrfi ca hispana relacionada con este tema deriva de la presencia simultnea de las dos instituciones, como sabemos, funcionalmente contrarias: el hospitium, relacin equilibrada en la que ambas partes se relacionan de igual a igual, y el patronato, relacin desequilibrada entre un cliente y un patrono (2006:207).

    El mundo cultural romano e indgena en Hispania era tan rico y variado que nos obliga a proponer ciertos puntos intermedios en nuestras afi rmaciones. No obstante, acordamos con el profesor Blzquez (ya varias veces citado como un exponente reconocido del tema) que la explotacin econmica y la asimilacin cultural parecen tener cierta relacin si se observa el hecho de que en las minas adonde se trajeron colonos italos para reforzar la mano de obra, existe un grado de cultura romana mayor en comparacin con las minas en donde se utiliz a la poblacin autctona celta o vasca no indoeuropea. En ocasiones en que la agricultura era desdeada como forma principal de ingreso econmico por la explotacin de la minera, el progreso econmico de la poblacin se mantena bajo. Por el contrario, cuando se combinaban ambas actividades y se daba participacin a los indgenas, el progreso era mayor y, consecuente-mente, tambin era mayor la asimilacin cultural (lvarez, 1963). Esto nos lleva, paralelamente, a comparar los rasgos de la presencia romana en otras provincias de origen celta, como las Galias.

    La guerra en las Galias

    El territorio galo y parte de la Germania se anexionan por la fuerza, luego de la campaa militar conducida por Caius Julius Caesar entre 58 y 51 a.C. Tras recibir los poderes proconsulares, Csar extendi la guerra a toda Galia con el objetivo pstumo de incluir mayores ex-

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    tensiones territoriales en su favor y para Roma. Las ocho incursiones militares duraran siete aos, hasta el 51 a.C. Aunque no tenemos una verifi cacin cierta, Plutarco sostiene que, resultado del accionar de C-sar, se pudieron someter 300 tribus y subyugar 800 ciudades; aunque, obviamente, el dato puede estar sujeto a algn tipo de exageracin o manipulacin poltica (Plutarco, 2007). Tras la invasin latina, los galos se unieron bajo las rdenes de Wer-King-Gheto-Riks (jefe de los grandes guerreros) o tambin conocido como Vercingetrix, pero fueron fi nalmente derrotados en la batalla de Alesia en 52 a.C. Este caudillo era rey de la tribu Averna, en ese entonces una de las tribus ms enemistadas con Roma (Dion Casio, XXII:23).

    Si bien, al igual que Hispania, las Galias poseen una historia antes de la ocupacin romana, en esa poca se dividan territorialmente en tres secciones bien defi nidas: Cisalpina, Transalpina y Comata. La primera se extenda desde las tierras del norte entre los ros Arnus y Rubico y siguiendo la divisoria del ro Po.7 La segunda regin estaba conformada por una franja costera ms all de los Alpes que iba desde Liguria a los Pirineos. La ltima, la Galia Comata o Cabelluda (por la extensin de los cabellos de sus pobladores), comprenda la mayor extensin territorial de la provincia e inclua las actuales Francia, Blgica y sur de Holanda. La composicin tnica de los habitantes de la Galia era de origen indoeuropeo cltico, aun cuando en esa com-posicin exista una variedad considerable de lenguas y costumbres. De trazar una clasifi cacin, aunque algo tosca, podemos afi rmar que los galos se agrupaban en celtas, cuyo grupo comprenda a la tribu de los helvecios, secuanos, senones y carnutos; belgas, mayoritariamente constituidos por suesiones y belovacos, y aquitanos, formados por tribus de origen tarbelo y ausco (Dutour, 2005).8

    7 Al norte del ro Po las tribus posean un grado de asimilacin cultural mayor en comparacin con aquellas que se ubicaban ms al sur.

    8 El emperador Augusto realiz una nueva divisin de las Galias en el 27 a.C: Nar-bonensis, Lugdunensis, Aquitania y Belga. Con referencia a la composicin tnica des-crita, sta sufrir innegables combinaciones y modifi caciones tras la invasin (254 a.C.) de los germanos, tribu que limitaba con los galos por medio de la Germania Superior. Las incursiones germanas fueron graduales hasta la entrada de los vndalos, suevos y alanos en el 406 d.C. Ms tarde, ya cada la parte occidental de Roma, los terribles francos tambin de origen germano hacen posesin efectiva en el 486 d.C.

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    Una de las ventajas de los testimonios de Csar es que aportan el punto de vista de una persona en que se juntan las polarida-des de dos estratos sociales que en Roma se miraban con cierta desconfi anza: los aristcratas y los militares. En efecto, Csar es en parte noble patricio por ser de la gens Julia y un hbil (as lo han demostrado sus victorias militares) general romano. En este sentido, no parece muy errado suponer que los testimonios que el dictador ha suministrado sobre su estada en Galia y Germania se constituyen como una obra (etnolgica) ms que til y valiosa en el tema que se est estudiando (Gelormini, 2004:29-31). Segn los hechos histricos, podramos hacer la siguiente referencia para ubicar al lector antes de sumergirnos en el antiguo mundo y los comentarios propios del dictador y conquistador de Galia. Los celtas se ubicaban en esta regin desde el siglo VI a.C., mezclndose a su llegada con los antiguos habitantes de la zona. Las diferentes tribus que residan en Galia no tenan entre ellas conexiones polticas muy estrechas. En ocasiones, esto jug a favor de Csar debido a que, adems, para el I a.C. no existan en los pueblos galos monarquas institucionalizadas sino que, por el contrario, diferentes aristocracias se disputaban y alternaban en el poder. Este contexto, indudablemente, facilit las cosas a los legionarios romanos (Gelormini, 2004:24).

    As, y aprovechando las diferencias internas, Csar entra en guerra contra los helvecios invocando la relacin con otra tribu, los eduos. La victoria sobre los helvecios provee a Roma de una entrada casi sin obstculos a la Galia Central.9 Una vez all, di-

    9 Tras una masiva migracin helvecia (por mala cosecha y presin germana), la tctica romana consisti en negarles el trnsito. stos entablan un pacto con los secuanos, quienes le permiten el paso. Enterado de ello, Csar emprende un viaje con cinco legiones y en la travesa enfrentan a catriges y ceutrones, empero como dice Csar los helvecios ya haban pasado con sus pertenencias a travs de los desfi laderos y el territorio de los secuanos y haban llegado al territorio de los eduos y devastaban sus campos: como no podan defenderse a s mismos ni a sus bienes, los eduos envan embajadores a Csar para pedirle auxilio (Csar, 2004:46). Movido por ste pedido de auxilio, Csar decide ir en ayuda de los eduos y enfrentar a los helvecios en el cantn de Tigurino. Ahora bien, aun cuan-do este hecho haya existido, surgen algunas dudas en cuanto a la manipulacin

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    versas incursiones blicas contra los belgas, nervios y los vnetos consolidan la hegemona imperial en la regin. En el 55 A. C, Csar cruza el ro Rin llegando por primera vez hasta Germania y Britannia. Si bien existieron varias revueltas y rebeliones en-tre los galos, la de mayor impacto fue aquella acaecida en el 52 a.C., en la cual una asamblea le dio poderes de conduccin a un joven lder averno, Vercingtorix. Sin embargo, en septiembre de ese mismo ao, se impone sobre los galos una rendicin incondicional y cuatro aos ms tarde se ejecuta al lder galo con motivo de las celebraciones triunfales en Galia (Gelormini, 2004:27). El resto de la historia en Galia no es muy diferente de aquella que ya hemos sealado en Hispania. Los romanos se enriquecan con la reparticin de tierras y conducan un proceso de asimilacin cultural construyendo teatros, circos, templos y rutas que comunicaran todas las regiones de ocupacin legionaria efectiva. En este sentido, las palabras de Nicols Gelormini son ms que elocuentes:

    ...con la campaa de Galia, Csar se hizo de un botn extraordinario, que alcanz no slo para enriquecer a sus soldados sino tambin para pagar las deudas contradas durante su consulado y todava mucho ms. Para la Republica, la victoria signifi c un vasto territorio abierto a un rpido proceso de romanizacin, que comenz con la construccin de ciudades, rutas, templos y teatros (Gelormini, 2004:27).

    Estructura poltico-social y costumbres galas

    En el libro nmero VI de sus Comentarios sobre la guerra en las Galias (2004), Csar realiza una descripcin etnogrfi ca que sera la envidia de cualquier etnlogo moderno, y de ella poltica que Csar pudiera hacer del evento. Si bien, Roma ya tena antecedentes de una invasin gala y en efecto temiera una nueva incursin, el punto es que esta dispora cltica parece haberle dado al dictador romano la excusa perfecta para penetrar el corazn de Galia y luego de all extender toda la conquista para crear una barricada con Germania. Dada la riqueza del suelo galo, es extrao o por lo menos difcil creer en las razones altruistas de Csar.

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    hemos podido extraer algunos fragmentos que han sacado a la luz ciertas pautas y costumbres culturales de las tribus celtas en la regin, sobre todo aquellas vinculadas a la organizacin poltica de sus tribus. La estructura poltico-social de las tribus se sustenta sobre facciones cuyos jefes o jerarcas mantienen para s el mayor prestigio y cuya jurisdiccin cae sobre todos los asuntos de estado. La funcin de este lder es bregar y defender los derechos de sus sbditos, puesto que ninguno tolera que los suyos sean oprimidos y avasallados; y si acta de otra manera, no tiene ninguna autoridad entre los suyos (Csar, 2004, VI:11). Particularmente, siguiendo los comentarios de Csar, podemos establecer dos facciones dominantes en la zona: los eduos y los secuanos. Estima Csar que cuando l llega a Galia el poder militar y poltico estaba en mano de los eduos. Pero luego, tras ciertos pactos con los germanos harudes, los secuanos empe-zaron a tener controlada la situacin hasta lograr fi nalmente la hegemona en toda la Galia (Csar, 2004, VI:12).

    En cuanto a la jerarquizacin social, los pueblos celtas osten-tan dos clases de hombres libres: los druidas y los caballeros. Diferente son sus funciones, como tambin sus obligaciones y alcances. Mientras los druidas se constituyen como un grupo lite religioso, los caballeros forman parte de un grupo guerrero. Luego, la plebe, los esclavos o clientes, pasan a ser parte de la mayora, pero stos tienen escaso reconocimiento en la cultura celta. En boca del propio Csar, observamos que

    En toda Galia hay dos clases diferentes de hombres que tienen alguna importancia y honor. Pues la plebe tiene casi el lugar de los esclavos, de modo que no se atreve a nada por s misma y no es invitada a nin-guna asamblea. Muchos se entregan como esclavos a los hombres, cuando son oprimidos por las deudas, por la cantidad de tributos o por la agresin de los poderosos; y para ellos rigen las mismas leyes que para los esclavos en relacin con sus dueos (Csar, 2004, VI:13).

    Por otro lado, la funcin de los druidas est vinculada a los asuntos divinos, pues se encargan de conducir los sacrifi cios p-

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    blicos o privados y de interpretar los deseos y satisfacciones de los dioses. Gran cantidad de personas acude diariamente a este grupo para obtener por medio de la magia ciertas cuestiones. Principal-mente, este prestigio les da a los druidas un gran poder poltico y se conforman como un grupo destinado al control social.

    Si se ha llevado a cabo un asesinato, si hay alguna controversia por una herencia, por los lmites de un terreno, de igual modo son ellos quienes deciden y resuelven los premios y los castigos. Si algn individuo o pueblo no cumple con lo decidido por ellos, prohben los sacrifi cios. Este es el castigo ms duro entre los galos. Y quienes sufren esta prohibicin son tenidos por impos y criminales, todos se apartan de ellos, rehyen su conversacin para no recibir en el contacto parte de la calamidad (Csar, 2004, VI:13).

    La formacin jerrquica en el mismo grupo es unipersonal, ya que slo uno de todos los sacerdotes druidas ejerce la suprema autoridad. No obstante, el cargo no es perpetuo y en ocasiones se otorga por votacin o mediante la lucha armada. La mayora de ellos se capacitan y reciben sus tradiciones en la isla de Britannia (al norte de Galia). La transmisin de ese saber no es escrita sino oral, por lo que no existen ms evidencias que ciertas crnicas de viajeros o militares, como la de Julio Csar, que en este punto nos explica:

    ...los druidas suelen estar ausentes de la guerra y no pagan tributo alguno a los dems. Estn exentos del servicio militar y tienen inmunidad en todo. Tentados por semejantes privilegios, muchos van a aprender su doctrina por propia iniciativa o son enviados por sus padres y parientes. Dicen que all aprenden de memoria gran nmero de versos. Y as algu-nos permanecen veinte aos aprendiendo. No consideran lcito poner por escrito su enseanza, mientras que en todas las dems cosas, negocios pblicos o privados, usan las letras griegas (Csar, 2004, VI:14).

    Segn la doctrina druida, las almas no mueren sino que pasan de un cuerpo a otro en forma de reencarnacin. Esta costumbre vitaliza y renueva la valenta de los galos frente al combate y exacerba su arrojo. Tienen un detallado conocimiento sobre los

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    astros y otros menesteres, y consideran que la escritura no permite mantener viva la memoria.

    En segunda instancia, tenemos a los caballeros o guerreros galos, que disponen de ciertos valores con arreglo a la guerra y al linaje. En realidad, la segmentacin y el estatus de los caballeros no estaban vinculados a los conocimientos de frmulas religiosas adquiridas, sino a la cantidad de sirvientes conseguidos en batalla, al linaje al cual perteneca el individuo y a su propia fortuna. A grandes rasgos, en un atisbo de sociologa comparada, podemos sealar que, mientras los druidas o sacerdotes fundamentaban su poder mediante un estatus adquirido con arreglo a una lgica tra-dicional, los caballeros lo hacan por medio de un estatus adscrito bajo una dinmica carismtica o meritocrtica (Weber, 1996:192-197). En efecto, para los caballeros galos una deshonra en batalla imaginamos que hubiera signifi cado la prdida de todos sus hono-res en pocas de paz, incluyendo prestigio, rango y riquezas.

    Seguramente, los sacrifi cios humanos estaban permitidos por los celtas, y esto habra causado gran impresin en los conquis-tadores romanos. En ocasiones, aquellos que eran apresados por robo o bandidaje eran sacrifi cados o quemados vivos como suplicio a los dioses, pero, como bien observa Csar, hay es-casez de esta clase de gente, incluso los inocentes llegan a los suplicios (Csar, 2004, VI:16).

    El tiempo para los galos no se meda en das (como en los pueblos latinos) sino en noches, y los cumpleaos se celebraban tomando en cuenta que el da debe seguir a la noche. En cuanto a los ma-trimonios, los varones aportaban una parte de su patrimonio como dote, mientras las mujeres proponan la otra parte. Esta costumbre iba variando de tribu en tribu y, a diferencia de sus primos los celtberos, no se encontraba en todas las regiones por igual.

    Por ltimo, podemos decir que los rumores y chismes deban ser tratados exclusivamente en las asambleas pblicas. De modo que una vez que un sujeto se enteraba de un rumor tena la obligacin de no divulgarlo. En este sentido, slo los jefes de la asamblea hacan mencin de la noticia, en concordancia con el bien de la

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    comunidad. Asimismo, si la noticia era perjudicial o generaba pnico, la asamblea estaba constituida de tal forma (por ley) que poda ocultar informacin o manipularla segn la ocasin.

    Las tribus que son consideradas ms efi cientes en administrar los asuntos pblicos tienen decretado por ley que, si alguien se entera de algo acerca de una cuestin pblica, por los vecinos, gracias a un rumor o un comentario, debe llevar la noticia al magistrado y no compartirla con ningn otro, porque a menudo se vio que hombres temerarios y sin experiencia son aterrorizados por falsos rumores y llevados al crimen y a tomar decisiones sobre cuestiones cruciales. Los magistrados ocultan lo que saben; lo que juzgan que es de provecho lo comunican a la multitud. No est permitido hablar de cuestiones pblicas sino en la asamblea (Csar, 2004, VI:20).

    Las costumbres germanas y el ocio

    Los testimonios de Tcito (1952) han sido ms que tiles para reconstruir los estilos de vida y las costumbres germanas. En uno de sus pasajes los describe as: tienen casi todos la misma disposicin y talle, los ojos azules y fi eros, los cabellos rubios, los cuerpos grandes y fuertes solamente para el primer mpetu. Aun cuando haba diferencias entre las tribus nrdicas, a los ojos romanos exista una homogeneidad en sus pautas culturales.

    En las tierras de Germania no predominaba la plata, ni mucho menos el oro. Su forma de intercambio ms comn era el trueque; pero aquellos que se ubicaban ms cerca de las fronteras del Rin tenan mayor apego por el comercio y las costumbres romanas. Nombraban a sus regentes por un rgimen de linaje, aunque los generales de sus tropas eran elegidos por el valor. Algunas tribus promovieron el sacrifi cio humano; sin embargo, dicha costumbre no se extenda en toda la regin. No posean templos, ya que no consideraban que fuese digno encerrar a los dioses entre paredes. Realmente poco se conoce sobre los dioses germanos, debido a la ausencia de legados escritos al respecto.

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    En cuanto al ocio, los germanos acostumbraban llevar una vida serena y pacfi ca. Los guerreros de mayor valenta encomendaban a otros las tareas hogareas. En todo momento llevaban consigo sus armas.

    Mientras los germanos no hacen la guerra, cazan un poco y sobre todo viven en la ociosidad dedicados al sueo y a la comida. Los ms fuertes y belicosos no hacen nada; delegan los trabajos domsticos y el cuidado de los penates y del agro a las mujeres; los ancianos y los ms dbiles de la familia languidecen en el ocio; admirable contradiccin de la naturaleza, que hace que los mismos hombres hasta tal punto amen la inercia y aborrezcan la quietud (Tcito, 1952:XV).

    El prncipe por lo general era acompaado a todas partes por un squito de guerreros, que se esmeraban todo el tiempo por acercar-se a l. Cunto ms cerca se estaba del regente de la tribu, mayor era la valenta del guerrero y su prestigio. Asimismo, en la guerra, una vez muerto el prncipe se daba muerte a los infames sobrevi-vientes por no haber cumplido su misin, proteger al rey.

    En sus matrimonios, las dotes eran ofrecidas por los hombres y no por las mujeres, mientras que stas eran aprobadas por los padres de la mujer. No tenan escrituras ni textos, mucho menos bibliotecas. En lo que al ocio y el hospedaje respecta, los ger-manos parecan ser una tribu sumamente amigable, segn los comentarios de Tcito:

    No hay nacin ms amiga de fi estas y convites, ni que con mayor gusto reciba los huspedes. Tinese por cosa inhumana negar su casa a cualquier persona. Recbelos cada uno con los manjares que mejor puede aparejar segn su estado y hacienda. Y cuando no tiene ms que darles, el mismo que acaba de ser husped los lleva y acompaa a casa del vecino, donde, aunque no vengan convidados (que esto no hace al caso), los acogen con la misma humanidad, sin que se haga diferencia cuanto al hospedaje entre el conocido y el que no lo es. Es costumbre de ellos conceder cualquier cosa que pida el que se parte, y la misma facilidad tienen en pedirle lo que les parece. Huelgan de hacerse ddivas y presentes los unos a los otros; pero ni zahieren los

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    que dan, ni se obligan con los que reciben. Tratan cortsmente a sus huspedes en todo lo necesario para la vida (Tcito, 1952:XXI).

    Este prrafo parece coincidir con la forma colectiva en que los nrdicos cultivan los suelos, y precisamente por ser una zona de pocas riquezas materiales en cuanto a minerales, no es extrao que sus costumbres se tornen con una tendencia al colectivismo como las sociedades clticas o latinas; lo cual tambin explica, aunque de forma parcial, esa tendencia a colonizar y migrar hacia nuevas tierras constantemente. Estos mismos dichos se encuentran en los testimonii de Csar, por lo que parece validar las crnicas de Tcito. En cuanto a los germanos, el dictador afi rma que

    no tienen inters en la agricultura y la mayor parte de ellos se alimenta de leche, queso, carne. Y nadie tiene extensin determinada de tierra o campos propios, sino que los magistrados y jefes atribuyen cada ao a los clanes y linajes... la extensin de terreno y ubicacin que les parece, y al ao siguiente los obligan a trasladarse a otro lugar. Aducen muchos motivos para esto: que no cambien adoptada la costumbre, el afn en la guerra por el trabajo en el campo; que no haya inters en adquirir grandes tierras y los ms poderosos expulsen de sus posesiones a los ms dbiles... que no surja ningn deseo de dinero... La mayor gloria para las tribus es, despus de haber devastado los territorios vecinos, tener a su alrededor la mayor cantidad de tierra desierta. Por eso consideran propio de su valenta que los vecinos, expulsados, abandonen sus campos, y que nadie ose establecerse cerca de ellos (Csar, 2004, VI:22-23).

    Sin embargo, ante los extraos eran extremadamente hospi-talarios, tal que, como afi rma Julio Csar en sus memorias, no consideran lcito deshonrar al husped; los que vienen a ellos, sea por la causa que fuera, son protegidos contra la agresin y considerados sagrados y todos les abren sus casas y se comparte con ellos el alimento (Csar, 2004, VI:23). Segn sus costum-bres, Tcito seala que

    no tienen por afrenta gastar el da y la noche